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La sonrisa del estramonio
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Libro electrónico98 páginas1 hora

La sonrisa del estramonio

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Un agente retirado del Cuerpo Nacional de la Policía Científica se dedica en sus ratos libres a imaginar y escribir los finales de los casos que han quedado sin resolver. Esta novela no es más que el resultado de una de esas invenciones:
Un joven vividor que subsiste gracias a sus audacias y encantos ve cumplidas todas sus expectativas en la vida al contraer matrimonio con Cayetana, la primogénita de una familia multimillonaria. A partir de ese momento se entrega a una existencia colmada de lujos que solo verá peligrar cuando inicia una relación adúltera con Amanda, una joven y atractiva universitaria de gran proyección académica.
La sonrisa del estramonio es un thriller de indudable gusto estético, salpicado de ironía, humor y psicologismo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 mar 2015
ISBN9788416341030
La sonrisa del estramonio

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    La sonrisa del estramonio - D.J. Núñez

    Un agente retirado del Cuerpo Nacional de la Policía Científica se dedica en sus ratos libres a imaginar y escribir los finales de los casos que han quedado sin resolver. Esta novela no es más que el resultado de una de esas invenciones:

    Un joven vividor que subsiste gracias a sus audacias y encantos ve cumplidas todas sus expectativas en la vida al contraer matrimonio con Cayetana, la primogénita de una familia multimillonaria. A partir de ese momento se entrega a una existencia colmada de lujos que solo verá peligrar cuando inicia una relación adúltera con Amanda, una joven y atractiva universitaria de gran proyección académica.

    La sonrisa del estramonio es un thriller de indudable gusto estético, salpicado de ironía, humor y psicologismo.

    La sonrisa del estramonio

    D. J. Núñez

    www.edicionesoblicuas.com

    La sonrisa del estramonio

    © 2015, D. J. Núñez

    © 2015, Ediciones Oblicuas

    EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

    c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª

    08870 Sitges (Barcelona)

    info@edicionesoblicuas.com

    ISBN edición ebook: 978-84-16341-03-0

    ISBN edición papel: 978-84-16341-02-3

    Primera edición: marzo de 2015

    Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales

    Ilustración de cubierta: Héctor Gomila

    Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

    www.edicionesoblicuas.com

    Shoulder your duds, and I will mine

    And let us hasten forth…

    Walt Whitman

    Prefacio

    Mi nombre es Dionisio Guzmán, aunque mis amigos me llaman Tacho. Pertenecí al Cuerpo Nacional de la Policía Científica y estoy retirado. Mi trabajo consiste en imaginar historias. Cuando los colegas del Departamento, por falta de pruebas e indicios, dejan un caso sin resolver, entonces me llaman. Mi trabajo comienza en el lugar en el que las investigaciones policiales llegan a un punto muerto. Sería una falta de respeto meter esos casos en una caja y archivarlos sin más. No sería justo. Por ello yo me entretengo inventando historias y dotándolas de un final. Es una tarea importante. Regalar un final a una historia es como darle sepultura, cerrarla, homenajear a sus personajes y permitir que descansen por fin en paz. Me baso únicamente en hipótesis descabelladas y en corazonadas sin fundamento. También he de decir que en un par de ocasiones mi narración sirvió para reabrir y resolver algún caso, como cuando hallamos el paradero de Evelin Prodesic. Unas veces doto a mis historias de finales alegres. Otras, sin embargo, sus desenlaces son oscuros. Pero me siento aliviado cuando las veo terminadas antes de enviarlas de vuelta al Departamento para su archivo definitivo.

    El catorce de noviembre del año pasado me llegó un nuevo expediente con el número BA/06327/PKK/2132. Enseguida captó mi interés. No había mucho material: un varón de mediana edad, al parecer felizmente casado, sin hijos y sin problemas económicos, había desaparecido de la faz de la Tierra. Su esposa, desconsolada, fue quien llamó a la policía para denunciar su desaparición tras veinticuatro horas sin saber de él. Entre los pocos papeles no encontré nada que me llamara especialmente la atención. Tan solo, en algún lugar del expediente, se hacía referencia al jardín de la residencia familiar. Al parecer estaba primorosamente atendido.

    Aquella misma madrugada comencé a escribir su historia.

    1. Una vereda siniestra

    Había acudido a aquel lugar con el firme propósito de pecar.

    Podría haber estado en cualquier otro lugar haciendo cualquier otra cosa decente. Pero no era el caso. Muy a mi pesar, se me había encomendado un objetivo bien definido: pecar, hacer el mal, errar gravemente, volver mis ojos hacia el averno, incorporarme sin condiciones al ejército de las tinieblas, alistarme y engrosar las numerosas, brutales, hediondas y oscuras hordas al servicio del ángel de los mil nombres.

    Ahí estaba yo, sin un nombre, sin un pasado, plantado en pie, conversando con mis propios pensamientos a las puertas del restaurante, allá donde se dobla la última esquina, donde ya únicamente habita el viento y donde por fin el Tajo encuentra el mar.

    Casi finalizada la cena, me había excusado un momento para fumar a solas un cigarrillo de cannabis afuera. Estaba tiritando, resignado, apoyado en un rincón oscuro bajo el voladizo del tejado, atrapado, soportando a duras penas el viento, la lluvia y el embiste de las olas al borde del pequeño muelle. Aturdido, entre bocanada y bocanada, repasaba mentalmente cuáles habían sido las macabras circunstancias que me habían llevado hasta aquel preciso momento, hasta aquel extraño lugar en aquella oscura noche de perros. Tal vez pudiera haber hecho algo más por evitarlo.

    Por otra parte me encontraba bastante incómodo. Para colmo de los infortunios una espina malvada, larga y fina me había perforado el esófago y no dejaba de tragar y escupir sangre. Tenía un desagradable sabor metálico en la boca, un potente sabor a metal oxidado entre los dientes.

    No sabía muy bien en qué momento, seguramente hacía años, se activó el resorte, el mecanismo arbitrario y caprichoso que hizo que las circunstancias se confabularan de tal manera para que me condujeran finalmente hasta aquel preciso momento.

    Hasta no hacía mucho se creía que todo suceso era consecuencia directa de otro acontecimiento anterior y que el firmamento entero acababa desplegándose obedeciendo a un esquema ordenado, regido por leyes establecidas desde el origen de los tiempos. Sin embargo, había algo que no encajaba en este esquema ordenado. Un elemento fundamental, imprevisto, inaudito, singular, inesperado e incómodo. Sin duda había que contar con la simple y llana casualidad, con el aspecto rebelde de la materia, con la anarquía misma de las cosas. No se puede en absoluto obviar aquello que no tiene explicación, que no obedece a ninguna fórmula matemática, que no se pude predecir con cálculos ni con ninguna ley física, la parte aleatoria propia del nivel más básico que podemos encontrar en la naturaleza: el azar.

    No en vano, la casualidad había sido mi compañera y el azar había guiado mi vida rocambolesca desde que era un niño, llevándome a empujones de un lado para otro, dando tumbos y bandazos por caminos inverosímiles. Pero cuando por fin parecía que había encontrado mi sitio en este mundo y me encontraba satisfecho y feliz, la suerte había vuelto a dar un traspié, un giro inesperado, un tropiezo inoportuno, un quiebro repentino de consecuencias impredecibles.

    ¿Cuál habría sido el desencadenante de aquella macabra situación? ¿Qué otra cosa sino el azar incierto habría movido los hilos y guiado los acontecimientos hasta conducirme en última instancia hasta aquel lúgubre lugar con aquellos oscuros propósitos?

    Un goterón de lluvia apagó con un golpe violento la brasa del cigarrillo. Enseguida encendí otro.

    Cayetana lo planeó todo hacía semanas. Fue precisamente idea suya la de elegir O Ponto Final para la terrible tarea que me tenía encomendada. Se trataba de un antiguo, secreto, coqueto y pequeño restaurante, perdido al otro lado del estuario. Se encontraba situado a unos veinte minutos a bordo de una barcaza vieja

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