Miguel Hernández: el poeta del amor, la muerte y la vida
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Un libro con algunos de los poemas más emblemáticos de su obra que es nuestro pequeño homenaje a Miguel Hernández con la intención de darlo a conocer a lectores de todo tipo y que cuenta con una introducción de José Luis Puerto, encargado de la selección de poemas y uno de los mayores expertos sobre el poeta, que explica su vida, su obra y su trágica muerte.
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Miguel Hernández - Miguel Hernández
I
VALORACIÓN Y CONTEXTO
UNA VOZ DESDE EL MITO
Más allá de cualquier circunstancia personal, familiar o histórica que le tocara vivir, Miguel Hernández —como todo clásico, como todo escritor que sobrepasa su propio tiempo y se proyecta hacia el futuro, hacia la larga distancia del tiempo humano— es y será el poeta en el que los lectores de hoy y de mañana ven y verán expresados universales del sentir, como la vida, con todos sus ciclos, con el misterio, alojado en los seres humanos, del amor, de la semilla, de la generación, con la expresión gozosa o dolorosa de la corporalidad (el vientre, el sudor, la sangre...); como la naturaleza y el cosmos, con su expresión de lo redondo, de lo cíclico; como la muerte y las cuestiones que en todos los tiempos plantea, además del rastro de ausencia y de dolor que deja tras de sí.
Esto es, Miguel Hernández es un poeta en cuya obra se manifiesta una configuración contemporánea de lo mítico, de lo arquetípico, más allá del tiempo de la historia, presente, aunque sobrepasado, en su escritura.
Universales y arquetipos expresados desde el propio existir, desde el propio sentir, desde la propia experiencia vital y particular, pero al tiempo trascendidos, y desde una belleza verbal que buscó sus asideros en tradiciones clásicas (Garcilaso, Quevedo, Góngora...) y contemporáneas (el surrealismo, Pablo Neruda, Vicente Aleixandre...), cultas y populares, para, a partir de ellas, tratar de alcanzar la voz propia —que es la tarea de todo poeta—, en un itinerario de depuración, de esencialización expresiva.
Y Miguel Hernández, hoy, como también mañana, es un poeta mayor, con voz y mundo propios, que aborda y manifiesta las cuestiones esenciales en toda existencia y, a partir de ellas, nos hace vibrar emocionalmente, algo que constituye una de las finalidades esenciales de la poesía lírica.
De ahí la capacidad de su poesía para sobrepasar los reducidos ámbitos de los círculos literarios y llegar al corazón y a la mente del lector común, de aquel que hace de la lectura una de las aventuras del espíritu que aún siguen mereciendo la pena, que aún siguen siendo posibles en nuestra contemporaneidad.
BREVE CONTEXTO HISTÓRICO Y LITERARIO
De 1930 (si tomamos como punto de partida la aparición del primer poema impreso del autor, «Pastoril», publicado el 13 de enero, en el semanario oriolano Pueblo) o de 1933 (si partimos de la publicación de Perito en lunas, su primer libro editado) a 1942 (fecha de su muerte), media un tiempo muy breve, en torno a una década, algo dilatada; tal ámbito temporal es el que corresponde a la trayectoria poética y literaria de Miguel Hernández, que hemos de ubicar, por tanto, en la década —tan decisiva y crucial— de los años treinta del siglo XX.
Una trayectoria intensa pero breve, en un tiempo histórico marcado por diversas convulsiones políticas y sociales, que van desde el crac de la bolsa de Nueva York, en 1929, con la consiguiente crisis económica y social en todo el mundo capitalista, hasta la guerra civil española y la posterior dictadura franquista, pasando por la Segunda República; un tiempo histórico en el que, junto a un resurgimiento literario y artístico, del que Miguel Hernández forma parte, se produce una dinámica política y social que tiene como hitos —dentro de la etapa republicana— el llamado «bienio negro» (1933-1935), la revolución y posterior represión de los mineros de Asturias, en 1934, así como la victoria del Frente Popular en febrero de 1936, hasta llegar a la sublevación y el levantamiento militar del mismo año contra la legalidad republicana, que traería consigo la Guerra Civil.
En tal panorama, entran en crisis y terminan desapareciendo ciertos postulados de los movimientos de vanguardia, la poesía pura, así como el fervor neogongorino, del cual participara el primer Miguel Hernández en sus inicios poéticos; para dar paso a una toma de postura del escritor y del artista ante la realidad, así como a un arte y una literatura caracterizados por rasgos neorománticos y existenciales, y, llegado el momento también sociales y de compromiso político, de los que participan tanto la poesía como la vida de Miguel Hernández.
Asimismo, en tal etapa el surrealismo cumple una importante función en la poesía española del momento; si entendemos dicho movimiento vanguardista no solo como una tendencia que postula el irracionalismo a partir de la técnica de la escritura automática, sino como una cosmovisión que implica toda la vida y la creación del artista y del escritor, y particularmente del poeta, basada en una alianza del lema de cambiar el mundo (como Carlos Marx postulara) y de cambiar la vida (como propusiera Arthur Rimbaud).
ETAPAS DE UNA TRAYECTORIA LÍRICA
Dentro de los límites cronológicos en que se crea la poesía de Miguel Hernández (1930-1942), podemos establecer distintos momentos por los que va transcurriendo la lírica española, para advertir cómo la obra hernandiana se va incardinando en ellos, aportándoles su acusada personalidad.
A finales de los años veinte e inicio de los treinta, agonizan los postulados y la producción de la poesía pura, barridos por las crisis personales de algunos de sus cultivadores y por las nuevas circunstancias históricas. Pero aún pervive el último aliento de una poesía neogongorina, surgido a partir de la celebración del tercer centenario de la muerte de Góngora, que daría lugar al nacimiento de la llamada generación del 27.
Miguel Hernández sería deudor de tal tendencia neo-gongorina en su primer libro publicado, Perito en lunas (1933), matizada su deuda con el poeta cordobés por influencias de Calderón de la Barca, de los poemarios gongorinos de Rafael Alberti y de Gerardo Diego, así como de la poesía pura de Jorge Guillén.
Pero pronto, desde los inicios de los años treinta, el surrealismo, el «nuevo romanticismo» (recordemos el libro de José Díaz Fernández que lo postula: El nuevo romanticismo. Polémica de arte, política y literatura, 1930) y la «poesía sin pureza» dejan sentir su influencia en nuestra lírica, así como también en la poesía de Miguel Hernández, quien, ligando poesía y vida, plasmando su «yo» en el poema a través de la intensificación del sentimiento, logra crear, dentro de la corriente de rehumanización que recorre nuestra poesía, El rayo que no cesa (1936), un extraordinario hito en su trayectoria lírica. También, debido a su amistad con Vicente Aleixandre y Pablo Neruda, entra en contacto, avanzada la década, con el surrealismo.
La rehumanización, dadas las circunstancias históricas y las confrontaciones sociales en la España de los años treinta, con la desembocadura en la guerra civil, lleva al compromiso, a una toma de partido de los escritores con una u otra causa. Distintos poetas se ponen del lado de la República y del pueblo. Surge de ese modo una poesía de circunstancias, cultivada por poetas del 27 como Rafael Alberti, Emilio Prados, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre y otros, y plasmada, por ejemplo, en el romancero de la guerra civil.
Miguel Hernández también abraza la causa popular, plasmada, una vez que se desencadena la guerra civil, en su lucha dentro del bando republicano, y expresada líricamente en obras como Viento del pueblo. Poesía en la guerra (1937) y El hombre acecha (1939), en las que, en mayor o menor medida, aparecen los ingredientes característicos del momento: lo político y lo social, impregnados, en el caso concreto de Miguel Hernández, por lo existencial (su ámbito familiar, con la esposa y el hijo; pero también la tierra). Y deriva la trayectoria hermandiana —una vez que los militares han ganado la guerra y han derrotado la causa republicana, con todo lo que ella implicara histórica y culturalmente— en una poesía neotradicionalista, tanto en los temas como en la métrica. Un tipo de poesía, que ya comenzara a apuntarse poco antes de la guerra civil, y cultivada, por otra parte, por poetas del bando vencedor de la contienda (Panero, Vivanco, Ridruejo, Rosales...), aunque con un sentido muy diferente del hernandiano.
Miguel Hernández termina siendo encarcelado tras la guerra debido a sus posiciones políticas y a su intervención en la contienda en el bando republicano; y, en la cárcel, cultivará un nuevo tipo de lírica, si tradicional y popular en su métrica, claramente rehumanizadora en su contenido, dentro de una vía de esencialidad que prometía abrir nuevos caminos en su creación poética. Fruto de ella es el libro Cancionero y romancero de ausencias, escrito entre 1938 y 1941, y que, aunque conocido parcialmente en diversas antologías, sería publicado como tal, exento, fuera de España, en 1958.
Así pues, en consonancia con la evolución de la poesía española de aquel momento histórico (agotamiento de la poesía pura y el neogongorismo, aparición de una poesía rehumanizada con ramificaciones surrealistas, neorománticas e impuras, posterior aparición de una poesía de circunstancias con ingredientes políticos y sociales, para derivar en una poesía neotradicionalista), la de Miguel Hernández parte de un neogongorismo inicial, para una poesía rehumanizada, sigue por una lírica de circunstancias, con lo político y lo social como centro, para terminar en una muy alta y personal cima en la que se conjugan lo tradicional-popular con lo personal y familiar, engarzados mediante una delgada estética esencializadora.
Parecería que el poeta, en su derrota —que es la del pueblo español junto al que viviera y luchara—, en su desarraigo, en su angustia, en su melancolía, en medio de todas sus pérdidas, hubiera alcanzado un extraño equilibrio, una extraña armonía, una extraña serenidad, atravesadas, es verdad, por cierta tristeza y cierta melancolía, recurriendo a sus emblemas más vitales en aquellos amargos momentos: