Episcopado y primado
Por Joseph Ratzinger y Karl Rahner
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5¡Excelente libro!...sencillo, claro y conciso en el tema a tratar...
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Episcopado y primado - Joseph Ratzinger
Karl Rahner - Joseph Ratzinger
EPISCOPADO Y PRIMADO
Traducción de
Alejandro Ros
Herder
www.herdereditorial.com
Título original: Episkopat und Primat
Traducción: Alejandro Ros
Diseño de la cubierta: Claudio Bado y Mónica Bazán
Maquetación electrónica: Manuel Rodríguez
© 1961, Verlag Herder, Freiburg im Breisgau
© 1965, Herder Editorial, S.L., Barcelona
© 2012, de la presente edición, Herder Editorial, S. L., Barcelona
ISBN DIGITAL: 978-84-254-2966-8
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
Herder
www.herdereditorial.com
Eminentissimo et Excellentissimo Domino
JULIO DÖPFNER
S.R.E. Presbytero Cardinali et Episcopo Berolinensi
Sacrae Theologiae Doctori
hoc qualecumque opusculum auctores d.d.d.
Índice
Prólogo a la edición castellana
I. Episcopado y primado
1. Planteamiento de la cuestión
2. La constitución de la Iglesia
3. La relación primado-episcopado como caso de la relación Iglesia universal-Iglesia local
4. Episcopado y carisma
II. Primado, episcopado y «successio apostolica»
1. La doctrina de la Iglesia sobre el primado y el episcopado
2. Reflexiones sobre la naturaleza de la «Successio apostolica» en general
3. «Successio papalis» y «Successio episcopalis»: relación y diferencia
III. Sobre el «ius divinum» del episcopado
1. Observaciones preliminares
2. Necesidad y delimitación más exacta de la cuestión
3. El «ius divinum» del episcopado en conjunto como razón del ser y del conocimiento del «ius divinum» de los obispos particulares
4. Sobre la naturaleza teológica del colegio apostólico
5. El colegio episcopal como sucesor del colegio apostólico
a) Precedencia del colegio apostólico frente a los obispos particulares
b) Posibles reparos
c) Sujeto(s) de la autoridad infalible de magisterio
d) Influjo «paracanónico» del episcopado
e) Motivación del «colegio» como cabeza directiva
6. Consecuencias que se desprenden de la naturaleza del episcopado
a) El «ius divinum» de los obispos particulares
b) Orientación de los usos «paracanónicos» según este «ius divinum»
c) Posición de los obispos titulares en el conjunto del episcopado
d) Consecuencias relativas a la organización de las diócesis
e) La función episcopal como servicio a la Iglesia universal
f) Sobre la posibilidad de la elección del papa por el conjunto del episcopado
7. Una distinción: normas jurídicas y morales
Prólogo a la edición castellana
Esta quaestio disputata se publicó por primera vez hace escasamente cuatro años. Desde entonces su objeto, la cuestión acerca de las relaciones entre episcopado y primado, ha venido ocupando cada vez más el centro de la atención de los teólogos; los más animados debates del concilio se han desarrollado en torno a este problema. El núcleo de la gran constitución sobre la Iglesia, que acaba de aprobarse, responde precisamente a esta cuestión. Por estas razones, si los autores de este escrito hubieran de redactarlo ahora de nuevo, dispondrían de nuevos puntos de partida, y el escrito mismo en su conjunto, visto el gran paso hacia delante que ha dado la Iglesia en el concilio, debería adoptar en no pocos puntos una forma diversa de la precedente.
No obstante, esto no ha impedido a los autores decidirse a publicar de nuevo su obra tal como apareció por primera vez. A ello les han animado las razones siguientes: en primer lugar, el rumbo que ellos habían marcado ha hallado plena confirmación en el concilio; además sus respuestas coinciden sustancialmente con las dadas en el concilio; por otra parte, en cambio, sus cuestiones, así como las tareas por ellos señaladas, persisten todavía, precisamente debido al cúmulo de nuevas perspectivas y posibilidades que se han revelado y que estimulan a seguir pensando en esta dirección.
Primeramente se ha confirmado el fuerte relieve que en la primera parte de este escrito se daba a la Iglesia local, considerada como la base por la que se explica la función episcopal en cuanto función propia, no ya como mera prolongación del primado: la Iglesia no es un Estado centralista de orden sobrenatural, sino que está constituida por comunidades de eucaristía, cada una de las cuales realiza la entera esencia de la Iglesia, por lo cual cada una de ellas puede también llamarse «Iglesia» (Iglesia de Corinto, de Éfeso, de Tesalónica, etc.). Por esta razón existe una función de régimen que no puede resolverse en una función administrativa del primado, como tampoco la comunidad local de eucaristía puede transformarse en un mero distrito administrativo de la Iglesia universal.
Se ha confirmado también la idea desarrollada en la tercera parte del escrito relativa al carácter colegial de la función episcopal, que representa en cierto modo el polo opuesto y complementario del aspecto de Iglesia local a que acabamos de referirnos, y de su trabazón intrínseca con la función primacial: como por una parte el obispo está primeramente ordenado a la Iglesia en cuanto entidad que se realiza en las diferentes localidades, así por otra parte su misma función comporta que no se aísle con su «Iglesia» frente a las demás Iglesias locales existentes a su alrededor, las cuales, juntamente con la suya, concurren a la edificación de toda la Iglesia de Dios. Así resulta serle esencial la relación con sus coepíscopos: la unión «colegial» con ellos, que incluye al mismo tiempo la responsabilidad en común por la Iglesia universal, ya que la Iglesia local no puede nunca realizarse considerada por separado, sino únicamente en el organismo de la Iglesia total.
La segunda parte del escrito que reproducimos se mantiene en un principio más marcadamente en los preliminares de la cuestión. En efecto, contra la tentativa protestante de reducir el ministerio espiritual a una mera función de la palabra de Dios consignada en la Biblia, trata de mostrar la importancia de primer orden que tiene para la Iglesia misma la función episcopal. Sin embargo, al final llama la atención sobre una idea que a ojos vistas ha ganado importancia en el concilio y aun después de él tiene necesidad de ser estudiada, a saber, el problema de las relaciones entre primado y patriarcado, que resulta del hecho de que el papa desempeña al mismo tiempo funciones de patriarca para con la mayor parte de la Iglesia, funciones que en el transcurso de la historia se han compenetrado, hasta no poderse distinguir, con los derechos del primado. En esta aserción está interesado al mismo tiempo el campo extraordinariamente vasto de las posibilidades prácticas de realización de las relaciones entre primado y episcopado. En efecto, con el desarrollo de la idea de las conferencias episcopales y del consejo episcopal (juntamente con la nueva reglamentación que ello presupone de las relaciones entre el episcopado mundial y la curia romana) parece inaugurarse una nueva etapa de su historia.
Importa no perder de vista este paso del problema teorético a sus consecuencias prácticas, dado que precisamente la cuestión expresada con los términos Episcopado y primado no se entendió nunca como un asunto puramente teorético, o, mejor dicho, sólo por error se la puede entender así. Tratándose como se trata aquí de las dos funciones centrales de orden en la Iglesia, la práctica y la teoría están entrelazadas inseparablemente: toda solución teorética implica consecuencias prácticas, así como también toda forma efectiva de realización de las relaciones que se ha producido en la historia, ha conducido al mismo tiempo a un empobrecimiento, o enriquecimiento según los casos, de la teoría.
Evidentemente, la obra que presentamos queda en este punto muy por debajo de la riqueza de ideas y de sugerencias que desde su primera publicación han ido surgiendo con ocasión del concilio; pero creemos que lo poco que en ella se dice sobre este particular puede todavía hoy considerarse como una contribución al diálogo, que no deja de tener su importancia. En particular podemos decir esto de las ideas sobre las relaciones entre moral y derecho con que se cierra la obra.
Las páginas que siguen no podían ni pretendían ser desde un principio más que una quaestio disputata. Los autores abrigan la esperanza de que puedan aportar una buena contribución al diálogo más nutrido que ha ido surgiendo sobre su propio tema.
La primera parte de este trabajo había aparecido ya en: Karl Rahner, Sendung und Gnade (Innsbruck ³1961), 235-258, y se reproduce aquí (con el amable consentimiento de la editorial Tyrolia) para redondear el tema. La segunda parte se publicó primero en: «Catholica» 13 (1959), 260-277, y aparece aquí sin ninguna modificación. Aquí habría que llamar también la atención sobre el trabajo del mismo autor Über den Begriff des «Ius Divinum» im Katholischen Verständnis, en Schriften zur Theologie v, Einsiedeln-Zurich-Colonia ²1964, trabajo que aporta algunas reflexiones sobre el tema tratado en el capítulo tercero. La tercera parte está todavía inédita. Como se puede comprender, cada uno de los dos autores responde sólo de su propia aportación.
Los autores expresan su gratitud a su eminencia, el reverendísimo señor cardenal doctor Julius Döpfner, por haberse dignado aceptar que le fuese dedicado este fascículo de quaestiones disputatae.
Munich y Münster, diciembre de 1964.
Karl Rahner - Joseph Ratzinger
I
Episcopado y primado
por Karl Rahner
1. Planteamiento de la cuestión
¿Es lícito pensar que quepan aún nuevas consideraciones sobre la constitución de la Iglesia? La Iglesia y la teología conocen ya la naturaleza de la Iglesia, de modo que no se trata de pasar de la ignorancia al saber (como, por ejemplo, cuando se descubrió Australia). Trátase más bien de reflexionar, de recapacitar, de tomar conciencia de lo que ya se sabía en forma sencilla y global (como, por ejemplo, una persona, después de una larga experiencia activa sobre sí misma, puede todavía «descubrirse» honradamente gracias a los conceptos y pruebas de la psicología).
Hoy día puede todavía crecer este saber reflejo de la Iglesia sobre su propia naturaleza, sobre una naturaleza que no ha dejado nunca de poseer. Y ello ocurre no sólo en cuanto a los misterios propiamente dichos de esta Iglesia, que es la comunidad de todos los creyentes en el Espíritu de Dios, el cuerpo de Cristo, el comienzo del reino divino, el sacramento primordial de la salud escatológica; sino que también se verifica en cuanto al conocimiento de su constitución, o sea en las estructuras jurídicas con que esta comunidad es establecida y mantenida en cohesión como «sociedad perfecta». También en este aspecto cabe pensar que la naturaleza de la Iglesia es susceptible de un conocimiento todavía más claro y reflejo. Pues, abriendo cualquiera de los tratados corrientes de teología fundamental, nos enteramos de que la Iglesia tiene una estructura «jerárquica», por cuanto Cristo transfirió al colegio apostólico y a los sucesores de los apóstoles, los obispos, los poderes de anunciar la fe, administrar los sacramentos y gobernar los espíritus; la Iglesia no es, por tanto, una mera agrupación espontánea (de índole democrática) desde abajo, sino que fue instituida desde arriba con sus derechos, deberes y poderes fundamentales. Se nos dice también que esta Iglesia constituida jerárquicamente tiene una cabeza «monárquica» en el primado inmediato y universal de jurisdicción de Pedro y de sus sucesores, los papas. Pero con esto queda dicho prácticamente todo lo referente a la doctrina constitucional de la Iglesia, en cuanto su constitución es de directo origen divino. Por lo pronto, no resulta muy clara, o así nos parece a nosotros, la relación que media entre la estructura jerárquica episcopal de la Iglesia y su estructura monárquica papal. Como es sabido, es una cuestión que apenas pudo abordarse en el Concilio Vaticano de 1870. Por otra parte, con sólo indicar estos dos poderes de orden y de jurisdicción, no aparece todavía clara la naturaleza unitaria de esta constitución, su última idea fundamental. La «metafísica» de la constitución de la Iglesia queda aún bastante oscura.
A esto puede, naturalmente, observarse que frente a tal planteamiento, apenas cabe aguardar una respuesta distinta de lo que es ya clara y generalmente conocido. Se dirá, en efecto, que la Iglesia es una entidad jurídica surgida sólo una vez en la historia, que es además una institución nacida de la libre disposición de Dios y que no se puede deducir de principios necesarios del ser. Ahora bien, se dice, estas dos notas (la singularidad y la libre institución por Dios) no permiten esperar que, en una especie de filosofía del derecho sobrenatural y en una metafísica de la constitución (que siempre deberían partir de lo universal y necesario) quede todavía gran cosa por decir, fuera de lo que ya se conoce explícitamente. Se puede incluso preguntar si existe siquiera una constitución escrita de la Iglesia o, mejor dicho, extrañarse de que no exista. En efecto, el Codex Iuris Canonici no es por su contenido, finalidad y estructura una constitución de la Iglesia, aun cuando se pueda decir que contiene los preceptos constitucionales más importantes. Y hasta se podría preguntar si