Bioética y Nutrición
Bioética y Nutrición
Bioética y Nutrición
INTEGRACIÓN DE LAS
AMÉRICAS
TEMA:
LA ÉTICA EN EDUCACIÓN SUPERIOR
TÍTULO:
BIOÉTICA Y NUTRICIÓN.
CONSIDERACIONES DE INTERÉS PARA LA
FORMACIÓN DE PROFESIONALES DE LA
NUTRICIÓN.
Agradecimientos:
Elsa y José Marchi, que sin su apoyo no me hubiera sido posible la realización
y culminación del curso. Analía Marchi, por su contribución en el diseño del
trabajo. Pablo Balmaceda, por su disposición a colaborar en los momentos
más difíciles. Personal de Ediciones Técnicas Paraguayas, por su buena volun-
tad y su paciencia. Gladys Mossier, por su contribución con material bibliográfi-
co. Fernando Valdovinos, por permitirme el uso de su computadora. Mis com-
pañeros de curso (que más que compañeros, son amigos), por brindarme su
apoyo moral en todo momento. Los profesores del curso, que proporcionaron
las herramientas teóricas necesarias para el desarrollo del curso. Familia
Balmaceda, porque en todo momento conté con su apoyo incondicional. Ale-
jandro Díaz, Eugenia Ayala, Estefanía Ayala y Jorge Vallejos, por su paciencia y
consideración si descuidé otros deberes durante la realización del trabajo.
Capítulo I: Bioética.
……………………………………………………………………………………………….8
A. Bases teóricas.
……………………………………………………………………………………………….9
B. ¿Qué es la bioética?
……………………………………………………………………………………………….13
C. Orígenes de la bioética.
……………………………………………………………………………………………….14
D. Principios de bioética.
……………………………………………………………………………………………….17
E. La ética médica.
………………………………………………………………………………………………22
Conclusión.
………………………………………………………………………………………………..43
Bibliografía.
………………………………………………………………………………………………..44
1. Ética general.
1. 1. Ética y moral.
En la gran mayoría de los escritos que tratan el tema, podemos encontrar que la
palabra «ética» proviene del griego ethos, que quiere decir costumbre. Al mismo
tiempo, el término «moral», tiene su origen en el latín mos, que también quiere decir
costumbre.
En el habla corriente, ética y moral se manejan de manera ambivalente, es decir,
con igual significado, pero dada la evolución semántica analizada por varios
estudiosos del tema, queda establecido que la moral es el conjunto de acciones y
normas que regulan los actos considerados buenos, deseables o correctos para
una cultura determinada. En cambio, la ética comprende la reflexión sobre los actos
morales. Con esto puede afirmarse que la moral tiende a ser particular, por la
concreción de sus objetos, mientras que la ética tiende a ser universal, por la
abstracción de sus principios. No es equivocado, entonces, interpretar la ética como
la moralidad de la conciencia:
1
Erich Fromm. Ética y psicoanálisis. México:
Fondo de Cultura Económica, 1953. Pag:173.
1. 3. Lo bueno y lo malo.
Entiendo por bueno lo que sabemos con certeza que nos es útil. Por malo, en cambio,
entiendo lo que sabemos con certeza que impide que poseamos algún bien.2
El establecer un concepto adecuado de lo que son el bien y el mal, ha traído
controversias y ha sido durante siglos objeto de discusión entre las diferentes
corrientes éticas. La concepción de Spinoza se refiere que son buenos todos los
actos que sean compatibles con la plena expresión de lo que nos identifica como
seres humanos, es decir, aquellos que son originados en el ejercicio de la libertad
individual y son mediados por la razón, ausentes de influencias de carácter pasional
o afectiva, y que busquen el bienestar propio y/o ajeno.
2
Baruch de Spinoza. Ética. Madrid: Editora
Nacional, 1984. Pag: 268.
3
Erich Fromm. Ética y psicoanálisis. México: Fondo de Cultura Económica, 1953. Pag: 147.
4
Baruch de Spinoza. Ética. Madrid: Editora Nacional, 1984. IV. Prop. 20.
5
Aristóteles. Ética a Nicómaco. Buenos Aires: Gradifco, 2006. Pag: 50-51.
Objeto de la bioética.
La bioética se ocupa de los problemas relacionados con los valores, que es
precisamente donde se involucra la ética médica, y además, a) interviene en todo
lo relacionado a las investigaciones biomédicas y sobre el comportamiento en las
mismas; b) analiza las cuestiones vinculadas con lo social: salud pública, ocupacional,
internacional, control de la natalidad; y c) comprende además todo lo que atañe a la
vida de animales y plantas, desde lo experimental hasta los conflictos con el medio
ambiente.
Teniendo en cuenta esto, podemos afirmar que se ha puesto al ser humano ante el
creciente avance técnico-científico, enfrentándolo con situaciones de tipo ético y
moral que unas veces podrá resolver y otras llegar hasta el simple planteamiento,
esperando dar con la solución a través del profundo y comprometido análisis
multidisciplinario por parte de la filosofía, el derecho, la teología, teniendo un marco
ético de referencia que pueda hacerlo posible.
Además de los avances en biología y medicina, los adelantos en ingeniería genética
aplicados a la vida humana, nuevas técnicas de reproducción humana, como la
fecundación asistida, los trasplantes de órganos, los progresos técnicos en la
práctica de la reanimación y en el diagnóstico prenatal, los cambios en la práctica
de la medicina debidos a la constante tecnificación de sus instrumentos; el
surgimiento de un nuevo concepto de salud orientado a la prevención, lo cual exige
nuevas consideraciones, tales como planificación familiar, planificación del medio
ambiente, nutrición, así como también una concepción diferente de la relación
médico-paciente, basado en la libertad y los derechos del enfermo. Este constante
crecimiento científico-tecnológico ha contribuido a extender la esperanza de vida
del ser humano, así como a mejorar su calidad de vida. Sin embargo, a su vez, ha
generado controversias a nivel moral por el abuso de su aplicación, como es el
caso del comercio de órganos, el alquiler de úteros, la eutanasia, la eugenesia y la
clonación. En vista de lo expuesto, la bioética intenta establecer criterios válidos
que contribuyan a promover y preservar la integridad de la existencia humana y del
medio ambiente.
6
Horacio Dolcini, Jorge Yansenson. Ética y
bioética para el equipo de salud. Buenos Aires,
Akadia: 2004. Pag: 42.
El término «bioética» fue utilizado por primera vez en 1970 y podría decirse que
tiene un doble origen, casi simultáneo; por un lado con el oncólogo norteamericano,
Rensselaer Potter que es quien lo acuña; por otro, con André Hellegers en la
Universidad de Georgetown, quien en 1971 crea el Joseph and Rose Kennedy
Institute for the Study of Human Reproduction and Bioethics, dando origen a la
institucionalización de los estudios de bioética.
Desde su creación, el término goza de una aceptación generalizada, probablemente
por dos motivos.
En primer lugar la palabra misma, a través de la combinación de los dos componentes
que la conforman – bios y éthos – parece hacer referencia a las exigencias
planteadas a la ética planteadas por la nueva situación del hombre, por el alcance
de sus acciones producto de su poderío técnico:
«Surge, por consiguiente, la necesidad de una nueva ética que no viene a reemplazar
a la ética tradicional, sino a complementarla; y, como bien lo expresa Hans Jonas,
los viejos preceptos de esa ética «próxima» – los preceptos de justicia, caridad,
honradez, etc.- siguen vigentes en su inmediatez íntima para la esfera diaria, próxima
de los efectos recíprocos. Lo que sucede, sin embargo, es que esta esfera queda
eclipsada por un creciente alcance del obrar colectivo, en el cual el agente, la acción
y el efecto no son ya los mismos que en la esfera cercana y que, por la enormidad
de sus fuerzas, impone a la ética una dimensión nueva, nunca antes soñada, de
responsabilidad.»7
En segundo lugar, puede decirse que esa combinación le otorga al término una
ambigüedad que le permite desarrollar respuestas satisfactorias para interrogantes
y dilemas de grupos bien diversos. Así, por ejemplo, desde el ámbito de las ciencias
de la salud se lo ve como medio para renovar la ética médica y para buscar solución
a las cuestiones morales surgidas como resultado de la moderna capacidad de
manipulación de la vida humana; para los ecologistas, es una oportunidad para
establecer fundamentos para la conservación del medio ambiente y la lucha por la
biodiversidad; analizado desde el punto de vista político, constituye un aporte para
la defensa de los derechos de ciertas minorías postergadas; para la filosofía se
traduce como el principio del renacimiento de la reflexión ética; y para la teología
representa una invaluable herramienta para la reformulación del concepto de
sacralidad de la vida.
7
Ana Escríbar, Manuel Pérez, Raúl Villarroel
Bioética. Fundamentos y dimensión práctica.
Santiago, Mediterráneo: 2004. Pag: 117.
1. El Informe Belmont.
En gran medida, como respuesta a algunos experimentos aberrantes realizados en
los Estados Unidos de Norteamérica con niños deficientes mentales y personas de
raza negra, que produjeron la conmoción de la opinión pública, en 1974 el Congreso
Norteamericano creó la National Comission for the Protection of Human Subjects
of Biomedical and Behavioral Research y la encomendó la elaboración de los
principios éticos básicos que deberían regir las actividades de investigación con
seres humanos.
Cuatro años más tarde, en 1978, la Comisión publica el Informe Belmont en el cual
se presentan tres principios éticos considerados fundamentales que deberían servir
como complemento de códigos ya existentes, como el de Nüremberg, por ejemplo,
dadas las dificultades que este presentaba en el momento de su aplicación.
8
Ana Escríbar, Manuel Pérez, Raúl Villarroel
Bioética. Fundamentos y dimensión práctica.
Santiago, Mediterráneo: 2004. Pag:129.
2. El «Principialismo».
En el año 1979 se publica Principles of Biomedical Ethics, de Tom L. Beauchamp
y James F. Childress que pretende ampliar la reflexión ética que la National
Comission centrara en los problemas derivados de la investigación con seres
humanos, al ámbito completo de la práctica clínica y asistencial. Esta obra constituye
el punto de partida de una ética biomédica cuyo procedimiento, consistente en la
aplicación de principios generales para la resolución de problemas surgidos de la
práctica médica, se conoce como «principialismo».
Dicho procedimiento, de gran aplicación en la bioética hasta nuestros días, intenta
sintetizar en los cuatro principios que formula un conjunto de valores universales e
indiscutibles que, en su calidad de tales, aparecen como evidentes para el sentido
común sin necesidad de incurrir en intrincadas explicaciones teóricas. De esta
manera, el principialismo representaría la solución práctica del enfrentamiento
teórico, propio de la tradición ético-filosófica occidental, entre deontología y teleología.
La principal novedad introducida por estos autores sería la ampliación de los
principios formulados por el Informe Belmont, que en lugar de tres, serían cuatro con
la adición del principio de «no maleficencia», antes incluido en el de «beneficencia».
Esta distinción fue necesaria debido al hecho de que la obligación de no hacer el
mal a otros resulta más exigente que la de hacer el bien.
1. Principio de autonomía.
La autonomía del paciente, como principio moral del actuar ético del médico, no fue
contemplada en el Juramento hipocrático. La introducción del principio de autonomía
a la Ética Médica como fundamento moral trajo consigo una verdadera revolución
en el ejercicio profesional, de la cual muchos médicos y muchos pacientes no tienen
aún conciencia. El concepto de autonomía, por interpretarse de muchas maneras,
ha hecho que la relación médico-paciente se torne conflictiva, no obstante el sano
espíritu filosófico que anima a dicho principio.
La autonomía hace referencia a la libertad que tiene una persona para establecer
sus normas personales de conducta, es decir la facultad para gobernarse a sí misma,
basada en su propio sistema de valores y principios. La palabra deriva del griego
autos que significa «mismo» y nomos que significa «regla», «gobierno», «ley», es
decir, expresa autogobierno, sin constricciones de ningún tipo. La persona autónoma
determina por sí misma el curso de sus acciones de acuerdo a un plan escogido
por ella misma. Por supuesto que durante el acto médico la autonomía tiene que ver
con la del paciente y no con la del médico.
Además, como lo explica Fernando Lolas, «se dice que una persona actúa con
autonomía cuando tiene independencia respecto de controles externos y capacidad
para obrar de acuerdo a una elección propia», al mismo tiempo, «lo que se juzga al
considerar la autonomía es el grado de intencionalidad de los actos, la comprensión
que de ellos tiene el agente, y la ausencia de coerciones o limitaciones.»9
Si los valores morales del paciente entran directamente en conflicto con los valores
de la medicina, la responsabilidad fundamental del médico es respetar y facilitar la
autodeterminación del paciente en la toma de decisiones acerca de su salud.
9
Fernando Lolas, Bioética. El diálogo moral en
las ciencias de la vida. Santiago, Mediterráneo:
2003. Pag: 64.
2. Principio de no maleficencia
En esencia, la obligación corporizada en este principio es la de no dañar
intencionalmente. Según algunos autores, el más básico y fundamental de los
principios bioéticos. Una de sus más antiguas versiones se encontraría en el precepto
hipocrático Primum non nocere, «primero no hacer daño».
No hacer daño parece estar próximo a hacer el bien. Por lo tanto la no maleficencia
sería un aspecto de la beneficencia, como sugieren algunos autores, para quienes,
no infligir daño o mal es la primera de las cuatro obligaciones beneficentes.
Al mismo tiempo, el peso de la argumentación debe estar respaldado por un
adecuado concepto de lo que es malo o dañino, lo cual, como sabemos, responde
a una amplia esfera de doctrinas y creencias. Por ejemplo, para la medicina griega,
era malo todo lo que fuera contra el orden de la naturaleza. En cambio, en sociedades
como la romana, más influenciada por preceptos jurídicos, era malo lo que
contrariaba la ley. Por último, en el contexto religioso, es malo todo lo que se opone
al orden divino. De ahí que evitar hacer daño o mal sea una expresión vaga e
imprecisa, que adquiere consistencia solo ante casos concretos, en los que deben
especificarse las reglas prácticas que materializan el principio de no maleficencia.
Algunas pueden ser, por ejemplo, «no matar», «no causar sufrimiento a otros», «no
ofender». Se trata obviamente de preceptos no absolutos, cuya exacta
especificación debe tomar en cuenta el contexto.
Una reflexión ligada a la justicia señala que los iguales deben ser tratados igual y
los desiguales, desigualmente. Este es un principio formal, porque no define en
qué consiste la igualdad ni bajo qué presupuestos debe ser aplicada. Esta asignación
de lo igual a lo igual y lo desigual a lo desigual es la equidad. Lo que está en juego
no es que todos deben recibir lo mismo, sino que cada uno debe recibirlo
proporcionado a lo que es, a lo que se merece, a lo que tiene «derecho». Decimos
de un trato que es justo cuando es equitativo y merecido. Si ampliamos la reflexión
a toda la sociedad, se encuentra el concepto de justicia distributiva, que alude a la
distribución ponderada, equilibrada y apropiada de los bienes y cargas sociales
basada en normas que detallan el sentido y fin de la cooperación social.10
El principio de justicia en su concreción bioética es de singular trascendencia para
el mundo desarrollado en general. Casi siempre, la planificación de los servicios
sanitarios se lleva a cabo con una idea preconcebida de las necesidades de sus
usuarios y procura satisfacerlas en un marco político de toma de decisiones.
El concepto de «derecho a la salud» debe examinarse de forma sumamente crítica,
sobre todo cuando se toma conciencia de la diversidad de las sociedades
contemporáneas.
En Ética nicomaquea se lee: «Llamamos justo a lo que produce y protege la felicidad
y sus elementos en la comunidad política». Estrechando este concepto de Aristóteles
para aplicarlo en la esfera médica, justo sería que haga el médico a favor de la vida
a través de la salud de su paciente, circunstancia que favorece asimismo la felicidad.
Esta sería la justicia individual o particular, que ha pasado a un segundo plano en la
concepción actual de la ética médica, pues en el marco de la atención de la salud,
justicia hace referencia a la anteriormente mencionada «justicia distributiva», es
decir, la distribución equitativa de bienes escasos en una comunidad, y que equivale
a la justicia comunitaria o social, de cuya vigencia debe responder el Estado.
Es sabido que el concepto teórico de justicia sigue siendo discutible en el ámbito
socio–político contemporáneo. Para unos el ideal moral de justicia es la libertad;
para otros la igualdad social; para los demás la posesión equitativa de la riqueza.
Como podemos ver, la aplicación de una justicia de orden universal o absoluta,
resulta difícil, por lo cual, al parecer tenemos que conformarnos con una justicia
relativa, es decir, aquella que depende muchas veces de las circunstancias. Así
parece ocurrir con la justicia distributiva relacionada con los asuntos de la salud.
10
Fernando Lolas, Bioética. El diálogo moral en
las ciencias de la vida. Santiago, Mediterráneo:
2003. Pag: 67.
1. Surgimiento y evolución.
No es poco común pensar que la Ética Médica arranca desde la época de
Hipócrates, con su famoso Juramento. Puede considerarse cierto si se habla de la
cultura occidental. Pero si le damos un marco más ecuménico, debemos retroceder
más en el tiempo y detenernos en la Mesopotamia del siglo XVIII a. C., cuando
reinaba el rey Hammurabi. Fue entonces cuando la sociedad, en este caso el Estado,
dictó las primeras leyes de moral objetiva relacionadas con las medicina,
estableciendo con ellas la responsabilidad jurídica del médico frente a su paciente.
La época en que se dice que vivió Hipócrates corresponde a la misma en que vivió
Sócrates (siglos V y IV a. de C.), quien es reconocido como uno de los padres de la
filosofía y de la ética. A la vez, su contemporáneo Hipócrates es considerado uno de
los padres de la medicina y de la ética médica. Hay que tener en cuenta que en
aquel entonces en Grecia, el ejercicio de la medicina estaba a cargo de individuos
de diferente extracción social y cultural, la mayoría de ellos autodidactos. En virtud
de sus escasos conocimientos, estaban muy desprestigiados; la sociedad no les
tenía confianza. Ante esta situación, y preocupados por la desconfianza de la
comunidad hacia los que se ocupaban del arte de curar, decidieron redactar un
documento a través del cual se comprometían, bajo la gravedad del juramento, a
ejercer la profesión, ceñidos a unos principios cuyo fin único era favorecer los
intereses del paciente. De esa manera los mismos médicos se trazaron normas de
moral, de obligado cumplimiento para quienes formaran parte de la secta, pero
carentes de responsabilidad jurídica. Así surgió el «Juramento hipocrático».
El Juramento, tal como pasó a la posteridad, encierra valores morales intemporales:
el respeto por la vida, no hacer daño nunca, beneficiar siempre, ser grato, ser
reservado. Esos valores, ciertamente, giran alrededor del hombre. Siendo así, debe
aceptarse que a partir de Hipócrates la medicina comienza a perder su carácter
sagrado y empieza a secularizarse. Así, las enfermedades, no tienen origen sagrado
y el médico comienza a cuestionarse acerca de lo que son y cómo deben ser tratadas.
Más tarde, la religión judeo-cristiana reforzó la orientación naturalista de la medicina
griega. Existe un documento, escrito 200 años antes de Cristo e incluido en los
Libros sagrados del Antiguo Testamento, que hace referencia a esto y constituye
una invitación a honrar a la medicina y al médico. Luego de señalar que la medicina
tiene carácter divino, advierte que el médico fue hecho por Dios para beneficio del
enfermo, es decir, que es un intermediario suyo. Como la enfermedad es
consecuencia del pecado, la curación se obtiene con la oración y el arrepentimiento.
No obstante, de la naturaleza creó Dios los medicamentos, cuya virtud Él les permitió
a los médicos conocer. Al sentirse enfermo, el individuo no debe descuidarse, sino
que debe apartarse del pecado, purificar el corazón, dedicarse a la oración, hacer
ofrendas y oblación. Sólo entonces será posible que obre el médico, quien, a su
vez, debe rogar al Señor para que surtan efecto sus remedios.
11
Horacio Dolcini, Jorge Yansenson. Ética y
bioética para el equipo de salud. Buenos Aires,
Akadia: 2004. Pag: 45.
2. El consentimiento informado.
El «consentimiento informado» es un término nuevo que traduce un derecho del
paciente dentro de la neoética médica. Su principal objetivo, y tal vez el único, es
proteger la autonomía del paciente.
En él se establece que el médico solamente empleará medios diagnósticos o
terapéuticos debidamente aceptados por las instituciones científicas legalmente
reconocidas. Si en circunstancias excepcionalmente graves un procedimiento
experimental se ofrece como la única posibilidad de salvación, éste podrá utilizarse
con la autorización del paciente o sus familiares responsables y, si fuere posible,
por acuerdo en Junta médica. Además queda prohibido para el médico intervenir
quirúrgicamente a menores de edad, a personas en estado de inconsciencia o
mentalmente incapaces, sin la previa autorización de sus padres, tutores o allegados,
a menos que la urgencia del caso exija una intervención inmediata. Asimismo, el
médico no expondrá a su paciente a riesgos injustificados. Pedirá su consentimiento
para aplicar los tratamientos médicos y quirúrgicos que considere indispensables y
que puedan afectarlo física o síquicamente, salvo en los casos en que ello no fuere
posible y explicará al paciente o a sus responsables de tales consecuencias
anticipadamente.
Puede advertirse que el consentimiento informado directo –es decir, el que se obtiene
del paciente mismo- es registrado en diferentes legislaciones sólo como registro
previo al empleo de procedimientos experimentales y a tratamientos médicos y
quirúrgicos que eventualmente pueda derivar en complicaciones o efectos
secundarios negativos. No queda obligado el médico, por lo tanto, a tener en cuenta
el consentimiento informado de manera rutinaria. Sin embargo, la prudencia hace
recomendable que siempre el paciente conozca por boca del médico cuáles son
sus condiciones de salud y reciba de él su autorización para adelantar cualquier
procedimiento, hasta el más simple. El consentimiento informado indirecto no sólo
debe ser tenido en cuenta cuando se trata de intervención quirúrgica, como señala
3. El secreto profesional.
El ocultismo de la verdad se menciona ya en el Juramento hipocrático: me refiero a
la reserva o secreto profesional. En efecto, el Juramento prescribe: «Lo que en el
tratamiento, o incluso fuera de él, viere u oyere en relación con la vida de los hombres,
aquello que jamás deba trascender , lo callaré teniéndolo por secreto» . Por su
parte, en el juramento (que es el aprobado por la Convención de Ginebra de la
Asociación Médica Mundial en 1948) obliga a «guardar y respetar los secretos a mí
confiados». Entiéndase por secreto profesional médico aquello que no es ético o
lícito revelar sin justa causa. El médico está obligado a guardar el secreto profesional
en todo aquello que por razón del ejercicio de su profesión haya visto, oído o
comprendido, salvo en los casos contemplados por disposiciones legales. Teniendo
en cuenta los consejos que dicte la prudencia la revelación del secreto profesional
se podrá hacer:
El médico velará por que sus auxiliares guarden el secreto profesional. La relación
médico-paciente es elemento primordial en la práctica médica. Para que dicha
El principio al que se acude para que el balance entre daño y beneficio se incline a
favor de este último, tiene que ver con el de utilidad, si se entiende la búsqueda del
beneficio como un acto utilitarista. Pesando riesgos (daños) y beneficios podemos
maximizar éstos y minimizar aquellos. Tal reflexión ética es muy útil en las
investigaciones que vayan a adelantarse sobre sujetos humanos. Cuando un acto
beneficente supone riesgos, son inevitables las consideraciones de no maleficencia.
Si los riesgos del procedimiento son razonables respecto a los beneficios
esperados, la acción es moralmente permitida. Para evitar la no maleficencia se
requiere que el médico esté atento y actúe cuidadosamente. El deber moral –y
legal- de evitar el daño puede ser violado sin que actúe con mala intención, como
también por omisión. Infortunadamente no existe una regla moral contra la
negligencia como tal. Para los profesionales de la salud, las normas legales y morales
del cuidado debido, incluyen conocimiento, destrezas y diligencia. Actuar sin tener
en cuenta esas normas es actuar negligentemente.
Vemos cómo la capacidad técnica del método está implicada en el principio de la
beneficencia. De ahí que las escuelas de medicina, con la calidad de sus programas
de pre y postgrado, asuman una inmensa responsabilidad frente a la Ética Médica.
Lanzar a ejercer a profesionales pobremente capacitados es un asunto que deja en
entre dicho la contextura moral de quienes lo permiten.
a- El cambio del binomio ricos / pobres por el de primer mundo / tercer mundo.
b- La creciente uniformidad. El desarrollo de los medios de comunicación,
de transporte y el turismo masivo, hicieron que pierda significado la antigua
relación entre comida y territorio.
c- El establecimiento del modelo alimenticio y estético de la delgadez. De
amplio dominio en el siglo XX, impulsado por el discurso científico en torno a
lo nutricionalmente sano, que se ha expandido extensa e intensamente. El
miedo a la obesidad ha ocupado el lugar dejado por el ancestral miedo al
hambre.12
12
Hernández Rodríguez, Sastre Gallejo. Tratado
de nutrición. Madrid: Díaz de Santos, 1999. Pag:
3.
Todos los organismos vivos necesitan para realizar sus funciones básicas, sustancias
energéticas y de sostén que obtienen a través de los alimentos. Esto nos demuestra
que comer es una necesidad primaria, aunque en torno a ella se encuentren una
serie de sensaciones, conscientes e inconscientes, hábitos y factores culturales,
además de condicionamientos económicos importantes.
Este fenómeno complejo es el que conocemos con el nombre de comportamiento
alimentario. Él nos define los factores que influyen en los hábitos de alimentación, y
que podemos resumir en los siguientes aspectos:
3.Factores socioculturales.
Los alimentos tienen una vertiente social muy marcada. Así, el marisco o el caviar,
entre otros, se consideran alimentos para ricos, mientras que las papas y legumbres
son para muchos alimentos de pobres.
También hay alimentos adecuados para obsequiar y otros que no se consideran
aptos para ofrecer a unos invitados.
Por otra parte, el «alimento compartido» supone un enlace social importante.
Compartimos la mesa con los amigos. En ella, además de los alimentos,
intercambiamos ideas y opiniones y así, el acto de comer se convierte en un medio
de acercamiento a los seres queridos.
El comportamiento alimentario también puede ser un medio de presión social, como
en el caso de la huelga de hambre.
Cabe destacar que la civilización occidental, en la actualidad, es contradictoria, ya
que la abundancia de alimentos por una parte, y la disponibilidad por otra,
potenciadas por la publicidad, impulsan al público a un consumo excesivo de
alimentos, fomentando la obesidad, mientras que los cánones de estética promueven
una figura delgada como ideal de belleza.
Este fenómeno es contrario al que se observaba hace años, en los que las formas
redondeadas eran símbolo de salud y belleza.
Asimismo, es necesario mencionar los factores familiares, ya que las costumbres
alimentarias de una familia están influidas por las tradiciones y el seguimiento de lo
que hacían los padres y abuelos, que a su vez imitaban las costumbres de sus
antepasados próximos. Así se mantienen, a veces, hábitos poco justificables en la
actualidad, pero que tenían sentido años atrás.
13
Pilar Cervera, Jaume Clapés, Rita Rigolfas,
Alimentación y dietoterapia. Madrid: McGraw
Interamericana, 2004. Pag: 175.
La nutrición nace como ciencia a mediados del siglo XVIII, y su historia, que alcanza
su plenitud en el siglo XX, puede dividirse en cuatro grandes períodos de duración
desigual y límites imprecisos:
14
Laura López, Marta Suárez, Fundamentos de
nutrición normal. Buenos Aires: El Ateneo, 2005.
Pag: 1.
Resulta evidente que, para ser capaz de desempeñar sus funciones asistenciales,
el nutricionista debe desarrollar una serie de cualidades o condiciones tales como:
sensibilidad, para poder considerar al paciente, ante todo, como persona más que
como un caso clínico más 15; habilidad, para adaptar sus conocimientos
profesionales a las diferentes situaciones; vocación de servicio, para buscar siempre
beneficiar a la comunidad.
El nutricionista debe, ante todo, amar su profesión, considerando que está ligada a
un aspecto fundamental de la existencia humana: la alimentación. Es necesario
que encare su tarea con actitud positiva, manteniéndose permanentemente
actualizado respecto a los constantes avances en este campo, para insertarse
satisfactoriamente en el equipo multidisciplinario de salud.
No debe perder de vista, bajo ninguna circunstancia, el objetivo principal de la
profesión, que es la protección de la salud, cuando existe, y su recuperación cuando
falta, tanto a nivel individual como comunitario.
15
Elsa Longo, Elizabeth Navarro, Técnica
dietoterápica. Buenos Aires, El Ateneo: 1998.
Pag: 27.