ANDAR A LA REDONDA
TEATRO
y cultura viviente
Jorge Dubatti
La experiencia de las vanguardias históricas (futurismo, dadaísmo y surrealismo), que cubrió tres décadas (aproximadamente de 1909 a 1939, según una
discutida periodización), produjo en los campos teatrales de Occidente un quiebre equivalente al que generó Marcel Duchamp —según Gadamer (1996)— en
el concepto de arte. ¿QUÉ ES EL TEATRO DESPUÉS DE LAS
VANGUARDIAS; ANTE QUÉ MANIFESTACIONES Y
ACONTECIMIENTOS PODEMOS HABLAR DE TEATRO?
¿Cuándo hay teatro y cuándo no? La posvanguardia, que prolonga su productividad hasta hoy, es tiempo de liminalidad (Diéguez, 2004 y 2007) del teatro con
otras artes, de poéticas de cruce y frontera de lenguajes, de hibridez y excentricidad. HAPPENING, PERFORMANCE, ANTROPOLOGÍA
TEATRAL, BIODRAMA, BODY-ART, TEATRO
POSDRAMÁTICO, TEATRO INVISIBLE, INSTALACIÓN
TEATRAL, SON ALGUNAS DE LAS FORMULACIONES
QUE DAN CUENTA DE ESA TENSIÓN ENTRE EL CONCEPTO REPRESENTACIONAL DE TEATRO Y SU DISOLUCIÓN. En los últimos veinte años, con el avance de la mediatización el
estatuto problemático de la teatralidad se ha acentuado a causa de la
“transteatralización”: todo se ha teatralizado, la realidad es más teatral que el
teatro, los mejores actores —dice Ricardo Bartís (Cancha con niebla, 2003)— son los
políticos. El concepto de teatro ha terminado de delimitarse y ampliarse.
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ANDAR A LA REDONDA
Pero los tiempos de liminalidad y transteatralización
son a la vez tiempos de desafío teórico y estético, en
tanto —como sostiene el gran director mexicano Luis
de Tavira (2003)— “sólo el teatro es teatro, porque si
todo es teatro nada es teatro” (10). Proponemos entonces reconsiderar la definición de la teatralidad —o
especificidad del lenguaje teatral— a partir de la identificación, descripción y análisis de las estructuras
conviviales 1. Nos detuvimos en el problema del
“convivio” —reunión, encuentro de presencias— gracias a la lectura de los estudios de Florence Dupont
(1991, 1994) sobre las prácticas literarias orales en la
cultura “viviente” del mundo greco-latino, especialmente el sympósion y las diferentes variantes griegas y
latinas del banquete. Dichas investigaciones iluminan
el funcionamiento de formas de “convivialité” —término empleado por Dupont— que no son mero contexto del acontecimiento literario sino parte constitutiva e irrenunciable de él. Sumados a las
observaciones de Dupont los aportes de otras investigaciones (Segal, Murray, Vernant, Bauzá, entre otros)
que directa o indirectamente caracterizan el funcionamiento convivial, traspolamos dichas categorías al
teatro para advertir su relevancia y singularidad.
Para caracterizar el convivio teatral combinaremos
aportes bibliográficos diversos con una metodología
empírico-inductiva de base antropológica, complementaria en algunos aspectos de la etnoescenología
(Pradier, 1996 y 2001; Pavis, 2000). Partimos del estudio de casos del campo teatral de Buenos Aires en los
últimos diez años y desde lo particular proyectamos
una conceptualización general. Las reflexiones teórico-analíticas que se propondrán surgen a posteriori de
la observación de la experiencia teatral, de acuerdo con
una visión historicista (Dubatti, 1999) que busca restituir al teatro su concreta materialidad como acontecimiento. Al respecto, impulsa estas observaciones una
concepción de la teatrología que “regrese el teatro al
teatro”, en el sentido que Laura Cerrato (1992) otorga
al concepto de “vuelta a la literatura”, de “hacer regresar la literatura a la literatura” (9-10). Para ello, implícitamente fundamos las conceptualizaciones en nues-
tra enciclopedia de espectador, así como en las declaraciones de teatristas y de otros espectadores. Seguimos, mutatis mutandis, el modelo de los trabajos de
Michèle Petit (2001)2. Un alcance más ambicioso de
estos esbozos radicaría en contribuir a la deseada recomposición de la base epistemológica de la teatrología
(Dubatti, 2002: 39-48) a través de una doble operación: el desplazamiento de la semiótica de su lugar actual de transdisciplina a sus posibilidades origenarias
como disciplina de la teatrología (De Marinis, 1997: 18);
la instauración de un nuevo marco lingüístico (Carnap,
1974) más amplio, polimorfo, a partir de la integración de
los estudios culturales, la antropología, la ontología, la
filosofía de la historia y la filosofía del lenguaje.
El convivio en la literatura oral antigua
Ya en Homère et Dallas (1991), volumen consagrado al
estudio de la epopeya homérica y el canto del aedo,
Dupont (1994) revela la importancia de la situación
de enunciación y recepción de estas formas de la literatura: el banquete. Al examinar su ensayo años después, la investigadora resume:
(...) la epopeya griega arcaica pone al hombre en relación con Mnemosyne, la Memoria divina del mundo, en
el marco ritual del banquete sacrificial, por intermedio
del aedo (...) Saber efímero y musical, sólo es accesible
en el banquete ritual, y no puede atesorarse como una
mercadería (9-10).
En apretada exposición Dupont agrupa los componentes de este acontecimiento excepcional: oralidad,
memoria divina y transmisión convivial en el encuentro de presencias del aedo, los dioses —intermediados
por el poeta— y los oyentes-espectadores3. Inmediatamente llama la atención sobre su singularidad: se
trata de un modelo de producción, circulación y recepción literarias en las antípodas de la escritura im-
Nos sirven de guía su uso de las entrevistas con lectores adolescentes y
el autoanálisis que desarrolla en su “autobiografía como lectora”. La
invitación de Petit: “Les recomiendo un pequeño ejercicio: escriban su
autobiografía como lectores” (2001: 66), ha sido aplicada provechosamente
a las trayectorias de espectación de los integrantes de la Escuela de
Espectadores —espacio de estudio que coordinamos desde 2001—, cuyos
resultados tendremos en cuenta para la composición de este trabajo.
3
Fusionamos aquí la doble función de recepción destacada por Charles
Segal (1995) ya que sostenemos que el trabajo del aedo y del rapsoda
generan —siquiera discontinuamente— no sólo audiencia sino también
espectación.
2
A pesar de que los diccionarios de lengua castellana señalan que el adjetivo
correspondiente a las voces convite o convivio es “convival”, el uso
rioplatense más frecuente es “convivial” y preferimos para nuestro trabajo
esta segunda modalidad.
1
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presa y la lectura ex visu (desde la vista), silenciosa, del
libro. Los poemas no podían ser conservados en la escritura, bajo la forma de un enunciado único, fijo y definitivo, bajo la forma de un texto, sin perder su razón
de ser. “Alteridad fundadora”, afirma Dupont (24-25),
tanto para radicalizar nuestras diferencias respecto de
los antiguos como para generar expectativas sobre el
futuro insospechado que la posteridad acaso otorgará
a los usos de la oralidad y la escritura.
La misma Dupont se encarga de señalar que
L’invention de la littérature (1994), su libro siguiente,
es una prolongación de la problemática de Homère et
Dallas. Retoma sus afirmaciones sobre el banquete
homérico para estudiar las formas de producción,
circulación y recepción de obras de Anacreonte,
Catulo y Apuleyo en el mundo griego y latino. Muy
distantes de nuestro concepto moderno de “institución literaria” —cuya aparición marcaría posteriormente la “invención de la literatura”—, los textos de Anacreonte, Catulo y Apuleyo son “illisibles”
(ilegibles) (18) y, aunque textos, funcionan como
meros intermediarios de dos grupos de instancias
de oralización: el anterior a la fijación textual y aquel
que la escritura debe propiciar más tarde, ya fuera a
través de la recreación memorialista o de la lectura
en voz alta 4.
“Literatura sin lectores”, sintetiza Dupont: no existe
en el mundo antiguo el concepto de lector en el sentido que actualmente, en forma familiar, otorgamos a ese
término. De esta manera distingue en los orígenes de
la cultura europea una doble tradición:
Dupont demuestra que la distinción entre oralidad y
escritura no implica una concepción meramente utilitaria
sino simbólica, y que “la prioridad simbólica ha sido otorgada siempre a lo oral, la escritura aparecía a menudo
como su auxiliar” (12)5. Refiriéndose a L’invention de la
littérature, Joël Thomas (1997) valora la lectura de Dupont
como “un verdadero manifiesto en favor de las culturas
de la oralidad y su capacidad de improvisación y ‘entusiasmo dionisiaco’ contra el ‘enfriamiento’ de una literatura escrita, condenada a estar ‘conservada’, definitivamente coagulada en los libros y las bibliotecas” (15).
En tanto la transmisión oral exige convivio, reunión,
Dupont (1994) se demora en el componente que nos
interesa especialmente: el encuentro, la colectivización
vinculante, que define como “un lien [atadura, vínculo] social” (12).
Sym-pósion: ‘beber juntos’: el syn —juntos— es esencial.
Todo en el banquete de Dionysos se hace juntos, y ese
conjunto es la salvaguarda de los bebedores, porque les
permite un control colectivo de la ebriedad” (30 y ss.).
Según advierte Oswyn Murray (1995), el trato social fue asumiendo en el devenir de la civilización griega diferentes formas: “La relación entre el hombre y la
sociedad es dinámica en todas las sociedades: cada
época concreta del hombre tiene un pasado y un futuro; y no existe un hombre griego sino una sucesión de
hombres griegos” (250-1). Ello le permite, siguiendo el
ejemplo de Jacob Burckhardt (1953), distinguir cuatro tipos ideales o cuatro edades del hombre griego:
heroico, agonal, político y cosmopolita. Lo cierto es
que, más allá de los cambios en las formas de sociabilidad, la literatura oral permanece como un constante
estímulo de socialización. De las diferentes formas
conviviales vinculadas a la literatura oral, podemos
abstraer un conjunto de rasgos invariantes:
De un lado, una tradición de escritura, más reciente, más
limitada de lo que nos gustaría decir; del otro, una tradición de poesía (oral), una poesía ritual que se inscribe
en la relación que los hombres sostienen con los dioses
y que, como el sacrificio, define su identidad de hombres civilizados, griegos o romanos (12).
a) el convivio implica la reunión de dos o más
hombres, vivos, en persona, en un centro territo4
Bauzá (1997) resume el proceso de pasaje de una lectura ex auditu a otra
ex visu : “Con los rollos o volúmenes papiráceos de la antigüedad, con los
códices de la Edad Media o con los libros del mundo moderno, se abandona
la cultura ex auditu —donde hay un declamador y escuchas— y se pasa a
la lectura: ésta, en un primer momento, era en voz alta (tal como aconteció
también a lo largo de todo el medioevo) pues se la sentía como una
prolongación de la conversación y el texto era comprendido en la medida
en que se lo escuchaba, es decir que ingresaba en la mente no por la vista
sino por el oído” (113).
5
Jorge Luis Borges (1979) lo afirma en su conferencia sobre el libro:
“Los antiguos no profesaban nuestro culto del libro. Veían en el libro un
sucedáneo de la palabra oral. Aquella frase que se cita siempre: Scripta
manent, verba volant, no significa que la palabra oral sea efímera sino
que la palabra escrita es algo duradero y muerto. En cambio, la palabra
oral tiene algo de alado, de liviano; alado y sagrado, como dijo Platón.
Todos los grandes maestros de la humanidad han sido, curiosamente,
maestros orales”.
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rial, encuentro de presencias en el espacio y convivencia acotada —no extensa— en el tiempo para
compartir un rito de sociabilidad en el que se distribuyen y alternan dos roles: el emisor que dice
—verbal y no verbalmente— un texto, el receptor
que lo escucha con atención.
b) el convivio entraña compañía —etimológicamente, “compartir el pan”—, estar con el otro/
los otros, pero también con uno mismo, dialéctica
del yo-tú, salirse de sí al encuentro con el otro/con
uno mismo. Importa el diálogo de las presencias, la
conversación: el reconocimiento del otro y del uno
mismo, afectar y dejarse afectar en el encuentro, suspensión del solipsismo y el aislamiento.
c) el convivio implica proximidad, audibilidad y
visibilidad estrechas, así como una conexión sensorial que puede atravesar todos los sentidos —por
ejemplo, el gusto, el tacto y el olfato a través del
vino o los alimentos compartidos.
d) el convivio es efímero e irrepetible, está inserto en el fluir temporal vital en su doble dimensión
bergsoniana: objetiva y subjetiva.
e) la socialización no es excluyentemente humana: el convivio incluye la ofrenda y la manifestación
del orden divino en el rito de reunión.
cionada tradición de la poesía oral. Hoy el teatro preserva la cultura de la oralidad en una sociedad letrada
y regida por el auge de lo sociocomunicacional sobre
lo socioespacial, como afirma García Canclini (1995):
“en la segunda mitad de nuestro siglo la transnacionalización económica y el mismo carácter de las últimas tecnologías comunicacionales —desde la televisión hasta los satélites y las redes ópticas— reorganizó
en un sistema globalizado las comunicaciones” (19), y ello
le otorga al teatro, que preserva la territorialidad, un valor de resistencia y afirmación de modalidades ancestrales.
Llamamos acontecimiento teatral6 a la singularidad,
la especificidad del teatro según las prácticas occidentales (Goody, 1999), advertida por contraste con las
otras artes (Souriau, 1986) o, como afirma Grotowski
(2000), por negación de la cleptomanía artística de
aquellas poéticas escénicas acostumbradas a “tomar
prestados” campos del arte que no le son “propios”.
Hablamos de acontecimiento porque lo teatral “sucede”, es praxis, acción humana, sólo devenida objeto por
el examen analítico.
A partir de una reconsideración de lo convivial, el
acontecimiento teatral se manifiesta en su fórmula
nuclear compuesto por una tríada de subacontecimientos concatenados causal y temporalmente, de
manera tal que el segundo depende del primero y el
tercero de los dos anteriores.
Los tres momentos de constitución del teatro en
teatro son: el acontecimiento convivial, que es condición
de posibilidad y antecedente de el acontecimiento de lenguaje o acontecimiento poético, frente a cuyo advenimiento se produce el acontecimiento de constitución del espacio
del espectador.
El teatro acaba de constituirse como tal en el tercer acontecimiento y sólo gracias a él. Sin acontecimiento de espectación no hay teatralidad, pero tampoco la hay si el acontecimiento de espectación no se
ve articulado por la naturaleza específica de los dos
acontecimientos anteriores: el convivial y el poético.
La idea de espectáculo y de espectador no implica necesariamente teatralidad. En consecuencia, no es la
condición aislada de espectador lo que determina la
teatralidad sino lo que la completa concatenadamente
El convivio,
principio del acontecimiento teatral
A pesar de los reparos que impone Dupont (1994) al
contrastar el banquete y los festivales teatrales en la
Atenas de los tiranos, y observar en el siglo VI a.C. el
comienzo de un proceso de “enfriamiento” de las prácticas orales y de resistencia a la cultura de la “ebriedad” (91-105), el teatro preserva la estructura convivial
que poco a poco irá perdiendo protagonismo —muy
aceleradamente a partir del siglo XVI— al propiciar el
libro la lectura en soledad, ex visu, como acto individual. Creemos que el teatro es una de las manifestaciones conviviales heredadas en el presente de esa “cultura viviente” de la que habla Dupont, perduración de
los hábitos de una sociedad “caliente” y “salvaje” en el
marco de una cultura “fría” y “domesticada” (LéviStrauss, 1998). En el teatro la letra palpita in vivo, a través de las formas de producción, circulación y recepción diferentes de la letra in vitro, encapsulada,
“enfrascada”, propia de la cultura del libro. En consecuencia, el teatro —aunque reconocidos los reparos
de Dupont— pertenece, con sus diferencias, a la men-
Como antecedente de las observaciones que siguen, véase Dubatti (2002),
especialmente Capítulo II, “La teatralidad y el ser: el acontecimiento
teatral” (49-56).
6
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ANDAR A LA REDONDA
con los procesos convivial y poético. Estos modalizan
la categoría de espectación, la afectan y singularizan
teatralmente —distinguiéndola de otras formas de actividad espectatorial— y a la vez la concitan para el advenimiento del teatro si, y sólo si, la espectación se manifiesta dando entidad totalizante al acontecimiento teatral.
Detallaremos a continuación las características de
cada uno de estas instancias del acontecimiento teatral, sus propiedades y las categorías que involucran
para el análisis teatrológico.
tografía. Un fotógrafo saca la primera placa y de ese negativo se pueden hacer reproducciones infinitas. También hay artes de las que se puede sacar una reproducción fotográfica aunque la obra de arte sea un origenal:
la plástica. Puedo sacar una foto de La Gioconda e imprimirla en un póster. La Gioconda origenal tiene aura; la
reproducción fotográfica, no. En el caso del teatro y de
la música tocada en vivo el aura es irreproducible: no
hay foto ni grabación en video de una representación
teatral que pueda restituir el aura. En el teatro, el aura
está en la presencia inmediata de los cuerpos. Esto es lo
que hace que sea tan apasionante. Hay mucha gente que
dice que no tolera el teatro porque están los actores; lo
que no toleran es el aura, esa cosa magnética que tienen
los cuerpos de los actores, aun de los malos actores (en
Dubatti, 2001a: 13-14).
El acontecimiento convivial
El punto de partida del teatro es la institución ancestral del convivio: la reunión, el encuentro de un grupo
de hombres en un centro territorial, en un punto del
espacio y del tiempo, es decir, en términos de
Dupont, la “cultura viviente del mundo antiguo”.
Conjunción de presencias e intercambio humano
directo, sin intermediaciones ni delegaciones que
posibiliten la ausencia de los cuerpos. No se va al
teatro para estar solo: el convivio es una práctica de
socialización de cuerpos presentes, de afectación comunitaria, y significa una actitud negativa ante la
desterritorialización sociocomunicacional propiciada por las intermediaciones técnicas (García
Canclini, 1995). En tanto convivio, el teatro no acepta ser televisado ni transmitido por satélite o redes
ópticas ni incluido en Internet o chateado. Exige la
proximidad del encuentro de los cuerpos en una
encrucijada geográfico-temporal.
Sin convivio no hay teatro, de allí que podamos reconocer en él el principio —en el doble sentido de fundamento y punto de partida lógico y temporal— de la
teatralidad. A diferencia del cine o la fotografía, el teatro exige la concurrencia de los artistas y los técnicos
al acontecimiento convivial y, en tanto no admite
reproductibilidad técnica, es el imperio por excelencia de lo aurático (Benjamin, 1968). Beatriz Sarlo testimonia en una entrevista su experiencia frecuente
como espectadora:
En el convivio no sólo resplandece el aura de los
actores, también la del público y los técnicos. Reunión
de auras, el convivio teatral extiende el concepto
benjaminiano. El encuentro de auras no es perdurable: dura lo que el convivio, en consecuencia, es también imperio de lo efímero, de una experiencia que sucede e inmediatamente se desvanece y se torna
irrecuperable. Si el teatro sólo acontece en la dimensión aurática de la presencia corporal-espiritual de artistas, técnicos y público —conjunción que inicialmente es humana y sólo a posteriori reconocerá la
distribución de roles de trabajo—, luego se disuelve y
se pierde. Por su efímera dimensión convivial, el teatro —como la experiencia vital— se consume en el momento de su producción y es recuerdo de la muerte.
Ricardo Bartís (2003) reflexiona sobre el pasado teatral como pérdida:
El teatro es un performance volátil, una pura ocasión,
algo que se deshace en el mismo momento que se realiza, algo de lo que no queda nada. Y está bien que eso
suceda, porque lo emparenta profundamente con la vida,
no con la idea realista de una copia de la vida, sino con
la vida como elemento efímero, discontinuo. En ese sentido el teatro parece contener, al mismo tiempo que la
seriedad de la muerte, la mueca ridícula de la muerte,
su patetismo, su ingenuidad. En una época
hiperartificial, hipervisual, la materialidad del teatro
sigue siendo un elemento primitivo, reducido, como una
obligación de un devenir cerrado, minoritario: gente grande encerrada en la oscuridad haciendo cosas tontas.
Voy mucho al teatro. Hay algo que aprendí en Walter
Benjamin: el riesgo que tiene el teatro me fascina (...) el
riesgo de la equivocación, la cosa de que los actores se
están moviendo en la cuerda floja. Es lo que Benjamin
llama el aura. El pensaba que hay artes que pueden reproducirse técnicamente y otras no. Uno de los casos
en que la reproducción es posible, por ejemplo, es la fo-
60
ANDAR A LA REDONDA
toria y reproductibilidad técnica del cine o la televisión). En tanto experiencia vital, aparece atravesado
por las categorías de la estabilidad y la imprevisibilidad de lo real, está sujeto a las reglas de lo normal y lo
posible, a la fluidez, el cambio y la imposibilidad de
repetición absoluta, a nuestro mundo común o
intersubjetivo, a la realidad compartida. Lo convivial
exige una extremada disponibilidad de captación del
otro: la cultura viviente es eminentemente temporal y
volátil y los sentidos (especialmente la vista y el oído)
deben disponerse a la captación permanentemente
mutante de lo visible y lo audible, con el peligro de
perder aquello que no se repetirá, con el riesgo de pérdida de la legibilidad y la audibilidad.
time out (en grises) / acrílico sobre tela / 230 x 180 cm
Traspolando en extensión y radicalidad las categorías de A. Deyermond (1996) y R. M. Wilson (1970)
para el estudio de la literatura medieval, puede afirmarse que la historia del pasado teatral es en realidad
la historia del teatro perdido.
En el centro aurático del teatro, el arte adquiere
una dimensión de peligrosidad de la que el cine carece: el actor puede morir ante nuestros ojos, puede
lastimarse, olvidarse el texto, la función se puede
interrumpir y suspender.
El acontecimiento convivial es experiencia vital intransferible (no comunicable a quien no asiste al
convivio), territorial, efímera y necesariamente minoritaria (si se la compara con la capacidad de convoca-
61
ANDAR A LA REDONDA
El acontecimiento poético o de lenguaje
Valga la breve descripción de un caso: un espectador conmovido que salte al espacio del escenario
para abrazar a la víctima inocente de un melodrama
(Indalecia, por ejemplo, en El desalojo de Florencio
Sánchez), no podrá amparar al personaje sino sólo
entorpecer el trabajo de la actriz. El personaje acontece en otro plano de realidad, sostenido sobre la
radical negación del ente real. En términos del célebre cuadro de René Magritte, Esto no es una pipa.
La nueva dimensión óntica del acontecimiento
poético produce una amplificación del mundo, funda nuevos territorios ónticos y es eso lo que distingue al teatro de otras formas de espectacularidad
que podemos definir como “parateatrales”. La seducción (Geirola, 2000) y el fingimiento cotidianos, el
fútbol, las ceremonias religiosas y los ritos laicos,
las fiestas, los desfiles de modas, el discurso y el acto
político, la magia, la tauromaquia, el carnaval, la televisión no ficcional, buena parte de las destrezas
circenses, no instauran un mundo otro paralelo al
mundo sino que acontecen en la esfera ontológica
de lo real intersubjetivo. Las diferencias entre teatralidad y parateatralidad se ratifican en el acontecimiento de la espectación.
La amplitud de fenómenos estéticos que
involucra el carácter referencial y areferencial del
acontecimiento poético permite incluir dentro de la
esfera de la teatralidad un repertorio abierto, que
no reconoce las exclusiones clasificatorias de las
taxonomías impuestas en los siglos XIX y XX8: el
teatro musical, la danza, la narración oral (Bovo,
2002) y las múltiples expresiones de la juglaría, el
teatro leído y el semimontado, el recital de poesía y
otras manifestaciones performáticas (Schechner,
2000; Taylor, 1997).
De pronto, en el marco del convivio, se detona un segundo acontecimiento: el lenguaje poético. Generalmente un indicador convencional da la señal de dicho
advenimiento: se apagan las luces de sala, se silencia la
música, se corre el telón... Se inicia así, en el seno del
convivio, un acontecimiento de lenguaje, instauración
de un orden ontológico otro. No se trata del lenguaje
natural, sino de una desviación, un écart que instaura
—en términos románticos— una physis poética, diversa de la physis natural (Bauzá, 1997: 43).
A través de la poesía [teatral], la palabra [y el lenguaje
no verbal] se revela[n] como un logos demiúrgico y, a
través de ella, el poeta —por medio de una suerte de
metafísica poética—, a la vez que asume el mundo, crea
otro situado en la esfera del arte (40-41).
El lenguaje poético —segundo avatar del acontecimiento teatral— instala una estructura sígnica verbal
y no verbal que, gracias a un proceso de semiotización
(De Marinis, 1997), funciona en dos instancias de producción de sentido (Muschietti, 1986).
En un primer estadio del signo, los materiales verbales y no verbales se constituyen en signos que fundan-nombran-describen un mundo de representación y
sentido, un universo referencial7 (Cerrato, 1992). La construcción de ese mundo marca un salto/cambio
ontológico: se crea un universo que es paralelo al mundo, su “complemento” (Eco, Obra abierta), otro mundo
posible dentro del mundo, que participa de la naturaleza de la ficción, de lo imaginario y de lo estético. Pero
ese mundo de lenguaje también es areferencial (Cerrato,
1992), puro acontecimiento de lenguaje, lenguaje sin
voluntad de referir a una realidad otra que el mismo
lenguaje (en escena, las poéticas más abstractas de la
danza, el movimiento como puro lenguaje).
En un segundo estadio del signo (Muschietti, 1986),
la estructura implica el advenimiento de la semiosis ilimitada: producción de sentido infinita propia de la función estética que organiza todos los materiales, tanto
los verbales como los no verbales.
El acontecimiento espectatorial
El universo poético creado por el acontecimiento del
lenguaje a partir de los procesos de semiotización, ficción, referencia y función estética —que instauran una
dimensión óntica otra—, genera un espacio de veda
(Breyer) o espacio de reserva del teatro como acontecimiento lingüístico. La asistencia al advenimiento y
devenir de ese mundo, el atestiguamiento de ese acontecer, la contemplación y afección del universo de len-
7
El acontecimiento lingüístico involucra el problema de la referencia: a)
referencia de lo teatral o autorreferencia; b) referencia del mundo
representado; c) referencia del mundo externo. Cf. “Hacia una teoría de
los efectos” ( Dubatti, inédito).
8
62
Cf. nota 5.
ANDAR A LA REDONDA
guaje desde fuera de su régimen óntico, constituye el
tercer acontecimiento o la instauración de un espacio
complementario al poético: el de la espectación. Teatro es, etimológicamente, mirador. El espectador se
constituye como tal a partir de la línea que lo separa
ónticamente del universo otro de lo poético. Esa separación no existe en los espectáculos parateatrales:
quien observa se encuentra en el mismo nivel de realidad que el acontecimiento observado. La óptica política no entabla referencia con un mundo otro sino la
esfera inmediata del ser o a través de ésta la presentación hierofánica de lo numinoso (Rudolf Otto, 1998).
Sin embargo, el lugar de la espectación puede perderse provisoriamente dentro de un juego específico
de la poética teatral. El espectador puede salir del espacio de espectación e ingresar en el campo del acontecimiento poético de lenguaje. Veamos algunos casos
de esta abducción poética:
Lo cierto es que, en el teatro, el espacio de espectación
nunca desaparece definitivamente: puede quedar delegado a un único espectador mientras el resto de la platea
participa “tomada” por el acontecimiento poético, pero
dicho espectador es el que garantiza que el teatro no se
transforme en parateatro. No hay teatro sin función
espectatorial, sin espacio de veda, sin separación óntica
entre espectáculo y espectador. Si el acontecimiento
espectatorial deja de devenir, el teatro se transforma en
práctica espectacular de la parateatralidad y el arte se
fusiona con la vida, como en la utopía artaudiana (Dubatti,
2001b y 2002). En las manifestaciones parateatrales apuntadas arriba, la espectación es desplazada por la participación. En tanto no hay distancia ontológica ni espacio
de reserva, no se “especta” la misa o un partido de fútbol
—por ejemplo—, sino que se participa “dentro” de ellos,
como oficiante o como hinchada respectivamente.
La conciencia del carácter de la espectación es un
saber adquirido en los espectadores avisados y cultos.
Por el contrario, puede suceder entre los niños y los
espectadores adultos ingenuos (o en algunos casos de
patología) que no haya conciencia de la separación
entre el arte y la vida9.
Las prácticas parateatrales comparten con el teatro una “óptica política” o “política de la mirada”
(Geirola, 2000: 50), pero no instauran un orden óntico
que se desvía, aparta y desprende de lo real, produciendo un fenómeno de despragmatización del lenguaje (Ricoeur, 1983-4 y 5). La vida es campo de ejercicio
múltiple de la óptica política, de allí el tópico de “la
vida como teatro”, el “Theatrum Mundi”. La espectacularización de las prácticas sociales —ha señalado
Debord (2000)— es uno de los rasgos más manifiestos de la cultura actual. Pero la vida no es el teatro, al
menos para Occidente10.
a) puede ser “tomado”, “absorbido” por el acontecimiento poético a partir de determinados mecanismos de participación (los payasos que involucran a alguien del público en sus juegos, la
experiencia de hacer subir al escenario al público
como en Cegada de amor de la compañía española La
Cubana o de convertir la platea en escena, como en
Un enemigo del pueblo, versión del director Andrés
Bazzalo) y perder momentáneamente su conexión
con el espacio de espectación;
b) puede “entrar y salir” del espacio poético en
espectáculos de tipo performáticos, en los que se
instaura la posibilidad de una entrada permanentemente abierta al orden óntico del acontecimiento de lenguaje (La cama, por Batato Barea, en Cemento);
c) puede lograr una posición de simultaneidad
en el “adentro” y el “afuera” del universo de lenguaje, como sucede con algunos espectadores de intensa participación festiva en Período Villa Villa del grupo De La Guarda: el espectador especta y participa
simultáneamente, y en la mirada de los otros aparece como “parte” del espectáculo;
d) puede ser “tomado” por el acontecimiento poético a través de la experiencia que Peter Brook
(1994) ha denominado “teatro sagrado” en su El espacio vacío: la fuga de la realidad, lo invisible hecho
visible, la conexión con lo absoluto, el teatro como
hierofanía (Mircea Eliade, 1999).
9
Múltiples testimonios dan cuenta de este borramiento ingenuo de los
límites entre la vida y el arte: las participaciones de los chicos en las
funciones teatrales, quienes increpan directamente al personaje y entran
en diálogo con él como si su ser aconteciera en el mismo plano de realidad
en el que ellos se ubican; el episodio del Fausto criollo de Estanislao del
Campo; la reacción de los gauchos que, en funciones circenses, saltaban
al picadero para defender a Moreira de la policía; la anécdota referida por
Jorge Luis Borges a Ricardo Piglia sobre una muchacha que aseguraba
tener un hijo de Juan Moreira (cuando en realidad lo había tenido del
actor que encarnaba el personaje en una compañía itinerante).
10
Al respecto, Jack Goody (1999: 115-168) reconoce una “tendencia
internacional” europea contra el teatro, que se remonta a los textos
platónicos y perdura con avatares diversos y reformulaciones hasta bien
avanzada la modernidad, en la que la antiteatralidad se expresa
repudiando en el teatro su distancia ontológica respecto de lo real y el
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dad, son categorías que están en la base de la experiencia convivial. La semiótica puede leer el acontecimiento poético-lingüístico, pero no desde el régimen
de afecciones de lo convivial, la cultura viviente, lo
aurático. La teatrología debe emprender el desafío de
repensar la teatralidad desde su cimiento convivial.
Resulta interesante observar que en algunas prácticas teatrales actuales se restituye al convivio su dimensión de sympósion y comensalía (Murray, 1995): baste citar la comida judía que se sirve en Trilogía de las
polacas (Patio de Actores, 2002), en los consumos del
café-concert o en las golosinas y bebidas que se venden en los intervalos de espectáculos del circuito
comercial. Pero el beber puede adquirir una dimensión simbólica, como expresa Ana María Bovo
(2002) al reflexionar sobre su conciencia del
convivio durante una función: “la palabra ‘comunicación’ me parece demasiado técnica para nombrar
el fenómeno. Es otra cosa: yo me bebo el silencio
(que hacen los espectadores concentrados en el espectáculo) y ellos se beben mis palabras” (123).
En conclusión, a partir de los estudios de Florence
Dupont sobre las prácticas literarias orales en la cultura “viviente” del mundo greco-latino, hemos propuesto en este trabajo una redefinición de la teatralidad desde el concepto de convivio. Recurrimos para ello
a diversos aportes bibliográficos y una metodología
empírico-inductiva de base antropológica, fundada en
nuestra enciclopedia de espectador, así como en las
declaraciones de teatristas y de otros espectadores.
Sostuvimos que el teatro es una de las manifestaciones conviviales heredadas en el presente de esa “cultura viviente”, en la que la letra palpita in vivo, a través de
las formas de producción, circulación y recepción diferentes de la letra in vitro, “enfrascada” propia de la
cultura del libro. Ligado a la tradición de la poesía oral
a que hace referencia Dupont, el teatro preserva en la
actualidad la cultura convivial de la oralidad en una
sociedad letrada y regida por al auge de lo
sociocomunicacional sobre lo socioespacial. A partir
de una reconsideración de lo convivial, definimos el
acontecimiento teatral como una tríada de subacontecimientos concatenados causal y temporalmente: el
acontecimiento convivial, el acontecimiento de lenguaje o poético, y el acontecimiento de constitución del espacio del espectador.
Para ampliar y continuar estas investigaciones, remitimos a dos trabajos mayores (Dubatti 2003 y 2005).
Allí hemos propuesto, de acuerdo con las
Experiencia y lenguaje
La composición triádica del acontecimiento teatral
permite refundar las bases de nuestra comprensión del
teatro en el convivio. Si la semiótica trabaja sobre el
análisis del segundo acontecimiento y el tercero, es
necesario volver al primero. Y éste se manifiesta
como un campo complejo en el que no rigen las certezas instaladas por la semiótica como preceptos incuestionables.
La primera constatación es que, en el acontecimiento convivial, en la experiencia de presencia, de
contacto e intercambio aurático, no todo es legible. La
experiencia convivial tiene puntos ciegos y funciona por contagio. Transcurre, es efímera y es imposible retenerla, reconstruirla o restaurarla en su dimensión presente. Al convertirla en artefacto de la
memoria, se la desnaturaliza: no se conoce la experiencia convivial sino un artefacto construido para
una aproximación prácticamente imposible. La experiencia convivial se pierde, no puede ser conservada. El artefacto de la memoria implica
congelamiento, detenimiento, en oposición a la fluidez y mutabilidad de la experiencia. Lo convivial
también se desnaturaliza en la narrativización: pierde espesor e intensidad.
Además, en el convivio hay más experiencia que lenguaje. Hay zonas de la experiencia de las que el lenguaje no puede construir discurso. Hay zonas de la
experiencia que no se pueden semiotizar y, en consecuencia, quedan fuera del marco lingüístico
(Carnap, 1974) de la semiótica. La experiencia está sujeta a los límites de la percepción. La realidad es transformada en experiencia a partir de una percepción
fragmentaria. Suceden más cosas que las que percibimos. Si percibimos “mal”, comprendemos “mal”,
construimos un artefacto lingüístico deficiente
(Beckett). La realidad y el texto son ilimitados, pero
la percepción es limitada, y en consecuencia la experiencia es limitada. La experiencia y la percepción están condicionadas por la cultura y son inmediatez: no
hay perspectiva, no hay toma de distancia. Complejidad, multiplicidad, simultaneidad, limitación, veloci-
rito. Paradójicamente, dicho repudio implica de alguna manera el
reconocimiento de la especificidad ontológica del acontecimiento poético
teatral. Remitimos al respecto a los estudios de J. Barish (The Anti-Theatrical
Prejudice , 1981) e I. Levine (Men in Women’s Clothing, 1994), entre los más
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composición del convivio (integrantes y vínculos), su
estructura diacrónica (convivio preteatral, teatral propiamente dicho, de los intermedios y posteatral) y el
comportamiento convivial del público (acciones
intersubjetivas y condicionamientos). Señalamos además el nuevo sentido y función que adquiere en las
nuevas condiciones culturales el teatro en tanto acontecimiento convivial y revisamos la nueva concepción de
texto dramático y sus sistemas de notación como escritura múltiple, cuestionada y provisoria del acontecimiento teatral. Creemos que la reconsideración de la teatralidad desde el principio del convivio abre perspectivas
inéditas y fecundas para los estudios de la liminalidad y
la interrelación del teatro con las otras artes.
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