¡La Iglesia que funciona!: Democracia versus Teocracia
Por Rick DuBose y Mel Surface
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Cuando la autoridad fluye desde la Cabeza de la Iglesia a través de los oficios que Él ha encargado, conlleva Su poder, todo poder en los cielos y en la tierra, para influir en las necesidades humanas.
La iglesia que funciona consigue sus propios hijos, alcanza a sus vecinos, bendice a su comunidad y da a conocer a Dios a sus generaciones, y a las generaciones venideras, alrededor del mundo. Es más que un edificio e incluso más que un cuerpo de creyentes; la iglesia es un cuerpo de obreros cristianos.
Cuando las personas flaquean en el ministerio, la iglesia fracasa en su misión; esta no puede funcionar si la gente que está llamada a liderar es obligada a seguir o si los llamados a seguir están intentando liderar.
Rick DuBose
Rick DuBose is the assistant general superintendent of the Assemblies of God and a member of the executive leadership team. The author of In Jesus' Name and The Church That Works, DuBose is a respected pastor and has served the Assemblies of God in various local and national leadership positions for more than two decades. He and his wife, Rita, have three adult children and eight grandsons and make their home in Springfield, Missouri.
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Comentarios para ¡La Iglesia que funciona!
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Un libro excelente que todo líder en la iglesia debe leer.
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¡La Iglesia que funciona! - Rick DuBose
Introducción
Crecí en la casa de un pastor, así que desde temprano aprendí sobre el gobierno y los ministerios de la iglesia local. Tan bien pude verlos, que, durante algunos años, me escondí del llamado de Dios a predicar. Mi padre me preguntó: «¿No crees que quizás el Señor te está llamando al ministerio a tiempo completo?», y mi respuesta fue: «No, creo que sería el súper diácono de un pastor, pero mejor me dedico a los negocios».
Papá es un maravilloso hombre de Dios y fue un gran pastor. El crecimiento y el desarrollo de una iglesia dinámica bajo su liderazgo y su posterior nombramiento a los puestos más altos de nuestra denominación lo confirmaban. Aun así, noté momentos de tensión en el templo. No lo mencionaba, pero los conflictos se hicieron palpables más de una vez. Cuando sentía que el Señor le estaba revelando con claridad qué trayectoria debía tomar el cuerpo de creyentes o su propia experiencia le dictaba la decisión correcta, sin necesidad de apoyo congregacional, siempre se levantaba una ola contraria.
Por ello le confesé que no quería ejercer el ministerio. Opinaba que lo mejor era convertirme en un buen diácono y apoyar lo que el Señor les ordenaba a los pastores. Cumplidos los 20 años, Él había dejado clara Su voluntad para mi vida y me rendí al llamado. Hasta entonces, luchaba en mi interior porque veía los sinsabores del liderazgo otorgado por Dios.
Tras algunos puestos como ayudante, como parte del personal y luego de los primeros pasos del proceso de acreditación del ministerio, me enviaron a pastorear una pequeña iglesia con la supervisión del distrito. En nuestra comunidad, se estima que las congregaciones lo suficientemente grandes y fuertes, para mantenerse sanas y en desarrollo, deben llegar a ser del todo autónomas.
Aunque la iglesia comenzó a crecer, sentía temor del cambio de una asamblea dependiente a una soberana, pues estaba al corriente de que tendría que rodearme de diáconos y enfrentarme a ellos. Por esa razón, me dediqué bastante tiempo a entrenar a los candidatos y los feligreses en cuanto a la ordenanza bíblica antes de dar el paso.
Sabía que era mi responsabilidad si surgían problemas bajo el nuevo liderazgo o si otra persona quería hacerse cargo. Estaba consciente de que no tenía todas las respuestas, pero a la vez convencido de mi llamado a conducir el rebaño. Eso me obligó a estudiar a fondo el flujo de autoridad bíblico y a seguir el modelo ministerial del Nuevo Testamento.
Para cuando asumí el siguiente pastorado en otra asamblea afiliada al distrito, ya había estudiado el proceso con esmero. Invertí bastante tiempo en enseñarle a la nueva iglesia lo que había aprendido.
Una vez que alcanzó la soberanía, los diáconos y yo teníamos claro que estábamos allí para buscar la voluntad de Dios. Trabajaron conmigo; yo impartía un principio y lo desarrollábamos juntos. Me escuchaban y luego conversábamos sobre lo que les habían dicho o lo que ellos consideraban parte del ejercicio del diaconado.
Hicimos todo de manera amistosa, y de forma práctica, llevamos adelante un pastorado, un consejo y un proceso eclesiástico saludables durante los siguientes 18 años. Desarrollamos los conceptos básicos de lo que más tarde llamamos «democracia versus teocracia», y determinamos que queríamos ser una iglesia teocrática poderosa.
Las Asambleas de Dios de Sachse crecieron de 17 miembros a 800 y llegaron a ser una fuerte influencia cristiana en la comunidad y un líder nacional en el envío de ofrendas a los ministerios mundiales. Hoy en día continúa el avance. La iglesia se extiende aceleradamente y la asistencia al servicio dominical ha ascendido a más de 2000 personas en los últimos cuatro años bajo la dirección de Bryan Jarrett, el nuevo pastor.
Domingo tras domingo el Señor derramó Su Espíritu. Lo vimos y trabajamos con Él mientras formaba líderes, obreros, adoradores y ministros. De hecho, la Asamblea de Sachse se convirtió en una congregación llena de siervos, de creyentes individuales que hacían increíbles obras de servicio.
Me eligieron superintendente adjunto del Distrito del Norte de Texas de las Asambleas de Dios en 2005 y superintendente de distrito en 2007, y llevé conmigo este enfoque, de años, sobre la salud de la iglesia a la oficina denominacional. Descubrí rápidamente que tenemos muchas congregaciones raquíticas y enfermas: no causan un impacto positivo en sus comunidades, no ganan almas para Cristo, y no viven de acuerdo con su potencial. A veces, no solo se quedan estancadas, sino que, además, actúan en detrimento del testimonio cristiano. Quizás los problemas se deben a varios factores, pero cierta circunstancia se presenta con tanta frecuencia que es imposible ignorarla. A menudo vemos a un pastor entusiasta y, sin embargo, frustrado. Sí, quizás necesita ayuda con una estrategia detallada, pero desea que la congregación tenga un impacto positivo para Dios. Sin embargo, está atado de pies y manos por un sistema democrático que, en efecto, se ha convertido en una dictadura arraigada.
Al presenciar esto repetidas veces, comprendí que el Señor me había llevado a través de mis procesos individuales para que socorriera a los pastores e iglesias que se enfrentan a tales luchas. ¿El primer paso? Bueno, fue un total de 21 encuentros de liderazgo enfocados en «Democracia versus Teocracia». Este libro es un compendio de las charlas que ofrecimos en dichas reuniones.
Sentía una gran necesidad de reflejarlo por escrito y, por ende, precisaba de un experto en palabras que a su vez ardiera en celo por las iglesias sanas y la Gran Comisión de Cristo. Creo que el Señor hizo que Mel Surface finalizara un período de quince años como jefe de discipulado y ministerios de adultos en el Distrito norte de Texas de las Asambleas de Dios, al menos en parte, para que me ayudara a entregar este mensaje. Su servicio como misionero, evangelista, plantador de iglesias, pastor y miembro del personal nacional y distrital le otorga a este hermano un nivel de experiencia y de perspectiva únicas para la tarea.
Ahora bien, La Iglesia que funciona no es un tratado teológico exhaustivo. No pretendemos agotar el significado y las aplicaciones de las Escrituras que citamos. Tampoco es un manual de liderazgo, sino la exposición de principios y patrones bíblicos prácticos para una iglesia local saludable.
Oramos para que pastores, líderes y creyentes individuales entiendan el poder y el funcionamiento de una congregación organizada de manera bíblica. Rogamos que este libro los motive a hacer lo que sea necesario en aras de lograr ese tipo de iglesia. Finalmente, le pedimos a Dios que usted encuentre en cada capítulo la esperanza y ayuda genuinas para alcanzar ¡La Iglesia que funciona!
Rick DuBose
Capítulo 1
¿De quién es la iglesia?
En un litigio, el demandante de una iglesia le hizo al director de la denominación lo que consideraba una simple solicitud: «¡Devuélvanos nuestra iglesia!». Pero ciertamente ahí estaba la raíz del problema.
La duda sobre quién es el dueño de la iglesia y quién debería estar a cargo es algo que paraliza el cristianismo a nivel mundial. Muchas congregaciones alcanzan la meseta de crecimiento, y un buen número comienzan a declinar. ¿Motivo? En gran parte porque su enfoque democrático en los asuntos eclesiásticos ahoga su impacto. Puede desviar