Rabell Falls
Por Clara Ann Simons
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Tras una infancia difícil desprovista de cualquier atisbo de amor, la fría y calculadora Julia Cooper vuelve al pequeño pueblo de Rabell Falls en las montañas de Vermont para destruir el último recuerdo que queda de su infancia.
Para Kate Griffin, el hotel rural que posee su familia junto al lago es toda su vida. De carácter afable y confiado, se desvive por preservar el ecosistema de la zona y mantener las señas de identidad del hotel.
Ambas mujeres no pueden ser más distintas. El problema es que la motivación que mueve a cada una de ellas también lo es y su encuentro saca a la luz viejos recuerdos ya olvidados.
Descubre la historia de Julia y Kate en esta novela romántica donde ambas necesitarán hacer sacrificios para conseguir lo que desean.
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Rabell Falls - Clara Ann Simons
Si tuviese amigos, me llamarían Jules
Julia borró el mensaje y apagó la pantalla del teléfono móvil. Casi admiraba su persistencia y tenacidad; sería lógico haber abandonado hace ya mucho tiempo y ya no sabía qué debía hacer para que la dejasen en paz de una vez. Ellos en cambio, seguían intentándolo, incluso cambiando de número de teléfono.
¿Acaso no estaba lo suficientemente claro que no quería saber nada de ellos? Al fin y al cabo, sus padres tampoco habían querido saber nada de su vida, sobre todo tras el divorcio. Ya no era la pequeña Julia de doce años que se encerraba en el baño a llorar mientras sus padres discutían y se gritaban como si estuviesen locos, ahora era una mujer adulta y totalmente independiente.
Lo había sido desde muy joven; tras el divorcio, la falta de atención de sus padres y el continuo ir y venir entre ambas casas y la de su abuela cambiando casi cada año de instituto la habían hecho madurar muy rápido. Quizá demasiado.
—¡Que les den! —exclamó entre susurros mientras revisaba los números de la que sería su siguiente adquisición antes de llamar a su mano derecha en la empresa.
Mark Troy se había convertido en una pieza casi fundamental para el negocio, aunque a Julia, a veces, le costase aceptarlo. Casi tan ambicioso como ella, no le importaba dedicar horas y horas a analizar los interminables datos financieros de las empresas que serían su objetivo, digiriéndolos para presentárselos a los inversores de la manera más atractiva posible.
Mark era lo que en el mundo de las finanzas llamaban un quant
alguien capaz de utilizar modelos matemáticos para conseguir una ligera ventaja sobre los competidores, y Julia nunca había trabajado con un quant mejor que él.
—Ya está todo analizado, Julia—anunció Mark orgulloso nada más entrar en el despacho.—No creo que tengamos problema para convencer a los inversores, si se cierran el sesenta por ciento de las operaciones de la empresa, el cash flow empieza a ser positivo a partir del segundo año y podemos trocear las distintas divisiones vendiéndolas por partes.
—¿De cuántos despidos estamos hablando? —preguntó Julia sin dejar de mirar a través de la enorme ventana de su despacho en pleno distrito financiero de Boston.
—De unos cuatrocientos, habrá que negociar con los sindicatos, pero en estos momentos nos ven casi como a unos héroes que venimos a salvar su barco a la deriva—admitió Mark.
—Bien, concreta una reunión con los posibles inversores para dentro de una semana, estaré unos días fuera—anunció Julia—y, por favor, Mark, quiero que todos los números cuadren a la perfección y que cada inversor reciba un dosier en color con la propuesta, ya sabes lo mucho que le gustan a los fondos buitre los gráficos.
—Y que negociemos los despidos por ellos—añadió el matemático casi como un robot.
Realmente Mark no era matemático, tenía un doctorado en física cuántica por una prestigiosa universidad, pero en la empresa casi todos se referían a él como el matemático
o simplemente el quant. Su trabajo analizando datos financieros le proporcionaba un salario muy superior al que conseguiría dando clases en cualquier universidad o trabajando como investigador, aunque Julia nunca se había detenido a preguntarle si lo disfrutaba, ni siquiera se lo había planteado.
—Julia, otra cosa—añadió Mark antes de salir del despacho.
—Dime.
—He estado dando vueltas a lo de la compra del hotel rural ese en Vermont y sigo sin verlo. Lo siento, no pretendo dudar de tu olfato para las operaciones financieras, nos has llevado muy lejos, pero por más simulaciones que hago me sigue pareciendo un negocio que no está a la altura del resto de nuestras adquisiciones—reconoció el quant bajando la mirada.
—Tengo mis motivos, limítate a prepararme los números que te he pedido y que la semana que viene estén listas las propuestas de los estudios de arquitectura para remodelar el hotel. Del resto ya me ocupo yo, mañana partiré hacia allí para analizarlo sobre el terreno—replicó Julia muy seria.
Una vez que Mark abandonó el despacho y se quedó sola, Julia no pudo evitar reflexionar sobre la adquisición del pequeño hotel rural sin apartar la vista de la ventana. Al día siguiente partiría hacia Rabell Falls, una pequeña población en el estado de Vermont para arrasar hasta la última piedra de aquel hotel rural y convertirlo en un moderno centro de convenciones en miniatura para que las empresas y los hípsters ricos pudiesen hacer retiros junto al lago o en la temporada de esquí.
Reconoció que Mark tenía razón, había dado en el clavo con su comentario sobre la adquisición, era cierto que no estaba a la misma altura que el resto de sus operaciones habituales, ni siquiera cerca de ellas. Sin embargo, esta no era en modo alguno una operación habitual; se trataba de algo personal, como cuando hacía tres años compró la empresa donde trabajaba su padre para cerrarla. Aquella vez apenas consiguieron cubrir los gastos y poco más, con el consiguiente enfado de uno de los fondos buitre con los que trabajaban.
Al menos en este caso, el hotelito rural de Rabell Falls significaba una inversión lo suficientemente pequeña como para poder asumirlo con los fondos propios de su empresa, sin necesidad de inversores externos.
Ese pequeño hotel era el último escollo que le quedaba para romper con su pasado; una vez que acabase con él, no habría nada que le recordase a la Julia asustada y frágil de años atrás. Ni a sus padres.
Y de todos sus recuerdos de cuando era niña, el maldito hotel era una espina que tenía clavada desde hacía muchos años, odiaba ese hotel con todas sus fuerzas.
Recordaba aquel aciago verano cuando todavía era una niña, cuando acompañó a sus padres a pasar una semana de vacaciones en un pequeño hotel junto a un lago en la localidad de Rabell Falls, en el estado de Vermont. Supuestamente era la oportunidad para arreglar las cosas entre ellos, aunque acabó siendo el detonante que se llevaría por delante su matrimonio. Es más que probable que ese matrimonio estuviese ya herido de muerte, pero a partir de esas vacaciones todo se precipitó demasiado rápido.
De sus recuerdos de aquel verano solamente guardaba gritos y más gritos, lloros, frustración, desesperación. La sensación de ser la hija que nadie quería. Odiaba ese hotel con toda su alma.
La alarma del teléfono sonó de improviso sacándola de sus pensamientos y con un suspiro recordó que había quedado para comer con Jacob Harmon.
Ya pasada la edad de jubilación, Harmon era una especie de leyenda en el mundo de los fondos buitre, temido e idolatrado a partes iguales entre sus compañeros y competidores. A pesar de la diferencia de edad, era lo más parecido que Julia tenía a un amigo.
Poco después de terminar la facultad supo reconocer el potencial de aquella joven que se pasaba horas y horas trabajando sin importarle nada más en la vida. Fue entonces cuando la tomó bajo su tutela y se convirtió en su mentor, fue él quien le enseñó a canalizar la ira, la frustración y el odio que llevaba dentro y convertirlas en algo productivo. El viejo zorro le desveló valiosos trucos del oficio y la convirtió en lo que era hoy en día, volviéndose aún más rico en el proceso.
—Perdona, Jacob, se me ha hecho un poco tarde, ya sabes que estamos preparando una adquisición importante—se disculpó al llegar a la mesa de uno de los restaurantes más lujosos del distrito financiero.
—Tranquila, Julia, yo acabo de llegar también, he aprovechado para observar a las otras mesas—respondió el viejo inversor esbozando una sonrisa.
Ni siquiera necesitaba dar una explicación, Julia sabía perfectamente las reglas del juego y era consciente de que a esos restaurantes no se va solamente por la comida sino que es mucho más importante dejarse ver y enviar un mensaje. Nada más enfocar su mirada tres mesas hacia la derecha se dio cuenta de que los representantes de dos grandes bancos de inversión estaban sentados junto a los directivos de una empresa de software puntera de la zona de Cambridge.
—Lo que tú suponías—musitó de manera críptica asintiendo con la cabeza ante la sonrisa de satisfacción del viejo zorro.
—Por cierto, Julia, estaría muy interesado en aumentar mi participación en la nueva adquisición, ¿habéis terminado de analizarla? —inquirió inclinándose hacia ella y bajando la voz.
—Mark está poniendo en orden los análisis y vamos a concretar una reunión la próxima semana con posibles inversores para la primera ronda de financiación, aunque por supuesto ya sabes que tu fondo tiene prioridad a la hora de