Autobiografía no autorizada
Por Gaetano Longo
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Autobiografía no autorizada - Gaetano Longo
VERSOS BARATOS
(2005-2009)
Primeros pasos
Soy el perfecto viajero imperfecto
por el cual cada promesa es una deuda.
Mis vientos fueron equivocaciones y pasiones
que laceraron a menudo mis velas
pero no la curiosidad.
Un grande pájaro ruso
puso dulcemente mi maleta vacía sobre Berlín del Este
que olía a carbón y a madera quemada
y a versos tropicales
oídos en la penumbra
del restaurante de un hotel
puro estilo socialista.
En París dí mis primeros aletazos
en una pequeña habitación sucia
en Pigalle
donde me hice un hueco en la oreja
con una pluma
y por primera vez
escondí mis ojos al mundo
con unas gafas oscuras.
Durante una breve pausa
escuché la voz profunda de Ginsberg al teléfono
sin tener el valor de abrir la boca,
llenándome sólo de su sonido
y de mi respiración
y desde aquel día
nunca renegué de la Poesía.
En Salamanca
como adiós recibí
de dos australianas locas
una grande puerta de madera
que todavía intento cerrar
y en Copenhagen
me perdí entre los hippys de Christiania
y salí de ahí lleno de colores y humo.
Como un perfecto viajero imperfecto
robé para comer y leer
y mantuve mis velas remendadas
siempre listas
y hasta me hice el que se venía
con muchachas con ojos de peces congelados.
Con un bus peruano
entre bosques sin árboles
y orillas sin mar
llegué a un jardín
que no era encantado
donde manejé un Cadillac del ‘63
del dictador venezolano Pérez Jiménez
y de Buenos Aires quiero sólo recordar
las noches en libertad
los versos de Mario Trejo
y el cigarro siempre encendido
donde el fondo musical
era el mundo maravilloso de Luis Armstrong.
Siempre me acompañan los Reyes Magos y la Bruja
también en mi trabajo
entre chicos problemáticos
y gitanos sin viajes.
Como un perfecto viajero imperfecto
me divido entre un tabaco y un ron
y entre La Habana y Cartagena
voy al abordaje
busco tesoros
y me lleno de ostras y doblones de oro.
Dentro de poco cumpliré 44 años
que es la madurez para un pirata
—casi de retiro, dirían los corsarios más jóvenes—
y si todo anda como dicen las estrellas
continuaré siendo un perfecto viajero imperfecto
por el cual cada promesa es una deuda
que rueda en sus propios sueños
y que conserva su parte mejor
sólo para sí mismo
de manera que los demás
siempre sepan con quién tienen que hacer.
Aprendí solamente que volver
es siempre una broma de marinero,
pero me quedo fiel a mis empeños
entre una ola ligera y una borrasca.
Soy sólo un perfecto viajero imperfecto
con el ojo lleno de huracanes y defectos,
pero que tire la primera piedra
quien es libre de todo pecado.
Levante la mano
quien nunca meó
sobre la tablilla.
El náufrago
Quisiera retirarme sobre una isla desierta
solamente con el mar, arena y sol,
regalándome otra posibilidad,
sin deseos, besos desentonados,
sin citas y últimas modas,
sin noticias buenas o malas.
Quisiera esconderme en una cabaña
cerca de un río salvaje
y pasar el tiempo pescando
enormes peces brillantes
sin apuro, sin teléfono,
sin pálidas paredes.
Pero la soledad de una isla
me pondría triste,
además pescar siempre me aburrió.
Vértigos
Me aterran las flores marchitas
la mirada de un gato que me mira fijo,
los aviones nocturnos,
los amores que se acaban.
Me deprimen las fotos de mi pelo largo,
las cicatrices que el tiempo deja con su paso seguro,
las caras a las cuales no sé dar un nombre.
Me entristece el tabaco que se apaga entre los dedos,
un poema que espera ser entendido,
la mirada de un viejo que vive de recuerdos.
La habilidad más grande
es llegar a evitar todas estas cosas.
Lo que queda viene por sí mismo
desde el alba hasta el ocaso,
sin apuro.
Puntos de llegada con retorno
Estoy acostumbrado a los prodigios.
Todavía estoy aquí
bien vivo
y después de una ausencia de más de veinte años
París es más hermosa y me entristece.
Llegué con una mochila llena de sueños
y vuelvo con todo lo que todavía no llegué a hacer.
Si este no es un prodigio,
¿qué tendría que ser?
Yo todavía estoy aquí
bien vivo
París también
con todas sus Pigalle y Montmartre,
con sus restaurantes turcos y el barrio africano.
Falta sólo mi vieja mochila,
pero cada cosa está siempre en su lugar,
también todo lo que todavía no llegué a hacer.
Breve divina comedia andina
En el Infierno
la guía de Dante
fue Virgilio.
Yo, que obviamente no soy Dante,
aunque tenga una nariz grande,
en el Paraíso peruano
tuve una guía celeste
que se llamaba Julio.
Bajo sus velas,
entre olas de pisco sour y algarrobina,
atravesé los laberintos de Chiclayo y Lambayeque,
las calles de Trujillo,
el polvo de Chan Chan
y el horizonte infinito de Huanchaco.
Bajo su guía atenta
llegué hasta las cimas que rozan a Dios
de Santiago de Chuco,
donde conservo la memoria
de vertigos andinos, té a la coca,
la casa destruída del gran Vallejo
y una poética diarrea.
Acuarelas romanas
Lloran desesperadamente las estatuas
mientras esperan el eterno milagro
de la Primavera.
Sobre los techos romanos duermen las pasiones
al compás sucio de la vida.
Se levantan de noche
bajo la luz de los faroles
y vagan hambrientas
en busca de una presa
y en la luz del día
reposan como gatos bajo el sol.
El Tevere fluye como si nada
pero siempre cuidadoso custodio y heredero
de la memoria de la ciudad
y como un antiguo canto
hace de fondo
al tráfico desfachado
que se mueve sin sentido.
Entre las tumbas antiguas
el hombre se nutre de obsesiones y talismanes
y desde la pupíla corrompida
renace el deseo
de hombres que nadan
en un pentagrama de vagínas excitadas.
La ciudad es un gran acuario
con sus peces exóticos
armados de máquinas fotográficas,
lejos de aquellos barrios marginales
irreales, trágicos y ya desaparecidos.
En Campo de Fiori
pasea el fantasma de Gregory Corso.
Se sienta, toma un trago
de la botella de vino tinto
y recita sus versos callejeros.
Así lo habría visto
si hubiese apuntado mis ojos
hacia aquella dirección.
Así lo hubiera visto
si no hubiese perdido mi tiempo
detrás de faldas ácidas.
Exactamente así habría podido verlo
e imaginar el Poeta mientras pasea
en el aire tibio de la noche romana
rodeado de versos, vino
y la mirada atenta de Giordano Bruno.
El mejor truco de la ciudad
es aquel de creerse eterna.
La puntilla, diciembre de 1991
Para nosotros, siempre.
Había un lugar en la noche tropical
donde la luna acariciaba el agua
donde el malecón se movía lentamente,
donde los grillos cantaban boleros desconocidos.
Estábamos nosotros envueltos en la noche,
unidos en la hierba callada y caliente.
El alba llegó sin hacer ruido
y no permitió a nadie despertarnos
porque la luna, el malecón, los grillos
y aquellos boleros desconocidos
estaban ahí sólo para nosotros, como ahora,
también cuando aquel lugar
que no existe más
nos conserva como la primera vez.
Cuba revisitada
Muchachas impertinentes como mosquitos
rodean a los turistas
bajo la mirada amenazante
de chulos poco profesionales.
Los adivinos dicen
que también este año
el viento hará mover sus cuerpos
entre las olas.
El Malecón tambalea sensualmente
al compás de una vieja radio rusa.
Niños multicolores
se tiran entre las olas
mientras dos mulatas
mueven las caderas desfachatadamente
como ángeles irreales.
Un grupo de muchachos
gesticula con una botella de ron
entre sus garras.
La luz
invade el corazón de la ciudad
de ceniza y mármol.
Los tambores empiezan a gritar
desde lugares misteriosos.
Otra vez llegará la noche tropical
entre ejercicios de supervivencia.
Tropical blues
Todos reunidos sobre el tablero,
acurrucados al propio destino.
Un guapo en camiseta
orinó sobre la escalera blanca de la iglesia
llenándose de pecados y avemarias.
Sin un centavo
el