El menonita zen
Por Carlos Velázquez
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Aquí, como en sus libros anteriores, Velázquez no solo consigue mantener el lugar que se ha ganado como uno de los escritores más notables del país, sino que además reafirma su insobornable originalidad. Como autor, se reinventa a sí mismo con esta serie de historias crepitantes. La frontera, el poliamor, el deseo fratricida, el suicidio y la risotada constante burbujean por estas páginas con voracidad radiactiva. A su vez, este conjunto de tramas muestra su evolución como cuentista y su capacidad intacta para situarse dentro de lo mejor de la literatura, esa que está destinada a perdurar.
Una chava fitness que cuando se embriaga sale a buscar sexo con gordos, un menonita que decide dejar de ser lo que su religión exige de él y se inicia en la práctica milenaria de la meditación, un hombre que se convierte en payaso después de que su hermano le arrebata a su esposa son algunas de las criaturas que habitan los relatos de El menonita zen. Un cóctel de situaciones extravagantes con las que el autor nos deslumbrará, con personajes inolvidables, una prosa atrevida y espumeante humor negro. Con su habilidad narrativa, Carlos Velázquez nos demuestra una vez más por qué el cuento es un género mayor.
"Carlos Velázquez ya es un género literario; también es un estilo." ROBERTO PLIEGO, SUPLEMENTO LABERINTO, MILENIO
"Es un genio." ADRIÁN DÁRGELOS, VOCALISTA DE BABASÓNICOS, ENTREVISTA CON GATOPARDO
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El menonita zen - Carlos Velázquez
El fantasma de Coyoacanistán
Algunas parejas viven en armonía. Otras no. Algunas parejas discuten y pelean. Otras no. A algunas parejas las une el amor. O la soledad. A otras el sexo. A Clau y a mí nos unieron los Mazapunks.
Era la banda favorita de Clau. Y la nueva sensación del rock mexicano.
Serán los próximos Caifanes, me dijo emocionada.
Nadie será tan grande como Caifanes, le respondí.
Estaba repegada a la valla. Era delgadita pero fibrosa. Llevaba una playera de Él mató a un policía motorizado una talla más grande, pero debajo se despachaba un cuerpazo de trapecista del Circo du Soleil. Cabello negro y jíter en la mano derecha. Al que le daba fumadas ocasionales nerviosa de entusiasmo, mientras esperábamos a que Alex Mazapunk, Rigo Mazapunk, Ro Mazapunk y Nico Mazapunk salieran al escenario.
¿Entras gratis a todas las tocadas?, preguntó al ver la cámara colgada de mi cuello.
Cubrir conciertos era parte de una de mis tareas como esclavo de Deperfil, el semanario escenoso que se repartía de manera gratuita en todos los establecimientos hípsters de Ciudad Godínez. La otra consistía en sacar a pasear a Tweedledum y Twidledee, los perros de Rulo, el director de Deperfil, cada mañana por la Condesa. Un par de chihuahueños inmamables que siempre se cagaban afuera del Foro Shakespeare. Remilgosos pero cultos.
No era un mal trato. Mis aspiraciones por aquella época consistían sólo en realizar cualquier actividad que menos se asemejara a un trabajo de verdad. Alquilaba un cuartucho en la Roma. Se lo rentaba a un pintor que había salido de la Esmeralda, al que en las pedas se le paralizaba la pierna izquierda. Pedía ayuda a cada rato para ir a miar. Por supuesto que fantaseaba con largarme lo antes posible. Pero la oportunidad de mudarme no se presentaba.
Se me antoja una chela, dijo Clau. Pero no quiero perder mi lugar.
Ya van a salir, acoté.
Te disparo una si te lanzas, ofreció.
Sobres, respondí.
Sacó de la bolsa de su pantalón un rollo de billetes de 500 y me tendió uno.
Qué acaudalados son los punks de ahora, pensé.
Retaché con los litros y le pedí al guarro que la cruzara para este lado de la valla.
Párate aquí, le indiqué. Nomás no te muevas para que no le estorbes a los fotógrafos.
Me llamo Claudia, por cierto, dijo con coquetería.
Sabino, así me conocen todos, contesté seco.
Quién es tu guitarrista favorito, quiso saber.
Pedro Sá, respondí.
No lo conozco.
Nos terminamos las chelas. Me tendí por la segunda ronda. Luego la tercera y la cuarta. Y la banda nunca salió. El Foro Merlina estaba a reventar. Un tipo, supongo que era el mánayer, anunció por el micrófono la suspensión del show por causas de fuerza mayor. Lo que significaba que alguno de los miembros se había puesto autista con eme o metanfeta u otra madre. Hay músicos que consiguen treparse al escenario en cualquier condición, pero éste no era el caso.
Un multitudinario buuuuu sobrevoló el lugar, se encendieron las luces y las bocinas escupieron Feel the Pain
de Dinosaur Jr. La gente comenzó a arrastrarse hacia la salida.
Deberíamos de armarla de pedo, protestó Clau. Que nos regresen el costo de la entrada.
Pero nadie del público se alebrestó.
Es más fácil sonsacarle una devolución a Hacienda que te reembolsen un boleto, dije.
Pues qué chafa, se quejó.
Hay toda una noche por delante, apunté con tal de no tener que caerle al depa a alcanzarle el orinal al pintor. Vamos al Centro de Salud, instigué.
Va que va, consintió, pero sólo un rato que mañana chambeo.
No duramos ni siquiera una chela. El antro estaba semivacío. Era martes. Apenas si había diez personas. Nada en comparación con el ambientazo de los sábados.
Así funciona Ciudad Godínez, sentencié. El mundo godín, es decir, la mayoría de la población, se divierte los fines de semana. A esta urbe la mueve el trabajo.
Yo soy el ejemplo perfecto, bromeó. Pero ya me prendí, vámonos a mi casa.
Vivía en un minúsculo depa en la Roma. En la avenida Baja California, a unos pasos de los tacos Los Parados.
No le subas mucho a la música que mi rumi es bien gruñona, me alertó.
Sirvió un par de mezcales. Al primer trago comenzamos a besuquearnos. Me arrastró a su cuarto y encendió una vela que desprendía un aroma a vainilla.
Pon un disco, me pidió.
Puse Nina Simone Sings the Blues. Nada mejor que la voz de una cantante negra drogadicta para sonorizar una pimpeadita.
Nos encueramos y cogimos sin condón. Por calientes, sí. Pero también por apego.
¿Sí sabes que esto va en serio?, me preguntó Clau.
Sí, le respondí mirándola a los ojos.
¿Te quedarás a dormir?, consultó.
Ojos nariz y boca, respondí más que convencido.
Qué.
Que sí.
A las siete de la mañana sonó la alarma de mi celular. Tenía que pasear a Tweedledum y Twidledee.
En la madre, me quedé dormida, gritó Clau y de un portazo se encerró en el baño.
Encendí un cigarro y con toda la calma de la galaxia procedí a enfundarme mis Dr. Martens. Me puse a inspeccionar la cocina en busca de algo con qué entretener la tripa, un té, una barrita energética, unos Doritos, lo que fuera.
Mientras me bajaba un marranito marca El Panqué de Durango con un vaso de leche de almendras salió Clau encuerada, escurriendo de la regadera.
Está muerto, gritó. Se mató. Se mató.
Lloraba con tal intensidad que pensé que se refería a su padre o a un hermano.
Qué pedo, quién se murió, pregunté.
Se mató, no paraba de chillar. Se mató. Alex Mazapunk se suicidó.
La abracé tratando de consolarla. Empapados, nos quedamos en medio de la sala hasta que remontó el shock. Le costó bastante recuperar el habla. En poco tiempo Alex Mazapunk se había convertido en la voz de una generación. Y eso que los Mazapunks apenas habían sacado un EP con cuatro canciones. Su debut era el álbum más esperado en décadas. Desde El nervio del volcán ningún disco había conseguido amasar ese nivel de expectativa.
Me tengo que ir a trabajar, dijo Clau ya más repuesta, y regresó a la ducha.
Encendí la televisión. Alex Mazapunk ya era nota nacional. Y ni siquiera había salido de gira. Lo más lejos que habían llegado los Mazapunks era Naucalpan.
Una pérdida irreparable para el rock mexicano, dijo Juan Villoro en Canal 22.
Cuando Clau salió arreglada se me volvió a parar el pito. Su uniforme de trabajo consistía en un top minúsculo y unos leggins psicodélicos.
A dónde vas, la interrogué.
A trabajar.
¿Vestida así? ¿Pues dónde trabajas?
En un gimnasio. Soy maestra de yoga, reviró. Te marco más tarde para ir al velorio. ¿Me acompañarías?
Por supuesto, cuenta conmigo.
Cierra cuando te vayas, dijo, me besó y se fue.
Cuando comencé a caminar por la calle de Medellín me cayó el veinte de la muerte de Alex Mazapunk. Yo también era fan de los Mazapunks. Y tenía puestas las esperanzas en ese primer disco. No sé si se debía al clima, estaba nublado, o al impacto de la partida del naciente ídolo, pero la urbe me pareció más desoladora. Más temible. Pero también llena de promesas. Hacía menos de veinticuatro horas me había hecho un regalazo: conocer a Clau.
Giré la llave y entré al departamento de Rulo.
¿Esclavo?, preguntó como si no supiera quién era.
¿Te enteraste?
La promesa del rock mexicano se quitó la vida la noche anterior.
Sí, carajo, qué pinche tristeza.
Necesito que cubras el entierro, me dijo con la frialdad propia de una grabación de Telcel que te informa que tu plan de datos se ha terminado. Pero antes saca a pasear a Tweedledum y Twidledee, añadió.
La Condesa, la Roma, la Escandón y parte de la Narvarte estaban congregadas en el panteón para despedir a Alex Mazapunk. Músicos de otras bandas, periodistas, hípsters, fans, unos compungidos, otros desconcertados, pero todos fusionados en un marasmo de consternación.
Clau arribó con su atuendito yogui. Eran las seis de la tarde. Una lluvia itálica se cernía sobre la ciudad.
Alex le rompió el corazón a la Ciudad de México, pronunció alguien a quien no pude identificar.
Casi todo mundo andaba pachipedo y coco. O portaba una guitarra. La concurrencia cantamos a coro Ya no soy poser
, el hasta entonces mayor éxito de los Mazapunks. Pero como había que extender el tributo nos seguimos con La célula que explota
, Metro Balderas
, Alármala de tos
, Chilanga Banda
, Microbito
, Kumbala
, Azul casi morado
, etc. Y como nunca falta en nuestro rock: Gavilán o paloma
. Y para rematar un mariachi interpretó Cielito lindo
.
Nadie quería desprenderse del cementerio, pero la intensidad de la lluvia nos arrancó del sepulcro de Alex Mazapunk. Se produjo la desbandada. Cada uno de los asistentes corrió a alguna cantina. Clau y yo nos refugiamos en la Villa de Sarria. Todavía le escurría el cabello cuando pedimos la segunda ronda.
Éste era su chupadero favorito, dijo.
Cómo lo sabes.
Lo leí en una entrevista.
A los pocos minutos el local se retacó de viudas de Alex Mazapunk. Que no alcanzaron mesa porque el tráfico las rezagó.
¿Crees en el destino?, me preguntó.
A qué te refieres.
A que las cosas suceden por alguna razón.
Eso sería como creer en fantasmas, ¿no?
Pues me parece especial que nos hayamos conocido precisamente la noche en que se suicidó Alex Mazapunk.
Especial no significa sobrenatural.
Para mí sí posee algo de particular.
La muerte de Alex Mazapunk era un misterio. El ataúd había permanecido cerrado durante todo el velorio. Corrió el rumor de que en el panteón sería abierto, para echar un último vistazo a la leyenda trunca, pero al final no ocurrió. En la cantina circularon toda clase de teorías. Desde la obvia, que le achacaba las razones de su muerte a un pasón, hasta que se había ahorcado accidentalmente mientras se masturbaba colgado de una soga, pasando por la trillada de que lo hizo por desamor.
No todas las cogidas tienen que terminar en tragedia, apuntó Clau.
No sería la primea vez que un músico se encaja un cuchillo en el pecho, agregué.
La cantina parecía una mazmorra. Había gente de pie apretujada junto al baño. La música flotaba sobre el murmullo general. La rocola estaba embarazada de nueve meses de monedas de diez varos. Sonaba Oye cantinero
.
Estoy harta de mi rumi, cambió Clau de tema.
Bienvenida al club.
Es una pesadillita. Una fanática de la limpieza. Me recuerda a mi mamá. A mí me gusta vivir en un entorno libre de suciedad, pero esta vieja exagera.
Mi caso es todo lo contrario. Si no fuera por mí las bolsas de basura llegarían hasta el techo.
¿Pues con quién vives?
Con un pintor.
Los artistas son un tema. Bueno, tú eres medio artista, ¿no?
Tomo fotos por deporte. Mi verdadero talento consiste en pasear perros.
¿De plano el pintor es muy cochinón?
Es un cocainómano lisiado que mea en cualquier rincón del departamento. Él dice que no lo hace a propósito. Que es sonámbulo, que lo hace dormido. Ya estoy acostumbrado.
Qué asco. ¿Y por qué sigues ahí?
Ya le agarré cariño.
Yo ya estoy fastidiada de esta tipita. ¿Y sabes? La muerte de Alex Mazapunk me abrió los ojos. Me hizo darme cuenta de que desaprovecho mi vida.
Una tragedia así a quién no pone a filosofar, dije.
Quiero que vivamos juntos.
¿Estás segura?
¿No te gusto?
Muchísimo.
¿Entonces? ¿No me prefieres al pintor minusválido?
Nos acabamos de conocer.
¿No te das cuenta? Si no fuera por Alex Mazapunk nunca nos habríamos topado. Me gustaste desde que te vi. Pero haber estado juntos durante su muerte es para mí la señal de que eres el elegido.
Experimenté cierta clase de remordimiento. Aquel acostón ahora ponía ante mí la posibilidad de la vida marital. Sentí que estaba lucrando con la muerte de Alex Mazapunk. Sin embargo, también estaba cansado de mi precariedad. Hacía dos años que me encontraba en una especie de limbo. No es que estuviera precisamente perdido. Pero sí sin rumbo. Quizás era momento de probar las mieles del amasiato.
Jamás imaginé que una estrella de rock muerta sería mi celestina, confesé.
Por Alex Mazapunk, dijo Clau alzando su chela.
Por Alex Mazapunk, brindé.
Después nos dimos un beso largo como la avenida Reforma. De fondo sonaba Triste canción
.
Mañana mismo empiezo a buscar departamento, prometí.
Una semana después de haberse encontrado el cuerpo del líder de los Mazapunks la ciudad continuaba consternada.
Esclavo, necesitamos un reportaje sobre Alex Mazapunk, reclamó Rulo.
Pero está muerto, argumenté.
No me digas.
Le dedicamos la parte central de la sección de música del último número.
Ya lo sé.
¿Acaso no hemos explotado lo suficiente su figura?
Canal Once ya prepara un especial. Mientras el interés no decaiga, tendremos que alimentar la aflicción general.
No se me ocurre nada más que podamos decir al respecto.
Vete a hacerle una visita a su jefita. En una de ésas te enseña fotos de cuando era chiquito.
¿Estás loco? No voy a ir hostigar a la señora.
Es parte del duelo de toda estrella.
Lo que me pides me parece una mamada. Me van a correr a patadas.
O investiga quiénes fueron sus compañeros en la escuela. Estuvo en el Madrid. De ahí puede salir algo.
Mira, en un año, cuando se cumpla su aniversario, le armamos un especial chingón.
Primero asegúrame que vamos a mantenernos a flote los siguientes dos números y después hablamos de lo que va a pasar en un año.
Por qué simplemente no dejamos descansar en paz al fantasma de Alex Mazapunk.
Porque no. Así que no regreses sin un texto, me gritó.
Abandoné la redacción de Deperfil indignado. La asignación era un insulto para la familia del difunto. Me tacharían de carroñero. De insensible. De hijo de la chingada. Pero era una encomienda y no podía darme el lujo de no cumplirla. Estaba desesperado por mudarme con Clau, estábamos hartos de tener que coger a bajo volumen para que su rumi no nos escuchara, y necesitaba el sueldo. Y aunque quizá pudiera encontrar otro trabajo con facilidad no quería dejar de formar parte de la plantilla de Deperfil.
Mi primer impulso fue buscar a la exnovia de Alex Mazapunk. Pero me contuve. Molestar a la viuda también me resultaba improcedente. Mis fuentes se reducían por culpa de mis escrúpulos. Entonces me acordé del vieneviene que se apostaba afuera de la sala de ensayos de los Mazapunks. Era famoso porque lo habían incluido en los agradecimientos del EP. El local de ensayo no estaba lejos de la cantina Nuevo León. El vieneviene me pasó el número celular de un díler. Y el díler me soltó la dirección de Alex Mazapunk.
Me trepé a la línea verde olvido del metro con dirección a Universidad. El depa de Alex Mazapunk estaba en una callecita pegada a los Viveros de Coyoacán. No tuve bronca para dar con el domicilio. Era un dúplex que coronaba un edificio de departamentos de tres plantas. En una esquina había una farmacia, en la otra un minisúper con venta de chela las veinticuatro horas y en contra esquina una taquería. Mejor ubicación imposible. Toqué el timbre y salió un ruco con una playera ajadísima de Radiohead.
Seguro pertenecía a Alex Mazapunk, pensé.
Buenas tardes, joven, saludó el conserje.
Buenas, don, le respondí.
¿Viene a ver el departamento?, me preguntó.
Qué departamento, don.
El dúplex.
Sí, le dije siguiéndole la corriente.
Mientras subíamos las escaleras deduje que era el mismo que había habitado Alex Mazapunk. Era el único en la construcción. Y estaba en renta.
Aquí vivió un músico, me informó al abrir la puerta. ¿Sí sabía?
No don, no estaba al tanto.
Era un buen muchacho. Pintaba para hacerse famoso.
Y qué pasó.
Se mató. Dicen que metió la cabeza en el horno y abrió la llave del gas.
Qué fuerte.
Así como ve el dúplex es como lo dejó el finado. Todas sus pertenecías siguen intactas.
¿También los muebles eran de él?
Todo.
Y por qué siguen aquí.
La familia no ha venido a reclamar y la casera no quiere pagarme para que me deshaga de las cosas. No quiere que las toque. Asegura que es de mala suerte.
Ah, qué ñora tan supersticiosa.
Sí. Dice que se encarguen los próximos que lo renten. Si es que alguna vez eso sucede.
¿Ha venido mucha gente a verlo?
Como unas cinco personas. Pero en cuanto se enteran de que aquí se quitó la vida un cristiano salen corriendo.
Y en cuánto lo arrendan.
Baratísimo. En diez mil pesos. Y no piden deposito ni aval. Lo que quieren es que se ocupe. El inquilino anterior pagaba veintiséis mil. Yo creo que por eso se suicidó.
¿Ves? Te lo dije, exclamó Clau cuando le conté. Alex Mazapunk nos está tirando paro desde el más allá.
Me resistía a creer que se trataba de un designio de ultratumba. Para mí era fruto de la casualidad. Pero eso no impidió que al día siguiente firmara el contrato de arrendamiento del que fuera el dúplex del exlíder de los Mazapunks.
Clau y yo acordamos que conservaríamos el espacio tal y como estaba en memoria de Alex Mazapunk. Nos quedamos los muebles, incluido un estéreo Fisher inservible, respetamos la decoración (incluido el cuadro de The National que colgaba de una pared) y el horrendo color melón de las paredes. Sólo evacuamos sus pertenencias personales. Ropa, fotografías, su cepillo de dientes. Pero por nostalgia no nos atrevimos a deshacernos de ellos. Los metimos en una bolsa negra y los arrecholamos en el cuarto de lavado de la azotea.
El único objeto que conservé fue el diario de Alex Mazapunk. No era un documento excepcional. No contenía confesiones escabrosas ni revelaciones comprometedoras. O pistas sobre su suicidio. Sólo fragmentos de canciones inconclusas, garabatos resacosos, poemas en prosa, recetas para curarse el reflujo y pensamientos garabateados de madrugada inducidos por el bajón de coca. Pero me sirvió para el artículo que me había exigido Rulo. Publicamos un par de dibujos (chafísimos)