Mary Shelley grita de terror. Aún es madrugada. Se encuentra en su lecho. Tiene el camisón empapado de sudor. La luz de la luna atraviesa las cortinas. La respiración de Mary es agitada. Algo se escucha… algo parecido a unos pies arrastrándose. Al fondo del cuarto, donde no llega la luz, algo se mueve. Algo grande. Y se aproxima lentamente. La criatura entra en el haz de luz. Mary observa sus enormes extremidades. Grandes. Cicatrices circundando sus articulaciones. Como si alguien hubiera cosido las extremidades de manera inexperta. Otro paso más. La luna deja ver su rostro. Su cabeza es desproporcionada. No parece formar parte del cuerpo que acompaña. Los ojos de Mary coinciden con los del monstruo. Tiene la mirada ausente. Sin vida. Su hedor es putrefacto. Las manos del extraño ser rodean el cuello de Mary y hunden sus pulgares en la nuez. Mary va perdiendo la respiración poco a poco. Su corazón deja de latir. El silencio vuelve a invadir el dormitorio. Solo se observa el cuerpo sin vida de Mary.
Mary despierta de nuevo. Gritando. Ha tenido una terrible pesadilla. Dejó escrito ese año de 1816: «¡Lo encontré! Lo que a mí me aterró, aterrará a otros, y lo único que necesito es describir el espectro que se me ha aparecido junto al lecho a medianoche». Mary sonríe. Tiene un relato que presentar a lord Byron: Mary Wollstonecraft Godwin tan solo tiene 18 años. Más tarde cambiaría su apellido por el que pasará a la historia, Mary Shelley. Mary ha estado viajando con su amante Percy, y con su hermanastra Claire Godwin, una larga temporada. Han salido de su ciudad natal, Londres, hace meses. Huyendo de acreedores. Y huyendo de su nueva familia. El padre de Mary, Williams Godwin, había contraído matrimonio con la madre de Claire, Mary Jane Vial Clairmont, al