021 - Draghi Lucero-La Libertad Del Negro
021 - Draghi Lucero-La Libertad Del Negro
021 - Draghi Lucero-La Libertad Del Negro
Era un negro esclavo tan habilidoso en sus trabajos!... Ya lo pona el amo a hacer un telar, que lo armaba con la misma buena mano que podaba los frutales de la huerta. Ya herraba los vacunos que pasaban a Chile, como modelaba botijas a pulso y las coca, con el justo punto, en el horno botijero. Para hacer el aguardiente no haba mano como la suya. Y era carretero y arriero, y muchas veces lleg con vinos al apartado Buenos Aires. All venda los productos de su dueo y retornaba con bayetas, cuchillos, y polvillo de olor y tantas otras minucias para la tienda de su amo. Este negro saba pulsar la guitarra. Cuando sus dedos arrancaban las dormidas armonas del cordaje, tristes suspiros levantaban su pecho porque cantaba a su bien perdido: la libertad. Vindolo su amo anegado en el bajo de la tristeza, le pregunt como al descuido, que por qu se abata de ese modo. Por mi libertad, amito le respondi el servicial, y se anim a preguntar a su dueo puedo soar con mi redencin, "S, negro: para cuando baje una gran vbora del cielo", le contest su amo, sonriendo. "Ay, amito!", se lament el negro con el todo de su arrastrada pena. Bien conforme estaba su seor con el servicio del negro. Cuatrocientos pesos haba pagado por l cuando lo remataron bajo el rbol de la justicia. Buenas cuentas tiraba porque ya haba rescatado ese caudal y crecan mucho sus utilidades. Pero el esclavo, cuanto ms lo serva, ms se quejaba y desvariaba por su carta de libertad. Tanto porfi en su reclamo, que su dueo se avino a decirle: "Mira, negro: si aguantas, completamente desnudo, una noche entera en la punta de aquel cerro nevado, te alcanzar tu redencin". Y sealaba al cerro ms alto de la comarca, el que de da acariciaban las nubes y en las noches claras recortaba su blancor brillante en lo negro del cielo. Ni vestido y emponchado, mi amito, hay hombre que resista el fro de esa cumbre. Y ni pizca de fuego hars cuando pases la noche en esas alturas. Ya sabes lo que te costar ser libre, negro. Ay, ayayita, mi amito! Mi libertad es la muerte... Y mientras sudaba el esclavo, forjando herraduras para los vacunos que su amo enviaba a Chile, se repeta al son del martillo, en su porfiado golpear: "Mi libertad es la muerte..." Tantos eran los trabajos que soportaba el negro, haciendo los mil quehaceres del amo, que tir al fin la terrible cuenta: a riesgo de su vida ira en busca de la libertad. Pidi licencia para hablar con su amo, y cuando se la acordaron, dando vueltas su roto sombrerito entre las manos, levant la voz y dijo: Mi amito, pasar la noche, desnudo, en la punta del cerro ms alto; si quedo con vida, gozar mi libertad. Ese es el trato, negro es que le contest su dueo. Me ir, pues, mi amito, a conquistar lo que ms quiero, con sus duras condiciones. Maana partir, mi amito. As se har, pues, negro. Al otro da, de maanita se volvi a presentar el esclavo a su amo y dueo, y el rico lo registr de pies a cabeza por ver si llevaba yesca y pedernal para hacer fuego. Nada llevaba el negro y lo dej partir. Se puso en camino el esclavo. Tranque todo el da, pero apenas pudo llegar al pie del cerro. Durmi un medio sueito y antes de la medianoche comenz a trepar por sus faldas. Repech todo el segundo da y parte de la noche, pero recin a la tercera jornada mereci, por fin, poner su planta en la temida altura.
Las nieves eternas y el viento sur castigaban la cima con un fro cortador de carnes. Busc un medio reparo el negro entre unos peascos. All se achic cuanto pudo. No bien se oscureci, el negro, fiel a su trato, se quit el ponchito roto, la camisita molida, los calzones remendados y las ojotas. En cueritos qued, como cuando vino al mundo. As se dispuso a enfrentar la terrible noche del Ande. Meti las manos bajo los sobacos y se hizo un ovillo en una caleta de piedra. Aguant un rato hasta que, a punto de agarrotarse, sali de su escondite y se defendi a los saltos hasta cansarse. As aguant un tiempo, pero el viento helado lo empuj a la caleta reparadora. Rodaba la inmensa noche entre los silencios desavenidos de las alturas. El fro de la nieve y el viento castigaron con toda la furia esas cumbres. El negro se achic hasta hacerse una bola... "Si tuviera un fueguito..." lagrimeaba el esclavo, a punto de helarse. Ya atontado por el fro enemigo, salt afuera, pero lo azot sin misericordia el huracn bramador de las cumbres; el negro mir a los llanos como pidiendo misericordia y alcanz a ver, muy a lo lejos, a leguas y leguas!, un fueguito que haban encendido los gauchos. El esclavo se prendi con sus llorosos ojos a la lumbre lejana. Estir sus brazos hacia esa lucecita perdida en el confn de las pampas y dijo, desvariando: "Dame tu calor, fueguito... Ah, chih, chih, chih... Dame tu calor, fueguito... Ah, chih, chih, chih...", repiti, dando diente con diente. Ms estiraba sus brazos y ms miraba el fuego de los llanos, y porfiaba: "Dame tu calor, fueguito... Ah, chih, chih, chih...", en un incesante chocar de dientes. Con este engao fueron pasando las tardas horas de la desganada noche. As rod el tiempo, hasta que se alleg la madrugada. "Dame tu calor, fueguito. ...Ah, chih, chih, chih...", segua el esclavo, en su porfa en conseguir calor; y en esta ilusin lo hall la claridad: estirando sus largos brazos en demandas de un imposible. Las pintoras algaradas de oriente anunciaron al sol inmenso, pero mucho tuvo que levantarse la bola de fuego para desentumecer al negro. Achuchado, temblando por el castigo del fro, visti sus ropitas y baj, paso a paso, a las trastabilladas, el alto cerro. Gan el ro seco, despus la senda, y al ltimo la huella. Entr al poblado... Lleg a la casa del amo, cayendo y levantando. Cmo pasaste la noche, negro? Ay, mi amito... Me desnud en la punta del cerro y pasaron las horas de la noche con los rigores del fro... Ya no saba qu hacer para no morirme helado, cuando divis, como a diez leguas, en el confn de los llanos, un fueguito de los gauchos... Estir mis brazos. "Dame tu calor, fueguito... Ah, chih, chih, chih..." deca, al dar diente con diente... As pude aguantar los castigos de la noche helada. Bien caro me cuesta la libertad, mi amito. No te puedo dar la libertad, negro, porque te has calentado en un fuego. Estaba a muchas leguas de distancia, mi amito!... No le hace. Si no hubieras visto ese fueguito, te habras acobardado y no hubieras seguido la lucha. Cuando te repongas, acometers de nuevo la empresa. Ay, mi amito!... A los cuarenta das se repuso el esclavo. Porfiando por su libertad, volvi a desafiar la cumbre. Tard tres das en llegar hasta la punta del cerro, pero en llegando, como ya cerrara el anochecer, se desnud enterito... Se dispuso a hacer frente a los concentrados fros con lo liso de sus carnes. Del Aconcagua bajaron los alientos de los penitentes de nieves milenarias. Eran quemantes lenguas del fro eterno. El negro se defendi, achicndose contra un peasco. Esquiv sus ojos al llano para no ver ningn fuego gaucho; solo permiti a sus ojos mirar al alto cielo.
La luna llena blanqueaba las nieves de la serrana. Ms fra, con esa luz blanquecina, se le figuraba la tremenda noche cordillerana. Detenan las horas su marcha, demorndose para mayor atraso del encadenado. Duros vientos desollantes de las alturas lo hicieron arquearse con lo fuerte de sus azotes. Otros y otros alientos que andan por la noche llegaron a la cumbre y pasaron, dejndole cristales y agujas de nieve en sus carnes; y el negro, a punto de helarse, se enderez, a gritos y saltos, para darse un engao de valor... El negro sinti las lenguas punzantes de los enemigos y clam por un engaito de calor. Levant la vista al cielo... Sus ojos dieron con la luna llena. Es la boca de un horno encendido! grit el esclavo, y tendi sus manos a la altura, en demanda de calor y consuelo. Dame tu calorcito, horno encendido!... Ah, chih, chih, chih..." deca, machacando muelas y dientes. Y de este modo y con estas palabras, se fue engaando en los rigores de la noche enemiga. Ms rachas bajaron de las cimas... Ms latigazos repartieron a dos manos. Ms estiraba sus brazos a la luna el esclavo: "Dame tu calorcito, horno encendido! ...Ah, chih, chih, chih...", demandaba, castaeteando sus dientes. Otro poquito gan a la noche. De esta manera y con estos ardides fue doblegando al fiero tiempo... Cuando sali el sol, mucho tuvo que levantarse por el cielo para desentumir al negro. A media tarde pudo tener movimiento y voluntad. Se estir, se revolc por el suelo y entr en un poco de calor. A los tiritones medio mereci vestirse y luego ir ganando el bajo, tan aporreado y tembln! Cayendo y levantando, y castigado por la tos, logr al fin sentar pie en la casa del amo, a las dos jornadas. La tos le desarmaba el pecho. Al otro da se le present, todo achuchado, al amo: Amito le dijo, ya gan mi pobrecita libertad. Desnudo en la punta del cerro, supe resistir la noche entera... Y decime, negro, no viste en las pampas el fueguito de los gauchos? Ninguno, mi amito! Tan cierto es esto que, mirando a la luna llena, se me dio por engaarme que era la boca de un horno encendido, y yo estiraba a ella mis brazos y me fortificaba diciendo: "Dame tu calorcito, horno encendido! ...Ah, chih, chih, chih..." Uh, uh! salt el amo. Si no hubiera sido por ese engao, no habras podido resistir al terrible fro!... No te doy la libertad, negro. No te la has ganado. Ay, mi amito!... A los sesenta das se repuso el negro y se decidi a encarar la prueba por ltima vez. Ahora no haba luna... Vindolo partir, su amo le dijo: No te calentars ni en un fueguito gaucho, a leguas de distancia, ni en el horno de la luna. Y en las estrellas? pregunt el esclavo. Solamente si se alinean una detrs de otra y forman una vbora en el cielo. Ay, mi amito!... Tres das tard el encadenado en trepar por ese cerro altsimo. Cayendo y levantando lleg a la punta del mogote; como ya oscureciera, se desnud. Comenzaban los deshielos del Ande... Durante los momentos de sol, el viento norte derreta pocas nieves; pero a la noche retornaba el encrespado viento sur, en toda la malignidad del fro tardo, azotando sin misericordia con lo helado de su aliento. Antes de la medianoche, cay el aire encajonado del Tupungato. Ululando vena a concentrar sus odios en las costillas del negro desnudo. Se acurruc el esclavo entre los peascos filosos. Se achic, fundindose en la idea confusa.
Pasaron unos ratos, pero la piedra lo mordi con sus hmedos filos helados. Salt el negro, se refreg el cuerpo con piedritas para darse calor y porfa en su lucha empecinada. Se sac sangre de tanto refregarse. Descont unos momentos. Una calma inmensa, la calma de las alturas, le dio ms treguas para su fiera pelea. Del cruce de medianoche llegaron los remolinos de los caadones del Mercedario. Silbaron caletas y mogotes la delgada cancin del fro solitario. Clam el negro por un reparo y se adelgaz de nuevo en el hueco de la piedra cortante. Piedra y viento lo enfrentaron a rebencazos. Sali el negro a insultar a la noche enemiga. Gruesas palabras vomit su boca desgobernada en su tercera y ltima noche de prueba. Ya sinti acobardadas para siempre sus carnes. Los remolinos lo cercaron, devolvindole insulto por insulto, puntendole las carnes con puales de nieve. Se arrepinti el esclavo; arrodillado, pidi perdn al implacable azotador. De nada valieron vanas palabras. Las deshoras descargaron la furia del poniente, guardin de las cumbres nevadas. Se hall vencido el negro, mir a sus ropas y se le fueron las manos a ellas... Alto alz los ojos y no hall la luna; mir hacia el llano y no vio la lumbre de los gauchos... En su espiar a las negruras se le hicieron presentes tantas estrellas! El cielo estaba sembrado de luminarias!... Parecan brasas encendidas. El cielo estaba lleno de brasas... El negro las junt con su vista, sin armar palabra, y apretando los dientes, se solaz mirndolas, a despecho del viento helado que le escupa cristales de nieve! Aument el azote enemigo; se le destrab la boca al negro, y, machacando sus dientes, pudo decir: "Denme un calorcito, brasas del cielo... Ah, chih, chih, chih...", y extenda sus brazos agarrotados. Se rehizo del fondo de la fra nada y murmur: "Ya no me quedan ms fuerzas para resistir! Ya tengo fro en el alma, amito! Adis a mi libertad! Pobrecitas mis cadenas y mis yugos, amito! Pobrecitos...!" Sus lgrimas se volvieron velitas de hielo al salir de sus ojos. Esa noche sin luna, sali el amo del negro al patio de su casa y tendi su mirar a las alturas. Se solaz viendo brillar al encendido lucero, como rey de la negra noche... Vio tantas otras estrellas y tambin le gustaron... De repente se espant al ver que se corra la ms reluciente estrella y que las dems se alineaban detrs. Vio formarse una vbora de luminarias en el alto firmamento... Esa vbora se descolg en dereceras de la baja tierra. Al llegar a este suelo, tom rumbo a la estancia de un rico tirano. Se alumbr la noche con luz azul y enojada, y los servidores del amo vieron cmo una vbora de estrellas corra al tirano por el patio de su casa, lo alcanzaba, se le suba por el cuerpo y se le entraba por la boca, tan abierta por el grito de espanto! El amo tirano qued hecho una brasa colorada. Tres das tard en apagarse y reducirse a ceniza... Los gauchos justicieros, que encendan su fuego en las pampas, vieron llegar una noche a un negro libre, y lo oyeron hablar con esas llamas: "Dame tu calor, fueguito!... Ah, chih, chih, chih... Dame tu calor, fueguito!"
Draghi Lucero, Juan (1940). Las mil y una noches argentinas. Buenos Aires: Colihue, 2001.