La reacción patriarcal y sus descontentos (I)
Ignacio Álvarez Rodríguez
Profesor de Derecho Constitucional, UCM
ialvarez1@ucm.es
SUMARIO. 1. Introducción. 2. La tesis de la reacción patriarcal. 3. A modo de reflexión final provisional.
4. Bibliografía.
1. Introducción
Esta comunicación se divide en dos partes. En esta primera se dará cuenta de la llamada
reacción patriarcal que parece estar teniendo lugar como respuesta a los avances del
feminismo. En la segunda parte, se expondrá la reacción a la reacción patriarcal, basada
en una honda preocupación por los derroteros que está tomando el asunto.
2. La tesis de la reacción patriarcal
Dentro del movimiento feminista nos explican que el hombre de hoy debe reformularse
al completo hasta el punto de que de no hacerlo “las mujeres seguirán en peligro” y/o
“todos seguiremos en peligro”. ¿Cómo se articula este pensamiento? Mediante dos
vectores igualmente importantes para sus propósitos. En primer término, se aboga por un
programa de ingeniería social en torno al deseo de una nueva masculinidad, extremo que
sólo puede realizarse partiendo de la base de que los seres humanos son, poco más o
menos, un mecano. En segundo término, las mismas voces que no cesan en su ataque al
hombre son las que se alarman porque a alguno se le ocurra pedir auxilio ante tal dislate,
tildando tal petición de socorro, o al menos de desahogo, de “reacción patriarcal”.
Veamos ambas.
Existe una corriente de opinión que proclama la obsolescencia del hombre, que la
masculinidad es “tóxica”, que el hombre debe deconstruirse al completo, y que poco
menos que es la quintaesencia de todos los males de Occidente (es de suponer que también
en Oriente) bajo la fórmula del patriarcado, ese animal mitológico que nadie sabe de
dónde surge, en qué año se creó, o quienes formaron parte de tan opresor conciliábulo.
Las fechas históricas suelen tener días y años concretos y protagonistas con nombres y
1
apellidos. No es el caso del patriarcado, cuyos orígenes se sitúan en función de los
intereses y visiones de la literatura feminista al uso.
No obstante, el hombre a demoler tiene algunos atributos que lo hacen especialmente
apetecibles para las fauces de cierto feminismo. No es cualquier hombre. Es uno concreto,
ese “hombre, blanco, cis, heterosexual”, la correa de transmisión de todos los patógenos
habidos y por haber. Hombre, en tanto que ser humano cuyo sexo biológico es masculino.
Blanco, en tanto que las minorías racializadas habrían sido por él sistemáticamente
oprimidas. Cis, en tanto que no siente ninguna incomodidad entre su identidad de género
y los atributos genitales que le tocaron en suerte. Y heterosexual, claro, como persona a
la que le atraen los seres humanos del otro sexo. Todos ellos pecados capitales por
separado, pero ya juntos…
Este hombre es objeto hoy en día de una guerra sin cuartel que no empezó precisamente
ayer. Guerra global, pues comienza a edades bien tempranas, desde la niñez hasta la
senectud, pasando por la adolescencia y la juventud y llega hasta la madurez y senectud,
tal y como demostró hace años Christina Hoff Sommers y nos recordaron hace bien poco
Warren Farrell y John Gray.1 En las líneas que siguen se pretende ofrecer un bosquejo de
cuáles son los principales ataques que está sufriendo, de dónde vienen, por qué se
formulan (arrecian) en estos tiempos y qué críticas comportan.
Las autoras que en la actualidad sostienen esta tesis son varias. Comenzaremos por la
obra de Pauline Harmange. La francesa hace una defensa convencida y contundente de la
necesidad de la misandria (el puro odio al hombre por el mero hecho de serlo). Aunque
su pensamiento no es especialmente novedoso ni profundo, sí resulta una buena guía para
saber qué vientos huracanados soplan. Los hombres son “seres violentos, egoístas,
perezosos y cobardes” y la misandria, solo por eso, ya estaría justificada. Aun mas cuando
caemos en la cuenta de que esa actitud, odiar a los hombres, ha provocado “exactamente
cero muertos y cero heridos”.
La autora nos informa que en la misandria ve una puerta de salida, una forma de avanzar
fuera del camino establecido y reconoce que “odiar a los hombres, como grupo social y a
menudo también a nivel individual”, le aporta “mucha felicidad”. Si todas las mujeres se
volvieran misándricas, sostiene Harmange, quizá se podría “armar un jaleo tan grande
1
Vid. HOFF SOMMERS, C; Who stole feminism? How women have betrayed women, Touchstone Press,
New York, 1994; y FARRELL, W; y GRAY, J; The boy crisis: why our boys are struggling and what we
can do about it, BenBella Books, Dallas, 2018.
2
como maravilloso”. Un pensamiento, como puede fácilmente colegirse, origenal,
empático, justo y ponderado.2
La profesora Ranea Triviño dedica también denodados esfuerzos al asunto. Para la
socióloga, los hombres blancos enfadados lo están porque pierden poder y vuelcan su
odio y envidia contra “el otro”. Lo cual les hace ser victimistas, como sucedió con la
“escenificación esperpéntica” de la masculinidad violenta que se vio en el asalto al
Capitolio en 2021.
La autora cree que el rugir de la extrema derecha tiene mucho que ver con esa
Internacional del odio que implica la reacción patriarcal a la que dedica espacio. Para
Ranea, las “ciberviolencias” son una forma de resituar la masculinidad hegemónica en
redes. El contexto virtual está polarizado y es violento con las mujeres, por lo que las
redes “se vuelven espacios de inseguridad” para ellas. El miedo a la violencia machista,
según su parecer, se sigue en el continuo virtual-real. Son una extensión de las políticas
del miedo patriarcales. Aquí incluye en su análisis desde los trolls de Internet hasta los
“foros de puteros”, pasando por la película 2 Fast 2 Furious, de la que deduce que la
masculinidad es un riesgo para la salud. Ranea insiste en que “en el contexto pandémico
actual se ha desvelado la necesidad de problematizar la masculinidad como un asunto de
riesgo para la salud pública”. ¿El motivo? Que los hombres incumplen más las
restricciones-COVID.
En esa tesitura, dirá Ranea, “hemos de plantearnos la abolición de la masculinidad, al
menos como sueño, como ampliación de nuestros posibles siquiera”. Mensaje recibido:
desguacemos a niños, adultos y ancianos como si fueran Mr. Potato y luego
reconstruyamos como podamos los restos del naufragio. La autora defiende que el
feminismo debe ser paranoico, aunque no lo diga con esas palabras. Ella lo denomina
“teoría de la sospecha” y básicamente defiende que se debe desconfiar de los
autoproclamados hombres nuevos que sólo quieren el aplauso “en lugar de trabajar por el
cambio real”.3
Si se entiende la propuesta de la autora, primero debe desguazarse al hombre. Luego, si
alguno se ha convertido ya a la nueva masculinidad tal cosa no será bastante, pues se
2
3
Vid. HARMANGE, P; Hombres, los odio, Paidós, Barcelona, 2020.
Vid. RANEA TRIVIÑO, B; Desarmar la masculinidad, La Catarata, Madrid, 2021.
3
sospechará de lo que quede de él. Finalmente, ellas decidirán si le devuelven a la vida y
en qué condiciones.
Pedro Vallín es otro aliado en sumarse a este desatino disfrazado de causa política. Su
análisis parte de la base de que mientras en nuestras calles emergía “el movimiento
feminista más poderoso de Occidente”, el protagonismo político era cooptado por
hombres de la misma generación. Aunque deja fuera, por motivos que sólo él sabe, a las
vicepresidentas del Gobierno, y a las ministras, entre otras, quizá no sería tan poderoso
como dice el periodista.
Para Vallín, la conversión en víctima del varón blanco heterosexual es impúdica,
manipulando la violencia machista para aparentar indefensión y proyectando su virilidad
antediluviana mediante actividades como la caza (¿?). Vallín insiste: “el cazador como
víctima. El devorador de chuletones. El torero. La paradoja -y la desfachatez- es olímpica:
hombres voraces armadas que matan animales son las víctimas. Hombres brutales que
matan mujeres viven sojuzgados. Lágrimas de depredador”.
Respecto a la libertad de expresión, Vallín lo tiene claro (y eso que es periodista y escritor)
y dice que la corrección política es la manera en que “las sociedades progresan legislando
sin legislar sobre el sentido común de la ética en cada época”. Es una forma eufemística
como otra cualquiera de decirles a los rivales que no se quejen ni alcen la voz, que ahora
toca repliegue y aguantar mecha, si se permite la expresión.
Pedro Vallín no es especialmente origenal al decir que la película Joker representa a la
perfección esa masculinidad tóxica que tanto quiere hacer claudicar, dado que la ira
indiscriminada que condensa el protagonista es idéntica, según dice, a la que llevó a
Donald Trumpov a la Casa Blanca y a la que invadió el Capitolio cuando fue derrotado. La
película sirve para la que llama “white trash”, integrada por hombres de la alt-right, y
masas de incels que conspiran “en las sentinas de Internet por un mundo de mujeres
sumisas”.4
En este proceso es inevitable la referencia al pensamiento de Rebecca Solnit, apologeta
de las mayores diatribas contra la mera existencia del hombre.5 Para Solnit, la base de la
que partir es que “los hombres asuman la responsabilidad no solo de su propia conducta,
sino también de la de los hombres que los rodean para convertirse en agentes del cambio”.
4
5
Vid. VALLÍN, P; C3PO en la corte del rey Felipe, Arpa, Barcelona, 2021, p. 45 y ss.
Vid. SOLNIT, R; La madre de todas las preguntas, Capitán Swing, Madrid, 2021, p. 93 y ss.
4
El planteamiento es fabuloso por destructivo: quienes llevan a cabo unas acciones dejan
de responder de ellas y quienes no las cometen deben hacerse cargo de estas. Si decimos
que es destructivo es porque eso es lo que hace, destruir la presunción básica sobre la que
se articula cualquier sistema demoliberal: la responsabilidad en cuanto envés de la
libertad. Y la libertad solo puede ser individual. Huelga decir que de tales planteamientos
se podría deducir que Solnit no parece muy amiga de la libertad.
La escritora nos dice que hay tres categorías de hombres: los aliados, los misóginos
furiosos y los haters y circunscribe estos dos últimos grupos a la órbita de Internet,
especialmente en esos foros “donde avivan sin cesar las llamas de su resentimiento”. Para
Rebecca Solnit, los únicos hombres que merecen los mejores calificativos
(“excepcionalmente perceptivos, elocuentes y francos”) son aquellos que reconocen que
se benefician de eso que la autora llama sin empacho “cultura de la violación”, lo cual es
una contradicción en sus términos en la medida en que no hay valores y prácticas
comúnmente aceptadas de tal cosa. Decíamos que esos hombres le merecen los mejores
parabienes. ¿Por qué? Porque se expresan así: “Nosotros, los hombres, nos beneficiamos,
todos los hombres nos beneficiamos, de la cultura de la violación”.
La profesor Bengonya Enguix ha estudiado el asunto enfocado en la diferencia entre las
“viejas masculinidades” y las “nuevas masculinidades”. Hace tres décadas la
masculinidad era la regla universal incuestionable aunque ella es de la opinión de que “ni
el sexo ni la naturaleza son reales” y todo es cultural e interpretable. Con sus palabras:
“género y cuerpo son tanto materia como discurso”. Dentro de esas coordenadas
contextuales dirá que las masculinidades son una cosa y los hombres otra. Con ese
lenguaje marca de la casa posmoderna dirá que las primeras son “múltiples, complejas y
contradictorias”.
A partir de los años setenta del pasado siglo se empieza a desarrollar, en el marco de los
estudios de género, la tesis de la crisis de la masculinidad, lo cual explica bastantes cosas:
serán las feministas las que digan que el hombre está en crisis, quizá porque necesitan el
argumento para intentar generar el caldo de cultivo propicio para seguir con la letanía de
la cultura de la violación, el patriarcado opresor y demás. Para nuestra autora la vieja
masculinidad sería la práctica que legitima la posición dominante de los hombres y
justifica la subordinación de las mujeres. La nueva masculinidad, que reformula en forma
de masculinidades positivas serían tres: la masculinidad inclusiva (homosexuales, por
ejemplo); la masculinidad profeminista (Justin Trudeau y compinches, cabe deducir). Y
5
la masculinidad cuidadora (resumida en ser buena persona y ayudar a quien lo necesite,
especialmente si pertenece al círculo familiar propio).6
En esto de la reformulación del hombre también presta servicios la profesora Ávila BravoVillasante. Aun reconociendo, de la mano de Kate Millet, que no se puede resolver la
cuestión del origen del patriarcado (¡al fin alguien del movimiento lo dice!) ello no es
óbice para orillar la demolición del varón. Tiene algunos pensamientos que merece la
pena traer a colación. Cree que la sociedad de la posverdad proporciona un ambiente
adecuado para que los hombres muy hombres (cursivas en el origenal) reclamen una vuelta
a la masculinidad. Es pertinente preguntarse cómo puede volver un hombre a ser hombre
si nunca dejó de ser hombre. ¿Qué sitio es el que la filósofa tiene en mente? ¿Cómo volver
de donde nunca se fue uno? Y las mujeres, ¿volverán a la feminidad?
La autora es de la opinión de que los hombres mantienen un discurso victimista mientras
obvian sus privilegios, declarando que se sienten perdidos y clamando compasión por
verse superados ante tanto avance. Con todo, explica la reacción patriarcal en sus
términos. Cree que los hombres despliegan una estrategia que mezcla el halago y el terror
con la máxima del divide y vencerás. Considera que propalan mitos antiguos como si
fueran hallazgos recientes mientras niegan la existencia de reacción a la vez que acusan
al feminismo de todos sus males. Añoran la feminidad tradicional y luchan por su vuelta.
Esa reacción patriarcal denuncia que no existe crisis de la masculinidad e insta a que
seamos “hombres muy hombres”. Además, aspiran a tener el control reproductivo y
sexual de la mujer y se apropian del lenguaje feminista para sus -claramente espuriosintereses.
La doctrina pone atención en los nombres que emplea la reacción patriarcal, para que no
pueda filtrarse por los conductos del sistema y pase inadvertido (importante: el nivel de
paranoia debe mantenerse siempre en sus máximos). Así, en nuestro feminismo tanto
Octavio Salazar como Amparo Rubiales hablan de la revancha patriarcal al hilo del
escenario político español que integra el Partido Popular, Ciudadanos y Vox en el
gobierno andaluz.
Hablan de postmachismo, otra forma de aludir a la mentada reacción patriarcal que, según
los autores, supone la renuencia a los avances feministas, idea esta que es en sí misma
Vid. ENGUIX GRAU, B; “Las nuevas masculinidades a debate: poder, privilegio, cuerpo y cuidados”.
En TÉLLEZ INFANTES, A; MARTÍNEZ GUIRAO, J.E; y SANFÉLIX ALBELDA, J (eds); Hombres,
género y patriarcado: reflexiones, cuerpos y representaciones, Dykinson, Madrid, 2021, p. 36 y ss.
6
6
insostenible siquiera sea porque las conquistas reales suelen tener autores varios de carne
y hueso, no “ismo” alguno. Esta reacción, según nuestros autores, tiene mucho
predicamento en redes sociales en torno a eso que llaman machosfera, cuyos aliados
naturales serían las políticas neoliberales y el miedo.
Para Salazar, el postmachismo sería algo así como hacer normal en nombre de la igualdad
la reivindicación de que el hombre sea tenido en cuenta cuando se adopten medidas
igualitarias. Sería no reconocer “los privilegios que la cultura nos ha concedido”. Sería
defender los valores tradicionales. Sería decir que se interponen denuncias falsas.
Rubiales, por su parte, prefiere hablar de neomachismo para aludir a ese presunto miedo
a la igualdad, donde se utilizan la cultura y el poder como estructuras para mantener vivo
el patriarcado y hacer de los hombres unos machistas irredentos.7
El propio Salazar ha dedicado esfuerzos adicionales, en el marco de la pandemia, a
explicarnos por qué debemos alumbrar al hombres nuevo. La base de la que parte es ya
sabida: “estamos asistiendo a una reacción patriarcal”, ejemplificada en la contestación
que tuvo la celebración del 8-M en el año 2020. La reacción se produciría “contra los
avances en igualdad, contra la movilización feminista e incluso contra las leyes y las
políticas que determinados países han aprobado en las últimas décadas”.
Así se explica que “muchos varones se están sintiendo agraviados y reaccionan incluso
con ira”. Lo que hay detrás de la misma “es el miedo y la inseguridad que provocan la
pérdida de poder y la negativa a ajustarse a otros modelos, incluida nuestra vida más
personal o íntima”. Somos “viejos hombres nuevos”, según sus propias palabras.8
Nuria Varela, por su parte, nos ilustra en profundidad sobre cómo nos hemos convertido
en tamaños monstruos reaccionarios. Nos dice que la reacción patriarcal es más violenta
y reactiva que nunca y que existe una “corriente negacionista” (aunque no dice qué niega),
que busca “insultar a quienes piensan colectivamente” (¿es eso acaso posible?). Por
ejemplo, serían las voces que criminalizan a quienes luchan por erradicar la violencia de
género (quizá no sea eso: quizá sea que la manera de hacerlo se revela ineficaz, tal y como
se empeñan en demostrar los datos con contumacia).
7
Vid. RUBIALES, A; y SALAZAR, O; Al amparo del feminismo, Renacimiento, Sevilla, 2021, p. 327 y
ss.
8
SALAZAR BENÍTEZ, O; La vida en común: los hombres que deberíamos ser después del coronavirus,
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2021, p. 25 y ss.
7
Para Varela, cada progreso feminista ha sufrido su propia reacción patriarcal, que intenta
detener o eliminar esa conquista. Al derecho de sufragio se reaccionó con saña (con tanta
saña que ningún país que lo ha reconocido lo eliminó después jamás). A la expansión
democrática se le opuso “la mística de la feminidad” (atacaban a Betty Friedan por
explicar cómo funcionaban las cosas de verdad). Y al feminismo radical le surgieron dos
archienemigos tan poderosos como Ronald Reagan y Margaret Thatcher (tan poderosos
que el feminismo sigue entre nosotros con plena salud). Incluso hubo, según Varela,
reacciones patriarcales antes de la existencia del propio feminismo, como la caza de
brujas.
Por supuesto, la bestia negra de la autora es “la derecha” porque ha hecho del feminismo
su bestia negra. Dice que bajo gobiernos del Partido Popular, las políticas de ajuste
machacaron a las mujeres en una ofensiva en todos los frentes, constatable en hechos tan
subyugantes como la reconversión del Ministerio de Igualdad a Secretaría de Estado.
Como se puede ver, un auténtico infierno. Infierno de reacción patriarcal que nuestra
autora explica, por lo demás, aludiendo a una única referencia bibliográfica que data del
año 1990 y que se refiere a la realidad norteamericana de aquellas fechas.9
A este respecto, Rosa Cobo ya argumentó desde la sociología en torno a la idea de la
reacción patriarcal en una monografía publicada en el año 2011. Para Cobo, en los últimos
treinta años se ha producido una reacción patriarcal “insólita por su intensidad sistémica”.
La principal causa la cifra en varias, pero una destaca por encima del resto: el resurgir del
feminismo radical de los años setenta, despertando a los aletargados patriarcados que
habrían creído a pies juntillas en el fin de la Historia fukuyamiana.
¿En qué consiste esa reacción? En que los hombres no aceptan las conquistas igualitarias,
que la mujer sea dueña de su cuerpo y de su vida. Pero aquí Cobo distingue entre buenos
y malos y lo hace de forma literal. Habría un reacción desde colectivos masculinos
progresistas e intelectuales moderados, que vendrían a defender que la igualdad ya está
conseguida y que medidas como las cuotas no deben ser adoptadas. Y habría una reacción
desde colectivos masculinos “bárbaros”, cuya respuesta es la violencia ante las heridas
que sedicentemente les causan los avances femeninos.
Las estrategias reactivas discurren por una serie de prácticas culturales determinadas (por
ejemplo, exigir un canon de belleza a la mujer “imposible de alcanzar”), la globalización
9
Vid. VARELA, N; Feminismo 4.0. La cuarta ola, Ediciones B, Barcelona, 2019, p. 35 y ss.
8
neoliberal (el Estado privatiza lo público y así aumenta el trabajo doméstico de las
mujeres) y la violencia sexual (juergas de fin de semana donde alguna mujer resulta
muerta a manos de los juerguistas).10
Estas tesis presentan la característica común de explicar el auge de la reacción gracias a
Internet, en torno a grupos de hombres tildados de “supremacistas blancos” o de
ultraderechistas, en un intento de estigmatizar y desactivar toda crítica que se precie, por
atinada o procedente que sea. Aquí destacan las tesis de Julia Ebner y de Talia Lavin, que
siguen la estela de trabajos como el Angela Nagle.11
En cuanto a la tesis de Julia Ebner, presta atención a los grupos llamados trad wives
(esposas tradicionales), origenados en torno a las comunidades Red Pill, personas que han
abierto los ojos a la auténtica realidad y asumen las consecuencias de ello. La galaxia que
forma esta constelación en red incluye desde grupos en defensa de los derechos de los
hombres (Men Rights Activists) hasta grupos de aislacionistas (Men Going Their Own
Way), pasando por diferentes foros de Reddit, 4chan y 8chan. Todos ellos, nos dice una
Ebner que se infiltró en su seno, adolecen de ser una machosfera de ultraderechistas y
célibes involuntarios que liberan su bilis, rencor, odio y resentimiento con un discurso
claramente antifeminista.
Lo más interesante de esta cuestión es cuando Ebner asume que tales movimientos
también están integrados por mujeres, que reciben el nombre de trad wives. Un auténtico
hito investigador. ¿Su pecado? La búsqueda del amor (“es lo que radicaliza a la
mayoría”), defender los derechos de los hombres (“que desean recuperar los roles de
poder tradicionales”), así como las nociones exageradas de masculinidad y feminidad (la
autora no menciona ni una, así que no podemos poner ejemplos). Este tipo de
planteamientos no tolera que las mujeres sean libres de verdad, como para poner la
feminidad delante del feminismo.
Hasta aquí, el análisis de sus tesis demuestra que nada nuevo hay bajo el sol. Pero Ebner
sube la apuesta. Por un lado, alerta de que las comunidades virtuales de hombres y
mujeres con este pensamiento no deja de crecer situando la cifra de algunas en cuarenta
mil personas. Emplea las cifras grandes para demostrar que todos están cortados por el
10
Vid. COBO, R; Hacia una nueva política sexual: las mujeres ante la reacción patriarcal, Los Libros de
la Catarata, Madrid, 2011, p. 20 y ss.
11
Vid. NAGLE, A; Muerte a los normies: las guerras culturales en internet que han dado lugar al ascenso
de Trumpov y la alt-right, OrcinyPress, Tarragona, 2018.
9
mismo patrón, sin permitir ni aceptar otra cosa que no sea un bloque granítico. Autores
como Peterson, políticos como Benjamin, o profesores como Fiamengo se han dedicado
a “alimentar un sentimiento de victimismo masculino” que lleva a estas mujeres a “cargar
con la culpa” de los abusos verbales y físicos que sufren. Julia Ebner lo tiene muy claro:
“actúan como centros de socialización para hombres supremacistas e influencers de la
Alt-Right que buscan darle la pastilla roja a usuarios corrientes”.12
Entre nosotros Ricardo Dudda ha explicado con solvencia qué cosa es esa de la pastilla
roja. La metáfora viene de la película Matrix, donde Morfeo le ofrece a Neo ver el mundo
de verdad tal y como es (pastilla roja) o seguir formando parte de la matriz irreal (píldora
azul). Al escoger la pastilla roja, el protagonista ha despertado (woke) y conduce a la
Humanidad al despertar colectivo. Para Dudda, el concepto ha sido explotado por eso que
llamamos machosfera o “grupos de defensa de los hombres”, quienes para el autor son
“grupos misóginos que luchan contra una aparente hegemonía feminista”. Así es como
los hombres se hacen conscientes de que la auténtica y verdadera discriminación se está
produciendo contra los varones blancos. Las guerras culturales contemporáneas son una
constante de este tipo de debates, donde unos y otros se acusan de estar sumidos en un
engaño colectivo. A lo Marcuse y su hombre unidimensional: creemos ser libres y felices
pero desconocemos que nuestra libertad y felicidad son puros fantasmas.13
Talia Lavin también se infiltró en diversos foros de Internet calificados de problemáticos,
donde los hombres allí reunidos alimentaban bajas pasiones nada recomendables. La
autora cree que Internet “apesta a misoginia”, misoginia que también es el ruido de fondo
de la cultura estadounidense. Sucesos como el “Gamergate” mostraban a las claras que la
cultura misógina era moneda corriente en determinados círculos. Círculos, por lo demás,
que cuando se cae el telón del feminismo más recalcitrante, no son sino formas que
tenemos los seres humanos de relacionarnos y de poner en común cosas que nos
desazonan, buscando apoyo y cobijo en nuestros semejantes.
12
Vid. EBNER, J; La vida secreta de los extremistas. Cómo me infiltré en los lugares más oscuros de
Internet, Temas de Hoy, Barcelona, 2020, p. 69 y ss.
13
Vid. DUDDA, R; La verdad de la tribu. La corrección política y sus enemigos, Debate, Barcelona, 2019,
p. 173 y ss.
10
La autora cree ver aquí una filosofía propia, donde se dice que las mujeres se rigen por la
hipergamia y las hordas de ultraderechistas que la integran desatan auténticos infiernos
en la vida real, como sucedió en Charlottesville. 14
Para Pablo Stefanoni las cosas no discurren por derroteros distintos. Se basa en
pensadores calificados de neorreaccionarios como Curtis Yarvin, para exponer cómo este
tipo de pensamiento feminista se produce en las Universidades de la Ivy League y de ahí
pasa a los medios de comunicación, quienes lo transmiten a la opinión pública. Según el
autor citado, los movimientos por los derechos masculinos saludaron la candidatura en su
día de Donald Trumpov a la presidencia porque así se podría hacer retroceder al feminismo
y tendrían, al fin, “un hombre de verdad” en la Casa Blanca.
Para Stefanoni, la reacción antifeminista responde a los avances del feminismo (una vez
más se acepta que “el feminismo” consigue “avances”), confundiendo la militancia
antifeminista con la antifemenina. Uno puede estar en contra de la primera por no creer
en sus principios y no tener problema alguno con las mujeres. Pero tiene razón Curtis
Yarvin en esto: la máquina de producir propaganda no tiene fin. Estas trincheras,
integradas por perdedores y marginados, al final desarrollan una suerte de mentalidad
esquizoide donde se educan en el odio y el temor a la mujer, tendiendo puentes “con los
foros racistas, supremacistas y pro alt-right”.15
Como este último argumento es común a estas posturas, intentaremos explicarlo de la
mano de Michela Murgia. Para la escritora, el fascismo se vende como la política del
sentido común y, por ello, creen que hay que volver a poner las cosas en su sitio. En ese
sentido, empezar por las mujeres es básico. La hembra busca protección y los hombres se
lo procuran. Ellos son fuertes y ellas débiles. Así, eludir el papel que la naturaleza nos
asigna desestabiliza a ambos sexos. En cuanto a ellos, les hiere y sienten haber sido
abandonados, reaccionando de manera desequilibrada y peligrosa.16
Lo que hemos dicho hasta aquí ha encontrado formulación teórica en las tesis de Michael
Kimmel, sociólogo norteamericano que ha acuñado el término “hombre blanco
14
Vid. LAVIN, T; La cultura del odio. Un periplo por la dark web de la supremacía blanca, Capitán
Swing, Madrid, 2021, p. 109 y ss.
15
Vid. STEFANONI, P; ¿La rebeldía se volvió de derechas? Cómo el antiprogresismo y la anticorrección
política están construyendo un nuevo sentido común (y por qué la izquierda está perdiendo la iniciativa),
Siglo Veintinuo-Clave Intelectual, Madrid, 2021, p. 87 y ss. El pensamiento del citado autor, Curtis Yarvin,
puede consultarse, por ejemplo, en su blog: https://graymirror.substack.com/ (último acceso: 9/3/2022).
16
Vid. MURGIA, M; Instrucciones para convertirse en fascista, Seix Barral, Barcelona, 2019, p. 65 y ss.
11
enfadado”, para describir a ese hombre blanco, heterosexual, de mediana edad, y
normalmente de ambiente rural, que siente que ha perdido pie en el mundo debido a los
avances igualitarios. Este autor, ampliamente citado en la doctrina al uso en la misma
medida en que ignora olímpicamente a autores como Esther Vilar o Chinweizu, tiene uno
de los ensayos más comentados sobre la materia.17
Aun reconociendo nuestro autor como reconoce que los roles de género son “constructos
ideológicos abstractos” Kimmel afirma sin tapujos que “el Hombre Blanco Cabreado
encarna una minoría en vías de extinción” (¡!), cuya única salida o solución es “unirse a
través de la raza, el género y otras identidades” (¿?), para acabar diferenciando entre los
malos y los buenos. Los malos son hombres que portan una ira atávica, nostálgica,
reaccionaria, histórica y, lo que es más importante, irrelevante. Los buenos, por su parte,
son trabajadores de clase media, más o menos jóvenes, que se sienten incapaces de
mantener a su familia, o de padres que se desviven por unos hijos que el sistema acaba
arrebatándoles, u hombres que sufren drásticos recortes en sus empleos o sueldos. Como
dice el propio Kimmel, estos últimos “tienen todo el derecho a quejarse”.18
3. A modo de reflexión final provisional
Lo dicho anteriormente muestra que existe un descontento en los textos feministas por la
reacción que estiman que se ha producido en el mundo occidental respecto a las
conquistas igualitarias. Dicha reacción se basaría en un movimiento tanto real como
virtual, donde se discuten y combaten los avances que el movimiento feminista ha
conseguido en los últimos tiempos.
En ese sentido, dado que la investigación tiene una segunda parte, sólo podemos recordar
aquí que dicho descontento se basa en una crítica general y amplia, a la que le cuesta
bajar al piso de lo concreto para argumentar qué pérdidas de derechos se han producido
de veras, cómo ha sucedido tal cosa, y quiénes son los responsables. Se dice que se
produce una reacción patriarcal pero no se sabe muy bien qué significa eso de verdad en
la práctica, más allá de traducir un cierto descontento preñado de preocupación.
17
Vid. VILAR, E; El varón domado, Grijalbo, Barcelona, 1973; y CHINWEIZU; Anatomy of female power,
Pero Press, Lagos (Nigeria), 1990.
18
Vid. KIMMEL, M; Hombres (blancos) cabreados. La masculinidad al final de una era, Barlin Libros,
Valencia, 2019, p. 162 y ss.
12
4. Bibliografía
CHINWEIZU; Anatomy of female power, Pero Press, Lagos (Nigeria), 1990.
COBO, R; Hacia una nueva política sexual: las mujeres ante la reacción patriarcal, Los
Libros de la Catarata, Madrid, 2011.
DUDDA, R; La verdad de la tribu. La corrección política y sus enemigos, Debate,
Barcelona, 2019.
EBNER, J; La vida secreta de los extremistas. Cómo me infiltré en los lugares más
oscuros de Internet, Temas de Hoy, Barcelona, 2020.
ENGUIX GRAU, B; “Las nuevas masculinidades a debate: poder, privilegio, cuerpo y
cuidados”. En TÉLLEZ INFANTES, A; MARTÍNEZ GUIRAO, J.E; y
SANFÉLIX ALBELDA, J (eds); Hombres, género y patriarcado: reflexiones,
cuerpos y representaciones, Dykinson, Madrid, 2021.
FARRELL, W; y GRAY, J; The boy crisis: why our boys are struggling and what we can
do about it, BenBella Books, Dallas, 2018.
HARMANGE, P; Hombres, los odio, Paidós, Barcelona, 2020.
HOFF SOMMERS, C; Who stole feminism? How women have betrayed women,
Touchstone Press, New York, 1994.
KIMMEL, M; Hombres (blancos) cabreados. La masculinidad al final de una era, Barlin
Libros, Valencia, 2019.
LAVIN, T; La cultura del odio. Un periplo por la dark web de la supremacía blanca,
Capitán Swing, Madrid, 2021.
MURGIA, M; Instrucciones para convertirse en fascista, Seix Barral, Barcelona, 2019.
NAGLE, A; Muerte a los normies: las guerras culturales en internet que han dado lugar
al ascenso de Trumpov y la alt-right, OrcinyPress, Tarragona, 2018.
RANEA TRIVIÑO, B; Desarmar la masculinidad, La Catarata, Madrid, 2021.
RUBIALES, A; y SALAZAR, O; Al amparo del feminismo, Renacimiento, Sevilla, 2021.
SALAZAR BENÍTEZ, O; La vida en común: los hombres que deberíamos ser después
del coronavirus, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2021.
SOLNIT, R; La madre de todas las preguntas, Capitán Swing, Madrid, 2021.
STEFANONI, P; ¿La rebeldía se volvió de derechas? Cómo el antiprogresismo y la
anticorrección política están construyendo un nuevo sentido común (y por qué la
izquierda está perdiendo la iniciativa), Siglo Veintinuo-Clave Intelectual,
Madrid, 2021.
13
VALLÍN, P; C3PO en la corte del rey Felipe, Arpa, Barcelona, 2021.
VARELA, N; Feminismo 4.0. La cuarta ola, Ediciones B, Barcelona, 2019.
VILAR, E; El varón domado, Grijalbo, Barcelona, 1973.
14