Monstruos al acecho
Por Lorena A. Falcón
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Te hago una pregunta: cuando te acurrucas entre las mantas por la noche con tu libro de terror preferido, ¿revisas debajo de la cama antes?
Tal vez, deberías…
Para los amantes de las narraciones escalofriantes, una colección de cuentos breves para permanecer la noche en vela.
En todos los relatos hay un monstruo, aunque no siempre se oculta donde esperas. Si no, ¿cómo podría asustarte? Cada personaje intenta huir, sobrevivir, ¿crees que tú lo conseguirías?
Adéntrate en sus historias y averígualo.
¡Cuidado! Alguna de estas pesadillas puede ser la tuya.
Lorena A. Falcón
📝 Creadora de libros diferentes con personajes que no olvidarás. 🙃 Soy una escritora argentina, nacida y radicada en Buenos Aires. Amante de los libros desde pequeña, escribo en mis ratos libres: por las noches o, a veces, durante el almuerzo (las mañanas son para dormir). Claro que primero tengo que ser capaz de soltar el libro del momento. Siempre sueño despierta y me tropiezo constantemente. 📚 Novelas, novelettes, cuentos... mi pasión es crear. Me encuentras en: https://linktr.ee/unaescritoraysuslibros https://twitter.com/Recorridohastam https://www.instagram.com/unaescritoraysuslibros http://www.pinterest.com/unaescritoraysuslibros
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Monstruos al acecho - Lorena A. Falcón
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MONSTRUOS AL ACECHO
(cuentos)
Lorena A. Falcón
Copyright © 2021 Lorena A. Falcón
Primera edición.
Todos los derechos reservados.
Cover Design by James, GoOnWrite.com
Introducción
El ruido era insoportable, aunque peor fue el silencio.
En cuclillas, como estaba en la cocina, aún vivía.
Las manos le temblaban y estaban pegoteadas, no podría limpiarlas... ¿nunca?
Si sabía dónde estaba él, podría encontrar por dónde escapar.
Rezó para volver a oír pasos aproximándose.
Cuando sintió que se le acercaban, se dio la vuelta; la punzada se incrustó en su hombro.
Se giró y casi esquivó el siguiente golpe…, casi.
El hacha estaba a centímetros de su cara.
Sintió cómo le rajaba el cuerpo y la sangre empezaba a correr.
Se abalanzó contra su atacante y cayeron juntos al suelo.
Después de todo, el hacha es un arma de doble filo.
Primer monstruo
El ruido era insoportable, aunque peor fue el silencio.
Ella estaba escondida en el baño desde no sabía cuándo. Tampoco recordaba en qué momento había dejado de escuchar los ruidos, sus ruidos.
Seguramente, se había quedado dormida durante unos instantes; esperaba que no hubieran sido muchos.
¿Y si él estaba del otro lado de la puerta?
No le quedaba más opción que abrirla, por lo menos una rendija, una sola. Necesitaba ver qué había del otro lado.
Se mordió el labio y contuvo la respiración mientras giraba el picaporte. Rogaba que la puerta no hiciera ruido, que él no pudiera verla, que no estuviera allí, esperando…
Se detuvo y aguantó un escalofrío. Se clavó los dientes en los labios con más fuerza y no tardó en sentir el gusto a sangre. Casi se le escapó un gemido, pero lo pudo contener. Tragó saliva, cerró los ojos un momento y luego siguió girando el picaporte.
Debía saber si él estaba detrás de la puerta; tenía que salir del baño, no podía quedarse allí para siempre, mucho menos si quería huir. Y ese era el plan: escapar de aquella casa donde él la acechaba.
Había comenzado a llamarlo «él» porque no sabía de qué otra manera hacerlo. Parecía hombre por su forma de caminar, aunque solo había visto su silueta, no lograba discernir su rostro, ni siquiera cuando la luz le daba de lleno.
Volvió a apretar los párpados y otro escalofrío le recorrió el cuerpo. No debía pensar en ello, se había prometido que no pensaría en ello, por eso lo había llamado «él»; después de todo, no importaba quién o qué la perseguía, la solución era la misma: huir.
Logró abrir la puerta sin hacer ruido, lo cual no era sencillo: esa maldita casa sonaba por doquier como si quisiera que ella fuera descubierta, como si fuera un juego para ella. Y tal vez lo fuera, a lo mejor él y la casa estaban confabulados en su contra. Contuvo una risa histérica que estuvo a punto de escapársele. No pararía nunca si empezaba. Tragó saliva y trató de inspirar hondo en silencio.
Cuando sintió que se calmaba, se inclinó hacia la rendija que había creado. Su mano resbaló un poco del picaporte y, en su esfuerzo por no perder el agarre, la puerta se abrió más de la cuenta. Se sintió expuesta. Estuvo a punto de echarse hacia atrás, pero la escena frente a ella le llamó la atención: había algo que no cuadraba, una sombra que estaba fuera de lugar. No estaba segura de por qué hasta que la sombra se movió y avanzó hacia ella, con demasiada lentitud, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Cerró la puerta de un golpe y apoyó la espalda contra ella, pero luego se alejó de un salto. ¿Y si era capaz de atravesar las paredes? ¿Y si tenía un hacha, como en las películas…?
Esa vez tuvo que taparse la boca para contener la risa.
¿Qué le pasaba? Un asesino la perseguía en su propia casa y ¿a ella le daba por reír?
Después de tranquilizarse, comprobó la puerta: no tenía puesta la traba, no tenía traba.
«Ojalá tuviera llave, pero… quedaría encerrada y él…».
Él sabía que ella estaba allí, entonces, ¿por qué no entraba?
Ella se acercó un poco con cautela y se inclinó hacia delante. Contuvo la respiración mientras acercaba el ojo a la cerradura. Aunque sabía que eso no era muy sabio, no podía evitarlo, debía saber…, debía saber si él estaba del otro lado o no.
Al principio, no pudo ver nada, todo era oscuridad. Luego notó matices, había diferentes tonos de negrura, algunos más oscuros, otros más fluidos, unos cuantos opacos, unos pocos que brillaban con una luz interna y, de repente, se abrió un agujero... Un hueco que parecía una boca y después unos dientes y una lengua que se movía ondulante.
Se alejó de la puerta y se golpeó la espalda contra el lavabo.
Del otro lado, le pareció escuchar una risa baja y luego el roce de pies contra el piso. El picaporte tembló.
Ella echó otro vistazo alrededor, como si el baño pudiera haber cambiado, como si mágicamente pudiera haber aparecido una salida. No había nada, solo la pequeña ventilación de un aseo cualquiera.
Regresó su atención a la puerta. Se abría lentamente. Él todo lo hacía con calma, eso era lo más exasperante. Tal vez, si él hubiera actuado de otra manera, ella habría escapado antes; a lo mejor, se habría dado cuenta antes de que estaba en peligro, en vez de estar ahora….
Apretó los puños. No, no podía rendirse, no estaba lista todavía para… Quería vivir, ¡le quedaba tanto por hacer! ¿Por qué le pasaba esto a ella? Justo ahora que había conseguido su propio lugar: una casa que podía llamar hogar. Era suya, ¿cómo se le ocurría a él quitarle lo que era suyo?
La puerta no había terminado de abrirse cuando ella se embaló hacia delante. Debía sorprenderlo. Si tenía suerte, él tardaría en reaccionar.
Corrió hacia el comedor y le sorprendió no llevarse ningún mueble por delante. Se abalanzó contra la puerta y casi arrancó el picaporte del tirón que le dio antes de saltar para atravesar el umbral… y caer de lleno contra la cama.
Se incorporó, confusa, y sacudió la cabeza; estaba en penumbras. Eso no la sorprendía, no se había molestado en prender las luces, ¿para qué? No tenía dudas de que él lo apagaría todo, ¿de qué otra forma podría sobrevivir una sombra? No, era eso lo que le había extrañado.
Tanteó la silueta que tenía en frente, sí, era un colchón…, pero ese no podía ser el dormitorio. Estaba segura de que había corrido hacia la puerta de salida. Después de todo, estaba en la planta baja y el dormitorio se encontraba en el primer piso. Era cierto que había otro baño en ese piso, pero… ella se encontraba abajo…
Él la había engañado. No había otra explicación. Entre las sombras, la había llevado al piso de arriba, al baño superior y ahora, seguramente, aguardaba junto a las escaleras, la única forma de bajar…
«Tendré que salir por la ventana, ¿cuántos metros pueden ser hasta el suelo? No importa si me rompo una pierna o ambas, debo salir».
Aunque, en realidad, sí debía tener eso en cuenta: necesitaba correr para alejarse de allí.
Se acercó a la ventana y miró hacia abajo, se encontraba casi al ras del suelo.
—Esto no es posible —susurró.
Sintió ruidos a su espalda y notó que las sombras se movían a la par del viento que entraba por la ventana. ¿Eran solo sombras o era él? Difícil de saber.
Quizás tendría que haber buscado un poco de luz desde el principio, pero ¿dónde habría una linterna? ¿Tenía una? Sabía que en la cocina había velas, las había visto. Le habían dicho que no era normal que se cortara la electricidad, pero allí estaba ahora, a oscuras y con alguien más…, algo más haciéndole compañía. Oyó un chirrido y una sombra en la puerta se tornó más oscura; ella se volteó hacia la ventana y volvió a mirar hacia abajo: ahora el piso se encontraba a varios metros de distancia.
—No puede ser —murmuró a la vez que retrocedía.
Cuando se giró, se vio envuelta en la más oscura sombra, que además era corpórea, tenía manos y dedos que se enroscaron en sus muñecas.
—¡No! —gritó ella y pataleó y mordió hasta que percibió un sabor amargo en la boca y oyó un chillido.
La sombra la soltó y ella pudo correr escaleras… ¿arriba? ¿Qué estaba pasando con esa casa?
«A lo mejor todo esto es solo una pesadilla», se dijo sin dejar de correr y mirar hacia todos lados en busca de una salida.
Llegó hasta la puerta de una de las habitaciones al fondo del pasillo. Era un cuarto pequeño, ni siquiera podía llamarse dormitorio ya que no entraba ni una cama. Sin embargo, podía usarse como baulera. Tal vez encontrara allí una linterna o alguna otra herramienta que le sirviera.
Abrió la puerta de un tirón y se quedó mirando la bañera frente a ella.
¿Qué hacía la bañera ahí? Ese no podía ser el baño, ese no debía ser el baño, ¡no podía ser ninguno de los dos baños!
Echó un vistazo atrás por sobre su hombro, él la observaba desde el umbral de la habitación de la cual había escapado. Si allí estaba el dormitorio… «¿Acaso no había subido las escaleras?».
—No, no —dijo a la vez que retrocedía.
Se detuvo de golpe, cuando recordó que él estaba a su espalda. Estaba detrás, pero no se acercaba. ¿Por qué no se acercaba? ¿Acaso lo único que quería era acecharla?
Se volvió hacia él. Le haría frente. Avanzó un paso y él levantó una mano, que se estiró hasta quedar puntiaguda como un puñal, y luego sonrió.
Ella reculó.
Él avanzó un paso y