Cantar del Mio Cid: Lectura escolar/ enseñanza media
Por Anonimo
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Anonimo
A principios del siglo XX, el abad Joseph Bonnet descubrió el sermón El amor de Magdalena, escrito en el siglo XVII y de autor anónimo, en el manuscrito q1, 14 de la Biblioteca de San Petersburgo. Más allá de quién fue el autor de este sermón, lo cierto es que su difusión se dio gracias a Rilke, quien, en 1911, descubrió el texto por azar en la vitrina de un anticuario en la Rue du Bac de París, y lo rescató del olvido. El poeta quedó absolutamente fascinado y fue este entusiasmo del poeta lo que propició que el texto recobrara interés en el mundo místico y espiritual hasta nuestros días.
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Cantar del Mio Cid - Anonimo
Cid
Anónimo
Cantar de Mio Cid
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Santiago de Chile, enero de 2016
CANTAR PRIMERO
Destierro del Cid
1.
El Cid convoca a sus vasallos; éstos se destierran con él.
Adiós del Cid a Vivar.
(Envió a buscar a todos sus parientes y vasallos,
y les dijo cómo el rey le mandaba salir de todas sus tierras
y no le daba de plazo más que nueve días y que quería saber
quiénes de ellos querían ir con él y quiénes quedarse.)
A los que conmigo vengan que Dios les dé muy buen pago;
también a los que se quedan contentos quiero dejarlos.
Habló entonces Álvar Fáñez, del Cid era primo hermano:
"Con vos nos iremos, Cid, por yermos y por poblados;
no os hemos de faltar mientras que salud tengamos,
y gastaremos con vos nuestras mulas y caballos
y todos nuestros dineros y los vestidos de paño,
siempre querremos serviros como leales vasallos."
Aprobación dieron todos a lo que ha dicho don Álvaro.
Mucho que agradece el Cid aquello que ellos hablaron.
El Cid sale de Vivar, a Burgos va encaminado,
allí deja sus palacios yermos y desheredados.
Los ojos de Mío Cid mucho llanto van llorando;
hacia atrás vuelve la vista y se quedaba mirándolos.
Vio como estaban las puertas abiertas y sin candados,
vacías quedan las perchas ni con pieles ni con mantos,
sin halcones de cazar y sin azores mudados.
Y habló, como siempre habla, tan justo tan mesurado:
"¡Bendito seas, Dios mío, Padre que estás en lo alto!
Contra mí tramaron esto mis enemigos malvados".
2
Agüeros en el camino de Burgos
Ya aguijan a los caballos, ya les soltaron las riendas.
Cuando salen de Vivar ven la corneja a la diestra,
pero al ir a entrar en Burgos la llevaban a su izquierda.
Movió Mío Cid los hombros y sacudió la cabeza:
"¡Ánimo, Álvar Fáñez, ánimo, de nuestra tierra nos echan,
pero cargados de honra hemos de volver a ella! "
3
El Cid entra en Burgos
Ya por la ciudad de Burgos el Cid Ruy Díaz entró.
Sesenta pendones lleva detrás el Campeador.
Todos salían a verle, niño, mujer y varón,
a las ventanas de Burgos mucha gente se asomó.
¡Cuántos ojos que lloraban de grande que era el dolor!
Y de los labios de todos sale la misma razón:
¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!
4
Nadie hospeda al Cid.
Sólo una niña le dirige la palabra para mandarle alejarse.
El Cid se ve obligado a acampar fuera de la población, en la glera.
De grado le albergarían, pero ninguno lo osaba,
que a Ruy Díaz de Vivar le tiene el rey mucha saña.
La noche pasada a Burgos llevaron una real carta
con severas prevenciones y fuertemente sellada
mandando que a Mío Cid nadie le diese posada,
que si alguno se la da sepa lo que le esperaba:
sus haberes perdería, más los ojos de la cara,
y además se perdería salvación de cuerpo y alma.
Gran dolor tienen en Burgos todas las gentes cristianas
de Mío Cid se escondían: no pueden decirle nada.
Se dirige Mío Cid adonde siempre paraba;
cuando a la puerta llegó se la encuentra bien cerrada.
Por miedo del rey Alfonso acordaron los de casa
que como el Cid no la rompa no se la abrirán por nada.
La gente de Mío Cid a grandes voces llamaba,
los de dentro no querían contestar una palabra.
Mío Cid picó el caballo, a la puerta se acercaba,
el pie sacó del estribo, y con él gran golpe daba,
pero no se abrió la puerta, que estaba muy bien cerrada.
La niña de nueve años muy cerca del Cid se para:
"Campeador que en bendita hora ceñiste la espada,
el rey lo ha vedado, anoche a Burgos llegó su carta,
con severas prevenciones y fuertemente sellada.
No nos atrevemos, Cid, a darte asilo por nada,
porque si no perderíamos los haberes y las casas,
perderíamos también los ojos de nuestras caras.
Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada.
Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas."
Esto le dijo la niña y se volvió hacia su casa.
Bien claro ha visto Ruy Díaz que del rey no espere gracia.
De allí se aparta, por Burgos a buen paso atravesaba,
a Santa María llega, del caballo descabalga,
las rodillas hinca en tierra y de corazón rogaba.
Cuando acabó su oración el Cid otra vez cabalga,
de las murallas salió, el río Arlanzón cruzaba.
Junto a Burgos, esa villa, en el arenal posaba,
las tiendas mandó plantar y del caballo se baja.
Mío Cid el de Vivar que en buen hora ciñó espada
en un arenal posó, que nadie le abre su casa.
Pero en torno suyo hay guerreros que le acompañan.
Así acampó Mío Cid cual si anduviera en montaña.
Prohibido tiene el rey que en Burgos le vendan nada
de todas aquellas cosas que le sirvan de vianda.
No se atreven a venderle ni la ración más menguada.
5
Martín Antolínez viene de Burgos a proveer de víveres al Cid.
El buen Martín Antolínez, aquel burgalés cumplido,
a Mío Cid y a los suyos los surte de pan y vino;
no lo compró, que lo trajo de lo que tenía él mismo;
comida también les dio que comer en el camino.
Muy contento que se puso el Campeador cumplido
y los demás caballeros que marchan a su servicio.
Habló Martín Antolínez, escuchad bien lo que ha dicho:
"Mío Cid Campeador que en tan buen hora ha nacido,
descansemos esta noche y mañana ¡de camino!
porque he de ser acusado, Cid, por haberos servido
y en la cólera del rey también me veré metido.
Si logro escapar con vos, Campeador, sano y vivo,
el rey más tarde o temprano me ha de querer por amigo;
las cosas que aquí me dejo en muy poco las estimo."
6
El Cid, emprobrecido, acude a la astucia de Martín Antolínez.
Las arcas de arena.
Habla entonces Mío Cid, que en buen hora ciñó espada:
¡Oh buen Martín Antolínez, el de la valiente lanza!
Si Dios me da vida he de doblaros la soldada.
Ahora ya tengo gastado todo mi oro y mi plata,
bien veis, Martín Antolínez, que ya no me queda nada.
Plata y oro necesito para toda mi compaña,
No me lo darán de grado, lo he de sacar por las malas.
Martín, con vuestro consejo hacer quisiera dos arcas,
Las llenaremos de arena por que sean muy pesadas,
bien guarnecidas de oro y de clavos adornadas.
7
Las arcas destinadas para obtener dinero de dos judíos burgaleses.
Bermejo ha de ser el cuero y los clavos bien dorados.
Buscadme a Raquel y Vidas, decid que voy desterrado
por el rey y que aquí en Burgos el comprar me está vedado.
Que mis bienes pesan mucho y no podría llevármelos,
yo por lo que sea justo se los dejaré empeñados.
Que me juzgue el Creador, y que me juzguen sus santos,
no puedo hacer otra cosa, muy a la fuerza lo hago.
8
Martín Antolínez vuelve a Burgos en busca de los judíos.
A lo que el Cid le mandó, Martín Antolínez marcha,
atraviesa todo Burgos, en la judería entraba,
por Vidas y por Raquel con gran prisa preguntaba.
9
Trato de Martín Antolínez con los judíos.
Éstos van a la tienda del Cid.
Cargan con las arcas de arena.
A los judíos encuentra cuando estaban ocupados
en contar esas riquezas que entre los dos se ganaron.
Les saluda el burgalés, muy atento y muy taimado:
"¿Cómo estáis, Raquel y Vidas, amigos míos tan caros?
En secreto yo querría hablar con los dos un rato".
No le hicieron esperar; en un rincón se apartaron.
"Mis buenos Raquel y Vidas, vengan, vengan esas manos,
guardadme bien el secreto, sea a moro o a cristiano,
que os tengo que hacer ricos y nada habrá de faltaros.
De cobrar parias a moros el rey al Cid le ha encargado,
grandes riquezas cogió, y caudales muy preciados,
pero luego se quedó con lo que valía algo,
y por eso se ve ahora de tanto mal acusado.
En dos arcas muy repletas tiene oro fino guardado.
Ya sabéis que don Alfonso de nuestra tierra le ha echado,
aquí se deja heredades, y sus casas y palacios,
no puede llevar las arcas, que le costaría caro,
el Campeador querría dejarlas en vuestras manos
empeñadas, y que, en cambio, les deis dinero prestado.
Coged las arcas del Cid, ponedlas a buen recaudo,
pero eso tiene que ser con juramento prestado
que no las habéis de abrir en lo que queda de año."
Raquel y Vidas están un rato cuchicheando:
"En este negocio hemos de sacar nosotros algo.
Cuando el Cid cobró las parias, mucho dinero ha ganado,
de allá de tierra de moros gran riqueza se ha sacado.
Quien muchos caudales lleva nunca duerme descansado.
Quedémonos con las arcas, buen negocio haremos ambos,
pondremos este tesoro donde nadie pueda hallarlo.
Pero queremos saber qué nos pide el Cid en cambio
y qué ganancia tendremos nosotros por este año."
Dice Martín Antolínez, muy prudente y muy taimado:
"Muy razonable será Mío Cid en este trato:
poco os ha de pedir por dejar su haber en salvo.
Muchos hombres se le juntan y todos necesitados,
el Cid tiene menester ahora de seiscientos marcos."
Dijeron Raquel y Vidas: Se los daremos de grado
.
"El Cid tiene mucha prisa, la noche se va acercando,
necesitamos tener pronto los seiscientos marcos".
Dijeron Raque y Vidas: "No se hacen así los tratos,
sino cogiendo primero, cuando se ha cogido dando".
Dijo Martín Antolínez: "No tengo ningún reparo,
venid conmigo, que sepa el Cid lo que se ha ajustado
y, como es justo, después nosotros os ayudamos
a traer aquí las arcas y ponerlas a resguardo,
con tal sigilo que en Burgos no se entere ser humano".
Dijeron Raquel y Vidas: "Conformes los dos estamos.
En cuanto traigan las arcas tendréis los seiscientos marcos".
El buen Martín Antolínez muy de prisa ha cabalgado,
van con él Raquel y Vidas, tan satisfechos del trato.
No quieren pasar el puente, por el agua atravesaron
para que no lo supiera en Burgos ningún cristiano.
Aquí veis cómo a la tienda del famoso Cid llegaron;
al entrar fueron los dos a besar al Cid las manos.
Sonrióse Mío Cid, y así comenzara a hablarlos:
"Sí, don Raquel y don Vidas, ya me habíais olvidado.
Yo me marcho de Castilla porque el rey me ha desterrado.
De aquello que yo ganare habrá de tocaros algo,
y nada os faltará, mientras que viváis, a ambos".
Entonces Raquel y Vidas van besarles las manos.
Martín Antolínez tiene el trato bien ajustado
de que por aquellas arcas les darán seiscientos marcos,
bien se las han de guardar hasta el cabo de aquel año,
y prometido tenían y así lo habían jurado,
que si las abrieran antes queden por perjuros malos
y no les dé en interés don Rodrigo ni un ochavo.
Dijo Martín Antolínez: "Raquel y Vidas, lleváos
las dos arcas cuanto antes y ponedlas a resguardo,
yo con vosotros iré para que me deis los marcos,
que ha de salir Mío Cid antes de que cante el gallo."
¡Que alegres que se ponían cuando los cofres cargaron!
Forzudos son, mas cargarlos les costó mucho trabajo.
Ya se alegran