Yago yasck
Por Pedro De Madrazo
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Yago yasck - Pedro De Madrazo
YASCK
Pedro de Madrazo
I
-¿De veras? ¿te lo ha dicho? - decía una máscara a otra en el chillón falsete de costumbre.
-Te repito que sí; adiós; creo que se acerca a nosotros. Ella me parece que es, mira allá, al fin, por entre aquel grupo último.
Ahora sale de aquel corro de irlandeses.
Adiós - y respondía ésta en el mismo tono.
-Pero hombre...es decir que puedo contar...
-¡Dale, señor machaca! -mirole el otro de pies a cabeza con desconfianza, e hizo ademán de alejarse.
-No es él - murmuró entre dientes, y volvió a examinarle.
-¡Ay! ¡qué divina! Dijo en su voz na-tural el primero mirando hacia donde el otro le había señalado.
-¡La trenza de oro!! - exclamó en tono melancólico.
-No es para usted, ¡silencio!!! - Pro-rrumpió el segundo con voz de trueno, y sus ojos grises chispearon como los de un lobo.
Esta última palabra, pronunciada de un modo tan enérgico, resonó sobre la gritería general de aquella inmensidad de enmascarados y el precipitado compás de una gallop ruidosa.
Paró la orquesta, las parejas se de-tuvieron instantáneamente cada una en el puesto que la casualidad le marcaba como a virtud de un choque galvánico, y sólo dos individuos rebozados en dominó negro fueron los únicos que en medio del general asombro se vieron deslizarse al través de los grupos fijos en el tablado, sin comprender nadie la causa de tan inesperada escena.
Cuando las comparsas volvieron a su algazara y movimiento y la música recobró su compás, un curioso fisonomista pudiera haber notado en los ojos de las hermosas, húmedos de placer, aunque encerrados en profana car-tulina y tafetán, de cuan distinto modo se retrata el alma en ellos embebida en los go-ces de la materia y más aun en la esperanza y en el deseo, que recordando lo que nunca en semejantes circunstancias suele entrete-ner la imaginación de los seres entremezcla-dos de ambos sexos -la existencia de otros seres que no habitan la tierra. Porque en efecto, aquella palabra, ¡Silencio!
, pronunciada como acababa de serlo y con un acento tan poco común, más hablaba a un moribundo fluctuante entre la vida y la eternidad, que a un viviente rodeado de una atmósfera cargada de luz y de vapores, respirando el ambiente que mueve el perfumado cabello y toca la garganta y espalda de una mujer blanca, y se llena de frescura, la garganta y espalda e una morena andaluza, y se embal-sama de voluptuosidad!
II
La noche era fría - la calle blanquea-da con la nieve, alumbrada por la luna de enero, presentaba un cuadro triste pero dulce y sereno.
-Paraje a propósito para una danza de íncubos, flotando silenciosos por el