Filosofía, la paradoja de aprender y enseñar
Por Walter Kohan
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Filosofía, la paradoja de aprender y enseñar - Walter Kohan
Walter Kohan
Filosofía, la paradoja
de aprender y enseñar
© Libros del Zorzal, 2008
Buenos Aires, Argentina
Printed in Argentina
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
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Índice
Presentación de una idea | 6
Introducción
Enseñar filosofía: necesidad imposible | 10
Capítulo I
El enigma-paradoja del profesor (Sócrates y Foucault) | 15
Lectura
Capítulo II
Políticas de un enigma(Sócrates y Jacotot-Rancière) | 42
Lectura
Capítulo III
El enigma-paradoja de aprender(Sócrates y Derrida) | 63
Lectura
Referencias bibliográficas
Hablando en general, los libros de filosofía comienzan todos el mismo día: al día siguiente de la muerte de Sócrates. Es difícil calcular el tiempo transcurrido entre la muerte de Sócrates y la redacción del primer diálogo de Platón, lugar de nacimiento de la filosofía, pero cuando Platón convierte a Sócrates en protagonista de ese primer diálogo escrito señala que aquel libro, lugar de nacimiento de la filosofía, ya había comenzado antes de que empezase a ser escrito, cuando Sócrates aún estaba vivo o acababa de morir.¹
Presentación de una idea
Este libro se propone presentar una idea. Tal vez suene demasiado ambicioso, pero piense el lector que se trata sólo de una idea. Ya que es lo que importa, vamos directamente a ella. La idea tiene dos partes o dimensiones. La primera dice que la puesta en práctica de la filosofía con pretensiones educativas, esto es, el encuentro bajo el nombre de filosofía entre dos pensamientos –uno de quien ocupa la posición de enseñante y otro del que habita el espacio de aprendiz–, es un encuentro necesariamente paradójico, imposible, cuando merece ese nombre filosofía
. La segunda sostiene que esa condición, lejos de ser un impedimento o un desestímulo para su práctica, es su potencia y una fuente de inspiración permanente para pensar el sentido de la filosofía en la educación. Cuando no percibimos esa dimensión paradójica o imposible de la filosofía, cuando damos por hecho que ella debe y puede ser enseñada, estamos dejando algo muy propio de su condición y, con ello, una fuerza para su enseñanza. O corremos, entonces, el riesgo de abandonar, sin pensar, la filosofía.
Uno de los propósitos principales de esta escritura es dejar pensando al lector –presumiblemente profesor o alumno de filosofía, o más ampliamente, profesor o alumno interesado en la dimensión filosófica de esa condición– en esa necesidad imposible y lo que puede abrirse a partir de ella.
Una idea siempre está acompañada de condiciones, presupuestos, ambientes, significados e intereses de índoles muy diversas. Aquí nos ocuparemos en presentar algunas de ellas que, nos parece, pueden darle más fuerza y pertinencia a la idea en cuestión. No anima a este texto pretensión de originalidad alguna, sino la de constituirse en un interlocutor interesante para aquellos que tienen que vérselas de alguna forma con el aprendizaje y la enseñanza de la filosofía o, para decirlo más ampliamente, con una educación filosófica, especialmente en América Latina, región periférica, en permanente crisis educacional y en los inicios de lo que algunos insisten en llamar tercer milenio. Si esta idea llegara a ser una compañera de pensamiento para quienes trabajan en la enseñanza, bajo las duras condiciones de nuestra región, y aún piensan que las cosas pueden ser de otra manera
, sentiríamos una especie de orgullo y un privilegio.
Una idea puede mostrarse de muchas maneras. La que estamos proponiendo también. Otra forma de hacerlo sería la siguiente: en la relación entre enseñante y aprendiz de filosofía hay tensiones insoslayables, políticas, epistemológicas, estéticas. Es preciso no desconocer esas tensiones para poder pensar, a partir de ellas, un espacio interesante en el que se pueda aprender y enseñar filosofía con la mayor intensidad y libertad posibles. En otras palabras, no sólo no hay cómo evitar esas tensiones –aun en las propuestas más democráticas
, en las que se habla de enseñar a pensar
o aprender a aprender
hay siempre fuerzas, espacios, potencias del pensamiento en colisión para que haya filosofía– sino que pensarlas es una exigencia para un educador interesado en propiciar espacios de pensamiento potentes, libres y abiertos a la propia transformación de sí.
Seamos aún más explícitos: quien enseña filosofía dispone un espacio en el pensamiento –un campo para pensar– a quien aprende; para hacerlo, supone una cierta concepción del aprender, del enseñar y de la relación entre ambas. A la vez, en tanto enseñar y aprender son actividades o formas del pensamiento, esas concepciones están también acompañadas de una imagen de lo que significa pensar; por lo tanto, hay allí una circularidad entre el pensar, por un lado, y el enseñar y aprender por el otro; la forma de dibujar ese círculo abre caminos y a la vez cierra otros, favorece ciertas intensidades y también obstruye otras; desencadena un complejo juego de fuerzas en el pensamiento; afirma un modo de ejercer el poder de y para pensar. Es un círculo de la libertad o del control y la disciplina, del cuidado o su ausencia; de la vida o de la muerte, de la emancipación o del embrutecimiento. La idea que nos interesa presentar es que en ningún caso es un círculo de sólo uno de estos polos; que la tensión entre ellos es condición y posibilidad de la filosofía. Hay siempre un poco de vida y un poco de muerte cuando se enseña filosofía, algo de libertad y de control, de cuidado y su ausencia, de emancipación y embrutecimiento.
Nos interesa dar alguna atención a esa condición tensionante de la filosofía y su enseñanza, para poder fortalecer las fuerzas y potencias que habitan el pensamiento de quienes aprenden y enseñan filosofía. En este sentido, nos importa afirmar una política del pensamiento que ayude a unos y otros a fortalecer su pensamiento, a volverlo más atento, sensible, complejo. Entiéndase bien: no se trata de preocuparse por las ideas políticas de un profesor y sus alumnos –lo que ellos piensan acerca de la política–, ni de proponer un programa político para enseñar filosofía. De lo que se trata es de pensar el juego político que un profesor propone a sus alumnos para jugar en el campo del pensamiento, bajo el nombre de filosofía, para poder jugarlo de manera más interesante. La hipótesis aquí sostenida es que una paradoja o tensión insoslayable forma parte de ese campo. Esta paradoja, lejos de limitar la filosofía y la educación, es su vida misma.
Creemos que la idea propuesta en este libro atraviesa las distintas especificidades de la enseñanza de la filosofía. Estamos pensando las condiciones de la filosofía en un nivel de generalidad que abarca las distintas edades de sus actores o los diversos niveles de enseñanza, tanto como sus múltiples modalidades. Esto significa que puede tratarse de la filosofía para niños, jóvenes o adultos, en la institución escolarizada o fuera de ella, con métodos de enseñanza más o menos referenciados en la historia canónica de la filosofía; pautada en el desarrollo de habilidades o en la transmisión de contenidos; planteada por ejes temáticos o por problemas; con uso de bibliografía primaria o secundaria: de textos de filósofos, de manuales, de historietas, de películas, fotografías, e incluso de situaciones de la vida cotidiana. No importa. El problema que estamos planteando en este libro atraviesa los distintos modos de enseñar filosofía, porque tiene que ver, sobre todo, con el para qué enseñar filosofía, en tanto abre a la cuestión del valor, la finalidad y el sentido de hacerlo, que atraviesan sus distintos modos, tiempos y lugares.
Toda idea tiene también interlocutores. En este caso, hemos privilegiado