BENSAID, DANIEL - La Discordancia de Los Tiempos PDF
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. Este rol atribuido a la violencia teoriza radicalmente la substitucin por la
cual a mediados de setenta, frente a un profundo giro del periodo, la violencia
20 Karl Marx, Grundrisse, op. cit., tomo II, p. 246.
21 Antonio Negri, op. cit., p. 283.
22 Ibd., p. 201. Las Formen (Formas anteriores) constituyen los cuadernos IV y V de los Grundrisse
23 Ibd., p. 301. Sera interesante estudiar ms precisamente el status de esta violencia consti-
tutiva del sujeto y fundadora del comunismo en Sorel y Negri.
La discordancia de Los tiempos 153
reemplaza repentinamente en ciertas corrientes, la poltica impotente. Cuan-
do el sujeto que haba emergido en la crisis del 68, permanece suspendido por
debajo de una clase que se repliega en desorden, la voluntad deviene volunta-
rismo y el deseo de revolucin, literalmente, izquierdismo.
5) Esta subjetivacin exacerbada del sujeto se encara en un proyecto. Se invis-
te en el horizonte de un comunismo repentino decretado a alcance de la mano.
Es la poca donde el grupo italiano del Manifesto pone al orden del da un co-
munismo sin transicin, edifcado sobre la hipermadurez de las fuerzas, sobre la
cualifcacin de la clase obrera, sobre la cultura general compartida. Es la utopa
pos-setenta y ocho de una revolucin feliz y prospera: todo e inmediatamente
24
.
Se comprende, en tal perspectiva, lo que prodria representar una revolucin cul-
tural fantasmtica pero gratifcante para una nueva intelligentsia bloqueada en su
ascenso social. Revolucin sin revolucin, borra las duras ecuaciones estratgicas
y saciaba en buenas cuentas el hambre lirico de herosmo a bajo precio.
Lejos de ser un concepto humanista pre-marxista, la alienacin para Negri
existe claramente. Ella debe ser combatida, no en el sentido de un retorno al
origen, de una restauracin mtica de la humanidad prdida, sino en el sentido
de una superacin, exploratoria sin duda, aventurada posiblemente, de ms all
del trabajo obligado. No se encuentra, en Marx, en efecto ningn concepto
de trabajo que no sea el de trabajo asalariado, socialmente necesario para la re-
produccin del capital: ningn concepto de trabajo, por lo tanto, a restaurar,
liberar, sublimar, solamente una realidad del trabajo que debe suprimirse
25
.
Sobre este punto desde los Grundrisse a la Crtica del programa de Ghota, Marx
por cierto no vari un pulgar. Negri toma dicho argumento para eliminar pura
y simplemente la cuestin de la transicin. En lugar de inscribir al comunismo
como superacin posible y necesaria del socialismo, l opone, polticamente,
el comunismo al socialismo, al igual como opone, los Grundrisse al El Capital:
El marxismo de los Grundrisse es lo contrario al socialismo, el socialismo es
un himno a la equivalencia y a la justicia de las relaciones sociales (construida
sobre la ley del valor); el marxismo hace parecer la ley del valor y el socialismo
como mentiras. La nica realidad que conocemos est regida por el robo, la
alienacin y la objetivacin capitalista del trabajo vivo, de su valor de uso, de su
creatividad. Hacer funcionar todo esto segn la ley del valor, suponiendo que
todo esto fuese posible, no modifcara nada. Porque no hay valor sin explota-
24 Se encuentra, sin duda de manera no fortuita, une eco de esta problemtica en la Torie
du sujet de Alain Badiou: Usted dir: Y el socialismo no existe ms? El socialismo donde,
de hecho, burguesa y proletariado estn ms enfrentados que nunca incluso bajo la forma de
una revolucin sin precedente, las revoluciones culturales? El socialismo ya no existe no es
necesario infar la cuestin del socialismo, de la edifcacin del socialismo. El asunto realmente
serio, preciso, es el comunismo. Alain Badiou, Torie du sujet, Pars, Seuil, 1982, p. 26. [Teora
del sujeto, Bs.As., Prometeo, 2009.]
25 Antonio Negri, op. cit.
en bUsca del sUjeto perdido (negri corrige a marx) 154
cin. El comunismo es, entonces la destruccin al mismo tiempo de la ley del
valor, del valor mismo, de sus variantes capitalista o socialistas. El comunismo es
la destruccin de la explotacin y la liberacin del trabajo vivo. Del no-trabajo.
Eso es todo. Simplemente todo.
La desmitifcacin de las categoras del capital actualiza la ley funda-
mental de la historia, que establece la posibilidad del comunismo, de comu-
nismo en tren hacerse: Ningn equilibro capitalista se sostiene. Menos an
una proposicin que se quiera socialista: Teora de la propiedad del Estado, de
la planifcacin, de la igualdad en la explotacin.
El socialismo no es, no puede ser en ningn caso un estadio o pasaje
al comunismo. El socialismo es la forma ms alta, la forma superior de la
racionalidad econmica del capital, de la racionalidad de la ganancia, todava
vive de la ley del valor, pero llevada a un grado de centralizacin y de sntesis
general El socialismo mantiene viva y generaliza la ley del valor. Esta cues-
tin de la abolicin del trabajo vuelve imposible toda homogeneidad entre
planifcacin capitalista y planifcacin comunista
26
.
Esta antinomia radical entre socialismo y comunismo marca un retorno al
espritu de los Manuscritos de 1844. Socialismo reformista (socialdemcrata)
y socialismo de Estado burocrtico (stalinista) provendra ambos del co-
munismo grosero ya denunciado por Marx en tanto generalizacin de los
asalariados y consolidacin del Estado. Para Negri por el contrario que el
comunismo autentico se afrma como negacin de toda medida, afrmacin
del pluralismo ms exasperado, de la creatividad, y como derrocamiento de
la universalidad reifcada del dinero (del valor) en universalidad productiva del
trabajo asociado. Colocndose bajo la autoridad de Marx, ve en la economa
del tiempo y en la libre actividad los trazos caractersticos del comunismo.
De la crtica del dinero a la del poder, sigue en efecto el camino trazado por
los Grundrisse.
Los Manuscritos de 1857-58 contendran entonces una teora del comu-
nismo como realizacin progresiva del sujeto, como sntesis de la teora de
la crisis y del sujeto
27
. Este comunismo altamente subjetivisado es (para-
djicamente?) tan incapaz tambin como el estructuralismo rgido y falto de
sujeto de concebir los pasajes y las transiciones. Negri se niega a pensar a
la transicin como un despus que implicara el recorte en una dialctica
cualquiera de los estadios y de la jerarqua de lo que constituye un proceso
nico de liberacin: No es la transicin lo que se da bajo forma del comu-
nismo, sino el comunismo que toma la forma de transicin; el comunismo
no es en ningn caso un producto del desarrollo capitalista, es la inversin
radical; es un nuevo sujeto que toma forma.
26 Ibd., p. 153, 276, 289.
27 Ibd., p. 193.
La discordancia de Los tiempos 155
Podemos preguntarnos lo que tal afrmacin podra signifcar a fnes de
los aos setenta. El pensamiento de la transicin se encuentra abolido en be-
nefcio de la pura voluntad libre del sujeto, de la primaca de lo poltico, de
la pgina en blanco ofrecida a los caprichos de la escritura. Este tpico vuelco
los del periodo stalinista, donde el hombre est constantemente reenviado del
ngel a la bestia: ora humillado frente a las leyes del determinismo histrico,
ora levantado por la arrogancia burocrtica que pretende desafar las mismas
leyes para inscribir en la piedra y la sangre la leyenda de su reino.
6) Omnipresente, el sujeto de Negri sigue siendo misterioso y un poco fan-
tasmal. Saca carne y vida solo del haz histrico de sus necesidades. Negri toma
apoyo en Marx para apuntalar su concepto prospectivo ms bien que arqueo-
lgico del sujeto: Qu ser la riqueza, un vez despojada de su forma burguesa
todava limitada? Ser la universalidad de las necesidades, de las capacidades,
de los individuos, universalidad producida por el intercambio universal. Ser
la dominacin plenamente desarrollada del hombre sobre las fuerzas naturales,
tanto sobre la naturaleza propiamente dicha como sobre la naturaleza de l. Ser
el forecimiento completo de las capacidades creadoras sin otra presuposicin
que el curso histrico anterior que hace de esta totalidad del desarrollo un objeto
en s: en otros trminos, desarrollo de todas las fuerzas humanas en tanto tales
sin que sean medidas de acuerdo a un patrn preestablecido. El hombre no se
reproducir ms como unilateralidad sino como totalidad. No buscara perma-
necer en algo ya sido sino se insertara en el movimiento absoluto del devenir
28
.
Se abre as en un mundo nuevo de necesidades desplegadas. Mientras
que el capital empuja al trabajo mas all de las necesidades naturales, el
programa del comunismo persigue un desarrollo de las necesidades que han
surgido sobre la base colectiva pero miserable de la organizacin del trabajo
asalariado, pero que de manera revolucionaria signifca la abolicin del tra-
bajo, su muerte defnitiva
29
. No se trata de arrancar el valor de uso al valor
de cambio que lo mantendra captivo. Ambos estn inextricablemente vin-
culados en la mercanca. Tomado en s mismo, el valor de uso, no resuelve
nada. Su inmediatez aorada es nada ms que un comienzo, un origen feliz,
un momento de felicidad; sino se trasforma en dinmica del comunismo, no
es ms que algo vacio y peligroso.
7) Negri reprocha a la interpretacin de Vygodsky de constituir un simple
revoque del Diamat
30
. La Introduccin de 1857 es all considerada como el
resumen de estudios flosfcos anteriores al injerto decisivo del materialismo
dialectico. A la inversa, la bsqueda de Rosdolsky sobre la gnesis de El Capi-
tal, pecara de un objetivismo extremo (consuelo inconsistente de una oposi-
28 Karl Marx, Grundrisse, op. cit., tomo II, p. 168.
29 Antonio Negri, op.cit., p. 279.
30 Vitali Vygodsky, Introduction aux Grundisse, Mosc, 1965.
en bUsca del sUjeto perdido (negri corrige a marx) 156
cin minoritaria e impotente) y refejara tericamente los lmites y las debi-
lidades polticas de la izquierda comunista de entreguerras. La comprensin
de la crisis y de sus virtualidades se perdera en un catastrofsmo objetivista
31
.
La borradura del sujeto seria inherente al plan defnitivo de El Capital y
a la desaparicin del libro inicialmente previsto sobre el trabajo asalariado.
En el Libro I, publicado por Marx, el salario aparece, pero es de un lado una
funcin del capital, sometido a su dominacin, y del otro el motor del proceso
capitalista de produccin y reproduccin. Ningn potencial subversivo en esta
sujecin absoluta donde se niega todo potencialidad revolucionaria: el frente
a frente entre el trabajo asalariado y el capital es entonces sin esperanza para el
primero. Analizando el capital como vampiro y como organismo vivo, Marx
desarrolla las leyes y las modalidades de su reproduccin. Las condiciones de
su supresin solo intervienen como lneas de fuga. Ellas no se desprenden de
la comprensin conceptual del capital mismo, si no al precio de un peligroso
salto metafsico: el del Captulo XXXII del Libro I sobre La tendencia a la acu-
mulacin capitalista y la negacin de la negacin. Lo mismo, en el Libro II,
los clebres esquemas de reproduccin son esquemas de equilibrio hipottico
que no pueden integrar la eventualidad de la ruptura. Igualmente, una vez
ms, el Libro III deja abierta la cuestin de saber cmo una clase sometida
al trabajo alienado y al fetichismo de la mercanca puede escapar a la nada
de su mutilacin y de su negacin para, de nada, devenir todo? Nuevo salto
peligroso, poltico esta vez, o pasaje de relevo entre la crtica de la economa
poltica y la estrategia revolucionaria inscripta en la dialctica del conficto?
Negri rechaza admitir que el libro sobre el trabajo asalariado, tan estrecha-
mente emparentado en los Grundrisse al sobre la clase obrera y la subjetividad
revolucionaria, pueda ser absorbido por el Libro I de El Capital sobre el pro-
ceso de produccin. Lamenta este captulo desaparecido, que habra sido un
captulo sobre la clase obrera, sobre los niveles de necesidad, disfrute, de lucha,
31 Injusto hacia Roman Rosdolsky, la observacin indica al menos una difcultad no resuelta.
Se encuentra en efecto en algunos textos de mismo Trotsky una separacin extrema entre la
confanza reiterada en las leyes objetivas y la profecas catastrfcas por un lado, y por otro, la
debilidad pattica del factor subjetivo, decisivo al extremo de que la crisis de la humanidad
puede ser reducida a su crisis de direccin revolucionaria (El programa de transicin). Se en-
cuentra en Ernest Mandel, a veces llevado a su cumbre, esta disyuncin entre la hipermadurez
de las condiciones objetivas y la desesperante quiebra repetida del factor subjetivo. Una aproxi-
macin tal est cargada de difcultades tericas insalvables. Si las condiciones objetivas son tan
favorables, cmo explicar qu no hubieran liberado por eso, sea parcialmente, las condiciones
de solucin a la crisis de direccin? La explicacin deriva inevitablemente hacia una represen-
tacin policial de la historia atormentada por la fgura recurrente de la traicin, cuando las
condiciones ms propicias son saboteadas por las direcciones traidoras y el aliado ms prximo
es siempre el peor enemigo en potencia Y si la oposicin es portadora de una solucin revo-
lucionaria a la crisis de direccin, Cmo explicar que no haya logrado ms xitos, si esto no es
por un deterioro sin esperanza de las famosas condiciones objetivas? As planteado, el crculo de
lo objetivo y de lo subjetivo es desesperadamente viciado.
La discordancia de Los tiempos 157
de trabajo necesario
32
. Ms generalmente, no puede resignarse a la ausencia
de las clases, reducido a su esqueleto conceptual. El retorno a la totalidad sobre
s misma, el crculo de los crculos se por fn cerrado de la reproduccin de
conjunto permitir la entrada en escena de esas clases determinadas y en lu-
cha. Hechos de sociedad y no solamente de produccin, presuponen en efecto
no la relacin inmediata de produccin, sino la relacin de cambio, de distri-
bucin, y su articulacin al Estado. El valor de una mercanca es determinado
por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su produccin, pero esta
necesidad se establece por el movimiento de conjunto y por el conficto social.
El libro sobre el trabajo ha desaparecido lgicamente de El Capital en tanto
libro particular. Rosdolsky tambin se planteo la cuestin de esta desapari-
cin: Qu temas deberan ser tratados y por qu haber renunciado a un libro
en particular? Negri est satisfecho de las respuestas aportadas a la primera
pregunta, pero no a la segunda: porque los elementos enumerados deberan
ser considerados como elementos subalternos del capital. La reduccin del
trabajo concreto al trabajo abstracto desemboca en la teora del valor y de
la plusvala (centrales en el Libro I), y no en la del salario. El salario debera
lgicamente encontrarse al fnal del Libro III, a los lados a las ganancias y de
la renta fnanciera, en el movimiento de conjunto de la distribucin de los
ingresos, de la formula trinitaria del capital, y de la concurrencia. En realidad,
Negri rechaza en bloque la implacable lgica de El Capital.
Se puede pensar al contrario que el libro del salario haya sido abando-
nado en tanto tal porque la teora del capital implica permanentemente la
del salario. Los dos estn indisolublemente ligados a la produccin mercantil
generalizada pero, en el modo de produccin, el capital domina el trabajo
asalariado con su mortal abrazo. A lo largo de su propio proceso de reproduc-
cin, el capital implica el salario como su negacin necesaria y posiblemente
fatal. Esta cuestin obsesiona a Negri no sin razn: Si la teora de la plusvala
introduce en la teora econmica en el hecho de la explotacin la teora mar-
xiana de la circulacin introduce en ella la lucha de clases
33
. Reaccionado a
una interpretacin mecanicista de la primaca de la produccin dominante en
el movimiento comunista ortodoxo e inspirada en una lectura de El Capital
que se interrumpe en el Libro I, Negri busca en el Libro II, el de la circulacin
el momento caliente de la lucha de clases. En su La teora de las clases en El
Capital
34
, Biagio di Giovanni, avanza en una respuesta anloga. Por tanto, no
es ms que reemplazar una hipstasis por otra, la de la produccin por la de la
circulacin. Negri termina por responder que Marx no ha escrito el libro sobre
el trabajo asalariado ya que su obra retoma incesantemente ese tema, en la
32 Antonio Negri, op. cit., p. 135.
33 Ibd., p. 235.
34 Biagio de Giovanni, La teora de las clases en El Capital, Mxico, Siglo XXI, 1984, NdT.
en bUsca del sUjeto perdido (negri corrige a marx) 158
medida misma en que intenta constantemente aproximar la lucha de clases,
la subversin, la revolucin.
Respuesta tericamente corta. Que conduce ineluctablemente a Negri a
ver en El Capital una lamentable regresin: Me pregunto si es correcto con-
siderar la obra inacabada de Marx, en este caso El Capital, como el libro que
recapitula de manera exhaustiva toda la bsqueda marxiana La objetivacin
de las categoras de El Capital bloquea la subjetivad revolucionaria. El texto
de los Grundrisse seria al contrario dedicado, en lo que reconstruye lo que la
tradicin interrumpi demasiado a menudo, a saber la unidad de la consti-
tucin y de un proyecto estratgico de la subjetividad obrera. Negri concluye
que El Capital es tambin el texto que ha servido para reducir la crtica a la
teora econmica, para anular la subjetividad en la objetividad
La Revolucin contra El Capital?
Marx ms all de Marx?
Los Grundrisse ms all de El Capital?
Puede ser responde Negri, ya que la especifcidad de los Grundrisse asu-
me que la ley del valor no es presentada mediatamente, sino inmediatamente
como ley de explotacin. Llama la atencin sobre este texto aun entonces
ignorado, en el que Marx libra algunas de sus intuinciones ms profundas.
As, con la incorporacin masiva del trabajo intelectual en el trabajo asala-
riado, se volver cada vez ms incoherente e irracional reducir la medida de
toda riqueza y el vnculo social mismo a un intercambio de tiempo de trabajo
cristalizado en la mercanca.
A la ideologa estructuralista del orden, el libro de Negri opone la de la
crisis creativa. La una y la otra tienen en comn la evacuacin de la poltica y
de la estrategia, ya sea en provecho de mecnica de las leyes de estructura, o en
provecho de una tica fundadora de la utopa. El esquema de Negri deduce sin
mediacin el comunismo del sujeto, y el sujeto de la crisis. Las condiciones de
la liberacin total estn siempre ya dadas. No son producto de una conquista
sino de una revelacin violenta que las actualiza
35
.
35 En una entrevista de 1992 con Michel Galaz, Negri no admite todava la victoria conse-
guida por Marx sobre s mismo. El paso de los Grundrisse al El Capital est en efecto marcada
por un cambio del punto de partida: en adelante todo parte de la mercanca donde el dinero
no ms que una modalidad particular. Desde este momento, la crtica a la economa poltica
pierde sus acentos moralizantes para ganar en subversin lgica. En 1992, Negri minimiza
todava esta descubrimiento decisivo: La cuestin del punto de partida: es necesario decir que
es fundamental, pero no en sentido de Heidegger. En Marx el problema del punto de partida es
un problema de exposicin, la Darstellung. Es importante desde el punto de vista didctico. Y
cuando se sabe lo que es la dialctica en Marx, una percepcin de lo real, de sus contradicciones
a la construccin de la organizacin revolucionaria, el problema es muy importante. Ya no en
un sentido terico, sino practico. Esto quiere decir que actualmente que para todo marxista el
punto de partida no puede situarse en otro lugar que en el fenmeno del dinero, el fenmeno
La discordancia de Los tiempos 159
Se trata de una lectura izquierdista en sentido estricto, que termina abo-
liendo la transicin sin conseguir pensarla. Un dcada ms tarde, el problema
parece haberse invertido. La obsesin por las transiciones fracasadas transi-
ciones que no llevaron a ninguna parte empuja al realismo de los retoques
ms que a la ambicin de las metforas. Obliga sin embargo a conceptualizar
la dimensin poltica del cambio social.
Cmo de la nada devenir todo?
Decretar el comunismo inmediatamente, la abolicin del trabajo y del Es-
tado en lugar de obrar por las condiciones efectivas de su desaparicin, el
es camino ms corto hacia el comunismo grosero, el culto productivista
del trabajo, y la restauracin totalitaria del Estado. Ya no se trata de disolver
abstractamente la esfera del derecho en la del poder, sino de iniciar una trans-
formacin social y cultural a travs de la cual la colectividad asociada pueda
reapropiarse concretamente (conforme la disminucin masiva del tiempo
de trabajo y de una revolucin en la divisin del trabajo) del ejercicio de las
funciones administrativas y polticas. No se trata de decretar abstractamente
la extincin del Estado, sino de ponerlo concretamente bajo el control auto-
gestionario en vistas de generalizarse. Esta dualidad del poder en el curso de
la cual la sociedad civil se politiza para socializar el Estado en lugar de dejarse
estatizar por l, es an ms eminentemente poltica. Al igual que es poltica
la estrategia de conquista del poder quien comanda el inicio de tal proceso.
En direcciones opuestas, Althusser y Negri reduciran la teora de Marx a
la impotencia. Disolviendo la poltica que ella funda, uno en la estructura y el
otro en la violencia.
que se llama FMI, reunin del Banco Mundial, etc., el gran elemento, este especie de lobby
fnanciero comunicacional que en la actualidad se vuelve cada vez ms importante en el esce-
nario del mundo. La cuestin obsesiva del punto de partida en Marx (como en Hegel) no es
simplemente un problema de exposicin o de orden dialectico. Manda la totalidad que trata
de hacerse inteligible. Quedarse en el dinero, con el rey dinero o el dinero sucio, puede ser en
resumidas cuentas pedaggico pero banal: este punto de partida correspondera a la economa
popular romntica o espontanea del siglo pasado. Ahora bien, el poder del dinero no es solo el
rasgo especfco del capital. Lo que lo caracteriza, es el reino de la mercanca y el hecho que el
dinero, como la tierra o la fuerza de trabajo, sea igualmente una mercanca.
12. Espectros de Derrida
Fantasmas y vampiros en el baile de mascaras
de las mercancas
Ser siempre un fallo no leer y releer y discutir a Marx. Es decir, tambin
a algunos otros []. Ser cada vez ms un fallo, una falta contra la responsa-
bilidad terica, flosfca y poltica. Desde el momento en que la mquina de
dogmas y los aparatos ideolgicos marxistas [] estn en curso de desapari-
cin, ya no tenemos excusa, solamente coartadas, para desatendernos de esta
responsabilidad. No habr porvenir sin ello. No sin Marx. No hay porvenir sin
Marx. Sin la memoria y sin la herencia de Marx: en todo caso de un cierto Marx:
de su genio, de al menos uno de sus espritus. Pues sta ser nuestra hiptesis o
ms bien nuestra toma de partido: hay ms de uno, debe haber ms de uno
1
.
Pasemos sobre el hecho, por lo menos discutible, de saber si la presencia
de los aparatos ideolgicos marxistas, de Estado o de partido, jams fueron
una buena razn para evitar a Marx. Su lectura y su relectura eran tanto ms
urgentes y ms imperativas ya que haba que hacer frente a estas pesadas orto-
doxias. A contracorriente de aquellos que pretenden despachar a un autor del
siglo pasado, Jacques Derrida pone hoy todo el peso de su autoridad flos-
fca para proclamar esta obsesiva presencia de Marx. No hay adhesin en este
enunciado, tampoco rehabilitacin superfua. La sensibilidad del llamado de
contratiempo y del contrapeso es admitida, el gusto por la intempestividad,
reivindicado. Que las cosas sean claras sin embargo: Habra que haber com-
prendido muy mal para ver en el gesto que arriesgamos aqu una especie de
adhesin-tarda-al- marxismo (...) Lo que es seguro es que no soy marxista
2
.
A buen entendedor, esta certeza de no ser marxista supone sin embargo
una imposible certeza de serlo. Quin puede todava decir: yo soy marxista?
pregunta Derrida. Su respuesta invoca una fdelidad al acontecimiento que
lleva el nombre de Marx; y quien, todava hoy, designa una fractura donde se
parte en dos la historia del mundo. Seguir inspirndose en determinado esp-
1 Jacques Derrida, Espectros de Marx. El Estado de la deuda, el trabajo de duelo y la nueva inter-
nacional, trad. castellana de J.M. Alarcn y C. de Peretti, Madrid, Trotta, 1995, p. 27 [salvo
indicacin la traduccin usada es la antes citada NdT.]
2 Ibd., p. 102.
espectros de derrida: Fantasmas y vampiros en el baile... 162
ritu del marxismo esto sera pues seguir siendo fel a lo que ha hecho siempre
del marxismo, en principio y en primer lugar, una crtica radical, es decir, un
procedimiento de autocrtica. Por su generalidad, una proposicin tal coloca
al marxismo del costado de un mtodo, que Marx, apretando lo ms cerca
la lgica de la cosa, jams la separ de su objeto.
Derrida pues se ocupa, es verdad, de precisar que l no es marxista. Aun-
que la deconstruccin que reivindica jams haya tenido sentido segn l ms
que... como una radicalizacin, es decir, tambin en la tradicin de un cierto
marxismo, con un cierto espritu del marxismo. Se ha dado esta tentativa de
radicalizacin del marxismo que se llama deconstruccin, tentativa donde
la timidez y la prudencia en la estrategia de sus referencias a Marx, se ex-
plicaran por el hecho que la legitimacin segn Marx estaban demasiado
slidamente confscadas y parecan soldadas a una ortodoxia
3
. La cada del
imperio burocrtico habra pues derretido la soldadura, despejado el acceso a
una lectura renovada, y liberado el espritu o los espritus de Marx.
A falta de un marxismo convenientemente identifcable, descubriramos
a un Marx pluralizado, a menudo riendo con s mismo, pelendose con su
sombra o luchando con sus espectros. Un Marx mltiple, espectral, pero no
esterilizado. La lectura de Derrida es aqu saludablemente categrica: Lo que
amenaza con suceder es que se intente utilizar a Marx en contra del marxismo
a fn de neutralizar o de ensordecer en todo caso, el imperativo poltico en la
tranquila exgesis de una obra archivada. Se ve venir una moda o una coque-
tera a este respecto en la cultura y ms precisamente en la universidad []
Este reciente estereotipo estara destinado, se quiera o no, a despolitizar en
profundidad la referencia marxista, a hacer lo posible, ofreciendo imagen de
la tolerancia, para neutralizar la fuerza potencial, en primer lugar, debilitando
en ella un corpus, acallando en ella la revuelta (se acepta la vuelta con tal de
que no vuelta la revuelta que inspir, en un principio, el levantamiento, la
indignacin, la insurreccin, el impulso revolucionario). Se estara dispuesto
a aceptar la vuelta de Marx o la vuelta a Marx, a condicin de silenciar aquello
que, en l, prescribe no solo descifrar, sino tambin actuar, y convertir el desci-
framiento (de la interpretacin) en una transformacin que cambie el mundo
[] Nos vamos a poder ocupar de Marx sin ser molestados por los marxistas
y por qu no, por el propio Marx, es decir, por un fantasma que todava sigue
hablando. Vamos a tratar de l serena y objetivamente, sin tomar partido:
de acuerdo con las reglas acadmicas, en la universidad, en la biblioteca, en
los coloquios! [] Si se aguza un poco el odo, se oye ya murmurar: ya lo ven,
a pesar de todo, Marx no fue sino un flsofo ms e incluso, se puede decir
ahora que tantos marxistas se callan, un gran flsofo digno de fgurar en los
programas franceses de agregacin, de los cuales ha estado demasiado tiempo
3 Ibd., p. 106.
La discordancia de Los tiempos 163
proscripto. No pertenece ni a los comunistas, ni a los marxistas, ni a los parti-
dos; debe fgurar en nuestro gran canon de la flosofa poltica occidental
4
.
He aqu la recuperacin acadmica preventivamente desenmascarada.
Ninguna lectura o relectura podra sustraerse del imperativo poltico. Dicho
de otro modo, no se termin con la undcima Tesis sobre Feurbach. Los flsofos
no han hecho ms que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que
se trata es de transformarlo. Este programa ha sido a menudo comprendido y
probablemente por Marx mismo como la realizacin anunciada de la flosofa,
como su extincin en la poltica, al confundir sus temporalidades y sus ritmos
respectivos, al punto de no dejar ya juego al pensamiento. Es tanto ms necesa-
rio hoy comprender esta pluralidad de los tiempos, esta no coincidencia de los
ritmos, y sacar todas las consecuencias. Ciencias, arte, poltica, teora crtica obe-
decen a principios de duracin diferentes y no marchan en absoluto al mismo
paso. Cambiar el mundo, no solamente, ms que nunca, interpretarlo.
La poltica no absorbe a la flosofa (la teora, la crtica) hasta la ltima
gota. La tesis Once requiere a su vez el examen de la crtica. La onceava Tesis
requiere a su turno el examen de la crtica. No est por ello suprimida. No
se retorna de este lado del acontecimiento del pensamiento y de la ruptura
vinculada al nombre propio de Marx. No se trata de re-flosofar como antes,
como si nada hubiera pasado. Si Marx y sus espritus soportan (reclaman) una
pluralidad de lecturas, todas no son igualmente legitimas. A falta de saber lo
que quiere decir ser marxista, una lectura despolitizada ser sin duda antimar-
xista. La fdelidad requerida no puede sustraerse de la exigencia poltica inhe-
rente al acontecimiento Marx: en tanto que critica del capital, su pensamiento
constituye ms que nunca nuestro horizonte.
contratiEmpos
Es sobre todo una cuestin de espectros y de mesas. De los que vuelven
y de los que vendrn (posiblemente). Historias de fantasmas y fantasmas con
historias. Todo comienza por la aparicin del espectro.
Todo? El Manifesto.
El espectro? El que recorre Europa, pesadilla inquietante y promesa de libe-
racin a la vez. Hoy como ayer, vivimos en la espera agonizante y fascinada.
Vivimos de los tiempos de desorden propicios a estas apariciones espectrales.
Ms el nuevo hace irrupcin y el ms es necesario convocar a lo viejo
5
.
1847-48: la crisis ya abierta, la primavera de los pueblos, las convulsiones
de Europa.
4 Ibd., p. 45.
5 Ibd., p. 178. (cotejar cita)
espectros de derrida: Fantasmas y vampiros en el baile... 164
1989-: la crisis todava, les grandes hundimientos, los desordenes mun-
diales; el tiempo est nuevamente fuera de sus goznes, desacorde, la hegemona
agrietada ya no contiene el retorno de lo reprimido.
Marx, cuenta Derrida, no amaba los fantasmas: No quiere creer en eso,
pero slo piensa en ello
6
. Justo (?) el rodeo de cosas: a su turno su fantasma
es mal amado. La insistencia sobre la muerte (de Marx, del marxismo, del
comunismo) tiene una funcin conjuratoria. Pretende tranquilizar: el muerto
ya no volver. No traer con l su comitiva de fantasmas. Ya que los espectros
de Marx, segn el otro sentido posible del genitivo, son tambin los suyos,
aquellos que lo ocuparon, habitaron, acosaron.
La ambivalencia del espectro es tal que no sabremos jams si l testimonia
volviendo lo viviente pasado o de lo viviente futuro. O los dos. El comunismo
se anuncia as a la vez como liberacin y como novedad, como restauracin y
como revolucin. Cuando la poca est saturada por la espera, es ahora il est
grand temps cuando se manifesta lo que debe venir, cuando lo manifestado se
opone a la leyenda
7
. El espectro est de vuelta. El espectro? Este, dice Derri-
da. Este que vuelve. Es spukt: este recorre, este aparece. Nunca se ha terminado
con los espectros. Es Intil pretender eliminar las sombras para instalarse en
un presente plenamente transparente con s mismo. Los espectros circulan
entre los tiempos que ya no encajan. Porque el presente no es ms un talle
de una pieza (taill dune pice). Al contrario esta a-presente poco razonable,
desajustado, trastornado (out of joint) testimonio de la no contemporaneidad
de s del presente, extraamente anacrnico, fuera de s, a contratiempo.
Contratiempo: el termino de Derrida es rigurosamente el de Marx.
Qu nos dice Marx del contratiempo, no fortuitamente, o por inadver-
tencia, sino en un buen lugar, seala de su mano, en el umbral mismo de El
Capital, en el prefacio a la primera edicin?
Nos dice: Adems de las miserias la poca actual, tenemos que soportar
una larga serie de males hereditarios provenientes de que siguen vegetando
modos de produccin vetustos, con la consecuencia de los relaciones polti-
cas y sociales a contratiempo que generan. No solo padecemos a causa de los
vivos, sino tambin de los muertos, el muerto atrapa al vivo. Sorprendente
desacuerdo, bizarra discordancia, muchos han retenido a Marx en la apacible
correspondencia de la estructura y las superestructuras, en los ajustes y los
encajes. Si las relaciones polticas y sociales no se ajustan ms, si se rozan, si
estn a contratiempo, es precisamente porque son atormentados por una larga
herencia, vctimas de una pesada herencia, en virtud de la cual los viejos tiem-
pos, los de antao y los de hace poco, todava trabajan de su anacronismo los
espesores de presente.
6 Ibd., p. 83. (cotejar cita)
7 Ibd., p. 169. (cotejar cita)
La discordancia de Los tiempos 165
Esta nocin no desarrollada del contratiempo o de no-contemporaneidad
apareca ya a ttulo de programa de trabajo, en las breves notas para no ol-
vidar de la Introduccin de 1857 [de los Grundrisse NdT], bajo la forma de
desigual relacin. En la sptima nota, Marx seala la desigual relacin entre
el desarrollo de la produccin material y el desarrollo, por ejemplo, el de la
produccin artstica. Insiste sin embargo sobre el punto verdaderamente di-
fcil he aqu de ser discutido es el de saber cmo las relaciones de produccin,
bajo el aspecto de relaciones jurdicas, tiene un desarrollo desigual (as por
ejemplo la relacin derecho privado romano y la produccin moderna). La
misma cuestin reaparece sin embargo al fn de esta Introduccin a propsito
del arte griego. No es demasiado difcil de explicar el forecimiento de este arte
por sus determinaciones sociales e histricas. Lo que es propiamente enigmti-
co, es saber por qu este arte, cuyas condiciones de produccin y de recepcin
esta hace tiempo cumplidas, aun nos fascinan.
Marx descubre que el presente no es homogneo, trasparente con el mis-
mo, que esta tejido de temporalidades y de relaciones desiguales. Concibe en
seguida la consecuencia no tomar el concepto de progreso bajo su habitual
forma abstracta. La forma abstracta? Es decir la forma que deduce un pro-
greso con el sentido nico del simple fujo homogneo de un tiempo unifor-
me. En el sutil juego de los contratiempos y de las relaciones desiguales, lo que
interviene como progreso bajo un cierto Angulo, segn una duracin deter-
minada, puede ocultar una regresin segn otro rgimen temporal. Ya que el
tiempo es plural, el progreso no sabra ser ms que singular, de un tirn.
Solo se tratara, objetarn a los comentadores penosos, de observaciones
abandonadas, incidentes y rpidas. No. Las cartas clebres a Vera Vera Zasu-
lich, donde Marx contempla en el espacio tiempo de un mundo articulado
por jerarquas y por dependencias, un desarrollo no capitalista de Rusia, se
inscriben en esta problemtica. Lo mismo que ela elaboracin en de Lenin de
una temporalidad estratgica, lo mismo que la teorizacin en Parvus y Trotsky
del desarrollo desigual y combinado. Es all siempre, de una manera o de
otra, una cuestin de contratiempos.
Qu nos dice Derrida a su turno? Ya nos damos cuenta del desgaste, ya no
nos damos cuenta de l como una nica edad en progreso de una historia. Ni ma-
duracin, ni crisis, ni siquiera agona. Otra Cosa []Contra-tiempo. Te time is
out of joint. Habla teatral. Habla de Hamlet ante el teatro del mundo, de la histo-
ria y de la poltica. La poca esta fuera de quicio. Todo. Empezando por el tiem-
po, parece desarreglado, injusto o desajusto
8
. El mundo, es necesario convenir,
tiene un ms de una edad. A los viejos ritmos, a las viejas duraciones, a las napas
temporales, se aaden los nuevos ritmos de la comunicacin y de la informacin.
8 Ibd., p. 91. [Destacado de Bensad, excepto el parlamento de Halmet en su idioma original
NdT]
espectros de derrida: Fantasmas y vampiros en el baile... 166
Tomando el pulso de la historia, a la escucha de su frecuencia revolucio-
naria. Marx descubrira una anacrnica ritmada. En sus pulsaciones y sus
palpitaciones, atrapa el juego de lo efectivo y de lo virtual, de donde surge el
acontecimiento: Esa acontecibilidad es la que hay que pensar, aunque es la
que mejor (se) resiste a lo que se llama el concepto, cuando no el pensamiento.
Y no se la pensar mientras confemos en la simple oposicin (ideal, mecni-
ca o dialctica) de la presencia real del presente real o del presente vivo y de
su simulacro fantasmtico, en la oposicin de lo efectivo (wirklich) y lo no
efectivo, es decir, tambin mientras confemos en una temporalidad general
o en una temporalidad histrica formada por el encadenamiento sucesivo
de presentes idnticos a s mismos y de s mismos contemporneos
9
. Derrida
entrev as uno de los cambios radicales esenciales a los que se atreve Marx.
Una deconstruccin de la temporalidad fsica e histrica dominante. Un re-
chazo radical de la Historia todopoderosa y efectiva. Una crtica implacable de
tiempo autmata en benefcio de una temporalidad social, plena de vientres y
de nudos, donde El Capital intenta auscultar los ritmos productivos y circula-
torios, de explorar los ciclos, las rotaciones, y las crisis
dEsgarraduras mEsinicas
O sea un tiempo perforado, desacorde, ofrecido al acontecimiento.
Qu relacin entre la espera y el anuncio? Entre el fantasma y el profeta?
Se ha imputado ordinariamente a Marx un estricto determinismo econmico
y una pesada ley de las infraestructuras, donde el acontecimiento, reducido
a la espuma de los das, se desvanecera en la peripecia insignifcante. O en
simples sucesos. Para Derrida, al contrario, Marx abre un pensamiento del
acontecimiento que falta a todo discurso fetichista de la historia o del fn de la
historia. La lgica del fantasma hace seas hacia el acontecimiento. Implica
una disponibilidad al acontecimiento como el extranjero mismo, arribante
que puede tambin revelarse un aparecido. Esta historia ritmada se opone a
la historia sin acontecimientos, evocada en el Dieciocho Brumario de Luis
Bonaparte como la historicidad mecnica, lisa y lineal, dnde nada ocurre.
La Revolucin es entonces el acontecimiento por excelencia. Hay algo
ms presente, ms cargada de apariciones y de recin llegados, que est in-
terrupcin repentina en la disyuntura de los tiempos? Si ningn tiempo es
contemporneo de s mismo, la Revolucin en resumidas cuentas no ha
tenido nunca lugar en el presente
10
. Siempre anacrnica, inactual, intempes-
9 Ibd., p. 84. [Destacado de Derrida NdT]
10 Ibd., p. 128.
La discordancia de Los tiempos 167
tiva, sobreviene entre el ya nos ms y el todava no, nunca a punto, nunca a
tiempo. La puntualidad no es su fuerte. Gusta de la improvisacin y de las sor-
presas. No sabra, no es su menor paradoja, advenir si no se la espera o ms.
Lleva la herida de un desacuerdo intimo, el de la la revolucin contra la
Revolucin, de la que habla Vctor Hugo en Los miserables. Revolucin y con-
trarrevolucin no van nunca la una sin la otra. Su entrelazamiento resulta de
esta sincrona imposible, de la impotencia en poner los tiempos de acuerdo.
La revolucin en permanencia constituira una tentativa de respuesta
11
. Para
abrazar estas temporalidades contradictorias, para reunir pasado y futuro en su
presente suspendido, la revolucin estira y dilata su instante. Nunca prematura,
ya que su venida es testigo de una posibilidad efectiva, no conlleva la esencial
imprudencia de lo que habra podido no ocurrir. De donde la espera de una
aparicin necesaria aunque prisionera de un azaroso golpe de dados. Esto es lo
que Derrida llama aqu lo mesinico o la singularidad absoluta e inaceptable
del y de lo arribante como justicia
12
. Este mesianismo sin religin, lo mesi-
nico incluso sin mesianismo, laico, secularizado, es ms una estructura de la
experiencia que una religin. Lo mesinico se vuelve una espera sin horizonte
de espera, que tiembla al borde de ese mismo acontecimiento
13
.
La espera del acontecimiento es la espera de lo extrao mismo, expresado por
el concepto de mesinico antes del mesianismo formulada en una entrevista
14
.
Derrida confa ah: me debato con este concepto imposible, el arribo mesinico,
desde hace mucho tiempo. Describe la estructura mesinica de acontecimiento
revolucionario como un desierto, un mesinico sin mesianismo, sin doctrina
y sin dogma religioso: Esta espera rida y privada de horizonte solo retiene a
los grandes mesianismos del Libro como la relacin de lo arribante que puede
llegar o jams hacerlo pero por defnicin yo no saber nada por anticipado.
Salvo lo que hay de la justicia en el sentido ms enigmtico de esta palabra. Y
por ah mismo, en razn de lo que vincula el acontecimiento y la justicia a esta
desgarradura absoluta en la concatenacin previsible del tiempo histrico.
El golpe marxista, que lleva enigmticamente el nombre de Marx, es del
orden del acontecimiento. No podra en adelante ser abolido. Dicta, a espaldas
de los herederos, su herencia: Decir que la herencia no es un bien que se recibe
pero somos de parte a parte herederos, no tiene nada tradicionalista o de nostl-
gico. Somos entre otras cosas, herederos de Marx. Ensayo explicar por qu hay
all un acontecimiento que nada ni nadie puede borrar, bajo ningn concepto,
la monstruosidad totalitaria Incluso los que no ha ledo a Marx o aquellos
11 Karl Marx y Friedrich Engels, Mensaje del Comit Central a la Liga de los Comunistas
(1852), en Obras escogidas, Bs. As., Crtago, 1987, T1, p. 154 y ss.
12 Ibd., p. 42. [Destacado de Derrida NdT]
13 Ibd., p. 189.
14 Jacques Derrida, entrevista publicada en la revista Passages, septiembre de 1993.
espectros de derrida: Fantasmas y vampiros en el baile... 168
que ignoran hasta su nombre, incluso los anticomunistas o los antimarxistas
son herederos de Marx. Porque no se puede ser herederos de Marx, sin heredar
a Shakespeare, sin heredar a la Biblia, y mucho otras cosas
15
.
dE los EspEctros a los fEtichEs
En la maison Marx, Derrida se cruza con innumerables fantasmas. El mis-
terio de esta fantasmagora es revelada por El Capital. Espectros y fetichismo
actan en connivencia. La mercanca se devela como una cosa animada. El
mismo capital es un vampiro autmata. Su universo frecuentado por innume-
rables almas muertas, seres vacios de substancia, cuyo espritu emigr a las co-
sas y esperan ser liberados. De ah el inters por lo fantasmagrico fetichista
en general. Aunque no podemos aqu, precisa Derrida, tratar la cuestin
general del fetichizacin, donde se juega sin embargo lo que vincula hoy la
religin con la tcnica, la cuestin est al menos planteada. La mercanca y su
mstica detentan el secreto de los espectros de Marx como nuestros propios
demonios. Contrariamente a lo que sugiere el clich, estos demonios no estn
nunca viejos; no tienen ni edad ni imagen. Vuelven de nuevo atormentar un
presente que es siempre el suyo, un presente eterno. Hasta una improbable
liberacin, una interrupcin que quebrantara su ronda infernal.
El Capital sugiere as una genealoga de los espectros, que heredan unos de
los otros, sin comienzo. Porque todo comienza antes de comenzar, sin co-
mienzo ni fn, como en la circulacin y la metamorfosis del capital, donde el
antes y el despus se anulan sin cesar, donde valor de cambio est atrapado en el
valor de uso que sin embargo lo presupone. Cmo hacer para conjurar a estos
fantasmas? Cmo librar a Marx de sus espectros y de este despiadado recomien-
zo? Es una cuestin estratgica. Una cuestin poltica. En el momento en que la
poltica prima sobre la historia, cada bifurcacin interrumpe la simple sucesin
de un presente sin salida. Pero qu es hoy de esta poltica cuyo pensamiento
escapa de nosotros? El hombre poltico se vuelve un personaje de representacin
meditica, cautivo de una temporalidad, aun ms que de una imagen sobre el
teatro de la retrica audiovisual. El tiempo mismo de su palabra es artifcial-
mente producido como es todo producido en la actualidad en directo, mono-
polizado y espontneamente etnocntrico, de las medias. No es sufciente para
desmentir su discurso. Hace falta sin embargo poder oponerle otro ritmo del
15 Ibd. Este mesianismo no religioso, lo mesinico sin mesianismo de donde Derrida fragua
el conceptoseasemejaextraamentealmesianismo de Benjamin en sus Tesis sobre el concepto de
historia. Entonces, en los tiempos del pacto germano-sovietico, el tiempo estaba desajustado y
no estaba ya permitido creer en las dulces arrullos del progreso. De donde, hay en ya Benjamin,
a contracorriente, el descubrimiento de una acontecibilidad mesinica en Marx.
La discordancia de Los tiempos 169
pensamiento, donde los tiempos no son simplemente tratados en trminos con-
tables de prdida y ganancia. Derrida concluye en la necesidad de romper con la
forma partido, la forma Estado, o la forma Internacional, sin por ello renunciar
a todo forma de organizacin practica efcaz. Al decir esto, admite oponerse
a las reinterpretaciones ms vigilantes y ms modernas por ciertas marxistas
(especialmente franceses, y del entorno de Althusser) que han credo mas bien
que deban intentar disociar el marxismo de toda teologa o de toda escatologa
mesinica (por lo que yo intento es, precisamente, distinguir sta de aquella).
Esta oposicin declarada no soluciona nada de lo que se basa efectivamente la
burocratizacin de la poltica, a saber la divisin social del trabajo y la profesio-
nalizacin del poder en que resulta. Falla frente a su fundamento ultimo, que no
es otro que el orden mercantil y la ley del mercado, presentes (Derrida lo dice
fuertemente) hasta en los bastidores de la ONU
16
.
Algunos regmenes no fueron posibles sin la axiomtica del partido. O
sea. Pero nada prueba que una ciudadana sin partido, apartidaria, en mi-
gajas y privatizada, ofrecera an ms garantas contra la estatizacin de la
sociedad y la confscacin totalitaria del poder. Tiene all incluso todas las
razones temer lo contrario. Bsicamente, la despolitizacin general, el refujo
hacia la tica y la economa (el consumo) traducen tanto (an ms) una ten-
dencia recurrente a las avanzadas liberales que una reaccin de rechazo ante el
totalitarismo burocrtico
17
. Las nuevas condiciones tele-mediticas del espacio
pblico determinan la atrofa y la desaparicin de la democracia. La poltica
se pierde en la comunicacin. De ah la invocacin bastante ritual, pattica
pero bien imprecisa, de nuevos mtodos de comunicacin: Una refexin
acerca de lo que ocurrir maana con el marxismo, con su herencia o con su
testamento, debera referirse, entre otras muchas cosas, a la fnitud de un de-
terminado concepto o de una determinada realidad de partido. Y, por supues-
to, su correlato estatal. sta en marcha un movimiento un movimiento que
describiramos como una deconstruccin de los conceptos tradicionales de
Estado y, por consiguiente, de partido y de sindicato. Aunque no signifquen
el debilitamiento del Estado, en sentido marxista o gramsciano, tampoco se
puede all analizar su singularidad histrica fuera de la herencia marxista []
Hubo un momento, en la historia de la poltica europea (y, por supuesto,
americana), en que tanto apelar al fn del partido como analizar la inadecua-
cin, con la propia democracia, de las estructuras parlamentarias existentes era
un gesto reaccionario. Adelantemos aqu, con muchas precauciones tericas y
prcticas, la hiptesis de que ya no es as, ya no siempre as (pues las viejas for-
16 Ibd., Espectros de Marx, op.cit., p. 98.
17 Ver las crticas a la tica humanitaria, en Carl Schimdt, La notion de politique [El concepto
de lo poltico, Madrid, Alianza, 1998] y Alain Badiou, Ltique, Pars, Haitier, 1993. [La tica.
Ensayo sobre la conciencia del mal, Mxico D.F, Herder, 2004]
espectros de derrida: Fantasmas y vampiros en el baile... 170
mas de la lucha contra el Estado podrn sobrevivir mucho tiempo): hay que
despejar ese equivoco para que ya no sea as. La hiptesis es que esa mutacin
ya ha comenzado y que es irreversible
18
.
No se sabr mucho ms.
Si esto no es llamada al fnal del partido no hace la conspiracin menos
necesaria. Como dice Jean-Chistophe Bailly una conspiracin nos falta
19
Conjuracin, complot, conspiracin: se tiene solo el desconcierto de la
eleccin. Quiz es necesario preguntarnos sin embargo si este entusiasmo por
las redes, las sociedades, clubs de pensamiento y otros concilibulos no cons-
tituye ms bien un ltimo recurso en relevo de la forma partido, insuperable
hasta un nuevo orden, para quienquiera que pretenda modifcar la relacin de
poder inherente a poltica.
biEnvEnidos los rEcin llEgados
No estamos libres de Marx. Ni con su espectro enturbiar la empresa
consensual que pretenda enterrarlo y asegurarse de su no retorno. Ni con
los espectros de los cuales fue el primero en desvelar su venida: aquellos que
anuncian lo mejor, cuyo acontecer habr acogido favorablemente, aquellos
que revelan o amenazan con lo peor y cuyo testimonio habr recusado
20
.
Reconvocado por Derrida el espectro del comunismo ser siempre intem-
pestivo, distante de todo presente vivo, distinto de toda presencia idntico
a s misma, siempre por venir y por re-venir. Siempre espectral. A dife-
rencia de los vampiros cuando se le clava la estaca en corazn, los espectros
jams mueren.
Este espectro de Marx no anuncia mas la persistencia de un presente
pasado.
Anuncia y llama la presencia por venir.
En la constelacin problemtica de la obsesin, que es la nuestra. Marx
aun no ha sido recibido. A falta de haber sabido acogerlo. A falta de hospita-
lidad comprensiva. Permanece entre nosotros como un meteco del concepto,
un conjuro glorioso, sin duda, pero an un clandestino, como lo fue toda
su vida: Pertenece a los tiempos de la disyuncin, a ese time out of joint en
donde se inaugura laborioso, dolorosa, trgicamente, un nuevo pensamiento
de las fronteras, del hogar y de la economa. Entre tierra y cielo. No habr que
apresurarse a convertir al emigrado clandestino en alguien al que se le prohbe
la residencia o, lo cual corre siempre el riesgo de venir a ser lo mismo, a do-
18 Jacques Derrida, op. cit., p. 119. [Destacado de Derrida NdT]
19 Jean Christophe Bailly, loin des tribunes, Pars, Revista Linges, junio de 1993.
20 Jacques Derrida, op. cit., p. 115.
La discordancia de Los tiempos 171
mesticarlo. A neutralizarlo por naturalizacin. A asimilarlo para dejar de tener
miedo de l. No es de la familia, pero no habra que volver a conducirlo, de
nuevo, tambin a l, hasta la frontera
21
.
Este vagabundo obstinado, este aparecido perseverante inquieta porque l
mismo est habitado por la extraeza de otro modo del saber. Este otro pen-
samiento del saber que no excluye a la ciencia ordinaria, trastoca y desborda
su nocin tradicional. Es esto lo que se juega con Marx: la aparicin de otro
modo de hacer ciencia. Celebra las ciencias positivas para recusar mejor la
ideologa cientfca positivista que hypostasie el modelo. No hubo mucha gen-
te, desgraciadamente, para tender la oreja a la perspicaz constatacin de Mau-
rice Blanchot, a contra-corriente de gran deriva estructural: No obstante, El
Capital es una obra esencialmente subversiva. Lo es menos porque llevase,
por los caminos de la objetividad cientfca, a la consecuencia necesaria de la
evolucin, que porque inclua, sin formularlo en exceso, un modo de pensar
terico que trastorna la idea misma de ciencia
22
.
El trueno inaudible de este pensamiento an indecible se anuncia en el nom-
bre espectral de Marx, mucho mejor que en el marxismo inasequible, que
huele el sistema y la usurpacin. El libro de Derrida se abre sobre el llamado de
lo que debera siempre nombrar un nombre propio: la vida de un hombre ni-
co tanto que su muerte, ms que un paradigma y es otro cosa que un smbolo.
Sobre las huellas de Blanchot, descubre en el nombre propio de Marx, la unidad
de una disparidad que mantiene juntos. Marx es bien el nombre aconteci-
mental de un golpe asestado, del que somos por siempre deudores. Esta deuda
mesinica sin calculo de inters (porque no se cuenta, no se calcula el precio de
una acontecimiento) es la contra partida de la herencia. Basta que esta nica
tentativa haya tenido lugar, para que su espectro llame a nuestra memoria y
nos recuerde nuestro deber. Una promesa mesinica de tipo nuevo imprimi
en la historia una marca inaugural y nica, y permanecemos con esta deuda
imborrable e impagable para con uno de los espritus que se han inscrito en la
memoria histrica con los nombres propios de Marx y del marxismo
23
.
Marx, el aparecido, Marx la vuelta. Derrida dio la seal. Esto no es ms
que un debut. La actualidad inactual de esta reaparicin intempestiva es muy
exactamente la de su lugar. Del lugar de su obsesin. De la casa encantada
del capital, donde se producen desconcertantes prodigios, comenzando por
el de este mundo (shakesperiano) que se reduce a medida que crece. El Marx
de Derrida seduce no sin despertar algn recelo. Resiste a toda recuperacin
21 Ibid., p. 194. Sobre el extranjero y la hospitalidad, ver Ren Schrer, Zeus hospitalier, loge de
lhospitalit, Pars, Armand Collin, 1993.
22 Citado por Derrida . [Maurice Blanchot, Los tres lenguajes de Marx, en La amistad, Ma-
drid, 2007, p. 95.]
23 Ibd., p. 106.
espectros de derrida: Fantasmas y vampiros en el baile... 172
acadmica y a toda despolitizacin conciliadora. Pero no corremos peligro,
en este ensordecedor juego de espectros, de confundir la sombra y los cuerpos,
de tomar uno por el otro? Para tener el corazn limpio, otras cuestiones se
imponen. Por qu este Marx unheimlich (inquietante) an nos atormenta?
Qu exige l de nosotros para librarnos de sus espectros?
El gran Karl est muerto?
Mrbido fn de siglo
Que se apaga lentamente, en una voluptuosa atmsfera mortuoria: muerte
de las utopas, muerte del comunismo, muerte de mundo mejores. Erigidos
sobre los espolones, los pos celebran la gloria de un presente condenado por
la eternidad a saltar en el mismo lugar.
El muro de Berln cay. El pas de los soviets se disloc. El socialismo
realmente existente desaparece en el fracaso de un continente engullido. Sin
embargo, ningn canto liberador se eleva de las ruinas. Estos acontecimientos
se consumen sin brillar.
No ms magnfcas salidas de sol
Sino una puesta cruel con los colores de sangre seca
Ningn impulso de renacimiento o de recomienzo
Al contrario la amarga trabajo de la rutina desencantada
Ningn choque resurrector, ninguna festa, ningn jbilo
Al contrario la montona repeticin de las conquistas sin amor.
En 1989, preludiando la cada del muro, las trompetas del bicentenario
tocaban el fn de la Revolucin Francesa y la hora de las grandes reconciliacio-
nes. Anunciando tambin el fn de las revoluciones orientales, que fueron su
resurgencia y su prolongacin, su epilog y su repercusin.
Trunco fn de partida
La desintegracin de las dictaduras no es solo el desenlace de una revolu-
cin comunista desecha despus de un largo tiempo, sino el de una contra-
rrevolucin que comenz hace mucho tiempo. Hubo muerte. Aquella, real y
masiva, las hambrunas y los juicios, las fosas comunes y los campos. No ms
que del pasaje de Revolucin francesa del Ao II al Termidor y a las guerras
napolenicas. El basculamiento de la Revolucin rusa al terror burocrtico no
seala la genealoga del concepto.
Todo acontecimiento fundador pone frente a frente las fuerzas de emancipa-
cin y las fuerzas de avasallamiento mortalmente enlazadas. Pero una contrarre-
volucin no es solamente una revolucin a la inversa, un Octubre rebobinado,
es tambin y sobre todo un acontecimiento extendido en longitud, diluido en el
espesor del tiempo, un acontecimiento sin fecha ni lugar.
el gran Karl est mUerto? 174
Lo contrario de una revolucin
1
. Resulta de la asimetra entre las fuerzas
de conservacin y las fuerzas de transformacin. Aqu est el secreto de estas
derrumbamientos y estos hundimientos sin gesto inaugural, sin novedad ni pro-
mesa, donde el sentido se reduce a una restauracin. No a la restauracin pura-
mente econmica de las leyes de mercado. Sino a la Restauracin mayscula,
en toda la lnea. Lejos de someter el pasado a la criba de la crtica, se contenta
con invertir las leyendas. Lejos de rehabilitar a las vctimas, redobla el proceso.
Vuelve los nombres de Lenin, de Trotsky, de Sverdlov, impronunciables como le
fueron en un tiempo los de Robespierre, de Saint-Just o de Babeuf.
La demoniologa no sali slo de la religin
2
.
Que todava pone obstculo al pensamiento.
El gran Karl esta muerto?
Una revista norteamericana lo anunciaba recientemente desde el tono del
desaf y del exorcismo. En 1991, un semanario francs se preguntaba a su vez
sobre la vacuidad de un mundo sin Marx
3
.
No se le ocurrira a ningn comunicador sagaz titular sobre a la muerte de
Kant o sobre un mundo sin Descartes. Mas que la constatacin de un deceso
o de una desaparicin, un mundo sin Marx apunta a la confesin de una
falta. Es necesario basar la argumentacin en sueos decados para renunciar
a las grandes trascendencias, a las perfecciones inaccesibles, a los absolutos ti-
rnicos? El horizonte insuperable del comunismo esta simplemente hundido
sin dejar de rastros y se puede estar sin horizonte de espera, sin proyecto, sin
otro lugar que el circulo vicioso de la mercanca?
Se puede resignarse a la repeticin del capital y su infernal eternidad?
Nacidos a la poltica con la gran esperanza de los aos sesenta, en un mo-
mento que cremos privilegiado. La generacin precedente, la de pos-guerra,
haba andado en dimes y diretes con la moral: Cmo escapar al sentimiento
de culpabilidad general, cuando el tiempo del desprecio anunciado por Rous-
seau se vuelve tambin el de la desmesura? Luego haba venido la era de los
apaciguamientos estructurales, del borramiento de sujeto y sus dilemas: La hora
estaba entonces en los grandes equilibrios, en las estabilidades de la lengua y de
las relaciones de parentesco
4
.
Embriagado por los ndices de los aos de expansin, el capitalismo reco-
menzaba a creerse eterno. Cerrando el parntesis de la catstrofe, el progreso
1 Joseph de Maistre, Considrations sur la France, Bruxelles, ditions Complexe, 1998. [trad. esp.
Consideraciones sobre Francia, Madrid, Tecnos, 1990.]
2 Ver Alain Brossat, La mmorie captive, Revista Philosophie, Philosophie 4, Paris VIII, 1992.
3 Se trata de Nesweek donde la une causo sensacin en 1997 y de lExpress
4 Ver particularmente, Herni Lefevbre, Lidologie structuraliste, Anthropos, Pars, 1971, y Fran-
ois Dosse, Histoire du Structuralisme, Pars, La Dcourverte, 1991-1992. [trad. esp.: Historia del
estructuralismo, Akal, Barcelona, 2004.]
La discordancia de Los tiempos 175
retomaba su marcha hacia delante. Se lea El Capital para descifrar ah la ley
del encadenamiento majestuoso de los modos de produccin.
La historia pasaba a ser un proceso sin sujeto ni fn. Su conocimiento no
era ms histrico que no fue azucarado el conocimiento del azcar. Atrapada
por el movimiento perpetuo, la revolucin se volva impensable.
Este despotismo sistemtico se desagreg bajo nuestros ojos maravillados,
dejando escapar una esperanza de justicia y libertad reconciliadas, dando a ver
repentinamente el ramo abundante de posibles brotado del tronco rgido de
lo real. Era como si venamos al mundo en el instante precario que separa la
creacin del pecado original. Ciencia, moral y poltica, marchaban repentina-
mente en armona, tomadas del brazo, en el mismo paso: el de los vietnamitas
masacrados con napalm, de las muchedumbres alborozadas de la Primavera de
Praga, de las barricadas campechanas del Mayo del 68.
Tenamos cita con la Historia astuta bajo el roble dnde devolvera su jus-
ticia inmanente. Seramos la generacin de las grandes rehabilitaciones y de las
promesas por fn cumplidas.
En la Europa de Yalta, mutilada pero en pleno crecimiento, la revolucin
era quizs menos urgente que en tiempos de otro modo despiadados. Pareca
casi fcil, con la abundancia a alcance la mano y el comunismo ahora mismo.
Despues vino el tiempo de las dudas y del desencanto.
Con la crisis econmica y los presagios de nuevas barbaries, la revolucin
se volva sin duda necesaria. Pero era posible en nuestro universo adminis-
trado? Invocando a Solzhenitsyn, los apresurados o los ms verstiles comen-
zaron a preguntarse si era siempre deseable. Fue un desencadenamiento de
mala conciencia, de negaciones y arrepentimientos. Se excusaron por haber
sido comunistas. Los decepcionados del Pequeo Libro Rojo se convirtieron
en fanticos esnifadores de Gulag. Los hastiados del tercermundismo pidieron
sus cuentas con usura: las luchas de liberacin merecan bravos! y solidaridad
slo con la estricta condicin de permanecer vencidas y miserables.
El fujo de la marea roja los haba arrastrado.
El refujo de la oleada rosa se los gan.
Tuvieron para la diosa modernidad los ojos de Jimena
5
que haban tenido
antao para el pequeo padre de los pueblos o para el presidente Mao. Los
ms fervientes utopistas (todo y enseguida!), se metamorfosearon en libera-
les convencidos (la utopa del mal menor sin embargo no es la menor de las
utopas!). Los Broyelles
6
se convertan a la religin natural del mercado. Jam-
5 Alusin a la obra de teatro El Cid (1636) de Corneille. En la trama Jimena debi, a pesar de su
amor, pedir la muerte de su amor Rodrigo el asesino de su padre. [trad. esp. Jean-Pierre Corneille,
El Cid, Ctedra, Madrid, 2005.] [NdT]
6 Claudie y Jacques Broyelle, miembros del UJC-ml (maostas) en la Francia de los 60, y fervientes
el gran Karl est mUerto? 176
bet y Landreau
7
se evadan del inferno sobre las alas de su ngel mtico. Cho-
rreando resentimiento, Glcksmann
8
se abandonaba al vrtigo de la fuerza.
Ex-predicador de la guerra civil, July
9
se reciclaba en el comercio de opinin.
El hombre blanco tragaba su largo sollozo.
Estas pequeas escenas de la vida parisina no era ms que la espuma de los
das
10
. La crisis redistribua el juego, eligiendo ganadores, condenaba a los perde-
dores. Algo esencial se haba descompuesto a la vuelta de los aos setenta. Haca
falta tiempo para descifrar las cartas de la nueva repartija. Excluyendo unos,
comprando otros, los pases ricos mejoraban su productividad y profundizaban
la diferencia con relacin a los pases del Tercer Mundo y a las economas de
mando burocrtico. La crisis golpeaba al corazn las rentas de la inteligentsia
tradicional. Disponibles para una revolucin cultural al servicio de la nueva me-
ritocraca mediatizada, los ttes duf [imbciles NdT] no tomaban sufciente-
mente en serio las ideas para sufrir la menor travesa desrtica.
Fue slvese quien pueda.
La renegacin general. O casi.
Una debacle muy fn de siglo.
De un siglo nacido con la fe intacta en el progreso.
Se haba credo consagrado con certeza a realizar los ideales de emanci-
pacin universal y de paz perpetua. Ciencia y tcnica, razn y sujeto, visin
unifcada del mundo constituan su horizonte de reconciliacin.
Y fue la poca de las guerras y las revoluciones
Se iniciaba un doble movimiento.
De un lado, el optimismo de la razn clsica declinaba en benefcio de una
meditacin sobre la soledad individual frente a la muerte, de una reivindica-
cin de la subjetividad absoluta contra la abstraccin del sistema. Sin aliento,
la crtica del racionalismo abstracto volva a la guerra sin piedad del ser contra
el cogito. Renunciaba a una verdad que, para ser compartida y comunicada,
sostenedores de la Revolucin Cultural de Mao, de la cual renegaron con su libro Apocalypse
Mao. [NdT]
7 Christian Jambet y Guy Lardreau, fundadores en los 60 del grupo maosta la Gauche proltarien-
ne. Ya convertidos en ex maostas escribieron el libro blanco: L Ange: ontologie de la rvolution
(El ngel: ontologa de la revolucin), de gran xito editorial y que abrira paso a lo que se conoci
como la Nouvelle Philosophie, en una deriva mstica individualista que mezclaba a los primeros
cristianos y a los santos de los desiertos de Siria y la Mesopotamia en busca de la voluntad pureza
absoluta. Jambet luego se hizo especialista en chiismo.[NdT]
8 Andr Glcksmann, tambin ex maosta, autor de Les Matres penseurs. Su trayectoria de renega-
do es sin duda la ms elocuente, desde 1970 milita por la cada de la URSS, pide a Reagan por los
Contras en Nicaragua, apoya a la invasin a Irak, la guerra de los Balcanes y al dechista Sarkozy
en nombre de la libertad: de mercado. [NdT]
9 Serge July, co-autor en 1969 del libro Vers La Guerre Civile (Hacia la guerra civil). Se convirti
luego en el director del diario francs Liberation. [NdT]
10 Ttulo de una novela de Boris Vian de 1947. [NdT]
La discordancia de Los tiempos 177
supona todava un referente comn. Cmo pensar en lo sucesivo una indi-
vidualidad radical, nica e irrevocable, con palabras e ideas que pertenecen a
todos? Y cmo revelar la verdadera subjetividad por los medios ilusorios de
la objetividad? La nica solucin pareca residir en la esttica, en la seduccin
por la seduccin, en el narcisismo que no es relacin de s mismo con los otros,
socializacin, sino retorno del yo a si mismo por mediacin del otro: cierre per-
fecto que repliega el ser sobre su nada ntima.
Del otro, un marxismo embargado por la petrifcacin stalinista no poda
ofrecer ms que una insignifcante lnea Maginot
11
flosfca: la de Razn
universal clsica. El mundo de tercera excluido se ordenara segn la impla-
cable razn binaria de los campos: democracia contra fascismo, razn contra
oscurantismo. Estado nacional contra Estado racial, Renan contra Rosenberg,
la URSS de Stalin contra la Alemania nazi De Historia y consciencia de clase
a El asalto a la razn, la trayectoria de Lukcs testimonia esta regresin. De la
misma manera que lo testimonian los combates de retaguardia de un Politzer:
El tricentenario del Discurso del mtodo, La flosofa de las Luces y el pensamiento
moderno. Qu es el racionalismo
12
. Esta fue la hora del Frente Popular en
flosofa, apuntalarse sobre Descartes frente a la marea creciente de la locura
y de los mitos: Para la celebracin del tricentenario del Discurso, es Francia
y la Humanidad afrmando su voluntad de defender decididamente la razn
contra el oscurantismo, la civilizacin contra la barbarie.
A la hora de los peligros, Descartes, ya era la Francia!
13
Hasta en su estilo Politzer ceda entonces la logomaquia de la razn de
Estado ventrlocua: Para el socialismo cientfco, el marxismo aporta al hom-
bre de las Luces de la ciencia, ya no solamente sobre la naturaleza, sino tam-
bin sobre sus propios destinos [] La Razn cesa de ser la aureola de una
sociedad que no puede an ajustarse. A la hora de los procesos, la patria de
socialismo (cuya necesidad no se tena todava en absoluto de precisar la rea-
lidad) era en nuevo hogar de las luces. La razn militante dominaba en lo
sucesivo la consciencia de clase el Partido Comunista, partido de las fuerzas
de vanguardia es el partido de la razn militante. En el preciso momento en
que la contrarrevolucin enterraba de una vez por todas la extincin del Esta-
do, el partido no era en realidad ms que el delegatario de la razn de Estado!
Con el divorcio entre subjetividad y Razn, esta separacin entre tica
y poltica, el hilo de un frgil posible se rompi. No se podra pretender a
11 La Lnea Maginot fue una lnea de fortifcacin y defensa construida por Francia a lo largo de
su frontera con Alemania e Italia, despus del fn de la Primera Guerra Mundial, atacada en uno de
sus extremos, parti en dos el bando aliado en la Segunda Guerra mundial [NdT.]
12 Ver Georges Politzer, La flosofa et les mythes, Pars, ditions Sociales, 1969.
13 Ver Andr Glcksmann, stalino-cartesiano retornado, Descartes cest la France, Pars, Flamma-
rion, 1987.
el gran Karl est mUerto? 178
posteriori que un marxismo calido y dinmico Habra bastado con garantizar
la unidad de saber. Al menos habra permitido circulacin y dialogo entre re-
giones consagradas a encerrarse en su autoridad de disciplinas. Los aos veinte
testimonian este fascinante potencial.
El caso Politzer ilustra este contraste.
En 1025, all dnde algunos querran ver ms que un signo de transicin
incumplida entre flosofa y revolucin, estalla al contrario el mensaje de un pen-
samiento revolucionario juvenil. Rechazando las tentaciones de un Marx im-
buido del cientifcismo que caracteriza su poca (sus discpulos y l mismo
Marx apoyan a menudo su entusiasmo en un optimismo que hace fondo sobre
la necesidad de la dialctica), Politzer reclamaba an una nueva flosofa: En
el mtodo cartesiano, Dios viene para terminar la certeza; es la creencia en Dios
en su belleza quien da la exhaustividad a la certeza. Para un ateo no hay certeza
exhaustiva, incluso en matematicas. Perseverar en esta va hubiera conducido a
constatar hasta qu punto las certezas stalinistas relevaban siempre los mismos
procedimientos de creencia.
Encontrbamos igualmente en l una profesin de fe flosfca premonitoria:
En cuanto a nosotros, no esperamos nada de la revolucin. Llegamos demasia-
do pronto. Sera asombroso que los revolucionarios nos comprendan. Porque,
en cierto sentido, slo somos unos pos-revolucionarios. Para nosotros, la revolu-
cin es ya un hecho realizado. No sabemos lo que aportar; no prevemos nada,
asistimos all sin embargo como los que toman por descifrado el enigma del que
ellos ya conocen la solucin. Nuestra flosofa no ser ciertamente adoptada por
los revolucionarios, ya que en el momento de la revolucin, es el mito heroico el
que se vuelve la flosofa de Estado. Seremos comprendidos slo luego. Nuestra
situacin es singular, no es ya trgica. Rompimos con unos y otros rompen con
nosotros [...]Y s es muy posible que, gracias a esta poca maldita, ninguna de
nuestras frmulas sea defnitiva, siempre ser que de una parte denunciamos la
escolstica y que de otra reconocimos la revolucin[] Filosofar ser nuevamen-
te una ocupacin peligrosa como en los tiempos heroicos. Los flsofos sern de
nuevo los amigos de la verdad, por lo mismo los enemigos de los dioses, enemigos
del Estado, corruptores de la juventud.
Poda ya entrever hasta que punto el mito heroico se volvera la flosofa des-
piadada del Estado burocrtico? Y poda, concluir que trasformar el mundo
signifcara todava, interminablemente, sin ltima palabra, al riesgo de perder-
se, interpretarlo?
Es decir flosofar ms all de la flosofa.
En 1928, su Crtica a los fundamentos de la psicologa, lanzaba todava una
pasarela hacia el continente del psicoanlisis. El mismo ao, El marxismo y la
flosofa del lenguaje, de Mijal Bajtn (quien haba publicado en 1925 un libro
sobre el freudismo) pona el acento sobre el carcter social de la palabra en el
La discordancia de Los tiempos 179
horizonte estructural del la lengua. Pero un ao mas tarde, en abril de 1929,
frente la II Conferencia de las Instituciones marxistas-leninistas de investiga-
cin cientfca, Deborin pronunciaba su exposicin sobre Los problemas actuales
de la flosofa marxista. El marxismo ofcial viraba al positivismo. La Dialctica de
la Naturaleza, del que Politzer emprendi su traduccin, se hizo el breviario. En
1933, comenzaran a aparecer los manuales de marxismo-leninismo.
Se estableca una flosofa de Estado.
Y una estatizacin de la flosofa
14
.
A lo cual rplica flosofar peligrosamente en tiempos redevenidos tenebro-
samente heroicos.
Despus de la Primera Guerra mundial, la unidad postulada del saber est
irremediablemente rota. La fgura del flosofo peregrino, marchando hacia la tie-
rra prometida del Ser y la Verdad, desapareci
15
. Con la desaparicin de este ho-
nesto hombre inencontrable, la divisin galopante del trabajo intelectual hace de
cada saber parcial une prisin: se reconoce all, pero no se puede no salir. Rosa
Luxemburgo, Trotsky, Gramsci son sin duda entre los ltimos hombres hones-
tos (y mujeres), de la poltica revolucionaria. Con ellos se acabara la gran ambi-
cin revolucionaria humanista y su fracaso repercutira de flosofa a la poltica.
De la gran estabilidad confada de pos Segunda Guerra, en la expansin eter-
nizada del Estado-Benefactor, Levi-Strauss remita a Sartre y su humanismo exis-
tencialista al museo de la moral y el sujeto. Esforzndose en arrancar la ciencia
de Marx a su caparazn ideolgico, Althusser descubra a un Marx a duras penas
nacido despus del sangriento corte epistemolgico. La historia se sobrecargaba
al punto de inmovilizarse en las capas estancadas de la larga duracin. Dilatada en
la dimensin de una antropologa universal, la nueva historia haba respondido
a todo, salvo a los cambios, a los pasajes, y a las transiciones quines guardaban
envidiosamente sus secretos. En la majestad arquitectnica de la estructuras y de
los modos de produccin, el misterio de la diacrona no cesaba de espesarse.
Aunque real, la revolucin se volva impensable.
Sin embargo, cuando el saber debe abrirse a la urgencia de una decisin,
en ltima instancia [], todo se decide en el acontecimiento. En su au-
tobiografa flosfca, Jean-Toussaint Desanti se pregunt resueltamente si el
estructuralismo haba verdaderamente existido, o si no fue, al fn de cuentas,
ms que un fantasma ideolgico pasajero. De esta moda fantasmal, el viejo
sujeto sin embargo no sali indemne. Maltratado desde hace algn tiempo,
dinamitado por el inconsciente, desnudado de su razn razonante, recusado
en su moral privada, y disuelto fnalmente en el gran bao estructural, poda
an resucitar, bajo qu forma, y en qu estado?
14 Georges Labica, Le marxisme-leninisme, ditions Bruno Huisman, Pars, 1984.
15 Ver Jean-Toussaint Desanti, Un destin philoshopique, Gallimard, Pars, 1984.
el gran Karl est mUerto? 180
Se invoco una nueva idea del sujeto ligada al retorno del amor, de lo
religioso, a los reencuentros con la naturaleza y sus valores. Despus de los
inventarios austeros de la historia cuantitativa, biografas heroicas y otras me-
morias populares tomaron fuerza, vibraciones de tomos originales e irreduc-
tibles. Pero, lejos de promover el ego, el freudismo lo haba irremediablemente
decostruido, reducido a una geometra de las pasiones, a un juego de cubos y
formas ventrlocuas. Al expresarse en su nombre, el inconsciente estructura-
do como lenguaje escamotea el yo en la lengua que le habla.
De estos escombros y desprendimientos, el sujeto clsico no poda por lo
tanto renacer de manera idntica. A lo sumo un ramo de deseos y de pul-
siones liberadas por la desintegracin del tomo individual, la multiplicidad
proliferante y obstinada del rizoma. Ahora bien, el partido de Lenin fue con-
cebido y descrito sobre el modelo de este sujeto perdido, radical, universal y
pedagogo
16
. Al termino de una dialctica de la consciencia, el partido segn
Lukcs era la realizacin de una dialctica de la conciencia, donde la clase en-s
pasaba a ser clase para -si en un partido supuesto a encarnarlo.
Desanti se esforz en imaginar, sin creerlo demasiado, una buena prehis-
toria, una edad de oro desprovista de todo fetichismo. Erigido en toda la
potencia institucional del estado, este sujeto severo de otra edad que era ya la
del todo o la nada: Este sujeto colectivo que era el partido te remita como
una imagen de tu vida militante, de tus actos polticos. En esta imagen te re-
conocas. Pero cuando eso pone de manifesto una falta, una ruptura. Para mi,
fue el XX congreso y sus consecuencias. El Sujeto no era ya tal como se mos-
traba. Esta doble conciencia que, a veces, se haba aceptado, ya apareca como
consustancial al propio Sujeto. Todo esto era slo decorado y un pretexto
falso? La historia pasaba sobre una escena truncada? Desde ese momento, el
lugar fallido donde reconocerse. El campo histrico es liberado. El sujeto ya
no existe. Lo que llamaste el Partido no es entonces ms que un cuerpo extra-
o, un peso que sufres. Se puede por supuesto continuar llevndolo como una
cruz, pero para qu.... Desanti habla todava de este momento dnde viene a
faltar el suelo de la Historia, donde el mundo tico parece derrumbarse, donde
lo que tenas por verdad se vuelve formal y vaca.
Entonces, llevas una vida de sombras.
Cuando no hay ya corazn, la falsa identidad se vuelve carga y calabozo.
Rechazada, todava pesa como pesadilla que hace estremecer las almas muertas.
La manera en que Desanti evoca este Sujeto abolido lleva an la marca de
una religiosidad negativa, de una fe invertida, trasladada de una comunidad y
de un comunismo ilusorios a una soledad autrquica y desencantada. Pensar
el Partido maysculo bajo la metfora del Sujeto colectivo, es concederle a
16 Jean-Toussaint Desanti, op. cit.
La discordancia de Los tiempos 181
pesar de todo, un plus de razn y conciencia, incorporarle los pequeos sujetos
minsculas al riesgo de someterlos. Este Sujeto tutelar todava es una posesin
y una hipstasis de la Razn
17
.
La implosin del sujeto releva el estallido estrellado de la historia, cuyas
ramas se estiran hacia un horizonte descuartizado. Moral y poltica se pelean.
La ciencia misma no osa ya en pronunciar sus sentencias.
La crisis del sujeto remite infaliblemente a la crisis de la teora
La crisis de la teora a la de prctica.
En crisis, el marxismo?
Y cundo pues no fue l? Se comenz, al fn del ltimo siglo, a hablar de
marxismo solo para constatar enseguida su crisis y su descomposicin. La
insistencia sobre la crisis actual presupone una edad de oro perdida: la de
desnaturalizacin positivista y socialdemcrata? La de la ideologa triunfante
de la Razn de Estado stalinizada? La de los honores acadmicos de los aos
sesenta? Braudel tuvo la prudencia de admitir que hara falta, para desemba-
razarse del marxismo, emprender una inquisicin contra el vocabulario
18
.
Y adems, crisis singular de un marxismo al singular?
Este unidad del marxismo postula un ortodoxia impensable. Si hay
marxismo, el de los verdugos no puede ser el de las vctimas, es necesario
admitir, ms all de factores comunes, crisis plurales, fatales para unos, resu-
rrectoras para otros.
Herni Lefebvre avanzaba en la idea de una crisis que seria la del marxismo
europeo o occidental, de una doctrina de nantis, un momento paradjico
donde el estado del planeta tenda al contrario a validar el ncleo duro de la
teora. Por no discernir la parte de universalidad y la parte relatividad geopol-
tica en el marxismo de Marx, una hiptesis tal no resiste a las consecuencias
de la debacle del socialismo real.
Para Lucio Colletti, la crisis era un efecto diferido del XX congreso, de la
intervencin en Pragra, la de Kabul, los desgarros de Pnom Phen: El marxis-
mo tomaba en adelante nota de hecho de que ni siquiera estaba en condicio-
nes de explicar lo que se haba producido y haba realizado en su nombre
19
.
17 En sus estudios sobre los partidos, Ostogorsky opona ya a la metfora de la unidad orgnica el
acto libre de la unin; al gran contrato defnitivo, los contratos constantemente renovados. Alter-
nativa ingenua, que supone una sociedad libre de individuos razonables, haciendo abstraccin de
las relaciones de clase y del poder, de la alienacin y del fetichismo, no escapa a la mstica del sujeto,
se contenta con cambiar el gran sujeto envidioso contra los pequeos sujetos privados. Un partido
laicizado, liberado de los fantasmas del cuerpo y de la organicidad, no podra ser ni un superyo,
ni un objetivo supremo, ni incluso un casamiento (pousaille), sino simplemente un acuerdo, una
asociacin libremente consentida y rescindible, en vista de una prctica comn.
18 Fernand Braudel, Le monde, 6 de julio de 1983.
19 Lucio Colleti, Le dclin du marxisme, PUF, Pars, 1984.
el gran Karl est mUerto? 182
Sin embargo, los misterios del fenmeno burocrtico son menos opacos
para la crtica marxista que para toda otra teora. Los avatares de las profecas
emitidas en nombre del antitotalitarismo le demuestran. Hay decididamente
ms recursos en la crisis del marxismo que ningn antimarxista jams podra
imaginarlo.
Para Andr Gorz en fn, esta crisis seria la de la relacin de la teora con
el sujeto postulado. La esperanza de la emancipacin en y por el trabajo se
desvaneca. El capitalismo engendrara una clase cada vez menos capaz de
controlar los medios de produccin. Con el obrero profesional, sujeto posible
de la transformacin revolucionaria, desapareca la clase capaz de lleva a cabo
un proyecto emancipador. Con la posibilidad de identifcarse con su trabajo,
se borrara el sentimiento de pertenencia de clase: la clase misma entr en cri-
sis. Esta crisis, no seria, a fn de cuentas, nada ms que la crisis del proletaria-
do. Filosfcamente la triple inspiracin escatolgica del marxismo (hegeliana,
cristiana, y positivista) contendra el fracaso.
Hasta donde puede llegar la desilusin?
Hasta el desengao liberador?
Hasta el cinismo que faire le malin? Y al relativismo absoluto?
Cuando la distincin entre lo verdadero y lo falso se oscurece, cuando la di-
ferencia entre lo bueno y lo malo se reduce, no hay ms que puntos de vista,
todos igualmente respetables y defendibles en la montona pintura del gris de la
indiferencia sobre el gris de la modernidad. No hay ms que verdades en migajas,
privatizadas, opiniones donde los sondeos verifcan las jerarquas. Entre el reino
de la opinin y el efecto de creer no hay ms que un paso. Uno y otra se fortalecen
mutuamente. La creencia es una opinin vuelta contagiosa, en el lugar donde
lo increble puede ser credo: no creo que lo que pienso pueda hacer creer
20
.
Se pensaba ingenuamente haber salido defnitivamente de lo religioso por la
buena puerta, por el arco triunfal de ciencia. Luego se vio con asombro a los in-
telectuales consagrados al sacerdocio del saber reconciliarse con culto. Fue una ex-
traa recuperacin de lo poltico por lo religioso. No por la mstica, sino por esta
beatera rendida, vaciada de la fe. Tanto es verdad que un poco de ciencia aleja de
la creencia pero que mucha corre peligro siempre de devolverlo. Pascaliano, Pguy
supo desvelar esta extraa connivencia de religiosidades. Aqulla, trascendente de
la salvacin, y aqulla, inmanente del progreso. El pequeo hombre pretencioso
expulsado de las majestuosas estructuras, no permaneca ya mientras que la mira-
da de un Dios despectivo sobre el silencio eterno de su maquinaria muda.
Qu oponer a la creencia? La persuasin?
En los campos magnticos de la comunicacin de masa, se vuelve en se-
guida a la dominacin. Ms de revelacin luminosa, ms de gracia sbita, ms
20 Jean-Tousaint Desanti, op. cit.
La discordancia de Los tiempos 183
de paciente aprendizaje solitario. El centinela fugitivo de la verdad que hace
acontecimiento procede de una friccin, de un reencuentro, de una interpre-
tacin sin cesar recompuesta.
Cuando el presente decepciona, la historia reconforta.
Gorz, al menos, no se contenta con rechazar. Busca una respuesta a la per-
dida del sujeto, cuando el trabajo cay fuera del trabajador. El obrero no hace
ms su trabajo. Asiste en el trabajo que se hace. La abolicin del ofcio por la
organizacin cientfca del trabajo invierte la capacidad de gestin hace mucho
tiempo investida en la democracia de los consejos, con la poca en que los lugares
de produccin estaban aun concebidos como los lugares privilegiados del poder
En la gran fabrica, Los consejos obreros queridos por Gramsci se habran
vuelto anacrnicos. El nico poder todava concebible sera, negativo, el del
control que limita el poder patronal sin imponer por eso el poder obrero: de ah
el engullimiento recurrente de los consejos, comits, coordinadoras, en las es-
tructuras sindicales de negociacin general. Una vez el trabajo desposedo de su
materia, vaca de su sustancia y de sentido, La clase misma se hara polvo, carcasa
dislocada, montn puramente contingente de una fuerza de trabajo pulverizada.
Del mismo modo, el Estado no sera ya la emanacin ms o menos legtima
de la sociedad. Poder tecncrata con soberana funcional, no controla. Se limita
a administrar, mientras que el Capital dicta su ley. Gorz va hasta el fnal de su
lgica: La idea de la toma del poder debe revisarse fundamentalmente. El poder
no puede ser tomado ms que por una clase ya dominante en los hechos. La
nica chance de abolir las relaciones de dominacin, es la de reconocer que el
poder funcional es inevitable (y no a abolir) y de darle un lugar circunscrito, de-
terminado por anticipado, para disociar poder y dominacin, y proteger las au-
tonomas respectivas de la sociedad civil, de la sociedad poltica y del Estado
21
.
Este desarrollo implica una franca ruptura hacia un marxismo percibi-
do como irremediablemente religioso. Hasta la apoteosis incierta del Gran
atardecer
22
, no hay prueba prctica de la Revolucin: su legitimidad no tiene
otro lugar que el libro. De ah el espritu tenaz de ortodoxia y el gusto del
dogma. Lejos ser imputables nicamente al estalinismo, no tendran nada de
accidental. Simple miembro, el proletario vivo estara alienado al cuerpo del
proletariado, como antes los sujetos lo estaban al cuerpo del rey. Mejor valdra
avenirse a la idea iconoclasta que la clase ya no existe. Y suponer que la eco-
noma planifcada slo podra constituir un medio mediocre de preferencias
heterogneas, el resultante autonomizado que todos encuentran como con-
junto de obligaciones exteriores.
21 Andr Gorz, Adieux au proltariat, Pars, Seuil, 1981. Versin en espaol Adis al proletariado:
ms all del socialismo, Barcelona, El viejo topo, 1982.
22 Juego de palabras del autor en referencia a la pertenencia maosta de Andre Gorz [ms]
el gran Karl est mUerto? 184
Para Gorz, la solucin se tendra pues del lado de la no clase de los no pro-
ductores, la nica susceptible de encarnar la subjetividad absoluta sin historia
predeterminada: a la vez el ms all del productivismo, el rechazo de la tica
de acumulacin, y la disolucin de todas las clases. En esta perspectiva, la
igualdad en el trabajo reivindicada por el movimiento de las mujeres no hara
ms que consolidar la racionalidad capitalista, mientras que su potencial de
liberacin lo tendra al contrario sus actividades sin objetivo econmico.
Simple nebulosa de individuos, que no quieren construir un mundo sino
recobrar su propia vida, la no clase no necesita ya de un gran proyecto totali-
zador: el silencio de la Historia vuelve a los individuos mismos. Slo tienen
por objeto liberar un espacio de soberana arrancado del mundo regulado
por el principio de rendimiento. Dicho de otro modo, a restaurar un espacio
autnticamente privado. Habilitando fuera de trabajo, una esfera aparente-
mente creciente de libertad individual.
Excepto esto que esta esfera es siempre el refejo felmente enajenado del
trabajo enajenado, en la cual se extienden tentaculariamente las relaciones
mercantiles. No se sale. Esta bsqueda desesperada del sujeto perdido no es
ms que el reverso del desencantamiento estructural. El redescubrimiento in-
dividual del espacio privado conduce inelecutiblemente a la rehabilitacin del
Estado liberal, a la distincin entre el reino de la necesidad econmica y el de
la libertad poltica, entre el derecho y el uso, entre el Estado y la sociedad civil,
a una disyuncin radical de las esferas de la autonoma y de la heteronimia.
Siguiendo la misma lgica, Gorz rechaza, a travs de la moral socialista,
toda idea de moral poltica, ya que slo habra moral arraigada en la irreducti-
bilidad individual del sujeto y no en un universal ilusorio. La moral comienza
siempre por una rebelin contra el Estado y el realismo de la moral objetiva.
Pero dnde encontrar el arraigo propio de este sujeto individual, primero
tomo de este liberalismo de izquierda, y el fundamento de su moral?
Un mito expulsa otro?
Detrs del rechazo del horizonte universalizante del marxismo, se perfla
un cuestionamiento de toda universalidad de la razn. Bajo la forma de mo-
vimientos populares, la resistencia legtima a la universalidad abstracta tras-
torna los dogmas petrifcados de la razn dominante. Cuando el conficto se
repliega sobre el ncleo de un subjetividad igualmente abstracta, hace nunca
que liberar una particularidad arbitraria y sin mediaciones. Recubierta por los
confictos entre Estados, campos, bloques, naciones, la lucha de clases no es la
nica lnea divisoria inteligible y descifrable.
No contina ya indicando el norte.
Marxista, han dicho? Obviamente no, no soy marxista. No veo porqu
lo era, puesto que no soy ni hombre Estado, ni aspirante a guardin de cam-
La discordancia de Los tiempos 185
po. No veo lo que lo hara esperado que lo que me interesa se parece mucho
ms al derecho, a la tica, a la refexin sobre la democracia o a la resistencia
antitotalitaria
23
. (revisar traduccin)
Vientos del Este, vientos del Oeste
Vientos atorbellinados para intelectuales reversibles.
Alain Badiou no pertenece a la cofrada de los veletas. Como Gorz, rela-
ciona la crisis de la teora a la de su referente
24
. Para l esta crisis es completa
en lo que marca el derrumbe de una visin del mundo y de la historia, de su
sentido, de sus sujetos sociales y polticos. La nica posibilidad de una crisis en
la crisis, residira en la capacidad por determinar a partir de mismo marxismo
el centro de gravedad y el origen de propagacin de la crisis. Se tratara pues
de subjetivizar la crisis volvindola el punto de partida de una regeneracin
o una segunda refundacin.
La fuerza aparente del marxismo habra residido en el derecho (auto-atri-
buido) a extraer tratados sobre la historia, a disponer de un crdito histrico,
a presentarse como la nica doctrina revolucionaria donde el destino sea per-
sonifcarse en doctrina de Estado. Consciente de la imposibilidad, para una
teora crtica de fjarse en razn de Estado, Marx vea sin embargo este paso
obligado por el Estado como transicin, empezando en un mismo movimien-
to su propia extincin.
Lo que Badiou omite recordar.
La fortuna del marxismo en tanto ideologa planetaria no quedaba de all
menos vinculada a la idea de una victoria. De una liberacin y del adveni-
miento de un poder, donde Octubre fue, todo a lo largo del siglo la imagen
fastuosa. Ayer incluso flosofa indispensable de nuestros tiempos, este mar-
xismo se arraigaba en una triple referencia: la de los Estados surgidos de revo-
luciones victoriosas, la de las luchas de liberacin nacional y la de movimiento
obrero propiamente dicho.
El primer referente, el de la victoria y la encarnacin en el Estado que
organiza un sujeto poltico en torno al tema de la victoria, es abatido bajo
nuestros ojos, corrodo por una lenta negacin, minado por su trabajo de due-
lo. Resulta de eso la debacle del marxismo-leninismo, que no era nada ms
que el marxismo doctrinal de los vencedores provisorios. Del punto de vista
del segundo referente, la victoria instituye la nacin en tanto que dictadura
de clase. Sellando la convergencia espontnea de la liberacin nacional y la
emancipacin social, (representado por el poder rojo en China, la resistencia
cubana en Baha de Cochinos, y la toma vietnamita de Saign) acreditaba la
transparencia de la historia y afrmaba el crdito del marxismo /auprs/ para
23 Bernand-Henri Lvy, entrevista en Nouvel Observateur,1982.
24 Alain Badiou, Peut-on penser la politique?, Pars, Seuil, 1985 [Se puede pensar la poltica?, Bs.
As., Nueva Visin, 1990.]
el gran Karl est mUerto? 186
las generaciones intelectuales de los aos sesenta. El tercer referente por fn, el
del movimiento obrero portador de una subversin esencial y de una cultura
disidente a todo orden establecido, atraa y fascinaba. Investido a pesar suyo de
esta disidencia radical el partido comunista obtena su fuerza de atraccin
25
.
As dominaba la conviccin que la historia trabajaba pacientemente para la
credibilidad del marxismo. Los tres referentes se vinculaban en el partido cuya
verdad garantizaban la verdad subterrnea, La verdad subterrnea, cavando su
va en el anonimato y prestando voz a un sujeto ventrlocuo en el que hablaba
la potencia de la historia. La crisis es la manifestacin de su estremecimiento
combinado.
Se agotaba el crdito.
Hace mucho tiempo que el referente estatal entr en la era de la duda.
Desde los procesos de Mosc para los ms lucidos. Con el XX congreso y
la intervencin a Budapest para muchos. Con la intervencin de Praga y la
revolucin cultural para los ms obstinados. En cuanto se reforzaba en vez de
decaer y se volva su propio fn, el Estado burocratico no podir ya ser conce-
bido como Estado de transicin. Despues del conficto chino-sovietico, el
entre la China y Vietman diriga un golpe fatal al mito del internacionalismo
burocratizado. La invasion a Afganistan acaba por turbar las referencias de
legitimidad que aliaban el socialismo real al derecho de los pueblos.
Puede parecer sorprendente que la confrontacin de dos despotismos bu-
rocrticos sea ms traumatizante que la masacre de los spartakistas bajo orden
de los ministros socialistas, que las grandes traiciones de las guerras civiles
griega o espaola, o la farsa trgica de los procesos de Mosc.
Se va de la fnalidad de la victoria. Ni ms ni menos.
Qu es lo que vence, si la victoria misma es a su turno sorprendida errando?
Este orfelinato de lo real golpea ms despiadadamente a los que ha-
ban credo que podan preservar la alianza mgica trocando un victoria
por otro, y salvaguardar un marxismo triunfante celebrando de nuevo, con
brillo(infuencia) del sol maosta rojo, su fuerza de conviccin estatal. Pero
nadie sale indemme.
Segundo referente, el movimiento de liberacin nacional parecia avanzar en
el mismo sentido que la emancipacin proletaria. Las fguras emblematicas de
Ho Chi Min, del Che Guevara, de Amilcar Cabral fueron en los aos sesenta el
simbolo universal de esta gran alianza de la justicia y de la liberacin, de la moral
y de la historia. El idilio fue de corta duracin. La partida del Che de Cuba y su
muerte solitaria sembraron la duda sobre la posibilidad de reconciliar la pureza
intencional de una rebelin y las difcultades prosaicas de la edifcacin estatal.
En cuanto a la intervencin vietnamita en Camboya, cualquiera que sean las
25 Jean-Toussaint Desanti, op. cit.
La discordancia de Los tiempos 187
razones, arruin la idea de una armonia natural entre un nacionalismo liberador
y un internacionalismo solidario. Las guerras entre Etiopia y Eritrea, entre Irak
e Irn termin de repartir las cartas de un tercermundismo de corto alcance.
Liberadores y liberados se mutaban en nuevos amos.
Que es lo que vence?
Quines son los vencedores y que valen las causas ganadoras?
La victoria no es ms que un trabajo de Sisifo, eternamente recomenzado,
una dialectica agotadora de derrotas y de resistencias?
La crisis del tercer referente por fn, es de otro orden, ya que no se ins-
cribe en la dudosa fgura de la victoria. En l reside el salvataje posible de un
marxismo emancipado del Estado y de su propia encarnacin estatal: por el
restablecimiento del vnculo del marxismo nicamente al movimiento obrero
precisamente liberado de sus engaosas ilustraciones de Estado. Ahora bien,
el pensamiento poltico resultante del renacimiento de una clase obrera casi
qumicamente pura, en Polonia de 1981 no poda difnirse mas que en opo-
sicin al marxismo-leninismo ofcial: el movimiento obrero polticamente
constituido a travs de acontecimientos de masas organiza su propio pensa-
miento en una radical extraeza al marxismo-leninismo.
Cremos entonces que nosotros comprendimos a buena cuenta esta nueva
astucia de la razn dialctica. Habamos visto tan a menudo combatir la bande-
ra roja en nombre de bandera roja! Por qu no concebir que se pueda combatir
en lo sucesivo la bandera blanca en nombre de la bandera blanca? Ya que las
palabras haban sido confscadas y desnaturalizadas, puesto que se haban vuel-
to mentirosos. Era necesario esperar nuevos cdigos, con efectos de lenguaje
inesperados. Era contar por poco que se piensa con palabras. Cuando se ocultan,
cuando no dice ya lo que quieren decir, el pensamiento descarrila. Para curar la
lengua, diccionarios, lxicos, y buenas traducciones no bastan. El sentido toma
su auge en experiencias que determinan duraderamente el rumbo.
Esperamos que esto fuera una cuestin del tiempo, de aprendizajes y de
balbuceos necesarios, antes de que el viejo topo encuentre su galera. Tenenos
que constatar que esta enfermedad de las palabras no es consustancial a los
pases del socialismo realmente existente. Es universal.
Resulta en una difcultad a pensar.
Como si las ideas pesaban infnitamente mucho ms de repente , como si
costare levantarlas y hacerlas moverse. Las catstrofes polticas del siglo en las
imperfecciones de la palabra.
Ms signifcado dividido y unvoco de los hechos.
Ms unidad del mundo: la inteligibilidad se dispersa en el tiempo y en el
espacio. El borrado de las lneas de clases bajo las fronteras no superponibles de
Estados, naciones, tribus, compromete la idea ayer luminosa de la Internacional.
el gran Karl est mUerto? 188
Este universalmente se deshace bajo nuestros ojos el vinculo orgnico del
marxismo y de la referencia social obrera [] As hoy, ni los Estados socia-
listas, ni las luchas de liberacin nacional, ni el movimiento obrero constitu-
yen referentes histricos capaces de garantizar la universalidad concreta del
marxismo
26
.
Dos vias se abren entonces:
- La consistente en declarar el marxismo juzgado y condenado por la his-
toria segn sus propios criterios: arrastrado por la cada del socialismo real-
mente existente. Esta idea puramente reactiva tiene la fuerza engaosa y la
esterilidad de una evidencia. Equivale a decretar vana y daina toda esperanza
de trasformacin social. Slo quedara conservar las libertades sin cesar ame-
nazadas, velar por la salud del pensamiento occidental, montar guardia sobre
el archipilago del mundo libre, de ah la apologa complaciente de la demo-
cracia parlamentaria como forma perfectible pero insuperable del Estado. De
all el retorno a la flosofa poltica liberal clsica y a las variaciones sobre el
tema del contrato, en el olvido peligroso que la fuerza fundadora del Estado
precede y prima siempre la civilidad del contrato. Se trata de un puro desastre
del pensamiento: las cosas son en efecto ciertamente ms graves de lo que se
imagina el anti marxismo vulgar
27
.
- La de una nueva articulacin entre la teora y prctica, a partir de un
retorno sobre si del marxismo. Se tratara de subjetivizar la destruccin de
marxismo. El pensamiento radical de su crisis no puede l ser ms que inma-
nente. Arrastrados en el movimiento emancipador de deslocalizacin de un
marxismo olvidado, por el hundimiento de sus referentes ilusorios, sin patria
histrica: no nos queda en verdad ms que el lugar inhabitable de un hete-
rodoxia marxista futura. Un ciclo de marxsistizacin ha sido recorrido. Que
produjo de lo bueno y muchos males. Habra que ser capaz de pasar la pgina
y de rehacer El Manifesto.
Badiou se obstina as en tratar al marxismo como un universal abstracto sin
interrogarse sobre lo que es en la diversidad y la misma pluralidad de sus crisis.
Reduce una ramifcacin de posibles a una alternativa simple entre la crtica des-
tructiva externa y la autocrtica refundadora. Confundiendo la crisis de la teora
y la crisis del marxismo como ideologa planetaria, queda bajo los pesos de la
identifcacin asumida de la teora en el Estado. No slo en el Estado nacido de
Octubre, aun en el campo socialista antes de su desintegracin.
Rehacer El Manifesto suena engredo (sonne fer).
Pero la inspiracin a la pgina blanca del gran recomienzo es siempre iluso-
ria. Sobre la cuestin inherente a todo balance: qu hay de lo adquirido? Las
tres fuentes clsicas de la flosofa alemana, de la economa poltica inglesa y
26 Alain Badiou, op. cit.
27 Ibd.
La discordancia de Los tiempos 189
de movimiento revolucionario francs estn sin duda agotadas. Para Badiou,
partimos de un pensamiento marxista, ni ms ni menos destruido que lo era el
pensamiento hegeliano a los ojos del joven Marx, y de acontecimientos funda-
dores, que son los de la revolucin cultural o de la sublevacin de los pueblos
contra el despotismo burocrtico. Queda restablecer el lazo entra cansado pie-
zas dispersas de este rompecabezas y el desafo de estos acontecimientos por
dejarse agarrar en sus vacos.
Queda, dicho de otro modo, por acechar una nueva aparicin mesinica
cargada de signifcados inditos: Tenemos que encontrar el enunciado ver-
dad, errtico, donde bajo el efecto de marxisistizacin, se enuncia a la (vida)
lo que oculta y olvida de la poltica marxista. Esta poltica, en cuanto a sus
fuentes, necesita menos una doctrina que un poema, es decir la interpretacin
de un acontecimiento. Tal es la cuestin. La de un vnculo de inteligibilidad
entre un pasado que no es ms y un futuro que no es todava. Pero en aconte-
cimiento fundador, que permitira rehacer y restituir la legibilidad de nuestro
campo histrico, no podra ser arbitrariamente decretado y reconocido.
Qu hacer esperando?
O, ms exactamente, de qu est hecha nuestra espera?
Sin la resistencia de la primera hora al stalinismo triunfante, la oscuridad
de la historia seria total y rigurosamente desesperante. La batalla del da con-
siste en retirar de los escombros los materiales de todo reconstruccin futura,
materiales conceptuales, pero tambin prcticos, es decir poltica, sin los cua-
les la inteligibilidad estara desde y por largo tiempo quebrada.
Originalmente, Badiou salva la categora herida del sujeto: el marxismo es la
consistencia de un sujeto poltico. O incluso: ser sujeto la crisis del marxismo se
opone a la idea de ser el objeto. Ser el objeto, es defender la doctrina, la cristali-
zacin estatal, o el equipo de los grandes partidos, de los que el marxismo revolu-
cionario debe, precisamente, desprenderse. Es ah dnde reside la ecuacin de lo
que se design como trotskismo: la defensa del URSS (dicho de otro modo la
herencia de una lejana victoria) al mismo tiempo que la resistencia a la expansin
totalitaria del Estado, la compatibilidad incierta entre la conservacin de una
inicial liberacin y el vaivn resulto en la disidencia y el trabajo de lo negativo.
Aunque Trotsky no le hubiera dado este sentido, todava podemos ver en
esta recomienzo no lineal una fgura dialctica de la revolucin permanente.
En su triple dimensin entraban en efecto su extensin internacional y su
profundizacin cultural, nicos recursos contra una petrifcacin burocrtica
donde el mecanismo profundo no sera sin embargo elucidado algunos aos
ms tarde. La revolucin permanente segn Trotsky reuna aqu la revo-
lucin en permaneca segn Marx. Pero, en lugar de osar expandirse en la
multiplicidad de sus vas, esta Revolucin, permanente o en permanencia, se
el gran Karl est mUerto? 190
rene an en la mayscula que unifcante de un Sujeto, garante de la unidad
del proceso a travs de su diversidad aparente.
El trotskismo no representara en consecuencia ms que un semi-ruptura
hacia la racionalidad hegeliana de la historia, una ruptura cargada de mala
consciencia, una tercera va que se abrevia en el impasse y una rama de la tra-
dicin que derriba la tradicin. Desde los redactores de Socialisme ou Barbarie
a Rgis Debray, pasando por Georges Bataille, se le ha acusado a menudo
de ser incurablemente un pensamiento minoritario. Incapaz de volverse una
alternativa, partiendo de la idea del Estado como expresin de un conteni-
do social univoco, ignorando por consecuencia la cuestin de la legitimacin
poltica, habra permanecido fjado a su estatuto subordinado de oposicin
fraccional, en detrimento de una clara conceptualizacin del totalitarismo.
Pasemos sobre las inexactitudes y las aproximaciones de un juicio tan apre-
surado como mal informado. Si contiene un grano de verdad, remite un dato
histrico comprensible y respetable: la lucha contra un despotismo burocrti-
co indito nutre ms la desconfanza del poder que la voluntad de la fuerza.
Lo que no est sin inconvenientes para la poltica real. Ms fundamentalmen-
te, Trotsky estableci sin embargo justifcaciones principales del pluralismo
poltico en la misma heterogeneidad de una clase que no tiene nada que ver
con un gran sujeto autmata: Porque la consciencia de clase no corresponde
exactamente a su lugar en la sociedad [], porque una clase es desgarrada
por antagonismos internos [] (y se debera aadir, porque las otras clases y
fracciones de clases no se suprimen, porque existe confictos entre sexos y ge-
neraciones, entre nacionalidades y regiones, no mecnicamente reductibles al
inters de clase), puede formar mltiples partidos. Es por otra parte porqu,
Trotsky fue capaz de aprender en su la fuente el espritu mismo del totalita-
rismo: LEtat cest moi! (El Estado soy yo!), es casi una frmula liberal compa-
rada con las actualidades del rgimen totalitario de Stalin [] a diferencia del
Rey Sol: La Socit cest moi! (La sociedad soy yo!)
28
.
A pesar de los lmites y aporas de su visin de la historia, Trotsky enuncia
posiblemente la condicin de posibilidad de recomienzo que Badiou espera
sin poder defnirlo. Bajo ngulos diferentes, a menudo contradictorios, Max
Adler, Martov, Otto Bauer, Karl Kautsky, Anton Pannekoek, Rosa Luxem-
burg, Karl Korsch, Chistian Racovsky, Victor Serge, Gramsci entre tantos
otros fueron crticos preciosos de la impostura naciente. No basta con cons-
tatarlo. Forzoso es concluir que el marxismo, lejos de constituir un espacio
terico homogneo, esta fracturado de mltiples lneas confictuales.
28 Len Trotsky, Staline, Pars, Grasset, 1984. Los argumentos sobre la heterogeneidad de la clase
y el pluralismo de representaciones se encuentran en La Rvolution trahie, Pars, Les ditions de
Minuit, 1963.
La discordancia de Los tiempos 191
En un campo minado, no se puede evitar tener que tomar partido.
Concerniendo al referente estatal y el campo socialista, Trotsky aporta
ms una evolucin que una respuesta. En 1921, escriba en Terrorismo y Co-
munismo: En esta sustitucin del poder del partido al poder de la clase obre-
ra. No tiene nada de fortuito, e incluso, al fondo, no hay substitucin alguna.
Los comunistas expresan los intereses fundamentales de la clase obrera. Es
completamente natural que en una poca en que la historia pone en el orden
del da la discusin de estos intereses en toda su extensin, los comunistas se
vuelvan los representantes reconocidos de la clase obrera en su totalidad. Este
era el Trotsky de la militarizacin de los sindicatos y del principio nominativo
extendido en detrimento del principio electivo, que no distingue ya entre el
estado de excepcin de la guerra civil y la democracia revolucionaria. Quin
garantiza que el partido sea la expresin ms adecuada de los intereses de los
que se pretende portavoz? No las masas heterogneas de nuevo condenadas
al silencio, sino el supuesto sentido de la historia. El partido dirigente tiene,
para verifcar su lnea de conducta, bastantes materiales en mano y criterios
independiente de la edicin de los peridicos mencheviques [...] aplastamos a
los mencheviques y de los SR no queda nada. El criterio basta para nosotros.
La fuerza y la victoria entonces hacan de prueba.
Terrible lgica de la razn histrica.
Quince aos ms tarde, en La revolucin traicionada como en Stalin, el
punto de vista cambia radicalmente. Es el resultado terico de una nueva ex-
periencia, la de la burocratizacin triunfante y de una forma indita de poder,
aunque las premisas haban sido previstas por Marx, Weber, Ostrogorsky
Planteado la cuestin de la legitimidad de un poder revolucionario, no ga-
rantizado indefnidamente por el golpe de fuerza de su nacimiento o por la
adecuacin supuesta entre clases, Partido y Estado, Trotsky funda entonces la
necesidad principal del pluralismo poltico y de un Estado de derecho. Este
cambio radical permite pensar, en los mismos trminos de la teora de Marx,
la evolucin y la crisis de los Estados que se dicen socialistas. Permite tambin
aprehender la posibilidad de confictos interburocrticos. La teora de la re-
volucin permanente seala fnalmente la no-coincidencia automtica de la
liberacin nacional y la emancipacin social, estructurada por el imperialismo
y a la burocracia, mediada por los Estados que se vuelven a su turno los puntos
de cristalizacin de nuevas clases a la vez dependientes (internacionalmente) y
dominante (nacionalmente).
Queda el enigma terico y prctico del movimiento obrero mismo. Ms
bien que especular con el alcance de una categora tan a menudo investida de
una misin mtica, conviene laicizar la concepcin de las clases, empezar de
nuevo de sus luchas y de la diversidad de las rebeliones lgicas de prestar
atencin en las formas movientes de organizacin y en las voces efmeras.
el gran Karl est mUerto? 192
El tiempo se constela de defagraciones y resplandores, de acontecimientos
fragmentarios y dispersos, que no revisten la forma del acontecimiento capital
deseado por Badiou, sino ms bien la de desastres oscuros
29
. La metamor-
fosis del paisaje, el desplazamiento de los grandes equilibrios es de la Segunda
guerra, la liberacin de energas sociales colosales ayer encarceladas en el con-
gelamiento de las relaciones entre campos y Estados, no trazan aun los signos
descifrables de una nueva inteligibilidad global.
***
Este es el tiempo de los acontecimientales frios y de las noches de ceniza.
En 1991. La Union Sovietica desapareci en la banalidad y la indiferencia.
Y con causa. Si hay muerte del comunismo, por qu los intelectuales ne-
crfagos esperaron tanto tiempo para proclamarla? El que pierde gana entre
Gorbachov y Yeltsin se redujo a la fastidiosa cronica de una muerte anunciada.
Algunos hablaron de la muerte de un cadaver. Muerte casi discreta, silenciosa,
ultimo avatar de una herida mortal que tenia, desde hace tiempo, hecha su obra.
Pero cul es pues este cadver, si es verdad que la inicial comunista fue
destruida por el comunismo mismo?
30
. Y qu vaco deja si hay del sentido
a preguntarse ahora lo que podemos an tener que ver con el vaco o con la
sombra que deja detrs de si la palabra de comunismo? Es toda la ambigue-
dad de una muerte a doble distension, o el parsito burocrtico desaparece
despus de haber rodo hasta el hueso el cuerpo sobre el cual se haba posado.
En este siglo de crueldad, tan lejano que como volvindose lleva la mirada,
no se lo percibe mucho de buenos y viejos tiempos. Con todo nos cremos
adosados a una indestructible montaa mgica. Lo que se haca no habra
ya que rehacerlo. Tenan a nuestro activo genealgico el herosmo defnitivo
de los soldados del Ao II y de la Caballera Roja. Cualesquiera que sean los
rodeos y los retrasos del recorrido, no se volvera de nuevo sobre estos actos
fundadores. Era subestimar an la potencia de borrado y devastacin de sis-
tema de control y opresin donde el estalinismo constituye la forma acabada.
Potente en el punto borrar no solamente Octubre.
Pero ademas el acontecimiento Marx.
Sartre afrmaba sin embargo que nuestra poca no se dejaba si no se pien-
sa en ella como la poca de una cuestin comunista . Esta es bien la cuestin
que, desde Revolucin francesa y de los das de junio de 1848, alumbra el
29 Alain Badiou, Dun desastre obscur, Pars, La Tour dAigues, ditions de lAube, 1991 (De un
desastre obscuro, Bs. As, Amorrortu, 2006). Ver as las respuestas de Miguel Galz en Revista Philo-
sophie, Philosophie, n 4, Saint-Denis, 1992.
30 Jean-Chistophe Bailly, La comparatin, Pars, Bourgois, 1992 (en colaboracin con Jean-Luc
Nancy)
La discordancia de Los tiempos 193
horizonte de la espera flosfca y poltica
31
. Es ella quien propulsa el presente
hacia un futuro concebible. Y he aqu que nuestro tiempo se dejara pen-
sar repentinamente e independientemente de esta inquietante cuestin? A
menos que se contente con llevar su existencia taciturna de poca, sin dejarse
pensar ms del todo? A menos que se hunda dulcemente en el grado cero
del pensamiento?
Imposible como si no pasara nada. Como si actuara de un simple eclipse
de racionalidad histrica, como si todo fuera rapidamente a volver a ser como
antes. La ruptura es profunda. Y no se har nada mientras se permanezca en
la consignacin del error y la falta. No se har nada sin el obstinado trabajo de
duelo de un pensamiento que hizo como ningn otro acontecimiento, a la
vez de flosofa y la poltica
32
.
La debacle no nos sorprendi.
Profetizbamos desde hace muchsimo tiempo las estrangulaciones y las as-
fxias de la economa de mando burocrtico. Anuncibamos desde hace mu-
chsimo tiempo los rendimientos declanantes de la planifcacin extensiva y la
ineluctable regresin. Subestimamos sin embargo las consecuencias sociales de
esta regresin, hasta el punto de creer duro como el hierro que a la cada del dic-
taduras sonaria la hora de la gran renovacin socialista, y que el historia, por fn
lavada por las falsifcaciones y las trucajes, hara justicia a los primeros opositores
al stalinismo.
Esta esperanza no era sin fundamentos.
Se nutria de las experiencias pasadas, de los sublevaciones de Hungra y de
Polonia, de la Primavera de Praga, de los impulsos de Solidaridad en Polonia.
Budapest haba hablado de consejos obreros y Varsovia de repblica aut-
noma. Posiblemente nuestros deseos haban exagerado estos balbuceos. Las
virtualidades estaban bien all.
Y algo se quebr. Seguramente no de una sola vez. Fue necesaria la repeti-
cin de los movimientos reprimidos y descabezados, la ruptura de continui-
dad de las generaciones, la usura de un sistema social al dinamismo agotado,
la comparacin con la modernizacin occidental todos estos cambios im-
perceptibles que se precipitan repentinamente y se condensan.
31 Commo escribe Emmanuel Levinas: La desaparicion de este horizonte me parece un aconte-
cimiento profundamente inquietante. Porque revuelve nuestra visin del tiempo. Desde la Biblia,
estamos acostumbrados a pensar que el tiempo va a alguna parte, que la historia de la humanidad
se dirige hacia un horizonte, incluso a travs de rodeos o vicisitudes. Europa construy su visin del
tiempo y la Historia sobre esta conviccin y esta espera: el tiempo prometa algo. A pesar de su re-
chazo de la trascendencia y la religin, el rgimen sovitico era el heredero de esta concepcin. Des-
de el revolucin de 1917, tenamos el sentimiento que algo continuaba anuncindose,preparndose
a pesar de los obstculos y los errores. Le Monde, 1992.
32 Jean-Luc Nancy, op. cit.
el gran Karl est mUerto? 194
No se trata en adelante de revolucin antiburocrtica, de un parntesis
vuelto a cerrar, vuelta a Octubre. Maana hace irrupcin bajo caractersticas
inesperadas. Ms que una anulacin o un recomienzo, es de una restauracin
que se trata. Tenamos olvidamos lo que es una Restauracin. Ser necesa-
rio releer Hegel y Chateaubriand. Volver a aprender a vivir una historia que
no promete ya nada, cuyas heridas dejan escapar una hemorragia de sentido.
Pensemos por ejemplo en el derrumbe en 1815, del Imperio napolonien.
No era justicia que el pueblo y los Estados de la Europa unida destruyen
esta construccin militarista aberrante, que haba puesto el mundo a fuego y
a sangre para que la familia de un dspota corso sea colocada en realezas de
pacotilla? Pero no era la vuelta al mismo tiempo de los Borbones, el terror
blanco, la Santa Alianza, la denegacin obstusa de la revolucin, y Robespierre
y Saint Just -lo que el pensamiento poltico tena ms intenso, ms inventa-
da- de tratados por canallas qu traan los furgones del extranjero como locos
criminales? Vamos a ver, ya vemos que el imperio stalinista y burocrtico, cuya
disolucin es justicia devuelta a los pueblos, servir por su muerte a la inten-
cin obstinada de los reaccionarios: poder por fn! hacer decir sobre plaza que
Lenin tambin Mao, y de nuevo (porque las invenciones polticas emancipa-
doras son la vez irreductibles, totalmente singulares, y totalmente solidarias)
Robespierre y Saint-Just eran unos los locos criminales
33
.
Cuando se invierte a los usurpadores y los hombres providenciales no es
la revolucin que traicionaron que viene a juzgarlos en su derecho. Al contra-
rio, los hombres, asustados por la tensin del futuro, pretenden entonces con
ardor restaurar el viejo orden que los tena en la palestra. Vivimos actualmente
tal restauracin, como el papado puede slo bendecir. Pero no ms que la
Restauracin que sigui a la Revolucin francesa no pudo borrar la memoria
la hiptesis del ciudadano y de la asamblea del pueblo, la restauracin presente
no sabr eliminar, cualquiera que sea su deseo, la hiptesis del reparto que el
comunismo real traicion
34
.
Permanece pues esta abertura, esta brecha, y esta falta.
Al luchar con otra Restauracin, Hegel se tranquilizaba a la idea que la reac-
cin no puede llegar slo a los cordones de los zapatos de colosos y untarlos con
un poco de cera o fango, sino que es inutilizable de reatarlos, todava menos de
quitarle los zapatos divinos a las suelas aladas, y menos todava sus botas de siete
leguas cuando los calza... La marcha de la historia era lenta en suma, pero no me-
nos irresistible. Nuestro siglo herido no permite ya estos subterfugios teleolgicos.
Sobre qu pos-comunismo obra este hundimiento brusco? Sobre qu des-
pus hay que pensar, en vez de permanecer sobre la suspensin del pensamiento,
que no es ya la ltima palabra de la historia? La poltica tena ayer un suelo y
33 Alain Badiou, Dun dsatre obscur, op. cit, p. 33.
34 Jean-Chistophe Bailly, op. cit., p. 39.
La discordancia de Los tiempos 195
una apuesta. Si el marxismo fue un rumbo hacia la realidad, y suponiendo
que haya dejado de serlo, todavia es necesario sacar todas las consecuencias y
proyectar el pensamiento en este nuevo espacio ampliamente desconocido que
es el despus del comunismo: lo que debe pensarse en efecto, es el despus del
comunismo, es el ms all del infranqueable horizonte pasado de moda
35
.
No hay ya segn.
He aqu la increble leccin.
Solamente un presente, un punto acerado sobre el cual pasado y futuro
se ennent en equilibrio precario. Tomado en las mallas del horizonte infran-
queable, el despus se revela una engao. El horizonte no se rompi sobre un
mundo nuevo. Nos solamente es ramns sobre no(il nous a seulement ram-
ns sur non pas). Al redil de un viejo mundo, quedado desesperadamente lo
mismo, detrs del espectculo triste de estas metamorfosis.
Fin de la historia, o, simplemente, fn de sus grandes ilusiones?
Esta es la razn por la que no se agota la lectura.
El rebasamiento de lo insuperable permanece inscrito en su horizonte. Y
nada sita mejor el posmoderno que la constelacin polimorfa de todos los
fnales del comunismo
36
. Frente a estos discursos, un momento de clera se
requiere, un momento de santa clera, un sobresalto de la inextinuible clera
peguyeana, que es el sentimiento poltico por excelencia, faillisement sin el
cual la poltica se reduce al trfco de infuencias mediticas o parlamenta-
rias: Clera pues ante la creencia ridcula que inunda todas lpartes: se habra
terminado, simplemente terminado con el marxismo y con el comunismo
Como si el error, el puro y simple y estpido error poda ser en este punto
rector, regulador, movilizador.
Los crdulos posiblemente han sido engaados
Sin duda se equivocaron.
Pero al ver la miseria y la injusticia que reina al reino de este mundo, no
pudieron tener la culpa. La sola constatacin de la falta nos toma fuertemente
por la nuca para doblarnos humildemente hacia el enigma irresoluto: el es-
pectculo anrquico, confuso, deplorable, pero necesario y legtimo lo que
esta muerto debe morir- de esta ruina certifca no la muerte del comunismo
pero los temibles efectos de su falta
37
.
Todo gira en torno de esta muerte extraa, de esta segunda muerte que
hace acontecimiento por defecto, negativamente, por falta abismal que atesti-
gua. No escapa a esta paradoja. El equilibrio del mundo cambio de fondo lleno.
Y con todo ni el golpe de Estado a las manos que tiemblan de Yanayev, ni la sali-
35 Ibd., p. 9.
36 Jean-Luc Nancy, op. cit., p. 49.
37 Alain Badiou, Dun dsatre obscur, op. cit, p. 25.
el gran Karl est mUerto? 196
da de Gorbachov, ni la misma muerte clnica de la URSS hacen acontecimiento.
Ya que todo acontecimiento es una proposicin infnita, en la forma radical de
una singularidad y de un suplemento. Cada uno prueba, no sin angustia, que las
dislocaciones en curso no nos proponen nada. Hay un acontecimiento pollaco,
entre las huelgas de Gdansk (o incluso antes, en la formacin del KOR, inven-
cin de un trayecto innovador entre intelectuales y obreros) y el golpe de Estado
de Jaruzelski. Hay el esbozo de un acontecimiento aleman, en las manifesta-
ciones de Leipzing. Hay, en la misma Rusia la tentativa dudosa de los mineros
de Vorkuta. Pero de verdad fel a estas apariciones, punto, de modo que todo
resto irresoluble. Vienen a continuacin Walesa, el Papa, Helmuth Kohl, Yelt-
sin Quin se atrever a interpretar estos nombres propios en el resplandor
o el relmpago de una propuesta acontecimental? Quin puede citar uno slo
enuncia inaudito, un nica nominacin sin precedentes, en la erosin, a la vez
sbita y suave, undivisa y confusa, de la forma desptica del Partido-Estado?
38
.
Asombrosa desproporcin de los efectos y causas.
A menos que las causas al parecer primeras no son aqu ms que los
efectos secundarios de causas alejadas, cuyas peripecias inactuales seran las
brasas moribundas.
A esta segunda muerte se opone la fdelidad del duelo y de su trabajo creati-
vo. La falta no est en los hundimientos de la historia, sino en la borradura muy
anterior de nuestros activa, y en el levantamiento del decorado que enmascaraba
su ausencia. Nosotros comunistas, nosotros feles a el acontecimiento de Oc-
tubre de 1917. Porque no se podra tener aqui fdelidad revolucionaria hacia la
estructura petrifcada del Estado, sino solamente hacia el acontecimiento inicial
donde las vctimas se pronuncian. Una fdelidad no al reposo de victorias co-
rruptoras, sino al impulso incierto de los comienzos cuyo gruido se trasmite
de 1793 a 1848, de 18171 a 1917. choque historial fundador, la Revolucin
de Octubre vino el tiempo para dar una oportunidad a un tal cumplimiento
39
.
Al volver de nuevo a este nosotros inicial, se trata de separar lo que -en Se
puede pensar la poltica?- quedaba confundido. De discernir la ideologa de la
teora, los referentes estatales de los referentes populares, la conciencia de no-
sotros de la Razn de Estado. Es la primera condicin para pensar, a partir de
Marx, dicha en crisis del marxismo.
Imperativo imprescriptible para sobrevivir a la borradura del choque histo-
rial fundador , este soberbio amanecer donde todo los seres pensantes cele-
braron la poca : una sublime emocin rein por aquel tiempo, el entusiasmo
del espritu hizo temblar el mundo, como si la reconciliacin real del espritu y
el mundo acababa de llegar
40
.
38 Ibd., p. 11.
39 Jean-Chistophe Bailly, op. cit., p. 40.
40 G.W.F. Hegel, Leons sur la philosophie de lhistoire, Berlin, 1823.
La discordancia de Los tiempos 197
Del polo magntico de nuestra historia, un refujo de memoria se propa-
ga, barriendo sobre sus pasos palabras demasiado de vez desviadas y confscadas.
Hasta el punto que la lengua se pone a fotar en la indeterminacin de se, de
ellos, del eso.
A lpoque, a me allait on dcida de dtruire ce qui allait mal pour faire
quelque chose de bien. Mais il se trouva de gens pour dire: Non, mais vous
ne voyez paz, trouvez que cest bien , a? Es todo simplemente atroz. Ctait
de gens bien (mais ce nest quaprs quon nous la dit), alors, tous pensaient
que ctaient des gens bien. Mais les pas bien, dont on pensait alors quiils
taient des gens bien, sen sont prix, sen sont pris aux gens bien, qui taient
alors considrs comme pas bien et ont commenc leur faire du mal de ce
qui taient bien.(falta)
Qu palabras, pues, para decir eso?
Para decir este caos en la lnea quebrantada del progreso?
Cuando todo es en desorden sens dessus dessous, cuando no hay ms
encadenamiento de orden lgico graduado entre ayer, hoy y maana, cuando
se cepilla hacia atrs el tiempo, cuando el presente oscurece cabeza abajo sobre
el pasado, cundo el sentido del humor histrico defne el socialismo como el
camino ms largo hacia el capitalismo? Indefnible, innominable, imposible,
descuartizada a los cuatros puntos cardinales, dislocada y dispersada a los cua-
tro vientos, esta historia que no se asemeja ya a nada no puede ya escribirse.
Esta neurosis histrica anuncia la muerte del determinismo y de la teleologa
que tensaban la cuerda del tiempo. Anuncia una convulsin de las temporali-
dades. Exige un pensamiento nuevo de nuestro espacio-tiempo, una revolucin
de nuestras representaciones de la Historia. Hubo un hombre prehistrico. Un
hombre que viva en el mito, en un mundo donde el tiempo estaba quieto. Lue-
go, relativamente recientemente, apareci el hombre histrico el homo historicus.
Este hombre, sabe que los acontecimientos, los hombres, los tiempos que estn
detrs le son irreversibles, irremediables. Sabindolo, no sigue volviendo ms a
esta irreversible e irremediable creencia o garanta de que podr construir algo
que no existe an, que jams existi. Es decir, el futuro. Que el futuro est todava
delante de parece caer bajo el sentido. Una pagina del calendario que se arranca
y ya. Segn yo, se trata de un desprecio. Ya que el futuro no mas la prolongacin
del presente. Tenemos el derecho de hablar de futuro en tanto existe el pasado.
Deberamos incluso fundir estas dos nociones en una sola: el futuro pasado
41
.
El tiempo repliega sus alas sobre un presente huidizo.
La idea misma de historia tiene que reverse (est revoir)
En tanto que la historia del presente siempre recomienza
42
.
41 Mikhal Guefter, historiador sovitico, textos y conferencias reunidas a ser publicadas por Verdier.
42Ver Franoise Proust, Kant, le ton de lhistoire, Pars, Payot, 1991: Todo presente es critico; todo
presente es una batalla. La historia es la historia del presente.
el gran Karl est mUerto? 198
Resultar una convulsin del pensamiento comparable al que result de la
explosin del mundo cerrado, de la desintegracin de las armonas csmicas, y
del espantoso divorcio de la verdad y del bien? Las primicias de tal revolucin
no datan de hoy. Centinelas de turno en los momentos crticos de la historia,
Blanqui, Sorel, Benjamin sentaron los jalones
43
. Cuando el aplastamiento de
la Comuna, cuando los preparativos de la guerra, cuando las connivencias
entre Hitler y Stalin hacen aullar los maanas bajo las ruedas de las derrotas
siempre recomenzadas, cmo encontrar el sueo del justo escuchando las
canciones de cuna del progreso?
La racionalizacin y la universalizacin no marchan entonces ms sobre
la va trazada del bien, de un paso regular, medido al metrnomo del tiempo
cronolgico. El sentido de la historia no reemplaza ms la potencia divina para
garantizar la armona fnal de los fnes y de los medios, de la tica y de poltica,
del ser y del deber - ser. Desde entonces, no nos hemos librado jams del pa-
sado. No se tiene tranquilo como un hecho consumado y establecido de una
vez por todas. No valora en sitio(Il ne tient pas en place) . Nos tira para atrs,
nos recobra y nos sobrepasa, para esperarnos en el momento crucial. Plantea
cuestiones inoportunas.
Colmado de posibles asfxiados por la historiografa selectiva de los vence-
dores, de las virtualidades que esperan siempre ser salvadas del olvido, que no
dijeron su ltima palabra, permanece indefnidamente como apuesta. Todo
no cesa de volverse a jugar en el presente, que no es una categora especfca
del historia, sino de la poltica en tanto pensamiento estratgico de los cruces
y bifurcaciones. Es por eso que la poltica, responsable a pleno derecho, sin
coartadas ni evasivas, de sus interpretaciones y de sus actos prima en lo su-
cesivo la historia. Es tambin por qu no es ya de la historia concebible que
no sea al mismo tiempo puesta en duda metodolgica de sus relatos y de sus
creencias, que no sea tambin, de alguna manera, flosofa de la historia
44
.
Dedicado al ressassement de las catstrofes, el siglo que se acaba no ser
el de la muerte del marxismo o el comunismo, sino el del hundimiento de la
creencia histrica y los fetiches del progreso. Gigantesco sesmo, que viene de
lejos, pero que no se termin de medir sus consecuencias. La conmocin es
demasiado dura y apenas tenemos que despertarnos, buscando a tientas en los
escombros, en medio del grabados, los humos, y de los polvos todava en sus-
43 Walter Benjamin, Tses sur le concept dhistoire, op. cit. Ver sobre este tema Daniel Bensad,
Walter Benjamin, sentinelle messianique, op. cit.; Stephane Moses, Lange de lhistoire, Pars, Seuil,
1992; Franroise Proust, Lhistorie a contretemps, Pars, ditions du Cerf, 1994.
44 Posiblemente valdra ms hablar de refexin crtica sobre la historia, con el fn de evitar la con-
fusin con los grandes sistemas de flosofa de la historia. Lo que es interesante, es rehacer, tanto
en Benjamin como en Guefter la imposibilidad en adelante de hacer historia sin problematizar su
discurso, sin profundizar en el relato mismo la interrogacin autorrefexiva. Ni historia historiada
ni flosofa de la historia: la solucin estara en el ensayo de la flosofa histrica.
La discordancia de Los tiempos 199
penso. Ya que el naufragio del continente sovitico acaba esta revocacin del
sentido histrico. A fuerza de astucia, la Razn esta presa de su propia trampa
balbucea bajo los sarcasmos de la gradera.
Para tomar la medida del choque y del vaivn de un horizonte que el en-
gaa el ojo, basta con releer algn uno de los pensadores considerados como
fuertes del ltimo medio siglo.
De releer Bataille: En verdad, los burgueses no pueden realmente olvidar
que la libertad de su mundo es la libertad de la confusin. Al fnal estn des-
amparados. Los inmensos resultados de la poltica obrera, la servidumbre provi-
sional generalizada que es su nica consecuencia asegurada, los espanta pero lo
nico que saben hacer es lamentarse. Ya no tienen el sentimiento de su misin
histrica: lo cierto es que, como respuesta al movimiento ascendente de los co-
munistas, no pueden suscitar la menor esperanza [...] Hoy el temor por la URSS
obsesiona y priva de esperanza a todo lo que no sea comunista. No hay nada es
resuelto, seguro de s, dotado de una infexible voluntad de organizar, salvo la
URSS. Esencialmente el resto del mundo se pone en su contra por fuerza de la
inercia: se abandona sin reaccin a las contradicciones que lleva en s, vive el da
a da, ciego, rico o pobre, deprimido
45
. Pronto, los Sputnik bailaran la farn-
dula, los atletas CCCP cosecharan las medallas olmpicas. Kruschev prometia
alcanzar y superar a los Estados Unidos antes del fn de siglo.
De releer Castoriadis, constatando doctamente que el Estado totalitario al
Este haba engullido hasta la ltima miga de sociedad civil, al punto de prohibir
cualquier otro futuro que la eternidad de su siesta satisfecha: es seguro que se
puede volver de Franco, de Papadopoulos, de los generales brasileos, proba-
blemente de Pinochet, nunca de un rgimen comunista una vez establecido
46
.
De releer a Morin, enredado en los nudos de una complejidad despiadada
que revela al mundo aterrorizado que la URSS se benefciaba de una superio-
ridad estratgica irremediable y que solo ella poda tener voluntad y libertad
de iniciar un ataque nuclear sorpresivo. Previendo lo peor, llegaba hasta so-
ar con una dictadura militar a Mosc como un mal menor: Una dictadura
militar en Mosc no solamente correspondera a una relativa liberalizacin
interior, sino tambin a una relativa moderacin exterior
47
. Era en 1983. El
estancamiento brzhneveano ya haba hecho su obra.
El acontecimiento abofete al vuelo a estos profetas.
Sin que tuvieran solamente la dignidad de enrojecer o de explicarse.
Los engaos de la potencia se hunden como un decorado de cartn piedra,
dejando adivinar tras oscuros bastidores un baturrillo de instrumentos viejos,
45 Georges Bataille, La parte maldita, Bs.As, Las cuarenta, 2008, pp. 161 y 167, (primera edicin
de 1949). El destacado es de Bataille (NdT).
46 Le Monde, 26 de febrero de 1983.
47 Edgar Morin, De la nature de la URSS, Pars, Fayard, 1983. [Qu es el totalitarismo. De la natu-
raleza de la URSS, Barcelona, Antrophos, 1985].
el gran Karl est mUerto? 200
de poleas mal engrasadas, de costuras abandonadas. Un cambio tan sbito
de paisaje poltico e intelectual no puede dejar intactas las arquitecturas de
pensamiento del perodo anterior. Seguramente ser necesario construir un
pensamiento despus del diluvio. Pero la hora de la urgencia y del salvataje es
sobredotodo la de los bricoluers de genio.
Sin incluso el saber, como instinto ante nuevos peligros, un Guefter
48
en-
cuentra a tientas las mismos pobres instrumentos donde Benjamin inventaria-
ba el umbral de la catstrofe. Extraa afnidad de los vencidos que se niegan
a rendirse. En el momento en que el futuro se desploma como un acantilado
minado, ambos nos recuerdan a nuestras deudas mesinicas: se es siempre el
mesas de alguien.
Se nos espera deca Benjamin.
Somos los comisionistas de los muertos, dice Guefter.
Porque, escriba ya Pguy, es esta una maldita deformacin del espritu pe-
daggico, que esta tendencia invencible, que tenemos, que esta tentacin de
hacer servir, de hacer contar nuestra cuenta tambin por nuestros nios, por
las generaciones siguientes
49
. Es todava un defecto del espritu de comodi-
dad, del espritu de descendencia, de continuidad y de posteridad. Un efecto
domestico de la angustia histrica. Dejemos pues a nuestros nios instalarse
por ellos, contar por ellos, comenzar por ellos. Tienen siete aos. Tienen doce
aos. Dejmoslos hacer sus cuentas, que nos desechan. Los que nos esperan,
los que no tienen ms que a nosotros sobre quien contar, son en cambio los
vencidos de ayer y de siempre, a los que Geufter llama los muertos siempre
vivientes.
Su espera imperiosa no deja descansar la memoria.
La memoria es siempre de la guerra deca Benjamin.
A la historia como en la guerra, dice Geufter.
Porque haba en el odio de Stalin, este odio extrao a toda compasin,
La exigencia que toda accin se olvide, atrapando en sus redes la vanidad de
aquellos que se regocijaban de lo que esconde de ce que cache jour amne des
changements, des changements, des changements
50
La ruina de los dolos
del maana provoca inversamente un potente retorno de memoria: Nos vuel-
ve a la memoria todo lo que ha estado perdido
51
. Esto todava no basta para
encontrar lo que ha estado perdido, para salvarlo de la invasin de nuevas ma-
48
49 Charles Pguy, uvres en prose, Pars, Gallimard, Bibliothque de la Pliade, T2, 1988,
p.766.
50 Mikhil Geufter, Le dit de la dignit, postfacio a las memorias de Anna Larina Boukharina,
Boukharine ma passion, Pars, Gallimard, 1990, p. 373.
51 Mikhil Geufter, Convergence ou monde des mondes, conferencia a ser publicada en un com-
pilacin de escritos.
La discordancia de Los tiempos 201
lezas mitolgicas. Es necesario abrir un camino. Es necesario un trabajo. He
aqu nosotros en el umbral del trabajo de la no coincidencia (de los pueblos,
de las civilizaciones, de los mundo), a los cuales estn llamados a participar
con los mismos derechos que los vivos, las muertos siempre vivos.
En el umbral de un trabajo de destotalizacin.
A falta de un Dios garante de la unidad csmica, se quiso creer que los fnes de
la historia garantizaran la racionalidad de su trayecto. Que al fnal de un camino
indescifrable, la transparencia reencontrada revelara el sentido ltimo. Que la
verdad, el bien, y lo bello comulgaran de nuevo en la reconciliacin general.
Se quiso restaurar en el plano horizontal de la historie y del tiempo, el mundo
cerrado y huido del cosmos y del espacio. Et a ne tient pas. Despus del techo
celeste constelado de estrellas fjas, el arco terrestre del progreso cede a su turno.
Las puertas de una historia abierta golpean sobre los maanas sin cultivar.
Aguda leccin de humanidad: nuestro futuro no es ni una Comuna
universal, ni una superpotencia, sino un mundo en el Mundo Slo uno
entre ellos Existe un fn ms humano y ms concreto, ms nuevo y ms
accesible! La borradura del fn de la historia zapa la planifcacin de la tem-
poralidad histrica. El fujo simple en sentido nico de la duracin no pue-
de ms hacer las veces de causa sufciente y de vnculo necesario entre el que
precede y lo que sigue. El orden de sucesin no es ms un orden sufciente
de racionalidad y de inteligibilidad: El desarrollo en el tiempo se hace si-
multaneidad, las pocas nos estn ms en un relacin de sucesin, sino una
al lado de la otra, y los vivos administran con toda libertad a los muertos. Se
trata posiblemente de una generalizacin abusiva nuestro propio sntoma,
incomprensible para toda persona exterior: Qu de la cristianizacin de
Rusia y de la Revolucin de Octubre precede a la otra? Qu de Stalin, de
Juan IV, de Gorbachov y de Alejandro II vino primero?
De modo que avanzar hoy, es tambin volver a empezar.
El desarrollo casual de la historia universal no produce ms un sentido nico,
donde la palabra ltima vendra a coronar una totalizacin absoluta. El sentido
brota al contrario en las intermitencias y las discontinuidades de la duracin,
en los reencuentros y los choques resurrectores entre un presente indeciso y las
virtualidades de un pasado desecho, al cual el da una nueva chance. Para Geufter
como para Benjamin: el dialogo de las genealogas es el camino de una nueva
comprensin planetaria. Un camino que devuelve a la arritmia de la evolucin
del ser al mundo del hombre. Tanto peor si el muro interior no se derrumba,
sepultando bajo l a los hombres a quienes se ofrece el siglo XX. Basta con bus-
car una puerta en esta pared, una puerta que este abierta a cada uno
52
. Recobra
as la puerta estrecha por la cual puede, a cada segundo, entrar Mesas. l tam-
52 Ibid.
el gran Karl est mUerto? 202
bin busca las vas de una historia no ms lineal, sino csmica y gravitacional,
regida por las afnidades y las correspondencias, donde el eco repercute a travs
de siglos el trueno de las experiencias fundadoras; una historia donde esttica y
teologa, lejos de abolirse, se imbrican en la poltica, que es la categora abierta
del presente.
As, la nueva tarea del historiador no es ms reconstituir la verdad factual
de un pasado irreversiblemente cumplido, sino de lanzar la fecha del presente
al corazn del acontecimiento para librar a los posibles cautivos. No es ms
remontar y descender la cadena de los efectos y causas, sino de dirigir la an-
torcha del presente sobre estos momentos cruciales, ramales y bifurcaciones,
donde el orden temporal se vuelve a poner en juego y donde se deciden las
relaciones de lo real y de lo virtual.
Las revoluciones son tales momentos, donde se interrumpe el fujo mon-
tono del tiempo profano
Octubre como bifurcacin
Guefter descarta con todo la idea que 1917 era el momento de una eleccin:
Haba una eleccin en 1917? la cuestin es cardinal. Teniendo mucho refexio-
nado sobre el este problema, puedo permitirme una respuesta categrica: no ha-
ba eleccin. Lo que se realiz entonces era la nica solucin que se opona a una
reorganizacin infnitamente ms sangrienta, a una debacle privada de sentido.
La eleccin se puso(aterriz) despus. Una eleccin que no se refere en el rgimen
social, en la va histrica que hay que tomar, pero delante de ser efectuado dentro
de esta va. Ni variantes (el problema era ms vasto), ni marchas a subir para llegar
a la cumbre (se lo pona(aterrizaba) difrentement) pero un cruce. Cruces... Aqu
me opongo a estos concepcin esquemticas apoyndome(posando) el octubre
en trminos de una vez por ellas todas
53
. Curiosamente la bifurcacin Se dife-
rencia aqu del acontecimiento, que se vuelve, al contrario, absolutamente nece-
sario en el instante de la no eleccin, como si Guefter retrocediera ante el precipi-
cio abierto por la incertidumbre del acontecimiento. La eleccin interviene slo
despus, al interior de esta va, una eleccin donde el campo es determinado
por el incondicional del acontecimiento.
Los verdaderos bifurcaciones seran entonces las de la nueva poltica eco-
nmica, de la colectivizacin forzada, y sobretodo la mas enigmtica de
nuestras bifurcaciones histricas la que dio la Constitucin de 1936 y el
terror del ao 1937. Posicin de compromiso, que recusa la racionalidad his-
trica sin querer renunciar al punto fjo y estable del origen? Geufter afrma
muy bien, sin la menor ambigedad, una concepcin no positivista de donde
emanan un mtodo y un programa de investigacin: El pasado, para m, no
es una bella lnea derecha a la cual se sumarian algunas desviaciones, algunos
53 Mikhail Guefter, Staline est mort hier, Lhomme et la socit n 88-89, Pars, LHarmattan, 1988.
La discordancia de Los tiempos 203
errores, es un cuadro en movimiento infnitamente ms complejo toda la
historia simplemente lo es
54
Por qu eleccin y qu privilegio, o al precio de qu contradiccin inve-
rosmil, Octubre de 1917 puede an tenerse fuera eleccin? peut-il encore
se tenir hors-choix? La peor de la consecuencias , la semi medida terica, la
terquedad no pone todo en entredicho apenas proporcionan explicacin sa-
tisfactoria. Posiblemente habra que interrogarse sobre la ambigedad misma
de la idea de eleccin. No hay diferentes rdenes de posibles implicados en
esta dolorosa libertad de elegir, las rdenes que se contradicen, de modo que
podran existir elecciones histricas que no fueran solo elecciones polticas?
Elecciones frente a las cules verdaderamente no tenemos ms la eleccin?
A la vez acontecimiento poltico y mensaje simblico, Octubre se desdo-
bla. Fuera de una racionalidad histrica lineal, puede tomar la fuerza de lo
uno guardando la potencia de lo otros. Borrndose como hecho sin renegarse
como promesa.
Ya que la memoria esta rellena de explosivos a mecha lenta.
A menos de lanzarse audazmente en busca de una nueva relacin con la histo-
ria, orden y desorden, necesario y contingente, redencin y apocalipsis seguiran
desafndose como inconciliables perros de loza. Siempre presta a pasar en el
campo del vencedor y a acomodarse a las restauraciones, la razn histrica se
rehara. Si la historia como el corazn, tiene razn hacia y contra todo, su con-
tenido vivo no puede ser ms un presente que tiene vocacin de hacerse futuro,
sino un presente que hereda todo pasado! El reino de la fuerzas de la restauracin,
que es tambin el de la concepcin histrica del mundo puede comenzar
55
.
Es tambin la ocasin de construir, con los escombros de un paisaje devasta-
do, de fguras todava inimaginables. Podemos concebir lo que fue el vrtigo de
los hombres del Renacimiento, qu vean derrumbarse las bvedas del mundo
cerrado y romperse las costuras del horizonte? Podemos compartir su pavor
frente a la unidad quebrantada de poltica, la moral, de la ciencia, de la esttica?
Esta conmocin dur sin embargo dos siglos, de las audacias de Coln a los
mecanismos de Newton, pasando por las prudencias de Coprnico, las pasiones
de Kepler, las angustias de Pascal. El infnito abre su inmensa boca
56
.
El espritu religioso sin embargo no renunci. La trascendencia solamente
se acost en la cama de la historia. El fn de los tiempos tom el relevo del cos-
mos para restablecer la harmona perdida. El juicio fnal descendi del trono
celestial para instalarse al fn del camino terrestre.
54 Ibid.
55 Frantz Rosenzweig, Hegel et ltat, Pars, PUF, 1991, p. 240.
56 Arthur Kloester, Les somnambules, Pars, Calman-levy, 1960. [trad. esp. Los sonmbulos, Barce-
lona, Salvat, 1986].
el gran Karl est mUerto? 204
Y he aqu que este orden horizontal cede a su turno. Ayer, el descubri-
miento de un universo repentinamente excntrico trastornaba las jerarquas de
potencia y valor. De arriba hacia abajo, hoy, la cadena rota de las servidumbres
temporales libera fragmentos histricos que fotan dispersados como las partes
de un rompecabezas.
El Dios de siniestra memoria est herido de nuevo.
Se nos ofrece una nueva oportunidad terminar con l. Es necesario todava
resistir a los vrtigos escpticos que siguen estos eclipses de la fe y empujan hacia
la tierra frme de nuevas certezas. Aun es necesario aferrarse en el vaco en este
momento de duda sin erigirlo en un nuevo dogma. Cuando no se sabe an de lo
que se huye. Tener enemigos comunes es ms importante que tener amigos ordi-
nariamente comunes. Ninguna necesidad de causas primeras ni de causas fnales
para conservar las convicciones. El criterio del progreso, si guarda un sentido, no
es ms en el avance gradual hacia una tierra prometida, sino en la borramiento
de los rastros del pecado original (segn Benjamin), en la reduccin de espacio
de muerte (segn Guefter): progreso negativo conforme a la teologa negativa
que zapa con abnegacin el trono arrogante de la Razn histrica.
Posiblemente pongmosnos en contacto al trmino de esta tarea oscura
La Primera Guerra mundial asent un golpe decisivo en este sentido a las
ilusiones de progreso. Result una primera rebelin contra las imposiciones
de la Historia universal y la bsqueda titubeante de otra temporalidad. Ro-
senzweig, Benjamin, Scholem, estuvieron entre los pioneros de estas vas
57
. Las catstrofes de entreguerras y el Holocausto dieron un nuevo impulso
a la teologa negativa frente a las leyes tirnicas de la historia. Siempre tan
lista, la Razn histrica obtuvo sin embargo un nuevo aplazamiento. El auge
econmico de la postguerra, las proezas tecnolgicas, el movimiento de desco-
lonizacin, dejaron creer que el progreso haba repetido su marcha victoriosa:
descontroles y desviaciones seran pronto solo un mal recuerdo, un parntesis
vuelto a cerrar. Los crmenes del nazismo y del stalinismo seran imputables
a un momento de aberracin, donde la Razn restablecida no podra hacerse
responsable. Paralelamente la mecnica newtoniana sufra los asaltos de causa-
lidades aleatorias y de rdenes caticos.
Fue necesario el retroceso para percibir mejor las relaciones de atraccin
mutua que organizan un universo de pensamiento, para incluir las ramifca-
ciones subterrneos que conectan a Coprnico, Galileo y Bruno, Bacn, Ke-
pler y Bodin, Grotius, Pascal y Spinoza Hara falta tambin para compren-
der el movimiento que nos vincula a los pioneros de una nueva racionalidad,
resueltos para que las decepciones de la Razn histrica no alimenten ms
nuevos delirios mitolgicos.
57 Ver Stephan Moses, LAnge de lHistoire, op. cit.
La discordancia de Los tiempos 205
Frente al hundimiento de dictaduras burocrticas, estamos amenazados del
mismo estupor que afect a Hegel cuando Napolen fue deshecho por la Euro-
pa unida. Saba bien, segn su propia flosofa, que el tirano deba desaparecer
una vez consumada su obre. Hasta haba anunciado la victoria de Alemania so-
bre Francia como paso obligado para el triunfo del Espritu sobre la fuerza. Pero
cuando esto ocurrio, se qued ciego frente a la realizacin de sus propias pala-
bras. Slo vio Cosacos, Bashkirs, y otros excelentes liberadores. Porque haba
concebido la destruccin de la orden imperial desde adentro, por el Espritu, y
he aqu que se produca bajo el peso de la mediocridad y de su masa plomiza
Tambin nosotros imaginamos el hundimiento del imperio burocrtico
bajo el impulso interior de una emancipacin renaciente. Y de nuevo el peso
de la mediocridad y de su masa plomiza; de nuevo los Cosacos, Bashkirs,
Armenios, Azerbaiyanos, Serbios, Crotas, Checos, Eslovacos y otros liber-
tarios excelentes. El acontecimiento esperado se consume sin brillar como una
bengala hmeda. Nadie saldr indemne. Cuando el edifcio del mundo se
derrumba, los pensamientos que lo inventaron, los sueos que lo rodearon
desaparecen bajo las ruinas. Quin podra aventurarse a predecir que aportar
el futuro distante, qu de nuevo, que de insospechado, qu renovacin de lo
que estuvo perdido?
58
.
Sabremos renunciar a transformar la historia trgica del oprimido en epo-
peya victoriosa, a erigir el pasado vencido en monumento de un culto nuevo?
Sabremos escapar de la eternidad infernal de las derrotas sin pasar del costado
de las victorias? Har falta hasta poner en cuestin la angustia de los orgenes,
la identifcacin al acontecimiento fundador, el retorno al orden primordial,
que todava son manifestaciones del espritu de creencia? Habr que renun-
ciar a acechar sobre la lnea temblorosa de horizonte, la irrupcin de aquello
por lo que el pasado puede todava ser salvado?
Se puede estar sin horizonte?
Se puede permanecer preso de esta falta?
Falta de qu, exactamente?
De la imposible universalizacin hacia adelante, sin la cual escisin y dis-
persin no tienen ms de fn que movilizar sus espectros guerreros? De la
imposible liberacin del terreno del acuerdo, de la imposible ejecucin del
comn que reunira a los hombres
59
. Abolida la hiptesis misma de vida en
comn, solo quedara el destino gentico, la soledad temerosa y mineral de
los seres, de las naciones y de las creencias hostiles, para siempre incapaces de
reunir lo que est dividido.
A esta fragmentacin indefnida, la razn comunicacional no aporta ms
58 Frantz Rosenzweig, op. cit., p. 240-233
59 Jean-Christophe Bailly, op. cit, p.12.
el gran Karl est mUerto? 206
que una respuesta ilusoria
60
. Lo contrario del reparto fallido, la ineptitud al
reparto, es la escisin por todas partes aguzada, hasta en las palabras y el re-
pliegue sobre los valores locales: es el desencadenamiento de los profetas de la
escisin. La identifcacin entre el Estado, la clase, y la humanidad es quebra-
da. Pero, en la hendidura de lo uno en dos, la clase no se vuelve sin embargo
el principio de un reparto que universaliza contra la escisin que particulariza
sin singularizar.
Se anuncia el marxismo moribundo, si ya no se muri. La teora de Marx
resiste sin embargo y renace en el no-rebasamiento de su objeto. No triunfan
ni el mercado, ni la democracia parlamentaria. Es ms en la memoria de lo
que realiza que la democracia encuentra su recurso ms poderoso. Aqu, las
prdidas siempre son ms elocuentes que los benefcios. Proclamada victo-
riosa por destajo, la democracia queda una palabra litigiosa bajo la cual el
parlamentarismo es el verdadero benefciario, que subordina toda poltica a un
nico lugar estatal y exige de los propietarios y un libre mercado.
Basta que el orden del mundo permanezca intolerable, para que subsista
esta tensin vital de la espera impaciente y hambrienta, nunca satisfecha por la
certeza de un maana, nunca apaciguada por la observacin irrefutable de un
horizonte desesperadamente vaco. Recogida sobre s misma, lista para saltar,
escruta un presente que huye perdidamente.
El pasamano del tiempo no tiene poder de abolir el poder proftico del
acontecimiento. Nada puede hacer que lo que un da ha resonado sea asfxiado
por siempre. Porque un fenmeno como ese no se olvida ms en la historia
de la humanidad, pues ha relevado en la naturaleza humana una disposicin
y una capacidad de mejoramiento que ningn poltico hubiera podido desen-
traar con toda su sutileza de la marcha de los acontecimientos ocurridos has-
60 Para establecer un vnculo entre socialismo y democracia, Habermas disuelve los intereses de
clases en los de una humanidad en tanto que especie que se constituye por s misma. El paradigma
de la produccin se borra detrs de la comunicacin; las relaciones sociales se vuelven relaciones de
comunicacin. Para esta operacin, la consciencia moral es trasferida de la razn pura individual
al proceso social de comunicacin y las condiciones universales de acuerdo mutuo defnen una
normativa inmanente. La razn supra individual de La Ilustracin est as a salvo y pluralizada en
la intersubjetividad. Pero este salvataje continua al postular una identidad indemostrable entre la
intersubjetividad prctica y la razn como sujeto supraindividual. La intersubjetividad en cuestin,
desarraigada de la relacin de produccin y la dominacin que reproduce, es tan abstracta como
la que est implcita en la teora rawlsiana de la justicia. Presupone condiciones de reciprocidad
generalizada all donde existe realmente desigualdad y violencia, incluso en la relacin comunica-
cional. Los propios sujetos de la comunidad ideal de la comunicacin de Karl-Otto Apel, escribe
Javier Muguerza, a menudo me dan la sensacin de ser ellos mismos sujetos ideales, y si no son
ectoplasmas, antes que seres de carne y de sangre. En cuanto a la situacin de dilogo en Haber-
mas, a menudo tuve la oportunidad de repetir que me recuerda a la comunin de los santos, en la
cual se apagara todo conficto y donde el dilogo mismo acabara por volverse superfuo. Ver en
particular sobre este asunto Gyorgy Markus, Langage et production, Pars, Dnoel, 1982 y Javier
Muguerza, Desde la perplejidadad, Madrid, FCE, 1990.
La discordancia de Los tiempos 207
ta ahora, y que solo la naturaleza y la libertad, unidas en la naturaleza humana
segn los principios jurdicos internos podan promover, aunque, en cuanto al
tiempo, de una manera indeterminada y como acontecimiento contingente.
Pero si el objetivo propuesto por este acontecimiento no fuese aun alcanzado,
aun cuando la revolucin o la reforma de la constitucin de un pueblo hu-
biera fnalmente fracasado, o bien si pasado un cierto lapso de tiempo, todo
recayera en el carril precedente como lo predicen ahora ciertos polticos, esta
profeca flosfca no perdera nada de su fuerza. Pues este acontecimiento es
muy importante, muy mezclado con los intereses de la humanidad y de una
infuencia muy basta sobre todas las partes de mundo como para que no deba
ser recordado al pueblo con ocasin de circunstancias favorables y evocado en
momentos de crisis de nuevas tentativas de ese gnero
61
.
Kant escriba estas lneas en 1975, a la sombra del Termidor.
Ver all un credo progresista, un acto de fe en la reptacin obstinada de
la historia y en el desarrollo horizontal ineludible sera un contrasentido. Si
hay progreso, es de orden vertical, de la emanacin y la profundizacin, de la
rememoracin y de la fdelidad.
Entre el anuncio de una decadencia continua y catastrfca de la humani-
dad, propicio a todos los exorcismos, y la confanza en un mejoramiento regu-
lar ineluctable, que hara de la Historia un espectculo edifcante, se hilvana
la libertad crtica del presente. El camino de la crtica es el nico abierto
por el cual el pensamiento sale del cerco. Pensamiento de la crisis, donde se
quiebra la cadena del tiempo, ya no es mecnicamente progresista, sino revo-
lucionaria, a fn de hacer justicia a lo posibles que no fueron posibles, y cuyo
rastro est a punto de borrarse
62
.
La historia se ilumina de poder comenzar - o de recomenzar, que no se
confunde con la capacidad de fundar un Estado, o de edifcar instituciones,
sino que se prueba como experiencia de la libertad; no erige la instauracin
contra la tradicin, sino que instaura otra tradicin, que despierta y recuerda
una tradicin negada. En un instante, un cambio brusco del tiempo deja
entrever lo que ningn saber ninguna vista habra podido anticipar, agarrar,
concebir: todo una otra relacin al mundo. Porque todo advenir no hace
acontecimiento. El acontecimiento no vale ni por su masa, ni por su sorpresa.
Revoltijo de ancdotas, de peripecias y de hechos diversos, los diarios son el
cementerio cotidiano de los no-acontecimientos.
No se da a todo punto este extrao poder de no volvese an lnea. Hace
falta el acontecimiento esta mezcla de entusiasmo y de pavor que atestigua
una herida profunda del tiempo, de donde despega de repente, en el efmero
61 Immanuel Kant, El conficto de las facultades, Bs. As., Losada, 1963, pp. 112-114. [Los desta-
cados son de Bensad NdT]
62 Franoise Proust, Kant, le ton de lhistoire, op. cit., p. 290.
el gran Karl est mUerto? 208
del instante, el prodigio de un pensamiento nuevo. Entonces omos, ms
all del espesor de los siglos y la distancia de los continentes, un extrao
cuchicheo de la novedad que reconoce lo nuevo. Omos por fn el dilogo
subterrneo, ordinariamente imperceptible, de los comienzos que saludan a
los comienzos.
Ya que solo un comienzo es capaz de escuchar a otros comienzos
63
.
Tal es el secreto del silencio ensordecedor por el hundimiento del socialis-
mo real. Se trata, sin dudarlo, en el mayor acontecimiento del este fn siglo.
Este hecho sin embargo no libero ningn posible. Nada comienza, no libe-
ra ningn pensamiento nuevo, ninguna nueva manera de comenzar.
Se desploma sobre s mismo, en la repeticin embrutecida de lo mismo.
Henos aqu en el instante precioso del asombro
Del asombro, que es la condicin de todos los recomienzos
Del asombro, que es un saber quebrantado
64
.
Nous voici donc somms de savoir nous tonner. De las Iluminaciones
y de las revelaciones. Es la ocasin de conducir tan lejos como sea posible el
indispensable trabajo de desengao y dniaisement. Sabiendo en lo sucesivo
que el que va contra la corriente Sabiendo en adelante que el que va contra la
corriente va an en la corriente.
Hora propicia para la relectura de Marx. No para restaurar la autentici-
dad de una obra desfgura. Sino para emplomar en ella la punta de nuestro
presente. No para restablecer en sus derechos a una verdad oculta. Sino para
despertar las virtualidades ocultas bajo el sueo dogmtico del marxismo or-
todoxo. La lectura comparte con el besar ese poderoso misterio de despertar
lo que estaba dormido
65
.
El marxismo, est pelado y sarnoso
66
, acusado haber predicado una religin
de la salvacin terrestre, de haber desencadenado las fuerzas ciegas del produc-
tivismo, de haber bendecido las armas de la ciencia y de la tcnica, de haber
organizado el culto idlatra del proletariado, de haber llevado a su cumbre la
tirana totalitaria de la Razn histrica. Los acusadores tienen piezas, textos,
citas, para presentar. En la disputa escolstica, la defensa podra proporcionar
las piezas simtricas, que contradicen donde anulan los precedentes.
63 Ibd., p. 123.
64 Francis Bacon, Du progrs et de la promotion de savoirs, Pars, Gallimard, 1991.
65 Como lo notaba ya Herni Lefebvre: Es posible que cada poca tenga el Marx que desea o que se
merece. Lo que est en juego, ms all del retorno a los textos, no es solo una querella interpreta-
tiva, sino la produccin de una nueva comprensin en resonancia con nuestro presente: No sera
necesario distinguir las comprensiones de las interpretaciones? Una nueva comprensin marxista
se introduce, dicen, en funcin de una nueva problemtica en la prctica social (Herni Lefebvre,
Lideologie structuraliste, Pars, Anthopos, 1971) Falta saber si las condiciones de esta nueva proble-
mtica en prctica social estn hora reunidas.
66 Metfora del autor que juega con lo que Karl Marx deca sobre el trato que se le propinaba a
Hegel: un perro muerto; en los 90 sobre el marxismo tal un perro enfermo. [NdT]
La discordancia de Los tiempos 209
Pero no se trata de un piadoso retorno a Marx. Ms bien de un rodeo
necesario
67
. La lectura puede entonces sacar un texto de su indisposicin y
volverlo a poner en juego en el campo de la memoria terica.
67 Segn la frmula de Herni Maler, Gongdier lUtopie, Pars, LHarmattan, 1994.