Axpe Luisa - Casa de Muñecas

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Casa de muecas

Luisa Axpe
En Retoos, coleccin de relatos de Luisa Axpe, Ediciones Minotauro S. R. L., 1986.

A las ocho Lisandro cay por el agujero. Celeste, la mucama, se qued mirando: caera dando vueltas, marendose en la espiral correntosa del desage. Sin acordarse de cerrar la canilla, mir el agujero que se produca en el agua; un hueco redondo y obscuro en el centro, hecho de movimiento puro. Se pareca a los remolinos que fabrica el viento con las hojas cadas, esos dibujos enroscados y violentos.

El viaje de Lisandro era un viaje solitario: tneles gorgoteantes y obscuros, silencio hmedo en los recodos donde quizs quedara detenido por un momento, hasta que una nueva corriente de agua lo empujara otro poco, arrastrndolo por la caera. Ahora resbalaba por toboganes vertiginosos, tragando agua y golpendose contra las paredes de plomo. Saba que le quedaba poco tiempo, y como no tena nada en qu pensar, se le ocurri que una vez ms se repetira la famosa escena del ahogado: los recuerdos ms intensos de su vida desfilndole velozmente por la memoria. Sus cumpleaos, la escuela, una playa soleada, el primer amor, el da que se compr la moto. Pero, sobre todo, los hechos de los ltimos das. Pens que tarde o temprano tambin le ocurrira a Celeste, como ya les haba ocurrido a pap y a mam, y a muchas otras personas.

Sin demasiadas esperanzas, Celeste cerr la canilla y decidi llamar al plomero. Desde que haba empezado a ocurrir eso de los achicamientos los plomeros estaban muy ocupados, sobre todo a partir de las horas pico del uso de los baos. Mientras hablaba por telfono, Celeste mir como al descuido la caja de zapatos que descansaba sobre la mesa de la cocina. Se oy un agudo tintineo de campanita. Celeste dej el telfono, cort un pedazo de pan y lo desmigaj. La caja estaba tapada para que no entrasen en ella las hormigas, y tena agujeros en las paredes, cubiertos con papel celofn, para que entrase la luz. Levant la tapa y puso un platito las migas de pan. Luego, en otro platito, una cucharada de dulce. Desenrosc la tapa de un frasco y volc leche en ella, y la puso tambin en el fondo de la caja. El seor y la seora ya podan desayunar.

Haba muchas personas as, viviendo en cajas de zapatos, o en canastitas, o en los cajones del placard. Hablando con voces tintineantes, vistiendo ropa de muecas, sobrellevando esa vida diminuta como podan, bien o mal atendidos por los que an no haban sido afectados.

A veces se reunan todos los miembros de una familia, o varias familias, y discutan y trataban de obtener informacin sobre lo que estaba pasando. Es esta vida miserable, que te achica decan unos. Es la falta de estmulos. Es la falta de libertad. Y cada vez se achicaban ms personas. Muchos se resistan a salir a la calle, por temor a que les ocurriera de golpe y alguien los pisase, como informaban continuamente los diarios. A que les cayera algo encima, una moneda, un salivazo, una caja de fsforos. Eran frecuentes los cortes de luz, y corri el rumor de que los empleados de la central elctrica haban desaparecido y nadie poda encontrarlos. Llegaron los suplentes y arreglaron todo, y ocuparon los puestos vacantes. Y despus fueron apareciendo los titulares: uno detrs de una tecla, el otro bajo una consola, hasta que el equipo estuvo otra vez completo, pero en miniatura. Lo peor de todo era que los achicamientos se producan slo en las personas. No se achicaban ni los animales domsticos ni los del campo, ni siquiera un miserable insecto. Tampoco se saba de ningn mueble que se hubiera achicado, ni de ninguna mquina ni artefacto de los que se usan en las casas para cocinar, lavar o limpiar. Solamente los seres humanos. Y entonces, la pata de una mesa se converta en un pesado obelisco, una cacerola con agua en un tanque sin salida, y la chimenea en un panten. Y las caeras, en un tnel sin retorno donde la misma Alicia habra perdido su flema.

Siempre cayendo, Lisandro not que la pendiente se volva suave. Haba llegado a un tramo casi horizontal pero resbaladizo, y sigui deslizndose; sin embargo, antes de encontrarse con el recodo, donde empezara otra cada, consigui aferrarse a algo y frenar. Era uno de esos grumos de sarro o de xido contra los que haba despotricado tantas veces. Movi los pies estirando las piernas, y encontr un apoyo. Por el momento estaba a salvo.

A las ocho y media Celeste comenz a guardar las cosas del desayuno de Lisandro. De la caja de zapatos salieron unos zumbidos: uno grueso, como de abejorro, y otro ms chilln, como de mosquito. Celeste se asom para ver: el seor y la seora peleaban otra vez. Esper un rato, con el repasador en la mano. Los zumbidos seguan. Impaciente, Celeste iba a retarlos cuando se acord de que, si hablaba, ellos se asustaran tanto que quedaran como muertos todo el da, y eso no le gustaba. Con cuidado, meti la mano en la caja y sac a uno entre l pulgar y el ndice. Acerc otra caja y lo deposit all. Por un rato estaran castigados.

A las nueve y diez son el timbre: el plomero. Las vibraciones recorrieron paredes y zcalos, zigzaguearon por el piso y atravesaron la casa con un temblor invisible. Lisandro las sinti en los dedos, al mismo tiempo que un sonido agudo y familiar le llegaba desde alguna caverna por encima de la cabeza. Celeste corri a abrir. Hubo apenas un saludo parco, y enseguida empezaron los movimientos. Lo primero, cortar el agua. Cmo no se le haba ocurrido. Pero no tena importancia, de todos modos la canilla no goteaba. De la valija del plomero salieron varias herramientas que fueron quedando desparramadas por el piso. Las manos expertas buscaron en los bolsillos del mameluco, y salieron con un rollo de alambre. Era fino y muy flexible; lo doblaron un poco en la punta y Celeste at un lazo de hilo de coser que qued colgando del extremo doblado. El aparejo estaba listo. A esa hora, por lo general, Celeste lavaba una pila de ropa. La del seor y la seora ya no se amontonaba ms; por el contrario, permaneca planchada y doblada en los estantes. Pero a Lisandro le gustaba cambiarse varias veces al da, y ms ahora que haca calor. La idea de organizar esa pesca en vez de planchar, le pareci refrescante.

Las voces lejanas del plomero y de Celeste le llegaban a Lisandro como un murmullo salvador. Aferrado a la saliente del cao, sum algunas cifras al sueldo de la fiel Celeste y calcul la propina del plomero. Algo como un viento hmedo empuj desde arriba en bocanadas rtmicas que rebotaron contra las paredes de plomo. Enseguida, otro cosquilleo sobre la cabeza. Mir hacia arriba en el momento justo en que la punta doblada del alambre lo amenazaba como un ariete, el lazo de hilo casi rozndole los hombros. A las nueve y veinte, Celeste decidi poner fin al castigo y junt a los dos patrones en una sola caja. Con delicadeza, el plomero solt un milmetro ms de alambre. Celeste lo mir con ojos desorbitados: Me parece que pic. Antes de empezar a recoger el alambre, el plomero hizo una sabia marca en el punto que coincida con el borde del desage. As sabra hasta dnde deba volver a introducirlo, en caso de no haber tenido xito. Luego, con mucho cuidado, fue sacando el alambre centmetro a centmetro. La cara de Celeste estaba roja. Al ver salir el lazo sin Lisandro, se torci en un gesto de disgusto.

A Lisandro le dola el cuello de tanto mirar hacia arriba, y por la rabia de no haber alcanzado el lazo a tiempo. Cuando lo vio llegar de nuevo se puso tenso y esper.

Celeste empezaba a impacientarse. El seor es testarudo; cuando no quiere salir, no quiere salir. Shhh dijo el plomero. Y volvi a recoger el alambre.

A las nueve y media en punto, entre hurras y aplausos, Lisandro sali de la caera. En menos de tres segundos recorri la distancia entre el bao y la cocina, sentado en la palma de la mano de Celeste. Lo mare, ms que el vrtigo, un fuerte olor a lavandina que pareca formar parte de aquella piel spera en la que viajaba. A las nueve y treinta y cinco, el plomero termin de guardar sus herramientas y se fue. Con gran satisfaccin, Celeste puso a Lisandro en la caja y se qued mirando. Fue emocionante ver cmo se abrazaban los tres, y tratar de distinguir entre las voces cules eran llantos y cules eran risas. Celeste pens que tendra que conseguir tela y coser ropita. BUScara colores alegres, para distinguirlos aun desde lejos. Y tambin podra hacerles sombreritos, y adornarlos con plumas o lentejuelas. Abri la heladera y sac una botella de vino de cuello fino y largo. Se sirvi un vaso, busc la tapa del frasco, la lav y volc vino en ella; luego la puso en el fondo de la caja. Salud! dijo, y bebi un gran trago. La casa de muecas estaba completa.

Edicin digital de urijenny (odoniano@yahoo.com.ar)

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