Amar la Misa
Por Didier van Havre
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Comentarios para Amar la Misa
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Un libro maravilloso que invita a los católicos a recordar nuestras costumbres. A fortalecer nuestra religión y ser partícipes de la vida de Cristo en nosotros. Nos enseña a adorar la misa y a saber exactamente los significados de cada momento de la misa. Muchas gracias
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Amar la Misa - Didier van Havre
Índice
Cubierta
Portadilla
Índice
Lista de abreviaturas
Prólogo
Primera parte: LA FE DE LA IGLESIA
LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS
LA EUCARISTÍA, UN MISTERIO DE FE
LA FE EUCARÍSTICA
LA ACCIÓN LITÚRGICA
LA PARTICIPACIÓN EN LA EUCARISTÍA
ALGUNAS PARTICULARIDADES DE LA LITURGIA
Segunda parte: LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
LOS RITOS INICIALES DE LA CELEBRACIÓN
LA LITURGIA DE LA PALABRA
LA LITURGIA EUCARÍSTICA
EL RITO DE CONCLUSIÓN
Tercera parte: EL TIEMPO LITÚRGICO
LA ESTRUCTURA DEL TIEMPO LITÚRGICO
LA MISA DOMINICAL Y LA MISA DIARIA
EL CICLO DE NAVIDAD
EL CICLO PASCUAL
EL TIEMPO ORDINARIO
EL SANTORAL: LAS FIESTAS DEL SEÑOR, DE LA VIRGEN MARÍA Y DE LOS SANTOS
Créditos
LISTA DE ABREVIATURAS
PRÓLOGO
¿Por qué este libro? La respuesta es muy sencilla: he escrito estas páginas por amor a la Eucaristía. Y porque siento un vivo deseo de compartir este amor con muchos otros. La misa siempre me ha fascinado: ¡el Señor está ahí, muy cerca, sobre el altar y en el sagrario! Jamás me ha aburrido, ni siquiera en los momentos más oscuros de mi vida, precisamente porque Él está ahí. Lo más extraordinario es que, en cada misa, es el Señor quien se acerca a nosotros, ¡incluso cuando nos hemos alejado de él! Por eso, delante de la Eucaristía me siento muy pequeño.
En mi visión del misterio eucarístico he adoptado el punto de vista del fiel con el fin de ayudarle a encontrarse personalmente con Cristo y a saborear las inmensas riquezas de la liturgia eucarística. Después de un breve recordatorio de lo que significa la Eucaristía para la Iglesia, sigo paso a paso el desarrollo de la liturgia y termino describiendo los distintos tiempos litúrgicos que nos permiten participar realmente en los misterios de la vida de Cristo.
La Eucaristía es fundamentalmente un misterio de fe. Para penetrar ese misterio, me he dejado guiar por la fe de la Iglesia tal y como se manifiesta en la acción litúrgica. Mi itinerario se compone de una descripción de todo lo que el sacerdote y los fieles hacen durante la misa; de ahí paso al significado de cada gesto y de cada oración, relacionándolos con la vida de Jesús y con los grandes acontecimientos de la historia santa; y a continuación expongo, lógicamente, las actitudes que corresponden a esos gestos y a esas oraciones, y las que se derivan para nuestra vida diaria.
Para presentar la acción litúrgica del sacerdote y los fieles, he recurrido a las indicaciones del misal romano para la misa dominical, celebrada por un único sacerdote. A la hora de describir el significado de todas las acciones litúrgicas y de proporcionarles un fundamento sólido, me he basado en numerosos textos extraídos de la Escritura, el misal romano, el Catecismo de la Iglesia católica y su Compendio, la doctrina del Concilio Vaticano II y los principales documentos de Juan Pablo II y Benedicto XVI sobre la Eucaristía. En cuanto a las posturas convenientes en los diferentes momentos de la celebración eucarística, me he limitado a hacer unas cuantas sugerencias cuyo fin es una correspondencia más plena al don de la Eucaristía. Están escritas con un estilo personal y exhortativo, ya que miran directamente al corazón, de donde brotan la oración, el amor a Dios y el deseo de santidad.
Puesto que he recibido mi formación espiritual en el seno del Opus Dei, estoy muy agradecido a san Josemaría, su fundador, por todo lo que me ha hecho descubrir. De ahí que todo lo que he escrito en este libro se lo deba a él.
También quiero dar las gracias a cuantos han revisado y corregido el texto. Su ayuda espontánea ha sido para mí una delicada manifestación de la providencia divina.
PRIMERA PARTE
LA FE DE LA IGLESIA
La celebración de la Eucaristía es ante todo un encuentro con Cristo resucitado. Nos sumerge en el corazón mismo de su obra redentora. Este encuentro es único, ya que nos une a Jesucristo, en la unidad del Espíritu Santo, para alabar y glorificar a Dios Padre de un modo digno y adecuado.
En la misa el mismo Jesucristo viene a nuestro encuentro como Señor y Redentor: nos habla a través de las lecturas de la Escritura, nos santifica por el sacrificio eucarístico y nos alimenta con su propia carne para hacernos participar de su vida divina. A cambio, nos pide que creamos en la Eucaristía, que deseemos sus beneficios y que participemos en ella con amor.
Amar la misa es amar al mismo Cristo; amar la misa es amar a la Iglesia. ¡Los tres son inseparables!
Puesto que la razón de ser de la Eucaristía es el amor, por amor penetramos en ella.
¡La Eucaristía es la obra maestra de Dios!
LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS
El encuentro con Jesús en la Eucaristía es muy parecido al de los discípulos de Emaús[1]. Un encuentro que tiene lugar el mismo día de la Resurrección. Curiosamente, en el relato que hace san Lucas podemos ver la estructura esencial de la misa.
San Lucas narra cómo los dos discípulos regresaban a Emaús desde Jerusalén, tristes y abatidos, cuando Jesús se les acercó y les dirigió la palabra sin que ellos le reconocieran. Ambos discípulos confesaron su decepción ante el aparente fracaso de Jesús: «Esperábamos que fuese Él quien redimiera a Israel».
Entonces Jesús empieza a explicarles, a partir de las Escrituras, los designios de Dios sobre el Mesías y el sentido de su muerte en la Cruz. «¡Necios y torpes de corazón para creer todo lo que anunciaron los Profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria?
. Y comenzando por Moisés y por todos los Profetas les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él». Al escuchar sus explicaciones, los discípulos recobraron el ánimo, hasta el punto de exclamar: «¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Al llegar a Emaús, insistieron a Jesús para que se quedara con ellos. «Y cuando estaban juntos a la mesa tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su presencia». Jesús desapareció de su vista dejándolos maravillados ante ese pan partido, nuevo signo de su presencia.
El encuentro con el Resucitado provocó en los dos discípulos una honda transformación, porque «al instante se levantaron y regresaron a Jerusalén». Allí encontraron a los apóstoles y a los que estaban con ellos, y «se pusieron a contar lo que había pasado en el camino, y cómo le habían reconocido en la fracción del pan».
El relato de los discípulos de Emaús puede servirnos de guía para nuestro encuentro con el Resucitado durante la misa. Los episodios del relato evangélico se corresponden con las secuencias de la misa: el inicio de la celebración, la liturgia de la Palabra, la liturgia eucarística y el rito de conclusión.
El primer episodio del relato evangélico nos muestra cómo Jesús toma la iniciativa y acude Él mismo al encuentro con los discípulos. Así es como el inicio de la celebración nos prepara para acoger a Cristo con las debidas disposiciones. Nos invita a ser conscientes de que viene también a nuestro encuentro: en la Eucaristía se hace nuestro compañero de viaje y camina realmente a nuestro lado.
El siguiente episodio, en el que Jesús les explica las Escrituras, se corresponde con la liturgia de la Palabra. Para encontrarse con Cristo es preciso escuchar y asimilar la Palabra de Dios a partir de las Escrituras: mientras los dos discípulos le escuchaban ¡ardía su corazón!
A continuación viene la escena del albergue, donde los discípulos reconocen a Jesús cuando parte el pan y se lo da. Esta acción se corresponde con la liturgia eucarística, en la que Jesús manifiesta su presencia como Redentor, actualiza el sacrificio de la Cruz —simbolizado en el pan partido— y se nos entrega en la comunión.
El último episodio es igualmente significativo para la Eucaristía. El encuentro con el Señor provoca tal conmoción en los dos discípulos que se ponen inmediatamente en camino para dar testimonio de su fe en Cristo resucitado. El rito de conclusión nos invita a seguir el ejemplo de estos dos discípulos y nos garantiza que la Eucaristía nos proporciona la luz y la fuerza para vivir como auténticos testigos de Cristo.
En la misa, Cristo se hace contemporáneo nuestro: viene a nuestro encuentro para compartir nuestras alegrías y nuestras penas, y nos entrega su propia vida para que participemos de ella.
Dile a Jesús: «Ven a mi encuentro como hiciste con los discípulos de Emaús; es a ti a quien busco».
Medita de vez en cuando en tu oración el texto de san Lucas que relata el encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús: ¡verás cómo te ayudará!
En la celebración de la Eucaristía hallamos las tres etapas o vías que caracterizan a la vida espiritual: la purificación en la preparación penitencial, la iluminación en la liturgia de la Palabra y la unión en la liturgia eucarística.
[1] Lc 24, 13-35.
LA EUCARISTÍA, UN MISTERIO DE FE
Para encontrar de verdad a Cristo, como les fue concedido a los discípulos de Emaús, debemos fijarnos en el desarrollo de la liturgia eucarística tal y como la encontramos en el misal. En efecto, la celebración de la misa está tejida de signos y símbolos, de gestos, palabras y silencios que nos invitan a este encuentro y nos guían hacia él.
En la liturgia los gestos y las palabras nos vienen dados, nos preceden: no tenemos que inventarlos. Nuestra tarea consiste en asimilarlos, interiorizarlos, hacerlos nuestros. Debemos, por así decir, entrar con todo nuestro ser —cuerpo y alma— para poner nuestro pensamiento y nuestro corazón en sintonía con esas palabras y esos gestos litúrgicos.
La Iglesia expresa su fe mediante la acción litúrgica y las oraciones, ya que la ley de la oración es la ley de la fe: la Iglesia cree como reza; y transmite incesantemente todo lo que es y todo lo que cree a través de la liturgia. «La fe de la Iglesia es anterior a la fe del fiel, el cual es invitado a adherirse a ella»[2]. Es tarea nuestra sintonizar nuestra fe con la de la Iglesia para tener acceso a toda la riqueza del misterio eucarístico. Este itinerario de fe nos permite acoger a Cristo tal y como viene a nosotros en la misa: «Acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a Él mismo»[3].
La Eucaristía es un misterio de fe porque, en su realidad visible, representa y lleva a cabo una realidad espiritual, divina, que únicamente se percibe con los ojos de la fe. Esta realidad espiritual, evidentemente, no «es producida» por la fe, como ocurre con la imaginación, que sí produce impresiones y fantasmas. La fe, por el contrario, nos permite discernir una realidad externa, objetiva, revelada por Dios, que no es perceptible para los sentidos y que supera nuestro entendimiento. Es un proceso: requiere una adhesión personal a Dios y un asentimiento libre a la verdad revelada.
La Eucaristía es un misterio de fe, «el gran misterio que nos dejó como alianza eterna»[4]. Es el misterio de la fe por excelencia, porque nos pone en presencia de Cristo resucitado y de su sacrificio redentor. Con razón el sacerdote exclama después de la consagración: «¡Este es el sacramento de nuestra fe!».
Encontramos un hermoso ejemplo de este itinerario de fe en la reacción de san Pedro ante el anuncio de la Eucaristía. San Juan cuenta cómo la declaración de Jesús escandalizó a los discípulos, muchos de los cuales se dijeron: «Es dura esta enseñanza, ¿quién puede escucharla?»[5], y le abandonaron. «Entonces Jesús les dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos?
Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios
»[6]. La reacción de Pedro nos muestra claramente su plena adhesión a la persona de Cristo y su asentimiento a la verdad que revela porque es el Hijo de Dios.
Para tener acceso a la profunda realidad de la Eucaristía y encontrar en ella a Cristo, debemos adherirnos a las verdades que la Iglesia nos transmite a través de la celebración eucarística. La Iglesia manifiesta y expresa su fe mediante los gestos y las palabras de la liturgia: así es como engendra, lleva con ella y alimenta nuestra fe personal. Es adhiriéndonos plenamente a lo que la Iglesia nos dice sobre la presencia y la acción de Cristo en la Eucaristía como le encontramos. Por eso, el encuentro con Cristo en la Eucaristía no es producto de nuestra fe, sino la realidad a la que la fe nos da acceso.
En el Apocalipsis san Juan utiliza una imagen muy simple para mostrar cómo este encuentro es una iniciativa de Cristo que reclama de nosotros una aceptación: «Mira, estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo»[7]. Así pues, el encuentro con Cristo resucitado pide una respuesta de nuestra parte: Él toma la iniciativa viniendo a nosotros; nosotros hemos de acogerle abriéndole nuestro corazón, nuestra inteligencia y nuestro ser.
«La fe es una adhesión filial a Dios, más allá de lo que nosotros sentimos y comprendemos»[8]. Nada reafirma mejor nuestra fe que la convicción de que para Dios no