Las reinas de Polanco
Por Guadalupe Loaeza
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Las mamás de las niñas bien (o las niñas bien con algunos años y un par de sexenios encima) son las reinas de Polanco: damas de excelente cuna, corona y cetro de diseñador, magníficas anfitrionas y un cuerpo esculpido a fuerza de pilates y dietas; señoras cool que frecuentan las tiendas, los restoranes, los cafés y los salones de belleza de esta exclusiva colonia de la Ciudad de México sin que la cruda realidad nacional las perturbe. Con su característica visión crítica, su peculiar ironía y una precisión casi entomológica, Guadalupe Loaeza traza el perfil de un sector social que ningún otro autor ha logrado describir mejor que ella.
Guadalupe Loaeza
Se inició en el periodismo como articulista del diario Unomásuno, de donde salió a finales de 1983. Se incorporó al semanario Punto y al año siguiente estuvo entre los fundadores del periódico La Jornada, en donde colaboró por más de ocho años. En 1985 publicó Las niñas Bien. Recibe la Orden de la Legión de Honor en grado de Caballero, conferida por el Gobierno de la República Francesa. Ha escrito en las siguientes revistas: El Huevo, Escala, Polanco para Polanco, The Billionaire, Caras, Casas y Gente, Vogue y Recompensa de American Express. Actualmente, colabora tres veces por semana en los periódicos Reforma, Mural, El Norte y diez periódicos más de la República Mexicana. Ha sido pionera en las publicaciones en formato digital. Su libro Leer o Morir fue descargado en tres meses por más de 190,000 lectores. Sus más recientes publicaciones son: El Licenciado, Los Excéntricos, Poesía fuiste tú: a 90 años de Rosario Castellanos, que se suman a una lista de más de 42 títulos entre los que se cuentan recopilaciones de textos, ensayos narrativos y cuentos.
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Las reinas de Polanco - Guadalupe Loaeza
Polancos.
LAS REINAS DE POLANCO
Estas reinitas
, conocidas desde hace muchos años como las reinas de Polanco, son las que han contribuido a darle la personalidad y el sabor tan particulares que tiene su centro comercial. Ellas son las que verdaderamente reinan entre los marchantes y demás comerciantes. Sin ellas, este centro no sería tan animado, tan sofisticado y, mucho menos, tan próspero. Allí, en medio de ese mercado alegre y sui generis, sus deseos se vuelven órdenes: Lo que usted diga, reina
, les dice con ojo brillante el famoso don Luis, dueño de la frutería La Esperanza. Para mañana quiero que me traiga cuatro kilos de morillas. No me importa si están carísimas porque tengo una cena super importante
, le ordena su majestad la patrona
, abriendo y cerrando sus hermosos ojos color aceituna. Al otro día regresa la clienta por sus hongos, sabiendo que los encontrará bien listos y pesaditos en su bolsa de plástico, porque en el mercado de Polanco estas reinas son las que mandan.
Pero ¿cómo son estas reinas? En primer lugar son muy ricas. Algunas son hasta millonarias en dólares. Por lo general son muy viajadas y saben comer bien. Son excelentes anfitrionas y, muchas de ellas, cocinan platillos con ingredientes que nada más pueden comprarse en el mercado de Polanco. Sus gustos son, por lo tanto, exclusivos y algunas veces un poco excéntricos. No sería extraño que una de estas reinas quisiera conseguir, a como de lugar, huitlacoche en pleno mes de diciembre para preparar unas excelentes crepas para la cena de navidad. Es que no es época, reinita
, le explica amabilísimamente su marchante de toda la vida. Pues a ver cómo le hace porque no se me ocurre otra cosa para la cena
, dice atareadísima con las manos llenas de bolsas de fruta y verduras. Su marchante le dice que sí, y esa misma tarde recorre todos los mercados de México, hasta encontrar el hongo que más se parece al huitlacoche. Al otro día la pequeña reina va a buscar lo prometido y, cuando se da cuenta que no es el verdadero huitlacoche, dice en tono contundente: ¡Ay marchante, se debería de comprar un congelador americano para darle mejor servicio a sus clientas. Así podrá tener frutas y verduras fuera de la estación
.
Pero los marchantes de Polanco ya están acostumbrados a sus reinas, así las quieren, incluso a aquellas que desde su coche Corsar azul metálico, les gritan: ¿A cómo está el kilo de cerezas? ¿A cómo? ¿A cinco mil pesos? Bueno, póngame rapidito un kilo y medio, pero sin olvidar su pilón, ¿eh?
, siguen gritando a pesar de que atrás hay una fila de coches desesperados a los cuales no les importa, seguramente, a cómo está el kilo de cerezas importadas directamente de Estados Unidos. Las más consideradas dejan su coche estacionado en doble fila. Y corriendito, van a comprar las tortillas blancas como hostias de doña Francisca, a 80 pesos la docena. Intentan pagar con un billete de cinco mil, y como la marchanta no tiene cambio, se enojan y le dicen: ¿Pero cómo es posible que no tenga cambio?, ¿qué no ve que tengo mi coche en doble fila y se lo va a llevar la grúa?
. Pero como se trata de una reina, la tortillera nada más le dice: Está bien, güerita, mañana me lo pasa, córrale que no deja pasar a los demás
.
Pero no todas estas reinas son así de inconscientes. Habría, por ejemplo, que preguntarle a don Pablo, el carnicero de La Estrella de Polanco, qué opina de ellas. Seguramente diría que son muy buenas gentes, que cuando van a hacer su pedido, le dan su buena propina. Que muchas de ellas le platican de sus problemas y de los últimos chismes políticos. Hasta de sus viajes le cuentan, además de que nunca olvidan mandarle una tarjeta postal de la Tour Eiffel. Don Pablito, ahora voy a llevar dos buenos kilos de filetes muy limpiecitos (5 mil pesos kilo), porque van a venir mis nietos a comer. Mire, voy a enseñarle sus fotos
, dicen estas clientas majestuosas y magníficas de don Pablo.
Así como el viejo programa de televisión Reina por un Día hacía felices a las ganadoras, así el mercado de Polanco hace sentir felices a estas señoras, cuando muchas de ellas han dejado de ser las reinas de sus hogares porque ya su rey ni las mira. Cuando pasan recién salidas del salón, muy peinaditas con sus luces
más brillantes que de costumbre, su marchante les dice: ¿Y ahora qué se va a llevar, muñequita?
, y de pronto tienen ganas de llevarse casi todo el puesto. Por eso las vemos ir y venir tan felices con sus faldas floreadas y sus sandalias blancas, mientras regatean de puesto en puesto el kilo de pera mantequilla que está a 1,500 pesos o el brócoli que cada día sube más. Por eso les gusta ir al mercado de Polanco, donde hace años les hablan quedito, en un tono entre respetuoso y cachondo. ¿Qué harían estas reinas sin sus súbditos admiradores? ¿Y qué harían los marchantes sin estas reinas? El mercado de Polanco se moriría de pena, pero sobre todo de pobreza.
¡OH, POLANCO!
¿Quién se llevó su tranquilidad, su prestigio de zona residencial? ¿Quién la desmaquilló para pintarrajearla con letreros de todos colores y sabores? Ahora, colonia de zonas comerciales, boutiques, oficinas burocráticas, taquerías, supermercados, clínicas unisex, cineclubes, hoteles, creperías y vulcanizadoras. Antes, no hace mucho tiempo, colonia de filósofos, poetas y escritores. Horacio y Homero nos llevaban de la mano hasta el parque de Los Venados bajo un cielo recién salido de la lavandería.
Como diría Li Liu Ling, que nadie me pregunte cómo pasa el tiempo
. Aquel tiempo en que yo era una niña de la colonia Cuauhtémoc que soñaba con Polanco. Desde allí, parecía que se veían los volcanes, que la luna y el sol brillaban más, que el sabor de los helados duraba el doble, que se podían comprar más cosas con el mismo dinero, que la gente que tenía el privilegio de vivir allí era más feliz, más ordenada, más educada y andaba mejor vestida. Que en Polanco todo el mundo estaba contento, que los pobres ganaban la lotería y que los ricos llenaban sus casas con alcatraces pintados con gis de todos