De la Tierra a la Luna
Por Julio Verne y Emir Paredes
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Julio Verne
Julio Verne (Nantes, 1828 - Amiens, 1905). Nuestro autor manifestó desde niño su pasión por los viajes y la aventura: se dice que ya a los 11 años intentó embarcarse rumbo a las Indias solo porque quería comprar un collar para su prima. Y lo cierto es que se dedicó a la literatura desde muy pronto. Sus obras, muchas de las cuales se publicaban por entregas en los periódicos, alcanzaron éxito enseguida y su popularidad le permitió hacer de su pasión, su profesión. Sus títulos más famosos son Viaje al centro de la Tierra (1865), Veinte mil leguas de viaje submarino (1869), La vuelta al mundo en ochenta días (1873) y Viajes extraordinarios (1863-1905). Gracias a personajes como el Capitán Nemo y vehículos futuristas como el submarino Nautilus, también ha sido considerado uno de los padres de la ciencia ficción. Verne viajó por los mares del Norte, el Mediterráneo y las islas del Atlántico, lo que le permitió visitar la mayor parte de los lugares que describían sus libros. Hoy es el segundo autor más traducido del mundo y fue condecorado con la Legión de Honor por sus aportaciones a la educación y a la ciencia.
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De la Tierra a la Luna - Julio Verne
/ CAPÍTULO 1
El club del cañon
Al terminar la guerra de Secesión en los Estados Unidos, se creó en la ciudad de Baltimore un club especial. Estaba formado por quienes habían sido soldados de la Unión.
Antes de la guerra habían trabajado como empleados o comerciantes, y después de ella se convirtieron en soldados nostálgicos.
—Esos tiempos ya no existen… Se fueron para no volver —se escuchaba decir a varios de aquellos hombres.
Estaban contentos por la victoria de su bando, pero igual extrañaban la antigua camaradería entre los soldados, y les gustaba fabricar y coleccionar armas.
Entre 1861 y 1865, Estados Unidos sufrió aquella cruenta guerra civil en la que se enfrentaron el Norte y el Sur, que buscaban independizarse.
La Unión defendía las ideas del Norte. No solo proclamaban la unidad de todos los estados, sino que eran contrarios a la esclavitud (la que, en cambio, sí era aceptada por la gente del Sur). Fueron los norteños quienes ganaron la guerra.
Muchos de esos soldados del Norte integraron, tras declararse la paz, el llamado Club del Cañón.
divisionLa historia comenzó cuando alguien diseñó un nuevo cañón y se asoció con quien lo construyó. Ese fue el punto de partida del Club. Un mes después de su formación, se componía de unos… ¡treinta y dos mil miembros!
A todo el que quería entrar a la sociedad se le imponía como condición haber ideado o, por lo menos, perfeccionado un nuevo cañón (o, a falta de cañón, cualquier arma de fuego).
Es decir, entre sus miembros se contaban personas que habían contribuido a inventar alguna pieza de artillería. Para aquellos que no lo saben aún, la artillería es el conjunto de armas de guerra que disparan proyectiles de gran tamaño a largas distancias y que emplean, para eso, como elemento impulsor, una carga explosiva.
El presidente del Club del Cañón era Impey Barbicane y el secretario, J. T. Maston.
Una noche, estaban reunidos en uno de los salones del Club junto a otros miembros, cuando uno de ellos, Tom Hunter, dijo con tono risueño:
—¡Aquí no hay, a lo sumo, más que un brazo por cada cuatro personas y dos piernas por cada seis!
Es que casi todos llevaban en el cuerpo señales evidentes de su paso por los campos de batalla.
—¡Así es! —exclamó Bilsby, otro de los miembros, con mezcla de resignación y orgullo, señalando el brazo que le faltaba.
—Quién más, quién menos —añadió el coronel Blomsberry—, todos tenemos muletas o brazos artificiales o patas de palo...
—… o narices de platino o manos postizas —completó el listado Hunter—, excepto nuestro presidente que, extrañamente, se encuentra ileso.
Después de un breve silencio, habló Maston, el secretario, que había permanecido pensativo mientras conversaban sus compañeros:
—¿Dedicaremos los últimos años de vida al perfeccionamiento de las armas de fuego? ¿O se presentará, tal vez, una nueva oportunidad de ensayar el alcance de nuestros proyectiles?
—¡Les aseguro que habrá pronto otra oportunidad y que no será una guerra! —respondió con ímpetu Barbicane. Y se agitó en su asiento, inquieto, con la mirada perdida y un aire misterioso.
divisionAl día siguiente de aquella conversación, cada integrante del Club del Cañón recibió esta carta:
Baltimore, 3 de octubre
El presidente del Club del Cañón tiene el honor de informar a sus colegas que en la sesión del 5 del corriente, en el horario habitual, se dará a conocer una noticia de la mayor relevancia. Por ello, se les solicita que, aunque tengan programadas para ese día otras actividades, igualmente acudan a la cita. Es importante.
Saludos cordiales,
Impey Barbicane
Presidente del Club del Cañón
divisionEl 5 de octubre, poco antes de las ocho de la noche, una multitud se apiñó en los salones del Club. Las salas y los corredores, decorados con armas de todo tipo, se encontraban repletos de hombres ávidos