Philip y los otros
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En este breve relato iniciático, Philip, un adolescente que viaja en autoestop por Europa, conoce a personajes tan peculiares como enigmáticos: una marquesa extravagante, un antiguo monje benedictino, una joven vampiresa… Cada uno de ellos irá descubriéndole mundos de insospechados atractivos.En Philip y los otros se prefiguran ya algunos de los trabajos posteriores de Cees Nooteboom: la imposibilidad de eludir el destino, la tendencia a la propia destrucción o el juego que se establece entre los personajes y su creador. Este libro se convierte así en una pieza clave para comprender la trayectoria creativa de un autor siempre lúcido e inquietante.
Cees Nooteboom
Cees Nooteboom (La Haya, 1933) es uno de los mayores y más originales escritores holandeses contemporáneos: traductor de poesía española, catalana, francesa, alemana y de teatro americano; autor de novelas, poesía, ensayos y libros de viaje. Su obra, en constante reflexión sobre el europeísmo y el nacionalismo, ha sido traducida a más de veinte idiomas. Ha obtenido, entre otros reconocimientos, el Premio Europeo Aristeon de Literatura (1993) por La historia siguiente, el Premio Bordewijk (1981), el Premio Pegasus de Literatura (1982), el Premio Grinzane Cavour de Narrativa (1994), la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid (2003), el Premio Europeo de Poesía (2008), el Premio de Literatura Neerlandesa (2009) y el mayor premio que se concede en la literatura de viajes, el Premio Chatwin (2010), el prestigioso Premio Internacional Mondello (2017) y el Premio Formentor de las Letras 2020. En Francia ha sido nombrado Caballero de la Legión de Honor y es Doctor Honoris Causa por la Freie Universität de Berlín. Vive en constante nomadismo entre Holanda, España y Alemania.
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Philip y los otros - Cees Nooteboom
Índice
Cubierta
Portadilla
Prólogo
Philip y los otros
Libro primero
Libro segundo
Epílogo
Créditos
Prólogo
Cees Nooteboom escribió la novela Philip y los otros en 1954, cuando tenía veinte años y, como él mismo dice, aún había visto poco del mundo. El libro causó entonces una gran sensación al mostrarse tan juvenil y romántico, indiferente a la tradición realista de la literatura neerlandesa.
Emanaba de este libro un hechizo que al parecer llegó hasta Rottweil, una pequeña población del sudoeste de Alemania. Yo también era joven en aquella época, estaba en el colegio; fue en 1962 cuando, en una pequeña librería, me tropecé con esta maravilla, que en la traducción entonces existente se titulaba Das Paradies ist nebenan [El paraíso está aquí al lado]. De inmediato tuve la sensación de que no era yo quien había encontrado un libro sino que el libro me había encontrado a mí. Seguramente eso es lo que ocurre cuando una experiencia de lectura tiene el poder de cambiar nuestro destino. Esta novela se convirtió en mi libro personal de culto. Se lo contagié a mis amigos y cada vez que me enamoraba de nuevo leía algo de él.
E. T. A. Hoffmann dijo una vez que nos gusta creer de los libros que amamos «que el buen Dios los hace brotar como si fuesen setas». Y es que esos libros nos arrebatan de tal manera que de buen grado damos por hecho que su autor ha desaparecido en ellos. De todos modos, en los años sesenta y setenta no supe más de Nooteboom. Así que supuse que había muerto. No importa –pensé–, un libro como éste vale por la obra de una vida.
Un día, en 1988, me dijo mi mujer que se iba a celebrar una lectura del Paradies: ¡resulta que Nooteboom vive, esta tarde viene a leer en la librería! Entretanto habían aparecido en Alemania Rituales y En las montañas de Holanda, pero yo no me había enterado. Así pues, me fui corriendo a la lectura, y cuando más tarde presenté al autor mi viejo y desgastado ejemplar del Paradies para que lo firmara, él sacó de su bolsillo mi biografía de Schopenhauer. Lo acababa de comprar en la librería, naturalmente sin conocerme. Aquella tarde comenzó nuestra amistad en la realidad, tras haber existido –por mi parte– desde hacía muchos años en la imaginación.
¿Qué clase de libro es éste en cuyo mágico efecto a distancia se cimentó nuestra amistad?
Cuenta cómo Philip cruza Europa haciendo autostop y se encuentra con personas raras en su búsqueda de una muchacha de rasgos orientales a la que jamás ha visto y a la que sólo conoce por los relatos de un monje fugado. Al final la encuentra, pero sólo para perderla. Un libro romántico para el que se eligió como lema «Sueño que sueño», de Paul Éluard. El relato se desarrolla aquí como el arte de aplazar el despertar. Triunfa el absolutismo de la poesía. La muchacha china narra en la narración del monje Maventer en la narración de Philip en la narración del joven Nooteboom…, narra –triplemente protegida de la realidad exterior al relato sus historias y a la vez traza un círculo en la arena, un recinto mágico donde «un insoportable delirio se apoderó del paisaje. Todas las cosas empezaron a respirar y a vivir en ella, era algo abrumador». Para el monje fugado Maventer acabará por ser demasiado, rompe el círculo mágico y la joven china sólo puede gritarle: «Tienes miedo porque tu mundo, el mundo seguro en el que eras capaz de reconocer las cosas, se ha esfumado, y ahora ves que las cosas son creadas de nuevo a cada instante y están vivas. Todos vosotros creéis que vuestro mundo es el verdadero, pero no es así; el mundo real es el mío, la vida que existe detrás de la primera realidad visible, una vida que es tangible, y que tiembla. Y lo que tú ves, lo que la gente como tú ve, está muerto».
Una despreocupada declaración de magia poética que no volveremos a encontrar en los posteriores relatos de Cees Nooteboom. La añoranza y el deseo de desaparecer en las imágenes de sí mismo se convierten luego en ironía, a través de la cual se relativizan mutuamente realidad y poesía. Podría decirse que en el autor moderno Nooteboom se ha cumplido una vez más el destino del romántico histórico: el vaivén entre nostalgia romántica e ironía asimismo romántica.
«Al dar una apariencia misteriosa a lo corriente, lo hago romántico», había dicho Novalis, descubriendo así el secreto de fabricación de todo el romanticismo. El romanticismo está enamorado de lo misterioso y de lo maravilloso, pero también se da cuenta de que lo que tiene que hacer con este misterio y esta maravilla no es encontrarlos sino inventarlos. La ironía es la conciencia de que, cuando ingenuamente creemos haber encontrado algo, estamos inventando.
En Philip y los otros, el narrador no se comporta todavía de forma irónica sino melancólica en la interacción de encontrar e inventar. Él desea que la magia esté realmente en las cosas y en las personas y no sólo atribuida a ellas. Que la realidad detrás de la realidad tal vez solamente existe en nuestra imaginación es para él un dato decepcionante. Los románticos han interpretado esta tensión entre realidad e imaginación como la «duplicidad de todo ser», en expresión de E. T. A. Hoffmann, quien a menudo presenta figuras que no son totalmente compactas y por ello se escapan a lo imaginario. Con frecuencia les sucede, como al Philip de Nooteboom, enamorarse de una mujer de la que han oído hablar o cuyo retrato han visto. La manera en que Philip conoce a la muchacha china, a través de los relatos del monje fugado Maventer, para luego buscarla en la realidad, es un motivo romántico.
La «duplicidad de todo ser», la tensión entre fantasía y realidad, hace que la vida sea como andar por la cuerda floja. En cualquier momento podemos caernos. O bien, lo que a pocos sucede, del lado del mundo hermético de la imaginación, de una locura poética, de un mundo cerrado de fantasía; nos ensimismamos en los mundos de nuestra imaginación e intentamos mantener fuera la realidad, trazamos un círculo mágico a nuestro alrededor, un sistema inmunológico que impida entrar a las exigencias de la realidad. O bien, lo que es más frecuente, caemos del lado del mundo igualmente hermético, sólo que mucho más limitado, de un comedido principio de realidad que no conoce nada más que la obligatoriedad del mundo exterior. Es la locura racional de la búsqueda de lo real.
Aquéllos se sumergen en la fantasía, éstos en la realidad. No soportan la tensión desgarradora entre fantasía y realidad, esa «duplicidad» que E. T. A. Hoffmann describió así: «Existe un mundo interior, y también la fuerza espiritual para contemplarlo con total claridad, en el fulgor más pleno de la vida más animada, pero es nuestra herencia terrenal que el mundo exterior que nos envuelve actúe como la palanca que pone en marcha esa fuerza. Las apariencias interiores brotan en el círculo que las exteriores forman en torno a nosotros y que sólo el espíritu es capaz de entrever en oscuros y misteriosos presentimientos».
La novela Philip y los otros está impregnada de la conciencia de esta «duplicidad»: ya se abandone la fantasía por la realidad, ya la realidad por la fantasía, la tensión permanece y se soporta con el sentimiento de la melancolía. El espíritu de esta novela es, de una manera amable, demasiado serio para conservar una plácida ironía ante tan dolorosas contradicciones.
El extraño tío, Antonin Alexander, con su gorrilla judía y las sortijas cuyo oro es cobre y cuyos rubíes y esmeraldas no son más que piedras rojas y verdes, este tío da al muchacho en su primera visita una lección que éste nunca olvidará: somos dioses malogrados, dice, «hemos nacidos para convertirnos en dioses y para morir; es una locura […] siempre acabamos atascados en algún tramo del camino». El tío calla y, al cabo de un rato, se pone en pie y exclama: «Venga, vamos a celebrar una fiesta». Y entonces se celebra una de esas «fiestas» de las que la novela está sembrada como de flores.
¿Qué es una «fiesta»? Es un pequeño y discreto ritual que expresa los «misteriosos presentimientos» de los que habla Hoffmann, algo a un tiempo descomunal y tierno, elevado y sencillo, por ejemplo lo que desea Philip: «Ir en autobús al atardecer, o de noche […]. Sentarme junto al agua, caminar bajo la lluvia y a veces besar a alguien».
Philip, pues, celebra la primera fiesta con su tío Antonin Alexander y la última con la joven china. En Nyhavn, junto a Copenhague, los dos suben a una barca por la noche. Se dan nombres nuevos y reciben a su séquito, compuesto por los poetas y compositores a los que aman. Al final los rodean varias barcas con caballeros de la Antigüedad a bordo, una pequeña orquesta, aquí y allá se descubre a los pelirrojos Vivaldi y Scarlatti con sus pelucas plateadas a la luz de la luna. Cuando la música deja de sonar, se oye el murmullo de los hombres que están en las barcas, «y al rayar el alba, cuando la ciudad empezó a palidecer, partieron los botes y nosotros regresamos, caminando al filo del agua hasta donde estaba la gente».
¿Cuánta realidad hay en esas «fiestas»?
En esta primera novela, las «fiestas» son disposiciones que viven por la fuerza de la fantasía y, por así decirlo, son recortadas de la cotidianidad habitual. El círculo que la muchacha china traza a su alrededor en la arena es símbolo de ello.
Pero la imaginación puede ser más poderosa todavía; no se limita a trazar su círculo mágico sino que contagia a la realidad de tal modo que al final lo imaginado y lo soñado son algo que no se puede zarandear sin causar el derrumbamiento de la realidad. Este descubrimiento determina la obra posterior de Nooteboom. ¿Cómo iban las personas reales, pregunta en un ensayo sobre La ficción europea, «a hacer comprensibles unas a otras los problemas de su breve y efímera vida, si no dispusieran de las palabras clave que las personas imaginarias les presentan continuamente en la forma de sus nombres? ¿Se podría aún hablar de duda sin despertar a Hamlet de su sueño, sería posible aún aludir a ciertas formas de promiscuidad si Don Juan no estuviera dispuesto a hacer horas extraordinarias noche y día, no está Josef K. detrás de todos los periodistas de tercera que se sienten obligados a decir algo sobre la burocracia o el terror del Estado totalitario?».
Efectivamente: no podemos separar nuestra naturaleza de nuestra cultura. Lo que experimentamos y hacemos, también la relación personal con uno mismo, se mueve en el horizonte de las grandes invenciones cuya influencia sobre nosotros tomamos por nuestro yo. Hasta hace poco todavía citábamos el invento mítico de Edipo para dar forma a nuestras oscuras obsesiones y complejos, y nunca llegaremos a saber si el complejo de Edipo habría existido sin Edipo. No sólo en el alma, también en la política domina la invención. El socialismo realmente existente o el fascismo fueron unas invenciones grandes y atroces, unos mitos que organizaron y sojuzgaron a la realidad. Allá donde levantemos la vista, nada más que imaginaciones. Y ¿en qué mundo viven aquellos que se pasan de la mañana a la noche sentados delante de la pantalla? ¿Cuán real es la realidad en la época de la telecomunicación? El universo de las invenciones se amplía y es probable que, mientras tanto, la capacidad inventiva de la poesía haya venido a hallarse por ello en una situación más difícil, porque se encuentra con una competencia aplastante aunque trivial.
Cuando Nooteboom, en su libro sobre España El desvío a Santiago, reflexiona sobre Cervantes, recuerda la época heroica de la poesía, cuando ésta era todavía sin discusión la reina del mundo de las invenciones. Cuenta que quiere seguir las huellas de Cervantes, pero que siempre se ve conducido a las huellas de don Quijote, Dulcinea y Sancho Panza, como si fuesen éstos y no Cervantes los que vivieron realmente. Sea como fuere, conocemos el semblante de don Quijote pero no el de Cervantes, y aún hoy se puede visitar la casa de Dulcinea con su mobiliario, amorosamente conservado. «Para alguien cuya vida es escribir, un momento memorable. Entrar en la