Volar sobre el pantano: A veces tocar fondo es inevitable
4.5/5
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Self-Discovery
Personal Growth
Family Relationships
Drug Addiction
Mental Health
Power of Love
Mentor
Journey of Self-Discovery
Love Triangle
Power of Forgiveness
Family Secret
Prodigal Daughter
Struggle With Addiction
Coming of Age
Redemption
Resilience
Parent-Child Relationships
Inspiration
Forgiveness
Revenge
Información de este libro electrónico
Leyendo Volar sobre el pantano, aun después de haber sido difamado, robado, maltratado, de haber vivido o presenciado alcoholismo, ruina económica, violación o soledad, los problemas se convertirán en retos... y el lector adquiriría confianza de saber que vencerá... Una historia poderosa sobre como superar la adversidad.
He aquí una impactante y emotiva novela de superación personal, que nos dará otro panorama de la vida, la familia y la misión que todo ser humano debe cumplir.
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Autosuperación para usted
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Comentarios para Volar sobre el pantano
38 clasificaciones9 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Primer libro en mi vida que no pude parar de leer asta terminar, buenas lecciones de vida.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Con seguridad puedo decir que es uno de los mejores libros de ayuda para cualquier persona de cualquier edad sea cual sea la situación en la que se encuentre, con el podrás estudiar como se un mejor estudiante, empleado, emprendedor, empresario, o simplemente un padre/madre de familia capaz de criar y ayudar al desarrollo de su hijo, a mí me ayudó en un problema mental, sobre mi falta de autoestima a mis cortos 20 años, sin duda alguna un libro para estudiar y reflexionar sea solo o en familia.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5espectacular novela la recomiendo ampliamente , ha valido mucho la pena leerla
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Lo leí hace muchos años, cuando ahorraba para poderme comprar mis libros, sin duda, tiene una eseñanza ahí escondida, esa que volvía a encontrar al leer de nuevo.
Gracias a Carlos, por ser tan coherente con las ideas y poder compartirnos un poco de sí. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Uno de los mejores libros que he leído, siempre es bueno recordar que todos somos capaces de volar sobre el pantano
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Es un libro que te hace ver de otra forma nuestra manera de pensar de la vida bajo las presiones que cada día nos van haciendo más las actividades, las situaciones y las condiciones en las que nos desarrollamos.
Gracias por escribir y describir sus situaciones de vida!. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Muy emotivo el final,el cambio empieza con un basta y volar alto superando tus problemas nunca es tarde.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cuánta verdad en este libro, trataré de volar sobre el pantano.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Muy buena historia, muy dramática y realista. Es un buen libro para empezar a leer, lo recomiendo
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Volar sobre el pantano - Carlos Cuauhtémoc Sánchez
CARLOS CUAUHTÉMOC SÁNCHEZ
VOLAR SOBRE
EL PANTANO
Una historia poderosa sobre como
superar la adversidad
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Edición ebook © Mayo 2012
ISBN: 978-607-7627-28-9
Edición impresa - México
ISBN: 968-7277-07-6
Derechos reservados: D.R. © Carlos Cuauhtémoc Sánchez. México, 2004.
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Zahid:
Desde que te vi por primera vez,
me di cuenta que eres un triunfador.
Este libro es para ti.
1 Un árbol caído
Lisbeth parecía desconcertada por la insistencia de su esposo. Dejó el vaso de refresco sobre la mesa y miró a Zahid de forma transparente por unos segundos.
—No te entiendo —le dijo—, habíamos acordado olvidar ese asunto.
La brisa del mar alborotó su largo cabello.
—Sí, amor, pero necesito saber más detalles sobre tu pasado.
—¡Conoces todos los detalles! Te los he contado.
—Vuelve a hacerlo, por favor.
—¿Para qué? Es doloroso recordar.
—Lisbeth, las pesadillas han vuelto. Son demasiado reales otra vez... Sueño a mi hermana, Alma. La escucho gritar, llorar, suplicarme, y me despierto sudando, mirándola como si estuviera allí, con su gesto solitario, ávido de afecto y ayuda...
—¿Dónde se encuentra?
—No lo sé, pero me escribió una carta.
—¿Cómo te localizó?
—Escribió a la empresa. De la capital me enviaron la correspondencia.
—Zahid, me asusta tu mirada. ¿Qué te pasa? ¿Tiene algo que ver Alma conmigo?
—Sí. Es decir, no sé… Cuéntame por favor cómo superaste tu problema de embarazo no deseado. Quiero volver a escuchar la historia. Necesito repasar lo que puede sentir una mujer rechazada, en su más terrible soledad.
Un grupo de pelícanos volando en delta pasó sobre sus cabezas.
Lisbeth sabía que no tenía otra alternativa. Suspiró.
—Está bien.
Aquella noche, me estaba preparando para dormir cuando papá entró a mi recámara. No tocó la puerta. Irrumpió como si se estuviera quemando la casa.
—¡Tienes que venir conmigo! Vístete rápido.
Era una orden.
—¿Qué ocurre?
—No hagas preguntas.
—Son las diez de la noche.
—Apresúrate.
—Ya voy.
Terminé de vestirme con la primera ropa que encontré. Salí de mi cuarto. Sin decir palabra, papá caminó decidido hacia afuera de la casa. Lo seguí. En la puerta estaba mi madre retorciéndose los dedos. Pasamos junto a ella. Evadió mi mirada.
El automóvil se hallaba con el motor en marcha, la portezuela abierta y las luces encendidas, como si acabara de llegar y hubiese detenido el vehículo de paso sólo para recogerme.
—¿A dónde vamos?
No contestó. Tenía el rostro desencajado, la respiración alterada. Manejó bruscamente, casi con enfado. Se dirigió al centro de la ciudad.
—¿Desde cuándo sales con Martín? —cuestionó.
—¿A dónde vamos, papá?
—Te hice una pregunta.
—Desde hace cuatro meses.
—¿Te ha dado a probar alguna sustancia?
—Papá, ¿qué te pasa?
De improviso viró a la derecha y se internó por una barriada oscura. Después de dar varias vueltas sin la más elemental precaución, se detuvo justo frente a una pareja que se abrazaba. Detrás de ella había varios jóvenes acomodados en la banqueta, compartiendo alcohol y cigarrillos de marihuana.
—¿Lo ves? —mi padre se hallaba fuera de sí.
Negué con la cabeza.
—¿Qué quieres que vea?
—Observa bien.
Se encorvó para alcanzar una linterna que llevaba debajo del asiento y, cuando estaba tratando de encenderla, una de las muchachas se levantó para acercarse a nosotros. Mi padre la alumbró con el reflector. Tenía escasos diecisiete o dieciocho años, con la cara sucia y la blusa desabotonada hasta la mitad.
—No abras —dijo papá.
La chica se aproximó al automóvil tambaleándose, puso su boca sobre la ventana de mi lado, fue bajando despacio hasta que su lengua terminó de lamer el cristal.
—Vámonos —dije temblando por el repentino terror que me causó la escena—. No sé qué tratas de enseñarme.
—Observa.
La joven cayó al suelo bajo mi portezuela. Papá aprovechó para apuntar con la linterna de mano hacia la pareja que seguía abrazándose. El pasmo me dejó con la boca abierta. ¡Eran dos hombres! Uno tenía el cabello largo. ¿Eran homosexuales o estaban siendo en exceso fraternales por efectos de la borrachera?
—¿Ahora sí lo ves?
El haz luminoso descubrió el rostro del tipo con cabello corto. Alguien que yo conocía muy bien.
—¿Martín...?
—Sí.
—No puede ser... Sólo se parece...
—Es él.
—Pero...
Una angustia lacerante comenzó a asfixiarme. Abrí la puerta y me bajé. Sin quererlo, pisé a la chica que estaba alucinando casi debajo del automóvil. No se quejó. Caminé con pasos trémulos hasta la pareja. Mi padre me alcanzó.
—Es peligroso...
Martín me clavó la vista como intentando reconocerme. Se apartó de su camarada.
Mis lágrimas de miedo se convirtieron en lágrimas de ira. Quise golpearlo, matarlo, matarme... Maldije la hora en que se detuvo para invitarme a salir, la hora en que, sin conocerlo más que de vista, acepté, la hora en que...
—Hola... —bisbisó—, necesi... ven... acércate... necesito...
—¡Vámonos, hija!
—Espera. Quiere decirme algo.
—¡Vámonos!
Papá me jaló hacia el coche, hizo a un lado a la muchacha, me abrió la puerta, subió y arrancó a toda velocidad.
Durante un buen rato en el camino de regreso a casa no hablamos. Yo llevaba la vista perdida, los ojos llenos de lágrimas y un nudo de rabia en la garganta.
—Sé cómo te sientes, Lisbeth —dijo al fin—. Pero hay muchos hombres en el mundo. Este sujeto es un drogadicto... Y, perdóname que lo diga pero, qué bueno que lo viste ahora, antes de que te lastimara o te obligara a drogarte también.
No contesté... ¿Cómo decirle que sentía poco amor y poca atención en mi familia? Que aunque viviéramos entre algodones la vida no tenía valor alguno para mí. ¿Cómo decirle que precisamente por tener una existencia vacía me había entregado a él... aún sin amarlo ni conocerlo bien...?
—Yo también me siento destrozado por tu tristeza —comentó—. La semana pasada dijiste que querías mucho a ese joven.
La semana pasada quise hablar, pero nadie suspendió lo que hacía para escucharme de verdad, así que sólo pude decir eso, que estaba enamorada de Martín, nuestro vecino de toda la vida. Pero no era eso lo que quería decir... no era sólo eso...
Estacionó su automóvil frente a la casa de mi novio. Se bajó, tocó la puerta. El padre de Martín salió, saludó de mano al mío y se inició entre los dos progenitores una penosa conversación. Papá explicó lo que habíamos visto, haciendo grandes aspavientos. Al rostro de su interlocutor se le fue yendo el color. La madre apareció en escena; ella sí reaccionó agresivamente. Insultando, gritando... Agaché la cabeza y cerré los ojos.
¿Cómo me enredé con él? Siempre fue un vecino distante. Me caía mal. Cuando era niña, lo veía desde mi ventana matar pájaros con su honda y aventar piedras a los autobuses. Apenas cuatro meses atrás, nos encontramos en el parque del fraccionamiento. Seguía desagradándome, pero yo me sentía muy sola y acepté su invitación a salir... Desde la primera cita le noté algo raro: Sus repentinos cambios de humor, su sadismo, sus ojos rojos. Era a veces violento y a veces dulce.
Papá regresó al coche dejando a la pareja discutiendo entre ellos.
Mi casa estaba a media cuadra de distancia. Llegamos de inmediato. Los gritos de los vecinos, peleando, se escuchaban hasta allí.
Mamá estaba esperándonos. Apenas entramos quiso consolarme, pero yo me separé y fui a mi recámara. Casi tropecé con mis dos hermanas que me miraban como si fuera un espantajo.
Dentro de mi cuarto di vueltas. Me tiré en la cama; sentí que me hundía en un fango cenagoso, asfixiada por una soledad opresiva. Estuve llorando por más de media hora.
—Abre por favor —ordenó mi madre.
—Déjenme en paz.
—No queremos que estés sola en este momento.
La palabra sola
fue directo a mi entendimiento como daga al corazón... ¿Qué había dicho? ¿Cómo era capaz...?
Entonces abrí la puerta y me enfrenté a la familia. Mi madre y hermanas estaban en primer plano, mi padre atrás.
—Tranquilízate. Ese joven no te conviene...
Interrumpí a mis consoladores de forma tajante. Nunca pensé decírselos así, pero si querían entender la magnitud de mi desdicha, tenían que tener a la mano todos los elementos.
—Estoy embarazada de él.
Apenas lo mencioné se hizo un silencio sepulcral.
—¿Qué dijiste?
—Lo que oyeron. Que estoy embarazada... Pensaba explicarlo el otro día...
El pasmo fue impresionante. Tardaron en asimilarlo, pero apenas lo hicieron reaccionaron con furia.
—¿Cómo te atreviste? ¿Qué no piensas? ¿Eres estúpida?
Me encogí de hombros. Al darles la noticia, mi enorme coraje desapareció y comencé a desmoronarme, a entender precisamente eso: Lo estúpida que había sido.
—¿Lo amas?
—¿Por qué te acostaste con él?
—¿Te forzó?
Negué con la cabeza todas las preguntas. Hablar de melancolía, carencia de afecto, baja autoestima, hubiera sonado insustancial. Y ellos querían argumentos razonables, razones argumentables...
—Maldición —dijo mi padre empujando a todos y entrando a mi habitación. Arrancó la lámpara de lectura y la hizo trizas; bufó, gritó ¿por qué?, una y otra vez. Se acercó a mí con grandes pasos como dispuesto a golpearme, me tomó de los hombros y me reclamó con un alarido:
—¿Has probado la droga?
—No, no.
Me empujó hacia atrás. Me dejé ir con el impulso.
Apenas mi cara estuvo a unos centímetros del suelo entendí que había caído... Física, intelectual, espiritual, moral, anímica, íntima, psicológica, emocionalmente...
—¿Cuánto tiempo tienes de embarazo? —preguntó mi hermana.
Le contesté haciendo un tres con los dedos de la mano izquierda...
—¡Eso es, lloriquea! —remató mi padre—. No te queda otra opción. Has acabado contigo y además, tu aventurilla nos afecta a todos... A tus hermanas. Eres la mayor, ¿sabes el ejemplo que das? —las palabras se le atoraron en la garganta, respiró tratando de controlarse—. ¿Tú crees que es justo? Yo siempre supuse que llegarías muy alto, no sabes lo decepcionado que estoy —corrigió—, que estamos todos de ti...
Lo más terrible al escuchar esa última frase fue que nadie se movió de su sitio para defenderme, ni mis hermanas, ni mi madre.
Tirada en el suelo, quise levantar la cabeza y preguntarle a papá dónde había quedado aquello que me dijo en el automóvil respecto a yo también me siento destrozado por tu tristeza
. Quise reclamarle a mi madre y cuestionar dónde estaba aquello de no queremos que te encuentres sola en este momento
. ¿Es que lo habían dicho sin pensar? ¿O es que estaban a mi lado dispuestos a consolarme sólo en caso de que se tratara de una simple desilusión personal, pero por supuesto no en el caso de que mi error afectara su imagen de buenos padres ante los demás, su estatus de gente nice a la que todo le sale bien y su maldito apellido de familia virtuosa que no puede darse el lujo de tener una madre soltera en casa?
El padre de Martín llamó por teléfono. Quería hablar conmigo.
Traté de levantarme, pero no pude. Mamá se puso en cuclillas y apoyó una mano sobre mi espalda; tuve deseos de quitarla, empujarla, decirle que repudiaba su postura convenenciera, pero había perdido toda la energía. Me sentía pequeña, exánime... como gusano inmundo.
Mis hermanas trataron de moverme. No lo lograron. Yo era un bulto pateado, un árbol caído hecho leña, un ente sin amor propio, llorando a mares, sabiéndome acreedora del peor castigo por no haber pensado bien las cosas, sintiéndome indigna de estar viva, odiando al bebé que llevaba en mis entrañas y al mismo tiempo, amándolo al saberlo mi cómplice...
El único amigo desvalido que comprendía mi dolor y que, sin tener culpa de nada, era el culpable de todo...
Me sentí madre por primera vez. Una madre sola.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano me puse de pie y fui al teléfono para contestar al papá de Martín.
2 Ley de advertencia
Lisbeth dejó de relatar.
Zahid sentía una gama de sentimientos mezclados: ira, celos, tristeza...
—Te dije que iba a ser penoso escuchar esto.
—No. Es decir, sí. En realidad estoy impactado.
Quiso aplastar un mosquito que le había encajado su aguijón, dándose una repentina palmada en el brazo, pero falló.
—¿Entramos a la casa? —preguntó ella poniéndose de pie y caminando sin esperar respuesta. Él la siguió.
Habían encontrado en ese enorme jardín a la orilla de la playa, un paraíso ideal para jugar e intimar. Zahid cerró el cancel corredizo y se acercó a su esposa.
—Continúa, por favor.
—¿Para qué?
—Lo que acabas de platicarme me ayuda para entender mejor a mi hermana. La carencia de afecto, la soledad que mata, el fango cenagoso que asfixia. Alma siempre fue el personaje testigo de las peores tragedias en mi casa, nadie la tomaba en cuenta ni le preguntaba su opinión; si había algo serio que conversar, le ordenaban retirarse; fue subestimada por todos, tratada como un estorbo, en su cara era posible detectar, a veces, una gran ternura, una gran, gran necesidad de amor y a veces un odio enorme... ¿Sabes? El haber recibido esta carta es un desastre para mí.
—¿Puedes leermela?
Zahid abrió el sobre muy despacio.
—Sí. Escúchala y dime si puedes ver entre líneas algo que tal vez yo, como hombre, no he captado.
Desdobló el papel azul y el mensaje apareció con letra manuscrita. Alma tenía una caligrafía de rasgos finos y simétricos, pero en esta ocasión los trazos se veían temblorosos y en algunas líneas excesivamente suaves.
Comenzó a leer sin poder evitar una sensación de pesadumbre.
Zahid:
Todos tenemos diferente umbral de dolor. Algunas personas, con una simple infección estomacal se dan cuenta que deben cambiar sus hábitos alimenticios, hacer ejercicio y procurar una vida más sana; un pequeño estímulo les es suficiente para llevarlos a la reflexión y al cambio... Otros, por el contrario, no