Fronteras de La Historia 16-1 (2011) Final1
Fronteras de La Historia 16-1 (2011) Final1
Fronteras de La Historia 16-1 (2011) Final1
Bogot colombia
E n e ro - j u n i o
2011
ISSN 2027-4688
Volumen
16-1 2011
HISTORIA r
de la
revista de historia colonial latinoamericana
Enero-junio 2011 ISSN 2027-4688
FRONTERAS
r
Volumen 16-1 2011
Editor Jorge Augusto Gamboa Mendoza Instituto Colombiano de Antropologa e Historia (icanh) Comit Editorial Diana Bonnett (Universidad de los Andes, Colombia) Jaime Borja (Universidad de los Andes, Colombia) Steinar Sther (Universidad de Oslo, Noruega) Guillermo Sosa (Instituto Colombiano de Antropologa e Historia) Comit Asesor de esta edicin Alejandro Agero (Universidad Nacional de Crdoba, Argentina), Fernando Arrigo Amadori (Universidad Complutense de Madrid), Marcelo de Assis (Universidad Federal de Ro de Janeiro, Brasil), Mara Elena Barral (Universidad Nacional de Lujn, Argentina), Sergio Eduardo Carrera Quezada (Universidad Autnoma Nacional de Mxico), Julio Djenderedjian (Universidad de Buenos Aires, Argentina), Antonio Escobar (Ciesas, Mxico), Margarita Gascn (Conicet, Argentina), Nicole von Germeten (Oregon State University, Estados Unidos), Alicia Gojman Goldberg (Universidad Autnoma de Mxico), Silvia Hamui Sutton (Universidad Nacional Autnoma de Mxico), Francisco Javier Herrera Garca (Universidad de Sevilla, Espaa), ngrid de Jong (Universidad de Buenos Aires, Argentina), Gloria Kok (Universidad de So Paulo, Brasil), Jos Luis Martnez (Universidad de Chile), Carlos Ruiz Medrano (El Colegio de San Luis, Mxico), Lidia R. Nacuzzi (Universidad de Buenos Aires, Argentina), Hctor Noejovich (Pontificia Universidad Catlica del Per), Mara Dolores Palomo Infante (Ciesas-Sureste, Mxico), Silvia Ratto (Conicet, Argentina), Jane M. Rausch (University of Massachusetts-Amherst, Estados Unidos), Francisco Roque de Oliveira (Universidad de Lisboa, Portugal), Renn Silva (Universidad de los Andes, Colombia), Daniela Traffano (Ciesas-Pacfico Sur, Mxico), Laura Vargas Murcia (Museo de Arte Colonial, Colombia), Alejandra Vega (Universidad de Chile), Julio Esteban Vezub (Conicet, Argentina). Asistente editorial Edna Cardozo Instituto Colombiano de Antropologa e Historia, 2011 Calle 12 No. 2-41 Bogot, Colombia Telfonos (571) 561 9400 y 561 9500, exts. 119 y 120. Fax (571) 561 9500, ext. 144 Correo electrnico: fronterasdelahistoria@gmail.com Pgina web: http://www.icanh.gov.co/frhisto.htm ISSN: 2027-4688
Director General (e) Carlo Emilio Piazzini Coordinador del Grupo de Historia Guillermo Sosa Abella Responsable del rea de Publicaciones Mabel Paola Lpez Jerez Correccin de estilo Gustavo Patio Daz Diseo y diagramacin Claudia Margarita Vlez G. Ilustracin de cubierta Martn de la Cruz. The Badianus Manuscript (Codex Barberini, Latin 241). Vatican Library; an Aztec Herbal of 1552. Ed. Emily Walcott Emmart. Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1940. Plate 68. La revista Fronteras de la Historia est incluida en los siguientes catlogos, directorios especializados y sistemas de indexacin y resumen (Sires): i Citas Latinoamericanas en Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Nacional Autnoma de Mxico (Clase). i Hispanic American Periodicals Index (HAPI). i Historical Abstracts (HA). i ndice Bibliogrfico Nacional-Publindex (IBN-Publindex) de Colciencias (Colombia), en categora B. i International Bibliography of the Social Sciences (IBSS). i Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y Portugal (Redalyc), de la Universidad Autnoma del Estado de Mexico. i Sistema regional de informacin en lnea para revistas cientficas de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y Portugal (Latindex). i Sociological Abstracts (SA).
La revista Fronteras de la Historia es una publicacin semestral editada por el Instituto Colombiano de Antropologa e Historia (ICANH) y su objetivo es difundir los resultados de investigaciones recientes en historia colonial latinoamericana y reflexiones tericas y metodolgicas sobre el pasado. Aunque su eje temtico es la historia del perodo colonial, la revista est abierta a las discusiones que articulen esta poca con problemticas de los siglos XIX y XX desde una perspectiva transdisciplinar. Se autoriza la reproduccin sin nimo de lucro de los materiales, citando la fuente. Impreso por Imprenta Nacional de Colombia Bogot, diagonal 22B No. 67-70
Volumen 16-1
C ontenido
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A u t o r e s Artculos
Mara Jos Afanador Llach: Nombrar y representar: escritura y naturaleza en el Cdice de la Cruz-Badiano, 1552 Andrs Castro Roldn: El Orinoco ilustrado en la Europa dieciochesca Guadalupe Pinzn Ros: William Dampier en el Mar del Sur. Mapas y diarios de viaje ingleses en el reconocimiento del Pacfico novohispano (siglo XVIII) Armando Hernndez SouBeRVIELLE: La jura de la Constitucin de Cdiz en San Luis Potos (1813). Un discurso barroco del poder a travs de la Iconologa de Ripa Mara Teresa Aedo Fuentes: La ambivalencia del discurso inquisitorial: el proceso de Francisco Maldonado de Silva (Chile, siglo XVII) Flvio dos Santos Gomes: Africanos, trfico atlntico y cimarrones en las fronteras entre la Guyana Francesa y la Amrica portuguesa, siglo XVIII Jos Eduardo Rueda Enciso: Alianza y conflicto interracial en los Llanos de Casanare (Virreinato del Nuevo Reino de Granada). El caso del adelantado Juan Francisco Parales, 1795-1806 Francisco Luis Jimnez Abollado y Verenice Cipatli Ramrez Calva: Conflictos por el agua en Tepetitln (Hidalgo, Mxico), siglo XVIII
Reseas
Marina Caffiero. La fabrique dun saint lpoque des Lumires [La politica della santit. Nascita di un culto nellet dei Lumi, 1996]. Pars: hss, 2006. 223 pp. Por Renn Silva. Heraclio Bonilla, ed. Indios, negros y mestizos en la Independencia. Bogot: Planeta; Universidad Nacional de Colombia, 2010. 340 pp. Por Robinson Salazar Carreo. Ascensin y Miguel Len-Portilla. Las primeras gramticas del Nuevo Mundo. Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 2009. 152 pp. Por Renn Silva. Ana Mara Lorandi. Poder central, poder local. Funcionarios borbnicos en el Tucumn colonial. Un estudio de antropologa poltica. Buenos Aires: Prometeo Libros, 2008. 230 pp. Por Mara Victoria Mrquez. Adriana Rocher Salas. La disputa por las almas. Las rdenes religiosas en Campeche, siglo XVIII. Mxico: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2010. 470 pp. Por Rodolfo Aguirre. Informacin para el envo de manuscritos y suscripciones
C ontent
A u t h o r s 7 Articles
Mara Jos Afanador Llach: To Name and Represent: Writing and Nature in the Cdice de la Cruz-Badiano, 1552 Andrs Castro Roldn: El Orinoco ilustrado in the Eighteenth Century Europe Guadalupe Pinzn Ros: William Dampier in the South Sea. English Maps and Diaries in the New Spains Pacific Coast Expeditions (18th. Century) Armando Hernndez SouBERVIELLE: Cadiz Constitution Swearing in San Luis Potos (1813). A Baroque Speech About the Power through Ripas Iconologa Mara Teresa Aedo Fuentes: The Inquisition Speechs Ambivalence: The Process of Francisco Maldonado de Silva (Chile, 17th. Century) Flvio dos Santos Gomes: Africans, Atlantic Traffic and cimarrones in the Border Between French Guiana and the Portuguese America, 18th. Century Jos Eduardo Rueda Enciso: Alliance and Interracial Struggle in los Llanos of Casanare (Viceroyalty on New Kingdom of Granada). The Adelantado Juan Francisco Paraless Case, 1795-1806 Francisco Luis Jimnez Abollado y Verenice Cipatli Ramrez Calva: Conflicts for Water in Tepetitln (Hidalgo, Mxico), 18th. Century
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Reviews
Marina Caffiero. La fabrique dun saint lpoque de lumires [la politica della santit. Nascita di un culto nellet dei lumi, 1996]. Pars: Editions de lEhess, 2006. 223 pp. By Renn Silva. Heraclio Bonilla, ed. Indios, negros y mestizos en la Independencia. Bogot: Grupo Editorial Planeta S.A. y Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia-Bogot, 2010. 340 pp. By Robinson Salazar Carreo. Ascensin y Miguel Len-Portilla. Las primeras gramticas del Nuevo Mundo. Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 2009. 152 pp. By Renn Silva. Ana Mara Lorandi. Poder central, poder local. Funcionarios borbnicos en el tucumn colonial. Un estudio de antropologa poltica. Buenos Aires: Prometeo Libros, 2008. 230 pp. By Mara Victoria Mrquez. Adriana Rocher Salas. La disputa por las almas. Las rdenes religiosas en campeche, siglo XVIII. Mxico: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2010. 470 pp. By Rodolfo Aguirre. information on subscriptions and on submitting manuscripts
Autores
Es magster en artes con mencin en literaturas hispnicas, y doctora en literatura latinoamericana por el Departamento de Espaol de la Facultad de Humanidades y Arte de la Universidad de Concepcin, Chile. Actualmente se desempea como directora del Programa Multidisciplinario de Estudios de Gnero (Promeg) de la Universidad de Concepcin. Sus intereses investigativos se han centrado en el estudio de la literatura latinoamericana; especialmente, el perodo colonial y los estudios de gnero. Ha publicado, entre otros: El Inquisidor mayor o historia de unos amores (1852) de Manuel Bilbao. Los plenos derechos de la invencin, en Crtica y creatividad. Acercamientos a la literatura chilena y latinoamericana (2007) y El pirata del Huayas (1855) de Manuel Bilbao: Panpticos en Amrica Latina, en el marco del Proyecto Bicentenario Universidad de Alicante-Universidad de Concepcin, actualmente en prensa.
M ara J os A fanador L lach Es politloga de la Universidad de los Andes, Colombia (2004) e historiadora de la misma institucin (2005), con el trabajo titulado Historia natural y poltica: reflexiones en torno a la ciencia ilustrada en las dos primeras dcadas del siglo XIX a travs de la obra de Jorge Tadeo Lozano. Es candidata al doctorado en historia por la Universidad de Texas, Austin, donde hizo su maestra en historia con el trabajo titulado: The Unmaking of Empire: Nature and Politics in the Early Colombian Imagination, 1808-1821. Sus trabajos se enfocan en el estudio de la historia del mundo Atlntico, la historia natural y la historia de las representaciones de la naturaleza; adems, en investigaciones relacionadas con el perodo independentista y el surgimiento de las identidades. Entre sus publicaciones se encuentran: Historia natural y poltica: reflexiones sobre la ciencia ilustrada de comienzos del siglo XIX a travs de la obra de Jorge Tadeo Lozano, en Historia Crtica 34 (2007), y La obra de Jorge Tadeo Lozano: apuntes sobre la ciencia ilustrada y los inicios del proceso de Independencia, Documento ceso 108 (2006).
Autores
Autores
Es abogado de la Universidad de los Andes (Colombia) y licenciado en filologa espaola de la Universidad de Nantes (Francia), con posgrado en estudios culturales; adems, es doctor en estudios latinoamericanos de la Universidad de Pars III, con una tesis sobre misiones jesuitas en la Orinoqua. En la actualidad se desempea como profesor de la Universidad de Nantes y es miembro del Instituto Francs de las Amricas (IDA) y del Centro de Investigaciones sobre los Conflictos de Interpretacin (Cerci) de la Universidad de Nantes. Su inters investigativo se centra en los procesos de produccin, circulacin y recepcin de escritos de los siglos XVI a XVIII entre la Amrica espaola y Europa.
F lvio
dos
S antos G omes
Es profesor del Departamento de Historia y del Programa de Posgrados en Arqueologa de la Universidad Federal de Ro de Janeiro (Brasil). Ha realizado estudios comparativos sobre cultura material de la esclavitud en las Amricas. En 2006 su libro A hidra e os pntanos. Quilombos e mocambos no Brasil, secs. XVII-XIX recibi el premio mencin honorfica de Casa de las Amricas, en la categora de ensayo histrico. Ha publicado libros, recopilaciones y artculos en peridicos sobre temas relacionados con la esclavitud, la Amazona, las fronteras y el campesinado afrodescendiente. En 2009 obtuvo la beca John Simon Guggenheim Foundation. Est vinculado al Laboratorio de Antropologa e Historia (LAH) del Museo Nacional de la Universidad Federal de Ro de Janeiro.
A rmando H ernndez S Es doctor en humanidades y artes de la Universidad Autnoma de Zacatecas (Mxico). En la actualidad se desempea como profesor investigador del Departamento de Historia de El Colegio de San Luis, Mxico. Entre sus obras estn: Nuestra Seora de Loreto de San Luis Potos (2009); El diseo de las nuevas casas reales de San Luis Potos. Entre lo barroco y lo acadmico, en Fronteras de la Historia 13.2 (2008); Plata
novohispana en la Baslica de San Juan de Dios de Granada, en Afehc 35 (2008); Imgenes de fe en un pueblo de frontera, en Seminario de Historia Mexicana 3.8 (2007); y La iconografa perdida del Sagrario, en Universitarios Potosinos 12 (2005). Ha colaborado como investigador con el Museo Nacional del Prado en la realizacin de El legado Ramn Errazu (2005). Sus reas de investigacin son la historia del arte y la arquitectura en San Luis Potos.
F rancisco L uis J imnez A bollado
Es doctor en historia de la Universidad de Sevilla. As mismo, es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI-Conacyt). Desde 2002 es profesor investigador de tiempo completo en el rea acadmica de Historia y Antropologa de la Universidad Autnoma del Estado de Hidalgo (Mxico), donde realiza investigaciones centradas en el Mxico virreinal. Sus ltimas publicaciones son: Reduccin de indios infieles en la Montaa del Chol: la expedicin del Sargento Mayor Miguel Rodrguez Camilo en 1699, en Estudios de Cultura Maya (2010); Aspiraciones seoriales: encomenderos y caciques indgenas al norte del valle de Mxico, siglo XVI (2009), como editor; y junto con Verenice C. Ramrez Calva, como editores, public Historia colonial en el Estado de Hidalgo (2009).
G uadalupe P inzn R os
Es doctora en historia de la Universidad Nacional Autnoma de Mxico, donde se desempea como profesora. Sus proyectos de investigacin estn enfocados en el Pacfico novohispano; especficamente, en las polticas defensivas y el desarrollo portuario durante el siglo XVIII. Entre sus publicaciones ms recientes se encuentran: En pos de nuevos botines. Expediciones inglesas en el Pacfico novohispano (1680-1763), en Estudios de Historia Novohispana 44 (2011); Francisco de la Bodega y Cuadra y los mapas de Acapulco, Paita y Callao (1777-1789), en Mapas de metade do mundo. A cartografia e a construo territorial dos espaos americanos: sculos XVI a XIX / Mapas de la mitad del mundo. La cartografa y la construccin territorial de los espacios americanos: siglos XVI al XIX
Autores
Autores
(2010); y Apertura comercial entre los puertos peruanos y San Blas. La propuesta del visitador Antonio de Areche en el pensamiento econmico espaol (1779-1789), en Historia del pensamiento econmico: testimonios, proyectos y polmicas (2009).
Verenice C ipatli R amrez C alva
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Es licenciada en etnohistoria de la Escuela Nacional de Antropologa e Historia, de Mxico. Es tambin maestra y doctora en antropologa social del Colegio de Michoacn, Mxico. Desde 2005 se desempea como profesora investigadora en el rea acadmica de Historia y Antropologa de la Universidad Autnoma del Estado de Hidalgo, Mxico. Imparte diversas ctedras en las licenciaturas de historia de Mxico y antropologa social. Sus principales lneas de investigacin son: nobleza indgena, comercio indgena, uso y control del agua durante el perodo novohispano. Sus publicaciones ms recientes son: Historia colonial en el Estado de Hidalgo (2009), en coedicin con Francisco Luis Jimnez Abollado; Cacicazgo o tlatocayotl? Historia prehispnica de un mayorazgo colonial, en Aspiraciones seoriales: encomenderos y caciques indgenas al norte del valle de Mxico, siglo XVI (2009).
J os E duardo R ueda E nciso
Es antroplogo de la Universidad Nacional de Colombia (1984) y magster en historia andina de la Universidad del Valle (1991). Se ha desempeado como profesor titular de la Escuela Superior de Administracin Pblica (ESAP) y como coordinador del grupo de investigacin histrica sobre problemtica pblica Radicales y ultramontanos. Entre sus ms recientes publicaciones se encuentran: en coautora con Elas Gmez Contreras, La repblica liberal decimonnica en Cundinamarca 1849-1886 (2010); y Jorge Isaacs y Juan Friede, pioneros de la modernidad colombiana, en Los judos en Colombia. Una aproximacin histrica (2011). Tambin public, con el icanh, la obra Juan Friede 1901-1990: vida y obra de un caballero andante en el trpico (2008).
Artculos
esumen
El presente estudio del Cdice de la Cruz-Badiano busca recontextualizar este documento como un lugar de encuentro entre diferentes sistemas de escritura y conocimiento. El anlisis de la relacin entre la tradicin pictogrfica-glfica y la alfabtica es una forma de aproximarse a las interacciones culturales entre el Viejo Mundo y el Nuevo Mundo, y de obtener informacin sobre historia natural que no se encuentra en los textos en latn dentro de cdice. Este es evidencia de un proceso por el cual diferentes sistemas de conocimiento y expresin coexistieron durante la postconquista. El concepto de hibridacin se utiliza para iluminar los procesos de interaccin cultural presentes en este artefacto colonial del siglo XVI, para as alejarse de ideas recurrentes de contaminacin o imposicin cultural.
bstract
The present study of the Codice de la Cruz-Badiano recontextualizes this document as a place of encounter between different writing systems and knowledge. The analysis of the relation between the pictographic-glyphic and alphabetical traditions is a way to approach the cultural interactions between the Old and the New World and to provide information about natural history that was not present in the texts in Latin. The codex is evidence of a complex process by which different knowledge and expression systems coexisted during the post conquest period. The concept of hibridity is useful to illuminate the processes of cultural interaction present in this colonial artifact of the 16th century, stepping away from recurrent ideas of cultural contamination or imposition.
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Cuando el maestro di camera del papa Cassiano dal Pozzo regres de Espaa en 1626 trajo consigo unos manuscritos mexicanos de historia natural1. Despus de visitar en Madrid los jardines de Diego Cortavila y Sanabria, dal Pozzo, boticario del rey Felipe IV, encontr el Libellus de medicinalibus Indorum herbis, un manuscrito maravilloso, con ilustraciones de ms de 180 plantas con sus nombres en nhuatl y una descripcin en latn de sus usos medicinales (Freedberg 62). Dal Pozo hizo una copia del Libellus, mientras que el original fue vendido al cardenal Francesco Barberini, quien lo guard en la Biblioteca Barberini, la cual, a su vez, ms tarde pas a ser parte de la Biblioteca del Vaticano. Este artculo se interesa, precisamente, en el Libellus de medicinalibus Indorum herbis, o Cdice de la Cruz-Badiano, manuscrito producido en 1552 por el mdico indgena Martn de la Cruz y traducido al latn por el traductor nahua Juan Badiano2. Durante el siglo XVI Mxico puede describirse como un lugar de contacto intercultural y de dilogo entre indgenas y colonizadores espaoles. Los textos coloniales y los cdices evidencian los procesos de adaptacin
Dentro de los manuscritos que Cassiano encontr se encuentran los tratados sobre plantas, animales y minerales mexicanos del naturalista espaol y mdico de la corte Francisco Hernndez, producidos entre 1571 y 1578. Al no estar bien organizados, Felipe II decidi hacer algo al respecto y acudi a su siguiente mdico personal para resolver el problema. Nardo Antonio Recchi, designado en 1582 como el mdico del rey, fue encargado de tomar bajo su cuidado el cultivo de plantas medicinales y de revisar los trabajos de Hernndez para ponerlos en orden. Los miembros de la Academia Linceana en Italia estaban trabajando sobre el llamado Tesoro Mexicano cuando Cassiano llev consigo las transcripciones de Hernndez y otras cosas relevantes, como el Libellus (Freedberg 246).
En 1552 el hijo del virrey, Francisco de Mendoza, envi el manuscrito en latn a Espaa, donde permaneci, presumiblemente, hasta finales del siglo XVII, cuando fue adquirido por Diego de Cortavila y Sanabria, boticario real de Felipe IV. El siguiente destino del Libellus fue la biblioteca del cardenal italiano Francesco Barberini, donde permaneci hasta 1902, cuando esta pas a ser parte de la Biblioteca del Vaticano. Fue redescubierto en 1929 por el profesor Charles Upson Clark. Finalmente, en 1991 el papa Juan Pablo II devolvi el Libellus a Mxico y ahora hace parte de la biblioteca del Instituto Nacional de Antropologa e Historia de la Ciudad de Mxico. La copia del siglo XVII, que fue hecha en 1626 por Cassiano dal Pozzo, el secretario del cardenal Barberini, ahora se encuentra en la Royal Library, en Windsor (La Cruz, The Badianus).
por los que los indgenas estaban pasando. Estos textos revelan, adems, que en dicho proceso los indgenas no se hallaban, simplemente, sumando nuevas caractersticas a su propio repertorio cultural, sino que, adems, estaban reinterpretando esas caractersticas para hacerlas consistentes con modelos culturales preexistentes (Burkhart 6). El artculo propone hacer una lectura del cdice como una forma, de expresin de lo nahua en un contexto de fuerte influencia europea y como un mecanismo para lidiar con una realidad cambiante. De esta forma las motivaciones de los autores indgenas al producir este herbario y sus contenidos se describen mejor dentro del marco de los procesos de hibridacin que tuvieron lugar en Mxico durante la temprana Colonia3. A partir de la publicacin en facsmil del Cdice de la Cruz-Badiano en 1940 la gran mayora de los investigadores se han concentrado en estudiar el grado en el cual este se halla contaminado por influencias europeas, o en encontrar qu est mdica o botnicamente correcto en el herbario4. Autores como Ortiz de Montellano, Lpez Austin y Jill Furst niegan la validez del Cdice de la Cruz-Badiano como una fuente de informacin indgena sobre medicina. Sin embargo, en la ms reciente evaluacin del mismo, Millie Gimmel establece que el herbario es un ejemplo de biculturalidad, porque tiene caractersticas tanto de la cultura europea como de la cultura nahua (Hacia 277).
La hibridacin es un concepto que incluye tanto las acciones para acomodarse a las demandas de la sociedad colonial como los efectos materiales de esas acciones, por lo cual resulta ser una respuesta orgnica por parte de grupos e individuos a un ambiente cambiante (Graubart 19-20). La mayora de los autores que han trabajado sobre el cdice se han concentrado en hallar varios vacos de informacin sobre las circunstancias en las que se origin el manuscrito, y han intentado completar el rompecabezas que rodea la produccin del herbario. Como la nica informacin disponible sobre los autores se encuentra en la fuente, hay ciertos detalles que son desconocidos. Por ejemplo, supuestamente, Martn de la Cruz no haca parte del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, pero fue comisionado para prestar su conocimiento sobre remedios y plantas usadas por los nahuas para curar diversas enfermedades del cuerpo y del alma (Emmart; Hassig; A. Lpez; Ortiz, Aztec; Una clasificacin; Somolinos).
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Uno de los grandes retos al estudiar documentos del Mxico colonial es descubrir lo que escribir signific en la restructuracin y en la alteracin de la visin del mundo de los nahuas (Gruzinski, The Conquest 2). Las fuentes nahuas de la postconquista no pueden disociarse ni de los sistemas de escritura alfabtica, pictogrfica, etc. y las visiones indgenas o europeas, ni de las circunstancias y debates coloniales. El Cdice de la Cruz-Badiano es considerado la primera exploracin de la naturaleza mexicana en forma visual jams producida en el Nuevo Mundo. Desentraar los procesos de hibridacin o de mestizaje cultural5 a travs del anlisis de los diferentes sistemas de conocimiento y escritura en el cdice es una tarea compleja, que requiere alejarse del paradigma de la contaminacin cultural6. En su estudio sobre los cdices de la postconquista, Serge Gruzinski sostiene que la supremaca de la escritura europea y la erosin y el progresivo abandono del sistema pictogrfico tuvieron lugar durante el proceso de fortalecimiento y estabilizacin de la presencia europea en Mxico, durante la segunda mitad del siglo XVI (The Conquest 35). Tomando el caso del Cdice de la Cruz Badiano, este artculo mostrar que, en vez de un desplazamiento o imposicin de un modo de expresin sobre el otro, existe un proceso complejo por el cual diferentes sistemas de conocimiento y modos de expresin coexistieron, de tal forma que las fronteras entre el uno y el otro se desdibujan. De esta forma el artculo invita a repensar las dicotomas europeo-no europeo, las cuales, ms
J. M. Lpez Piero utiliza el trmino mestizaje cultural para describir las caractersticas principales de la medicina en Nueva Espaa durante el siglo XVI. Este mestizaje consisti en la confluencia del galenismo que tena lugar en Europa con la medicina amerindia (Fresquet y Lpez 17). El estudio de los nahuas durante el perodo colonial se ha referido, en la mayora de los casos, al anlisis de las evidencias coloniales del pasado prehispnico. Tales investigaciones han sido dominadas por la arqueologa y la antropologa fsica, lingstica y cultural. A partir de esta literatura surge la idea de una contaminacin cultural en las fuentes nahuas, que parecen tener demasiada influencia europea, lo que oscurecera la cultura nahua pura (Aguirre; Horcasitas; Ortiz, Medicina).
que contribuir a esclarecer la complejidad de los procesos de interaccin cultural de la temprana colonia, oscurecen un anlisis ms matizado del contacto y de la produccin de textos coloniales.
El fraile franciscano Bernandino de Sahagn fund el Real Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco en 1536, como un lugar para educar a los hijos de la nobleza indgena. Su objetivo principal era introducir a los aborgenes al sacerdocio. Aprendan a leer y escribir en nhuatl, en castellano y en latn, adems de lecciones de filosofa, lgica, aritmtica, geometra, astronoma, msica y medicina nativa (La Cruz, The Badianus 18). La administracin colonial buscaba educar a los indios nobles para servir como intermediarios lingsticos y culturales, y as facilitar el proceso de evangelizacin. La temprana Colonia fue testigo de tensiones en torno a las polticas hacia los nativos. Los franciscanos buscaban la supresin del sistema de encomienda, liberar a los indios de todas las formas de servidumbre y administrar el Colegio de Santa Cruz (Zurita 10). Con la certeza de que estos eran una de las diez tribus perdidas de Israel, los franciscanos de Nueva Espaa conceban a los aztecas como personas racionales e inteligentes, cuyas hazaas culturales igualaban aquellas de los griegos y los romanos7.
Desde el siglo XVI varios autores creyeron que los nativos de Amrica eran una de las diez tribus perdidas de Israel. Dos de las concepciones ms comunes sobre los habitantes del Nuevo Mundo entre los conquistadores fueron las siguientes: que los indios eran adictos a la desocupacin y el vicio, caractersticas que se podan corregir a travs de la conversin y la aceptacin de la fe cristiana y viviendo cerca de los espaoles; y que, aun cuando eran criaturas de Dios, haban permanecido bajo el control del demonio, y que era parte del designio de Dios, a travs de la actividad misionera de la conversin, traer a todos los nativos descubiertos a la fe cristiana (Glacken 361).
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Aun cuando el mal haba llevado a los aztecas a la idolatra antes de la llegada de los espaoles, una vez convertidos al cristianismo la gran sociedad azteca podra ser reconstruida sobre principios organizativos precolombinos. Los proponentes principales de estas visiones fueron Bartolom de las Casas, Bernandino de Sahagn y Diego Durn (Duarte 86; Ortiz, Aztec 12). La inauguracin de colegios como el de Santa Cruz de Tlatelolco gener la creacin de una lite letrada y cristianizada que provey a la Iglesia con los medios intelectuales y lingsticos para penetrar ms efectivamente el mundo indgena (Gruzinski, The Conquest 60). De esta forma, al acceder a las artes y a la educacin cristiana, la nobleza india logr un mayor estatus que el de los indios tributarios. Esto es visible en el hecho de que entre 1547 y 1569 los indgenas nahuas administraron el colegio. Tlatelolco se convirti, adems, en centro de investigacin y documentacin de la cultura indgena. A pesar del apoyo del virrey Antonio de Mendoza, el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco tena detractores que se oponan a proveer educacin superior y, por ende, un mayor estatus a los nativos8. Un ejemplo de ello es el caso de Gernimo Lpez, quien despus de visitar el seminario de Tlatelolco escribi a Carlos V lo siguiente, en 1541: La doctrina bueno fue que la sepan; pero el leer y escribir muy daoso como el diablo. Lpez advirti que, adems de ensearles a los indios a leer y escribir, se les estaba enseando la Biblia, la cual distorsionaban y eran incapaces de entender:
Dironse tanto a ello e con tanta solicitud, que haba mochacho, y hay de cada da ms, que hablan tan elegante latn como Tulio; [] A lo cual, cuando esto se principiaba, muchas veces en el acuerdo al obispo de Sto. Domingo ante los oidores, yo dije el yerro que era y los daos que se podan seguir en estudiar los indios ciencias, y mayor en dalles la Brivia en poder, y toda la sagrada Escritura que trastornasen y leyesen, en la cual muchos de nuestra Espaa se haban perdido e haban levantado mill herejas por no entender la sagrada Escritura, ni ser dinos, por su malicia e soberbia. (Carta)
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Con la fundacin del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco empez a formarse la primera biblioteca acadmica de las Amricas (Mathes 12-21).
La epidemia de 1545 diezm a gran parte de la poblacin del colegio e incentiv la promocin de la presencia de mdicos indgenas durante los aos subsiguientes9. Martn de la Cruz, un curandero nahua, fue uno de los mdicos trados al colegio despus de la epidemia (Viesca, y Martn 481). En tiempos de epidemias el estudio de la medicina adquiri mayor importancia y los europeos se preocuparon as por conocer las cualidades y los mritos de los remedios extranjeros. La naturaleza indgena comenz a verse como materia digna de estudio, bajo la premisa de que cada regin tendra sus propias enfermedades endmicas, las cuales podran ser curadas nicamente con medicinas nativas (Cooper 42-44). De tal forma, en este contexto de epidemias generalizadas, los cursos de medicina empezaron a formar parte esencial del currculum del colegio. Para 1552 estaba en riesgo de ser cerrado, debido a la influencia de peninsulares como Gernimo Lpez, quienes advertan sobre los peligros de educar a los indios. En un intento por enfrentar la posibilidad de perder el subsidio de la Corona, Francisco de Mendoza, el hijo del virrey, solicit un herbario como regalo al rey Carlos V, para demostrar la utilidad y el mrito del colegio. El curandero ms conocido de Tlatelolco, Martn de la Cruz, fue designado como encargado de preparar el regalo10. Sin embargo, adems de demostrar cun digno era el colegio, otras razones explican el inters del hijo del virrey en este particular regalo. Carlos Viesca Trevio seala que la familia Mendoza tena una relacin cercana con de La Cruz, lo cual le haca confiable para ese trabajo. Adems, Mendoza estaba intentando convencer al rey de que expidiera una licencia para explotar las riquezas medicinales del Nuevo Mundo (y Martn 481). Sin duda, el conocimiento nahua de las hierbas y
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Se calcula que la epidemia de fiebre hemorrgica diezm, aproximadamente, al 80% de la poblacin; en su mayora indgenas. Existe un debate sobre si la epidemia se origin en Mxico o si fue trada de Espaa (Acua-Soto; Caldern y Maguire 733). La existencia de reconocidos mdicos indgenas que practicaron su oficio pblicamente en Mxico a lo largo del siglo XVI ha sido documentada ampliamente (Viesca, Reflexiones).
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los rboles mexicanos eran fundamentales para esta tarea. A pesar de los intentos por mantener los subsidios de la Corona para el colegio, entre 1553 y 1558 fue sostenido gracias a la caridad del virrey Antonio de Mendoza, quien donaba al ao ochocientos pesos de minas para el mismo (Ocaranza 22).
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El libro est dedicado a don Francisco de Mendoza hijo de Antonio de Mendoza, primer virrey de Nueva Espaa, por Martn de la Cruz, indigno siervo suyo:
Pues no creo que haya otra causa de que con tal insistencia pidas este opsculo acerca de las hierbas y medicinas de los indios, que la de recomendar ante la Sacra Cesrea Catlica y Real Majestad a los indios, aun no siendo de ello merecedores. Ojal este libro nos conciliara gracia a los indios, pobrecillos y miserables somos inferiores a todos los mortales y por esta nuestra pequeez e insignificancia natural, merece indulgencia []. (La Cruz, Libellus 13)
El herbario est organizado por captulos y comienza con las afecciones de la cabeza, los ojos, los odos, la nariz, los dientes y las mejillas; sigue con el pecho y el estmago, y contina con las rodillas y los pies; termina con los captulos del remedio contra el miedo o poquedad de nimo, Algunas seales de la cercana de la muerte, Mente de abdera y, por ltimo, Vejados por el torbellino o el ventarrn (La Cruz, Libellus 13-15). Las enfermedades tratadas en el herbario estn nombradas en latn, de acuerdo con la tradicin de los herbarios medievales y de la poca moderna europea11. La influencia de la Historia Natural de Plinio en varias partes del herbario es notable. El uso en latn de la palabra vomica para furnculos, en el folio 7 v., fue tomado de l (La Cruz, Libellus 16-17). En el folio 19 v., que describe la Medicina para deshechar la saliva reseca, el autor o quizs esto fue obra del traductor escribe:
Habr fluencia de saliva y se mitigar la sed excesiva si se toma una bebida hecha de las hierbas silvestres acetosas molidas en agua muy limpia. Ha de agregarse la alectoria, que es una piedra preciosa de apariencia de cristal, del tamao de una haba, sea de las Indias, se de Espaa, y se encuentra en el buche de las aves gallinceas, como lo atestigua tambin Plinio; tambin se agrega un Milano de Indias, y un pichn. Todo lo cual se mezcla con la bebida, que es de hierbas cidas. (La Cruz, Libellus 235)
En el margen del manuscrito original, la cita de Plinio aparece como Lib.37 ca.10. Este es uno de los pocos ejemplos en los cuales hay una traduccin del nombre de una planta del nhuatl al latn. Es el caso de Acetarium silvestris (acedera del monte), que corresponde a la planta quauhtlaxoxocoyolin, la cual est ilustrada arriba del texto, aunque el nombre en la parte de arriba se conserv en nhuatl. Alectorium es el nombre en latn para piedra bezoar, una piedra preciosa que se encuentra en la molleja
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Algunas de las enfermedades que aparecen en el cdice son: disentera, epilepsia, hemorroides, melancola, angina y psora.
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de los gallos y de otras aves, y que sirve para curar varias enfermedades. Aparece en ms de diez folios del herbario12. En varias de las descripciones de enfermedades y remedios el herbario hace referencia al binario caliente-fro. En estudios previos sobre el cdice hay una afirmacin recurrente: que los autores usaron un modelo europeo y basaron sus curas en medicina humoral13; sin embargo, esto es debatible14. En The Natural History of the Soul in Ancient Mexico, Jill Leslie McKeever Furst argumenta que los mexicas y muchos otros grupos indgenas del Nuevo Mundo observaban los cambios en el calor del cuerpo desde el nacimiento y tenan un inters por mantener el balance entre en calor y el fro durante el curso de la vida. Esta tesis sostiene que los espaoles no necesariamente introdujeron la dicotoma de caliente-fro en la prctica mdica de Nueva Espaa15.
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En el herbario la piedra bezoar se utiliza para estimular la saliva; en un enema para aliviar el dolor del abdomen; para la disentera; para la diarrea; para el calor excesivo en el cuerpo; para la fatiga; para la epilepsia; y, en una pocin, para los ltimos ritos de los agonizantes (La Cruz, The Badianus 32, 52-54, 70, 79, 94 y 116). As como en el herbario medieval italiano Tractatus de herbis (c. 1300), el Cdice de la Cruz-Badiano presenta evidencia de la teora humoral. El origen de la teora humoral en medicina se remonta al legado de Galeno y su influyente doctrina sobre los humores, que est basada en los escritos de Hipcrates, pero se deriva originalmente del sistema de Aristteles de los cuatro elementos que componen el universo: tierra, agua, aire y fuego. De acuerdo con esta teora, cada elemento es el resultado de la accin de las cualidades elementales: una activa y otra pasiva; la tierra es fra y seca; el agua, fra y hmeda; el aire, caliente y hmedo; y el fuego, caliente y seco. Todos los seres vivos contienen estos elementos, y en el cuerpo humano estn representados los cuatro humores. Una persona es saludable cuando los humores estn perfectamente balanceados. En un ser humano de constitucin normal la preponderancia de uno de sus humores determina su complexin o temperamento: melanclico, flemtico, optimista o colrico (Collins y Raphael 6-9). Desde el trabajo de Emmart todas las revisiones del Cdice de la Cruz-Badiano han argumentado que la teora humoral europea tiene una influencia notoria en la fuente. Lpez Austin sugiere que el gran nmero de fenmenos clasificados como calientes o fros va ms all de cualquier divisin similar de las teoras humorales europeas; este autor indica que las personas de Amrica estaban mucho ms a gusto con esas distinciones y estaban interesadas en extenderlas, pues tal dicotoma era, bsicamente, propia, en vez de haber sido
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En un anlisis sobre el pensamiento nahua respecto al cosmos, el cuerpo y la naturaleza, Lpez Austin muestra que este pueblo americano tena una concepcin dual de la realidad en los binarios fro-caliente, arriba-abajo, luz-oscuridad y muerte-vida (59). Seala, adems, que los mexicas y muchos otros grupos indgenas del Nuevo Mundo observaban cambios en el cuerpo desde el nacimiento, y que, probablemente, saban por experiencia sobre diferentes instancias en las cuales, por ejemplo, un nio que se mantena fro no lograba crecer y, finalmente, mora16. La dicotoma caliente-fro se halla estrechamente relacionada con el tonalli. Este es para los nahuas la fuerza que da vitalidad, calor y coraje, y que permite el crecimiento. Su inters en el tonalli como temperatura sugiere que antes de la llegada de los espaoles al Nuevo Mundo los pueblos indgenas nahuas haban observado los efectos de los cambios en el calor del cuerpo, y haban intentado balancear el fuego interno con ceremonias; probablemente, con comida, acciones rituales y hierbas medicinales (Lvi-Strauss 124). La existencia de tres fluidos vitales que se distribuan en la cabeza (tonalli), el corazn (teyolia) y el hgado (ihiyotl) era central en la cosmologa nahua. Estos eran centros animsticos que hacan posible la existencia humana. Los nahuas tenan una visin del cuerpo que tenda a comparar los diferentes rdenes taxonmicos y a homologar procesos sociales y naturales. Buscaban la regularidad en el universo, su total congruencia
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introducida por los espaoles (Lpez 75-123). Messer cree que el razonamiento sobre lo que es fro o caliente depende no de la transferencia de una clasificacin abstracta de la teora humoral, sino de siglos de experimentacin con comidas, hierbas y procedimientos nativos del Nuevo Mundo (Foster; Messer). La teora de los estructuralistas tempranos de que estructuras duales como esta son constitutivas del pensamiento humano se encuentra en el estudio de Lvi-Strauss sobre los indios de Suramrica e Indonesia. l muestra que estas sociedades tenan estructuras sociales binarias en coexistencia con estructuras asimtricas. Dicotomas tales como este-oeste, sol-luna y tierra-agua se encontraban en dichas sociedades. Lvi-Strauss afirma que no se debe acudir a perspectivas totalizantes para aceptar que la dicotoma caliente-fro pudo haber sido lo suficientemente comn en el pensamiento humano como para asumir que haban sido hispanizadas (102, 132-163).
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y orden (Lvi-Strauss 171). El herbario haca eco de tal comprensin del cuerpo humano; de ah su inters en brindar varios ejemplos del binario caliente-fro. En el folio 18 v., Calor de la garganta, aparece un remedio que se describe a continuacin: refrescan el calor de la garganta las hojas de teamoxtli musgo de la piedra, tlahnextli planta reluciente, molida en agua juntamente con el tallo de la juincia llamada tolpatlactli. Millie Gimmel da varios ejemplos de remedios para ajustar el tonalli y otras fuerzas vitales. Por ejemplo, argumenta que en el folio 44 r. se presenta el tratamiento del calor excesivo y que este calor no era el entendido por los espaoles, sino que era el calor del tonalli conocido por los mexicas (Hacia 279). De esta forma, a la luz del debate sobre los orgenes de la teora humoral, no es posible atribuir a la cultura europea o a la nahua la autora del binario caliente-fro en el herbario. En la seccin final del cdice, Juan Badiano insiste en su inferioridad de cara a la tarea que emprendi:
Yo te ruego una y otra vez, excelentsimo lector mo, que veas con buenos ojos lo que haya puesto de trabajo en mi pobre traduccin de este opsculo herbario []. Has de tener sabido que yo, en preparar esta obra he impendido algunas horas prolongadas, y eso no para hacer alarde de ingenio, que a la verdad es casi nulo, sino por pura obediencia a que estoy con mucha justicia obligado para con el eximio sacerdote y rector de esta casa de Santiago, apstol y amartelado patrono de los espaoles. Quiero decir, para con el P. de la orden de S. Francisco, fray Jacobo de Grado, l fue quien puso sobre mis hombros tal cometido. (La Cruz, Libellus 89 y The Badianus 325)
Martn de la Cruz y Juan Badiano son modestos sobre su trabajo en el cdice; sin embargo, logran unir conocimientos locales y europeos. Comunican y asimilan expresiones de insuficiencia y de falsa modestia, propias de los escritos de la Europa moderna. Esta convencin refleja la asimilacin de caractersticas europeas, al tiempo que se mantienen tradiciones nahuas de automenosprecio; sin embargo, en este caso, as como sucede en el de las teoras humorales, no es posible rastrear los lmites exactos entre la falsa modestia y el automenosprecio europeo y nahua. Los lmites entre lo europeo y lo nahua se desdibujan constantemente.
Figura 3. Temahuiztiliquauitl, tlapalcacauatl, texcalamacoztli, couaxocotl, yztacquauitl, teoezquauitl, huitzquauitl, folio 38r.
Fuente: La Cruz, The Badianus, placa 68.
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En el marco del modelo de la hibridacin se puede considerar el caso del Cdice de la Cruz-Badiano, pero no necesariamente implicando un estructura conflictiva. Se trata, ms bien, de la coexistencia de dos visiones de mundo y sistemas de escritura. El hecho de que los autores del cdice nombren las plantas en nhuatl da cuenta de esta coexistencia donde la idea de una hibridacin orgnica toma forma. La palabra tlacuiloliztli en nhuatl significa escribir y pintar. Los sistemas de escritura en el cdice concebidos en una concepcin amplia que considera tanto los verbales como los no verbales de comunicacin grfica componen un conjunto de elementos que mantiene y comunica conocimiento; es decir, que presenta las ideas (Hill y Mignolo). El nhuatl es una lengua aglutinante donde las palabras y las frases estn compuestas por la unin de prefijos, races y sufijos. El anlisis de los nombres de las plantas en el cdice es til por el hecho de que las caractersticas del nhuatl hacen esencialmente descriptiva la composicin de palabras (Lpez 31). En un contexto caracterizado por una visin europea dominante, la bsqueda de principios taxonmicos nahuas es posible nicamente a travs de un anlisis lingstico y, aunque en menor medida, de un anlisis pictogrfico (Palmeri 214). En el anlisis de los nombres en nhuatl contenidos en el herbario, ngel Mara Garibay identifica seis palabras en nhuatl que sirven como prefijos para clasificar plantas (La Cruz, Libellus 223). De acuerdo con este estudio etimolgico existen patrones lingsticos que expresan un orden en la naturaleza. A esta lista se le adicion el prefijo atl, que indica la ecologa acutica de las plantas. Los prefijos principales y sus significados se encuentran en la tabla 117.
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En sus observaciones generales sobre el sentido etimolgico de las palabras en nhuatl en el cdice, ngel Garibay identifica algunos de los prefijos que sirvieron para clasificar las plantas (Garibay 223).
Palabras Cuahuitl, tepetl, tel Tlalli Xihuitl Teotl Tlaco Tlacatl, tecutli, pilli Alt18
Abreviacin Cuah, tepe, te Tlal xiuh Teo Tlaco Tlaca, tecu, pil At, a
Significado
Planta que crece en el cerro o regin montaosa La que crece en la llanura o en el interior de la tierra Planta herbcea Divino, pero es para indicar la planta fina o legtima Cercana o pariente de la que se le designa con el nombre que sigue Planta digna de reyes y seores, o sea de calidad mejor que las otras que el nombre designa Planta que crece en o cerca al agua
Tabla 1. Lista de prefijos contenidos en los nombres de las plantas en nhuatl en el Cdice de la CruzBadiano.
Fuente: Garabay.
Adems de la descripcin lingstica que se encuentra en los prefijos en nhuatl, los significados de los nombres contienen informacin sobre cada planta. Los nombres describen las propiedades y los usos medicinales; las caractersticas descriptivas, como el ecosistema en el que crece la planta, el color de la planta y el color de la tierra; las caractersticas morfolgicas, como el olor, el sabor, los efectos que causan las plantas, su relacin con ciertos animales o su relacin con algn elemento sagrado o deidad19. La funcin descriptiva del nhuatl en el cdice es posible gracias a un proceso de hibridacin, aquel por el cual el nhuatl se convierte en lenguaje alfabtico. En los casos en los cuales la ecologa de la planta no se especifica en el nombre en nhuatl o en la ilustracin , por ejemplo, en Medicina con que se mitiga el dolor de garganta, en el folio 19 r. los autores aclaran dentro del texto en latn el tipo de terreno en el que se encuentra esta planta:
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Algunos de los ejemplos de los nombres de las plantas y sus significados son los siguientes: huitzquilitli hierba comestible espinosa; tetlahuitl piedra roja; tlayapaloni tinte para ennegrecer o, ms bien, para dar color morado; chipahuacxihuitl hierba grasosa; matlalxochitl flor azul; azcapanyxhua hierba medicinal de la basura; ohuaxocoyolin agrillo del tallo; cochizxihuitl hierba del sueo; huitiuitzyocochizxihuitl hierba del sueo espinosa; yztacapahti medicina blanca; atzitzicaztli ortiga acutica; y teonochtli tuna fina; real, dicen a veces.
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Se adormece el dolor de garganta, si se mete el dedo a la boca y se aplica con l, sobando suavemente la parte enferma, el jugo de las hierbitas tlanexti y teoiztaquilitl, que se cran en lugares pedregosos, que se ha molido antes con piedra pmez y tierra blanca y se han mixturado con miel. (La Cruz, Libellus 31)
Un ejemplo adicional est en el f. 27 r.: Contra el dolor en el pecho, las hierbas telahuitl, teoiztaquilitl, que nace sobre las piedras, junto con piedra tlacalhuatzin, piedra pmez y tierra blanca (La Cruz, Libellus 41). Los autores hicieron uso de los recursos lingsticos tanto del nhuatl como del latn, al igual que de representaciones visuales en el cdice, para nombrar y representar el mundo natural. Otros trabajos han intentado mostrar la existencia de una taxonoma natural nahua a travs del estudio del bien conocido Cdice Florentino. Ortiz de Montellano argumenta que, al parecer, los nahuas desarrollaron un extenso y acertado sistema taxonmico jerrquico. Las plantas se diferencian lingsticamente mediante el uso de caractersticas descriptivas. El autor afirma que este sistema taxonmico descriptivo existi doscientos aos antes del nacimiento de Carlos Linneo, lo cual resalta los logros de la cultura nahua (Aztec 34-37). Adicionalmente, los botanistas europeos del siglo XVII intentaron identificar o, por lo menos, relacionar nuevas especies algunas de ellas contenidas en el trabajo del mdico Francisco Hernndez y en el Cdice de la Cruz-Badiano con aquellas estudiadas por las autoridades antiguas, como Dioscrides, Teofrasto y Plinio. A este respecto, ms de quinientas plantas nombradas en el Cdice de la CruzBadiano y las tres mil plantas en el trabajo de Hernndez significaron una contribucin enorme que la terminologa botnica europea no pudo integrar. Hernndez mismo enfrent este problema y, en consecuencia, recurri al nhuatl con el fin de encontrar terminologa para su trabajo (Lpez y Pardo). Los autores del cdice debieron enfrentarse a un problema similar, y solo en pocas ocasiones dieron con la traduccin al latn de los nombres de las plantas o las piedras mexicanas (Fresquet y Lpez 18). En el caso de Hernndez, el uso del nhuatl alfabtico da cuenta de un proceso de doble va por el cual naturalistas europeos integraron
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elementos del repertorio cultural y de los saberes nahuas en sus propias historias naturales. El aprendizaje de latn por parte de los nahuas implic la introduccin de un nuevo sistema de conocimiento y de pensamiento, y el proceso de convertir el nhuatl en un lenguaje alfabtico hace de este un artefacto hbrido. En otras palabras, la conversin del nhuatl en un lenguaje alfabtico y su funcionalidad en un herbario de tipo europeo reflejan una hibridacin intencional. Ello se evidencia en el hecho de que en el cdice se mantuvieron estos nombres en nhuatl, y por la facilidad con la cual los nahuas de los crculos nobles se adaptaron a los estndares culturales europeos, sin que ello significara entrar en conflicto con estos, sino, ms bien, apropindolos para su beneficio. En varios folios, como en el 32 r., sobre la cura para la Frialdad abdominal; en el 41r., o Remedio contra la sangre negra; en el 49 r., Remedio contra la purulencia ya agusanada; o en el 61 r., Siriasis, hay referencias al vino nativo, nuestro vino, vino indio, octli, y vino nativo dulce. Estas referencias aluden al pulque, la bebida alcohlica nativa extrada del maguey. La conexin semntica entre el pulque como vino ejemplifica la capacidad de asimilacin de artefactos culturales y lingsticos de Europa por parte de los nahuas al asociar su propio pulque con el latn vino Indico. Lo mismo ocurre con varios nombres de animales del Nuevo Mundo usados para preparar algunos remedios que aparecen nombrados en latn como animales europeos conocidos. Algunos ejemplos son hormigas, palomas, guilas, gansos, halcones, bhos, cuervos, gallos, perros, zorros, leones, ratones, etc. Alrededor de la mitad de los nombres de animales permanecen en nhuatl. Es decir, la construccin del cdice como un artefacto hbrido lo hace receptor de sentidos igualmente descifrables, tanto en un contexto europeo como en uno nahua. Sin embargo, al ser un regalo para el rey de Espaa, el manuscrito aparenta congraciarse con los estndares europeos para este tipo de textos, aun cuando en niveles detallados de anlisis, como hemos visto, no es tan fcil atribuir una naturaleza exclusivamente nahua o europea a sus contenidos.
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Varios autores han sealado la similitud entre el cdice y herbarios europeos de la misma poca. Somolinos dArdois (185) considera el herbario mexicano dentro de un grupo de herbarios medievales, como el Hortus sanitatis, de John von Kaub.
Las ilustraciones del cdice no son exactas ni realistas, en comparacin con el esfuerzo de los europeos del siglo XVII de asegurar que imgenes hechas con exactitud (icons) de aquellas materias [plantas] fueran presentadas a sus lectores (Ogilvie 198). Los autores del cdice estn demostrando su dominio sobre las propiedades curativas de las plantas mexicanas y sobre los modos de expresin europeos. Serge Gruzinski afirma que los pintores indgenas fueron capaces de transmitir la realidad colonial que descubran y responder a la demanda de los espaoles permaneciendo fieles a su arte, pues supieron modificar su instrumento y desarrollar su potencial (La colonizacin 41). El herbario contiene 184 dibujos de plantas en los cuales pueden ser identificados ciertos patrones y convenciones visuales. El primer patrn general es que el fondo de cada imagen es plano y sin color. En la mayora de las ilustraciones no hay evidencia de una tercera dimensin, pero en algunas pocas est sugerida. El tamao de las plantas es uniforme y el nmero de ellas en cada folio est entre una y cuatro, excepto en los folios 38 r., 38 v. y 39 r., que contienen entre siete y once plantas cada uno, junto con el nombre en nhuatl en cada una de ellas. Cada parte de las plantas est dibujada sin mucho detalle, si se las compara con otras ilustraciones europeas del mismo perodo. Se pueden apreciar en esas imgenes las partes de la planta: el tallo, las flores, las hojas, las espinas y las races. Estas ltimas, en casi todas las ilustraciones, estn pintadas con considerable detalle, dan informacin sobre el tipo de terreno en el que se encuentra la planta21. En varias ilustraciones las races estn encapsuladas, como en una roca; es decir, en un pictograma circular, que en muchos casos representa el glifo nahua para piedra: tetl (f. 38 v., figuras 3, 4, 5, 6 y 7). En trminos botnicos se podran describir las ilustraciones como inexactas, debido a la falta de detalle. Sin embargo, si se comparan estos dibujos con otras representaciones nahuas
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En comparacin con las ilustraciones del Cdice Florentino, los dibujos de las races juegan un papel central en las representaciones del Libellus. La seccin dedicada a historia natural en el Cdice Florentino tiene muchos rboles y plantas dibujados sin las races y sin demasiados detalles.
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de la naturaleza, como los glifos toponmicos en la cartografa del siglo XVI, se puede afirmar que las ilustraciones del herbario tienen una intencin naturalista (Mundy). De acuerdo con Emmart, el Cdice de la Cruz-Badiano excede a otros manuscritos aztecas en cuanto a la gran variedad de colores (34). Estos, en las ilustraciones, son muy brillantes, lo cual hace de este un documento visualmente atractivo. Hassig (34) afirma que, si bien muy llamativos, los colores en el cdice no siempre reflejan los que se encuentran en la naturaleza (ver, por ejemplo, la fig. 3). Serge Gruzinski sostiene que la confrontacin entre el uso indgena del color y las imgenes monocromticas en los impresos europeos revela cmo los indios absorbieron y se adaptaron a un nuevo orden visual (Images 70). El uso de colores en el herbario puede pensarse como parte de una tradicin nahua rica en ellos, y tambin, como evidencia de la intencionalidad de los autores que produjeron el herbario: hacerlo visualmente atractivo para el rey, en un intento por preservar sus privilegios como parte de la nobleza indgena. En el folio 13 v. (fig. 1) la ilustracin acompaa la descripcin en latn del remedio para la prdida o interrupcin del sueo. La primera hierba de la ilustracin (de izquierda a derecha) es Azcapanyxhua tlaholpahtli, que significa hierba medicinal de la basura que brota en los hormigueros. La ilustracin de la planta expresa la relacin con su ecosistema, al mostrar un grupo de hormigas debajo de la raz de la planta; ello es una representacin literal del entorno natural en el que esta crece. Las hormigas no se identifican con glifos especficos, y es importante notar que la inclusin de un parsito asociado debajo de una planta era popular en los herbarios europeos (Hassig 34). En el nombre en nhuatl y en la ilustracin hallamos informacin sobre la ecologa de la planta. De igual forma, en el tratamiento contra el dolor del corazn (f. 28 r.) se utiliza la hierba nonochton, lo cual significa: que nace cerca a los hormigueros. El nombre que aparece sobre la ilustracin es nonochton azcapanyxua, que significa pequeos nopales que brotan en los hormigueros. La ilustracin contiene en la races de la planta varias hormigas. La relacin entre el nombre de esta
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y lo que significa es evidente, y aparece representada literalmente en la ilustracin (fig. 2). La segunda planta en la fig. 1 es Huihuitzyocochizxihuitl, o hierba del sueo espinosa. El nombre nos da una pista sobre las propiedades de las plantas, al igual que sobre una de sus caractersticas morfolgicas: las espinas. En la denominacin del sueo encontramos informacin sobre sus efectos narcticos. Cuando volvemos a la ilustracin vemos las flores, las vainas y las espinas. La ltima planta en este folio es Cochizxihuitl, que significa hierba del sueo. En la raz de la planta se observa una roca azul. El detalle del color que aparece constantemente en las ilustraciones hace referencia a la ecologa en la cual crece la planta. Como el azul aparece solamente en el centro de la raz, puede significar que la planta crece en tierra hmeda. El sufijo xihuitl significa que es herbcea. En el folio 52 r. se describe cmo se cura el que ha sido vejado por el torbellino o el ventarrn. Este caso presenta una particularidad de la cultura nahua, pues los indgenas relacionan un torbellino de viento con enfermedad. Emmart afirma que ac se expresa la idea de la enfermedad penetrando el cuerpo por medio de la inhalacin, y que la enfermedad fue causada por el viento (306). Tambin argumenta que esta enfermedad est asociada al dios Quetzalcoatl. El nombre de una de las plantas para curar esta dolencia es quauhyayaual, del prefijo qua o cuah, lo cual significa que crece en regiones montaosas. El sufijo yayaul significa rodete, rodar, que junto con el prefijo significa rodete de monte. El nombre nos da informacin de la topografa donde la planta se encuentra y establece una relacin con la enfermedad, al ser el torbellino y el rodete ideas similares. Uno de los elementos recurrentes en las ilustraciones es el glifo nahua para piedra tetl, el cual funciona como ideograma para indicar la tierra rocosa donde la planta crece. En el folio 38r. (fig. 3) que contiene siete ilustraciones sin descripcin alguna cinco de las siete plantas representadas (3, 4, 5, 6 y 7) tienen el glifo tetl en la raz. Est dibujado con contornos gruesos, semejantes a las ilustraciones de la preconquista
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y algunos cdices de la postconquista, y sugiere una tercera dimensin. Sin embargo, en la mayora de las ilustraciones este trazo grueso pierde consistencia y se expresa un tipo de contorno ms occidental (fig. 3). La planta llamada couaxocotl (f. 38 v., fig. 3) es representada como un rbol de tres ramas con dos serpientes que suben por cada uno de sus lados y se comen los frutos. El nombre couaxocotl significa fruto de la serpiente y en este caso la ilustracin representa literalmente el nombre de la planta en nhuatl. Otras representaciones de la naturaleza en la escritura nahua tienen el tetl bajo cierto rbol, y ello alude a un glifo toponmico. En otros cdices, como el Mendoza y el Florentino, el rbol del nopal sobre el glifo de la piedra (tetl) representa el glifo del altepetl de Tenochtitln (fig. 4)22. El significado de este glifo es lugar del nopal sobre la piedra. En el Cdice de la Cruz-Badiano el nopal aparece nombrado como tlatonochtli. El prefijo tla significa que la planta crece en las llanuras o en el interior de la tierra, traduce literalmente nopal plantado (fig. 5). La ilustracin del nopal en el herbario, en comparacin con el glifo de Tenochtitln, contiene informacin ms detallada sobre la planta, como las flores y los frutos. El dibujo representa una imagen realsticamente ilustrada. El glifo para agua tambin aparece en el cdice en el folio 9.r. El tratamiento para la cada del pelo utiliza una hierba llamada xiuhhamolli planta de jabn. Aparece representada con el glifo del agua bajo las races (fig. 6). En varios anlisis sobre cartografa indgena del siglo XVI, Serge Gruzinski encontr que el color y el dibujo del agua son el smbolo de Chalchiuhtlicue, la diosa acutica, la Seora de las Corrientes de agua (La colonizacin 50). A pesar de la informacin disponible en el herbario, no es posible concederle carcter sagrado a la planta. Siguiendo el orden nahua en el herbario, de describir las plantas etimolgica
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El altepetl es una entidad tnico-poltica con una organizacin modular o celular, comn a otras esferas de la sociedad nahua (Lockhart, The Nahuas 14).
o pictogrficamente, el glifo del agua atl indica que la planta crece cerca de corrientes de agua (La Cruz, The Badianus 215). Podramos especular acerca del propsito del material pictogrfico y la forma como es utilizado por los autores del cdice. Es fundamentalmente cognitivo o esttico? (Pasztory 11). Debido a la intencin del herbario de ser un regalo para conseguir la favorabilidad del rey, podramos afirmar que la parte esttica jug un papel importante en la produccin de las ilustraciones. La belleza de los dibujos es innegable, y el uso extensivo de colores (fig. 3) para representar la naturaleza supera otras representaciones de la poca, como el Cdice Florentino o el trabajo de Francisco Hernndez. Sin embargo, hay elementos pictogrficos de la tradicin nahua, como los glifos, tal como se mostr en la seccin sobre los nombres, que transmiten aspectos descriptivos, como la ecologa de las plantas. En otras palabras, tanto la funcin cognitiva como la esttica juegan un papel central en el cdice. El estilo de pintura, los patrones de los nombres en nhuatl alfabtico, los remedios descritos en latn y la dicotoma fro-calor hacen que el cdice se caracterice por ser un artefacto hbrido. El nico elemento nahua en el anlisis pictogrfico que se puede caracterizar con certeza como tal son los glifos. El herbario de tipo europeo tal como ha sido analizado por varios estudiosos aparece, entonces, como un artefacto que reviste mayor complejidad y al cual tiene ms sentido leerlo con el lente de la hibridacin, frente a la dificultad de trazar fronteras claras entre una cultura y la otra. Los sistemas de escritura y de conocimiento son producto de un proceso de hibridacin propio del contexto colonial que se hace evidente en el cdice. Los elementos de la cultura nahua y la tradicin europea en el cdice crean un espacio hbrido, en el cual las fronteras entre uno y otro son difusas. Aun cuando la intencin de los autores fuera cumplir con estndares europeos, la cultura nahua se mezcla con la cultura colonial, lo que denota una articulacin dialctica. La pregunta en este punto es si la hibridacin es intencional o no intencional; en otras palabras, es deliberado el estilo hbrido que se ha intentado caracterizar a travs de este artculo? Es el estilo hbrido una prueba de la conciencia que tienen los nahuas de su audiencia?
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rConclusin
Para 1550, dentro del contexto del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco exista un ambiente en el cual las tradiciones mdicas europeas y nahuas podan coexistir sin que una se impusiera sobre la otra. Gimmel reconsidera el cdice para mostrar la importancia de encontrar un texto puro de medicina indgena dentro de l. Apartndonos de la idea de pureza, pero siguiendo la tesis de Gimmel, en el mbito de los sistemas de escritura esta coexistencia le permiti permanecer a un sistema nahua para ordenar la naturaleza, al nombrar las plantas en nhuatl alfabtico sin que esto entrara en conflicto con la naturaleza europeizada de los contenidos, el uso de latn y las representaciones visuales de las plantas. En este sentido, si es o no una fuente colonial pura o contaminada no es relevante para entender cmo la lite nahua experiment y le dio sentido al mundo que emergi con el contacto (Hacia 277). El reto es descubrir la forma como diferentes escrituras y formas de conocimiento se mezclan, como evidencia de un proceso cultural por el cual los indgenas nahuas asimilaron caractersticas de la cultura europea y las utilizaron para su propio beneficio. Sin embargo, los modos de expresin y cosmologas nahuas no desaparecieron con la adopcin del nhuatl alfabtico. La tradicin contina como parte inherente del cdice por la capacidad de los autores de ajustarse a los sistemas de escritura y pintura trados por los espaoles y de incorporar la visin nahua23. Nombrar la naturaleza en nhuatl y cumplir con los estndares europeos hace de Juan Badiano y Martn de la Cruz portadores de una doble conciencia que da cuenta de la naturaleza dinmica del proceso de hibridacin del siglo XVI en Tlatelolco. En muchos casos las fronteras entre una cosmologa y sistema de escritura se borran, y la bsqueda de pureza o contaminacin en los
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Lockhart seala cmo los indios que vivieron durante el primer siglo de la Conquista se adaptaron muy fcilmente a las tcnicas de escritura tradas por los espaoles. Tambin valora la supervivencia de la cultura nahua y la persistencia de su organizacin social y cultural.
cdices coloniales es una tarea que simplifica y oscurece las complejidades del encuentro cultural24. Los autores del cdice demuestran su dominio y conocimiento sobre las plantas mexicanas y sus propiedades curativas, y, tambin, sus formas de entender la naturaleza a travs de modos de expresin nahua, en combinacin con tradiciones y sistemas de escritura europeos. Es en el dilogo entre estos dos elementos como Martn de la Cruz y Juan Badiano negociaron su posicin en la sociedad colonial, ajustndose a estndares europeos y haciendo que sus cosmologas y modos de expresin funcionaran en ese contexto.
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El Orinoco ilustrado
en la
Europa
dieciochesca
esumen
El presente artculo estudia el fenmeno de la lectura en la Europa del siglo XVIII, a partir del caso del Orinoco ilustrado (1741-1745), del jesuita espaol Jos Gumilla. Se trata de una primera contribucin al estudio de la recepcin y la circulacin de esta obra, a travs de las mltiples lecturas que de Gumilla hicieron sus contemporneos en Espaa, Francia y los Pases Bajos. El objetivo es poner esta obra en el contexto de su poca, tanto desde el punto de vista literario como de la historia de las ideas, y subrayar cmo la ambigedad de la produccin y la recepcin del libro tienen mucho que ver con el proceso histrico de la Ilustracin, tan complejo como la obra misma.
Palabras clave: Jos Gumilla, jesuitas, Ilustracin, siglo XVIII, historia de la ciencia.
bstract
This article studies the reading process phenomenon during the European Enlightenment through the case study of El Orinoco ilustrado (1741-1745), written by Jos Gumilla, a Jesuit from the Kingdom of New Granada. It is the first contribution to the study of reception and circulation of the work of this Spanish missionary by means of the multiple interpretations of contemporary readers in Spain, France and the Netherlands. The main objective of this paper is to understand the book in the context of its time, from a literary point of view as well as from the standpoint of history of ideas. It also underlines how the ambiguity of the reception process, definitely as ambiguous as the work itself, is related to the historical progress of the Enlightenment.
El Orinoco ilustrado es una de las obras literarias ms curiosas del siglo XVIII americano. Su autor, el jesuita Jos Gumilla (1686-1750), fue enviado a los 29 aos como misionero a la Orinoqua, donde permaneci 23 largos aos en medio de las penurias propias de una misin difcil, sorteando todas las dificultades de un territorio que an hoy puede parecernos inhspito y que por entonces era ms que desconocido, no solo para los neogranadinos, sino tambin para los europeos, quienes ignoraban todo sobre su historia y su geografa. Curtido en estas experiencias, el misionero es enviado al Viejo Mundo en 1738 a representar su provincia americana. Durante los cinco aos de su permanencia all, Gumilla descubre el mundo ilustrado y escribe lo que, al contacto con la erudicin eclesistica, con la efervescencia de los salones y con el rigor intelectual de las academias, sera El Orinoco ilustrado. Desde 1741, ao de su primera edicin, este libro se convirti en una referencia obligada de gegrafos y cientficos para esta parte de Amrica, y suscit la curiosidad no solamente del pblico culto, sino tambin la de filsofos y acadmicos de toda la Europa ilustrada. En un principio la intencin del autor fue misionera y poltica: dejar un testimonio de su experiencia que sirviera como punto de partida a futuras generaciones de misioneros y dar a conocer la potencialidad de las riquezas de este nuevo ro para futuros proyectos de colonizacin. Pero poco a poco el contacto con la Ilustracin fue generando en el autor nuevas preguntas que, sumadas a su intencin inicial, transformaron su obra, dndole un carcter ms heterogneo. Fue as como El Orinoco ilustrado mezcl cuestiones que hoy por hoy nos parecen completamente contradictorias: la elegancia literaria del ensayo renacentista con la retrica seca de la disertacin cientfica; la lgica teolgica con el empirismo cientfico; la ternura apostlica con la descripcin etnogrfica; la maravilla de lo inexplicable con la explicacin razonada de los fenmenos naturales. Todo esto aparece en Gumilla como en una especie de Summa del Orinoco que merece muchas lecturas atentas para entender a cabalidad la riqueza de su contenido. Muchos acadmicos han estudiado el carcter cientfico y literario de la obra dentro del contexto poltico e histrico de la poca. Este artculo presenta una primera contribucin
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al estudio de su recepcin y su circulacin en el mundo erudito y literario de la Europa ilustrada. Al hacer esto mi objetivo es explicar cmo la ambigedad del proceso de recepcin de la obra tiene mucho que ver con el de su produccin, surgida de dos experiencias (el Orinoco colonial y la Europa ilustrada), cuya convergencia resulta tan ambigua y compleja como la obra misma. Miremos, pues, quines leen a Gumilla y de qu manera lo hacen. Teniendo en cuenta los hbitos de lectura de la poca, los medios de circulacin de los textos, las posturas ideolgicas y polticas de cada tipo de lector y los lugares de divulgacin de la obra, nos hemos encontrado, esencialmente, con dos tipos de lectores. El primero es el lector erudito, sea este eclesistico, docente, acadmico o filsofo independiente. Si bien se puede decir que durante el siglo XVIII el estado eclesistico es an un camino de acceso importante hacia la vida intelectual, es cada vez ms palpable la influencia de una lite ilustrada, burguesa, autnoma, muchas veces hostil al mundo clerical y a las ideas que este moviliza. La divergencia entre el mundo erudito de la ciencia y el mundo culto o letrado parece inscribirse cada vez ms en esta ruptura sociolgica: el rol del intelectual est asociado a esta inteligenzzia burguesa y a su autonoma de juicio, mientras que la cultura del mundo clerical aparece cada vez ms apegada a los privilegios nobiliarios, a la cultura humanista de las letras, cada vez ms reaccionaria a los postulados cientficos del racionalismo o, en el mejor de los casos, relegada a la pedagoga y la vulgarizacin de las novedades comnmente aceptadas o menos perturbadoras del status quo. Se encuentran, sin embargo, excepciones notables, como el caso de fray Martn Sarmiento o el de fray Benito Feijoo, en Espaa, o los de los abates Prvost, Raynal, Pluche y Saint-Pirre, en Francia. El segundo tipo de lector lo integra el pblico culto: hombres curiosos, mujeres de la aristocracia, funcionarios, artistas, miembros de las clases superiores para quienes el trato en sociedad y los viajes son elementos esenciales de cultura. Tradicionalmente y durante gran parte de la edad moderna leer implica, necesariamente, escribir. Es un hbito activo, crtico,
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reservado a los letrados humanistas que movilizan el conocimiento para crear nuevo conocimiento. Sin embargo, el Siglo de las Luces opera un interesante desplazamiento de los hbitos de lectura que va de la erudicin exhaustiva a la cultura de las letras, del saber elitista al popular, de una circulacin restringida a una divulgacin ms amplia del conocimiento. La rpida circulacin de los escritos permite la multiplicacin exponencial del saber y facilita su diversificacin. As mismo, genera nuevos tipos de lectores. Algunos acadmicos denominan esta mutacin la revolucin de la lectura. Siguiendo a Reinhard Wittmann, se trata del:
[] paso de una lectura intensiva y repetitiva de un pequeo canon de textos familiares y normativos, que eran retomados y comentados y que permanecan siempre los mismos durante toda una vida (textos religiosos en su mayora y principalmente la Biblia) a una prctica de lectura extensiva, de textos nuevos y diversos que permitan al lector informarse o distraerse. (357)
Dentro de los procesos de lectura del pblico culto, los publicistas, los libelistas o los periodistas, traductores o vulgarizadores de las ideas nuevas, juegan un papel fundamental. Son la cara de la moneda ms interesante del lector culto, por oposicin al erudito; justamente por ser los encargados de producir y divulgar los textos y encarnar los gustos del pblico. Aunque no son los nicos que han dejado testimonio de la recepcin de los libros y de las ideas que contienen, son, acaso, el mejor termmetro de la recepcin literaria y de la naciente opinin pblica. La otra cara de la moneda es la de aquellos lectores cultos para quienes la manera de apropiarse de lo ledo no necesariamente fue a partir de un ejercicio de escritura, sino mediante una oralidad renovada que discuta sobre lo actual y lo novedoso. Estos lectores replicaron y discutieron en los salones los conocimientos adquiridos en la lectura de novedades, y participaron en la divulgacin de las obras haciendo lecturas pblicas. En fin, hemos de mencionar al ancestro del lector ordinario, an excepcional en el siglo XVIII, que solo busca en los libros evasin y distraccin. Su lectura es ocular, introspectiva, solitaria. De estos dos tipos de lector no podemos hablar ms que en trminos sociolgicos, pues sobre casos especficos, a menos que se trate de un texto cannico, son pocos los rastros escritos
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que se pueden obtener, a no ser por el sondeo de las bibliotecas particulares de cada lector. Estas dos caras del lector culto constituyen la dialctica misma del proceso de lectura, dialctica que terminar afectando la propia recepcin erudita. Aunque durante el siglo XVIII las fronteras entre recepcin culta y erudita son an tenues, como es tenue la frontera entre ciencia, literatura y filosofa, es posible identificarlas y diferenciarlas. Por regla general estos dos tipos de lectores corresponden a las dos formas de recepcin que hemos encontrado: la de autores reconocidos que leen en el original o en la traduccin las noticias e ideas de Gumilla, y la de los gacetistas o memorialistas que se encargan de difundirlas a un pblico ms amplio en peridicos y revistas. El rol de estos medios de difusin en la formacin de esta revolucin y, particularmente, el de la incorporacin de los estereotipos propios de un exotismo cosmopolita en un lectorado extendido no han sido suficientemente estudiados para el caso de los relatos de viaje, aunque sabemos, por los trabajos de Daniel Mornet, M. M. Chinard y Atkinson, la importancia que tuvieron en la difusin de las Luces entre los filsofos (Duchet, Anthropologie 65). Independientemente de la postura ideolgica tanto de autores como de memorialistas ya se trate de los jesuitas o de los abanderados del materialismo, todos, sin excepcin, contribuyeron a la divulgacin y la circulacin de las nuevas ideas cientficas, y, especialmente, a forjar una nueva visin antropolgica del mundo conocido. Tratndose de los jesuitas, las cartas edificantes y las relaciones de los misioneros cumplieron un rol decisivo tanto entre el pblico culto como entre los filsofos y los eruditos. Entre estos ltimos mencionemos solamente la preponderancia de obras de viajeros y misioneros dentro del acervo de las bibliotecas particulares. Entre las ms consumadas encontramos la de Voltaire: sin lugar a dudas, una de las ms completas y actualizadas en materia de viajes y relatos de pases extranjeros (Duchet, Anthropologie 68). Para el caso particular del Orinoco ilustrado, solo hemos encontrado su rastro en las bibliotecas particulares del Barn DHollbach y de Cornelius de Pauw, dos de los grandes propagadores de las nuevas ideas antropolgicas, y en quienes, como veremos ms adelante, repercuten las noticias de Gumilla.
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A esta tipologa de lectores deben aadirse las diferencias ideolgicas y polticas propias de cada pas. En Espaa la obra de Gumilla es muy bien acogida y discutida; esencialmente entre la inteligencia madrilea, conformada por eclesisticos e ilustrados moderados. En Francia, aunque la obra cuenta tambin con lectores cientficos, como La Condamine o Buffon, o con filsofos como Diderot y Raynal, el fenmeno inicial de su recepcin se debe, en gran medida, a las estrategias de propaganda de la Compaa de Jess. Se trata aqu de una recepcin ms amplia y literaria, y, por ende, ms difusa y difcil de estudiar, que gravita entre la curiosidad y el exotismo. En cuanto a los Pases Bajos, donde la divulgacin cientfica y filosfica es ms libre que en Francia, retendremos esencialmente las lecturas eruditas ms destacadas, y en particular la del abate Cornelius de Pauw, que cierra este estudio. Durante el siglo XVIII su importancia en la difusin de las primeras ideas cientficas sobre el hombre americano es grande. Veremos hasta qu punto Gumilla influencia la obra de este abate holands. Antes de mirar en detalle la aparicin de las dos primeras ediciones del Orinoco ilustrado y los ecos de su recepcin, detengmonos un momento en la situacin de la Ilustracin espaola en la dcada de 1740, un entorno desde el cual nuestro jesuita pens y escribi su obra. Aunque las ideas cientficas y filosficas del empirismo y del racionalismo materialista pasaron tambin a la Pennsula, la mayor parte de la lite ilustrada practic lo que Joel Saugnieux denomina el cristianismo ilustrado; es decir, una forma de racionalismo moderado, que no es, como en el caso de Francia y de los Pases Bajos, totalmente hostil a la fe y a la religin catlica. Por el contrario, y como lo seala este historiador, las luces y la religin, la fe y la razn no fueron siempre contradictorias y muchos fueron los que, tanto en la Iglesia como fuera de ella, pretendieron seriamente conciliarlas (15). No se trata solamente como lo sealaba todava hace algunos aos Pierre Chaunu, despreciando y simplificando la complejidad del movimiento ilustrado espaol de procurarse contra la Inquisicin todas las audacias jansenistas y precrticas del siglo XVII francs (285). Tanto reformadores como eclesisticos reciben el eco de las nuevas ideas: as lo prueba la lucha
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del benedictino Feijoo por erradicar la supersticin, o la asimilacin del pensamiento de Newton por fray Martn Sarmiento. Aunque para algunos acadmicos (entre ellos, Albert Drozier) hay un despertar tmido, disperso y errtico de un pensamiento dirigido a la divulgacin de la reflexin, el anlisis y la exaltacin de la verdad (346), lo cierto es que existe un desarrollo muy importante en el terreno cultural; particularmente en las letras, la historia, la poesa, la gramtica y la lingstica. Ello lo prueban algunos logros institucionales, como la creacin de la Real Academia Espaola (1713), del Real Seminario de Nobles de Madrid (1726), de la Academia de la Historia (1735-38) y de la Academia de Bellas Artes de San Fernando (1744). Segn Puig-Samper, hay un giro en 1737 con la publicacin de laPotica,de Ignacio Luzn; losOrgenes de la lengua espaola,de Mayns, y la aparicin del Diario de los literatos de Espaa: Pocos aos despus explica este historiador, entraba en la escena de los vindicadores de la modernizacin cientfica Andrs Piquer, con su Fsica moderna, racional y experimental (Valencia,1745)y suLgica moderna(Valencia, 1747) (99). Aun as, la hostilidad hacia las nuevas ideas es latente; lo es incluso en un Luzn. Elegido secretario del embajador en Pars en 1747, el poeta espaol reprueba todava el desdn que en Pars se observa hacia Platn y Aristteles, y condena el abandono de la metafsica en beneficio de las ciencias de la naturaleza, a las cuales considera peligrosas para la religin:
Un ingenio agudo y ayudado con algunas especies ledas escribe por estas fechas abraza con facilidad un pensamiento nuevo y a medio digerir le aborta, le adorna y le traslada al papel y a la Imprenta. La misma Religin no est segura de estos assaltos repentinos. (125)
La aseveracin de Luzn da el tono general y representativo del pensamiento ilustrado espaol. Y Gumilla no es una excepcin. Su libro es, en efecto, un intento por conciliar la sabidura indgena, la escolstica propia de su background religioso y los avances cientficos que el empirismo ha permitido desarrollar en las ciencias naturales. Por un lado, Gumilla se empapa de novedad leyendo a autores procientficos, como Feijoo y fray Martn Sarmiento; y, por el otro, sigue de cerca la influencia moderada
de la inteligenzzia madrilea. Desde su regreso a Europa, en 1738, Gumilla cuenta con la ayuda incondicional del jesuita Jos Cassani: por as decirlo, su editor. Cassani es por entonces uno de los autores jesuitas ms influyentes de Madrid. Polgrafo experto, miembro consultor del Tribunal de la Inquisicin para la censura de libros, el jesuita es, as mismo, fundador e impulsador de la Real Academia Espaola. El Orinoco ilustrado fue publicado en 1741 por Manuel Fernndez, impresor madrileo de algunas de las obras de Cassani, miembro de la Cmara Apostlica (Inquisicin) y librero frente la Cruz de Puerta Cerrada. Fernndez, y ms tarde su viuda, publicaron durante el siglo XVIII un sinnmero de obras piadosas, panegricas y teolgicas, as como varias obras histricas de autores jesuitas. Entre las ms destacadas se encuentran la Relacin historial de las missiones de los indios, que llaman Chiquitos, del padre Juan Patricio Fernndez (1726); la Historia de la Compaa de Jess de la Provincia del Paraguay, por el padre Pedro Lozano (1755); una edicin de San Francisco Xavier Sus Cartas, en que se deja ver. su fervoroso espritu. y un ardiente amor de la virtud, y un implacable odio de los vicios (1752), as como una traduccin de las clebres Cartas edificantes y curiosas escritas de las missiones estrangeras, traducidas del francs por el padre David Madrid (1754-1767). Sin embargo, el libro se inscribe mucho ms dentro del movimiento ilustrado, y en este sentido opera una distancia en relacin con la tradicin jesuita. Tan solo el ttulo resume el enfoque que Gumilla quiere dar a su obra: El Orinoco Ilustrado, Historia Natural, Civil, y Geographica de este Gran Rio, y de sus caudalosas Vertientes: Gobierno, usos y costumbres de los indios sus habitantes, con nuevas, y utiles noticias de Animales, Arboles, Frutos, Aceytes, Resinas, Yervas y Races medicinales; Y sobre todo, se hallarn conversiones muy singulares a N. Santa Fe, y casos de mucha edificacin. El uso de la voz ilustrado es ya muestra de la voluntad de incluir el libro en el contexto del Siglo de las Luces:
Este agregado de noticias, escribe el autor en el prlogo con humilde elegancia, dara motivo para que el Gran Rio Orinoco, hasta aora casi desconocido renazca en este Libro con el renombre de ilustrado, no por el lustre que de nuevo adquiere, sino por el caos del olvido, de que sale la luz publica. (Gumilla 1741, xxv)
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Es igualmente revelador que se trate de disociar el discurso edificante del tono cientfico que Gumilla quiere darle a su trabajo. As, no es extrao que tanto el tema de la conversin como el de la edificacin ocupen el ltimo lugar del ttulo. Siguiendo esta lnea, el autor remite al lector interesado en conocer los progresos misioneros a la Historia General del padre Cassani que [va] poniendo en nuestra vista heroycas empresas, singulares exemplos y virtudes de Varones ilustres que florecieron en aquella mi Apostlica Provincia para modelo y exemplar nuestro. Gumilla escribe que su propsito es menos glorioso, pues su pluma apenas se levantar del suelo, ni perder de vista el terreno que se aplica, para dar noticia de algunas cosas de inferior tamao (xxv). La distancia que lo separa de la tradicin escritural jesuita ser discretamente anunciada algunas lneas ms adelante, con la ambigedad de la modestia, cuando Gumilla compara su trabajo con otras obras jesuitas del siglo XVII, a las que califica de superiores, como los Triunfos de la fe, de Prez de Rivas, o La Conquista Espiritual del Paraguay, de Antonio Ruiz Maldonado, obras sobre las cuales declara querer seguir sus huellas (aunque de lejos) (xxviii). Ms que el contenido edificante, lo que debe llamar la atencin del lector es la novedad. Con todo, el papel que cumplen el exotismo y las curiosidades en su escritura es, quizs, de mayor importancia que el de su capacidad de observador ilustrado. Gumilla desea hacer ver con su pluma cosas nunca vistas, objetos de inauditas propiedades, fieras de extraas figuras, pjaros singulares y frutos con formas y sabores diferentes de los de Europa. Su escritura busca seducir y fascinar al lector con lo extico, lo curioso, lo inexplicable, para, una vez capturada la atencin, proceder a la aclaracin, la explicacin racional. As es como desarrolla una retrica que va de la captacin de la admiracin a travs de lo maravilloso hacia la explicacin detallada, tan propia del conocimiento cientfico. Sabemos, por una carta escrita desde Roma a un colega de Madrid, que el primer impulso para escribir su obra parece haber sido no tanto disertar para los eruditos sino ensear y explicar el Orinoco a la duquesa de Gandia y Bjar, gran dama cuya curiosidad el padre Gumilla se complace en satisfacer, y a quien en algn momento pens dedicar su obra:
Saldeme mucho, (y sea con cara y frazes de pascua) a mi seora la duquesa. y con las frases ms puras que se le ocurra [] insinele a su Excelencia cmo todo este invierno me he llevado respondiendo por escrito a las preguntas que me hizo, y a todas quantas se me pueden hazer (que es quanto se puede pedir), de las quales ha resultado un libro cuyo ttulo es El Orinoco ilustrado. Historia natural, civil y geogrfica, con la variedad de usos y costumbres raras de aquellas gentes. Sale nuevamente a luz por N. N. Dedcase al grande Apstol San Francisco Xavier, despus de aver resistido a tres graves impulsos de dedicarlo a la seora duquesa de Ganda y de Bjar; pero basta mi buena intencin, aunque resistida, para que su Excelencia se digne de tomar la obra en sus manos, que saldr a ms tardar para mayo []. (Barnadas [1740-1741], 423)
El rol de la duquesa de Gandia no es anodino, y nos permite, acaso, vislumbrar la importancia que tuvieron los salones de discusin en la gnesis de la obra. Con todo, despus de su publicacin, El Orinoco ilustrado estuvo en un principio destinado a circular en el medio erudito madrileo, interesado en la historia eclesistica y en la historia natural americana, un medio compuesto, esencialmente, de catedrticos, y donde su xito fue fulgurante. De ello tenemos dos pruebas fundamentales. En primer lugar, la necesidad manifiesta de una segunda edicin, donde Gumilla pudiera ampliar su erudicin y defender mejor su punto de vista. Esto parece sealar el autor en la introduccin de 1745, cuando anota:
Algunas personas han dificultado, con nimo de averiguar mas la verdad, y otras, as Espaolas como Estrangeras, de la mas sobresaliente Literatura, y de la mas ilustre Nobleza, cultivadas en las bellas letras, se han dignado reconvenirme sobre lo lacnico de algunas noticias, que indican mas fondo del que ligeramente apunt: por lo qual en esta impresion procurar dar todos satisfaccin, sin detrimento de la brevedad que deseo. (5)
As, el volumen in quarto de 639 pginas que constitua El Orinoco ilustrado de 1741 pasa a convertirse en El Orinoco ilustrado y Defendido de 1745, de dos volmenes in quarto, de 445 y 436 pginas respectivamente; es decir, un tercio ms que en la edicin de 1741. La cercana de esta segunda edicin y su aumento prueban el xito y la acogida unnime de la obra entre el medio erudito espaol. Uno de los ejemplos ms interesantes sobre estas ampliaciones es el pasaje alusivo a los vapores del Guo. Segn Margaret Ewalt:
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[] lo que en 1741 comienza como un captulo que muestra la anaconda como un terrible espectculo de la naturaleza, se convierte, con pruebas adicionales, en el captulo ms largo y cientfico de la edicin definitiva de 1745. (47)
Una segunda prueba de la acogida de la obra es el elogio que sobre la segunda edicin hace el padre Benito Feijoo (1676-1764): sin lugar a dudas, la figura ms sobresaliente de la Ilustracin espaola. En un texto escrito probablemente en 1750, a propsito de la lucha contra las supersticiones populares, que fue uno de los caballos de batalla del racionalismo, Feijoo escribe de Gumilla y de su obra:
Pero el testimonio ms decisivo en esta materia es el del Reverendsimo Padre Maestro Jos Gumilla, de la misma Compaa, Autor de la bella Obra del Orinoco ilustrado, dada a luz en dos Tomos este ao prximo de 1745. Digo que es el testimonio ms decisivo por varias circunstancias. La primera es, que habla de lo que vio, y observ por s mismo en los muchos aos que ejerci el sagrado ministerio de Misionero en varios Pases de la Amrica Meridional. La segunda, que los oficios que obtuvo de Superior de las Misiones del Orinoco, Meta, y Casanare, Provincial del Nuevo Reino de Granada, y el que hoy ejerce de Procurador a entrambas Curias por dichas Misiones, y Provincia, constituyen un testigo muy superior a toda excepcin. La tercera, y principalsima es, que sus mismos Escritos hacen visible, que es dotado de una justa crtica, y de conocida veracidad. (164-165)
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Gumilla no es solamente un testigo conspicuo, sino que habla de lo que vio y observ por s mismo, lo cual viene a recalcar el espritu cientfico empirista propio de la Ilustracin. La moderacin del catolicismo ilustrado, sin embargo, asocia el deseo de novedades y curiosidades al espritu filosfico francs, en el cual reinan el libertinaje y la perversin. La razn sin moralidad conduce, para ellos, al fanatismo y a la incredulidad. Cassani, quien como Luzn fue censor de la Inquisicin, escriba en 1744 lo siguiente, en su censura del Viaje de Pablo Lucas:
Los franceses se mueren por estos libros y yo rabio si los tomo en la mano. stas son relaciones que forman estos viajantes (su propio nombre es vagabundos) y en ellas dicen que han visto palacios debajo de la tierra, ruinas en edificios de cuatro leguas de circuito, animales feroces, guilas de cuatro alas, serpientes sin cabeza y otras cosas, con que se debe dudar mucho si han visto lo referido con los ojos o con la fantasa. (AHN, I, 4425-5)
Contrariamente a lo que ocurrir en Francia, como veremos a continuacin, no es el exotismo de la relacin lo que retiene principalmente la atencin de los lectores espaoles, para quienes la aversin por las novedades es patente; al menos en los medios eruditos. En Francia, la dcada de 1740, durante la cual aparecen las dos primeras ediciones ya mencionadas del Orinoco ilustrado, es crucial en la historia de las ideas. En el espacio de un ao se publican algunas de las obras ms importantes del Siglo de las Luces. As, El espritu de las leyes, de Montesquieu, aparece en Ginebra a finales de 1748. En el mismo ao Buffon publica su primer volumen de Historia Natural1, que sienta las bases epistemolgicas de las nuevas ciencias naturales, ya liberadas del dogma religioso. Rousseau publica en 1749 su famoso Discurso sobre las Ciencias y las Artes; Condillac, su Tratado de los Sistemas; y DAlambert, sus Investigaciones sobre la precisin de los Equinoccios. La primera recepcin de la obra de Gumilla en Francia se sita, justamente, en torno a la polmica sobre la figura de la Tierra y las medidas equinocciales, y, por ende, dentro del contexto de los descubrimientos geogrficos, aunque su divulgacin en crculos ms amplios se debe, en gran parte, a los jesuitas y a sus seguidores. Veamos esto con ms detalle. Dos circunstancias extraordinarias, y casi simultneas, contribuyeron a la llegada del Orinoco ilustrado a Francia. La primera es el descubrimiento en 1740, por el jesuita Manuel Romn (amigo y compaero de Gumilla), de una comunicacin fluvial entre el Orinoco y el Amazonas. Desafortunadamente, Gumilla solo estuvo al corriente de ello a su regreso a la Nueva Granada, en 1743: demasiado tarde para que la correccin de la segunda edicin (1745) alcanzara a llegar a Espaa (Backer 297). Una segunda circunstancia es la coincidencia de este descubrimiento con la expedicin de
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De aqu en adelante, a excepcin de unos cuantos, los ttulos originales de las obras y los peridicos citados han sido traducidos al espaol, para comodidad del lector. Remito, pues, al final del artculo, donde se encuentran, en orden cronolgico y de acuerdo con las fechas citadas en el texto, los ttulos originales de las principales obras utilizadas como fuente. Los textos citados han sido, igualmente, traducidos del francs, incluyendo la versin francesa del Orinoco ilustrado, que aparece en itlicas cuando es traduccin ma.
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La Condamine a Amrica del Sur (1743-1745). Cuando el sabio francs, de regreso a Europa, ley en pblico su discurso geogrfico sobre el Amazonas ante la Academia de Ciencias de Pars, el 28 de abril de 1745, ya estaba al corriente del descubrimiento del padre Romn. En efecto, un miembro de su expedicin, el seor Bougier, haba salido del Ecuador, por tierra, hasta la Nueva Granada, y de all, remontado el ro grande de la Magdalena para, en Cartagena, embarcarse de regreso a Europa. Bougier se entrevist en la villa de Honda a finales de agosto de 1743 con un padre jesuita que le informaba, de parte de Gumilla, recientemente llegado a Santaf, sobre aquel descubrimiento (Mmoires, febrero 1748: 370). Es posible que Bougier haya recibido un ejemplar de la primera edicin del Orinoco ilustrado en esta ocasin, y que se trate del primer francs, junto con La Condamine, en haber ledo el libro de Gumilla. Dos aos ms tarde estos hechos fueron divulgados al pblico culto, junto con una primera resea de la obra en el clebre peridico Mmoires de Trevoux. Tambin llamadas Memorias para la Historia de las Ciencias y de las Bellas Artes, Trevoux fue un peridico concebido por los jesuitas franceses en 1701 para publicar todo lo que pareciera curioso, teniendo en cuenta el objetivo edificante y apologtico de la religin. Se trataba de satisfacer las cada vez ms crecientes necesidades de novedad y curiosidad de las clases superiores, los nobles, los funcionarios y los miembros de las profesiones liberales. Sin embargo, ni el corte ideolgico del peridico prximo al partido devoto ni su estilo poco polmico eran del gusto de los sabios ni de los filsofos ilustrados. Voltaire deca de este peridico que lo conformaban tontos traductores, tontos compiladores, tontos autores y an ms tontos lectores (Hatin 264). Con todo, su rol, como el de tantas otras revistas del mismo corte, fue importante en el proceso de la ilustracin europea, pues contribuy al desarrollo de lo que, como hemos visto, algunos acadmicos denominan la revolucin de la lectura. Esto es lo que observamos en la resea sobre Gumilla, publicada en un largo artculo de 75 pginas en los nmeros de enero y de diciembre de 1747 y de enero de 1748. El autor, annimo, parece entusiasmado por las informaciones y novedades contenidas en la obra, pues concede que:
[] la diligencia con la cual el pblico recibe las relaciones de viaje y las Historias de las diferentes partes del mundo, forman un feliz prejuicio en favor de la obra []. Los amateurs de maravillas encontrarn de que nutrir y contentar su aficin. (Mmoires, enero 1747: 2321)
Para el comentarista, desafortunadamente, la obra no estaba escrita en francs, lengua paradigmtica del europeo ilustrado, del buen gusto y de la ciencia. Trevoux deplora que la lengua sea el espaol, una lengua que no est mucho a la moda (2343). Por ende, y al tratarse de un libro an no traducido, la resea busca como es el caso, por cierto, de muchos peridicos de la poca hacer su resumen detallado y extraer la mayor cantidad de contenido interesante. Como escribe el periodista: cada uno de los captulos de esta Historia nos proveen de un cuadro diferente, as pues, figuran las excesivas privaciones que los otomacos infligen a sus hijas antes del matrimonio; o el hecho de que una mujer que tiene dos hijos a la vez se expone al resentimiento de su marido que la considera sospechosa de infidelidad; o la excentricidad de los ritos funerarios de los slivas, y la tranquilidad o ms bien la estupidez con la que esperan la muerte: tal es el caso de aquel viejo padre de familia, quien, como un perfecto estoico y cansado de una vida inoportuna, pide a sus hijos que lo entierren vivo; o el nomadismo de los guahibos y chiricoas, que realizan las maravillas fabulosas de los Caballeros andantes; o, ms aun, las pruebas extravagantes que practican los indios para hacerse capitanes, como, por ejemplo, pedir ser cubiertos de hormigas (2343). No creemos comenta el periodista que existan en Europa oficiales suficientemente aficionados a las distinciones y los honores para comprar a tal precio sus grados militares (Mmoires, diciembre 1747: 2510). El peridico jesuita comenta, as mismo, las teoras de Gumilla sobre el origen de los indios, de las lenguas indgenas, as como sobre las razones de la cada demogrfica americana. Como veremos, la teora de la despoblacin del Orinoco constituye el eje de discusin en torno al cual girar ms tarde el inters de los eruditos y de los filsofos por la obra del misionero jesuita. Sin embargo, Trevoux es aqu bastante prximo de la ideologa dominante del partido reaccionario al racionalismo
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del siglo XVIII francs, y ensalza, con el mismo tono apologtico tan comn entre los autores jesuitas del siglo XVII, la idea cristiana de civilizacin. Hablando de las depravaciones de los Indios de Orinoco, el artculo concluye:
Todos estos horrores desaparecen a medida que el Cristianismo se introduce en estos pueblos. La Religin pone todo en orden, permite y depura la razn, devuelve al hombre su humanidad, inspira y embellece los sentimientos naturales []. Su nmero aumenta, se crean nuevas poblaciones que reconocen las leyes. (2524)
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Antes de la traduccin al francs, una segunda resea fue publicada en enero de 1756 en el Journal Etranger, a cargo del ex jesuita Freron, discpulo de uno de los grandes crticos literarios de la poca: el tambin ex jesuita Desfontaines. El peridico, aunque del mismo corte que Trevoux, adopta un tono ms reprobatorio. Las crticas del ex jesuita parecen dirigirse ms a los aspectos formales de la obra, como si su distancia con la Compaa le permitiera estar ms al tanto de lo que poda interesar al lector ilustrado. Freron (1756) escribe que, a pesar de la ternura apostlica de Gumilla:
[] los detalles en los que necesariamente se detiene con respecto a su profesin de misionero, vuelven la obra algunas veces montona aunque deja de serlo para aquellos a quienes les interesa tanto como a l este tipo de temas. Por lo dems, no es necesario recalcar cuanto trabajo y atencin ha debido costarle escribir su obra para desterrar el desorden, la confusin y la lentitud. (45)
En 1758 aparece, finalmente, la traduccin francesa del Orinoco ilustrado, bajo el ttulo Histoire Naturelle civile et geographique de lOrnoque. No sabemos a ciencia cierta qu motiv esta traduccin, pues, por un lado, el editor de la obra, la librera e imprenta de los sucesores de la viuda de F. Girard en Avignon, trabaja en estrecha colaboracin con la Compaa de Jess, y, por el otro, el traductor de la obra es un colaborador de Diderot, cuyo partido se enfrentaba por entonces con los seguidores de la moderacin filosfica del cristianismo ilustrado, patente tanto en los escritos de Trevoux como en los de Freron.
La coincidencia de temas cientficos al mismo tiempo que religiosos es una constante entre los jesuitas, interesados tanto en la pedagoga y en la vulgarizacin de la ciencia como en la de la moral y la fe catlicas. En efecto, algunos de los libros publicados por F. Girard eran de carcter cientfico y se vendan, al igual que la obra de Gumilla, en la librera parisina de Desaint & Saillant. Era el caso de los del jesuita Pezenas, astrnomo y matemtico de la escuela de hidrografa de Marsella: una Prctica de pilotaje, una Memoria de matemticas y de fsica (1755) un Diccionario de Ciencias y de Artes (1756), unos Elementos de Astronoma para el uso de marineros (1756) o una traduccin de un Curso completo de ptica (1767). A su lado encontramos otros libros del jesuita Henri Paulian, profesor de fsica del colegio de Avignon, como una Gua para jvenes matemticos con lecciones del abate de Lacaille (1766), un Diccionario de Fsica (1760-1768) o el interesante Sistema General de filosofa extrado de las obras de Descartes y de Newton (1769). Con ellos se mezclan obras de carcter devoto y edificante, como un Tratado de disciplina religiosa, traducido de Thomas Kempis, o El Sentimiento afectuoso del alma hacia Dios, del caballero Lasne dAguebelles (1763), as como decenas de otros ttulos del mismo tenor. Esta alianza entre fe y razn, tan tpicamente jesuita, es una prueba de la complejidad del fenmeno ilustrado en Francia y de las mltiples facetas que este puede representar. Sin embargo, hay una ruptura muy clara entre este tipo de Ilustracin y la que practicaban los racionalistas duros. Quizs, el libro ms interesante de los que fueron publicados por Girard en esta poca, y que nos permite comprender la posicin ideolgica de los jesuitas, sea una obrita del abate Chaudon, publicada en 1767 bajo el ttulo Diccionario anti-filosfico para servir de comentario y de correccin al Diccionario filosfico de Voltaire y a otros libros que han aparecido en nuestros das contra el cristianismo. En cuanto al traductor, Marc Antoine Eidous (1724-1790), claramente hay que situarlo ms prximo al racionalismo radical que al partido jesuita. En efecto, Eidous es conocido tanto por sus textos libertinos como por su cercana con Diderot. Se sabe, por ejemplo, que estuvo embastillado por la virulencia de sus textos pornogrficos en la vena de un Aretino, y que fue, as mismo, el traductor, con Diderot, del Diccionario Universal de
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Medicina (1746), uno de los primeros trabajos importantes del filsofo francs (Feller 3: 309). Aun as, Eidous no hace verdaderamente parte del mundo intelectual parisino. Es, por as decirlo, un subalterno del mundo de la edicin, un polgrafo prolfico que vive, esencialmente, de la traduccin de obras de corte muy variado. Con todo, sus constantes son el exotismo y los relatos de viaje, las obras que suscitan cada vez ms inters entre los lectores no especialistas. As, por ejemplo, traduce del ingls una Historia de la China (1766), Un Viaje al Levante de Federico Hesselquist (1769) y una Historia de Rusia de Mikhail Vasilevich Lomonosov (1772). Como traductor, su reputacin es bastante mediocre. Grimm, el gran amigo de Diderot, explica, por ejemplo, que Eidous no necesitaba sino quince das para traducir un volumen (Diderot y Grimm 7: 150). Otros contemporneos lo catalogan como un traductor ms que mediocre, cuyos trabajos tienen la huella de una rapidez funesta para el buen gusto (Feller 3: 309). Es claro, pues, que, a pesar de la colaboracin de Eidous, la obra de Gumilla se inscribe completamente en la rbita jesuita. Efectivamente, en su advertencia del traductor Eidous cita el artculo de Freron (aparentemente, conocido y amigo suyo) de 1756, lo cual nos hace sospechar que es, quizs por influencia de Freron, que Eidous traduce la obra del misionero (Gumilla, 1758, 1: 6). O por el contrario: quizs la resea de Freron sea posterior al trabajo de traduccin, aunque anterior a la publicacin de 1758. Como sea, las modificaciones hechas a la obra original espaola parecen coincidir con la crtica hecha por Freron en su artculo: el contenido teolgico de la obra es aburrido para el lector. Paradjicamente, es esta misma crtica, aunque velada y discreta en Freron, la que aparecer unos aos despus, cuando la obra es presentada para obtener las debidas aprobaciones y licencias reales. Como es sabido, la direccin de la censura estaba por entonces en manos de Malesherbes (1750-1763), hombre liberal y bastante favorable a las ideas del partido enciclopedista, dirigido por Diderot. Esto explica el subsiguiente conflicto editorial entre el partido jesuita y la censura. El encargado de expedir la licencia, el seor de la Grange de Chcieux, hace saber, por una carta al editor, que vera a propsito suprimir todas las disgreciones teolgicas as
como los hechos que el autor considera milagrosos. El editor marsells Dominique Sibi se opone a ello en una carta de junio de 1757, dirigida al mismo Malesherbes, y en la que le ruega reconsiderar su decisin, pues [] las supresiones propuestas presentaran un perjuicio considerable a la obra, y que de hecho el autor es demasiado ortodoxo para proclamar sentimientos y hechos contarios a la fe de la Iglesia [], razn por la cual pide [] un segundo censor de la facultad de teologa para el examen de las materias que tocan a la Religin [], puesto que [] los temas que el seor de la Grange juzga a propsito suprimir son de una extrema importancia para los misioneros que trabajan en la conversin de los idlatras americanos (BNF, FF 22144: 56)2. El mismo ao de esta publicacin al francs, dos artculos le son consagrados en revistas projesuitas francesas. El primero es de diciembre de 1758; nuevamente de la pluma de Freron, pero esta vez, en su Anne Littraire, peridico desde donde se consagra a atacar a los miembros de la Enciclopedia y a defender la Religin y el statu quo. El artculo tiene el mismo tono que el publicado en 1756, y trata in extenso de los diecisis captulos que componen la parte etnogrfica de la obra. Su carcter extico es lo ms susceptible de interesar al lector no erudito, pues, como dice: estos cuadros de costumbres extranjeras que nos parecen extraas es muy gracioso para los lectores filsofos y para los que no lo son (349). Ms interesante es la segunda resea, publicada esta vez por Trevoux el ao siguiente, aunque tampoco se propone ninguna crtica de fondo sobre las ideas del autor. Se plantea, ante todo, una crtica formal de la traduccin que deja translucir la misma propensin editorial por la bsqueda de un lector estndar. El periodista deplora que el traductor no haya hecho an ms cortes de la versin original, pues explica que el libro espaol traducido en su totalidad no sera del gusto de nuestra nacin [] y que la obra reducida de un tercio hubiera sido ms agradable a la lectura [],
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FF: Fondo Franais. Aunque el fondo documental se llama Fondo Malesherbes, aparece con
la nomenclatura del Fondo Franais en la Biblioteca Nacional de Francia (nota del editor).
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razn por la cual hubiera sido eficaz suprimir [] varias disertaciones poco interesantes o incluso totalmente intiles (Mmoires, 1759, 640). Sin embargo, las supresiones propuestas por Trevoux no necesariamente corresponden a las que propone la censura. Mientras que las ltimas atacan las digresiones en materia de trabajo misionero y de religin, las de Trevoux se refieren ms a las largas disertaciones de corte naturalista y cientfico, como el extenso captulo sobre las serpientes. La traduccin contiene, as mismo, varias construcciones sospechosas, [] frases viciosas, y [] faltas de lengua, como tambin, algunas inexactitudes, libertades y contrasentidos (640). En este orden de ideas, es interesante notar cmo la lectura de Eidous transforma al indio en un ser an ms salvaje de aquel que nos pinta el misionero. Hablando de uno de los remedios usados entre las indias de la nacin Guamo, Gumilla (1745) escribe:
[] luego que ven enfermo algun hijo suyo de pecho, algo mayor, pensando ciegamente, que no hay otro remedio para que sane, toman una lanceta de hueso muy amolado, y con ella se traspasan la lengua: con qunto dolor! ya se ve. Sale la sangre borbotones, y bocanadas la van echando sobre sus tiernos y amados hijos estendindola con la mano desde la cabecita hasta los pis []. (1: 164)
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El texto espaol no dice en ninguna parte que la edad les importa poco, y, adems, es sobre su propia lengua, y no sobre las de sus hijos, donde las indias infligen esta accin. Otro contrasentido denunciado por Trevoux aparece cuando Gumilla cuenta, en un aparte consagrado a los leones americanos, que se haba trado de Caracas a Cdiz un ferz salvaje para la leonera del Rey. Eidous escribe que se haba llevado al rey de Espaa un salvaje ferz. Sera, comenta Trevoux, una gran novedad, que se pusiera a un hombre salvaje en una jaula para fieras: sera un rasgo de barbarie,
capaz de deshonrar a un prncipe o a la nacin que as lo hiciera (642). Los contrasentidos de Eidous no son solamente errores de traduccin, sino que constituyen una lectura fantasmtica del hombre americano, a partir del acervo literario europeo que favorece el exotismo pensemos en la inmensa popularidad de la Historia Universal de los Viajes, del abate Prevost, la cual desde 1746 captura la atencin de todo tipo de lectores y de la propia retrica de Gumilla que puede operar una lectura negativa que confunda deseo y realidad. Todos estos elementos nos permiten pensar que, contrariamente al caso de Espaa, donde la obra es recibida desde el principio con alabanzas, en Francia su primera recepcin es ms compleja. El libro no parece entrar en la categora de las traducciones cientficas ni en la de las ediciones eruditas. A este respecto, por ejemplo, es interesante comparar el formato de las dos ediciones espaolas con el de la edicin francesa. El libro francs es editado en tres volmenes in doce (es decir, lo que hoy podra llamarse formato de bolsillo), mientras que el formato espaol es el tradicional in quarto de los libros eruditos. As, la edicin francesa parece, ms bien, pertenecer a esa clase de libros interesantes que apasionaban al cada vez ms numeroso pblico culto, y que eran publicados descuidadamente con la febrilidad de una rebosante actividad editorial. Esta idea es la que sostiene Trevoux en su artculo de 1759, pues verdaderamente, las relaciones de viaje no exigen ni la fineza, ni el colorido de un discurso acadmico (640). Ahondemos ahora un poco ms en las lecturas eruditas de la obra de Gumilla. Ya hemos visto cmo en Espaa el xito de las temticas cientficas le vale a la obra una acogida importante. Pero no ser sino a partir de 1758, ao de la edicin francesa, cuando la obra encontrar una cierta acogida en el mundo cientfico europeo, por la atencin especial que porta Gumilla a las ciencias naturales y a la etnografa. Esta acogida se debe, en gran medida, al rol de los Pases Bajos, donde la libertad para publicar atrae a la vanguardia intelectual. La tradicin de estos como refugio de librepensadores es una de las ms antiguas de Europa. Pensemos en el caso de Erasmo de Rotterdam o el de Descartes, quien en 1629 huy del asedio parisino
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a Holanda, donde escribi la mayor parte de sus obras. Tambin debemos recordar el caso de Pierre Bayle (1647-1706), uno de los grandes precursores del movimiento enciclopedista tanto en Francia como en Holanda. Antes de entrar en el estudio de los autores que citan a Gumilla en sus obras, detengmonos un momento en la prensa. Los periodistas y gacetistas de msterdam y de La Haya gozan de una libertad como no existe en ningn otro pas europeo. Y son, sin duda alguna, los peridicos holandeses (la mayora, publicados en lengua francesa) los que abastecen a todo el resto de Europa de nuevos razonamientos cientficos, filosficos y polticos. Tres fueron las reseas del Orinoco ilustrado publicadas en Holanda. Son, generalmente, mucho ms sintticas que las francesas, y se interesan ms en el pensamiento del autor y en sus teoras. Esto tiene una razn primordial, que vale la pena subrayar: los lectores son, por lo general, acadmicos y cientficos, y el objetivo de las reseas es suscitar el inters por procurarse los libros descritos, muchas veces falsificados o reproducidos sin licencia por los libreros holandeses o belgas. El primer artculo se encuentra en los nmeros de septiembre y octubre de 1758 del Journal des Savants, un peridico mensual, originariamente francs, retomado en msterdam entre 1754 y 1763, y que circul por todas las academias europeas, salvo en Francia, donde estuvo prohibido hasta 1816 (Hatin 215). La resea que nos ocupa es un corto resumen del artculo de Trevoux de 1747. Una segunda resea apareci en La Haya en la Bibliothque de Sciences et de Beaux Arts, en diciembre de 1758. Es extremadamente breve (veinte lneas), y llama la atencin del lector sobre aspectos cientficos que se discutan por entonces en Europa: el color de los negros, las teoras sobre la forma como los primeros hombres pasaron a Amrica, y teoras sobre las causas de la disminucin de la poblacin americana. La ltima resea sin lugar a dudas, la ms interesante fue publicada en Lieja el ao siguiente, en el Journal Encyclopdique, peridico cercano a los filsofos franceses que contaba entre sus colaboradores con el abate Prevost y con Voltaire. El artculo, de veinte pginas, resume la posicin ambigua de los pensadores ilustrados frente a este tipo de relaciones interesantes. Por una parte, se critica la calidad de observacin de los jesuitas, y,
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por otra, se utilizan, de todas maneras, sus informaciones etnogrficas para construir las nuevas ideas universales sobre la humanidad y la alteridad. El artculo deplora que no haya viajeros suficientemente filsofos e ilustrados, capaces de describir los pases lejanos, pues quienes viajan y hacen indagaciones interesantes, como un La Condamine, un Le Monnier o un La Caille, lo hacen ms como gemetras que como filsofos, y dejan de lado el estudio del hombre, pues la historia natural siempre a sido preferida a la historia moral. Tal circunstancia ha obligado a los filsofos a buscar los conocimientos que les faltan en las relaciones de marinos, de mercaderes y de misioneros. Pero los misioneros, son acaso capaces de ver convenientemente y de proveer buenas observaciones? La respuesta es, obviamente, negativa, pues son ms cristianos que filsofos y se han propuesto menos el conocer a los hombres que el convertirlos. Para el primer objetivo es necesario un talento que le falta a la mayora. Para el segundo no es menester ms que celo y la Providencia hace el resto (1 parte 3: 73-75). La obra de Gumilla es, pues, una de esas relaciones interesantes en las que sera imprudente confiar, por encontrarse en ella cantidad de hechos absurdos, disertaciones aburridas que entrecortan el discurso en varios lugares, y que estn llenas de todos los viejos errores de la Escuela. Sin embargo, se considera necesario acordarle un mnimo de confianza al autor, pues aunque el lector tienda a pensar que sus observaciones son el producto de una imaginacin asustadiza, el peridico reconoce cmo el padre Gumilla no relata ms que lo que ha visto, y que el libro merece ser ledo, salvo la disertacin en la que se esfuerza por justificar la conquista de los Espaoles [] (2 parte 1: 99). Es ms que probable que las posteriores lecturas eruditas de Gumilla hayan tenido como punto de partida las reseas holandesas, pues todas contienen, ya en germen, los temas que desarrollar luego la academia, tan atenta por entonces a las ideas que luego daran nacimiento a la antropologa fsica del siglo XIX. As, por ejemplo, el pasaje donde Gumilla habla de la existencia de una pequea negrita manchada de blanco, propiedad de una de las haciendas de la Compaa de Jess en Cartagena, llama la atencin de varios sabios europeos. Tal es el caso de la obra de un cirujano de Run,
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el seor Le Cat, publicada en msterdam en 1765, bajo el ttulo Tratado del color de la piel humana. El autor discute la explicacin que da el jesuita, fundada en la teora agustiniana de la imaginacin:
Este singular fenmeno escribe irnicamente Le Cat refirindose a Gumilla, no tena otra causa sino el de una perra variopinta que la negra quera mucho y que llevaba siempre con ella []. Partiendo de este principio, una mujer blanca en cinta, muy marcada por la presencia de un perro negro, puede dar a luz a un nio negro []. Hay en estas partes del mundo algunas historias infantiles de esta especie. (21)
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En 1769 otro sabio francs amigo de Diderot, Jean Delisles de Sales, cita el mismo caso en su Filosofa de la naturaleza o tratado de moral para el genero humano, y tilda las ideas de Gumilla de disparates piadosos (De la Philosophie, 1789, 5: 46). En 1772 el mismo caso llega a odos de Buffon, quien lo reproduce en su Historia Natural, sin hacer la ms mnima referencia a Gumilla, pero representando en un grabado a la misma negrita de Cartagena al lado de su madre. Pero no solo las ciencias naturales y la antropologa fsica se interesan en el Orinoco ilustrado. Algunos aspectos etnogrficos son citados por los filsofos franceses, ya sea en su afn enciclopedista por conocer la diversidad de costumbres de la humanidad, ya sea como recurso retrico para la stira filosfica, pues resulta ms sencillo poner en boca de un extranjero imparcial, o en la de un salvaje, las crticas de las injusticias y las supersticiones nacionales. Uno de los pasajes de Gumilla tuvo una clebre posteridad gracias a Diderot. Se trata del discurso de una india del Orinoco que mata a su hija recin nacida para evitarle la servidumbre que sufren las indias por parte de sus maridos. La primera referencia la encontramos en una obra de DHolbach, publicada en msterdam en 1762, escrita en colaboracin con Diderot y titulada La Antigedad revelada por los usos o examen crtico de las principales opiniones, ceremonias e instituciones religiosas y polticas de los diferentes pueblos de la tierra (Boulanger, LAntiquit ). Aqu es palpable el enfoque comparatista sincrnico que operan los intelectuales de la poca, y que se inscribe en una ptica contraria a la del jesuita Lafitau, quien escribe en 1724 su famoso Costumbres de los Indios americanos comparadas a las
costumbres de los primeros tiempos. El objetivo de Diderot es deshacerse de los prejuicios de los antiguos para lograr una mejor lectura de la historia de la humanidad. Ms retrico y controvertido es otro texto donde Diderot se extiende sobre la condicin de la mujer. Se trata de su famoso artculo Mujeres, de la Enciclopedia. En una carta escrita a Grimm en 1772, que anuncia este artculo, el filsofo cita de nuevo la ancdota de Gumilla; esta vez no para mostrar la particularidad de las costumbres salvajes, sino para subrayar la generalidad del hecho: la sumisin de la mujer es universal (Diderot y Grimm 8: 11). Diderot se servir nuevamente de esta ancdota en 1780, en la Historia de las Dos Indias, del abate Guillaume-Thomas Raynal, detrs de quien aparece, igualmente, el rastro inconfundible de su pluma (Backer 296; Duchet, Diderot 75). Esta cita se encuentra dentro del contexto original en el que Gumilla la haba utilizado; es decir, para explicar la despoblacin del Orinoco. Uno de los aspectos ms interesantes de la recepcin erudita de las ideas de Gumilla concierne, justamente, al tema de la demografa americana, y, en particular, a la pregunta sobre si la colonizacin espaola es la causa de la disminucin de los indios. Ya hemos visto cmo ello es citado en el artculo de Trevoux de 1747 y en el de las Bibliothques des Sciences et des Arts, de 1758. Esta temtica hay que situarla en torno a la Leyenda Negra que los pases protestantes generaron desde el siglo XVI hacia la Conquista y la colonizacin espaolas. El siglo XVIII retomar esta tradicin para criticar la postura colonialista. La polmica es ya palpable desde la primera edicin del Orinoco ilustrado, donde Gumilla, como buen apologista de las misiones, reconviene al autor de la Geografa Universal, de 1725, el sabio francs Charles Noblot, quien sostiene que las causas principales de la disminucin demogrfica son la crueldad de los espaoles y su impericia para organizar y desarrollar sus colonias. Tal ser el caso, ms tarde, de Diderot y de Raynal, en la Historia de las dos Indias, donde, tal como ya vimos, se cita a Gumilla. Pero, quizs el caso ms paradjico e interesante sea el de Cornelius de Pauw, un sabio holands reconocido por sus trabajos sobre los
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indgenas americanos. Despus del jesuita Laffitau, citado ms arriba, es a Pauw a quien debemos el apelativo de gran especialista en materia de etnologa americana; particularmente por su libro Recherches Philosophiques sur les Amricains (1768-1774) y por su artculo Amrica, publicado en el Suplemento de la Enciclopedia de Diderot en 1776. Como fuentes de primera mano, Pauw (1776) se sirve de las obras de cronistas antiguos, como Herrera, Acosta, Blas Valera, Garcilaso o Las Casas, crnicas sobre las cuales es siempre crtico y escptico:
No nos hemos propuesto aqu seguir escribe Pauw en la Enciclopedia, las antiguas relaciones dnde junto a la credulidad infantil se suman los delirios de los viejos [...] y donde nada es estudiado en profundidad. (344)
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Su escepticismo se extiende, igualmente, hacia los relatos de viaje de militares y naturalistas, a excepcin de algunos sabios del siglo XVII. Pauw manifiesta aqu exactamente la misma crtica que le haba hecho el Journal Encyclopdique a Gumilla en 1759. Entre la inmensa cantidad de detalles que proveen las relaciones han pasado falsedades de las cuales algunas son perfectamente conocidas y otras se conocern a medida que los viajeros se vuelvan ms ilustrados [], pues la mayora de los que han hablado hasta hoy son monjes y hombres que no merecen el ttulo de filsofos (351). Tratndose de los brujos indgenas, por ejemplo, Pauw reprocha a las crnicas jesuitas su racionamiento imbcil sobre la teologa de aquellos pretendidos sacerdotes [], en vez de atraerlos con presentes y procedimientos generosos a comunicarles las propiedades de las plantas que usan con gran sabidura en sus medicinas (352). Todas estas observaciones son comparadas con las experiencias y los puntos de vista de sabios y naturalistas europeos como Lineo, Buffon, Hume y Voltaire, a quienes Pauw cita como autoridades absolutas. Sin embargo, y a pesar de su recelo hacia las crnicas jesuitas, la lectura de Gumilla tuvo un papel importante en la teora que Pauw desarrolla sobre la degeneracin natural de los indios, como lo demuestran las numerosas citaciones que, de manera velada o manifiesta, el sabio holands hace a lo largo de su extenso trabajo a partir de la traduccin francesa del Orinoco ilustrado.
Uno de los argumentos principales que el jesuita utiliza para explicar la disminucin de la poblacin del Orinoco es el uso de los venenos. Y no es tanto la calidad cientfica de los argumentos, sino la insistencia retrica y la configuracin misma de la estructura de la obra, lo que, poco a poco, hace mella en Cornelius de Pauw. Es interesante sealar cmo el segundo volumen de la edicin de 1745 consagra siete largos captulos al tema del veneno y de las alimaas venenosas, dejando en el lector una impresin negativa. Gumilla es consciente de ello cuando escribe:
[] para evitar el horror y aversin, que con la lectura de este Captulo, y de los dos antecedentes, y quatro siguientes, podra concebirse al terreno que cra tan fieros monstruos, reconozco importante el prevenir, que la impresin que causa la vista de aquellos, es muy diversa de la que causa su representacin, y el caso es muy otro de lo que aqu parece, sin el menor agravio la verdad de esta Historia: porque toda aquella multitud de venenosos buos, culebrones, insectos, guacaritos y caymanes, se reconoce aqu epilogada y reducida pocos pliegos, imprime en la mente, en corto tiempo, un enorme agregado de especies, sobre manera melanclicas, fatales y retraentes, las quales precisamente han de engendrar en los nimos una notable aversin hacia aquellos Pases, y una firme resolucin de no acercase ellos; pero es muy fcil de disipar y desvanecer este melanclico nublado; porque todo este torbellino de especies funestas, que estrechadas breves pginas, espanta; no es as all en sus originales, causa de no estar ellos juntos y amontonados en un Lugar, en una Provincia, ni en solo un Reyno [...]. (2: 176)
Es, sin duda, lo que le ocurre al memorialista de la resea de 1759, estudiada ms arriba, y en la que podemos leer el siguiente concepto del Orinoco:
El ro Orinoco alimenta en su seno monstruos mucho ms terribles que aquellos que se encuentran en el mar. Las riberas de este ro son funestas a cualquiera que pretenda acercarse a ellas; la muerte acecha a cada paso; unas veces son las aves de rapia, sedientas de sangre humana y que persiguen a los viajeros que felizmente consiguen escapar a las trampas que les tienden los animales anfibios; otras veces son los frutos que presentan un alimento envenenado, o acaso la triste campia que riega aquel ro exhalando olores pestilentes. En breve, la naturaleza en otros lados tan bienhechora, parece haber reunido en aquel pas todo lo que puede contribuir a la destruccin de su ms bella obra. (Journal 2.1: 84)
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La misma lectura, esta vez justificada por la autoridad cientfica de entonces, es la que retiene Cornelius de Pauw. El sabio holands extrapola las noticias de Gumilla convirtindolas en una generalidad para toda la Amrica meridional, pues entre los relatos de viaje que utiliza para describir esta regin (La Condamine para el Amazonas y Ulloa para el Per) es el relato del jesuita el que rene ms informacin sobre los animales y las plantas venenosas. Entonces, a partir de la obra de Gumilla, Pauw (1776) deduce su teora sobre la humedad del clima americano, de un entorno natural degenerado que explicara los vicios de cobarda, pereza e impotencia que han constatado todos estos viajeros en los indios. Y, de hecho, la humedad es la causa de la escasez de los indios que era quizs ms importante en las partes ms meridionales de Amrica que en el norte ( 349).
Esto explica contina Pauw, porqu la Amrica era el territorio menos poblado del globo terrestre. La animosidad de las comunidades ensaadas en su mutua destruccin, sus armas llenas de veneno, la esterilidad de la tierra, la multitud de serpientes y de animales armados con saliva venenosa, en fin la naturaleza misma de la vida salvaje conspiraba contra la propagacin. (52)
La humedad explica tambin la fisionoma misma de los indios. Segn Pauw, tienen la sangre ms viscosa y el lquido seminal ms espeso. Hasta la leche materna es tan generosa que se da entre los hombres (346). El indio de aquellas regiones est a tal punto en simbiosis con el mundo vegetal que ha hecho mayores progresos en la botnica que en todas las otras ciencias juntas, y he ah una de las razones por las cuales fabrican con tanta facilidad los venenos de sus flechas y domestican las especies vegetales envenenadas (1774, 1: 48). Para Pauw, esta explicacin, que se impone a nosotros como fantasiosa, se sustentaba racionalmente. Estaba fundada en la autoridad de las observaciones de los viajeros, entre las cuales las que escribe Gumilla son esenciales. Adems, las deducciones hechas sobre los indios estaban basadas tanto en las observaciones cientficas de Buffon y de Lineo como en las teoras climticas, tan a la moda en la poca.
Qu diferencias se podran hacer, entonces, entre lectura erudita y lectura culta? Acaso no funcionan el europeocentrismo y la ideologa colonial de la misma manera en las mentes de los sabios y en las de los lectores menos entendidos? Es claro que en ambos existen discursos equiparables, que avalan tanto la superioridad europea como la nueva racionalidad del colonialismo. Pero tambin es patente que el anlisis de los discursos debe ir a la par con los procesos de produccin y de circulacin de los textos en que se manifiestan, y que es preciso tener en cuenta su historicidad. Aunque las preferencias del pblico ilustrado se pueden distinguir claramente de la seleccin de las lecturas e informaciones de los filsofos y eruditos, es preciso reconocer, para el caso del Orinoco ilustrado, una correlacin que no deja de ser compleja y ambivalente. Aunque la lectura erudita es menos desinteresada y ms concertada, y aunque manifiesta las exigencias metodolgicas de los discursos cientficos, filosficos e histricos de entonces exigencias que evolucionan en funcin de sistemas ms cerrados de pensamiento o de prejuicios ms especficamente determinados es particularmente en el caso de las prcticas eruditas donde es ms palpable la ambigedad del proceso de recepcin. Una de las nuevas exigencias metodolgicas que guan las lecturas de entonces es el criterio de veracidad de las relaciones, en las que juega el carcter testimonial y contemporneo de su produccin. A medida que las noticias se hacen ms sofisticadas y la curiosidad por lo extranjero crece, se afinan as mismo los criterios de fiabilidad de los informantes, y la seleccin entre las buenas y las malas relaciones se hace ms sistemtica. Esto es patente en el juicio que se hace Cornelius de Pauw sobre Gumilla, aunque, finalmente, sigue flotando una ambivalencia: por un lado, su aversin a las crnicas jesuitas, consideradas llenas de fanatismo, y, por el otro, el crdito que, por tratarse de testimonios recientes, finalmente termina dndoles. Esta ambivalencia es notoria entre todos los eruditos ilustrados, de Voltaire a Buffon. Un ejemplo de ello es la forma como las Cartas Edificantes jesuitas fueron traducidas al gusto de los filsofos por Rousselot de Surgy, un sabio que en sus Memorias geogrficas, fsicas e histricas sobre Asia, frica y Amrica, de 1767, se propone compilar todo lo que en los jesuitas hubiera
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de interesante suprimiendo los mltiples disparates y prejuicios (Duchet, Anthropologie 79). Lo propio ocurri, y solo en parte, con la edicin francesa de Gumilla: el proceso de traduccin de la obra al gusto de la Ilustracin francesa parece haberse llevado a cabo dentro del crculo ms conservador de las luces francesas, y no desde el partido filosfico. Tanto la traduccin y la edicin como los juicios de las reseas nos confirman la existencia de un pblico lector ms amplio, que explicara la popularidad de la literatura de viaje, y, ms adelante, el creciente gusto por el exotismo y la ficcin novelesca. Sin embargo, como lo hemos podido comprobar por la presencia de la obra de Gumilla en las bibliotecas de DHollbach y de Pauw, El Orinoco ilustrado tambin hace parte de las mejores relaciones jesuitas citadas por los eruditos y filsofos, lo que es ya manifiesto desde su recepcin en Espaa. En cuanto a la forma como son usadas las informaciones de Gumilla, es interesante notar cmo estas se inscriben dentro de las corrientes de pensamiento y las temticas que estn de moda. Mientras que en los peridicos un razonamiento ms subjetivo y una nocin de gusto resaltan el aspecto introspectivo e individualizante de la lectura, con criterios tan poco afinados y generales como la curiosidad, lo maravilloso o lo extico, en los salones y crculos eruditos la comunidad cientfica, muy al contrario, parece animada por cuestionamientos ms precisos, que dan cuenta de redes textuales de conocimiento ms organizadas. As, por ejemplo, las obras de De Brosses, Bailly, Pauw, Pernety, ngel y DHolbach se preocupan al mismo tiempo por el origen de los indios, la transmigracin, las religiones del Antiguo y del Nuevo Mundo y el problema del nacimiento de las civilizaciones. Pero es solo en la medida en que sus noticias confirman las intuiciones cientficas y filosficas de los eruditos que Gumilla tendr lugar entre las citas y anotaciones de estas obras cientficas y filosficas. En este sentido, el caso de Cornelius de Pauw confirma esta regla y al mismo tiempo la transgrede, pues no solo entresaca informaciones aqu y all, sino que su malinterpretada lectura del sistema retrico que el propio Gumilla construye en defensa del trabajo misionero y de la colonizacin espaola parece, as mismo, inspirarlo, como si finalmente el trastorno de la fantasa contaminara de la misma forma en que lo hacen los prejuicios sistmicos a las teoras de Pauw.
rReferencias
F uentes
primarias
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impresas en orden cronolgico
F uentes
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Mapas
esumen
El texto analiza la relevancia y la influencia que tuvieron los diarios de viaje y los mapas elaborados por el ingls William Dampier durante las expediciones martimas que se llevaron a cabo por el Pacfico novohispano desde fines del siglo XVII. Ello se debe a que este navegante transit en tres ocasiones por esos litorales, entre 1682 y 1710, y sus observaciones y experiencias fueron plasmadas posteriormente en textos que se convirtieron en fuente de consulta obligada para otros navegantes que, igualmente, viajaron a esas costas. Las expediciones en las que particip Dampier son ejemplo de los procesos de cambio acaecidos en las polticas navales y mercantiles inglesas sobre los territorios americanos, y sus obras se convirtieron en instrumento de consulta para quienes continuaron incursionando en el Mar del Sur.
Palabras clave: William Dampier, cartografa, navegacin, comercio, ocano Pacfico, siglos XVII y XVIII.
bstract
This text analyses the influence that the diaries and maps elaborated by William Dampier along New Spains Pacific Coast had on subsequent expeditions from the late XVII century onwards. His experiences navigating the coast on three voyages between 1682 and 1710 were recorded in writings that became a source of valuable information for other sailors that traversed these waters. Dampiers voyages are an example of changes in British naval and commercial policies regarding the American territories at the time, and his work became an indispensable reference to those who continued to incursion into the South Seas.
Key words: William Dampier, cartography, navigation, Pacific Ocean, 17th and 18th
centuries.
r Introduccin
Desde el siglo XVI el Pacfico, o Mar del Sur, fue un ocano explorado con el fin de buscar el camino a territorio asitico y, con ello, la ruta de la especiera. Los primeros viajes fueron hechos en nombre de la Corona espaola y algunos de ellos tuvieron su origen en los recin descubiertos y conquistados territorios americanos. Hacia 1565 la expedicin Legaspi-Urdaneta logr encontrar el tornaviaje a las costas novohispanas, ruta que comunic a Nueva Espaa y al archipilago filipino por ms de 250 aos; esto a partir de que en 1572 se estableci de forma regular la ruta del Galen de Manila. Lo anterior, en gran medida, se debi al apoyo financiero, los vveres y los frailes enviados desde Nueva Espaa a las islas del Poniente, remesas que fueron reguladas hacia 1593. Para incentivar estas navegaciones, las autoridades les concedieron ayudas, las cuales consistieron en permisos de llevar mercaderas para comerciar en Nueva Espaa. Con el tiempo, los cargamentos remitidos se volvieron la razn principal que daba sentido a estas travesas (Yuste, Emporios 36-37). Las navegaciones transocenicas iniciaban en Manila, viajaban entre el archipilago y al salir de l se dirigan al norte, a la altura de Japn, para, posteriormente, tomar ruta a Nueva Espaa y arribar al puerto de Acapulco, adonde llegaban casi seis meses despus de haber iniciado el viaje. Pese a que cruzar el Mar del Sur era una navegacin generalmente realizada por embarcaciones hispanas, desde el siglo XVI estas tuvieron que enfrentar la presencia de enemigos como Francis Drake, quien a lo largo de 1576 logr saquear diversos asentamientos en los litorales americanos, y de Thomas Cavendish, quien en 1587 logr capturar al Galen de Manila en las costas de la California (Ita, La presencia 21-42; Viajeros 119-151; Schurtz 271-278; Spate, El lago 331-344). Si bien este tipo de experiencias no se repitieron por algn tiempo, la captura del Galen se convirti en un ideal de riqueza para los ingleses, lo cual qued plasmado en crnicas y diarios de viaje, como los
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recopilados por Richard Hakluyt (Ita, Viajeros 39-45)1. Este tipo de narraciones fueron conocidas y ampliamente difundidas; no obstante, no fue sino hasta mediados del siglo XVII cuando se les retom en las navegaciones inglesas. Ello se debi a las polticas lideradas por Oliver Cromwell, quien desde el gobierno ingls intent atacar el monopolio espaol sobre el comercio americano, y cuya avanzada culmin con la captura de Jamaica en 1655; este asentamiento no fue reconocido como ingls hasta 1670, con la firma del Tratado de Madrid (Gall 142; Garca de Len 75-76; Haring 111; Lynch 231)2. A partir de esta nueva posesin, los ingleses pronto dirigieron sus intereses al Mar del Sur, con fines tanto de saqueo como mercantiles, y empezaron a acceder a l a travs de Centroamrica y, posteriormente, por Sudamrica (Fisher 97; Jarmy 182-184). Uno de los personajes ms conocidos de los que participaron en las incursiones hacia Pacfico, y cuyo inters principal era la captura de la embarcacin filipina, fue William Dampier. l lleg a desempear diversos oficios en las navegaciones inglesas, pero su relevancia radica en los diarios de viaje y los mapas que public, y que posteriormente fueron utilizados para continuar con las travesas britnicas, las cuales alcanzaron los litorales novohispanos, cada vez ms a menudo, a lo largo del siglo XVIII. Cabe mencionar que si bien las costas peruanas tenan mayor experiencia en las incursiones extranjeras, por ser procedentes algunas de ellas de Tierra de Fuego, durante mucho tiempo las novohispanas no haban enfrentado este tipo de problemas, pues la distancia que la separaba del sur del continente fue su mejor resguardo. Sin embargo, desde las incursiones centroamericanas esto cambi. Los escritos de Dampier se convirtieron en
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Richard Hacluyt, el gegrafo, se dedic a compilar narraciones de viaje de ingleses que transitaron por las colonias hispanoamericanas hasta 1598; posteriormente logr hacerse con ms informaciones. Su obra se titul The Principal Navigations, Voyages, Traffiques of these 1600 years. Los ingleses haban intentado tomar Santo Domingo, pero fueron rechazados, por lo cual sus esfuerzos se volcaron sobre una posesin menos protegida, como lo era Jamaica. Respecto al Tratado de Madrid, Espaa acept la ocupacin inglesa sobre dicha isla a cambio de que se redujeran las agresiones y los contrabandos en las costas hispnicas.
una fuente que puso al descubierto dichos territorios coloniales, y posteriormente fueron tomados como gua por otros navegantes. Por lo hasta ahora expuesto, el objetivo de este trabajo es conocer tanto los viajes como los escritos y mapas de Dampier referentes a los litorales del Pacfico novohispano. Es importante reiterar que si bien las expediciones en las cuales particip este navegante incluyeron diversas regiones americanas, el presente artculo se centrar nicamente en los litorales novohispanos, por ser estos algunos de los ms afectados, segn las descripciones de este navegante, pues pasaron de ser poco conocidos a ser referidos constantemente; es decir, el hecho de que Dampier los mostrara en sus narraciones e imgenes, as como que indicara sus puntos tiles a las navegaciones inglesas, los hizo ms vulnerables a ser agredidos. Por otro lado, la obra de Dampier, en general, evidencia el conocimiento que los britnicos tenan del territorio novohispano y la forma como lo usaron para atacar los asentamientos espaoles. Adems, permite analizar la forma como los intereses ingleses se dirigieron al Pacfico, as como algunos de los fines que perseguan. Para comprender la relevancia y las consecuencias de la obra de Dampier vale la pena retomar la idea de Mercedes Maroto, quien dice que el Pacfico fue un espacio conceptualizado, inventado y producido a partir del contacto que se tuvo con l, y cuyos elementos se modificaron y adecuaron paulatinamente (24). Si bien esta idea puede ser aplicada en otros espacios, en este caso no se debe olvidar que el creciente inters de los expedicionarios europeos sobre dicho ocano desde fines del siglo XVII llev a que se multiplicaran los informes que se tenan de l, as como a que se reestructurara su imagen, y se revalorizaran y exaltaran las posibilidades que ofreca. En el caso de las fuentes britnicas, si bien en ellas se tenan muchas referencias sobre el Mar del Sur, la obra de Dampier sirvi para detallarlas an ms, por lo cual ese ocano se convirti en destino para navegantes ingleses, lo que signific un mejor conocimiento de dichos litorales y, a la larga, mayor contacto con ellos. Ni los mapas ni las descripciones de Dampier son un reflejo de la realidad; es decir, no son retratos de los litorales americanos, sino, ms bien, documentos cargados de intencionalidad, con un discurso que debe ser ledo e interpretado, como el de cualquier otro texto de
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la poca (Harley 62-63). En este caso, la obra de dicho navegante fue hecha para mostrar los lugares que podran ser tiles a las navegaciones y que les permitiran a las tripulaciones conseguir bastimentos, evitar zonas muy pobladas por espaoles, con el fin de eludir las emboscadas y, principalmente, sealar los lugares donde podran obtenerse botines. Por tanto, los mapas y los textos de Dampier deben ser analizados en su contexto, ya que responden a la mentalidad y exigencias de las sociedades de su momento (Barber 8). Es pertinente analizar los mapas y los diarios de navegacin referentes a los litorales novohispanos con los cuales contaban los ingleses, ya que estos muestran cmo los intereses britnicos sobre el Mar del Sur alcanzaron paulatinamente regiones ms septentrionales, y ello implic mayor conocimiento y experiencia sobre ellos. El caso de Dampier debe ser estudiado con ms detalle, ya que sus viajes y documentaciones demuestran lo anterior, as como la transicin por la cual pasaron las navegaciones inglesas, y que fueron desde expediciones financiadas por particulares hasta viajes en los que tambin intervino la Corona; evidencia del creciente inters de estos actores respecto a participar en las incursiones por el Mar del Sur.
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Ya para el siglo XVII el trmino bucanero no se refiere a los hombres que en la isla Tortuga cazaban ganado cimarrn y preparaban carne ahumada, o boucan, la cual vendan a las naves no espaolas que necesitaban alimentos durante la centuria anterior, sino a hombres que tras diversos enfrentamientos con fuerzas espaolas haban modificado sus actividades y se dedicaban al saqueo de puertos y naves hispnicos, aunque de forma ms organizada que la de los piratas.
a realizar se relacionaron con el comercio ilcito y con el corte de palo de tinte (Haring 266). Estas incursiones se convirtieron en problemas constantes para la Corona espaola, pues incluso las autoridades coloniales daban aviso de que en las regiones referidas haba familias arrancheradas, que si no eran echadas con prontitud terminaran apropindose de las zonas ocupadas, tal y como haba sucedido con Jamaica (Lynch 252-253; Pinzn, Los bastiones 11-12). En este tipo de incursiones encontramos por primera vez a Dampier. Cabra mencionar que este personaje lleg a Jamaica en 1675 para trabajar en las plantaciones del lugar, aunque poco despus decidi enrolarse para ir a las costas de Campeche como cortador de palo de tinte, labor que realiz durante tres aos. Hacia 1678 regres a Inglaterra y posteriormente volvi a costas americanas, pero en esta ocasin acompaado por bucaneros que incursionaron en Centroamrica (Adams viii). Sobre este punto se debe recordar que durante la segunda mitad del siglo XVII varias potencias europeas, entre ellas Inglaterra, se posicionaron en los puntos dbiles del Caribe espaol, y a partir de ellos expandieron su presencia en la regin (Stein y Stein 135). Esto explica la estancia de Dampier en las costas campechanas. Si bien su arribo fue con cortadores de palo de tinte, cabe mencionar que Dampier se distingua de sus compaeros, pues contaba con cierta preparacin: pudo realizar algunos estudios de latn y aritmtica (Gray xxii-xxiii). Esta puede ser la razn por la cual no congeniaba con sus acompaantes, y, al parecer, era comn que se separase de ellos, con el fin de dedicarse ms a sus cuadernos de notas. En ellos describi la flora y la fauna de Campeche, as como el comportamiento, los usos y las costumbres de los hombres que all laboraban, como puede verse a continuacin:
Los cortadores de palo de tinte son por lo general hombres fuertes y robustos, y cargarn pesos de 300 o 400 pesas, pero se deja a la eleccin de cada hombre cargar lo que le place, y por lo comn se ponen de acuerdo muy bien a ese respecto, porque se conforman con trabajar muy duro. Pero cuando llegan los barcos de Jamaica con ron y azcar, son tambin muy proclives a malgastar su tiempo y su dinero. (Dampier, Dos viajes 193)
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Por otro lado, parece que a Dampier le interesaba ms dirigirse a otros territorios americanos de los cuales tena referencia; especialmente, en el Mar del Sur, por contar estos con riquezas importantes, como las flotas de la plata peruana o el Galen de Manila. Esto era porque conoca diversos textos referentes a las colonias hispanoamericanas, lo que le permita contar con informacin relativamente precisa de los lugares a donde quera dirigirse. Se sabe sobre las obras que consult gracias a que en sus narraciones las refiere; algunas de estas son la de Alexander Oliver Exquemelin: History of the Buccaneers (Dampier, A New 5)4; la narracin de Thomas Gage5 The English American or a New Survery of the West Indies (Dampier, A New 154; Ramrez 7-17); el diario de viaje de John Narborough6 An Account of Several Late Voyages and Discoveries to the South and North (Bradley 266-272; Dampier, A New 171) y los textos de Richard Hakluyt The Principal Navigations, Voyages, Traffiques of these 1600 years7. Todas ellas influyeron en Dampier y en sus intenciones de incursionar en el Mar del Sur, lo cual se evidencia en el hecho de que se enfrasc en viajes que lo llevaron al Pacfico. Sin embargo, las descripciones con las que cont no siempre eran exactas o detalladas, y por ello durante sus incursiones en los litorales coloniales percibi la necesidad de corregir y aportar nuevos informes sobre
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Esta obra fue compilada por Exquemelin durante sus incursiones en Amrica, las cuales se iniciaron desde 1666. La obra cuenta con un apartado escrito por Basil Ringrose, compaero de expedicin y amigo de Dampier, y quien muri en costas novohispanas.
Ingls que, como dominico, pas por Nueva Espaa con el fin de dirigirse a Filipinas, pero termin en Guatemala. En 1637 desert de la orden y regres a Inglaterra, donde se convirti al protestantismo. Para 1648 public su obra, en la que da detalladas informaciones del mundo hispanoamericano. Dampier menciona que saba de la ciudad de Len, en Guatemala, por el texto de Gage, quien estuvo en esa zona. Almirante ingls que en 1669 recibi la orden de explorar la Amrica meridional tanto en el Atlntico como en el Pacfico, por lo que cruz el Estrecho de Magallanes, naveg por las costas chilenas y regres a Inglaterra en 1671. Par en un puerto al que llam Port Desire, en las costas argentinas. A raz de su viaje escribi un diario que se public en 1694. La primera edicin vio la luz en 1589, y la segunda, en 1600.
estos. Probablemente, eso le hizo cobrar conciencia de la importancia estratgica que podan tener sus descripciones. Tal detalle lo indic l mismo en sus textos:
But if I have been exactly and strictly careful to give only True Relations and Descriptions of Things (as I am sure I have) and if my Descriptions be such as may be of use not only to my self (which I have already in good measure experienced) but also to others in future Voyages. (Dampier, A Voyage Prefacio)
Podra decirse que para Dampier eran importantes las descripciones de litorales hechas por los mismos navegantes, pues en estas ellos relataban sus propias experiencias y aportaban datos tiles y prcticos, como sealar lugares donde conseguir bastimentos, donde se podan correr peligros y donde se podran obtener botines. Por lo tanto, contar con informaciones de los litorales americanos bien poda influir en el xito de las navegaciones por el Pacfico.
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los franceses, quienes dirigieron sus capitales al comercio peruano desde fines del siglo XVII, y posteriormente vieron reforzada su presencia durante la Guerra de Sucesin Espaola (1701-1713) (Stein y Stein 152-176; Walker 40-47). Por tanto, la ruta de los franceses pronto fue usada tambin por los ingleses, quienes, adems, hicieron de las islas Juan Fernndez, ubicadas frente a las costas de Chile, su base para realizar abastecimientos y descansar (Spate, El lago 175-176)8. Es necesario recordar que si bien el saqueo fue el inters principal de los ingleses, tambin pueden mencionarse los fines comerciales, pues se buscaban posibles mercados para las manufacturas britnicas. Esto se ejemplifica con el viaje del capitn John Strong, quien en 1690 cruz el Estrecho de Magallanes en un momento en el que las coronas inglesa y espaola estaban unidas contra la francesa de Luis XIV con el pretexto de perseguir y atacar embarcaciones galas en las costas de Per, pero cuyo verdadero plan era conocer el potencial mercado peruano (Bradley 273-276; Lynch 238; Tenenti 303-304)9. De hecho, este navegante pudo comerciar en costas chilenas en 1692, lo cual gener el disgusto de las autoridades espaolas, as como diversas prohibiciones. Desde Espaa se indicaba que los ingleses no deban navegar por el Mar del Sur, pues no contaban con posesiones en l, por lo cual, si arribaban a costas coloniales, deban ser tratados como enemigos (Informe; Yuste, El eje 33). Pese a las prohibiciones, los ingleses continuaron con sus correras. En ellas volvi a participar Dampier. Su primer viaje por el Pacfico lo hizo en 1680, cuando cruz el istmo de Panam con cortadores de palo de tinte. Posteriormente, acompa a un grupo de aventureros dirigido por Bartolom Sharp, e integrado por personajes que participaron en la toma de Jamaica, como John Coxos, Peter Harris, Basil Ringrose y Lionel Wafer, entre otros. Estos expedicionarios cruzaron el istmo centroamericano, lograron
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Estas islas fueron descubiertas en 1574 por el espaol Juan Fernndez, y desde fines del XVIII sirvieron de parada a muchas embarcaciones no espaolas que incursionaron en el Mar del Sur. Las coronas inglesa y espaola estaban unidas en contra de la francesa, ante las polticas tomadas por Luis XIV, quien en 1688 haba ordenado la invasin del Palatinado.
hacerse con algunas embarcaciones y con ellas atacaron Panam y Arica (1681). Durante el viaje, el mando de la expedicin cambi regularmente, y, de hecho, en las costas de Puerto Perico cinco naves desertaron tras un enfrentamiento con tres embarcaciones espaolas comandadas por Jacinto de Barahona, encargado de la defensa de Panam. Los ingleses, sin embargo, lograron tomar la nave de bandera, llamada La Santsima Trinidad, de cuatrocientas toneladas, la cual usaron en su travesa. Fueron varios los ataques perpetrados por los ingleses, quienes recorrieron desde las islas Juan Fernndez hasta el golfo de Nicoya, pero, finalmente, regresaron a Barbados en febrero de 1682 (Gerhard 146-153; ODonnell 212-213; Schurtz 279). En 1683, Dampier particip en otra travesa, pues se uni a la que comandaban el capitn Cooke y el maestre W. Ambrosia Crowley, la cual parti de Virginia, par en las costas de Brasil y, posteriormente, rode el Cabo de Hornos, para recalar en las islas Juan Fernndez. Esta expedicin se acerc a las costas de Panam, y all se les uni la nave Cygnet, comandada por el capitn Charles Swan, as como las comandadas por los capitanes Townley, Harris y el francs Gronet. Estos bajeles intentaron atacar la flota de la plata que viajaba de Lima a Panam en 1685, pero sus esfuerzos resultaron infructuosos (Gray xxxii-xxxiii). Con esta perspectiva, fue necesario decidir un nuevo destino, por lo que la expedicin se separ y nicamente dos naves optaron por dirigirse a costas novohispanas. En una de ellas, la Cygnet, iba Dampier (Dampier, A New 157). Sobre este punto vale la pena reiterar que uno de los objetivos perseguidos por Dampier era la captura del Galen de Manila y, por tanto, se comprende que se haya unido a la expedicin que se diriga a costas novohispanas. De hecho, es posible apreciar en su obra el conocimiento que tena de la nave y de su travesa, pues hace referencia al lugar donde Thomas Cavendish logr capturarla (Dampier, A New 181; Schurtz 278). Por otro lado, Dampier describe detalladamente la navegacin de los galeones, los tiempos en los que hacan viaje, los lugares donde paraban a reabastecerse y el tipo de cargamentos que llevaban. En su narracin explica que los galeones viajaban entre Manila y Acapulco una vez al ao; que llegaban a costas novohispanas en enero y deban partir de ellas en marzo; y que a
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su regreso, que era hecho en aproximadamente sesenta das, paraban en Guam por bastimentos. A su arribo a la isla de Luzn, otra nave estaba lista para partir rumbo a Acapulco. Este era el viaje de mayor dificultad, pues dicha embarcacin haca ms tiempo y deba alcanzar los 36 o 40 grados Latitud Norte, y de ah arribar a las costas de la California, desde donde viajaba hasta Acapulco (Dampier, A New 171). Podra decirse que Dampier contaba con informacin precisa de los litorales americanos y de sus navegaciones, por lo cual, pese a que sus primeras incursiones fueron para acompaar a bucaneros, l pronto intent vincularse con aquellas que tenan por intencin dirigirse a las costas novohispanas, y por ello sus conocimientos fueron tiles en dichas travesas. En octubre de 1685 la nave Cygnet alcanz las costas de Oaxaca y trat de acercarse al puerto de Tehuantepec para conseguir provisiones; no obstante, los ingleses no pudieron acceder a tierra firme, pues vieron cmo cientos de indios y espaoles los esperaban all, por lo cual tuvieron que dirigirse a Huatulco. Ah se adentraron en el pueblo de Santa Mara, donde no encontraron resistencia y lograron cortar lea, hacer aguada y cazar algunas tortugas. Debe recordarse que la defensa de los litorales novohispanos se basaba en la vigilancia a travs de atalayas ubicadas a lo largo de ellos, las cuales, generalmente, estaban a cargo de indgenas de los pueblos cercanos. Al parecer, este sistema se usaba en los litorales tanto del Atlntico como del Pacfico, y un ejemplo de l lo describe el mismo Dampier:
[La atalaya] Es un lugar cercano a la playa, ideado por los espaoles para que sus indios vigilen. Hay muchas de ellas en esta costa, algunas construidas desde el suelo con madera; otras son slo pequeas jaulas colocadas en los rboles, lo suficientemente grandes para que en ellas tengan cabida dos o tres hombres sentados, provistas de una escalera para subir y bajar. En estas torres nunca falta un indio o dos durante todo el da y los indios que viven cerca se encuentran obligados a turnarse en ellas. (Dampier, Dos viajes 59)
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Por su parte, los vecinos de las localidades, e incluso, en ocasiones, los de tierra adentro, tenan por obligacin acudir al llamado de las autoridades, locales o virreinales, para defender el territorio en caso de alguna
agresin enemiga. Los que acudan deban llevar de vez en cuando sus propias armas, las cuales no siempre eran de fuego, sino que podan ser lanzas o machetes. El mtodo utilizado por los defensores de los litorales era la emboscada; esto es, que los hombres se escondan y caan sorpresivamente sobre los enemigos. Para lograrlo, al parecer, se quedaban a plena vista unos cuantos hombres, que seran la carnada, pues, generalmente, los invasores necesitaban capturar a personas que les sirvieran de guas o, incluso, que les ayudaran en las embarcaciones. Un ejemplo de este sistema defensivo lo refiere Dampier con lo acontecido a sus compaeros en las costas de Baha Banderas:
When our Canoas came to this pleasant Valley [Banderas], they landed 37 Men, and marched into the Country seeking for some Houses. They had not gone past three Mile before they were attackt by 150 Spaniards, Horses and Foot [] In this action, the Foot were armed with Lances and Swords, and were the greates number, never made any attack; the Horsemen had each a brace of Pistols, and some short Guns. (Dampier, A New 180)
Cuando se consideraba que los pueblos no podan ser defendidos era necesario abandonarlos y, de preferencia, quemarlos, para que as los enemigos no pudieran conseguir bastimentos ni realizar saqueos (Pinzn, Los bastiones 15-20). De ah que se entienda que varios pobladores novohispanos se concentraran en Tehuantepec, con el fin de detener la avanzada inglesa, mientras que poblaciones como Santa Mara quedaron sin resistencia alguna. Los ingleses continuaron con su viaje por las costas de Oaxaca; de Huatulco se dirigieron a Puerto ngel, entre fines de octubre y principios de noviembre de 1685. El lugar lo encontraron desierto, pero pudieron conseguir alimentos como maz, cerdos y gallinas (Dampier, A New 163 - 164 ; Gerhard 164 - 171 ; Schurtz 279 ). Segn explic Dampier, el hecho de arribar a esos establecimientos y adentrarse en determinadas poblaciones se debi a que siguieron un recorrido sealado en un libro espaol con el que contaban. Por ejemplo, las naves se acercaron a Tehuantepec porque dicho texto indicaba que en esas costas haba un ro grande, el cual, posiblemente, les servira para hacer aguada
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(Dampier, A New 163). Los ingleses tambin usaban textos diversos, en los que se haca referencia a las zonas ya reconocidas por navegantes britnicos; as se ve en la descripcin que se hizo de Huatulco, lugar que Dampier menciona como uno de los mejores del reino de Mxico, y del cual se tena referencia desde la expedicin de Drake, pero cuya situacin haba cambiado desde entonces:
Here formerly stood a small Spanish Town, or Village, which was taken by Sir Francis Drake: but now there is nothing remaining of it, besides a little Chapel standing among the Trees, about 200 paces from the Sea. The Land appears in small short ridges parallel to the shoar, and to each other; the innermost still gradually higher than that nearer the shoar; and they are all cloathed with very high flourishing Trees, that it is extraordinary pleasant and delightful to behold at a distance: I have no where seen any thing like it. (Dampier, A New 164)
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Lo anterior permite apreciar cmo los ingleses entraban a los litorales novohispanos con referencias de los lugares en los que podran hacer paradas para conseguir bastimentos; sus fuentes podan ser inglesas, francesas, holandesas o espaolas, entre otras, lo cual hace pensar que exista un trfico de informacin y que, posiblemente, esta se convirtiera en un botn apreciado durante los saqueos realizados. En este caso, si los datos con los cuales contaban los britnicos no se adecuaban a lo que ellos vean, les hacan correcciones, para que as, en posteriores travesas, se tuvieran descripciones precisas de los lugares donde arribar y que desde altamar fuesen reconocibles. Los datos aportados incluyeron tanto descripciones como imgenes; estas ltimas podan ser mapas o perfiles de costa. Sobre este punto es necesario mencionar que en las navegaciones eran muy importantes las descripciones de dichos perfiles o de indicios geogrficos; es decir, las seales que les permitieran a los navegantes reconocer desde altamar las zonas por donde se transitaba. Por eso en los diarios de navegacin, fuesen ingleses o espaoles, se hablaba de accidentes geogrficos como islas o montaas; es decir, aquellas seales naturales que pudieran ser detectadas desde las embarcaciones (Pinzn, Una descripcin 164; Trabulse 52-53). Ello puede ejemplificarse con la imagen 1 de los litorales novohispanos.
Volviendo a la expedicin antes referida, los ingleses continuaron con su recorrido, y para fines de noviembre sus naves alcanzaron las inmediaciones de Acapulco; posteriormente se dirigieron a la Costa Chica, pero ah vieron a varios espaoles esperndolos con una emboscada; adems, los caones de San Diego, nica fortaleza de aquellas aguas, lograron repelerlos. Pese a lo anterior, los ingleses capturaron a un mulato, quien les inform que al puerto haba llegado una nave, aunque no era la filipina, sino que esta proceda de Per. Por la noche se acercaron a Puerto Marqus para evaluar la posibilidad de hacerse con dicha nave, pero no pudieron llevar a cabo su empresa; adems, no consideraron atacar la zona, pues pensaron que la fortaleza portuaria estaba fuertemente armada. Por tanto, los ingleses decidieron alejarse de Acapulco y dirigirse ms al norte. Durante su trayectoria pasaron por las costas de Zihuatanejo y Petatln, y al llegar a Ixtapa obtuvieron vveres y agua. Tras el fracaso en tomar el Galen
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Aunque esta imagen es de un viaje posterior (es decir, el de la nave Saint George, comandada por Dampier, que transit por costas novohispanas entre 1703 y 1704), de todas formas es til para ejemplificar la relevancia que se daba a los perfiles de costa en las navegaciones, y, por tanto, la necesidad de referirlos con detalle.
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de Manila, los ingleses se separaron. La nave comandada por Townley se dirigi a Centroamrica, donde logr hacerse con algunos botines. Por su parte, la dirigida por Swan transit por las costas de Cabo Corrientes, Banderas, Chamela, Mazatln, Sentispac, la California y las islas Maras; gracias a esta travesa Dampier logr describir con gran detalle estos litorales e, incluso, registrarlos en un mapa (Dampier, A New 170-192; Gerhard 164-171; Schurtz 279).
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Imagen 2. Mapa de la parte media de Amrica Dampier, A New.
Fuente:
Sobre este punto hay que hacer hincapi en la importancia que Dampier le dio a los mapas, pues, a pesar de que los navegantes pudieran contar con detalladas descripciones de los lugares por los que transitaban, en realidad las imgenes seran muy tiles al momento de reconocer los sitios referidos en los textos, por lo cual era necesario tratar de elaborarlos con detalles precisos y sealando sus caractersticas fsicas. As lo indic l mismo:
I have here, as in the former Volumes, caused a Map to be Ingraven, with a Prickd Line, representing to the Eye the whole Tread of the Voyage at one View; besides Draughts and Figures of particular Places, to make the Descriptions I have given of them more intelligible and useful. (Dampier, A Voyage Preface)
Otro aspecto por considerar es que Dampier observ el poco movimiento martimo novohispano, e incluso explic que el principal comercio del virreinato se desarrollaba por tierra y no por mar, lo cual haca de las costas novohispanas zonas poco tiles para las expediciones de saqueo inglesas, ya que haba un reducido nmero de naves y de puertos (Dampier, A New 175); por tanto, el nico botn digno de ser tomado, y por el que vala la pena viajar a aquellas aguas, era el Galen de Manila. Sin embargo, su descripcin tambin haca evidente el poco control que exista de los litorales novohispanos, y ello era peligroso, pues, como se haba visto ya en Centroamrica y el Caribe, las zonas deshabitadas por los espaoles podran ser el mismo botn que los ingleses perseguan: esto llevara a que se asentaran en ellas. Esto no lo sugiere el mismo Dampier, si bien navegantes posteriores, efectivamente, pusieron su mirada en esas zonas desocupadas descritas por aquel personaje, pues para la segunda mitad del siglo XVIII estaran en la bsqueda de regiones donde asentarse para establecer navegaciones directas por el Pacfico. Finalmente, para 1686 los ingleses se dirigieron al Poniente, y en su travesa pasaron por Guam, Mindanao, las Visayas y Luzn, donde esperaron el arribo del galen, pero al no tener perspectivas sobre su llegada regresaron a Londres por el Cabo de Buena Esperanza. Para 1697 se sabe que Dampier estaba en Inglaterra, pues fue entonces cuando se public su obra A New Voyage Round the World, en la cual se mencionan los lugares por los que transit (Gray xvii)11 . Si bien esta obra es rica en descripciones de los territorios americanos, cabe reiterar que parte de la riqueza de la obra se debe a los mapas con los que cuenta, los cuales muestran las zonas referidas a lo largo del texto, como lo indica el propio Dampier:
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La obra de Dampier tuvo xito, e inmediatamente fue reeditada; incluso, se le pidieron ms textos, y eso llev a que en 1699 se publicara un suplemento que contena los Viajes a Campeche y Discourse on the Trade Winds, el cual recibi el nombre de Voyages and Discoveries.
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For the better apprehending the Course of the Voyage, and the Situation of the Places mentioned in it, I have caused several Maps to be engraven, and some particular Draught of my own Composture. (A New 4-5)
Puede verse que la experiencia de Dampier y la obra resultante de su viaje dan cuenta tanto de descripciones como de imgenes de los lugares por los que este personaje transit, e incluso, del tipo de actividades martimas realizadas en ellos. Por tanto, los datos aportados se convirtieron en fuente de consulta para otros hombres que continuaron con sus expediciones por el Mar del Sur. Esto no significa que Dampier terminara sus travesas por dichas aguas, sino que su papel en las navegaciones adquirira otro sentido, aunque el objetivo principal sigui siendo la bsqueda del Galen de Manila.
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Imagen 3. Mapa de las Indias Orientales
Fuente: Dampier, A Voyage.
al mando de la nave Roebuck y siguiendo la ruta de los neerlandeses; es decir, la que rodeaba el Cabo de Buena Esperanza. Si bien de este viaje se obtuvo poca informacin cartogrfica novedosa, de todas formas fue til para que Dampier registrara derroteros, caractersticas fsicas de las costas asiticas, la flora y la fauna de aquellos territorios, y, por supuesto, para que elaborara mapas. Adems, al finalizar la travesa, con la informacin recopilada Dampier escribi su obra A Voyage to New Holland, la cual describe la derrota realizada, los lugares visitados y, al igual que su texto anterior, seala los lugares que podan ser tiles a los navegantes. El prestigio adquirido por Dampier a partir de sus textos le permiti recibir otra comisin en 1701, por parte de mercaderes de Londres y de Bristol, para que comandara la nave Saint George y practicara corso en las costas del Pacfico americano12. Esta travesa se llev a cabo durante la Guerra de Sucesin Espaola; esto es, que, al ser enemigas esta corona y la inglesa, se autorizaba a las embarcaciones britnicas para hacer corso sobre asentamientos y embarcaciones hispanas. Por tanto, Dampier tena licencia para atacar puertos y naves en las colonias americanas, y, de preferencia, al Galen de Manila (Bradley 277-278). A este navegante pronto se le uni la embarcacin Cinque Ports, comandada por el capitn Stradling; juntas cruzaron el Cabo de Hornos y llegaron a las islas Juan Fernndez. Posteriormente, esos bajeles se separaron y Dampier se dirigi a Guayaquil, de donde fue ahuyentado por barcos espaoles. La nave inglesa se dirigi al norte, transit por las costas de Realejo y, posteriormente, se traslad a Zihuatanejo, lugar donde los ingleses vieron a hombres a caballo e indios que les impedan que se acercaran a abastecerse de agua, por lo cual les hicieron algunos disparos y, al parecer, la gente hostil se dispers. No obstante, prefirieron no arriesgarse en ese lugar sino mejor viajar ms al norte; al ver los montes de Motines se acercaron a tierra y encontraron un ro y varias tortugas, con las que pudieron reabastecerse.
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Este viaje no fue narrado por Dampier, pero se sabe de l gracias al diario de viaje elaborado por uno de los tripulantes, William Funnell, cuyo texto fue publicado en 1707 y est referido en la bibliografa de este trabajo.
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Ms tarde pasaron por las costas de Colima y de Salagua, y posteriormente se dirigieron a La Navidad, donde se encontraron con algunas naves, a las que el virrey novohispano les haba ordenado que los persiguieran, pero de las que lograron escapar (Funnell 78-81; Gerhard 204-207; Gray xxxviixxxix; Schurtz 282-283). Posteriormente, los ingleses se dirigieron a Chametla, en cuyas cercanas avistaron el 4 de diciembre de 1704 los galeones Nuestra Seora del Rosario y San Vicente Ferrer. Intentaron aprehender al primero, pero los disparos que hicieron los ingleses alertaron a los tripulantes de esta, nave que era ms grande e iba mejor armada; as, los barcos britnicos desperdiciaron la oportunidad de la sorpresa y tuvieron que huir del fuego enemigo (Funnell 83-84). Luego de este fracaso, muchos hombres, inconformes, se separaron de la expedicin. As, Dampier se dirigi al sur con sesenta tripulantes para conseguir bastimentos con el fin de viajar a las Indias holandesas y, posteriormente, regresar a Inglaterra, lugar al que arrib en 1707 (Gerhard 204-207; Gray xxxvii-xxxix; Schurtz 282-283). Para su mala suerte, la nave que se les haba separado lleg antes que la de l, y uno de sus tripulantes, William Funnell, haba narrado el fallido intento de captura del Galen; esto afect el prestigio de Dampier (Gray xxxix). Pese a la mala fama que pudo ganarse al comandar de forma deficiente las embarcaciones Roebuck y Saint George, lo cierto fue que su trnsito por los lugares visitados, en especial los americanos, le permiti obtener un gran conocimiento sobre ellos. En el caso de las costas novohispanas, su experiencia sobre dichas zonas fue tan relevante que posteriormente fue usada en otras expediciones.
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de la Corona inglesa
En 1708 a Dampier se le encarg ir como piloto en la expedicin comandada por el navegante y corsario Woodes Rogers, cuyo objetivo era dirigirse
al Mar del Sur para atacar los litorales americanos. Esto se deba a que en el momento en el cual se realiz esta expedicin la Guerra de Sucesin Espaola an continuaba, por lo que los ingleses siguieron recibiendo licencias para atacar asentamientos y embarcaciones enemigas. No obstante, poco antes se haban modificado las condiciones bajo las cuales se otorgaban patentes de corso, pues la Corona britnica renunci a recibir la quinta parte de las presas que antes exiga. Eso no signific que se desentendiera de los viajes, sino que su injerencia se llevara a cabo a partir del nombramiento de oficiales que participaran en ellas. As, la mencionada expedicin, aunque financiada por mercaderes de Bristol, fue puesta bajo el mando de Rogers, por considerrsele un experimentado marino que asegurara el xito de la travesa. Adems, se ech mano de personal del que se saba sera de utilidad durante el viaje, como fue el caso de Dampier, quien fue nombrado piloto real por considerrsele un experimentado navegante que conoca con detalle los litorales americanos, pues haba transitado por ellos en dos ocasiones (Bradley 281-282; Gerhard 209-210; Rogers 6; Spate, Monopolists 278-283). De esta travesa Rogers tambin hizo un diario de navegacin, el cual fue publicado y llev por ttulo Cruising Voyage Round the World, y entre cuyos objetivos estaban dar a conocer diversas bahas y seales del Pacfico que pudieran compilarse en una gran obra, y que sirviera a los pilotos en el trfico por este ocano; es decir, ms o menos los mismos objetivos de Dampier. El diario de Rogers fue publicado en 1712 y en l se incluy un mapa en el que se sealaron los lugares por los que transit la expedicin y que, en gran medida, se bas en el del propio Dampier, pues iba siguiendo sus instrucciones (Rogers, Cruising Voyage). Las naves a cargo de Rogers, Duke y Dutchess salieron de Bristol en agosto de 1708. En enero del siguiente ao doblaron el Cabo de Hornos y en mayo llegaron a las islas Juan Fernndez. Luego de atacar varias naves, en abril de 1709 tomaron Guayaquil y no liberaron la plaza hasta cuando no recibieron un rescate de treinta mil pesos. Posteriormente, se dirigieron a las costas novohispanas, y para octubre arribaron a las islas Maras, a las cuales llegaron debido a que, segn indic Dampier, en ellas se podran
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Extracto de Un mapa del Mundo
Fuente: Rogers Imagen 4.
conseguir bastimentos; esto fue verdad: cuando los ingleses arribaron al pequeo archipilago obtuvieron agua y tortugas. En su diario de viaje Rogers describi estas islas y seal los lugares donde hicieron aguada, consiguieron madera y el tipo de aves o de animales terrestres que consumieron, entre otros temas, lo cual deja ver la importancia de la descripcin en este tipo de travesas, as como la relevancia de ubicar lugares donde pudieran conseguirse bastimentos (Rogers 266-269 y 275). Los ingleses tuvieron una junta en la que se discuti el destino a seguir, y en ella se acord dirigirse a Cabo San Lucas, lugar sugerido
por Dampier, por ser zona de paso regular de los galeones y donde Cavendish haba tomado su presa en el siglo XVI. As, para noviembre de 1709 las naves britnicas se trasladaron a las costas de California, bajaron a tierra a conseguir bastimentos y encontraron a indios no establecidos en misiones, quienes los ayudaron en esa labor e, incluso, les advirtieron sobre la presencia de milicias de espaoles que estaban en pos de los ingleses. La espera del galen se prolong aproximadamente un mes, y para diciembre los ingleses perdieron la esperanza de que llegara a costas novohispanas, pues sus referencias indicaban que lo haca alrededor del mes de noviembre (Rogers 284-285). Esto era bastante preciso: tal como antes se mencion, los galeones se acercaban a dichas costas a fines de ao, y las ferias comerciales de Acapulco se llevaban a cabo durante enero o febrero. Esto se haca pensando que el regreso del galen a las Islas del Poniente no sobrepasara el 25 de marzo (Yuste, Emporios 277). Mientras los ingleses consideraban la posibilidad de alejarse de California y dirigirse a Guam o a Brasil, para abastecerse antes de su regreso a Inglaterra, el 22 de diciembre divisaron su codiciada presa. Se trataba de la nave Nuestra Seora de la Encarnacin, de cuatrocientas toneladas, la cual iba armada con veinte caones y veinte pedreros13, contaba con 193 hombres a bordo e iba comandada por el capitn Jean Presberty, antiguo miembro de la factora francesa de Cantn y hombre poco experimentado en las navegaciones. Los ingleses persiguieron el galen y lograron capturarlo. Los detenidos pronto informaron que se aproximaba otra embarcacin, la Nuestra Seora de Begoa, de novecientas toneladas. Esta nave, sin embargo, estaba mejor pertrechada para la defensa, e iba comandada por un experimentado navegante: Fernando de Angulo. Durante el ataque dicho galen, incluso, logr provocar daos a las naves inglesas, por lo cual estas tuvieron que dejarlo ir. As lo describi Rogers:
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El pedrero, segn el Diccionario de autoridades, era una pieza de artillera que serva para combatir en el mar contra los navos y las galeras, y, en tierra firme, para defenderse de los asaltos enemigos; arrojaba balas de piedra o una gran cantidad de balas menudas, con lo cual se gastaba menos plvora que con las piezas artilleras de los otros gneros.
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The Enemy was a brave lofty new Ship, the Admiral of Manila, ando this the first Voyage she had made; she was calld the Bigonia, of about 900 Tuns, and could carry 60 Guns, about 40 of wich were mounted, with as many Patereroes, all Brass; her Complement of Men on board, as we were informd, was above 450, besides Passengers. They added, that of the Men on board this great Ship were Europeans, several of whom had been formerly Pirates, and having now got all their Wealth aboard, were resolved to defend it to the last. (Rogers 302)
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Con este ataque los ingleses obtuvieron un botn de aproximadamente dos millones de pesos, o catorce mil libras. Adems, la nave que capturaron fue rebautizada como Batcheler. Los ingleses dejaron a sus prisioneros en las cercanas de Acapulco y cruzaron el Pacfico, pasaron por Guam con el fin de adquirir vituallas, rodearon el Cabo de Buena Esperanza y en octubre de 1710 llegaron a Inglaterra (Gerhard 210-216; ODonnell 237; Prez-Mallana y Torres 317-318; Schurtz 286-288). El viaje de Rogers signific para Dampier el logro de sus esfuerzos. Es posible que las travesas anteriores prepararan el terreno para registrar con detalle los litorales novohispanos y la navegacin del Galen, por lo cual, con un conocimiento tan preciso, ya se buscaba esta nave en los tiempos correctos y se arribaba a lugares conocidos para conseguir refrescos mientras se esperaba el preciado botn.
r Comentarios finales
William Dampier fue un personaje excepcional, que, si bien particip en campaas de bucaneros, en realidad distaba de ser uno de ellos; sin embargo, su presencia en expediciones le permiti conocer y describir muchas zonas en las que los ingleses tenan prohibido el trnsito, como las colonias hispanoamericanas. Sus experiencias le dieron la oportunidad de elaborar detallados diarios de viaje que contenan tanto descripciones de los litorales americanos como mapas que posteriormente fueron tomados como referencia en otras navegaciones. Como se ha dicho, el hecho
de que en los textos de Dampier se hiciera mencin a lugares estratgicos para las navegaciones o se sealasen accidentes geogrficos que ayudaran a las tripulaciones a ubicarse, los hizo una fuente obligada de informacin para aquellos que quisieran incursionar en el Mar del Sur. En realidad, las experiencias de este navegante se insertan en las transformaciones navales, polticas, blicas y mercantiles de la poca. Si bien este texto se centr en la presencia de Dampier en los litorales novohispanos, no se pierde de vista que los viajes de este navegante ejemplifican los intereses de la Corona britnica por incursionar en el Mar del Sur y expandir en l sus redes comerciales; especialmente, luego de que desde tiempo atrs haban afianzado su presencia en el Caribe. Por ello las distintas travesas en las que se vio envuelto Dampier reflejan las polticas reales, que incluyeron desde dejar las navegaciones en manos de particulares hasta encargar a oficiales de mar que participaran en ellas, como fue el caso de Rogers y del propio Dampier. Si bien existen muchas razones que dan importancia a su obra, hay que hacer hincapi en los mapas, pues estos fueron seguidos por otros navegantes, incluyendo a Woodes Rogers. Podra decirse que las informaciones de Dampier dejaron ms expuestos a los litorales americanos para que fuesen agredidos: a partir del conocimiento que se tuvo de ellos, fue cada vez ms factible incursionar en los mismos. En el caso de las costas del Pacfico novohispano, si bien los ingleses contaban con bastantes referencias sobre ellos, las descripciones de Dampier no simplemente se refirieron a los litorales, sino, tambin, a las navegaciones que se realizaban por esas aguas; en especial las del Galen de Manila, embarcacin que se volvi objeto de deseo de otros expedicionarios ingleses, quienes continuaron dirigindose hacia el Mar del Sur y cuyas travesas, paulatinamente, se multiplicaron y se hicieron ms profesionales, gracias a los avances de la nutica y de la geografa que se desarroll durante la segunda parte del siglo XVIII. Lo anterior es relevante como muestra de la forma como se multiplicaron las navegaciones inglesas por el Pacfico, y que, aunadas a las incursiones holandesas, francesas y rusas, provocaron reacciones en
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los litorales americanos. En el caso de los novohispanos, fue necesario modificar las actividades navales, defensivas, poblacionales y comerciales de sus establecimientos portuarios. Si bien ello no pudo ser abordado en este trabajo, de todas formas merece la pena considerar que es necesario estudiar las expediciones inglesas y las informaciones que generaron, con el fin de comprender lo que significaron para los territorios americanos. El caso de Dampier es prueba de ello.
rBibliografa
F uentes
primarias de archivo
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esumen
El 8 de mayo de 1813 se celebr la jura de la Constitucin de Cdiz en San Luis Potos. La ceremonia contempl la colocacin de un tablado complementado con una serie de figuras alegricas cuya base simblica y formal subyace en la obra Iconologa, de Cesare Ripa. Por medio de un discurso simblico y ceremonial barroco, el ayuntamiento pretendi aleccionar al pueblo potosino no solo respecto a la observacin de las leyes recin promulgadas, sino, ms importante an, revitalizar la imagen del rey como figura preeminente en el panorama monrquico espaol. Frente al levantamiento insurgente en Nueva Espaa, la ceremonia fue ocasin, tambin, para recordarle al pueblo que la monarqua hispnica no dudara en usar las armas contra sus agresores.
Palabras clave: Constitucin de Cdiz, juramento, San Luis Potos, Iconologa, Cesare Ripa, siglo XIX.
bstract
May 8th 1813, the Cadiz Constitution was sworn in the city of San Luis Potosi. The ceremony included the placing of a tableau, which was complemented by a series of allegorical figures whose symbolism and form are found in Cesare Ripas Iconologa. Using a symbolic language and baroque ceremonial, the Ayuntamiento or City Hall tried to teach the Potosino people not only about the observance of the new laws, but much more important, to bring new life to the Spanish monarch as the main figurehead of the Spanish monarchic system. With the insurgent or independence movement rising in the New Spain, the ceremony was also an occasion to remind the people that the Spanish crown would not hesitate to use arms against its aggressors.
Key words: Cdiz Constitution, swore, San Luis Potos, Iconologa, Cesare Ripa, 19th century.
El 8 de mayo de 1813 la ciudad de San Luis Potos se engalan con la fiesta de la jura de la Constitucin de Cdiz. La importancia del acontecimiento se vio reflejada en el montaje de un fuerte aparato festivo, el cual incluy esculturas y escenarios perfectamente diseados, as como ceremonias religiosas, repique de campanas, fuegos de artificio y un convite general que no haba sido visto en la ciudad (aheslp, I 1813-1814: caja 51, exp. 4)1. Ni siquiera en octubre de 1808, cuando se verific la jura proclamada a favor del Rey raptado, don Fernando VII, y en la cual se incluyeron carros triunfales, arquitectura de perspectiva y adorno de las Nuevas Casas Reales y parroquia de la ciudad, se haba realizado una descripcin tan detallada y profusa como la referente a la jura de la constitucin gaditana (aheslp, A 1808: f. 85 v.). Por qu el fasto en esta ocasin y la prodigalidad en cuanto al detalle narrado? Qu evidencia el simbolismo establecido en los aparatos dispuestos para el festejo? Cul es la referencia iconogrfica de la que se ech mano para la representacin de las imgenes alegricas que complementaban esta ceremonia? Cul es el discurso que subyace en la fiesta descrita? Son preguntas que nos hemos planteado, y que trataremos de responder a la luz de la interpretacin de los documentos que comentan estos festejos. Se debe partir del hecho de que la constitucin de 1812 fue el resultado del trabajo emprendido en las Cortes de Cdiz entre 1810 y 1814, en el que se discuti el devenir de la entidad poltica conformada por la monarqua hispnica (es decir, espaoles peninsulares y americanos); sobre todo, respecto a la situacin imperante en Espaa tras la sacudida que esta sufri a partir de 1808, a raz de la invasin napolenica (Brea 119; Ferrer 161). Lo importante de estas cortes fue que en ellas se sumaron tanto intereses monrquicos como liberales, y todos ellos se conformaron en
En palabras del teniente letrado, don Jos Ruiz de Aguirre, esta fiesta ha sido la ms clebre que se ha visto en ella [la ciudad]. En el anexo 1 se incluye la transcripcin completa del documento (aheslp, I 1813-1814, caja 51, exp. 4).
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la constitucin de 18122. Para algunos autores, este conjunto de leyes puede ser considerado como la suma del primer liberalismo espaol; liberalismo que termin, en parte, por precipitar la desaparicin de dicha constitucin en 1814, tras haber regresado del exilio Fernando VII (Brea 126). Promulgada en marzo de 1812, la constitucin gaditana hubo de ser anunciada en Nueva Espaa por el virrey Venegas, a finales de septiembre de ese ao (Monroy y Calvillo 149). En San Luis Potos se emiti un bando, fechado el 30 de abril de 1813, que anunciaba y mandaba jurar la constitucin en la ciudad el 8 de mayo de ese mismo ao, de acuerdo con los preparativos dispuestos por el intendente y el ayuntamiento (aheslp, AM 1813: doc. 6, f. 1 r.). Esto implica que la jura en la ciudad tuvo un perodo de organizacin cercano a los siete meses a partir del anuncio de Venegas3, lo cual parece haber sido el tiempo dispuesto por la mayora de los ayuntamientos para sus preparativos. Baste como ejemplo Guadalajara, donde se jur la constitucin entre el 10 y el 12 de mayo de 1813; o Colima, donde se jur despus del 13 de mayo (AGN, H 403, ff. 1 r.-5 v.). El protocolo y el aparato festivo de una jura real permitan, por un lado, el acercamiento del pueblo a la figura inasible del rey, mientras que, por el otro, permitan una forma de propaganda que abultaba la figura del monarca (Crdenas 67), y, por tanto, estableca de forma tcita un pacto de obediencia de los vasallos hacia la figura real y sus leyes. No obstante tratarse del juramento de un aparato regulatorio, como lo eran las leyes promulgadas en Cdiz, la celebracin de la jura de la constitucin en San Luis Potos tom como base el protocolo de las juras reales, en tanto que su
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Fue justamente en Cdiz donde el vocablo liberal empez a ser empleado como trmino poltico a mediados de 1810 (Brea 126).
En las actas de cabildo de 1812, del fondo Ayuntamiento del aheslp, no se menciona nada sobre la organizacin de estos festejos. Desafortunadamente no existen en dicho fondo las actas correspondientes a 1813, las cuales podran habernos esclarecido muchas interrogantes, como quines fueron los encargados directos del festejo, as como los ejecutores materiales de las obras dispuestas.
despliegue visual fue de un alto grado simblico e intelectual, y ello tena sus antecedentes en el sofisticado y barroco ritual de juramento que se haba establecido en los siglos XVII y XVIII (Crdenas 66). Escapa del alcance de la historia el nombre del programador del artefacto efmero que complement la jura; no obstante, el simbolismo implcito en las alegoras descritas en la carta nos hace reconocer su creatividad, al formar un discurso eminentemente promonrquico, en el cual el vasallaje a Fernando VII y la observancia de las leyes emanadas de la constitucin fueron representados como una suerte de buenaventura que el pueblo potosino deba agradecer. La relacin de los festejos, elaborada por el teniente letrado don Jos Ruiz de Aguirre y dirigida al virrey don Flix Mara Calleja, es de una extensin y un detalle considerables; acaso, en un afn de congratularse con el virrey sobre todo si se considera que el mismo bando real que ordenaba la jura especificaba la privacin de los cargos y los oficios reales en caso de incumplimiento o tardanza. Eso nos remite, tambin, a la costumbre barroca de querer maravillar con el relato de lo sucedido (Bonet 52)4. La narracin se convierte as en una suerte de continuacin del acto mismo y, por consiguiente, en una confirmacin de lo all representado; en este caso, confirmacin de la fidelidad del pueblo potosino hacia la constitucin y, de forma tcita, al rey. El recuento de los acontecimientos acaecidos entre el 8 y el 9 de mayo de 1813 comienza haciendo nfasis en el patriotismo del pueblo potosino, empleando para ello el exceso de elogios en un recurso literario muy barroco en torno al jbilo causado por una funcin que habra llenado de felicidad los corazones
Existen dos versiones de la relacin en San Luis Potos: una en el fondo de Alcalda Mayor, y otra en el de Intendencia del aheslp; ambas se complementan, pues contienen datos que enriquecen tanto una como otra versin. Para la descripcin del tablado usaremos, principalmente, la que existe en el fondo de Intendencia. Existe una tercera versin en el Archivo General de la Nacin, en el fondo de Historia, aunque es el original de la copia existente en el fondo de Intendencia del aheslp.
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melanclicos, al ver el gozo en el rostro de los habitantes al momento de jurar la constitucin. La festividad comenz la maana del 8 de mayo, de acuerdo con las instrucciones del intendente. Una de las primeras cosas que se mencionan, y que llama mucho nuestra atencin, es la hechura de un par de esculturas de alabastro, tradas desde ms de cien leguas de distancia, y las cuales haban estado bajo la supervisin del mayordomo fiel de la alhndiga: don Ignacio Salgado. El material con el que fueron hechas las imgenes y la distancia desde donde se las transport nos hacen suponer que estas piezas fueron elaboradas y tradas desde Tecali (Puebla), poblacin que desde la poca precolombina se haba caracterizado por sus yacimientos de alabastro y por el trabajo en l. La suposicin se fortalece, en parte, por cuanto se tiene noticia de que a este evento acudi el alcalde de Puebla, quien figur como testigo de honor, junto con los testigos de ausencia por falta de escribano en la ciudad (el capitn don Jos Mara Ontan y el licenciado don Antonio Frontaura) en la toma de juramento al intendente Manuel Jacinto de Acevedo, a quien, debido a un reumatismo en sus piernas, le haba sido imposible asistir a la ceremonia (aheslp, AM 1813: doc. 6, f. 1 v.). Estas piezas representaban tanto a Europa como a Amrica; seguramente, coincidiendo con el modelo iconogrfico que se us en el tablado de este mismo festejo, y el cual describiremos ms adelante. En el caso de Europa se trataba de una matrona ricamente ataviada, conforme a lo establecido en la obra Iconologa, del italiano Cesare Ripa, en el apartado de las representaciones de las partes del mundo (Iconologa 2: 63) (fig. 1)5. En el caso de Amrica se trat, seguramente, de una mujer vestida completamente por un mantn y falda con un aspecto ms mestizo, y que luca una tiara decorada con plumas, muy conforme al prototipo aceptado por los criollos desde el siglo XVII (fig. 2), quienes rechazaban que la representacin de Amrica se refiriese a un territorio barbrico e
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Esta obra apareci por primera vez en Roma en 1593, aunque cont con ilustraciones solo hasta la edicin de 1603 (Esteban 413) y se convirti de inmediato en uno de los tratados de emblemas ms influyentes de su tiempo. Interesa aqu rescatar su uso en el siglo XIX para las celebraciones de la jura en San Luis Potos.
incivilizado (Florescano 71), y se oponan de esta forma a la iconografa que se haba difundido, principalmente, gracias al tratado de Ripa, desde finales del siglo XVI (Iconologa 2: 68), donde Amrica era representada como una mujer semidesnuda, con tocado de plumas, arco, carcaj y un crneo atravesado por una flecha y un caimn a sus pies (fig. 3). La idea desde el siglo XVII era la de representar una Amrica en igualdad de estatus respecto a Europa, con una dignidad que representara a sus habitantes (Cuadriello 92).
Las esculturas de alabastro debieron de ser de un tamao considerable, pues entre ambas sostenan una placa que marcaba el cambio de nomenclatura de la plaza mayor por el de Plaza de la Constitucin, tal y como haba sido ordenado por medio del bando real fechado el 14 de agosto de 1812, y en el cual se estableci que se deba:
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Figura 2. Alegora de Europa y Amrica (1660)
Fuente: Cuadriello, ed. Juegos.
[] erigir una lpida en la plaza principal de todos los pueblos de las Espaas en la que se celebre o se haya celebrado ya el auto solemne de la promulgacin de la constitucin poltica de la monarqua, denominndola Plaza de la Constitucin. (aheslp, I 1813.1, exp. 2)
Este bando fue recibido en la ciudad el 20 de enero de 1813, lo cual nos hace inferir que para la elaboracin de dichas esculturas tan solo se cont con cuatro meses. Sendas esculturas y su lpida debieron de colocarse en la esquina norte de las casas consistoriales, no solo para hacer relevante el cambio de nombre, sino, tambin, como preludio del fastuoso tablado que se dispuso en el otro extremo de la plaza, frente a la esquina sur de este mismo edificio. Por rdenes del intendente, cuatro miembros de la alcalda se encargaron de la preparacin de los festejos en la ciudad, para lo cual dispusieron la hechura de un tablado que representaba un saln, y cuyas medidas fueron veinte varas de longitud por doce de altura; es decir, 16,76 x 10,05 metros (aheslp, AM 1813, doc. 6, f. 1 r.)6. Comparado con la obra de las casas consistoriales que se estaba realizando en 1813, el tablado ocupaba poco menos de un tercio de la longitud del edificio y rebasaba la altura del primer cuerpo de este; se trataba, en consecuencia, de un monumento triunfal bastante considerable. El tablado semejaba un templo de estilo corintio, con cinco arcos en el frontispicio y dos ms en los costados. Tena, entonces, unas ocho varas de ancho (6,70 metros), de acuerdo con la proporcin establecida a partir de la descripcin del frontispicio del tablado. Considerando que las casas consistoriales no estaban concluidas, la construccin efmera que representaba el fastuoso tablado adquira mayor importancia, y se ajustaba ms a la dignidad de la ceremonia. Era la teatralidad del barroco de los siglos XVII y XVIII, que continu en la ciudad durante el siglo XIX, como se constatar a la luz de los elementos complementarios
Escapan tambin de la historia los nombres de los encargados de los preparativos, aunque entre ellos debieron de estar don Jos Ruiz de Aguirre, al ser este quien dio cuenta de la festividad, y don Ignacio Salgado, a quien se menciona como encargado de la construccin de las esculturas de alabastro.
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que describiremos. En las pilastras que sustentaban el arco central se pintaron al natural los dioses de la Guerra y la Ciencia, y en sus bases se inscribieron los correspondientes sonetos alusivos, colocndose en la clave de este mismo arco un tarjetn con otro soneto. Conforme a esto, concluimos que se trataba de las representaciones de los dioses Marte y Minerva, respectivamente; ambos, con panoplia. Y aunque, desafortunadamente, no tenemos noticia del contenido de los sonetos, podemos inferir que para el caso de Minerva pudo usarse el clebre verso de Horacio: Tu nihil invita dices faciesque Minerva7, el mismo que Ripa menciona cuando se refiere a la alegora de la Academia y hace relacin de esta con la figura de Minerva, al representar dicha diosa a la sabidura y la ciencia (Ripa, Iconologa 1: 6). Una frase que, por otro lado, se circunscribe en el tenor del tablado, en el que las leyes escritas establecan lo que se deba hacer; por tanto, estar fuera de ellas significaba contravenir la Constitucin y al rey. As, la frase se converta en un elemento literal que reforzara el discurso visual. El verso que acompaaba la imagen del dios de la guerra, Marte, bien pudo ser el texto de Virgilio en la Eneida, referido tambin por Ripa (Iconologa 1: 88) como parte de la representacin del carro del dios mitolgico: Bello armuntur equi (Para la guerra se arman los caballos), en una clara alusin a la necesidad de estar preparados para la guerra; y en ese sentido alegrico se sealaba, por extensin, que se deba estar preparado tanto para la guerra que le haca Francia a Espaa como para la que estaban haciendo los insurgentes en Mxico. El soneto de la clave debi de ser uno alusivo a Fernando VII, ya que este arco marcaba el acceso al sitio donde estaba ubicado su retrato. El carcter guerrero de las representaciones que flanqueaban el arco central tiene una doble lectura. La primera de ellas corresponde a la imagen blica per se de Marte, cuya presencia nos recuerda el momento histrico que viva Espaa respecto a la invasora Francia. La idea vertida
T nada dirs y hars si no lo quiere Minerva. Se tom aqu la traduccin de la versin castellana de la Iconologa, de Ripa, publicada por Akal en 1987.
era la de que ante el invasor no se claudicara: antes bien, se lo habra de echar por medio de las armas. Baste aqu recordar el frontispicio de la Constitucin de Cdiz, en el que se observan puos de espada y caones abriendo fuego, y, ms abajo, una fortificacin frente al mar (alusiva a los muros inexpugnables de esa ciudad, una de las razones para que fuera escogida como sede de las Cortes) que dispara su artillera contra unos barcos en retirada, como ilustracin del fracaso del sitio a la ciudad que haba hecho el ejrcito francs. Quedaba, pues, claro: se repelera sin titubeos y por medio de las armas a quien pusiera en riesgo a la monarqua hispnica. Esta voluntad de uso de las armas tan familiar para la casa de Borbn que representaba a Marte en el tablado construido en San Luis Potos encontraba, adems, un escenario oportuno, pues al enemigo expreso, que era el prfido Napolen, se le sumaba uno sugerido y ms real de este lado del Atlntico, encarnado en la imagen de los insurgentes. La jura de la constitucin gaditana se haba vuelto ocasin oportuna para hacer ostensible el poder realista, pero tambin para recordarle al pueblo potosino y este lo saba muy bien desde los tumultos ocurridos en 1767 que no se dudara en atacar para defender lo que se consideraba propio, para apagar con las armas cualquier tentativa de sedicin y de subvertir el orden monrquico. En cuanto a la iconografa del dios de la guerra, consideramos que se emple lo propuesto por Ripa para el carro de Marte dentro de la serie de carros de los siete planetas, serie en la cual la deidad era representada mediante la figura de un hombre de aspecto feroz y terrible, con coraza y yelmo, que empuaba una lanza en la diestra y un escudo en la siniestra (Iconologa 1: 87). La otra imagen del caso es la de Minerva, tambin armada, que representa la sabidura y la guerra, al ser esta diosa la protectora de las ciencias y bajo el nombre de Palas: de la guerra, tambin. Lo interesante en este punto es que Minerva hace las veces de la posicin opuesta: no la del ataque frontal, al que representa Marte, sino la de la defensa y la resistencia. Es el propio Ripa quien explica que la sabidura ha sido representada
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por Minerva, y que si esta va armada es, precisamente, porque su funcin es resistir fcilmente el embate exterior del otro por medio de la sabidura y el conocimiento. Minerva posea la virtud de nunca errar, y, en ese sentido alegrico, el sabio deba fiarse del conocimiento adquirido por medio de la ciencia; adems, tena la obligacin de ensearlo (Iconologa 2: 208). Por tanto, queda relacionada la figura alegrica de la sabidura con la propia Constitucin y con la monarqua espaola a la cual, por designio divino, le corresponda dictar las leyes que ahora pona al conocimiento del pueblo para un recto vivir8. Al ser la Constitucin un instrumento unificador en torno a la figura del rey, se converta, por extensin, en la mejor defensa, tal como lo era Minerva. De esta forma la presencia de Marte y de la diosa armada hace una clara alusin tanto a la constitucin que se juraba como a la situacin histrica imperante. Era la ciencia vertida en la escritura de la Constitucin de Cdiz en tiempos de guerra (ciencia y armas, complementndose una y otra para sostener y preservar la monarqua hispnica) en un momento de crisis poltica y social. La presencia de ambas deidades enriquece la puesta en escena de un imaginario defensivo de clara raigambre barroca, ya que desde el siglo XVII la monarqua espaola haba echado mano de recursos simblicos militares para amparar procesos polticos (De la Flor 34). La ubicacin de ambas alegoras tiene especial importancia, puesto que enmarcaban desde el exterior un retrato de Fernando VII dispuesto justo en medio del tablado, bajo un dosel de terciopelo guarnecido de fleco de oro, sobre pavimento de alfombras, teln de fondo cubierto de damasco carmes y cielo adornado de una agradable pintura: era la
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El texto en latn que form parte del libro que coron este tablado, y sobre el cual volveremos ms adelante, mencionaba, precisamente, la importancia de considerar la Constitucin como una gua para gobernarse y vivir rectamente; es decir, vivir sabiamente, sin trasgredir el orden. Adems, la alegora de la sabidura haba sido empleada a menudo en la arquitectura efmera destinada a los monarcas espaoles, como en el caso de las exequias de Felipe IV (Mnguez, Arte efmero 94).
dignidad imperial en su esplendor simblico. Al flanquear la figura del monarca se estableca que l era el poseedor de las armas y de la sabidura, y que de su dignidad emanaban las leyes que ahora se dictaban aunque, en la prctica, provinieran de las Cortes, pero que tambin de su puo poda caer la espada. Era el rescate de la imagen de Fernando VII como dueo de la verdad de las leyes, monarca absoluto de las Espaas y de sus armas; era la necesidad materializada de representar el poder del rey, ya como garanta del gobierno espaol en manos del Consejo de Regencia de Espaa e Indias, ya como fuente de legitimidad de ese poder, que, con igual autoridad que la del rey, no dejaba de establecer la primicia de este (Hocquellet 144). Esta idea se complementaba con la acrotera que coronaba la parte central del tablado, justo en medio del arco flanqueado por Marte y Minerva, y en la cual se haba representado la autoridad por medio del escudo de armas de la monarqua espaola, sustentado por dos mundos que representaban Europa y Amrica, y sobre los cuales se haba antepuesto un libro abierto con el siguiente texto: Compendium hic habes legum cunctarum edictum quae regendi docent modumque recte vivendi. En la traduccin libre que hemos hecho tal enunciado reza lo siguiente: Aqu tienes un compendio de todas las leyes que te ensean a gobernarte y vivir rectamente. El libro estaba apoyado, a su vez, sobre los escudos de armas de Espaa y de Amrica (Nueva Espaa). La composicin nos hace recordar el frontispicio de la tesis de don Francisco Antonio Ortiz dedicada al mecenas, el duque de Albuquerque, en 1660 (fig. 2). El libro y su texto simbolizaban la Constitucin, la cual enseaba a gobernarse y vivir rectamente, y que aplicaba tanto para Espaa como para sus territorios de ultramar, tal y como haba sido enunciado durante la presentacin impresa de la Constitucin, la que, segn se explicaba, haba sido hecha para el buen gobierno y recta administracin del Estado. Es decir, la rectitud del gobierno y la del pueblo se basaban en el respeto a las leyes y al monarca. De esta forma la sabidura de las leyes, como nica forma legtima de convivencia, se extrapolaba a la sabidura del monarca.
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Flanqueaban esta acrotera las representaciones de Europa9 a la diestra y de Amrica a la siniestra; la primera, ricamente ataviada, como la representa Ripa en su Iconologa (2: 63); y la segunda, alejndose de este modelo (como explicamos anteriormente), representada como una india con sus respectivos adornos. Ambas figuras sostenan con una de sus manos el escudo, y con la otra, el libro. El tablado estableca de forma contundente que eran las leyes de la monarqua espaola, compendiadas en la Constitucin, las nicas legtimas y capaces de dirigir los destinos de los sbditos del monarca en ambos lados del Atlntico, y que tanto Espaa como Amrica deban encontrar en las leyes y su monarqua la nica forma lcita y aceptable para vivir. Adems, al ubicar en el tablado, a un mismo nivel y en correspondencia de circunstancias tanto a Europa como a Amrica, quedaba manifiesto el principio de igualdad del reino en ambos hemisferios, pretendido por las cortes gaditanas, a partir del reconocimiento de la fidelidad de los americanos al rey, as como de los esfuerzos financieros para sostener la causa de este (Garrido 191; Hocquellet 154). El discurso poltico-alegrico continuaba en los extremos del tablado, en los que se ubicaron sendas estatuas al natural: la una representando la Constancia, y la otra, al decir de don Jos Ruiz de Aguirre en su relacin, el Respeto. La relacin explica que la primera imagen mostraba a una mujer que sostena una columna y pona al fuego una espada10. Tal descripcin encaja perfectamente con la alegora de la Constancia establecida por Ripa, cuyo texto explicativo plantea a una mujer que con el brazo derecho se mantiene abrazada a una columna y con la mano
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Europa como representacin de Espaa, ya que para el momento de la Constitucin de Cdiz, en su artculo I, se reconocan como propiedades de Espaa en Europa nicamente aquellas pertenecientes a la pennsula y sus islas
En las versiones en italiano y en castellano de la Iconologa que hemos consultado no aparece el grabado que representa esta versin de la alegora de la Constancia. Sin embargo, en una traduccin inglesa del tratado de Ripa, que estuvo al cargo y al cuidado de P. Tempest (Londres, 1709), se puede apreciar en la figura nmero 76 de la lmina 19 un grabado que representa fielmente lo descrito por Ripa, y que nos permite imaginar la figura representada en el tablado potosino.
izquierda sostiene una espada desnuda sobre un gran recipiente que contiene un fuego encendido (Iconologa 1: 138). La idea, de acuerdo con el autor italiano, fue demostrar que era voluntario su deseo de quemar su mano y su brazo. No importando el dolor parece como si la escultura quisiera decir eso, siempre y cuando se sostenga de una slida columna, nada pasar. La imagen de la Constancia era una alegora usada muy a menudo en la iconografa monrquica espaola; un ejemplo de ello lo da su utilizacin en el adorno de la fachada de la iglesia de Santiago de los Espaoles, en Roma, durante la exequias de Felipe IV, en 1665, y donde se emple la imagen de la mujer que sostiene una columna, descrita por Ripa (Mnguez, Arte efmero 90). Eso era la Constitucin: un pilar del cual asirse para un recto vivir, leyes que deban observarse constantemente; sobre todo, en una poca tan difcil. Un mensaje ms se puede sumar, y es aquel que se refiere a la necesidad de mantener la soberana y la constitucin gaditana era prueba de ello; es decir, ser constante y fiel a la monarqua espaola, aun a pesar de la invasin napolenica y del recin acaecido alzamiento insurgente. En consecuencia, la imagen de la Constancia no representaba en s misma la bsqueda de que la poblacin asumiera una actitud iterativa respecto a las leyes, sino, ms bien, un proceso de toma de conciencia sobre la necesidad de observar las leyes y respetarlas, leyes que estaban encarnadas en la Constitucin y que se fundamentaban en un pasado comn entre Espaa y Amrica. En la segunda imagen estaba figurado un varn de aspecto grave, coronado de laurel y palma; en una mano portaba una lanza, y en la otra, un escudo en el que se pintaron los dos templos de Marcelo. Aunque sealada en la misiva que se envi a Calleja, como representando al Respeto, esta imagen est tomada, en realidad, de la alegora del Honor de la obra de Ripa, y en la que se prefigura a un hombre de aspecto venerable, coronado de palma, con un collar de oro al cuello, y otros brazaletes tambin de oro, que con la diestra sostendr una lanza y con la siniestra un escudo, sobre el que han de aparecer pintados dos templos; sobre el escudo tendra escrita la frase Hic terminus haeret (Este lmite est fijo), haciendo alusin a los templos de Marcelo (Iconologa 1: 345). La explicacin que da Ripa de esta alegora encaja perfectamente en el discurso que se buscaba dar
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a la poblacin potosina con motivo de la jura. En primer lugar, la corona de palma era un signo tradicional de victoria, y al ser el Honor hijo de la Victoria, convena que fuera as coronado. El escudo y la lanza formaban parte de los atributos de los reyes antiguos (1: 345); adems, la lanza en s misma denota la superioridad y el seoro procurados mediante la fuerza (1: 255). Finalmente, los templos de Marco Marcelo (que eran dos: el del Honor y el de la Virtud [1: 344]), eran, al decir del autor, la gua segura del verdadero honor, pues para poder entrar al templo del Honor era necesario pasar primero por el de la Virtud, de lo cual se desprenda que el verdadero honor era el que provena de la virtud. El Respeto, de acuerdo con la interpretacin hecha por don Jos Ruiz de Aguirre, est en s contemplado dentro de esta alegora, que lo es, en realidad, del Honor. Sin embargo, esta va ms all, al establecer que la virtud necesaria para alcanzar ese honor, y rendirle as respeto a la monarqua espaola, estribaba en la perfecta observancia de la Constitucin. Es decir, no haba mayor virtud que el respeto a las leyes, y eso conduca al honor, y este, a su vez, no era otra cosa sino esa cualidad moral que llevaba al individuo al cumplimiento de los propios deberes. La esperanza que haba supuesto la llegada de Fernando VII al trono espaol, y sus consiguientes demostraciones de fervor y jbilo (De Gortari 193), encontraba un nuevo motivo, encarnado ahora en el honor que el pueblo le deba rendir, con constancia, a las leyes mismas y al monarca. De otra forma, cmo podra considerarse honorable alzar la mano contra el monarca y Espaa, tal y como Napolen lo haba hecho, o tal y como los insurgentes lo haban hecho? Una lectura final est relacionada con el vnculo entre el honor y las acciones heroicas, y con ello, de nueva cuenta, se regresa al discurso militar del tablado. A los lados de la acrotera central, donde estaban representadas Amrica y Europa en torno a los mundos y el libro, seguan trofeos de guerra sobre las bases interpuestas en el balaustrado que lo coronaba todo. La posible presencia de yelmos, armaduras, caones, etc. vena a complementar un discurso donde, no obstante el uso de alegoras que representaban conceptos abstractos como el honor, la constancia o la ciencia, subyaca un mensaje claramente blico, en el que las leyes habran de ampararse en las armas, de ser necesario. Finalmente, el equilibrio entre la razn y la
fuerza resulta necesario para la subsistencia del poder (Balandier 18), y sus representaciones son los medios para legitimar, en este caso, a la monarqua hispnica. El pueblo potosino tena ante s no solo la muestra de jbilo por la jura de la Constitucin de Cdiz, sino, tambin, el mensaje de que la soberana espaola y su rey estaban ms vigentes que nunca, y que a ellos y a sus leyes se les deba honor y respeto, so pena de enfrentar sus armas. La lealtad a la Corona de Espaa haba sido fomentada por las autoridades locales, mientras se buscaba hacerla observar mediante la puesta en escena de este discurso del poder. El hecho de que estas representaciones alegricas de la guerra y la ciencia, y de la constancia y el honor terminaran por flanquear a Fernando VII demuestran que en el discurso no haba sido considerado el liberalismo propugnado en la constitucin gaditana, salvo la supuesta igualdad entre Espaa y Amrica, que, en la prctica, era ficticia. Antes al contrario, ms bien parece existir una postura cercana al servilismo, adjetivo empleado por los propios actores de las Cortes de Cdiz para denominar una de las facciones que encabezaban este intento de cambio (Brea 122)11. Es decir, estaramos ante la demostracin de un ayuntamiento y una ciudad cuyos principales se manifestaban, eminentemente, como de filiacin realista y de un conservadurismo absoluto. Si bien es cierto que los cambios se aceptaban y esperaban como benficos, aquellos tambin se mostraban afectos a una cierta inamovilidad, y la figura regente segua conservando la mayor de las importancias12. La esencia liberal de los estatutos gaditanos fue omitida por el ayuntamiento potosino por la forma como su jura fue celebrada, lo cual significa que, al menos en San Luis Potos, quedaba claro cmo la balanza se haba inclinado del lado de la figura del rey antes que
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La que buscaba la preeminencia de la figura del rey. La otra faccin era, lgicamente, la liberal.
Eso al no poder hablar, por supuesto, del pueblo en general, si bien la abulia que, a nuestro parecer, mostr en el movimiento insurgente de 1810, ms que a un sentimiento prorrealista, la consideramos ligada a la amarga experiencia que sufri en 1767, con el sofocamiento de los tumultos que ejecut con mano militar Jos de Glvez.
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del lado de la soberana de la nacin, representada por las propias Cortes y su constitucin, aunque, en esencia, hubiesen parecido ser lo mismo. Esta misma postura la habramos de ver en Calleja, quien cumpli de forma selectiva y discrecional la Constitucin, claramente inclinado hacia el tradicionalismo (Ferrer 18-19). De esta forma el tablado potosino fue concebido como un medio de adoctrinamiento cvico de contenido alegrico-simblico de antecedente barroco, una suerte de tratado poltico por medio de las imgenes que se haba pretendido olvidar con la Ilustracin (Bonet 59)13, pero que mantena su vigencia debido al innegable carcter pedaggico y a la necesidad de establecer un programa que evidenciara el poder y renovara el prestigio de la monarqua espaola. El empleo de estas alegoras trazaba tambin, de forma implcita, las prohibiciones a las que el pueblo potosino estaba sujeto, lo cual se caracterizaba al dogmatizar la incuestionable sabidura concentrada en la Constitucin de Cdiz, pero, sobre todo, en la figura del rey, quien haca ostentacin, al mismo tiempo, del poder fctico que dan las armas. Los lmites estaban impuestos en esta celebracin, donde el jbilo desbordado acab disfrazando el orden que, a la luz de la razn, poda ser impuesto por la fuerza. Finalmente, ni el boato ni el gasto en la celebracin eran otra cosa que la prueba de la grandeza y el poder de quien la procuraba, y cuyo efecto, adems de ser instructivo, buscaba servir como atraccin y distraccin (Maravall 487, 494). La fiesta y sus aparatos se convertan as en una especie de instrumento de memoria colectiva y de fijacin poltica, cuyo antecedente se encuentra a finales de la Edad Media, cuando la celebracin era una manifestacin evidente del poder del Estado y un medio de distraccin para el pueblo, una ocasin para olvidar, al menos momentneamente, los padecimientos sociales, entre los que se encontraban, sin duda, los levantamientos armados (Bonet 46). Puesto que todo sistema de poder
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Al decir de Antonio Bonet Correa, en el siglo XVIII se pierde lo mitolgico por lo histrico, y lo emblemtico por la alegora racional (61).
es un dispositivo destinado a producir efectos (Balandier 16), el aqu procurado fue el de la revitalizacin del poder mismo, el de jbilo, y, tambin, el del olvido: el de la realidad de una Espaa colapsada por la invasin y la crisis econmica, el de una Nueva Espaa donde la insurgencia, de a poco, iba teniendo ms eco. Como cualquier celebracin de este tipo, la fiesta se prolong por dos das. Durante el primero de ellos el cuerpo de voluntarios, compuesto por algunos de los ms insignes vecinos de la ciudad, pase el retrato de Fernando VII por las calles principales, las cuales estaban tambin adornadas, y lo regres a la Plaza de la Constitucin, donde fue recibido con vivas y declaraciones de amor al monarca, al sabio Congreso de las Cortes y al Consejo de Regencia (aheslp, AM 1813, doc. 6, f. 1 r.). Acto seguido se hicieron leer en voz alta la Constitucin y los decretos con los que se daba por concluido el Supremo Consejo de Regencia, y se pas, posteriormente, a lanzar reales a la multitud all reunida (el estipendio y la distraccin de los que hablbamos), teniendo como fondo del acto la salva de artillera (parte de la plaza estaba ocupada por tropas de caballera y de infantera) y el repique de campanas. La expresin al final del relato de que en los festejos no se not el ms mnimo desorden (aheslp, I 1813-1814, exp. 4, f. 2 v.), y la presencia de las fuerzas armadas, amn de la temtica militar que (como lo hemos observado) contena el tablado, refuerzan la idea de que esta manifestacin de jbilo fue, al mismo tiempo, una forma de conservacin del orden, una suerte de represin con un discurso claramente dirigido a un pueblo que haba mostrado ya varias veces el desacato hacia la autoridad. No puede pasarse por alto que las demostraciones de poder siempre acaban recurriendo, tambin, a una demostracin del podero (Balandier 117); de esta forma el orden que representaba la constitucin gaditana hubo de mostrarse as mismo en la celebracin, mediante los aparatos de control. La cada de la noche no fue motivo para abandonar la fiesta. El tablado fue iluminado en su interior por ms de trescientas luces dispuestas en tres candiles de plata y veinte faroles, as como por cincuenta hachas, las cuales iluminaban tanto el barandal que circundaba el tablado como la
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balaustrada que lo coronaba; todo esto engalanado por una orquesta que entonaba himnos, odas y canciones patriticas de moderna y exquisita composicin. De esta forma, la arquitectura efmera, en la noche hecha da (por las luminarias), adquira una super realidad metafsica y lrica, de caractersticas barrocas por este juego de luces y sombras (Bonet 73). No podemos pasar por alto la experiencia sonora, parte indiscutible de todo acto festivo; sobre todo, en lo referente a innovacin, ya que se mencionan composiciones modernas y patriticas. Cabe recordar que fue a travs de estas fiestas como se introdujo cierta variedad y novedad en cuestiones artsticas (Bonet 59). Sera muy importante para la historia de la msica local que se pudiese recuperar esa parte de la creacin artstica a travs de las partituras, hoy perdidas. De inters poltico resulta el juramento tomado al intendente en su morada la maana del domingo 9 de mayo, pues, por razones de salud, este se haba ausentado de los festejos. La frmula, acorde a lo establecido, implic que el teniente letrado en calidad de designado para recibir el juramento preguntara: Jura vuestra seora, por Dios y los Santos Evangelios guardar y hacer guardar la constitucin poltica de la monarqua espaola sancionada por las cortes generales y extraordinarias de la nacin, y ser fiel al Rey? A ello el intendente respondi, tocando con una mano el crucifijo y con otra los evangelios: S juro (aheslp, AM 1813, doc. 6, f. 1 v.). Lo siguiente fue tomar juramento (en el tablado, y con el teniente letrado junto al dosel que cubra el retrato de Fernando VII) a los individuos del ayuntamiento; a los alcaldes ordinarios; a los ministros de la tesorera y de hacienda pblica; a los administradores de alcabalas, tabacos y correos; a los substitutos de minera; a los alcaldes de cuartel y a los gobernadores de los pueblos; al intendente del ejrcito; al cura prroco de la ciudad; y a los representantes del clero, as como a los principales vecinos de la ciudad. Al igual que el da anterior, el acto termin con repique de campanas y salva de artillera, y con los principales lanzando reales a la multitud. La alegra colectiva ante la maravilla y la solemnidad de estos actos se volcaba, adems, ante el derroche de monedas lanzadas al pueblo. En un acto que pretenda establecer simblicamente una bonanza tcita, el pueblo se
olvidaba por un instante de las problemticas reales que le aquejaban; era el acto que terminaba por distraerlo de sus quejas y sus reclamos. La fiesta haba tenido, y tena una faz, alineante, cosa que los hombres en el poder conocan, y que usaban muy meticulosamente en una puesta en escena de teatralidad barroca (Bonet 77). Sin embargo, no podemos olvidar que, por otro lado, la belleza del acto radicaba tambin en la alegra colectiva, todos los estamentos sociales se hacan uno para participar en el festejo. El equilibrio se mantena, al menos por unos instantes, estable. Mencionbamos que resulta de inters poltico la toma de jura del intendente, y esto resulta de observar cmo el teniente letrado le inform a Calleja que durante la ceremonia religiosa, la cual se llev a cabo el domingo por la tarde, quien presidi fue el cura prroco y juez eclesistico de la ciudad, don Jos Anastacio de Smano, a pesar de su quebrantada salud; enunciado donde va implcito el a diferencia del intendente que hubo de quedarse en su casa durante la jura (aheslp, I 1813-1814, exp. 4, f. 2 v.). Ahora bien, en la carta existente en el fondo de Ayuntamiento, que est dirigida al Cabildo, no se menciona tal detalle. Esta alusin era, sin duda, una clara crtica del teniente letrado al intendente y su enfermedad, frente a Calleja. Esto tambin haba ocurrido en mayo de 1811, cuando este ltimo (en su papel de brigadier) y el teniente letrado Ruiz de Aguirre solicitaron al virrey Venegas que sustituyera de su cargo de intendente a don Manuel Jacinto de Acevedo, pues su enfermedad no le permita lidiar con los insurgentes (Irisarri 59). Aun las fiestas eran ocasin para dejar al descubierto las diferencias entre el Ayuntamiento y la Intendencia. Los festejos debieron de concluir con una misa, en la cual, previamente al ofertorio, se ley de nueva cuenta toda la Constitucin, a lo que le sigui el exhorto del cura prroco de seguirla y respetarla, as como respetar al rey. Al dar su respaldo la autoridad religiosa, quedaba completo y legitimado el mensaje de poder implcito en la jura de la Constitucin, comenzado por la autoridad civil a travs del ceremonial y la escenificacin del acto que hemos comentado. Se confirmaba aquello de que era dogma de la Iglesia la obligacin de fidelidad, obediencia y respeto que deben los vasallos a los soberanos, lo cual haba sido sealado en un sermn de
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formacin poltica.
1791 pronunciado por el bachiller Pablo Antonio Pauelas, con ocasin de la jura al rey Carlos IV en el Real de Catorce, San Luis Potos (Montejano y Aguiaga 107-108). Una vez ms, la religin se pona al servicio de la trans-
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La conclusin del acto fue un tedeum, un colofn de la representacin del poder que se legitimaba teniendo la imagen de Dios como testigo, y con lo que se ligaba, tambin, a una visin tradicional del protocolo festivo barroco, en la que el poder se considera como emanado de Dios (Hocquellet 147). Posteriormente al acto religioso se sirvi un refresco en las casas consistoriales, sin exceptuarse persona alguna. De esta forma, el acto colectivo llegaba a su fin, y dejaba, quiz de momento, un buen sabor de boca en la poblacin, as como la certeza de haber sido esta partcipe de un evento maravilloso, en el que tanto los autores como los espectadores no podan menos que tratar de aprehender lo fugaz de este. La jura de la Constitucin de Cdiz se haba vuelto un pretexto idneo para recordarle al pueblo potosino la importancia del apego a las leyes y, adems, quines eran los que ostentaban el poder; un rito donde la figura lejana e inaprensible del monarca se acercaba, por unos instantes, a la realidad local. La relacin firmada por don Jos Ruiz de Aguirre informa en su parte final que la celebracin de la jura de la constitucin gaditana ha sido la ms clebre que se ha visto en la ciudad, frase que concluye la descripcin de los eventos, y que termina por circunscribirse en la tradicin barroca de emplear superlativos como frmula discursiva para hacer del acontecimiento narrado el nunca antes visto (Sobrino 195). La celebracin en tierras potosinas se sumaba as a los fastuosos festejos que se llevaron a cabo en todo el territorio novohispano, todos los cuales observaron el mismo protocolo y el mismo discurso. Baste aqu recordar que tan solo para el caso de la ciudad de Mxico se dispusieron tres tablados distintos: uno frente al palacio real, otro en la esquina de la calle del arzobispado y uno ms frente a las casas capitulares; adems, en la plaza principal el escuadrn de urbanos de Mxico hizo levantar un templete con el tema del Amor, lealtad y unin entre Mxico y Espaa, para lo cual emplearon alegoras de Espaa y de Mxico, dos mundos simbolizando Europa y Amrica,
como en el caso del tablado potosino, adems de alegoras de la Fama y del Tiempo (Crdenas 80-81). No es extrao que en el caso de San Luis Potos tales festejos se llevaran a cabo con tanta solemnidad y boato. Los criollos potosinos haban mostrado sin reservas su apoyo a Flix Mara Calleja desde su estancia como brigadier al mando de la Dcima Brigada, adems de que el vnculo establecido con las lites locales con ocasin de su matrimonio con doa Francisca de la Gndara, hija del alfrez real y dueo de la hacienda de Bledos, don Manuel de la Gndara, se haba estrechado a grado tal que estos se unieron a Calleja en torno al levantamiento armado de 1810 (Monroy y Calvillo 143-145). Calleja haba considerado a San Luis Potos, respecto al alzamiento insurgente, como el baluarte de tierra adentro y la nica capaz de controlar el contagio (Bernal 161); con ello en mente, se explica, si bien de manera parcial, el manejo del discurso blico implcito en la jura de la Constitucin en la ciudad. Pero, quines se consideraban a s mismos baluarte de la ciudad? Sin duda, el tablado y el despliegue festivo eran, al mismo tiempo, una frmula de congratulacin con el virrey, la cual expresaba la postura del grupo en el poder; no as la del pueblo llano, al cual se le estaba mandando un mensaje de sometimiento ante el poder virreinal. Adems de una filiacin realista, lo que pareca haber era una clara simpata de parte del grupo que detentaba el poder en la ciudad hacia la figura de Calleja, quien desde el 4 de marzo de 1813 ostentaba el cargo de virrey de Nueva Espaa. De esta forma, tanto el afecto hacia la persona como los intereses despertados por la lite y el gobierno potosino en torno a un virrey que les resultaba familiar, bien podran justificar en un primer plano el derroche mostrado a lo largo de la festividad, y tambin la profusin de detalles con que fue descrita la celebracin, a diferencia de las austeras notas que al respecto se enviaron desde otros lugares14. La certificacin del
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Por ejemplo, desde Guadalajara se envi razn de que se haban dispuesto cuatro tablados en diferentes lugares de la ciudad, mas no tenemos noticia sobre qu contena cada uno de estos (AGN, H 403, f. 1 r. y v.).
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juramento hecho en San Luis Potos es una de las ms pormenorizadas que se enviaron al virrey dando cuenta de lo acontecido, lo cual se entiende si consideramos los puntos antes expuestos (Crdenas 81). Por otro lado, tras los levantamientos de 1810 la monarqua hispnica haba experimentado la necesidad de mostrar no solo una solidez econmica, por otro lado ficticia, sino una solidez poltica absoluta. De ah la importancia de consolidar los smbolos del poder poltico frente a la sociedad novohispana, y hacer ostensible de esta forma la salud del sistema poltico virreinal. Los festejos parecan as indicar que ni el prfido Napolen, ni la beligerancia de los insurgentes haban hecho mella en la monarqua espaola ni en sus instituciones. A travs de la conmemoracin y la jura de la Constitucin de Cdiz en San Luis Potos, prueba irrefutable de su adhesin a la monarqua hispnica, se manifestaba lo que en el corto plazo haba sido la reaccin general inmediata a los levantamientos de 1810, la cual, lejos de acentuar un sentimiento de autonoma respecto a Espaa y su monarqua, dejaba manifiesta su lealtad al rey y al virrey, por encima de la propia legislacin (De Gortari 184). En el aspecto social la ceremonia fue, de nueva cuenta, ocasin para ostentar las jerarquas y las preeminencias de quienes detentaban el poder. Las distancias sociales se consolidaban con estos actos (a pesar de que todos, por igual, participaban del festejo), y, al menos por un instante, en franca tradicin barroca, la ceremonia le permiti creer a la sociedad en esa aura de eternidad, inamovible e inmutable, aun en medio de una poca de realidad convulsa (Ruiz 18). Queda establecido, adems, que la Iconologa de Ripa fue base fundamental del programa alegrico del tablado potosino. Esta afirmacin cobra solidez si consideramos que tanto la descripcin de la alegora de la Constancia como la del Honor corresponden de manera precisa a la descripcin literaria que de ellas hace Ripa en su tratado, por lo cual, ms que las simples imgenes muchos fueron los grabadores que ilustraron las diferentes versiones del tratado de Ripa, en ellas importa la parte intelectual vertida en el texto, as como el concepto y la explicacin ofrecidos respecto a cada una de las alegoras. Fue a travs de dicha estructura provisional y de las alegoras representadas como se transmiti un mensaje poltico que se
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complementaba con el fausto de la ceremonia misma. Era el poder poltico encontrando, de nueva cuenta, apoyo en las artes y en los recursos que se haban explotado de forma consistente durante el barroco, a sabiendas de que era por medio de la teatralidad como se poda conseguir la subordinacin del pueblo (Balandier 23); ese poder poltico estaba consciente, adems, de que el festejo era, con su suntuosidad, un medio ideal de persuasin y de convencimiento del estado ideal de las cosas bajo el rgimen imperante. Si a esta continuacin de recursos persuasivos barrocos le sumamos el hecho de que la obra de Ripa, durante el siglo XVIII, haba alcanzado un grado de aceptacin tal en el mundo hispnico que prcticamente se emple de forma casi absoluta en la construccin de alegoras, podemos entender la prolongacin del uso de este tratado todava en el siglo XIX, y hasta bien entrado este, como se comprueba en algunas obras de artistas neoclsicos, como Dami Campeny, en Espaa (Allo 24; Cid 96). De esta forma, el gran tratado de iconografa del barroco segua encontrando, por su eficacia, cabida en el imaginario acadmico e ilustrado de principios del siglo XIX, y, con ello, el recurso simblico perviva (Mnguez, El rey 41). El empleo de la alegora y su mensaje cifrado se manifestaban en la ciudad de San Luis Potos como continuidad de la tradicin barroca del uso de la imagen en su calidad de medio de significacin cultural con funciones comunicativas y de persuasin, que superaba las decorativas o afirmativas de la construccin verbal (Krieger 17) y se constitua, adems, en un claro mensaje aleccionador del poder poltico de turno. Era la muestra clara de la intelectualizacin del arte con fines polticos y de manipulacin, de clara raigambre barroca. No obstante haber encontrado en Ripa la fuente de las alegoras descritas, se escapa del alcance de la historia el nombre de quien prepar el programa iconogrfico. Sin embargo, por la profusin de fiestas que se celebraban en el mundo hispnico, as como por la constante necesidad de construcciones efmeras ligadas a estos festejos, no era poco comn que tanto los maestros pintores como los carpinteros gremios que se encargaban de construir este tipo de obras conociesen el tratado de Ripa. Por otro lado, debemos considerar que dentro de los cabildos existan
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individuos con un amplio conocimiento intelectual que les permita armar complejos programas iconogrficos, como fue el caso de Nicols Zapata, en el Real de Catorce, de quien sabemos dise el magnfico tablado para la jura de Carlos IV en 1791, del cual, adems, existe un plano en el Archivo General de Indias15. La Ilustracin, con sus mximas de moderacin, no haba podido vencer el gusto del pueblo por los actos colectivos, a travs de los cuales el poder poda acercar al pueblo con la Corona, y en los que participan, orgullosamente, todas las clases; y fueron dichos actos una muestra de la continuacin del mundo barroco a travs de sus componentes (Bonet 74). Por otro lado, el deseo de maravillar no solo con la ceremonia, sino con el relato de lo sucedido la profusin de detalles de la carta enviada por Ruiz de Aguirre a Calleja, es tambin de clara raigambre barroca, lo cual iba muy de acuerdo con el orgullo espaol (Bonet 52). As mismo, la relacin nos permite comprobar que el protocolo empleado para la jura constitucional segua siendo el mismo que para una jura real, y partiendo del hecho de que la dignidad y la majestad de los reyes de Espaa no permita con facilidad las novedades (Martnez 171), se entiende que el ceremonial no sea sino la continuacin de un formulismo llevado a su mxima expresin durante los siglos precedentes, y que se repeta ahora en una ceremonia del siglo XIX. Se trataba tan solo de una transposicin de procedimientos, empleados ahora en una festividad que tena, en la forma, un objetivo constitucional, pero en el fondo mantena su adhesin inamovible al rey. Esto mismo habra de suceder con los festejos que aos despus se llevaron a cabo en San Luis Potos, durante los cuales se conservaron aspectos protocolarios y formales que provenan del inmediato pasado virreinal, como en el caso de la jura a Iturbide, el 29 de septiembre de 1822, durante la cual la ciudad prepar, adems de toda la parafernalia correspondiente, la instalacin de un tablado, a la usanza de las juras de los reyes espaoles; o
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Actualmente preparamos un trabajo sobre este plano y sobre la historia de los festejos y el tablado referido. Podemos adelantar tan solo que las alegoras representadas en este forman parte del repertorio iconogrfico descrito tambin por Cesare Ripa.
como la arquitectura efmera que complementaba el festejo llevado a cabo en la ciudad en 1825, con motivo de la Independencia, ya sin el protocolo de las juras reales, pero s con el aparato simblico que lo complementaba (Caedo 30 y 34). La jura de la Constitucin en San Luis Potos, ms que una bsqueda por acreditarla y confirmarla, haba sido ocasin para establecer, de nueva cuenta, el poder del monarca, poder que se haba caracterizado en las alegoras representadas, ms cercanas a las virtudes del rey que a la propia ley constitucional. Haba sido ocasin, tambin, para recordar las reglas que deban observar los sbditos, y para refrendar, de forma implcita, el poder del virrey16. Tan frgil y fugaz fue la observancia de la Constitucin gaditana que el mismo Fernando VII, al regresar del exilio, la suprimi en Valencia el 4 de mayo de 1814, al declararla nula y sin ningn efecto. Tan solo un ao despus de la jura en la ciudad, el rey volva al viejo rgimen absolutista. La ceremonia, bajo la mscara de jurar la Constitucin, haba manifestado de nueva cuenta, con un aparato y un ceremonial barrocos, el poder de la monarqua, y, principalmente, el de su rey; de sus leyes, s, pero las leyes del monarca, as como del poder de sus armas.
rBibliografa
F uentes
primarias
a. Archivos
Archivo General de la Nacin de Mxico (AGN). Historia (H) 403.
16
Al propio Calleja le dedicaron un elogio en el que se le prefiguraba como el ngel tutelar de los buenos vasallos de Fernando VII (Ferrer 166).
127
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rAnexo I
Carta dirigida por el Ayuntamiento de la ciudad al Virrey Flix Mara Calleja dndole cuenta de los festejos de la jura de la Constitucin de Cdiz
Excelentsimo Seor Entre cuantos testimonios tiene dados esta Capital y su Provincia de su patriotismo y obediencia a nuestra Nacin, ninguno es ms recomendable que el que acaba de dar en la solemne funcin del juramento de la Constitucin Poltica de la Monarqua Espaola, pues desde que se tuvo noticia de su contenido, todos los habitantes sin excepcin anhelaban porque se acercara la hora de su vista y promulgacin. Lleg por fin este da tan plausible y deseado, da ciertamente digno de remitirse a la posteridad, porque el corazn ms triste y melanclico se hubiera convertido en un mar de jbilo y alegra con haber presenciado los semblantes y demostraciones de estos referidos habitantes. Luego que se dieron los primeros pasos con arreglo a lo dispuesto por esa superioridad, mand convocar el seor Intendente a este Ilustre Ayuntamiento, el cual comunic a cuatro de sus individuos para que dispusieren lo ms conveniente a fin de solemnizar del mejor modo tan glorioso acto, para el cual habindose asignado el da ocho del corriente, se erigieron antes dos primorosas estatuas de alabastro que se hicieron traer de ms de cien leguas de distancia trabajadas perfectamente por direccin de don Ignacio Salgado, Mayordomo Fiel de Alhndiga de esta ciudad, las que presentaban al pblico a la Europa y Amrica, tenidas estrechamente y colocadas en uno de los extremos de las Casas Consistoriales, sostenan una lpida en que se hallaba esculpida esta inscripcin: Plaza de la Constitucin. Al otro extremo se erigi un magnfico tablado que representaba un saln de veinte varas de longitud y doce de altura en su fachada exterior, sobre el orden corintio, distribuidos en su frente cinco arcos y dos en cada uno de los costados sobre sus correspondientes pilastras. En las dos de stas que sostenan el arco de en medio se pintaron al natural los dioses de la Guerra y la Ciencia, y en sus bases se inscribieron los correspondientes
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sonetos alusivos, colocndose en la clave de este mismo arco un tarjetn con otro soneto. Este tramo lo coronaba una acrtera, en la que se figur la autoridad representada en el Escudo de Armas apoyado en los dos mundos, antepuesto a estos un libro que los cubra en la mayor parte en que se lea esta inscripcin: Compendium hic habes legum cunctarum edictum quae regendi docent modumque recte vivendi. Las armas de guerra de la Europa y Amrica unidas formaban la base a este libro. A la diestra del escudo se figur de tamao colosal la Europa en una matrona ricamente adornada, que con una sostena dicho escudo y con la otra el libro. A la siniestra estaba la Amrica figurada en una India con sus respectivos adornos en la misma accin. A los lados de dicha acrtera seguan trofeos de Guerra sobre las bases interpuestas en el balaustrado que lo coronaba todo. En los ngulos del frente se colocaron dos estatuas al natural. La de la diestra representaba el Respeto, figurado en un varn de aspecto grave, coronado de laurel y palma, en la una mano tena su lanza y en la otra un escudo en el que se pintaron los dos templos de Marcelo, y la de la izquierda la Constancia figurada en una mujer que con la derecha sostena una gruesa columna y con la otra aplicaba al fuego una espada. En lo interior y medio del saln se coloc el retrato de Nuestro Augusto Soberano, el Seor Don Fernando Sptimo bajo de un hermoso dosel de terciopelo carmes, con el cojn y telliz de lo mismo, guarnecido todo de una hermosa franja y fleco de oro. Todo el respaldo se cubri de Damasco del mismo color, galoneado, el pavimento de alfombras y el cielo estaba adornado de una agradable pintura. En los tres respectivos das con sus noches hizo guardia al retrato de Nuestro Augusto Soberano la compaa de voluntarios de esta ciudad, en las que se ilumin todo con ms de trescientas luces distribuidas en lo interior de tres hermosos candiles de plata y veinte faroles de cristal. En el barandal inferior y balaustre superior ardan cincuenta hachas que con la mejor y ms completa orquesta daban todo el lleno a la alegra, entonndose himnos, odas y canciones patriticas de moderna y exquisita composicin. Aqu fue donde la tarde del da ocho se congreg el Ilustre Ayuntamiento, el distinguido cuerpo de oficiales, el venerable clero con su cura prroco, y otros de los curatos de las inmediaciones, los seores ministros de
la Hacienda Pblica, los dems empleados en rentas con sus dependientes, los diputados y substitutos de Minera, gobernadores y comisarios de los pueblos suburbios con sus repblicas y otros muchos individuos principales y en donde se ley en alta e inteligible voz toda la Constitucin por don Juan de Villarguide y don Juan Jos Domnguez, cuyo acto concluido tom la voz el teniente letrado asesor ordinario de esta Intendencia, licenciado don Jos Ruiz de Aguirre quien presida por hallarse indispuesto de reumatismo en las piernas el seor Intendente don Manuel Jacinto de Acevedo, y elogiando dicha Constitucin por su gran mrito, prorrumpi con todo el concurso en altos y repetidos vivas a nuestro deseado Monarca, a la misma Constitucin y al Soberano Congreso de las Cortes, arrojando al pueblo cantidad de moneda como lo hicieron igualmente los diputados de Minera, el Gobernador de Tlaxcala, comisario de Santiago y otras varias personas, siguindose a esto un solemne y general repique de campanas, salva de artillera y un refresco abundante y magnfico que se sirvi con esmero a toda la comitiva. El siguiente da, domingo nueve, como a las siete de la maana, pas el mismo teniente letrado acompaado de varios sujetos de distincin a la morada del mencionado seor Intendente a recibirle el juramento cuyo acto concluido regresndose al tablado donde se hallaba este Ayuntamiento acompaado de todos los cuerpos indicados, fueron presentando pblicamente el juramento sobre el libro de los Santos Evangelios y delante de una imagen de Cristo Crucificado, finalizando este acto como el da anterior, con repique general y salva de artillera, que se repiti en la solemne funcin de Iglesia, donde estaba patente el Divinsimo Seor Sacramentado. El seor cura, licenciado don Jos Anastacio Smano, a pesar de su quebrantada salud, celebr el Santo Sacrificio de la misa, e hizo una elocuente y anloga exhortacin al pueblo, y habindose ledo antes del ofertorio en el plpito toda la Constitucin, concluida la misa se recibi al pueblo y al clero el correspondiente juramento, despus de lo cual entonndose solemnemente el Te Deum, pas toda la comitiva a las Casas Consistoriales donde de nuevo se sirvi un exquisito refresco sin exceptuarse a persona
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alguna. Sera necesario difundirse demasiado si se hubiera de exponer la multitud de danzas, carros triunfales, iluminaciones y dems festejos pblicos que con notable esmero inventaron los pueblos de esta ciudad para solemnizar esta funcin que sin duda alguna, ha sido la ms clebre que se ha visto en ella, por lo que slo diremos para concluir que ha sido la admiracin de cuantos la presenciaron, sin que se haya notado el ms mnimo desorden. Estas han sido, Excelentsimo Seor, las seales de fidelidad y patriotismo con que esta capital ha jurado la puntual observancia de la Constitucin Poltica de la Monarqua Espaola en prueba de su lealtad y obediencia a las legtimas autoridades que este Ayuntamiento en fuerza de sus deberes, comunica a V. E. para su superior inteligencia. Dios que a V. E. Ms. As. San Luis Potos, mayo 31 de 1813.
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a ambivalencia del discurso inquisitorial : el proceso a F rancisco Maldonado de Silva (Chile, siglo XVII)
Mara Teresa Aedo Fuentes
Universidad de Concepcin, Chile
maaedo@udec.cl
esumen
El artculo aborda el proceso inquisitorial seguido a Francisco Maldonado de Silva por el Tribunal de la Inquisicin de Lima, entre 1626 y 1639, bajo el cargo de ser hereje judo, y con la perspectiva de lo que Homi Bhabha denomin una analtica de la ambivalencia, para estudiar los mecanismos discursivos que producen la ambigedad y la inestabilidad de la verdad del inquisidor. El poder inquisitorial construye su autoridad discursivamente articulando ciertas formas de diferencia cultural y racial a partir del concepto de hereja. Su principal estrategia es la ambivalencia: la afirmacin-negacin de la diferencia que la funda. Los mecanismos de resistencia de Francisco Maldonado evidencian que esta escisin productiva en el ejercicio del poder inquisitorial constituye una amenaza para la autoridad de este poder y desestabiliza su verdad.
bstract
This article examines the inquisitorial trial, 1626-1639, against Francisco Maldonado de Silva accused by the Tribunal de la Inquisicin de Lima of being a Jewish heretic, from the perspective of what Homi Bhabha calls an analysis of ambivalence to study the discursive mechanisms that produce ambiguity and the instability of the truth of the inquisitor. The inquisitorial power constructs its authority through discourse, articulating certain forms of cultural and racial difference starting with the concept of heretic. Its principal strategy is the ambivalence: the affirmation-denial of the founding difference. The mechanisms of resistance of Francisco Maldonado are evidence of this productive split in the exercise of inquisitorial power that constitutes a threat to its authority and destabilizes its truth.
Key words: Inquisition, Virreinato del Per, Francisco Maldonado, Chile, 17th century.
Uno de los textos ms impresionantes y desconcertantes del perodo colonial en el Virreinato del Per es el proceso inquisitorial a Francisco Maldonado de Silva, procesado como hereje judo y condenado a morir en la hoguera en el gran Auto de Fe de 16391. El mismo Jos Toribio Medina, quien recoge este proceso en su Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisicin en Chile, manifiesta su dificultad para catalogar este caso, al presentarlo bajo el ttulo incierto de loco o mrtir? (343). Qu es lo que produce este efecto de desconcierto? Sin duda, el ltimo prrafo, que introduce en el discurso judicial del inquisidor un elemento extrao, un acontecimiento maravilloso e inexplicable: la aparicin de:
[] un viento tan recio, que rompi con violencia la vela que haca sombra al tablado por la misma parte y lugar donde estaba el condenado, el cual, mirando al cielo, dijo: esto lo ha dispuesto as el Dios de Israel para verme cara a cara desde el cielo. (Medina, Historia del Tribunal de la Inquisicin 133)
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Esta aparente intervencin divina en apoyo de Francisco se vierte sobre el discurso inquisitorial antecedente y lo desestabiliza profundamente. En lo que sigue propongo un anlisis del proceso a Maldonado de Silva con la perspectiva de lo que, dentro del marco de su teora y crtica al
Francisco Maldonado de Silva (1592-1639) naci en San Miguel de Tucumn. Era hijo del cirujano portugus Diego Nez de Silva, converso, y de Aldonza Maldonado, cristiana vieja. Cuando Francisco tena nueve aos su padre fue arrestado por la Inquisicin, acusado de judaizar, procesado por el Tribunal de Lima y reconciliado en 1605. A los dieciocho aos Francisco se traslad al Callao en busca de su padre, y obtuvo en la Universidad de San Marcos de Lima los ttulos de bachiller y de cirujano. Posteriormente se traslad a Santiago de Chile, y en 1619 fue nombrado cirujano mayor en el Hospital San Juan de Dios. Se cas en 1622 con Isabel de Otaez, cristiana vieja, y se radic en la surea ciudad de Concepcin, donde fue arrestado por judaizante en 1627, a raz de la denuncia de una de sus hermanas. Vase una acabada investigacin sobre la vida y el proceso a Francisco Maldonado de Silva en la obra del historiador Gnter Bhm Historia de los judos en Chile, Volumen I. Perodo colonial. El bachiller Francisco Maldonado de Silva, 1592-1639 (1984). Puede consultarse tambin una obra anterior de Bhm, en la que recoge casi ntegramente el proceso de Francisco: Nuevos antecedentes para una historia de los judos en el Chile colonial (1963). La historia de Francisco Maldonado ha sido tambin materia literaria de las novelas Camisa limpia (1989), del escritor chileno Guillermo Blanco, y La gesta del marrano (1991), del escritor argentino Marcos Aguinis.
discurso poscolonial, Homi Bhabha denomin una analtica de la ambivalencia (91), para mostrar en este caso los mecanismos discursivos que producen la ambigedad y la inestabilidad de la verdad del inquisidor. Tal perspectiva resulta pertinente, dado que el mismo Bhabha considera la ambivalencia como una estrategia discursiva propia de todo poder discriminatorio, del cual el poder inquisitorial es un ejemplo.
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expandir, dilatar y ensalzar la fe catlica en el mundo2. De aqu que, como se explicita en la Bula de Po V (1569) y en una Cdula del Rey a los obispos del Reino de Chile, la hereja constituya no solo un error, sino, adems, un delito y un crimen, y que los herejes sean tambin delincuentes (Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio 105, 114-118). De acuerdo con la cdula de creacin, la Inquisicin de Indias ser, entonces, el organismo encargado de luchar contra la amenaza que significan los herejes para el beneficio de la Repblica Cristiana, pues ellos:
[] siempre procuran pervertir y apartar de nuestra santa fe catlica a los fieles y devotos cristianos, y con su malicia y pasin trabajan con todo estudio de atraerlos a sus daadas creencias, comunicando sus falsas opiniones y herejas, y divulgando y esparciendo diversos libros herticos y condenados []. (Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio 101-102)
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En el caso de las Indias, esta perversin y desviacin podan llegar a afectar a la poblacin indgena, de manera que tambin se trata de impedir que los naturales dellas sean pervertidos con nuevas, falsas y reprobadas doctrinas y errores3. El Tribunal del Santo Oficio aplicar en estas tierras
La Inquisicin espaola se cre en 1480 con el objetivo de combatir la hereja y fortalecer la identidad religiosa, social y poltica de Espaa, de modo que, ms all del objetivo religioso, constituy al mismo tiempo un importante instrumento poltico y de control social (Bennassar). Ambos objetivos, el religioso y el poltico, se unieron tambin en el caso de la Inquisicin americana (Ramos). El Tribunal de la Inquisicin fue creado en Mxico y Per en 1569 por la Real Cdula de Felipe II, y no solo a peticin de diversos funcionarios eclesisticos y civiles que aducan razones de crisis religiosa y moral, sino, tambin, por una necesidad de la Corona de controlar la hostilidad poltica y la penetracin ideolgica derivadas de la agudizacin del conflicto religioso en Europa. Particularmente en el caso de Per, el Santo Oficio se estableci como uno de los mecanismos adecuados para fortalecer la autoridad del Estado frente a la situacin de inestabilidad poltica existente durante la dcada de 1560 (Guibovich 34). Es necesario precisar que, como aparato del poder colonial espaol, la Inquisicin no ejerca jurisdiccin sobre la poblacin indgena, sino solamente sobre la feligresa catlica; principalmente los cristianos viejos y los criollos. Vigilaba tambin a los conversos y no catlicos que pasaban clandestinamente a las colonias espaolas americanas y que podan desafiar el dogma catlico o la autoridad de la Iglesia romana, tales como protestantes, judos y musulmanes. No obstante, aunque se trataba de una institucin eclesistica, la Inquisicin actuaba
el verdadero remedio [que] consiste en desviar y excluir del todo la comunicacin de los herejes y sospechosos, castigando y extirpando sus errores. En virtud de este principio de exclusin, proceder con rigor y castigo contra los que se apartan della; esto es, de la predicacin y la doctrina de la santa Iglesia Catlica (Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio, Cdula al obispo de La Concepcin, 102-103). El objetivo manifiesto de la Inquisicin era erradicar la hereja, a la cual identificaba en prcticas tales como blasfemias y proposiciones herticas, bigamia, hechicera, astrologa, profesin de religiones distintas de la religin catlica, etc.4. Resulta de inters recordar que hereja es una palabra derivada del griego, y que traducida significa eleccin. Designar todo aquel dogma u opinin distintos de la doctrina cristiana, pues los telogos de esta ltima afirman que la religin cristiana ha sido dada por Dios, y no elegida ni inventada por los hombres; en consecuencia, al ser revelacin divina es la nica fe verdadera, universal y catlica. Toda otra fe o doctrina es eleccin privada e invencin que se aparta de la verdad, y, por tanto, radicalmente errnea. En rigor, el concepto de hereje se aplica a quienes ya pertenecen a la Iglesia por el bautismo. As, Juan de Torquemada y otros precisan que la hereja es una opinin o dogma falsos sostenidos por quienes profesan la fe cristiana, y que al hacerlo, ellos mismos eligen separarse de la Iglesia en virtud de esta opcin (Jimnez 202). El discurso inquisitorial se construye, pues, sobre la base del concepto de hereja, de acuerdo con el cual se afirma la verdad como fuente de su autoridad, y esta verdad se representa como existente previamente, como evidente por s misma, y no como construida o definida por este mismo discurso. Los planteamientos del inquisidor se basan en la afirmacin
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en representacin del rey y trabajaba coordinadamente con la autoridad civil, y sus prcticas de control afectaban a todo el cuerpo social y contribuan a la homogeneizacin religiosa y cultural, tanto como a fortalecer el orden poltico. Para una sntesis de los delitos definidos y perseguidos por la Inquisicin y la significacin poltica de ellos, vase Prez y Escandell (1: 644-648).
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de la preeminencia del cristianismo como verdad original y frente a la que todas las dems son nuevas, falsas y reprobadas doctrinas y errores. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, y como pone de manifiesto la definicin de hereja, que el campo de la verdad emerge como signo visible de la autoridad solo despus de la divisin reguladora y desplazada de lo verdadero y lo falso (Bhabha 139). Por otra parte, la necesidad de reafirmar constantemente esta originalidad nombrando y negando reiteradamente otras doctrinas y verdades socava esta afirmacin de originalidad. Las identidades discriminatorias o herticas que produce el discurso inquisitorial los judos, los moriscos, los conversos, los protestantes refuerzan el efecto de identidad catlica como pura y original. Pureza y originalidad que dependen, no obstante, de la presencia reiterada de la diferencia. El aparato inquisitorial inclua una serie de prcticas punitivas que solan imponer la exposicin de los penitentes a lo que se llamaba la vergenza pblica, y su permanente visibilidad, separacin y estigmatizacin mediante vestidos infamantes, como el sambenito5, o la celebracin del acto ritual pblico y multitudinario del auto de fe6. Las marcas visibles del poder se extendan, adems, a los hijos y los nietos de los condenados, pues hasta la segunda generacin se les prohiba ocupar una serie de cargos pblicos, ejercer determinados oficios, portar armas, montar a caballo y usar joyas y vestidos finos7.
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El sambenito es el escapulario grande, de pao vulgar amarillo, que se pone a los reos herejes o sospechosos de hereja con sospecha vehemente y en algn otro caso particular (Jimnez 207). Ren Millar precisa que despus de que los reconciliados y los relajados terminaban de llevarlos, los sambenitos se colgaban en la iglesia parroquial con el nombre del penitenciado y la hereja en la que haba incurrido, con el fin de que quedara memoria del delito que haba cometido y fuera un recordatorio permanente de la infamia que le afectaba (73). De acuerdo con Doris Moreno, el auto de fe no solo era la demostracin pblica del triunfo del dogma sobre el que se asentaba la sociedad, sino, tambin, una fiesta sagrada. Prohibiciones consignadas en los edictos de fe emitidos por la Inquisicin, como, por ejemplo, en el promulgado solemnemente por los inquisidores en la catedral de Lima para el momento del establecimiento del Tribunal en el virreinato del Per, transcrito por Medina en su Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisicin en Chile (134-137).
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Es en instancias y rituales como el de la abjuracin y el de la reconciliacin8 donde la divisin subversiva se recupera dentro de una estrategia de control social y poltico, y donde lo inapropiado es reapropiado por el poder (Bhabha 108). La ambivalencia que este procedimiento entraa radica en que al mismo tiempo que se afirma la posibilidad y el deber de convertir de verdad al hereje a la religin catlica y volverlo al seno de la Santa Madre Iglesia se enfatizan y se exhiben su separacin y su diferencia. Es la previa divisin reguladora de lo verdadero y de lo falso lo que instaura esta separacin. Sin embargo, este momento de elaboracin de la diferencia se oculta, y se presenta al hereje como separado voluntariamente, como quien ha elegido apartarse, y a la Inquisicin como el organismo que le brinda la posibilidad de reintegrarse plenamente a la colectividad. La discriminacin queda autorizada y el hereje constituye tanto la causa como el efecto del poder inquisitorial. El edicto de fe que los inquisidores leyeron solemnemente en la Catedral de Lima a su llegada a la capital virreinal (en 1570) conmina a todos los residentes a denunciar directamente ante el Tribunal la serie de atentados contra nuestra santa fe catlica, los cuales enumera de forma detallada. En una frase que encierra y revela, una vez ms, la ambivalencia que postulo, el edicto ordena este procedimiento para que mejor se sepa la verdad y se guarde el secreto (Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio 137). Verdad y secreto, visibilidad y ocultamiento, son las claves que articulan el discurso y el ejercicio de la autoridad inquisitorial. Del mismo modo, los procesos y las crceles son secretas, en tanto los rituales de castigo y de absolucin son exhibiciones pblicas. Lo efectivo de la actividad inquisitorial dependa de esta ambivalencia. La proliferacin constante de la hereja y de herejes a quienes perseguir y castigar es parte de un fracaso estratgico que asegura su presencia y vuelve necesaria su funcin de vigilancia y control (Bhabha 113).
La abjuracin se define como detestacin de la hereja. [Es] Abjuracin de formali, la que hace quien est declarado por hereje. Abjuracin de vehemente, la del que est declarado por sospechoso de hereja con sospecha vehemente. Abjuracin de levi, la del declarado por sospechoso con sospecha leve. La reconciliacin es la absolucin de las censuras en que ha incurrido el hereje confitente arrepentido, a la que precede una especial frmula de abjuracin (Jimnez 184 y 206).
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En el edicto de fe observamos cmo, en su lucha encarnizada por eliminar o borrar las herejas, es el mismo discurso del inquisidor el que la nombra, la enumera morosamente, la describe con detalle, la da a conocer, la difunde por todos los rincones del reino. La finalidad pedaggica o catequstica que se ha atribuido al edicto de fe queda as en riesgo, pues al mismo tiempo que se ensea la verdad se propaga tambin el error. El discurso inquisitorial niega la hereja afirmndola y la afirma negndola. Se ha afirmado que el principal objetivo del edicto de fe (e incluso de la actividad inquisitorial en general) era proveer, facilitar el perdn, hacer llegar a los pecadores la gracia divina, en procura de su salvacin (Villa). No obstante, el ofrecimiento de perdn es tambin una forma de manifestacin del poder, una estrategia de exhibicin de un poder que se ejerce, en nombre de Dios, por los autnticos mediadores de la salvacin. Es, igualmente, una visibilizacin de la autoridad discriminatoria que es una forma de ocultar el momento de elaboracin de la diferencia.
Maldonado de Silva
Los procedimientos judiciales de la Inquisicin estaban diseados para obtener la confesin del reo y la mayor cantidad de informacin acerca de otros posibles herejes-delincuentes y prcticas herticas. El hecho de que no se informara al detenido sobre la causa de su detencin, del delito del cual era sospechoso, ni de la identidad de los testigos que lo acusaban, constitua una estrategia tanto para recabar informacin (para que mejor se sepa la verdad y se guarde el secreto) como para destacar la omnipresencia del poder inquisitorial e instalar la interiorizacin de la culpa, figurando un poder de origen y carcter trascendentes, provenientes de ms all de este mundo (Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio 137). El reconocimiento de alguna falta o delito contra la fe por parte del reo ratificaba la autoridad del Santo Oficio. Pero luego se haca necesario que el inculpado se arrepintiera y formalizara su abjuracin y su reconciliacin
con la Santa Madre Iglesia, a la que la Inquisicin representaba y defenda, en un juego de afirmacin-negacin de la diferencia que, finalmente, justificaba la funcin del Tribunal. La continuidad de esta dinmica, el sometimiento a este juego, es lo que se ve quebrado por la actitud de Francisco Maldonado de Silva, quien rehsa asumir la posicin del reo intimidado por el aparato inquisitorial, dispuesto a mentir y a negar sus creencias con el fin de salvar su vida. Por el contrario, desde el primer encuentro con el inquisidor, Francisco reconoce su profesin de fe juda y su firme propsito de mantener su adhesin a la ley de Moiss: yo soy judo, seor, y profeso la ley de Moiss, y por ella he de vivir y morir. Esta posicin rotunda de Francisco lo convierte inmediatamente en alguien del todo excntrico. Los mismos testigos que lo acusan lo califican de loco: escandalizndose el testigo [fray Diego de Uruea] de or al reo semejantes palabras le dijo que, sin duda, estaba loco y fuera del juicio que Dios le haba dado (Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio 348). Con ello, Francisco desarma la mquina9 inquisitorial, pues no cabe amenazarlo ni ofrecerle piedad para que reconozca su delito, no procede aplicar el tormento para obtener una confesin, no son necesarios los elaborados interrogatorios para extraerle ms informacin o para tratar de descubrir contradicciones en su declaracin. La nica posibilidad es tratar de convertirlo a la fe cristiana, convencerlo del error de la religin juda. El enfrentamiento con el reo tendr que llevarse a otro plano, pues Francisco discute el dogma cristiano con su propia lectura de la Biblia10. Para instruirlo y convencerlo se despliegan todos los recursos persuasivos con los que cuenta el Tribunal, y se da lugar nada menos que a quince conferencias, cada una de varias horas de duracin, entre los calificadores del Santo Oficio y Francisco Maldonado. Se trata de verdaderas
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Expresin utilizada por los mismos inquisidores para referirse al aparato y a los procedimientos de los procesos (Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio 369). Nathan Wachtel ha estudiado el contenido teolgico y filosfico de los nicos textos escritos por Francisco Maldonado que, por estar adjuntos al mismo proceso inquisitorial, se conservaron: dos cartas en latn a la Sinagoga de Roma y un cuadernillo de cinco pginas, fragmento de sus notas redactadas en prisin (Wachtel, Francisco; La fe).
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disputas teolgicas donde ninguno de los dos contendientes est dispuesto a ceder. Francisco toma notas, escribe tratados, compone himnos y poemas. Los telogos calificados se esfuerzan por explicar al reo la verdad y dar satisfaccin de sus dudas. Sin embargo, despus de cada entrevista Francisco se reafirma en sus creencias y el inquisidor anota: se qued el reo en la misma pertinacia que antes. Finalmente, los calificadores concluyen que el reo haba pedido tales audiencias ms para hacer vana ostentacin de su ingenio y sofisteras, que con deseo de convertirse a nuestra santa fe catlica. La salvacin del cuerpo y la del alma se juegan en la oposicin conversin/pertinacia, y si bien no hay trminos medios, Francisco encuentra en la proposicin de dudas y dificultades los intersticios para suspender su resolucin definitiva. Las dudas que Maldonado interpone cuestionan la evidencia del dogma y la univocidad de la lectura bblica. Francisco tensa al mximo el procedimiento inquisitorial, que contempla el deber de desplegar todos los mecanismos de persuasin que sean necesarios con tal de lograr la conversin del reo; es decir, la ratificacin, por parte del hereje, de la Verdad que da sentido a la Inquisicin, y a la Iglesia tanto como al Rey, en cuanto celadores de la honra de Dios que son. Tampoco en este plano Francisco sigue el juego (Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio 354-355).
r Palabra y cuerpo
En el trnsito de hereje a cristiano que procura la Inquisicin, Francisco Maldonado ha seguido una trayectoria inversa, pues segn relata l mismo durante el proceso, fue criado como cristiano devoto, y a la edad de dieciocho aos se convirti a la ley de Moiss, luego de haber ledo el dilogo Scrutinium Scripturarum, de Pablo de Santa Mara; El Burguense11, y de
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Pablo de Santa Mara, nacido en Burgos en 1350 como Shlomo Halevi, rabino y estudioso de la Sagrada Escritura y del Talmud, se convirti al catolicismo y acept el bautismo en 1391. Su Scrutinium Scripturarum es un tratado antijudo impreso en 1591. Un ejemplar de esta obra
recibir de su padre, Diego Nez de Silva, procesado y reconciliado por el Santo Oficio de Lima en 1605, las enseanzas acerca de la Biblia y de la fe juda. En vez de terminar convencido por los argumentos de Pablo en el dilogo de El Burguense, fue tomando partido por Saulo12. El fin aleccionador del juicio a su padre no ha tenido el efecto previsto, y en lugar de rechazarlo, Francisco se identifica con l, hace de su genealoga paterna uno de los pilares de la construccin de su identidad. En efecto, durante la primera audiencia que tuvo con los inquisidores, el 23 de julio de 1627, al ser interrogado por su genealoga:
[] dijo que era judo y guardaba la ley de Moiss, como la guardaron su padre y abuelo [] y que por parte de su padre eran todos de casta y generacin de judos, y que su padre le haba dicho que su abuelo y todos sus ascendientes haban sido judos y muerto en la ley de Moiss. (Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio 349)
Con esta adscripcin Francisco afirma y reivindica su diferencia, sin intencin alguna de disimularla ni de negarla, como de l lo requiere el poder inquisitorial. Al mismo tiempo, rescata una tradicin religiosa ms antigua que la cristiana al afirmar que, de acuerdo con la Biblia, la ley de Moiss fue dada por Dios y pronunciada por su misma boca en el monte Sinay, con lo cual arrebata para el judasmo la legitimidad que se haba dado a s mismo el discurso de la Inquisicin al definir el cristianismo como una religin dada por Dios frente a la hereja, que sera invencin humana. Maldonado invierte la relacin Jesucristo/Moiss=Verdad/mentira, para tener por mala la ley de Jesucristo y dar por buena, para salvarse en ella, la ley de Moiss. Los inquisidores no rebaten esta afirmacin, sino que desacreditan la ciencia y sabidura de la Sagrada Escritura que Francisco
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fue encontrado en el inventario de bienes de Francisco Maldonado al ser detenido en Concepcin en 1627 (Bhm, Historia 26). Recordemos que en los Hechos de los Apstoles, en el Nuevo Testamento, se otorga importancia fundamental al relato de la conversin de Saulo, quien luego de transformarse en creyente y apstol de Jesucristo ser llamado por su nombre romano de Pablo (Lc 13, 9). La de SauloPablo se constituir en el paradigma de toda conversin cristiana.
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dice tener, y consignan en el registro del proceso que no conoca bien las oraciones ni la doctrina cristianas (Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio 349, 350 y 371). Se preocupan, en cambio, de mostrar el conocimiento acabado que tena de las oraciones judas y del Antiguo Testamento:
En 27 de julio del dicho ao de 627 se le hizo la segunda monicin, y dijo que haba guardado los sbados, conforme lo manda la ley de Moiss, por parecelle inviolable, como los dems preceptos della, y mandarse as en uno de los captulos del xodo, que refiri de memoria; y que siempre haba rezado el cntico que dijo Dios a Moiss en el Deuteronomio, captulo 30, que comienza Audite coeli quoe loquor, y lo escribi todo de su letra, dicindolo de memoria en la audiencia; y escribi tambin el salmo que comienza ut quid Deus requilisti in finem; y otra oracin muy larga que comienza Domine Deus Omnipotens, Deus patrum nostrorum Abraham, Isaac et Jacob, y refiri otras muchas oraciones que rezaba con intencin de judo. (Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio 350)
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Obviando su previa identidad de fiel y devoto cristiano, el inquisidor insiste en la identidad juda de Francisco Maldonado de Silva, aunque solo para volver a encontrarse con la afirmacin de s mismo del reo y su negativa a asumir su error. Las principales estrategias de resistencia de Maldonado se basan en la palabra oral y escrita: argumenta, recita, redacta tratados, compone dcimas en verso latino y romance para exponer y defender su fe; confecciona artesanalmente hojas con pedazos de papel y tinta con restos de carbn, para escribirlos. Celebra, incluso, un autobautismo e imposicin de nombre, cambiando el de Francisco Maldonado de Silva por el de Heli Judo, indigno del Dios de Israel o Heli Nazareo, indigno siervo del Dios de Israel, alias Silva (Medina, Historia del Tribunal de la Inquisicin 133 y 371)13. Por otra parte, practica ritos y preceptos de la ley mosaica, tales como su auto circuncisin, dejarse crecer barba y cabellos, y hacer ayunos y penitencias para celebrar fechas sagradas judas. Todo eso constituye otra
Wachtel se refiere en su estudio a las posibles significaciones de este nombre elegido por Maldonado de Silva (Francisco).
forma de escritura; esta vez, una de smbolos y marcas en su cuerpo y con su cuerpo. Al final de sus largos aos de prisin, en una reaccin que une palabra y cuerpo, Francisco pierde el odo a causa de uno de sus prolongados ayunos, de manera que se vuelve sobre s mismo y deja de escuchar la palabra del inquisidor. Es l mismo quien cierra u ocluye la posibilidad de dilogo y asegura su impermeabilidad absoluta a la voz de la verdad, y rechaza la intermediacin de los inquisidores para comunicarse directamente con Dios. Hasta el ltimo instante Francisco se negar a abjurar de su fe juda y a reconciliarse con la Santa Madre Iglesia. Si bien es cierto que esto significa el fracaso de la Inquisicin en su propsito de hacerle reconocer su autoridad, tambin determina, por otra parte, lo que se hace ver como la autocondena de Maldonado. No obstante, al haber refutado la autoridad de la Inquisicin, Francisco aparece tambin como el mrtir de la intolerancia de esta hacia la diferencia.
r El final
Si el terreno de enfrentamiento entre la Inquisicin y Francisco Maldonado es, fundamentalmente, el del discurso y el cuerpo, ellos sern tambin los lugares donde se aplicar la sentencia de relajacin a la justicia y al brazo seglar; esto es, su condena a la hoguera, con sus libros atados al cuello. Se queman su cuerpo y su escritura, que, una vez ms, se hacen uno. La hoguera era el castigo reservado para los peores delitos, tena el significado de purificacin, pero tambin se consideraba que afectaba al alma, pues se privaba al individuo de sepultura sagrada, se lo dejaba definitivamente sin salvacin y se le daba muerte eterna, como un anticipo del Juicio Final (Moreno 174). Contra este significado Francisco afirma que los que moran quemados no moran, sino que su Dios los tena siempre vivos (Medina, Historia del Tribunal del Santo 347). Su resignificacin de la muerte en la hoguera afirma su certeza de salvarse en la Ley de Moiss y acceder a la vida eterna. El objetivo de calcinar el cuerpo del hereje era tambin el de borrar del todo su memoria, pero es el mismo discurso del inquisidor el que conserva la memoria del bachiller Francisco Maldonado, al registrar
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cada paso de su proceso. El triunfo final de la Inquisicin resulta, de este modo, bastante ambiguo. De acuerdo con el mismo texto inquisitorial, este triunfo sobre el judo hereje y pertinaz, que negaba la divinidad de Jess y la verdad de la doctrina cristiana, sufre, como he adelantado al comienzo de este artculo, un impresionante revs en el ltimo minuto:
Y es digno de reparo que habindose acabado de hacer la relacin de las causas de los relajados, se levant un viento tan recio, que afirman vecinos antiguos de esta ciudad no haber visto otro tan fuerte en muchos aos. Rompi con toda violencia la vela que haca sombra al tablado, por la misma parte y lugar donde estaba este condenado, el cual, mirando al cielo, dijo; esto lo ha dispuesto as el Dios de Israel para verme cara a cara desde el cielo. (Medina, Historia del Tribunal de la Inquisicin 133)14
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Dios ha enviado una seal que confirma la verdad de Francisco y desmiente al inquisidor. El repentino e inusitado viento huracanado y el desgarro del toldo en el lugar donde se encontraba Maldonado constituyen trazos divinos que remiten directamente a la Sagrada Escritura: son el lenguaje con el cual Dios Padre haba confirmado al mismo Jess como su hijo muy amado, y que repite ahora para validar a Francisco. Recordemos que el Evangelio de Marcos relata con las siguientes palabras la muerte de Jesucristo en la cruz:
Pero Jess lanzando un fuerte grito, expir. Y el velo del Santuario se rasg en dos, de arriba abajo. Al ver el centurin, que estaba frente a l, que haba expirado de esa manera, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios. (Mc 15, 37-39)
La genealoga se completa. Al reconocimiento que una vez hizo Francisco del Dios de Israel responde el Padre reconociendo a su hijo y
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El Tribunal de la Inquisicin de Lima encarg al clrigo Fernando de Montesinos la relacin del Auto de Fe de 1639 (Bhm, Historia 141).
concedindole preeminencia. La respuesta de Francisco esto lo ha dispuesto as el Dios de Israel para verme cara a cara desde el cielo remite, a su vez, a la Sagrada Escritura; a una de las ms definitivas bienaventuranzas: bienaventurados los limpios de corazn, porque ellos vern a Dios (Mt 5, 8). Reclama tambin para s la pureza que le haba sido negada. Lo inquietante de estos signos es que estn inscritos dentro del mismo discurso del Inquisidor: es l mismo quien dice que Dios ha legitimado a Francisco Maldonado de Silva. La palabra de este queda reafirmada, y la autoridad del inquisidor, como poseedor y guardin de la palabra divina, queda puesta en duda; frente a Francisco y frente a Dios, el discurso del inquisidor acabar por mostrar su escisin. Importa sealar que solo en dos ocasiones el registro del proceso consigna en estilo directo las palabras de Francisco Maldonado, y ambas son extremadamente significativas15. Una est situada al comienzo, en el primer interrogatorio que le hace el inquisidor, y la otra es esta ltima, con la que termina el proceso. En las primeras palabras citadas de Francisco este dice: Yo soy (yo soy judo, seor); en las ltimas afirma: Dios me reconoce en lo que soy (Medina, Historia del Tribunal del Santo 348). Esto es, cada vez que se le concede la palabra, Maldonado afirma su diferencia y su verdad, su palabra peligrosa se filtra en el discurso del inquisidor por los intersticios que este mismo discurso abre, en virtud de la ambivalencia que lo constituye. No obstante, el gesto de Dios triza tambin la identidad de Francisco Maldonado; o mejor dicho, la de Heli Judo, pues lo asimila al Cristo a quien neg una y otra vez. En este ltimo juego de inversin Francisco se ha identificado con Jess: ambos son los hijos de Dios Padre, los justos perseguidos injustamente, los siervos sufrientes (Is 52, 13-15 y 53). La de Dios es la ltima palabra registrada en el proceso; lo cierra, pero no
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Debe recordarse, en todo caso, que solo contamos con una sntesis del proceso, enviada por los inquisidores de Lima al Consejo Supremo de la Inquisicin en Espaa, pues el original se extravi tras la supresin del tribunal limeo.
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lo clausura, puesto que abre al texto a profundos cuestionamientos, lo fisura y lo desgarra como al velo del tablado, para abrirlo a otras lecturas, a otras verdades, a la inestabilidad de la verdad.
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y cimarrones en las fronteras entre la G uyana F rancesa y la A mrica portuguesa , siglo XVIII
Universidad Federal de Rio de Janeiro
esumen
El artculo analiza las experiencias histricas de los cimarrones en un rea de frontera atlntica continental entre la Guyana Francesa y la Amrica portuguesa durante el siglo XVII. Las expectativas de los fugitivos africanos se abordan relacionando el movimiento del trfico atlntico de esclavos sus variaciones, los volmenes y las procedencias. De esta forma se reflexiona sobre los ambientes sociales, tnicos y geogrficos que fueron encontrados y recreados en las selvas de estas zonas fronterizas. En un territorio de conflictos, enfrentamientos, disputas coloniales y expectativas de identidades, surgieron espacios de cooperacin, donde los colonos europeos y las poblaciones de indgenas y de africanos se reinventaron como culturas y comunidades. Los circuitos demogrficos del trfico atlntico estaban conectados a la experiencia de africanos de diversas procedencias y a la posibilidad de encuentro de estos, a travs de las fugas y de las comunidades transtnicas en una zona de frontera transnacional durante la Colonia.
P alabras clave: Esclavos, cimarrones, Guyana Francesa, Amrica portuguesa, fronteras, siglo XVIII.
bstract
This paper analyzes the historical experiences of the cimarrones (maroons) in a continental Atlantic borderland between French Guiana and Portuguese America in the eighteenth century. Associating aspects of the Atlantic slave trade its variations, amounts and origins I address the African fugitives expectations. Thus, I reflect on the social, ethnic and geographic environments they found and recreated in the forests in those border areas. In a region rife with conflict, confrontations, colonial disputes, and expectations regarding identity, spaces of cooperation emerged where European settlers, indigenous peoples and Africans reinvented themselves as cultures and communities. As a result, the demographic circuits of the slave trade were connected to the
experiences of Africans from several parts of the continent and the possibility of their coming together through escapes and transethnic communities in a transnational borderland during the colonial period.
Key words: Slaves, maroons, French Guyana, Portuguese Americas, borders, 18th century.
En la Amrica portuguesa las comunidades de esclavos fugados recibieron las denominaciones de quilombos y mocambos y en el Caribe francs el mismo fenmeno gan el nombre de maronage (Price, Maroon). Lo que an poco sabemos es en qu medida dichas experiencias fueron transnacionales; especialmente en las regiones de frontera de la Amazonia oriental. En la Capitana del Gran Par, principalmente en las mrgenes del ro Araguari entre el actual Estado de Amap y la Guyana Francesa hay evidencias de la formacin de comunidades de fugitivos que mezclaban africanos de diversas procedencias y grupos indgenas. Esto aparece en denuncias e investigaciones desde los ltimos aos del siglo XVII. Las comunidades se formaron en 1730 y los reclamos aumentaron durante las dcadas de 1780 y 1790. Hombres y mujeres oriundos del frica occidental y central, de las regiones de Senegambia, la baha de Benn, la baha de Biafra, Sierra Leona, Angola, Benguela, y de los puertos de Bissau, Cacheu, Luanda, Loango, Uid, Gabn, Calabar, Pop, Bonny, Gore y Mpinda, entre otros, desembarcaron tanto en Cayena, en la Guyana Francesa, como en Beln, en el Gran Par. Fueron a trabajar en reas coloniales, tanto portuguesas como francesas, en factoras, plantaciones de arroz, ingenios de aguardiente, cultivos de mandioca, pastoreo de ganado y construccin de fuertes militares (Alencastro). Crearon comunidades en las unidades de labor, y tambin se mezclaron con los indios. Al huir a las selvas en direcciones opuestas rehicieron sus identidades, y de esta forma se encuentran otros tantos personajes del mundo del trabajo. Cmo se conectaron estos sectores en la selva? Cmo fue la etnognesis de las comunidades de africanos que huyeron hacia Cayena, procedentes de Beln, y viceversa? Cmo sintieron dicho proceso las poblaciones indgenas? Un estudio sobre la etnohistoria de los waipi indgenas de la regin de Amap abord las narraciones de su
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memoria y de sus ritos de pasaje que haban registrado las disputas entre franceses y portugueses, y las consiguientes alianzas y conflictos en los grupos tnicos, fueran indgenas o africanos. Los waipi se referan a los grupos de negros como los tapajn (posiblemente, fugitivos africanos y sus descendientes), con los que entraron en contacto (Gallois). En este artculo analizamos las experiencias histricas de los cimarrones en un rea de la frontera atlntica continental. Quines eran estos fugitivos africanos? Qu ambientes sociales, tnicos y geogrficos encontraron y crearon en estas reas de frontera? Entre conflictos, enfrentamientos, disputas coloniales y expectativas de identidades bien pueden haber surgido espacios originales de cooperacin, donde los colonos europeos, las poblaciones indgenas y los africanos se reinventaran como culturas y comunidades (Bennett). Destacamos las lgicas demogrficas del trfico atlntico con la presencia de africanos de varias procedencias y la posibilidad de su encuentro, a travs de las fugas y de las comunidades intertnicas.
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r Invadiendo fronteras
En reas de fronteras internacionales (entre la Capitana del Gran Par, la Amrica portuguesa y la Guyana Francesa), disputadas por intereses colonizadores de Portugal y Francia, aparecieron cada vez ms fugitivos (Salles; Vergolino-Henry y Figueredo). La regin de Amap justamente la que haca frontera con la Guyana Francesa era la que causaba ms aprensin. Con la ayuda de pequeos comerciantes, colonos y grupos indgenas, los africanos esclavos, tanto del lado portugus como del lado francs, migraban en busca de libertad. Cuestin compleja, pues aquella regin era el escenario de disputas por dominios coloniales. En 1724 un barco proveniente de la Guyana Francesa fue detenido por las autoridades portuguesas en Beln, estas obedecan una orden del Consejo Ultramarino. Se descubri que la intencin de sus tripulantes era realizar actividades comerciales en la regin de frontera (Carta del rey D. Joo; Cartas del gobernador; Oficio del gobernador de Par Jos da Sena).
Desde 1732 exista un tratado internacional firmado por las dos coronas, mediante el cual ambas llegaron a acuerdos sobre la devolucin de los esclavos fugitivos. El mismo ao, doce cautivos de propiedad de un francs, Dit Limozin, haban huido del presidio de Cayena. Las disputas territoriales, sin embargo, hacan que el control y la vigilancia policial fueran cada vez ms precarios. As y todo, las autoridades portuguesas y francesas realizaron en varias ocasiones intercambios de cautivos fugitivos. Al entregar a veinticinco capturados a los hacendados franceses Fossard y Simonsen, las autoridades del Gran Par reclamaron que los franceses tuvieran la misma actitud en 1733. El rey D. Joo I escribi al capitn general del Estado de Maranho en 1734, buscando aclarar las cosas sobre la restitucin de esclavos venidos de Cayena y que buscaban refugiarse en tierras lusitanas. En 1739 la Corona portuguesa determin el castigo para quienes ayudasen a los esclavos que buscaban huir por la frontera (ihgb, CUE 5: arch. cod. 1.2.24, f. 149 v. y 7: arch. cod. 1.2.26, ff. 180 v., 193 v.-194 r.). Durante la segunda mitad del siglo XVIII aument el movimiento de fugitivos. Las investigaciones revelaran que en 1749 ya exista en el ro Anauerapucu un gran mocambo, cuyos negros se haban internado hacia el norte cuando fueron descubiertos por las expediciones de rescate de indios. En 1752 el gobernador de Cayena le peda a Par la devolucin de diecinueve negros. En 1752 haba denuncias sobre la presencia de enviados franceses que se infiltraban en estas regiones para vigilar y capturar a los fugitivos. En 1760 la venida de Monseor Galvete a Par, con el fin de recoger a negros esclavos, fue motivo de quejas. En 1767 dos canoas con oficiales franceses bajaran el ro Oiapoque con la intencin de buscar estos. La devolucin de estos al igual que las mismas fugas se constituira en un problema tanto para las autoridades francesas como para las portuguesas1.
Anais 7: doc. 428, oficio de 16/03/1734, p. 209; apep, C 667, of. de 26/05/1756, 695, of. de 17/08/1755 y 696, of. de 06/04/1767; Carta del gobernador, 22 agosto 1759; Carta del gobernador, 8 noviembre 1760; ihgb, CUE 7: arc. cod. 1.2.13, ff. 193 v.-194 r.
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Los contactos entre fugitivos no eran una promesa o una simple amenaza: atemorizaban, y mucho, a las autoridades coloniales portuguesas y francesas. En 1793 el juez de la Cmara de Macap lleg a proponer que, en el caso de que estos cimarrones fueran capturados, no deberan ser soltados inmediatamente y devueltos a sus amos: solo deberan salir de la crcel para que:
[] sus dueos los vendan, lo que debe ser hecho a diferentes pases para que nunca ms aparezcan por aqu porque, de lo contrario, nos amenaza una ruina mayor, porque cada uno de estos esclavos es un piloto hacia aquellos continentes. (Auto de perguntas ao preto)
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Un pedido de concejales de la Cmara de Macap admita la existencia de una red de proteccin que los cimarrones tenan con los esclavos en las plantaciones y con otros habitantes:
[] pues de ellos se mantenan amigos parte del ao, viniendo del mocambo adonde eran refugiados en los campos de estas gentes a los que no slo llevaban los [vveres] que encuentran, sino tambin ropas y herramientas. (Ofcio da Cmara)
En Oiapoque un militar que viaj a la regin se encontr con ms de ochenta negros, todos armados con flechas, y algunos con armas de fuego, y fue interrogado en lengua espaola por lo que vena a hacer en aquella tierra. En sus encuentros con dichos negros:
[] hacindome sentar, realizaron asamblea pues ya viven por ella, y es verdad que estos negros estn libertos y son casi los mayores seores de la tierra, pues son innumerables y los blancos son pocos y estos tambin pues les temen, segn lo que los mismos blancos me comunican fuera de su vista. (apep, C 277: of. de 27/08/1784)
Algunos aos antes lo que realmente se tema era que los fugitivos se fueran a la poblacin de Maroni, que los franceses de Cayena han sido inducidos a establecer (apep, C 609: of. de 20/06/1780). Parte de la frontera estaba ocupada por mocambos, grupos indgenas, y desertores, y se deca que en la montaa de Unari haba un habitante francs con 150 negros (apep, C 347, of. de 21/02/1793).
Durante un interrogatorio realizado en Macap se descubri de qu manera se comunicaban los negros de ambos lados de la frontera. Dicha informacin fue dada por el africano Miguel, esclavo de Antnio de Miranda. Viniendo del campo de su seor, l se encontr con otro africano, Jos, esclavo del fallecido Joo Pereira de Lemos, y este le pregunt si quera ver y hablar con negros que andaban fugados. Entonces fue conducido hasta el corral donde se encontraba el africano Joaqun, esclavo de Manoel do Nascimento. Enseguida le avisaron que su sea [de los cimarrones] era chuparse los labios, como un silbido. Encontraron a varios cimarrones, quienes, por no conocer al africano Miguel, le tenan desconfianza y amenazaron con lanzarse contra l, con arco y flecha. Comenzaron los primeros contactos; los cimarrones queran saber cmo estaban aqu, o sea, en la Villa de Macap, los negros esclavos. A su vez, el africano Miguel indagaba cmo estaban ellos all, en los mocambos de Araguari y en la frontera y las tierras de los franceses. Segn los cimarrones, estaban muy bien, tenan campos grandes y que los suyos [vveres] los vendan a los franceses, porque con ellos tenan comercio. En el mocambo donde moraban tambin haba un padre jesuita, enviado por los franceses, y era este mismo quien los gobernaba y que tenan muy buena suerte. En aquella ocasin parte de los habitantes estaba fuera del mocambo, pues haban partido a hacer una salazn para su padre y otros que haca poco tiempo que haban terminado de hacer ladrillos para que los franceses hicieran una fortaleza. Tambin, segn el africano Miguel, los cimarrones andaban siempre armados con sus facones y su vestimenta estaba teida con Caapiranga. Debido al hecho de ya haber temores y desconfianzas, esta detallada informacin dej atnitas a las autoridades del Gran Par. La cuestin en aquel momento no pareca ser, simplemente, contener fugas constantes, vigilar a los espas franceses y or sus desafueros y los reclamos de los propietarios. Mocambos formados cerca de la frontera mantenan relaciones comerciales con colonos franceses. Tenan, igualmente, su base econmica haciendo salazn, tiendo ropa, plantando el campo, pastoreando ganado y fabricando ladrillos para la construccin de fortalezas francesas. Estos cimarrones, incluso, visitaban la Villa de Macap durante la fiesta de Navidad. Venan y
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establecan contactos con esclavos, pero no venan a obligar a los negros a huir, y al mocambo solo iran los que quisieran ir por su libre voluntad. Revelaron que el camino por el que solan venir a la villa, ya no era por el [ro] flechal, sino ms prximo a la banda donde Manoel Antnio de Miranda tiene el corral para amor de los blancos que iban tras ellos. Adems de eso, tenan una canoita en el Ro Araguari, pues cuando iban y venan cruzaban en el ella de una a otra banda (apep, C 259: of. de 1794; Auto de perguntas). Respecto a los contactos con los colonos franceses: su asistencia era del Araguari para all, pero que todos los negros fugados estaban de este lado. Saban que tenan sus habitaciones en las mrgenes del Araguari, en tierras de los dominios portugueses, pero para ir a trabajar a la tierra de los franceses, atravesaban un ro de agua salada para ir, y que iban de maana y volvan de noche, y que cuando venan, dejaban la mitad de las provisiones en medio del camino para cuando volvan. Y en este mocambo vivan todos los negros que desta villa [de Macap] han huido (apep, C 259; Auto de perguntas). Vivan del otro lado de la frontera portuguesa; sin embargo, comerciaban, trabajaban y mantenan diversas relaciones con los franceses del otro lado. La garanta de xito de esta estrategia era atravesar diariamente la frontera, tarea que pareca no ser fcil. Cortaban ros y selvas, y hasta llevaban provisiones para largas jornadas.
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r Escenarios transnacionales en el
Aunque sin la fuerza demogrfica de las reas de plantacin, las regiones orientales de la Amazonia recibieron una considerable cantidad de esclavos africanos que all trabajaban en el cultivo de arroz, de ail o de azcar, adems de la construccin de fortalezas. La historiografa, en general, no prest mucha atencin a la presencia africana en la Amazonia. Preocupada con los llamados ciclos econmicos especialmente, los del azcar, el oro y el caf, solo intent analizar al esclavo en el interior de las grandes reas exportadoras (Alencastro; Russel-Wood).
Vicente Salles abord en una obra clsica la secular presencia negra africana en la Amazonia (O Negro). Los primeros africanos que llegaron al Gran Par fueron, justamente, a la regin de Amap, entre las dos ltimas dcadas del siglo XVI y las primeras del XVII. Debido a la falta de capitales para inversin, era difcil competir con otros mercados de mayor expansin econmica, con permanente demanda de brazos esclavos y volcados a la exportacin. El Gran Par sera atropellado primero por el azcar de Pernambuco y Baha, y despus, por el algodn de Maranho y el oro de Minas Gerais (Alencastro; Russel-Wood). Pero la predominante poblacin indgena era insuficiente, y los colonos reclamaban a la Corona la necesidad de introducir esclavos africanos en la regin (Alden; Chambouleyron). Se tomaran al respecto algunas medidas, como en 1682, cuando, a travs de una licencia regia concedida a una compaa monopolista con capital metropolitano se permiti la introduccin en el Gran Par de quinientos esclavos por ao, en un contrato de veinte aos. En 1690, adems, se formara la Compaa de Cacheu y Cabo Verde, para introducir anualmente un mnimo de 145 africanos por un precio predeterminado. El flujo de esclavos africanos fue modesto a lo largo del siglo XVII. De 1692 a 1721 fueron introducidos 1.208 al Gran Par. Los precios seguan altos, y los colonos cada vez ms vidos de trabajadores africanos terminaban endeudados. A pesar de todo, entre 1756 y 1788 fueron introducidos 25.556 africanos a Maranho y el Gran Par. De estos, 16.077 fueron llevados, especficamente, a varias regiones del Gran Par. Antes de 1755 no hay estadsticas; la entrada de africanos fue irregular, y a gran parte de ellos se los desvi hacia Maranho. Durante el perodo 1757-1800 seran desembarcados 40.935 en San Luis. En medio de los intentos de introduccin de africanos al Gran Par hubo, durante el siglo XVIII, varios conflictos que involucraron a autoridades coloniales y metropolitanas, as como a habitantes de Beln y de San Luis. Habitantes y negociantes de Beln se quejaban de que eran siempre postergados y tenan desventajas en relacin con el comercio de africanos hacia Maranho (Carreira; Dias; Goulart; MacLachlan; Salles). En trminos de agricultura, las principales reas de desarrollo del Gran Par quedaban alrededor de Beln y el delta de Macap. Entre 1773 y
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destaca la produccin de arroz, algodn y, principalmente, caf y cacao. El cacao era muy plantado en la regin de Tocantins. En cuanto al caf, se lo cultiv por primera vez en 1727, trado por el sargento mayor Francisco de Melo Palheta, de Cayena Guyana Francesa, cuando viaj all en comisin del gobernador de la capitana. Dos dcadas despus ya haba plantados all cerca de 17.000 pies de caf. En la regin de Maraj se destac la ganadera: en la isla de Joanes y adyacencias ya haba en 1783 unas 153 haciendas de ganado vacuno y equino. Este nmero haba subido a 226 para 1803. Sin embargo, en trminos de mercado exportador, la economa colonial del Gran Par sufri un relativo estancamiento a finales del siglo XVIII. Entre 1796 y 1811 figuraban entre los diez productos principales: cacao, algodn, arroz, clavo, caf, zarzaparrilla, cueros, aguardiente, aceite de copaiba y cueros secos. Segn Barata, en el Gran Par an se producan secundariamente: azcar, canela, ail, aceite de nandiroba, miel, tapioca, castaas, guaran, jabn, grasa de tortuga, goma, brea, troncos y planchas de diversas maderas, etc. (Arruda; Barata; Santos). Por su parte, la Guyana Francesa tuvo un desarrollo econmico considerado perifrico en trminos de colonizacin francesa en la Amrica con esclavitud africana. La ocupacin fue iniciada por las misiones religiosas, los puestos militares, los centros pesqueros y la cra extensiva de ganado (Cardoso, La Guyane; Economia; Man-Lam-Fouck, LIdentit). Esta regin con una vasta red hidrogrfica solo fue ocupada en la franja costera. El ro Maroni haca frontera con las reas coloniales holandesas de la Guyana, y el Oiapoque y el Maroni lindaban con la Guyana brasilea; especialmente con la regin de Amap. Parte de esta extensa regin estaba formada por selva ecuatorial y por extensos manglares. Las dificultades para la colonizacin del lugar fueron de diversa ndole: relieve accidentado, corrientes martimas que dificultaban la navegacin, epidemias y plagas en las plantaciones, baja densidad de poblacin, pobreza crnica, etc. Es decir, el fracaso de la colonizacin tuvo implicados factores geoecolgicos y econmicos. De todos modos, su inicio data de 1664, y la poblacin se concentr en Cayena y sus alrededores. En 1690 ya existan veinticuatro ingenios, de los cuales tres estaban abandonados para entonces, y dos pertenecan a los jesuitas. Haba tambin nueve haciendas que producan tinta de achiote (urucum).
1818 se
Debido a la posicin estratgica de los ros Oiapoque y Araguari en relacin con la Amazonia portuguesa, en la regin se edificaron con prontitud puestos militares franceses. Los portugueses no obraron de otro modo. Gran parte de esta rea, principalmente la regin en disputa entre Francia y Portugal, permaneca por entonces vaca. Eran tierras bajas donde se criaba ganado y se erguan establecimientos pesqueros. En la Guyana Francesa, aunque en pequea escala, se empezaba a desarrollar la produccin de achiote, azcar, ail, caf y cacao. Durante la dcada de 1730 un tercio de la superficie cultivada lo habra sido a base de agricultura de subsistencia. Faltaban capitales para inversiones, no haba tecnologa y se sufra una escasez crnica de mano de obra. Aun as, entre 1765 y 1789 desembarcaran en Cayena cerca de 4.000 esclavos africanos. En un nuevo censo de 1777 ya se reportaba una poblacin esclava africana de 8.411 personas, de las cuales 5.695 se hallaban en edad activa. Haba esclavos trabajadores de ingenios, fbricas de azcar y aguardiente que producan para el mercado interno, en la apertura de campos de cultivo en la selva, en el pastoreo y en los servicios domsticos en los alrededores de Cayena. En 1789 haba 10.748 esclavos y 494 libertos, para una poblacin de 1.307 blancos. Casi veinte aos despus, en 1808, la poblacin esclava de Guyana era de 12.355, y el nmero de libertos, 1.157. Mientras la poblacin blanca haba disminuido en un 28%, la esclava aumentaba casi en un 15%. Por su parte, la poblacin de libertos tuvo un aumento del 134% (Cardoso, La Guyane; Economia; Man-LamFouck, LIdentit). El problema de los negros cimarrones tambin surga en la Guyana Francesa. Una de las rutas de fuga como ya vimos llevaba al Gran Par. Ciro Cardoso se refiri a un interesante documento tambin publicado por Richard Price sobre los grupos cimarrones en la Guyana Francesa. Se trata del interrogatorio al cimarrn Louis, capturado en el mocambo de Monteigne Plomb en 1748. Se describe ah la organizacin interna del mocambo, formado por treinta cabaas y habitado por 72 cimarrones. Practicaban la agricultura de coibara y abran anualmente nuevas reas de cultivo, donde plantaban mandioca, maz, arroz, camote, ame, caa de azcar, banana y algodn. Complementaban su economa mediante la
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pesca y la caza, para las que tenan fusiles, arcos y flechas, trampas y perros. Tambin realizaban actividades artesanales y fabricaban bebidas para su propio consumo (Cardoso, Economia; Price, Maroon). Se sabe, incluso, que entre 1802 y 1806 una de las cuadrillas ms famosas de cimarrones de la Guyana Francesa era liderada por el negro Pompe. Para el perodo citado, haca unos veinte aos que l haba establecido una economa agrcola estable en su mocambo, llamado Maripa. Usando la selva y los ros como proteccin, durante aos Pompe y sus secuaces tuvieron xito en la lucha contra las tropas coloniales enviadas de Cayena (Moitt).
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r Africanos, negros
cimarrones y mocambos
Diversos grupos de africanos muchos de ellos, recin desembarcados huyeron, tanto del lado francs como del lado portugus, y organizaron decenas de microsociedades en aquella selva. De los mocambos que se construyeron en la regin de Amap, los que se formaron en la regin de Araguari fueron, sin dudas, los ms populosos, estables y antiguos. En 1762 ya se comentaba sobre la gran suma [de gente] que se halla de las poblaciones circundantes como de otras ms distantes, y se alertaba, incluso, de que andaban bien provistos de armas (Mendona 147). En 1779 fue enviada una expedicin contra dos mocambos: uno en el ro Pedreira y otro en el Araguari. Esta diligencia estuvo cercada de dificultades, con soldados que viajaron varios das a caballo y construyeron balsas para cruzar los ros. Aun con la ayuda de un cimarrn capturado, quien sirvi como gua, esta expedicin consigui poco. Y los cimarrones del Araguari haban quedado sobre aviso tras la desaparicin de uno de los suyos. En 1785 el gobernador del Gran Par informaba sobre la necesidad de diligenciar la aprensin y dispersin de los esclavos de aquellos habitantes amocambados en aquel distrito y hacia los lados del Araguari. En 1788 se alertara, igualmente, sobre estos mocambos, y tres aos despus llegara la informacin de que en las cabeceras de este Ro, tienen, los esclavos fugados, un asilo seguro, que all existe gran nmero de ellos, llegando su osada al punto de venir a
Macap a instigar a los esclavos de los habitantes a que los sigan (apep, C 25: of. de 13/03/1762; Oficio de D. Francisco). Existen evidencias tanto de la construccin de grupos de fugitivos que se mezclaron con indgenas como de grupos de africanos que tuvieron su organizacin inicial con bases tnicas. En 1798 el gobernador Rodrigo de Souza Coutinho, preocupado por la comunicacin de emisarios franceses de Cayena con esclavos en la frontera, dijo:
[] aqu, al contrario, los negros de diferentes naciones que tenemos por esclavos, son padres, hijos y hermanos de los que existen libres en la lindera colonia. Los indios de nuestras poblaciones, aunque de diferentes naciones, casi todos tienen parientes en Cayena, casi todos hablan la lengua general que hablan, tampoco son los que huyeron de ellas sino los que all habitaron siempre. Unos y otros son, sin dudas, mejores emisarios que los mejor instruidos franceses, y habiendo muchos de nuestros fugados que conocen todas las comunicaciones, siendo muchos los que facilitan los muchos ros, riachuelos e islas de este pas y muy remotos, esparcidas las poblaciones. (apep, C 552: of. de 20 de abril 1798)
Descripciones detalladas sobre los mocambos en el Araguari aparecieron en investigaciones realizadas en 1792. Haban sido capturados en un lugar llamado Baixa Grande, no muy lejos de la Villa de Macap, tres africanos, siendo que uno de ellos, aqu ya haba venido en otra desercin. Los capturados confesaron que tenan intencin de unirse a los fugitivos que se encontraban en Araguari. Adems, se encontraban en las haciendas de Manoel Antonio Baleeiro y de Julio Alves Pereira, y se disponan a preparar la harina que necesitaban para realizar una larga jornada hasta sus mocambos (apep, C 457; of. de 27 de febrero 1792). La base econmica de uno de los mocambos del Araguari fue revelada. Los fugitivos estaban bien protegidos vindolo con una perspectiva topogrfica, en un rea cercada por ros y cadas de agua que dificultaban la aproximacin de expediciones contra los mocambos, al mismo tiempo que facilitaban inmediatas retiradas. Quedaba en el paso del ro Araguari, arriba del cuarto salto de agua. Tambin usaban armas: arcos, flechas, cuchillos. El lugar estaba compuesto por cien personas, entre hombres, mujeres y nios, que producan alimentos en diferentes campos, localizados en las proximidades, y tambin en otros campos distantes. Lo ms interesante fue la revelacin de que
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tambin existan diversos grupos de fugados esparcidos en innumerables y pequeos mocambos. Y no solo haba diferencias de tamao entre esos: existan tambin diferencias tnicas, algunos de ellos eran mucho ms antiguos que otros, algunos solo tenan a africanos entre su poblacin, y otros, a determinados grupos tnicos. Por ejemplo, uno de los fugitivos inform que haba un mocambo donde los habitantes se haban separado cada uno rumbeando para direcciones opuestas; algunos de ellos eran del grupo de la nacin Benguela y otros, africanos mandingas (apep, C 285: of. de 18 de febrero 1795 y 520: of. de 11 de agosto 1795). Habran promovido los africanos de estas regiones de frontera encuentros transnacionales e intertnicos? Africanos fugitivos, tanto venidos de Cayena y de Oiapoque que eran reas coloniales francesas como oriundos de las reas de ocupacin portuguesa en torno de Macap, terminaron por organizar reunindose, encontrndose y separndose varias comunidades en la frontera; especialmente en la regin del Araguari. Quines eran estos africanos? En qu medida pueden los estudios sobre el trfico atlntico informarnos sobre las semejanzas y las diferencias en los patrones tnicos de los africanos trados por los agentes coloniales portugueses y franceses durante el siglo XVIII?
. Siglos XVII y XVIII Siglo XVII Identificadas No identificadas Siglo XVIII, 1 mitad Identificadas No identificadas Identificadas No identificadas Total de viajes Senegambia Baha de Benn Baha de Biafra frica central Sierra Leona Windward Coast frica oriental Total de reas de procedencia no identificadas N de viajes 9 6 3 23 15 8 36 4 72 20 13 9 11 1 2 1 15 Contina
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Perodo
Tabla 1.
Procedencias de los africanos (trfico atlntico, Guyana Francesa) Fuente: Eltis et al., The Trans-Atlantic.
Continuacin Siglos XVII y XVIII Gambia Gabn Gore Saint-Louis Uid Mpinda Bonny Pop Badagry Cape Lahou Ro Congo Mozambique Total de frica central Total de frica oriental Total de frica occidental N de viajes 4 3 4 9 11 1 2 1 1 1 1 1 1 1 37
Lugares de embarque
A travs de The Trans-Atlantic Slave Trade Database es posible evaluar el impacto, en trminos de procedencia, de los africanos que llegaron a la Guyana Francesa y el Gran Par durante los siglos XVII y XVIII. Hay, por ejemplo, registros de 72 viajes hacia la Guyana Francesa; corresponden al siglo XVII solo nueve de esos viajes, de los cuales nicamente seis tienen indicaciones de puertos y reas africanas de embarque. Predominaban los africanos provenientes de Senegambia, en el frica occidental, de los puertos de Gambia, Saint-Louis y Gore. Los otros dos viajes eran del frica central, va puerto de Mpinda, y de frica occidental, va Baha de Benn, puerto de Uid. Prevalecan, de este modo, los africanos occidentales, con el 83% de los casos. Durante el siglo XVIII hay cambios en estos patrones. A lo largo de la primera mitad del siglo tenemos veintitrs viajes; quince de ellos, identificados. Los africanos occidentales seguan siendo preponderantes, con el 80%, pero ahora tambin aparecan entre ellos los de la Baha de Biafra, con el 20%; y los puertos de Bonny y Calabar, as como la Baha de Benn y el puerto de Uid, con el 53%. En la segunda mitad del siglo XVIII las reas de Senegambia los puertos de Gambia, Gore y Saint-Louis vuelven a tener fuerza, con el 53,5% de los africanos occidentales (Hall). Dentro del conjunto del trfico atlntico hacia la Guyana Francesa siglos XVII y XVIII fue posible verificar en los viajes cuya procedencia fue identificada que prevaleca el frica occidental, con el 77,2%,
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y, en ella, la concentracin de las regiones de Senegambia, con el 35%; la Baha de Benn, con el 22,8%; y la Baha de Biafra, con el 15,8%. Considerando los puertos/lugares de embarque de estas regiones, prevalecan, respectivamente, los puertos de Uid, con el 29,8%; Saint-Louis, con el 24,3%; y Gambia y Gore, con el 10%. Por otro lado, los africanos centrales representaban poco ms del 21%.
N de viajes 2 mitad del siglo XVIII Perodo Identificados No identificados Senegambia Grandes reas de procedencia frica central Baha de Benn Total del frica central Total del frica occidental Bissau Cacheu Cabo Verde Lugares/puertos de embarque Costa de la Mina Luango Luanda Cabinda Benguela 117 112 5 84 27 1 27 85 49 33 2 1 2 20 1 4
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Tabla 2. Procedencia de los africanos (trfico atlntico, Gran Par siglo XVIII.
Fuente: Eltis et al., The Trans-Atlantic.
Hacia el Gran Par tenemos registros de 117 viajes, pero solo durante la segunda mitad del siglo XIX. Aunque se pueda verificar la predominancia del frica occidental, con cerca del 76%, los africanos centrales sumaban el 24% de las grandes reas de procedencia. De Senegambia, los principales puertos eran Cachu y Bissau. Se destaca la ubicacin de los puertos del frica central, con el 74% proveniente de Luanda, pero tambin con embarques en Loango, Cabinda y Benguela (Eltis, Richardson y Behrendt; Silva). Con tal composicin demogrfica, haba ms africanos occidentales concentrados en la regin de la Guyana Francesa, mientras que en la Amrica portuguesa haba una mayor concentracin de africanos centrales.
Pueden estos patrones haber informado o determinado la formacin de las comunidades de fugitivos en estas regiones de frontera? (Thornton) Podra la etnognesis de algunos grupos ser informada por criterios tnicos? Habrn migrado otros grupos y encontrado poblaciones indgenas? Salvo raras excepciones, los estudios sobre los negros cimarrones siempre indicaron que las comunidades de fugitivos (mocambos, maroons, cumbes y palenques) en Amrica se formaron con cautivos de varias procedencias africanas, y hasta de esclavos criollos; incluso, con indgenas (Price, Maroon). Adems de los estudios sobre los saramakas y otros grupos cimarrones en Surinam, no conocemos mucho sobre la etnognesis de las comunidades formadas por africanos de diferentes orgenes y procedencias en esta regin de frontera. Los indios karinya tenan una lengua considerada franca, de cambio y trueque, comprendida entre los tupi del Oiapoque. Cabe resaltar, tambin, cmo los vendedores holandeses que atravesaban toda la regin de la Guyana Occidental, guiados por indios, eran, invariablemente, africanos, criollos y mestizos, y hablaban, por lo menos, una lengua indgena (Dreyfus). La cuestin de la lengua fue un factor importante en la colonizacin de la Amazonia. Los grupos indgenas podan comunicarse al principio solo con los religiosos en las misiones, y despus, con traficantes y colonos en las fronteras. Las lenguas podan crearse solo con el fin de comerciar, uniendo grupos indgenas distintos y diversos colonos extranjeros. Por otra parte, en 1759 Mendona Furtado, el gobernador enviado por Pombal al Gran Par, destacara, con aires de sorpresa, los siguientes acontecimientos:
Lo primero fue venir a mi casa, unos nios, hijos de una de las principales personas de esta tierra y, hablando yo con ellos, que, entendiendo poco portugus, comprendan y explicaban bastante en la lengua tapuia o llamada general. Lo segundo fue ver debajo de mi ventana a dos negros de los que prximamente se estn introduciendo de la costa de frica, hablando desinhibidos la mencionada lengua y no entendiendo nada de la portuguesa. (Mendona 223)
En la Amazonia, segn parece, la diferencia de lengua no constituy un problema entre indgenas y africanos de diferentes procedencias. En la frontera de la Guyana Francesa, como mostramos en un inquieto comunicado del gobernador Souza Coutinho, indgenas y africanos no
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solo tenan a parientes del otro lado, sino que todos hablaban la lengua general. Alexandre Rodrigues Ferreira describi a los indios que intentaban capturar africanos cerca de la frontera, puesto que en los distritos en los que se hallaban, andaban negros holandeses acompaados por indios caripunas, cautivando al gento y ejerciendo sobre ellos toda suerte de hostilidades. Al mismo tiempo que se intentaba vigilar las fronteras e impedir invasiones extranjeras que realizaban explotaciones econmicas e intercambios mercantiles y trfico de indios, era necesario contactar y atraer a grupos indgenas diversos muchos de ellos, rivales, para que tambin pudieran servir de aliados. En agosto de 1784 llegaran noticias sobre los negros holandeses que, ayudados por los indios caripunas andaban juntos. En 1786 este mismo autor dira de la regin de frontera del Ro Branco:
Pronto, sin demora, emplear VM el mayor desvelo en construir una fortificacin proporcionada, que, custodiada por una competente guarnicin, pueda, no slo contenernos con seguridad contra cualquier designio, e insulto de los referidos espaoles y holandeses, sino que hasta d comienzo a la amistad, y alianza de todas las naciones de indios, que habitan las mrgenes, y centros de aquel ro. (apep, C 552: of. de 20 de abril 1798; Ferreira 99 y 123; Ofcio del gobernador de Par a Sebastio Jos)
Africanos de diferentes procedencias, grupos indgenas, colonos y cimarrones estaban marcando las fronteras coloniales con sus experiencias histricas. Tambin en Olivena, en 1784, los portugueses, preocupados por el control de los indios y por el movimiento de los espaoles, esperaban contar con la ayuda de dos pardos y mulatos que no solo conocan bien la regin, sino que saban varias lenguas del gento. Dos meses antes un negro fue utilizado como gua en el reconocimiento y la comunicacin de poblados y territorios limtrofes con la colonia holandesa de Surinam. En 1787 el gobernador Joo Pereira Caldas era alertado sobre las comunicaciones entre mulatos portugueses y el gento prximo a la lnea divisoria con los dominios espaoles. Estaban tales mulatos hablando las diferentes lenguas de los dichos gentos y con ellos comerciando libremente (apep, C 1055; of. de 27 de abril de 1784; Ofcio de Henrique).
Nuevas evidencias, que articulan la demografa del trfico y la formacin de comunidades de fugitivos en regiones de fronteras coloniales Gran Par y Guyana Francesa, y expuestas a los impactos tnicos diferentes, pueden sugerir ms cuestiones en los anlisis. No necesariamente el aislamiento tnico, sino las particularidades en la formacin de generaciones de comunidades de fugitivos africanos, pueden haber determinado patrones de migracin y bases de tnognesis complejas (Mann; Thornton). Tal cosa sucedi tanto en las mismas unidades de trabajo como en los mundos atlnticos, donde una demografa (hecha de manera compulsiva) determin los contactos de africanos con procedencias tnicas diversas en la regin amaznica de fronteras coloniales. Algunos de esos encuentros y conexiones pueden haberse constituido en captulos originales, con pequeos grupos de africanos en redes familiares, rituales y tnicas organizando comunidades diversas (Bennett).
r Consideraciones finales
An son raros los estudios comparados sobre cumbes, maroons, palenques, mocambos y quilombos (Groot; Price, Subsistance; Sheridan). Entre la Guyana Francesa y el Gran Par, en la Amrica portuguesa de la segunda mitad del siglo XVIII, africanos y fugitivos bien pueden haber realizado encuentros intertnicos. Las regiones de frontera con formas de ocupacin y de movimiento de colonos y tropas diferentes fueron, seguramente, determinantes. All los fugitivos produjeron aventuras semejantes a aquellas de los maroons de Le Maniel en la isla de Saint-Domingue, en el siglo XVII. Estos prfugos trabaron durante casi cien aos luchas y alianzas con espaoles y franceses, y se beneficiaron a veces por la ubicacin geogrfica, puesto que en diferentes ocasiones las autoridades espaolas les dieron poca importancia a los movimientos de los fugitivos, constituidos en su mayor parte por esclavos del lado francs de la isla. Entonces, la persecucin de los maroons involucr innumerables intereses entre colonos, autoridades y disputas coloniales. Algunos labradores y hacendados
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del lado espaol comerciaban con los fugados y los mantenan informados de cualquier movimiento de tropas francesas enviadas a perseguirlos. Tambin las generaciones de grupos de fugitivos pueden haber sido semejantes a las de Jamaica a comienzos del siglo XVII: en ellas se juntaban africanos propiedad de colonos tanto espaoles como ingleses (Campbell; Debbasch). En fin, procesos semejantes se dieron en la frontera entre el Gran Par y la Guyana Francesa, con la participacin de franceses, lusobrasileos y el movimiento de fugitivos en comunidades. As, en esta rea de fronteras transnacionales una faceta de la disputa se daba muy alejada de los tratados y las diplomacias coloniales y metropolitanas francesas, holandesas, espaolas, inglesas y portuguesas. Colonos, autoridades regias locales, militares, soldados desertores, indios de las aldeas, tribus indgenas no contactadas, esclavos, hacendados, traficantes, comerciantes, labradores, indios, africanos y fugados muchos de ellos, constituidos en mocambos perciban la complejidad, las contradicciones, los avances y los retrocesos de las diferentes polticas coloniales. En dicho proceso de expansin sera interesante pensar la idea de colonizacin para los diversos sujetos histricos en cuestin. Se romperan as los argumentos tradicionales de homogeneidad, modelos econmicos internacionales y evolucionismo en la historia de la Conquista y colonizacin europeas (Cooper y Stoler). En un escenario de conflictos y disputas se estaran forjando los propios significados histricos de la colonizacin para diferentes sectores sociales, y con ello, en consecuencia, los niveles de alianzas, acuerdos, conflictos, intereses e identidades. Estos diversos personajes histricos, al forjar el nuevo mundo, se rehacan a s mismos y a sus identidades.
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rBibliografa
F uentes
primarias de archivo
a. Archivo
Arquivo Pblico do Estado do Par, Belem, Brasil (apep)
Cdices (C) 5 (1762), 241 (1787), 259 (1790-1794), 277 (1793-1794), 259 (1790-1792), 285 (1794-1796), 347 (1790-1795), 457 (1788-1792), 520 (1795-1800), 552 (1797-1799), 609 (1780), 667 (1756-1778), 695 (1752-1757), 696 (1759-1761), 1055 (1784). Instituto Histrico e Geogrfico Brasileiro (ihgb) Conselho Ultramarino, vora (CUE) 5 y 7.
b. Documenos manuscritos
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A
de
Llanos Casanare (Virreinato del Nuevo Reino de Granada). El caso del adelantado Juan Francisco Parales, 1795-18061
lianza y conflicto interracial en los
esumen
El artculo narra y analiza los hechos de violencia intertnica sucedidos en los Llanos de Arauca, Casanare y Meta entre 1795 y 1806, cuando el adelantado Juan Francisco Parales, afrodescendiente de Barinas, Venezuela, intent dos reducciones de indgenas guahibo-chiricoas en los sitios de Las Cachamas y el Zumi, las cuales, al menos en un principio, contaron con el apoyo de los hacendados y los pobladores de la zona, y luego, por el contrario, fueron violentamente atacadas por ellos mismos, lo cual gener permanentes hechos de violencia que derivaron en odio y resentimiento contra los indgenas de la mencionada etnia, y en una odiosa prctica cultural, conocida como la guahibiada, que desde entonces y hasta aos recientes estuvo presente en la regin. Parales no solo logr organizar a los guahibo-chiricoas, sino que a las bandas de indgenas se unieron blancos pobres, mestizos y mulatos que pusieron en aprietos a las autoridades.
bstract
This paper analyzes the interethnic violent events occurred in Los Llanos (Arauca, Casanare and Meta) between 1795 and 1806 when Juan Francisco Parales, the Adelantado, an African-descendant from Barinas, Venezuela, tried two native guahibochiricoa reservations in the places known as Las Cachamas and El Zumi which at the beginning were supported by landowners and common people from the area but then this reservations were attacked by the same ones who had supported them before; permanent violent
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Este artculo es una versin reducida de la tercera parte de la monografa Poblamiento y diversificacin social en los Llanos de Casanare y Meta entre 1767-1830 (1989), presentada como requisito para obtener el ttulo de Magster en Historia Andina, en la Universidad del Valle, Colombia. Los fondos para la investigacin fueron proporcionados por la Fundacin para la Promocin de la Ciencia y la Tecnologa del Banco de la Repblica.
acts emerged. As a result, hate and resentment appeared against the guahibochiricoa people and also a hateful cultural practice known as la guahibiada began. Since then, la guahibiada has been present in the regin.
Key words: Guahibo-chiricoa, violence, interethnic conflict, Los Llanos, New Granada,
Venezuela, 18th. Century, 19th. Century.
El mircoles 3 de enero de 1968 el diario El Tiempo reprodujo un noticia de la agencia France Press, segn la cual el 27 de diciembre de 1967, al atardecer, seis hombres y dos mujeres haban matado a diecisis indgenas guahibos venezolanos de la casta cuiba, en el hato de La Rubiera, de propiedad de Toms Genaro, en la entonces intendencia de Arauca (Colombia) y distante 1.500 m de la frontera colombo-venezolana. El acontecimiento fue notificado a las autoridades del poblado de El Manguito por dos indgenas sobrevivientes. Una vez cometido el brbaro hecho, los victimarios se acostaron a dormir. En la maana del da siguiente se dispusieron a esconder los cadveres de los indgenas, ataron los cuerpos por parejas a las colas de cuatro mulas y se fueron a un claro de sabana, donde hicieron una hoguera. Durante ms de un da los cadveres estuvieron quemndose; al cabo de dicho lapso los restos de las vctimas fueron revueltos con los huesos de vacas muertas, para evitar que se notara que se trataba de cadveres humanos. No obstante, dieciocho das despus los genocidas fueron detenidos por las autoridades colombianas2. Las indagaciones adelantadas por los jueces dieron un corpus de respuestas que sorprendieron a las autoridades, a los medios de comunicacin y a la opinin pblica, pues todos los sindicados, con el mayor desparpajo y escuetamente, respondieron que:
[] matar indios no era malo, ni mucho menos un delito, que era como una chanza y que eso no tena castigo pues eran como animales salvajes, dainos, que mataban a los otros animales, a las reses. Desde pequeos a los llaneros
Augusto Gmez reproduce en su libro Indios, colonos y conflictos Una historia regional de los llanos orientales 1870-1970, en el anexo 1, una serie de testimonios sobre el hecho, extractados del expediente de La Rubiera que reposa en el Juzgado Segundo Superior de Ibagu. Por su parte, el periodista Germn Castro Caycedo, quien actu para la ocasin como reportero de El Tiempo, cubri la noticia, y la cuenta en su libro Colombia Amarga.
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les ensearon a odiarlos pues eran dainos por lo tanto eran frecuentes esos actos, hacerlos era una hazaa que la cometa todo el mundo: la polica, el ejrcito, la marina, los hacendados, etc. (Castro 41-53)
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Se determin, entonces, que las leyes deban ser adaptadas a la ndole de nuestros pueblos, y que la matanza de indgenas en esa regin del pas no era un fenmeno nuevo, reciente, sino que era un problema que haba comenzado en 1492, y se haba mantenido durante toda nuestra vida institucional (Castro 41). Lo que nunca qued claro era que la guahibiada3 era una prctica cultural en los llanos colombo-venezolanos, una diversin propia de ese rudo medio, que tiene sus orgenes en el proceso de colonizacin, y que, de alguna manera, tiene una historia uno de cuyos momentos de mayor tensin sociorracial trataremos de contar a continuacin. En 1767, ante la incapacidad de la Corona y de las comunidades misioneras catlicas por mantener reducidos y controlados a los naturales, reaparecieron los adelantados o pacificadores de indgenas, particulares laicos contratados por las autoridades virreinales para reducir y pacificar a los indgenas indciles, a quienes podan corregir y castigar, para que as se constituyeran en un buen ejemplo para su grey, con lo cual se le dio un mayor nfasis a la conquista social, en detrimento de la catlica. En los Llanos, el grupo que histricamente se mantena indcil era el de los guahibo-chiricoas, a la sazn, el de mayor nmero, y sobre el cual, por su condicin innata, permanentemente nmada, era difcil ejercer un efectivo control y reducirlo a pueblos4 razn por la que, a su vez, se les llam los gitanos de Indias y se los tuvo como a bestias dainas, brbaros y semihumanos. Debido a todo eso, sobre ellos se concentr
3 4
La guahibiada, o cacera de guahibos, es una prctica cultural muy comn en la Orinoquia colombiana, que se ha adelantado desde los primeros tiempos de contacto entre ese grupo indgena y la sociedad colonizadora. Segn el padre Juan de Rivero, el grupo se dispersaba desde los rincones ms retirados del Orinoco, del ro Meta y del Airico, hasta el piedemonte, en la poblacin de San Juan de los Llanos (12).
la labor de los adelantados. El continuo deambular por los extensos llanos los hizo ser los juglares de la sabana, pues adems de intercambiar productos, llevaban y traan noticias de lo que suceda en los diferentes lugares del pie de monte y del llano (Rivero 146). En particular, contaremos la pacificacin emprendida por un afrodescendiente, Juan Francisco Parales, quien logr establecer entre 1795 y 1801 una peligrosa alianza intertnica con los guahiho-chiricoas, en la cual se mezclaron, y chocaron, elementos de la tradicin indgena con los del bandolerismo social, que fueron a contrapelo de un naciente estrato de hacendados, hechos que se suscitaron, precisamente, en la misma zona: en los llamados Llanos de Cuiloto, en el actual departamento de Arauca, donde en diciembre de 1967 se perpetu la matanza de La Rubiera. Juan Francisco Parales era un esclavo. Naci en la Villa de Calabozo en 1761. Su dueo era don Juan Bez; desde nio se dedic a las labores de vaquera. Debido a un altercado con un hermano de su amo, a quien hiri de muerte, huy y se intern en los inmediatos llanos de Cuiloto-Arauca, pertenecientes a la jurisdiccin de Chire, e inici una vida de vagabundo y aventurero. Se convirti en ladrn y en cuatrero, por lo que fue sumariado en Guadualito y Arauca. Desde entonces mostr cualidades de lder, una gran capacidad de comunicacin y don de convencimiento con los indgenas, cuya lengua haba aprendido y cuyas costumbres conoca; los aborgenes acabaron volvindose sus cmplices en delitos contra la propiedad ajena (AGN, JC 97, ff. 461 r. y f. 472 v. y 181, f. 940 r.). A comienzos de 1796 convivi definitivamente con los guahibo-chiricoas, estableci una slida alianza intertnica basada tanto en la confianza como en ciertos actos de rebelda e intrepidez, como cuando estando:
Lorenzo Maher de mayordomo de la hacienda de don Joseph Marn se le advoc el Parales, considerable nmero de indios al hato, y que el Maher, puesto en defensa con sus peones, aprendieron al Parales y llendose a llevrselo al amo, se le huyo en el transito, y se introdujo de nuevo con los indios. (AGN, CI 29, f. 296 r.)5
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En 1797 el caudillo adelant gestiones tendientes a reducir a pueblo a sus aliados, a quienes convenci para que formaran un poblado del que l sera su pacificador. Se present, pues, con un nmero importante de indgenas, en la ciudad de Pore, ante el gobernador Feliciano Otero. Busc apoyo en algunos hacendados de Arauca. Uno de ellos, don Felipe Carvajal, por entonces dueo de la hacienda de Caribabare, le facilit caballos [] reses y aves y no solo esto sino pita y plomo para atarrayas, para que de algn modo se dedicaran a la pesca. Persuadi, adems, a muchos vecinos para que le colaboraran, y cada uno de ellos le dio lo que pudo, pensando que conseguiran que los guahibos no hurtaran. Todo ello, bajo el visto bueno del gobernador, quien le concedi la respectiva licencia, lo nombr capitn y adelantado y le asign un sueldo de entre doce y quince pesos anuales para su mantenimiento (AGN, CI 29, f. 455 r., 458 v. y 460 v.). Durante ao y medio, entre 1797 y 1799, logr que se le unieran trecientos indgenas, quienes, en su mayora, haban estado reducidos en el pueblo de Cravo Norte encargado, a su vez, a los agustinos descalzos, y a quienes el adelantado recogi y convenci para que construyeran casas y ramada para una iglesia en el cao de las Cachamas, a orillas del ro Casanare, cerca donde este se junta con el ro Tame, en lmites con la hacienda de Caribabare6. El estilo que imprimi Parales a esa reduccin fue poco ortodoxo, pues las construcciones no eran estables y los indgenas [] siempre andan dispersos en partidas y Parales anda todos los das con diversos de ellos [] daan los guahibos reses todos los das, no slo en un sitio o hato, sino en diversos, [] en el hato de San Joaqun, San Nicols y Santa Rita, todos en Caribabare y aquel da, lo menos que deboran son tres reses. Por otra parte, debido a una imprudencia cometida por un agregado de la mencionada hacienda, los indgenas acabaron el poblado (AGN, JC 97, ff. 454r., 457 r., 460 r. y 466 v.). En efecto, segn el relato del gobernador don Remigio Mara Bobadilla y Certejon, Parales haba enviado
6
En la actualidad el mencionado cao se denomina Guajibo, y en l se encuentra la poblacin de Puerto Gaitn, en los lmites entre los departamentos de Arauca y Casanare.
[] tres de sus indios a la hacienda de Caribabare o inmediaciones a buscar casabe, les encontr un [] pen de ella, y sin ms fundamento que el de su barbarie, les dispar un fusilazo que por fortuna a ninguno dio, pero habindolos perseguido en compaa de otros, y vuelto a cargar reiter su atentado matando a uno de dichos gentiles [] quienes tan justamente resentidos volvieron a retirarse, y no inspirar sino su natural engendrada venganza. (AGN, CI 29, f. 655 r.)
Para ese momento los continuos robos de ganado haban exacerbado el nimo de los hacendados, los colonos y los peones de la regin. A partir del atentado los guahibo-chiricoas incrementaron sus hurtos, y arrasaron, con sevicia, las sementeras, hasta dejarlas inservibles; pero, adems:
[] hacen muertes ignominiosas as de blancos como de los indios conquistados robndose las cosas y llevndose cuanto encuentran dejando los habitantes hasta sin el sustento. Que es cierto que a los indios Achaguas, tributarios antiguos del Puerto de San Salvador los han robado en estos das, y aun en todo tiempo. (AGN, JC 97, ff. 457 r.-458 r.).
Los asesinatos por parte de los guahibos eran una modalidad nueva del conflicto. Era pblico y notorio que haban ejecutado nmero crecido de muertes, as de blancos, como de los que han hecho con los dems indios de los pueblos conquistados. Pero lo que ms preocupaba a los hacendados, los vecinos y las autoridades era que haban llegado, en la noche del 12 de junio de 1797, a la ciudad de Chire (AGN, JC 97, ff. 455 r.- 455 v., 458 r.-v. y 459 v.). La situacin era insostenible. Exista un clima de miedo y terror entre los distintos estamentos sociales de la sociedad llanera, lo cual perjudic en mayor grado al pequeo propietario, al mestizo o blanco pobre7, que luego de la expulsin de los jesuitas, cuando se abri la frontera de colonizacin de los Llanos, y sobre todo despus de la rebelin de los comuneros de 1781 y de la represin de ella derivada, haba emigrado a los Llanos en busca de nuevas perspectivas y de una anhelada tranquilidad; con mucho esfuerzo, ese mismo mestizo o blanco pobre haba logrado
7
Ms o menos a menudo, en los documentos coloniales se los tacha de miserables, epteto con el que tambin se llamaba a los indolentes y a los faltos de espritu.
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sembrar un maizal, poseer un nmero pequeo de reses, etc., con el fin de obtener un mediano beneficio econmico. Pero ante el estado de las cosas, se vio obligado a abandonar, o, peor an, a vender a prdida, lo que haba alcanzado, no sin antes hacer algunos intentos por mantenerse. Esto fue subrayado por don Juan Francisco Larrarte:
[] cinco o seis vecinos arraigados en el sitio de Yaguarapo, no pudiendo resistir los hurtos y perjuicios de los guahibos tanto en sus sementeras como en los ganados, en la actualidad andan buscando a donde irse, abandonando sus casas y labores. Uno de ellos que es Anselmo Lpez estuvo aqu no hace cuatro das, a captarme la venia para venirse a vivir cerca de mi hacienda, con cuyo motivo me refiri que en las semanas anteriores le haban flechado a su cuado, don Ignacio Yances, una manada de cerdos que tena de cra en dicho sitio de Yaguarapo. (AGN, JC 97, f. 468 r.)
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De este modo el sitio de Las Cachamas fue abandonado y el odio interracial creci, pues
[] en el presente ao [1799] al mismo tiempo que los guahibos estaban causando tan graves y continuos daos, no falto quien, que usa piedad mal entendida, diese a muchos de ellos acogida en el Puerto de San Salvador de Casanare, pero no respetando ellos en sus hurtos ni aun las cortas sementeras de los poblados, a quienes se trataba de agregarlos sino que antes bien desde all hacan incursiones a otras labranzas de la vecindad, me v precisado [Francisco Larrarte] a mandar salir del Puerto a los guahibos y con ellos a su caudillo Parales, que no haca ms que autorizar o que lo menos disimular sus maldades. (AGN, JC 97, f. 467 v.)
Pese a la mala fama que tena y al supuesto fracaso de su reduccin, Parales no cej en su empeo. El 21 de junio de 1799 volvi a solicitar licencia ante el recin nombrado gobernador Bobadilla, para refundar el sitio de Las Cachamas. Subray en su peticin que el nmero de indgenas, entre hombres y mujeres, alcanzaba casi los quinientos, repartidos en cuadrillas, y que su poblacin aumentara en un futuro mediato, contando con algunos recursos econmicos y humanos; especialmente, una escolta de seis a ocho hombres, pues se haba convencido de que no bastaba con su discurso y sus acciones temerarias para captar la atencin permanente de los guahibo-chiricoas. La escolta sera destinada a perseguir a los fugitivos,
conseguir la poblacin de otros, y promover una colonizacin con los vecinos, destinada al cultivo del cacao, el caf, el algodn y la caa de azcar, y la cra de ganados mayores (AGN, JC 97, ff. 473 r. y 457 r. al 458 r.). Las citadas son caractersticas distintas de las establecidas por las autoridades, pero realistas si tienen en cuenta las particularidades de esta etnia, a la cual era muy difcil reducir a pueblo, y ms an, acabar de la noche a la maana con su pillaje. As lo dej sentado Parales en un interrogatorio que en 1798 le hizo el alcalde de la Santa Hermandad de la ciudad de Chire:
[] el no tena la culpa que los guahibo hurtaran, que con lo que le daba don Juan Felipe Carvajal no le alcanzaba ni aun para la mitad de su gente. Que con doce pesos anuales que le daba su amo y gobernador, que apenas alcanzaban para l, y que as era justo que sus indios hurtaran ganados de las haciendas, para poderse mantener, supuesto que no le daban con que mantenerlos y lo suficiente. Y as, que l no se meta a decir a los indios que no hurtaran. (AGN, JC 97, f. 475 r.)
La peticin fue impugnada por Carvajal ante el alcalde ordinario de Chire, y dio lugar a una investigacin judicial que fue llevada a cabo por el alcalde de la Santa Hermandad de Casanare. La principal objecin radic en los mtodos utilizados por Parales, y en que para el momento de la nueva peticin los indgenas no estaban de asiento en el sitio y continuaban repartidos en partidas, por lo cual se consideraba como inviable el nuevo intento. Se insisti en que el adelantado no era el individuo idneo para brindar un buen ejemplo a los indgenas. Se resalt que a partir del robo de ganado, el cual superaba en mucho las necesidades alimentarias de los indgenas establecidos en el sitio de Las Cachamas, Parales haba montado un lucrativo negocio, consistente en vender cueros de res, apenas curtidos, o en forma de petacas, en la Guayana. Respecto a lo de su mal ejemplo, Parales fue interrogado:
[] si por este mismo amor y la sumisin que le prestan, corrige los defectos ms graves de los indios castigando a los malhechores, o al contrario: Su influjo es de tan poca autoridad que no se atreve a reprimirlos en los mayores excesos y si esto fuera as, diga por qu. (AGN, JC 97, f. 470 r.)
Su respuesta fue:
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Que con afecto el declarante corrige en el modo posible con razones y suaves amonestaciones los defectos de sus indios, particularmente los que tocan a hurtos, porque slo tres de ellos ha llegado a castigarlos por el temor de que se le dispersen porque viendo slo que l ha estado entre ellos no lo toman entre otros y aun exponer su vida, bien convencido de la facilidad que tienen en su modo de pensar y obrar. (AGN, JC 97, f. 472 r.)
El exceso en la matanza de vacunos y el destino de los cueros fueron hechos comprobados ocularmente por testigos que visitaron el sitio de habitacin de Parales, en las Cachamas, donde encontraron:
[] un nmero crecido de cueros de ganado vacuno, habiendo tenido algunos empleados en una cantidad de petacas nuevas [] en algunos de dichos cueros conocieron el fierro de don Juan Felipe Carvajal, y all haba despojos y seas que indicaban continua matanza de ganados. (AGN, JC 97, f. 457 r.)
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Rivaldo Pineda, vecino de Tame, declar que el encargado de vender los cueros y las petacas en la Guayana era un aliado de Parales, de nombre Pablo Bolcan. La investigacin sobre tal actividad, sin embargo, nunca se llev a cabo (AGN, JC 97, f. 459 r.). Se logr comprobar que las bandas de guahibos no solo hurtaban y mataban ganado vacuno de la hacienda de Caribabare, as como en otras propiedades ubicadas en ambas riberas del ro Casanare: tambin lo hacan en los hatos de cofrada de Tame y en San Salvador del Puerto. Se estableci que cogan indiscriminadamente ganado marcado y cimarrn; este ltimo, sin marca y cuyo hurto y sacrificio a nadie perjudicaba. Era indudable que Parales ejerca un enorme liderazgo sobre los guahibo-chiricoas, sin olvidar que dentro de la cosmovisin de esa etnia era corriente tomar lo que necesitaba, o lo que le gustaba, pues no tena una idea establecida sobre la pertenencia (R. Morey). Hasta antes de que Parales entrase en relacin con los guahibo-chiricoas, el robo de ganado era para ellos una actividad casi desconocida. La practicaban muy espordicamente, cuando el hambre los apremiaba. Pero a partir de la relacin con el adelantado se haba convertido en habitual y cotidiana. As lo dej sentado Larrarte el 23 de julio de 1799:
Entre la nacin guahiba es desconocida la agricultura, an aquella que todo hombre parece le obliga a mantenerse [ellos sustituan] esa ocupacin con la de montera, caza y pesca, pero no hace mucho tiempo (por lo menos catorce aos que yo los lidio de cerca) que los guahibo han hecho mucho ms fcil y lucrosa esta solicitud contingente, hechando mano ya de los ganados vacunos, y ya de las sementeras, de que abundan las cercanas de Casanare inmediatas a la loma, de modo que en particular de seis meses ac, no hay da que no se oiga que los guahibo han arrasado una labranza, muerto ganado y llevado caballos. (AGN, JC 97, f. 465 v.)
En general, los hacendados se mostraron en calidad de vctimas y exageraron las cosas. Fue as como el mencionado Pineda acot:
[] por lo que esta experimentado, que si se permite que los guahibos continen en el robo, como se esta viendo, en breve tiempo acabaran con las haciendas, por la razn de que lo menos que los guahibos comen de ganados diariamente pasan de veinte y ms: que le parece que con el patrocinio de Parales han de ser los daos ms considerables. (AGN, JC 97, f. 459 v.)
Varios testigos afirmaron que al ser preguntados los guahibos sobre el porqu de esos robos decan: Parales mandando robar para ellos y para el, diciendo que Parales dice que esta hacienda es del rey y de los guahibo y Parales8 (AGN, JC 97, f. 457 r.). Ahora bien, para que los hurtos tuvieran algn tipo de xito, y sobre todo para aumentar el nmero de reses robadas, Parales les ense a los guahibo-chiricoas
[] a robar ganados y bestias y a enlazar, as como a jinetear en bestias serreras, lo que antes de estar con este malvado ignoraban, y se presume que este ha sido el autor [] Es notorio que aunque dichos indios a vista ahora [1799] dos aos no hurtaban ganado a caballo, si al presente hay entre ellos muchos diestros jinetes que montando a pelo alcanzan a una de caballo, y enlazan ganados serreros a toda sabana. (AGN, JC 97, f. 454 v.)
Prcticas de vaquera que constituyeron un transcendental cambio cultural, que los puso en condiciones de igualdad ante los otros grupos
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Maysculas nuestras.
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raciales que habitaban los Llanos, y les infundi nimos para perderle el miedo al blanco y actuar con mayor desenvoltura, pues antes del perodo 1794-1795, cuando Parales comenz a cohabitar con ellos,
[] no cometan los excesos dichos pues tan solo se experimentaba cogiesen una tal res para comer, y esto se remediaba con que el administrador de la Hacienda de Caribabare, don Francisco Quiones, asociado de algunos vecinos sala cada ao por el verano, y los retiraba asignndoles algunos tiros al aire, con lo que quedaba remediado el corto dao, y si en el da se experimenta lo contrario con el auxilio del malvado de Parales pues cuando se ha intentado alguna correra lejos de ausentarse los indios han resistido y han corrido a los que les siguen. (AGN, CI 57, f. 290 v.)
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Este cambio de actitud en los guahibo-chiricoas fue confirmado por varios testigos. Fue un aprendizaje que les requiri (si era cierto que el adelantado haba sido su instructor, lo cual era probable, pues su condicin inicial fue la de vaquero) mucho tiempo para ejercitarse y perfeccionarse en l. Nos inclinamos por la idea de que Parales los afin ensendoles nuevos trucos y tcnicas propias de su experticia, pues, como l mismo lo declar, en julio de 1799:
[] desde mucho antes que el declarante tomara esta empresa [la de la reduccin] los indios estaban enseados a matar la hambre hurtando ganados y frutos de las sementeras y tambin caballos para enlazar reses [] que la instruccin y habilidad que se les supone la tenan para entonces [1797], pues es constante que ellos con mucho antes hurtaban caballos de los hatos de Caribabare como de las haciendas inmediatas que no los dedicaban sino es para enlazar ganados y que el declarante no sabe donde o de quien aprendieron semejante operacin. (AGN, CI 57, f. 473 r.)
La incorporacin de la vaquera signific para los nativos, por un lado, quitarse el miedo por los caballos, que desde la Conquista haban sido utilizados por los espaoles como medio de coercin, y generado entre los indgenas, adems de temor, resentimiento; por otro, aprender a cogerlos y domarlos, montarlos a pelo, y, adems, hacerse diestros en enlazar ganado vacuno. El caballo no tena para ellos ninguna significacin cultural: era un medio que les facilitaba su accin, y en eso, probablemente, intervino Parales; los aborgenes no tenan ningn tipo de
apego por los corceles, lo cual era lgico si se considera su nomadismo, pues, como lo declararon varios testigos:
[] es muy notorio que cuantos caballos, mulas o yeguas que los gentiles se llevan hurtadas de cuantas partes pueden, se sirven de ellas con el continuo trabajo hasta que las rinden, que entonces estos malvados, ya que ven que no les sirven, las flechan, o los descuartizan, o para que fenezcan de una muerte prolongada los cogen con bozales dobles, los amarran del ocico y los atan a los rboles sin que alcancen con la cabeza el suelo y las dejan morir as para que no puedan volver a servir a sus dueos en caso de restituirse sus comederos, y a otro graves perjuicios que les hacen hasta que mueren. Que es cierto que estos hechos son tan frecuentes ahora, tanto en la hacienda de Caribabare, como en las dems haciendas y vecinos, ms ahora que en ningn otro tiempo. (AGN, CI 57, f. 457 v.)
Para 1799, en Caribabare se haba efectuado un nuevo remate, del que fueron beneficiados don Francisco Larrarte9 y don Domingo Joseph Bentez. Estos, junto con otros hacendados que, simultneamente, fungan como autoridades en las ciudades y los pueblos llaneros, lo objetaron y presionaron, con el argumento del mal ejemplo, para que la segunda peticin fuera rechazada. El adelantado continu insistiendo, pues el lugar nunca haba sido abandonado totalmente. Exista cierta identificacin territorial, y gracias a su braveza haban logrado que las autoridades, los hacendados y los colonos los respetaran, situacin que molestaba e incomodaba a los propietarios de hatos, pues Las Cachamas se constituy en un peligro latente para sus intereses. En 1801 Parales se present nuevamente con veintin indgenas, supuestamente reducidos por l, para solicitar permiso de restablecer el sitio, y, nuevamente, dicho permiso le fue negado. As, a partir del establecimiento en Las Cachamas se desat una incontrolable violencia intertnica, que tuvo como consecuencia la odiosa prctica de cazar guahibos. As lo anunci en agosto de 1799 don Manuel Guarn, apoderado de Carvajal, quien se quej ante los desmanes y atropellos de los guahibos, que tenan como objetivo
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[] perjudicar y arruinar a aquellos hacendados, lo que en efecto conseguirn cumplidamente dentro de muy poco tiempo, si no se les corta el paso, por medio de las correras, que anteriormente he solicitado a nombre del mismo interesado, o de la escolta de tropas con que en los tiempos pasados se contenan estos inicuos procedimientos, y por cuyo auxilio se lograron numerosas doctrinas y reducciones a pueblos de aquellos infelices, que ahora que ha faltado, se han desenfrenado de modo, que no slo reducirn al estado ms infeliz y miserable a aquellos moradores, sino tambin a los que han salido de sus fiadores para la seguridad de las Temporalidades a que pertenece la hacienda de Caribabare de mi parte, y las otras ricas y opulentas que hay en aquella provincia. (AGN, JC 97, f. 476 r.)
El ao anterior Parales haba pronosticado y dado va libre a la guahibiada, cuando en una declaracin a don Jos Mara Amaya dijo:
[] que siempre que les salieran a correr los guahibos, y que los toparan robando ganados, bestias y otras cosas, que ms que los mataran a fuego y sangre, o como pudieran, ellos tenan la culpa y que de eso se alegrara. (AGN, JC 97, f. 475 v.)
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Parales dejo enfriar la situacin. Durante un ao, entre 1799 y 1800, estuvo viviendo en la ciudad de Chire, en la casa del alcalde ordinario, don Agustn Obregn, tiempo que dedic a recobrar la confianza de los indgenas (AGN, JC 181, f. 942 r.). En julio de 1800 Parales solicit permiso para volver a poblar un nuevo sitio: el del Zumi, a orillas del ro Casanare, en inmediaciones de la hacienda de Caribabare. Para sustentar su peticin logr que, por un tiempo, los robos y las muertes cesaran. Demostr que tena reducidos a 278 indgenas, los cuales rpidamente aumentaron a 800; la mayora de ellos, procedentes de la regin del bajo Meta, distante de aqu ocho das, que sin embargo de esto han sido trados y puestos en Zumi (AGN, CI 30, f. 857 v.; 57, f. 290 v.). Esta nueva reduccin signific una nueva protesta de Bentez y Larrarte. Esgrimieron como argumento, con exageracin y queriendo desprestigiar al adelantado, el mal ejemplo que este imparta. En efecto, desde los tiempos del sitio de Las Cachamas, se asever que mantena escandalosas relaciones amorosas con ms de una concubina a la vez, cambiaba de amante a menudo, y lo ms escandaloso era que haba tenido como barraganas a dos hermanas a la vez: primero, a Jesusa y Catharina, y luego, a Rosa y Mara: hermanas y ambas gentiles
disfrutaban y disponan de la carne tanto de la que robaban como de la otra (AGN, JC 181, f. 942 r.). [] no hay duda es pblico este ha sido el pasar y vida del dicho Parales [] Todo lo cual lo realiza escandalosamente a vista de todos los dems gentiles (AGN, CI 57, f. 306 r.). Esas supuestas relaciones escandalosas tenan una lgica, pues con ellas el adelantado pudo consolidar an ms su prestigio y su liderazgo dentro de la comunidad guahibo-chiricoa y estrechar sus vnculos de manera duradera mediante relaciones de parentesco. De hecho, para la cultura guahiba tener ms de una compaera era algo bien visto, pues acostumbraban tener muchas mujeres, an algunos se quitan de estos ruidos, y no teniendo ninguna se dan al vicio nefando, que se ha reconocido verdaderamente en esta Nacin, como deca Juan de Rivero (148). En su impugnacin, los hacendados razonaron que con el nuevo sitio continuaran los asaltos, los hurtos y los asesinatos. Bentez afirm que Zumi quedaba a solo un cuarto de legua (1,05 km) del hato de San Nicols, lo cual fue desmentido por el gobernador Bobadilla, en inspeccin ocular adelantada por l mismo, y quien determin que el pretendido sitio distaba:
[] dos leguas del hato [8,4 km], el punto ms cercano de la susodicha hacienda, en parte enteramente desierta, en terreno muy seco y salido, a la orilla del ro Casanare y con dilatadas vegas para hacer rozas y tiles trabajos. (AGN, CI 29, f. 655 r.)
Bobadilla defendi el proyecto ante el cabildo de la ciudad de Chire: sostuvo que el gobierno espaol no le haba dado a Parales
[] el menor auxilio, para alimentarlos y contenerlos, siendo la consecuencia que ha resultado el que habindose concentrado en Zumi sobre ochocientos indios, se mantengan de carne y pan y anden a caballo a costa de este vecindario que por no oponerse a la idea de la poblacin no hacen otra cosa que su propia destruccin sin atreverse a rechazar por la fuerza a los agresores. (AGN, CI 30, ff. 875 v y 876 r.)
Desde un comienzo el pueblo cont con los servicios del misionero agustino recoleto fray Agustn Lucas de Vargas. En julio de 1801 se expidi la licencia de reduccin.
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Con anterioridad, en enero, propuso el gobernador que para evitar posibles desmanes de los guahibos y de su lder, Parales, haba que formar una escolta provisional de diez hombres, subvencionada por los hacendados y los vecinos, quienes deban dar un nmero de reses al mes para los indgenas reducidos en Zumi (AGN, CI 30, f. 876 v.). Tales proposiciones fueron aceptadas por el ente municipal, y se orden el envo de este personal en mayo de 1801, aunque en la prctica esto nunca ocurri, pues desde enero Bentez haba contratado a dos hombres para que se encargaran de contener a los indgenas dndoles cuatro reses mensuales y herramientas para que trabajen sus sementeras y vistan parte de las indias, lo que se consider suficiente (AGN, CI 57, f. 304 r.). Tras la emisin de las ordenanzas, nadie, excepto Bentez, se preocup por cumplir lo dispuesto. Las cuatro reses que mensualmente daba el hacendado no alcanzaban para mantener a los 278 indgenas iniciales; mucho menos, a los ochocientos que se llegaron a concentrar en Zumi; por tanto, se incrementaron los robos de ganado vacuno. Los dos hombres contratados solo recibieron un auxilio parcial en septiembre, por parte de una escolta designada por el cabildo de Chire. El incumplimiento de los vecinos y los hacendados de Chire motiv el siguiente comentario del misionero agustino recoleto establecido en Zumi, a don Javier Vargas:
Este en la inteligencia y viva en el verdadero conocimiento, que este pueblo, si se ha fundado aqu, no ha sido, por fin y motivo, sino solamente con el particular inters de que los indios no den en tierra con los ganados y bestias, ni se ha fundado por caridad, ni por el amor a nuestra santa fe catlica sino por peculiares intereses: ahora usted anda mesquinando la cortedad de una res perdida con vergenza de limosna, desde hoy pa delante vaya tarxando, y tenga en cuenta de las que se roban los indios, si el nmero de una pedida de limosna, al cabo de las cuentas dice y compete, con las que los indios se roban. (AGN, CI 57, f. 313 v.)
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Con el fin de desestimar los esfuerzos hechos por el adelantado, Bentez compar el papel cumplido por Parales con el de los jesuitas, y afirm:
[] aseguraron los jesuitas su irreduccin [la de los guahibo-chiricoas] y conquista por no haberles bastado a ellos, su espritu fervorosamente apostlico, sus comodidades para franquearles con liberalidad y abundancia cuanto
les pareca bastante para atraerles su respeto al auxilio de escolta que gozaban. Pues si unos hombres que tuvieron tan perspicaces conocimientos y particular don de conquista como lo manifiestan aqu mismo las reducciones que dejaron, como podemos esperar que un Parales, cuya conducta ha sido por escandalosa tan notoria, haga progresos utiles al estado y a la regin. (AGN, CI 57, ff. 301 v. y 302 v.)
Semejante argumento no tena base en la realidad, pues en tiempos de los jesuitas los territorios llaneros estaban prcticamente vedados para hacendados y colonos. Sus extensas haciendas (Caribabare, Cravo y Tocara, en el Casanare y Arauca; y Apiay, en el Meta) y sus hatos de comunidad de los pueblos de San Salvador del Puerto de Casanare, Betoyes, San Javier de Macaguane, Tame, Pilar del Patute, Pauto, en Casanare y Arauca; Surimena, Macuco, Casimena y Jiramena, en el Meta, eran controlados y administrados por ellos, y con tales posesiones lograron un efectivo control geopoltico. La situacin cambi radicalmente a partir de 1767, pues los Llanos se convirtieron en una regin de inversin y colonizacin sin mayor control, lo que implic la agudizacin de los conflictos; especialmente, los de carcter intertnico. No sobra agregar que el esfuerzo de Parales, independientemente de lo que hicieran los indgenas y que s preocupaba a los hacendados, era realmente importante: para 1801 existan 31 pueblos de misin. Tres de ellos (Macuco, con 1.800 indgenas; Surimena, con 2.068; y Casimena, con 1.032), antiguos pueblos de misin de los ignacianos y con ms de sesenta aos de funcionamiento, contaban con recursos propios y estaban poblados por etnias horticultoras, inclinadas a dejarse reducir, culturalmente diferentes de los guahibos. Tales pueblos estaban ubicados en el curso medio del ro Meta y contaban con una poblacin mayor a la lograda por Parales. Estaban a cargo de los agustinos recoletos, quienes eran auxiliados, a su vez, con un estipendio anual de entre 150 y 200 pesos anuales por cada sacerdote, y contaban con una escolta (Rausch). Sostuvo Bentez que uno de los dos hombres por l contratados, don Rafael Snchez, s estaba cumpliendo labores misionales propias de un adelantado: reducir a los indgenas y ensearles la doctrina cristiana, accin
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que trataba de completar Snchez con la de recuperar el ganado y las bestias que los indgenas hurtaban, para lo cual se internaba en las montaas, donde ellos tenan su reducto y escondite ms importante. En septiembre de 1801 Parales tuvo que explicar ante las autoridades una desercin notoria de indgenas del sitio del Zumi, motivada por la impudencia de:
Nicols Gualdrn, uno de los soldados que a expensas de este vecindario [la ciudad de Santa Rosa de Chire] estuvieron en Zumi por el pueblo llamndolos a la doctrina, un Capitn Mayor, llamado Xavier, le asest una flecha de la que estuvo a punto de perder la vida, el indio Capitn y otro similar suyo llamado Rojas se retiraron por el ro Casanare abajo con sus gentes y no volvieron ms a Zumi. (AGN, JC 174, ff. 283 v. y 284 r.)
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Ahora bien, el sitio del Zumi, a diferencia del de Las Cachamas, mostr un hecho bien significativo: los guahibo-chiricoas haban establecido, a instancias del adelantado Parales, una alianza intertnica con otros sectores de la creciente poblacin llanera:
[] ayudados los guahibo-chiricoa de otros bandidos delincuentes, fugitivos y libertinos que perseguidos de la justicia han buscado por asilo de sus delitos la junta de tales indios. (AGN, CI 57, f. 300 r.)
La alianza tom la magnitud de una verdadera rebelin y agudiz los problemas socio-raciales. Fue as como Camilo Escobar, residente de Chire, declar que:
[] hoy no slo se resisten, sino que antes bien hacen huir a los que van a retirar aunque vaya considerable nmero de gentes, [son muchas] las muertes que sin perdida de tiempo ejecutan en los vecinos, y an queman las casas de algunos hatos como no ha mucho se ha experimentado. (AGN, CI 57, f. 292 r.)
Uno de los hatos ms perjudicados fue el de San Nicols, de propiedad de Bentez, donde incendiaron las casas y asesinaron a ocho personas
(AGN, CI 57, f. 318 v.). La cercana de este fundo con Zumi lo haca altamente vulnerable, por lo cual un subalterno de Bentez, don Miguel Vargas, le recomend, en agosto de 1801, cuando la situacin era altamente riesgosa, que si usted no trata de abandonarlo y construir otro en paraje ms abierto y distante no habr quien quiera servirle (AGN, CI 57, f. 316 r.). Los pueblos de indios tambin fueron objeto de asiduos ataques. Manare y Pauto fueron saqueados varias veces solo en 1801. Sin embargo, las relaciones comerciales continuaron. La influencia de los nuevos aliados de los guahibos fue considerada como perniciosa, pues el nmero y la frecuencia de robos de reses aumentaron: incluso, superaron las de los tiempos del sitio de las Cachamas; los ataques eran premeditados y precedidos de actos de necrofilia, toda vez que vigilaban,
[] con tenaz constancia los corrijos, o estancias de campo hasta lograr acometer a sus dueos y asesinarlos a medida de su crueldad, sin dispensar la vida a los nios tiernos y cometiendo detestables crmenes con cadveres de las mujeres que matan, como se ha reconocido por diversas vergonzosas seales y posituras en que las dejan. (AGN, CI 57, f. 300 v.)
Pero no solo los indgenas haban adquirido nuevas costumbres: los delincuentes y aventureros tambin las haban adquirido, pues muchos de ellos se haban cambiado de nombre por uno indgena, con el fin de hacerse pasar por nativos. Dicha mimetizacin fue comentada por Bentez:
[] que sensible no le sera a un corazn recto y po, ver a tales bandidos, numerosos facinerosos con nombres de gentiles, robar diariamente los ganados de estos contornos, y vecinos sin arbitrio de defensa. (AGN, CI 57, f. 300 v.)
El conflicto super el mbito regional de los Llanos: varios vecinos de Chire levantaron representaciones ante el tribunal de Santaf de Bogot, en las que denunciaron las hostilidades y muertes hechas por los indios gentiles chiricoas (AGN, JC 174, f. 288 r.). En especial, se solicit aclarar los hechos del abandono y la quema del sitio del Zumi, como tambin la participacin de Parales y otros actores no indgenas en los sucesos, por cuanto exista cierta sospecha acerca de que tales actos haban sido motivados por los hacendados. Se subray que una vez se produjo el incendio, los indgenas y sus aliados haban cometido una serie de delitos que, ms bien,
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parecan una retaliacin: el 15 de noviembre le quemaron a Larrarte el hato de Palo Blanco, se robaron once sillas aperadas y le hurtaron a Manuel Faquias10 doscientos pesos en dinero y su ropa. En esa ocasin asesinaron a once trabajadores y quedaron mal heridos cinco ms (AGN, JC 181, ff. 322 r. y 324 r.). Continuaron actuando en bandas, de entre treinta y cien miembros, a veces acompaados por Parales, lo cual justific el adelantado aduciendo que tras el incendio del Zumi l haba ido con ellos por ver si los sujetaba en alguna parte (AGN, JC 174, f. 286 r.). Con sus acciones cubrieron una porcin importante de la amplia geografa llanera: quemaron casas, corrales y sementeras de diferentes hatos y haciendas; robaron ganado vacuno y caballar en zonas urbanas y rurales; y se enfrentaron a blancos e indgenas, a quienes ocasionaron varias muertes. Actos, todos ellos, que se sucedieron en inmediaciones a Zumi, pero tambin a distancias de hasta ocho das de all (AGN, CI 30, f. 876 r.; JC 174, f. 286 r. y 181, f. 934 r.). En aquel tiempo las ciudades llaneras se hallaban desprotegidas, situacin que favoreci las repetidas y osadas incursiones de los guahibos. En Chire, por ejemplo, haban
[] tenido el valor y atrevimiento de entrar en esta ciudad hasta una cuadra de distancia de la plaza y se han robado algunas bestias ejecutndolo en sus arrabales repetidas veces y que por este hecho y los otros que cada da se experimentan en estos, se teme que por consiguiente peguen fuego a esta ciudad y a la de Pore y acaben ltimamente con la provincia. (AGN, CI 57, f. 324 v.)
Con el fin de prevenir algn tipo de ataque, los pueblos y las ciudades tomaron medidas preventivas, consistentes, por ejemplo, en poner guardias de noche; pero dado el nmero de bandas que transitaban por el espacio llanero y el arrojo y osada con que enfrentaban a los blancos,
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Segn se pudo comprobar, Faquias, originario de Barinas (Venezuela) y empleado de Larrarte, haba sido el encargado de adelantar el negocio entre Parales y los dos hacendados. Fue l quien entreg al capitn las piezas de lienzo, las hachas y machetes. Un da despus de dicha entrega se produjo el incendio en el sitio del Zumi, y, segn parece, no le pag a Parales los cien pesos pactados. Aunque era una figura clave dentro del proceso, nunca se logr su declaracin, pues huy de la regin y se estableci en Barinas.
dichas guardias resultaron ser tan solo un ligero obstculo en el camino de los asaltantes (AGN, CI 57, ff. 324 r. y 357 r.). Los colonos y los hacendados (principalmente, estos ltimos) solicitaron proteccin al Estado espaol, por considerar que este deba garantizar su seguridad, y argumentaron que, ante el fracaso de la Corona por civilizar a los guahibos, su peticin era ms que justa:
Que importa su excelentsimo a la Corona ni al vasallo el que 800 chiricoas tengan circunvaladas las dos ciudades y sus contornos, ni en tanto tiempo que ha promediado desde que los sacaron de sus cavernas hasta ahora, no se ha puesto en planta, ninguno de los fines de su expatriacin qu indio se ha convertido? cul se ha bautizado? No pidiera tanto, si se manifestara siquiera un nefito. Acaso se les ha dado la vergenza de la desnudez, que la luz natural inspira? Qu poblacin se ha formado?... no es mejor que vayan a vivir con las fieras en los montes, los que como fieras viven entre los hombres?... Tocando a la superioridad autoridad de V.E. socorrer aquello lugares con el exterminio de los barbaros, antes que se vea la entera desolacin de ellos, a V.E. suplic [Cndido Nicols Girn, apoderado de Bentez] se digne mandar su retiro a partes distantes, donde se puedan ejecutar sus estragos, para que las poblaciones gozen de la paz y seguridad que es de justicia [] el rey tiene mandado que indios de semejante conducta sean perseguidos, castigados y alejados, y aca se nos prohbe usar de nuestra natural defensa. (AGN, CI 30, f. 876 v. y 57, f. 330 v.)
El anuncio de tomar medidas defensivas por parte de los hacendados no se hizo esperar. Fue as como Bentez orden a don Fermn Orduz, alcalde de la Santa Hermandad de Chire, que trasladara las casas del hato de San Nicols al lugar donde estaba el pueblo del Zumi, y asumiera su defensa sin importar el medio:
[] que indio que llegara a haber por aquellas inmediaciones no lo dejaran ir con vida, para lo cual mand pertrechos de armas, plvora y balas para que acabaran con los indios y que [Orduz] ms que nunca tuvo que ocuparse de otra cosa que en rondar las sabanas y los montes persiguiendo los indios. (AGN, JC 174, ff. 318 v. y 319 v.)
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Poblador el que en realidad los esta empeorando y hecho vaquianos de donde ellos no saban. (AGN, CI 29, f. 650 r.)
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Los pueblos y las ciudades llaneras se encontraron en un permanente estado de amedrentamiento, miedo y terror. Los nimos se hallaban exacerbados y los hacendados tomaron una posicin de abierto desafo. La vinculacin de blancos pobres y mestizos a las bandas de guahibo-chiricoas empeor la situacin. Todo ello agudiz los odios y los resentimientos intertnicos. Se le orden al gobernador Bobadilla que llevara a cabo una investigacin sobre el origen y culpados de tales excesos, procediendo conforme a derecho contra los vecinos blancos e indios reducidos, que resultan autores y cmplices (AGN, CI 57, f. 325 r.). La pesquisa y el respectivo proceso, de ms de cuatro aos11, dio como resultado que, segn declaracin rendida el 16 de diciembre de 1802, por don Agustn Obregn:
[] don Domingo Bentez y don Francisco Larrarte ofrecieron doscientos pesos al negro Juan Francisco Parales, pacificador de los indios del pueblo de Zumi, por tal que lo quemase segn expuso bajo juramento ante dicho alcalde [don Javier Cano, alcalde del partido de Barronegro] el expresado negro. Que a cuenta de dichos doscientos pesos le haban dado dos libras de plvora, cuatro de plomo y dos piezas de lienzo pardo, justamente con algunas cargas de cazabe y algunos toros, que el declarante no sabe a punto fixo cuantos. (AGN, CI 57, f. 289 r.)
En efecto, Parales dej establecido, en declaraciones rendidas durante el segundo semestre de 1801, que se haba decidido a emprender el incendio, pues
[] el estaba muy necesitado [] y que por no haberle completado los doscientos pesos ofrecidos por tal quema, se iba a quejar al excelentsimo seor Virrey; aadiendo que el empeo de los susodichos [Bentez y Larrarte] era el que se trasladasen al pueblo de Cravo; que con el motivo de dicha quema son diarias las desgracias que ocasionan los gentiles de aquel pueblo. (AGN, JC 174, f. 289 v.)
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El gobernador Bobadilla recogi los testimonios y las pruebas de los hechos entre junio de 1802 y el 2 de julio de 1803. El voluminoso expediente fue enviado a Santaf de Bogot, a don Jos Ignacio de San Miguel, miembro del tribunal de la capital virreinal.
En la otra declaracin, rendida ante Javier Hermegelindo Cano, ratific lo contado a Obregn, y agreg otros detalles: la transaccin se pact en 250 pesos, y los indgenas deban ser sacados del Zumi y llevados al ro Meta. Adems, present la libranza que le haba dado Bentez para que el mayordomo, don Javier de Vargas,
[] le entregara dos piezas de lienzo, dos libras de plvora y unos machetes y otras cosas, completo de los cincuenta que haba de pico en lo tratado, y que l recibi lo referido de mano de dicho Vargas y que todava le deben los doscientos. (AGN, JC 174, f. 291 r.)
La investigacin continu, y unos meses despus, el 2 de julio de 1803, se pudo establecer que:
Parales resista la salida sino le daban adems de lo mencionado un arma de fuego y que Xavier Vargas le dio un fusil del Rey que estaba a cargo de Domingo Rojas, quien hacindole cargo a dicho Vargas que porque haba dado aquel fusil, le respondi que no se le diera nada, que l le dara con qu pagarlo, que no haba que detener la salida de los indios por la falta de arma de fuego. (AGN, JC 174, ff. 318 v. y 319 r.)
Todo lo citado lo constat, mediante interrogatorios a testigos, el oficioso gobernador, y pudo establecer que la participacin de los dos hacendados era pblica y notoria para los vecinos de la ciudad de Chire y sus alrededores, culpabilidad que ellos poco y nada se preocuparon por tapar, pues
[] el asunto era muy sabido pues haba sido promovido por los expresados Larrarte y Bentez, como que en una ocasin hallndose el tal cura [don Juan Eligio Algecira] en compaa de un religioso candelario, su apelativo Paramo, el doctor don Francisco Javier Garca, y un escribiente de este, cuyo nombre no supo decirle cual era, llegaron los dos [Bentez y Larrarte] y hablando sobre los daos que reciban de tales indios llegaron a decir que aunque les costase los haban de sacar de all; que en este acto les improb el citado Dr. Garca sus pensamientos dicindoles que se dejaran de eso de una vez que haban nmero de indios muy considerable ya reducidos; que posteriormente se retiraron y se fueron a su casa. (AGN, JC 174, f. 298 r.)
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Bentez me deca que qu medio tomaramos para salir de los indios, y que si sera bueno quemarles el pueblo [] Pero como no pudo conseguir de m lo que intentaba por haberle yo suplicado que no me mezclara en este asunto me orden fuera y mandara a don Xavier Vargas para que trajera al negro Parales al hato de San Joaqun en donde se encontraba Bentez aguardndolos. (AGN, JC 174, ff. 318 r. y 319 r.)
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El incendio del Zumi, que fue un acto premeditado, bien pudo haberse evitado, pues insistentemente se recomend trasladar pacficamente, aunque custodiados por una escolta, a los indgenas reducidos, al antiguo sitio de Las Cachamas o al realengo de Cuiloto, en el ro Meta, por cuanto ambos lugares estaban suficientemente alejados de los antiguos hatos de Caribabare y ofrecan buenas posibilidades para su poblacin. Bastaba entregarles un nmero considerable de ganados. De hecho, Bentez lleg a ofrecer ochenta novillos y veinte toros, pero los guahibo-chiricoas no estuvieron de acuerdo y se resistieron, pese a que su lder, Parales, se lo haba propuesto. Ante esta negativa, los hacendados decidieron actuar por su propia cuenta: abandonaron a su suerte a fray Lucas de Vargas, quien llevaba seis meses como cura del pueblo de Zumi, un mes y medio antes del incendio retiraron la escolta provisional puesta por la ciudadana de Chire, y convencieron, mediante presin, a Parales para que cometiera el delito, y luego le incumplieron lo pactado con l. El expediente fue recibido por el doctor don Jos Ignacio San Miguel en agosto de 1803, pero como adems de miembro del tribunal este se desempeaba como alcalde ordinario de la capital, no adelant, por falta de tiempo, ninguna diligencia pertinente. Bobadilla urgi al funcionario en noviembre de 1804, y el expediente pas al doctor Manzanilla, fiscal de su majestad, quien finalmente, el 24 de abril de 1806, conceptu que el incendio haba suscitado una situacin de permanente violencia, en la que:
[] se ha experimentado las repetidas matanzas, incendios y exterminios de las haciendas, estando expuestas las vidas e intereses de sus habitadores al odio y venganza de semejante especie de hombres que siendo barbaros, sin la contencin del castigo y no hallando lugar, ni medio oportuno para la subsistencia se han dedicado como salteadores a buscarla por los detestables de la crueldad y violentos robos. (AGN, JC 174, f. 326.)
Se comprob la participacin de Larrarte y Bentez, y se decret el embargo de [sus] bienes y que se les siguiera causa criminal (AGN, JC 174, f. 326 v. y 327 v.). A principios de 1804, y previendo quizs el fallo, el apoderado de Bentez, don Cndido Nicols Girn, haba emprendido la defensa del hacendado enfatizando la inclinacin y la condescendencia de Bentez por la reduccin de los guahibo-chiricoas, como la antigua costumbre de ese grupo de quemar y destruir los sitios donde se los trataba de reducir. Culp de los sucesos del Zumi al gobernador Bobadilla, a quien acus de ser enemigo de su apoderado, y de que
[] semejantes desordenes provienen del abandono e indiferencia con que el repetido Gobernador se ha conducido en su contencin y escarmiento, negndole a la escolta o soldados los auxilios de armas, plvora y municin, con los dems pertrechos que se le han mandado franquear por esta superioridad, a pesar de ser diarias las mortandades y destrosos que nicamente en su tiempo se han dado. (AGN, JC 174, f. 366 r.)
REA DE ACCIN DE JUAN FRANCISCO PAREDES ESCALA: 1: 200.000 FUENTE: PLANCHA PLANO FSICO Y POLTICO DE LA INTENDENCIA DEL CASANARE
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El expediente fue revisado por el doctor don Manuel Paz, fiscal de su majestad, quien el 21 de enero de 1807 decret que se deban investigar las actuaciones del gobernador Bobadilla, pero tambin se deban continuar las acciones penales contra los sindicados Bentez y Larrarte. La rebelin indgena de los Llanos no fue un hecho aislado en el Virreinato de la Nueva Granada. Por la misma poca se suscit una serie de levantamientos indgenas muy concretos, que alteraron la tranquilidad interior (Marn 34)12. Quizs por ello, y por lo peligroso de la situacin, las autoridades virreinales les prestaron particular atencin. El adelantado Parales muri a los pocos meses de la quema del sitio del Zumi. El movimiento por l liderado continu hasta 1806. La situacin era insostenible, y las consecuencias fueron informadas el 31 de julio de 1804 por el alcalde de la ciudad de Chire:
Del ao 1799 a esta parte hay de menos en la provincia ms de diez haciendas de entidad se han destruido, no contando las de menos consideracin. Pero, sin comparacin, son muchas ms las estancias, trapiches y otros establecimientos que han arruinado pues las estancias, ms tiles a esta ciudad que son: La Guerrera, los Palmares y la Manga, los han dejado sin habitadores por cuyo motivo va la provincia en decadencia. (AGN, CI 29, f. 650 r.)
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Ante el deceso del conquistador, las autoridades y los hacendados incrementaron sus esfuerzos en pro de reprimir el alzamiento: reforzaron la escolta subiendo el nmero de integrantes a diez hombres al mando de un cabo, y se la estableci de planta en Zumi, para que ejerciera efectivas acciones de control y vigilancia, lo cual signific que sus miembros recibieron ciertas nociones de disciplina e instruccin militar. La escolta tuvo otras funciones especficas, tendientes a lograr la aculturacin de los indgenas, tales como formar un padrn general, asignar
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Desde 1769 haba conflictos de proporciones mayores con los indgenas guajiros, que tienen muchos puntos comunes con los sucedidos en los Llanos, as como otros en discrepancia; pero quizs fueron una consecuencia del inters de la Corona espaola por centralizar an ms el poder de la metrpoli y garantizar el dominio sobre las colonias.
a los guahibos reducidos (especialmente, a los varones) nombres y apellidos espaoles, con los que diariamente deban llamarlos. Un soldado de la escolta deba impartir doctrina diaria a los nios y las nias de entre siete y catorce aos. A los indgenas reducidos se los deba adiestrar en labores agrcolas, e inculcrseles que no haba otra forma de vivir entre la gente blanca, excepto como indgenas reducidos. Al conjunto deba ensersele que ni el robo ni el homicidio eran formas dignas de vivir, y que quienes los perpetraban corran el riesgo de ser castigados. Como complemento, se destinaron, por parte de la Junta Superior de Hacienda, recursos adecuados para el sostenimiento de la escolta (AGN, CI 52, ff. 330 r. y 331 r.). El nuevo plan no pas de ser un simple ideal: recoger a los guahibo-chiricoas era labor de titanes. Los posibles miembros de la escolta eran mestizos y blancos pobres, residentes en Chire, y a quienes no convena armar, pues se poda generar un conflicto intertnico de grandes magnitudes: muchos de los posibles soldados haban sido vctimas, directa o indirectamente, del desenfrenado accionar de los indgenas, y en vez de servir para pacificarlos podan convertirse en elementos de constante venganza. Se restituy la antigua escolta del Casanare, la que haba sido desmontada en 1797, y de la que hacan parte treinta hombres, pero no se asignaron los diez hombres al Zumi. La escolta actuaba de manera itinerante, y no se la arm ni dot convenientemente, lo que fue aprovechado por los guahibos para incrementar sus acciones en Cuiloto y todo el Casanare. Fue as como en 1804 se inform que la audacia de los gentiles es mayor, [intentan] asaltar el cuartel y robarles a los soldados sus caballeras y labranzas (AGN, CI 29, f. 649 r.). En parte, la falta de adecuada dotacin de la escolta radic en que el gobernador Bobadilla no expidi las respectivas rdenes para que los alcaldes ordinarios de Chire y Pore, donde se concentraban los armamentos y las municiones, proveyeran a la escolta de lo necesario. Ante la presin de los vecinos se plante, por parte del alcalde ordinario de Chire, que desde Santaf de Bogot se trasladaran cien fusiles y se les repartieran a los vecinos ms expuestos al accionar guahibo-chiricoa; pero como el costo de esa conduccin era de setenta pesos y deba ser asumido
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por los propios interesados, estos se negaron a recolectar la suma, y la pretendida consecucin de armas par all (AGN, CI 29, f. 654 r.). La anterior es una actitud entendible si se tiene en cuenta al colono que migr a los Llanos, y quien no estaba interesado en participar de la vida pblica de la que siempre haba sido excluido ni, mucho menos, de actividades colectivas. De ah que su establecimiento en los Llanos fuera disperso, sin mayor cohesin ni comunicacin, lo que despert sospechas (por ocultar su modo de vivir, se empean en vivir distantes de poblados y distantes entre s [AGN, CI 29, f. 654 v.]) y sorprendi a las autoridades y a los hacendados, quienes los criticaron por considerarlos inconsecuentes y faltos de espritu colaboracionista:
[] tanto ms inconsiderada y distante de escarmentar a los indios, cuando la temeridad de tales habitantes en vivir distantes de poblado y distantes entre s, con desentendimiento de los repetidos exhortos y providencias con que se les ha prevenido su reunin, proporcionando aquellos [a los indgenas guahibo-chiricoas] el arbitrio y seguro momento de incendiar las enseanzas, y asesinar sus habitantes cuando se les antoje. (AGN, CI 29, f. 654 v.)
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Las prioridades de los colonos eran otras, pero cuando se daba una incursin violenta de los indgenas en sus parcelas reaccionaban con ira: se reunan y realizaban correras (guahibiadas) en busca de los culpables. A veces podan saciar su sed de venganza; por lo general, contra inocentes. Otras veces no lograban nada, y con ello se incrementaron los genocidios y los etnocidios. As lo expres en 1804 el gobernador Bobadilla:
[] esta especie de guerra que siempre se ha vivido en la Provincia [] no deber dudarse de tan funesto incremento considerndose que tales correras se reducen a la reunin de un nmero considerable de vecinos animados del ciego espritu de venganza susodicha, que a los seis, ocho o ms das despus de sucedido el desastre, recorren la vega de tal ro, o paraje en donde aun piensan hallar los gentiles autores, en tales circunstancias sera menos sensible o descargasen su ira en ellos, por lo que sin duda debe acrecer, es que los gentiles criminales hayan retirado, y trasladado a otro ro, y que si se encuentran algunos sean distintos, y por tanto inocentes para expiar un crimen ajeno. (AGN, CI 29, f. 654 v.)
En 1804 la situacin oblig a las autoridades llaneras y a los hacendados a contratar a otro pacificador o adelantado, designacin que recay en
Carlos Martnez, quien cumpli funciones en el antiguo sitio de Las Cachamas. En un principio cont con el apoyo de las autoridades y de los hacendados, quienes le proporcionaban algunos recursos; especialmente carne de res vacuna, para atraer a los guahibo-chiricoas. Como haba sucedido en otras oportunidades, inicialmente el adelantado logr atraer a unos pocos, no sin antes prometerles que les suministrara herramientas y ms provisiones, y retenerlos por unos das en el sitio designado para la reduccin. Como exista cierta experiencia respecto a que sin los adecuados suministros los intentos de reduccin resultaban vanos, los alcaldes de Tame, Pore y Chire diligenciaron la rpida entrega de los recursos prometidos y la provisin de la escolta, y los hacendados Larrarte y Bentez dieron otras ayudas. Entre mayo y junio de 1804 Martnez logr sostener en reduccin a 46 varones y 58 mujeres, para un total de 104 indgenas, que iniciaron algunos cultivos; pero la noche del 29 de junio Martnez y los tres hombres de la escolta fueron asesinados, las sementeras arrasadas y los ranchos destruidos. Los indgenas huyeron. Un tiempo antes del intento de Martnez lo haba precedido en idntica labor el barinense Juan Jos Maldonado, quien corri igual suerte. El continuo levantamiento de los indgenas involucr a todos los sectores de la sociedad llanera. Los comerciantes, por ejemplo, no podan transitar por los caminos, pues eran asaltados, y la inquietud y la zozobra eran permanentes. El suministro de ganado y mercancas, tanto desde los Llanos hacia las ciudades de Santaf y Tunja como desde estas hacia aquellos, era escaso, y los precios, por los riesgos que se corran, eran cada vez ms altos13.
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En ello influa que no existiera sino una va de acceso al Casanare, desde la provincia de Tunja: el antiguo camino de Chita, lleno de dificultades, como el paso de grandes y torrentosos ros (especialmente, el Casanare), y el trnsito por peligrosos riscos y el cruce del pramo, por el que una saca de ganado proveniente del Casanare a Chita, que nunca llegaba completa, duraba doce das en verano y veinte en invierno, y un cargamento de mercancas gastaba entre ocho y diez das en tiempo seco. Si a esas dificultades se les sumaban las derivadas de enfrentar una banda de guahibos, lanzarse a dicha aventura era como para pensarlo dos veces.
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Se tema que los guahibo-chiricoas incursionaran en las misiones y los pueblos de los tunebos, como en el Cocuy, Guicn y otros de la cordillera, y llevasen consigo no solo la destruccin de estos pueblos, sino su alzamiento. Se plante la construccin de un camino alterno al de Chita, entre el Cocuy, Guicn y Patute, que acortaba a tres das el trnsito y facilitaba la comunicacin con las poblaciones del Casanare y de Cuiloto, as como con Barinas, y generaba con l una posible colonizacin masiva de los Llanos, con la cual se poda obligar a los irreductibles indgenas a desplazarse llano adentro, haca el Gran Airico de Macaguane, en el actual departamento del Vichada. Dicho proyecto, presentado a mediados de 1804 por don Jos Antonio de Herrera, vecino del Cocuy, cont con el apoyo de los curas de las poblaciones cordilleranas y llaneras, as como el de las respectivas autoridades, y el 29 de noviembre de 1805 se aprob una primera fase de reconocimiento y factibilidad (AGN, MM 6, ff. 947 r.-966 v.). Los guahibo-chiricoas eran una etnia llanera que, por la condicin de sus miembros de cazadores y recolectores, culturalmente no estaban predispuestos a permanecer reducidos por largo tiempo en un solo sitio. Los intereses de los hacendados presionaron la reduccin de los guahibo-chiricoas, y para ello aprovecharon la figura de los adelantados, dentro de quienes se destac Juan Francisco Parales, pues por su liderazgo, su don de gentes y su entendimiento de la cultura guahiba pudo cumplir entre 1797 y 1801 dos reducciones en los sitios de Las Cachamas y el Zumi, las cuales, sin embargo, fracasaron por la incomprensin y la intolerancia de los vecinos mestizos y blancos, habitantes de la regin, as como por la falta de un apoyo efectivo y desinteresado de los hacendados (de alguna manera les convena que los pequeos y los medianos colonos abandonaran sus posesiones), quienes por dominar a las autoridades locales y regionales podan controlar la situacin; tambin, por los intereses personales de Parales y de los hacendados, que rayaron en la mala fe, la traicin y el crimen. El adelantado se convirti en un bandolero social para defender a sus aliados ora indgenas, ora pequeos colonos de los abusos de los hacendados y las autoridades.
Nos parece que los territorios de la antigua hacienda de Caribabare, donde persistentemente actuaron los indgenas, como las riberas del ro Meta y el Airico, deban de tener alguna significacin mitolgica y cultural. Eso, por lo menos, se desprende de la lectura del jesuita Juan de Rivero, quien escribi que los territorios reseados eran el paraso terrenal de los guahibos y los chiricoas, esta es su delicia, su despensa universal y su todo; en eso piensan; esta es la materia de sus conversaciones, en esto suean, sin esto no podran tener gusto en esta vida (Rivero 4). Todo ello dio lugar a un choque, con evidentes matices intertnicos e interraciales, en el cual se conjugaron las diferentes formas de conflictos raciales que afront la sociedad colonial, con los del bandolerismo social, pues las bandas de guahibo-chiricoas eran organizaciones rituales o prepolticas; tambin, el racismo y el agrarismo, que fueron en aumento y se tornaron cada vez ms violentos, con ribetes de movimiento y de protesta social, que inquietaron a los hacendados y a las autoridades, y en los que el indgena fue considerado como un enemigo a quien se poda exterminar sin consideracin alguna. No es aventurado decir que desde entonces, y por las ideas difundidas de miedo, terror y destruccin total, se instituy en el Llano la prctica cultural de la guahibiada, marcada por el odio y el desprecio, as como por la persecucin y el etnocidio. Una situacin que el adelantado Parales visualiz y advirti por anticipado, como tambin lo hizo el gobernador Bobadilla. Si bien los hechos que se han narrado cubren algo ms de una dcada, y son de corta duracin, el conflicto entre los guahibo-chiricoas con la sociedad mayor y la consiguiente violencia intertnica son de larga duracin y han tenido momentos, como los referidos, durante los cuales se agudizaron. El que nos ocup se convirti en un pico alto de este fenmeno, pues deriv en un movimiento social de cierta magnitud: en l convergi ms de una rebelin, comprometi a localidades enteras, y, en realidad, a toda la regin llanera. Los sectores involucrados fueron de diverso origen: indgenas reducidos e irreductibles, hacendados grandes y pequeos, colonos y, en fin, blancos ricos, pobres y mestizos. La violencia debi de ser mayor que la evidenciada en los casos enunciados; esbozamos los protagonizados por los indgenas, pero no sabemos sobre los ejecutados por la contraparte.
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Por las caractersticas socio-culturales de los guahibo-chiricoas, estos no fueron capaces de articular un proyecto poltico que fuera alternativo a las formas vigentes de dominacin social y cultural, y ello deriv en una serie de enfrentamientos intertnicos marcados por el etnocidio, los cuales se presentaron a lo largo de los siglos XIX y XX, y que siempre han tenido como protagonistas a los indgenas guahibo-chiricoas, a los hacendados y a los colonos, aunque no nos atrevemos a afirmar que sus motivaciones hayan sido nica y exclusivamente la simple supervivencia, la venganza o la resistencia. Lo cierto es que los hechos relacionados, cuya escenificacin fue en los sitios de Las Cachamas y el Zumi, derivaron, hacia el presente, en la formalizacin de la guahibiada.
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rBibliografa
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i
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esumen
En este artculo se plantea una aproximacin a las luchas por el control y el acceso al agua entre las lites regionales hispanas y criollas y los pueblos de indios de la jurisdiccin de Tula, durante el siglo XVIII. Una lucha que, en definitiva, hunda sus races en las nuevas perspectivas econmicas regionales, provocadas por el descenso de la actividad ganadera. De esta manera, hacia el siglo XVIII la economa regional volte la mirada hacia el cultivo de granos, sin dejar de lado la cra de ganado para las matanzas. Dentro de este contexto, las lites regionales, antiguas propietarias de grandes hatos de ganado, invirtieron importantes capitales en la construccin de una infraestructura hidrulica (zanjas, presas, jageyes), encaminada al riego de los cultivos. Sin embargo, eran los pueblos indios quienes desde antao haban controlado una parte importante de los recursos hdricos disponibles, por lo cual la confrontacin fue el resultado inevitable del proceso.
bstract
In this article an approach it is considered to the fights by the control and access to the water between the Hispanic and Creole regional elites and the peoples of Indians of the jurisdiction of Tula, in 18th century. It was a fight that really sank its roots in the new regional economic perspective, caused by the reduction of the cattle activity. So that towards 18th century the regional economy turned around the glance towards the grain crops, without leaving of side the upbringing cattle for the slaughters. Within this context, the regional elites, old proprietors of great ranches of cattle, invested important capitals in the construction of a hydraulic infrastructure (ditches, prey, jageyes) directed to the irrigation of the crops. Nevertheless, they were the peoples of Indians who from long before had controlled an important part of the hydro resources available, reason why the confrontation was the inevitable result of the process.
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El pueblo de Tepetitln se ubica en el actual estado de Hidalgo (Mxico), en la regin conocida como Valle del Mezquital. Hoy en da es cabecera de municipio y sus fronteras colindan por el norte y oeste con las de Chapantongo; por el este, con Tezontepec de Aldama; y por el sur, con Tula de Allende. En las inmediaciones del pueblo est construida la presa End, cuyas aguas negras han provocado considerables daos a la salud y al medio ambiente de muchos pueblos en su contorno1. Su clima es seco y caluroso durante gran parte del ao. Anualmente presenta un promedio de precipitacin pluvial de 565 mm, y son los meses de mayo a agosto los que registran lluvias ms abundantes; as mismo, la temperatura media anual es de 18 centgrados. La vegetacin tpica de la regin consiste en magueyes (de distintas variedades), nopales, arbustos, cardones, rganos y lechuguillas. Como su nombre lo indica, el pueblo est asentado entre montaas y barrancas de considerable altura y profundidad2. Por lo general, su suelo es rocoso y seco, y en l se observan pocas zonas hmedas. En su gran mayora, dicho suelo es utilizado para agostar. El ro principal, el
La End es un embalse de aguas negras con capacidad para almacenar 182 millones de metros cbicos de lquidos residuales provenientes del valle de Mxico y del corredor industrial TulaTepeji (entre los que se encuentran los que vierten la termoelctrica Federico Prez Ros y la refinera Miguel Hidalgo, de Pemex, ubicadas en Tula de Allende), por lo que es conocida como la cloaca o fosa sptica ms grande del mundo. Cubre una superficie de 1.260 hectreas y fue construida entre 1947 y 1952, por rdenes del entonces presidente de Mxico, Miguel Alemn Valdez. Su finalidad original era almacenar grandes volmenes de aguas pluviales. Fue a partir de la dcada de 1970 cuando empez a recibir descargas de aguas residuales. En 1975 se concluy la primera etapa de construccin del drenaje profundo de la ciudad de Mxico, que actualmente se conforma a partir de varios interceptores que fluyen hacia un mismo conducto para evacuar las aguas. El Emisor Central inicia en Cuautepec, en la delegacin Gustavo A. Madero, D. F.; atraviesa la autopista Mxico-Quertaro, a la altura de Cuautitln, y contina su curso hasta el puente del lugar llamado Jorobas. Enseguida descarga el lquido en el ro Salado, y este, a su vez, lo hace en las presas Taximay y Requena; luego, en el ro Tula, y enseguida, en la presa End. Con ella se satisface el riego agrcola a las regiones de Tula e Ixmiquilpan, mientras que las aguas del ro Tula continan hasta unirse al Moctezuma, y van a desembocar al Golfo de Mxico. El nombre de Tepetitln es del idioma nhuatl; significa tepetl, cerro o sierra; tepetla, serrana o montaa y titla, entre; es decir, entre cerros (Peafiel 57 y 190). En otom se conoce como Madietex o Medietezc, con el mismo significado (Azcu y Mancera 287).
Tula, cruza a poca distancia del pueblo, y a pocos kilmetros al norte est el arroyo conocido como El Sayula. Durante el virreinato, y ya desde el siglo XVI, Tepetitln y otros ocho pueblos pertenecan a la alcalda mayor de Tula. Jos Antonio Villaseor y Snchez describe la cabecera de la jurisdiccin, los pueblos y los barrios sujetos como poseedores de un terreno frtil y un temperamento benigno, llevando muchas frutas y pingues sementeras todas las labores de su distrito; y, con admiracin, recalca: [] y no con poca causa eligieron los tultecas este lugar para su habitacin y asiento porque a ms de ser frtil y abundante en aguas, lleva crecidos frutos (Paso, Papeles de la Nueva Espaa. Segunda Serie 60, 87 y 89). Segn los datos del censo de Revillagigedo, en 1792 Tula tena jurisdiccin sobre veinticinco pueblos, doce haciendas de labor, cinco ranchos y varias rancheras. Era ese un terreno que, a pesar de ser montuoso, con valles, barrancas, cerros y mesetas, resultaba una buena tierra para el cultivo de maz, trigo y fruta. Tal fertilidad se deba, principalmente, a su localizacin, pues se encuentra justo en la confluencia del ro Grande (actualmente ro Tula) y el ro Chico (hoy llamado Rosas). En el primero sus aguas corran de sur a norte, mientras que en el segundo lo hacan de este a oeste. Pero tal ubicacin no aportaba nicamente beneficios a la agricultura, sino, tambin, perjuicios a sus moradores, por las inundaciones que sus avenidas provocaban. El pueblo sujeto de Tepexi es descrito como un lugar con clima templado, muy agradable para la fertilidad de sus campos y caada llena de huertas y frutas ricas de todas especies (AGN, P 7, ff. 297 r.-v.). Antes del siglo XVIII fueron pocos los litigios entre agricultores originados por el uso del agua en la regin de Tula. Desde las primeras dcadas posteriores a la Conquista, y por los dos siglos siguientes, la problemtica en torno al uso y el aprovechamiento del agua se centr, ms bien, en la persistente lucha entre pueblos de indios y ganaderos, pues los ganados beban el agua de los principales ros de la regin, e, incluso, la tomaban de las zanjas de riego destinadas al cultivo (AGN, GP 6, exp. 724, f. 724 v.; I 7, exp. 314, f. 156r. y 13, exp. 273, f. 237 v.). Cuando a finales
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del siglo XVII la ganadera dej de ser la principal actividad econmica, los antiguos criadores se tornaron paulatinamente en agricultores. Por ello, uno de los pasos que siguieron para la construccin de la infraestructura hidrulica canales, presas, jageyes, acueductos, partidores fue solicitar a la Audiencia de Mxico mercedes de agua para regar sus campos de trigo y otras semillas. A partir de entonces, decan los testigos, se registr un continuo aumento en los terrenos cultivados, lo que, aunado a la insuficiencia de agua en relacin con su demanda, la inexistencia de mtodos adecuados para su medicin y los problemas derivados de la falta de una legislacin precisa en torno al uso del vital lquido, muy pronto configur los factores que, inevitablemente, llevaron a constantes y prolongadas fricciones entre hacendados y pueblos de indios (AGN, P 7, f. 297 r.). De tal manera, a lo largo del siglo XVIII, e incluso durante el siglo XIX, nos encontramos con repetidas quejas y amenazas de rebelin ante la situacin en la gran mayora de los pueblos de la regin3. Estos conflictos se localizaban en un amplio territorio alrededor del condado Moctezuma y en torno a los cinco principales ros de la regin: el Tula, el Tlautla, el Tepexi, el Rosas y el Salado. (Ramrez, Indios 110-111). Desde antes de la Conquista muchos de los pueblos en torno a Tula en la parte oeste del territorio del actual estado de Hidalgo se ubicaron a la orilla de alguno de los cinco ros que circundan la regin, o en las inmediaciones de algn manantial o arroyo. Los pueblos sujetos a esa jurisdiccin se asentaron a lo largo del ro Tula y su afluente, el Rosas; mientras, en la jurisdiccin de Xilotepec los asentamientos se ubicaban en las inmediaciones de los ros Tlautla y Tepexi; a la vez, en Tetepango los pueblos se encontraban en torno al ro Salado. As, por ejemplo, Tula, Michimaloya, Atengo, Nextlalpan, Tepetitln, Tezontepec y Mixquiahuala se encontraban dispuestos junto al ro Tula; pueblos como
El aumento de los conflictos por el agua fue un proceso verificado en todo el virreinato novohispano durante la segunda mitad de los siglos XVII y XVIII. (Lipsett; Wobeser, El agua; La formacin).
Atitalaquia, Atotonilco, Tlamaco, Apazco, Tlahuelilpan y Tlaxcoapan se beneficiaban con las aguas del ro Salado; a la vez, Xuchitln estaba cercano al ro Rosas, y Tepexi y Xipacoya, al Salto (figura 1)4. En el siglo XVIII, del ro Tepexi se alimentaba el sistema de riego que surta a la hacienda San Nicols Caltengo y al pueblo de Tepexi (AGN, I 30, exp. 425, ff. 396 r.-396 v.; M 60, ff. 128 r.-129 v.). Uno de los ms importantes sistemas de riego de la regin, conocido con el nombre de
Paso, Papeles de la Nueva Espaa. Geografa 18, 21, 143, 166, 218, 219, 223, 226 y 209; Papeles de la Nueva Espaa. Segunda Serie 14, 17.
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la Romera, se originaba en ese ro; se constitua a partir de una represa que derivaba el agua a un canal de cerca de nueve leguas, que a su paso regaba las haciendas de Buenavista, Molino de Jaso, Santa Efigenia y San Miguel Ching (AGN, M 33, ff. 594 v.-595 r.; 71, ff. 56 v.-57 r., 272 v.-274 r.; 73, f. 137 r.; 75, ff. 2 v.-3 r.). Los pueblos de Tula, Xuchitln, San Andrs y San Agustn lo utilizaban en comn con las haciendas de La Goleta y San Antonio. A mediados del siglo XVIII dicho sistema se hallaba conformado por una presa en el nacimiento del ro Rosas, de donde parta una zanja que llevaba el agua por las tierras de La Goleta, y luego pasaba por detrs de la hacienda, hasta llegar al pueblo de Xuchitln. En ese punto haba un partidor, y por medio de una zanja se llevaba agua a la hacienda San Antonio, y esta derramaba los remanentes en las barrancas de Michimaloya. Hacia la parte oeste de Tula, en las cercanas del pueblo de San Andrs, haba una presa, y de ella naca la acequia principal, que al llegar al pueblo se bifurcaba en ramales; uno de ellos desembocaba en el interior del convento, y otro, en el molino de la comunidad (AGN, T 1.669, exp. 4; 2.319, exp. 10; 2. 885, exp. 14; 3.035, exp. 8, ff. 1 r.-23 v.; Ramrez, Indios). Los dueos de varias haciendas construyeron sistemas de riego en torno al ro Tula, formados por presas, canales y acueductos; algunos, de longitud considerable (AGN, M 73, ff. 84 v.-86 r. y 95 v.-98 r.). Hacia el norte se hallaba el sistema edificado por la hacienda Bojay, que tomaba el agua del Tula y la desviaba, por medio de canales, tanto para el cultivo como para el molino de trigo. Ro abajo encontramos el sistema de riego utilizado tanto por la hacienda San Pedro Mrtir Nextlalpan como por la de San Lorenzo Tepetitln, mejor conocida como End. En el extremo oriente de la regin encontramos el sistema de presas y canales originados en el ro Salado, que provean de agua a los pueblos de Tlahuelilpan, Tlaxcoapan y Atitalaquia, al igual que a las haciendas de Tlahuelilpan y Bojay. En todos esos sistemas de riego se generaron conflictos, motivados de manera inmediata por distintos factores, pero con un denominador comn: la escasez de agua, producto del aumento de tierras cultivadas, al igual que producto de las constantes sequas registradas a lo largo del siglo XVIII, y que no afectaron solo a la regin,
sino a toda la Nueva Espaa (Florescano 46, 104 y apndice 3)5. El uso de remanentes, es decir, de las aguas que excedan las cantidades estipuladas en una merced, fueron, igualmente, motivo de continuo conflicto. La legislacin reglamentaba el uso de los remanentes, lo que obligaba a los usuarios a devolverlos al ro de donde fue tomado el caudal, y cuando eso no resultaba factible, se deban conducir a otra corriente o hacia una barranca (Wobeser, El agua 143). Tales son los casos de los litigios entablados entre los pueblos de Tula, Xuchitln y San Andrs con los marqueses de la Villa del Villar del guila, dueos de las haciendas de La Goleta y San Antonio; o los verificados entre las haciendas de End y San Pedro Mrtir Nextlalpan, por el uso de los remanentes del ro Tula (AGN, T 1.669, exp. 4; 2.319, exp. 10; 2.885, exp. 14; 3.035, exp. 8, ff. 1 r.-23 v.; 3.570, exp. 3, ff. 1 r.-56 v.). La construccin de canales que cruzaban por terrenos ajenos a los del dueo de la obra tambin era motivo de asiduos enfrentamientos. Juan Gmez de Cervantes Jaso y Osorio y el pueblo de Tula mantuvieron constantes fricciones por la construccin de un acueducto de varios kilmetros que llevaba el agua del ro Tepexi a las haciendas de Santa Efigenia y Buena Vista, pues cruzaban por terrenos de los indios. Era el mismo caso de la hacienda Caltengo, la cual conduca el agua a sus campos de cultivo por las zanjas que llegaban a Tula. Las filtraciones de los canales tambin fueron motivo de disputa entre pueblos como Doxey y la hacienda San Miguel Ching. Haba tambin otros puntos problemticos en torno al agua, como la fabricacin de presas ro abajo, la apertura de ladrones para desviar el agua o tomar ms agua de la estipulada, la escasez de lluvia, los abusos en el sistema de tandas y turnos, o, simplemente, el mantenimiento de la infraestructura hidrulica6. En las lneas siguientes analizaremos los conflictos por el uso y el control del vital lquido que protagonizaron las haciendas de San Lorenzo End, San Pedro Mrtir Nextlalpan y el pueblo de Tepetitln (AGN, M 60, ff. 128 r.-129 v.; 71, ff. 272 v.-274 r.; 73, f. 137 r. y T 3.616, exp. 4, ff. 1 r.-64 v.).
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Florescano seala que entre 1740 y 1749 se dejaron sentir al menos tres sequas en el valle de Mxico. Desde finales del siglo XVIII hubo varias severas y continuas, y la de 1808 a 1811 fue una de las que ms afectaron a la poblacin, pues tuvo importantes consecuencias sociales. Para un estudio de caso en la Nueva Espaa, vase Wobeser (El agua 143-146).
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Curvas de nivel Cartas topogrficas:
Fuente:
Ese embalse se construy en el mismo sitio donde siglos despus se erigi el que actualmente conocemos como End. Su caudal era de aproximadamente sesenta surcos (Palerm y Chairez 227-251). Por medio de canales, el agua se conduca a las tierras de cultivo de la hacienda, y a travs de un partidor se haca llegar a su vecina de Tepetitln (AGN, T 3.570, exp. 3, ff. 4 r.5v. y 42 v.-44 r.). La otra toma de agua se originaba en el arroyo de Sayula. En este caso se trataba de una zanja antigua; tal vez de origen precolombino. Ya desde la primera mitad del siglo XVII se menciona su existencia en las fuentes histricas (AGN, M 71, ff. 113 r.-v.; 76, ff. 151 r.-155 v.; T 776, exp. 1; 2.587, exp. 1; 3.570, exp. 3, ff. 1 r.-56 v.; Paso, Papeles de la Nueva Espaa. Geografa 226). En aquel arroyo se haba construido una presa, con una zanja de cal y canto de varios kilmetros de longitud, que en partes iba tapada y en otras descubierta. Las aguas descendan hasta las haciendas y regaban a su paso las tierras de los pueblos de Tepetitln y Sayula (figuras 2 y 3).
Mapa 3. Hacienda de Nextlalpan, siglo XVIII
Fuente: AGN, MPI, mapa 2.476, clasificacin: 978/1130.
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Uno de los litigios ms violentos que se dieron por el uso del agua en la regin fue, precisamente, el originado en torno a las aguas del arroyo de Sayula, al norte de Tula, pues la disputa amenaz con convertirse en rebelin. En 1747 los indios de Tepetitln entraron en fuertes disputas con el dueo de la hacienda San Lorenzo End, don Baltasar de Vidaurre, procurador de la Real Audiencia, por el uso del agua del arroyo de Sayula. Las mercedes de agua a la hacienda databan de principios de ese siglo, cuando don Gabriel Guerrero Ardila, por entonces contador del Tribunal de Cuentas de la Nueva Espaa, recibi una merced que le permita conducir el agua del arroyo de Sayula y del ro Tula a sus haciendas de Tepetitln y Nextlalpan7. Sin embargo, desde el siglo XVI, o tal vez antes, los indios de Tepetitln y de Sayula haban construido una zanja que cruzaba por el centro del pueblo. De ella se beneficiaban tanto para satisfacer sus necesidades domsticas como para el riego de sus huertas y campos (AGN, M 71, ff. 113 r.-v.; Paso, Papeles de la Nueva Espaa. Geografa 226). Antes de morir, Guerrero Ardila nombr como su albacea a Juan Francisco de Ordua, Sosa y Castilla, un hombre poderoso y temido por todos. Era presbtero, hermano de la Inquisicin, dueo de varios ranchos ganaderos en distintas jurisdicciones de la Nueva Espaa, y, segn varios testigos, su padre haba hecho su fortuna a costa de robar la de su abuelo y
Gabriel Guerrero Ardila haba conseguido el puesto de contador gracias a su matrimonio con doa Mara Mendrice, hija del antiguo contador, don Juan Bautista Mendrice, a quien el rey haba hecho esta merced como remuneracin por sus servicios. En 1713 el virrey duque de Linares nombr a Ardila como capitn general para realizar la conquista y la pacificacin de los jonaces, pero al no tener mucho xito, se lo relev del cargo (Galaviz 1-40).
su to. Poco despus de muerto Guerrero Ardila, su albacea vendi en remate pblico la hacienda de Tepetitln a Pedro Larburu, y luego este, a su vez, la traspas a Joseph Coso, hasta cuando lleg a manos de Baltasar de Vidaurre a mediados del siglo XVIII (AGN, IV caja 3.839, exp. 6, 4 ff.; IN 375, exp. 7; T 776, exp. 1, f. 14 r.). En 1736, cuando Ordua an era encargado de la hacienda, pretendi modificar el curso de la antigua zanja que naca en el pueblo de Sayula, recorra varios kilmetros hacia el sur, y en su curso hacia la hacienda de End pasaba a poca distancia del convento franciscano de Tepetitln. Indudablemente, los indios de Sayula opusieron resistencia argumentando que desde tiempo inmemorial el agua era del pueblo, aunque en alguna ocasin se mercedaron los remanentes de ella al convento de Tepetitln, y luego a don Juan Francisco de Ordua, Sosa y Castillo, tambin dueo de la hacienda de Nextlalpan. Por un tiempo los conflictos disminuyeron su intensidad, pero recobraron su fuerza diez aos despus. El 10 de enero de 1747, cuatro das despus de que don Toms de San Jos y Brcenas fue elegido gobernador de los naturales del pueblo de San Bartolom Tepetitln, don Baltasar de Vidaurre, procurador de nmero de la Real Audiencia de Mxico, se diriga al virrey don Juan Francisco de Gemes y Horcasitas, I Conde de Revillagigedo, en estos trminos:
[] el da de ayer [9 de enero] el gobernador de los naturales del pueblo de Tepetitln, acompaado del comn de dicho pueblo, de propia autoridad me despoj, rompiendo el cao por donde se conduca el agua y echndola al arroyo, para que extraviado su curso, con la rotura del conducto y con el impedimento de las piedras con que tir a cegar el cao, se privase la hacienda [de End] del beneficio de su riego, exponindose los trigos, como estn expuestos, a perderse []. (AGN, T 776, exp. 1, f. 1 r.)
El fiscal de la Real Audiencia encargado de llevar el caso lo calific como violento despojo que como tal debe subsanarse con la pronta restitucin. La rotura del cao que mandaba el agua a la hacienda de San Lorenzo End signific romper con las relaciones, ms o menos amistosas, existentes entre los sucesivos dueos de aquella hacienda con los naturales de San Bartolom Tepetitln.
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En su primera exposicin de motivos, el 11 de enero de 1747, don Toms de San Jos y Brcenas, sin dar explicacin sobre la mencionada rotura e invasin de tierras, antepuso la detentacin de forma ilegal, por parte de los dueos de la hacienda, de cinco sitios de ganado menor desde 1664, cuando los caciques de entonces los cedieron en prstamo a los dueos de la hacienda a cambio de cierta cantidad de dinero. As, el gobernador no solo solicit la restitucin de estas tierras por pertenecer a la comunidad de su pueblo con denominacin de cacicazgo, sino que exigi a Vidaurre que presentara los ttulos y las mercedes para que el pueblo entrara en posesin de ellos, adems de los pagos vencidos correspondientes a esos arrendamientos. El 24 de enero de 1747 seguan requiriendo al dueo de la hacienda de End los ttulos y mercedes de los cinco de sitios de ganado menor, adems de los acueductos de agua que por dichas tierras pasaban (AGN, T 776, exp. 1, ff. 3 r.-4 v. y 24 r.-v.). Este era el panorama en San Bartolom Tepetitln iniciando 1747. Un cuadro que, solo cambiando lugares y nombres, se podra repetir en muchos pueblos de indios del centro del virreinato novohispano a mediados del siglo XVIII. Las demandas y las protestas de muchos de ellos acabaron en tumultos y en violencia colectiva, que nunca traspasaron la frontera de lo local. De ah que la importancia de estas acciones haya de ser analizada a partir de su reiteracin y su expansin: se trata de claros indicativos del malestar generalizado existente entre la poblacin del centro novohispano, y, por ende, de la jurisdiccin de Tula, que nos atae. Carlos Ruiz Medrano ha analizado sistemticamente estos fenmenos colectivos de protesta (El tumulto de 1767; El tumulto de Santa Mara; Los tumultos 22). Retoma la tesis de James Scott y seala que los tumultos novohispanos fueron medios de presin coherentes y articulados en contra de las autoridades, pero sin cuestionar el orden establecido. Lejos de quitarles eficacia a las protestas, eso les permiti a los actores sociales mostrar, por una parte, la ilegitimidad de las autoridades, y, por otra, reforzar la legalidad de sus descontentos. Como seala Felipe Castro, los escenarios tpicos de los tumultos y las protestas eran estos territorios donde exista una sociedad que no
corresponda ya a la divisin conquistados/conquistadores, sino a la de grupos ms complejos. En el caso indgena, el poder de sus lderes solo abarcaba el espacio de una cabecera con sus sujetos; por tanto, ni las agitaciones ni las protestas se transmitan a otros lugares, ante lo cual, si haba que descargar la violencia y la hostilidad, las autoridades coloniales, junto a las indias locales, podan retomar el control, abrir negociaciones, restablecer el orden establecido y suplicar a la voluntad del virrey para conseguir algunas de las demandas que provocaron el descontento. En estos casos es interesante analizar el papel que jugaron las autoridades indias: por una parte, se supeditaban a la obediencia a los funcionarios virreinales, quienes les extendan su consentimiento para ser, en sus pueblos, la prolongacin indgena del sistema colonial; por otra, los caciques y los principales indios vivan la realidad de sus pueblos, convivan con su gente y eran conscientes, en muchos casos, de que no podan permanecer ajenos a los problemas que les afectaban (La rebelin 56-57, 79-83). A partir de la segunda mitad del siglo XVII, y especialmente iniciando el siglo XVIII, se asiste en la Nueva Espaa a un crecimiento de poblacin generalizado, y a una recuperacin importante de la india en particular, lo que dur hasta 1810, cuando haba triplicado su poblacin, hasta llegar a la cifra aproximada de tres millones. Esta regeneracin supuso para la poblacin india que sus tierras resultaran insuficientes para atender a un sector en crecimiento. Arij Ouweneel es cauteloso al respecto. Sin poner en duda el inicio del crecimiento demogrfico de la poblacin novohispana desde mediados del siglo XVII, seala que primero creci la poblacin en los pueblos de indios, pero hacia 1750 se increment tambin el nmero de habitantes de los centros urbanos ms grandes. Segn este autor, el campo novohispano no pudo proporcionar suficientes medios de vida a la gente, y que la presin ecolgica era bastante alta para pasar a la introduccin de cambios en el sistema econmico, lo que explicara la apertura de nuevas empresas en las ciudades y en los centros mineros cubiertos con nuevos pobladores (20-22). El crecimiento de la poblacin india gener miseria en el mundo rural, donde se origin una escasez de tierras; la expansin de las haciendas
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fue el germen de esta carencia a lo largo del siglo XVIII. Desde siglos atrs se anexionaron tierras siguiendo diversas frmulas, como las adquisiciones ilegtimas de tierras por las haciendas que despus componan; o la apropiacin de tierras de los pueblos de indios durante pocas en que estos, por su declive demogrfico, no podan cultivarlas ni mantenerlas bajo su control, y cuando sus caciques o principales rentaban o vendan a los hacendados (Nickel 50-51). Junto a las tierras estaba el agua. El despojo o la adquisicin de las primeras equivalan a lo mismo con el preciado lquido. Las tierras ms codiciadas eran las cercanas a los humedales o las que podan ser regadas, al disponer de los mejores suelos. Con la recuperacin demogrfica de la poblacin india en el siglo XVIII las tierras y las aguas de muchos pueblos resultaron exiguas para que sus habitantes pudieran cubrir sus necesidades bsicas; incluso, muchos pueblos quedaron cercados por las haciendas y lejos de las fuentes hdricas (Wobeser, La formacin 66-67). Fue en ese momento cuando se intensific la lucha por la tierra y el agua. Los pueblos trataron de recuperar los recursos perdidos valindose, principalmente, de la va legal. Para Friederich Katz (79-80) y John Coastworth (49) esta presin sobre la tierra, aunque solo fuera una entre otras causas, puede explicar tambin el aumento del nmero de alzamientos y conflictos sociales y polticos en el campo novohispano durante el siglo XVIII. Es por ello por lo que cuando analizamos el conflicto que se present en 1747 entre los naturales de Tepetitln y el dueo de la hacienda de San Lorenzo End debemos tener en cuenta, a lo largo de este, las razones expuestas con anterioridad. Por una parte, el papel de las autoridades indgenas, sujetas a la obediencia de los mandos virreinales, pero, a su vez, su implicacin con la comunidad y su problemtica. Por otra, el crecimiento demogrfico como elemento condicionante en los pueblos y argumento de presin sobre las tierras de las haciendas. Por ltimo, el componente econmico, la escasez de tierra y agua para sobrevivir y la dependencia, cada vez mayor, con respecto a la hacienda para subsistir. A la hora de analizar estos conflictos debemos tener presente quin elabora y emite la informacin, y con qu fin. Por ello, podemos sealar
que las fuentes documentales nos revelan la parcialidad de quienes ejecutaban las indagatorias, el tratamiento a los testigos y el acceso; en definitiva, la justicia. La Real Audiencia de Mxico, encargada de impartir y procurar justicia, fue la facultada desde un principio, a travs de los jueces de diligencias comisionados por ella, para reparar el conflicto que analizamos, denominado por la causa como violento despojo. Y la primera arbitrariedad la encontramos en que el denunciante y dueo de la hacienda de San Lorenzo End, don Baltasar de Vidaurre, no solo era un prominente miembro de la lite criolla novohispana, sino, adems, procurador de nmero de la Real Audiencia, con lo cual queda expresado su privilegio a la hora de acceder a la justicia. El 19 de enero de 1747, cuando don Toribio Gmez de Tagle, primer juez de diligencia, encargado de hacer la restitucin, cit al gobernador y a sus oficiales de repblica para hacerle relacin de la sumaria por los violentos despojos, lo que escuch de estos fue la objecin a la acusacin, aduciendo que el informe estaba mal hecho8. Sin embargo, los primeros testigos presentados por Vidaurre fueron enfticos en sus declaraciones: el gobernador y los naturales de San Bartolom Tepetitln haban roto la caera, invadido las tierras de la hacienda End y construido ranchos; o sea, perjudicaron notoriamente las cosechas de trigo de la hacienda, adems de afectar a los propios indgenas de Tepetitln:
[] pues en la forma que estaba [la caera] les era muy til a los naturales porque para que llegara a regar las tierras de dicha hacienda es necesario que pase por medio del dicho pueblo de que se benefician todos sus habitantes, y ahora con el estrago hecho se incomodan de tal calidad que necesitan de andar mucho trecho por dicha agua []. (AGN, T 776, exp. 1, ff. 13 r.-16 r.)
El intento de restitucin celebrado el 20 de enero no cont con la presencia ni el respaldo del gobernador Brcena, ni el de sus oficiales.
Acudieron don Toms de San Jos y Brcena, como gobernador de los naturales de San Bartolom Tepetitln, as como don Julin Cornejo, don Marcelo de Santiago, don Pedro Cern, don Antonio Rodrguez y don Domingo Felipe como oficiales de repblica.
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Previamente, el receptor Gmez de Tagle solicit a los padres del convento de San Francisco que mediaran y sosegasen a los indios, quienes estaban, segn l, muy inquietos y con demostraciones de tocar las campanas en forma de asonada, y, por tanto, tema que el acto de restitucin fuese violento (AGN, T 776, exp. 1, f. 17 r.). Felipe Castro incluye a los eclesisticos, que en este caso seran los padres franciscanos, como mediadores institucionales, y quienes consideraban como parte de su labor de direccin espiritual y proteccin paternal la representacin de sus feligreses (Nueva 25). El acto de restitucin se desarroll reconociendo, en primer lugar, los daos ocasionados a la caera y al acueducto el 9 de enero en un paraje de la hacienda denominada El Calvario. Pero lo que no sospechaban ni el receptor ni sus testigos era la resistencia que encontraran en dicho lugar; sobre todo por parte de las mujeres. La reaccin de las indias de Tepetitln hay que juzgarla, como dice Tilly, dentro del anlisis de la eficacia con la cual las organizaciones de las distintas acciones colectivas emplean los recursos de los que disponen para alcanzar sus objetivos. Este autor hace nfasis en las motivaciones individuales que llevan a participar en una accin colectiva, lo que demuestra cmo las organizaciones antes de movilizarse por la lucha de los recursos disponibles se agrupan con base en intereses compartidos. En este caso, las mujeres de Tepetitln actan con violencia ante una injusticia dirigida contra sus intereses personales, cuando son agredidas no solo en su espacio familiar, sino, tambin, en el comunitario. Puede afirmarse, pues, que cuando la violencia se volva una necesidad, las mujeres indias participaban en los tumultos a la par con los hombres. Un numeroso grupo de mujeres indias mostr su oposicin a la restitucin dirigida por el receptor Gmez de Tagle, con:
[] algarada y voces descompasadas en su idioma otom, que preguntado al intrprete qu queran decir respondi que lo que decan era que por ningn motivo consentiran en que abriese dicho cao ni que se restituyese el agua aunque les cortasen la cabeza. (AGN, T 776, exp. 1, f. 17 v.)
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Gmez de Tagle no pudo reducirlas ni amenazndolas con que estaban contraviniendo los mandatos del virrey, ni con la persuasin de los
padres franciscanos. Las mujeres solo subrayaban que se abrira y reparara el cao si llegaba su alcalde mayor, su escribano o su gobernador, que era al que se sujetaban. Una vez este ltimo compareci, el juez receptor observ tibieza y poco empeo en don Toms de San Jos y Brcena por tratar de cumplir la orden de restitucin, ante lo cual se le formul el cargo de que era el cabecilla de todo lo sucedido. Es ms, esta indiferencia del gobernador se revel en el momento en que los operarios que iban con el receptor Gmez de Tagle se dispusieron a limpiar la caera, y las indias se armaron de piedras, las cuales arrojaron para impedir su reparacin (AGN, T 776, exp. 1, ff. 18 r.-v.). La oposicin protagonizada por las mujeres indgenas de San Bartolom Tepetitln y la pasividad de sus autoridades indgenas, reseada por el juez receptor Gmez de Tagle, dieron pie a que se suspendiera la orden de restitucin:
[] por los movimientos y resistencia que hicieron las indias de este pueblo movidas de su gobernador y naturales, adems de otros movimientos y bullicios que advierto en dicho gobernador antes inquietando toda la plebe y despus hacindoles que entrasen en el templo de este pueblo y sacasen con gran desacato e irreverencia al Santo Titular. (AGN, T 776, exp. 1, ff. 21 r.-v.)
El receptor Gmez de Tagle y don Baltasar de Viadurre, adems de resaltar la participacin activa del gobernador Brcena en esta protesta, encontraron otras influencias detrs de ella. Consideraban que Antonio de Alvarado, ltimo administrador de la hacienda End hasta su adquisicin por Vidaurre, era uno de los impulsores clandestinos de este movimiento, sabido de personas de toda excepcin y verdad. Alvarado fue acusado por Baltasar de Vidaurre de ser cmplice e instigador de la protesta, resentidos de que yo le removiese de la administracin que estaba su cargo, como protesto justificarlo, pero al mismo tiempo ser difcil la averiguacin (AGN, T 776, exp. 1, ff. 21 v.-23 r.). En las primeras testificaciones para indagar los hechos algunos de los testigos espaoles sealaron, precisamente, la deposicin de Antonio de Alvarado como una de las causas de la revuelta. Don Manuel Garca de Horabuena, quien con anterioridad fungi como alcalde mayor de la jurisdiccin de Tula, fue enftico al declarar que
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antes de que los naturales de Tepetitln rompieran la tarjea y se hicieran con el control de algunos ranchos dentro de la hacienda, a pesar de vivir con bastante penuria y escasez de agua, nunca se plantearon llevar a cabo dichas acciones. De acuerdo con la versin de Horabuena, Alvarado controlaba a los indgenas facilitndoles tierras, agua, leas y semillas, entre otras cosas. La llegada de Vidaurre acab con esta situacin, y sus mayordomos o administradores, como seala otro testigo espaol, Bonifacio Chavara, se caracterizaron por maltratar a los indios que entraban a la hacienda con sus ganados o a cortar lea, y a las indgenas que se dirigan al lugar de la caera para ir a lavar (AGN, T 776, exp. 1, ff. 40 r.-41 v. y 52 v.). Por ello, la llegada de Vidaurre a la hacienda, adems de romper el pulmn de oxgeno que haban encontrado los naturales en ella ante la falta de tierras, aguas e implementos para su desarrollo, y durante un perodo de fuerte presin demogrfica, y en unos terrenos que reclamaban como suyos, supuso quebrantar y violar costumbres establecidas dentro del permanente ajuste y constante pugna entre la comunidad y los propietarios (Castro, Nueva 24). Los acuerdos y las negociaciones entre la comunidad y el dominio espaol, incluidos los particulares (como hacendados y propietarios), podran llegar a contemplarse, siguiendo a Barrington Moore, como parte del orden natural de las cosas, siendo su cumplimiento considerado como deseable y su violacin vista como falta o injusticia (cit. en Castro, Nueva 23). Y fueron dichos pactos los que se rompieron, de acuerdo con los hechos acaecidos. Al antiguo administrador de la hacienda, Antonio de Alvarado, nunca se lo encaus, pero s fueron procesados los oficiales de repblica y el gobernador de los naturales de Tepetitln, quienes fueron detenidos o se entregaron a la justicia, adems de las indgenas que dirigieron la oposicin al primer intento fallido de restitucin. Las consecuencias derivadas de esta frustrada restitucin, por una parte se pueden observar en la solicitud de mayor firmeza que efectu don Baltasar de Vidaurre al virrey contra el gobernador de los naturales, don Toms de San Jos y Brcena, a quien quera despojar de su cargo, cuan indignamente ejerce el oficio, y que su eleccin fue con el fin de que me perjudicara. Adems, la nica manera de acabar con lo que consideraba, literalmente, como un despojo era la llegada de
un nuevo juez letrado y a quien respaldasen suficientes soldados, para restituirles sus aguas, sus tierras y la reparacin de las caeras. Por otra parte, la respuesta de la repblica de indios y naturales del pueblo de Tepetitln, despus de frustrarse el primer acto de restitucin de las tierras ocupadas por ellos, fue sacar el santo titular del pueblo de la iglesia y conducirlo, rodeado del mayor nmero posible de gente, a la ciudad de Mxico, para que Vuestra Excelencia d la providencia conveniente sobre dichas diligencias ejecutadas. Con este desplazamiento los naturales de San Bartolom Tepetitln esperaban del gobierno virreinal la restitucin de los cinco sitios de ganado menor que desde 1664 disfrutaron los sucesivos dueos de la hacienda End. Su ltimo poseedor, Baltasar de Vidaurre, se negaba a entregar los ttulos y las mercedes que demostraban la propiedad de estos a la comunidad de Tepetitln, y, por ende, su dominio y los acueductos de agua que por dichas tierras pasaban (AGN, T 776, exp. 1, ff. 22 r.-24 v.). La rplica de la Real Audiencia fue consecuente con la forma como se haba estado llevando el asunto, y ms siendo don Baltasar de Vidaurre el procurador de dicha institucin. Las peticiones del gobernador y sus oficiales de repblica en torno a la restitucin de los cinco sitios de ganado menor quedaron en un segundo plano. El fiscal de la Real Audiencia tom una serie de medidas que marcaron el inicio de una nueva fase en el conflicto. Sus disposiciones se encaminaron a realizar una segunda restitucin de las aguas y las tierras a Vidaurre, y a detener al gobernador, don Toms de San Jos y Brcena, como principal cabecilla y caudillo, as como proceder a indagar quines fueron el resto de los dirigentes que fomentaron la resistencia a la primera restitucin. Para ello se nombr como juez al abogado de la Real Audiencia, don Carlos de Perera, y se destin una fuerza militar de cuatro soldados de caballera para llevar a cabo la ejecucin de las diligencias previstas por la fiscala (AGN, T 776, exp. 1, ff. 25 r.-26 v.). Como ya sealamos, se inici una nueva etapa en lo judicial, una que ofrece datos ms precisos sobre antecedentes, causas y desarrollo del conflicto que estamos analizando. Y esto ltimo ocurri, especialmente, a travs de las declaraciones de los indios participantes y encausados en
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el conflicto. La informacin que poseemos, la que nos ha llegado y podemos evidenciar, pese a su parcialidad y su arbitrariedad tanto de los actos legales en s tomados como de lo reflejado en los documentos que se expidieron, resulta sumamente valiosa para el historiador. No solo los testimonios contradictorios o las posiciones encontradas adems del valor que podamos dar a unas declaraciones asentadas por un escribano puesto a disposicin de una de las partes, sino, tambin, los testimonios procedentes de los inculpados, registrados con un sentido y un significado concretos, como lo era legitimar la denuncia del despojado, Baltasar de Vidaurre son resultados que reflejan o establecen la verdad en nombre de la sociedad dominante de ese momento. La labor del juez de diligencias, don Carlos Perera, era devolver al dueo de la hacienda de San Lorenzo End el status quo anterior al 9 de enero. La presencia militar, aunque escasa en su nmero, evidenciaba el inters de Vidaurre y de la Real Audiencia por acabar con las protestas e impedir que estas se expandiesen cuando se realizara el segundo intento de restitucin de las aguas y las tierras. Antes de iniciar su trabajo, el juez Perera busc recabar informacin y pareceres entre algunos espaoles e indios de Tepetitln. Por sus declaraciones se puede observar que los informadores elegidos no tenan una opinin satisfactoria del gobernador Brcena, objetivo central de la acusacin (AGN, T 776, exp. 1, ff. 30 r.-31 v.)9. A pesar de que quien escribe lo hace con una perspectiva concreta, sirviendo a la institucin que se lo ordena, no deja de ser significativa la informacin que se nos ofrece para entender y valorar las causas y los motivos que movieron a los indios de Tepetitln para ingresar a la hacienda de San Lorenzo End, invadir sus tierras y romper sus caeras de agua o
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El teniente del partido de Tepetitln, Esteban de Rebolledo, seala que los indgenas invadieron las tierras de la hacienda y rompieron la caera del agua por persuasin del gobernador. En parecidos trminos se expresa el antiguo gobernador, don Nicols Bernardino: que el actual gobernador era el culpable y que no poda meter la mano en este conflicto porque el gobernador tena a todos los indios conspirados y tambin a las indias.
acueductos. Por ello, desde el inicio de la segunda restitucin hasta el final de este conflicto debemos tener ms en cuenta la poltica ejercida contra los naturales: desde la inculpacin del gobernador y sus oficiales de repblica hasta las indgenas detenidas por oponerse a la primera restitucin. La labor del juez Perera se inici el 7 de febrero efectuando un llamamiento a los indios con cargo de repblica que quedaban en Tepetitln. Sin embargo, casi todos, al frente de los cuales estaba el gobernador Brcena, junto con buena parte del pueblo, haban marchado a la Ciudad de Mxico. El juez reclamaba su presencia como testigos, para que el acto de restitucin de las tierras y las aguas a Vidaurre tuviese visos de legalidad; pero tambin buscaba que fueran agentes disuasorios al dems comn y hagan se estn y mantengan quietos en sus casas, sin dar lugar a nueva mocin e inquietud, pena de que lo contrario [] se remitir preso a buen recaudo. Ningn miembro de la repblica de indios quiso asistir a la restitucin, y la amenaza surti efecto: sealaron que obedecan lo estipulado por la Real Audiencia; es decir, no oponan resistencia alguna a la labor del juez. Quienes s plantearon rebelda fueron las indias que ya resistieron bravamente al primer acto de restitucin, al negarse a obedecer las rdenes del juez y amenazar con ir a Mxico, donde se encontraban su gobernador y parte del grueso de la poblacin de Tepetitln. El juez decidi detenerlas hasta terminar sus diligencias, y sacar sus conclusiones (AGN, T 776, exp. 1, ff. 34 r.-36 r.). La toma de posesin de las tierras y aguas reclamadas por Vidaurre se realiz con suma facilidad, sin aparente oposicin india. El juez y los testigos, acompaados de la guardia militar procedente de la ciudad de Mxico, llegaron al lugar donde se produjo la rotura de la tarjea, o caera, y en el que se verta el agua. En nombre del rey le restituy y ampar [a Baltasar de Vidaurre] a el uso y goce de dichas aguas segn y en la misma conformidad que l y sus causantes los haban gozado. El siguiente paso fue restituir las tierras de la hacienda que Vidaurre reclamaba como suyas; en concreto, eran tres ranchos y una presa donde haba agua para riego del trigo sembrado en la hacienda. Dos ranchos estaban ocupados por antiguos arrendatarios de Vidaurre, a quienes los indios les pidieron que no reco-
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nociesen la autoridad de Vidaurre, porque las tierras no eran suyas sino de su pueblo. El tercer rancho que restituy el juez Perera fue construido, coincidiendo con la protesta y la rotura de la caera, por Jos de Santiago, el Cojito, y su mujer, Dominga Ins, una de las detenidas por el juez Perera al oponerse sistemticamente a ambas restituciones. Este pidi a sus ocupantes que abandonasen el lugar, pues seran expulsados si no se iban, y que se fuesen a vivir donde lo hacan con anterioridad. Por tres veces, como estaba estipulado, se le requiri a Jos de Santiago, el Cojito, que cumpliese con la orden de desalojo. En la primera ocasin seal que aquellas tierras eran del pueblo, y as que ni se mudaba, ni pagaba; pero al tercer requerimiento del juez, impelido, posiblemente, por la fuerza militar que respaldaba a este, Jos de Santiago cumpli con lo mandado, para volver a donde antes viva. Cuando el juez y su squito llegaron a la presa, cuya agua estaba reservada para el riego de los sembrados de trigo, la encontraron vaca, pues, presumiblemente, los indios de Tepetitln le quitaron el bitoque o grifo. El acto de restitucin finaliz haciendo un balance de la situacin del trigo sembrado. Se reconoci que, por la falta de agua, por no habrselo regado a tiempo, y teniendo en cuenta que los meses de principios de ao eran fundamentales para el riego del trigo, las trece cargas de sembradura que tena la hacienda estaban muy rezagadas (AGN, T 776, exp. 1, ff. 36 v.-39 v.). Oficialmente, las tierras y las aguas que los indios de Tepetitln reclamaban como pertenecientes a su comunidad volvieron a manos de don Baltasar de Vidaurre. La siguiente tarea que las diligencias ordenaban realizar al juez Perera era la indagatoria para dar con los principales cabecillas del tumulto. Los testigos presentados para averiguar los hechos no eran indios, en su mayora, salvo un antiguo gobernador, discrepante con la actuacin de don Toms de San Jos y Brcena. La informacin que ofrecen dichos testigos es muy relevante, pues refieren posibles causas de la protesta y aspectos relacionados con la organizacin y el desarrollo de esta, desde cuando don Toms de San Jos y Brcena fue nombrado gobernador de los naturales de Tepetitln, el 6 de enero de 1747, hasta la salida de este, con algunos de sus oficiales de repblica y buena parte del comn del pueblo, a la ciudad de Mxico, antes de la primera restitucin, el 20 de enero de dicho ao.
Don Manuel Garca de Horabuena, quien fue alcalde mayor del partido, vecino y apoderado de los indios de Tepetitln, y sobre cuya testificacin ya informamos, vio en la accin de los naturales del pueblo una respuesta a la penuria y a la escasez de agua. Segn l, la destitucin del administrador de la hacienda de End, Antonio de Alvarado, con el arribo del nuevo dueo, don Baltasar de Vidaurre, pudo influir en esa respuesta colectiva, pues afirmaba que Alvarado controlaba a los indgenas facilitndoles en la hacienda tierras, agua y leas, entre otras cosas (AGN, T 776, exp. 1, ff. 40 r.-41 v.). Don Esteban de Rebolledo, teniente del partido de Tepetitln, seal la existencia de diferencias personales entre el gobernador, don Toms de Brcena, y Vidaurre, por unas tierras que litigaban; posiblemente era uno de los sitios de ganado menor a los que ya se hizo referencia. De todas formas, indic que tena noticias segn las cuales los indios pensaban, en principio, quitarle el agua al vecino pueblo de Sayula rompiendo la tarjea. Al final, reunidos los indios en junta, en la portera del convento franciscano de Tepetitln, redactaron un documento, para despus concurrir todos a cortar el agua que pasaba por la hacienda de San Lorenzo End. Inculp al gobernador Brcena como a principal cabecilla y como a alguien que no conoca las causas de este conflicto, por los pocos meses que llevaba en su puesto (AGN, T 776, exp. 1, ff. 41 v.-43 r.). Ms explcito, por su condicin de antiguo gobernador de los naturales de Tepetitln, pero opuesto a la labor de Brcena como tal, fue don Nicols Bernardino. l empez su declaracin enumerando a los participantes activos en el movimiento, aparte del gobernador: guiados y capitaneando la turbamulta el mismo [Francisco] Interial, el gobernador, Antonio Rodrguez, escribano, y su yerno Hilario, y ste dijo que si no rompan el agua, no hacan nada para empezar el pleito y que se reiran los espaoles. Precisamente, cuando el juez Perera proporcion la lista de cabecillas del tumulto aparecieron los cuatro citados por Bernardino. Adems, inculp a las indias retenidas por el juez como las principales dirigentes de las mujeres que permanecieron vigilando la caera o tarjea rota cuando se inici el tumulto, y que detrs del accionar de ellas estaban las rdenes de Brcena (AGN, T 776, exp. 1, ff. 44 r.-v.). Por ltimo, en
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este apartado de las testificaciones previas, destaquemos las aportaciones de Pedro Yanes y Francisco Alvarado, espaoles de condicin. El primero expres que fue llamado por algunos oficiales de repblica a la portera del convento como testigo, y se encontr con el gobernador y todo el comn de indios e indias, el que se haba juntado a son de caja y tambor. En esa reunin el gobernador Brcenas, junto con otros testigos presentes, le dijo:
[] que los haca testigos de lo que se haca en la junta, y pedan los hijos, con lo que el mismo gobernador les fue preguntando a cada uno que qu queran, y respondieron que queran agua que era suya y se la haban quitado, y que de esto se hizo el papel que se cita []. (AGN, T 776, exp. 1, ff. 48 r.-v.)
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Este escrito, el cual firmaron los oficiales de repblica del pueblo de Tepetitln, es mencionado por muchos de los testigos, pero el nico que ofreci su contenido completo fue Francisco Alvarado:
Yo, don Toms de Brcena, gobernador de este pueblo y los alcaldes de l he mandado a pedimento de todos los naturales que se junten a son de campana y caja para determinar el romper el agua que han pedido los hijos, quitndole el uso de ella a don Baltasar Vidaurre y echarla al arroyo. (AGN, T 776, exp. 1, ff. 50 v.-51 r.)
La conclusin que se puede colegir, tras el anlisis de estos testimonios, es el papel principal del gobernador don Toms de Brcena en los sucesos que espolearon a los indgenas a romper la tarjea e invadir tierras sitas en la hacienda de Baltasar de Vidaurre. Con estas aportaciones el juez Perera tena elementos suficientes para dar la lista de encausados10. Todos, salvo el gobernador, quien se encontraba en la ciudad de Mxico, fueron detenidos y remitidos a la Real Crcel de Corte el 16 de febrero de 1747. Sin embargo, habra que esperar hasta tres meses despus para que el
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La lista la encabezaban: don Toms de San Jos y Brcena; Francisco Interial; Antonio Rodrguez, escribano de repblica; Hilario, yerno del anterior; Julio Cornejo, alcalde; Pedro Cern y Diego Felipe, fiscales de la Iglesia. Las indgenas fueron Dominga Ins; sus dos hijas, Bartola Dominga y Juana Dominga; Andrea Ins, hermana de la primera citada; y Tomasa Dominga, alias Tomasa Mara.
gobernador Brcena se entregara, despus de que se le embargaron sus propiedades, entre ellas un rancho, y se le despojase de su vara de gobernador (AGN, T 776, exp. 1, ff. 66 r.-v.). Las apreciaciones en relacin con las causas, el desarrollo y quines fueron los cabecillas del conflicto se hacen muy diferentes si se acude a las declaraciones de los indgenas detenidos. Las primeras en declarar fueron las mujeres que participaron en la oposicin a la primera restitucin realizada por don Toribio Gmez de Tagle. Todas ellas refieren la ausencia de dirigente alguno durante el desarrollo de los altercados. Por ejemplo, Dominga Mara seal que a un mismo tiempo se conmovi todo el pueblo, sin que se distinguiese cabecilla alguno. Parecidas respuestas (todo el comn haba concurrido, no hubo especial persona que los indujeran, haber salido en consorcio de su pueblo) dieron las dems detenidas, con lo cual queran dejar claro el carcter comunitario del acto, lo que se vio reflejado cuando redactaron y firmaron el papel en la portera del convento antes de salir a romper la tarjea (AGN, T 776, exp. 1, ff. 83 v., 85 v., 87 r.). En idnticos trminos se expres el detenido Francisco Interial, cuando seal que era falso que don Toms de Brcena fue quien alter al pueblo, sino que fue este quien acudi al gobernador a pedirle permiso para romper la zanja del agua (AGN, T 776, exp. 1, f. 89 r.). Cuando, varios meses despus se entreg a las autoridades de la Real Audiencia el gobernador Brcena, sobre este asunto seal que cumpli con todas las obligaciones de su cargo y, como tal, ni apremi a sus gobernados a romper la tarjea ni los coaccion a impedir la restitucin ordenada por la Real Audiencia, sino que fueron ellos mismos [] impelidos de la urgente necesidad de la falta de agua rompieron la tarjea y resistieron la restitucin sin que en ello tuviese yo particular influjo (AGN, T 776, exp. 1, f. 97 v.). Ruiz Medrano seala que este tipo de tumultos comunitarios posea una base de organizacin asentada fuertemente en redes informales de resistencia que se consolidaban, de forma colectiva y consensuada, una vez que el conflicto estallaba (Los tumultos 36). Las causas y los motivos por los cuales los indios de Tepetitln se movilizaron para romper la caera y tomar tierras de la hacienda de Baltasar
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de Vidaurre coinciden en las versiones de casi todos los indiciados. La carencia de aguas y de tierras se repiti en las declaraciones de todos los detenidos, as como la afirmacin de que las aguas y las tierras ocupadas en la hacienda de Vidaurre les pertenecan, tal como ya lo haba reclamado el gobernador Brcena en su primera exposicin de motivos, el 11 de enero de 1747. Mara Bartola manifest en su declaracin que el haber salido fue porque quitndoles el agua perecen, as los vecinos del pueblo como sus animales (AGN, T 776, exp. 1, f. 87 v.). No muy distinta fue la respuesta del gobernador Brcena, cuando, en medio de su interrogatorio, hizo referencia a las determinaciones que se tomaron en la portera del convento, y a la elaboracin de un papel o pliego, que firmaron todos:
[] se juntaron algunos como para todos los actos de comunidad se juntan, y fue la junta para que el agua corriese por donde sola, oprimidos de la necesidad que padecan, que se moran de sed ellos y sus animales. (AGN, T 776, exp. 1, f. 104 r.)
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El enorme crecimiento demogrfico fue tambin alegado como causa de las acciones habidas en Tepetitln, como sealaron algunos de los detenidos. Los datos poblacionales que poseemos indican que hubo un aumento demogrfico constante desde fines del siglo XVII hasta concluir el XVIII. Vetancurt, en 1696, recoge 820 indios naturales bajo la administracin religiosa de los franciscanos en todo el distrito de Tepetitln, que inclua cuatro haciendas y tres pueblos de visita con sus iglesias: San Pedro Nextalpa, San Francisco Sayula y Natividad de Atenco (86). Cincuenta aos despus, Villaseor subraya en el Theatro Americano (118) que en el pueblo de Tepetitln vivan 69 familias de poblacin india. Si se recurre al promedio establecido para ese perodo, cinco individuos integrantes de un grupo familiar (Lpez 48), estaramos determinando un aproximado de 345 indgenas que habitaban en el lugar. Entre mediados y fines del siglo XVIII se asiste a un progresivo crecimiento de la poblacin indgena del centro de la Nueva Espaa, salpicado con perodos de propagacin de enfermedades, como el sarampin y la viruela, que frenaban temporalmente dicho desarrollo (Mondragn 106-109). De acuerdo con las cifras ofrecidas por Lpez Sarrelange para la jurisdiccin de Tula en 1795, donde estaba incluido Tepetiln, el aumento de la poblacin india desde 1746 fue del 30% (48).
Extrapolando estas cifras al pueblo de Tepetitln, esta poblacin a fines del siglo XVIII podra estar cercana a los 450 pobladores. La falta de tierras ante el crecimiento demogrfico en los pueblos de indios novohispanos ha sido esgrimida por algunos historiadores, como Katz (78-79) y Coatsworth (49), para explicar el aumento en el nmero de conflictos sociales a lo largo del siglo XVIII. Tierras y aguas de muchos pueblos del centro novohispano, como el caso de Tepetitln, resultaron insuficientes para que sus habitantes pudieran cubrir sus necesidades bsicas. La respuesta a ese malestar fue la invasin y la ocupacin de tierras y aguas; muchas de ellas, a su vez, vendidas y rentadas con anterioridad por los pueblos a las haciendas, o adquiridas con malas maas por los dueos de estas, aprovechando la extrema debilidad de los pueblos de indios desde finales del siglo XVI y durante el siglo XVII, debido, especialmente, al declive demogrfico. Cuando se le pregunt en el interrogatorio a la indgena Dominga Mara por qu construyeron un jacal en uno de los ranchos invadidos de la hacienda de Vidaurre, ella, adems de sealar que el sitio donde construyeron era propio del pueblo, expres que se tuvieron que ir a dicho lugar porque en el que tenan en el pueblo ya no caban sus hijos (AGN, T 776, exp. 1, f. 83 v.). En parecidos trminos se expresaron las indias Andrea Mara y Tomasa Mara. As mismo, Juan Antonio Rodrguez de Estrada, escribano de repblica y detenido, declar que haber sacado al santo patrn de la iglesia del pueblo y llevarlo a la ciudad de Mxico lo hizo el comn por venir a pedir dnde vivir porque ya en el pueblo no caben (AGN, T 776, exp. 1, f. 91 v.). Con ello podemos responder a los deseos expresados por el gobernador don Toms de San Jos y Brcena por recuperar los cinco sitios de ganado menor que desde 1664 disfrutaron los sucesivos dueos de la hacienda End. Baltasar de Vidaurre, su ltimo poseedor, se negaba a entregar los ttulos y las mercedes que demostraban la propiedad de estos al pueblo de Tepetitln, y, por ende, su dominio y los acueductos de agua que por dichas tierras pasaban, y que fueron ocupados el 9 de enero de 1747 (AGN, T 776, exp. 1, ff. 22 r.-24 v.). Las irradiaciones de este tumulto tuvieron sus resultados a corto plazo. En 1748 las autoridades virreinales libraron un despacho para que
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se le asignasen tres das a la semana de agua corriente a San Bartolom Tepetitln. Sin embargo, ciertos inconvenientes surgieron de esta medida. La distancia del arroyo al pueblo (un cuarto de legua) le originaba ciertos problemas a las nias doncellas que acudan a l a traer el agua. Otra contrariedad la represent el pueblo de Sayula, que es donde est el remanente de la dicha agua, y los indios no quieren dejar el agua en conformidad de lo mandado (AGN, T 776, exp. 1, f. 121 r.). Se pasaba de un conflicto entre los naturales de Tepetitln y el dueo de la hacienda End a otro entre los pueblos de Tepetitln y Sayula, con el agua como eje de la disputa.
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Renn Silva
Marina Caffiero (reconocida especialista en la historia de la religin y de la Iglesia catlica en Europa, siglos XVI-XVIII) public en Italia esta obra en 1996, la cual fue traducida al francs y publicada en 2006 por las ediciones de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, lo que da una idea de su importancia. El tema no parece tener mayor novedad: se trata, en principio, del estudio de los acontecimientos que rodearon la canonizacin de un fraile mendicante a finales del siglo XVIII, y de la significacin que tal episodio tuvo para el catolicismo en el siglo XIX. El secreto y la importancia de la obra no se encuentran, pues, en el tema, sino en el tratamiento que se hace de l, en la forma como la autora construye, a partir de tales eventos de canonizacin, un problema de investigacin; es decir, una apuesta que le permitir encontrar las estrategias mayores, en las que tales eventos tendrn un sentido por su relacin con la historia poltica y cultural del perodo, el cual no es, simplemente, el de los aos finales de la Ilustracin, sino, ms precisamente, el de los aos que van de la Ilustracin a la Restauracin, pasando por la coyuntura europea revolucionaria de 1790. La historia, en principio, es sencilla y no tan extraa o extica como se pensara, y parece comenzar de la siguiente manera: La tarde del mircoles santo del ao [1783] (el 16 de abril) muri en Roma, en la casa del carnicero Francesco Zaccarelli [] en el barrio popular de los Monti, un joven peregrino de nacionalidad francesa. Quebrado por el exceso de sus penitencias, por sus ejercicios de ascesis y por sus prolongados ayunos voluntarios, Benot-Joseph Labre expir a la edad de 35 aos.
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Lo que ocurri a continuacin tiene algo de sorprendente. La muerte de quien era visto en el barrio pero, en ese momento, difcilmente ms all como santo y como mstico, como hombre de fe extrema, despert una ola de entusiasmo y fanatismo, y dio lugar, de inmediato, a un culto popular que nadie se esperaba, a tal punto que la autora del libro dir que la opinin popular lo haba canonizado antes que la Iglesia, la cual, de todas maneras, reaccion con prontitud, de modo que sus despojos mortales fueron disputados por tres iglesias (dos de ellas parroquiales) deseosas de albergar sus restos y reliquias, por fuera de que las gentes del barrio obligaron a retrasar el entierro, pues queran tocar su cuerpo, lo que, en principio, hace a nuestros ojos ms sorprendente el episodio, pues Labre era famoso por sus piojos, su falta de bao, sus ropas sucias y sus heridas de mortificacin, recorridas todas por innumerables gusanos, segn lo dan a entender los testimonios citados durante su proceso de canonizacin. Las disputas sobre el destino final de su cuerpo, luego de que se determin dnde reposaran sus restos, no pudieron ser zanjadas sino por una especie de gran procesin de despedida que recorri todas las calles del barrio popular donde haba pasado sus aos romanos. Pero, quin era Benot-Joseph Labre, y por qu la clamorosa reaccin de fe y piedad popular que despert su fallecimiento? Francs de nacimiento (haba nacido en la Dicesis de Boulogne en 1745), luego de haber tratado, sin xito, de ingresar en varias rdenes religiosas, Labre se inclin por el destino en esa poca, ya poco comn de monje mendicante y peregrino, y especializ su vagabundeo en direccin a los santuarios europeos ms conocidos. Durante siete aos se dice que recorri a pie ms de 30.000 kilmetros, hasta que por fin se estableci en Roma, en el barrio popular de los Monti, donde su figura piojosa y andrajosa se hizo ms o menos popular, sin que llegara a ser muy conocido ms all de las calles del que se convirti en su entorno permanente. Dorma tirado en la calle, bajo los puentes o en los sitios ms primitivos que se pueda imaginar. Al fervor popular por el nuevo santo y a los rumores de milagros que desde ahora se dir que rodearon su vida, responder con una velocidad asombrosa a la jerarqua de la Iglesia, que, contrariando todas las normas
acostumbradas, inicia de inmediato el proceso de canonizacin de Labre, quien ya en 1796 era declarado como venerable, mientras el entusiasmo que despertaba su figura no dejaba de crecer. Calmada un tanto la tormenta revolucionaria en Europa, el proceso de canonizacin, que temporalmente haba sido suspendido, vuelve a escena a principios del siglo XIX (un santo de la Restauracin?), en 1860 se produce la beatificacin solemne, y en diciembre de 1881 Benot-Joseph entra con paso firme en el ms alto de los lugares del panten catlico, para satisfaccin de sus fieles numerosos y de una Iglesia Catlica que parece haber dejado de lado cualquier reserva que al principio pudiera haber tenido frente a la popularidad de Labre y a los valores de santidad que podra representar. A explicar este acto de fe salido, al parecer, de una devocin popular acelerada e inesperada se dirige este documentado trabajo, que ha rehuido no solo las trampas de la biografa y de la etnografa desprovista de fuerza histrica, sino que ha querido, en buena hora, ofrecer un contexto poltico y cultural del problema analizado, e incluir sus preguntas en un horizonte mayor, a partir del cual todas las ricas descripciones ofrecidas por la autora encuentran su perspectiva histrica y antropolgica. As pues, para Marina Caffiero se trata de poner la obra, vida y milagros del futuro santo en un sistema de relaciones complejas en el interior de la Iglesia Catlica, en un momento de una coyuntura poltica particular (Europa ilustrada y Europa revolucionaria); es decir, en una de las fases ms intensas de ascenso a la modernidad, de tal forma que el estudio realizado permita explorar dos tipos de problemas historiogrficos mayores. Por un lado, el de los modelos de santidad, considerados en el cuadro ms amplio de estrategias de las que se dota la Iglesia Catlica para enfrentar los retos de la modernidad y avanzar en un proceso de reconquista de una sociedad laica y secular que se le escapa, para lo cual se ha fijado, desde finales del siglo XVIII, dos grandes blancos: las clases populares y las mujeres. Por otro lado, explorar el problema de las formas de estructuracin simblica de la imagen de un nuevo santo, y, en este caso, de un nuevo tipo de santidad, al tiempo que se exploran las funciones sociales y culturales del santo propuesto a los fieles como motivo de devocin y como inspirador de una conducta recomendada.
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Para la autora del libro la ocasin es ejemplar, pues los eventos en torno al nuevo santo y el culto posterior desarrollado, sobre todo en medios populares, resultan ser el sntoma de un cambio mayor en el catolicismo de finales del siglo XVIII, en su confrontacin con el mundo moderno (en principio, el mundo de la Ilustracin), frente al cual una de las mayores cartas de la Iglesia fue la del regreso a un pasado mtico, pero de gran fuerza espiritual para la propaganda catlica (la cristiandad medieval, con sus formas de vida puras y originales), un pasado que la historiografa y la hagiografa de la Iglesia haban narrado muchas veces, hasta convertirlo en una tradicin respetada, aunque estuviera siendo abandonada desde bastante tiempo atrs. El personaje se presta de manera magistral al trabajo de exploracin de esos problemas histricos por varias razones, que pueden reunirse, para avanzar rpido, en una: Benot-Joseph Labre representa, desde muchos puntos de vista, la anti-Ilustracin, la negacin, en el plano de la religin, de todos los valores que la modernidad ilustrada propona. Para empezar, se trataba, en su caso, de una forma de carrera eclesistica que, a su manera, constitua un desafo a la autoridad de la Iglesia, pues los monjes mendicantes, sin pertenencia a rdenes religiosas especficas, vagabundeando por Europa, no solo eran cosa del pasado, sino que eran cosa difcil de controlar en el presente, por minoritarios que fueran. Ese tipo de monjes generaban problemas de disciplina, una realidad que la Ilustracin haba vuelto a plantear de manera nueva desde mediados del siglo XVIII como un ideal para la vida social, un ideal que la Iglesia no haba dejado de incorporar en su propio beneficio. En segundo lugar, el cura Labre se presentaba como un modelo de virtudes, pero su idea de virtud (es decir, la que se desprenda de su vida, de su forma de obrar pues recordemos que se trataba de un laico inculto, apegado a un modelo de devocin que no incorporaba grandes elaboraciones teolgicas) no corresponda en absoluto a la idea de virtud que en el siglo XVIII haban logrado imponer los ilustrados. Era una idea que nada tena que ver con el comercio, ni con el trabajo ni con la utilidad: los tres principales hechos con los que la Ilustracin relacion al
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virtuoso. Se trataba, ms bien, de las virtudes de la vida contemplativa, de la vida vivida, ante todo, como servicio devoto al Seor (expresado en la oracin, y mucho ms, en la mortificacin que expa las culpas), pero no como servicio a los semejantes. En tercer lugar, este monje peregrino haca una confesin descarnada de su adhesin al ideal de pobreza (un ideal ms o menos olvidado por las jerarquas de la Iglesia), y lo haca, adems, de una forma extrema, pues, de paso, renunciaba a las normas mnimas de civilidad y urbanidad, como las que tenan que ver con el aseo y el cambio de ropas y el control preventivo de la enfermedad a travs del cuidado del cuerpo; es decir, todo lo que en el plano de la defensa de la vida contra la muerte (que ya no poda seguir siendo simplemente muerte natural y poda ser evitada) haba promocionado la Ilustracin, un ideario al que la Iglesia no solo haba adherido de manera pasiva, sino que, en buena medida, haba promocionado (por ejemplo, en sus escuelas de primeras letras y en los sermones dominicales); entre otras cosas, porque se trataba de conquistas de civilizacin, y no solo de frmulas polmicas de la Ilustracin. As pues, la vida de este hombre poco institucional y, en parte, fuera de las normas, de cuyo ejemplo quera apoderarse la piedad popular, resulta un caso digno de inters para plantear el problema de cmo y por qu se llega a ser santo y cules son las funciones que cumplen los modelos de santidad en el marco de las estrategias de supervivencia de la Iglesia Catlica, que en este caso no solo deba enfrentar los desafos del mundo moderno, sino tambin los desafos (la demanda de fe) de los medios populares, apegados a su propia creacin (el nuevo santo), sin importar que en principio esta desafiara la lgica de la institucin. De este ltimo punto en particular, Marina Caffiero sacar materia para sus anlisis de la forma como la Iglesia negocia con sus fieles y como logra incorporar sus demandas de fe, en los lmites de una ortodoxia, que siempre podr ser ampliada o reducida, segn las estrategias de la institucin; lo mismo que advertir sobre las complejas formas de hacer de una Iglesia, fuertemente centralizada en el Vaticano, capaz de incorporar, sin
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rupturas y manteniendo el control de la institucin, cambios de todo orden, al tiempo que deja entre los miembros de la institucin el sentimiento de una enorme participacin en decisiones que, finalmente, solo son tomadas en la pequea cpula eclesistica. A responder las preguntas planteadas al inicio de su obra es a lo que dedicar Marina Caffiero los cuatro captulos que conforman su libro, en los cuales examinar, a partir del caso Labre, pero tambin ms all de l, un grupo nutrido de estrategias destinadas por la Iglesia Catlica a defenderse del mundo moderno y a restituir un modelo de santidad (en la prctica, un modelo de cristiano) que no se detiene ante nada, con el objetivo de promover entre sus fieles un comportamiento prctico, en el que hasta los piojos del santo piojoso pueden resultar, extraamente, un nuevo acto de fe. Por lo dems, como lo sealaba un hagigrafo de la poca, lo sucio de Benot-Joseph era lo sucio-contestatario contra la vanidad del mundo; por ejemplo, la de Voltaire, quien era limpio, perfumado y corrupto, de tal manera que el piojo se vuelve elemento de santidad y hasta reliquia, lo cual no evita que los grabados que del santo se repartan a los fieles y algunos de los cuales reproduce el libro lo hayan mejorado sensiblemente. El modelo de santidad para ese mundo moderno siempre en crisis, segn la percepcin de la Iglesia Catlica, no ser otro que el de un cristianismo que cope desde el principio hasta el fin la vida de la gente, que estructure una religiosidad prctica con convicciones penitenciales capaces de afectar de manera decidida el propio cuerpo (mortificar el cuerpo) y liberar la culpa del sujeto por la expiacin. En pleno siglo XIX, y despus del acontecimiento de 1789 (que para la Europa continental funda de manera simblica el advenimiento de la vida moderna), la Iglesia se propone la renovacin de un modelo de ayer, con fuertes componentes irracionales, con promocin permanente del milagro y de la supersticin, con una visin fatalista de la pobreza que reintroduce en el nuevo siglo su forma de existencia y de representacin en el Antiguo Rgimen, al lado de un modelo de peregrinaje y formas de devocin que ya no se ejercern de manera prctica en el mundo ni en el camino de Compostela, sino en la capilla y en la casa, a travs de la imagen del santo supliciado y a travs del manual
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de devocin, a travs de la recomendacin del sermn del domingo y a travs de la lectura de las vidas de santos, una de las formas ms extendidas de literatura sacra en el siglo XIX, con la que se quera, adems, combatir la nueva novela de entrega peridica a travs de la prensa. En el cuarto captulo de su libro, Marina Caffiero aborda un punto que parece crucial en una perspectiva de historia social de la Iglesia y de las religiones, y que apunta a develar el misterio de un culto popular salido, al parecer, de la nada; casi que milagroso, diramos. En realidad, no hay santo sin patrn y sin interesados en los procesos de santificacin. El anlisis de los procesos de ascenso a los altares, sea en sus partes bajas o en las altas, supone para el historiador la demostracin emprica detallada de las fuerzas que empujan de manera explcita o desde la tras-escena para que el triunfo sea alcanzado. Las redes de promocin, las fraternidades de interesados, los cuerpos profesionales en busca de protector y de principio de identidad, todas esas formas de construir desde abajo la religin y ampliar la esfera de influencia de la Iglesia que estn presentes de manera tan evidente, por ejemplo, en el marco de la sociedad hispanoamericana de los siglos XVI al XVIII son pruebas fciles de integrar en un anlisis cuando se quiere demostrar el carcter socialmente organizado de formas de santidad, de modelos de espiritualidad, de prcticas de devocin, que de otra manera seguirn apareciendo como hechos de mentalidad, como hechos de cultura o, aun peor, como formas de idiosincrasia que careceran de historia. La religin y las formas de piedad ilustrada, el posible jansenismo de algunas de las autoridades virreinales, la posicin de los ilustrados en torno a las formas de religiosidad popular, el propio conflicto entre ciencia y religin de los ilustrados (para decirlo en palabras de Jaime Jaramillo Uribe), el paso del ideal de virtud como la haba conocido el siglo XVII a la forma moderna del virtuoso til y activo, la competencia entre modelos de santidad que movilizan los prrocos en el siglo XIX (el de la utilidad social y el de la devocin), como parece deducirse de las descripciones de Manuel Anczar en su Peregrinacin de Alpha, son todos interrogantes que nos
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siguen esperando, como ms hacia atrs nos siguen esperando la Virgen de Chiquinquir o san Pedro Claver, y sobre los cuales la documentacin, adems, se encuentra editada. El libro de Marina Caffiero puede ser, entre varias otras cosas, una buena gua para emprender la exploracin. La Iglesia y la religin son, ante todo, hechos sociales, productos creados por la sociedad, a la que, a su vez, dan forma y color, y, a veces, su propio contenido. Son, pues, creaciones histricas posibles de explicar ms all de esta o aquella pequea etnografa sobre esta o aquella pequea devocin, y el principio de su inteligibilidad, como lo muestra el libro de Marina Caffiero, aparece (o por lo menos se hace posible) cuando los problemas que se asocian a la religin y a la Iglesia se ponen en el marco contextual y relacional que permite comprenderlos.
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Independencia
Heraclio Bonilla, ed.
El libro compila catorce ponencias (correspondientes a igual nmero de captulos) y una relatora de varios expertos internacionales en temas de la Independencia de los pases de la regin andina, reunidos en un seminario que organiz el Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia (sede Bogot) entre el 27 y el 29 de agosto de 2008. La conmemoracin del Bicentenario de la Independencia fue el momento para repensar la gesta emancipadora, plantear nuevas preguntas referentes a una diversidad de actores silenciados por la historiografa oficial, escudriar en fuentes hasta el momento ocultas en los archivos y aplicar andamiajes tericos novedosos. Indios, negros y mestizos en la Independencia ofrece a sus lectores diferentes versiones de la historia al preguntar por la gente annima, la plebe, la muchedumbre o los subalternos, a quienes no se les puede desconocer su aporte a los procesos independentistas. El texto se halla estructurado en cinco partes, que corresponden a las naciones independizadas por Simn Bolvar, una relatora realizada por Georges Lomn y la bibliografa. A lo largo de la obra se estudia una diversidad de multitudes annimas (indios, negros y mulatos fueran esclavos o libertos, mestizos, libres de todos los colores, cholos, la plebe o los subalternos) y su relacin con el proceso de la Independencia de los cinco pases de la regin andina. Eran la gran mayora de la poblacin de aquella poca, diferente en proporcin demogrfica, segn la provincia y la jurisdiccin del cabildo: los que trabajaban la tierra y los yacimientos mineros, cargaban mercancas en sus espaldas o a lomo de mula, se ubicaban en los sectores artesanales, arriaban el ganado, realizaban labores domsticas en las casas de los potentados, vendan mercancas en las calles, las plazas y las tiendas, o vivan sin Dios,
ley ni rey. Cada sector poblacional present una posicin en relacin con el proyecto independentista o realista; cada uno defendi unos privilegios, sus intereses y sus derechos adquiridos por un pacto consuetudinario con la Corona; cada uno busc ser incluido en los gobiernos republicanos o en su contraparte realista, para adquirir derechos y libertades. No obstante, no hubo conexiones sociales y polticas entre ellos, ni, mucho menos, conciencia de cambio, lo cual asegur el triunfo momentneo de los ejrcitos del rey y la posterior consolidacin del poder de los blancos y los criollos ilustrados en la fundacin de las repblicas independientes. Uno de los aportes ms interesantes del libro en sus distintos captulos es otorgarles a los sectores populares o subalternos un lugar trascendental en la historia de las luchas por la emancipacin y dejar de lado la incompleta y parca interpretacin de la Independencia que involucr a realistas y patriotas criollos que manipularon a su favor a mestizos, indios y esclavos para provocar revueltas y engrosar ejrcitos. Hace visibles los objetivos, a veces poco perceptibles, las luchas y los proyectos (inorgnicos, como los denomina scar Almario en el captulo 1) que defendieron, o trataron de hacerlo, aquellos sectores subalternos: la libertad de los esclavos, la defensa de la autonoma de las comunidades negras, las tierras y los privilegios de los indgenas, los desacuerdos con los llamados malos gobiernos, as como la conservacin de los derechos consuetudinarios de los unos y de los otros. Otro aspecto que rescatar en varios de los captulos (no en todos) es la bsqueda, en la larga duracin, de explicaciones a las reacciones que tomaron estos sectores a favor o en contra de la Independencia. Varios historiadores han entendido que no se puede tener un profundo conocimiento del proceso si se restringen los estudios a los aos 1808 y 1825, sino que es necesario analizar toda la trama social, poltica, econmica y cultura del perodo colonial tardo, e incluso ms all, en cada uno de los entes territoriales americanos. As lo hicieron: Heraclio Bonilla (captulo 14), al encontrar en las grandes rebeliones indgenas del sur andino de 1780-1781 los antecedentes de los desacuerdos entre los grupos indgenas durante la emancipacin; Elina Lovera Reyes (captulo 8), en las iniciales relaciones
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pacficas entre los caquetos de Venezuela y los conquistadores espaoles, y la posterior defensa indgena de los intereses de la Corona; Roco Rueda y Mara Eugenia Chaves, en las luchas de los esclavos de Esmeraldas y Chota-Mira (captulos 5 y 6) por defender durante la Independencia los derechos adquiridos por sus comunidades dcadas atrs. En esto no fueron tan afortunados, por ejemplo, los historiadores colombianos Catalina Reyes y Jairo Gutirrez (captulos 2 y 4) para explicar las razones de la posicin neutral de los indios de las provincias de Santaf, Tunja y Antioquia en la independencia de Colombia; o tala de Mamn (captulo 11), con respecto a las razones para que los indios de Cochabamba asumieran una frrea resistencia contra los realistas luego de que estos tomaron el control de la provincia. Sin embargo, en tales vacos hay ricos filones de investigacin para futuros historiadores. Otro elemento importante del libro es el enfoque regional, que ha posibilitado profundizar en ciertos sectores poblacionales de un territorio especfico enmarcado por una provincia o una jurisdiccin de cabildo, as se evitan las generalizaciones. Diferenciar a los indios realistas de Santa Marta (Nueva Granada), Pasto (Nueva Granada) y Coro (Venezuela) de los republicanos de Cochabamba (Bolivia), Cusco (Per) y Puerto Viejo (Venezuela), as como la posicin neutral de aquellos que habitaban las provincias de Tunja y Santaf (Nueva Granada); o a los negros realistas del valle del Pata (Nueva Granada) de los que optaron por el bando republicano, como los de Cartagena (Nueva Granada) y Esmeraldas (Quito). Igualmente, los vaivenes de los negros, esclavos y mulatos de Venezuela y Popayn para reclutarse en uno u otro bando, de acuerdo con los ofrecimientos de libertad y privilegios; o los viejos antagonismos de los indgenas peruanos y las dbiles alianzas de criollos, mestizos e indios en aquel virreinato. Aquellos estudios han permitido matizar las diversas experiencias regionales y de segmentos populares frente a la Independencia, sin forzarlas a generalizaciones y a una sola expresin frente a los acontecimientos emancipadores. Por otra parte, el enfoque regional ha permitido acceder a una variedad de fuentes desconocidas por la historia tradicional (llamada
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historia sagrada por Miguel Izard en el captulo 10), que contienen una valiosa informacin para ampliar las interpretaciones sobre la poca. Desde aquella documentacin se puede or la voz de los subalternos y conocer sus acciones, sus alianzas, sus intereses, sus apropiaciones y las maniobras para conseguir sus objetivos. El ejemplo ms evidente es el texto de Ester Ailln (captulo 12), quien a travs de las causas criminales seguidas contra el mulato Francisco Ros reconstruy el mundo social de los sectores populares y negros de La Plata (Sucre, actual Bolivia), y sus estrategias polticas en los motines contra las autoridades espaolas de 1809 y 1810. Tambin Jos Marcial Ramos (captulo 9) logr construir pequeas biografas de negros libres y esclavos destacados en la independencia venezolana por medio de la informacin dispersa en fuentes primarias y bibliogrficas. Finalmente, hay dos componentes ms que rescatar del libro. El primero es el llamado de atencin para realizar balances historiogrficos no solo del perodo de la Independencia, sino de cualquier otro, lo cual hizo Alfonso Mnera (captulo 3) al comparar las distintas versiones de la historia que se han producido sobre la intromisin de los sectores negros y mulatos en la independencia de Cartagena. El segundo es la visin desde un espectro ms amplio, que desborde los lmites provinciales y nacionales, para comparar las diversas experiencias de los denominados subalternos. Esta perspectiva fue la utilizada por Miguel Izard (captulo 10) al describir, a lo largo del continente americano, los grupos que buscaron refugio en zonas inhspitas para huir del control de las autoridades. As mismo, Christine Hnefeldt (captulo 13), al reflexionar en el marco sudamericano sobre los distintos mecanismos utilizados por lderes militares patriotas y realistas para reclutar esclavos, as como sobre las estrategias de estos ltimos para hallar ubicaciones ventajosas en los ejrcitos y la sociedad de los pases independientes. Estos dos elementos permiten ampliar las formas para abordar el pasado, observar lo que se ha hecho y formular nuevas preguntas con las investigaciones de otros pases y de las dcadas pasadas. Una de las preguntas que quedaron pendientes en la mayora de los captulos, y que no se han planteado muchos historiadores que estudian
la Independencia, es la cuestin de la inclusin o exclusin de los sectores indios, negros libres y esclavos y mestizos en la configuracin de las naciones independientes. La historia de la Independencia no debe finalizar con las batallas definitivas, la rendicin de las tropas del rey y la expulsin de los espaoles de los territorios americanos. Es necesario tambin avanzar algunos aos ms para analizar cmo los lderes polticos y militares organizaron el Estado y, adems, cmo sus decisiones afectaron a los diferentes sectores populares. En esto scar Almario (captulo 1) avanza ms all de los aos crticos de las guerras de la Independencia en la provincia de Popayn. Argumenta que las comunidades negras fueron excluidas de la nueva repblica, lo cual fue respondido con su libertad de hecho, el desmoronamiento del antiguo complejo esclavista agrominero, la formacin de sociedades negras en libertad y la ocupacin masiva del territorio. De igual modo, Heraclio Bonilla (captulo 14) indica la forma como los indios peruanos se levantaron contra la repblica traidora y solicitaron el regreso del rey. Un aspecto que brilla por su ausencia en el libro es la falta de mapas que les permitan a los lectores ubicar geogrficamente la provincia o la localidad a la que hace referencia el captulo. Ms an cuando se espera que el pblico no se restrinja a Colombia, sino que se ample a las cinco naciones del rea andina. Se requieren estas ayudas que faciliten una mejor comprensin de los textos. Adems, los planos cartogrficos pueden enriquecer las interpretaciones del pasado que hacen los historiadores, como, por ejemplo, en la apropiacin del territorio, su organizacin, su distribucin y la lucha por controlarlo. No es una cuestin de determinismo geogrfico, sino de tener en cuenta las variables del espacio para explicar las dinmicas econmicas, sociales y polticas de la gesta emancipadora. Por ejemplo, dnde est ubicado el partido de Puerto Viejo? Tatiana Hidrovo (captulo 7) argumenta que su condicin portuaria, fronteriza y perifrica contribuy a la apropiacin de las ideas de soberana y ciudadana por parte de los indios de su distrito. nicamente Elina Lovera (captulo 8) presenta la localizacin de la ciudad de Coro y los centros urbanos bajo su jurisdiccin, fuesen de indios, de negros, de blancos o de mestizos.
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Nuevo Mundo
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Ascensin y Miguel Len-Portilla, dos de los ms grandes eruditos en la cultura, el pensamiento y las lenguas de los antiguos mexicanos, publican este pequeo volumen lleno de informaciones bien documentadas, y que permite plantear discusiones que no solo tienen que ver con el conocimiento histrico de dos zonas culturales de primer orden dentro de la civilizacin mexicana que los espaoles encontraron a su llegada a Mxico a principios del siglo XVI, sino que remite a discusiones mayores en el campo de las ciencias sociales (incluida, desde luego, la lingstica) y de la filosofa. En principio, el libro trata simplemente de lo que su ttulo indica: la presentacin de las dos primeras gramticas de lenguas indgenas publicadas en el Nuevo Mundo. Se acompaa de datos biogrficos e intelectuales sobre sus autores, e incluye una descripcin cuidadosa y muy elaborada de la forma como los dos frailes autores de los textos abordaron el estudio de lenguas que constituan una novedad. El libro, como sealamos, permite abordar problemas ms generales sobre el marco renacentista y humanista en el que se cumplieron el Descubrimiento y la Conquista del Nuevo Mundo, sobre la erudicin de muchos de los frailes que participaron en la empresa, y sobre el significado que para el mundo de hoy tiene ese trabajo de descripcin de las dos grandes lenguas de los antiguos mexicanos. Abordemos, pues, cada uno de esos puntos mencionados, comenzando por la presentacin de las obras de las que con detalle se ocupa el pequeo volumen, no sin dejar de reconocer que muchos otros trabajos de los Len-Portilla han dado cuenta de muchos otros aspectos de la historia intelectual y cultural de los nahuas y michoacanes, aspectos que no se
repiten en este texto. El lector puede, sin problema, dirigirse a la rica y pertinente bibliografa que acompaa al libro, y que incluye las referencias a los textos anteriores de los autores y a muchos otros relacionados con el tema. Las dos gramticas que son presentadas y estudiadas son, por un lado, el Arte de la lengua mexicana, de fray Andrs de Olmos, concluida en fecha tan temprana como el 1 de enero de 1547, e impresa solo a finales del siglo XIX (en 1875), pero que circul de forma manuscrita y fue un texto utilizado y respetado en su poca; y, por otro , el Arte de la lengua de Michoacn, del franciscano Maturino Gilberti, impresa en las prensas de Juan Pablo en 1558. Cabe sealar que, por razones fciles de comprender, las lenguas indgenas de los pueblos del Nuevo Mundo fueron un objeto temprano del inters de los altos funcionarios coloniales civiles y eclesisticos. En parte, la redaccin de estas obras y de algunos bosquejos anteriores que se perdieron, y la de muchos otros posteriores que sobrevivieron y mejoraron los trabajos pioneros de de Olmos y de Gilberti, obedeci a exigencias del nuevo poder civil. Se trataba, pues, de conocimiento con fines prcticos de dominacin y con metas precisas en cuanto a los resultados buscados: conocer las nuevas sociedades amerindias con fines de explotar riquezas e imponer lo sobrenatural cristiano, para decirlo en el agudo lenguaje de Serge Gruzinski. O, dicho de la forma hoy dominante: se trataba de imponer el poder colonial sobre los pueblos sometidos. Una de las enseanzas ms valiosas de la obra que reseamos es que los procesos sociales de que se trata pueden ser mucho ms ricos, complejos, matizados y ambiguos de como lo hace creer el uso actual (de origen, en apariencia, foucaultiano) de las categoras poder y dominacin. En primer lugar hay que sealar, como advierten los autores del libro, que estas artes de la lengua no habran sido posibles sin una consideracin de humanismo universalista sobre su carcter de lenguas, y no de dialectos del diablo o de formas de comunicacin de menor estatuto que las lenguas europeas. El hecho innegable de que formaran parte de empresas de poder (pero, qu no lo es?) no hace desaparecer la presencia de tal perspectiva universalista, y no puede conducir a omitir que, como investigaciones, las gramticas de Olmos y de Gilberti se localizan en el mismo
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horizonte conceptual de similares trabajos europeos, y no pueden ser asimiladas sin ms al simple empeo de someter y dominar. Estas gramticas, y algunas de las posteriores, tratan las lenguas indgenas en el mismo plano de complejidad y objetividad en el cual lo hacan las gramticas que en Europa en ese momento daban cuenta, por primera vez, de las lenguas nacionales que empezaban, de forma visible, a convertirse en dominantes en sus propias sociedades. Pertenecen, pues, sin ninguna duda, al campo de la evolucin de un saber de perspectiva universal, al que de manera ms reciente designamos como lingstica. A ese primer elemento hay que agregar un hecho que a veces se olvida, dentro del espritu vindicativo de muchos de los analistas actuales de la Conquista y la colonizacin espaolas, y es que la empresa colonial fue adelantada no en el marco de la oscura Edad Media (segn las leyendas al uso), sino en el marco del Renacimiento; es decir, de una ampliacin de las perspectivas culturales y geogrficas que definen lo humano en su inmensa diversidad. Se trata de un hecho que vuelve a poner de presente la contribucin de primer orden del Nuevo Mundo al nacimiento de la moderna ciencia social (en este caso, la antropologa, la lingstica y las ciencias de la religin), y la manera ambigua como el conocimiento de la sociedad (y el de la naturaleza) se encuentra confundido con los procesos de dominacin. Como haba sealado en su propio contexto Walter Benjamin, no hay documento de cultura que no sea al mismo tiempo documento de barbarie. En muchas oportunidades se ha hablado, con justa razn, de la ignorancia de los frailes que vinieron al Nuevo Mundo (ignorancia reproducida hasta el presente por muchos de sus sucesores), pero no debe olvidarse que algunos de ellos inscriban su trabajo en el horizonte ms moderno que era posible concebir en ese entonces: por ejemplo, en el campo de las ciencias del lenguaje. Los Len-Portilla insisten, con justas razones, en el hecho de que ni Olmos ni Gilberti siguen al pie de la letra la ms importante obra en su campo existente para ese momento: la Gramtica castellana, de Antonio de Nebrija, publicada exactamente en 1492, ni sus Instituciones latinas (una obra anterior), lo que muestra
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no solo su independencia de criterio, sino la manera como asumen al mismo tiempo la universalidad y la singularidad de las dos lenguas que estn tratando de analizar. Es esa posicin de distancia frente a Nebrija, y su conocimiento directo y prctico de las lenguas que estudiaron lo que les permite a los dos autores dar cuenta del carcter especfico de las mismas. No creo que la discusin est cerrada en relacin con este punto, y la propia descripcin que hacen los autores de la forma como los dos frailes pensaron las lenguas que interrogaron indica que algo del privilegio que Nebrija daba al latn sigue presente en tales obras, pero creo, tambin, el problema es resuelto, en parte, por los Len-Portilla al mostrar que el recurso a las viejas nociones de analoga y anomala (lo semejante y lo que difiere) explica cmo se puede utilizar el modelo estructural de una lengua, sin necesidad de agotar en l las posibilidades y las singularidades de la nueva lengua estudiada. De tal manera que nada parece desmentir el maravilloso paso adelante que los dos frailes haban dado al considerar las dos lenguas que examinaban como creaciones universales y singulares, expresin del pensamiento y la cultura, al mismo ttulo que lo eran las lenguas europeas. En este pequeo libro resalta tambin la forma como se encuentra presente en la elaboracin de estas dos gramticas lo que en un lenguaje de moda se llamara el concurso del otro. No hay que tener una gran inteligencia para darse cuenta de que no era posible describir un vocabulario y avanzar luego a la estructura de una lengua, pasando, desde luego, por su fonologa y llegando, incluso, hasta aspectos muy detallados de su pragmtica, como lo hicieron estos frailes, sin recurrir a los propios hablantes, sin estar cerca de las civilizaciones estudiadas, sin interesarse por su sabidura acumulada, sin recurrir a lo que Gilberti llam las plticas de los viejos sabios, lo cual indica que no todo se reduca a la simple dominacin y al inters egosta. La historia de la lingstica escrita en Europa, con una perspectiva puramente etnocentrista, nunca se ha dado cuenta de la forma como el estudio de las lenguas del Nuevo Mundo se constitua en una fuente importante para el estudio universal del instrumento por excelencia de
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comunicacin entre los humanos, pero tal hecho no debe ser considerado como extrao. Los europeos se han negado a s mismos muchas formas de enriquecimiento cultural por su falta de universalismo, por su negativa implcita a considerar que solo existe una especie humana (con variedades diversas, y, a veces, extremas), un hecho agravado recientemente por todos los propagandistas, de un lado y de otro de la geografa acadmica, de alteridades extremas, que dividen al gnero humano a la manera de elementos separados por su maldad excesiva o por su bondad intrnseca, segn el bando del cual se participe. El libro se cierra con algunas consideraciones breves sobre el tesoro de las lenguas indgenas, parodiando con fina irona a Covarrubias, y con el recuerdo de que esas lenguas, an habladas por millones de personas en Mxico, abarcan una visin del mundo transformada en sonidos, palabras y oraciones, y recordando la imposible separacin entre lenguaje y pensamiento. De igual forma seala que constituyen un patrimonio de la humanidad. Hay algunas cosas que podran discutirse de los anlisis esbozados en este libro, de su presentacin de la organizacin interna de estas gramticas (que es la parte nuclear del texto) o de la forma como hilvana las vicisitudes personales de los dos autores, pero, en general, el lector debe sentirse complacido con el trabajo ledo, y debe verse impulsado a mirar desde puntos de vista similares a su propia sociedad. En el caso del Nuevo Reino de Granada, por ejemplo, la situacin no puede haber sido ms diferente. Por un lado, el hecho mayor que se impone a nuestra consideracin: la ausencia en nuestro territorio de civilizaciones de tan alta evolucin como las mexicanas. Por otro lado, y correlativamente con lo anterior, la rpida disminucin del uso de las lenguas indgenas principales y de su lingua franca: la lengua de los muiscas o chibchas, en beneficio de la lengua castellana, que en poco tiempo se impuso como la lengua por excelencia de la comunicacin entre los diversos grupos de la sociedad. Se trata de una de las razones por las cuales ningn trabajo similar al de Olmos o Gilberti, o a los otros que lo continuaron o lo antecedieron, puede encontrarse en el caso del Nuevo Reino de Granada. Ninguna de las gramticas (o vocabularios) que se produjeron aqu logr el despliegue de ciencia ni los alcances que se encuentran en los trabajos de Nueva Espaa.
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El mestizaje, que atraves de cabo a rabo la sociedad, fue lo que se impuso, y las lenguas indgenas que sobrevivieron (un nmero importante) lo hicieron en marcos espaciales, sociales y demogrficos reducidos. En este punto hay que distinguir con claridad entre la observacin mesurada del historiador y el proyecto poltico de los adalides de la re-etnizacin del presente mestizo con fines de accin poltica, una empresa cuya legitimidad no cabe aqu discutir. Nada de ello quiere decir que no se trate de una historia importante y apasionante para investigar, ms all del simple inventario de las lenguas an existentes, o del tradicional lamento sobre la Conquista espaola. A pesar de los esfuerzos que al tema han dedicado investigadores como Mara Stella Gonzlez o Humberto Triana Antorveza, poco se ha avanzado en la historia social de las lenguas indgenas entre los siglos XVI y XVIII, y, mucho menos, en el conocimiento de todas las hablas y lenguas que deben suponerse entre las poblaciones negras que arribaron en calidad de esclavas. Un punto sobre el cual no se sabe casi nada, a pesar del intento de uso de mtodos regresivos y de conectar etnografa del presente con investigacin histrica del pasado. Las formas de comunicacin iniciales en los primeros encuentros, la aparicin de los llamados lenguaraces (los indgenas bilinges), la inmersin de frailes y curas seculares en las lenguas de los indgenas, la imposicin del castellano, los intentos de implantar el latn en algunos grupos indgenas y mestizos para usos religiosos, todos los cuales son aspectos centrales para avanzar en el anlisis del proceso de evangelizacin y para cuyo estudio los materiales de archivo parecen ser abundantes, siguen siendo aspectos por estudiar. Y ms all de la poltica de la lengua, la accin de la vida social misma, por fuera de toda accin planeada: el papel del comercio en la imposicin del castellano, las lenguas de la comunicacin en las minas, en las haciendas y en los obrajes, las formas del intercambio en el mercado o en los mbitos familiares, donde sirvientes y domsticos deban hacer uso de un castellano complejo, repleto de vocablos provenientes de su propia lengua, de la lengua impuesta, y aun de frases prestadas al latn, un complejo universo cultural y conceptual muy importante que est por estudiarse.
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A finales del siglo XVIII algunos de los ilustrados, empezando por Jos Celestino Mutis (quien era un coleccionista de gramticas y vocabularios indgenas aunque no haba demasiadas para coleccionar y mencionaba, no sabemos con qu tanto conocimiento, el atractivo de la dulce lengua de los Achaguas), se preocuparon por las lenguas indgenas, pero la mayor parte de sus observaciones indican que su inters era ya el mismo de los eruditos y los curiosos, el de quienes se preocupan por algo que se encuentra en trance de desaparicin total, y que, en buena medida, se valora como exotismo. Su inters omita que esas lenguas tenan an una existencia social, si bien de forma minoritaria, y que eran dignos objetos de estudio. Pero es muy posible que si hubieran concretado ese inters ms all de la curiosidad habran carecido de los instrumentos de anlisis con los cuales s contaron los frailes que en Mxico produjeron no solo las dos gramticas que aqu hemos mencionado, sino ese verdadero corpus de gramticas indgenas, esa suma de conocimientos de los cuales pudieron disponer los estudiosos en la Nueva Espaa, y con los que cuentan hoy los investigadores del Mxico de ayer.
En esta obra, Ana Mara Lorandi condensa y reelabora sus ltimos estudios sobre los primeros funcionarios borbnicos que actuaron en la antigua Gobernacin del Tucumn. Ms all de su slida experiencia en el campo de la etnohistoria, esta vez la autora recupera diversas tradiciones tericas para abordar prcticas, ideas y conflictos presentes en esta jurisdiccin durante las dcadas previas a la implementacin de las reformas polticoadministrativas ms importantes del poder colonial. El trabajo se enfoca en la actuacin del gobernador Jos Manuel Fernndez Campero (1764-1769) y en los principales conflictos que atravesaron su gestin en las ciudades del Tucumn; sobre todo, en Crdoba, Jujuy y Salta. Lorandi reconstruye con detalle los diferentes discursos y prcticas presentes en ese clima de tensiones, con base en un conjunto de fuentes inditas, entre las que se destacan cartas de gobernadores y actas capitulares, juicios de residencia a funcionarios coloniales, pleitos por lmites jurisdiccionales, denuncias en torno a la administracin de los bienes de los jesuitas expulsos, entre otros, sustanciados ante las audiencias de Charcas y de Buenos Aires, e instancias judiciales superiores en la metrpoli. Como se anuncia en el ttulo del trabajo, la perspectiva de anlisis privilegiada ha sido la antropologa poltica. Al identificar dichas fuentes como documentos que contienen diversas voces de aquel pasado, Lorandi se propone un anlisis que contemple los discursos y las conductas de los actores individuales y colectivos, y la relacin de estos con las normativas y
las instituciones que regulaban la vida de la comunidad. Pero el bagaje terico desplegado en el trabajo es mucho ms amplio. A la resea de las historiografas clave sobre la cuestin poltica en Amrica a fines del perodo colonial (como John Elliott, Horst Pietschmann, Franois-Xavier Guerra y Annick Lemprire, y Juan Carlos Chiaramonte) se integran los interesantes conceptos planteados por Antonio Hespanha y Bartolom Clavero, desde una renovada historia del derecho, as como lecturas provenientes de la teora social y de la tica social cristiana. El problema central de investigacin trata sobre las primeras medidas reformistas en el Tucumn colonial durante la dcada de 1760 y las tensiones que generaron a escala regional; especialmente, en el mbito de los cabildos, rganos de expresin del poder de las lites locales por excelencia. Estos se vieron en la encrucijada de dos modelos polticos contradictorios. Hasta entonces el tradicional esquema corporativo les haba permitido a las lites criollas consolidar un importante grado de autonoma frente a la administracin real, y en este sentido fue fundamental el despliegue de prcticas muy difundidas en dichos mbitos, tales como el clientelismo, el nepotismo y la venalidad de ciertos cargos. En direccin contraria, el proyecto borbnico, de carcter regalista, apuntaba a recuperar el control sobre sus colonias y reconstituirlas como fuente de riqueza. Como objeto de estudio, Lorandi aborda trayectorias, y, sobre todo, estrategias discursivas de diversos actores que intervinieron en este proceso. Adems de Campero, su investigacin recupera otras dos figuras que actuaron paralelamente a su gestin, y que son consideradas en esta obra como representativas de la nueva calidad de funcionarios promovida por la metrpoli en la segunda mitad del siglo XVIII. Uno de ellos es Francisco de Bucareli y Ursa, gobernador de Buenos Aires y comisionado especial de la Corona para realizar el extraamiento de la orden ignaciana, en lo que diez aos ms tarde sera el territorio del Virreinato del Ro de la Plata. El otro es el obispo Manuel Abad Illana, de prdica antijesuita y lenguaje de raigambre prxima al cristianismo jansenista. Respecto a los dos personajes Lorandi sostiene que fueron tpicos funcionarios borbnicos, convencidos regalistas, enviados con rdenes precisas de implementar los cambios necesarios
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para restituir el poder real e imponer nuevas pautas de comportamiento en una sociedad caracterizada, segn se juzgaba en la Pennsula, por su debilidad moral. La riqueza de este trabajo reside en la complejidad del anlisis que, desde el doble abordaje a escala micro y macro, articula diversos actores, campos institucionales y planos contextuales, y as da cuenta del barroquismo presente en las dinmicas de este espacio social, as como de las dificultades que se impusieron a la nueva burocracia colonial. En el plano de los acontecimientos se sitan los agentes (como el gobernador Campero, sus aliados y las facciones capitulares opositoras) frente a los dos principales conflictos que atravesaron sus relaciones mutuas. Uno de los puntos crticos de esta dcada, la expulsin de los dominios espaoles de la Compaa de Jess (1767), moviliz a buena parte de los sectores ms poderosos de la gobernacin, fuertemente vinculados a la orden por medio de intereses econmicos y polticos. Otro factor de conflicto fueron las medidas de Campero en torno a la defensa de la frontera con las poblaciones indgenas del Chaco y al control de los recursos econmicos disponibles para ello (la recaudacin del gravamen de sisa), que activaron resistencias en las distintas ciudades de la gobernacin. Aqu tambin la presencia jesuita, a travs de misiones volantes en el Chaco (y el respaldo que esta tena entre sectores criollos, en la Audiencia de Charcas, e incluso en la corte virreinal de Lima) fue un factor de desestabilizacin del proyecto impulsado por Campero. Un segundo plano de anlisis permite observar estos acontecimientos a la luz del proyecto ms amplio del reformismo borbnico. La autora sostiene que los primeros ministros de Carlos III (1759-1788) comenzaron implementando polticas menos rupturistas que las dispuestas durante las ltimas dcadas de ese siglo, y que se sustentaban, mayormente, en el nombramiento de funcionarios dotados de una clara conviccin poltica y moral acorde con el pensamiento de dichos ministros, en torno a la necesidad de desarticular las estructuras tradicionales de la sociedad colonial. Sin embargo, se concluye en este trabajo que una contradiccin fundamental en la poltica real dificult, desde su origen, el xito de estos
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primeros intentos reformistas. La Corona haba promovido el recorte de los poderes locales antes de modificar el marco legal en el que estos se sustentaban, con base en el derecho castellano medieval y en la superposicin, tanto de normativas como de competencias jurisdiccionales. Los vecinos de las ciudades del Tucumn actuaban en un espacio de corrupcin institucionalizada, de ilegalidad no cuestionada, y en un estado de permanente hostilidad entre facciones. Ante los intentos de los gobernadores Campero y Bucareli por quebrar esos mrgenes de autonoma logrados por las lites criollas, plantea Lorandi, estas se ampararon en los cabildos y en otras instituciones atravesadas por las redes de poder regionales (como la Audiencia de Charcas), e insistieron en la reproduccin de estrategias de poder tradicionales: reforzamiento de las redes de parentesco y afinidad, prcticas corporativas, y, sobre todo, la manipulacin de competencias jurisdiccionales superpuestas. Finalmente, un tercer plano de anlisis presente en el trabajo pretende dar cuenta, siempre en torno al caso del gobernador Campero, de los alcances de la transformacin cultural e ideolgica del siglo XVIII europeo, en Espaa y en Amrica. Para comprender cules fueron las vertientes del pensamiento renovador de la poca que influyeron tanto en el programa poltico de los Borbones como en el pensamiento de sus ms convencidos funcionarios, se analizan los escritos de Campero y del obispo Abad Illana, y se recuperan aquellos elementos conceptuales centrales que remiten al campo de la tica pblica y al sentido del bien comn. De acuerdo con este anlisis, en torno a ciertas concepciones vertidas por estos personajes y que sustentaron sus resistidas acciones en el Tucumn, es posible identificar las influencias del iluminismo francs y del jansenismo heterodoxo. Entre estos elementos se cuentan: la nocin del poder absoluto del monarca frente a instituciones como la Iglesia y el papado; la revalorizacin del trabajo y el comercio, a diferencia de los viejos principios de honor guerrero y prerrogativas seoriales; el lugar de la razn y el individuo como responsable primordial de su accionar, en oposicin al sentido del privilegio dado por la pertenencia a un estamento social; y el valor de la solidaridad social frente a la ritualidad del poder y la defensa corporativa del estatus. Se explica
de esta forma cmo los nuevos funcionarios borbnicos generaron un clima de tensin en la sociedad tucumana, y cmo la defensa de dichos principios sacudi, aunque no definitivamente, sus fundamentos simblicos. La historiografa ha prestado todava poca atencin a este contexto; sobre todo en lo relativo a la administracin colonial y las lites criollas. En este sentido, el trabajo de Ana Mara Lorandi es un aporte interesante, no solo por su indagacin sobre acontecimientos particulares de la actuacin de Campero en el Tucumn colonial, sino por aquello que suscita el mayor inters en la propia autora: las estrategias discursivas y polticas de los actores. Definiendo al Tucumn del siglo XVIII como un espacio social multitnico, multicultural, cuyas fronteras con los territorios indgenas no sometidos eran fluctuantes, la autora plantea que estas particularidades se conjugaron con la fuerza de la mentalidad y las prcticas corporativas de la sociedad colonial, actuaron a modo de tamiz ante los lineamientos polticos y simblicos que pretenda implantar la metrpoli, e imprimieron un sesgo propio a las reformas borbnicas. As es como a los conflictos analizados por Lorandi subyace un proceso de formacin estatal que, an en etapa embrionaria, puso en tensin modelos divergentes de apropiacin y prcticas de poder, con nociones contrapuestas sobre el sentido de la distribucin del capital poltico y simblico en la sociedad colonial del Tucumn. En este trabajo se desatacan tambin otros aspectos interesantes; entre ellos, una buena sntesis sobre la situacin de los indgenas del Chaco y los asedios espaoles durante ese perodo. En relacin con la sociedad criolla de la Gobernacin del Tucumn, se tienen en cuenta los sectores no pertenecientes a la lite de poder, que conforman buena parte del total de la poblacin, y que, sin embargo, no emergen claramente en los documentos histricos. Un acercamiento a esos sectores criollos pobres, mestizos y de castas se presenta en esta investigacin en torno a la problemtica de las milicias destinadas a los fuertes de frontera. La perspectiva que adopta Lorandi en esta obra le permite captar cmo estos grupos, reclutados para la defensa, no parecan sostener lealtades predefinidas, y participaban en las disputas por los espacios de poder entre los vecinos y el gobernador
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negociando su colaboracin con una y otra faccin a cambio de sueldos atrasados y otros beneficios. Sin embargo, esta misma perspectiva limita el trabajo en otros sentidos. Si bien el objetivo de la investigacin no es trazar una prosopografa del gobernador Campero, se echa de menos alguna referencia ms clara sobre su formacin, sus lecturas, sus referentes, en la medida en que buena parte del trabajo consiste en recuperar, desde el discurso, sus principios polticos. Por otra parte, llama la atencin que la autora no retome de sus trabajos previos sobre el tema cuestiones relativas a las negociaciones del gobernador Campero con ciertas facciones capitulares (o, al menos, con algunas figuras concretas de aquellas lites) para obtener apoyo local. Se mencionan las intervenciones del gobernador a favor de quienes parecen haber sido sus aliados, y, sobre todo, la existencia de apoyos concretos recibidos por el gobernador. Pero sera interesante que se diera en este trabajo un lugar ms claro a esa dinmica de don y contradon, que muestra a un tipo de funcionario que, efectivamente, acta desde el proyecto borbnico de centralizar el poder y avanzar sobre los espacios controlados por los criollos, pero que sabe emplear los recursos y mecanismos disponibles para ganar posiciones (Lorandi, La guerra). As mismo, sera importante que se delinearan, al menos de manera sinttica, cules fueron los puntos de fisura dentro de las lites criollas que generaban los faccionalismos mencionados por la autora. Desde nuestro punto de vista se percibe la necesidad de un desarrollo ms extenso de estos aspectos; especialmente, al momento de explicar aquellos matices (que Lorandi identifica con claridad a partir de su reconstruccin emprica) entre prcticas y discursos, proyectos y respuestas sociales, apoyos y resistencias a los primeros intentos de reforma, en el caso particular de las ciudades del Tucumn durante el siglo XVIII.
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rBibliografa
Lorandi, Ana Mara. La guerra de las palabras. Crdoba contra el gobernador Fernndez Campero. Cuadernos de Historia 7 (2005): 97-128. Impreso.
Campeche,
siglo XVIII
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Sin duda, la salvacin de las almas fue una de las ms importantes tareas que el rgimen hispnico y la Iglesia se echaron a cuestas en las Indias. Pero aunque la Corona, los funcionarios reales, las instituciones eclesisticas y los grupos sociales dominantes coincidieron en ese objetivo, las formas y los recursos que deban emplearse para lograrlo, segn cada uno de esos actores, fueron diversos. Hoy en da no existe una obra historiogrfica que comprenda, aun de manera general, el conjunto de instancias, materiales o inmateriales, desplegadas en el amplio territorio novohispano para que se lograse llevar a efecto ese objetivo, tan caro al dominio espaol, durante los tres siglos de su existencia. Una razn de peso es que, a medida que durante las ltimas dos o tres dcadas han ido surgiendo estudios que han profundizado en las especificidades regionales de las instituciones eclesisticas, las antiguas generalizaciones que se hicieron sobre la historia de la Iglesia han sido rebasadas, y los actuales historiadores abocados a su estudio saben que formular nuevas conclusiones es riesgoso; cuando mucho se han avanzando conclusiones parciales. A medida que nuevas investigaciones de enfoque provincial se publican, nos demuestran que an estamos lejos de conocer todas las variantes y las especificidades institucionales que se dieron en Nueva Espaa. La investigacin de Rocher Salas, en ese sentido, se ha centrado en considerar a las rdenes religiosas como grupos de poder en permanente relacin, ya sea de dilogo o de confrontacin, con la sociedad campechana. Cada una de dichas rdenes tuvo mbitos de accin e influencia delimitados a partir del ejercicio de sus tareas en el seno de la Iglesia, y cada una desarroll actividades econmicas especficas para lograrlo; todo
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ello, subordinado, al menos en teora, a la salvacin de las almas. La disputa por las almas posee varias virtudes que es necesario destacar, para darle su justo valor. En primer lugar, es fruto de una acuciosa investigacin documental en archivos nacionales y extranjeros que la convierten en una obra original, pues muchos de los documentos empleados son inditos. Mas esta riqueza documental siempre necesita un serio trabajo de anlisis y reflexin, para que realmente pueda rendir aportaciones valiosas a la historiografa, como en esta obra se logra. Un aspecto que debe destacarse es el de la periodicidad. Aunque hace ya varios aos la historiografa estableci lo poco justificable de estudiar al siglo XVIII como una etapa histrica, y se impuso la idea de un largo siglo XVII, que iniciaba desde fines del siglo XVI y finalizaba hasta 1750, incluso esta idea debe ser revisada, al menos parcialmente, puesto que con el reinado de Felipe V, entre 1700 y 1746, se inician cambios sustanciales en poltica eclesistica, los cuales, aunque poco espectaculares y menos estudiados aun, sealan ya, sin embargo, una inflexin en lo que a la historia de la Iglesia concierne. La primera mitad del siglo XVIII novohispano es una etapa poco investigada, pues normalmente se la ha considerado como una continuacin de los procesos de la centuria anterior, o bien, como una poca que simplemente antecedi el reinado de Carlos III. En medio del llamado siglo de la integracin y las reformas borbnicas, este perodo, sin embargo, se caracteriz por cambios importantes en el mbito eclesistico que tuvieron gran trascendencia. Si bien la transicin poltica de los Austrias a los Borbones se dio, en general, de forma pacfica en Amrica, de ello no debera seguirse que ya nada importante sucedi durante el reinado de Felipe V, pues en lo concerniente a la Iglesia indiana hubo modificaciones que ocasionaron condiciones favorables para las posteriores reformas de Carlos III. As pues, resulta un acierto que Rocher Salas se haya centrado solo en el siglo XVIII, y, ms aun, que buena parte de su libro est enfocada en la primera mitad de dicho siglo: algo que no sucede a menudo; pero esta investigacin viene a demostrar la pertinencia de estudiar el reinado Felipe V en lo que a poltica eclesistica se refiere.
Otro aspecto sobresaliente de la obra aqu reseada es que, si bien est centrada en la regin campechana, en ningn momento del anlisis se olvida su pertenencia a muchos mbitos mayores, como la gobernacin de Yucatn, el virreinato espaol o el Imperio Espaol; es decir, se trata de un estudio regional vinculado a las problemticas generales de esos mayores mbitos a los que pertenece. Esto es una cualidad que no siempre se encuentra en investigaciones de enfoque regional, con lo cual se pierde el inters para un mayor pblico lector. Igualmente, debe sealarse que no son muchas las obras sobre el clero regular del siglo XVIII, en comparacin con las dedicadas a los siglos precedentes. Desde el siglo XIX la historiografa se haba ocupado de las rdenes religiosas, aunque, sobre todo, de su labor evangelizadora y educativa durante el siglo XVI, o bien, de la biografa de sus principales hombres. Sobre los franciscanos son notables las obras de Lino Gmez Canedo, Francisco Morales, John Phelan, George Baudot, Elsa Cecilia Frost, Carmen de Luna, Jos Mara Kobayashi, Stella Mara Gonzlez Cicero y Jos Refugio de la Torre Curiel. Los dos ltimos han escrito los pocos trabajos monogrficos de carcter regional sobre las provincias de San Jos de Yucatn y Santiago de Jalisco. Sin embargo, an faltan estudios sobre las otras provincias. El siglo XVIII es el menos estudiado sobre las rdenes religiosas, a pesar de los profundos cambios que hubo en ellas. Est pendiente de hacerse, por ejemplo, una investigacin sobre el impacto que tuvieron en su organizacin interna, durante el perodo comprendido, las secularizaciones de las parroquias, iniciadas por Palafox, en Puebla, durante el siglo XVII, y la de Fernando VI, ordenada en 1749. Faltan tambin estudios sobre la economa de los conventos, sus propiedades, sus capellanas y sus rentas, y sobre el destino de sus capitales, as como sobre la influencia de los conventos, en su calidad de estructuradores del espacio urbano. De ah la importancia de contar con La disputa por las almas, que muestra un camino por seguir para el estudio del clero regular dieciochesco. Dividido en cuatro grandes captulos, este libro nos descubre la cotidianeidad de las tres rdenes religiosas asentadas en el distrito de Campeche, tanto en su interior como en su exterior. Franciscanos, jesuitas y juaninos desplegaron toda una labor
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en esta regin portuaria, entrada martima al Yucatn colonial. Diferentes proyectos los animaron, como bien se demuestra en el texto: los hijos de Ass, dedicados a la evangelizacin de los indios mayas; los jesuitas, a la educacin y a la formacin de la poblacin blanca; y los juaninos, sobre todo, a la atencin hospitalaria de la poblacin flotante del puerto. En un excelente primer captulo sobre el Campeche del siglo XVIII, la autora presenta los diferentes escenarios presentes entonces: desde el omnipresente clima tropical y sus recursos naturales, y la economa portuaria y de explotacin del palo de Campeche, hasta los grupos sociales y sus gobernantes. En el segundo captulo, contando ya con el contexto regional bsico, Rocher Salas nos mete de lleno a la intimidad econmica del clero regular campechano, en la que destaca la estrecha vinculacin de los franciscanos con los recursos indgenas, y donde las obvenciones parroquiales fueron el principal recurso, complementado con los servicios personales gratuitos de los indios, no solo para las necesidades de los templos y conventos, sino tambin, para los negocios particulares de los frailes, algo en lo que no se diferenciaban de otros grupos dominantes de la regin. En cambio, los jesuitas tuvieron mucho menos recursos, los cuales provinieron de varias actividades, como el negocio inmobiliario, el crdito y la explotacin, y el comercio de maderas y tintreas, as como la actividad agroganadera (la principal de las cuales era el arrendamiento de inmuebles urbanos); en cambio, su participacin en el mercado del crdito fue reducida, al igual que la explotacin de fincas rurales, a diferencia de otra regiones con presencia jesuita. Otro fue el esquema financiero de la orden de San Juan de Dios, cuyo hospital fue sostenido, bsicamente, por la cooperacin, voluntaria o forzosa, de vecinos, del gobierno regional, de los barcos que arribaban al puerto o de los militares que resguardaban las costas, ms que por las limosnas. De esa forma, marineros y soldados aportaban un monto fijo que les garantizaba la atencin hospitalaria. Estas contribuciones continuaron vigentes hasta fines del siglo XVIII, y constituyeron el sostn bsico del hospital, algo que cambi con la libertad de comercio de los puertos indianos con Espaa, y por lo cual los barcos ya no se sintieron
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obligados a colaborar con los juaninos. As, el libro demuestra la red de vnculos entre las tres rdenes religiosas con los diferentes grupos sociales de la regin, lo que les asegur los recursos financieros bsicos para desempear sus tareas. Al puntual anlisis sobre la economa interna de las rdenes de Campeche le sigue un tercer captulo, intitulado La lucha por el poder; quiz el ms interesante del libro, por retratar a los hombres que durante el siglo XVIII las constituyeron: sus afanes, sus ambiciones y sus vnculos con los grupos de poder de Yucatn. Lejos de ser corporaciones pasivas, el activismo de franciscanos y jesuitas, al contrario de los juaninos, los llev a serios enfrentamientos con otros poderes regionales para preservar sus prerrogativas. Esto lo podemos ver, sobre todo, en el caso de los franciscanos, quienes, al considerar las doctrinas de indios como un mundo exclusivo de ellos, trataron de impedir, al menos hasta antes de Carlos XVIII, la intromisin de cualquier otra autoridad. Pero no solo ello, pues durante la primera mitad del siglo XVIII la sociedad campechana presenci escandalosos pleitos por los altos cargos jerrquicos y la distribucin de las doctrinas de indios. Por otro lado, antes de la secularizacin tuvieron tambin fuertes enfrentamientos con el clero secular, tanto por cuestiones de jurisdiccin con los obispos como por el siempre espinoso asunto de la potestad sobre las doctrinas. Inmersos en estas dinmicas, los hijos de Ass fueron incapaces de advertir los graves problemas en su seno: la carencia de vocaciones religiosas, un deficiente sistema de reclutamiento, la permanente intrusin de otros poderes, tanto civiles como eclesisticos, en los asuntos conventuales, y la ambicin por conseguir las prelacas ms importantes. Todo ello devino en una provincia debilitada internamente, que buscaba apoyos externos para resolver sus problemas. Con todo, los franciscanos, en conjuncin con el gobernador de Yucatn y los cabildos de Mrida, Valladolid y Campeche, pudieron detener las reformas del obispo Gmez de Parada, durante la dcada de 1720, sobre cmo reglamentar el pago de obvenciones.
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Por el contrario, la autora demuestra que los jesuitas, ms que conflictos en su interior, los tuvieron en el exterior. Como en otras regiones novohispanas, los hijos de Loyola tuvieron que ganar su propio espacio en Campeche, ante la poderosa presencia franciscana. Pero no solo esto, sino que tambin tuvieron tensiones con el clero secular. Ante ello, los padres ignacianos recurrieron tambin a tejer alianzas, ya fuera con las familias prominentes de la regin o con los obispos, para enfrentar a sus rivales. En contraste, a causa de que su actividad hospitalaria no conllevaba el poder econmico o social, los juaninos no tuvieron disputas en su entorno, y las autoridades de Yucatn respetaron su autonoma, por lo cual no tuvieron que preocuparse de la vigilancia de gobernadores, oficiales reales ni obispos. En el cuarto y ltimo captulo la autora analiza las especificidades en cuanto a la aplicacin de las reformas borbnicas en Yucatn y Campeche. Si bien la secularizacin de doctrinas empez con fuerza, al igual que en el resto de Nueva Espaa, a pesar de los disturbios provocados y de la oposicin de varias autoridades, la rebelin de Canek, en 1761, sirvi a los franciscanos para demostrar que sin su presencia haba siempre el riesgo de que los indios se rebelaran, dado que el clero secular careca de la capacidad de control. El descrdito de los clrigos provoc, entonces, que la secularizacin se detuviera, y que los franciscanos recuperaran su antiguo prestigio. A pesar de la secularizacin de nueve doctrinas y de la disminucin de sus rentas, la provincia franciscana sigui siendo una de las corporaciones con mayor poder econmico en Yucatn, lo cual matiza la idea de una decadencia total del clero regular en las postrimeras del perodo colonial. Dentro de la provincia franciscana, si bien ya no se presenciaron los grandes pleitos de la primera mitad del XVIII, la lucha por el poder continu, aunque esta vez se dirimi ms por la negociacin y sin recurrir a poderes externos, como antes. Y, hacia el exterior, por primera vez en la historia eclesistica de Yucatn, y ante los embates borbnicos a las instituciones eclesisticas, el obispo y los franciscanos, lejos de escenificar los antiguos enfrentamientos, iniciaron una etapa de colaboracin y de alianza ante el poder regio.
Por lo que respecta a la expulsin de los jesuitas de Yucatn, Rocher Salas seala que la ejecucin de esta se dio sin disturbios, gracias, en buena medida, a la eficiente labor de los funcionarios y al obediente apoyo del obispo. En Campeche la residencia de san Jos y su escuela anexa fueron entregadas al cabildo local. El siguiente paso fue tratar de que los franciscanos se hicieran cargo de ambos establecimientos, pero la improvisacin y la dificultad para asegurar su financiamiento provocaron la reticencia franciscana por ms de dos dcadas, hasta que en 1799 por fin lo hicieron. Y en cuanto al devenir del Hospital de san Juan de Dios, su reduccin del personal hospitalario, la limitacin al ingreso de novicios y su mayor sujecin a la vigilancia civil deterioraron, a la larga, su tradicional presencia en Campeche; esto, aunado a la desaparicin de las contribuciones de las embarcaciones de que antes haban disfrutado, puso en estado de ruina las finanzas de los juaninos, y as continu hasta 1821, cuando el hospital fue entregado a la ciudad de Campeche. Otra problemtica a la que se enfrent la Iglesia yucateca fue el establecimiento de la Intendencia y de los subdelegados. Los intendentes pretendieron intervenir en asuntos antes privativos de la jurisdiccin eclesistica diocesana y regular, en lo cual fueron secundados por los subdelegados. El choque por la supremaca jurisdiccional no se hizo esperar, por supuesto. A decir de la autora, el reformismo borbnico tuvo lmites importantes en Campeche, pues ni el clero secular ni las autoridades provinciales tuvieron la capacidad necesaria para sustituir al clero regular en muchas de las tareas antes delegadas en este ltimo. Segn lo antes expuesto, La disputa por las almas viene a confirmar que la historia social y poltica de las corporaciones eclesisticas regionales es necesaria para poder profundizar en nuevas lneas de investigacin en el futuro.
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La revista Fronteras de la Historia recibe contribuciones inditas en el rea de historia colonial y reseas cuya importancia sea fundamental para el avance de la discusin dentro de la disciplina. Los originales sometidos a consideracin deben presentarse con el siguiente formato: letra Times New Roman, 12 puntos, a espacio sencillo, con mrgenes de tres centmetros en los cuatro lados. Se debe enviar una impresin en tamao carta, as como un disco con el texto en formato Microsoft Word para Windows. Tambin se acepta el envo de artculos por correo electrnico, siguiendo las mismas especificaciones. La revista Fronteras de la Historia sigue las normas de citacin de la Modern Language Association (MLA). Los autores debern tenerlas en cuenta. Los artculos deben tener una extensin aproximada de 48.000 caracteres, contando los espacios, es decir, de veinte a veinticinco pginas, incluyendo las notas a pie de pgina y la bibliografa al final del texto. Al comienzo debe presentarse un resumen (en espaol y en ingls), de una extensin mxima de ochocientos caracteres con espacios (diez lneas). Las reseas tendrn una extensin aproximada de ocho mil caracteres (cuatro pginas). En una hoja aparte se pondrn los siguientes datos: ttulo del artculo o de la resea, nombre del autor, filiacin institucional y un currculo abreviado (mximo diez lneas). Si se incluyen mapas, ilustraciones, cuadros o cualquier tipo de grfico explicativo dentro del documento, se pide una copia en blanco y negro con su respectiva fuente; para fotografas se debe anexar el negativo o enviar el archivo digital con una resolucin mnima de trescientos dpi. Los derechos de reproduccin, cuando sean necesarios, deben ser gestionados por el autor del artculo. Una vez recibidos, los borradores sern sometidos a dos jurados evaluadores ajenos al Comit Editorial. El resultado ser informado oportunamente a los autores. El envo de los manuscritos implica la aceptacin de las normas de la revista por parte de los autores. Para cualquier informacin adicional se puede consultar nuestra pgina web: www.icanh.gov.co/frhisto.htm. Revista Fronteras de la Historia Instituto Colombiano de Antropologa e Historia Calle 12 N 2-41, telfono (571) 561 9400 y 561 9500, exts. 119 y 120 Bogot, Colombia Correos electrnicos: fronterasdelahistoria@gmail.com y jgamboa@icanh.gov.co
HISTORIA r
de la
revista de historia colonial latinoamericana
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Mara Jos Afanador Llach: Nombrar y representar: escritura y naturaleza en el Cdice de la Cruz-Badiano, 1552 Andrs Castro Roldn: El Orinoco ilustrado en la Europa dieciochesca Guadalupe Pinzn Ros: William Dampier en el Mar del Sur. Mapas y diarios de viaje ingleses en el reconocimiento del Pacfico novohispano (siglo XVIII) Armando Hernndez Souvervielle : La jura de la Constitucin de Cdiz en San Luis Potos (1813). Un discurso barroco del poder a travs de la Iconologa de Ripa Mara Teresa Aedo Fuentes: La ambivalencia del discurso inquisitorial: el proceso de Francisco Maldonado de Silva (Chile, siglo XVII) Flvio dos Santos Gomes: Africanos, trfico atlntico y cimarrones en las fronteras entre la Guyana Francesa y la Amrica portuguesa, siglo XVIII Jos Eduardo Rueda Enciso: Alianza y conflicto interracial en los Llanos de Casanare (Virreinato del Nuevo Reino de Granada). El caso del adelantado Juan Francisco Parales, 1795-1806 Francisco Luis Jimnez Abollado y Verenice Cipatli Ramrez Calva: Conflictos por el agua en Tepetitln (Hidalgo, Mxico), siglo XVIII
Tarifa postal reducida No. 2011-502 4-72 La Red Postal de Colombia, vence el 31 de diciembre de 2011