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El Sendero de la Verdad, Libro 13
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Libro electrónico549 páginas8 horas

El Sendero de la Verdad, Libro 13

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Cuando hablamos de la educación de jóvenes y adultos encontramos que es un tema desafiante, un reto que debemos tomar con responsabilidad y entusiasmo delante de Dios. Dios le llamó para usarle en la transformación de vidas a la imagen de Jesucristo. Hoy tiene en sus manos "El Sendero de la Verdad", un recurso valioso para llevar adelante este m

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 nov 2021
ISBN9781563449499
El Sendero de la Verdad, Libro 13

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    El Sendero de la Verdad, Libro 13 - Casa Nazarena de Publicaciones

    Presentación

    Estamos listos para un nuevo año de estudio de la Biblia, un año con muchos retos que harán necesario crecer en el conocimiento de la Palabra y el acercamiento a nuestro Dios.

    Durante este año, en el primer trimestre, veremos el tema El proceso de Dios con su pueblo a la luz del profeta Isaías. Luego, estudiaremos temas de mucha actualidad bajo el título Fe y vida contemporánea. Allí abordaremos temas como la trata de personas, redes sociales, pornografía, etc. Seguiremos con un trimestre de Mensajes relevantes para la iglesia a la luz de las cartas del apóstol Pablo a los corintios. En el último trimestre, reflexionaremos sobre Castigo y recompensa a la luz del libro del profeta Ezequiel, viendo cómo lo anunciado por este profeta se hace vigente hoy.

    ¡Tenemos un gran desafío por delante!

    La labor que desempeñará como maestra o maestro, sin duda alguna, será de bendición para los que participen. No descuide su vida espiritual: lea la Biblia; ore por usted, por el ministerio que Dios le ha dado, y por las vidas que Él le ha confiado. No descuide su preparación: comience con suficiente tiempo a leer la lección; informarse del tema; así como buscar y organizar todos los materiales que necesitará el día de la presentación de la lección.

    No se detenga, no se desanime; el ser maestro o maestra le permite ser parte de un ministerio que ayuda a transformar vidas. Cada día, cuando vaya a enseñar, piense en la manera en que Dios puede usarlo o usarla al impartir la lección. Permita que Dios hable primero a su vida; y de esa forma, estará listo o lista para compartir con sus alumnos y alumnas lo que el Señor tiene para sus vidas.

    El ministerio que Dios le ha dado debe cultivarlo y hacerlo cada día mejor; para que el Señor pueda decir: … ¡Excelente! Eres un empleado bueno, y se puede confiar en ti… (Mateo 25:23a TLA).

    Patricia Picavea

    Editora de publicaciones ministeriales

    Recomendaciones

    Dios siempre está llamando a que formemos a las personas y hagamos discípulos. Esto es una gran responsabilidad; pero también es un gran privilegio, pues podemos compartir de lo que hemos recibido ayudando a otros a ser discípulos de Jesús.

    Siempre que compartimos con otras personas enseñanzas bíblicas que las acerquen a Dios, y les guíen en su vida cristiana; estamos haciendo discípulos (2 Timoteo 2:2).

    Deseamos facilitarle la labor; ahora esta queda en sus manos. Aproveche este recurso al máximo; y sea parte de los que viven la Gran Comisión enseñando lo que el Señor mandó.

    Preparación y presentación de la lección:

    1. Comience orando para que el Señor le permita prepararse de la mejor manera. Que Él le dé sabiduría y gracia para captar el mensaje para su propia vida primero.

    2. Lea la lección varias veces durante la semana para ir profundizando en ella.

    3. Trate de ir formando su material de trabajo: un diccionario de español, un diccionario bíblico, y, en la medida de sus posibilidades, aparte de su Biblia, versiones de la Biblia diferentes a la Reina-Valera 1960 que usamos en este libro (puede leer otras versiones bíblicas en www.biblegateway.com). También tenga lápices, borradores y papel.

    4. Para comenzar a preparar la lección, lea el Propósito de la lección; téngalo presente en la preparación de la misma.

    5. Asegúrese de buscar y leer todos los pasajes bíblicos que presenta la lección.

    6. Tome una hoja y haga un bosquejo de la lección. Escriba en cada punto una guía que le ayude al momento de dar la clase.

    7. No olvide ir llenando la Hoja de actividad en el transcurso de la clase. Esta es una guía para poder hacer práctica la lección. Por medio de la Hoja de actividad, la lección se hace contextual, y guía a la aplicación y reflexión de la verdad enseñada en la vida de las personas.

    8. Cada lección trae un Versículo para memorizar. Llévelo a la clase memorizado; dé tiempo para que las personas lo memoricen también.

    9. Finalice la lección con una oración; y esté atento por si un/a estudiante tiene alguna necesidad que haya surgido de la lección, y ore por él.

    10. Haga contacto con las personas durante la semana. Utilice todos los medios disponibles; y haga sentirles que son importantes para Dios, y que usted está orando por ellos.

    Algunas sugerencias:

    1. Para enseñar el Versículo para memorizar, puede hacer que lo repitan juntos varias veces, o puede escribirlo en la pizarra e ir borrando palabras mientras lo repiten.

    2. Premie a los que asisten fielmente.

    3. Cuando finalice un trimestre, puede hacer una clase diferente, y tener un tiempo con café o refresco y unas galletas.

    4. Tome tiempo en el culto (o pídale al pastor que lo haga) para promocionar el comienzo del nuevo trimestre con el tema que se tratará. Puede mencionar los títulos de las lecciones, o explicar un poco el tema general.

    5. Inicie en la hora; a fin de que no le falte tiempo al final, y pueda aprovechar su clase al máximo.

    6. Si alguna persona le cuenta alguna situación antes de comenzar, o al finalizar la clase; no olvide orar por la persona durante la semana, y preguntarle entre semana o la próxima clase sobre su situación.

    Primer trimestre

    El proceso de Dios con su pueblo

    Denuncia, juicio y promesa

    Heme aquí

    Reyes de guerra y el Príncipe de Paz

    El Dios de todos los tiempos

    Una relación de privilegios y deberes

    Alabanza, confianza y esperanza en Dios

    La justicia de Dios a las naciones

    La bendición de confiar en Dios y no en el hombre

    El poder de la oración

    Majestad, gracia y soberanía de Dios

    Falsedad

    Redención y restauración de Sion

    Dinámica del pacto entre Dios y el ser humano

    Lección 1: Denuncia, juicio y promesa

    Marco Rocha (Argentina)

    Pasajes bíblicos de estudio

    Isaías 1, 2, 3, 4, 5

    Versículo para memorizar

    Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana Isaías 1:18.

    Propósito de la lección

    Conocer el alcance del pecado, sus consecuencias y la obra redentora de Dios.

    Introducción

    En los capítulos 1 al 5 del libro de Isaías, las Escrituras revelan el proceso de Dios con su pueblo. Se describe detalladamente las consecuencias del pecado; el llamamiento que Dios hace al arrepentimiento; y su promesa de juicio, redención y gloria. Con su literatura profunda y de excelencia distintiva, el profeta Isaías dio muestra, en estos capítulos, de su sabiduría y capacidad para realizar una introducción al mensaje central de su ministerio profético: la salvación por la fe.

    Isaías cumplió con su ministerio en una Jerusalén conmovida por los cambios sociales y políticos de la época, y afectada profundamente por el avance del baalismo, del repugnante culto a Moloc y de la inmoralidad, que habían llevado al pueblo a vivir una vida religiosa sólo en la formalidad de los rituales del templo, sin una real comprensión de la santidad de Dios y sus demandas. La adoración del pueblo escogido por Dios en los tiempos de Isaías era generalmente superficial, contaminada por el culto a dioses paganos y caracterizada por la decadencia moral a la que contribuyeron la gran cantidad de agoreros, adivinos e ídolos que influenciaban la vida cotidiana tanto de los sectores carenciados como de los pudientes. También predominaba en el pueblo un sentimiento de orgullo y autosuficiencia.

    Para introducirnos en la problemática presentada por el profeta Isaías en estos capítulos, pida a sus alumnos que se organicen en grupos y elaboren una lista de maneras en que hoy también los cristianos pueden caer en un ritualismo sin corazón. Luego, concluya la actividad escribiendo las conclusiones de cada grupo en la pizarra; y realizando una reflexión acerca de la importancia y pertinencia del mensaje del profeta Isaías para nuestros días.

    I. Dios denuncia el pecado y sus consecuencias (Isaías 1:1-9,22-23, 5:1-7)

    Desde el inicio, se deja en claro que la visión de Isaías fue una revelación de Dios sobre los acontecimientos futuros que conciernen a Judá, el reino del sur, y a su capital Jerusalén (1:1). Delante del universo entero, Dios expuso el pecado del pueblo, denunciando su rebeldía y falta de discernimiento (1:2). Quienes habían sido escogidos para ser un pueblo santo, se convirtieron en hijos rebeldes cuya carga de maldad y depravación los terminó corrompiendo hasta convertirlos en apóstatas. El castigo que correspondería, según la ley mosaica, serían los azotes; pero este pasaje describe a alguien que en su cuerpo no tiene lugar para un azote más, debido a la gran cantidad de pecados cometidos. Sin embargo, esta triste realidad no le frenó a seguir pecando contra Dios (1:5).

    Frente a este mal generalizado, el profeta Isaías vio el castigo que vendrá sobre Judá como consecuencia de su pecado: invasiones extranjeras que destruyen ciudades y asolan los campos, y un aniquilamiento que permite vivir sólo a un remanente (1:9).

    La depravación del pueblo escogido se revelaba especialmente en la falta de justicia social por parte de sus líderes con los sectores más desfavorecidos del pueblo (1:16-17). Isaías 1:22-23 dice: Tu plata se ha convertido en escorias, tu vino está mezclado con agua. Tus príncipes, prevaricadores y compañeros de ladrones; todos aman el soborno, y van tras las recompensas; no hacen justicia al huérfano, ni llega a ellos la causa de la viuda. La ciudad que alguna vez fue símbolo de justicia y equidad, ahora era el hogar de gobernantes que, sin pudor, hacían de la corrupción y el desprecio por el prójimo un modo de vida.

    Cuando el pueblo y sus gobernantes decidieron olvidarse de Dios y despreciar sus mandamientos, entraron en un camino de pecado que cambió completamente su manera de vivir. Parte importante de esa nueva forma de vida pecaminosa es que mantuvieron sus prácticas religiosas; pero dejaron de entregar su corazón a Dios. Como resultado de esta hipocresía, llegaron a un estado de ignorancia y desconocimiento de la voluntad de Dios para sus vidas, cumpliendo con una religión superficial de la que participaban enceguecidos por el pecado. Respecto a esta triste realidad, Purkiser afirma lo siguiente: La prosperidad y aparente éxito del reino de Uzías, fue inyectada una y otra vez con corrupción interna y mundanalidad de corazón. El formalismo y el legalismo habían minado la fuerza de la religión de los judíos (Purkiser, W. T. Conozca su Antiguo Testamento. EUA: CNP, 1950, p.169). Es en respuesta a esta realidad que irrumpe con poder la voz de Dios por medio del profeta Isaías para denunciar el pecado del pueblo, y anunciar las consecuencias que les acarrearía esta forma de vivir.

    II. Dios llama al arrepentimiento (Isaías 1:10-20)

    Los sacrificios del pueblo de Jerusalén y sus dirigentes, llenos de formalidad, pero carentes de obediencia, repugnaban a Dios. Y lo mismo sucedía con las fiestas solemnes, incompatibles con la iniquidad de los falsos adoradores cuyas manos, en vez de presentarse santas, estaban manchadas por la sangre de las víctimas del pecado (vv.10-15).

    Pero la acusación de Dios hacia su pueblo no está exenta de la gracia y la misericordia, haciendo un llamado al arrepentimiento y prometiendo que por más profundas que sean las manchas del pecado, su gracia restauraría el carácter moral perdido (vv.16-18). Esta visión profética, así como nos permite conocer el alcance del pecado, también nos introduce a la necesidad de arrepentimiento genuino para ser libres de sus efectos. Romanos 6:23 afirma: Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. Por tanto, en nuestros días, nadie que no se arrepienta genuinamente de sus pecados y reciba a Cristo como su Salvador y Señor y viva en santidad, podrá disfrutar de la vida eterna. El pecado y sus consecuencias son la manifestación de una corrupción que comienza en el corazón y se reproduce en acciones que, aunque puedan tener apariencia piadosa, niegan la santidad de Dios y sus demandas. Además, sólo el Señor puede restaurar completamente al caído; y devolver la pureza perdida a quien se arrepiente y se vuelve a Él de todo corazón. En cuanto a esto, podemos afirmar que Cristo vino a salvarnos de los actos de pecado y a destruir la disposición pecaminosa (Mt. 1:21; Ro. 6:6; 12:1-2). Él murió para que su pueblo fuera santificado (Ef. 5:25-27; He. 13:12). La santidad es necesaria si la persona quiere ver al Señor (He. 12:14) (Taylor, Richard. Diccionario Teológico Beacon. EUA: CNP, 1984, p.504).

    El llamamiento de Dios al arrepentimiento demandaba que haya un cambio completo, una transformación de vida, donde el pueblo y sus gobernantes se vuelvan a Él de todo corazón, admitiendo su culpa y separándose voluntariamente del pecado. Sólo de esta manera podrían experimentar el perdón y la restauración divinos (v.19).

    III. Dios promete juicio y redención (Isaías 1:24-3:26, 5:8-30)

    La restauración a la santidad prometida por Dios incluye un proceso de purificación que tiene un propósito redentor y culmina resultando en justicia. Los orgullosos y todos aquellos que no estén dispuestos a ingresar en este proceso de Dios terminarán consumidos y avergonzados (1:24-31).

    En 5:8-30, el profeta Isaías detalló los pecados con que Judá provocó a Dios; y el juicio divino en forma de ayes. El primer ¡ay! (vv.8-10) es sobre quienes acaparan la tierra perjudicando a los pequeños propietarios, en una forma de acumulación que la ley judía prohibía. Lo que esperaba a quienes explotaban la tierra con voracidad insaciable era la soledad de la misma. El segundo ¡ay! (vv.11-17) es para quienes acompañan con música sus noches de orgía en una falsa y superficial alegría, sin tener en cuenta la obra de Jehová ni la reverencia que Él demanda, en un camino cuyo único fin es la muerte. El tercer ¡ay! (vv.18-19) es para los presuntuosos, quienes llenos de vanidad se atreven a desafiar a Dios. El cuarto ¡ay! (v.20) es para quienes pervierten los valores morales buscando revestir el pecado con una apariencia de piedad, tratando de ocultar su naturaleza maligna. El quinto ¡ay! (v.21) es para quienes engreídamente se sienten autosuficientes, sin necesidad de consejo, y creadores de su propia ley. El sexto ¡ay! (vv.22-23) es para quienes se jactan de la cantidad de alcohol que pueden tomar y también para aquellos que en vez de impartir justicia, se corrompen en desmedro de quienes tienen demandas justas que no son atendidas. Acerca del pecado y sus consecuencias, Richard Taylor afirma esto: El pecado extiende su ponzoña mortal como contagio, desafiando la soberanía de Dios y amenazando la integridad de su reino. Trata de controlar el porvenir y la eternidad misma, ayudando y protegiendo el reino de Satanás, el archienemigo de Dios y del universo armonioso. Sería una impiedad enorme que Dios tratara el pecado ligeramente, como si fuera un pecadillo pasajero (Taylor, Richard. Explorando la Santidad Cristiana, tomo 3. EUA: CNP, 1999, p.24).

    Para Isaías, el origen de la decadencia y corrupción en la que cayó el pueblo de Israel y sus gobernantes, fue que rechazaron la ley de Jehová, que era ley escrita, y la palabra del Santo, que era su voz. El resultado de esta decisión fue la ira de Dios, destrucción y calamidad. El juicio de Dios llegó a Judá profetizado por Isaías como un fuego devorador, la tierra fue arrasada por calamidades e invasiones extranjeras (5:24-30). Acerca de este proceso purificador, Purkiser explica: En el Antiguo Testamento, la santidad está íntimamente asociada con la limpieza y se considera incompatible con la inmundicia. De hecho, con frecuencia parece que la santidad es sólo eso: limpieza (Lv. 10:10; Gn. 8:20) (Purkiser, W. T. Explorando la Santidad Cristiana, tomo I. EUA: CNP, 1988, p.24).

    IV. Dios promete su protección y su gloria (Isaías 4:1-6)

    En una tierra devastada por la guerra, y ante la escasez de varones, el profeta Isaías declaró que siete mujeres iban a buscar un mismo marido (4:1), yendo en contra de la costumbre; a fin de evitar el oprobio que significaba en aquella época permanecer solteras y no dejar descendencia. La realidad de una Jerusalén llena de pecado da lugar a la visión de una nueva Jerusalén donde sus habitantes vivirán en santidad. Ellos serán purificados tanto en lo exterior como en su interior, mediante la presencia de Dios. En la visión de Isaías, aparece la Shekina, la presencia de Dios como una columna de nube en el día, y como luz radiante de noche, que protege a su pueblo y lo alcanza con su gracia (4:2-6). La santidad no debe comprenderse como contradictoria al amor de Dios; y al respecto, Purkiser afirma lo siguiente: La santidad divina es su profunda preocupación por lo que es justo. Su amor es su profunda preocupación por el bien del hombre. Dios no puede tolerar el pecado, no solamente porque es santo, sino también porque su naturaleza es amor. Quiere y busca nuestro bien superior y nuestra felicidad superior mediante la justicia (Purkiser, W. T. Explorando nuestra fe cristiana. EUA: CNP, 1994, p.149).

    Después del pecado, en el que pueblo y gobernantes cayeron, y el padecimiento de la destrucción experimentada como consecuencia de este, un remanente fiel tendría la bendición de experimentar la esperanza del Mesías prometido y la restauración de su Reino entre ellos. Esta esperanza sería el impulso que los llevaría a consagrarse, y cambiar el ritualismo hipócrita por la implementación de una adoración de corazón puro y con elevación de manos santas. En el camino de la santidad, el pueblo de Dios puede sentirse seguro, protegido y cuidado; reconociendo que la autosuficiencia lleva al error, pero la dependencia de Dios es vida y paz. Ante la tentación de vivir una religiosidad superficial que lleva a la perdición, el camino de la santidad nos invita a experimentar una vida victoriosa, íntegra y plena, donde los corazones puros se manifiestan en intenciones y pensamientos propios de la mente de Cristo, y las manos santas se elevan tanto para adorar a Dios como para servir al prójimo, especialmente a los que sufren. Este camino santo no está exento de dificultades; pero se transita bajo la guía y protección del Santo, quien nos llama a peregrinar en este mundo atendiendo a su llamado y poniendo nuestra mirada esperanzadora sólo en Él. Extraviarse de este camino es dar lugar al pecado, aunque se continúe con rituales de apariencia piadosa. Pero caminar con firmeza en él, revitaliza al creyente a cada paso, permitiéndole superar hasta los obstáculos más desafiantes.

    Conclusión

    Los primeros cinco capítulos del libro de Isaías nos enseñan que Dios no tolera el pecado en su pueblo, especialmente cuando este vive una religión superficial sin entregarle su corazón. Este pecado es expuesto públicamente con un fuerte llamado al arrepentimiento. Quienes estén dispuestos a volverse a Dios de todo corazón, y convertirse en seguidores de Cristo, recibirán redención y podrán experimentar la bendición de la restauración, protección y cuidado del Señor. Pero quienes se mantengan firmes en su rebeldía serán juzgados por haberle rechazado.

    Hoja de actividad

    Versículo para memorizar

    Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana Isaías 1:18.

    I. Dios denuncia el pecado y sus consecuencias (Isaías 1:1-9,22-23, 5:1-7)

    ¿Existe un parecido a la denuncia del profeta en nuestros días?

    ¿Cuáles son los pecados que hoy nos alejan de Dios como sociedad?

    II. Dios llama al arrepentimiento (Isaías 1:10-20)

    ¿En qué consiste el arrepentimiento genuino?

    Mencione algunas evidencias de un arrepentimiento genuino hoy.

    III. Dios promete juicio y redención (Isaías 1:24-3:26, 5:8-30)

    ¿Cómo podemos ayudar para librar a la gente del juicio de Dios?

    Explique qué es la redención en sus palabras.

    IV. Dios promete su protección y su gloria (Isaías 4:1-6)

    ¿Cuál es la promesa de Dios para quienes se vuelvan a Él de todo corazón y permanezcan fieles?

    Mencione algunos beneficios de caminar en santidad hoy en su vida.

    Conclusión

    Los primeros cinco capítulos del libro de Isaías nos enseñan que Dios no tolera el pecado en su pueblo, especialmente cuando este vive una religión superficial sin entregarle su corazón. Este pecado es expuesto públicamente con un fuerte llamado al arrepentimiento. Quienes estén dispuestos a volverse a Dios de todo corazón, y convertirse en seguidores de Cristo, recibirán redención, y podrán experimentar la bendición de la restauración, protección y cuidado del Señor. Pero quienes se mantengan firmes en su rebeldía serán juzgados por haberle rechazado.

    Lección 2: Heme aquí

    Richard Faúndez (Chile)

    Pasaje bíblico de estudio:

    Isaías 6:1-13

    Versículo para memorizar

    Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí Isaías 6:8.

    Propósito de la lección

    Descubrir que el ministerio y servicio cristianos son el resultado de un profundo y real encuentro personal con Jesucristo.

    Introducción

    Isaías es considerado uno de los profetas de mayor importancia en el Antiguo Testamento. Al autor de este libro de gran profundidad se le conoce como el profeta evangélico por lo mucho que dice tocante a la obra redentora del Mesías (Ryrie, Charles C. Biblia de Estudio Ryrie. EUA: Editorial Portavoz, 1996, p.965).

    Se considera que la doctrina principal que caracteriza al libro de Isaías es la salvación por la fe (Price, Ross E. Comentario Bíblico Beacon, tomo IV. EUA: CNP, s.a., p.23); y que su llamado a la vida de santidad se fundamenta en la justicia social y la rectitud moral de toda la nación (Isaías 9:6-7, 10:1, 25, 26:7, 35).

    Con estas notas sobre el libro, se puede considerar el capítulo seis como uno de los pasajes importantes de Isaías. La experiencia del profeta que se describe en estos versículos es realmente impresionante. Toda la santidad de Dios y su majestad son reveladas a Isaías en un momento en que el profeta estaba experimentando una profunda incertidumbre sobre su futuro y el de su nación.

    Algunos hechos que explican esta afirmación sobre el profeta son los siguientes: el rey Uzías había muerto, dejando un vacío de liderazgo político en un tiempo difícil para Judá. La muerte del rey era inminente y predecible; no sólo por su edad cercana a los setenta años (2 Crónicas 26:3), sino también porque estaba enfermo de lepra (2 Crónicas 26:16-21).

    El rey Uzías asumió su mandato como corregente en el reino de su padre en el año 791 a. C. y reinó un total de 52 años (Purkiser, W. T. Redactor. Explorando el Antiguo Testamento. EUA: CNP, 3era edición, 1994, p.289), dejando un legado de paz, prosperidad y vida religiosa socialmente aceptada (2 Crónicas 26:4-8). Al momento de la muerte del rey Uzías, el enfrentamiento bélico con las naciones vecinas era inminente. Asiria, Siria, Egipto, el reino del norte o Israel, se alzaban como los grandes enemigos de Judá. Más tarde sería Babilonia.

    El progreso económico era evidente en todo el reino; pero venía aparejado con los graves problemas de injusticia, abuso social y corrupción que, tanto Isaías como otros profetas, comenzaban a denunciar. Y, sobre todo, la ausencia de la fe verdadera; la falta de una vivencia espiritual que estaba alejando a toda la sociedad judía del Dios verdadero. Los profetas consideraban esta apostasía como la causa primaria de todos los males de Judá (Isaías 2:8, 5:20, 57:3-21; Jeremías 3:1-3; Ezequiel 8, 16; Amós 5:26).

    Con desesperación y vehemencia, los profetas llamaban al pueblo al arrepentimiento y al reencuentro con su Dios. Abogaban por la justicia social y la devoción de toda la nación como partes de una misma moneda (cf. Amós, Oseas y Miqueas).

    Con este panorama desolador, Isaías entró al templo; y Dios se reveló ante él. La respuesta que recibió fue la siguiente: el Señor de Israel es Rey; Él protegerá a su pueblo de sus enemigos; y finalmente, Dios traerá juicio a Judá por sus pecados (Isaías 6:10-13; cf. Jeremías 24:8-10; Miqueas 7:4).

    Isaías descubrió que su Dios es superior a todas las circunstancias, crisis y problemas que su pueblo pueda vivir. Que el Dios de Israel es el Señor. Este encuentro le dio un nuevo impulso a su trabajo como profeta. Su servicio a Dios quedó sellado con su santificación y con su respuesta: Heme aquí, envíame a mí (6:8b).

    I. La gloria y majestad del Rey (Isaías 6:1-4)

    La tristeza y la falta de esperanza que en algún momento pueden embargar el corazón y la vida de una persona, por cualquier motivo, producen un sentimiento de temor e impotencia que oscurece el futuro.

    La referencia a la muerte del rey Uzías (v.1) no es casual. Aunque este rey era de avanzada edad y estaba enfermo; su muerte produjo un impacto negativo en la visión de futuro que Isaías tenía respecto de sí mismo y de su nación.

    Es natural este sentimiento frente a la muerte de una persona que era el gobernante; y que, por tanto, era de especial importancia social y personal en la vida cotidiana de un pueblo y de las personas. Particularmente, con el profeta Isaías; ya que era muy cercano al rey.

    Uzías había gobernado por más de 50 años. Su estilo de gobierno, sus logros, la marcha positiva de la economía de Judá produciendo una gran prosperidad y la paz respecto de los conflictos con las otras naciones, eran altamente valorados. Con la muerte de Uzías, murió también ese proyecto de sociedad. Se introdujo la inquietud y la incertidumbre social respecto a la continuidad de la nación. Esa incertidumbre fue fuertemente contrastada con la revelación de Dios mismo ante el profeta.

    Isaías vio al Dios de Israel sentado sobre un trono alto y sublime (v.1). Las inquietudes, miedos, incertidumbres y dudas desaparecieron. Aunque ha muerto un príncipe de Judá; el Rey sigue sentado en su trono dirigiendo la historia y gobernando con justicia y santidad, poderoso y santo, majestuoso y sublime, digno de toda alabanza.

    La visión de la grandeza del Señor era la presencia de los serafines (vv.2-3). Estos son descritos teniendo tres pares de alas con las que cubrían su rostro, pies y volaban testificando de la majestuosidad de Dios, declarando la perfección de la santidad de Él expresado en la triple repetición del calificativo santo; y declarando que toda la tierra está llena de su gloriosa presencia.

    Luego, se describen dos señales que amplifican la trascendencia y poder de Dios (v.4): un temblor que estremeció el templo; y la presencia de humo que llenó todo el espacio interior del lugar santo. Estas señales también las encontramos en otros episodios bíblicos como la entrega de la ley en el Sinaí (Éxodo 19, 20); la dedicación del templo en el tiempo de Salomón (2 Crónicas 7:1-2); y en el relato del día del Pentecostés (Hechos 2).

    Estas fueron señales inequívocas para Isaías. Dios es el Señor y Rey de Judá. Aun cuando las circunstancias cambien, y todo se transforme para mal del pueblo; Dios sigue en su trono. No depende de la capacidad, de los logros, o de la habilidad de los seres humanos. El futuro propio y de Judá dependen de su verdadero y único Rey, el Dios de Israel.

    II. La confesión de pecado ante el Rey (Isaías 6:5)

    La clave de este capítulo es este versículo 5. Ante la majestad, gloria y poder de Dios, el ser humano sólo tiene la posibilidad de postrarse ante Él, descubrir y confesar su propia condición pecaminosa.

    En Filipenses 2:9-11, se hace una declaración semejante a este versículo. El apóstol Pablo afirmó que frente a Jesús todos doblarán sus rodillas y glorificarán su santo nombre.

    ¿Quién puede permanecer de pie frente a Dios? El salmista remarcó con fuerza que sólo pueden estar en la presencia de Dios los que son santos y hacen su voluntad (cf. Salmos 15, 24 y otros). La santidad de Dios revela el pecado del ser humano. Isaías no fue la excepción. Él confesó su propia condición primero, sin culpar a otros, a los demás, al pueblo o a Dios mismo, que es una actitud común en muchos hombres y mujeres, que les permite autojustificarse y no enfrentar sus propias culpas. Isaías se vio a sí mismo como pecador, e indigno de enfrentar a Dios; y luego, miró la condición de sus compatriotas.

    El versículo de Isaías 6:5 muestra el orden propio de la justificación: reconocimiento del pecado personal, confesión y arrepentimiento; los pasos necesarios de la fe que redime. Pero además, el profeta actuó vicariamente al identificarse con el resto del pueblo. Los dramas de la sociedad, la injusticia, la corrupción, la idolatría y la inmoralidad son reconocidos con la expresión: pueblo que tiene labios inmundos.

    Isaías no se consideró mejor que el resto del pueblo. Se identificó como uno con ellos, y su confesión los incluyó. Esto refleja que el amor de Isaías por Dios y por el rey Uzías era también el amor por todo el pueblo de Judá.

    Leemos, en el Comentario Bíblico Beacon, que una visión de Dios siempre engendra un sentido de la propia indignidad, y el primer impulso del corazón purificado es tratar de llevar a otros a Dios (Harper y otros, Editores. Comentario Bíblico Beacon, tomo 4. EUA: CNP, s.a., p.30).

    El reconocimiento de la condición personal, la confesión y el arrepentimiento son los pasos necesarios para ser aceptados por Dios; y esto impulsa al creyente a la identificación con los otros pecadores, y la necesaria acción de testificar sobre la gracia del perdón, que hoy llamamos evangelización y misiones.

    III. El perdón del Rey (Isaías 6:6-7)

    En el punto anterior, señalamos la fuerza y la importancia de la confesión del profeta Isaías. Pero este acto en sí, no logra el perdón ni purifica los pecados y la condición del ser humano por sí solo. Dios es el único que puede perdonar los pecados (Marcos 2:7b; 1 Juan 1:9); y cambiar la naturaleza de una persona pecadora (2 Corintios 5:17).

    En el Comentario Moody, leemos sobre esto: ¿Como podía el profeta de impuros labios repetir el canto angélico? Su conciencia se hallaba agobiada por un sentido de debilidad y de fracaso personal (Pfeiffer, Charles F., redactor. Comentario Bíblico Moody. Antiguo Testamento. EUA: Editorial Portavoz, 5ta edición, 1997, p.609).

    Parafraseando al apóstol Pedro, se le podría decir a Isaías: ¿A quién irás? Dios es la solución a este profundo sentido de pecado.

    Se expresó anteriormente que el libro de Isaías es un libro que entre otros temas, profundiza la salvación por la fe. El profeta tuvo la experiencia de recibir la purificación de sus labios y de su corazón por medio de la fe. El medio que Dios usó fue la participación de uno de los serafines presentes en la visión, quien portando un carbón encendido tomado del altar del templo, voló hacía Isaías, tocando sus labios y declarándolo enteramente santificado.

    Sólo Dios puede hacer esto. No es mérito personal; no es que el profeta haya sido menos pecador que el pueblo. Es gracia en respuesta a la fe de una persona que busca servir al Señor; y se siente incapacitado por su pecado y su culpa.

    El serafín declaró la obra completa que Dios hizo en el corazón del profeta: es quitada tu culpa, y limpio tu pecado (Isaías 6:7b).

    Se ven aquí con claridad las dimensiones y el alcance de la redención, expresada en las obras de la gracia, la justificación y la entera santificación, el perdón y la pureza. Ahora, el profeta era librado de su carga y de su indignidad. Ya podía relacionarse con Dios y no morir. Ahora, estaba listo para escuchar la voz de Dios, comprenderla y aceptarla completamente. El futuro propio y el de su nación estaban en manos del Dios poderoso, perdonador y que guía la historia de su pueblo más allá de los reyes o las circunstancias. El profeta se encontraba listo para dar su vida en servicio a Dios.

    IV. La comisión del Rey (Isaías 6:8-13)

    En la parte final de este pasaje, nos encontramos con una pregunta retórica que proviene de Dios. Esta pregunta revela la inquietud que Dios manifiesta por la transmisión de su Palabra y mensaje a su pueblo y al mundo. Una pregunta que, al no ser dirigida a ninguna persona en particular, se transforma en una pregunta que se valida a través de la historia buscando un contestatario que esté dispuesto a asumir el llamado que conlleva la respuesta a esta pregunta.

    ¿A quién enviaré, y quién ira por nosotros? (v.8a) es la pregunta que resonó tanto en el templo; y que resuena ahora en estos tiempos. Es una pregunta que busca respuesta en hombres y mujeres que, sabiéndose perdonados de sus pecados y enteramente santificados, estén listos para dar sus vidas en obediencia a Dios; y servirle con todas sus fuerzas, renunciando a su propia vida, proyectos y privilegios.

    Isaías, con una valiente determinación, respondió con celeridad: Heme aquí, envíame a mí (v.8b). Esta era la única respuesta viable para una persona como el profeta. Su amor por Dios y por su pueblo le hicieron entender que la pregunta sólo tenía una respuesta esperada por el Señor. Cierto es que él podría haber dejado el templo e irse a su casa, y no haber aceptado la comisión que Dios le planteaba. Esto es una posibilidad que de seguro muchas personas hubieran adoptado; pero el profeta estaba en el centro de su relación con Dios. Ahora, su vida y ministerio tenían una razón de ser que iba más allá de la ritualidad de su religión y de su oficio como predicador.

    El llamado es personal, colma las expectativas, sana sus emociones, le da esperanza para el futuro propio y el de su nación.

    La obra de Dios cambió los parámetros de la vida del profeta Isaías en un instante. Dada esta extraordinaria experiencia, sólo cabía dar una respuesta: Heme aquí, envíame a mí (v.8).

    Esta es la respuesta que Dios busca en medio de su pueblo ayer y hoy. Sólo cuando se dimensiona correctamente la obra redentora que Jesús hace en la vida de un creyente, y como consecuencia se ama a Dios sobre todas las cosas, personas y opciones personales; se puede dar esta respuesta con determinación y valor.

    Sin embargo, el trabajo del profeta Isaías sería cuesta arriba, llena de obstáculos, incomprensiones, dificultades y persecuciones. El pueblo iba a endurecer su corazón, cerrar sus oídos y tapar sus ojos a la voz del profeta que era la voz de Dios.

    En los últimos versículos, se anticipa un punto final: … Hasta que las ciudades estén asoladas y sin morador, y no haya hombre en las casas, y la tierra esté hecha un desierto… (vv.11-12). Aquí no se vislumbra en la actitud del pueblo ni arrepentimiento ni dolor por lo que ocurre y ocurrirá con ellos. Por el contrario, indiferencia a la voz de Dios y autocomplacencia son las expresiones que pueden aplicarse a los habitantes de Judá. Sin embargo, Dios le dio una garantía a Isaías. Un grupo mínimo de Judá mantendrá viva su fe en el Señor. Obedecerá y buscará servirlo en santidad en medio de las situaciones más difíciles y complejas para sostener su fidelidad a Dios. Una simiente santa (v.13), dice la parte final de este capítulo.

    La promesa implícita es Jesús. De este remanente, que surgirá de la raíz del roble y de la encina, vendrá la simiente santa, el Salvador de Judá, Israel y del mundo entero. Con esa promesa, el profeta Isaías se entregó de lleno a su trabajo de predicar hasta que, según la tradición, la muerte le alcanzó por medio del martirio.

    Conclusión

    Rendirse a Cristo es un riesgo calculado. La promesa de la presencia de Dios, de su obra permanente en el corazón de cada creyente, el vivir sobre las preocupaciones propias de este tiempo, y ser parte de la empresa más grande que existe, la misión de evangelizar al mundo entero, deberían ser las motivaciones más poderosas para aceptar el llamado de Dios como lo hizo Isaías.

    Hoja de actividad

    Versículo para memorizar

    Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí Isaías 6:8.

    I. La gloria y majestad del Rey (Isaías 6:1-4)

    ¿Qué significado le da usted a los símbolos que se describen en el pasaje de Isaías 6:1-4?

    ¿Es propio de los cristianos interesarse y preocuparse por la situación sociocultural y política de su propio país? Comente.

    II. La confesión de pecado ante el Rey (Isaías 6:5)

    Enumere cuáles son los contenidos propios de la experiencia de la justificación por la fe.

    ¿Cree usted que en Isaías 6 podemos con certeza afirmar la doctrina de la entera santificación? ¿Por qué?

    III. El perdón del Rey (Isaías 6:6-7)

    Según Isaías 6-7, ¿qué valor le asigna usted a la confesión?

    ¿Considera válida hoy la actitud de Isaías de identificarse con su pueblo?

    IV. La comisión del Rey (Isaías 6:8-13)

    ¿Cuáles serían las razones (actuales) para aceptar el llamado de Dios?

    ¿Cómo evalúa la respuesta que la sociedad actual da al mensaje del evangelio?

    Conclusión

    Rendirse a Cristo es un riesgo calculado. La promesa de la presencia de Dios, de su obra permanente en el corazón de cada creyente, el vivir sobre las preocupaciones propias de este tiempo, y ser parte de la empresa más grande que existe, la misión de evangelizar al mundo entero, deberían ser las motivaciones más poderosas para aceptar el llamado de Dios como lo hizo Isaías.

    Lección 3: Reyes de guerra y el Príncipe de Paz

    Dorothy Bullón (Costa Rica)

    Pasajes bíblicos de estudio

    Isaías 7, 8, 9:1-7

    Versículo para memorizar

    Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz Isaías 9:6.

    Propósito de la lección

    Descubrir cómo Dios obra en el contexto histórico de un rey rebelde, y cómo da esperanza futura en la venida del Mesías.

    Introducción

    Situémonos en el siglo VIII antes de Cristo. En los pasajes bíblicos de estudio, observamos cuatro reyes: Acaz, rey de Judá; Rezín, rey de Siria; Peka, rey de Israel; y Tiglat-pileser III, rey de Asiria, al norte. Y también tenemos tres niños con nombres significativos: Sear-jasub, Maher-salal-hasbaz y Emanuel. El profeta Isaías compartió el mensaje de Dios acerca de todos estos personajes.

    Acaz estaba en pánico; porque los reyes de Siria e Israel estaban atacando a Judá. Sin embargo, el enemigo real era Asiria, el país en el norte de Mesopotamia (actualmente Irak), que era el imperio que cruelmente atacaba y conquistaba a otros pueblos en el siglo VIII a.C. Después de esta profecía, durante el reinado de Acaz, en el 721 a.C., el ejército asirio capturó la capital israelita, Samaria; y llevó cautivos a los ciudadanos del reino norteño de Israel, de donde muchos nunca regresaron. En el 701 a.C., Senaquerib, rey de Asiria, atacó las ciudades fortificadas del reino de Judá en una campaña de subyugación (en el reinado del hijo de Acaz, Ezequías). Dios los cuidó; y Jerusalén no cayó en manos de los asirios.

    I. Lo que Dios no permite: planes maquiavélicos; insta a la fe en Él (Isaías 7:1-9)

    Acaz reinó entre el 732 y el 715 a.C. Fue un rey malvado de Judá que adoraba a otros dioses, e incluso sacrificó a su hijo a Moloc en sacrificio vivo (2 Reyes 16:1-4). Acaz fue un gobernante cobarde, supersticioso e hipócrita; uno de los peores reyes de Judá. Él descubrió que Rezín, rey de Siria, y Peka, rey de Israel, iban a atacar Judá; y tenían planes para conquistar Jerusalén, y poner otro rey en el trono de Judá. En 2 Crónicas 28:5-15 y 2 Reyes 16:5-9, leemos del daño que estaban causando en Judá.

    Actuando en contra del consejo del profeta Isaías, Acaz pidió ayuda a Tiglat-pileser III, rey de Asiria, para repeler a los invasores. Asiria derrotó a Siria e Israel; y Acaz se presentó como vasallo del rey asirio. No sólo no mejoró la situación política de Judá; sino que Asiria exigió un fuerte tributo, y los dioses asirios fueron introducidos en el templo de Jerusalén.

    Cuando Acaz fue a encontrarse con Tiglat-pileser, su nuevo jefe, en Damasco, vio los altares paganos y los lugares de sacrificio. Copió estos diseños y remodeló el templo del Señor en Jerusalén siguiendo

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