Lou Carrigan-Terror 617-Terror Party (1985) PDF

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Lou Carrigan-TERROR PARTY

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TERROR PARTY
LOU CARRIGAN
El anuncio haba aparecido una semana atrs en varios peridicos, pero donde lo haba ledo Patricia
Winston haba sido en el "Charleston Post". Lo deca bien claramente:
"Venga a contar su cuento de miedo en la Terror Party. Hay varios premios de cinco mil dlares y uno
especial de veinticinco mil.
Escriban al Apartado 20.005 de Charleston antes de una semana."
Patricia haba escrito en seguida, y la respuesta le haba llegado tambin rpidamente. En un elegante
sobre se inclua una cartulina con grabados supuestamente espeluznantes y en la que se indicaba cmo
deba llegar el concursante al lugar donde sera recogido.
No era demasiado complicado, al menos para los que vivan en Charleston. Haba que llegar con el coche
hasta el cruce de Savannah Road con St. Andrews; en James Island, y desde dicho cruce descender hasta
traspasar el Wapoo Creek. Milla y media ms al sur se encontraba una bifurcacin triple; haba que tomar
el camino de la izquierda, es decir, el que se diriga hacia la playa de South Channel, y seguir por l hasta
ver la camioneta amarilla, que estara estacionada a un lado del camino.
Aqu, en este punto, se tena que dejar el coche propio y subir a la camioneta, en la cual seran llevados al
lugar de destino. Por supuesto, al trmino del concurso todos los participantes seran devueltos al lugar
donde haban dejado sus respectivos coches, a fin de cada cual emprendiera el regreso a sus domicilios.
Era muy simple.
Al menos se lo pareca a Patricia, que finalmente, siguiendo las descritas instrucciones, lleg aquella tarde,
alrededor de las seis, al lugar donde estaba la camioneta amarilla. As pues, busc un lugar donde dejar el
coche de como no le molestase a nadie, lo cerr bien y, con su pequeo maletn de viaje, se encamin
hacia la camioneta amarilla.
Slo entonces se dio cuenta de que dentro de la camioneta haba varias personas ms esperando. La luz
solar vespertina, con sus reflejos, le haba impedido ver el interior del vehculo, pero apenas puso un pie
en el estribo de la entrada lateral de la camioneta vio a las dems personas, que estaban ya ocupando unos
asientos habilitados para el transporte de personas.
Buenas tardes salud Patricia, tras un breve titubeo.
Obtuvo un murmullo por respuesta. Termin de subir a la camioneta, y su mirada busc un asiento libre.
Casi en el centro del vehculo, un hombre se puso en pie.
Aqu hay un asiento libre, seorita ofreci.
A Patricia le gust el hombre. Deba tener unos treinta y cinco aos, era alto, delgado pero musculoso, de
facciones angulosas, ojos oscuros, boca firme. Atractivo, pero quiz demasiado serio.:., lo cual no
disgustaba en absoluto a Patricia, que se acerc.
Gracias.
No faltaba ms. Me llamo Malcom Ryders.
Patricia se dio cuenta de que todos los ocupantes de la camioneta amarilla la estaban mirando con
curiosidad valorativa. Evidentemente, todos los que estaban all se proponan ganar el premio especial de
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veinticinco mil dlares, o, cuando menos, uno de los cinco mil. Y cada cual deba creer que mirando a los
dems poda prever qu clase de rival cuentacuentos tena delante.
Yo soy Patricia Winston sonri sta. Encantada, seor Ryders.
Le tendi la mano. Le gust el contacto de la de Ryders, y su sonrisa prieta. Patricia era alta, esbelta,
rubia, de ojos azules. Era muy bonita, de cuerpo fino pero muy sugestivo. Estaba acostumbrada a ver en
las miradas de los hombres un deseo muy concreto y a veces molesto, por no decir vejatorio. No vio esa
expresin en los ojos de Malcom Ryders, lo que contribuy a que todava le cayese mejor.
No s si falta alguien ms por llegar dijo Ryders, pero por si acaso le presentar a los dems. As
nos vamos conociendo para cuando lleguemos al lugar del concurso. Se puede ser rival pero no enemigo,
no le parece, seorita Winston?
Por supuesto sonri de nuevo la linda Patricia.
Malcom procedi a las presentaciones.
El seor y la seora Ferguson, l Ronald, ella Katy. El seor Peter Marlowe y su hija Sally. Las
seoritas Eleonor y Dorothy Chalmers, hermanas. El seor y la seora Hawkins, l John, ella Emma. Y el
seor Sergio Cavalli y la seorita Gina Fornaro, amigos y visitantes ocasionales de Charleston.
A medida que Ryders haca las presentaciones, Patricia saludaba con un gesto y una sonrisa que eran
correspondidos. El seor y la seora Ferguson deban de tener unos cincuenta aos de promedio, y
parecan el clsico matrimonio norteamericano respetable, pero siempre escaso de fondos. Las seoritas
Chalmers no deban de tener menos de sesenta aos, y parecan observar el mundo con una cierta crtica;
indudablemente eran dos solteronas de cuidado. El seor y la seora Hawkins podan tener cuarenta y
treinta y cinco aos respectivamente, eran ambos muy apuestos, y parecan muy divertidos; ella tenia
unos ojos azules sencillamente preciosos. El seor Marlowe poda tener algo ms de cincuenta aos, y
estaba demasiado obeso; en cambio, su hija Sally, una linda pelirroja de poco ms de veinte aos, de ojos
verdes y sonrisa tmida, estaba muy delgada, casi esqueltica, y no pareca nada feliz all. Por ltimo, los
ms alejados, Sergio Cavalli y Gina Fornaro, eran los ms jvenes y rozagantes del grupo, vitales,
sonrientes, hermosos, sanos; l pareca un atleta, y ella no le iba a la zaga: Los dos llevaban el cabello muy
corto, los dos tenan los ojos oscuros, la boca sonriente.
Patricia se sent junto a la ventanilla, obsequio del galn te Malcom Ryders, que coment:
Es un sitio bastante incmodo donde estamos. Creo que hay bastantes pantanos en la zona.
La red de caminos es buena asegur Patricia. No debemos preocuparnos, seor Ryders. Quin
conduce la camioneta?
No tengo ni idea.
Como si el tema de conversacin hubiera sido una invocacin, apareci el conductor. Es decir, supieron
que era el conductor unos segundos ms tarde, cuando el personaje lleg a la camioneta, subi a ella,
cerr la portezuela, y dijo, con voz que pareca brotar de un pozo hmedo y muerto:
Soy Augustus: les llevar a la casa.
Nadie poda reaccionar. Todas las miradas permanecan en el tal Augustus, que, movindose torpemente,
se dispuso a ocupar el sitio ante el volante del vehculo.
Augustus meda tal vez metro noventa, tena unos hombros colosales, y unas manos enormes. Pareca
tener unos treinta y cinco aos, y sus facciones absolutamente inexpresivas tenan un tono gris que
corresponda a su mirada mortecina. Vesta pantalones grises y jersey negro, zapatillas deportivas, todo
ello viejo y deteriorado. Sus lacios cabellos tenan un tono gris sucio. Se mova despacio y con evidente
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torpeza.
Dios mo susurr Patricia, inclinndose hacia Malcom, parece un zombie!
Soy un zombie dijo, Augustus, volvindose en el asiento, mostrando sus dientes negros y podridos en
una imitacin ttrica de sonrisa.
Patricia se mordi los labios conteniendo un respingo. Los dems miraban con expresin entre asustada y
escptica a Augustus, que puso la camioneta en marcha. Malcom susurr:
Por lo menos parece que la cosa va a ser divertida.
Se lo parece a usted? Francamente, esto de tratar con un zombie no me hace mucha gracia.
Vamos! ri quedamente Malcom. No se habr credo eso, seorita Winston!, Los zombies no
existen! Bueno, me permito preguntarle si sabe usted a qu llaman un zombie.
Pues... es un muerto resucitado con brujeras... No?
S. Segn eso, Augustus habra muerto y ahora est vivo, o ms o menos vivo, gracias a los sortilegios
de alguna bruja. Realmente se cree usted eso?
No s qu pensar.
Mire le sonri ceudamente Malcom, una cosa es que nosotros hayamos venido a contar cuentos
de miedo en una Terror Party, o sea una... fiesta o festival de terror, y otra cosa es que nos vengan a
nosotros con cuentos chinos. No le parece? Pero qu zombies ni qu gaitas...!
Seguramente tiene usted razn termin por sonrer Patricia, pero a m me ha impresionado
Augustus.
Mi esposa no impresiona tanto como yo dijo Augustus, que sin duda tenia el odo muy fino. Pronto
la conocern: se llama Camelia.
Nadie contest. Lo quisieran o no el supuesto zombie los tena a todos cuando menos una pizca
impresionados.
Tardaron muy poco en conocer a Camelia, en efecto. Augustus condujo finalmente por un camino ms
estrech que los llev ante una vieja casa bastante grande y de aspecto no demasiado deteriorado
considerando el lugar, pantanoso y aislado. No pareca haber motivo ni aliciente alguno para que alguien
viviera en semejante lugar, que todava pareca ms siniestro debido a la proximidad de la noche. De todos
modos, haba luz ms que suficiente para ver a Camelia, que apareci como una sombra y fue presentada
por Augustus de este modo:
Damas y caballeros: esta es Camelia, mi amadsima esposa.
Cmo estn? hizo un remedo de genuflexin Camelia. Los acompaar al saln, y Augustus se
ocupar de sus equipajes. Aunque est previsto que solamente pasarn aqu esta noche, he puesto estufas
en todas las habitaciones. Espero que se encuentren confortablemente instalados.
Es usted muy amable dijo Malcom Ryders. Gracias, Camelia.
Patricia segua mirando fijamente a la mujer zombie. Poda tener lo mismo treinta aos que trescientos, a
juzgar por sus facciones inexpresivas e inertes, tan grisceas como las de Augustus. Vesta una especie de
bata de tono azul oscuro, casi negro, y calzaba zapatones de medio tacn como los de Augustus. Sus ojos
negros parecan estar muy profundos y podridos, y sus cabellos mostraban un color castao sucio, tirando
a amarillento. Como Augustus, produca una impresin como de fro, como de tumba, como de tiempos y

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cosas muertas. A cada paso que daba resonaban sus tacones, toc, toc, toc, toc...
La siguieron todos al interior de la casa, que dispona de un amplio vestbulo al que daban varias puertas.
Camelia fue hacia una de ellas, de hoja doble, y la abri, echndose a un lado. Los invitados fueron
entrando en el saln, indecisos, mirando a todos lados... Y a medida que entraban iban sintiendo todos la
inquietante sensacin de que las cosas no eran como haban pensado.
El saln era muy grande, haba una alargada mesa oval en el centro, y, a un lado, dos juegos de sof y
sillones y piezas sueltas donde sentarse. La iluminacin no era elctrica, sino que la proporcionaban
antorchas bien distribuidas que hacan brillar siniestramente los viejos muebles.
Colgados de la lmpara, y de algunos ganchos de las paredes, haba en total no menos de una docena de
esqueletos.
La Reina vendr en seguida dijo Camelia. Desean tomar algo?
Todas las miradas permanecan fascinantemente fijas en los esqueletos. Sally Marlowe estaba lvida. Las
hermanas Chalmers tenan los ojos brillantes, malignos. Los esqueletos mostraban un tono amarillento
opaco realmente ttrico.
Malcom Ryders los seal.
Son de plstico? pregunt.
Camelia lo mir con sus ojos que verdaderamente parecan llenos de una muerte vieja, de una muerte
antigua, y luego mir lentamente; los esqueletos, para volver a mirar por fin a Malcom Ryders.
No, seor, no son de plstico.
Bueno sonri Ryders, creo que el susto bien merece un whisky. Puede usted servrnoslo?
Para eso estoy aqu, dijo Camelia con voz de tumba helada. Desea algo alguien ms?
Patricia pidi un cctel, y los dems diversas bebidas no alcohlicas, excepto las hermana Chalmers, que
pidieron jugo de tomate y la joven y pelirroja Sally Marlowe, que pidi Coca-Cola, lo cual le atrajo un
simptico reproche por parte de Malcom:
Es peor la coca que el whisky, seorita Marlowe.
Por qu no se ocupa de sus asuntos? le espet el padre de la muchacha.
Esa es una de las buenas ideas de la vida acept Malcolm sin inmutarse. Se me terminaron los
cigarrillos.
Yo tengo dijo Patricia:
Abri su maletn de viaje, que haba conservado consigo, y sac el paquete de cigarrillos. Malcom
encendi dos y le ofreci uno, sonriendo y mirndola con cierta expectacin. Patricia tambin sonri, y
acept el cigarrillo. Los dems cuentacuentos se iban acomodando en sofs y sillones a medida que
Camelia les iba sirviendo sus bebidas. Desde el centro del saln Patricia vio pasar una vez al gigantesco y
atltico Augustus cargado con algunas maletas. Evidentemente, Malcom tambin lo vio, porque coment,
en voz susurrante, como cmplice:
Algunas personas se llevan la casa a cuestas para pasar fuera el fin de semana. Yo he trado lo puesto, la
afeitadora y el cepillo dental.
Ms o menos lo mismo que yo ri Patricia, mostrando su maletn.

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Se sentaron juntos en un extremo de un gran sof. Nadie hablaba. Camelia se haba retirado. Las
antorchas y los esqueletos constituan un decorado poco propicio al jolgorio, ciertamente... De pronto
entr Augustus, cargando con un amplio silln de brazos tapizados y decorados con purpurina. Lo coloc
en un ngulo del saln que dominaba el resto de la pieza, y se qued de pie, esperando. En la entrada al
saln son una voz chirriante y aguda, que pareca como roces de cristal y hojalata, algo inslito,
crispante:
Buenas noches a todos. Soy Queen Perverse.
Por supuesto todos miraron hacia el nuevo personaje. Pareca una mujer, y deba serlo, a juzgar por el
nombre (Queen Perverse=Reina Perversa), pero lo seguro es que no se trataba de una mujer corriente, ni
por asomo. Para empezar, su edad era indefinible, lo mismo poda tener setenta arios que ciento cincuenta.
Vesta una tnica blanca con estampado rojo que parecan grandes manchas de sangre seca. Era casi
calva, de facciones arrugadas y horrorosas, boca desdentada, un adefesio absoluto que, adems, era
tuerta; le faltaba el ojo derecho, sobre el cual llevaba un parche de cuero blanco en el cual se haba
pintado un ojo azul que resultaba cuando menos grotesco. El conjunto era sencillamente horripilante y
repugnante, pese a que el adefesio pretenda parecer elegante y hasta atractiva pintndose los labios y
maquillndose. Era, en fin, un esperpento suficiente para darle un susto al miedo.
Caramba susurr apenas Malcom al odo de Patricia. No es esa la Brooke Shields?
Patricia Winston mir vivamente a Malcom, y se mordi los labios. El ojo sano de Queen Perverse, negro,
diminuto, legaoso, enrojecido por suciedades y cleras, fue como un rayo hacia la atractiva pareja, y
permaneci saltando de uno a otra. Luego, sin haber dicho nada ms, el monstruo se encamin con paso
que pareca de rata jorobada hacia el silln tapizado y decorado con purpurinas. Lo ocup, pase la
maligna mirada en torno, y dijo:
Sean tan amables de decirme sus nombres, y procederemos al sorteo para iniciar la velada.
Perdone alz una mano Malcom. No vamos a cenar?
Luego. Primero escucharemos los cuentos, luego cenaremos cambiando impresiones, y antes de
retirarnos todos a descansar procederemos al reparto de premios segn los mritos de cada cuento. Espero
que le parezca a usted bien.
Pues francamente, si admiti Malcom.
Gracias. Quin es usted?
Malcom se present y present acto seguido a Patricia Winston. A continuacin fueron presentndose los
dems, mientras Queen Perverse iba tomando notas en una libreta de tapas doradas. Cuando terminaron
las presentaciones, el negro ojo legaoso efectu un lento recorrido por el mbito siniestro de la reunin.
Aunque durante la cena quiz tenga que modificar mi opinin al escuchar las crticas de todos los
presentes, por el momento ir puntuando los cuentos segn mi criterio personal. La puntuacin oscilar
entre el cero y el nueve, y no creo que sea necesario explicar que se llevar el premio mayor el cuento que
obtenga ms alta puntuacin, y los de cinco mil dlares los que le sigan. En caso de empate se proceder a
analizar el cuento y seguiremos con una votacin en la que intervendremos todos menos los que hayan
relatado los cuentos. Estn de acuerdo?
Hubo un murmullo de asentimiento. Era un alivio dejar de or la voz de Queen Perverse; posiblemente
nadie haba escuchado jams un sonido tan chirriante y hostil, tan desagradable.
Queen Perverse seal con un gesto de rata tullida al gigantesco supuesto zombie.
Espero que Augustus les haya dicho ya que es un zombie. Tanto l como su esposa Camelia me son

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absolutamente fieles, y con razn, pues fui yo quien los rescat a ambos de la muerte. Si no hubiera sido
por m, ahora seran cadveres ya putrefactos y descompuestos. No es cierto, Augustus?
S, Reina dijo con su voz de pozo hmedo Augustus.
Puedo hacer una pregunta?solicit Malcom.
Diga, seor Ryders.
Quin o qu es usted?
Ya lo han odo antes: soy Queen Perverse. La Reina Perversa. O si lo prefieren, la Reina de la
Perversin. Seor Ryders, yo no estoy invirtiendo esta noche cincuenta mil dlares para que usted me
interrogue, sino para escuchar sus cuentos de miedo. Me complacen. Me solazan. Lo cual es lgico si
tenemos en cuenta mi carcter malvado y perverso, no le parece?
Seora dijo Malcom, si hay algo que a usted le est sobrando hasta ahora es lgica. Es una persona
de lo ms consecuente y lgica, de veras.
Celebro que lo vea as, seor Ryder. Bien... Quin de ustedes va a contar el primer cuento?
Podramos ser nosotras? pidi Eleanor Chalmers. Si no le importa yo contar medio y mi hermana
lo terminar, as nos repartimos el esfuerzo de hablar. Es que ambas tenemos la garganta un poco delicada,
y con el humo del tabaco cuanto ms tardemos en hablar ms nos costar.
No creo que nadie tenga que oponer asinti Queen Perverse. Pueden comenzar.
Gracias. El cuento podramos titularlo "Comit de recepcin", y dice as:

***
Kid lleg a pie al lugar donde le estaban esperando. Tena la sensacin de que haba caminado mucho,
pero no se senta cansado en absoluto. Y esto era extrao, porque l nunca haba sido precisamente un
atleta.
Pero, no, no se senta cansado. El viaje haba sido tan ligero que incluso le pareca que ms que caminar
haba volado. Lo cual no poda ser, ya lo saba, pero esa era su impresin: haba volado.
No pudo contar cuntas personas integraban el comit de recepcin, porque adems de ser muchas
estaban como apelotonadas.
Eran unas personas... extraas.
Inslitas.
O tal vez lo extrao y lo inslito estaba en el lugar. Se dira que era oscuro, se dira que incluso era negro,
y, sin embargo, l vea perfectamente, y era obvio que el comit de recepcin le vea a l, porque algunos
agitaban la mano en amistoso saludo.
Haba un silencio extraordinario.
Kid haba estado en muchos sitios, pero jams en ninguno haba sentido aquel silencio de una densidad
increble, que pareca adherirse a sus carnes y a sus huesos. Era el silencio del silencio. No un silencio de
esos que se producen en lugares donde ocasionalmente tambin hay ruidos. No. El silencio de aquel lugar
donde le estaban esperando era especial. Era el silencio de un lugar donde jams ha habido ruido.
Pens que tal vez no debera fiarse de las personas que componan el comit de recepcin. A l nunca le

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haban gustado las personas silenciosas. Tampoco se trataba de que le gustasen los bocazas, los que hablan
por hablar, los que siempre estn haciendo ruido con la boca. A decir verdad, entre los primeros y los
segundos prefera los segundos.
Pero aquellos personajes del comit de recepcin eran demasiado silenciosos. Y eran raros.
Por ejemplo, haba uno que pareca no tener mandbula, y a otro le faltaban ambos brazos y una pierna;
sin embargo, el que no tena mandbula sonrea, y el mutilado se sostena tranquilamente de pie. Cmo
poda una persona con una sola pierna sostenerse de pie tan firmemente? Era algo escalofriante. S, sa
era la expresin justa: escalofriante. Era todo escalofriante. Todas las personas que le estaban aguar dando
le parecieron de pronto escalofriantes.
Pens que quiz no les gustaba lo que l haba hecho, y por eso le dispensaban un recibimiento tan
congelado y silencioso. Y qu extrao era que en el lugar de la cita todo estuviera oscuro y, sin embargo,
l pudiera verlo todo y ser visto! Esto era, realmente, lo ms extraordinario de todo, hasta el momento.
Aunque el silencio tambin era tan extraordinario...
S, quiz el comit de recepcin saba lo que l haba hecho, y por eso lo acogan con aquella frialdad.
Bueno, tampoco haba para tanto, qu caramba! A fin de cuentas, qu haba hecho l? Simplemente,
haba violado a una nia de nueve aos. Vaya una cosa! Como si l no supiera lo que hacan muchas
nias de nueve aos o poco ms, a solas... Vaya si lo saba! Bueno, la haba violado... Y qu?
Record el momento en que aquello haba sucedido. Lo cierto era que hacia ya tiempo que l andaba
acechando a la nia. Algunos testigos as lo haban informado, y l no haba podido negarlo. Corno
tampoco haba podido negar lo de la abuela. Esto ya era otra cosa, porque la abuela... Oh, pero bueno, no
haba qu mezclar una cosa con otra. Una cosa era lo de la nia y otra cosa era lo de la abuela.
Lo de la nia haba sido hermoso.
S, hermoso, mal qu les pesara a algunos. El lo haba dicho, y haba despertado una reaccin airada, hasta
el punto de que hubo momentos en que temi qu lo iban a linchar o a lapidar. Hubo quien dijo que l era
muy joven, y que habra que enviarlo a un reformatorio, y hasta pareca que se fuesen a salir con la suya.
Cosa que habra disgustado enormemente a Kid, porque l haba odo hablar de los reformatorios, y vaya,
vaya unos sitios de enviar a muchachos jvenes! Segn haba odo decir, nada ms llegar ya le esperaba
un llamado comit de recepcin que lo primero que hacan con el nuevo inquilino de la institucin
modlica, si era hermoso, era sodomizarlo.
Esto tampoco le gustaba nada a Kid. Tal vez era por eso que miraba con mucha prevencin a las personas
que formaban aquel silencioso comit de recepcin. Oh, bueno, pero... por qu preocuparse? A fin de
cuentas, l no era hermoso. Ni mucho menos, y lo saba muy bien. A decir verdad era feo. Pero no un feo
normal, como haba odo decir a sus convecinos, sino un feo... siniestro.
Qu querran decir con eso de siniestro? l se haba visto ms de una vez en algn espejo, a escondidas,
y saba muy bien que no era hermoso. De acuerdo, no era hermoso, pero... era siniestro? Veamos: tena
dos ojos, dos orejas, una boca y una nariz, y ciertamente dos manos y dos piernas, as como un cuerpo.
Claro que uno de los ojos era ms pequeo que el otro y de diferente color; claro que la boca tena los
dientes amarillentos y desportillados; claro las orejas eran enormes y arrugadas; claro que en conjunto su
cara se pareca a la de una tortuga fantstica. En cuanto a sus brazos, eran ms largos que las piernas, y
stas estaban torcidas, torcidas, torcidas... Tampoco se poda decir que l fuese muy listo, pero no era
tonto. En cualquier caso, por qu decan que era siniestro? No saba el significado de esa palabra, y como
no saba leer, no pudo buscarlo en libro alguno. En, cuanto a sus vecinos, nadie le dio ninguna explicacin,
por la sencilla razn de que nadie quera nunca hablar con l.
Acaso ocurra lo mismo con los del comit de recepcin? All los tena, silenciosos, extraos, como
amenazadores... O quiz eran figuraciones suyas. En cualquier caso, extraos s que eran, s. Haba uno
que tena todo un tremendo agujero en el centro del pecho, y pareca qu tal agujero hubiese sido

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rellenado con niebla. Era algo increble. Acto seguido vio a otro que le faltaba la cabeza. Oh, vamos, le
estaban gastando alguna broma? Cmo poda estar esperndole un hombre sin cabeza? Y ahora que se
fijaba, tena el cuerpo como partido. Haba otro que pareca un revoltillo de miembros flotando sobre una
masa de niebla gris y pegajosa.
Y de pronto se dio cuenta de que pese al inslito, increble, indescriptible silencio, l perciba las
comunicaciones de las personas que integraban el comit de recepcin. Aunque no los entenda bien, eso
no. Pero algo le estaban diciendo.
No le gustaba el lugar. De pronto sinti fro; un fro de verdad, no como el que senta en invierno en su
pueblo, sino un fro que pareci entrar en su cuerpo como si hubiera abierto una puerta y hubiera cruzado
el umbral. S, el fro haba entrado, y se estaba instalando en su cuerpo. Era como si aquella neblina gris, y
densa hubiera penetrado en l...
Ah, lo de la nia... Penetrado. Violado. Violacin.
Lo de la nia haba sido hermoso.
Llevaba acechndola mucho tiempo, hasta que, de repente, aquella tarde, pudo atraparla. Ella iba por la
linde del bosque, de regreso a su casa. Estaba oscureciendo. Como siempre, l la acechaba. Y se dijo que
nunca tendra una ocasin mejor para acariciar los rubios rizos de la nia. Saba que si se acercaba a ella
abiertamente ella echara a correr, como siempre. De modo que decidi sorprenderla, aparecer ante ella
cortndole toda posibilidad de fuga.
Y as lo hizo.
Cuando ella le vio aparecer tan de repente se asust tanto que no acert ni a moverse, ni a gritar. No pudo
hacer nada. Y cuando quiso o pudo reaccionar l ya se lo impeda. La haba agarrado por el centro de su
fino cuerpecito con uno de sus largos brazos, y con la mano del otro le tapaba la boca.
No grites, nia le dijo: slo quiero acariciarte.
Perciba perfectamente el miedo profundo de ella. Era como si la carne de la nia y su carne formasen una
sola carne, y se comunicasen las sensaciones; la nia tena tal miedo que a l casi le dolan sus propias
carnes. As que insisti:
No quiero lastimarte, slo quiero acariciarte...
Retir la mano con la que haba tapado su boca, y comenz a acariciarle el cabello, tan rubio, tan bonito,
tan suave; era como si estuviera acariciando rayos de sol. La nia no se mova, no deca nada. Slo
temblaba.
Temblaba, temblaba, temblaba... Cmo temblaba!
Le hizo dar la vuelta de modo que pudiera verle bien la carita, y le sonri. Le sonri de todo corazn,
intentando serle agradable, poniendo todo su empeo en convencerla de que slo quera acariciarla.
Pero de repente, y pese al gesto tan aterrorizado de la nia, l sinti una cosa extraa, como una sacudida
de todo su cuerpo, al ver los pequeos bultitos en el pecho de la nia, bajo la fina ropa que la cubra. Le
pareci que la nia llevaba escondidas dos lindas fresas bajo la blusa, y pens que deban ser tan bonitas
que vala la pena verlas. Al mismo tiempo, de un modo vago, l saba que aquello no eran fresas, sino el
pecho de la nia rubia; los diminutos pechitos apenas en flor de la nia rubia.
Agarr la blusa con una mano y la arranc de un tirn.
Entonces s, entonces la nia comenz a gritar. Hubo unos segundos durante los cuales l no supo qu
hacer, as que la nia grit, grit, grit... Y de pronto, l la golpe fuertemente, derribndola. En seguida

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salt sobre ella, la aplast con su peso, y volvi a ponerle una mano en la boca. La nia dej de gritar; no
poda hacerlo.
l era tan fuerte que poda hacer lo que quisiera con ella sin dejar de tener tapada su pequea boca
delicada. Se dio cuenta de que la nia le morda la mano, pero ni siquiera senta realmente el dolor. Se
dedic a tocar y chupar las fresitas de la nia, hasta que, sbitamente, se dio cuenta de que estaba en
ereccin y que, como siempre que le suceda esto, senta una extraa furia. Desliz una mano hacia las
ingles de la nia, y cuando toc aquello su mente se nubl del todo. Fue como si una habitacin llena de
luz alguien la apagara de repente. Ya no supo nada, ni vio nada, ni oy nada.
Hizo lo que hizo, mientras, para poder abrazar bien a la nia mientras haca lo que hacia, dej de taparle la
boca con la mano y se la tap con su propia boca.
Aquello le gust.
Al principio estuvo sintiendo moverse los labios de la hermosa nia rubia, y eso le gust. Era delicioso
sentirlos moverse entre los suyos, y aspirar le aliento que sala a borbotones de la frgil garganta. Era tan
delicioso todo, que no saba nada de nada de nada, slo que l, por primera vez en su vida, estaba
haciendo lo que tantas veces haba visto hacer a otros cuando se metan entre las frondas y l los espiaba.
Lo estaba haciendo exactamente igual, incluso aquello de comerle la boca a la nia. El haba visto cmo
ellos le coman la boca a ella, y estaba claro que de ello se derivaba un gran placer para ambos, de modo
que l le comi la boca a la nia.
Se la mordi, la tritur, engull los delicados trozos de labios suavizados por borbotones de sangre
mientras haca lo que hacia.
Y lo hizo, y le gust muchsimo. Le gust tanto que lo estuvo haciendo y haciendo y haciendo hasta que,
de repente, se dio cuenta de que la hermosa nia rubia ya no se mova, no se agitaba, no le echaba
borbotones de alientos a su boca.
Ella estaba quieta.
Muy, muy quieta. Le colgaba la cabecita para atrs mientras l, alzando su cuerpecito tronchado, la
contemplaba perplejo, y se sorprenda al ver tanta sangre brotando de su boca y manchando el rostro, el
cuello, las orejas, el pecho diminuto y devorado.
Cmo era posible que estuvieran sucediendo las cosas de este modo? l haba visto a los otros comerse la
boca el uno al otro, y luego, ninguno de los dos tena sangre, y adems ambos se movan, y rean, y hacan
ms cosas. En cambio, la hermosa nia tena tantsima sangre, y no se mova, ni se rea, no haca nada.
Tena los ojos muy abiertos, como si fueran a salrsele de la cara, y haba en ellos luces de noche cercana,
sugerencias de estrellas, relmpagos de terror, realidades de muerte.
Supo en el acto que estaba muerta, porque conoca aquella expresin de ojos. No por haberla visto a otras
personas, sino a las ovejas que l cuidaba siempre solitario por los montes cercanos al pueblo. De cuando
en cuando se mora una oveja, y la encontraba tendida de costado, las patas rgidas, los ojos abiertos como
los de la nia. Pero, sobre todo, lo que le haca comprender que la oveja estaba muerta era que la luz de
sus ojos se haban apagado, de modo que los ojos ya no parecan ojos, sino otra cosa. Los Ojos, cuando ya
no tenan vida no parecan ojos, sino otra cosa, una cosa desconocida que a l le produca siempre una
sensacin inquietante.
Era como si de dentro dejos ojos de la oveja recin encontrada muerta pudiera salir una oscuridad que
estaba latiendo all dentro y envolverlo a l.
Una oscuridad parecida a la que haba ahora en el lugar donde le esperaba el comit de recepcin, slo
que la oscuridad por l imaginada era verdica, y cuando se introduca en ella ni vea ni le vean, y en
cambio, ahora, l estaba viendo al comit de recepcin y ste le estaba viendo perfectamente a l.

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Pareca que uno de los componentes del comit tuviera sarna o algo parecido. Era una cosa que nunca
antes haba visto en el cuerpo de ninguna persona: como si todo el cuerpo estuviera lleno de unos granos
amarillos que goteaban un lquido que ola mal; ola psimamente. Vio, ms all, el cuerpo contrahecho de
un jorobado, una sombra siniestramente veloz desplazndose como si quisiera pasar desapercibido.
Haba mucha gente all, pero segua vigente aquel silencio hecho como de leche sucia, como de leche
muerta. Como si hubiera un ro de leche muerta, azul, quiz gris, que despidiera un humo igual que los
envolviera a todos. Un ro muerto, de esos que nunca hacen ruido y qu llevan siempre cientos de
cadveres putrefactos corriente abajo. Quin no ha visto alguna vez, aunque sea con la imaginacin, ese
escalofriante ro de leche muerta que se desliza silenciosamente por nuestro lado llevando, arrastrando
cientos, miles de cadveres de toda clase, todos ellos corrompidos por el fuego, la lluvia, el tiempo o la
simple muerte que penetra en un cuerpo y se queda all para siempre...
Ah, penetrar.
Violar.
La hermosa nia rubia muerta.
La record muerta en sus brazos. Tard muy poco en darse cuenta de que no era slo en la boca donde l
le haba hecho sangre. Qu extrao, nunca haba visto que a los otros les sucediera esto! Adems, l saba
que la sangre significaba dolor, dao, sufrimiento..., y l no quera que la nia sufriera, slo haba querido
acariciarla!
La abraz, como quien abraza un perro muerto, un perro amado que abandona nuestra compaa. Amigo,
te has muerto, por qu me has hecho esto, por qu me dejas solo? Se poda amar un perro, se poda amar
a cualquier ser viviente. Incluso a las estpidas ovejas.
Pero l, a quien amaba de verdad, a quien siempre haba amado, era a la hermosa nia rubia. La haba
amado tanto, que toda su vida no haba hecho otra cosa, desde que la vio la primera vez, que pensar en
ella. Desde que la viera la primera vez l slo haba pensado en la nia, siempre la tena en su mente,
siempre la estaba viendo con los ojos de dentro, del cuerpo, aquellos ojos que nadie saba que l tena.
Y ahora, ahora que haba estado con la nia, que haba gozado tanto con ella, ella no rea, no se mova.
Estaba muerta.
Y l saba que nunca ms volvera a estar viva, porque lo mismo suceda con las ovejas: se moran y ya
est, todo acab para siempre.
La abuela de la nia rubia lo encontr sentado en el suelo entre los matorrales y con el cuerpo de la nia
abrazado. El oy moverse los matorrales, mir hacia all pensando que sera uno de sus perros, y, de
pronto, apareci la abuela de la nia apartando los matorrales, tensa su fea cara arrugada y quemada por
el sol, alertas los ojos. Se vieron casi al mismo tiempo, y ambos quedaron quietos y mirndose a los ojos
fijamente. La abuela desvi la mirada en seguida, vio a la nia, y un grito escap de sus labios arrugados y
secos, tan diferentes a los de la hermosa nia rubia.
Primero fue un simple grito, como un gemido, como un quejido inarticulado, como roto, como sin
expresin definida. Pero en seguida, tras un extrao ruido en su garganta, la abuela profiri otro grito qu
lo contena todo, y l lo capt: haba espanto, horror, miedo, furia, angustia, piedad..., haba de todo en
aquel grito de la abuela que miraba a la hermosa nia rubia rota en brazos de l. Era un grito que pareca
un clamor del mundo entero, y l supo que aquel grito era un peligro para l, de modo que salt hacia la
abuela echando a un lado el cadver de la nia, y la agarr cuando la mujer comenzaba a dar la vuelta
para huir despavorida sin dejar de gritar en demanda de ayuda, y de la piedad de todos los cielos...
l la agarr por la ropa, retenindola, y, al sentirse asida, la anciana grit todava ms, haciendo

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tremendos esfuerzos por liberarse, por escapar, por correr como seguramente nunca en su vida haba
corrido. Mas, como viera que no podra soltarse nunca de la fuerte mano de Kid, ella se volvi, con el
rostro ms blanco que cualquier cosa blanca que l pudiera recordar, y comenz a pegarle y araarle,
impulsada por el espanto, por el pnico que empapaba su corazn que por afn de agresin o venganza.
Y entonces, l hizo lo que haca cuando alguna oveja se pona tan mala que saba que se iba a morir
pronto: la agarr bien, y en un instante, con sus fuertes manos, le retorci el cuello. Se oy aquel crujido
como de una rama seca al romperse, y en el acto la anciana qued inmvil, colgando de sus manos. Y
entonces todo qued en silencio:
No un silencio como el de ahora, como el que envolva o empapaba el mbito del comit de recepcin,
sino un silencio hecho como con velos de sangre, que cruja al ser agitado por la brisa de la noche. Haba
en el aire aquella tarde, ya noche, sonidos de sangre, de lamentos, de perros hambrientos, de susurros de
aguas remansadas. No era un silencio muerto como el de ahora, sino un silencio hecho de miedo
estremecido, de miedo vibrante en la reciente oscuridad.
Record que estuvo un rato sin saber qu hacer. Era como si nunca se le pudiera ocurrir nada. Hasta que,
claro, tuvo la idea lgica. Se carg en un hombro el cadver de la nia, agarr a la abuela por la gris
cabellera spera, y la fue arrastrando por las peas y los matorrales, dejndose trozos de piel y trozos de
carne vieja y seca, y formando diminutos ros de sangre que la tierra se beba en seguida, con avidez de
secano eterno.
Los perros acudieron a su encuentro, como siempre. Pero l saba que esta vez no era slo para recibirle
porque s, sino porque haban olido que l les llevaba una oveja muerta. Y eso era precisamente lo que l
haba pensado, as que les ech el cadver polvoriento y quebrantado, y les dijo cariosamente:
Comed, comed...
Estuvo mirando cmo los perros devoraban el cadver de la abuela, y luego se fue a la cueva con la nia,
abrazndola.
Nunca la abandonara, nunca. Y los perros, ciertamente, ya sabran comprender que aquel cuerpo no era
para comerlo.
Pero ahora no saba si los perros se haban comido el cuerpo de 1a nia hermosa y rubia, porque l no
estaba en la gruta para, protegerla. Ahora l estaba en otro sitio donde le esperaba aquel silencioso comit
de recepcin compuesto por personas a cul ms rara y siniestra.
Ah, s, eran siniestras. Ahora comprenda lo que quera decir siniestro. Pero l no era as, l no era
siniestro, l era un muchacho normal, o casi normal, que cuidaba ovejas y al que nadie quera. Pero no era
como los seres del comit de recepcin.
O s lo era?
Se le ocurri mirarse a si mismo, y qued sorprendidsimo, porque result que s, que l era ahora como
aquellos seres que le estaban esperando en aquel lugar al que haba llegado a pie, o quiz volando.
Se vio a s mismo como si fuese una sombra hecha con tierra y leche sucia; una sombra de piernas
torcidas, torcidas, torcidas..., una sombra a la que apenas se le podan ver los pies, pues se sumergan en
aquella especie de pantano humeante hecho con leche sucia y muerta, que desprenda un hedor y un
vapor fro que lo envolva todo como si fuesen jirones de ropas viejas y pringosas, ropas hechas como con
pieles de muertos, ropas hechas con pedazos de humos amarillos, de humos grises, de humos de leche
corrompida.
As que su cuerpo pareca talmente, como el de las personas del comit de recepcin, una sombra hecha
de muerte y de recuerdos de dolor, de miedo y de maldad. Y todos estaban flotando en aquella pasta, en

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aquel magma gris que se extenda hasta el infinito, que pareca estar en todas partes, que pareca ser, en
definitiva, lo nico que haba en el mundo..., en el mundo de l y de aquellos seres como l.
Pero..., quines eran aquellas personas y qu hacan all, y cual era aquel lugar al que l haba llegado no
saba todava cmo, si caminando o volando?
Has llegado aqu flotando en los vientos de la muerte violenta y merecida le lleg la informacin mental
procedente de aquel montn de andrajos de la vida y de la muerte. S bien venido al limbo eterno de los
asesinos asesinados.
Y entonces fue cuando l record que, al despertar por la maana en la cueva, con el cadver de la nia
abrazado, haba visto ante l a mucha gente del pueblo, que le miraban con ojos que parecan de fuego,
mientras los perros eran muertos a tiros de escopeta.
Y record que cuando l dijo que quera a la hermosa nia rubia no le haban hecho mucho caso.
Discutieron mucho entre ellos, dijeron muchas cosas, mencionaron la crcel, la lapidacin, el
reformatorio..., dijeron tantas cosas!
Pero lo que finalmente hicieron, despus de haberle arrebatado el cadver de la hermosa nia rubia, fue
ahorcarlo en un lamo, reforzando su accin, colgndole varios de ellos de sus pies. Recordaba esto
perfectamente. Incluso, recordaba claramente el crujido que hizo su cuello al quebrarse rodeado de soga y
debido al peso que senta en sus piernas. Lo record todo y quiso llorar, pero supo que el mayor castigo en
aquel lugar era que nadie poda llorar.

***
El relato lo termin, en efecto, Dorothy Chalmers, y, tambien en efecto, para entonces haba ya bastante
humo de cigarrillos. Al callar la seorita Chalmers qued flotando un silencio como desgarrado. Eleonor
Chalmers carraspe, y dijo:
Eso es todo. Podemos conocer la puntuacin?
No neg con voz delgada y como cortante la repugnante anfitriona. De ninguna manera, seorita
Chalmers. Quin sigue ahora?
Podra ser yo? pidi Malcom. Mi cuento no es muy largo, y adems, despus de escuchar el de las
seoritas Chalmers me temo que tendr que despedirme del primer premio.
Eso nunca se sabe intervino Patricia. A veces tiene ms importancia cmo se cuenta que el cuento
en s.
Sea como sea me gustara ser el siguiente insisti Malcom. Si no hay oposicin, claro est.
Nadie pareca tener intencin de oponerse. Malcom Ryders abri la boca..., y en aquel momento entr en
el saln la zombie Camelia, que se acerc con su torpe y pesado caminar, toc, toc, toc, toc, a la Reina
Perversa, y le susurr algo cerca de sus retorcidas y renegras orejotas mugrientas. Queen Perverse
escuch atentamente, y por fin asinti. Camelia se irgui, se encarg con el inmvil Augustus, y alz una
mano, para acariciarle tiernamente una mejilla. Todos vieron cmo Augustus se estremeca, y, tomando en
seguida la mano de su esposa zombie, la besaba suavemente en la palma...
Cielos susurr Patricia, inclinndose hacia Malcom. Usted ha visto alguna vez algo semejante?
El amor, querida, es as susurr tambin Malcom, con evidente guasa: ciego. En lo que a m
respecta, preferira que fuese usted quien me acariciase. Me creera si le dijera que me he enamorado de
usted de un modo... fulminante y total?

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Pues vaya un momento y lugar para decirlo! ri Patricia.


Se lo toma usted a broma? Le aseguro que es cierto...
Seor Ryders llam su atencin Queen Perverse: podemos tener el placer de escuchar su relato?
S, cmo no... Perdn. Bien, tal como ha hecho la seorita Chalmers voy a darle un ttulo a mi cuento.
Podramos titularlo Malcom pareci esperar a que Camelia abandonase el saln, y continu.
Podramos titularlo "La estufa", y se refiere a un sujeto llamado Edward Palmer, que andaba buscando un
lugar...

***
Finalmente, Edward Palmer dio con la casa, all metida entre los pinabetes, como si fuese un grotesco ser
humano queriendo jugar al escondite.
Para entonces, Ed estaba en ese concepto de nimo que suele llamarse cabreado, y estuvo tentado de dar
media vuelta y largarse. Sin embargo, le pareci tan ilgico hacerlo que, ya sin ms consideraciones, dio
gas y meti el coche en el estrecho camino que llevaba a la casa.
Cuando se detuvo ante sta y par el motor tuvo la sensacin de que en sus odos persista un rumor que
ni era de motor ni era del exterior. Luego, de repente, todo rumor ces, todo ruido desapareci, y todo
qued sumido en un silencio verdaderamente inslito.
Debe ser por estar dentro del coche se dijo Ed, que acabar por convertirse realmente en mi
tumba. Maldito sea!
Abri la portezuela, escuch en busca de algn sonido, que no exista por parte alguna, y se ape. Cuando
cerr la portezuela el portazo pareci resonar dentro de un gigantesco globo hmedo. Se volvi a mirar la
casa, y movi la cabeza Vaya un sitio para vivir! En verano tal vez resultarse alegre un lugar fresco,
aislado en el bosque. Y en primavera deba resultar precioso, todo lleno de flores y de aromas de toda
clase.
Pero en invierno deba ser terrible. Nada ms salir del coche y ya senta un fro denso que pareca llegarle
a los huesos, como suele decirse. Por un momento se le ocurri que alguien le haba gastado una broma, y
la sola idea de que fuese verdad, que le hubieran enviado a aquel rincn del condado slo para luego
decirle que haba sido una broma, je, je, je, le puso de un humor psimo.
Subi al coche de la vieja casa y el piso chirri. Talmente pareci que toda la casa chirriaba. Por una
ventana vio un resplandor dentro de la casa que slo poda ser luz, claro; pero cmo haba de ser luz si
precisamente a l le haba enviado la compaa a semejante lugar para contratar los servicios de la luz
elctrica?
Llam a la puerta, mientras a su olfato llegaba el olor a madera vieja, a humedad y polvo, a antigedad
amasada con silencio. No le habra sorprendido nada que del interior de la casa hubieran salido bandadas
de vampiros, monstruosos y brujas montadas en escobas.
Se equivoc de medio a medio, porque quien apareci en el hueco de la puerta fue una anciana que, nada
ms verla, provoc una sonrisa afectuosa en Ed Palmer. Era de esa clase de personas que slo pueden ser
definidas como encantadoras: mirada cndida, expresin dulce, facciones suaves y sonrosadas; el cabello
blanco confera adems, a la encantadora anciana, una aureola de nobleza y sosiego. Y su sonrisa llev
como un hlito de perfume a Ed Palmer.
Se ha perdido usted, joven? Pase, pase, tomar una taza de caf mientras le indico el camino.
Bueno, en realidad no;..empez Edward.

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Pase, por favor! Hace mucho fro!


A Ed Palmer no le pareca que hiciese mucho fro. Haca fro, s, pero para l era soportable. Claro que l
tena treinta y seis aos, y aquella anciana deba tener no menos de setenta, as que casi le doblaba la
edad. Tena derecho a tener fro. As que Palmer entr, ayudando a la anciana a cerrar la puerta. Not en
seguida el grato calor, y su mirada localiz la vieja estufa que, automticamente, por un proceso mental
que no analiz ni le sorprendi, le transport a los tiempos en que todava iba al campo a ver a sus
abuelos, que ya haban fallecido.
Vaya fro! exclam la anciana. Supongo que su coche tiene calefaccin.
Naturalmente. De otro modo no se podra viajar por estas tierras salvo en verano. Oh, bueno, y en
primavera. Tiene usted una estufa parecida a la que tenan mis abuelos.
De veras? Oh, debe ser as, claro. Estoy segura de que tiene ms aos que yo, que ya es decir!
Sintese, sintese, joven. Le gusta muy cargado, con mucho azcar...?
El caf? Pues no, francamente. Lo prefiero un poco ligero y sin azcar. No puede imaginarse usted lo
que me ha costado encontrar su casa, seora!
S que me lo imagino, s-ri la anciana de un modo simptico que hizo sonrer a Ed; y de pronto qued
perpleja. Encontrarla? Quiere decir que la buscaba?
Claro. Mi nombre es Ed Palmer, y trabajo en la Compaa Light Montana. Bueno, la compaa de la
luz, usted ya sabe.
Ah, s. S, claro... Y para qu buscaba usted mi casa?
Ed Palmer comenz a temer que lo de la broma era verdad. Ech un rpido vistazo alrededor... Adems de
la antigualla representaba por la ventruda estufa de lea y serrn, haba algunos quinqus de petrleo, dos
de ellos encendidos, y ambos de esos tan bonitos, con vientre de porcelana pintada y tubo de cristal ntido.
Dos obras de artesana que alcanzaran un buen precio en manos de un avispado anticuario. Haba una
vieja mesa, sillas, un par de mecedoras. A un lado, haba un hogar, pero estaba apagado y lleno de
ladrillos; adivin un desperfecto que deba haber ocurrido haca tiempo y as permaneca. La anciana
deba guisar utilizando la estufa, o seguramente algn viejo fogn de petrleo...
Qu demonios, claro que aquella casa estaba pidiendo a gritos la electricidad! De modo que no poda
tratarse de una broma. Solucin: se hallaba ante una anciana desmemoriada.
Ed Palmer sonri amablemente, y sac su libreta, a la que ech un vistazo.
Usted es Melissa Follingsbee, no es as?
No, no seor: no es as.
No?
No. Yo soy Gertrude Amberly.
Edward palideci. Claro que se haba equivocado!
Maldita sea mi estampa barbot.
Gertrude Amberly se ech a rer.
Vaya, no se lo tome as, hombre de Dios consol. Lo que ocurre es que usted pide por una persona
que ya no podr recibirle.

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No comprendo.
Vamos, vamos, sintese, le servir un caf, y todo le parecer menos malo. Ya s de qu va el asunto,
ya, y siento que haya hecho el viaje en vano, as que al menos tome un caf. De acuerdo?
De acuerdo suspir Ed, dejndose caer en un viejo silln, que, naturalmente, cruji bajo su
corpachn.
La anciana Gertrude le sirvi el caf, se sent frente a l en otro silln y se qued mirndolo
amablemente, entre divertida y contrita por las molestias de su visitante.
Melissa viva aqu, conmigo, pero hace dos das que se march explic Gertrude; sonri
ampliamente para nunca ms volver. Dijo que este lugar no le gustaba, y que prefera ir a gastarse su
dinero a otro sitio. No s cmo, se haba puesto en contact con un sobrino suyo, y l vino a recogerla en
un coche grande y lujoso. Supongo, claro, que el sobrino debe estar dispuesto a complacer en todo a
Melissa con tal de obtener la herencia. Parece una cosa de pelcula, verdad?
Lo que me parece de pelcula, seora, es que teniendo dinero una persona viva en este lugar tan slo un
da.
Oh, bueno, todo consiste en acostumbrarse..., o en conocerlo bien, como es mi caso. Y esa tonta de
Gertrude tambien viva muy bien aqu, hasta que le entr la locura.
Qu locura?
Yo qu s...! No estaba conforme con nada, quera cambiarlo todo, hacer no s cuntas tonteras con
paredes y techos. La casa es tan ma como de ella, sabe usted?, de modo que le dije que nada de eso, que
todo est muy bien as. Y no es que yo sea una pobretona o una tacaa, nada de eso, pero es que a m me
gusta vivir aqu y as. Y como Charlie nos haba dejado dinero suficiente a las dos.
Quin es Charlie?
Mi marido, su hermano. Falleci hace mucho tiempo.
Ya. Bueno, lo siento. El caso es, seora, que la compaa recibi una carta de la seora Melissa
Follingsbee pidiendo que enviasen un inspector de instalaciones para saber cunto costara traer la
electricidad aqu y poner unas estufas y calentadores. Y me pregunto... Bien... Supongo que a usted
tambin le interesa.
Supone mal, joven. Precisamente por eso se ausent Melissa de este lugar. Mire, yo comprendo que
usted se gana un sueldo en esa compaa de la luz, y que ha perdido mucho tiempo para llegar hasta aqu,
pero eso no va a cambiar mi modo de vivir, no le parece?
No, claro farfull Ed. La comprendo. Pero tambin comprendo que su cuada se marchase.
Francamente, aunque se viva en un lugar como ste puede hacerse con mucho ms confort.
Ms confort? Eso es relativo, joven. No me falta de nada, estoy muy bien aqu. Tengo sol, nieve, agua,
mi estufa, todo el caf que quiero, libros... Cada dos meses me proveo de libros y de petrleo y cosas de
esas, y por lo dems me las arreglo estupendamente sin luz elctrica. No me dir usted que mi estufa no
da calor!
Ya lo creo que s admiti Ed, que comenzaba a tener precisamente demasiado calor, por lo que se
afloj la corbata y la ropa. En cuanto a calor, nada que oponer. Pero el confort, seora, no es slo calor.
No confo en la compaa de la luz se enterc la anciana. Cuando menos te lo esperas, zas!, la
corta. Y entonces, qu? Te encuentras a merced de un suministro que no llega, y si has puesto estufas
elctricas y horno elctrico, en un mal da de invierno te puedes morir de fro! O no?

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Pues... Vaya, tampoco hay que exagerar. Es bien cierto que a veces padecemos de alguna avera que
corta el suministro unas horas, pero de eso a morirse de fro...
Aqu hace mucho fro. Y sabe una cosa, joven?; mi estufa nunca me ha fallado y nunca me fallar.
Naturalmente, Ed Palmer dispona de docenas de argumentos para esgrimir en favor de la electricidad,
pero comprendi de sbito que no conseguira nada con Gertrude Amberly. Aquella mujer tena su sistema
de vida, y no lo iba a cambiar por mucho que l arguyese. Si no lo haba cambiado por su cuada, que
haba tenido que marcharse, por qu haba de cambiarlo por l, que a fin de cuentas slo era un
desconocido?
As que Ed Palmer, que normalmente era un hombre de buen carcter, se tom el asunto con filosofa.
Esto aparte, si con alguien poda molestarse no era con Gertrude, sino con la otra, con Melissa, que tras
escribir la carta pidiendo sus servicios se va con su sobrino y ni siquiera tiene la consideracin de
telefonear a la compaa explicando el caso... Bah! Para qu darle ms vueltas?
Total, que ya de noche, tras tomar dos cafs y charlar con la encantadora Gertrude Amberly, Ed Palmer
regres a su coche, y emprendi el regreso a la civilizacin. Si buscaba el lado bueno de las cosas incluso
tena motivos para sentirse alegre: haba conocido a una viejecita encantadora, haba disfrutado de grato
calor de lea, haba tomado un buen caf flojo... Por qu amargarse la vida?
Por su parte, Edward tambin haba cado muy bien a Gertrude, que en aquel momento, ya perdido de
vista el coche de su visitante, volva a sentirse frente a la panzuda estufa, sonriendo encantadoramente.
Qu joven tan simptico, verdad?! dijo en voz alta. Me ha sabido mal no atenderle en su trabajo,
pero ya sabes que no quiero nada con la electricidad, que te deja abandonada el da menos pensado y te
mueres de fro. Es un buen muchacho, eso s. Incluso se ha credo lo de que tu sobrino ha venido a
buscarte! Ves como hay gente de buena fe todava, mujer? La nica bruja eras t, dale que dale con tus
exigencias de las estufas elctricas y todo eso, y pretendiendo que nos deshiciramos de la vieja y querida
estufa. No me irs a decir que se est mal con una buena estufa como la nuestra! Eh? Vamos, contesta,
querida: qu te parece? Cmo se est de bien ah dentro? Maravillosamente, no es cierto? Es pura
lgica, querida Gertrude sonri deliciosamente encantadora: si fuera se est bien, imaginmonos
dentro, como ests t! Claro que... No s, no s..., quiz lo que no te guste es que te haya metido ah a
pedacitos...

***
Malcom Ryders termin su relato, y, por la expresin de los oyentes comprendi que, realmente, su
cuento no iba a ser precisamente de los mejores. Haba satisfaccin en casi todos los rostros. Una
satisfaccin que, obviamente, implicaba que los dems disponan de mejores relatos que el titula do "La
estufa".
La verdad es que no ha sido muy bueno dijo de pronto Patricia, pero hay que admitir que en
cambio tiene una cierta gracia. Eso de que una anciana...
Seorita Winston, por favor cort Queen Perverse, nada de comentarios que puedan influir en lo
ms mnimo en mi opinin o en la de los dems. Si tiene ganas de hablar; sea usted la siguiente en relatar
su cuento.
Pues la verdad es sonri Patricia que preferira ser la ltima, si no ha de molestar a nadie.
Podramos explicar nosotros el nuestro? inquiri Sergio Cavalli. Gema y yo tambin nos iremos
turnando en la explicacin. Es un cuento que sucedi en Italia... Quiero decir que es una historia verdica
que sucedi en Italia, as que ambos lo conocemos muy bien.
Viven ustedes en Italia? se interes Malcom.

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No, no. Vivimos en Nueva York, pero nuestras familias... Qu tontera! se ech a rer. Est claro
que nuestras familias son italianas. Nosotros hemos nacido en Nueva York. Estbamos de paso en
Charleston, camino de Miami, para pasar all unos das, cuando lemos el anuncio. Tal vez decidamos
casarnos en Miami.
Caramba, eso estara muy bien aprob con simptico entusiasmo Malcom. Esperamos que su
cuento sea bueno, porque empezar una luna de miel con cinco mil dlares puede ser un buen augurio.
Yo creo dijo Patricia que es de ms buen augurio empezar la luna de miel estando muy enamorado.
Por ejemplo, como Augustus y Camelia. No es cierto lo que digo, Augustus? Verdad que amas
muchsimo a Camelia?
S puso una expresin patticamente romntica el zombie. S, amo mucho a Camelia, s, pero no
podemos hacer el amor, seorita Winston.
No? Pero eso es terrible, Augustus, cunto lo siento! Por qu no podis hacer el amor?
Los muertos no puedes hacer esas cosas se lament Augustus. Ya es mucho que gracias a la Reina
podamos seguir medio vivos y gozando el uno de la compaa del otro...
Cllate, Augustus orden Queen Perverse. No eres t quien tiene que contar historias, sino
nuestros invitados. Cuando guste, seor Cavalli.
S... Precisamente nuestro relato es... de amor. S, de amor... Y podra titularse "Noche nupcial". S, es
un relato de amor, aunque...

***
Qu es el amor?
Al decir de los entendidos, el segundo sentimiento ms fuerte que puede experimentar el ser humano. El
primero, claro est, es el odio, con todos los merecimientos y honores.
Seguramente fue debido al odio que Raimondo Scipio le haba dicho a Enrico Buonotti:
Antes ver a mi hija muerta que en el lecho contigo.
Lo de verla en el lecho con Enrico era un decir, pues se entenda qu si la bella Paula, la hija de
Raimondo, se acostaba con Enrico, la cosa sucedera sin testigos. Mas, aunque fuese sin testigos, todo el
mundo sabra que Enrico haba desvirgado a Paula si ambos se casaban y se acostaban juntos. Que el
furioso padre, Raimondo, los viese o no, no quitara que se hubiera consumado el hecho para l fatdico: el
canalla de Enrico se haba tirado a su pequea Paula. Legal y honestamente, cierto, pero Enrico se habra
salido con la suya.
Y por qu no? En primer lugar, Enrico no era ningn canalla, como deca Raimondo Scipio; era, eso s,
un muchacho ms bien gandul, descarado en ocasiones, y mujeriego, pero no un canalla.
En cualquier caso, Raimondo as lo haba decidido, del mismo modo que haba decidido que su hija jams
sera para Enrico.
Antes ver a mi hija muerta que en el lecho contigo.
Pero, segn pareca, pap Raimondo haba perdido: una maana de hermoso sol, la pequea Paula
(diecinueve aos) se desposaba con Enrico Buonotti en la iglesia de Santa Caterina, en el pueblo de
Montescaglioso, muy cerca de Tarento, y, cmo no, con unas hermosas vistas sobre el golfo.
La pregunta era: cmo haba consentido finalmente pap Raimondo que su pequea Paula se casara con
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Enrico? Pues, porque un par de meses antes, y precisamente a raz de un examen mdico de Paula con
vistas al casamiento, el mdico se haba llevado aparte a Raimondo y le haba preguntado si saba en qu
estado se hallaba su hija.
Al or esto Raimondo haba palidecido intensamente.
En qu estado? casi grit.
Me refiero a su corazn.
Raimondo qued atnito. El corazn de Paula?. Naturalmente, lo que l haba entendido apenas escuchar
al mdico fue que su hija estaba embarazada, lo que significara que ya antes de la boda (que l tena que
impedir como fuese, aunque de momento fuese simulando, que la aceptaba) Enrico la haba conseguido.
El alivio al comprender que no se trataba de esto fue breve, porque comprendi que algo no iba bien.
Qu le pasa a su corazn? alent apenas.
Sois todos unos bestias casi grit entonces el mdico. Nunca te has preguntado por qu tu hija
est siempre tan plida y tan dbil?
No ser porque no la cuido. Desde que muri su madre Paula lo ha sido todo para m. Y usted lo sabe!
Raimondo suspir el mdico, que no tena la menor intencin de discutir con aquel bruto: tu hija se
va a morir.
Qu?
No vivir ms de un ao. Es decir, vivira un ao si pudiera llevar una vida adecuada y cuidados
mdicos constantes. Lo ms normal es que viva tres o cuatro meses.
Pero... esto no puede ser! S que mi Paula es delicada, pero no est enferma... No. Verdad que no?
El mdico, el viejo doctor Centi, no contest. Se qued mirando fijamente a Raimondo, y eso fue todo:
Raimondo regres a su casa con su hija sin decirle riada, naturalmente. Aquella noche no durmi. De
modo que su pequea Paula iba a morir... Oh, Dios, la pequea Paula le iba a abandonar para siempre!
No para irse con aquel canalla de Enrico, sino para siempre. Su corazn no iba a resistir ms de un ao.
Eso, con suerte, mdicos, dinero... De dnde iba a sacar l tanto dinero como hara falta? Imposible. Y
adems, por mucho dinero que reuniera, empendose para el resto de su vida, qu conseguira? Unos
pocos meses ms de vida de Paula?
Ah, y eso s, nada de casarse, porque el final se poda precipitar.
Realmente, aqu, en esta disposicin mdica, Raimondo tena asegurado su triunfo sobre Enrico Buonotti.
Poda pedirle al doctor Centi un certificado, y seguro que eso sera suficiente para que la boda no se
celebrase. Lo tena muy fcil.
Pero Raimondo odiaba ya demasiado a Enrico por los disgustos que le haba estado dando en aquel breve
noviazgo con Paula. Le odiaba demasiado para que la cosa terminase as: su hija muerta y l vivo. Era
sencillsimo: su pequea Paula morira y el canalla de Enrico, sin ms, se dedicara a cortejar a otras. Esto
en s no sera problema si lo hiciera despus de que Paula hubiera muerto, pero seguro que Enrico no
esperara: en cuanto le dijeran que tena que dejar en paz a Paula de una vez por todas se buscara otra
muchacha, y entonces Paula sufrira muchsimo.
Por otro lado, si para evitarle disgustos a Paula, l consenta en la boda sin decir nada a nadie y
exigindole silencio profesional al mdico, lo cierto sera que aquel canalla acelerara la muerte de Paula
con sus acometidas sexuales, que le provocara emociones y reacciones tremendas a su hija...

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Qu hacer?
Finalmente, Raimondo encontr la solucin: consentira que se casaran, pero no que Enrico poseyera a
Paula. Consentira que se casaran para que su hija tuviera un dulce y bello ltimo recuerdo antes de morir,
virgen y pura. Y as, ella morira feliz, como esposa de Enrico..., el cual tendra que esperar no menos de
seis meses para poder acosar a otra mujer, so pena de que todos le despreciaran por no respetar el luto
mnimo. Seis meses sin probar mujer! Je, je, je!
Y en cuanto a la pequea Paula.:., qu ms daba que viviera un mes ms o menos? No era ms dulce
morir virgen y pura, con la ilusin de tantas cosas hermosas que crea que iba a tener, que dejar qu aquel
canalla la hollara y posiblemente acelerara su muerte con su maldito sexo?
Jams tendrs a mi hija se dijo Raimondo en aquella noche sin sueo.
Los dejara casarse. Paula sera aquel da intensamente feliz..., aquel ltimo da de su vida, porque despus
del banquete l la matara.
Matara a su hija. El tena unos polvos que utilizaba para las alimaas y que, bien dosificados, provocaran
en Paula una muerte rpida y poco dolorosa. Invitara al banquete al doctor Centi, quien se apresurara a
decir que Paula haba muerto de un ataque al corazn, y que l ya haba advertido que una emocin como
la de la tan ansiada boda poda precisamente provocar aquel desenlace.
Matara a su hija.
Le iba a proporcionar felicidad en el ltimo da de su vida. Luego, en plena euforia de felicidad, y antes de
que Enrico pudiera tenerla, la matara. Durante el banquete le administrara una dosis de aquellos polvos.
Se la imagin: dulcemente muerta, virgen, pura, con la alegra de su boda todava brillando en su delicado
rostro. No era esto mejor que permitir que muriese un mes o dos ms tarde, ya en la cruel agona
cardaca..., o sbitamente, debido a una bestia acometida sexual de aquel canalla?
Muerta, virgen, pura.
Decidido: Enrico no tendra a su pequea Paula.
Hubo momentos, en aquella hermosa maana de sol que haca refulgir el mar en el Golfo de Tarento, en
que Raimondo vacil, y hasta estuvo tentado de abandonar su proyecto. Pero no... No, no, no, no, nunca
consentira que aquel puerco mancillara a su hija! La matara. Era una decisin en firme. Pero, tal vez, esa
firmeza habra flaqueado si, a la salida de la iglesia, Enrico no se le hubiera acercado, sonriente, y le
hubiera dicho, de modo que nadie ms que l pudo orle:
Ya es ma. Y esta noche ir a llevarte la sbana manchada de sangre, Raimondo. La sangre del himen
de tu hija! Ya te dije que acabara poseyndola, viejo idiota.
Se alej de l, riendo. Raimondo qued como obnubilado. Le daba vueltas la cabeza, y no se enteraba de
nada. Era como si las palabras de Enrico estuviesen golpeando las paredes de su crneo...
Muerta, virgen, pura.
Definitivamente decidido.
Aquella tarde, poco despus de las seis, cuando todos rean felices en el banquete que se celebraba en el
patio de la casa de los Scipio, Paula Scipio falleci.
Vestida de novia, virgen, pura.
Estaba sentada junto a Enrico, que quiz haba bebido un poco de ms y por eso se permita alguna que

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otra broma rayana en lo obsceno dirigida a su sombro suegro; de repente, Paula se qued quieta,
evidenci una palidez ms intensa que de costumbre, y muy lentamente su mano derecha se pos, como
blanco lirio sobre impoluta nieve, entre sus hermosos senos. Estuvo as quiz diez o doce segundos.
Luego, despacio, su mano fue cayendo. Qued tan natural, tan armoniosa en su ltimo gesto, tan limpia la
sonrisa un poquito crispada en sus labios virginales; que durante algunos minutos nadie repar en que
haba muerto.
Y fue precisamente Enrico quien se dio cuenta. Estaba bromeando con sus amigos invitados sobre la
inminente llegada de la noche y lo que iba a pasar en sta, las clsicas bromas entre la gente de baja estofa
sobre el asunto sexual. Riendo, Enrico se inclin impetuosamente hacia Paula, y la bes en una mejilla,
cerca de la boca.
Entonces, muy despacio, como una preciosa mueca, Paula se fue ladeando, ladeando, ladeando, y, ante
el estupor de Enrico y los qu en aquel momento miraban a la novia, sta cay al suelo. S, talmente como
una mueca. El revuelo fue general, y no tardaron en orse las voces de que estaba muerta. El doctor
Centi, efectivamente invitado al banquete, as acababa de decirlo. Sentado al lado de su hija, como un
muerto en vida, Raimondo Scipio no se mova. Estaba como alucinado.
Pero hombre de Dios...! le grit Nicolo Perotti, el del Correo. No ests oyendo que tu hija est
muerta?!
Raimondo lo mir, parpade, y dos gruesas lgrimas desbordaron sus prpados. Una mujer dijo que a l
le iba a dar algo, y que tenan que atenderle.
A partir de ese momento, realmente, Raimondo no se enter de nada. En su mente, el pensamiento de que
haba matado a su amada hija, la pequea Paula, era de una amplitud y fuerza tales que no admita nada
ms: l haba matado a su hija. Oh, Dios, lo haba hecho, haba matado a su pequea. l haba enviado a
su pequea Paula al cielo, virgen y pura.
Muerta, virgen, pura.
Estas tres palabras estaban en su mente en todo momento. Incluso cuando, ya muy tarde aquella noche,
capt la mirada que le dirigi Enrico, su yerno. Estaban sentados en la sala, con los amigos que todava
quedaban en la casa, y fue entonces cuando vio la mirada de Enrico, cuando se dio cuenta de que le
miraban fijamente aquellos ojos oscuros, rodeados de finas venas rojas que le conferan un aspecto de
fiera salvaje hasta la locura.
Raimondo sinti un estremecimiento al ver aquellos ojos, aquella mirada roja y negra, aquel odio
insuperable en las vidriosas pupilas, Un estremecimiento del ms profundo miedo, mientras, como un
rayo, descargaba en su mente la idea de que Enrico saba que l haba matado a su hija para que l no
pudiera desvirgarla, para que no pudiera tenerla.
Haba tanto odio en aquella mirada de tinieblas y fuego, que Raimondo sinti como si el fro y el fuego
penetraban a la vez en su cuerpo, en toda su sangre. Se le eriz el vello y la piel de la nuca y de la espalda
se movi, en un temblor largo, en un repeluzno jams antes sentido en sus, cincuenta aos de vida. En su
estmago se form un vaco pavoroso.
Era una noche de mucho calor, as que las ventanas de la casa estaban todas abiertas. Se ola la cera de las
velas encendidas en el dormitorio donde yaca el cadver, y desde aqu llegaban los rezos de las mujeres
que velaban el cadver. Era un murmullo montono y horrible. El doctor Centi se haba encargado de
todo... De todo. Haba hecho venir a los de la funeraria, que haban taponado a Paula, pues con aquel
calor no hacerlo habra resultado terrible. Tambin haban arreglado la cama como catafalco, y haban
dicho que por la maana traeran el atad...
Muerta, virgen, pura.

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Raimondo se puso en pie, sintiendo el temblor en las piernas. Qu mirada tan horrible le haba lanzado
Enrico! Pero no era posible que supiera que l le haba privado del goce de poseer a Paula. Cmo haba
de saberlo? Solamente lo saba l, y nadie ms lo sabra jams. El doctor Centi haba firmado el certificado
de defuncin indicando que se trataba de un colapso cardaco, y se haba hartado de decir que l ya lo
haba advertido. Comprenda a Raimondo, que hubiera querido correr el riesgo a cambio de
proporcionarle unos meses de felicidad a su hija, pero ya lo haba advertido, verdad, Raimondo, que te lo
advert?
Raimondo estaba ahora ante su hija. Se haba detenido en la entrada del dormitorio que haba cedido en la
casa para Paula y Enrico. La habitacin ms grande, cmoda y fresca, la que haba sido de l y de la
madre de Paula. Lo mejor para su hija, que ahora yaca en el amplio lecho de blanqusima colcha
representativa de su pureza.
Todo era blanco: el rostro y las manos de Paula, su vestido, la colcha, las paredes, las velas, las flores que
haban trado... El atad lo traeran por la maana, y por la tarde se procedera al entierro. Haca
demasiado calor para tener el cadver ms tiempo en casa.
Alrededor de Paula, de la gran cama blanca, las mujeres que horas antes rean en la fiesta lloraban y
rezaban ahora. Aquel murmullo era enloquecedor. Y de qu serva? Paula estaba muerta, y todo haba
terminado.
Raimondo se pregunt qu hara l a partir de ahora. No tena a nadie en el mundo. No era rico, pero
tampoco pobre. Poda viajar... Tal vez lo mejor sera eso, marcharse de Montescaglioso una larga
temporada...
Se volvi, despacio, en el umbral del dormitorio. Tras l, a pocos pasos, mirndole con aquella fijeza roja y
negra, estaba Enrico. Raimondo nunca se haba fijado bien en lo fuerte que era Enrico. Ahora se daba
cuenta de que era muy alto, bastante ms de lo corriente en la Basilicata, la provincia. Y hasta era un
poco rubio. Muy poco, pero lo suficiente para diferenciarse del resto de los vecinos. Repar en que era un
muchacho; apuesto. Era guapo. S, Enrico era guapo, y alto.
Le vio acercarse. Se le ocurri que Enrico le iba a echar las manos al cuello y que lo iba a estrangular all
mismo, y abri mucho los ojos. Enrico lleg junto a l, y todo lo que hizo fue quedarse mirando a Paula,
delicadamente hermosa en su muerte. Seguan los rezos. Raimondo esperaba que Enrico le dijera algo,
pero esto no sucedi.
No sucedi nada.
Salvo aquella mirada roja y negra que qued grabada en el recuerdo de Raimondo, y que le haba
producido el ms intenso escalofro de puro miedo que recordaba en toda su vida.
Pero no pas nada.
Enrico estuvo mirando a Paula mucho rato, y luego, sin haber dicho una palabra, sali de la casa, a
fumarse un cigarro en el patio.
Era una noche clara, estrellada.
***
Eran ms de las seis de la tarde cuando Raimondo y Enrico regresaron del cementerio, juntos pero sin
mirarse, a pie, pues la distancia no mereca la pena de utilizar la vieja camioneta de Raimondo o el coche
de Enrico. Todos los amigos haban ido al cementerio a pie desde la casa. Despus del entierro se haban
despedido all mismo, aunque algunos se haban ofrecido para acompaar a Enrico y Raimondo a la casa.
Raimondo ni siquiera pudo pensar si deseaba o no estar acompaado, pues Enrico se apresur a decir que
preferan estar solos, y que estaba seguro de que todos comprenderan su dolor. Hablaba bien Enrico,

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haba que reconocerlo. Y era atractivo. Y limpio. Y saba tratar a la gente, esto lo haba comprobado
Raimondo.
La idea de que quiz se haba equivocado con l, de que quiz su hija haba tenido ms visin y
comprensin de la persona que l, comenz a torturar a Raimondo. En realidad..., por qu haba sentido
aquella aversin hacia Enrico? Se esforz en recordar, pero no encontr nada concreto. Quiz que le
haba visto mirando a su hija con ojos de hambre? Bueno, acaso esto no era normal? Cmo han de mirar
los hombres a las mujeres, si no? Adems, Paula era tan bonita... Y en cualquier caso, no haba mirado l
del mismo modo a la madre de Paula cuando la conoci? Bueno, a la madre de Paula y Dios saba a
cuantsimas mujeres ms.
Por qu haba sentido aquella aversin hacia Enrico, que ahora le pareca inteligente, hbil, atractivo...?
Puedo preparar algo para cenar murmur Raimondo cuando llegaron a la casa. Tienes apetito?
No lo s, pero comer algo. Lo que sea.
Raimondo se qued mirndolo fijamente, y pregunt:
Qu hars ahora?
Ahora? Cundo? Ahora mismo?
Pregunto si te vas a quedar en la casa.
Quieres que me marche ahora mismo? sonri torcidamente Enrico.
No lo he dicho por eso. Slo quera saber si te quedars conmigo o volvers a tu vida de antes.
Ya lo pensar. Pero no veo por qu tengo que vivir contigo, ni en esta casa, donde nada me retiene ni
nada me importa.
Cenaron dos horas ms tarde, en silencio. Raimondo limpi la cocina, y se retir a su dormitorio, dejando
a Enrico sentado en la sala, fumando, pensativo. No haba vuelto a mirarle ni una sola vez desde la
conversacin sostenida al llegar del cementerio, ni haban hablado nada. Haba entre ellos un silencio
como hecho de muerte y fro.
Al pasar hacia su dormitorio Raimondo mir el hacha que haba junto a la chimenea que en invierno
estaba siempre encendida a partir de las cinco de la tarde. De buena gana, se la habra llevado con l al
dormitorio, pero le pareci que hacer semejante cosa era una brutalidad y una provocacin. Cmo poda
sentarle a Enrico verle coger el hacha y llevrsela al dormitorio? Desisti de hacerlo, pero se encerr con
llave. Luego, estuvo escuchando antes de comenzar a desnudarse. No se oa nada. Nada.
Nada.
Le despert el soplo de aire.
Abri los ojos, e inmediatamente se dio cuenta de dos cosas sorprendentes: la luz estaba encendida y la
ventana estaba abierta de par en par.
Al incorporarse para salir de la cama y acercarse a la ventana, Raimondo vio a Enrico. Estaba
contemplndole desde los pies de la cama, y haba en sus labios una sonrisa escalofriante y en sus manos
brillaba uno de los grandes cuchillos de cocina. Raimondo se qued en aquella postura, sbitamente
lvido. Se olvid por completo del leve fresco que entraba por la ventana. En realidad el fresco era tan
agradable en una noche como aquella que seguramente en circunstancias normales le habra ayudado a
dormir mejor. Deba ser la luz la que lo haba despertado...

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Record, de pronto, que l haba cerrado la puerta con llave. Es decir, que desde afuera Enrico haba
abierto la ventana aprovechando que estaba entornada, y haba entrado y haba encendido la luz. El
cuchillo brillaba a la luz elctrica.
Levntate, Raimondo dijo amablemente Enrico.
Qu vas a hacer? jade Raimondo.
No te voy a matar. Quiero que vengas conmigo.
Raimondo se sent en el borde de la cama. Sobre la mesita de noche estaba el viejo despertador. Eran casi
las dos de la madrugada.
Se puso las zapatillas y mir a Enrico, que seal la puerta del dormitorio. Raimondo fue all, y la abri,
sin dejar de mirar a Enrico y el cuchillo que sostena. Raimondo tuvo un ramalazo de orgullo, de rebelda,
de dignidad, incluso de valor, y mir a los ojos a Enrico.
No me importa que me mates-dijo.
No quiero matarte. Quiero que vengas a mi dormitorio. Raimondo encogi los hombros, y sali al
pasillo. Oa tras l los leves pasos de Enrico, y su respiracin que le pareci demasiado pesada, lenta; casi
jadeante.
Lleg al dormitorio que haba sido de l y de su esposa, y que habra sido de su hija. La luz estaba
encendida, y la vio en seguida, en la cama, con su bonito y blanco vestido de novia virgen y pura. Se
qued como desconectado a cualquier reaccin, simplemente mirando el cadver de su hija en el centro
de la gran cama matrimonial, sobre la blanca colcha que le haba regalado una amiga de su madre...
Muerta, virgen, pura.
Pero no en el cementerio, en su atad, sino all, en su lecho de muerte. No comprenda. No, no
comprenda cmo Paula poda estar all. Era absurdo. A menos, claro, que Enrico hubiera ido aquella
noche al cementerio, la hubiera desenterrado... Dios bendito, Enrico lo haba hecho, la haba sacado de su
fosa, de su atad, y la haba llevado a casa. Haba llevado a casa a la novia muerta!
Se volvi para increparlo, y entonces recibi la primera cuchillada, en sentido horizontal, en el costado
izquierdo, y acto seguido, cuando apenas estaba reaccionando al primer dolor, Enrico le clav el cuchillo
en el vientre, con seco y veloz golpe. Raimondo oy el golpe del impacto, pero an mejor oy el plop
que se produjo en su carne al retirar Enrico el cuchillo. Retrocedi dos o tres pasos, se tambale, y cay
sentado. Se llev una mano a cada herida. De momento no le dolan. Slo senta una cosa rara, que no era
propiamente dolor. Quiz fro, quiz un vaco extrao, quiz una flojedad desconocida en todo el cuerpo.
Vio moverse a Enrico, alz la mirada, y, en el momento en que vea su rostro, reciba en plena boca el
feroz, puntapi. Le crujieron todos los dientes, toda la cabeza reson, le zumbaron los odos, oy el seco
cloc de la parte posterior de la cabeza al chocar contra el suelo...
Cuando recuper el conocimiento vio a Enrico desnudo de pie ante l. Crey que estaba soando, o
viendo visiones, y parpade. Enrico ri. Raimondo quiso ponerse en pie, y entonces comprob que los
pies no le obedecan. Las piernas s, pero los pies no. Estaba sentado en una butaca del dormitorio, poda
mover las piernas, pero no poda sostenerse en pie. Mir hacia el suelo y lo vio lleno de sangre. Sus pies
tambin estaban llenos de sangre. El chapoteo, que hizo le pareci estruendoso, de tanta sangre que haba.
Sus pies no parecan sus pies.
Te he cortado los tendones.dijo Enrico. Quera sacarte los ojos, pero entonces no habras podido
ver lo que quiero que veas. Ya te sacar los ojos luego, y adems nunca podrs volver a caminar.

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Raimondo le miraba estupefacto, aturdido. Le dolan los pies y le dola el pecho. No, el estmago... Y el
pecho tambien, claro que s. Le dola todo.
Vio a Enrico acercarse al lecho dnde yaca Paula y comenzar a desnudarla. No comprenda. Vea cmo
Enrico la mova, talmente como si fuera una encantadora mueca... Divis los taponamientos en la nariz,
y record lo bien que la haban taponado... Pero ola mal, pobrecilla nia. Pareca de goma, pero ola mal.
Enrico la estaba desnudando, y cuando se impacientaba con algn botn, o cierre o corchete lo rasgaba
todo.
La blanca carne de la novia iba apareciendo, como mrmol con trasfondo azul. La comprensin iba
llegando lenta mente al conocimiento de Raimondo. Enrico segua desnudndola mientras farfullaba, y
continuamente beba de una botella de coac que haba en la mesita de noche. Raimondo vio que haba
otra sobre la cama, ya vaca.
De repente, decidi cerrar los ojos, pero los sonidos que perciba le parecan horripilantes. Oa los
refunfuos de Enrico y los jadeos, y se imaginaba cosas horrorosas. Cuando abri de nuevo los ojos,
Enrico se estaba colocando sobre Paula, separndole los muslos. Como en una pesadilla de pesadillas,
Raimondo vio el gran pene erecto de Enrico buscando, y sus labios temblaron entonces en una queja, en
una splica sin forma.
Enrico volvi vivamente la cabeza hacia l, y sonri.
Creas que podras evitarlo? farfull. Creas que conseguiras que yo jams tuviera a tu hija?
Pues mira... Mira, mira, mira! No te pierdas la noche nupcial de tu hija!
Horrorizado, Raimondo vio perfectamente cmo Enrico penetraba a Paula. Fue algo... tremendamente
brutal, alucinante, agresivo, avasallador. De nuevo cerr los ojos mientras emita un alarido de bestia
herida.
Como de muy lejos, le lleg la voz y la risa de Enrico:
No seas cobarde! Tu hija est teniendo lo que tanto deseaba, una larga y hermosa noche de amor
conmigo! No quieres ver cmo goza tu hija? Mira cmo goza! Mira, mira, mira!
Cerrados los ojos, sollozando, Raimondo no poda evitar or los jadeos de Enrico, sus golpes fuertes que
acompaaban cada grito, cada agresin. En su dolor delirante vea las blancas carnes muertas de su
pequea Paula desgarradas por los dientes de su marido, y vea a ste dando aquellos demonacos golpes
con el vientre que llevaban cada vez ms honda su virilidad en el lvido cuerpo ultrajado, rompiendo la
flor. Ella estaba muerta, pero ya no era virgen, ya no era pura. Oa los jadeos de l, sus bramidos, sus
tartajeantes comentarios explicndole lo que haca ya que l no quera abrir los ojos. Oa y adivinaba, y el
dolor y el amargor se mezclaron en su espantoso grito de rabia, de odio, de dolor, de miseria humana.
Un grito que pareci romper su propia vida, porque sinti como una explosin dentro de s, sinti la
llegada de algo negro, como una gigantesca masa deslizante de alquitrn, y tuvo la sensacin de que era
devorado, inmerso en aquella negrura espantosa pero que le privaba de ser testigo de aquella horrenda
noche nupcial.
Cuando despert todo era silencio. O tal vez era el silencio lo que le haba despertado.
Estaba sentado en la butaca, con la cabeza cada sobre el pecho. No se oa nada. Nada, nada, nada. Los
recuerdos despertaron sbitamente en su memoria, como en una palpitacin atroz, dolorosa. Emiti un
gemido, alzando la cabeza, y se qued contemplando la escena.
Estaban los dos en la cama. Ambos desnudos. Su hija muerta y el marido vivo. Ella pareca como
aplastada bajo el peso de l, que yaca encima, clavando sus manos en su blanca carne de cadver. Una
explosin de amargura llen la boca de Raimondo al comprender que l, finalmente borracho, se haba

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dormido sobre ella sin dejar de penetrarla. El borracho violador, el canalla, yaca durmiendo sus
satisfacciones de alcohol y carne sobre un colchn de vida humana que se haba ido.
Muerta, pero no pura, no virgen.
Y el hombre odiado clavando sus manos en su carne, y penetrando con su sexo en el de ella. Gozando de
la muerte. Destrozando la muerte ya que no pudo destrozar la vida...
Durante unos cuantos minutos Raimondo estuvo as, como flotando en un mundo exclusivo de debilidad y
fro, de horror y odio. Luego, de repente, se dijo de un modo consciente que Enrico estaba dormido y
probablemente borracho. S, deba haberse emborrachado para reunir el valor suficiente para hacer
aquello. Si es que se le poda denominar valor a semejante bestialidad.
Convencido de que Enrico dorma, Raimondo se dej caer al suelo y comenz a arrastrarse hacia la puerta
del dormitorio, deslizndose sobre su propia sangre. Un par de veces le pareci que la cabeza se le iba a
escapar de sobre los hombros, pero cerr los ojos, aspir hondo con fuerza, y todo permaneci en su sitio.
Consigui salir arrastrndose del dormitorio..:
Reapareci casi veinte minutos ms tarde, arrastrando el hacha con su propio cuerpo. Con una
determinacin inquebrantable, siempre arrastrndose, lleg junto a la cama, en un lado de la cual deposit
el hacha cuidadosamente, alzndola con una mano y sostenindose medio inclinado apoyando la otra en el
suelo. Luego, agarrndose a la cama, se alz hasta quedar sentado junto al hacha, que asi ahora con
ambas manos.
Estaba sentado junto a su hija, pero no vea su rostro, sino el de Enrico, de perfil. Vea su boca
entreabierta dejando un pasto de babas sobre el hombro de Paula. Su boca entreabierta y satisfecha con
aquel gesto obsceno y sucio. Oa su respiracin de sapo criminal.
Asi el hacha con ambas manos, fuertemente, y la alz.
Tena que asegurarse, as que el primer golpe deba ser si no mortal, s eficaz al punto de que Enrico, si
despertaba, no pudiera escapar a la agresin. Poda darle en la cabeza, pero si no lo mataba en al acto
nunca se saba lo que poda hacer un hombre tan fuerte, aun con la cabeza abierta. No..., haba que darle
en un sitio donde se produjese inmediatamente un menoscabo fsico, aparte de dolor.
Eligi la columna vertebral, justo donde terminan las costillas.
El golpe fue tremendo. Se oy el fuerte impacto, el crujido de la carne y los huesos... Enrico despert de
golpe, lanzando un berrido inhumano, y su cabeza se alz y se volvi. Sus ojos desorbitados vieron a
Raimondo, y ste vio, como en un espejo del diablo, la sorpresa, el dolor, el odio, todo en una llamarada
sbita y todava adormecida que se aviv de repente. Raimondo ya tena alzada de nuevo el hacha, y la
dej caer. El filo dio en la frente de Enrico, sobre el ojo izquierdo, que revent; el hueso cruji y mostr
una resquebrajadura que inmediatamente se torn de un rojo intenso. Brot sangre por los odos de
Enrico, y la masa enceflica sali como escupida cuando Raimondo retir el hacha, con tal fuerza que
sali despedido y rod por el suelo.
Bramando de furia, porque todava tema que Enrico pudiera recuperarse, se alz sobre los brazos, y grit
de alegra al ver aquella cabeza partida, con un solo ojo a un lado, la cama llena de sangre y masa
enceflica. En el espejo del demonio de aquel ojo que le quedaba a Enrico, Raimondo vio la muerte, y
entonces, suspirando, se relaj.
Se senta mareado. Le dola todo, se senta mareado y dbil, y ya no saba si estaba muerto o vivo,
soando o despierto.
Y fue entonces cuando oy la voz de su hija:

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Padre... Padre, por qu lo has hecho? Lo amo, y me gustaba!


En la turbia mirada de Raimondo apareci la silueta de un tono gris-azulado desprendindose de la cama,
sobre la que qued de pie. Raimondo vio a su hija, completamente desnuda. Vea la pared del otro lado a
travs de ella, pero la vea a ella perfectamente, desnuda y bellsima.
Padre, otra vez lo has hecho, otra vez me has privado del hombre que amo, otra vez has interrumpido
nuestra noche de amor... Padre, no vuelvas a hacerlo!
Entre las brumas de su mente y su visin, Raimondo Scipio vio a su hija inclinarse y tenderse dulcemente
junto al cadver de su marido. Oy en seguida sus risas de gozo y de alegra, sus suspiros de amor y de
sexo.
Raimondo se llev ambas manos a los odos, para no or nada. Entonces, vio el hacha junto a l, en el
suelo. Estuvo mirndola como si no supiera de qu se trataba.
Luego, de pronto, la cogi, puso su antebrazo izquierdo pegado al suelo, y con el hacha lo cort por la
mitad. La mano salt, brot de sta y del antebrazo un chorro de sangre... Y cuando Raimondo ya no tuvo
ms sangre por perder se durmi apaciblemente para siempre...

***
Cuando Gina Fornaro termin el relato estaban todos tan impresionados que nadie hizo comentario
alguno. Patricia Winston se haba agarrado a una mano de Malcom Ryders, que ahora la contemplaba
sonriendo suavemente. La Reina de la Perversin tom nota en su libreta, y alz su tenebroso ojo.
El siguiente?murmur.
Yo alz una mano John Hawkins. Yo mismo. Esto tambin sucedi realmente en la ciudad donde
residimos Emma y yo. Los peridicos lo titularon "El caso de la carne congelada", y lo publicaron ms o
menos as:

***
En el fondo se senta molesta, pero no poda remediarlo: le gustaba Robert. Por supuesto que no lo iba
pregonando, ya que l estaba casado, y, adems, era carnicero. Se haban acostado juntos varias veces, y,
en un par de ocasiones, ella haba visto en las uas de l como unos delgados ribetes de tono rosceo que
la haban disgustado, profundamente.
Por supuesto, eran de sangre. Sangre de animales. Terneras, corderos, y as. La verdad es que no le
pareca precisamente admirable ser carnicero, y slo el gran atractivo sexual que ella vea en Robert la
impulsaba a seguir relacionndose con l. De no haber sido por esto... la buena hora ella habra aceptado
convertirse en la amante de un carnicero que ni siquiera se limpiaba bien y siempre las uas! Algunas
veces, mientras l le acariciaba los pechos o el vientre, cuando haba visto aquellos ribetitos rojos en sus
uas haba sentido... algo extrao, revulsivo. Un rechazo fortsimo, desde luego.
Pero slo en esas ocasiones. Por lo dems, la sola perspectiva de una tarde de sexo con Robert ya la
encenda. Saba perfectamente que era lo que los hombres llaman una caliente, y por supuesto que no iba
a llorar por eso. A fin de cuentas, ser una caliente significaba qu gozaba mucho del sexo, y por qu no?
Por qu no gozar del sexo lo mximo posible, como de tantas y tantas cosas como ofrece la vida?
Eso s: en cuanto se casaran ya se cuidara muy bien ella de que Robert se limpiara las manos muy bien
siempre. Esto era otro punto negro: casarse con Robert. Porque ya era... poco elegante tener un amante
carnicero, pero... casarse con l! Bueno, slo tena que recordar lo bien que haca el amor Robert, y el
mucho dinero que haba ganado con sus negocios de carnicera, y las cosas se suavizaban. Y es que
Robert no slo era carnicero, sino que era propietario de veinte carniceras en todo el Estado. En fin, que
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era un hombre rico. Y haca bien el amor. Y...


Oh, al demonio! Por qu complicarse tanto la vida, por qu darse tantas explicaciones a s misma, como
si fuesen disculpas por haber decidido casarse con un carnicero? Iba a tener un macho ms que
satisfactorio y mucho dinero. Al cuerno lo dems!
Claro que, entre lo dems, estaba Winifred, la mujer de Robert. Oh, claro, s, l estaba casado. Esta clase
de hombres, que son buenos en la cama, siempre caen pronto. Y claro, la tal Winifred deba ser tambin
de alivio en cuanto al uso del sexo. Robert nunca haba querido hablar sobre ella. Por qu no tenia que
decirle cmo lo haca su mujer, y si era tan caliente como ella, si gritaba, si...?
Winifred.
Bien, una esposa de por medio. Estaba el divorcio, naturalmente, pero eso sera una buena sangra para los
ingresos de Robert, aunque fuese rico. Maldita sea, por qu tena que darle ella ningn dinero a Winifred
cuando Robert la dejase? Por qu no se mora de una vez la maldita Winifred?
La haba visto unas cuantas veces en la carnicera, cuando empez a ir a comprar all. Luego, despus
que ella y Robert se hicieron amantes, ya no se atrevi a volver por all. Vaya con la esposa de Robert!
Alta, fuerte, frescachona, risuea... Seguro que deba gozar mucho en la cama, seguro! Maldita sea!
Aunque quiz las cosas se fueran a arreglar.
Aquella tarde, al regresar a su apartamento, Thelma haba encontrado una nota en su buzn para
correspondencia del vestbulo. Era una de las hojas del bloc de anotaciones que utilizaba Robert en sus
carniceras, y, escrito a mquina en el lugar donde se anotaban los pedidos, haba un breve mensaje:
Ven esta noche a la tienda a las once. Ten cuidado que no te vea nadie.
No estaba firmado, pero tampoco haca falta. Y por poco que reflexionase sobre la nota no poda dejar de
inquietarse y alegrarse al mismo tiempo. Cmo haba de hacerla ir a la tienda a las once de la noche si no
era porque naturalmente estara solo, lo que significaba sin duda toda la noche gozan do del sexo con l...,
o porque tena alguna buena idea que quera consultarle para poner en prctica..., o quiz ya la haba
puesto?
Una buena idea, como sera, por ejemplo, hacer pedazos a Winifred y venderla como ternera al da
siguiente en la tienda. Oh, qu disparates se le estaban ocurriendo!
En fin, lo mejor era ir a la tienda a las once, naturalmente asegurndose de qu nadie la vea, y escuchar a
Robert, Lo que fuese, seguro que resultara ventajoso para ambos.
As pues, a las once y apenas dos minutos de la noche Thelma se detena ante la puerta de la carnicera y
pulsaba el timbre brevemente. La puerta lateral se abri, y ella entr rpidamente... Junto a ella, Winifred
cerr la puerta, mientras la miraba fijamente.
Thelma sinti un velocsimo escalofro recorriendo todo su cuerpo desde la nuca a los talones. Hubo un
brevsimo espacio de tiempo en el que pens que las cosas se iban a complicar, que algo malo iba a
ocurrir, que ella haba sido una imprudente... Pero no quiso darse por vencida, y reaccion rpida y
serenamente.
Ah, es usted, seora Culverson... Pens que encontrara en la tienda a su marido.
A estas horas? alz las cejas Winifred.
Bueno, algunas noches, cuando regreso tarde a casa, veo luz, y deduzco que su marido est preparando
cosas para el da siguiente...

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S, eso es cierto admiti Winifred. Sobre todo ltimamente no s qu pasa que muchas noches
tiene trabajo hasta tarde. Puedo servirla yo en algo o lo aviso a l?
Ah... l tambin est?
Desde luego Winifred se estremeci. Por nada del mundo me quedara yo sola en la tienda de
noche! Quiere que avise a Bob de que est usted aqu?
Thelma estaba reaccionando ya a pleno rendimiento. Las cosas se haban enderezado mucho, as que no
quera estropearlas. Sin duda, algo le haba fallado a Robert en sus clculos, y por eso estaba Winifred all.
Afortunadamente, ella poda resolver la situacin muy bien, y problema resuelto. Ya se veran otro da con
Robert.
No es necesario dijo alegremente. Si usted es tan amable como l lo solucionaremos. Ver, es que
necesito algo especial para maana, pues tendr invitados a unos amigos, y pens que ya que pasaba por
aqu poda encargrselo. Pero si le molesta...
No, no. A m me da lo mismo, ya que estoy aqu. Slo se me ocurre que no debi molestarse en llamar a
la puerta: poda haber hecho el pedido al llegar a su apartamento, utilizando el telfono, claro.
Bueno, me pareci... menos fro por mi parte hacerlo as.
Eso es cierto sonri Winifred. Bien, dgame lo que desea y lo anotar.
El pedido, que Thelma organiz a toda prisa, estuvo anotado apenas cinco minutos ms tarde. Winifred lo
coloc en un sitio bien visible, y se dirigi hacia la puerta. Thelma hizo lo mismo. De pronto, Winifred se
detuvo, en actitud de escuchar.
Qu raro-musit. Oye usted algo?
Yo? No... Nada en absoluto. Debera or algo?
Bueno, Bob no es precisamente un enanito, sabe? se ech a rer: siempre que se mueve por ah
dentro hace tanto ruido que parece que pase un elefante... Y ahora no se oye nada. Espero que no le haya
ocurrido como la otra vez!
Qu le ocurri?
Resbal con la sangre de una res y se dio un golpe tan fuerte que tuvo que estar luego hospitalizado en
observacin tres das. Se abri la cabeza como, si fuese un meln... No me gusta nada este silencio.
Llmelo comenz a inquietarse Thelma. Si contesta es que todo est bien, no?
S, s, no se preocupe. Es que a m, esa parte del negocio me... horripila un poco, sabe?
Por qu motivo?
Bueno, todos esos animales abiertos en canal, la cmara frigorfica, los desangraderos... Nos traen
muchas reses enteras... Quiz le gustara echar un vistazo? Espere, llamar a Bob para avisarle de que
vamos a entrar. A veces est tan sucio de sangre que no quiere que lo vean.
Bueno, yo...
No se preocupe, creo que estaba terminando... Voy a llamarlo se acerc a la puerta del fondo y
grit: Bob! Bob, podemos pasar! Bob! La seorita Lengton est aqu... Ah, por fin!
Thelma no oy nada, pero comprendi que Winifred s haba odo la respuesta, porque vio aparecer el

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alivio y la atencin en su rostro. Asinti, y se volvi hacia ella.


Venga, venga.
Nada ms trasponer el umbral hacia la trastienda, Thelma Lengton comenz a pensar que lo de casarse
con un carnicero tal vez no fuese tan buena idea, despus de todo. Aquello le pareci como... como un
matadero en miniatura. Haba animales colgados, abiertos en canal, y se vean cabezas en cestos... El
suelo haba sido escrupulosamente regado, pero no estaba todo lo limpio que habra sido de desear. La
sensacin de hallarse rodeada de cadveres desnudos, y un extrao olor que no saba si era a sangre, a
agua, o a muerte, estremeci a Thelma. Al fondo se vea una gruesa puerta abierta, y por all apareca un
raudal de luz.
Es la cmara frigorfica dijo Winifred. All hay un compartimento donde con alguna frecuencia
congelamos reses enteras, para distribuirlas luego para las otras tiendas. La carne congelada queda dura
como una piedra, pero es ms manejable de lo que mucha gente cree. Por ejemplo, una ternera puede ser
convertida en pedacitos con esa sierra que ve ah. Es circular, y lo corta todo, o mejor dicho lo sierra, al
tamao que usted quiera. Se podra sacar todo un buey congelado de aqu, a pedacitos tan pequeos que
cabran en un bolsillo..., sin que ste se manchase de sangre, se entiende. La carne congelada es muy fcil
de manejar, y muy limpia. Es como... trocitos de madera. Venga, venga, vamos a ver si Bob termina de
una vez.
Sintiendo como un agarrotamiento en la espalda, Thelma sigui a Winifred hacia la cmara frigorfica. En
la entrada, Winifred se coloc a un lado, diciendo:
Pase, pase. Ah est Bob.:.
Thelma estuvo a punto de negarse a entrar, pero pens que, precisamente, la presencia de Robert la
confortara un poco.
Al principio ni siquiera vio a Robert. Es decir, s lo vio, pero no lo reconoci. Vio un cuerpo humano, pero
en un plano y circunstancias tan diferentes a lo usual que durante un par de segundos su mente estuvo
rechazando las imgenes que le enviaban los ojos.
Por fin, las admiti.
Robert estaba colgado cabeza abajo por medio de un gancho que penda a su vez de una gua sujeta al
techo de la gran cmara frigorfica. Completamente desnudo, estaba abierto en canal, limpio su cuerpo de
tripas y cualquier clase de rganos. Su carne se vea blanca por fuera y tambin por dentro. La sangre
chorreaba todava por su abierto vientre, y algunas gotas caan desde los hombros al suelo, pero la mayor
parte llegaba a la cabeza, empapaba los cabellos, y, formando con stos un pincel, goteaba en abundancia,
forman do un reluciente charco rojo. Los ojos de Robert estaba tan abiertos que parecan artificiales, de
cristal.
En el momento en que, por fin, Thelma se dispona a gritar, Winifred se colocaba ante ella, blandiendo el
gancho, que manej con gran habilidad. De un solo golpe, ensart con l a Thelma por la garganta, por
debajo de la barbilla, igual que habra enganchado un cordero. El grito qu estaba circulando por la
garganta de Winifred qued all como un explosin de aire que sali casi en seguida silbando por el lugar
donde haba sido clavado el gancho.
Con un poderoso gesto, Winifred alz a Thelma, y ensart el extremo libre del gancho en la gua del
techo. Al suelo haba cado el bolso de Thelma, la cual emita un chillido delgado y dbil que pareca un
chirrido. Apenas se mova, porque nada ms intentar alzar los brazos se haba hundido ms el gancho que
la colgaba. Sus ojos estaban desorbitados, su carne se desgarraba, la sangre comenzaba a chorrear como
un ro cuerpo abajo. El cuerpo se estremeca ahora en convulsiones espantosas.
Winifred abri el bolso de Thelma, encontr dentro la nota, y la hizo una bola y se la meti en la boca.

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Mir con sorna a Thelma, que era la imagen viva del horror y la agona en un silencio espantoso roto por
extraos gorgoritos y gemidos inhumanos.
Lo ves, cerdita? dijo tranquilamente Winifred: si no hubieras sido la amante de Robert no habras
acudido, as que no estaras ahora aqu. Ni l tampoco. Amiguita, a m no me escarnece nadie, y menos un
puerco como l y una puta de medio pelo como t. Llevo casi veinte aos trabajando para este puerco
como esposa, ayudante, carnicera, amante, de todo..., y ahora me entero de que una mierda como t se lo
est llevando a la cama, y hasta tengo que soportar que l me rechace y me haga insinuaciones de
divorcio... Y qu hago yo despus? Morirme de asco con una pensin de divorciada? Nada de eso,
amiguita! Lo que voy a hacer contigo, igual que con l, es congelarte, hacerte luego pedacitos, y sacaros
de aqu a ratos perdidos, para ir tirando vuestras carnes a las cloacas... Y si me preguntan dir que os
habis fugado! Comprendes, cerdita? As que, hale!, vamos a empezar a limpiarte las vsceras, que esas
son ms fciles de triturar y tirar a los cestos de las basuras con las de los animales...
Thelma todava estaba oyendo, todava estaba viva, cuando Winifred le clav el cuchillo en el vientre y la
abri de arriba a abajo y comenz a sacar rganos e intestinos.
Haca un fro terrible en aquella cmara frigorfica.

***
Caray resopl Malcom cuando John Hawkins termin el relato. Caray, qu cuentecitos estn
contando ustedes, seores! No se puede decir que sean para nios, precisamente.
Seor Ryders le mir mosqueado Hawkins, hemos venido aqu a contar cuentos de miedo, no es
cierto?
S, pero tal vez estamos... Bueno, no s, yo dira que estamos convirtiendo esto en una reunin... de
sdicos.
Es una interesante reunin asegur con evidente complacencia Queen Perverse, y las
puntuaciones son ms bien altas. Excepto: la suya, seor Ryders, ya que est usted provocando opiniones.
Eso quiere decir que ni siquiera podr optar a uno de los premios de cinco mil dlares?
Todava faltan algunos cuentos replic el horrendo personaje. Si los que quedan son peores que los
suyos quiz todava alcance usted uno de los premios pequeos. Le ocurre algo, seorita Winston?
Algo terrible sonri Patricia: se ha terminado el champn. Me pregunto si sera abusar pedir otra
botella.
Desde luego que no. Augustus ir a por ms champn. Mientras tanto, y para evitar que la cena se
retrase demasiado sugiero qu prosigamos con los cuentos. Veamos... S, seor Marlowe?
Me gustara tomar el turno dijo Peter Marlowe. En realidad el cuento debera relatarlo mi hija,
pues ella se enter por ser enfermera del doctor Vanderlike, pero temo que Sally est un poco... afectada.
Digamos que ella no crea ni mucho menos que las cosas fueran a ser as. Quiero decir que... Bueno, ella
dej de ser enfermera precisamente porque comprendi que era demasiado impresionable, y...
Seor Marlowe interrumpi secamente Queen Perverse: cul es su cuento?
Si... Por supuesto. Bien, naturalmente, todos han comprendido que puesto que mi hija se enter
directamente se trata de un hecho verdico. Sucedi que... Ah, perdn, me olvidaba de titular el relato,
como han hecho los dems. Vamos a titularlo "El bistur mgico", y se refiere a un canalla llamado
Murdoc Terrell...

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***
Cuando lleg el gran da. Murdoc Terrell se hallaba preso de lgico nerviosismo. Y no es que desconfiara
de la pericia profesional del doctor Vanderlike, ni mucho menos, pero, a fin de cuentas, iba a estrenar
cara, y eso, a los cuarenta aos, no es cosa que se acepte como quien estrena zapatos o un traje.
Qu hora es, Joe? pregunt de nuevo.
Coo, jefe, acabo de decrsela dijo festivamente su compinche: las once y cinco de la maana.
Quiere convencerse usted mismo?
Se acerc Joe al lecho de Terrell y coloc bien visible su reloj de pulsera ante el vendado rostro; es decir,
la vendada cabeza, pues slo se vean los ojos de Murdoc Terrell, merced a los espacios dejados por el
habilsimo cirujano plstico John Vanderlike durante el vendaje.
Murdoc Terrell se convenci de que era la hora dicha por Joe, y solt un gruido. En realidad, no tena
prisa, pero estaba harto de permanecer en la casa del doctor Vanderlike. Todo muy bonito: un bello jardn,
tranquilidad, silencio... Desde que Vanderlike le haba operado haba cuidado muy bien de no recibir
visitas en su casa de campo. Y ms le vala, porque si Vanderlike se las hubiera dado de listo lo habra
pagado muy caro: con Murdoc Terrell no se jugaba.
Dnde estn Sam y Floyd? pregunt.
Con la seora Vanderlike, ya sabe, jefe. Hoy le tocaba a la muchacha ir a la ciudad, as que ellos estn
con la seora. En cuanto al doctor, ya sabe que dijo que vendra antes del almuerzo para quitarle el
vendaje. Y si lo dijo, vendr. Ya lo creo que vendr, como siempre!
S murmur Terrell, claro.
Era un hermoso da. Pens qu era una lstima que la maestra de Vanderlike no pudiera cambiarle el
color de los ojos, pero esto ya era cuestin de poca importancia, realmente. Poda ponerse lentillas de
contacto de cualquier color, o gafas de cristales oscuros. O simplemente, nada, porque... quin haba de
reconocer a Murdoc Terrell cuando saliera a la calle con la nueva cara que le haba fabricado el prestigio
so cirujano plstico John Vanderlike? Nadie. Ni soarlo.
Desde luego, al principio no haba sido nada fcil dominar a Vanderlike, pero le haban convencido, vaya
que s. Al recordar esto, Terrell intent una sonrisa, pero, como desde que haba sido operado por
Vanderlike all mismo, en la casa de campo, utilizando un quirfano improvisado, no experiment
sensacin alguna en el rostro.
No se complique la vida ni me la complique a m le haba dicho claramente Vanderlike. Acepte las
cosas y espere al final antes de fastidiarme, de acuerdo? Notar sensaciones raras o bien no notar
ninguna, pero tranquilo. El mdico soy yo; usted haga todo lo que yo le digo y punto. Tengo ms inters
que usted en que la operacin salga bien, comprende esto?
Vaya si lo comprenda!, pens Murdoc mientras de nuevo en vano intentaba conseguir una sonrisa,
percibir el movimiento de sus nuevas facciones. Vaya si lo comprenda... John Vanderlike tena todo el
inters del mundo en que la operacin resultase un xito y cuanto antes mejor, porque entonces Terrell y
sus tres criminales amigotes se iran de su casa, y terminara aquella angustiosa situacin que duraba desde
aquella noche en que aparecieron los cuatro criminales pistola en mano, invadiendo la casa, y asegurando
que no haran mal alguno a nadie si el doctor Vanderlike, conocido en su profesin como "El bistur
mgico", le cambiaba la cara a Murdoc Terrell.
S seor, como en los viejos tiempos del gangsterismo. Pero... acaso los viejos tiempos no tienen siempre
alguna cosa buena, interesante, inteligente o conveniente? Murdoc Terrell haba cometido ya tantos
desmanes en Estados Unidos que no tena escapatoria, pues le buscaban en todos los Estados y todos los

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cuerpos policiales del pas. Se haba da do la orden de cazar a la mala bestia fuese como fuese, y Terrell
haba comprendido que esta vez tena la cosa muy mal si no encontraba una solucin realmente buena que
le permitiera escapar del pas.
Y entonces, en una revista, ley un titular sobre determinada actividad de ciruga plstica de John
Vanderlike, el cirujano de los millonarios. Visto y pensado, por qu no cambiar de cara? A fin de cuentas,
la suya no era precisamente maravillosa, y continuar lucindola poda costarle la vida..., ya que lo ltimo
que hara en esta vida Murdoc Terrell sera entregarse: no se entregara jams, morira matando.
Pero... por qu morir si poda escapar a otro pas y proseguir all su carrera de robos, crmenes y
sadismo? Ah, s, de sadismo, porque Terrell era, ms que malo y cruel, sdico y espeluznante malvado,
uno de esos sujetos que goza haciendo el mal, y que jams cambiara. Estuviera donde estuviera l hara el
mal. Tena tan malas entraas que Vanderlike no tuvo ms remedio que acceder a sus requerimientos
respaldados por amenazas. O acceda, o Terrell le iba a cortar la cabeza a su mujer y a su hija.
Los haba atrapado a los tres en casa la noche de su aparicin: John Vanderlike, su esposa Joan, y la hija
de ambos, la encantadora Priscille. Y desde aquella noche las cosas haban seguido un proceso... lgico.
En primer lugar, la familia fue advertida de que hasta que Terrell se marchase de all con la cara cambiada
nunca estaran fuera de la casa de campo los tres a la vez, siempre debera haber por lo menos uno en la
casa, pero mejor dos. De este modo, el que fuese a la ciudad, o se relacionase de cualquier modo con
amistades o colegas, sabra que al menor desliz los hombres de Murdoc Terrell asesinaran a los rehenes de
turno.
Y as haban transcurrido aquellas semanas, arreglndose las los Vanderlike para que nadie les visitase,
respondiendo al telfono con normalidad, y haciendo apariciones tambin normales, o casi, entre sus
amistades o en su trabajo el doctor..., pero siempre, siempre, dejando uno o dos rehenes en la casa.
Lo malo fue que haba sucedido lo que era de temer, lo que John y Joan haban temido desde el principio:
una de las veces en que l se encontraba trabajando en la clnica de la ciudad, dos de los tres amigotes de
Terrell haban violado a la joven Priscille hasta hartarse..., y cuando terminaron se la pasaron a Joe, que
haba culminado alegremente la hazaa.
Cuando, al regreso de John Vanderlike, ste se enter, atendi en sombro silencio a su hija y a su histrica
esposa, y, cuando al da siguiente, al visitar a Terrell en su habitacin, el criminal le dijo que no se lo
tomara a pecho, que la cosa no era tan trgica, Vanderlike se qued mirndolo y murmur:
Saba que lo haran.
Murdoc Terrell se haba quedado de una pieza.
Ah musit. Saba que mis hombres...?
Es lo lgico en gentes como ustedes: siempre hacen dao a sus semejantes, sea como sea.
Bueno, ya que se lo toma tan bien les dir a los muchachos que pueden seguir tirndose a su hija, eh,
doctor? ri Terrell ahogadamente bajo los vendajes.
Si vuelven a tocar a mi hija le clavar a usted un bistur en el corazn, Terrell replic serenamente el
cirujano.
La posibilidad no era nada remota. Vanderlike, que visitaba diariamente a Terrell, poda perfectamente
camuflar uno de sus bistures en la ropa, y cortarle al criminal el cuello con toda facilidad y habilidad
digna de un profesional. De modo que Murdoc Terrell se asegur bien de que sus hombres no volvieran a
molestar a Priscille, ni a Joan, como tenan proyectado.
Pero bueno, ya todo iba a terminar. En el da de hoy, John Vanderlike iba a retirarle los vendajes a Murdoc

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Terrell, con lo que ste dejara de necesitar al cirujano. Y sus planes estaban muy claros a partir de ese
momento. Le iba a dar una leccin inolvidable a Vanderlike: no slo l y sus hombres violaran a su mujer
ya su hija delante de l, sino que acto seguido las mataran a las dos, y luego a l lo colgaran de la
lmpara del saln, simplemente linchndolo, como si fuese un vulgar facineroso. Qu se haba credo
aquel medio cucho? A Murdoc Terrell no le amenazaba nadie...!
La puerta se abri, y apareci Floyd, sonriente, con aquella mueca de risa malvada que repela y
asqueaba.
Eh, jefe, la seora dice que tiene que ir un momento al pueblo ms cercano a comprar no s qu.
Ha llegado ya Vanderlike?
Todava no.
Pues su mujer no sale de aqu hasta que l llegue. La chica ya est en la ciudad, no es as?
S, pero la seora dice que puedo acompaarla, que a stas alturas ya no van a complicarse la vida. Y
tiene razn.
Tal vez, pero yo mando aqu, y digo que hasta que llegue Vanderlike ella no sale de aqu. Est claro?
Cuando llegue el marido la dejis salir, pero no antes. Ya sabemos que es una familia unida, y que mientras
tengamos a uno aqu los otros dos no nos perjudicarn en nada... Qu hora es, Joe?
Tres minutos ms tarde que antes, jefe dijo Joe, resignado.
John Vanderlike lleg apenas doce minutos ms tarde, y subi directamente a la habitacin de Terrell tras
charlar unos segundos con su esposa Joan, que parti hacia el pueblo sola. Verdaderamente, a aquellas
alturas, ya no vala la pena complicarse la vida, eso lo entendan incluso Floyd, Sam y Joe...
Aja, el bistur mgico exclam Terrell, chispeantes los ojos, al ver entrar a Vanderlike. Hoy es el
gran da, doctor!
S, lo es asinti secamente Vanderlike.
Algo no va bien? entorn los ojos Murdoc Terrell.
Nada va bien.
Qu quiere decir?
S que ustedes tienen proyectado matarnos a los tres en cuanto mi trabajo haya terminado, Terrell.
Vamos, vamos, no sea malpensado, hombre... Estoy contento de usted, las cosas han ido bien, todos
hemos sido bastante razonables, no?
Yo no soy ningn tonto, Terrell, de modo que he tomado mis medidas.
El silencio qued flotando como algo tangible tras las palabras del cirujano plstico;
Qu medidas? susurr Murdoc.
En primer lugar, despdase de matar a mi mujer y a mi hija. Va a matarme a m, porque no he podido
encontrar el modo de escurrir el bulto, pero no a ellas. Ya me he resignado a la idea de morir..., y no crea
que me importa demasiado, sabiendo que me llevo conmigo a un bicho como usted.
Ha avisado a la polica? se estremeci Terrell. La tenemos aqu, rodeando la casa?

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Nada de eso. Me he informado muy bien sobre usted, y s que o lograra escapar con la ayuda del
demonio, como ha sucedido hasta ahora, o antes de morir matara cuanta ms gente mejor. Usted no se
entregara nunca, pero seguro que lo harn estos tres cretinos cuando usted ya no exista. Mi mujer ha ido
a advertir a la Polica de Shortville que estn aqu. Ella cree que he encontrado un truco para escapar yo
tambin, as que enviar a la Polica. A m me encontraran muerto, pero a usted tambin.
Diciendo esto, John Vanderlike abri su maletn, y sac unas largas y afiladas tijeras, con las que seal el
rostro vendado de Murdoc Terrell. Pero no pudo dar ni siquiera un paso hacia el criminal, porque Joe le
coloc la pistola bajo la barbilla, y gru:
Quieto, amiguito. Nada de acercarse al jefe con eso en la mano, despus de lo que ha dicho! Lo mato,
Murdoc?
No. Dame esa pistola.
Murdoc sali de la cama, tom la pistola que le tenda su compinche, y apunt al pecho de John
Vanderlike, que aspir hondo. Eso fue todo. De pronto sonri, y dijo:
Ests listo, criminal. Vas a pagarlo todo ahora, incluido lo que estas bestias le hicieron a mi pequea
Priscille.
Ests hablando como si todava te necesitara dijo Terrell, y ya no es as, idiota. No te necesito para
quitarme unos simples vendajes.
Dispar por tres veces, gozando con ello, con el gesto de dolor de John Vanderlike, con sus salpicaduras
de sangre y sus giros hasta caer muerto cerca de la puerta, destrozado el pecho a balazos.
Terrell tir la pistola sobre la cama, empu las tijeras que haba esgrimido el cirujano, y fue a colocarse
ante el espejo. Comenz a cortar los vendajes. Cuando termin, todava no comprenda. Tras l, por medio
del espejo, vio a Floyd, Joe y Sam mirndole con ojos desorbitados por el terror, desencajados sus lvidos
rostros. Una extraa atmsfera de horror flotaba en el ambiente del dormitorio.
Muy despacio, la mirada de Murdoc Terrell regres al rostro que haba visto en el espejo, pero que haba
rechazado. No era cierto, no estaba viendo nada real, ni mucho menos, aquello tena relacin con l.
Estaba viendo la cabeza de un hombre que tena cabellos, orejas y ojos..., y que en el resto mostraba
solamente hueso. Era como... como si a una calavera le hubieran colocado orejas de plstico, ojos de
vidrio, y una peluca. Era un rostro sin carne en la barbilla, ni en la nariz, ni en las mejillas; un rostro sin
labios, sin prpados. El bistur mgico de John Vanderlike haba retirado de sobre aquella calavera toda la
carne que alguna vez la cubriera. Estaba contemplando una calavera con ojos y peluca, algo tan
horripilante que, de repente, Murdoc lanz un alarido inhumano, salt hacia la pistola, la empu, y,
enloquecido, asesin en cuestin de segundos a sus tres criminales compinches.
Luego, tras volver a mirar aquella calavera con ojos y peluca en el espejo, abri la boca de grandes
dientes amarillos, meti la pistola dentro, y apret el gatillo.
La bala sali por la coronilla, destrozando la peluca.
Y la luz de la vida se apag en los ojos del monstruo creado por el bistur mgico.

***
Evidentemente, Peter Marlowe haba terminado su relato, que no pareca haber tenido tampoco
demasiado xito, por lo que Malcom Ryders le hizo pared, y tras hacer la anotacin correspondiente en su
libreta, mir a los esposos Ferguson y dijo:
Si la seorita Winston va a ser la ltima slo quedan ustedes... Escuchemos su relato, seor y seora

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Ferguson.
Se titula "Sadoterapia" dijo Ronald Ferguson, y es as...

***
Siguiendo el sendero lleg finalmente ante la casa de la cual haba estado viendo desde pocos minutos
antes el resplandor de la luz en una ventana, como un halo amarillento que finalmente se concret, se
defini como aquella amplia ventana tras la cual estaba la cortina, y tras sta la luz.
Fren, apag las luces de situacin y el motor, y todo qued en silencio. Un silencio inslito para l, que
vena de la gran ciudad; un silencio incluso sobrecogedor, que permiti que impregnara sus tmpanos
durante unos minutos.
Finalmente se ape, y se acerc a la casa. No pareca muy tranquilo, se notaba su titubeo, una cierta
desazn. La ventana iluminada qued a su izquierda, y girando la cabeza hacia la derecha y alzando la
mirada vio la luna llena en un cielo lvido y con estrellas empalidecidas por el brillo de la luna.
Llam a la puerta de la casa, pero nadie contest. Tampoco insisti mucho, sino que se limit a empujar la
puerta... Dentro de la casa haba luz, naturalmente. La localiz a su izquierda, definiendo el hueco de otra
puerta abierta.
Buenas noches! grit. Hay alguien en casa?
No hubo respuesta alguna.
No hay nadie? insisti.
El mismo silencio por respuesta.
Cerr la puerta tras l y se encamin hacia la puerta abierta. Se detuvo en el umbral. Era una salita, y su
ventana era la que se vea iluminada desde el exterior. Era una salita vulgar y corriente, modesta, pero
agradable.
Atado a uno de los sillones haba un hombre de unos cuarenta aos, de buen aspecto, quiz algo
rechoncho, con lentes de montura de acero, cuya indumentaria era un pijama y un batn; cerca de sus pies
sujetos con brutales vueltas de la soga se vean las zapatillas. Una ancha tira de esparadrapo amordazaba
implacablemente al hombre de los lentes; tras stos, sus ojos se abrieron mucho contemplando con gran
alivio y esperanza al recin llegado.
Este se acerc lentamente, contemplando al hombre con una expresin entre, incrdula, cohibida y alerta.
El amordazado intent hacerse or intilmente; mejor dicho, emiti sonidos ahogados cuyo solo objeto era
dar a entender lo que resultaba obvio: que no poda hablar.
El recin llegado titube todava unos segundos, y por fin, le arranc la tira de esparadrapo. El hombre de
los lentes suspir hondamente, entrecortadamente, con un trmolo de todo el cuerpo.
Gracias a Dios! jade acto seguido. Es usted de la Polica.
No neg el otro con voz tenue.
El temor, el espanto, apareci sbito en los ojos del otro.
Dios mo! palideci en su sofoco. No ser usted uno de ellos!
De quines?

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De los que nos han trado aqu!


A quines?
A m y a las dos mujeres!
Hay dos mujeres en la casa? Seguro?
Claro que estoy seguro!
Y quines son?
No lo s, slo s que ellos nos trajeron aqu, a m me colocaron aqu y no he vuelto a saber nada ms!
Quines son ellos?
Los hombres que nos trajeron aqu!
No los conoce usted?
Claro que no!
Ni conoce a las mujeres?
Ya le digo que no! Desteme, tenemos qu avisar a la Polica inmediatamente, antes de que vuelvan!
El recin llegado estuvo contemplando al otro atentamente, evidenciando sus dudas. Por fin, murmur:
Me llamo Braddock. Y voy a decirle una cosa: no me fo de usted.
Est loco? Ya le estoy diciendo lo que pas...!
Le dir lo que me ha pasado a m dijo el llamado Braddock: ver, de pronto record que tengo que
hacer una llamada telefnica de urgencia, y resulta que estoy en un tramo de carretera interior donde
difcilmente encontrar un lugar desde donde telefonear. Y de pronto veo una luz entre los rboles, acto
seguido un sendero, y pensando que hay una casa y un telfono me acerco, para pedir que me dejen
llamar por telfono. Y qu me encuentro? Pues, me encuentro una cosa muy rara que no me gusta nada.
Pero... Dios bendito, ya le he dicho lo que ha pasado! Tiene usted que ayudarnos!
Veamos si lo he entendido bien: a usted y a dos mujeres los han trado a esta casa. No conoce a las
mujeres, ni conoce a quienes los han trado a ustedes aqu. Y por supuesto, esta no es su casa, verdad?
Claro que no es mi casa!
Braddock movi la cabeza, y mir alrededor. Vio el telfono, se acerc a l, y descolg el auricular, que
coloc en su odo. Estaba empezando ya a marcar el nmero cuando se detuvo. Su mirada regres, hostil,
hacia el sujeto atado al silln.
El telfono no funciona dijo.
El otro parpade, fue a decir algo, y todo lo que pudo hacer fue tragar saliva, para, finalmente, quedarse
mirando a Braddock con ojos desorbitados. Braddock se encamin hacia el pao de pared donde haba
una escopeta de caza de dos caones colocada sobre dos ganchos. Un poco ms all, cerca de la repisa de
la chimenea, haba un cinto repleto de cartuchos.
Braddock descolg la escopeta, meti dos cartuchos en el arma, y se guard otros cuatro en un bolsillo.

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Pero... qu est haciendo? reaccion el otro. Por el amor de Dios, haga algo! Algo por nosotros!
Sabe? dijo Braddock. No me gusta la gente que menciona tanto a Dios. No me gusta usted.
Pe.. pero... pero...
Ser mejor que se calle. Aqu hay algo muy raro, y lo primero que voy a hacer es convencerme de que
no hay peligro para m.
El otro estaba como alucinado. Braddock sali de la sala con la escopeta en el brazo, escuchando muy
atentamente. Sigui el pasillo hacia la izquierda, y lleg a la cocina, cuya luz encendi.
Sobre la cocina de gas haba una jaula de alambre dentro de la cual haba un gato negro, echado de lado,
que apenas parpade cuando Braddock encendi la luz. Se qued miran do al hombre fijamente. Sus ojos
parecan dos siniestras manchas amarillas. Por un tiempo que pareci a punto de eternizarse Braddock
estuvo mirando fijamente al gato. Por fin, se pas la lengua por los labios, dio la vuelta, y sali de la
cocina.
En la casa haba un cuarto de bao amplio y tres dormitorios. El cuarto de bao y el primer dormitorio que
mir estaban vacos. En el segundo dormitorio, tendida en la cama completamente desnuda, haba una
hermosa mujer de cabellos rubio platino; sus manos y sus pies estaban atados a los barrotes slidamente.
Su boca tambin estaba sellada con una ancha tira de esparadrapo. Era bellsima. Ni siquiera el miedo que
haba en sus grandes ojos azules restaba belleza a sus facciones. Incorporaba la cabeza para mirar bien a
Braddock, que a su vez la contemplaba desde el umbral.
Se acerc lentamente a ella, y vio bien la tersura de su piel, la hermosura de su carne, mrbida y densa, y
la forma y delicadeza de los pezones. Ella le contemplaba plida y tan muda de miedo que la mordaza era,
en aquel momento, innecesaria.
Usted tampoco vive aqu? pregunt de repente Braddock.
Ella movi negativamente la cabeza. Braddock asinti, con cierta sorna. Acerc la mano libre al cuerpo
de la mujer, y acarici la tensa piel de su cadera. Ella se estremeci, y toda su carne, toda su piel, se eriz.
Braddock desliz la mano hacia arriba, por el costado y el brazo, zigzagueando hacia la espalda, y
finalmente la pos en un seno, que atrap vidamente, apretndolo, estrujndolo, sobndolo con dolorosa
rudeza. Se oy el ahogado gemido de la hermosa rubia pa tino, cuyos ojos se haban desorbitado todava
ms.
Braddock dej la escopeta sobre la cama, se inclin sobre la muchacha, y su boca se apoder de un pezn,
sin que ella lograra evitarlo con sus escorzos. Lo nico que consigui fue hacer enfadar a Braddock, que
la golpe salvajemente con el puo derecho en pleno vientre, dejndola casi desvanecida. Entonces,
tranquilamente, Braddock se dedic a sorber el pezn, apacible, gustosamente, mientras sus facciones se
relajaban. Lentamente, en su rostro fue apareciendo una sensacin de deleite casi infantil.
Se oy el miau del gato.
Todo el cuerpo de Braddock tembl. Se apart de la mujer rpidamente, empu la escopeta, y volvi a la
cocina... Dentro de la jaula, las siniestras pupilas amarillas le contemplaban fijamente.
S, eh? dijo Braddock.
Se acerc a la jaula y meti por entre la trama del alambrado la boca de la escopeta. El gato retrocedi,
temeroso y al tiempo arisco, y olfate. Alz una zarpa y dio unos golpecitos al can del arma. Braddock
emiti una risa sofocada.
Qu te pasa? dijo en voz alta. Crees que vas a convencerme de que eres un buen muchacho al
que le gusta jugar? Crees que vas a convencerme de que eres simptico? Pues yo te aseguro que no!
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Desvi el doble can, coloc la doble boca en un costado del gato, y apret ste contra el alambrado del
otro lado de la jaula. El animal profiri un maullido de dolor y acto seguido un bufido. Con agilidad y
energa propia de su raza, el animal se liber de la presin del can de la escopeta, y se arrincon,
bufando ahora con ms fuerza.
S, eh? ri Braddock.
Acerc la boca de fuego al rostro del gato, que se encogi, y mostr sus rojas fauces, siempre bufando.
Con la boca de la escopeta a menos de tres dedos del rostro del gato, Braddock apret el gatillo doble.
Hubo un brevsimo maullido feroz, son el doble estampido como un par de caonazos, y, casi
simultneamente, todo estall en una orga de rojo y negro caliente y lquido. Las salpicaduras del
destrozado animal se extendieron por toda la cocina, dejando rojas y negras manchas en las manos y el
rostro de Braddock, que se ech a rer jubilosamente.
Dej la escopeta a un lado, abri la jaula, y sac de sta los restos del gato sujetndolos por la cola. Era
como sostener un espeluznante pincel negro con pintura roja. No quedaba ni rastro de la cabeza, y unas
vsceras aparecan por el tremendo boquete que casi haba pulverizado medio cuerpo.
Como jugando con aquellos despojos, Braddock entr en el otro dormitorio donde, en efecto, haba otra
mujer. Esta deba tener unos sesenta aos, era regordita, de rostro sonrosado; llevaba lentes, y vesta
completamente de oscuro. Estaba sentada en una butaca a la que, ciertamente, haba sido, slidamente
amarrada, y, por supuesto, estaba amordazada.
Los ojos casi se le salieron de las rbitas al ver aparecer a Braddock jugando con el medio cadver del
gato, una chispa de locura brill un instante en las pupilas femeninas. Braddock se plant ante ella, y
balance el gato ante los desorbitados ojos.
Mira, mira dijo riendo casi infantilmente, mira tu Otelo, mira!
La mujer miraba del gato a Braddock y viceversa. Pareci que su rostro fuese a estallar en una implosin
cuando Braddock la golpe en l con el cadver del gato. El sobresalto de la mujer fue tal que desplaz
unos centmetros el silln al intentar apartarse. Braddock volvi a rer, y de nuevo la golpeo con el
cadver del gato, dejndole manchas de sangre y pellejo negro por todas partes. Acto seguido, apart la
ropa de la parte delantera del vestido, y meti el medio gato entre los grandes senos de la mujer, que ahora
chillaba sordamente, ahogndose, presa de tremendas convulsiones de asco y terror.
Pero no pudo hacer nada: qued con el retorcido medio cadver del gato metido entre sus grandes pechos,
mientras Braddock rea y rea. Asi con las ensangrentadas manos el respaldo del silln, lo ech hacia
atrs, y, manejndolo como si fuese una carretilla sin ruedas, lo sac del dormitorio, trasladando de este
modo a la mujer desde su dormitorio al de la bellsima rubia platino, mientras en la sala seguan oyndose
los gritos del hombre del pijama y el batn.
Braddock lleg con su carga al otro dormitorio. La muchacha desnuda desorbitada de nuevo los ojos. En
su vientre comenzaba a perfilarse el tono oscuro del hematoma que provocara el impacto del puo de
Braddock. Este sali del dormitorio, y regres en seguida arrastrando al tipo del batn como antes a la
mujer, con silln incluido.
Pero... qu est pasando? grit el otro. Qu est haciendo? Usted es uno de ellos, uno de esos
criminales...!
Cllese o le disparo la escopeta en los cojones dijo Braddock.
El hombre call en el acto, atragantndose. Braddock fue a por la escopeta, y la dej bien a su alcance y
haciendo ostentacin de ella y de sus claras intenciones de usarla si le pasaba por la cabeza. La mujer que

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tena el cadver del gato entre los senos se asfixiaba en sus sollozos.
Braddock se acerc a la rubia platino, se sent en la cama junto a ella, y desliz una mano, plana, por sus
hermosos senos y vientre, para detenerla de lleno sobre el sexo.
Sabes qu voy a hacer, cario? pregunt. Lo sabes? No, me parece que no lo sabes. Tal vez
tengas el temor de que vaya a violarte, pero no, no har semejante cosa, te lo juro. A quien s voy a violar
es a tu madre.
Movi la cabeza hacia la rechoncha vestida de negro. La rubia platino se desconcert, y hasta la
rechoncha dej de gimotear para mirar a Braddock todava ms asustada, y no poco desconcertada.
Pero antes dijo Braddock mira lo que hago con tu hermanito. No te pierdas detalle!
Se coloc ante el sujeto del batn, se inclin sobre l, y le escupi al rostro. El hombre grit, dio un tirn a
sus ligaduras, mostr una palidez de cadver; Braddock no le dio tiempo a mucho ms: le rode el cuello
con las manos, y volvi el sonriente rostro hacia la belleza desnuda.
Mira, mira ri. Mira!
Comenz a apretar. El hombre del batn mova la cabeza, intentaba mover el cuerpo, gritaba, aullaba, tosa
y jadeaba. Todo color desapareci de su rostro, que se enfri y se llen de sudor. Braddock, que apretaba
sin dejar de mirar a la horrorizada rubia platino, volvi por fin el rostro hacia el sujeto al que estaba
estrangulando, y acerc su rostro al de l.
Hijoputa de mierda jade, qu te habas credo? Te figurabas que ibas a vivir siempre a mi costa,
burlndote de m, ponindote mis batines y utilizando mis coches y mi yate para tus correras de golfo
intil?
Una espuma espesa comenz a aparecer en la boca del otro, que haba cesado de moverse. Su mirada era
incierta. Ahora, su rostro estaba lvido y desencajado. Sus ojos efectuaron un visaje estrbico. Braddock
ri, y apret ms. Y ms. Y ms. Y ms. La lengua del otro, como una horrenda masa morada, apareca
por entre los labios.
Braddock retir lentamente las manos, se irgui, y aspir profundamente.
Pues no es tan difcil como pareca exclam. Estoy seguro de que lo dems tambin ser fcil!
Vamos a ver, vamos a ver, vamos a ver... Ah, s, ahora tengo que violar a la vieja gorda!
La mujer del gato le mir con renovado terror. Desde la cama, la bella muchacha pareca ahora como
ausente, fascinada por el espanto.
Te lo dir bien claro, gorda-dijo Braddock, plantndose ante la mujer: te voy a soltar, pero va a ser
para que hagas todo lo que yo te diga. Si no lo haces, simplemente te abrir el vientre con un cuchillo de
cocina y te meter dentro el gato. Me has comprendido?
La mujer asinti. Braddock tambin asinti, la solt, y se puso a rer cuando ella se apresur a abrirse su
vestido y a quitarse con aspavientos y sollozos el medio gato muerto. De repente, Braddock salt sobre
ella, la hizo girar, y la oblig a echarse de bruces sobre el silln, de espaldas a l. Sin ms, le alz la ropa,
le arranc las bragas, y la penetr furiosamente, mientras la mujer gema y sollozaba y se estremeca como
si estuviesen perforando sus entraas.
Lo ves? mir Braddock a la rubia platino. Ves lo que estoy haciendo con la cerda de tu madre, lo
ves? Pues esto no es nada, vas a ver ahora cmo esta vieja asquerosa que siempre me est impidiendo
hacerlo contigo se va a esmerar en proporcionarme la gran gozada de mi vida! T, cerda, no te muevas de
aqu!

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Se apart de ella, recogi la escopeta, la recarg, y se situ de nuevo detrs de la mujer, que permaneca
en la misma postura, llorando ahora a lgrima viva, presa del ms profundo pnico. Le puso la boca de
fuego en la nuca, y grit:
Y muvete bien, perra, cerda, asquerosa, o te voy a volar la cabeza!
La mujer chill cuando l volvi a penetrarla brutalmente, y comenz a moverse en seguida, con una
torpeza pattica. La mano libre de Braddock se clavaba como una garra en sus nalgas.
Y no creas que te estoy haciendo esto realmente para disfrutar, asquerosa! aull. Lo hago para
humillarte, t que tanto me desprecias a m, y ya ves, dndome gusto! Me das asco, pero gozar contigo y
te humillar! Esta humillacin ser lo ltimo que recordars en tu vida...!
Lanz un berrido de placer y furia, se estremeci, se qued luego un instante inmvil y jadeante, y,
echndose a rer, apret los dos gatillos de la escopeta.
Ante el atroz espectculo, la muchacha de la cama cerr los ojos mientras su cuerpo vibraba en un
extenuante grito silencioso..., que se interrumpi cuando not el contacto fro y viscoso en su vientre.
Abri entonces los ojos, y qued muda de espanto al ver a Braddock inclinado sobre ella.
Braddock sonrea cariosamente.
A ti no voy a violarte. Lo que voy a hacer es cortar tu cara de arriba a abajo, en rodajas, con una
cuchilla de afeitar. Y te cortar los ojos, y las orejas, y la lengua... Cuando termine contigo no sers nada
ms que un despojo... O quiz prefieres que hagamos el amor? Yo no quiero, pero si t me lo pidieras... O
sea, ya me entiendes, no voy a violarte, pero si t me pides que lo hagamos no ser violacin, verdad?
Me lo pides, cario? Me lo pides?
La muchacha asenta enrgicamente con la cabeza. Braddock ri de nuevo, se desnud, y salt sobre ella;
penetrndola... Se abraz al bellsimo cuerpo como si de ello dependiera su vida.
Ethel, Ethel, amor mo..., si supieras cunto te amo, si supieras cunto anso estar siempre as contigo!
Y t tambin lo deseas, no es cierto? Ethel, cario, vamos a gozar los dos muchsimo, ahora que nadie
podr interrumpirnos ni rerse de m por mi fealdad siendo t tan hermosa... Ammonos, Ethel, mi vida...!
Has sido maravillosa, cario suspir Braddock. Para no perder nunca este recuerdo de ti, y para
que nunca puedas repetir esto con ningn hombre, como has estado haciendo hasta ahora, no tengo ms
remedio que...
Empapada en sudor, la bellsima muchacha vio aparecer la cuchilla de afeitar en la mano de Braddock.
Quiso gritar cuando la cuchilla se acerc a su rostro, pero todo lo que consigui fue la sensacin de que
sus sienes iban a estallar.
Apenas sinti la primera pasada de la cuchilla, tan agudo era el filo de sta.
...
Cuando Braddock regres a su coche, encontr un sobre encima de su asiento. Lo abri, y sac la hoja de
papel que contena, y que estaba escrita por un lado. A la luz del tablier ley:
Cazar y enjaular un gato: $ 1.000
Hombre con las caractersticas exigidas: $ 10.000
Mujer gorda de mediana edad: $ 10.000
Joven rubia platino muy bella: $ 25 000
Total: $ 46.000
Braddock extendi un cheque por esta cantidad, lo meti dentro del sobre con la nota, y lo tir fuera del

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coche, alejndose.
Todava se vean las luces de posicin del coche cuando un hombre apareci de entre las sombras, recogi
el sobre, y se meti en la casa. Ech un complacido vistazo al cheque, y luego se adentr en la casa. Un
minuto ms tarde contemplaba impvido el horrendo espectculo del dormitorio con tres cadveres. La
muchacha rubia platino tena el rostro convertido en un espanto, y haba sido finalmente estrangulada con
un sujetador.
Bueno movi la cabeza el hombre, cada cual se divierte como puede! Y por m, mientras me
paguen el material!
...
De dnde vienes a estas horas? salt Ethel del silln en cuanto lo vio aparecer. Qu te ha
ocurrido?
Jim Braddock apunt a ste con un gordo dedote su suegra, sentada en otro silln, y con el negro
gato Otelo en la falda, estoy segura de que vienes de cometer alguna sinvergonzada.
Vamos, vamos, no seis as ri Ernest, el hermano de Ethel y por tanto hijo tambin de la gorda, el
pobre Jimmy es incapaz de hacer nada censurable. Verdad, cuadito?
James Braddock termin de entrar en el saln de su magnfica quinta, se acerc a su bellsima y joven
esposa Ethel, una esplndida rubia platino que le contemplaba irnicamente, y se inclin para besarla en
la frente. Ernest, ataviado, cmo no, con uno de los batines de su millonario cuado, contemplaba a ste a
travs de los cristales de sus gafas de montura de acero. El gato negro buf al acercarse Braddock.
Hasta el gato sabe que eres un sinvergenza! increp la suegra. Ya ests pensando que esta
noche...! Pues para que lo sepas, esta noche Ethel y yo vamos a salir!
Jim Braddock mir a su suegra, a su cuado, y finalmente a su mujer. Para sorpresa de los tres, sonri,
cosa que ltimamente no haca con frecuencia, ni mucho menos.
De qu te res t?exclam su suegra.
Jim Braddock ampli su sonrisa. Algn da llevara a cabo la sadoterapia con los personajes autnticos.
Saba ya que no iba a resultar nada difcil. Y adems, qu demonios, tena que admitirlo!, haba resultado
francamente divertido y relajante. S, se senta como nuevo, en paz con todos..., por el momento.
Y es que ya se sabe: no hay como encontrar la terapia adecuada.

***
Es un relato simptico! exclam Patricia, riendo. Claro que en efecto es bastante sdico, pero
resulta simptico, en el fondo!
Muy en el fondo dijo Malcom Ryders. Caramba, ya tenemos de vuelta a nuestro buen zombie en
el champn! Ya era hora!
Todas las miradas convergieron en Augustus, que entraba en el saln empujando un decrpito carrito en el
que se vea un gran cubo de zinc conteniendo dos botellas de champn y hielo picado. El zombie
respondi sin inmutarse:
He estado esperando afuera a que terminase este cuento, seor Ryders, para no interrumpir.
Sin duda debe ser cierto dijo con voz riente Patricia, pero me parece que adems te has
entretenido de otro modo muy agradable, Augustus.
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Qu modo? se interes Ryders.


No te fijaste en que Camelia llevaba pintados los labios? Pues fjate bien ahora en los labios y la
barbilla de Augustus.
Malcom mir sorprendido al zombie, que estaba descorchando una de las botellas de champn con una
mano tan enorme que resultaba increble; casi se perda la botella de champn en ella.,
Pero...! exclam de pronto Malcom. Pero si Augustus lleva la boca y la barbilla manchadas de
carmn! Vaya, Augustus, si no recuerdo mal antes nos dijiste que los zombies no podis hacer el amor, ni
nada de eso...
Slo dije que no podamos hacer el amor, seor Ryders, no que no pudiramos besarnos. Gracias a la
Reina todava tenemos pequeas compensaciones que nos permiten disfrutar de esta segunda vida...
Permtame, seorita Winston...
Patricia le tendi la copa al zombie para que escanciase champn en ella, y al mismo tiempo frunca el
ceo y murmuraba:
Precisamente mi relato trata de la vida y la muerte..., pero no tal como lo han estado enfocando ustedes
hasta ahora. Es un cuento... diferente, y que vamos a titular "Derecho a la vida"...

***
...Y de pronto, se dio cuenta de que tenia vida.
Hasta entonces, hasta haca muy poco, haba sido una sensacin vaga, indefinible; un saber y un no saber;
un sentir y un no sentir algo en verdad extraordinario, como si de alguna parte remotsima hubiera llegado
no la vida, sino una memoria de vida.
Era extraordinario y apasionante.
A decir verdad, si le hubieran preguntado qu senta no habra sabido qu contestar. Haba que tener en
cuenta que acababa de llegar a la vida, y sus facultades de expresin eran mnimas; seguramente, no
aumentaran demasiado cuando fuese adulto, pero en su estado primigenio eran casi inexistentes.
Eso s, senta la vida.
Saba que estaba vivo.
Saba que todo l lata, respiraba, se mova. Perciba vida a su alrededor. No estaba todava en un lugar
indefinible donde se era y no ser era, donde se exista y no se exista. Estaba, sin la menor duda, en un
lugar donde haba Vida. Es ms, precisamente la Vida estaba en aquel lugar donde l acababa de nacer.
Todo eran rumores a su alrededor. Sabia que tena que ver, pero an no vea. No saba a ciencia cierta qu
era la oscuridad, pero la estaba sintiendo. Bueno, seguramente todo era normal. Haba nacido de otro ser
haca muy poco, y no poda esperarse que inmediatamente adquiriera su individualidad.
Todo tena un proceso.
Ah, si recordara su estado anterior...! Lo intentaba, pero no lo consegua. Sabia, eso s, que proceda de
otra vida, de algn modo. S, saba seguro que antes haba estado integrado en otra vida. Otra vida ms
grande, ms poderosa, ms slida qu la suya, pero vida al fin, y nada ms que vida. Sera absurdo medir
la vala de la vida por el tamao del ser que la vive, aparte de que todos los seres, cuando nacen, son de
menor tamao que cuando se hacen adultos.
Esto era normal. Tambin l, andando el tiempo, sera un adulto, y entonces, claro est!, su tamao
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habra aumentado. De momento se senta diminuto y bastante indefenso, pero dispuesto a vivir. Tena
todo el derecho a la Vida!
De momento no vea nada, apenas oa, y no saba mover el cuerpo. Normal en quien acaba de llegar a la
Vida. El sentido ms desarrollado, hasta el momento, era el odo. Bueno, por algo se empieza. Otra
sensacin que empezaba a experimentar era la del hambre.
Pero lo que ms interesado le tena eran los sonidos, en cuanto a las sensaciones de su cuerpo. Luego,
estaban las otras sensaciones; las sensaciones de la mente. Aqu era donde, sin lugar a dudas, era
importante. Relativamente, claro, porque... qu o quin es importante en la Vida? Haba seres gigantescos
y seres diminutos, l saba esto. Nunca haba visto a unos ni otros, pero lo saba., Y vagamente, intua que
se trataba de una memoria ancestral de Vida. Es decir, que l saba cosas de la Vida porque ya antes haba
sido Vida.
Esto tena sentido. Acaso no acababa de nacer de otro ser viviente que le haba cedido su turno de Vida?
Y ciertamente, tanto antes como ahora haba tenido facultades extraordinarias. Diferentes, eso s, pero
extraordinarias. Todo era tan extraordinario...!
Ahora mismo, de un modo tenue, comenzaba a sentir la comunicacin. Bueno, era slo una tentativa de
comunicacin. Evidentemente, el ser que buscaba la comunicacin con l no estaba muy desarrollado; o
quiz era l quien todava no estaba suficientemente desarrollado. En cualquier caso, la comunicacin era
como lejana, dbil. Ah, pero se iba desarrollando su facultad de percibir, y no tard mucho en asimilar la
comunicacin.
Bien venido a la Vida se le comunic.
Fue una bienvenida amable. Directa de fuente pensante a fuente pensante. Sin sonidos. Oa sonidos a su
alrededor, aquellos rumores de vida, de movimiento. De movimiento fsico, de movimiento de Vida.
Tal vez todava no recibe le lleg otro pensamiento.
Ya debe recibir; est lo suficientemente desarrollado.
Pues si recibe no es capaz de comunicarse.
Entonces reaccion, y expres:
S soy capaz de comunicarme!
Ah, de modo que ya ests definitivamente entre nosotros recibi. Bien, ahora simplemente vive.
S que vengo de la Vida y que estoy en la Vida lanz l su duda, pero... adonde voy?
A la Vida, naturalmente. Todo es siempre un ciclo sin fin, un ciclo que nunca termina. Todos somos
Vida siempre, en un estado u otro.
Yo no recuerdo mi vida anterior.
No importa. Has sido Vida, eres Vida, y cuando te llegue el turno de partir seguirs siendo Vida.
Qu tengo que hacer ahora?
Ya te lo he dicho: simplemente vive.
De modo que se dedic a vivir. Segua sin ver nada, pero cada vez oa ms y mejor. Oa, sobre todo, el
rumor cada vez ms nutrido y poderoso de vida a su alrededor. Es decir, que estaba rodeado de Vida. Se
senta infinitamente agradecido al ser al que deba su vida, y al cual no conoca. Pero senta todava su

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calor, saba que haba sido su origen, su fuente de vida, su ncleo. All, dentro de aquel ser ms grande
que l, haba sido llamado a la Vida y se haba ido desarrollando, se haba ido incubando lentamente. No
saba durante cunto tiempo, pero eso tampoco importaba, porque no saba bien qu era el tiempo, no
tena nocin de ello. Simplemente, se haba desarrollado dentro de otro ser durante un tiempo, y eso era
todo.
Vagamente, de este ser recordaba rumores reveladores. Rumores como de calientes lquidos deslizndose;
rumores de secreciones; y de modo especial, aquel rumor continuado que estaba seguro de conocer
incluso desde antes de nacer, aquel poderoso batir que pareca envolverlo, aquel bom-bom, bom-bom,
bom-bom, bom-bom... De algn modo recordaba este latir envolvindolo, como sonando en todas partes
alrededor de l. Y recordaba tambin que se haba ido alejando de aquel latir. O quiz era el latir el que
se haba ido alejando de l?
Bueno, qu ms daba? Ahora tena vida propia, y todo lo que tena que hacer era asumirla. Tena hambre.
Y la pregunta era: qu comer y dnde comer? Ancestralmente saba que no habra de tener problemas,
pero de momento el hecho cierto era que tena hambre y que no saba qu hacer.
Entonces le lleg la comunicacin colectiva:
Simplemente, come.
Se dio cuenta de que a su alrededor todo el mundo coma. Bien, si todo el mundo coma l tambin iba a
comer. Si todo el mundo coma, l tambin tena derecho a comer.
Y fue justo entonces cuando se pregunt si tena realmente derecho a vivir, habida cuenta de que su vida
estaba originada en otra vida. Pens en el ser de cuya vida provena su propia vida. Muy bien: acaso
aquel ser no haba tomado tambin su porcin de Vida con anterioridad, acaso aquel ser no haba nacido a
su vez de otro ser que le haba cedido su vida? Porque as era todo, as lo senta l. Una vida sigue a otra
vida. Aunque no era as exactamente, no... Veamos, no es que una vida siga a otra vida: es que la Vida
siempre est en marcha, sea como sea, sea en el estado que sea. Es decir, que no importa cmo se
manifieste la Vida, porque lo que vale es la Vida misma, no el ser en el cual se manifieste.
Exacto, ahora lo haba comprendido. S, lo que tena verdadero e intrnseco valor no era tal o cual ser
vivo, sino la Vida. La Vida que poda trasladarse de un ser a otro en una cadena interminable. Hasta
entonces, y de un modo incierto, se haba sentido como despreciado, como integrante de un sistema de
vida universal poco apreciado. Pero a partir de estos ltimos pensamientos se sinti mucho mejor, se sinti
satisfecho, se sinti feliz, e incluso, se sinti importante.
Y lo era.
Era importante porque ahora le tocaba a l y a otros como el manifestar la Vida. Hasta entonces, la Vida
se haba manifestado en aquel gran animal que tiempo atrs estuvo latiendo, y al que saba que llamaban
Hombre. Pero aquel Hombre haba muerto, y de ese hombre, haba nacido l y miles como l. Ahora, la
Vida la manifestaban ellos. De la materia del ser anterior llamado Hombre, materia ya extinta, haba
germinado l y los dems, sus congneres, con los que se comunicaba. Comenz a comer, asimilando la
materia del hombre muerto en s mismo. Vaya si era importante! Acaso, de un modo u otro, l y los
dems gusanos no estaban perpetuando la Vida? Y, gusano u hombre, amigo, era la Vida lo que
importaba...

***
Patricia Winston termin su cuento, quedando el gran saln en silencio, cmo haba ocurrido hasta
entonces cada vez que uno de los invitados terminaba su intervencin.
Sorpresivamente, quien rompi el silencio en aquella ocasin fue la joven Sally Marlowe, que casi

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tartamude:
Yo... yo me temo que... que no he entendido el cuento de la seorita Winston.
Pues est muy claro, cario dijo Dorothy Chalmer, con expresin absolutamente sdica: resulta
que un hombre se ha muerto, y de ese hombre salen gusanos que lo devoran, asumiendo entonces la
obligacin de vida de ese hombre...
Perdone alz un dedo Malcom. No asumen la obligacin de vida, sino el derecho a la vida. Se trata
de comprender que despus de una vida viene otra, y que incluso los gusanos tienen derecho a su turno de
vida, aunque sea a costa del cadver de un ser humano. No es as, Patricia?
Ms o menos ri la preciosa rubia. El resumen de esto es que todo cuanto podamos imaginar en el
universo tiene derecho a la vida, incluso los gusanos, que algunas personas consideran como
absolutamente deleznables.
Bien, bien, bien intervino Queen Perverse, que haba ido desplazando su ojo de uno a otro invitado
concursante. Debo admitir que el conjunto de los cuentos de esta velada no ha sido malo. Ha habido
algunos un poco flojos, otros realmente fuertes, y hasta hemos tenido un cuento sorprendente, como el de
la seorita Winston. Pero todava falta el mo.
Ahora s, el silencio fue realmente notable..., hasta que Peter Marlowe susurr:
Su cuento? Usted tambin va a participar?
Por qu no? sonri horrorosamente Queen Perverse.
A m no me parece aceptable dijo John Hawkins. Segn entiendo usted es quien decide en ltima
instancia quin se lleva el primer premio de veinticinco mil dlares, as que si dice que el mejor cuento es
el suyo resultar que ninguno de nosotros tendr ni siquiera opcin a discutrselo.
Estoy de acuerdo con el seor Hawkins dijo Sergio Cavalli.
Y yo tambin gru Ronald Ferguson. Francamente, su actitud no me parece nada correcta,
seora. Yo creo que todos estamos de acuerdo en que usted debera estar fuera de concurso.
Naturalmente que s! apoy muy enfadada Eleonor Chalmers. No me sorprendera nada que usted
tuviera bien estudiado un cuento muy especial que nos convenciera a todos de que era el mejor... Sin
embargo, no s por qu, tengo la impresin de que usted ha contado ese cuento muchas veces,
reservndoselo como un triunfo ante cualquier cuento de sus invitados. Quiero decir que mi impresin es
que no es la primera vez que usted convoca este... concurso, y que seguramente lo gana siempre. Y si es
as me parece una burla, francamente.
Los dems asintieron enfticamente, sumndose a la opinin y la postura de Eleanor Chalmers, que
afirmaba con la cabeza, como felicitndose a s misma con su acertada intervencin. Queen Perverse alz
sus repugnantes manos llenas de joyas de oro y pedrera.
Por favor pidi amablemente. Por favor, damas y caballeros. Tengo derecho a ser escuchada.
No estoy muy seguro de eso dijo amablemente Malcom Ryders. Por otra parte, ya es bastante
tarde, y deberamos cenar. Sugiero que nos cuente usted su cuento despus de la cena..., qu espero sea
digna de tan simptica reunin.
Me parece, seor Ryders ri siniestramente Queen Perverse, que la cena no le va a gustar.
Digamos, para ser sinceros, que no va a haber cena. Verdad que no, Camelia?
La mujer zombie apareci en la entrada al saln, lentamente, mostrando en sus labios que parecan de

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goma podrida una sonrisa adormecida. Sus ojos parecan ms grandes y muertos que nunca.
No habr cena, Reina dijo con voz resonante y blanda.
No habr cena, Reina repiti Augustus, emitiendo una risa que pareca un crujido de cristales
machacados.
Al parecer dijo Malcolm, estamos siendo objetos de una broma... que no podemos comprender.
Pero quiz la Reina sea tan amable de explicrnosla.
No es ninguna broma dijo Queen Perverse, exhibiendo su horrorosa sonrisa de dientes podridos.
Simplemente, exijo ser escuchada en mi cuento, y luego seguiremos la conversacin. Tranquilcense, mi
cuento va a ser ms breve que el ms corto de los de ustedes. Podramos titularlo... "Terror Party", o
quiz... "Asamblea de cuentos de miedo". Fjense si es sencillo y breve: haba, una vez una bruja malvada
que se aburra sola en su castillo, en el que viva en compaa solamente de una pareja de zombies; la
bruja tena mucho dinero, pero ningn amigo, nadie de familia, nadie a quien amar... Era tan fea que nadie
la quera. As que un da la bruja se dijo que si nadie la quera, peor para todos, y se busc una diversin.
Esa diversin consista en poner anuncios en los peridicos convocando concursos de cuentos de miedo,
mensualmente. Cada mes, pues, acudan a su casa de los pantanos unas cuantas personas ms o menos
morbosas, sdicas y malvadas, que saban historias de miedo o se las inventaban con tal de ganar unos
dlares que la bruja ofreca. Cada mes, seis, ocho o doce personas acudan a la casa de los pantanos, y en
la reunin, en la Terror Party, explicaban sus cuentos de miedo, algunos refocilndose, otros gozando de
las maldades relatadas por otros... Casi ninguno de los invitados era persona sana de mente y
pensamientos, o digamos que no era mucho mejor que la anfitriona. As que, cuando todos terminaban sus
cuentos, la anfitriona contaba el suyo, pues tambin tena derecho a divertirse... No estn de acuerdo?
Nadie contest. Todos miraron con los ojos muy abiertos, tensa la expresin, a Queen Perverse. Los ms
tranquilos, casi sonrientes, eran Malcom Ryders y Patricia Winston.
Yo dira que s estn de acuerdo dijo Queen Perverse, de modo que vamos a terminar. Este es mi
cuento: la vieja bruja escuchaba los cuentos, y cuando todos haban terminado ordenaba a sus dos
sirvientes zombies que dejasen escapar el gas narctico de unas cpsulas especialmente preparadas en un
laboratorio. Consecuencia de ello era que los invitados se dorman inmediatamente..., y cuando
despertaban estaban en el stano, desnudos, sujetos a cadenas, y a disposicin de la bruja, que
hacindolos pedacitos, gozando se en sus sufrimientos, y dejando sus esqueletos mondos y lirondos para
luego colgarlos en todas las habitaciones y pasillos de la enorme casa. Y as, mes tras mes, la malvada
bruja iba recibiendo tandas de codiciosos y perversos invitados sin que nadie jams pudiera encontrar
ninguna pista sobre su paradero. Les ha gustado?
Todos parecan estatuas. Todos estaban lvidos, demuda dos los rostros..., excepto Malcom Ryders, que
alz una mano.
Puedo preguntar algo? solicit.
Cmo no, seor Ryders le mir amablemente el satnico ojo de la Reina Perversa. Pregunte,
pregunte.
Mi pregunta es esta: cmo explicarnos la gran fidelidad que le tienen a usted Camelia y Augustus?
Me sorprende su pregunta, francamente. Ya qued bien claro antes, que ellos me aman de modo muy
especial y fiel porque fui yo quien despus de que estuvieran muertos los volv a la vida. Acaso el don de
una segunda vida no merece un gran amor y fidelidad?
Es cierto jade en la puerta Camelia. Es cierto, ella nos dio la segunda vida, ella...!
Y quin les quit la primera? interrog Malcom.

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Qu? pareci aturdida Camelia.


Pregunto dijo muy lentamente Malcom Ryders que quin os quit la vida a Augustus y a ti. No
recordis...?
Cllese! orden Queen Perverse. Lanzad las cpsulas de gas, no quiero escuchar ms a ese
hombre!
Tranquilcese, vieja asquerosa se puso en pie Malcom, ahora ya convencido de que realmente tena
opcin a una salida. Usted ya ha contado su cuento, y ahora yo voy a contar otro de regalo, eso es todo.
Y este es el cuento: haba una vez una hermosa pareja...
Cllese! aull Queen Perverse. Augustus, Camelia, arrojad el gas...! Matad a ese hombre!
Augustus y Camelia permanecan inmviles como si fuesen de madera, y Malcom Ryders, tras pasarse la
lengua por los labios, prosigui:
...Haba una vez una hermosa pareja de apuestos jvenes llamados Camelia y Augustus, que se amaban
muchsimo; una vez leyeron en los peridicos que una bruja ofreca dinero a cambio de cuentos de miedo,
se presentaron al concurso, y fueron asesinados en un stano; luego, la horrorosa bruja pens que ambos
eran muy hermosos y que resultaban estticos incluso despus de muertos, as que... los volvi a la vida y
los convirti en sus fieles criados. Y ellos estaban muy contentos, porque aunque no podan hacer el amor,
s podan besarse y abrazarse, y verse el uno al otro aunque fuese como tristes zombies sin vida ni muerte,
y servan fielmente a la bruja que los haba matado cuando eran seres vivos que se amaban y gozaban de
la vida, del sol, y el uno del otro y del amor completo que los una entonces, un amor que ahora son slo
cenizas que saben a muerte. As que ahora, Augustus y Camelia, slo pueden besarse con sabor a muerte
y perpetuar su muerte al servicio de quien los asesin y les rob su alegra de amar y ser amado. Fin del
cuento.
Talmente pareca que el saln fuese un museo de figuras de cera., Ni siquiera se movan las llamas de las
antorchas. Todas las miradas estaban fijas en Queen Perverse, que semejaba una araa atemorizada por el
fuego... De pronto, Camelia se movi, y todas las miradas fueron hacia ella.
As! As es como has de arder, maldita bruja, mientras Augustus te estrangula! Tanto tiempo
sirvindote creyendo que te debamos la segunda vida y resulta que t nos quitaste la primera, la mejor, la
nica que vala la pena...!
Cuando los invitados a la Terror Party salan de la casa comenzaban a elevarse las llamaradas que,
saltando de las ropas de Queen Perverse prendan en las cortinas...
Augustus gimi con voz putrefacta Camelia. Augustus, es por culpa de ella que no podemos
amarnos, es por culpa de ella! Yo he comprendido el cuento!
No! grit Queen Perverse, ponindose en pie con grotesca rapidez. Ese hombre os ha mentido
para...!
Una de las manazas de Augustus se adelant, alcanz el cuello de Queen Perverse, y se cerr en su torno.
Fue talmente como si un gigante asiera el cuello de un pajarillo. Queen Perverse emiti un bramido que
pareci ms bien el chillido de una rata histrica, y sus manos se crisparon en la enorme mueca del
zombie. Gritaba, pataleaba y quera decir algo, pero slo emita chillidos de rata loca..., mientras Augustus
la sostena en alto con toda facilidad, a dos palmos del suelo...
No la mates, Augustus! chill Camelia. Quiero quemarla viva, ella nos mat, ella nos impidi
vivir con amor de verdad. No la mates, vamos a quemarla viva...!
Camelia descolg una antorcha, y se acerc a Augustus y Queen Perverse, la cual continuaba chillando

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enloquecida suspendida por el cuello de una mano del gigante. Camelia lleg con la antorcha cuando el
ojo autntico de la Reina comenzaba a desorbitarse, como una repugnante mancha de tinta negra que
fuera a desparramarse por el rostro, y aplic la llama al recargado vestido de Queen Perverse, que prendi
inmediatamente.
Malcom Ryders se inclin hacia Patricia Winston, y dijo, confidencialmente, en tono de lo ms simptico:
No pretendo drmelas de listo, pero yo dira que es el momento de escapar de aqu todos, subir a la
camioneta, y regresar a Charleston para informar a la Polica de este Terror Party.
Patricia le mir con ojos desorbitados, y de repente se puso en pie, se tom de la mano de Malcom, y
echaron a correr hacia la puerta..., seguidos inmediatamente por los dems invitados. Todava, mientras
cruzaban el vestbulo de la casa de los pantanos, oan la voz rencorosa de Camelia, la bella zombie:

ESTE ES EL FINAL
Todava quedaban restos de llamas en la vieja casa cuando el teniente Hallis, del Police Department de
Charleston, se acerc al grupo de personas que permanecan juntas contemplando los restos. Por encima
del incendio ya caduco apareca la bveda celeste, tapizada de refulgentes estrellas. Ola a quemado, a
podrido... y a siniestro.
No s lo que encontraremos cuando podamos examinar toda la casa dijo Hallis, estremecindose,
pero s lo que hemos encontrado ahora. Aparte Augustus y Camelia, hemos encontrado lo que supongo
fueron Queen Perverse, Augustus y Camelia. Santo Dios, ese zombie tena en una mano el cuerpo de la
vieja sujeto por el cuello, y en la otra mano tena la cabeza! Ha debido arrancrsela como... como...!
Teniente mascull Malcom Ryders: acaso va a contarnos usted otro cuento de miedo?
Eh...? No! Por todos los demonios, claro que no!
Entonces voy a permitirme hacerle una amable sugerencia: por qu no se ocupan ustedes de su
trabajo, y, como agradecimiento a nuestra llamada, nos permiten que vayamos a Charleston a esperar que
nos cite para hacer las declaraciones que vengan al caso?
Hubo algunas risas nerviosas en el grupo. El teniente Hallis, por supuesto, accedi a la peticin de
Malcom, y un par de minutos ms tarde los invitados a la Terror Party se alejaban de las humeantes ruinas
en la camioneta amarilla. Al llegar adonde haban dejado los coches cada cual prefiri continuar el viaje
en el suyo hacia Charleston, dejando abandonada la camioneta, y tras acordar reunirse en el Sumter Hotel.
Pero la seorita Winston agarr de una mano al seor Ryders cuando ste se dispona a ir hacia su coche,
y murmur:
Yo vivo en Charleston... Quiero decir que no tengo que ir a ningn hotel, Malcom.
Caramba, qu bien sonri Ryders. Enhorabuena.
Se me ocurre susurr la muchacha que tal vez preferiras pasar el resto de la noche en un
apartamento confortable, que en un hotel.
Pues s que lo preferira admiti Malcom, tomndola por la cintura, pero no tengo ni pizca de
sueo, de modo que si voy a tu apartamento, y te tengo a mi alcance, tan hermosa..., quiz se me ocurra
hablarte de amores. Y te aseguro que yo no soy un zombie.
Estupendo sonri dulcemente Patricia, ofrecindole los labios. Estupendo... Estoy deseando llegar
a mi apartamento!

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FIN

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