1. El diagnóstico y el problema de los indicadores
Antes de abordar el problema de los indicadores y su crítica, se hace necesario señalar las prácticas usuales de diseño de diagnósticos y sus implicaciones, tanto desde el plano gnoseológico, como de sus consecuencias prácticas.
Una primera aproximación sobre las características más relevantes de los diagnósticos, que son frecuentemente utilizados por las agencias de planeación, permite destacar la idea de que el desarrollo se apoya en la determinación de magnitudes dadas de recursos naturales y económicos, donde la población es un dato demográfico con muy poca atención a su estructura interna. Los diagnósticos se olvidan de que “la problacón no constituye exclusivamente un recurso entre otros, sino que es el sujeto social que dinamiza el conjunto de estructuras económicas, políticas y culturales. En razón de este carácter, representa un elemento de articulación de la realidad a través de sus diferentes prácticas sociales. Por ello, es el eje de cualquier diagnóstico que incluya elementos de la realidad especialmente concernientes a la dinámica poblacional... en este sentido, se deben examinar los aspectos subjetivos de la capacidad de la población para dinamizar una región determinada. Solamente de esta manera se puede llegar a convertir a la población, como sujeto social, en un efectivo factor dinámico de las estructuras económicas, sociales y políticas locales”.1
La ausencia de elementos políticos, culturales y psicosociales determina vacíos en los diagnósticos usuales. En las consideraciones que siguen, por el contrario, se intenta abordar el diagnóstico a partir de un “enfoque de totalidad en el que se encuentra articulado el plano de las estructuras productivas (regidas por su propia lógica interna) con el de las múltiples prácticas que desarrolla la población”.2
A partir de la forma en que se oganice racionalmente el relevamiento de la realidad se pueden constatar dos grandes clases de diagnósticos: unos, la inmensa mayoría que proceden mediante un análisis lineal y estático de las distintas esferas de la realidad, adoptando un enfoque que aisla el estudio de cada una de éstas. Otros, los menos, procuran estudiar la relación entre las esferas de la realidad, pero determinando tales vinculaciones en función muchas veces de teorías implícitas a través de hipótesisteóricas que, por definición, no pueden garantizar la validez de las selecciones postuladas. Así mismo, sibien ambos tipos de diagnósticos incorporan la dimensión tiempo, la reducen a la función de unidad de recolección de información y comparación más que considerarla una propiedad intrínseca de los procesos mismos que se analizan.
Por ello, a pesar de las diferencias apuntadas, estos tipos de diagnósticos comparten por lo menos dos características. Por una parte, no se aborda, en términos generales, la relación entre lo micro y lo macroespacial y cuando llega a estudiarse se la reduce a una construcción de índices que extrapolan para el plano macroespacial lo que ocurre en el plano microespacial y vicevérsa. De otra parte, los diagnósticos, más que constituir una búsqueda de un campo de posibilidades alternativas de desarrollo, son evaluativos de las condiciones requeridas por una meta fijada previamente a la realización del diagnóstico. Por ambas razones, los identificamos como diagnósticos normativos.
Lo anterior permite formular una primera conclusión: los diagnósticos normativos recortan a la realidad con base en fragmentos cuyas relaciones se establecen y justifican por el solo hecho de ser detectados paralelamente en un momento dado del tiempo y del espacio; esto es, por criterios de “isocronotopía” (igualdad de tiempo y espacio). Como corolario, podríamos decir que en este tipo de diagnósticos hay una reconstrucción del contexto identificada con la agregación de información posible de sistematizarse y resumirse, y no una reconstrucción crítica basada en la forma específica en que los diversos planos de la realidad se articulan en un espacio y tiempo determinados.
En una segunda aproximación, atendiendo al tipo de fenómeno que se estudia en estos diagnósticos, según la distinción entre fenómenos referidos al dinamismo estructural objetivo y los que resultan de la praxis3 se aprecia una clara preferencia por los primeros, en particular por los fenómenos económicos, dejando de lado otros de diferente naturaleza.
Entre los fenómenos económicos más analizados, ya sea que ofrezcan un carácter estructural o relacionado con praxis sociales, se pueden distinguir los siguientes; 1) de carácter estructural: capital, acumulación, ingreso, producción, etc.; 2) de praxis: comercialización, formas de explotaciónde la tierra, política de insumos, política de inversión, precios, salarios, y otros.
Sin embargo, desde un razonamiento en articulación, la adscripción de estos fenómenos no quedaría fijada a una sola región de la realidad, sino ubicada entre dos o más áreas temáticas de ésta según apunte la problematización de los mismos: por ejemplo, fuerza de trabajo (económica y política); economía familiar (económica, política y cultural); migraciones (económica, política y cultural). Lo mismo puede decirse de los fenómenos económicos vinculados a praxis que también se ubican en varias áreas temáticas: formas de explotación de la tierra (económico y político); jornada de trabajo (económico y político); distribución del ingreso (económico y político); condiciones de trabajo (económico, político y cultural), etcétera.
Por otra parte, en los diagnósticos normativos están ausentes los fenómenos que, no siendo económicos, puedan revestir un carácter estructural. Es el caso de la ideología y de los patrones de actitudes de la población. Sin embargo, se consideran algunos fénómenos que con facilidad se vinculan con aspectos económicos del desarrollo. Por ejemplo, participación de la población y organización social del trabajo que pertenecen al área política. Diferente es la situación que se presenta con otros fenómenos políticos, como proyecto y control político, que prácticamente están ausentes de los diagnósticos. Esto determina una importante distorsión en el cuadro de la realidad que se pretende dibuje el diagnóstico, por efecto de dejar fuera de su observación fenómenos que influyen decisivamente en el curso del desarrollo.
Como consecuencia de que en los diagnósticos usuales no se distinga entre procesos coyunturales y estructurales, queda excluido el análisis de las relacíones entre los procesos estructurales micro y macroespaciales, en razón de que esta relación está mediada por los procesos coyunturales, especialmente por los procesos coyunturales microespaciales. En consecuencia, no se puede captar en los diagnósticos usuales el modo de inserción del desarrollo local o regional en el desarrollo nacional y, a la inversa, el modo como este último se especifica en los diferentes puntos del territorio.
Si examinamos la estructura del diagnóstico desde la perspectiva del campo de condiciones y alternativas, por un lado, y de las opciones de alternativas, por el otro, se puede constatar que las condiciones y alternativas se reducen a fenómenos económicos con una insignificante inclusión de fenómenos de otras áreas temáticas. Así, el campo de condiciones y alternativas para el desarrollo está representado por fenómenos como capital, acumulación, empleo y demanda, mientras el campo de opciones de alternativas lo está por distribución de ingreso, comercialización forma de explotación de la tierra y organización del trabajo.
Como puede observarse, el contenido es principalmente de naturaleza económica, o con factores directamente relacionados con ésta, lo que hace difícil superar sus fronteras (ejemplo: organización del trabajo, explotación de la tierra). Las áreas política, cultural y psicosocial, en cambio, están ausentes o muy reducidas en la ponderación total del diagnóstico. Ello es importante si se piensa que los diagnósticos pretenden dar cuenta de las potencialidades de alternativas que contiene una situación concreta.
Como alternativa a la crítica anterior, pensamos en un diagnóstico que llamaremos dexeconstrucción de un campo de posibilidades, el cual intenta dar solución a los problemas y dificultades tanto gnoseológicos como prácticos que conllevan los diagnósticos normativos.
Por principio, habría que señalar que detrás de ambos tipos de diagnósticos hay una idea concreta de lo que es la realidad y las formas adecuadas para su conocimiento. sobre cuya base se organizan los diversos propósitos de la planificación.
Para el caso del diagnóstico aquí propuesto se parte de una concepción dinámica de la realidad, entendida como la articulación de procesos que se desenvuelven en diferentes niveles y en diversas dimensiones espacio-temporales (macro y microespacio; corto y largo tiempo) los cuales reconocen dinamismos de desarrollo, propios 0 no, y apuntan hacia direcciones diversas.
Metodológicamente. dicha concepción se expresa como una exigencia de reconstrucción de la situación concreta, en términos de determinar la articulación específica que estos diferentes niveles y momentos presentan en un espacio dado y en un tiempo determinado, así como sus direcciones posibles.
La cuestión anterior implica un uso de la teoría diferente a la lógica de la formulación de hipótesis o del razonamiento apriorístico.4 Este uso critico de la teoría consiste en una problematización de los fenómenos y sus diversas conceptualizaciones, de modo tal que permita definir un campo de relaciones posibles, antes que reducir estas relaciones a los contenidos expresos en los conceptos y a las jerarquizaciones propuestas por los cuerpos teóricos.
Desde esta postura, el contenido específico de cada uno de los niveles de lo real se alcanza solamente en el contexto que define la articulación específica de estos niveles en un recorte espacial y temporal específico, lo cual sustituye la formulación de hipótesis por un razonamiento reconstructivo en busca de la concreción.
Para fines del diagnóstico —como etapa del proceso de planificación— este enfoque tiene varias implicaciones. La primera en relación a la conformación de modelos teóricos y de indicadores, derivados de ellos, a partir de los cuales se confronta y evalúa la realidad. De otra parte, en la determinación de las metas y fines de la planificación, en tanto constituyen un procedimiento a partir del cual se fija una direccionalidad y se organiza la intervención sobre la realidad.
Con respecto al primer punto, la exigencia de la realidad como articulación se traduce en el diseño del diagnóstico en la necesidad de romper con los esquemas teóricos que la reducen a un nivel estructural o a un enfoque de lectura de la misma. Desde este enfoque, la realidad puded ser “leída” desde diferentes enfoques teóricos sin que quede aprisionada en ninguno de ellos. Por tanto, la pretensión de aprehenderla a partir de un modelo teórico definido apriorísticamente, al suponer hipótesis implícitas, determina lo “significativo” de ella y fija lo que debe ser objeto de la intervención, con exclusión de aquellos elementos que han quedado fuera del marco teórico.
Con esto, deja al margen niveles, fenómenos, objetos y sujetos que no estaban contemplados en el esquema teórico de partida y que pasan a constituir “elementos exógenos” al modelo de planificación. Paradójicamente, estos elementos, eliminados de la observación y, por consiguiente, de la participación, actúan muchas veces como obstáculos, o contradictoriamente respecto de las metas y objetivos propuestos.
Por el contrario, desde la perspectiva del diagnóstico como reconstrucción de un campo de posibilidades, la búsqueda se orienta hacia la determinación de “lo significativo” para cada momento y lugar, de acuerdo a la articulación del contexto. Al mismo tiempo, plantea abrirse tanto a distintas posibilidades de desarrollo como a diversos fines de intervención, lo que le permite configurar un campo de opciones en vez de determinar una sola meta.
El presupuesto de la articulación, por su parte, intenta romper con la estructuración y jerarquización que sobre lo real establecen los modelos teóricos, y que además extrapolan para todos los lugares, así como para diferentes recortes temporales. Con ello trasladan acríticamente proposiciones que, pudiendo ser válidas para universos macrosociales en el largo alcance, están sesgadas para ámbitos microsociales y coyunturales. En este punto, el diagnóstico que proponemos es sensible a cuestiones como las que plantean la generación y distribución de los procesos sociales en el territorio de la sociedad, lo que no es ajeno a interrogantes tales como: ¿qué significa optimizar una meta en el largo tiempo, a nivel nacional, en relación con la maximización de metas en el espacio local, a mediano y corto plazo?; ¿cómo se complementan (si es que ello ocurre) los desarrollos nacional y local? En otras palabras, considerando el desarrollo como un complejo articulado de procesos (económicos, sociales, políticos, culturales, etc.) que tienen lugar simultáneamente en diferentes planos del espacio, ¿cómo se puede intervenir sobre la realidad simultáneamente en los diversos planos espaciales?
1.1 Características del enfoque del diagnóstico como campo de posibilidades
Desde el diagnóstico como campo de posibilidades —cuyo sustrato es la concepción del desarrollo como un proceso complejo— no se puede reducir la realidad a lo que el fin normativo determina como pertinente de ser conocido, sino, por el contrario, lo que en última instancia preocupa es la determinación de esos fines; pero no como valores opcionales sino como viabilidad social. Se trata de captar a la realidad no en función estricta de un fin, sino de determinar un campo de posibilidades de cuyo conocimiento dependa la organización y orientación de las praxis necesarias para una intervención efectiva.
En este marco el diagnóstico no es teórico ya que prepara el terreno para distintas modalidades de organización de la relación praxis social—fin, no circunscribiéndose a la configuración estructural definida por un fin determinado. De manera que al ampliarse la perspectiva de enfoque de esta relación, tomándola desde el ángulo del proceso y no estrictamente desde el ángulo del fin normativo, se replantea la naturaleza del objetivo como una expresión, entre otras, de los campos de posibilidades detectadas.
Desde este enfoque, lo que hacemos es problematizar al fin normativo privilegiando la atención en el campo de posibilidades, y abriendo, mediante el diagnóstico, un espectro de objetivos posibles dentro de los cuales sean factibles varias opciones estratégicas.
Lo que subyace a esta discusión es la relación del diagnóstico con la teoría. Los diagnósticos normativos se fundamentan en requerimientos teóricos que pueden variar en grado de profundidad, estructuración y fuerza, en tanto que la propuesta se nasa en la necesidad de reconocer alternativas no definibles en función de fines normativos, sino de la potencialidad de la realidad.
Si optamos por la segunda perspectiva, debemos abordar los modos de razonar que son previos a la construcción del diagnóstico y que basaremos en la categoría de la totalidad concreta. Ello implica, primero, razonar a realidad lógicamente, lo que significa hacerlo con sentido pero no con atributos ya definidos; segundo, dar cuenta de la relación del sujeto con el momento histórico en su mismo transcurrir sin ser recuperado como culminación de procesos, o mediante la convencional determinación de los parámetros temporales. Es la historia como movimiento de estructuración de lo real; la determinación de la génesis de sus perfiles sociales antes que de la descripción de su morfología. Historia no como el producto del desarrollo de fuerzas motrices, sino como secuencia de momentos, devenir de estadios, transformación de lo estructurado. Esto exige capacidad para situarse históricamente y apropiarse del momento como movimiento abierto pleno de potencialidades; tarea que no puede llevar a cabo la teoría sino el razonamiento crítico; esta es la función que entendemos como propia del diagnóstico.
En consecuencia, el diagnóstico debe situarse, por principio, en una relación de conocimiento con la realidad que le permita, en primera instancia, recuperar la doble dimensión de cualquier corte del presente: a) la dimensión en el momento o coyuntura, y b) la dimensión secuencia de momentos. Esto significa recuperar la observación de elementos que reflejen tanto la especificidad del momento o coyuntura (dimensión vertical) como de elementos propios de la secuencia de momentos (dimensión longitudinal), ya que lo que se pretende es conocer lo objetivamente posible en una situación dada para el logro de determinados fines.
El diagnóstico, en cuanto se refiere a la situación dada o coyuntura, refleja a la articulación como producto de procesos anteriores; en cuanto a la secuencia de momentos, se ocupa de determinar la capacidad social de construir la articulación interior de lo objetivamente posible, esto es, abarcando el universo de elementos de la realidad posibles de articularse, aunque en la situación dada aún no se encuentren articulados.
Cuando hablamos de capacidad social, aludimos a fuerzas sociales organizadas que plantean diferentes estrategias de desarrollo de la realidad, siendo la función del diagnóstico la determinación de la viabilidad de los objetivos contenidos en las diferentes estrategias.
Todo lo anterior implica que el diagnóstico no se restrinja al marco definido por la meta de ninguna de las estrategias, ya que su función es poder dar cuenta de una visión de alternativas sin reducirse a una opción predeterminada, o bien, ampliar el margen de alternativas más allá de las que puedan derivarse de la postulación de ciertas metas (como serían: maximización del ingreso, inversión, etcétera).
En el transfondo de lo expresado, está planteada, para el diagnóstico, la necesidad de reconocer, en una situación dada, todas las potencialidades que ésta contenga, pues se pretende aprehender las posibilidades objetivas de desarrollo, lo que exige un conocimiento del momento dado desde la perspectiva de su movimiento hacia un devenir posible.
Ahora bien, la idea de devenir posible solamente es comprensible si no se pierde de vista que la realidad reconoce como una dimensión la direccionalidad que resulta de la confrontación de diferentes estrategias de desarrollo, en las que se expresan distintos sujetos sociales. Por consiguiente, la reconstrucción de lo real por medio del diagnóstico se fundamenta tanto en las posibilidades que se contienen, como en las direcciones que resultan del juego de estrategias y tácticas del conjunto de fuerzas sociales. En suma, la reconstrucción lograda por el diagnóstico debe comprender: i) el contexto de la situación dada; y ii) su direccionalidad.
El diagnóstico, desde esta perspectiva, reconoce, como su función más importante la reconstrucción del contexto, entendido como el marco de las alterna¬ tivas de estrategias posibles, ya que desde el enfoque de la reconstrucción se considera que la relación más significativa con la realidad es aquella que refleja las potencialidades que presenta una situación dada, cuyo conocimiento, en el corto plazo, debe servir de base para organizar en forma efectiva la intervención sobre la realidad, lo cual es totalmente opuesto a la lógica dominante en la definición de estrategias de desarrollo, que reconstruyen a la realidad como un conjunto de condiciones funcionales para conseguir un ffin determinado.
La racionalidad que se expresa en este segundo tipo de diagnóstico se orienta hacia el logro de una capacidad para dar cuenta de alternativas posibles de intervención, sobre la base de considerar el cambio y el movimiento como atributos de la realidad. Esta actitud implica reconocimiento de las diversas potencialidades de desarrollo que puden darse según la naturaleza de las influencias políticas que se ejerzan.
La racionalidad implícita en los diagnósticos normativos opera de otra manera. El estudio de la realidad, a partir de modelos cerrados y apriorísticos, no sólo impide el conocimiento de lo específicoconcreto sino que supone, en forma subyacente, la correspondencia del modelo con la realidad. Sus hipótesis intrínsecas le obstruyen la captura de lo potencial de la realidad, reduciendo el conocimiento de la misma a la determinación de los requisitos necesarios para alcanzar un fin, predeterminado e implícito ya en el modelo de partida.
De esta forma, los diagnósticos normativos trabajan con una idea de cambio social definido unilateralmente, según el modelo privilegie tal o cual nivel dé la realidad. Por otra parte, elcambio y sus diversas posibilidades de dirección se sustituyen por el establecimiento de una direccionalidad impuesta desde arriba y al margen de los procesos de transformación que se dan efectivamente.
Resumiendo, el enfoque del diagnóstico como reconstrucción de un campo de posibilidades, en tanto enfatiza la apropiación del movimiento de lo real mediante la reconstrucción abierta a distintas alternativas de desarrollo, maneja un concepto más amplio de racionalidad social de forma que las distintas racionalidades vienen a ser expresiones particulares de ésta. Tema que merece ser objeto de un trabajo aparte, por lo que nos limitaremos a señalar algunos rasgos en el plano particular de las conexiones racionales con la realidad cuando el énfasis no está puesto en la necesidad de explicar.
1.2 La problemática de los indicadores desde la perspectiva del diagnóstico como campo de posibilidades
Cuando hablamos de diagnosticar un fenómeno enfrentamos un desafío complejo, pues significa dar cuenta de lo que ocurre en el fenómeno en el momento que sucede. Diagnosticar significa enfrentarse con los apremios del presente acuciante, con sus imperativos de conocer en el corto plazo, lo cual anula nuestro bagaje teórico que resulta lento e ineficaz, grandioso pero mediatizado de las necesidades. El presente, incalculable en sus dimensiones, muchas veces confundido con lo cotidiano, obliga, paradójicamente, a ser pensado sin teoría. Pero no sin razón crítica. Razonar como distinto de saber, como momento anterior a la información organizada.
Tanto desde el punto de vista de la planificación como de la investigación social, los indicadores son el medio por el cual se pretende tomar conciencia de la realidad del fenómeno, y, a partir de este conocimiento, definir las alternativas que aseguren conseguir mejores objetivos.
Usualmente, la noción de indicador se asocia con las de operatividad y medición, ya que surgida de la necesidad de hacer que sean instrumentales los conceptos abstractos, se confunde con la función de registro de la realidad empírica. Pero los indicadores son algo más que registro. Constituyen una apropiación racional en la medida que lo que interesa es la conexión con lo real empírico que establece; entendida esta conexión como condición para el posterior desarrollo teórico.
En este sentido, la función del indicador no puede discutirse independientemente de la relación con la realidad, pues vincula a lo aprehendido (como son el conjunto de propiedades definidas del indicador) con lo simplemente apuntado por éste, o, para emplear el término de Mukherjee, como mera indicación. En la función del indicador cristaliza una determinada solución al problema de la relación con la realidad; por eso los indicadores, cuando se conciben como mecanismos para influir sobre los procesos objetivos, no significan que se les indentifiquen con un simple pragmatismo.
El diagnóstico como reconstrucción de la articulación de la realidad, al plantear que la forma de conocimiento más significativa de ella es la que refleja las potencialidades que presenta una situación dada, sitúa la problemática de los indicadores en un lugar muy importante; más aún, se les concede importancia cuando se advierte que ellos sirven de base para organizar, en forma efectiva, la intervención sobre la réalidad, antes que probar hipótesis acerca de la misma.
El problema se agudiza, sobre todo, en el horizonte de corto plazo. Pero la problemática de los indicadores no se circunscribe al diagnóstico de corto tiempo, pues también debe considerarse la necesidad de resolver la relación entre los diferentes planos de la realidad, con sus características y racionalidades propias, como es el caso, por ejemplo, de la articulación entre desarrollo nacional y local. Así, el problema de los fines y su cuantificación, que ha desembocado en una modelística de indicadores aparentemente eficaz, encubre problemas metodológicos que, de no ser resueltos, obstaculizarán el enriquecimiento de los diagnósticos, y, en consecuencia, continuarán dejando fuera de las estructuras racionales regiones de la realidad que son, o pueden ser, determinantes para la definición de las alternativas de desarrollo.
Si la objetividad de lo potencial constituye la referencia del esfuerzo racional, por ser más objetivo que la referencia a cualquier realidad ya asimilada en estructuras explicativas, los indicadores no deben analizarse exclusivamente desde pl ángulo de las teorías particulares, sino desde los campos posibles de contener diferentes opciones de teorización y acción.
En esta dirección, la captación de los procesos reales a través de indicadores no se puede reducir a la mera proyección de un fin normativo, ni a la aplicación de un modelo teórico, sino que se ubica en el marco de una forma de análisis más abierta y enriquecedora de la realidad, la cual simultáneamente está desplegada y es potencial.
Se trata de incorporar al control racional regiones de lo social que, por su rápida mutabilidad, no reconocen fronteras nítidas y que tampoco, necesariamente, se han transformado en contenido de teorías particulares. Pensemos en el esfuerzo por controlar realidades que no siempre han sido teorizadas. En este contexto, los indicadores plantean necesariamente la cuestión de la teoría y de su uso, así como el tema de la racionalidad que sirve de base para crear instrumentos de acción y el carácter de fundamento que les sirve de apoyo.
Las implicaciones de lo anterior se pueden resumir en los siguientes términos: desde el diagnóstico basado en un modelo teórico cerrado, uno entre muchos posibles, se establece una organización conceptual donde los indicadores, su contenido y jerarquía, son referentes del modelo que representa una cierta explicación sobre él desarrollo de lo real.
La perspectiva de la reconstrucción, por el contrario, no supone ninguna organización teórica predefinida de los indicadores: ni de su contenido conceptual, ni de su jerarquización. Su intención es más bien organizar, a partir de los indicadores, una forma de aprehensión de la realidad, que, rescatando lo específico de cada situación concreta, dote a los indicadores del ordenamiento y la significación determinada por el recorte espacio—temporal de estudio (región, localidad, ámbito nacional y de corto o largo plazo).
Para esto, encuentra necesario mantener con respecto a los indicadores una vigilancia crítica y una cierta flexibilidad, de modo tal que permita reconstruir a la realidad como campo de posibilidades al interior de la cual puedan determinarse muchos de éstos en conformidad a las problemáticas que interese abordar.
En términos concretos, se trata de encontrar indicadores, que, además de representar cierto orden de magnitud, puedan dar cuenta de una situación total. En esta línea se ubica el intento de forjar indicadores “trazadores” o de conjunto, que se han elaborado en algunos programas de desarrollo comunitario, en forma de enriquecer la visión de la realidad con indicadores cualitativos (por ejemplo, los de carácter perceptivo) que pretenden recoger el significado que tiene para la población local la realidad de su desarrollo; así mismo, determinar las nuevas posibilidades de éste para efectuarse con apoyo en la capacidad de iniciativa de la propia población.
Estos nuevos tipos de indicadores como son los de “conjunto”, así como los que se expresan en mediciones no numéricas (por ejemplo la medición de la maduración política y organizativa de la población) tratan de mejorar los límites de comprensión de la realidad. No obstante, el problema planteado no se resuelve como sumatorias de indicadores de diversos tipos.
La cuestión no es llegar a explicaciones cada vez más exhaustivas por agregación, sino poder enriquecer la relación con la realidad en la forma más inclusiva posible; esto nos plantea la urgencia de tener que mejorar las conexiones con lo real-empírico.
Así, el problema a resolver es, en el fondo, el de cómo establecer una relación entre los diversos conceptos—indicadores y lo empírico que pretenden denotar, para que la estructuración o encadenamiento de ellos, al mismo tiempo que refleje las características específicas de una situación dada, pueda señalar las diferentes direccionalidades posibles de su desarrollo.
A estas cuestiones pretende el planteamiento del diagnóstico como campo de posibilidades si bien no ofrecer respuestas definitivas, al menos señalar el camino por donde es plausible encontrarlas.
La perspectiva de la reconstrucción de una situación dada, en cuanto busca descubrir la articulación de la misma, la visualiza como producto de procesos anteriores. Y en tanto intenta descubrir las potencialidades que ofrece, busca determinar la capacidad social necesaria para imprimir posibles cambios.
Todo ello supone dar cuenta de la doble dimensión de todo corte del presente: a) la dimensión vertical, esto es, la articulación de un momento o coyuntura y, b) la dimensión longitudinal, esto es, el movimiento o la secuencia de momentos.
¿Qué papel juegan en este punto los indicadores? ¿cómo pueden usarse o construirse de forma que respondan a estos requerimientos?
Considerando la conjugación de estos dos parámetros, lo central en el diagnóstico es dar cuenta de la capacidad social para reconocer alternativas de opciones. Por ello, el problema se ubica en las diferentes estrategias de las fuerzas sociales que intervienen y que son las que configuran el contexto que permite definir los significados específicos de los indicadores. De tal suerte que los indicadores y el indicatum a que hacen referencia pueden variar de sentido —en tanto denotaciones— de acuerdo al punto de partida, esto es, al proyecto estratégico que sustenta su interpretación como datos de la realidad.
Notas al pie
1 Hugo Zemelman, “Sugerencias para un diagnóstico sociológico para apoyar programas de educación radiofónica orientadas al cambio social” (Revista del Centro de Estudios Educativos, vol. V, núm. 2, 1975, p. 54).
2 Hugo Zemelman, op. cit. p. 55. A este respecto no deben olvidarse trabajos ya antiguos como los de J. Ziolkowsky y H.J.A. Morsink: “Problemas metodológicos en la sociología del desarrollo regional” (CEPAL, 1969) y “Five Fields for a Sociology of Regional Development” (UNRISD, 1969).
3 Se hace referencia a la distinción entre procesos estructurales caracterizados por reconocer un autodinamismo, con procesos coyunturales cuyo dinamismo se explica por la intervención de prácticas sociales, las cuales no pueden confundirse con una simple subjetividad, sino como una necesidad potencial objetiva de la realidad.
4 Para mayor abundamiento sobre este punto, consúltese Hugo Zemelman, Uso Crítico de la teoría (El Colegio de México, Universidad de las Naciones Unidas, 1987).