Contrato Pendiente
Por Al Marsiglia
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Si te gustan los Sopranos y mafiosos, amarás Contrato Pendiente.
La historia te atrapará y no te soltara hasta que termines de leer la última página.
Un joven mafioso se encuentra en aprietos cuando su compañero roba el dinero de su jefe.
Frankie Fiore, hijo de un zapatero de Brooklyn es reclutado por el mafioso Jimmy Provitera para ayudar a su secuaz Biff Rollo a llevar a cabo cobros ilegales, él se convierte en un buen aprendiz y Jimmy se siente satisfecho con él. Hasta que, Frankie se ve involucrado en la perdida de una gran suma de dinero. Jimmy se pone furioso y Frankie huye hacia Danville en Carolina del Norte.
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Contrato Pendiente - Al Marsiglia
Contrato Pendiente
––––––––
Una novela de:
Al Marsiglia
PRÓLOGO
Contrato pendiente fue escrita originalmente a manera de guion. Debido a que ganó cierto estatus en diversas competencias prestigiosas, decidí reescribirla como novela.
El lenguaje y manierismo de los personajes en mi historia fueron tomados de gente real que conocí durante mi juventud. Ellos fueron parte del crecimiento de un vecindario Ítalo-estadounidense de clase media al norte del condado de Bronx en los años 1940’s y 50’.
Algunos de los que seguramente ha escuchado que son de este lugar son: el gran campeón de boxeo de peso mediano, Jake LaMotta. El contendiente de peso completo, Roland LaStarza, quién peleó contra Rocky Marciano por el título. (En una pelea anterior, se ganó la distinción de ser el único peleador que estuvo a punto de derrotar a Marciano.)
El primo de Roland, Bob LaStarza fue un íntimo amigo mío cuando ambos éramos jóvenes. Me encontré con Roland en diversas ocasiones cuando los dos coincidíamos en la casa de Bob.
Anne Bancroft (Ana María Louisa Italiano) también era de mi vecindario de Bronx.
A pesar de que la narrativa de mi historia es pura ficción, algunas partes están basadas en historias y anécdotas que me contaron o escuche.
Si disfrutó esta historia, mándeme un correa a: amarsig@yaho.com y recomiéndela a sus amigos.
Si la odió, ¡guárdelo para sí mismo!
CAPÍTULO 1
En ninguna de sus fantasías Louie Fiore se había visualizados a sí mismo como el dueño de un taller de reparación de calzado en la Avenida Cropsey de la ciudad de Brooklyn, no Louie Fiore, ¡no señor! él tenía grandes sueños. ¿Qué fue lo que paso, Louie? ¿Qué paso? Se pregunta a sí mismo. Y aquí se encuentra, a sus cincuenta y cinco años, reparando zapatos. ¿Qué fue lo que pasó? se pregunta una vez más durante el día.
Ahora, contempla su imagen en el espejo quebrado y manchado que cuelga de la pared arriba del lavamanos del pequeño y maloliente baño, ubicado en la parte trasera de su taller. Sus dedos exploran las pequeñas patas de gallo que comienzan a aparecer en el contorno de sus ojos. Examina los cabellos grises que se asoman a la altura de la sien. Lanza un suspiro y regresa al frente del polvoso taller, entre toda la parafernalia de deshechos y numerosos pares de zapatos que fueron reparados pero quedaron abandonados...
Al frente, un joven trabaja en el ruidoso torno de calzado, deslizando unos zapatos de hombre, tipo Oxford, talla 28 entre la moldeadora y después los coloca sobre el disco para pulir. Aplica tinta café sobre el borde de la suela de cuero, prosigue a darle el pulido final. Su parecido con Louie es evidente, a pesar de ser más joven y guapo. Pareciera que Louie es el boceto del modelo y el joven fuera el modelo final. Él es un joven de veinticinco años, delgado pero fuerte, de tez obscura y bien parecido. Frankie Fiore es el mayor de los dos hijos de Louie.
Generalmente hablando, Frankie hace un buen trabajo en el taller, Louie sabe y aprecia la ayuda que su hijo le da cuando él lo necesita. Ocasionalmente, cuando no presta mucha atención a su trabajo, o más bien cuando presta demasiada atención a alguna chica linda que pasa por la ventana, Frankie sufre las consecuencias chamuscándose un dedo o a veces dos en uno de los discos para pulir.
Louie se pone su mandil mientras se coloca detrás del mostrador.
Entre el ruido de las máquinas le dice a Frankie:
—¿Cuánto tiempo lleva aquí? —señalando a un hombre sentado, leyendo el periódico, en una de las tres sillas para bolear que se encuentran de frente al mostrador.
—Acaba de llegar. ¿Por qué?
—Por nada, nada en especial. No lo había visto en un buen tiempo. Sólo quería saber que quería.
Frankie se encoge de hombres y continúa con los zapatos.
Louie está a punto de hablarle a aquel hombre, cuando una clienta entra a la tienda.
—Hola Louie —ella lo saluda—. ¿Están listos mis zapatos?
—Están justo aquí, Sra. Frantangelo —. Louie toma el par de zapatillas del estante y las coloca en una bolsa reciclable del supermercado.
—Un par de suelas. Son siete con cincuenta.
Louie toma el billete de diez dólares que le da la mujer, le entrega su cambio y la observa salir del taller. Entonces, vuelve su atención al hombre sentado en la silla.
—¿Qué cuentas Jimmy? Hace mucho que no te veo —grita Louie entre el escándalo de la máquina.
Ignorando el saludo, Jimmy Provitera tira el periódico al suelo.
—Malditos Mets, no valen un carajo —exclama.
—¿Cuánto les apostaste? —pregunta Louie.
—No mucho esta vez, unos cuantos dólares. Pero ese no es el punto. Es sólo que apestaron a mierda este año.
Jimmy baja de la silla y se acerca al mostrador donde Frankie está trabajando.
—¿Cuál es el sentido de tener estas sillas para bolear zapatos si no tienes a nadie que lo haga?
—Ya estaban aquí cuando compré el taller —responde Louie un poco irritado.
—Oye Frankie —grita Jimmy debido al ruido—. Ven aquí y bolea mis zapatos.
—¡Mi hijo no bolea zapatos, Jimmy! ¿Qué crees que haces? —dice Louie mientras el color de su rostro sube de tono.
—Sólo estoy bromeando contigo Louie, cálmate.
—Frankie, apaga la máquina por un momento, hay algo que quiero preguntarte —dice, ahora dirigiéndose a Frankie.
Frankie mira a su padre pidiendo su consentimiento. Louie asiente con la cabeza. Frankie oprime el botón y la máquina comienza a bajar la velocidad haciendo ruido.
—Así está mejor. Verás, pensé que te gustaría ganar unos billetes. Si es que el viejo está de acuerdo, por supuesto — dice Jimmy mirando a Louie.
Louie deja de hacer lo que está haciendo.
—¿Qué es lo que tiene que hacer?
—Lo ves, el viejo se está poniendo jodidamente nervioso. Nada. Sólo quiero que entregue algo por mí, eso es todo. —Jimmy pone una mano en el hombro de Louie— No metas tus bolas en este asunto Louie.
—¿Qué tipo de entrega? —insiste Louie.
Frankie se limpia la tinta de sus manos y se para junto del mostrador.
—Vamos Pa’, ¿Qué haces? Esta no es la primera vez que trabajo para Jimmy.
—Eso es —interrumpe Jimmy—. Además, ¿no crees que ya tiene edad suficiente para tomar sus propias decisiones? ¡Por el amor de Dios, Louie!, soy su padrino, ¿Crees que voy a lastimar al muchacho? ¿Cuántos años tienes Frankie?
—Veinticinco.
—Veinticinco —repite Jimmy—. Ya no es un maldito niño. Usa la cabeza y no te preocupes demasiado Louie, o tendrás un derrame cerebral.
Jimmy se abrocha su chamarra y se acomoda la corbata.
—Es hora de marcharme —le dice a Frankie—. Si el viejo te da permiso, ven a verme al club esta tarde y te explicare de qué se trata. Los veré luego —dice mientras se retira.
Frankie enciende el torno y continúa reparando zapatos. No puede evitar mirar de reojo a Louie moverse nerviosamente, acomodando los zapatos de los clientes y murmurando obscenidades en voz baja. Sin poder contenerse a sí mismo se acerca a su padre.
—¿Qué pasa Pa’?
—Frankie, sé que eres un hombre adulto y que puedes tomar tus propias decisiones, pero por favor, no quiero que te involucres con Jimmy, él es problemático.
—¿Por qué? ¿Qué quieres decir? ¿Acaso no crecieron juntos? Yo creí que ustedes dos eran amigos.
—Crecimos juntos, pero nunca fuimos amigos. Fuimos a la misma escuela, es todo. Rara vez platicábamos. —Al darse cuenta de que los dos tienen que gritar por el ruido del torno, Frankie lo apaga.
—Él es mi padrino. ¿Cómo paso eso?
—No tengo una buena respuesta. Hasta el día de hoy, ni yo mismo se por qué. Cuando ibas a ser bautizado, él me dijo que le gustaría ser tu padrino y supongo que no supe cómo decirle que no. Tu madre estaba molesta.
Frankie inclina la cabeza y arquea una ceja.
—No lo entiendo. ¿Por qué está tan mal que Jimmy sea mi padrino?
—Él no es el tipo de hombre que hubiéramos querido que debieras respetar.
—Apenas lo veía.
—Y estábamos felices de que así fuera.
—No soy tonto Pa’, sé cuidarme solo.
—Sé que puedes muchacho, eres muy inteligente. Yo sólo desearía que hubieras terminado la escuela. Mira lo bien que le va a tu hermano Roy, Dios lo bendiga. La próxima semana presentará su examen de abogacía. ¿Puedes creerlo? Un abogado en la familia.
—Ray es diferente, en mi caso, la escuela es aburrida, pero no tienes que preocuparte por mi Pa’, yo estaré bien.
—Eso espero Frankie, eso espero —dice Louie lanzando un suspiro.
CAPITULO 2
La ventana del club está pintada de negro y un letrero dorado, ya descolorido, dice en letras grandes: CLUB DE TIRO DE BAYRIDGE, abajo en letras pequeñas se lee: UNICAMENTE MIEMBROS. Al caer la tarde se puede percibir un rayo de sol que entra a través de un hueco en la pared que se dejó intencionalmente para monitorear la entrada.
La recepción del club es vieja y huele a humedad. Por varios años, el humo del cigarro se ha impregnado en las polvosas cortinas verdes que enmarcan las ventanas. La decoración fue idea de la esposa de un miembro del club. El penetrante olor a cerveza rancia también ha dejado su evidencia.
A un lado de la habitación se encuentra una enorme barra tallada en roble. Detrás de la barra hay un espejo grande, su marco está decorado con tallados querubines y serafines tocando el arpa. Se puede notar que necesita un retoque urgente debido a que está opaco por la acumulación de humo de cigarro, el cual no ha sido removido en años. La barra está repleta de una gran variedad de costosos vinos y licores.
Al centro de la recepción, esta una antigua, larga y redonda mesa de póker cubierta con un descolorido fieltro verde, diseñada para ocho jugadores. Frente a cada posición de un jugador hay un espacio en la mesa para colocar sus fichas. Al centro de la mesa está una vieja lámpara con una cubierta metálica.
Cae el atardecer y hay cuatro hombres sentados alrededor de la mesa, jugando póker. Jimmy Provitera reparte las cartas. A su derecha se encuentra Massimo Max
Quaranta, junto a él esta Gino Tancredi y finalmente Sonny Sasso completa el cuarteto. Jimmy le dice a Gino que está a su izquierda.
—¿Cuántas?
—Tres —responde Gino
Jimmy se las entrega y mira a Sonny sentado frente a él.
—Dame una —dice Sonny.
—¿Qué carajo tienes? —pregunta Jimmy.
—Si pagas, puedes ver —responde Sonny.
Jimmy voltea hacía Max, sentado a su derecha.
—Tomare dos cartas —dice Max.
—El que reparte toma tres —dice Jimmy y se reparte a sí mismo tres cartas.
Comienzan a examinar cada quien sus cartas... después de unos segundos, Jimmy comienza a impacientarse.
—¿Tú que tienes, Gino?
—Un segundo, estoy pensando —responde