En diciembre de 2007 fui al Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y subí al tercer piso, donde se encontraba la oficina del doctor Sergio García Ramírez. No lo conocía personalmente, sólo me habían dado una cita por teléfono, con el antecedente de que yo había apoyado la investigación en la misma institución años atrás. Acudí con el propósito de que fuera el tutor de mi tesis de maestría en derecho en la División de Estudios de Posgrado de la misma universidad. Nunca imaginé que el resultado fuera publicado años más tarde. Lo recuerdo amable, pero al mismo tiempo solemne, sentando detrás de un gran escritorio de madera, en una oficina bien iluminada que tenía ventanas hacia al jardín; daba la impresión de que era su hogar. A partir de ese momento comenzó nuestra amistad. Fue un tutor para toda la vida.
En aquel momento el doctor García Ramírez era juez y presidente de la