La libertad religiosa: Concilium 367
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La libertad religiosa - Mile Babic
Desde los orígenes hasta la situación contemporánea
Mile Babić *
EL CRISTIANISMO: DESDE LA RELIGIÓN DE ESTADO HASTA LA LIBERTAD RELIGIOSA
En cuanto se derrumbó la unidad religiosa, que se basaba en la unidad política, y se produjo una pluralización de la religión cristiana en un Estado, estallaron las guerras confesionales en ese Estado. Para mantener la paz, el Estado tuvo que hacerse neutral con respecto a la religión y a las ideologías, es decir, tuvo que convertirse en Estado secular, dejando de fundamentarse en lo sacral para basarse en lo secular. La religión se convirtió en objeto de instrumentalización, como actualmente ocurre con la razón humana con la finalidad de aumentar el poder político y económico. Por eso necesitamos una secularización que no elimine la alteridad de los demás, sino que la afirme aún más, practicando para ello el «modo de la traducción» (J. Habermas).
Desde Constantino hasta Gregorio VII
Hasta el Edicto de Milán (313) el cristianismo era una religión perseguida. Con el edicto se convirtió en una religión tolerada, y, poco a poco, llegó a transformarse en la religión del Estado, lo que aconteció en el año 380 bajo el reinado del emperador Teodosio. Hasta entonces el Imperio romano tenía su religión estatal, que fue reemplazada a partir de ese momento por el cristianismo, convertido en la nueva religión del estado del Imperio. Esto significaba que en adelante el Dios cristiano era el garante del orden estatal, con todas las consecuencias que conllevaba. Dicho más claramente: la unidad religiosa era el fundamento de la unidad política, de lo que se seguía que toda ofensa contra la religión constituía al mismo tiempo una ofensa a la política, al orden político y al emperador (laesio maiestatis) .
¿Qué significaba que el cristianismo asumiera el concepto romano de religión? Cicerón derivaba el concepto de religión (religio en latín) del verbo re-legere (leer otra vez, prestar una gran atención). La religión significa para él la virtud de observar con máximo cuidado todo lo relacionado con las divinidades (numina). Supersticiosos son para él aquellos hombres que no veneran a los dioses por sí mismos, por observar el orden divino, sino porque buscan su propio provecho. Religio y pietas (devoción) son para Cicerón dos virtudes emparentadas de los hombres que, adecuada y escrupulosamente, participan en el culto público del Estado (en el deorum pius cultus). La religión, que incluía la pietas, era el primer y más elevado deber cívico en el Imperio romano. Los cristianos fueron perseguidos por no acatar este deber con respecto al Imperio. Sobre esto escribió Edward Schillebeeckx sosteniendo la tesis de que en una tal concepción de la religión, esta se convierte en garante inmediato del bien público, es decir, del orden político. Se da una vinculación directa entre religión y política¹.
Cuando el cristianismo se convirtió en religión del Estado, asumió la función de custodia del orden sociopolítico establecido. De lo que se siguió que, si la autoridad religiosa culpaba a alguien de hereje, el castigo tenía que aplicarlo la autoridad estatal. El castigo afectaba por igual tanto a quien apostataba del cristianismo como a quienes no eran cristianos. De este modo, el Dios cristiano se redujo a un Dios del Estado, puesto que garantizaba directamente el mantenimiento del orden sociopolítico.
Según Hans Küng, en su libro El cristianismo: esencia e historia², en la teología política de Eusebio de Cesarea (el padre de la teología política, de la historia de la Iglesia y de la teología de corte), Constantino el Grande es el modelo de todos los emperadores cristianos. Es el punto central del Imperio Cristiano (Imperium Christianum) y él une el Estado y la Iglesia, y, por consiguiente, es Imperator Romanus. El emperador (que es un laico) está más cerca de Dios que cualquier obispo. Es el regente de Dios en la tierra. Tiene el poder y el deber de que todos los hombres se sometan a la ley justa de Dios, que ahora es el cristianismo en lugar de la religión romana tradicional. Constantino era el responsable de la potestas suprema, de la primacía de la jurisdicción con respecto a la Iglesia: él tenía el máximo poder legislativo, el máximo poder judicial y el control administrativo. En tiempos del emperador Justiniano, en Oriente, la Iglesia se desarrolló bajo la supremacía del Estado (un Imperio, una Ley, una Iglesia).
La división del Imperio romano en oriental y occidental, que se produjo definitivamente en el año 395 tras la muerte de Teodosio el Grande, llevó a que tanto en Oriente como en Occidente se desarrollaran paradigmas diferentes en la teología y en la política. El padre de la teología occidental es Agustín. En Occidente fueron los papas romanos de los siglos IV y V quienes determinaron la política, recurriendo al apóstol Pablo para justificar la supremacía de la Iglesia con respecto al gobierno del Estado. Para entender el paradigma teológico occidental tenemos que tener en cuenta la migración de los pueblos germánicos en los siglos V y VI y la caída del Imperio romano occidental en el 476, el bautismo del rey los francos Clodoveo en el 498/499, la aparición del islam como también el nacimiento del Imperio cristiano bajo Carlomagno. El paradigma católico-romano occidental experimentó su clímax durante la reforma (o revolución) gregoriana a finales del siglo XI.
En el siglo VIII se desplazó el centro de gravedad del cristianismo hacia Occidente. Esto se debió a la migración de los pueblos, pero también a su evangelización. La Iglesia católica, como heredera de la antigua constitución y organización, se mantuvo en Occidente como la única autoridad cultural. Bajo la dirección del papado y con la ayuda de los monjes, la Iglesia dio la impronta a los pueblos germánicos, románicos y eslavos en el sentido religioso, moral y cultural. Carlomagno se mostró generoso con respecto a los papas, pues ratificó y amplió los Estados Pontificios y devolvió al Papa los territorios italianos. Aunque Carlomagno, como soberano del Imperio, daba la primacía a la política, también se veía teocráticamente como el soberano de la Iglesia. De ahí que se produjera evidentemente la unidad o incluso la identidad de la política imperial y eclesial.
Pipino el Breve (741-768) fue el primer rey de los francos que recibió la unción como rey por la gracia de Dios (Gratia Dei Rex). Esto significaba que su poder estaba legitimado por la divinidad. Regaló al Papa el Estado que había defendido en el 756. Casi un siglo después de la creación de los Estados Pontificios, el papa Nicolás I (858-867) hizo avanzar los fundamentos sociopolíticos que (por voluntad divina) le correspondían al papado. No solo aceptó la Donación de Constantino (que era una falsificación), sino también otras numerosas falsificaciones, como, por ejemplo, las Decretales pseudoisidorianas. Progresivamente, se admitió el valor histórico de estas falsificaciones, que exaltaban el poder del papado y de los obispos con respecto al rey y al poder secular. Estas falsificaciones constituyeron el fundamento jurídico para la futura romanización de la Iglesia occidental. Después del siglo X (llamado el siglo oscuro) se produjo la reforma del papado y de la Iglesia, como también del orden mundial de entonces. Bajo el eslogan Libertas Ecclesiae (Libertad de la Iglesia) se reclamaba el predominio de la Iglesia. Ya en 1059 el papa Nicolás II decretó que las elecciones para el puesto de Papa debían celebrarse independientemente de la nobleza romana y del emperador alemán, y que el Papa fuera elegido por el Colegio cardenalicio. El objetivo era liberar a los Estados Pontificios del poder de los laicos, es decir, del poder secular.
Desde Gregorio VII hasta la Reforma
En 1073 fue elegido Papa el Archidiácono Hildebrando de Cluny con el nombre de Gregorio VII. En su Dictatus Papae (1075) adujo 27 ideas centrales sobre la primacía del gobierno papal. La ecuación propuesta es la siguiente: Obediencia a Dios = Obediencia a la Iglesia = Obediencia al Papa. Como sucesor de san Pedro, el Papa posee la plenitud del poder (plenitudo potestatis). En el Sínodo de Cuaresma de 1075, decretó el Papa una severa prohibición que impedía a los laicos intervenir en el nombramiento de los eclesiásticos. Esta fue la denominada controversia de las investiduras.
Harold J. Berman prueba en su libro Derecho y Revolución su tesis fundamental, a saber, que los conflictos entre el poder imperial y el poder papal hacían imposible un poder monolítico, es decir, poder pensar en un poder como una entidad monolítica e indivisa. Berman describe esta diferenciación entre el poder espiritual y el poder temporal y la posterior diferenciación del poder temporal como la revolución que ha caracterizado más drásticamente la historia de Europa y de América (desde hace tres siglos). La revolución gregoriana liberó grandes fuerzas científicas, económicas, sociales y culturales. Todas las revoluciones que siguieron después solamente han formulado de forma nueva, según Berman, los temas de la revolución gregoriana. Durante la controversia de las investiduras comenzó el desarrollo de la tradición jurídica europea, pues fue en esta época cuando se produjo la recepción del derecho romano como también su interpretación y actualización, que incluye el derecho feudal³.
Para Berman, el Renacimiento y la Reforma de los siglos XV y XVI se fundamentan en el Renacimiento y la Reforma de los siglos XI y XII. Todos los sistemas jurídicos occidentales tienen raíces históricas comunes, que tienen su origen en el período de la controversia de las investiduras. Esta controversia puso los fundamentos para la separación de la Iglesia del Estado, para la división del poder en uno espiritual y otro temporal. El nuevo derecho canónico del siglo XII fue el primer sistema jurídico moderno de Occidente. La reciprocidad de derechos y deberes entre los señores feudales y sus vasallos diferenciaba el feudalismo occidental de otros feudalismos. Las ciudades occidentales desarrollaron cada una su propio derecho en el siglo XII. A finales del siglo XI la Iglesia adquirió la forma de un Estado, pero solo tenía el poder sobre una mitad de la vida, pues la otra mitad pertenecía al Estado. Esta tensión entre el poder espiritual y el temporal encontró su correspondencia en la tensión en el seno de la teología, de la ciencia y del derecho, como también en la tensión entre la fe y la razón, entre derecho humano y derecho divino, y entre este mundo y el más