ETNICIDAD Y PLURALISMO POLÍTICO EN EL ÁFRICA NEGRA
MASSIMANGO CANGABO KAGABO
El Colegio de México
DESDE LAS INDEPENDENCIAS POLÍTICAS de los estados africanos hasta hoy día, la etnicidad ha centrado la atención de los estudiosos del proceso sociopolítico africano. Esta implica el conjunto de elementos vinculados con la problemática étnica dentro de los nuevos estados africanos. La mera definición del término “etnia” ha provocado numerosos debates en el medio de las ciencias sociales. Lejos de comprometernos con dichos debates, tratamos de entender la etnia como un grupo sociocultural organizado, consciente de su existencia y reproducción y cuyos miembros presentan ciertas características comunes de pertenencia al mismo grupo, de tal modo que se distinguen de los miembros de otros grupos con características de pertenencia diferentes de las suyas.
La concepción que tiene E. Ellis Cashmore de la etnicidad no está tan lejos de nuestro punto de vista. Según este autor:
La etnicidad se refiere a la gente o a la nación. En su forma contemporánea, la etnia sigue conservando este significado básico, en el sentido de que describe a un grupo que posee algún grado de cohesión y solidaridad y está compuesto por gente que, al menos en forma latente, tiene conciencia de poseer orígenes comunes. Así, un grupo étnico no es simplemente una sumatoria de gente o un sector de la población, sino un conjunto autoconsciente de personas unidas, o estrechamente relacionadas por experiencias compartidas.1
Los recientes acontecimientos en torno al regreso de varios países africanos al multipartidismo han motivado nuestra reflexión sobre el futuro de Africa y de sus pueblos.
A más o menos treinta años de haberse alcanzado las independencias africanas, la situación tanto sociopolítica como económica de Africa ha empeorado. Al buscar las razones de esta problemática, varios críticos, tanto africanos como extranjeros, han aducido causas internas y externas. En relación a las primeras, se le ha atribuido responsabilidad sobre todo a la incapacidad política de los líderes africanos para gobernar adecuadamente. Esto ha origenado conflictos sociales marcados por antagonismos interétnicos o interregionales, que se consideran como una de las principales fuentes de la crisis política en Africa.
En cuanto a las causas externas, varios líderes africanos han culpabilizado en varias ocasiones al sistema económico dominante; es decir al capitalismo, como fuente básica del estado de la crisis de Africa. Esta argumentación fue siempre el lema sobre todo de los gobernantes africanos de la tendencia llamada progresista, comprometida con los ideales socialistas basados en el marxismo-leninismo. Tal fue el caso de Benin, Malí, Congo, Ghana, Etiopía (bajo Mengistu), Guinea (de A. Sékou Touré), Guinea-Bissau, Cabo Verde, Mozambique, Angola, etc. Dicha argumentación también sirvió como escudo para proteger la mala administración de ciertos gobernantes africanos que habían optado por la vía capitalista de desarrollo sin saber cómo adecuar dicho modelo a las necesidades de sus poblaciones: Zaire, República Centroafricana, Gabón, Togo, Kenia, etcétera.
Sea lo que sea, consideramos que si los factores que han contribuido al deterioro de la situación global en Africa son múltiples y provienen de fuentes diversas, es de suma importancia señalar que no todos tuvieron la misma intensidad en la conformación de dicho deterioro. Además, hemos preferido dirigir nuestra reflexión, por una parte, sobre la problemática étnica —a veces considerada como generadora de los conflictos sociales en los estados africanos— y, por la otra, sobre el resurgimiento del multipartidismo en Africa actual ya que éste es, a nuestro modo de ver, uno de los pilares centrales en la edificación del “nuevo estado” en África.
Antes de abordar el tema, quisiéramos presentar brevemente algunas de las características del estado negroafricano, que nace inmediatamente después de la liquidación políticoformal del régimen colonial en África, y retomar algunos de los puntos debatidos tanto por los políticos africanos como por los científicos sociales acerca de la etnicidad y de sus implicaciones en la conformación de un nuevo estado negroafricanó capaz de controlar sus contradicciones para un equilibrio funcional.
El estado africano poscolonial
Casi en toda África, el inicio de la década de los sesenta parecía prometedor, al emprenderse el desmoronamiento del imperio colonial. Los ochenta años que duró aproximadamente la colonización oficial de África no pudieron provocar cambios profundos en la mayoría de las sociedades africanas. Los nuevos estados —ya sea de las antiguas colonias francesas, británicas, belgas, etc.— logran su autonomía como resultado de largas luchas contra el imperio colonial. De hecho, éste era el enemigo común a combatir.
Más adelante se plantea el problema de las nuevas instituciones políticas que deberán regir a los pueblos independientes. Al mismo tiempo, los nuevos espacios políticos, producto de la colonización misma, le plantean problemas a los que tendrán que moverse en su seno sin tener una identificación real con ellos. Son espacios “imaginarios” para utilizar esta categoría de Gervase Clarence Smith,2 en oposición con los verdaderos espacios de identificación sociocultural, política y económica mucho más restringidos que los primeros; es decir, los espacios “convivíales”.
Los nuevos gobernantes, obligados a manejar su poder político en un marco mucho más amplio —en referencia con el espacio imaginario— y complejo, no tardan en enfrentarse a nuevos retos: por una parte, salvar a toda costa la unidad e integridad de la nueva entidad política y, por otra, evitar desvincularse claramente de su grupo social de pertenencia; es decir, de su espacio convivial. Conciliar esos dos aspectos a lo largo de las independencias ha sido una especie de rompecabezas que aún no encuentra su forma, ya que las partes del juego no han sido colocadas debidamente.
Si bien el enemigo común fue formalmente derrocado, no tardó en surgir un nuevo enemigo difícil de vencer: los grupos étnicos con tendencia a presentarse como grupos políticamente organizados dentro de ese macrosistema superficial llamado el “nuevo estado independiente”.3
Los problemas étnicos acapararán todo el proceso de la evolución política de los nuevos estados de Africa negra. En Rwanda y Burundi los batutsi y los bahutu que se enfrentan por el control del nuevo poder político; en Zaire, una tremenda lucha civil entre diversas facciones étnicas y ciánicas, aunada a la secesión de Katanga y otras tendencias separatistas, paralizan el funcionamiento de las nuevas instituciones políticas; en Kenia, los luo se enfrentan a los gikuyu; en Dahomey, los norteños están contra los sureños; en Nigeria, los yoruba, los ibo, los haussa se pelean entre sí; en Chad, los musulmanes en el norte se enfrentan a los cristianos o animistas del sur, que controlan el poder, etc. En una palabra, no hay un solo rincón del Africa negra donde las nuevas instituciones gubernamentales no se encuentren sacudidas por la resurrección de los micronacionalismos étnicos y ciánicos.
¿A qué se debe ese resurgimiento étnico-clánico en un momento en el que se recjuería más unidad para echar a andar las nuevas entidades políticas?
Consideramos que dentro del contexto histórico colonial se pueden encontrar algunas respuestas a esta pregunta. El imperio colonial, al implantarse en los diversos territorios africanos, quiso edificar estados-nación coloniales conforme a su visión eurocentrista, en los que las especificidades culturales africanas habrían de ser paulatinamente sustituidas por las culturas europeas consideradas indispensables, cuando no superiores. En realidad los colonizadores, para evitar que la conciencia anticolonial de los colonizados se despertara muy pronto, prefirieron mantener cierta distinción entre los grupos socioculturales en el seno de cada territorio ocupado. La cristianización prestó ayuda en esta labor, ya que en algunas regiones sólo una parte de la población identificada con ciertos grupos socioculturales se convertirá al cristianismo. Tal fue el caso de los bahutu en Rwanda, de los ibo y los yoruba en Nigeria, etc. El sistema colonial, pues, a pesar de querer imponer su cultura, prefirió mantener separados a los diversos grupos étnicos, a fin de sacar mejor provecho de ellos y controlarlos.
Al paso del tiempo, se irá forjando en los colonizados la conciencia de liberarse de la explotación y la dominación coloniales. Esta conciencia irá más allá de las pertenencias y conciencias étnicas para enfrentar el gran mal cuya destrucción era inminente: el imperio colonial. Sin embargo, eso no implicó que esas pertenencias y conciencias étnicas hubieran desaparecido con la colonización, sólo que no fueron relevantes durante ésta, ya que pudieron sobrevivir a ella —aunque con baja intensidad— y volvieron a surgir con alta intensidad dentro de los nuevos estados independientes, puesto que la causa fundamental de su apaciguamiento ya había desaparecido. En otros términos, podría decirse que lo ciánico, lo étnico, lo regional existieron siempre en Africa a pesar del breve paréntesis que abarca la colonización oficial de África. No fueron los europeos c raba, los beté, los baulé, quienes inventaron a los fon, los yoos ibo, los haussa, los ngwandi, los mongo, los baluba, los bakongo, los bashi, los batutsi, los bahutu, los gikuyu, los luo, los baganda, los fulani, los shona, los ndebele, etc., a pesar de que se señale que inventaron a los “djila” (diulá-jula).4 Lo que sí hizo el colonizador fue dividirlos mediante el encierro (por ejemplo, los bakongo se encuentran tanto en Zaire como en el norte de Angola y en el Congo; los ewé están entre Togo y Ghana, etc.), o unirlos sin un elemento común de pertenencia grupal (en este caso, la mayoría de las formaciones socioculturales africanas), y conforme a sus propios intereses.
Opiniones diversas en tomo a la problemática étnica
Formularemos ahora algunos comentarios acerca de los debates sobre la cuestión étnica en África.
A nivel político, varios líderes gubernamentales de los países africanos, en busca de asentar sólidamente su poder y al mismo tiempo en la lucha por crear y mantener una unidad casi artificial y frágil de sus respetivos estados, no dudaron en proclamar una política de unidad nacional, mientras negaban la realidad étnica presente en sus sociedades estatales. Se trataba de una verdadera cruzada contra cualquier manifestación étnica capaz de poner en peligro los nuevos planes de integridad nacional. Para algunos de ellos parecía incluso más idóneo suprimir por decreto el multipartidismo e imponer un solo partido político —en general del mismo jefe de estado, que supuestamente era el reflejo de esa nueva unidad nacional. Jean Chapelle, al referirse al caso del Chad, señala que:
A partir de la independencia, el gobierno de Chad ha proclamado su condena de toda distinción étnica y la Constitución precisa que “toda manifestación o propaganda de carácter étnico es castigada”.5
De este modo, la realidad étnica aparecerá como el mayor obstáculo para llevar a cabo el proyecto global de construcción nacional en África negra. Esto conducirá a que los gobernantes entablen una lucha tremenda contra las manifestaciones de carácter étnico, sin lograr el objetivo fijado. Tal como mencionamos antes, esa lucha antiétnica se materializará en la supresión unilateral del multiparditismo, que es sustituido por sistemas de partidos únicos. Tal fue el caso de la República Democrática del Congo, hoy Zaire, con el Movimiento Popular de la Revolución de Mobutu, sin ninguna real revolución; de Costa de Marfil con el PDCI; de Chad con el PPT-RDA, etc. En el caso de los estados africanos de tendencia socialista, la opción por el sistema unipartidista era obvia: Congo, Angola, Mozambique, Tanzania, Guinea-Bissau, Guinea-Conakry, etcétera.
Todo lo anterior fue hecho para frenar la presencia casi exclusiva de las etnias dentro de las manifestaciones políticas (como en la República Democrática del Congo donde, de hecho, todos los partidos tenían cierta implicación étnica) y sociales (en algunas regiones o provincias del mismo Congo-Léopoldville ciertos equipos de fútbol eran tribales: ejemplo, el Bushi de los bashi, el Unerga de los warega, el Maniema de los bakusu, etc.). Cabe, sin embargo, señalar que en Benin, bajo el gobierno de M. Kerekú, se reconoció oficialmente la realidad étnica como componente importante de la conformación social nacional, pero ese reconocimiento no rebasó el nivel del puro discurso político.
Pero conforme pasó el tiempo, la etnicidad no tardó en reaparecer, ya que los mismos líderes gubernamentales, para consolidar su poder y aferrarse a él, tuvieron que recurrir a los apoyos ciánicos, étnicos y locales, olvidando su proyecto inicial de construir la nación fuera de las micronaciones étnicas; es decir, desde arriba de sus sociedades estatales. Esta perspectiva de la nación era, por supuesto, totalmente irreal y muy frágil. De este modo, el presidente F.H. Boigny —a pesar de su larga experiencia política o quizás contando con ella— promovió la unidad nacional alrededor del PDCI, apoyándose en su grupo tribal, los baulé; Mobutu Sese Seko de Zaire, a pesar de su MPR y de sus discursos nacionalistas, siempre se ha apoyado en los ngwandi, su grupo de pertenencia sociocultural, al cual otorga más preferencias y privilegios que a los demás.
Los mismos supuestos artesanos de la unidad nacional vinculada con los nuevos espacios políticos —que hemos acordado calificar como “imaginarios”—, habrían de convertirse en los principales tribalistas, clanistas y localistas en el sentido menos constructivo del término, puesto que entonces parecería como si la obligación de construir la nueva nación le incumbiera a los demás grupos étnicos o regionales, que debían olvidar por ley su realidad de pertenencia grupal, mientras que la etnia o las etnias en el poder podían seguir viviendo en su círculo más reducido, para preservar sus intereses. Fue el advenimiento de las dictaduras ciánicas, tribales o étnicas sobre el resto de la sociedad estatal, en los llamados estados “modernos” africanos.
Esto agudizará la crisis del estado en África. Tal crisis implicará, por una parte, la inestabilidad gubernamental, reflejada en el ascenso de los militares al poder y en la incapacidad de éstos para gobernar democráticamente y, por la otra, el marasmo económico y disturbios sociales a favor del cambio. Cabe recordar que los gobernantes militares y los escasos líderes civiles que quedaron simplemente suprimieron el pluripartidismo creando partidos únicos que, según ellos, iban a expresar el nuevo proyecto de integración nacional, evitando así el impacto tribalista o etnicista del multipardismo, que conducía a la atomización sociopolítica y económica de los nuevos estados.
Ante ese binomio “partido-etnia o partido-nación”, desde una perspectiva micronacionalista y macronacionalista, los científicos sociales han tomado diversas posiciones.
Una corriente de pensadores africanos siempre ha tratado de explicar las crisis sociopolíticas africanas desde el enfoque marxista, lo que implica la confrontación de los intereses que se reflejan en las relaciones de clases sociales en Africa. Esa corriente no le confiere al fenómeno étnico una gran relevancia como motor de la vida política nacional, ya que detrás de él hay factores más determinantes que sólo se pueden percibir y entender a partir de las relaciones de explotación de las fuerzas productivas del país por un pequeño sector, es decir, la clase de los propietarios o controladores de la mayor parte de los bienes e instituciones políticas de los nuevos estados.
Otros pensadores africanos minimizan aún más el fenómeno étnico dentro del quehacer político de los nuevos estados argumentando que la etnia fue una invención del sistema colonial. Carlos Lopes, refiriéndose a Jean-Loup Amselle y a Elikia M’Bokolo, escribe en este sentido:
La causa parece pues clara: durante el periodo precolonial no existió nada semejante a una etnia. Las etnias no se derivan más que de la acción del colonizador que, en su voluntad por territorializar el continente africano, ha establecido entidades étnicas que luego fueron reapropiadas por las poblaciones. Desde esta perspectiva, la etnia, al igual que numerosas instituciones pretendidamente primitivas, no sería más que otro falso arcaísmo.6
Sin embargo, si se observa detenida y fríamente la situación social en Africa, pronto se percibe que hay varios aspectos de la vida social africana que aún no pueden explicarse o reducirse, al solo fenómeno de las clases, ya que las clases sociales en África negra —si es que realmente las hay— siguen presentando un contenido muy difuso y alejado de la concepción marxista de clase, propia de las sociedades marcadamente capitalistas.
En relación con lo anterior, Robert Buijtenhuijs subraya el carácter relevante del fenómeno de pertenencia étnica del personal del estado, para explicar los antagonismos sociales y nacionales dentro del estado africano, sin plantear por lo tanto la naturaleza misma del estado. Según el mencionado autor:
Eso debe relacionarse con el carácter difuso, de alguna manera “inacabado”, de las relaciones de clase en las sociedades africanas. Contrariamente a la situación que caracterizó a las sociedades europeas del siglo XIX, donde dominó la dicotomía burguesía-proletariado [. . .], el capitalismo periférico que se implantó en África negra se ha utilizado para borrar las pistas. Los vestigios sustanciales de las redes socioeconómicas precapitalistas fueron incorporados al tejido de las relaciones de explotación capitalistas: los trabajadores migrantes que conservan sus derechos sobre la tierra y que dejan sus familias en la aldea; los campesinos que producen para el mercado mundial, cubriendo sus propias necesidades de alimentación, lo que le permite a los empresarios capitalistas ofrecerle a los campesinos salarios y premios más bajos que si esos obreros o esos productores estuvieran totalmente proletarizados. Esta articulación bastante particular de los modos de producción ha creado una estructura de clase poco clara, poco propicia para el surgimiento de una conciencia de clase proletaria bien determinada. De allí, en parte, la tendencia de las “grandes masas” africanas a seguirse refiriendo a los antiguos, esquemas étnicos, regionales o religiosos.
De allí probablemente también la dificultad, para los intelectuales africanos, de elaborar ideologías adaptadas a las condiciones específicas del continente negro. En este campo, las carencias son particularmente notables. En la mayoría de los casos, los movimientos revolucionarios africanos han tomado prestadas sus doctrinas de Occidente, sin hacer el menor esfuerzo por adaptarlas a las realidades locales [. . .]7
Esta relevancia de la realidad étnica en el desenvolvimiento de los procesos sociopolíticos africanos la ratifican otros científicos sociales africanos para quienes no es posible hablar de invención de la etnia, ya que ésta constituye una realidad sociocultural y política que existió antes de la colonización, sobrevivió a ella y resurgió con más fuerza en el estado africano poscolonial.
Este fue el sentido en el que Ferdinand Nahimana8 le preguntó a los demás participantes de la mesa redonda sobre la cuestión étnica, si acaso los grupos tutsi, hutu y twa de Rwanda-Burundi tuvieron conciencia de su existencia sólo a partir de la colonización, cuando todos saben que la antecedieron.
No se puede cuestionar la existencia de esas diversas categorías socioculturales africanas. Su impacto en el desarrollo de los procesos históricos de las sociedades africanas es obvio. Las grandes civilizaciones africanas —antes, durante y después de la colonización— han estado siempre marcadas por diversas relaciones intergrupales. Cada uno de esos grupos constituye entidades culturales homogéneas, cuyas denominaciones no fueron siempre producto de un invento colonial. Esto implica, además, tener la prudencia de evitar cualquier tipo de generalización que simplifique la problemática étnica en Africa.
Quizás lo que se puede discutir sea el concepto de etnia, tribu, raza, etc., como expresión de la identificación de una categoría social determinada, y no dicha categoría social en sí como producto de la colonización. Aunque una vez que dicho concepto se acepta y se identifica con alguna categoría social existente, eso no implica que sea un intento de la colonización, ya que se trata de una realidad generalmente independiente del surgimiento del sistema colonial que se sirvió de ella para alcanzar su propósito: dominar y explotar.
De hecho, tal como ya había señalado Sylvain Carreau, la categoría etnia permea todos los sectores de la vida nacional de los estados africanos, en los cuales actúa conforme a los intereses de las diversas conformaciones sociopolíticas que de ninguna manera pueden dejar de involucrarse con dicha categoría. La etnia es pues una realidad sociopolítica presente y activa en el actual estado africano. No querer reconocerlo es como querer tapar el sol con un dedo. Jean Chapelle nos advierte sobre aquellos que intentan crear cierta “unidad nacional” suprimiendo, incluso por decreto, cualquier manifestación social tendiente a hacer pensar en la existencia de la etnia:
Si en los textos y en los discursos se toman semejantes precauciones es debido a que el hecho étnico molesta, porque es real. Constituye la fuente primordial de un sentimiento social colectivo; resulta, por lo tanto, normal que los que quieren situarse en el plano nacional, busquen desembarazarse de él para superarlo. Pero, de todas maneras, uno no puede ignorarlo. La variedad de la herencia cultural no es, desde nuestra perspectiva, un obstáculo sino una riqueza. Un mosaico bien ensamblado puede ser más sólido que una capa de yeso superficial.9
Esta “capa de yeso superficial” corresponde a una seudonación erigida sobre los macroespacios imaginarios estatales africanos.
Etnicidad y multipartidismo en el África negra
Nuestra próxima interrogante se refiere a la situación actual de la etnicidad frente a la reciente tendencia a retornar al pluralismo político en África negra.
Treinta años después del inicio de la descolonización, las diversas contradicciones sociales producidas en las sociedades de África han conducido a las actuales instituciones políticas africanas a su cuestionamiento por parte de sociedades civiles estatales. Hay que reconocer, además, que los recientes cambios políticos ocurridos en los países de Europa central y del este, que implican el fin del socialismo en algunos y, al mismo tiempo, el derrocamiento de los caudillos totalitarios de dichos países, tendrán cierta incidencia sobre el despertar decidido de las poblaciones africanas, que salen a las calles para exigir la democracia y el fin de las dictaduras.
Con este trasfondo, en 1990-1991 se producen varios disturbios sociales prodemocráticos en diversos centros urbanos: en Kinshasa, en Lubumbashi, los estudiantes universitarios son masacrados por un comando del gobierno de Mobutu; en Dakar, en Abidjan, el presidente F.H. Boigny se ve obligado a aceptar el retorno al multipartidismo y a convocar nuevas elecciones presidenciales y legislativas a las que, según ciertos medios informativos, manipula para mantenerse en el poder con su PDCI, que ya tendrá que contar con la fuerza de la oposición; en Monrovia, el presidente Samuel Doe termina mutilando su vida; en Cabo Verde y Sao Tomé respectivamente los partidos de oposición suben al poder, poniendo fin a largos años del monopartidismo; en Bamako, cae por un golpe de estado, Moussa Traoré; en Cotonú, la oposición gana las elecciones y pone fin a la larga dictadura de Mathieu Kérekú; en Lomé, Yasingbe Eyadema pierde el poder; en los países autoproclamados socialistas como Mozambique, Congo y otros como Tanzania, Uganda, RCA, Zaire, etc., se reconoce el multipardismo. El vendaval del cambio sacude así a todo el continente, y nace la esperanza de que aparezcan nuevos sistemas políticos comprometidos con las masas africanas, inicialmente apartadas del proceso político.
Sin embargo, las cosas no serán fáciles, en cuanto a la situación socioecoómica se refiere, para el arranque de esos nuevos sistemas políticos democráticos africanos, ya que la mayoría de los países africanos se encuentra en medio de crisis agudas, creadas, en gran parte, por los regímenes cuestionados.
En ciertos medios políticos tanto africanos —sobre todo las dictaduras— como extranjeros —los regímenes clientes del statu quo político en Africa— se argumentó que los africanos no estaban preparados para el pluralismo político, a causa del peligro que representan las entidades étnicas por su participación en el quehacer político nacional. Se alude allí a los años sesenta, durante los cuales la estabilidad de los nuevos estados se vio comprometida por las rivalidades intertribales que condujeron a conflictos de larga duración. La solución que se encontró a dichos conflictos fue el presidencialismo negroafricano que implicó una fuerte centralización del poder, la supresión del multipartidismo y el advenimiento de regímenes militares de corte dictatorial que crearon partidos únicos a los que entonces se consideró como la única vía para acabar con los conflictos tribales y para alcanzar esa nación imaginaria, muy alejada de la verdadera realidad nacional africana, que se refleja en las micronacionalidades étnicas estatales.
Durante esta fase del presidencialismo negroafricano, los nuevos líderes gubernamentales, lejos de llevar a cabo un verdadero proyecto de construcción nacional fundado en el apoyo justo a las diversas agrupaciones culturales del estado, y dispuestos a consolidar su poder y su permanencia en él, se apoyan en sus grupos ciánicos, étnicos y regionales, a los cuales conceden muchas ventajas económicas mientras perjudican a los de “afuera”, generando de este modo la agudización latente del antagonismo entre los grupos socioculturales en el poder y la mayoría, excluida del real proceso político estatal. Así como antes todos se encontraban unidos contra el enemigo común, el colonizador, ahora se han unido para derrocar al nuevo enemigo común, el fantasma clánico-tribal del grupo en el poder, que ha consolidado su bienestar a costa del empobrecimiento y la explotación de los demás grupos socioculturales. La decisión de estos últimos de acabar con el nuevo enemigo, así como su proyecto de una participación plural en el poder, se producen en un momento en el que Africa ya ha madurado políticamente y desea dejar atrás los factores de división que podría poner en peligro el nuevo proyecto de construcción nacional.
No compartimos, pues, el punto de vista que tiende a vincular negativamente la problemática étnica con cualquier proyecto de construcción democrática pluripartidista en Africa. Queda claro que los estados africanos, conforme a lo dispuesto por la carta de la OUA sobre la intangibilidad de las fronteras heredadas de la colonización, deben mantener sus delimitaciones territoriales tal como son, al menos que mediante acuerdos mutuos, uniones o cesiones territoriales, decidan hacer cambios para evitar situaciones de beligerancia que, de hecho, pueden poner en tela de juicio todas las fronteras en África.
Al mismo tiempo, estas entidades estatales deberán consolidarse y reproducirse a partir de la cohesión de las microentidades espaciales que, en general, corresponden a sus propios grupos socioculturales. Es decir, que esta nueva relación “estado pluripartidista-étnica” podría encontrar una vía armoniosa de salida. Esta quizás se desarrolle mejor a través de la fórmula político-jurídica del federalismo y no dentro de un aparato “unitarista”, muy alejado de la realidad cotidiana africana marcada por la etnicidad. Poco importa que algunos partidos tengan características ciánicas étnicas o regionales. Al fin y al cabo, se trata de alcanzar lo complejo a partir de lo simple. De lo contrario, se podría caer en la trampa peligrosa del estado-nación origenada en Europa, y en la cual caen hoy en día muchos países como la URSS, Yugoslavia, Georgia, España, India, Srilanka, etc., al querer volver a lo simple que parece más realista, profundo y sólido que lo complejo, que permanece idealista, superficial y frágil.
BIBLIOGRAFÎA
BUIJTENHUIJS, R. Le Frolimt et les guerres civiles du Tchad (1977-1984) La révolution introuvable, Paris, Karthala, 1987.
CARREAU, S., “Langues, ethnies et construction nationale en Afrique noire: Le cas du Zaire”, en D.N. Lorenzen (comp.), Studies on Asia and Africa from Latin America, Mexico, El Colegio de México, 1990.
CHAPELLE, J., Le peuple Tchadien. Ses racines, sa vie quotidienne et ses combats, Paris, L’Harmattan, 1986.
CHRETIEN, J. P. y G. PRUNIER, Les ethnies ont une histoire, Paris, Karthala, 1989.
YOUNG, C., The Politics of Cultural Pluralism, Wisconsin, The University of Wisconsin Press, 1979.
Notas al pie
1 E. Ellis Cashmore et al., Dictionary of Race and Ethnic Relations, Londres, 1988, p. 97
2 Véase en J. P. Chretien, y G. Prunier, Les etJmies ont une bistoire, Ed. Karthala, París, 1989, p. 434. Cabe precisar que G. Clarence-Smith menciona “comunidades imaginadas y convivíales” mientras nosotros hablamos de “espacios imaginarios y convivíales”.
3 Véase Sylvain Carreau, “Langues, ethnies et construction nationale en Afrique noire: Le cas du Zaire”, en David N. Lorenzen, (comp.) Studies on Asia and Africa from Latin America, El Colegio de México, México, 1990, pp. 205-240.
4 Véase Carlos Lopes, “Transition historique et ethnicité en Guinée-Bissau”, en J. P. Chretien y G. Prunier, op. cit., p. 380.
5 Jean Chapelle, Le peuple tchadien. Ses racines, sa vie quotidienne et ses combats, L’Harmattan, París, 1986, p. 165.
6 Carlos Lopes, op. cit.
7 Robert Buijtenhuijs, Le Frolinat et lesguerres civiles du Tchad (1977-1984). La révolution introuvable, Ed. Kathala, París, 1987, pp. 420-421.
8 Véase J. P. Chretien, y G. Prunier, op. cit., p. 432.
9 Jean Chapelle, op. cit., pp. 165-166.