El Camino del Cravo
Esta es una ruta que desde tiempos prehispánicos ha conectado las poblaciones
asentadas en la región de la Orinoquía colombiana o también llamados los llanos
orientales y en especial del Casanare con la zona del altiplano Cundiboyacense en
la cordillera oriental colombiana, especialmente con el valle de Iraca y las
provincias del Sugamuxi y El Tundama.
Durante el periodo colonial fue un camino real que conducía de los llanos del
Casanare a Sogamoso, dado que su mantenimiento era financiado por la real
hacienda, y durante la república fue un importante camino de herradura el cual era
adecuado con cierta frecuencia por el gobierno nacional, departamental, vecinos,
o usuarios para facilitar el tránsito de personas, animales y mercancías por esta
ruta.
El nombre de Camino del Cravo, Carretera del Cravo o Ruta del Cravo Sur le fue
dado al parecer durante el periodo republicano, especialmente en el siglo XX,
dado que el nombre de río Cravo sólo se le daba a este curso de agua desde
Labranzagrande a tierras cálidas hasta su desembocadura en el río Meta, aguas
arriba se le conocía como río Playón. Sismosá, Salinas o Labrancero dependiendo
del sector referido; por otra parte en los textos de Jorge Brisson en su libro
Casanare de fines del siglo XIX nunca nombra al camino de alguna forma
específica. Durante la colonia algunos cronistas se refirieron a la ruta del Cravo,
pero referían específicamente al tramo que iba de Moarroquín a Labranzagrande.
El camino del Cravo de acuerdo a las intervenciones que el gobierno colombiano
ha realizado a esta ruta desde el siglo XX, sigue especialmente el curso de dos
ríos, por el flanco oriental de los Andes va paralelo al río Cravo Sur, que es
tributario del río Meta y se encuentra dentro de la cuenca del río Orinoco, por el
flanco occidental sigue el curso del río Playitas, Mongüa o Gámeza que es
tributario del río Chicamocha, el cual también fue llamado como río Sogamoso
durante la colonia y la temprana república, y el cual mantiene ese nombre aguas
abajo del municipio de Cepitá en Santander, este río es tributario del río
Magdalena que a su vez desemboca en bocas de ceniza frente a Barranquilla.
Una de las variantes principales del camino abandonaba la cuenca del Cravo Sur
a la altura de Labranzagrande para subir al páramo de Toquilla por la cuenca del
río Cusiana e ingresar por el sur del valle de Sogamoso.
El camino del Cravo fue especialmente transitado durante el periodo colonial y la
temprana república en el tramo que conecta a la ciudad de Sogamoso y el
piedemonte llanero en lo que hoy en día son los municipios de Yopal, Nunchía,
Pore y Paz de Ariporo. Todos los viajeros de este camino debían pasar por
Labranzagrande y atravesar el Alto de San Ignacio o el páramo de Toquilla, donde
existían alturas superiores a los tres mil metros sobre el nivel del mar. El Camino
del Cravo si bien tuvo un eje principal que fue trazado y adecuado en varios
sectores a principios del siglo XX por el Gobierno Nacional, desde tiempos
prehispánicos era una convergencia de caminos, desechos, rutas con diferentes
orígenes y destinos que tenían como eje la cuenca del río Cravo Sur.
Los viajeros que tomaban el Camino del Cravo desde los municipios de Gámeza y
Mongua hacia las veredas de Sirguazá y Sismosá debían sortear unas pendientes
fuertes desde el páramo de San Ignacio hasta el sector de El Chuscal, desde allí
se bajaba por un camino al que algunos le llamaban la Z, que iba paralelo a la
quebrada Chuscal y dicho tramo empinado terminaba donde se encuentra la
quebrada con el río Cravo Sur que desciende de los páramos de Tasco.
El punto de convergencia de los caminos que descendían de los páramos
anteriormente señalados y de las poblaciones de tierras cálidas era el pueblo de
Labranzagrande, desde donde se podía ir en diferentes direcciones; se podía
tomar en dirección a Morcote y de allí a Nunchía y Macuco, también se podía ir a
Tame después de pasar por Támara, Lope y Ten, se podía ir a Paya para llegar a
Nunchía y bajar a Pore buscando el río Pauto que era navegable en su parte baja,
o se podía descender por el Cravo para ir a Marroquín, el Morro, el Aracal, Yopal,
y de allí se podían buscar puntos de embarque en el río ya que este era navegable
cuando menos 150 kilómetros antes de su desembocadura en el río Meta.
La existencia de varios caminos que desembocaban en la ruta del Cravo obedecía
a dos elementos, por una parte los campesinos de diferentes pisos térmicos en
vastas regiones buscaban comercializar o intercambiar sus productos en zonas
donde sus productos adquirieran mayor valor, esto los llevaba a tierras cálidas o
frías en diferentes centros de comercialización y consumo, por otra parte el
comercio ganadero requería diferentes caminos o desechos que les llevaran a
haciendas ubicadas en diferentes lugares del Valle de Iraca donde era estanciado
para recobrar peso y ser posteriormente distribuido a los centros de consumo.
Podrían determinarse como los puntos más extremos del camino en tierras frías la
ciudad de Sogamoso y el municipio de Corrales1, donde se encontraban las
principales estancias ganaderas como los sitios de destino por excelencia de las
arrierías en la cuenca del río Chicamocha, por otra parte en la región del
piedemonte llanero hubo diferentes lugares a lo largo del tiempo, en la temprana
colonia fueron importantes las haciendas jesuitas cuyos epicentros de operación
se encontraban en el piedemonte llanero, luego adquieren relevancia poblaciones
como Morcote y Támara, posteriormente aparecen centros poblados importantes
entre los cuales se encuentran Nunchía, Labranzagrande, Marroquín y El Morro.
Es de anotar que los cargueros y arrieros desde la temprana colonia recorrían
vastas zonas del piedemonte llanero, sin embargo dinámicas sociales hicieron que
algunas poblaciones desaparecieran o perdieran su relevancia como es el caso de
Marroquín, Moreno, La Fragua, Zapatosa, algunas decayeron y perdieron su
relevancia como es el caso de Morcote o Mómbita y otras se extendieron
recientemente como es el caso de Yopal o el centro poblado El Morro.
1
Población fundada en 1782
Por el lado de la cuenca del río Chicamocha los caminos de arriería conectaban
vastas regiones de los andes orientales, esos caminos llegaban incluso al lago de
Maracaibo, la costa norte colombiana o la región del Magdalena, sin embargo era
frecuente que las arrierías del Camino del Cavo conectaran con sitios como San
Gil, Socorro o Málaga en Santander, Bogotá y Zipaquirá en Cundinamarca o
Pamplona y Chitagá en Norte de Santander.
Los pueblos de la provincia de Sugamuxi, a lo largo del tiempo y desde la colonia
como lo son Gámeza, Tópaga, Monguí, Mongua, Nobsa y Sogamoso, mantuvieron
sus lugares de fundación hasta la actualidad. A diferencia de los pueblos que se
fundaron desde la colonia en los llanos orientales donde muchos de ellos
desaparecieron en las sucesivas olas de violencia y cambios socioeconómicos, los
del altiplano Cundiboyacense han mantenido no solo importantes bienes de
patrimonio inmueble, sino también mueble que dan cuenta de las importantes
relaciones de los Andes Orientales con los llanos.
El municipio de Corrales a pesar de que pertenece a la provincia del Tundama, ha
sostenido actividades comerciales permanentes con Sogamoso y la provincia del
Sugamuxi, su fundación data del año 1782, años después de la expulsión de los
jesuitas, y se haría fundamental para el sostenimiento de actividades comerciales
entre las tierras frías del altiplano y los llanos del Casanare una vez expulsan a la
orden religiosa anteriormente mencionada, dada su ubicación en el cruce de
caminos que van de Sogamoso al norte del departamento y desde la ruta del
Cravo hacia Duitama y Santander.
Municipio de Corrales a mediados de la década de los 50’s. Créditos a su autor.
El pasado del Camino del Cravo
La presencia humana en el área que recorre el Camino del Cravo data de cuando
menos 53 siglos antes del presente. El largo periodo de ocupación de pueblos
aborígenes tiene información fragmentada que proviene de investigaciones
arqueológicas llevadas a cabo por diferentes arqueólogos en un periodo de
cuando menos cien años si se tienen en cuenta los trabajos de registro de arte
rupestre llevados a cabo por Miguel Triana en 1924 y consignadas en su obra
magistral El Jeroglífico Chibcha.
Para el periodo colonial son considerablemente abundantes las referencias al
Camino del Cravo desde el siglo XVI hasta los últimos días de dominación
española a inicios del siglo XIX. Cronistas de indias hicieron descripciones de
carácter físico-geográfico, poblacional, administrativo e incluso anecdotario
respecto a los viajes tanto de conquistadores como misioneros y funcionarios
administrativos por las diferentes rutas que conectaban los Andes Orientales con
la región de los llanos. Esta abundante información documental denota la
importancia de estas regiones para la corona española que siempre procuró
nutrirse de diferentes fuentes de información con respecto a sus posesiones en
América.
Durante el periodo republicano los Andes Orientales y los caminos que los
conectaban con los llanos fueron el escenario de las luchas por la independencia,
apostadas en ellos las tropas realistas procuraron cerrar el paso a los patriotas
que tuvieron que diseñar múltiples estrategias para ascender al altiplano
Cundiboyacense. De las gestas independentistas abundan las descripciones y
relatos, la mayoría de ellos redactados por historiadores como Cayo Leonidas
Peñuela que narran hechos y personajes.
Después de la mitad del siglo XIX surgen abundantes documentos de carácter
público-administrativo de las direcciones departamentales o estatales y del
Gobierno Nacional que dan cuenta del estado de los caminos y rutas que
conectaban el país, por otra parte se realizan inventarios, diseños, mapas y se
planifican las políticas para la construcción y mantenimiento de los caminos. Estos
documentos permitirán a las diferentes entidades territoriales llevar a cabo las
obras e intervenciones de forma técnica en la red de caminos que conectaban
diferentes regiones del país.
Las poblaciones de Los Andes Orientales y el piedemonte llanero
Parece haber un consenso entre arqueólogos, lingüistas e historiadores sobre la
frontera étnica que encontraron los exploradores europeos a su llegada en el
piedemonte llanero, éstos arribaron a pueblos con importante asiento en los Andes
Orientales que se prolongaban culturalmente hasta las estribaciones de la
cordillera e incluso en algunos sectores de los llanos podían tener acceso a zonas
planas, donde mantenían permanente contacto con las poblaciones de las
regiones de la Orinoquía colombo-venezolana.
A pesar de que la densidad de población no parece haber sido alta para las
estribaciones de la cordillera de los Andes en límites con los llanos orientales, los
registros documentales muestran que prácticamente en todos los niveles
altitudinales, cuencas, microcuencas y ecosistemas hacían presencia grupos
humanos de todo tipo, que iban desde los completamente sedentarizados y
dependientes de la agricultura hasta grupos muy móviles de cazadores
recolectores que transitaban zonas amplias.
Al día de hoy los únicos fechamientos que tenemos para una ocupación
prehispánica en la ruta del río Cravo Sur proviene de un estudio de arqueología
preventiva realizado por los arqueólogos Roncancio y Pérez (2011), estos fueron
obtenidos de una muestra carbón mediante la técnica de C14, a una altura de
1100 msnm en el corregimiento de El Morro, el análisis arrojó una antigüedad
máxima de 5300 años antes del presente (5300 +- 40 BP).
Las excavaciones de Roncancio y Pérez evidenciaron la existencia de caminos,
aterrazamientos y la presencia de abundante cantidad de material arqueológico
representado en elementos líticos y cerámicos con diferentes funcionalidades, esto
implica redes de intercambio que deberán ser investigados en contextos más
amplios en el piedemonte llanero y las estribaciones de los Andes Orientales para
determinar dispersiones estilísticas o posibles patrones, sugieren como lugares de
interés para futuras investigaciones a los municipios de Pajarito y Labranzagrande.
Por otra parte las investigaciones llevadas a cabo por Langebaek, Giraldo, Bernal,
Monroy y Barragán en el año 2000 titulado Por los Caminos del Piedemonte
presentan como resultado de las investigaciones arqueológicas realizadas a lo
largo del Camino del Cravo dos resultados positivos para presencia de material
cerámico, uno en cercanías de Sogamoso donde hallan fragmentos de cerámica
colonial-republicana y en el tramo El Morro-Labranzagrande el camino parece
haberse superpuesto a un antiguo sitio de ocupación prehispánica de acuerdo al
tipo de cerámica hallada.
Sabemos por información documental proveniente de los cronistas que gran parte
del Camino era habitado y transitado por comunidades indígenas muiscas, desde el
municipio de Sogamoso hasta Labranzagrande. Rastreando la toponimia del lugar
nos encontramos con muchos vocablos de origen chibcha en la región del
piedemonte llanero (veredas Chaguazá, Ochica, Usaza, Uchuvita, Suacía, Cuaza
en Labranzagrande; Soapaga, Mómbita Tutazá en Paya, Tisagá, Guayaque en
Yopal), lo que nos permite pensar que esta era una zona de contacto entre
comunidades chibchahablantes y grupos orinoquenses como los cuibas, achaguas,
guahibos, chiricoas entre otros.
De acuerdo al historiador Juan de Castellanos refiriéndose a la expedición de
Spira o George Von Speyer éste encontró en las cabeceras del río Cravo
población Tuneba, es de anotar que en esta región de Boyacá hacían presencia
las etnias muiscas, laches y tunebas o U´was, siendo en ocasiones confusos sus
límites culturales y territoriales, teniendo en cuenta que hoy en día sólo existe
población indígena U´wa sólo fue posible confirmar que ellos reconocían como
territorio propio en cercanías al Cravo Sur a la población de Chita o Chitáa,
nombre que ellos mencionan que traduce límite, también significa vara de caña (la
caña es usada como sistema de medida entre los U´was tradicionales). En el
registro arqueológico es aún más complejo encontrar elementos materiales que
diferencien estas comunidades.
Es probable que estos grupos indígenas compartieran creencias religiosas, mitos,
formas de producción, tecnologías y ocupación del territorio. La presencia de
estatuarias en las salinas de Mongua, menhires, conchas de caracol entre otros
objetos que hoy en día se encuentran a buen recaudo en el museo de dicho
municipio y elementos arqueológicos que se hallan en el Museo Arqueológico
Eliécer Silva Celis de Sogamoso, dan cuenta de los rasgos culturales que
compartían los pueblos de la cuenca alta del río Cravo con las creencias
cosmológicas y cosmogónicas del pueblo U´wa.
Las poblaciones indígenas de las estribaciones de los Andes Orientales que
estaba sedentarizadas sustentaban sus formas de vida en el cultivo a pequeña
escala de maíz, fríjol, yuca, cacao, algodón y practicaban la cacería y la pesca
para suplir las necesidades proteínicas, adicionalmente hacían uso de plantas con
poderes psicoactivos como el yopo, el tabaco y la coca.
El poblado indígena más relevante encontrado por los peninsulares en la cuenca
del río Cravo se hallaba en Labranzagrande, desde el año de 1586 hay registro de
evangelizadores para el lugar y desde 1754 nombramiento de alcaldes, de
acuerdo a Correa (1987: 290) “a este pueblo concurrían las tribus Achaguas,
Tunebas, Jiraras, Guahibas, agrupaciones aborígenes que tenían su residencia en
la llanura y en las faldas de la cordiellera”.
Los grupos del piedemonte llanero se autoabastecían de productos artesanales
necesarios para su subsistencia como la cerámica y adornos, de acuerdo con
Langebaeck (2000: 19) “prueba de esto es que las excavaciones arqueológicas
realizadas en los llanos no dan cuenta de cerámica u otros bienes traídos de los
Andes Orientales, sino más bien de artefactos producidos localmente”, lo cual se
transformará durante el periodo colonial y republicano por la penetración de
nuevas poblaciones y sistemas económicos.
Es importante anotar que el registro arqueológico asociado al Camino del Cravo
es complejo de datar para periodos prehispánicos, en la medida que éste antes de
la llegada de los europeos no existió en función del movimiento de cargas
pesadas, cosa que sí sucede cuando son introducidos los ganados de origen
europeo que obligaban a hacer adecuaciones con el fin de disminuir
especialmente los grados de pendiente y el ancho de las picas o senderos que
eran transitadas por la población indígena.
En cuanto a la cosmovisión que pudieron tener los pueblos de la zona, recurrimos
al pensamiento del pueblo U´wa, el cual concibe como sitios sagrados las
montañas, lagunas, cuevas y rocas (Cabrera 2018: 99), a ellas se les rinde culto y
respeto, esta cosmovisión coincide con relatos orales que fueron recogidos entre
campesinos de los páramos de Mongua durante el trabajo de campo, me
conmovió profundamente el relato de la señora Mery Cuta, quien comentaba que
los abuelos de su mamá, una señora que ronda los 100 años de edad, se
suicidaron sumergiéndose en la laguna de Noacá cuando les dijeron que los iban
a bautizar quisieran o no hacerlo y en caso de oponerse los llevarían amarrados.
Este testimonio es único dado que se cree que la cosmovisión de los pueblos
indígenas de la región desapareció tempranamente durante la colonia.
Las historias y mitos asociados a las montañas, lagunas y piedras entre los U´wa y
la gente de las zonas rurales de Mongua y Monguí guardan cierto tipo de relación,
aunque en la cultura campesina han perdido en cierta forma su valor cosmogónico
para volverse elementos supersticiosos a los que se debe guardar respeto.
Algunos cerros han sido coronados con santuarios, al igual que grutas, algo similar
a lo sucedido con la cueva de la cuchumba en Güicán donde superpusieron a la
virgen morena en un sitio sagrado para los indígenas U´wa.
En las Salinas de Mongua fueron “halladas” un conjunto de rocas talladas de
diferentes dimensiones con figuras antropomorfas, al lugar llegó Eliécer Silva Celis
el año de 1967 para valorarlas, dicho investigador asoció el lugar como un centro
ceremonial donde se practicaban ritos agrarios, de fecundidad, ofrecidos a los
dioses entre otros. Desde el sitio donde fueron halladas las rocas se divisan los
cerros de San Jerónimo, Los Frailes y san Laureano en la parte alta de la cadena
montañosa.
Etnohistoria y pueblos de la Cuenca Orinoquense
Vivienda tradicional indígena en los llanos. Foto: Nelson Cabrera.
En las estribaciones de la cordillera oriental, así como en el piedemonte llanero
habitaban diferentes comunidades indígenas, algunos autores reseñan la
presencia de cuando menos 17 grupos étnicos con diferentes pertenencias
lingüísticas, formas de vida y sistemas de subsistencia, estos datos son
fundamentados especialmente en trabajos de carácter lingüístico desarrollado por
las diferentes misiones religiosas durante toda la colonia y parte del periodo
republicano.
La principal comunidad indígena de los llanos en la cuenca media y baja del río
Cravo Sur fueron los Achagua que pertenecen lingüísticamente a la lengua
Arawak. Este era uno de los grupos más numerosos de los llanos orientales; los
Achaguas fueron el pueblo indígena que se encontraba en las estribaciones de os
Andes Orientales en lo que hoy en día corresponde al municipio de Yopal y su
desaparición se debió a los procesos de aculturación a los que fueron sometidos
por el sistema de haciendas, el mestizaje que venía desde tiempos coloniales, la
incorporación a las guerras y la imposibilidad de acceso a servicios de salud. Al
día de hoy subsisten algunas familias de ellos en el departamento del Meta,
practican un sistema de trabajo colectivo llamado UNUMA que significa mano
sobre mano. Aunque no pertenecieran a la misma familia lingüística se sabe que
entre los achagua y los guahibo existía buena comunicación lo que llevó a malas
interpretaciones en su cercanía cultural por parte de misioneros.
Los grupos indígenas de la Orinoquía practicaban abundantemente el comercio, y
a pesar de su diversidad lingüística lograban comunicarse, en algunos lugares
predominaban algunas lenguas durante los encuentros interétnicos, sabemos por
datos etnohistóricos que la lengua achagua era una de las más usadas; por otra
parte muchas de las lenguas que se hablaban eran comprendidas por otros
grupos indígenas, mas no habladas. En el caso de los tunebos o U´wa que son
chibcha-hablantes sabemos por documentos que se comunicaban fácilmente con
indígenas de lenguas Betoy y Jiraras.
Es posible que los grupos betoy y jiraras, estos últimos asentados en el
piedemonte Venezolano y luego reasentados en Arauca fueran chibcha hablantes,
a estos grupos se les combatió desde temprano durante el periodo colonial dada
su resistencia a los procesos de colonización española. Muchos de los integrantes
de estas comunidades fueron capturados y llevados a sitios de minería donde
fueron explotados en castigo por su resistencia a los procesos de colonización.
Mediante trabajo de campo se obtuvo información oral donde uno de los
entrevistados manifestaba que en la región donde se asentaron algunos de los
colonos del altiplano y santanderes desde la década de los 30’s del siglo pasado,
habían grupos indígenas guahibos y cuibas, quienes se encontraban entre las
sabanas de los ríos Cravo y el Cusiana especialmente habitando entre las matas
de monte (galerías boscosas), allí vivían haciendo uso de los ecosistemas de
bosque y de las sabanas interfluviales. La ocupación de sus espacios-hábitat por
la ganadería extensiva desde principios del siglo XX, llevó a que estos atacaran
dicho sistema de ocupación y explotación del territorio lo cual les desembocó en la
confrontación con los colonos.
Etnohistoria de Los Andes Orientales
De acuerdo a Lucas Fernández de Piedrahita en su Historia General, Bochica el
héroe civilizador del pueblo muisca y a quien se le debe haber abierto los drenajes
que evacuaron las aguas del altiplano Cundiboyacense murió en Sogamoso, su
poder fue heredado al cacique de dichas tierras. Dice dicho autor que en memoria
de Bochica quien es el mismo Idacansas (Piedrahita, 1688: 71), hay una carretera
desde los llanos a Sogamoso “que tendrá como cien leguas de longitud, muy
ancha, con sus valladares o pretiles por una y otra parte aunque ya maltratada, y
obscurecida con la paja, y barzal, que se ha criado en ella, por la que dicen, que
subió el Bochica desde los llanos al Nuevo Reyno”.
Según Piedrahita en otra parte de la Historia General de las conquistas del Nuevo
Reyno de Granada, Idacansas fue un antiguo cacique de quien el resto de
caciques sucesores transmitían sus conocimientos en Sogamoso, es probable que
el nombre de Iraca provenga del mismo nombre de Idacansas antes de que
apareciera el cacique Suamox. De acuerdo a los relatos que plasma Piedrahita se
denota la estrecha relación de los pueblos de la Orinoquía con los pueblos
Andinos, que compartían no sólo productos como la sal, el oro, el yopo, la coca, el
algodón, el oro entre otros, sino también cosmovisiones, sitios sagrados y
personas. Por otra parte Piedrahita (1688: 173) citando a Castellanos refiere que
los maderos con que fue levantado el templo hallado por los peninsulares en
Sogamoso provenían de los llanos orientales, porque en estas tierras no se
hallaban esas calidades ni portes de dichos maderos.
En algunas crónicas se menciona que de los llanos de San Martín procedían
algunos moxas o muchachos que se adquirían para ser sacrificados en
ceremonias llevadas a cabo en Sogamoso (en langebaeck 2000: 23, citando a
Zamora: 1701), esta información trató de ser contrastada por el reconocimiento
arqueológico que realizaron Gerardo Arrubla y Carlos Cuervo Márquez en la
vereda Monquirá de Sogamoso, quienes hallaron abundante cantidad de restos
óseos los cuales asociaron a las crónicas de indias, sin embargo éstos se
encontraban frente a una de las más grandes necrópolis muiscas.
Los muiscas se encuentran en plena expansión en la época en que llegan los
primeros españoles a la región entre 1539 y 1540, y la organización de producción
por ellos implantado subsiste bajo el dominio español, con algunas alteraciones a
lo que podríamos considerar como el periodo Muisca Colonial, que comprende el
lapso entre 1540 y 1700, época después de la cual las estructuras sociopolíticas y
de producción indígenas han sufrido tal grado de desintegración, que se entra ya
francamente en un período colonial tardío con el surgimiento de nuevas
instituciones y el afianzamiento de la propiedad privada sobre las tierras.
El comercio del algodón2 merece ser señalado como uno de los principales
elementos de intercambio entre las tierras cálidas del piedemonte llanero y la
provincia del Sugamuxi, desde donde se distribuían a diferentes zonas de los
Andes Orientales. De las redes de producción y consumo prehispánicas se
desprenden formas de tributación impuestas por los encomenderos a las
poblaciones sometidas durante el periodo colonial, los cuales debían entregar
determinadas cantidades de materia prima o mantas de algodón en forma de
tributo a los peninsulares.
La elaboración de las mantas de algodón por lo común se desarrollaba en sitios
distantes a los centros de producción de la materia prima que eran las tierras
cálidas, donde además se producían otros elementos como la hoja de coca o el
pescado que eran trasladados con frecuencia a tierras frías donde existían lazos
políticos y familiares entre las poblaciones de diferentes pisos térmicos. El
comercio de algodón entre tierras cálidas y frías no significó necesariamente que
en tierras cálidas no se elaboraran mantas, porque en algunos casos a
poblaciones que se hallaban en el piedemonte se les impuso tributación de
mantas.
2
La palabra algodón es de origen árabe, entre los muiscas era conocido como quyhisa.
Por lo menos hasta mediados del siglo XVII se siguen produciendo
abundantemente mantas de algodón, a pesar de la introducción de las ovejas y el
surgimiento del tejido de la lana (Vanegas 2018: 9), el cual iba cobrando
paulatinamente más importancia en la región de los Andes de la Nueva Granada.
La introducción del ganado lanar transformó considerablemente los sistemas de
producción e incluso el paisaje en amplias regiones del altiplano Cundiboyacense,
dado que dejaron de depender del comercio del algodón con tierras cálidas e
intensificaron la explotación del suelo por sobrepastoreo en algunas regiones
como la cuenca media del río Chicamocha y el Alto Ricaurte.
El algodón del que se abastecía la provincia del Sugamuxi provenía especialmente
de las zonas de piedemonte llanero que hoy en día corresponden a las
poblaciones de Labranzagrande, Pisba, Paya, Támara y Osamena (posiblemente
entre Morcote y Nunchía). Además los poblados de Tota y Guaquirá (Aquitania)
poseían cultivos y centros de producción en tierras cálidas de donde se surtían la
fibra. Igualmente los muiscas del Sugamuxi mantenían comercio permanente con
la población Tegua (hoy en día territorios en los municipios de Recetor, Chámeza
y algunas zonas de la cuenca del río Lengupá).
De acuerdo a la historiadora Vanegas (2018: 32) citando a Fray Pedro de Aguado
menciona que Sogamoso era uno de los principales centros comerciales o de
intercambio desde tiempos prehispánicos, allí iban indígenas de Tunja, Guanes y
Laches a practicar el comercio del algodón. La llegada de los peninsulares alteró
todo el sistema de intercambios, haciendo uso en algunas ocasiones de los
elementos que se producían desde tiempos prehispánicos, por otra parte
favorecían la producción de elementos que requerían para los sistemas de
explotación impuesto como la explotación minera.
El sistema de encomiendas y tributaciones impuesto por los peninsulares a los
pueblos nativos determinó que se especializara la producción y manufactura de
cierto tipo de elementos en algunas poblaciones, algunas de ellas durante la
colonia se dedicaron por completo a la producción de cabuya, producción y
procesamiento de cueros de venado, sal, miel, mantas, algodón o pescado, y
labranzas especialmente. Muchas de las comunidades que se dedicaban a la
producción de mantas de algodón transformaron su sistema de producción,
introdujeron telares europeos y se dedicaron a la producción de ruanas,
especialmente en Iza, Cuítiva y Nobsa.
Expediciones Coloniales
Templo doctrinero. Vereda Morcote-Municipio de Paya. Foto: Nelson Cabrera.
Los Andes orientales y la cuenca del río Orinoco fueron exploradas más o menos
durante los mismos años. A la llegada de los peninsulares las aguas del Orinoco,
el Meta y sus afluentes como el Cravo, eran navegados por indígenas en sus
curiaras3, aquellos mantenían relaciones comerciales fundamentadas en el
trueque o el uso de las quiripas4 como monedas de cambio.
Se sabe que Diego de Ordaz quien venía de combatir a los aztecas fue el primero
en explorar el Orinoco, a su paso iba dejando muerte, pero este a su vez la
encontró en la región siendo envenenado. A Ordaz le siguió Alonso de Herrera
quien remontó hasta el río Meta, y al igual que Ordaz iba sembrando la muerte,
este también murió en la zona siendo dado de baja por una flecha envenenada
con curare5.
Posterior a los ibéricos llegaron los germánicos de la casa Wesler, el primero en
explorar este territorio fue Jorge de Espira quien fundó un poblado en territorio de
los guayupes, luego arribó a la zona Nicolás de Federmann a quien se le adelantó
Jiménez de Quesada en el latrocinio del altiplano, a Federmann le siguió Hutten;
en total se calculan más de 50 misiones de exploración en la región de los llanos y
Andes Orientales durante el periodo de invasión. El periodo de grandes
exploraciones culmina en 1585 cuando se funda el pueblo de blancos de Santiago
de las Atalayas desde donde comenzaron a operar los encomenderos, desde allí
surgen nuevas exploraciones, sin embargo la mayor parte de los llanos orientales
ya habían sido visitados.
Los desmanes de los encomenderos con los indígenas del piedemonte fueron
constantes, al punto que los jiraras se sublevaron y dieron muerte a un gran grupo
de españoles, entre los cuales se cuentan 30 arcabuceros, en otras ocasiones
estos eran envenenados. Muchos de los indígenas sublevados eran trasladados
lejos de sus comunidades, vendidos a casas de esclavistas que los trasladaban a
territorios distantes.
3
Nombre dado a las canoas por las poblaciones indígenas de los llanos orientales.
Conchas pesadas y compactas con superficie brillante de tamaño pequeño y mediano.
5
Veneno utilizado por las poblaciones indígenas del Orinoco y Amazonas para la cacería.
4
Mientras los exploradores germánicos se adentraban por la cuenca del Orinoco,
las huestes de Gonzalo Jiménez de Quesada durante los años de 1538 y 1539
trataron de encontrar caminos que los llevaran del altiplano Cundiboyacense a los
llanos orientales, es así que exploraron lo que hoy en día es el Valle de Tenza y
encontraron las minas de esmeraldas de Somondoco. De allí pasaron a
Siachoque, Tocavita, al pueblo de los Paveses hoy en día municipio de Pesca, y
que al final sólo lograron llegar a un lugar llamado Valle de Vanegas (Vereda
Vanegas al sur de Sogamoso) en memoria del peninsular Hernán Vanegas (en
Velandia: 1991: 32).
De acuerdo al cronista Castellanos durante la expedición de Jorge Espira en 1536
por los llanos este se enteró por parte del cacique Guayquirí que éste conocía
Sogamoso, es posible que Espira haya llegado a la región habitada por U´was y
Laches en las regiones de Chiscas, Chita y El Cocuy de acuerdo al cronista Fray
Pedro de Aguado (en Velandia: 1991:34). Espira recorrió grandes regiones que
hoy en día son limítrofes entre Colombia y Venezuela, fundó importantes
poblaciones en territorio Venezolano.
De los cronistas de indias recogemos algunos datos valiosos, el primero es que en
algunas zonas del piedemonte llanero se cultivaba abundantemente, lo que pudo
haber servido como cimiento para que las huestes hayan tomado la decisión de
fundar algunas poblaciones, por otra parte las dificultades que representaba tratar
de subir la cordillera con caballos, lo cual les hacía padecer en la medida que
debían ir adaptando los caminos para el paso de estos animales. Los datos que
hay respecto a las expediciones de Hernán Pérez de Quesada son ambiguos dado
que los cronistas le ubican en sitios bastante alejados como San Martín y el río
Tequia, lo que supondría que recorrió el norte del departamento de Boyacá para
luego bajar a los llanos orientales.
Posterior a las exploraciones de los europeos vinieron las misiones religiosas que
buscaron afianzar el sistema de asentamientos nucleados de población que
facilitaran los procesos de evangelización de las poblaciones indígenas del
piedemonte llanero. Las órdenes religiosas que llevaron la doctrina religiosa desde
el siglo XVII fueron los dominicos, agustinos, capuchinos, franciscanos y jesuitas,
siendo estos últimos los de mayor importancia dado que generaron profundas
transformaciones económicas, religiosas, culturales y organizativas en las
regiones donde se establecieron, de ellos sabemos que descendieron desde
Sogamoso por el camino de Chita hacia las salinas en el año de 1628, por allí
entraron a los llanos y se repartieron en diferentes zonas.
A fines del siglo XVIII, especialmente desde el año de 1778 cuando la corona
española autoriza el libre comercio por el río Orinoco y el Meta se incrementa la
actividad comercial en la Orinoquía. Los primeros años de la república fueron
testigos del ingreso de los primeros barcos a vapor, los cuales encontraron varias
dificultades, incluso en el año de 1856 de acuerdo a Pabón (1994: 16) “los
capitanes Martín Höller y Edward Steed recorrieron en el vapor Meta el río de su
nombre y llegaron a 33 millas arriba de Orocué, es decir hasta la boca del Cravo
Sur, en donde naufragaron”.
Para fines del siglo XIX y principios del siglo XX el puerto de Orocué adquiere gran
importancia comercial, los vapores tardaban siete días desde Ciudad Bolívar en
Venezuela hasta Orocué, a donde llegaban con diferentes mercancías, desde allí
se regresaban con quina, sarrapia, café, entre otros. A Orocué llegaron algunos
extranjeros que se asentaron en los llanos orientales, existieron aduanas y
comerciantes que compraban pieles y plumas de aves a las poblaciones indígenas
del Vichada y el Casanare.
La decadencia de la navegación por los ríos Meta y Orinoco de acuerdo a lo
señalado por el profesor Pabón (1994 :18-19), se debe a varios factores, el
primero la fuerza comercial que adquirió el río Magdalena desde la costa atlántica,
cuyos comerciantes señalaban a las autoridades nacionales que el comercio del
Meta era “ilícito y lesivo para el país”, las medidas del gobierno condujeron que
durante el primer mandato de Rafael Núñez se construyera en ferrocarril entre
Girardot y Bogotá, esto en comparación de la primer carretera para vehículos de
combustión de Bogotá a Villavicencio que fue inaugurada hasta 1936.
La economía de los llanos que se venía fortaleciendo desde mediados del Siglo
XIX tuvo una nueva caída, la producción de café, tabaco, cacao y algodón
entraron en crisis a principios del siglo XX, el café perdió terreno una vez se
construye el ferrocarril que lleva a Antioquia y el cable que lleva al viejo Caldas,
desde donde se abastecerán los principales mercados del país.
El profesor Pabón también señala que la separación de Venezuela de la Gran
Colombia llevó a la imposición de aduanas que obstaculizaban el libre tránsito de
mercancías, las difíciles relaciones diplomáticas con Venezuela, las diferentes
guerras en especial la de los mil días fueron factores sociopolíticos que llevaron a
la decadencia de estas rutas comerciales, y finalmente señala que el naufragio de
varios vapores llevó al declive de la flota, la sedimentación por deforestación
terminaron por obstaculizar el paso de barcos de gran calado.
Misioneros
Las principales órdenes religiosas que evangelizaron y se establecieron en la
región del altiplano Cundiboyacense y la región de la Orinoquía fueron dominicos,
franciscanos y jesuitas, sin embargo la que más impronta dejó en la región donde
concentramos nuestros estudios fueron los jesuitas, dado su impacto en la vida
social, cultural, económica y político-administrativa que hasta hoy en día dejan su
marca en el territorio. De acuerdo a Marín (2020: 15) “a partir de 1605, la
Compañía de Jesús llevó a cabo labores de fundación de pueblos, cristianización
de indígenas y ocupación de territorios en los que ejecutó también tareas de
sumisión y sujeción de indígenas”.
De acuerdo al javeriano Jorge Enrique Salcedo el interés de los jesuitas radicados
en Bogotá durante la colonia se centró en incursionar en nuevos territorios con el
fin de evangelizar a la población indígena, esto les llevó a la región del Orinoco y
para el territorio que nos concentra asevera que el sistema implementado por los
jesuitas en los llanos orientales mezclaba la hacienda con la misión religiosa, el
auto sostenimiento de las misiones sumado a un eficiente manejo administrativo
de los excedentes le hizo un efectivo engranaje en sus propósitos. En los llanos
los jesuitas implementaron tres misiones donde funcionaron sus centros
administrativos, estas eran la del Casanare, Meta y Orinoco, en cada una de ellas
había una hacienda principal donde residía el procurador.
En la región que nos concentra debemos decir que la misión del Casanare y la
misión del Meta jugaron un papel importante en los procesos de formación histórica
regional, dado que la capital de la del Casanare fue Pauto administrando la
hacienda Caribabare, la del Meta tuvo de capital a Macuco administrando la
hacienda del Cravo, por el contrario la del Orinoco tuvo de capital a Carichana, sitio
donde los misioneros perdieron bastantes religiosos por ataques sufridos por parte
de lo que llamaban indígenas caribes.
Las haciendas Caribabare y del Cravo que administraban territorios en sabanas y
piedemonte producían una amplia gama de productos “en 1767 Caribabare
contaba con 16606 vacas, 1384 caballos, 20 mulas y 1 burro” (Salcedo 2000: 104).
Estos datos no incluyen las haciendas Tocaría y Yeguera que también eran
administradas desde Caribabare. Además de los ganados los jesuitas cultivaban
productos de autoconsumo que ya eran propios de poblaciones indígenas como la
yuca y el plátano, y a ellos se debe la temprana introducción de la caña de azúcar y
el café (S. XVII) que de acuerdo a información suministrada por el investigador
Jairo Ruíz Churión era una variedad traída de Etiopía, estas plantaciones se
encontraban principalmente en el piedemonte llanero, donde hoy en día están
ubicadas las poblaciones de Támara, Nunchía, Pore, Paz de Ariporo (Moreno y
Manare), Paya (Morcote), Moreno (El Morro) y Labranzagrande.
Los jesuitas dejaron abundante registro documental sobre sus procesos de
evangelización, resaltaron las biografías de algunos exploradores y misioneros,
relataron formas de vida y algunos de ellos se concentraron en aspectos
lingüísticos que facilitaran los procesos de penetración y catequesis. Dentro de los
relatos se destacan los de Pedro mercado, José Cassani, Juan Rivero y José
Gumilla quienes documentaron hechos entre fines del siglo XVII y principios del
siglo XVIII.
Los jesuitas fueron unos expertos lingüistas, dado que esta orden religiosa era
compuesta por misioneros de diferentes nacionalidades, entre las que se
encuentran italianos, franceses, alemanes, austriacos, yugoeslavos entre otros, y
de acuerdo a José del Rey Fajardo de la Universidad del Táchira “las tres cuartas
partes restantes la configuraron miembros de la orden provenientes de todos los
reinos de España [casi un 43%] y también un diciente porcentaje de jesuitas
criollos [casi un 31%]” (Fajardo 2000: 261), es decir que un 26% de los misioneros
llegados a la Orinoquía.
Esta diversidad de orígenes llevó a que muchos de los manuscritos relacionados
con aspectos de las culturas indígenas de la Orinoquía y su entorno fueran
escritos en diversos idiomas como el latín, castellano, francés, italiano, alemán o
portugués. Por otra parte las congregaciones de los jesuitas además del tema de
catequesis incluían la instrucción en oficios necesarios para el autoabastecimiento
como eran los trabajos de fragua, carpintería, telares y pintura.
Dado que el principal interés de los misioneros era el de evangelizar, éstos se
concentraron en entender el panorama lingüístico de los andes, el piedemonte y
los llanos orientales. Se sabe que los primero misioneros del piedemonte llanero
contabilizaron cuando menos 17 lenguas diferentes, se tiene que para mediados
del siglo XVII se escribió la gramática de la lengua Chita, catecismo y
confesionario de la lengua tuneba, vocabulario y arte de los indios morcotes, y arte
y vocabulario de la lengua mosca.
Además de los anteriores documentos de mediados del siglo XVII se encuentran
otros que pueden dar pistas de la diversidad lingüística y cultural de la región de
acuerdo a los siguientes títulos: Apuntamientos para formar Arte y Vocabulario de
los dialectos de los indios de Paya, Pisba y Támara; Catecismo para los indios del
distrito de Mérida y un Catecismo para los indios de Aricagua. También se hallan
documentos coloniales para las lenguas chiricoa, guahiba, enagua, sáliva, betoy,
girara y achagua.
El piedemonte fue un crisol cultural en el que muchos de los pueblos fueron
bilingües, y quizás muchos indígenas políglotas, los Achaguas que andaban por
espacios tan amplios que los podían poner en contacto con las comunidades de
los Andes, la Amazonía y el Caribe debieron ser unos hábiles intérpretes de los
idiomas y las culturas.
El impacto de las misiones jesuitas no solo se dio en la conversión de las
poblaciones indígenas al cristianismo, ellos crearon su propio sistema económico
fundamentado en las haciendas, donde el ganado vacuno fue el principal
protagonista. Aprovecharon que les habían sido asignadas tierras por parte de la
corona española en el valle de Sogamoso donde tuvieron la hacienda de La
Compañía, y en los llanos orientales explotaron gigantes extensiones de tierra a
través de las haciendas Caribabare, Tocaría y Cravo. A través de sus haciendas
movían el ganado y lo llevaban a los principales centros de consumo en el
Virreinato de la Nueva Granada.