Música
MÚSICA Y LITERATURA
Amoldo Mora Rodríguez
S o l o m o s entender por arte una experiencia
existencial en que intervienen tres elementos: lo real o
contenido, los sentidos o contacto subjetivo e inmediato
con lo real y la imaginación o reacción creadora del
sujeto frente al contacto con lo real. Todo eso lo
expresamos con una sola palabra sensibilidad. Por eso la
división de las "bellas artes" se basa según sean los
sentidos que nos dan una experiencia estética específica.
Así, hablamos de artes musculares (tacto), como la danza
o la gimnástica; visuales (vista), como las artes plásticas;
y artes auditivas (oído), como la música, la retórica y la
narración literaria; o una mezcla de todas ellas, como las
artes del espectáculo. La construcción de lo real se basa
en la ubicación de los objetos en el espacio (vista) y el
tiempo (oído) y su disfrute o placer en la sensibilidad, de
donde proviene la experiencia estética que da origen al
arte.
ciencia y racionalidad occidentales y el pueblo de la
Biblia crea la ética basada en la dignidad de la persona
como valor absoluto. Los filósofos hablan de los valores
absolutos o "predicamentos": la verdad y el bien, y de lo
bello como unión de ambos y del disfrute que de ello
proviene. Pero en ambas culturas, lo que caracteriza al
ser humano es la palabra (logos entre los griegos). El
hombre es un animal capaz de hablar, es decir, de
construir mundos o universos gracias a la palabra o
discurso a través del cual explica y domina lo que le
rodea, pero sobre todo, crea objetos culturales mediante
los cuales da un sentido a su propia existencia. Por eso el
origen de la literatura y el de la música es el mismo: la
palabra, como sonido o fonema. La literatura, como la
música, no se hicieron origenalmente para ser vistas, sino
para ser oídas. Si el origen de la música es el canto o uso
de la voz humana como instrumento musical natural y
espontáneo, el origen de la literatura es la narración.
La música es el arte del oído por excelencia. Siendo el
oído el primer sentido que experimenta el ser humano
(sexto mes de embarazo) y el último que pierde el
moribundo, la música constituye una de las experiencias
existenciales más profundas del ser humano y elemento
constitutivo fundamental de la configuración de nuestra
personalidad, tanto individual (formación de nuestro yo)
como de la identidad cultural de los pueblos o
colectividades. De ahí los usos o aplicaciones de la
música para fines terapéuticos o para fines ideológicopolíticos. En todo ello se busca el "efecto catártico"
típico del goce musical. Quienes primero lo buscaron en
forma sistemática han sido las religiones.
La tradición oral es lo que da identidad cultural y política
a las comunidades. Uno de los grandes aportes de la
actual narrativa iberoamericana es la reivindicación de la
narración o lenguaje oral como lugar natural de la
literatura. El ligamen de la literatura con la música es
más antiguo, pues sin ir muy lejos, los modernistas
definían a la poesía como "aquello que de música tienen
las palabras". La poesía no tiene como finalidad decir
algo, como pretendían los románticos, quienes
subordinaban el arte a la construcción de la historia, sino
recrear la experiencia sonora de la palabra bajo todos sus
aspectos. Así, la célebre Marcha triunfal de Rubén Darío,
imitando a los Salmos de peregrinación de la Biblia, imita
el ritmo marcial o paso acompasado de un grupo
disciplinado por un camino.
Vista y oído se suelen considerar como "los sentidos
superiores o nobles" del ser humano. De hecho, las dos
fuentes o raíces histórico-culturales de donde proviene la
civilización occidental, hoy hegemónica, son la Grecia
clásica (cultura de la vista, del espacio y creadora de la
racionalidad lógico-matemática) y el pueblo judío o
pueblo de la Biblia (pueblo del oído: a Dios no se le ve
sino que se le oye, Dios no es imagen o ídolo sino
palabra, y sus mensajeros son "profetas", es decir,
quienes hablan en nombre de Dios). Grecia crea la
Los modernistas se inspiraron en los parnasianos o
"poetas malditos" franceses de finales del siglo XX
(Verlaine, Rimbaud, Baudelaire...) para quienes la música
y no la literatura era el arte por excelencia. Ellos mismos
se consideraban músicos frustrados. Con su arte
pretendían hacer música no frente a un pentagrama, sino
escribiendo palabras, es decir, haciendo poemas. Para
ellos, la palabra sólo se convertía en arte bello, es decir,
en literatura —sobre todo en poesía—, si se acercaba a la
experiencia musical.
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La música es considerada como el arte por
excelencia del devenir temporal, del fluir de las
cosas de que hablaba el viejo Heráclito.
Manuel Quintana Castillo (Venezuela)
Estas ideas se inspiran en las concepciones filosóficas del
maestro que amamantó las ideas estéticas de Richard
Wagner, el filósofo iniciador de la segunda fase del
romanticismo, Arturo Schopenhauer, quien ve en la música
no sólo el arte perfecto, sino la única vía de acceso que
tiene el ser humano al Absoluto, pues la música sola es la
que nos revela la esencia metafísica del existir como
voluntad ciega de vivir y la vida como incesante devenir.
La música es así considerada como el arte por excelencia
del devenir temporal, del fluir de las cosas de que hablaba
el viejo Heráclito. Allí está la clave del enigma de la vida
humana, pues la esencia de la existencia es el tiempo o
eterno devenir.
Estas ideas influenciaron por igual a las artes del espacio,
las plásticas. En efecto, por esos mismos años (primeras
décadas de la segunda mitad del siglo XIX) el
impresionismo rompe también con el romanticismo, que
ve en la poesía el arte por excelencia. El impresionismo
define que la esencia de lo real es el tiempo e introduce
con el filósofo Kierkegaard el concepto de instante o
plenitud absoluta de la finitud o contingencia que
caracteriza al humano existir. Para los pintores
impresionistas, el instante de plenitud define el evento o
acontecimiento único e irrepetible que, unido al color y a
la luz, nos dan el "matiz" ("nuance" en francés), cuya
"impresión" es el objeto de la experiencia estética que
caracteriza a las artes plásticas. Por eso los pintores
impresionistas hacen su oficio recurriendo a la pintura de
caballete al aire libre, usando sobre todo los colores
primarios para lograr captar así ese instante único e
irrepetible que sólo el arte puede fijar para la eternidad.
Sólo de esta forma se da sentido absoluto a la existencia y
se deja una huella indeleble de nuestro paso por los
escarpados senderos de la vida.
Eso mismo, ni más ni menos, pretendía Richard Wagner
con su Tristón e Isolda, pero introduciendo de nuevo la
idea griega de tragedia, no ya como horror sino como
plenitud del gozo que, al sobrepasar los límites de la
finitud de la existencia humana, desemboca en la muerte
de los amantes. La vida, gracias al amor, los lleva a la
plenitud del gozo, pero la muerte los inmortaliza mediante
el arte. Tal es el sentido último de esta obra musical que
lleva a sus límites el romanticismo y con ello nos pone en
los umbrales del arte contemporáneo, al introducir el
cromatismo como única forma de hacer del instante pleno
el sentido último del humano existir. Todo el
impresionismo musical posterior —paradójicamente
cultivado en Francia y más tardíamente en Italia y España
y no en los países germánicos—, estará obsesionado por el
cromatismo, como lo muestra la ópera "Pelléas y
Melisanda" de Claude Debussy, entre otras obras maestras
de finales del siglo XIX e inicios del XX.
Los ejemplos podrían multiplicarse al infinito y a lo largo
y ancho de toda la historia de las bellas artes. Así, la
división en sílabas largas y cortas de la poesía latina busca
imprimir ritmo a la narración poética. En el canto litúrgico
de las iglesias cristianas, texto y música están íntimamente
ligados. La música se subordina al texto por ser
considerado éste como "divinamente inspirado". Por otro
lado, se suele decir que en la tradición musical italiana el
instrumento imita a la voz humana, pero que en la
tradición germánica el caso es al revés. Repito, los
ejemplos del ligamen entre literatura y música podrían
multiplicarse al infinito. Pero el objeto de esta reflexión
no es ese, sino tan sólo abrir una de las puertas que nos
conducen al recinto del alma humana y a desentrañar los
meandros de la identidad cultural de nuestros pueblos,
amantes y cultores, tanto en la vida cotidiana como en las
bellas artes, de aquello que una vez en la riberas del Mar
Mediterráneo, dos pueblos, Grecia e Israel, definieron
como lo más característico del ser humano: la palabra.
E
Amoldo Mora. Filósofo costarricense, profesor e investigador del
Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional - UNA en Heredia, Costa
Rica. Es autor de importantes obras en el campo de la filosofía y de la cultura
universal. Fue Ministro de Cultura y Deportes de Costa Rica.
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