El aviso de abrocharse los cinturones se encendió y Lucía se acomodó en el asiento mientras el avión empezaba su descenso. Miró a Alberto que observaba un catálogo de su empresa, mientras ella se encontraba nerviosa pensando en el aterrizaje. Aunque en realidad estaba inquieta por todo, desde que él le dijo que la amaba su vida dio un giro inesperado.
—¿Dejarías Miami para mudarte conmigo a Madrid? —le preguntó.
—Viajaría a donde tú quisieras, amor —respondió emocionada.
Lo conoció en una cafetería mientras ella trabajaba en uno de sus diseños. Era programadora web y tenía una cartera de clientes a quienes les hacía el seguimiento de sus páginas, actualizándolas con información.
Alberto estaba sentado en otra mesa y parecía desesperado mientras no quitaba los ojos de su laptop.
—Disculpa que me entrometa —dijo cautelosa—, pero, ¿acaso te sucede algo?, tal vez pueda ayudarte.
—No sé qué está pasando con mi página web, hay demasiadas quejas de clientes que no pueden hacer sus pagos —respondió bastante preocupado.
A Lucía le gustaron esos ojos azules, y que actuara como si no estuviera consciente de su atractivo, que se completaba con un cuerpo bien proporcionado que llamaba la atención.
—Qué casualidad… —agregó—, soy programadora, y si me dejas puedo ver qué está pasando en tu página.
—Pues adelante… mi computadora es toda tuya —dijo aliviado.
Tenía una tienda virtual en donde vendía prendas y algunos accesorios de moda, con una llegada a quince países, y cualquier problema que se presentara era una gran pérdida para la empresa.
Lucía se concentró en su trabajo, y luego de varios minutos lo miró satisfecha.
—Listo… se desconfiguró la pasarela de pago, pero está solucionado —comentó, recibiendo como premio una sonrisa