El Contrato Social - Rousseau
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Rousseau argumenta que este contrato social es la única fuente legítima de autoridad política, y que cualquier gobierno que no respete la voluntad general del pueblo es ilegítimo. El autor subraya la importancia de la igualdad entre los ciudadanos y advierte contra los peligros de las desigualdades económicas y políticas, que pueden corromper la sociedad y erosionar la libertad individual.
Desde su publicación, El contrato social ha influido profundamente en movimientos revolucionarios y ha sido objeto de numerosas interpretaciones y debates. La obra continúa siendo relevante por su visión de la democracia, la soberanía popular y la crítica al poder concentrado. Su enfoque en la participación ciudadana y la necesidad de leyes que reflejen la voluntad general sigue resonando en discusiones sobre la justicia social y los derechos civiles en la actualidad.
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El Contrato Social - Rousseau - Jean Jaques Rousseau
Jean-Jacques Rousseau
EL CONTRATO SOCIAL
Título original:
Du contrat social
Primera edición
img1.jpgSumario
PRESENTACIÓN
EL CONTRATO SOCIAL
Libro I
Libro II
Libro III
Libro IV
PRESENTACIÓN
img2.jpgJean-Jacques Rousseau
1712-1778
Jean-Jacques Rousseau fue un filósofo, escritor y compositor suizo, considerado uno de los pensadores más influyentes de la Ilustración. Nacido en Ginebra, sus ideas y obras han dejado una profunda huella en el pensamiento político, social y educativo. Rousseau abogó por la libertad individual, la igualdad y el retorno a una vida más sencilla y natural, ideas que influyeron en la Revolución Francesa y el desarrollo de la teoría democrática moderna.
Primeros años y educación
Rousseau nació en una familia protestante, y su infancia estuvo marcada por la muerte prematura de su madre. Dejó Ginebra a los 16 años, y tras vagar por varios lugares de Europa, se estableció en París, donde comenzó a desarrollar su pensamiento filosófico. Aunque autodidacta, Rousseau fue un apasionado lector, lo que le permitió nutrirse de las ideas de su tiempo y cultivar su propio estilo reflexivo. Su obra Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres
(1755) es una crítica al estado de la civilización moderna.
Carrera y contribuciones
Rousseau creía que el hombre, en su estado natural, es bueno y que la sociedad lo corrompe. Esta idea se refleja en su obra más famosa, El contrato social
(1762), donde propone que la autoridad política legítima proviene de un acuerdo entre los individuos libres, no de la imposición de un monarca. Rousseau defendió la noción de la voluntad general, que debería guiar el gobierno en beneficio de la comunidad.
Otra de sus obras significativas es Emilio, o De la educación
(1762), donde expone sus ideas sobre la educación, abogando por un enfoque más natural y menos represivo, centrado en el desarrollo del niño y sus intereses. Este texto influyó enormemente en la pedagogía moderna y en el concepto de educación progresista.
Impacto y legado
Las ideas de Rousseau marcaron un punto de inflexión en el pensamiento político y social de su época. Aunque vivió en tiempos previos a la Revolución Francesa, su pensamiento sirvió de base para los ideales de libertad, igualdad y fraternidad que impulsaron dicho movimiento. Asimismo, Rousseau es considerado precursor del romanticismo, por su exaltación de los sentimientos y la naturaleza en contraposición a la razón pura.
Su obra también fue clave en la configuración de teorías políticas democráticas, inspirando a filósofos como Karl Marx y John Locke, y sus reflexiones sobre la desigualdad siguen siendo debatidas en la actualidad. La influencia de Rousseau se extiende a diversas áreas, desde la política hasta la educación y la literatura, y sus ideas continúan siendo objeto de estudio y análisis.
Jean-Jacques Rousseau murió en 1778 en Ermenonville, Francia. Aunque sus obras generaron controversia en vida, su legado ha perdurado como uno de los más importantes en la historia del pensamiento occidental. Sus escritos sobre el poder político, la naturaleza humana y la educación transformaron la manera en que se concebía la sociedad, y siguen siendo una fuente de inspiración para movimientos democráticos y humanistas en todo el mundo.
Sobre la obra
El contrato social de Jean-Jacques Rousseau es una obra fundamental en el pensamiento político moderno que explora las bases del orden político y la legitimidad del poder. Rousseau desafía la idea de que la autoridad política deriva de un derecho divino o de la fuerza, y en su lugar propone que la soberanía reside en el pueblo. La obra examina cómo los individuos, al unirse en una sociedad civil, acuerdan un contrato
por el cual ceden parte de su libertad natural para obtener la libertad civil y moral dentro de un marco legal justo.
Rousseau argumenta que este contrato social es la única fuente legítima de autoridad política, y que cualquier gobierno que no respete la voluntad general del pueblo es ilegítimo. El autor subraya la importancia de la igualdad entre los ciudadanos y advierte contra los peligros de las desigualdades económicas y políticas, que pueden corromper la sociedad y erosionar la libertad individual.
Desde su publicación, El contrato social ha influido profundamente en movimientos revolucionarios y ha sido objeto de numerosas interpretaciones y debates. La obra continúa siendo relevante por su visión de la democracia, la soberanía popular y la crítica al poder concentrado. Su enfoque en la participación ciudadana y la necesidad de leyes que reflejen la voluntad general sigue resonando en discusiones sobre la justicia social y los derechos civiles en la actualidad.
EL CONTRATO SOCIAL
Libro I
Me he propuesto investigar si existe dentro del orden civil alguna regla de administración legítima y segura, considerando los hombres como son y las leyes como pueden ser. En este examen procuraré unir siempre lo que permite el derecho con lo que dicta el interés, a fin de que no estén separadas la utilidad y la justicia.
Empiezo a desempeñar mi objeto sin probar la importancia de semejante asunto. Se me preguntara si soy acaso príncipe o legislador para escribir sobre política. Contestaré que no, y que este es el motivo porque escribo sobre este punto. Si fuese príncipe o legislador, no perdería el tiempo en decir lo que es conveniente hacer: lo haría o callaría.
Siendo por nacimiento ciudadano4 de un Estado libre y miembro del soberano, por poca influencia que mi voz pueda tener en los negocios públicos me basta el derecho que tengo de votar para imponerme el deber de enterarme de ellos: ¡mil veces dichoso, pues siempre que medito sobre los gobiernos, hallo en mis investigaciones nuevos motivos para amar el de mi país!
Capítulo I - Asunto de este libro primero
El hombre ha nacido libre, y en todas partes se halla entre cadenas. Créese alguno señor de los demás sin dejar por esto de ser igualmente esclavo. ¿Cómo ha tenido efecto este cambio? Lo ignoro. ¿Qué cosas pueden legitimarla? Me parece que podré resolver esta cuestión.
Si no considero más que la fuerza y sus efectos, diré: cuando un pueblo se ve forzado a obedecer, hace bien si obedece; pero tan pronto como puede sacudirse el yugo, si lo sacude, obra mucho mejor; pues recobrando su libertad por el mismo derecho con que se la han quitado, o tiene motivos para recuperarla, o no tenían ninguno para privarle de ella los que tal hicieron. Pero el orden social es un derecho sagrado que sirve de base a todos los demás. Este derecho, sin embargo, no viene de la naturaleza; luego se funda en convenciones. Tratase pues de saber que convenciones son éstas. Más antes de llegar a este punto, es necesario que funde lo que acabo de enunciar.
Capítulo II - De las primeras sociedades
La sociedad más antigua de todas, y la única natural, es la de la familia; y en esta sociedad, los hijos sólo dependen del padre el tiempo necesario para su conservación. Desde el momento en que cesa esta necesidad, el vínculo natural se disuelve. Los hijos, libres de la obediencia que debían al padre, y el padre, exento de los cuidados que debía a los hijos, recobran igualmente su independencia. Si continúan unidos, ya no es naturalmente, sino por su voluntad; y la familia misma no se mantiene sino por convención.
Esta libertad común es una consecuencia de la naturaleza del hombre. Su principal deber es velar por su propia conservación, sus principales cuidados los que se debe a sí mismo; llegado a la edad de la razón, siendo el juez de los medios propios para conservarse, se convierte en su propio dueño.
Es pues la familia, si así se quiere, el primer modelo de las sociedades políticas: el jefe es la imagen del padre, y el pueblo es la imagen de los hijos; y habiendo nacido todos iguales y libres, sólo enajenan su libertad por cierta utilidad. Toda la diferencia consiste en que en una familia, el amor del padre hacia sus hijos le recompensa el cuidado que de ellos ha tenido; y en el Estado, el gusto de mandar suple el amor que el jefe no tiene a sus pueblos.
Grocio niega que todo poder humano se haya establecido en favor de los gobernados, y pone por ejemplo la esclavitud. La manera de razonar, que más constantemente usa, es que establece el hecho como fuente del derecho1. Bien podría emplearse un método más consecuente, pero no se hallaría uno que fuese más favorable a los tiranos.
Según Grocio resulta dudoso, si el género humano pertenece a un centenar de hombres, o si este centenar de hombres pertenecen al género humano; y según se deduce de su libro, él se inclina a lo primero: del mismo parecer es Hobbes. Así el género humano resulta dividido en rebaños, cada uno con su jefe, que le guarda para devorarle.
Así como un pastor de ganado es de una naturaleza superior a la de su rebaño, así también los pastores de hombres, que son sus jefes, son de una naturaleza superior a la de sus pueblos. Así razonaba con Filón, el emperador Calígula, concluyendo de esta analogía que los reyes eran dioses, o que los pueblos eran bestias.
Este argumento de Calígula corresponde al de Hobbes y al de Grocio. Aristóteles había dicho, antes que ellos, que los hombres no son naturalmente iguales, sino que los unos nacen para la esclavitud y los otros para la dominación.
No dejaba de tener razón; pero tomaba el efecto por la causa. Todo hombre nacido en la esclavitud, nace para la esclavitud; nada más cierto. Viviendo entre cadenas los esclavos lo pierden todo, hasta el deseo de librarse de ellas; quieren su servidumbre como los compañeros de Ulises querían su brutalidad. Luego si hay esclavos por naturaleza, es porque ha habido esclavos contra naturaleza. La fuerza ha hecho los primeros esclavos, su vileza los ha perpetuado.
Nada he dicho del rey Adán ni del emperador Noé, padre de los tres grandes monarcas que se dividieron el Universo, como hicieron los hijos de Saturno, a quienes se ha creído reconocer en ellos. Espero que se me tenga a bien esta moderación; pues descendiendo directamente de unos de estos príncipes, y quizás de la rama primogénita, ¿quién sabe si hecha la comprobación de los títulos, me encontraría legítimo rey del género humano? Sea lo que fuere, no se puede dejar de confesar que Adán fue soberano del mundo, como Robinson de su isla, mientras que le habitó solo; y lo que tenía de cómodo su imperio era que seguro sobre su trono, no tenía que temer ni rebeliones, ni guerras, ni conspiraciones.
Capítulo III - Del derecho del más fuerte
El más fuerte nunca lo es bastante para dominar siempre, si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber. De aquí viene el derecho del más fuerte; derecho que al parecer se toma irónicamente, pero que en la realidad se ha erigido en principio. ¿Habrá empero quién nos explique qué significa esta palabra? La fuerza sólo es un poder físico; y no puedo pensar que moralidad pueda resultar de sus efectos. Ceder a la fuerza es un acto de necesidad y no de voluntad; cuando más es un acto de prudencia. ¿En qué sentido pues se considerara como derecho?
Aceptemos por un momento este pretendido derecho. Resultará de seguro una confusión inexplicable; pues si admitimos que la fuerza es la que constituye el derecho, el efecto cambia de lugar con la causa, pues cualquier fuerza que supere a la anterior cambiará el derecho. Luego que impunemente se puede desobedecer, se hace legítimamente: y puesto que el más fuerte tiene siempre la razón, sólo se trata de que uno procure serlo. Según esto, ¿qué es un derecho que se deja de serlo cuando la fuerza cesa? Si se ha de obedecer por fuerza, no es necesario obedecer por deber; pues cuando la fuerza a uno no le hace obedecer, tampoco existe el obedecer por deber. Se ve pues que esta palabra derecho nada añade a la fuerza, ni tiene aquí significación alguna.
Obedeced al poder. Si esto quiere decir, ceded a la fuerza, el precepto es bueno, aunque del todo inútil; yo fiador que no será violado jamás. Reconozco que todo poder viene de Dios, también vienen de él las enfermedades; ¿se dice por esto que esté prohibido llamar al médico? Si un bandido me sorprende en medio del bosque, ¿se pretenderá que no sólo le dé por fuerza mi bolsillo, sino que, aun cuando pueda ocultarlo y quedarme con él, esté obligado en conciencia a dárselo? pues al cabo la pistola que el ladrón tiene en la mano no deja de ser también un poder.
Convengamos pues en que la fuerza no constituye derecho, y en que sólo hay obligación de obedecer a los poderes legítimos. De este modo volvemos siempre a mi primera cuestión.
Capítulo IV - De la esclavitud
Ya que por naturaleza nadie tiene autoridad sobre sus semejantes y puesto que la fuerza no produce ningún derecho, sólo quedan las convenciones como base de toda autoridad legítima entre los hombres.
Si un particular —dice Grocio— puede enajenar su libertad y hacerse esclavo de un dueño, ¿por qué todo un pueblo no ha de poder enajenar la suya y hacerse súbdito de un rey?
Hay en esta pregunta muchas palabras equívocas que necesitarían explicación; pero detengámonos a la palabra enajenar. Enajenar es dar o vender. Ahora bien, un hombre que se hace esclavo de otro, no se da a éste, sino que se vende para atender su subsistencia; pero, ¿con qué objeto un pueblo se vendería a un rey? Lejos éste de procurar