El diario de Miguel
Por José Luis Ferris
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Comentarios para El diario de Miguel
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Me encanto, y me parece un libro esplendido para conectar con autores de la generación del 27. El diario de Miguel muy bien redactado y entretenido. Sin dudas lo recomendaría.
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El diario de Miguel - José Luis Ferris
Un prólogo necesario
Aunque ya no esté de moda, seguro que sabes lo que es un diario.
Hace tiempo, chicos y chicas como tú guardaban en lugares secretos un pequeño cuaderno en el que anotaban sus sentimientos más íntimos. Escribían en esas páginas todo aquello que sucedía en sus vidas y en su corazón. Allí quedaban reflejados los recuerdos, las experiencias y las sensaciones que, pasados los años, se mantendrían a salvo del tiempo y del olvido.
Muchos de estos diarios solo tienen un valor personal. A nadie le puede interesar su lectura más que a sus dueños, convertidos ya en adultos, aunque únicamente sea para evocar viejas vivencias o momentos casi borrados de la memoria. Pero sucede que, en ocasiones, una historia cualquiera puede convertirse en fascinante o en un ejemplo para los demás. Ese es el caso del libro que tienes en tus manos.
El diario de Miguel sigue siendo un misterio. Faltan muchas de sus páginas y tiene partes deterioradas por la humedad que dificultan la lectura. Hay quien asegura que apareció entre un montón de libros viejos, en un puesto del Rastro de Madrid. Otros afirman que fue comprado en una subasta, junto a otros diarios antiguos. Según su último propietario, un coleccionista de obras originales y raras, el cuaderno fue hallado entre los escombros de una vieja escuela. Un obrero lo rescató del sótano del edificio antes de que lo demolieran para construir sobre él un moderno bloque de oficinas. Puedes creer lo que quieras, incluso que El diario de Miguel nunca existió y que esto es solo un libro creado para tu imaginación y tu deleite. En cualquier caso, sigue siendo una historia conmovedora llena de emoción y de verdad; y eso es, a fin de cuentas, lo único que importa.
El diario de Miguel
20 de febrero
Me llamo Miguel, tengo trece años y soy poeta. Bueno…, poeta, poeta, lo que se dice poeta, aún no lo soy. Pero ese es mi sueño. Ese es mi gran sueño.
Don Ignacio, el maestro, dice que puedo ser poeta y mucho más, que talento no me falta, aunque en mi casa no opinan lo mismo. Mi madre habla poco. Yo creo que se calla todo lo que piensa. Por eso, en el fondo, creo que está de mi parte. Ella quiere que sea feliz y que se haga la voluntad de Dios. Eso es lo que dice, que se haga la voluntad de Dios. El problema, como siempre, es mi padre. Para él no hay mejor oficio que el suyo: cabrero. No se cansa de repetir «de padres cabreros, hijos cabreros». Y de ahí no hay quien lo saque.
Vivimos en una calle larga y en una casa grande y soleada, al pie de un monte. No somos pobres. A la escuela voy siempre limpio y bien peinado. Tenemos un ganado con más de cien cabras y casi cincuenta ovejas. Vendemos leche y lana. Yo ayudo en lo que puedo. Con mi hermano Vicente reparto la leche que se ordeña cada día. También hago de pastor cuando lo manda mi padre. Sé guiar al ganado. Sé silbar para llamar a las cabras distraídas. Las conozco a todas. A muchas les puse yo mismo el nombre: Estrella, Birlocha, Canela, Dulcina, Blanca, Retama… Mi favorita es Lucera, que me sigue a donde voy como un perrillo faldero.
Mi padre sabe que no le hago ascos a nada y que obedezco sin protestar cuando me dice que ayude en las labores del campo, pero si tengo que escoger, elijo la escuela. Con don Ignacio aprendo cosas fascinantes. Dice que soy un alumno de mucho provecho. Eso dice. La escuela está a unos metros de mi casa, detrás del colegio Santo Domingo, un edificio tan grande como una catedral al que acuden cientos de niños de familias importantes. Ellos llevan uniforme. Nosotros, los de mi escuela, vamos cada uno como Dios nos dio a entender, con ropa de calle y sin que