Hacia El Mas Alla

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Salvador Baltar'

el ms all

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SALVADOR BALTAR
Salvador Baltar, franciscano de la provincia regular de Santiago de Compostela, naci en Herbn-Padrn (La Corua), el 29 de octubre de 1921. Estudi
el bachillerato en el seminario franciscano de su pueblo natal. Curs la filosofa y la teologa en el seminario mayor
franciscano de Santiago de Compostela.
Ordenado sacerdote en 1945, fue destinado a Salamanca para graduarse en la
Facultad de Derecho cannico por la
Universidad Pontificia.
Durante algunos aos ejerci la docencia en el teologado franciscano, actividad docente que comparti con el Instituto "Gaudium et Spes" de Salamanca.
Dejada la enseanza ejerci el ministerio de la predicacin, conferencias y
ejercicios, simultanendolo con el de la
pluma. Colabor en varias revistas. Asisti a varios congresos nacionales con
sendas ponencias: "El Superior local y
sus relaciones con los sbditos, las
autoridades eclesisticas y civiles... ",
"Moral de la pobreza religiosa", "Principios de la Santa Sede y de la Orden
para la renovacin religiosa" y "Obediencia y autoridad", publicadas por la
Confer.
Ultimamente estuvo en Tierra Santa,
donde escribi el libro que, con la ayuda y asesoramiento de Ediciones Paulinas, sale ahora a la luz pblica.

SALVADOR BALTAR

HACIA EL MAS ALLA

EDICIONES PAULINAS

Ex Bibliotheca Lordavas

Ediciones Paulinas 1986 (Prolasio Gmez, 13-15. 28027 Madrid)


Salvador BaIlar 1986

Fotocomposicin: Grafilia, S. L. Pajaritos, 19. 28007 Madrid


Impreso en Artes Grficas Gar.Vi. Humanes (Madrid)
ISBN: 84-285-1095-4
Depsito legal: M. 9.215-1986
Impreso en Espaa. Prinled in Spain

Al doctor Alvarez Morujo,


con gratitud y admiracin
por su disponibilidad profesional
y por su profundo sentido
cristiano de la fe.

CONTENIDO

Pgs.

Al lector
1. Espera con fe y vers................................
2. Algo sobre escatologa...............................
3. El pecado original y la limitacin humana .....
4. Hacia una nocin de pecado.......................
5. Muerte, obsesin......................................
6. Sentido cristiano de la muerte.....................
7. El juicio particular: sentencia divina o autojuicio?
8. Cmo hablar del purgatorio........................
9. Existe el infierno?
10. Qu es el cielo.........................................
11. La resurreccin de Cristo...........................
12. La fe en la resurreccin y su lenguaje...........
13. Luz sin sombras
Conclusin... .... ......... ..... ..... ...........
. ......
Indice............................................................

9
17
49
65
89
123
135
161
181
197
217
241
269
299
317
323

Al lector

No es fcil escribir sobre los novsimos, dado que la crisis de


lenguaje por que atraviesa la teologa escatolgica y lo desfasado de las imgenes que contribuyeron a fijarla est en la
mente de todos. Exponer, por tanto, o continuar exponiendo,
las realidades del ms all en cuadros dantescos, no sera serio y
comprometera su credibilidad.
La escatologa no es un tratado de geografa ni tampoco de
metafsica, sino que es una cristologa desarrollada. Por lo
mismo, las categoras de espacio y de tiempo no pueden definirla.
Por otra parte, no tiene nada de tremebunda ni de teatral.
De ah que el estilo, el gnero dramtico y las imgenes espaciotemporales en que se vena presentando no tengan sentido.
Es obligado ponerse a su servicio, es obligado no olvidar
esta parte tan importante de la teologa dogmtica, pero con un
nuevo lenguaje y haciendo hincapi en sus rasgos esenciales. No
con la misma terminologa ni con las mismas imgenes.
Ello significa que no se trata de inventar un nuevo arte de
decoracin y menos de vaciar el misterio de su contenido. S se
trata de plantear las realidades escatolgicas desde ahora, en
una dialctica constante de distincin y de fusin de planos.
Si la escatologa es una cristologa csmica o desarrollada,
para meterse en esa dialctica optimista y de distincin, es preciso despojarla de todas esas adherencias que, con el correr del
tiempo, se mezclaron con el dogma, cuando en realidad no tienen nada que ver con l. Si acaso, reflejan las preferencias y los
gustos de una poca determinada o el sentir del momento.
La dificultad, por tanto, para escribir sobre la escatologa se
plantea, no en trminos de cambio y mucho menos de supre9

sin, sino en extremos de exposicin de las mismas verdades, en


lenguaje nuevo e imgenes adecuadas.
Son las mismas verdades, porque el dogma no cambia, aunque evolucione su conocimiento. Con nuevo lenguaje, porque
los hombres tienen hoy un sentido distinto de la vida, tienen
gustos y preferencias que distan mucho de las preferencias y de
los gustos de la Edad Media. Estn en un ciclo diferente de la
vida, como dira Kierkegaard.
Para los hombres de aquel entonces, que tenan una concepcin esttica del universo, contaban el tiempo y el espacio para
poder proyectar su pensamiento y su imaginacin en el ms
all. Lo sagrado era determinante, era la prez y perla de la
vida.
Mas la desacralizacin empez hace tiempo, porque la secularizacin tiene sus races en el Renacimiento. Lo sagrado era
digno de los caballeros porque era digno de honor, y el honor
se consideraba un valor absoluto. Tanto, que uno de nuestros
clsicos pudo escribir: Al rey la vida y la hacienda se le ha de
dar, mas no el honor; porque el honor es patrimonio del alma y
el alma slo es de Dios.
En la actualidad este cambio se refleja en formas diversas y
a niveles distintos. Qu le dice a muchos la palabra honor,
smbolo, patria? Quin no empieza a sentir hasto ante esas
formas, que se dicen democrticas, convertidas en vulgaridad y
chabacanera? Dnde estn los que no reaccionan contra la
brutalidad de los totalitarismos que no sienten escrpulos por
nada ni por nadie con tal de realizar sus ambiciones? Qu se
piensa cuando se habla de nuevas experiencias religiosas?
Qu sentido tiene la belleza y la moral? Entienden, los que
hoy todo lo desacralizan, como calumnia o como mensaje de
amor de Dios a los hombres, aquello del evangelio: <<Jess es el
que acoge a los pecadores y come con ellos? Se justifican o se
condenan esas pretendidas experiencias que rehyen toda crtica
y el ms sereno anlisis por la autoridad competente?
Indudablemente que el nuevo lenguaje en la exposicin de la
escatologa, esa dialctica fecunda de distincin y de integracin
de planos, no guarda parentesco con esos movimientos en
abierta pugna con la fidelidad al dogma. No compromete la seriedad del magisterio de la Iglesia.
Todo lo que est en desacuerdo con la revelacin o se enfrente audazmente con el magisterio, no cuenta con el aplauso
10

de este Libro. Supuesto que, si antes de promuLgar eL evangeLio


eran lcitas preguntas a Dios para que manifestase su voLuntad,
desde La venida de Cristo, ya no tienen Lugar. Porque aL
darnos, como nos dio, a su HIjo -que es una paLabra suya,
que no tiene otra-, todo nos Lo habL junto y de una vez en
esta soLa paLabra, y no tiene ms que habLar, como dice san
Juan de Cruz l.
Por Lo dems, es paLabra de Dios que en La antigedad
Dios habl a Los antepasados por los profetas en diversas ocasiones y en diversas formas; pero en la ltima de Las pocas a
nosotros nos habL por todo un Hijo, a quien constituy heredero de todo, mediante quien, adems, haba hecho el universo
(Heb 1,1-2).
Lo que nos ha dicho est en el Nuevo Testamento, en La Escritura conservada, expuesta y expLicada conforme a Las directrices
deL magisterio de La IgLesia. Estos son Los dos piLares sobre los
que se asienta este Libro.
El santo carmelita aade a su anterior comentario: Este es
el sentido de aquella autoridad con que san PabLo -suponiendo
que fuese eL apstoL eL autor de La carta- quiere inducir a los
hebreos a que se aparten de aquellos modos primeros y tratos
con Dios de La Ley de Moiss y pongan Los ojos en Cristo soLamente.
Poner Los ojos en Cristo, que es La paLabra de Dios! Pero
esta paLabra no es tan clara ni tan asequibLe como que todos y
cada uno podamos creernos en posesin de todo su misterio. Es
suficientemente clara para que Los que La buscan con rectitud y
limpieza de corazn descubran su claridad. Mas como la rectitud subjetiva no siempre coincide con La claridad objetiva, La necesidad del magisterio se impone por s misma.
No obstante, eL mismo magisterio reclama especialistas que
expongan su alcance, deLimiten su campo y Lo propongan sin
prejuicios que Los incapacite o neutralice para diaLogar con
aquellos a quienes La autoridad magisteriaL de la Iglesia no Les
dice nada.
Todo Lo que sea resoLver conflictos, allanar dificultades entre
La razn iLustrada y La fe, es un servicio inestimable a sta y a
Los hombres. La desorientacin es uno de nuestros mayores
1 J. LPEZ MELs, Peregrinos de lo absoluto, Sociedad de Educacin
Atenas, Madrid 1982, 197.

11

males en la actualidad, y esta desorientacin moral e ideolgica


tiene su ncleo en el enfrentamiento del dios progreso con el
Dios personal y trascendente.
Si el hombre del progreso comprendiese que este enfrentamiento no tiene sentido y los creyentes clarificasen su postura,
poniendo sus ojos en Cristo, pero pisando con sus pies la tierra,
el conflicto se desvanecera y entonces s que se hara camino
al andan>.
No es tan difcil hacer camino, porque el dios progreso, y
el paraso prometido por l, han perdido credibilidad. La fe en
una vida siempre mejor por obra y gracia de la ciencia y la tecnologa, como tambin la revolucin y el socialismo, parece
igualmente cuarteada por graves dudas. Y mientras los mayores,
a pesar de toda la psicologa, no se reconcilian con el sentido de
la muerte, esa generacin supuestamente "sin futuro", llena de
apata, rechazo, angustia y autodestruccin pregunta de nuevo
por el sentido perdido de la vida 2.
La religin no est ausente en esta pregunta, porque entre
esos desorientados que estn de vuelta de las promesas, no cumplidas, de la ciencia y de la tecnologa, la religin vuelve a ser
actual, con todas las contradicciones y ambigedades inherentes
a este fenmeno, que afecta tanto a las antiguas como a muchas
otras religiones nuevas.
Por eso, hablar, insistir, exponer, dialogar sobre la vida
eterna, sobre los novsimos, con nuevas formas e imgenes actuales es una urgencia pastoral de primer orden. Lo urge la fe,
que por ser fe, no deja de ser razonable.
El hecho de que la constitucin Dei verbum presente el
acto de fe, prioritariamente, como un acto de obediencia, no
desvirta en lo ms mnimo la racionalidad del mismo: primero
porque la obediencia, para que sea obediencia, tiene que ser razonable y, en segundo lugar, porque la constitucin no entra ni
sale en la cuestin terica sobre la prioridad de las facultades
humanas.
La fe es un don gratuito. Dios lo ofrece, pero no lo impone.
Si no todos lo aceptan, y muchos lo rechazan, ser por desconocimiento o debido a la oposicin que se quiere ver entre l y
la razn.
Para su aceptacin se presuponen en el que lo acepta sinceri2

12

H.

KNG,

Vida Eterna?, Cristiandad, Madrid 1983, 12.

dad, rectitud, humildad, reconocimiento de la propia limitacin,


voluntad de creer. A la vez, una bsqueda de la inteligencia. Lo
que los telogos llaman intellectus fidei.
La limpieza de corazn es fundamental e imprescindible en
el camino de la fe. Son limpios de corazn aquellos hombres a
quienes Dios quita, una tras otra, todas las taras del egosmo,
para que jams fierdan de vista al Dios hacia quien deben
orientar su vida .
El hombre que vive buscando la fe o vive de ella vive entre
sombras. No es fcil hacerse a este clima. Se prefiere la evidencia, la demostracin. Pero si la fe se demostrase ya no sera fe.
La escatologa se mueve en el mundo de la fe, y como la fe
comporta promesas, se mueve asimismo en el mundo de la esperanza. Espera el que no tiene, no el que posee.
Que la fe es un riesgo, la esperanza un abandono y el amor
un tormento es obvio. Pero este riesgo y este abandono estn
abriendo espacios inmensos de caridad, que es la nica que permanece, es ese futuro que esperamos, a pesar de todo el utilitarismo que se extiende e impera en el mundo.
De ese futuro nos habla la escatologa, partiendo del presente. Como en el presente se juega la baza de la eternidad, o
sea del futuro, y en este juego tercia una realidad inherente a la
condicin humana, que puede frustrar la realizacin en plenitud
del futuro que se espera, se justifica que en este libro se le dediquen dos apartados.
Esa realidad no es otra que el pecado, la culpa moral, el pecado religioso. Realidad que pretenden ignorar todas las escatologas laicas.
Como el futuro es misterioso, como misterioso es el pecado,
y el misterio no slo sobrecoge, sino que, adems, atrae, pienso
que en la actual coyuntura dialogar sobre realidades que no se
ven ni se perciben, pero que su no existencia nadie ha podido
demostrar, puede aumentar Ja luz y disipar prejuicios.
Por otra parte, como sobre las realidades escatolgicas
abunda una literatura piadosa muy mitificada y, por lo mismo,
alejada de la mentalidad del hombre de hoy, reunidas en un libro pueden rendir un servicio estimable a ese hombre, incluso a
ese mismo que se sinti fascinado por soluciones y respuestas
3

G.

CHEVROT,

Las bienaventuranzas, Rialp, Madrid 1956,209.

13

laicas un da, pero que ahora, dado que no llegan, empieza a


dudar muy en serio, cuando no las descarta, de su eficacia.
Al decir, por ejemplo, que el infierno es la frustracin del
hombre, en vez de insistir en el famoso tenebroso lugar de tormentos; que es el sentimiento de Dios por la oveja perdida,
que no pueden compensar las noventa y nueve fieles, se confiesa
la misma verdad, pero la presentacin es distinta. Probablemente para hablar en la actualidad sobre el infierno con seriedad habra que descubrir sus orgenes y volver a enjuiciarlo
crticamente. Hoy, es terrible, cada vez que se toma mayor conciencia de que todo esto no tiene nada que ver con aquel en
nombre del cual todo esto se escenific: Jess de Nazaret. En
efecto nadie podr decir que Jess quiso una cosa as 4.
En este libro no se har este descubrimiento ni se cuestionar crticamente todo lo que sobre los novsimos se vino diciendo, porque no es su objeto ni las limitaciones personales lo
permiten. Lo que s se intentar es exponer el dogma de forma
ms razonable y actualizar su exposicin buscando el modo de
que el hombre moderno no tenga aparentes motivos para avergonzarse de su credo.
Por otra parte, es obligado constatar que no soy creador.
Soy un modesto divulgador. De ah que tampoco acumule citas
ni desarrolle exhaustivamente los temas. Prefiero la claridad y la
sugerencia, dar pistas y sembrar inquietudes, a fin de que los
que me lean se interesen en profundizar lo que se expone y
sugiere.
De suerte que habr lagunas y etapas quemadas, preguntas
sin respuestas y respuestas sin suficientes avales. Para llenar
estas lagunas y cubrir estas etapas, ah estn: Xavier Lon-Dufour, con su extraordinaria obra Resurreccin de Jess y mensaje pascual, Sgueme, Salamanca 1974 2 ; Christian Duquoc,
con la suya Jess, hombre libre, Sgueme, Salamanca 1976;
Hans Kng, con su monumental Existe Dios? y Vida
Eterna?, Cristiandad, Madrid 1979 y 1983 respectivamente;
Charles Moeller, con los cuatro tomos de su Literatura del Siglo XX y Cristianismo, Gredos, Madrid 1958; Catecismo holands, Herder, Barcelona 1969; Leonardo Bof!, con Hablemos
de la otra vida, Sal Terrae, Santander 1980 y Jesucristo liberta4

14

H. KNG, o.C., 221-222.

dar, Sal Terrae, Santander 1980; Garda Morente, con Filosofa


de Kant, Espasa-Calpe, Madrid 1975; J. Ortega y Gasset, con
El espectador 1- VIII, Espasa-Calpe, Madrid 1966; Miguel de
Unamuno, con su Diario ntimo, Alianza Editorial, Madrid
1972; Michae/ Schmaus, con Teologa Dogmtica, VII, Rialp,
Madrid 1964; Manuel Miguens, Amor y Libertad, Grficas
Alonso, Madrid 1971; Justo Lpez Me/s, con Peregrinos de lo
absoluto, Sociedad de Educacin Atenas, Madrid 1982; Viuorio Messori, con su libro Hiptesis sobre Jess, Mensajero, Bilbao 1985 2; los nmeros de Biblia y Fe, 1, II, III Y VIII de
los aos 1975, 1977 Y 1982 respectivamente; el nmero de Misin Abierta de octubre de 1976; el vol. 19 de Naturaleza y
Gracia, de 1972 con el artculo denso e interesante de Alejandro
de Villalmonte Adn nunca fue inocente, etc.
Para ellos mi gratitud y el reconocimiento a su competencia
y bien hacer, as como para todos los dems que utilic y cito.
Para ti, lector, suerte y el deseo de haber acertado.
EL AUTOR

15

1.

Espera con fe y vers

La absurdidad de este mundo, si no hay un ms all, es el


reproche ms grave que se le puede hacer a los que niegan a
Dios y, tal vez, el que ms les estremece. Por qu la miserable partcula que es el hombre puede creer en su orgullo insensato que le est reservado un ms all?, deca Jimnez Ilundin escribiendo a Miguel de Unamuno.
La grandeza y, a la vez, testimonio necesario a este mundo
nuestro profano est en la respuesta de nuestro vasco universal: No veo orgullo, ni sano ni insano. Yo no digo que merecemos un ms all, ni que la lgica nos lo muestre: digo que lo
necesito, merzcalo o no, y nada ms. Digo que lo que pasa
no me satisface, que tengo sed de eternidad, y que sin ella me
es todo igual. Yo necesito eso, lo ne-ce-si-to! Es muy cmodo
esto de decir: "Hay que vivir, hay que contentarse con la
vida!" y los que no nos contentamos con ella? 1.
Que se oiga esta vigorosa voz en un mundo obsesionado
por el consumismo y el temporalismo y que esta voz venga,
precisamente, de un hombre desgarrado por una desesperada
esperanza es una gracia que se debe agradecer a Dios y a nuestro agnico don Miguel.
Porque nuestro mundo ha matado a Dios y con su muerte
ha matado su esperanza. Dios ha muerto, gritan los incrdulos,
aunque no demasiado convencidos. Y ante este grito desgarrado,
muchos cristianos, que debieran llevar la bandera de la esperanza
desplegada a todos los vientos, se contentan con aquello que deca Mauriac en 1955: Hemos robado al Seor, y el resto del
mundo no sabe dnde lo hemos puesto.
1

Revista de la Universidad de Buenos Aires, fase. 9, 135.

17

Por esta actitud vergonzante, si no tocada del mismo sentimiento, millones de hombres consideran al cristianismo como
la religin que slo "salva el alma", cuando no lo identifica
con una evasin morbosa, "una obsesin de la carne", un
miedo a todo 2.
La sensibilidad religiosa se rebela contra esta frialdad y se
resiste cuando oye: No hemos escogido la incredulidad;
hemos abierto los ojos en ella... Por su parte mis maestros slo
se preocupaban de ponerme en guardia contra el camino que
aleja de Dios, descuidando mostrarme previamente el que conduce a l (Van der Bosch).
El cuadro deprime, pero no se mejorara escondiendo la cabeza debajo del ala. Por eso unas reflexiones sobre la esperanza escatolgica entran, como en propia casa, en este libro.

1.

La inminencia de la parusa

San Pablo define al cristiano como aquel que, despus de


convertirse de los dolos, espera la vuelta del hijo de Dios.
Cristiano es el que ama la venida del Seor. La inminencia
de la parusa, o sea, la segunda venida de Cristo, no era
ajena al pensamiento del apstol y de l particip generosamente tambin la Iglesia primitiva. Nada extrao, porque en el
evangelio aparecen textos que, literalmente, parecen justificar
este pensamiento.
Jess, al ser requerido por sus discpulos: Dinos, cundo
ser eso y cul la seal de cuando esto debiera terminarse?
(Mc 13,4), hace una exposicin apocalptica de los acontecimientos que precedern al fin del mundo. Y, entre recomendaciones y avisos, afirma, contestando: Por lo que toca al da o
al momento aquel, nadie lo sabe, ni los ngeles del cielo, ni el
Hijo, a excepcin del Padre (Mc 13,32). Jess, como hombre,
segn el evangelista, desconoce el da y el momento temporal
de la transformacin de todas las cosas, esto es, la fecha del
fin del mundo.
Esto por una parte; por otra, sin embargo, en varios pa2 Ch. MOELLER, Literatura del Siglo XX y Cristianismo, III, Gredos,
drid 1958, 23.

18

Ma-

sajes insiste en la proximidad de este acontecImIento, como


tambin en la necesidad de estar preparados, puesto que el da
y la hora son inciertos y su llegada ser cuando menos lo
piense el hombre: Os doy mi palabra de que hay algunos de
los que aqu estn que no probarn la muerte sin antes ver venir con potencia la realeza de Dios (Mc 9,1).

2.

El problema

Los trminos del problema son claros: 1) Jess, en cuanto


hombre, no conoce el momento preciso. 2) Sin embargo, os
doy mi palabra, que algunos de los aqu presentes, antes de
morir, vern venir con potencia la realeza de Dios. Los extremos estn ah y a cualquier inteligencia le parecern muy
claros. Con todo, la explicacin, la conciliacin, no lo es tanto,
ni mucho menos. Nada fcil debe de ser, cuando se dice ser
la cruz de exegetas y de telogos.
Tal vez no iuese tanta la cruz si no se plantease la cuestin
en los trminos en que viene plantendose, porque por una
parte, es inagotable la ndole reveladora de la parusa... El
Cristo Seor tiene que evidenciarse como tal, el velo que cubre
su realeza tiene que rasgarse alguna vez. La fe ceder su
puesto a la visin, porque ahora vemos en enigma. Luego veremos cara a cara, tal cual es, dir san Pablo. Por otra, con
la sola revelacin no se agota el significado que la esperanza
atribuye a la parusa, de la que aguarda el cumplimiento definitivo de las promesas contenidas en la resurreccin de Cristo.
De no ser as no podra justificarse el tiempo que media entre
la pascua y el schaton.
Pero como as lo plantearon, al menos hasta ahora, bueno
ser que, de momento, continuemos en la misma lnea. Ignorarla no le quitara ningn peso. As pues, veamos cmo piensan:
2.1.

Los que piensan que habla


de la proximidad del fin del mundo

Los que opinan que si Jess se refiere, cuando habla de la


proximidad del fin de los tiempos, a que algunos de los pre19

sentes vern venir la realeza de Dios en toda su plenitud,


porque ya han muerto a s mismos y en ellos se impone la
fuerza de la fe, la firmeza de la esperanza y, por tanto, la voluntad de Dios en toda su profundidad, sin intermediarios, el
problema se simplifica y la conciliacin no resulta tan complicada.
Pero sta es una hiptesis que, sin ser rechazable, no parece enmarcarse en el contexto. El Seor se refiere al fin del
reino de este mundo, al poder que el demonio ejerce en l. De
referirse al reino de Dios en cada uno, empleara otro lenguaje, acudira a otros smbolos, puesto que la voluntad del
Padre ya se haba impuesto plenamente en Jos, en el Bautista, en su madre... El mismo, como modelo y dechado del
hombre perfecto, era su testimonio ms vivo y fehaciente, el
mejor y primer testigo de esa realidad divina en el mundo.
Por otra parte, los hombres no se resignan a explicaciones
tan sutiles y depuradas cuando andan por medio textos literarios, expresiones encontradas en la palabra revelada, afirmaciones de futuro, que luego, no responden a lo anunciado.

2.2.

Los que piensan que fall

No falta, sobre todo entre los protestantes, quien afirma


que en este punto la prediccin de Jess fall: No cabe la menor duda de que esta prediccin de Jess no se cumpli. Es
imposible afirmar que Jess no se equivoc en esta cuestin.
Hemos de confesar francamente, por el contrario, que la prediccin escatolgica de Jess, al menos en este punto, qued
ligada a una forma condicionada por la poca; forma que posteriormente, dada la evolucin hecha por el cristianismo primitivo, demostr ser insostenible (W. G. Kmmel).
No creo que sea necesario, para salvar la veracidad ni para
conseguir una conciliacin coherente. afirmar que Jess se
equivoc. De seguir ahondando en esa forma condicionada
por la poca, quiz el mismo Kmmel encontrase una solucin menos comprometida. Por qu no pensar que en las representaciones espaciales y temporales, a que el texto hace referencia, estn o vienen expresadas en y con un lenguaje simblico?
20

2.3.

Los que se abstienen de emitir juicio

Las consecuencias que comporta semejante postura son demasiado graves para la conciencia mesinica de Jess, para su
divinidad y, en fin, para toda la cristologa. Son demasiado
graves y muy difcilmente defendibles desde el punto de vista
de nuestra fe en l. Por eso, otros telogos prefieren abstenerse de cualquier tipo de juicio, y constatan nicamente la
tensin entre los textos, como hace, por ejemplo, el gran exegeta catlico R. Schnackenburg: No ha sido posible hacer luz
sobre estos dichos. Parece tambin que la Iglesia primitiva no
supo integrar estas difciles piezas de la tradicin en el conjunto de la predicacin escatolgica de Jess. Quiz la Iglesia
primitiva nos est indicando con su comportamiento cul es el
mejor camino: alimentar una viva esperanza escatolgica, basndose en la vigorosa predicacin proftica de Jess y no sacar, de determinados dichos aislados de Jess, falsas conclusiones sobre su predicacin. La Iglesia primitiva no acept que
Jess se hubiera equivocado. Tampoco nosotros podemos hacerlo si nos mantenemos crticamente conscientes de la situacin total de la tradicin y nos damos cuenta del carcter, sentido y meta de la predicacin de Jess 3.
Actitudes as honran a quienes las adoptan, sobre todo
cuando su prestigio cientfico anda por medio, porque sin duda
es unl actitud humilde y honesta. Con todo, en el fondo, late
cierto escepticismo. Lo que lleva a pensar que ni a los mismos
que la adoptan convence.

2.4.

Hacia una solucin coherente

La parusa no puede desvincularse del misterio pascual. El


misterio pascual, o sea la resurreccin de Cristo, se presenta
en el Nuevo Testamento como la incoacin del reino de Dios
en el mundo. Siendo la resurreccin, no slo el fin de un acontecimiento singular verificado en y por Jess de Nazaret, sino
la realizacin de la voluntad salvfica de Dios, actuando en la
historia e infundiendo a sta un dinamismo que la lleva hacia
3

Misin Abierta, octubre 1976, 26.

21

su consumacin, la parusa no es ms que la manifestacin en


toda su plenitud de la consumacin de la obra salvadora de
Dios en favor de los hombres y del mismo cosmos, realizada
en y por Cristo.
Esta manifestacin no se define por la aparicin o la vuelta
al mundo visible de Cristo como Seor. No vuelve l, sino que
el mundo va hacia Cristo, en virtud de ese dinamismo que
Dios le infundi por la resurreccin.
Jess resucitado, en su ascensin, no se ausent del mundo.
Qued en l: Yo estoy con vosotros todos los das hasta el fin
del mundo (Mt 2,20). Donde estn dos o tres reunidos en mi
nombre, yo estar en medio de ellos (Mt 18,20). Por otra
parte, por la fe creemos que en la eucarista est verdadera,
real y sustancialmente presente en todos y cada uno de los tabernculos, as como creemos que lo est en los dems sacramentos, que significan y dan la gracia.
Obviamente se trata de una presencia mistrica no manifiesta, Esta presencia misteriosa arranca de la pascua y su
exaltacin es su enfeudamiento en el mundo, y no su distanciamiento de l 4. El cristiano, pues, que espera la parusa, no
espera el retorno de Jess ausente, sino la manifestacin en
todo el poder del Jess presente, aunque misteriosamente
oculto desde su ascensin. De ah que la inminencia de la parusa no deba explicarse con criterios cronolgicos, sino como
la paradjica expresin de una experiencia absolutamente indita y difcilmente tamizable: la de aguardar a Alguien presente, no ausente.
Con ello, sin embargo, no se aclaran todos los extremos de
tan complicado problema. Jess emplea un lenguaje y ese lenguaje tiene un sentido. Habla para que lo entiendan; si bien,
respetando la lentitud mental de sus oyentes, no siempre stos
lo entienden.
y aqu es donde Leonardo Boff, extensamente en su libro
Jesucristo libertador y en resumen en el tantas veces citado Hablemos de la otra vida, entiendo que da una luz, como lo hace
Juan Luis Ruiz de la Pea en su artculo citado.
Jess, Dios encarnado, dir el autor de Jesucristo libertador, particip, como hombre, realmente de nuestra condicin
humana. Creci en saber y en toda su realidad humana. Tuvo
4

22

L. BOFF, Jesucristo libertador, Sal Terrae, Santander 1980, 125.

fe y fue el mayor testigo de la fe. Si particip realmente de la


condicin humana, hubo de participar de la cultura, de los conocimientos que en su poca eran familiares a sus contemporneos.
Entonces los hombres tenan una visin del cosmos distinta
de la que hoy se tiene. La suya era visin apocalptica. Jess se
comport en todo como un hombre cualquiera, menos en el
pecado. De ah que, como cualquier otro hombre, Jess no conociese ni el da ni la hora. Mas, como hombre de su
tiempo, usaba en su predicacin los trminos que usaban y entendan sus oyentes.
Cuando promete la institucin de la eucarista, habla de su
cuerpo como verdadera comida y de su sangre como verdadera bebida. Habla en un sentido espiritual, aunque real. Su
auditorio interpreta, sin embargo, sus palabras en sentido material, tanto que, escandalizados, lo van dejando solo. Jess no
les deshace el equvoco, slo pregunta a sus apstoles: Tambin vosotros queris iros? (Jn 6,67).
El captulo citado de san Juan puede ayudarnos a esclarecer
el tema en litigio. Los contemporneos del Seor esperaban
la irrupcin salvfica de Dios para dentro de poco. Esperaban la venida del mesas de un momento a otro, como libertador y gran caudillo. Que esa irrupcin salvfica no haya acontecido en la forma y con la rapidez que el pueblo judo esperaba,
no es un error por parte de Jess, sino un equvoco, implicado en el mismo proceso de la encarnacin, que ha de ser entendida, no en manera docetista (como si fuese slo aparente o
meramente abstracta, con la asuncin de la naturaleza humana
en abstracto), sino realmente. Dios asumi a un hombre concreto y no una naturaleza abstracta; un hombre de una cultura,
con un tipo de conciencia nacional, con categoras de expresin
culturalmente condicionadas. En esa humanidad concreta, y no
a pesar de ella, fue donde Dios se manifest 5.
El pudo haber esclarecido todos los equvocos que sobre su
persona tenan sus oyentes. No lo hizo, porque cuando venga
el Espritu os ensear. La evolucin de las dogmas en su aspecto subjetivo, en cuanto son conocidos y explicados por los
hombres, entra en los planes de Dios.
Ahora bien, la cosmovisin en tiempos de Jess era una vi5

Misin Abierta, octubre 1976,24-32.

23

sin apocalptica. La apocalptica presenta el futuro con fuertes


pinceladas en el presente, en un gnero literario fantstico,
para consolar a los creyentes presentes o ensearles una verdad escatolgica. Jess, exponiendo y desarrollando sus ideas
personales con la marca y caractersticas de su tiempo, no se
equivoca, no induce a error, sino que siendo equvocas las palabras y los smbolos que emplea, los que le escuchan pueden
equivocarse en la seleccin de su sentido concreto.
Hoy est al alcance de cualquier inteligencia mediana que
los das de la creacin, descritos en el libro del Gnesis, son
etapas, son espacios de tiempo. No son das de 24 horas como
de ordinario entendemos. Qu dificultad habra en admitir
que esta generacin, a que hace referencia Jess, se refiere a
la generacin de los creyentes? No es posible que el trmino
algunos de los aqu presentes sean aquellos que aceptaron y
aceptarn plenamente el mensaje evanglico? La cercana de la
parusa no puede interpretarse ingenuamente con mdulos
cronolgicos, porque la dinmica de la encarnacin acta a
travs del tiempo y del espacio.
Por lo dems, hay un texto en san Lucas (18,1-8) que, a su
vez, hace referencia a la necesidad de ser constantes en la oracin. Pone Jess el caso de aquel juez inicuo que ni teme a
Dios ni respeta a nadie; mas, a fin de que la viuda lo deje en
paz, le hace justicia. Y Dios no va a hacer justicia a los elegidos suyos que da y noche estn clamando a l? (Lc 18,7).
y pregunta, a rel}gln seguido: Con todo, cuando el hijo de
Dios viniere, como se espera, hallar esta fe en la tierra?
Tampoco dice cundo vendr, pero deja entrever que la verdadera fe ser lo que caracterice aquel momento. Parece como
que la resonancia de aquel algunos se deja entrever y or
tambin aqu.
El gnero apocalptico, en fin, tiende o se propone mover
a conversin, motivando a los hombres para que no se instalen
en este mundo, como si fuese su ciudad definitiva, cuando en
realidad termina pronto. No hay duda de que la consideracin
de lo caduco, de lo que tan presto pasa, predispone al desarraigo. Lo trascendente lo pide el hombre. Lo necesita, dira
Unamuno. Este desarraigo es lo que pretende la Biblia, juntamente con la fe y la esperanza en las promesas. De ah que se
acuda a esta forma de enseanza y predicacin.
Jess comenz su predicacin recomendando penitencia,
24

cambio de mentalidad, porque el reino de Dios se acerca. Sus


contemporneos no aceptaron su mensaje: No lo recibieron.
Su mentalidad respecto al mesas esperado era muy otra de la
que Jess tena y enseaba. Se puede decir que se equivoc
en su mensaje?
Ellos esperaban un mesas libertador y caudillo de su pueblo, entonces dominado por la Roma imperial. Los signos externos que acompaaban a Jess no eran los ms adecuados
para cpnvencer a esta mentalidad. Cmo los iba a liberar
aquel galileo, pobre entre los pobres, tanto que no tiene
donde reclinar su cabeza, sin ejrcito, sin poder y, adems,
en conflicto con las fuerzas vivas del pueblo?
Hoy, familiarizados con la interpretacin de las profecas
que a Jess se refieren, resulta fcil aceptarlo como redentor y
mesas. Desde la perspectiva de la encarnacin tampoco resulta
difcil conciliar esos trminos que aparentemente se enfrentan.
Resulta todava ms fcil descalificar al pueblo escogido por su
dura cerviz. Bueno sera, sin embargo, hacer autocrtica de
nuestra actitud frente al misterio pascual, frente a la esperanza. En ltimo trmino, frente a nuestra conversin.

2.5.

Consecuencias de la interpretacin personal

La cercana temporal de la parusa llev a los cristianos de


la primera hora a desinteresarse del quehacer terreno: Trabajad y transformad el mundo. La vida eremtica, en sus distintas formas, tan extendida en Oriente durante los primeros
siglos del cristianismo, es un buen reflejo de esta mentalidad.
No se sentan instalados, ni tampoco vala la pena, porque el
fin del mundo estaba cerca. Ante esta inminencia, era lgica su
reaccin. El quehacer humano sistemtico y como dedicacin
para qu? Cambiarlo y mejorarlo no tena sentido. Ir solventando las primeras necesidades, porque a lo necesario para la
vida no se puede renunciar, y... ja esperar! Uno espera, no
para vivir, sino para morir. Por eso, cuanto ms se deteriore,
cuanto ms se resquebraje, ms pronto vendr el fin. Lo importante, lo que en realidad contaba para aquellos hombres,
era estar preparados para el da del Seor. Y se preparaban
huyendo del mundo a la soledad, viviendo en oracin y ayuno.
Esta actitud primitiva la perpetuaron los milenaristas hasta
25

la alta Edad Media, en su aspecto negativo; porque del aspecto


cristianamente positivo, ah est esa plyade ininterrumpida de
monjes, frailes, religiosos y seglares para recordar al mundo
que aqu no hay ciudad permanente. Que <<todas las cosas estn dotadas de bondad, de verdad y de consistencia propias es
algo que no se dir clara y terminantemente hasta la constitucin Gaudium el spes.
Si la cortedad de la vida es uno de los recursos para hacer
pensar al hombre en el ms all, incluso a muchos con desesperacin esperanzada, qu influencia no ejercera la conviccin de que todo terminara en el ao 1000 en aquellos que as
lo crean y esperaban? Prepararse, estar vigilantes en y para
ese momento, es postura cuerda y evanglica, desde la perspectiva de la fe.
Es actitud evanglica. Lo que no encaja en el evangelio es:
Comamos y bebamos porque maana moriremos. Ni tampoco: Dejemos al mundo que ruede. Desentendmonos de l,
no contribuyamos a hacerlo mejor, ms justo y ms equitativo. No encaja en el evangelio porque, si bien es cierto que
mi reino no es de este mundo, tambin es verdad que empieza en l. Y al reino de Dios en el mundo tienen que contribuir los hombres, con su esfuerzo y su sacrificio.
El cielo, el reino de Dios es un estado. Y este estado obedece a una actitud tomada aqu; que se va, se debe ir afianzando, hasta consumarse en la eternidad; hasta consumarse en
el fin de los tiempos. Se va afianzando a medida que la persona se desarrolla y perfecciona. Porque hoy vemos bastante
claro que la persona se va cincelando en su actuacin histrica,
que sus decisiones la van configurando; que ser persona no es
algo puramente interior. El devenir, la corporeidad y la mundanidad son constitutivos del hombre. Su verdad y su sentido
se logran o se malogran en esta unidad indisoluble. Precisamente por eso carece de sentido la ruptura entre creacin y
salvacin.
Lo mismo, aunque en el polo opuesto, habr que afirmar
del infierno. El infierno es una opcin que se va madurando
desde aqu. Si no se retracta a tiempo, se fijar para siempre;
porque el tiempo de elegir termina, y termina cuando menos
se espera. La opcin, fruto de una actitud, no se destruye generalmente con un solo acto. Las actitudes, los hbitos men26

tales y morales tardan en desarraigarse al menos tanto como


en afianzarse.
No se trata de jugar con palabras: Hasta aqu s, poco
ms o menos, esto no es grave, segn vengan dadas ...
Sino de que el radicalismo evanglico se presenta como una de
las caractersticas del mensaje cristiano: O se est con Cristo
o contra l.
Estar con Cristo comporta aceptarlo con todas las consecuencias. Ahora bien, una de las consecuencias de ser cristiano
es trabajar y, con su trabajo, en la medida de sus posibilidades, contribuir al mejoramiento del mundo, a fin de que el
reino de los cielos se ample y extienda en l. No se pide en
el padrenuestro venga a nosotros tu reino, hgase tu voluntad
as en la tierra como en el cielo? Quien se encierra en s
mismo y se desentiende de los dems, se sita fuera del plan
salvfica de Dios. Por tanto, no est con Cristo y, al no estar
con l, no est preparado para ese da, para el da del Seon>. Porque ser o para ser cristiano primero hay que ser hombre.
No comporta esto un juicio peyorativo sobre la actitud subjetiva de los eremitas, de aquellos abnegados cristianos de los
primeros siglos que, convencidos de que el fin del mundo material estaba muy cerca, se desentendieron de l y huan de sus
cosas y de sus preocupaciones a la soledad.
No lo es porque, en primer lugar, su austeridad, su vida de
ayuno, .de oracin y de penitencia era una ayuda, una aportacin benefactora para ese mundo materializado, paganizado.
Es que lo sobrenatural no influye, no favorece al orden natural? Es que no eran parte de este mundo y, por tanto, enraizados en l por vnculos indisolubles?
En segundo lugar, su rectitud de intencin, su limpieza de
alma escapa a nuestra perspicacia. Slo Dios puede valorarla,
slo Dios puede juzgarla. El hombre ve lo exterior, Dios mira
y conoce los corazones. Juzgar con criterios actuales las acciones y las actitudes de nuestros antepasados es deformar la
historia. No es procedimiento legtimo, ni tampoco cientfico.
Los criterios de entonces, aceptando y viviendo la misma doctrina, eran vlidos para ellos. No todos, sin embargo, valen
para nosotros, hombres del ao 2000.

27

3.
3.1.

La esperanza
No es pasiva frente a los dems

La esperanza cristiana tiene las garantas de la fe, porque el


objeto de aqulla es el mismo que el de sta. La fe es viva
cuando est refrendada por las obras. As tambin, la esperanza es cristiana cuando se funda en la vida de fe y se despliega en trabajo y oracin. Su relacin es mutua e ntima, de
tal suerte que cuanto ms viva sea la fe, ms firme ser la esperanza. De esta fe y de esta esperanza nos han dado buena
cuenta esos cristianos de la primera hora, dentro del marco de
su actuacin y de la luz de sus conocimientos. Eran hombres
que reconocan el poder de Dios y su amor a los hombres y,
como tales, aceptaban lo que entendan ser sus designios, sin
crispaciones ni desesperacin.
La firmeza de la esperanza cristiana no se compagina con la
impaciencia en la accin ni con la inhibicin en las dificultades.
Con todo, son graves las objeciones que se le oponen, porque
graves son las que se oponen a la fe. No responden a un contenido sustancial, pero se explican por la trayectoria pendular
que ha seguido a travs de la historia de dos milenios de cristianismo.
No ha encontrado su equilibrio. La impaciencia utpica,
con sus secuelas generalmente revolucionarias, atent, por un
lado, contra la seriedad de la esperanza y se vio obligada a
emigrar del suelo eclesial. Por otro, la paciencia resignada se
hizo insensible a la inquietud escatolgica.
Dos polos entre los cuales se mueven todos los creyentes,
con una gama de matices que el arco iris sera incapaz de cubrir. Digo todos los creyentes de cualquier confesin que sean,
porque los no creyentes prescinden del orden escatolgico.
Por otra parte, esta gama de matices, mientras se vive en la
tierra, es moralmente imposible que desaparezca. Hoy ms que
nunca, porque el hombre actual es consciente de que todas las
cosas, y por tanto, l tambin, estn dotadas de consistencia,
verdad y bondad propias. De lo que tal vez no lo sea tanto es
de que tambin lo estn de un orden propio regulado, orden
que ese mismo hombre debe respetar con el reconocimiento
de la metodologa particular de cada ciencia y arte.
Este orden metodolgico no lo respetan ni los impacientes

28

utpicos ni los resignados pasivos ante el futuro escatolgico


que todos esperan.
Sobre la impaciencia por conquistar la felicidad prometida
en aquellos que creen y esperan en Cristo -al menos dicen
creer y esperar-, algo se ha dicho, as como de los que no entienden que el mundo y sus realidades tienen consistencia, verdad y bondad propias.
Mas no es sta la impaciencia que compromete la seriedad
de la esperanza cristiana. No es la actitud de los cristianos de
la primera hora, ni siquiera la de los milenaristas, la que pone
en tela de juicio la esperanza teologal, sino la de tantos nuevos
mesas, que, movidos por un deseo o sentimiento crispado,
confunden la vocacin cristiana con lo simplemente terreno,
confunden el futuro del hombre con el paraso en la tierra, reducen el mensaje evanglico y la vida cristiana a un compromiso de liberacin material.
Son mesas de va estrecha. No han calado el misterio del
silencio de Dios. No son pacificadores sino agitadores. Son
hombres dominados por la esperanza-pa~in, no por la virtudesperanza. Se olvidan de que Jess de Nazaret no comparte
esta impaciencia ni este estilo.
Cuenta san Lucas (12,14) que, uno entre la gente, se le
acerc y dijo: "Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo". Era un asunto de orden puramente material.
La justicia andaba por medio. Eran hermanos y no consta que
su padre lo hubiese desheredado. Con todo, la respuesta del
Maestro fue contundente: Amigo, quin me ha constituido a
m juez o partidor entre vosotros?.
A buen seguro que la impaciencia de nuestros improvisados
socilogos, no compartida por Jess, queda mejor dibujada
por el mismo evangelista, cuando nos cuenta que, yendo camino de Jerusaln, hubo de entrar en una aldea de samaritanos para reponer fuerzas, mas stos no lo recibieron, porque
comprendieron que era un judo -la historia se repite constantemente an en nuestros das-o Entonces, Santiago y Juan,
hijos de Zebedeo, intervienen diciendo: Seor, quieres que
digamos que baje fuego del cielo y que los devore?. La respuesta del Maestro debiera recordarse constantemente en estos
tiempos de confusin y olvido: Se volvi y les llam la atencin (Lc 9,55). No es mi misin ni siquiera el recriminar los
prejuicios sociales. Judos y samaritanos no se entienden por
29

razones ms polticas que religiosas; que ellos lo resuelvan. y


se marcharon a otra aldea.
Estos impacientes, estos ansiosos de renovar la faz de la
tierra, sin duda que, al menos inicialmente animados por una
recta intencin, no se dan cuenta de que la pasin es crisis,
mientras que el amor es continuidad.
Qu evangelio se puede hacer respirando revancha,
cuando no odio manifiesto, o al menos desprecio, contra una
determinada clase de hombres? Sern injustos, sern pecadores. El evangelio no aborrece al pecador, denuncia el pecado, trata de yugular su fuerza. Tristemente, la experiencia
ensea que a esta clase de profetas les domina ms la pasin
que la caridad cristiana. De no ser as, su accin no degenerara tan pronto en vulgar agitacin.
Sobre stos se ha escrito suficientemente y en profundidad,
para que haya mayor inters en insistir. Los casos son harto
frecuentes y las experiencias estn al alcance de todos.
La solucin de la as llamada cuestin social es algo que
a todos urge. Todos debiramos saber cul es el ideal de una
sociedad cristiana, y la cultura europea es eminentemente cristiana, como eminentemente cristiana es la americana. La sociedad cristiana, la trazada fundamentalmente en el evangelio, es
la ideal para que los hombres puedan vivir en paz, en orden,
en justicia y en equidad. Ese ideal est perfectamente dibujado
en los Hechos de los Apstoles (2,42-47): y eran asiduos al
adoctrinamiento de los apstoles, a la vida en comn, a la fraccin del pan y a las oraciones. Todo el mundo les tena respeto... y los fieles todos en la comunidad lo posean todo en
comn. Y las posesiones y los haberes los vendan y los repartan a todos segn la necesidad que uno pudiese tener.
El cuadro no creo que decepcione a nadie. Es lo ideal, sera de lo ms bello, de llevarse a la prctica; como bello y paradisaco sera si todos los hombres se pusiesen de acuerdo y
cumpliesen a la perfeccin los mandamientos de Dios.
Pero no estamos reflexionando para ngeles. No se est en
las nubes, sino que estamos en este dulce reino de la tierra a
la que amamos ms de lo que quiz osemos confesar, copiando
a Bernanos. S, estamos en la tierra, jugando la partida de la
eternidad. Y en la tierra los hombres son hombres. Y los cristianos, por muy cristianos que digan que son, tambin son
hombres. Se proyectan en un medio que no es cristiano, aun30

que su cultura diga serlo. El ambiente influye, e incluso configura. Lo que es viable en una comunidad reducida, no lo es
tanto en una sociedad pluralista, organizada en clave profana.
Que no lo es tanto? .. Es imposible, porque el hombre se
considera con consistencia, con bondad, con verdad, con libertad propias. Si unos aceptan y creen en un futuro trascendente,
seguro, los otros niegan esa trascendencia. Si unos creen en el
pecado original, los otros creen en la naturaleza pura y defienden que al hombre lo pervierte la sociedad.
Por eso el cuadro dibujado en los Hechos de los Apstoles
es un ideal. Ideal que comporta esfuerzo y tensin. De ah que
la misin primordial del cristiano consista en luchar, en trabajar con denuedo para que ese ambiente en que se proyecta no
ahogue lo esencial del mensaje de Cristo.
Lucha y trabajo, que no puede ser crispacin ni violencia,
sino firmeza y paciencia. Orando siempre y sin desfallecer
nunca. No buscando el peligro, no provocando la reaccin,
sino conjurndolos, a base de paciente trabajo y constante confianza. No se olvide que la paciencia es 'Virtud y, por tanto, no
se confunde con el aguante resignado. La pacienda acomete y
emprende, sin concesiones a la demagogia y s con muchas
consultas a la prudencia. Las virtudes son comunitarias: donde
est una, all estn las dems en armonioso cortejo.
Por tanto, la pasividad frente a la inteligencia, a la miseria
de los dems, frente a la manipulacin del hombre por el hombre no es, desde luego, rasgo que caracterice la esperanza cristiana. A buen seguro que una resignacin mal entendida fue
causa, o al menos ocasin, de lamentables equvocos.
Lo ms opuesto al evangelio es la insolidaridad, la despreocupacin y el desinters por las legtimas exigencias de los
hombres. Jess de Nazaret, as como no actu destruyendo directamente el orden constituido por los hombres, tampoco se
encogi de hombros ante la injusticia, la enfermedad, el hambre, el dolor y la muerte.
No obstante, siendo claras las premisas, tuvo que aparecer
el marxismo, con toda su virulencia y exclusivismo, para que el
aspecto social del evangelio apareciese con la fuerza alentadora
con que hoy aparece en el magisterio de la Iglesia.
As se explica cmo durante tantos aos se vino llamando
caridad a lo que simplemente era una elemental justicia; as se
explica cmo hombres que se decan creyentes y que pasaban
31

por la vida con halo de mecenas y de grandes benefactores de


la humanidad, tuviesen a sus expensas cientos de seres humanos y familias enteras con sueldos de miseria y salarios insuficientes para cubrir las uecesidades ms perentorias.
La limosna que redime del pecado, las indulgencias que remiten del reato de pena, los sacramentos que absuelven, significan y dan la gracia... Toda una serie de verdades y realidades cristianas encuadradas en un marco utilitarista, como si
slo lo que es til fuese verdadero, paliaban posibles remordimientos. Tanto ms cuanto que estaban avaladas por administradores, si no subjetiva, al menos objetivamente infieles. Y no
se olvide que lo primero que se pide en un administrador es
que sea fiel (san Pablo).
Sin duda que un estado de cosas semejante contribuy a la
reaccin nada pacfica -porque fue y es reaccin de oprimidos
por una tirana intelectual e indirectamente alimentada por un
paternalismo exagerado- de tantos impacientes y nuevos
apstoles. En su impaciencia, confunden ms de una vez el
evangelio con El capital de Marx, la misin espiritual de la
Iglesia con el deber fundamental del estado. La misin espiritual de la Iglesia no excluye el intento de la misma por humanizar el mundo, pero esta humanizacin no agota su misin.
La Iglesia, como institucin divina, pero formada por hombres, fue fundada por Cristo y existe para ser, a travs del
tiempo y del espacio, la transmisora del mensaje de salvacin
para todos los hombres, de todos los tiempos y de todas las latitudes. No puede ser beligerante en ninguno de los bandos, en
favor de ninguno de ellos, con exclusin del otro. Su misin es
estar al servicio de todos, para ofrecer a todos la paz y la verdad, la libertad y la justicia, el bien y el amor. Ella es la Iglesia de los pobres, pero tambin la de los ricos; tanto ms
cuanto que, desde la atalaya del reino de Dios, los que el
mundo llama ricos pueden ser los ms pobres. Si es as, no es
extrao que la impaciencia utpica tenga que desaparecer de
su suelo.
La esperanza cristiana no es slo para morir, sino que dira,
y sobre todo, para vivir. Por eso, si de ese extremo de exaltacin se pasa al de inhibicin, el problema, las objeciones, en
vez de resolverse, se agrava l y se robustecen ellas.
Por otra parte, si la esperanza cristiana se reduce a la es-

32

fera individual, privada, subjetiva, ntima, el aislamiento se


confirma, el desinters se consolida y la solidaridad se hiela.
El negocio de la salvacin del alma contina siendo necesario, es lo nico necesario. Pero si esa necesidad asla,
aleja, fomenta la indiferencia para todo y en todo lo que al
prjimo se refiere, deja de ser problema, deja de ser negocio cristiano para convertirse en problema utilitarista e insolidario.
3.2.

Integracin s, ruptura no

Una esperanza manipulada, por fuerza hace gritar a los que


no creen: El cristianismo fomenta la indiferencia, la infidelidad al hombre, a la tierra y a sus tareas. Y este grito adquiere ecos de bronquedad -y con razn- cuando se divide
el mundo en buenos y malos, cuando se rompe la correspondencia entre el amor de Dios y el amor a los hombres, cuando
se levanta un muro impenetrable entre el orden natural y el sobrenatural, cuando se separan jansenianamente el fin inmediato del hombre y el supremo, cuando se enfrentan artificialmente la tica y la religin, cuando se rompen, separndolas,
la creacin y la salvacin, la encarnacin y la redencin. Desunir lo individual y lo social, el ms ac del ms all, desintegrndolos, es tanto como destruir al hombre. Si el hombre
nace para convivir, su aspecto social es inseparable de su individualidad personal aqu y all.
Ambos niveles es preciso integrarlos, nunca excluirlos ni
desatarlos, y la praxis ms de una vez los separa, los excluye.
Si bien es verdad que la continuidad se ha mantenido mediante la afirmacin de la resurreccin de la carne, la vivencia
de la esperanza tamiz con ms esmero la contraposicin entre
tiempo y eternidad, historia y consumacin. De ah que la valoracin del quehacer humano fuera predominantemente negativa.
Nos venamos moviendo en el marco de lo caduco, en el
marco de algo, como si ese algo no tuviese valor en s.
Cuando en realidad, todas las cosas estn dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con reconocimiento de la
metodologa particular de cada ciencia y arte (GS 36b).

33

No se trata, desde luego, de escala de valores, sino de la


ruptura que entre ambas realidades se produce, o al menos
prcticamente se produca. Si el hombre se mueve entre dos
rdenes distintos, no ser para destruir uno y salvar otro, sino
para integrarlos en armoniosa meloda. No en vano fue y contina siendo tesis fundamental que la gracia no destruye la
naturaleza, sino que la perfecciona y dignifica. Precisamente,
porque la gracia de Cristo no encubre el pecado, sino que lo
destruye, lo borra. Si la naturaleza est bien dispuesta y sus
cualidades humanas son aptas y generosamente receptivas, la
perfeccin en el obrar individual y social de los que la reciben
se eleva al ciento por uno.
La ruptura es un atentado contra el plan salvfica de Dios
sobre los hombres y para los hombres. El plan salvador de
Dios es nico, segn la corriente hoy entre los telogos. Al
fin, el tiempo actual es un tiempo intermedio, tiempo del ya s
pero todava no, entre la fe y el futuro presente, pero todava
no totalmente realizado, y la esperanza de que por fin se manifieste en toda su potencia. Entonces existe continuidad. En
vez de separarlos, es preciso integrarlos. No se vena diciendo
desde siempre que la vida de la gracia es la vida de la gloria
incoada?
Esta necesaria integracin se va ensamblando a golpes de
decisin, de respuestas afirmativas o negativas, segn los casos,
de posiciones tomadas, de actitudes adoptadas.
El hombre no es una forma cerrada egosticamente en s
mismo, sino abierta vertical y horizontalmente. De ah que la
esperanza, reducida a la esfera privada, estimule el egosmo, el
desinters y la insolidaridad y cierre al hombre en su dimensin horizontal poco a poco, y en la vertical tambin. En ltimo anlisis --como dice Bonifacio Fernndez-, la esperanza
cristiana, deformada por la privatizacin, no puede menos de
ser un factor de evasin de la primordial tarea humana de
transformar el mundo y, por ende, de ruptura con el plan salvfica de Dios.
El hecho de ser el hombre un ser libre e inteligente, con
capacidad de decisin propia, comporta para l el deber de
crear nuevas posibilidades, para que el modo de vivir sea ms
humano, ms conforme a los designios de Dios.
Para esta mayor conformidad no basta transformar, ni siquiera mejorar, las realidades materiales, las estructuras so34

ciales, como pretenden los impacientes utpicos. Ms importantes son las tareas que van dirigidas, ms directamente, a la
evolucin y perfeccionamiento de la persona humana y de la
sociedad 6. Es mucho ms eficaz y rentable, tanto para el individuo como para la sociedad, formar al hombre para que
digna y decorosamente pueda ganarse la vida por s mismo,
que socorrerlo con una limosna, por cuantiosa que sea, que le
resuelva el problema de momento.
Por eso dir la constitucin Gaudium el spes: Cuanto
llevan a cabo los hombres para lograr ms justicia, mayor fraternidad y un ms humano planteamiento de los problemas sociales, vale ms que los progresos tcnicos (GS 35a).
Todo lo que sea potenciar la persona humana es evanglico, porque el evangelio es profundamente humano. Y porque
es profundamente humano, es divino, dado que el mensaje que
comporta es el mensaje de Dios que se hace hombre para hablar y comunicarse directamente con los hombres.
He aqu por qu el evangelio es dinamismo, es fuerza divina que brota aqu y salta hasta la Vida eterna. He aqu,
tambin, por qu la separacin entre la creacin y la salvacin,
entre el orden natural y el sobrenatural, entre el amor de Dios
y el amor a los hombres haya que matizarla antes de darle luz
verde. Desde este punto de vista, la consideracin, el valor y
el inters del porvenir de la humanidad y del mundo, en la
vida de un cristiano, ocupa su puesto debido.
El orillamiento de este debido puesto empieza en el punto
de partida de ese abismo que se pretende abrir entre el mundo
actual y el venidero. Que este presunto abismo es real, ah est
para indicrnoslo la insensibilidad de tantos cristianos frente a esa
estadstica sangrante como es la que nos presenta a los dos tercios de la humanidad pasando hambre.
La esperanza que merece reproches y a la que se le oponen
fuertes objeciones no es la esperanza cristiana, no es la esperanza que infunde el evangelio, sino la que est determinada
por estas dos coordenadas: la privatizacin y la ruptura Esta
no es cristiana.
Una esperanza as hace a los hombres egostas. Pueden pasar de largo ante el sufrimiento de los dems ----como pasaron el
sacerdote y el levita del evangelio- porque esperan para s algo
6

L. BOFF,

O.C.,

125.

35

mejor. Y porque en realidad pasaron -desgraciadamente continan pasando!- parapetados en un sistema envejecido y que
hace agua por falta de imaginacin, en el que los intereses
creados deciden y dan la ley, en el que la Iglesia se vio envuelta,
la esperanza marxista se propag rpidamente, reservndose el
protagonismo de la liberacin total del hombre.
El hombre de hoy no acepta la credibilidad del evangelio,
no cree en su fuerza liberadora. Ha perdido la confianza en l.
No porque su actualidad caducase, no porque su fuerza inspiradora disminuyese, sino porque los cristianos han sido y continuamos siendo infieles a l. Nos hemos perdido en una serie
de detalles y hemos orillado lo fundamental.
A pesar de todo, Dios contina fiel a su plan de salvacin,
contina sacudiendo al hombre de su sueo, recordndole, por
mil medios, su infidelidad. El sufrimiento y el fracaso son la
intervencin de Dios para que el hombre no se instale en una
condicin, que no es la bienaventuranza a que est llamado.
En la historia del Israel antiguo, as como en la de la Iglesia,
los enemigos y los adversarios ejercen una funcin providencial. Cada vez que la Iglesia deja perderse o descuida una
parte de la verdad de que es depositaria y que est obligada a
hacer fructificar, se levanta un adversario en nombre precisamente -ironas de la historia!- de ese fragmento de verdad
abandonada por la Iglesia, y ataca a la cristiandad, usando
como arma esa verdad parcial 7.
La historia es rica en estos casos y los testimonios abundan:
por el Renacimiento y la reforma, la tentacin del poder temporal y de la tirana intelectual se alejaron de la Iglesia. El racionalismo impidi que se enlodase en el fango de una tica
morbosa. El socialismo la despert de su sueo para que la separacin entre lo individual y lo social, con un olvido peligroso
para ste, no la llevase a la prdida de la credibilidad como rbitro de la verdad, de la justicia...
La Iglesia es sacramento de salvacin para todos, para ricos
y para pobres, al margen de la voluntad de los hombres, porque sta es la finalidad que le otorg su fundador. Los hombres a quienes se les encomend su gobierno no pueden apartarse de esa su finalidad. Si se apartasen, tienen el deber de
7

36

L. BOFF, O.c., 127.

rectificar. Deber que no es fcil eludir, aunque su cumplimiento no siempre sea fcil.
A la Iglesia, como institucin, no se le encomend la solucin de los problemas econmicos, sociales y polticos. El bienestar material de los ciudadanos es urgencia del poder civil.
Pero como est en este mundo, y est para dar testimonio de
la verdad, de la bondad y de la justicia, si no lo diera, otros
vendrn que lo hagan en su lugar, pero atacndola.
No est en su mano la solucin. Por eso los inquietos y los
impacientes, ms que resolver, complican y endurecen la situacin, porque se les considera intrusos. No as a los que esperan
con fe, actan con confianza, hablan con equilibrio y tienden
la mano con generosidad.
3.3.

En qu consiste la esperanza

En buena lgica y en armona con el" evangelio, no son separables la creacin de la salvacin, la tica de la religin.
Si el hombre fue creado para salvarse, su salvacin empieza
aqu. La consumacin de la misma, su realizacin en plenitud
depende de Dios, pero con su colaboracin porque sigue teniendo actualidad aquello de san Agustn: El que te cre sin
U. no te salvar sin tu cooperacin.
La esperanza cristiana se funda en esta voluntad positiva de
Dios de salvar a todos los hombres y en la cooperacin de stos
con l. Y esa esperanza mira, no a la desaparicin del sufrimiento, del dolor aqu y ahora, sino, a pesar de todo, a la lucha contra el pecado y contra la muerte despus de la muerte.
El cristiano espera y, porque espera, trabaja y se violenta para
que el pecado desaparezca y, con l, desaparezca el trgico terror
a la muerte. Espera, aguanta, no pasivamente, sino en consciente
y constante tensin.

3.4.

Fundamento

No confa esta destruccin a la eternidad, sino que la espera en el tiempo, porque sabe que en el tiempo juega la baza
de la eternidad. No la confa a la eternidad, porque la esperanza termina con la muerte. El que cree sabe que la muerte

37

no es la finalidad de la vida, sino la realizacin plena de las


promesas de la alianza.
Su esperanza en la vida la funda en las promesas de Dios,
realizadas en Cristo, a quien resucit de entre los muertos,
para que con l resuciten todos los hombres. La resurreccin
de Cristo es la protesta de Dios contra la muerte y la humillacin del hombre por la miseria, ha escrito Moltmann.
La muerte y la resurreccin de Cristo son, por tanto, la garanta, el aval de nuestra esperanza. En el lenguaje de la resurreccin el hombre descubre cmo un hecho de la escatologa
pasa a formar parte de la historia humana. Este hecho tiene
suficiente luz para que los hombres vean que ante ellos no se
abre el abismo de la nada absoluta. Dado que Jess de Nazaret es el ideal que del hombre tiene Dios desde toda la eternidad, todos aquellos que se esfuercen y violenten por acercarse
a ese ideal durante su vida terrena saben con certeza, no experimental, sino de fe, que con la muerte no acaban, sino que se
realizan en plenitud.
No es, acaso, la resurreccin de Cristo un hecho real? No
es Cristo, por ventura, la cabeza de ese cuerpo, del cual los
hombres somos miembros? Estas preguntas no se contestan,
sus respuestas no se constatan con una demostracin histrica,
como se constatan los hechos simplemente humanos. Pero pasan a la historia por el testimonio de unos testigos que merecen todo crdito y adhesin 8, como el lector puede ver en las
reflexiones del captulo La resurreccin de Cristo.
La palabra de un hombre es digna de nuestra adhesin
cuando el que la compromete merece crdito, es de fiar. Negarle valor probatorio a los testigos que deponen sobre su experiencia personal de haber hablado y comido con el Maestro
resucitado, no es slo negar valor a la palabra de Dios, sino inhibirse de toda confianza en los hombres.
Los que aseguran que Jess ha resucitado no dicen haber
sido testigos de visu del hecho, sino que slo dan fe de que
ellos hablaron y comieron con l, a los pocos das de haberlo
sepultado en un sepulcro, cuyo recuerdo es hoy centro de
constantes peregrinos. Todos los signos externos que se conocen de estos testigos llevan el sello de la credibilidad, hablan
de que son normales y nada dados a soar despiertos. En~

38

Secularidad del seglar franciscano, Madrid 1978, 56.

tonces creerles es razonable y, por lo mismo, razonable es tambin fundar en esta fe la esperanza.
Siendo as las cosas, como lo son para el cristiano, la resurreccin de Jess le asegura que el pecado y la muerte estn
heridos de muerte. Por lo tanto, una vez que lo esencial est
realizado, el cristiano debiera ser una persona de gran jovialidad, buen humor y alegra cordial. El horizonte se le muestra
sin nubes, los monstruos que devoraban nuestro futuro han
sido conjurados, el fin-meta est garantizado 9. Su esperanza
debiera ser la expresin del optimismo en todas sus facetas.

3.5.

Consecuencias

Si Cristo es la garanta de nuestra esperanza, lo primero


que debe asumir y asimilar el creyente es que la esperanza es
una gracia. Una gracia que entra en la planificacin de la vida
humana. Si es una gracia, tiene que ser consciente de que su
protagonismo en la realizacin de sus esperanzas no es lo fundamental, no es lo nico necesario. No puede confiar, primordialmente, en l. El solo se sentira frustrado. Su limitacin,
con todo, no le impedir ser jovial y cordialmente alegre; porque su alegra tiene sus races en el misterio pascual.
Se comprende que los hombres sin fe no calen el verdadero
sentido de esta jovialidad, de este buen humor, de esta aceptacin alegre del contratiempo; e, incluso, que lo interpreten
como pasividad e indiferencia. No lo comprenden y, porque no
lo comprenden, lo estiman enfermizo y patolgico. Ellos se
juzgan autosuficientes. Ignoran que toda suficiencia viene de
Dios. No es extrao, por tanto, que ante su limitacin, si bien
no reconocida y menos aceptada, se crispen, se desesperen, se
hundan en la esperanza sin esperar nada.
He aqu por qu los personajes de Andr Malraux, por
ejemplo, ante el desencadenamiento de los sueos inhumanos
y quiz tambin por el embate de una tentacin de orden moral, vuelcan con violencia, acrecentada por su capitulacin
secreta, todas sus energas espirituales sobre el mundo exterior. Antes de acometer el proyecto, se sienten vencidos por
la dificultad o magnitud de la empresa.
9 Secularidad del seglar franciscano, o.c. Lanse los apartados referentes
a la resurreccin de Cristo.

39

Esos personajes son hombres y, como hombres, se lanzan a


la aventura, se lanzan a la realizacin de sus sueos. Este trmino, la aventura ---dir el mismo Malraux-, tuvo hacia los
aos 20 un gran prestigio en los crculos literarios. Quieren
justificar su realeza sobre las obras de la creacin. Pero eligen
el camino de la impaciencia y no el viaje interior.
Muy pronto tropiezan con su impotencia. Pronto, demasiado pronto gustan la copa de la frustracin. Cmo no van a
gustarla si, buscando ser seores de los dems, son incapaces
de serlo de s mismos?
El caso es que, incapaces de evangelizar, con paciencia
lenta y constante, las oquedades ignotas de su conciencia ntima, queman etapas: en vez de humanizar, de domesticar con
paciencia esta tierra virgen, atormentada por monstruos, pululante de amenazas de orden moral, han preferido talarla, amputarla. Se aligeran de todo esfuerzo moral; pero, a la vez,
quedan disminuidos, mermados para afrontar, con garantas,
cualquier empresa, cualquiera realizacin digna y elevada 10.
La influencia que Andr Malraux ejerce sobre nuestra juventud salta a la vista. No se distinguen nuestros jvenes por
su idealismo, por su entusiasmo, por sus ansias de ser y de hacer siempre algo ms y mejor. Es que una vida sin esfuerzo,
sin violencia interior; una formacin a base de concesiones, no
slo no garantiza, sino que ni siquiera presume el xito.
El mensaje evanglico est en los antpodas de esta pedagoga, aunque en no pocos cristianos, al menos de nombre, se
adivine su trasfondo. El cristianismo no consiste en la crispacin estoica, que permite vencer un vicio en el orden moral,
sino en el amor cada vez ms profundo a los hombres y a
Dios, que nos ayuda a superar el pecado, dice Charles Moeller. Consiste en la mansedumbre, en aceptarse humildemente
como uno es, con todas las propias limitaciones.
El esfuerzo, el sacrificio del hombre para afianzar su realeza en la vida, es necesario. Naci para ser rey. Pero su realeza se afianza a travs del vencimiento propio. Sin embargo,
el xito de esta contienda no estriba slo en su esfuerzo, sino
en la fuerza de Dios, que le asiste siempre con su gracia.
El olvido de esta verdad elemental en la pedagoga cristiana
tiene como compaeros de viaje el pesimismo, los profetas de
10

40

L. BOFF, O.c., 127.

mal agero, las lamentaciones, el humor negro, la irritabilidad


y el fanatismo conservador tan presentes en algunos sectores
de la Iglesia de hoy 11; y, por smosis inevitable en el mundo
que contempla, sobre todo al hombre de Iglesia, con creciente
curiosidad e impaciencia mal contenida, todos sus gestos, todas
sus reacciones, todas sus actitudes.
Una conciencia clara de la propia limitacin, aceptada con
amor, da a la vida personal un aire de magnanimidad. La magnanimidad es grandeza de alma, es elevacin de espritu.
Aquel que no la tiene es que no sabe aceptarse como es, y,
por tanto, le faltarn las energas necesarias para transformar
el mundo y llegar a la perfecta identidad consigo mismo, con
los dems y con la naturaleza. En sentido inverso, el consciente de sus limitaciones, pero con un corazn abierto para
escuchar a aquel que dijo: No tengis miedo. Yo soy, se sentir con coraje para desafiar a esos monstruos inhumanos, que
hoy imponen su fuerza y dictan la ley: dinero, poder, violencia, terror, pornografa, droga... Porque quien aguarda la
consumacin trascendente como lo necesario e imposible para
el hombre, est permitiendo que la historia sea historia. Es decir, el campo de despliegue de las ilimitadas posibilidades humanas en marcha hacia un siempre nuevo. Solamente la seguridad de la victoria prometida garantiza el sentido del hombre y
le deja holgura para la accin planificadora, la crtica 12.
Planificar con ilusin, protestar con respeto, criticar sin
resentimiento porque mira con altura, ve en profundidad y
ama con grandeza. Esto es, porque tiene un espritu magnnimo. Yen las almas magnnimas no cabe ni el odio, ni el resentimiento, ni el deseo de propia exaltacin, ni la soberbia de
la vida. Donde alumbra la fe, se asienta, como en su propia
casa, la esperanza.

4.

La esperanza compromete

La entera familia humana, con el conjunto universal de las


realidades entre las que sta vive; el teatro de la historia hu11

12

Ch. MOELLER, a.c., III, 194-195.


L. BOFF, a.c., 127.

41

mana, con sus afanes, fracasos y victorias, se llama mundo.


Para los cristianos es todo eso y algo ms; porque todo es
creado y conservado por Dios, esclavizado luego bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se
transforme segn el propsito divino y llegue a su consumacin (GS 2b).
Por tanto, contraponer, romper la integracin entre mundo e
Iglesia es romper el plan de Dios. Desentenderse de la creacin
es renunciar a la salvacin. As pues, por esta integracin debe
trabajar, tiene que trabajar el cristiano. Porque el mundo es el
campo donde despliega toda su actividad. Y el mundo ser lo
que el hombre quiera, dado que el porvenir y el futuro terreno
de la humanidad es una tarea exclusiva del hombre.
Esto no es proclamar la autonoma absoluta. El hombre
puede extraviarse y, de hecho, muchas veces se extrava en la
bsqueda de ese porvenir, de ese futuro. Por eso el creyente,
que se sabe limitado, sita su porvenir y lo encuentra bajo el
abrigo y proteccin de Dios, en cuanto Dios se lo promete. Si
bien la certeza de ese porvenir le obliga a no descuidar las tareas temporales presentes (GS 43).
La certeza de su porvenir le obliga a no evadirse del cumplimiento fiel de las tareas presentes y, por lo mismo, le compromete. Porque la aceptacin de Dios como principio y fin de
todo no puede situarse al margen de la vida cotidiana. Vida
y fe, creacin y salvacin, son inseparables.
Esta inseparabilidad la ha expresado de un modo sencillo y
a la vez profundo uno de nuestros actuales actores, Jos Luis
Lpez Vzquez: Para m creer en Jesucristo es fundamento
espiritual. Jesucristo nos muestra el Bien, la Verdad, la Justicia
y el Amor. Me condiciona a ser humilde, a practicar el sacrificio, la resignacin, la entrega, la esperanza y la fe. En lo adverso de la vida recurro a l, invocando su ayuda y proteccin.
Jesucristo es ejemplo de perfeccin a imagen y semejanza
humana; y aunque, por supuesto, no sea capaz de abundar en
la prctica de su doctrina, al menos, de vez en cuando, suelo
intentarlo, como lo hara cualquier hombre de buena voluntad.
Si alguien puede decir tanto y tan bien en tan pocas palabras, bueno sera que lo intentase. Me resulta doblemente
grato aducir aqu este testimonio actual, porque, amn de ser
42

el testimonio de todo un hombre, viene de un estamento que


tal vez, con ms ingenuidad que profundidad, se considera frvolo.
Con todo, un hombre solo poco podra hacer para construir
un mundo mejor, ms justo, ms solidario, ms humano. Sus
fuerzas para oponerse con ventaja al terror organizado, a la
pornografa programada, a la injusticia camuflada, al desprecio
sistematizado de la infancia espiritual, al escndalo en dosis
masivas, son demasiado limitadas y tremendamente condicionadas. Pero si ese hombre se apoya en la fuerza de Dios y expone con coraje su plan de accin a esos dos tercios de humanidad que pasa hambre, el cuadro cambia de marco. Si a ese
hombre se unen los que comparten el mismo credo y comulgan
en la misma esperanza, las posibilidades se multiplican.
No se olvide, por lo dems, que ms importante que el
cambio de estructuras es la capacitacin, el perfeccionamiento
de las personas. Si todos los creyentes, con capacidad para
ello, potenciasen cultural y religiosam~te a uno solo de los
marginados, el nmero se elevara a millares.
El evangelio, la buena nueva, est en el mundo, como un
reto de amor a la congnita pereza humana. Todo lo que hagis a uno de estos pequeuelos, que son mis hermanos, a m
me lo habis hecho. Cuanto ms haga el hombre en favor y
beneficio de la familia humana, ms hombre es; porque trabajando en el mundo y por el mundo, el hombre se humaniza, se
hace ms hombre y responde a la voluntad de Dios, que es el
sumo bien del hombre.

4.1.

Compromiso vital

El compromiso existe, porque lo exige el evangelio y, al


menos hoy, lo recuerda la Iglesia con solemnidad y urgencia.
Si el compromiso es irrenunciable, nadie tiene en justicia razn
para inculpar al cristianismo de evadirse morbosamente del
hombre y de sus tareas. Si se fijan en muchos, tanto a nivel
individual como institucional, tal vez la tengan. A su inculpacin, en ese caso, se asociara todo ese concierto de hombres
de buena voluntad que se comprometieron, no slo desde el
evangelio escrito, sino desde su espritu, consciente y activamente, en el amor, en la paciencia y en la solidaridad, con el
43

esfuerzo y con el sacrificio para hacer un mundo ms justo y


ms humano en favor de todos los hombres, sin distincin de
razas ni de religin. Se comprometieron porque sienten la solidaridad en la fraternidad. Fraternidad que no admite distinciones, por cuanto se sienten todos hijos de un mismo padre,
Dios.
Para el que cree en profundidad y espera en Jesucristo, este
compromiso es vital. Porque el cristiano se compromete a vivir
la vida de Cristo. El cristiano es el hombre de Cristo. Cristo
ni en su vida ni en su predicacin capitul ante la injusticia,
ante la marginacin, ante la manipulacin del hombre por el
hombre.
Para los marginados tuvo palabras y obras de rehabilitacin. Los pastores en su nacimiento, los publicanos en su vida
de predicacin, ocuparon lugar preferente. Preferencia que no
exclua, sino que atraa y estimulaba. Nicodemo, el de la secreta conversacin con Jess, el fariseo convertido en su secreto discpulo, como lo define Unamuno, da buena cuenta
de su fidelidad a aquel a quien se haba convertido: Por ventura condena nuestra ley a un individuo sin orlo antes a l y
conocer lo que ha hecho? (Jn 7,51).
La fidelidad de Nicodemo es para el cristiano paradigma;
porque l fue fiel en una situacin borrascosa y comprometida.
Se trataba nada menos que de condenar al Maestro. Para el
creyente, lo es hoy tambin; porque el adversario se ha levantado con la exclusiva de la justicia social. Como la propaganda
le da esa exclusiva, tendr l que probrselo, ms que con palabras con hechos.
De ah que el hombre, sabindose, por una parte, responsable de haber introducido en la obra de Dios el desorden, la
guerra, el dolor, la injusticia y, por otra, creyendo y esperando
en Jesucristo, no podr menos de sentirse comprometido en la
erradicacin de los mismos.
Nicodemo se senta fiel cumplidor de la ley, pero al ver que
en nombre de esa misma ley se intentaba condenar al inocente
sin orlo, defiende la ley y, a su vez, al inocente. El cristiano
que de veras se siente cristiano, al observar que en nombre de
los cristianos se condena el evangelio, tiene, por un imperativo
de dignidad y de vida, que ajustar su vida al evangelio, y defendiendo el evangelio con su vida evanglica, defender a su

44

vez, a las vctimas, que los adversarios dicen serlo de la doctrina evanglica.
Esos millones de seres humanos que mueren de hambre es
posible disminuirlos. Bastara que los privilegiados redujesen
su presupuesto y renunciasen a algo de lo mucho que les sobra. Bastara que las multinacionales, en lugar de asentar como
principio el haber, se ajustasen al del amor.
La credibilidad de la esperanza se mide por su tensin interior; porque el compromiso eficaz para la transformacin del
mundo es una dimensin interior de la esperanza, lo mismo
que las obras son un momento activo de la fe y no slo su
fruto o consecuencia. El nico modo de hacer creble nuestra
esperanza en el futuro absoluto, dado por Dios, consiste en verificarla en la historia, aceptando que el porvenir intramundano es la mediacin necesaria del porvenir trascendente, la
espera de la esperanza 13. Si uno espera intensamente, acepta
esa mediacin, no slo intelectualmente, sino activamente, haciendo por su parte que sea lo ms ajustada posible al plan de
D~.
'
Comprender la necesidad de esta mediacin, incluso hasta llegar al cambio, cuenta y cuenta mucho. Pero insistir urge, aun
cuando las coyunturas externas, econmicas y sociales, tengan
una importancia considerable por la ayuda o el obstculo para
esta evolucin espiritual y moral; cambiar al hombre sigue siendo
ms importante que cambiar las instituciones. Si la mentalidad
del hombre no cambia, las estructuras en sus manos seran algo
muerto.
La fe, unida a la esperanza, exige un cambio de perspectiva. A este cambio se resisten de ordinario los hombres, porque el cambio casi siempre supone algn riesgo. Los hombres
aman y buscan la seguridad. Pero el cristiano, fiel a su vocacin y consecuente con la gracia de su conversin, tendr que
soportar la incomprensin, cuando no la persecucin por parte
del contrario. Al fin, contina siendo de actualidad que el
reino de los cielos padece violencia y lo arrebatan los que se la
hacen.

13

Secularidad del seglar franciscano,

O.C.,

22.

45

4.2.

Cambio de mentalidad

El hombre no cambia de mentalidad por decreto. Cambiar


si se convence de la necesidad del cambio, si en realidad
quiere cambiar, y, por ltimo, si colabora con la gracia que,
sin advertirlo, le ronda incesantemente.
Los cristianos necesitamos convertirnos a la verdadera esperanza. La conversin es una gracia. Pero la gracia de la conversin no actuar de ordinario si las disposiciones morales y
psicolgicas no le son propicias.
Entre esas disposiciones est, o mejor, condicin para que
esas disposiciones sean propicias es el conocer la distincin
fundamental que media entre esperanza-pasin y esperanza-virtud.
La primera tiene por objeto un bien futuro, difcil, pero
posible. Unas oposiciones a pocas ctedras y muchos opositores casi todos primeras espadas. Es difcil, pero es posible
ganarlas.
La segunda, esperanza-virtud, situada en la parte intelectual y libre de nuestro espritu, tiene por objeto los valores espirituales y divinos, la bienaventuranza eterna, cuya dificultad
de acceso es vencida por la certeza sobrenatural de que Dios
existe y es nuestro bien 14.
Si la sensibilidad del alma es la sede de la esperanza-pasin, en la parte intelectual y libre se sita la esperanza-virtud.
Ambas, pues, actan por medio del alma y ambas las debemos
integrar; porque es todo el hombre el que se salva o se condena.
La esperanza-virtud tiene un objeto de difcil acceso;
hasta, desde el punto de vista de las fuerzas humanas, habr
que decir imposible; aunque se hace posible gracias a la gracia
que Cristo nos obtuvo.
La imposibilidad est suprimida, y porque est suprimida,
la esperanza, al mismo tiempo que libera de la fuerza del pecado y de la muerte, compromete a los que la viven unificando
su historia en su origen, en su medio y en su fin. La historia
la escriben los hombres y Dios. Dios disponiendo la falsilla de
su plan, para que lo ejecuten rectamente los hombres.
Dios quiere que todos los hombres se salven. Para todos
14

46

Ch. MOELLER,

O.C.,

111, 195.

estn destinadas las promesas. Aceptarlas o rechazarlas depende de cada uno.


Este es el plan de Dios. A travs de su palabra revelada, a
travs de la comunicacin de Dios con el hombre, ste sabe y
conoce todo lo que Dios hizo y contina haciendo para que su
plan se cumpla.
Que de parte de Dios se cumple siempre, nos lo garantiza
Jess de Nazaret, crucificado por los hombres y resucitado
para que todos resuciten con l. La fidelidad de Dios est,
pues, rubricada con la sangre del Justo. Lo que no est rubricado y garantizado es la salvacin de cada uno en particular;
porque esto depende de la opcin definitiva de cada individuo.
Siendo libre, puede rechazarla o aceptarla. Tremendo misterio
el del libre albedro!
As es como la salvacin individual, objeto de la esperanzavirtud, se garantiza incorporndose cada uno, activa y responsablemente, con amor, a ese plan divino de salvacin, solidarizndose con Cristo a travs de la solidaridad con los hombres.
:

4.3.

Cuidado con quemarse

En el plan de Dios entra que los hombres se esfuercen a


fin de ayudar al mundo a triunfar del egosmo, del orgullo y de
las rivalidades; a superar las ambiciones y las injusticias; a
abrir a todos los caminos de una vida ms humana, en la que
cada uno sea amado y ayudado como su prjimo y su hermano (Populorum progressio 82).
Con este esfuerzo se incorporan al plan divino. El cristiano
debe ser consciente de que con esta incorporacin contribuye a
que el mundo se transforme segn el propsito divino. Mas
esta misma conciencia le advierte de posibles riesgos, de los aspectos vulnerables que su dedicacin al quehacer terreno comporta. Los impacientes utpicos son una buena prueba. No hay
por qu poner en cuarentena su buena fe, su deseo de ser
tiles a los dems. Su vida de sacrificio y de renuncia es, en
muchos casos, ejemplar. Pero este sacrificio y esta renuncia se
aprecia y estima en muchos de aquellos mismos que no tienen
sentido de lo trascendente, que no se cobijan bajo el signo de
Dios.
Es cierto que la prctica religiosa no puede situarse al mar-

47

gen de la vida cristiana, que el inters por el mundo debe provocar la fe y la vida religiosa de los cristianos. Sin embargo:
1. o El cristiano no puede invertir los valores. El trabajo
por el trabajo no tiene sentido. El trabajo terreno es siempre
un medio, nunca un fin en s mismo.
2. o No puede convertir su vocacin humana en simplemente terrena. Est llamado a la bienaventuranza y esa llamada graciosa puede no escucharla; pero entonces se sita al
margen del plan divino.
3. 0 No puede confundir el mejoramiento, el progreso material propio ni el de los dems con el reino de Dios.
4. 0 No puede reducir el mensaje evanglico y la vida cristiana a su compromiso de liberacin material. As como tampoco puede prescindir de las repercusiones en la vida que tiene
la misin espiritual de la Iglesia. Afirmar que su misin exclusiva es salvar las almas, excluyendo cualquier intento de la
Iglesia por humanizar el mundo segn el evangelio es, a su
vez, inaceptable. Se puede salvar la parte sin salvar el todo?

La fe y la esperanza cristianas divinizan el mundo, puesto


que su transformacin est encomendada al hombre. Pero no
separan al hombre ni al mundo de Dios, hasta el extremo de
que no sepan dnde lo han puesto 15.
Considero que unas reflexiones sobre la esperanza son el
prtico ms adecuado para meternos a velas desplegadas en el
mundo de la escatologa, tanto ms cuanto que sta no tendra
sentido si no existiese aqulla. Por eso las brindo aqu a fin de
que la meditacin sobre la realidad de los novsimos no nos deprima, sino que nos estimule 16.

15

Ch. MOELLER,

O.C.,

IV, 147.

La clave de estas reflexiones la encontrar el lector en el artculo de BoNIFACIO FERNNDEZ, Esperanza cristiana, en el nmero citado de Misin
Abierta.
16

48

2.

Algo sobre escatologa

El problema sobre el origen y el fin del mundo es bsico


para la cosmologa. Como, por otra parte, se relaciona ntimamente con la escatologa bblica, unas anotaciones sobre l,
aunque slo sea por metodologa, se hacen imprescindibles.
Los fsicos estn casi todos de acuerdo en afirmar que el
mundo tuvo principio, que no es eterno. Con toda probabilidad, tendr tambin fin. No obstante, 19 que el mundo haya
sido antes de su principio y haya de ser despus de su fin es,
desde el punto de vista astronmico o fsico, una pregunta sin
sentido. An ms, es una pregunta insoluble 1. Es insoluble
porque escapa a la investigacin cientfica y al mismo entender
filosfico.
Slo la teologa, basndose en la escatologa bblica, puede
iluminar con xito para todos una respuesta fiable, siempre
que aceptemos que la teologa es ciencia. 0, quiz mejor,
siempre que nos pongamos de acuerdo en definir qu es lo
cientfico .
De suerte que todo lo que fundamentalmente se diga en
este libro sobre el tema propuesto, tendr como base la palabra de Dios, sin que ello sea bice para que antes se indiquen
algunas pistas que los filsofos ingeniaron y los pensadores
apuntan.
Conviene, sin embargo, de una vez por todas, dejar claro
que el modo de hablar de los escritores sagrados no comporta
la misma filosofa, el mismo tono que caracteriza a los filsofos, a los cientficos. No escriben en la misma clave ni tienen
sus afirmaciones idntico sentido.
1

H.

KNG,

Vida Eterna?, Cristiandad, Madrid 1983, 338.

49

El lenguaje de la Biblia posibilita la comprensin de la coherencia del mundo, coherencia que puede percibirse tras los
fenmenos y sin la cual nos sera imposible establecer una tica
y una escala de valores. Con todo, este lenguaje es ms afn
a la creacin literaria que al de las ciencias naturales 2. De
ah que las imgenes y las soluciones que se emplean en esas
pistas apuntadas por los ilustrados sean a manera de hijos
bastardos de la esperanza cristiana.
La palabra de Dios no prejuzga ni define los postulados de
la ciencia. No est en la misma lnea, sino que apunta a lo que
sta no puede verificar.
No es prudente atenerse al sentido vertical de las elucubraciones humanas, dndole valor absoluto, cuando el problema
que en ellas se ventila contina siendo una cuestin abierta.
No lo es, porque la experiencia ensea que es mucho ms frecuente la diversidad que la unanimidad en la apreciacin de las
cosas, de los hechos, de las realidades.
Slo Dios es absolutamente vertical. El hombre, por ser hechura e imagen suya, tiende a esa verticalidad, tiende a constituirse doctor y maestro. Se olvida, con ms facilidad de la debida, de su historicidad, tanto que muchas veces, creyndose
original, no hace otra cosa ms que reproducir lo que muchos
aos antes se haba dicho o hecho.
La lnea ms corta entre dos puntos es la recta: Dios y el
hombre. Cuando ste se propone la conquista de la verdad, del
bien, de la justicia absolutos, cuando intenta descubrir la finalidad de la historia, lo hace a travs de las cosas, de relaciones,
de conceptos, de sus semejantes. Hay ms horizontalidad en su
empeo que verticalidad. La multitud de rboles le impide ver
el bosque. De ah la relatividad, todava ms, la caducidad de
sus afirmaciones.
Esto es lo que la historia del acontecer cotidiano constata,
si se observa desinteresadamente, y con serenidad de juicio.
Por eso, antes de ilustrar el hecho, con la humildad suficiente,
tratemos de puntualizar, a la luz dc la revelacin, d plan \.k
Dios sobre la creacin y, por tanto, del hombre.
El hombre sin Dios se desorienta, incluso llega a considerarse nada. La historia para l se reduce a un punto de vista
sobre la nada, dado que el mundo no es.
2

50

H.

KNG,

a.c., 340.

Carlos Rojas en su novela Azaa, premio Planeta 1973,


pone en labios de su protagonista lo siguiente: Un punto de
vista sobre la nada, seor presidente?
Dos, por mejor decirlo. Uno, propio de quienes la limitan
a las vidas de sus dirigentes ... Otro, parejo a cuanto Unamuno
dio en llamar "intrahistoria", fuera una versin colectiva de los
aconteceres, segn masas o pueblos, ms cercana a la sociologa o a la antropologa que a la historia tradicional. Lgicamente los dos conceptos, el de la multiplicidad o la individualidad de la historia, no debieran excluirse. Al contrario, cabra
fundirlos en una especie de experiencia total, donde cupieran
multitudes y personalidades, arte y poltica, credos y precios,
armas y letras, hechos y esperanzas. En otras palabras, nada,
porque todo es sueo 3.
A la nada absoluta nos conducen, en ltimo trmino, todas
las soluciones que los hombres, en nombre de la razn emancipada de Dios, dan a la cuestin, al interrogante: despus de la
muerte, qu?
El hombre es inteligente y libre y, como tal, acta siempre
con alguna finalidad. Como Dios lo constituy representante
de toda la creacin, su obrar repercute en toda ella. Esta repercusin no es siempre positiva, dado que su historia la empez pecando.
Por eso el cosmos no es capaz de producir vida imperecedera. Todo lo que el mundo produce lleva en s el signo de lo
caduco, de lo transitorio, de la muerte, una vez que el no que
en un principio dijo a Dios lo contina en el no a sus hermanos. No en vano, amn de ser una forma vertical es, al
mismo tiempo, una forma abierta horizontalmente.
La lectura de la Sagrada Escritura confirma esta triste experiencia. Como tambin confirma que el plan de Dios no es, a
pesar de los empeos del hombre, el de resolverlo en la nada.
Dios desde el principio le dio a la historia una direccin,
una finalidad: la salvacin, la realizacin en plenitud. Incesantemente le llama, le advierte, le da toques de atencin por muchos medios y de muy diversas maneras. Hasta que, llegada la
plenitud de los tiempos, su Hijo unignito plant su tienda
entre nosotros visible y realmente. Suficientemente visible,
para que los que lo buscan con limpieza de corazn lo descu3

C. ROJAS, Azaa, Planeta, Barcelona 1973, 242.

51

bran. Aunque, aSimismo, suficientemente velado para no ser


descubierto por los que no lo buscan con humildad y rectitud
de intencin.
La verticalidad contina y continuar siendo una grave tentacin para los que nacieron con el signo de la horizontalidad.
Los que la consienten y aceptan constituirn culturas, elaborarn sistemas, pero no podrn decir o contestar a la pregunta:
despus de la muerte, qu?, de forma definitiva. Tratarn de
explicar el porqu y para qu de la vida y del mundo, pero se
quedarn a medio camino. Sus explicaciones no convencen ni a
los que las ingenian porque el evolucionismo spenceriano tropieza con la dura prueba de la experiencia.

1.

La Ilustracin

Mientras que en occidente no se someti a crtica la palabra


de Dios revelada a los hombres por medio de los mismos hombres, el plan divino sobre la salvacin estuvo en pacfica posesin. Mas, una vez que apareci el Renacimiento, pasando por
la reforma y desembocando en la Ilustracin, la variedad de
soluciones al problema de la vida se abre en un abanico de colores que supera a los del arco iris.
Los hombres de la Ilustracin creyeron poder penetrar
toda la realidad, llegando a la conclusin, para ellos definitiva, de que slo tiene valor lo que racionalmente se puede verificar. Como no son capaces de verificar la finalidad de la historia y, por consiguiente, la del hombre, desestiman su historicidad. La identifican con su temporalidad, lo que supone la negacin o al menos la desvalorizacin de su dignidad humana.
Es consustancial al hombre la disposicin y capacidad para
obrar sucesivamente, como lo es la real sucesin en el obrar.
A lo primero se le llamara temporeidad y a lo segundo temporalidad. Pero en esta real sucesin en el obrar entra la historicidad, en cuanto aade elementos nuevos, que algunos de
ellos definen precisamente la personalidad: la significatividad,
la libertad, la publicidad, la comunidad y la finalidad. Por ser
libre y obrar con y por un fin, va escribiendo la historia, que
no siempre, desgraciadamente, se sucede en perfeccin.
Pues bien, el racienalismo ilustrado tiene en muy poca es52

tima esta historicidad, en tan poca que pretende liberarlo de su


peso y lastre. Si la historia lo enriquece tambin lo carga,
siendo mayor la carga que el enriquecimiento. Hasta la Ilustracin, segn ella, el hombre desconoca su presente y su futuro.
El racionalismo ilustrado lo construir, empezando desde lo
puramente humano, intentar llegar hasta la naturaleza
pura, sin las taras de la civilizacin. Cree en el imperio absoluto de la razn, tanto que vivimos en un siglo que se hace
cada da ms ilustrado, de forma que todos los siglos pasados
en comparacin con l parecen puras tinieblas, dir Pierre
Bayle.
Tales exclamaciones, que en la Ilustracin se unieron en
un potente coro, denuncian una escatologa mundanizada que
no conoce ningn fin determinado de la evolucin humana,
pero que se basa en la inconmovible fe en que la humanidad
est siempre en camino hacia condiciones de existencia ms
elevadas y puras, cuyos contornos se esfuman en indeterminadas y nebulosas lejanas, dice Schm~s.
1.1.

Kant

Estos hombres estaban animados por la idea de que la historia humana se mueve hacia una definitiva meta intramundana en un proceso continuamente progresivo. De ello nos da
buena cuenta Manuel Kant: Manifiesta la esperanza de que el
gnero humano camina de lo peor a lo mejor en una continua
evolucin ascendente. Aunque la evolucin exterior y tcnica
se anticipen temporalmente a la moral, las disposiciones del
hombre se desarrollarn incontenibles y se impondrn por fin.
El racionalista ilustrado, por consiguiente, tiene su escatologa, mira hacia un futuro; pero en ese futuro cuenta slo la
totalidad, el individuo contina en su incertidumbre, cargando
con la desesperanza de una respuesta a su angustia.

1.2.

Hegel

En la misma lnea se mueve el idealista Hegel, si bien con


colores propios. La evolucin sigue en una lnea constante. Su
fe en el progreso es grande, pero no tanto como para que lo
53

considere indefinido, puesto que esta evolucin progresiva la


vio culminada en el estado prusiano. Dentro del estado, a su
vez, la filosofa hegeliana es la forma en que el espritu ha llegado a la conciencia perfecta de s mismo.
1.3.

Nietzsche y Kierkegaard

La desconsideracin al individuo en el pensamiento hegeliano oblig a Nietzsche a idearse el superhombre, al hombre capaz de romper todas las tablas anteriores por las que se
haya orientado la humanidad y crearlas nuevas en todos los terrenos. Si Hegel sacrifica al individuo en aras de la colectividad, Nietzsche lo eleva tanto que 10 reduce a una ilusin. Para
l, el fin del hombre ni es Dios ni el estado ni la cultura, es
ese ser superior que tiene nimo y fuerza para autocomportarse por su cuenta, independientemente de cualquier norma
anterior a l: el superhombre, como l 10 llama.
Para Kierkegaard el superhombre es una utopa; los humanos slo en Dios encuentran su plena realizacin, su salvacin. Sin embargo, ni para Nietzsche ni para Kierkegaard, a
pesar de su defensa del individuo, cuenta su historicidad: el
primero la desconoce y en el segundo no se ve clara. Parece
reducirla a la intimidad. La publicidad y el sentido comunitario
no son notas que la historicidad aada a la temporalidad del
hombre. De ah que los pecados y los pecadores no estn
unidos por una comunidad que los embarque.
1.4.

Marx

El paladn del socialismo no se contenta con contemplar el


mundo, sino que pretende cambiarlo: Si el hombre quiere vivir en libertad, la sociedad en que vive es preciso cambiarla.
Para cambiarla, se ha de empezar por liberarlo de la esclavitud
de la mquina y de los medios de produccin con que el
mundo capitalista cuenta. El progreso se par en el sistema capitalista. Si ha de continuar, es preciso destruir su sistema y
sustituirlo por el socialista, devolviendo a los proletarios los
mecanismos de la produccin. Esta masa laboral llevar a la
humanidad, pasando por su esclavitud, a una sociedad sin
clases e incluso sin estado.

54

Entonces los hombres vivirn libremente, en paz y en un


paraso con todos los pronunciamientos y con todos los medios
para ser felices. Este es el modo de vida a que el hombre aspira, sta es la felicidad que busca.
1.5.

Reparos de fondo

Continuar ampliando el abanico de escatologas ilustradas, sera acaso erudicin, pero innecesario para el objeto
de nuestro tema. Lo que urge es, s, su calificacin.
Sorprende el verticalismo de estos pensadores o, tal vez
mejor, su alucinacin a la luz de la historia y al contraste de la
experiencia. Parece que piensan y escriben para ngeles. Aunque de palabra admitiesen la historicidad humana con todas
sus notas, de hecho la ignoran, desde el momento en que no
tienen en cuenta la realidad del pecado y, por ello, la inviabilidad de sus sistemas.
,
Al hombre de a pie todas estas elucubraciones lo dejan al
desamparo. La evolucin ascendente en la lnea de progreso
estar siempre condicionada por la libertad del hombre. Los
que se ilusionan con las grandes conquistas de la ciencia y de
la tcnica que recuerden la ltima guerra, los campos de concentracin, los hornos crematorios, las vctimas del terror, Nicaragua, Afganistn... Recordar que en la actualidad se vive
con ms inseguridad que antes contribuir sin duda a bajar el
tono de su optimismo ilusorio.
El progreso de por s no puede ser fuente de mayor felicidad si no se orienta a la paz, a la convivencia, a hacer un
mundo mejor. Slo el desconocimiento de la antropologa
puede explicar el entusiasmo que despiertan las escatologas
mundanas.
No obstante, esta falta de ilusin, la conviccin de que ninguna de las escatologas intramundanas representan una meta
definitiva, no es motivo para argir pesimismo. Mejor habra
que decir que esta actitud es hija de un austero pero esperanzador realismo.
No es pesimismo, porque quien cree en el plan de Dios conoce una autntica meta hacia la que camina con un sobrio
sentido de la realidad. Y, en segundo lugar, es gratuito afirmar que esta conviccin sea opio o sucedneo utpico, porque
55

lejos de eximir del trabajo y de la cooperacin por un mundo


mejor, estimula y exige, urge y apasiona.
El error fundamental de la fe en el progreso, no razonada
por ninguna investigacin cientfica, estriba en su falsa antropologa, como dice Schmaus 4.

1.6.

Los empeados en la paz y la justicia

Las respuestas nudamente racionales, a pesar de su insuficiencia, no hay duda que fascinan y contagian a muchos que se
dicen, por otra parte, creyentes. En nombre de la idea cristiana de salvacin, muchos cristianos han llegado a considerar
los intereses socio-polticos de instaurar la justicia y la paz en
nuestra historia presente como una empresa puramente humana, que pone en peligro la salvacin por la fe, dice Schillebeeckx.
El peligro es evidente. Pretender traducir en pura consideracin humana lo que en realidad pertenece al mundo de lo
trascendente y, por tanto, es ms fruto de la actuacin divina
que del esfuerzo humano, compromete en profundidad el
principio de la fe sobrenatural. Lo compromete, porque es una
utopa, una ilusin, y la utopa, en sentir de los pensadores,
no es ms que la proyeccin de unos deseos insatisfechos al
ser contrastados con la realidad.
Por muy ilusionados que se sientan los que buscan con denuedo respuestas definitivas a las universales preguntas: de
dnde vengo?, a dnde voy?, o despus de la muerte, qu?,
por mucho que los hombres de la Ilustracin ponderen el progreso de la ciencia y de la tcnica a partir de ella, el hombre se
ha esforzado siempre con su trabajo y su ingenio en perfeccionar su vida. Es cierto que en nuestros das ha logrado dilatar y
contina dilatando el dominio sobre casi toda la naturaleza
y con ayuda, sobre todo, del aumento experimentado por los
diversos medios de intercambio entre las naciones, la familia
humana se va sintiendo y haciendo una comunidad en el
mundo. De donde resulta que gran nmero de bienes que
antes el hombre esperaba alcanzar sobre todo de las fuerzas
superiores, hoy los obtiene por s mismo. Se consigui desmiti4

56

M.

SCHMAUS,

Teologa dogmtica, VII, Rialp, Madrid 1964, 21-53.

ticar muchas cosas, se ha bloqueado y aun destruido, al menos

en parte, el campo de la supersticin.


Ante estos logros, ante este gigantesco esfuerzo, que
afecta ya a todo el gnero humano, surgen entre los hombres
muchas preguntas: Qu sentido tiene esa actividad? Cul es
el uso que hay que hacer de todas estas cosas? A qu fin de,ben tender los esfuerzos de individuos y colectividades?
(GS 33).
Para el creyente su actividad no puede convertirse en simplemente terrena, ni tampoco puede confundir el futuro del
hombre en el mundo con su futuro en el reino de Dios. Como
creyente, sabe que es un colaborador de Dios y que, trabajando, responde a su llamada de continuar su obra: Dominad
y trabajad la tierra (Gn 1,28).
No puede inhibirse de su esfuerzo, no puede negar su colaboracin para que esa nica comunidad entre los hombres sea
una realidad. Si adujese la opcin religiosa como razn para su
nsolidaridad, o se apoyase en que nun;;a sus deseos de justicia
y de paz sern realizados en plenitud, traicionara su credo y
comprometera su dignidad de persona.
Por lo dems, no podr nunca justificar su inhibicin, porque ayudar al mundo a triunfar del egosmo, del orgullo y de
las rivalidades; a superar las ambiciones y las injusticias, a
abrir a todos los caminos de una vida ms humana, en la que
cada uno sea amado y ayudado como su prjimo y su hermano, es deber del hombre y, por hombre, del creyente (Populorum progresio 82).
Lo que no puede hacer el creyente, en nombre de la idea
cristiana de salvacin, es acometer su trabajo y esfuerzo como
si el mensaje evanglico y la vida cristiana se redujesen a un
simple compromiso de liberacin material.
La paz y la justicia perfectas tienen una dimensin que trasciende la sociologa y la historia. Sentir hambre y sed de justicia es una de las bienaventuranzas. El hambre se sacia comiendo y la sed se apaga bebiendo. Reducir a lo social y poltico esos afanes y deseos de paz y de justicia, crea en el hombre un clima interior de frustracin, porque nunca los vera
realizados plenamente. La frustracin no calma el hambre ni
apaga la sed. Sin embargo, alimentarse cada da convenientemente nutre y sostiene en la brega.
El cristiano es el ser en el mundo que encuentra su abrigo
57

y proteccin en Dios, en cuanto que Dios le promete un porvenir; si bien la certeza del futuro le obliga a no descuidar las
tareas temporales presentes.
Dios encomend al hombre la misin de trabajar y de crear
nuevas posibilidades para conseguir un modo de vivir ms humano, ms justo, ms equitativo. Pero no le encomend la manipulacin de la justicia y de la paz. Estas estn por encima de
sus posibilidades. Se buscan, se desean con afn; pero su realizacin en plenitud y perfeccin no es objeto material ni formal
del deseo. Su realizacin en el mundo es una preocupacin
constante de la sana filosofa poltica. El fracaso en este extremo lleva a muchos a la crispacin, al no ver realizados sus
deseos. El estado ideal de paz y de justicia, la utopa poltica
se ha concebido siempre como la ms dura crtica del egosmo
y de la codicia de los poderes y de la hipocresa social, dice
Pedro Rocamora en su discurso de ingreso en la Academia de
Doctores.
La preocupacin constante por un mundo mejor estimula el
deseo. Pero ese mundo justo, equitativo y en paz es un ideal.
Desde el momento en que ese ideal se realizase dejara de tener sentido la preocupacin y el deseo que la estimula. Esto no
es posible, porque no hay sociedad, ni sistema poltico, ni
hombre que haya dado en su vida bastante amor, verdad, libertad, belleza, bondad, alegra, justicia y paz para que puedan decir que nada les falta. El objeto del deseo y de la preocupacin se agotan aqu, en el ms ac. Mientras que el de la
esperanza cristiana termina en el ms all. Porque esperamos
en lo que creemos. Y el creyente tiene buenas razones para estar seguro de que su esperanza no quedar defraudada. Sabe
que es trascendente y que esta trascendencia se afirma en la
palabra de Dios.
La fe es un firme de cosas que se esperan; es una conviccin acerca de realidades que no se ven. Si la justicia y la paz
perfectas son algo trascendente, considerarlas como una empresa puramente humana no es cristiano.

2.

La esperanza escatolgica

Toms Moro, que ha puesto en curso corriente la categora no espacial de la utopa, ha escrito: Confieso sincera58

mente que entre los habitantes de la utopa hay muchas cosas


que yo deseara ver implantadas en nuestras ciudades. Las deseo, pero no las espero. No las espera ahora. Porque l seguro que piensa y habla del futuro partiendo del presente.
En esto consiste la escatologa, y en la escatologa entra la esperanza. No obstante, la escatologa y la utopa coinciden en
abordar el problema de la felicidad perfecta del hombre)).
Ambas emplean lenguaje simblico, metafrico. Si bien la una
habla de realidades esperadas y la otra slo de deseadas.
Que usen el mismo lenguaje, a pesar de las muchas y muy
profundas diferencias que las separan, pudiera llamar la atencin. En la utopa la imaginacin y el deseo ocupan un lugar
preferente. En ella acta ms la crtica acerada del egosmo y
de la codicia que la sugerencia de posibilidades. Se caracteriza
ms por la ruptura con el pasado y el presente que por la continuidad y transformacin en el futuro.
A pesar de todo, los telogos acuden a su mismo lenguaje
para hablar de lo ltimo)), para hablar qe la esperanza escatolgica. La sorpresa se convierte en conformidad, porque la Biblia hace lo mismo. La conformidad no es slo de la voluntad,
sino tambin de la razn. Porque tanto la Sagrada Escritura
como los telogos emplean este lenguaje en el sentido de que
son imgenes enigmticas, oscuras y abiertas, para expresar
realidades que slo por medio de smbolos se pueden representar.
El creyente sabe que estos smbolos estn apuntando a algo
nuevo, a algo en lo que Dios interviene directamente. Esa novedad misteriosa es la que transforma el deseo de perfeccin
en esperanza. Esa novedad trasciende el mundo del deseo, sin
romper con l, y se mete en el mundo de la esperanza escatolgica.
La escatologa cae fuera del tiempo y del espacio. De ah
que no sea un tratado de lugares ni de realidades utpicas,
slo imaginadas en el tiempo y en el espacio; sino que, unindose y partiendo de estas categoras, mediante ese impulso divino en el que el hombre cree y espera, le presenta la perfeccin en la justicia, la paz, la equidad como realizable en profundidad en el futuro. No ruptura entre el presente y el futuro,
entre el deseo y la esperanza, sino continuidad y transformacin. Esto es as porque la escatologa consiste en el desarrollo, en la evolucin de todas las posibilidades del hombre. Evo59

lucin que culmina en esa realidad nueva y misteriosa, en la


que el hombre cree y espera.
2.1.

Fuente de esta esperanza

La imaginacin, aprovechando elementos persistentes siempre en el hombre, construye un mundo ideal en funcin del
cual vive la realidad presente. Estimula constantemente su deseo. No lo construye sin base alguna, sino que mirando en
torno a s, reflexiona sobre la injusticia, la manipulacin del
hombre por el hombre, la guerra, la violencia y se imagina sacudir todo eso, recuperando su libertad y su bienestar. Reniega
del presente y del pasado y se orienta hacia un futuro mejor.
Pero ese futuro mejor no lo ve, no lo alcanza aqu, en la vida
presente. Ha sido vctima de un engao del autor de su naturaleza? Una respuesta afirmativa es incompatible con la opcin
fundamental del creyente.
De dnde saca ste su confianza? El creyente espera firmemente, a pesar de que sus deseos no se realizan aqu ni a
corto ni a largo plazo. Por qu espera? Porque cuenta con (a
revelacin.
Sin embargo, contestar simplemente porque cuenta con la
revelacin, no es una respuesta completa. La revelacin no
cae del cielo. No se comunica Dios con el hombre nicamente
para llenar lagunas, para quemar etapas. Sino que se comunica
en continuidad con las luces que el mismo Dios dej en la
creacin, para que el que las busque con limpieza de corazn
las encuentre.
La revelacin se produce en la historia del hombre. La historia es vida vivida y experimentada por los hombres. Esa vida
vivida est diciendo que la revelacin viene a confirmar esas
luces que se desprenden de nuestras tendencias, de nuestros
anhelos de supervivencia y de perfeccin.
Nunca se encontrar un hombre que d en su vida bastante amor, verdad, bondad, libertad, belleza y alegra. Vivimos siempre tensos hacia un nuevo maana. El hombre no
sabe de lmites...
Esto es maravilloso: la esperanza existe. Esperanza en una
humanidad ms humana, en un estado perfecto o simplemente
en un futuro mejor. Es sorprendente, pues lo ltimo que nos
60

aguarda, sin posible subterfugio, es el oscuro agujero de la


muerte. Y, sin embargo, la vida entera del hombre -aun del
que no cree en otra vida y explica tericamente la esperanza
como consecuencia del miedo- est impregnada de fe en el
progreso y de esperanza 5.
.
Los que no creen en Dios tienen fe en el progreso. Espe! ran, con esperanza-deseo, que con el progreso se solucionen
los problemas que el hombre lleva consigo. Pero como el progreso, sin una meta que est ms all de la arbitrariedad de los
hombres, no acaba de encontrarle sentido a la historia, el hom. bre sin fe contina desorientado.
Viviendo la vida conscientemente se puede descubrir, en
efecto, ese sentido. El creyente lo descubre y conoce, porque
amn de intuirlo y desearlo, se lo confirma la revelacin.
Como es obvio, no se pretende poner en el mismo plano el conocimiento emprico y la revelacin divina, manifestacin de
ese algo nuevo que esperamos. Son valores de rdenes distintos, que en el plan de Dios se comple~an.
El creyente est seguro de su esperanza, porque tiene ya
sus arras: Jess de Nazaret, que ha realizado todas sus posibilidades como hombre concreto, y l es las primicias de esa
nueva realidad, todava misteriosa por creda y esperada.
El hombre, conscientemente unos e inconscientemente
otros, vive con la mirada puesta en algo ltimo y definitivo.
Este algo ltimo est en continuidad con el presente, en la
medida en que lo que espera es lo que cree.
La fe le dice que no slo es criatura de Dios, sino que,
adems, es hijo. Que como hijo, es hermano de Jess y, por
tanto, coheredero con l. A pesar de ello, vive todava entre
sombras, porque an no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos que cuando se manifestare seremos como l, porque
le veremos tal cual es (1 Jn 3,2). Ese ahora, que es la historia, y ese despus que es la escatologa, estn en una lnea
continua; no hay ruptura, hay transformacin.
2.2.

La escatologa

El presente no es perfecto. Al hombre no le satisface, no le


llena, lo somete a constante crtica. El cristiano acepta esa im5

Catecismo holands, Herder, Barcelona 1969, 447.

61

perfeccin, no con aguante fatalista, sino con tensin de futuro. El acepta la unidad y la dinmica temporal que funda su
presente en el pasado y tiende hacia el futuro. Un mismo impulso de fe y de esperanza hermanan el pasado con el futuro
escatolgico .
Porque el hombre tiende al futuro, mira hacia l. Y de ese
futuro le habla la escatologa. En ella encuentra la respuesta
al sentido de la historia, tanto en su totalidad como en la realizacin concreta que de ella hace cada individuo. Por consiguiente, la escatologa versa, antes que sobre las cosas finales,
sobre el fin de la realidad creada; entendiendo la palabra
"fin", no slo ni principalmente en sentido de trmino, sino
ante todo en el de finalidad.
Hacia ese acontecimiento futuro se mueven todos los
sucesos de la historia. Entonces la historia, y con ella los hombres que la escriben, se orienta, tiende hacia la instauracin
efectiva del reino de Dios. Pero la instauracin del reino de
Dios la presenta el Nuevo Testamento mediante la resurreccin
de Cristo. Ms an, la resurreccin de Jess viene a ser como
el acontecimiento estructurador del destino de toda la realidad
creada.
Por eso la escatologa tiene sentido, no desvinculada del
misterio pascual, sino a su luz y en ntima unin con l. Cristo
ha resucitado y, resucitando, venci la muerte. Y como los que
creen en l forman con l un todo, habiendo l resucitado,
ellos resucitarn tambin.
Por otra parte, Jess al resucitar fue constituido Seor y su
seoro se extiende, no slo a los hombres, sino a todo lo
creado. Porque todo ha sido redimido por l. Como todo esto
lo creemos y confesamos desde las sombras de la fe, no puede
verificarse por la experiencia; la promesa de que todos resucitaremos con l y como l y que a todo y a todos llega su seoro, tiene que cumplirse mediante su parusa, en el momento
que venga a juzgar.
Dicc san Pablo quc "si Cristo no ha n:sucitauu, vana es
vuestra fe, estis todava en vuestros pecados (1 Cor 15,17).
Parafraseando este texto escribe Ruiz de la Pea: Si no hay
parusa, vana es nuestra esperanza, el mundo no est salvado.
La finalidad de la realidad creada es su glorificacin en
Cristo y para Cristo. Por tanto, el seoro de Cristo sobre ella
se manifiesta por la parusa, esto es por la segunda venida,

62

aunque la ndole reveladora de la parusa no agota el contenido que el deseo simplemente humano le atribuye.
El seoro de Cristo es tan real hoy como lo ser en el momento que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos;
pero ahora se ve a travs de las oscuridades de la fe. Y porque
es real, est plenamente justificado el tiempo que media entre
la pascua y el ltimo da, el fin o, mejor, la transformacin
universal. De hecho --dice Ruiz de la Pea-, el Nuevo Testamento presenta la parusa como algo ntimamente imbricado
con las restantes realidades escatolgicas: resurreccin, juicio,
nueva creacin.
Hay que evitar la impresin de que lo esperado al final de
la historia es un conjunto heterogneo de sucesos varios y plurales, slo unificados por la coincidencia cronolgica, pero independientes entre s. Esta heterogeneidad y pluralismo los
neutraliza el mismo latir de la escatologa que reflexiona sobre
el futuro partiendo del presente. Ella nos da la clave para entender la finalidad de la historia humanll,.
Que no se empeen los hombres en buscarla en el progreso
ni en ese tan decantado paraso preconizado por el marxismo.
No est en el progreso, como se ha dicho, ni tampoco en el
proclamado paraso marxista; sencillamente, porque ste no
existe como lo demuestra la experiencia de ms de sesenta
aos.
La esperanza cristiana no se agota en la parcela de la salvacin del alma, sino que entra en todos los mbitos del ser humano y de la misma sociedad con personalidad propia y derecho indiscutible. Si se le niega esta capacidad, se recortan los
horizontes del hombre y, por tanto, ste se siente frustrado. Si
se le apaga esta luz, se desorienta y extrava, porque la razn
humana sola no es suficientemente orientadora para guiarnos
en el mundo del ms all.
Mientras el hombre se vea slo a la luz de su propia razn,
no llegar nunca a comprenderse plenamente. La independencia de que hace gala le mete ms y mejor en su propio vaco.
Rechazar la luz que Dios puso en el mundo para iluminarlo, es
lo mismo que condenarlo a vivir en perpetuas tinieblas, es lo
mismo que canonizar el agnosticismo.
En efecto, a la luz de la revelacin el hombre comprende
que es un ser animado, un cuerpo viviente pero racional, a
travs del cual se relaciona con la naturaleza creada y con su
63

propio contorno. Comprende el sentido profundo de la solidaridad, porque su tendencia a relacionarse con los dems le confirma en su propia existencia y le demuestra su identidad personal. Comprende que el tiempo y el espacio, la ubicacin histrica y geogrfica condicionan su persona y, por lo mismo, su
actividad. Las categoras de tiempo y espacio son las dos coordenadas dentro de las que se mueve; pero comprende que se
mueve hacia un futuro, misterioso y oculto, pero estimulante y
necesario.
Comprende que ese futuro misterioso no tiene slo sentido
porque tiene y debe de salvarse l, sino que en funcin del futuro gira toda la creacin. El problema que plantea la escatologa no se reduce a slvese quien pueda y quiera, sino que,
habiendo resucitado Cristo, todos resucitarn con l, y sobre
todos y sobre todo ejerce su seoro. Por eso en realidad, as
vistas las cosas, la escatologa no es ms que una cristologa
desarrollada, es una cristologa csmica 6.

6 Ruiz de la Pea y Angel Aparicio publicaron en el nmero de Misin


Abierta de octubre de 1976 sendos artculos muy interesantes en relacin con
la esperanza cristiana. En este apartado se da buena cuenta de ellos.

64

3. El pecado original
y la limitacin humana

La escatologa sin Cristo no tiene sentido, y Cristo sin la


negra realidad del pecado no se entiende. No prejuzgo con ello
la cuestin escolstica del motivo de la encarnacin, sino que
me acojo a la parnesis de san Pablo: As pues, como por un
solo delito se lleg a una condenacin para todos los hombres,
as tambin por un solo acto justo se llg a una justificacin
vitalizadora para todos los hombres (Rom 5,18).
De ah que, como la escatologa trata de la posible frustracin eterna y de la tambin esperada realizacin en plenitud y
esta alternativa nace del pecado, en un libro de estaS caractersticas, reflexionar sobre el pecado lo considero como una exigencia metodolgica, aunque no pertenezca al objeto material
de esta parte de la teologa.
No obstante, intentar una exposicin sobre el pecado original en trminos aceptables para la mentalidad del hombre de
hoy, no es tarea fcil. Y no es fcil porque se le ha enCUmbrado tanto al hombre, la ciencia y la tcnica han alcanzado
tanto desarrollo, las escatologas ilustradas han minado tan insistentemente el sentido cristiano de la vida, que la fe ha perdido su legtimo carnet de ciudadana.
Que el sentido de la fe est en baja, es ya un tpico. Sin
embargo, no es slo debido a la ciencia y a las elucubraciones
de los filsofos sin Dios, sino que la conducta de muchos Cristianos en el discurrir de la historia, no menos que en la cOYuntura presente, tiene en ello no menor responsabilidad. Nos
hemos forjado un Dios a la medida de nuestras exigencias y
deseos. No habr marcado al mundo que se dice creyente
aquello de que la verdad es la utilidad?
65

Muchas veces se dice predicar y hablar de Dios, de las demandas de la justicia, de la necesidad de la moderacin y del
ahorro, y se est pensando y actuando en lo~propios intereses,
en la felicidad personal, con olvido grave de "la situacin agobiante de nuestros conciudadanos. Ocultar bajo el manto de
una pretendida fidelidad a la fe los propios fallos, defender
posturas doctrinales como si fuesen dogmas o verdades reveladas no disminuye el clima de agnosticismo y arreligiosidad
que se respira, sino que lo aumenta.
Los impugnadores de la existencia de Dios se escudan en
estos desvos, en estos alardes de fidelidad pretendida a preferencias de escuela, ms que a la integridad de la fe, para justificar sus ataques. Tanto ms cuanto que a una buena parte de
los que se le oponen no les preocupa tanto su contenido doctrinal cuanto el comportamiento de los creyentes. Ms que estudiar desapasionadamente el evangelio, observan la conducta de
los que se dicen sus seguidores.
Quiz Nietzsche, al intentar sustraerse a la objecin de que
la historia no est en manos del hombre, que vuelve la vista a
ella como a un dato inmutable, ingenindose el superhombre,
haya hecho el ms fiel retrato del mismo. El orgullo y la soberbia fueron la causa de su ruina.
Pues bien, cuando Feuerbach, haciendo sobria filosofa,
dice que la conciencia finita no queda "superada" en la infinita, ni el espritu humano en el espritu absoluto, sino que,
por el contrario, la conciencia infinita queda "superada" en la
conciencia finita y el espritu absoluto en el espritu humano,
est levantando una estatua monumental al deseo desordenado
de propia exaltacin. Estatua con pies de barro, eso s!
Cuando unos dicen que la vida eterna es la proyeccin de
un deseo, otros que es la vana esperanza para oprimidos)),
aqullos que es la regresin irreal propia de una inmadurez
psquica)), todos estn negando a Dios, todos estn al margen
de la trascendencia y nos estn diciendo que nada que no sea
verificable es real y, por tanto, que el punto de partida y de
llegada no es que venimos de Dios y a Dios vamos)), sino que
partimos del hombre para terminar en l. As, el hombre est
de enhorabuena, porque Dios no existe, Dios no es otra cosa
que la proyeccin de ese mismo hombre)). La conciencia de
Dios es la autoconciencia del hombre y el conocimiento de
Dios, el autoconocimiento del hombre)). O con menos pala66

bras: La esencia absoluta, el Dios del hombre, es su propia


esencia.
Por consiguiente, hablar del pecado original a hombres de
inteligencia cultivada y a endiosadores de la razn humana,
que se apacientan en los aledaos de esta filosofa, es y resulta
algo as como entablar un dilogo entre sordos. Exponer la
doctrina catlica sobre el pecado original a hombres encumbrados hasta el trono de Dios, equivale a proclamarse enemigos del hombre y reaccionarios contra su grandeza.
Nada nuevo bajo el sol. Porque desde el principio, segn
la misma Sagrada Escritura, al hombre le fascin la sugerencia
de ser como Dios: Bien sabe Dios que, si comes, seris tanto
como dioses (Gn 3,5). No s si consciente o desconociendo
el sagrado texto, lo cierto es que Feuerbach lo hace suyo. El
niega a Dios y afirma la omnmoda supremaca del hombre. Lo
endiosa en abstracto, endiosa la naturaleza humana, negando,
no obstante, que la especie humana en absoluto pueda realizarse plenamente en un nico individuo, Cristo.
No todo es lgica entre los filsofos. La coherencia y la
honradez intelectual infunden respeto; pero si en vez de lucidez y coherencia das con la contradiccin, la decepcin es
inevitable. Feuerbach, que no quiere creer sino pensar, que
no quiere hacer teologa sino filosofa)), sorprendentemente se
contradice, a pesar de que est convencido de estar encumbrado hasta el lmite extremo del filosofan).
Escribe Karl Barth: Acorde con la teologa de su tiempo,
Feuerbach ha operado con el hombre en general, y al atribuirle la divinidad, de hecho no ha dicho nada sobre el hombre real. Y cuando, confundiendo el uno con el otro, habla del
hombre individual como si se tratara del hombre en general; y
por eso, osa atribuir divinidad al hombre individual. Eso se
debe, seguramente, a que l no supo nada serio y concreto de
la maldad del individuo, ni del hecho de que el individuo tiene
que morir. De haberlo sabido, tal vez se hubiera dado cuenta
del carcter ficticio de ese hombre genrico y se hubiera abstenido de identificar a Dios con el hombre, el hombre real, con
el que queda despus de suprimir la abstraccifi)).
De Jess de Nazaret dice el evangelio que pas haciendo
biefi)), que es el camino, la verdad y la vida)), que es el Maestro y el modelo. El estudiante de teologa en Heidelberg, discpulo y defensor de Hegel en Berln y su impugnador despus,

67

se niega a aceptar que la especie humana se hubiese realizado


en l, en Cristo, y, a rengln seguido, confundiendo al individuo con el hombre abstracto, lo diviniz~
Que todos aspiren a realizar ese ideal,' que todos puedan y
deban realizarlo, sin que por ello haya que negar la existencia
de Dios ni confundir al hombre con Dios, de acuerdo. Porque
esto es lo que ensea la teologa ortodoxa. De hecho, no lo
realizan. Por qu? Porque no quieren? La respuesta sera
demasiado simple para que pueda ser cierta.
Feuerbach no filosofa sobre este hecho, no da respuesta a
esta pregunta, sino que contina haciendo filosofa, pensando
en trascender sin trascendencia.
Diviniza al hombre y se niega a aceptar la encarnacin de
la divinidad en Cristo. Si la filosofa es una ciencia racional,
debe ser coherente; no puede contradecirse, porque la lgica
es su fuerte y su fuente.
Sin embargo, la contradiccin en l no parece dudosa. Si
no admite que el ideal de la especie humana se ha realizado en
Jess de Nazaret y reniega de la teologa que lo ensea, por
qu afirma alegremente que la divinizacin se realiza en el
hombre, no slo en abstracto sino tambin en concreto?
El concepto de hombre abstracto es una ficcin, ms o
menos necesaria para discurrir sobre l. Quitada la ficcin,
queda el individuo con toda su grandeza, pero tambin con
toda su pequeez y limitacin, tal cual es, y no como quisiramos que fuese.
Feuerbach confunde inexplicablemente la ficcin con la realidad, el hombre de sus deseos con el hombre real y existente, silenciando hasta qu extremos puede llegar su crueldad cuando se
rozan sus intereses y ambiciones. Por qu no analiza los problemas que le afectan concreta y directamente? No contesta a
esos interrogantes que le angustian y preocupan desde siempre:
Quines somos? De dnde venimos? A dnde vamos? Qu
esperamos? Qu nos aguarda?.
Partir del hombre para terminar en l, aunque se le ponga
en lugar de Dios, aunque se le diga -sin demostrrselo-- que
es Dios y que no hay ms Dios que l, es lo mismo que amodorrarlo, dejndolo a menos de medio camino; es tanto como
fomentar su orgullo e incapacitarlo para vivir en profundidad
la realidad de su vida. Es decir, es lo mismo que dejarlo pendiente del vaco y abocarlo a la desesperacin. Porque si no se
68

da una respuesta fiable a la existencia del mal en el mundo, si


queda pendiente la solucin al problema concretizado en los
dos extremos: o la realizacin plena o la nada absoluta, ese
hombre continuar siendo tan desgraciado antes de Feuerbach
como despus de l.
Si en tiempos de este germano nacido para hacer filosoffa, la teologa, en decir de Barth, no contaba con bastantes
conocimientos sobre el individuo y, por tanto, sobre sus posibilidades y sobre su potencial maldad, suficientemente claros
como para adoctrinarlo, en la actualidad, la ciencia, la psicologa, la exgesis y la sociologa han aportado los necesarios
como para comprender que su sistema lleva la contradiccin en
si mismo y que esta contradiccin, en l, no se justifica, ni siquiera se explica, por el comportamiento contradictorio de muchos creyentes. No se justifica ni se explica porque muchos
cristianos, que se confiesan tales, cosifiquen, manipulen y empleen el nombre de Dios en funcin de sus intereses personales.
El, que ha nacido para filsofo, n puede ni debe contentarse con el simple conocimiento del comportamiento de los
individuos, sino que es obligado que analice sus motivaciones.
De hacerlo, sabra muy bien que esa manipulacin, que esa cosificacin de Dios que hacen muchos que se dicen creyentes,
no est motivada por la teologa, sino por sus intereses personales o su visin recortada de la vida. Porque la teologa catlica no opone la disolucin de la antropologa en la teologa,
sino la objetiva prioridad de la teologa sobre la antropologa:
iY no para achicar al ser humano, sino para acrecentarlo! l.
Resulta demasiado fcil afirmar que la teologa es pura mitologa, como hace el hegeliano convertido en ateo. Est, y
sobre todo estuvo, muy de moda sentar como principio y tesis
de trabajo que los hechos relatados en los evangelios, los Hechos de los Apstoles y las epstolas catlicas son invenciones
de imaginaciones exaltadas, como quiere la escuela mtica. Lo
que no es tan fcil cs solventar histricamente las dificultades
insalvables que esta postura genera 2.
Por eso, se puede y se debe racionalmente acudir a la expoI Una exposicin amplia sobre el pensamiento de Feuerbach la tiene el lector en la obra de H. KNG, Existe Dios?, Cristiandad, Madrid 1979, 223-225.
2 V. MESSORI, en su libro Hiptesis sobre Jess, Mensajero, Bilbao 1985 2 ,
ilustra como pocos este punto. Leerlo, no slo instruye, sino que deleita.

69

sicin doctrinal que la teologa catlica, fundada en la Biblia,


hace del pecado original. Es una exposicin racional, porque
continan siendo vlidas las respuestas que da a esos interrogantes angustiosos y universales a que se hizo referencia ms
arriba. Convence ms la respuesta que da a por qu el mal, el
sufrimiento, la injusticia, la muerte como castigo, que las elucubraciones de una filosofa que empiezan en el hombre y terminan en l.
Se puede y se debe acudir a la palabra de Dios y a la teologa. No es razonable negar ciudadana a la fe, porque la escatologa responde a las aspiraciones ms profundas del hombre,
amn de que est avalada por la autoridad de Dios; y el hombre moderno no se mostrar indiferente si se le expone en trminos adaptados a su mentalidad.
Se puede y se debe, porque la escatologa tiene sentido racional, tanto ms cuanto que no es posible trascender sin trascendencia, como quiere Emest Bloch. Y es solvente, porque si es
difcil probar que Dios existe, es imposible demostrar que no
existe, dice Giuseppe Prezolini.

1.

El mal en el mundo

Es un hecho que afecta a todos, creyentes y no creyentes,


que la injusticia en el mundo niega lo necesario para vivir, de
tres, a dos; que, contra todo derecho, el hombre es manipulado por el hombre, no para enaltecerlo, sino para hundirlo en
la miseria. A su vez, este hecho sangrante est en la cresta de
la ola que envuelve a los incrdulos.
Es lgico, por tanto, que preocupe a todos los que piensan
y que esta angustiosa preocupacin les lleve a buscar una solucin o al menos dar una respuesta al porqu del fenmeno.
Absorbidos por esta preocupacin multisecular, el hombre
encontr una respuesta. Acept como va de solucin la existencia de un doble principio absoluto: el principio del bien y el
principio del mal. Para Platn y Aristteles eran principios ontolgicos, que coexistan en lucha perpetua.
En el discurrir de la historia, aparecer despus el dualismo
antropolgico. Habr quien diga que el hombre es bueno por
naturaleza y que naturalmente puede rehabilitarse; como tam-

70

bin quien afirme que, ciertamente, es bueno, pero la sociedad


lo ha pervertido. As, Jacobo Rousseau no tendr empacho en
afirmar que la primera educacin debe ser puramente negativa: no hacer nada, no dejar hacer nada. Dejar que la vida
del nio se desenvuelva espontneamente y, de esta suerte,
ser bueno. Habr quien califique a los hombres en buenos y
malos.
Muchos siglos antes, un monje bretn del siglo V, sin sacar
a escena la sociedad, negaba el pecado original y la eficacia de
la gracia, porque para l el hombre era naturalmente bueno y,
estimulando esa tendencia natural, poda realizar la bondad,
poda rehacerse positivamente.
De suerte que la actitud militante del hombre ante el problema del mal en el mundo no es nueva. Por la Sagrada Escritura se sabe que mil aos antes de Cristo los hombres se preocupaban, estaban empeados en dilucidar su misterio. Los escritores sagrados no se sintieron ajenos al problema, sino que
se lo plantearon en serio y, con seriedad, dieron una respuesta:
el mal en el mundo se explica por la existencia del pecado en el
hombre.
Ellos tenan la misma experiencia del mal que tenemos nosotros. Ellos se hicieron, a su vez, las mismas preguntas que
nos hacemos nosotros. Tuvieron alguna revelacin de Dios
sobre el particular? Ni los exegetas ni los telogos estn de
acuerdo. Si la tuvieron, dnde consta?
Los que sostienen que no, afirman que lo contrario contina sin ser demostrado. De lo que no hay duda es de que,
viendo la constante contradiccin entre el obrar de muchos
hombres y la voluntad salvfica de Dios, describieron con todo
detalle la escena del pecado original. Como representantes de
Yav ante su pueblo, sintieron al vivo el deber de dar una explicacin razonable, histrica, humana al problema.
Lo mismo hicieron los Padres de la Iglesia tanto de oriente
como de occidente. Y el concilio de Trento se pronunci, asimismo, sobre el contenido revelado, escogiendo, entre mltiples visiones bblico-teolgicas, la ms adecuada al momento.

71

2.

Un poco de historia

Para abordar la problemtica del presente con la ayuda de


la experiencia pasada, Feuerbach reelabora la historia de la filosofa moderna. En esta labor cada vez ve con ms claridad
que la razn y la fe son irreconciliables. Una afirmacin excesivamente socorrida, pero no demostrada, supuesto que la fe,
lejos de ser contraria a la razn, es razonable.
El dogma del pecado original est tan puesto en razn,
como es asequible a la misma su propia limitacin.
El hecho de que la revelacin no cae sencillamente del
cielo, sino que se verifica en la historia de la humanidad y encaja con sus ms profundas aspiraciones, debiera ser un toque
fuerte de atencin para todos aquellos que se empean en ver
fe y razn, ilustracin y cristianismo como extremos que se excluyen.
Por eso, desde el presupuesto de la fe deseo, sin pretensiones, dar respuesta a las preguntas que el hombre de hoy se
hace sobre el tema. Para centrarlo, no obstante, no estn
dems unas notas sobre su historia.
El libro del Gnesis presenta al hombre creado por Dios y
rodeado en los albores de su creacin de un confort envidiable.
Su vida discurra feliz, ajeno al dolor y libre de toda enfermedad. Cuando he aqu que un incidente minuciosamente descrito, este cuadro idlico, de la noche a la maana, lo convierte
en trgico.
All por los ltimos aos del siglo IV y principios del V, un
monje llamado Pelagio elabora en torno a este cuadro una teora por dems robinsoniana: el hombre, ensea, puede ser
santo, sin ms ayudas que las depositadas por Dios en su naturaleza. Porque es radicalmente bueno. Se convierte en pecador
porque quiere; porque, dueo de su albedro, usa y abusa de
l. Jess de Nazaret no hizo nada por el hombre. En consecuencia, la historia de Adn pecador no tiene vigencia en el
momento actual, porque no existe pecado original. Si no hay
pecado original, el hombre slo tiene necesidad de ser bautizado, en caso de que haya pecado personalmente.
La tesis pelagiana dio ocasin a san Agustn para que, siguiendo la tradicin de la Iglesia, se convirtiese en portavoz de
la doctrina que luego cristaliz en los concilios.
72

Esta doctrina, que estaba en pacfica poseslOn hasta que


Pelagio la impugn temerariamente, se introdujo en el concilio
decimosexto de Cartago, all por el siglo V, canonizando la
transmisin del pecado original.
Despus de once siglos, la misma Iglesia, reunida en
Trento, resume en dos puntos fundamentales las enseanzas de
san Agustn a travs de lo definido en Cartago:
1. El pecado de Adn afect a toda su descendencia, en
cuanto que no transmiti la justicia originaria, sino el pecado,
que es muerte del alma con sus consecuencias.
2. Este pecado, que es uno en su origen, se transmite a
todos por propagacin y no por imitacin, y es inherente a
cada hombre como algo propio (OS 789-790). A estos trminos
doctrinales se reduce toda la doctrina catlica. Trminos a los
que es preciso atenerse para no naufragar en la fe, pero que
exigen explicacin, porque suponen unos presupuestos cientficos, que en la actualidad perdieron su vigencia.

3.

Exposicin doctrinal

Los creyentes estamos obligados a creer y aceptar lo que la


Iglesia un da defini. Pero esta obligacin exige que hayamos
de emplear siempre las mismas palabras? No se suponen en
esta definicin presupuestos de los que parte la Iglesia, pero
que no entran en la definicin?
La respuesta tendr que ser afirmativa si, efectivamente, la
fe no es irreconciliable con la razn, la ciencia con la revelacin. Por eso, como los presupuestos de que parte la definicin
tridentina en la actualidad han cambiado, el enfoque, siendo la
misma doctrina, tiene que ser distinto.
Tiene que ser distinto porque los presupuestos son muy
otros. La verdad no cambia, pero el conocimiento de la
misma, subjetivamente hablando, evoluciona. Cuando public
Darwin La evolucin de las especies, el mundo creyente se estremeci. Cuando Teilhard de Chardin apareci con sus libros
El medio divino y El fenmeno humano, los hombres de Iglesia se pusieron nerviosos. Cuando la investigacin teolgica
llega hasta la frontera del dogma, las cautelas y preocupaciones
se intensifican.
73

Nada de particular tiene todo esto, porque la Iglesia es depositaria de la revelacin, que guarda con lealtad inquebrantable. Ante cualquier aportacin que aparentemente comprometa esa lealtad, sus custodios no pueden ni deben permanecer
indiferentes. Pero s tendrn que tener la suficiente prudencia
para que los hombres continen su camino, el camino que
Dios les ha trazado: Creced y trabajad)). Realizad vuestra
perfeccin. Alcanzad las cumbres a que estis llamados en
todos los rdenes. Uno de estos trabajos, una de estas cumbres
es la bsqueda de la verdad, es el esfuerzo para que la fe impregne la vida, para que la fe divina no se separe de la razn
humana, sino que se comprometa con ella.
No se trata de sacrificar la filosofa a la teologa, la ilustracin al cristianismo, la razn a la fe, sino de potenciarlas a la
hora de explicar y exponer la revelacin.
La concepcin dinmica del mundo hoy, en contraposicin
a la esttica de tiempos pasados, el sentido crtico contemporneo, el fuerte deseo de autenticidad obligan a buscar pistas que
hagan aceptables, comprensibles al hombre actual las verdades
reveladas y las definiciones de la Iglesia. Sin duda que, si los
Padres de Trento hubiesen contado con los conocimientos
aportados por la ciencia con que se cuenta en la actualidad,
habran definido la misma doctrina expresndola en otros trminos. Si los presupuestos de que partieron hubieran sido los
que privan hoy, cmo y en qu trminos formularan sus cnones?
El creyente debe liberarse del prejuicio de que la fe y la
ciencia son irreconciliables. Slo las verdades cientficas son
verificables? Es imposible verificar las de fe? Si nicamente
existe verificacin en sentido estricto, si slo lo emprico es verificable, las verdades de fe no son verificables. Pero existe una
verificacin hermenutica en sentido amplio. Existe un arte de
interpretar lo que se dice y lo que se hace. Y en este sentido
las verdades de fe son verificables, porque son razonables e inteligibles. Por tanto, si lo que es en general inteligible puede
tener pleno sentido, entonces Dios es verificable 3, Y con l
todas las verdades que ha comunidado a los hombres.
Por el contrario, si a Dios lo pudisemos encontrar empricamente en el espacio y en el tiempo, si el hombre lo pudiese
3

74

H. KNG,

O.C.,

749.

constatar con sus propios sentidos, no sera Dios y, por ende,


las verdades de fe careceran de sentido.
De ah que todo lo que tienda a liberarnos de ese prejuicio,
indebidamente asentado, todo lo que ayude a conciliar la ciencia y la revelacin, la fe y la vida, la ilustracin y el cristianismo, la filosofa y la teologa, aunque de momento comporte
algn riesgo, sea bienvenido. Debe ser motivo de gratitud para
con todos aquellos que con su esfuerzo y trabajo contribuyen a
ello.
La existencia del pecado es un hecho verificable, por desgracia. El pecado est ah, y est ah hablando de un alejamiento de Dios. El optimismo pelagiano no se compagina ni
con el Antiguo ni con el Nuevo Testamento. El sistema pedaggico de Rousseau, junto con su tesis fundamental, es una utopa, es un sueo delirante que la realidad concreta se encarga
de desautorizar. El dualismo ontolgico no tiene sentido en
una sociedad progresista tcnica y cientficamente desarrollada.
Nada de esto, empero, tiene que ver con la reflexin teolgicocatlica ni con la hermenutica que la Iglsia aplica a los textos
de la revelacin. Los telogos y los exegetas se fijan, como se
fijaron los escritores sagrados, en por qu el primer grupo humano se alej de su originaria situacin y cmo es posible que,
por va de propagacin, participe toda la humanidad de ese
alejamiento.

3.1.

La limitacin del hombre

El hombre no se crea a s mismo, sino que fue creado por


Dios a su imagen y semejanza. De suerte que, como arranque de nuestra andadura en estas reflexiones, surge la pregunta: El hombre fue creado pecador?
Una respuesta afirmativa comprometera en profundidad la
bondad y la sabidura de Dios. Comprometera, por otra parte,
la veracidad del sagrado texto, dado que el autor del Gnesis
presenta a Dios contemplando su obra y pone en sus labios la
exclamacin: Es muy buena. Por lo dems, el concepto de
Dios que Jess nos da y el que deben tener los que lo aceptan
como maestro, resultara un contrasentido.
A su vez, si Dios cre al hombre pecador, qu sentido podra tener la redencin? Si la obra creadora es maravillosa, la
75

de la redencin es mucho ms; porque ella habla elocuentemente de que Dios quiere positivamente que todos los hombres se salven, que todos participen de su vida, que todos sean
felices, que todos vivan en la unin de corazones. Siendo as,
no es posible que lo haya creado, que haya salido de sus divinas manos tocado en el ala, por incluir ello una contradiccin.
Entonces, supuesta la situacin de la humanidad, tiene que
haber una motivacin en Dios que escapa a nuestra capacidad,
para que sea inteligible que, a pesar de todo, las cosas discurren como discurren.
Si la criatura predilecta de Dios fuese pecadora porque l la
cre as, Dios sera el autor del pecado y nunca el escritor sagrado pondra en sus labios la expresin de que era muy
buena. Su grandeza le viene, indiscutiblemente, del Creador,
as como su desnudez deriva directamente de su grandeza. La
grandeza de ser libre y el poder usar libremente de su libertad
le hundi en la cada.
El hombre es una obra perfecta que sale de las manos de
Dios. Participa de su grandeza. Su grandeza consiste en ser
una criatura inteligente y libre. Por ser libre es capaz de amar
y de aborrecer. Creado para amar, ese hombre experiment la
curiosidad de saber. Como poda experimentarla, quebranta
una de las leyes que conforman su naturaleza, rebasando con
ello su limitacin personal.
Todas las dems criaturas permanecen fieles, por necesidad, a las leyes que su Creador les impuso. No pueden, son incapaces de quebrantarlas, ni tampoco quieren, porque carecen
de capacidad para ello. Si se pudiese hablar de amor y de alabanza, habra que decir que aman y alaban a su Creador ajustndose indefectiblemente a las normas que les impuso.
El hombre, en cambio, puede quebrantar las suyas y, a su
vez, puede permanecer fiel a ellas. Las puede no cumplir porque precisamente es inteligente, tiene voluntad dinmica, no
esttica. Es consciente de s mismo y de su relacin con Dios.
Si no fuese libre, si no gozase de este conocimiento y no fuese
consciente de esta relacin, no habra tampoco para l la posibilidad de conculcar las leyes que le configuran, limitan y mediatizan. Es consciente de su relacin de dependencia, porque
es capaz de conocer la existencia de lo absoluto.
Dios le concedi este don, consciente de lo que poda ocu-

76

rrir y, una vez concedido, se lo respetar con religiosa delicadeza. Ha querido que gozase de esta mxima dignidad, hasta
el extremo que prefiri correr el riesgo de que el hombre, rebasado por ella, abusase, la emplease mal. Libremente lo cre,
y lo cre perfecto en su naturaleza de criatura. Pudo no
crearlo; mas, si lo crea a su imagen y semejanza}), no puede
crearlo ms que limitado. Si lo crease ser absoluto, sera lo
mismo que negarse a s mismo, lo que supone un absurdo.
Por qu Dios, consciente del riesgo que corra, lo crea? La
grandeza del hombre es mucha, pero no es tanto que pueda
comprender este misterio. La existencia de los misterios entra
dentro de la constitucin limitada del hombre.
Topamos, pues, con el misterio, y la actitud de la criatura
ante el misterio, la actitud ms razonable y digna es confesar y
reconocer en verdad su limitacin. Indudablemente que para
aceptarla no basta reflexionar sobre la antropologa y concluir
la reflexin en ella. No puede, no debe ser el hombre el trmino de la reflexin humana, como quier~ Feuerbach. La suya
empieza por Dios, para negarlo. Contintla con la razn, porque anhela la verdad, esto es, la unidad, la determinacin, la
incondicionalidad. Para terminar con el hombre, porque
quiere terminar con la antigua dicotoma entre el ms ac y el
ms all}).
Si el hegeliano que se convierte en ateo acusa a los telogos catlicos de sacrificar la antropologa a la teologa porque piensa que achica al hombre, l sacrifica, destruye la teologa en aras de la antropologa. Para encumbrarlo, para enaltecerlo? ..
La teologa lo enaltece, lo encumbra, lo eleva, lo dignifica,
porque lo sita en el puesto que le corresponde: interlocutor
de Dios. Dios quiere al hombre, y as lo acepta, como dialogante vlido, capaz de tomar sus propias decisiones, antes de
dar su respuesta ser libre. Mas, por serlo, ser de ella responsable.
La responsabilidad comporta aceptar las consecuencias de
su decisin, sean stas favorables o contrarias. Libertad y responsabilidad son trminos correlativos. La responsabilidad por
las consecuencias que de su decisin se derivan, habla, dice y
ensea que es libre, independiente de toda coaccin fsica;
pero, a la vez, que su libertad es ligada, es obligada. Es libre
para decidirse, mas no para eludir la responsabilidad de su de77

cisin. Si decide olvidar o negar su condicin heternoma, tendr que cargar con las consecuencias de su decisin.
Ha sido creado perfecto, ha sido creado por gracia y en
gracia. No se ha creado ni se pudo crear a s mismo y, por
consiguiente, debe aceptarse como es, no como deseaa ser.
Esta perfeccin graciosamente recibida le haa feliz, aunque
hubiese de pasar por el trance de la muerte biolgica. Pero
esta perfeccin la posee en el plano de criatura. Por eso, si psicolgicamente puede decidirse por la dependencia o por la
autonoma, tendr que hacerlo con responsabilidad. En el plano
de criatura lo tiene todo y no puede aspirar a ms. No debe,
ser ms exacto, porque poder puede desear y, segn se ve,
desea el trono de Dios.

3.2.

El pecado

Como criatura, dispone de las mismas posibilidades para


responder como interlocutor de Dios con amor y sumisin o
con orgullo y arrogancia. Como es imagen y hechura, le fascin la utpica ilusin de ser como Dios. Se olvid de su condicin y actu como si fuese absolutamente independiente.
Emple un don, que es en s un bien, para hacer el mal. Lo
convirti en la causa de su desgracia. Su grandeza la emple
para labrar su desventura.
El es el nico responsable de su desventura, precisamente
porque era perfecto en su condicin de criatura. Porque tena
en sus manos las mismas posibilidades para andar y recorrer el
camino de la fidelidad o el de la deslealtad. Su voluntad no estaba viciada, sino libre. La libertad es un bien.
Que pudo no haber olvidado su condicin de criatura, secundando fielmente los planes de su Creador, es obvio, ante el
ejemplo de Jess de Nazaret, quien realiz plenamente el ideal
de la especie humana, a pesar de que el filsofo que dice haber alcanzado el lmite extremo del filosofar diga y piense
otra cosa.
A nivel de criatura, Jess es el modelo acabado que Dios
tiene del hombre. El primero le fall. Jess le fue plena y absolutamente fiel. De l ha escrito san Cirilo que recibi el Espritu Santo, no para s mismo -pues es suyo, habita en l y
por su medio se comunica-, sino para instaurar en su integri78

dad a la naturaleza humana entera, ya que, al haberse hecho


hombre, la posea en su totalidad.
Cristo Jess evidencia la voluntad, el querer de Dios respecto al hombre: Dios lo quiere perfecto, plenamente realizado. Dentro de la perfeccin entra la libertad. De no ser li
bre, sera uno ms en este mundo poblado por tantos otros
seres. La libertad es un atributo divino del cual hizo partcipe
al hombre. Pero ste, no pudiendo soportar su peso, sucumbi.

3.3.

En qu consiste ese pecado

Aparte de un pasaje aislado de san Pablo, sorprendentemente, ninguno de los cuatro evangelistas parece tocar el tema
del pecado original. Cuando el apstol dice (Rom 5,12): Por
eso, as como a travs de un solo hombre el pecado entr en el
mundo y a travs del pecado la muerte ... , y de esa manera a
todos los hombres se extendi la muerte porque todos pecaron, una familiar interpretacin quiere ver en ese pecado el
pecado original. Sin embargo, la nocin de "pecar" en este
caso tiene mucho que ver con la misma nocin en textos como
Jos 7,10, con la que se expresa la idea de incurrir en la enemistad e indignacin de Dios... Este versculo 12 termina dejando
el perodo gramatical sin terminar. Debera completarse con
las ideas y expresiones del v. 18... 4.
No obstante, este tipo de interpretacin lleg a adquirir
carta de ciudadana hasta el punto de ser presentada como la
nica interpretacin posible de la doctrina cristiana. Y lo que
todava es ms sorprendente, desde los conocimientos que
hoy tenemos a mano, los sucesos narrados en el texto del Gnesis se presentaron como plenamente histricos en los orgenes de la humanidad.
Por eso, desde nuestra ms temprana edad nos hemos familiarizado con ese cuadro, precisa y vigorosamente trazado por el
autor del libro del Gnesis, en el cual aparecen la serpiente, el
rbol de la ciencia del bien y del mal, la fruta prohibida y la primera pareja humana como principal protagonista del mismo.
De ah que ahora nos suena como novedad casi peligrosa
4

M. MIGUENS, Amor y libertad, Grficas Alonso, Madrid 1971, 456, 12b.

79

escuchar que lo verdaderamente importante en este nuevo


planteamiento del problema que nos ocupa, es que el famoso
pecado original debe dejar de ser considerado como un acto
concreto cometido en un momento tambin concreto, para
convertirse en una situacin vivida por cuantos individuos experimentamos los lmites de nuestra limitacin.
Efectivamente, el autor sagrado vuelca todos estos elementos dentro de la fuerza psicolgica del ms perfecto proceso humano tentacional, como dice Epifanio Gallego.
Sin duda que el autor tiene una intencin, persigue un fin
muy concreto. Cul sea esta intencin, cul su doctrina sobre
el pecado original y por qu se sirvi de unas imgenes, mitos
de la antigedad, es fcil descubrirlo.
En tiempos del rey Salomn, Israel se senta pletrico de
triunfalismo poltico-religioso; pero el mismo rey y su pueblo
haban prevaricado contra Yav. Ante semejante prevaricacin, el autor de esa pieza admirable del libro sagrado denuncia su pecado, le echa en cara su deslealtad, proclamando, con
entereza espartana, las exigencias divinas, los derechos de
Dios. Denuncia con enorme fuerza psicolgica el pecado de su
pueblo y de su rey. Pecado tanto ms grave cuanto de ms
lejos vena. Se lo puso delante, con aquella viveza, como contrapeso de su pretendida grandeza.
Desde un principio el hombre se excede en su capacidad. Si
no se hubiese excedido y hubiese perseverado fiel como Jess
de Nazaret, el pecado no habra entrado en el mundo, y, por
tanto, su historia habra discurrido de otro modo muy distinto.
No persever, y no persever por ser limitado. Limitado,
como hombre, tambin era Jesucristo. Pero Jesucristo, que
vino para cumplir la voluntad del Padre, la cumpli desde el
principio hasta el fin. Rompe, por tanto, con la cadena que esclaviza a todos los dems mortales.
Por eso, los autores del Nuevo Testamento, al intentar
describir la redencin aportada por Cristo, nunca hablan de
restauracin de un orden quebrantado. La persona de Jess y
la salvacin que implica tiene valor de por s, es una superacin del mismo hombre.
Jess fue verdaderamente un hombre libre, que jams
sucumbi al peso de su limitacin. Respondi siempre con
amor a la voluntad de Dios. El hombre, en cambio, contest
con insolencia. En lugar de responder con gratitud, respondi

80

'COn exigencias. El deseo de ser ms le llev a la extralimitacin. No quiso, sino que dese, porque querer es desear la
,realidad de algo y, por consiguiente, los medios para conseluirlo. Por eso, ms que querer, dese, puesto que el deseo
'en sentido estricto implica el darse cuenta de que lo deseado es
relativa y absolutamente imposible, como dice Ortega 5.
El hombre tiene que darse cuenta de que querer ser como
Dios es imposible. Tiene que darse cuenta de que su limitacin
le impide en absoluto disponer de los medios adecuados para
conseguirlo. Quien no se d cuenta de esta absoluta incapacidad, divagar en el mundo del deseo y, como ste es irrealizable, se precipitar en la desesperacin de la rebelda.
Slo Dios es infinito en todo: en amor, en bondad, en libertad, en saber, en poder, en justicia, en misericordia. En el
ser infinito de Dios no hay cabida para el desamor, para la ignorancia, para la debilidad, para la limitacin. La libertad de
Dios es en absoluto autnoma, porque no existe quien pueda
exigirle responsabilidades. Porque en l no cabe la ignorancia,
no puede obrar contradicindose a s mfsmo. Porque en l no
cabe debilidad, no puede encogerse por el quehacer desafortunado del hombre. Porque en l no cabe la maldad, no puede
querer que el hombre se frustre para siempre. Porque en l no
cabe la injusticia, no puede dejar de dar a cada uno su merecido.
Dios es la perfeccin absoluta y Jesucristo es la expresin
en la criatura de esa perfeccin. Si el hombre fuese capaz de la
perfeccin de Dios, sera tanto como l. Si la pudiesen realizar
todos, habra tantos dioses como hombres, por lo que el
mundo se convertira en un olimpo poblado por dioses, no por
hombres.
Desde su categora de criatura, tiene el deber, a imitacin
de Jesucristo, de procurar adquirir la que corresponde a su
condicin, de realizarse plenamente como hombre, porque
tiene posibilidades para obrar por amor altruista, as como
tambin las tiene para obrar por egosmo.
Cul es, entonces, ese pecado? Es el pecado de egosmo,
el pecado de desamor, de falta de altruismo. No pecado de imperfeccin de su naturaleza creada. Porque fue creado naturalmente perfecto; mas, como su naturaleza es esencialmente lis J.

ORTEGA

GASSET,

El espectador, 111, Espasa-Calpe, Madrid 1966,84.

81

mitada, todo en l participa de su limitacin. No es Dios, dado


que semejanza no es lo mismo que identidad. Por tanto su actuar libre, para el bien y para el mal, participar ontolgicamente de su propia limitacin.
El hombre es un proyecto de amor -dice Schoonenberg- que tiende a la integracin en el amor de Dios. Por ser
criatura, su atencin se distrae por el atractivo que suponen
para l otras tendencias vitales de su misma existencia. Tendencias que despierta y activa el medio natural, material, histrico, espiritual en que se mueve.
El proyecto no supone necesariamente realizacin. El no
realizar el proyecto es debido a esa atencin que en el hombre
despiertan otros mviles, que no son mviles de amor, sino
mviles egostas, egocentristas.

3.4.

El pecado del mundo

Este pecado de desamor es el pecado del mundo, de ese


mundo que se construye de espaldas a Dios, de espaldas a las
bienaventuranzas. El mundo entendido como reunin de hombres que no aman. En ese mundo se proyectan todos los seres
libres y racionales, y al proyectarse en l, se hacen responsables del ambiente que en l se respira, que en l se vive. De lo
que se deduce que el pecado del mundo es la responsabilidad
colectiva de una humanidad que se autoconstruye, sin tener
en cuenta los planes de Dios. Es una situacin causada por
los actos pecaminosos del individuo.
Todos somos pecadores y, por lo mismo, todos estamos necesitados de salvacin. De la salvacin que nos da y ofrece Cristo
Jess. Y la salvacin que Jess da y ofrece, segn los autores del
Nuevo Testamento, consiste en un nuevo modo de vivir en el
mundo, con la esperanza de una trascendencia, de una inmortalidad.
A la vista de este primer plano, cabe preguntar por qu
nuestro mundo es un mundo de pecado, es un mundo sin
amor, supuesto que Dios lo ha creado todo en orden y ha hecho del hombre un proyecto de amor.
La respuesta a este interrogante sera equivalente a la de
la transmisin del pecado original, segn la teologa tradicional, dice Francisco de la Calle.

82

3.5.

Transmisin del pecado original

Si el pecado original es un pecado de desamor que brota de


la limitacin de la condicin humana; si ya nadie o casi nadie
piensa que es una posible transmisin cuasi material de una
entidad llamada pecado; si muchos de los smbolos que antes
expresaban la realidad humana, desde una perspectiva cristiana
han perdido, muchos de ellos, su contenido real el problema
de la transmisin del pecado original, habr que plantearlo en
distintos trminos de como se plantea en la teologa tradicional.
La interpretacin tradicional une el pecado original a un
acto concreto realizado por Adn, padre del gnero humano.
y esta interpretacin se quiere ver confirmada por el apstol
en la carta a los Romanos (5,12). Interpretacin que no parece
la ms afortunada, porque de una lectura sin ribetes apologistas no se sigue la transmisin de pecado alguno: es la
I
muerte la que se transmite 6.
Si a esto se aade que tanto dicha interpretacin como las
frmulas dogmticas parten del supuesto monogenista, la luz
desvanece la oscuridad.
Hasta hace relativamente poco era sentencia comn que el
gnero humano proceda de una pareja. El cuadro del Gnesis
era algo intocable en todas y cada una de sus partes, hasta que
Po XII dio luz verde a los gneros literarios. Se consideraba
como una especie de hechos histricos acaecidos en los albores
de la creacin.
La ciencia lleg a otras conclusiones, aunque no sean definitivas, pero que hoy se aceptan, sin que se considere deslealtad a la fe. El evolucionismo cientfico entiende que la especie
humana procede de otras especies inferiores. Como el magisterio no define los presupuestos de la ciencia, con tal que se admita una especial intervencin de Dios en ese trnsito de la especie inferior a la humana, el creyente puede aceptar la conclusin a que lleg la ciencia, porque no compromete el dogma
y s resuelve muchas otras dificultades.
En la investigacin cientfica sobre el origen de la especie,
priva el poligenismo sobre el monogenismo. Y en este cambio
6 Vase M. MIGUENS, o.c., 456 y FRANCISCO DE LA CALLE, en su artculo
publicado en Vida y Fe, mayo-agosto de 1975.

83

de perspectiva no entra la definicin de la Iglesia. Partiendo de


uno o de otro presupuesto, se intenta formular un hecho que
sobrepasa los lmites de la ciencia. De suerte que lo que en
realidad nos importa es saber si la explicacin de ese hecho
est o no est de acuerdo con lo que la Iglesia defini.
As los trminos del problema, parece que todo cuanto se
ha dicho, o llevamos dicho, no se aparta de la lnea magisterial, aunque se aleje de sus formulaciones verbales. Las palabras, las frmulas dogmticas tienen un sentido implcito que
es obligado descubrir.
Por supuesto que si el pecado es una situacin existencial
del hombre, no deber ser considerado como transmisin casi
material de una entidad concreta o de un acto realizado por
Adn, al que llamamos pecado. Porque ni el pecado es algo
material ni el monogenismo tiene demasiados visos de probabilidad.
Mas esto no es dificultad mayor. En efecto, si la hiptesis
evolucionista sugiere que Adn es el hombre en general, nada
impedira continuar hablando del pecado de Adn.
Pero cuando se habla del pecado original, al menos los no
especializados entienden que se hace referencia al pecado cometido por el primer hombre, a quien se le da el nombre de
Adn, y que ese pecado fue transmitido a todos sus descendientes. El magisterio parte de este supuesto. Esto es, parte
del supuesto de que la humanidad desciende de una nica pareja.
Sin embargo, como la ciencia asienta como punto de partida del gnero humano el poligenismo con preferencia al monogenismo, se podra continuar pensando del mismo modo,
pero relacionando el pecado con el Adn colectivo, en
cuanto designa a la humanidad en general, en cuanto designa
la situacin en que se encuentran todos los hombres.
El creyente est obligado a admitir el pecado original, pero
nadie le obliga a creer que Adn fuese un personaje histrico
concreto, individual. Cierto que, quien intente explicar el pecado como situacin existencial, admite su universalidad. Nadie puede sustraerse a esta situacin, como dice Miguel Senz
de Santamara. Si se sustrae, ser por una ayuda especial de
Dios, como ocurri con la santsima Virgen, seguramente con
Juan el Bautista.. en previsin de los mritos de Cristo.
No es nueva esta formulacin de la doctrina sobre el pe-

84

ij~do

original. J. de Graine, en su libro La Biblia y el origen


,del hombre, hablando del libro del Eclesistico, explica cmo
~ sabidura de Ben Sirac, escritor del siglo II antes de Cristo,
!interpreta la narracin del Gnesis en un sentido colectivo.
Para l el nombre de Adn designa la humanidad entera.
Este libro era conocido con el nombre de Sabidura de Jess de
;Ben Sirac y su nombre aparece en 50,27 del mismo texto sai;grado.
Que nadie puede sustraerse a la situacin de pecado es lo
que ensea la Iglesia, tanto que en Trento defini que: Si al.guien dice poder el hombre evitar todo pecado sin una gracia
especial de Dios)), naufraga en la fe catlica. As que, por otra
parte, no habra dificultad en aceptar el nuevo enfoque.
No ser tan fcil de salvar el escollo si se afirma que la
transmisin de esa situacin de pecado se realiza por medio
de la generacin)). Mas si se tiene en cuenta que esta cuestin
fue suficientemente discutida en la tradicin eclesistica, pero
nunca definida, el dogma queda a salvq.

3.6.

El pecado ante Dios

No obstante, no basta salvar el dogma, es necesario potenciar su contenido y con ello contribuir, en la medida de las
propias posibilidades, a la salvacin del hombre.
Este es incapaz para el amor absoluto. Esta incapacidad no
es querida ni buscada por l, sino que nace de su natural limitacin. Si a esto se aade que su naturaleza limitada es atrada
hacia otros objetivos que no son precisamente de amor, se entiende mejor su situacin de pecado, libremente no querido,
aunque libremente cometido)).
Tampoco de esta atraccin hacia otros objetivos es l formalmente responsable, dado que no slo es voluntad, sino sensibilidad, sentidos, que desde el principio estn en continua lucha. De ella se hace eco el mismo autor del cuadro del Gnesis, al reflejarla en la atraccin que despert en l la manzana)).
A esta lucha interior se refiere directamente san Pablo
cuando escribe: De hecho no me explico mi proceder. Porque
no hago precisamente lo que deseo; antes bien, lo que aborrezco es precisamente lo que hago)) (Rom 7,15).
85

Ello indica la fuerza misteriosa del pecado, fuerza que el


mismo apstol aclara: Si hago precisamente lo que no deseo,
convengo en que la leyes buena. Sin embargo, eso ya no es
relacin ma, sino del pecado que habita en m (Rom 7,1617).
Como el hombre libremente comete el pecado, es culpable,
es responsable de l. Consciente de que el pecado se opone al
proyecto de amor, que l mismo es, debe colaborar activa y
enrgicamente para salir de esa postracin universal en que le
sume el pecado de desamor, si quiere exonerarse de su responsabilidad, si quiere librarse de su culpabilidad.
Debe colaborar enrgicamente, aunque sabe muy bien que
no conseguir su liberacin sin el auxilio de la gracia de Dios.
La gracia divina, que se le ofrece en Cristo y por Cristo. De
suerte que su colaboracin slo ser eficaz unindola a la
fuerza amorosa de Cristo. Con Cristo recibe, pues, el hombre
la ayuda esotrica necesaria para infundir a su existencia toda
la carga de amor que Dios le otorgara al crearlo a imagen
suya, pero que las limitaciones existenciales no le permiten saborear, dice Miguel Senz de Santamara.
El pecado, mirado desde el hombre que lo comete, puede
calificarse como un atentado eficaz contra los planes de Dios.
Pero mirado desde la perspectiva de Dios, esto sera tanto
como si el hombre fuese lo suficientemente grande como para
alterar los designios divinos. Esto resulta insostenible a la
vista de cuanto sugiere el dato revelado.
Dios ni se equivoca ni puede ser sorprendido por ninguna
actuacin de su criatura. Las perfecciones divinas impiden
que el hombre pueda exponer a Dios en cierto modo a un fracaso creacionah>.
Dios crea al hombre a su imagen y semejanza. Al crearlo
as, se presupone que actuar segn sus planes. Pero como esa
imagen y semejanza comporta la libertad, y la libertad supone
seoro sobre sus actos, la actuacin del hombre puede desviarse de ese plan, positivamente querido por el Creador, o
ajustarse a l.
Esta desviacin no es algo imprevisto por Dios, no es algo
que pueda extraarle, sorprenderle, sino ms bien fruto de la
limitacin del hombre. Si a alguien puede sorprender es al
mismo hombre; porque siendo imagen y semejanza de Dios, y
siendo Dios Amor, al constatar su falta de honradez respecto

86

i al Amor se debiera desconcertar y entrar en una fuerte crisis.


f Crisis que se agudizara a medida que descubre que el amor de
;Dios hacia l es tan vasto e intenso que culmina en la encarna'en de su mismo Hijo.
,
Interpretado el pecado original en esta clave, no puede re! ducirse a algo -a un hecho concreto- que ocurri en un momento dado de la historia. Sino que hay que reconocer que es
algo que est ocurriendo, porque el hombre contina pecando,
y contina pecando responsablemente, respirando de esta
forma categoras de pecado de desamor toda la humanidad 7.
Se dir que esto es teologa y que la teologa sacrifica la antropologa. Pero en el fondo, lo que desconcierta y mete en
grave crisis a los incrdulos es que la teologa, fundada en el
dato revelado, ensee que Dios es Amor y que su amor se manifiesta a travs del tiempo y del espacio de muchas maneras
y de muy distintas formas, hasta la manifestacin apotesica
de los ltimos tiempos. El Verbo se hizo carne y habit en..
tre nosotros.
Esto mete en aguda crisis a los incrdulos, que piensan por
cuenta propia, y a los que piensan por cuenta ajena, porque
dicen que es un absurdo ensear que Dios es Amor, viendo y
contemplando el mal en mil facetas difundido entre los hombres, reinante en el mundo. Ellos no entienden o no quieren
entender que, siendo el hombre interlocutor vlido de Dios,
debe colaborar activa y enrgicamente para salir de la postracin universal en que le sume el pecado de desamor. Entenderan exigir a Dios todo, cuando la nica responsabilidad que
Dios tiene es haber creado al hombre a su imagen y semejanza, dotado de todos los medios para obrar a semejanza
suya, y exonerar al hombre de todo esfuerzo, cuando l es el
nico responsable de que ese pecado contine cometindose en
el mundo.
De suerte que, resumiendo, el problema del pecado original habr que plantearlo de un modo similar a como lo plantean los evangelios, el mismo san Pablo y hasta la primera
gran tradicin cristiana que se centr en san Agustn. Es decir,
hay que empezar por ver nuestra realidad actual a la luz de la
salvacin aportada por Jess de Nazaret. Este mundo nuestro,
7 El artculo de MIGUEL SENZ DE SANTAMARA publicado en el nmero citado de Biblia y Fe, le sera de gran provecho al interesado en estos temas.

87

quermoslo o no, es un mundo de pecado. Slo en un segundo


momento habra que preguntarse por qu nuestro mundo es un
mundo de pecado.
Creo que despus de todo lo arriba dicho, la respuesta a
esta pregunta no se diferencia fundamentalmente de la que da
la teologa tradicional, aunque los trminos sean distintos: el
hombre es limitado y, como limitado, incapaz por s mismo de
integrarse en el Amor absoluto. Peca por desamor y este desamor se prolonga a travs del tiempo y del espacio. El da en
que ese hombre se decida a colaborar activa y enrgicamente
con la ayuda esotrica necesaria que recibe de Cristo y con
Cristo, para infundir a su existencia toda la carga de amor
que Dios le otorgara al crearlo, empezar el mundo a vivir la
nueva vida que Jess nos trajo. Vine para que tengis vida y
la tengis en abundancia; El ladrn no viene ms que a robar, matar y echar a perder; a '\sue tengan vida he venido yo, y
la tengan rebosante (Jn 10,10) .

8 Entre los telogos que estudian el tema del pecado original con mayor
profundidad est Alejandro de Villalmonte. En el volumen 19 de Naturaleza y
gracia, 1972, encontrar el lector una exposicin profunda y actualizada.

88

4.

Hacia una nocin de pecado

El hombre ontolgicamente es limitado y de su limitacin


deriva el pecado que llamamos original. Por consiguiente, el
pecado no es algo externo al hombre, sino que le afecta profundamente, cambiando su misma orientacin y dirigiendo su
actividad en un sentido contrario.
El pecado original, segn el concilio de Trento, tiene dos
vertientes: el pecado originale originan y el pecado originale originatum. De este pecado se distinguen los pecados
personales, que el hombre es capaz de cometer. Puesto que sobre el pecado original hemos reflexionado ya, ahora centraremos nuestra reflexin sobre el pecado personal. Por necesidad ser una reflexin modesta, porque el problema de la teologa del pecado es demasiado grave y candente para abordarlo
en profundidad desde aqu con suficientes garantas de solvencia. Habr que tratarlo pensando slo en aportar un grano de
arena al esfuerzo ejemplar que estn haciendo exegetas y moralistas para un nuevo planteamiento de la moral, que tanto interesa a todos.
Estamos muy familiarizados con la verdad de que Cristo
con su muerte venci el pecado y con su resurreccin venci la
muerte. Asimismo, desde pequeos se nos ha dicho que por el
bautismo el hombre entra pleno iure a formar parte de la
Iglesia, puesto que l es su puerta. Formando parte de la Iglesia, se hace parte del cuerpo mstico de Cristo y, por tanto, se
incorpora a l.
El bautismo, como signo que da y significa la gracia, comporta multitud de virtualidades, de uno y otro tipo. Positivamente, con l recibe el que se bautiza el Espritu Santo, la filiacin divina, la recepcin de la vida de Cristo; se le infunde la

89

fe, la esperanza y la caridad y con ellas los dones del Espritu


Santo. En su aspecto negativo, se limpia el bautizado del pecado original y se le perdonan todos los pecados personales.

1.

Perdn de los pecados

Interesa ahora acentuar el aspecto negativo, esta virtualidad


del bautismo. El significado etimolgico de la palabra bautismo, a juzgar por los trminos griegos de donde deriva, comporta la idea de lavado o purificacin. Si, pues, significa lavado, y desde el principio del cristianismo se relacion con el
pecado, lo que el bautismo limpia y purifica es el pecado.
Cristo escogi como materia, para expresar externamente
esta purificacin interior, el agua, por el fuerte simbolismo que
las abluciones de carcter religioso tenan, no slo en el mundo
de la Biblia sino tambin en el mundo pagano.
El agua fue el elemento ms usado para estas abluciones en
todas las religiones. La sangre y la leche se emplearon mucho
menos. El sentido de dichas abluciones no siempre es el
mismo: a veces es teraputico; otras tiene el objeto de alejar
los malos espritus; otras se ordenan a una purificacin ritual
para poder entrar en contacto con lo sagrado y participar en el
culto, y tiene, en ocasiones, un autntico sentido expiatorio, la
remisin del pecado.
1.1.

Las abluciones judas

Insistir en la importancia que los judos contemporneos


del Seor daban a las purificaciones por medio del agua, resulta un lugar comn. La sorpresa y la murmuracin interna
del fariseo que lo invit a su casa, al ver que se sentaba a la
mesa sin lavarse las manos, da buena prueba de ello. Aquella
bella estampa de los apstoles comiendo granos de trigo sin
haberse lavado las manos, no deja de conmover. Por una
parte, la ingenuidad de los discpulos y, por otra, el fanatismo
de los fariseos. Estos exigen del maestro, para aqullos, ms
rigor: Por qu tus discpulos atropellan la tradicin de los
mayores?. La respuesta de Jess es significativa. Nada bien les

90

debi sentar a sus exigentes interlocutores, porque, aunque no


les quita toda la razn, pone el dedo en la llaga: Por qu
atropellis tambin vosotros la ley de Dios por amor a vuestra
tradicin? (Mt 15,2-3). Los fariseos exageraban en el rito de
las abluciones. Eran intransigentes; pero lo eran todava ms
los esenios, porque crean que Dios y sus ngeles estaban presentes en medio de la comunidad 1. El agua jugaba un muy
importante papel en la vida religiosa de entonces.
Acercndonos un poco ms, en este simbolismo, al contenido teolgico del bautismo cristiano, aparece en las orillas del
Jordn Juan el Bautista, quien nada de particular tendra que
conociese y tratase a los rgidos esenios, predicando penitencia
y conversin, pues es inminente el reino de los cielos. Su
austeridad daba tal peso a sus palabras que acudan a l de
Jerusaln y de toda Judea y de toda la circunscripcin del Jordn. Y eran por l bautizados (literalmente: inmergidos) mientras confesaban sus pecados (Mt 3,5-6).
La purificacin interior que lleva cOI)sigo el bautismo cristiano dista mucho, sin embargo, de la pureza legal que se adquira con las abluciones judas que tan cuidadosamente observaban. No slo dista de estas prcticas, sino que lleva a la perfeccin el bautismo que administraba el precursor. Bautismo
que el mismo Jess recibira, e iba a ser como el espaldarazo
para empezar su vida pblica. As se desprende de la respuesta
del Seor, cuando Juan rehua, por humildad, bautizarlo:
Deja eso ahora; porque as conviene que nosotros cumplamos
toda disposicin (Mt 3,15). Por eso, el bautismo cristiano,
por el agua y el Espritu Santo, que llevara a la perfeccin el
de Juan, no asumi otra forma externa que la del Bautista.
Esa perfeccin est, precisamente, en que si el agua se vierte
sobre el cuerpo es para purificar el corazn, es decir, lo ms
fntimo del hombre, el lugar de los pensamientos, de los deseos
y de los sentimientos ms ntimos, la sede de la conciencia.
1.2.

Las abluciones paganas

Como estos efectos, por necesidad, escapan al alcance de la


razn humana, los racionalistas quieren ver en nuestro bautismo
1 J. LPEZ MELs, El cristianismo y los escritos de Qumran, Casa de la Biblia, Madrid 1965,66-67.

91

una imitacin de prcticas paganas, porque existen autnticos


ritos bautismales a los que se les atribuye un renacimiento espiritual, una vida nueva en unin con la divinidad y la incorporacin
a la comunidad religiosa. Se invocan a este propsito, especialmente, las concepciones babilnicas y, sobre todo, las prcticas y
concepciones egipcias, as como las helensticas de las religiones
mistricas con sus ritos de iniciacin.
Cuando se analizan los ritos del cristianismo y se estudian
sus orgenes con criterios de slo ciencia y no se ahonda en su
ms profundo contenido, a la luz de una fuerza superior, es
concebible que se emitan juicios tan discutibles como ste. Es
explicable, pero no del todo justificable, porque una actitud as
no es seria y ni siquiera cientfica. Si se rechaza la trascendencia no se puede argumentar, por slo motivos de razn, contra
ella precisamente porque ella est por encima de la razn,
supera sus alcances. Si se ignora la tcnica y la ciencia de la ingeniera y el que la ignora emite un juicio de valor sobre un
plano levantado por un tcnico, lo ms suave que se puede decir de l es que es un osado. Si se ignora la tcnica jurdica y,
a pesar de todo, se formula la sentencia, indudablemente que
ese tal se mete en dibujos cuyos contornos estn fuera de su
alcance.
Nadie impone a los estudiosos del hecho religioso, concretamente del hecho cristiano, que crean en l para estudiarlo.
Slo se les pide seriedad y honradez. Porque los ritos externos
se parezcan, no es legtimo concluir que su contenido es idntico, mxime cuando hombres serios y de competencia indiscutible concluyen todo lo contrario. Por lo que la actitud seria y
honesta en tales casos sera nicamente la de suspender el juicio. El mundo de la trascendencia no se aprisiona con slo la
razn, por muy fuerte que sta sea.

1.3.

El bautismo, muerte con Cristo

San Pablo es un hombre que escriba sus cartas inspirado


por el espritu de Dios, pero ste se expresaba a travs de su
experiencia personal. Este hombre, as experimentado, afirma
que por el bautismo el bautizado se une a Cristo, precisamente
muriendo con l. No es esto un juego de palabras, es usar el
medio que los hombres tienen para expresar con las mismas

92

palabras realidades de orden distinto, segn el marco en que


las encuadren.
El bautismo de Juan no era sacramento, era un signo que
significaba la gracia de la conversin pero no la daba. La con, versin vena por otro conducto, vena o llegaba a travs de
'esa relacin que el hombre tiene con Dios. Jess de Nazaret
no necesitaba convertirse, porque jams se haba separado de
Dios. Sin embargo, era preciso que esa realidad de unin con
Dios se manifestase a los hombres. Por eso dice a Juan: Deja
eso ahora; conviene que cumplamos toda disposicin.
Jess se somete a ese rito para identificarse con los hombres sus hermanos, sumergidos en el pecado. Jess es inocente,
pero al identificarse con los pecadores, al aceptar vivir en el
, pecado se bautiza, pide a Juan que le administre ese signo externo de conversin, para que los hombres no duden de su
identidad humana. Y continuar en esta lnea de identificacin,
muriendo en la cruz como un vulgar pecador.
Sin embargo, esa humanidad que muere con todos los
signos externos de un hombre cualquier~, hasta poder excla,mar: Dios mo, Dios mo, por qu me has abandonado?,
',resucita antes del fin de los tiempos. De ah que Jess, no
siendo pecador, pero asumiendo la condicin de tal, triunfe de
la muerte con su resurreccin. As, con l, pueden triunfar
todos los hombres si mueren con l en el bautismo. Es decir,
que si los hombres quieren salir del dominio del pecado por
medio de la renovacin interior, tienen un camino, el nico camino: aceptar a Cristo, creer en l.
El hombre que cree en Cristo, que tiene fe en l, se siente
liberado del pecado, aunque ello no significa que el pecado
haya desaparecido. Mientras nazcan hombres, el pecado no
desaparecer. As es porque escribe el apstol: Efectivamente, hemos venido a ser injertados en Cristo para morir con
l; pero, en ese caso, lo hemos de ser tambin para resucitar
.como l. Dmonos cuenta de esto: que nuestro antiguo ser fue
crucificado junto a l, para que el cuerpo de pecado quedase
desnervado, en modo que nosotros no sirvamos ms al pecado.
Pues uno que est muerto, est libre de las reivindicaciones
del pecado (Rom 6,5-7). Lo que muere en el bautismo, lo
que debe morir, es el hombre viejo, el viejo Adn. Porque,
ignoris que cuantos hemos sido bautizados para incorporarnos a Cristo Jess lo hemos sido para incorporarnos a su
93

muerte? (Rom 6,3). Cristo vivi en el pecado, aunque nunca


fue pecador. El hombre es pecador y vive en el pecado. Debe,
debiera dejar de serlo, como dej de serlo san Pablo, aunque
ello no signific para l, como tampoco significara para el
hombre en general, dejar de vivir en el pecado hasta el momento de la muerte. El apstol dej de ser pecador, pero esto
no le impeda exclamar: Hasta cundo estar sujeto a este
cuerpo de pecado?~~. Por eso vale la pregunta:

1.4.

Hasta cundo sufrir el hombre


la presencia del pecado?

Jess de Nazaret fue en todo semejante a nosotros, menos


en el pecado; porque a pesar de tener la misma capacidad de
decidirse por un lado o por otro, nunca se decidi por el pecado. Siempre hizo la voluntad de Aquel que le envi. Vivi, por tanto, en la naturaleza de pecado, vivi en el pecado, como arriba se dijo. Y esto en modo alguno compromete su inocencia, su impecabilidad, aunque s afianza su
ejemplaridad.
Si el pecado tiene su origen en la limitacin humana y Jess
asumi ntegramente la naturaleza humana, nada hay que
pueda oponerse a que aseguremos que, con ella, asumi su limitacin. A pesar de ello, y aqu aparece en toda su grandeza
su ejemplaridad, no se sinti, no se dej jams rebasar por su
limitacin. Teniendo las mismas posibilidades para aceptar la
voluntad del Padre o dejar de aceptarla, porque era libre, fue
siempre fiel al querer divino. Vine para hacer no mi voluntad
sino la de Aquel que me envi. Hago siempre la voluntad
del Padre. S que siempre me oyes; que sean uno como t y
yo lo somos. Y que no siempre se cumpla en l lo que su
condicin humana reclamaba, bien se ve en Getseman y en el
Calvario, sobre todo: Si es posible pasa de m este cliz.
Padre, por qu me has abandonado?. Mientras vivi, pues,
nuestra vida humana, podr decirse que vivi en el pecado;
pero a ninguno ser lcito ni con verdad podr decir que fue
pecador. En los momentos en que su humanidad aparece en
toda su plenitud, el hombre podr or de sus divinos labios:
Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Padre, en tus
manos encomiendo mi espritu.

94

Por el bautismo, el bautizado se asemeja a Cristo, se entrega a l con la misma libertad con que Dios se entreg al
hombre. Jess se entreg libre y amorosamente a la voluntad
del Padre. Pudo hipotticamente, como hombre, no haberse
entregado, como de hecho lo hicieron sus hermanos los hombres. No lo hizo, y as fue como el segundo plan de salvacin
que Dios traz para el hombre no fracas, como haba fracasado el primero.
Con el bautismo comienza para el hombre su donacin a
Dios y esta donacin tiene sentido cristiano, porque en l
acepta la vida de Cristo como propia. Con el bautismo muere
en el hombre la vida del viejo Adn y empieza la vida del
hombre nuevo, Cristo. De ah que pueda decir san Pablo: No
soy yo, es Cristo quien vive en m.
Sin embargo, el hombre bautizado contina viviendo entre
sombras, y a veces mucho ms espesas para l que para aquellos que no lo son. Teresa del Nio Jess conoci la tentacin
de la desesperacin ante el silencio de Dios. Al ser testigo
de cmo se fusilaba frente a un paredn la los hombres a bocajarro, siente como un muro que se eleva hasta los cielos y
cubre el firmamento estrellado. San Pablo dice que la verdad
libera y Bernanos, el profeta de la alegra, aadir que despus consuela. Pero cundo llegar esta liberacin, este consuelo? El hombre durante su vida mortal est iluminado por
una luz, mas esa luz no llega a disipar las espesas sombras, que
ms de una vez se interponen entre la vida concreta y sus
afanes. Y se interpone no como una gasa transparente, sino
como una espesa y densa nube.
Con todo, siempre ser verdad que con esta luz resulta posible al hombre vivir plenamente, si es que en efecto su limitacin descansa en Cristo, descansa en Dios 2. De que es posible dan testimonio los santos, los limpios de corazn, como la
santa que acabamos de contemplar atenazada por la tentacin
de la desesperacin. Tenga por cierto, madre, deca Teresa,
que si yo hubiera cometido todos los crmenes posibles, seguira teniendo la misma confianza; sentira que esta multitud de
ofensas sera como una gota de agua en un horno ardiente.
El hombre quiere, desea actuar libremente, sin condiciona2

Ch. MOELLER, Literatura del Siglo XX y Cristianismo, 1, Gredos, Madrid

1958,508.

95

mientos. Mientras viva en este estado de peregrino y viandante


no le ser posible. Por qu no acaba de convencerse? Jess
de Nazaret soport, mientras estuvo visiblemente con nosotros,
esta misma limitacin. Ningn autntico cristiano ser jams
ajeno a ella.
Actuar en profundidad, vivir en plena y absoluta plenitud,
sin condicionamientos, lo lograr el hombre, pero no antes de
pasar por la experiencia de la muerte. Cuando termine para l
la posibilidad de optar por su voluntad o por la del Padre celestial, empezar el imperio de la verdadera libertad. Esto es,
cuando termine de vivir en pecado. Entonces:
1.5.

Qu es el pecado

La respuesta no es nada fcil. Mientras al hombre se le haca girar en torno a la ley, no resultaba difcil convencerle, dicindole: Es todo hecho, dicho o deseo contra la ley de Dios
y los preceptos de la Iglesia; y si ese hecho, dicho o deseo
supone materia grave, el pecado es grave. Esta facilidad en
definir, en decir y hacer divisiones, cre en los creyentes una
psicosis de pecado, en muchos casos, rayana en la locura.
La moral casustica es, desde luego, en su gnero algo acabado, porque tiene en cuenta todos los detalles, valora todas
las circunstancias, tapona todas las fugas. Con todo, habr que
confesar que no valora convenientemente la persona; por eso,
los resultados obtenidos durante tanto tiempo no son ni mucho
menos halageos. Quiz su fallo est en que, intentando fundarse en el evangelio y, por tanto, en las enseanzas de Jesucristo, se olvid de que Jess de Nazaret no promulg ninguna
ley; s aporta a los hombres la experiencia de una vida. El cristianismo es vida, no es ley. De ah que el centro de convergencia de la vida cristiana sea Cristo. Su moral, pues, consistir en
seguir a Cristo, en imitarle; mas no con una imitacin externa,
sino adoptando la misma manera de ser que l (Haring). Vivir
como l vivi, sentir lo que l sinti, amar lo que l am, buscar lo que l busc.
Por haberse perdido en ese mundo de circunstancias, de divisiones; por haberse fundado en principios generales y abstractos solucionando, a partir de ellos, todos los casos, se olvid de lo que, efectivamente, caracteriza la vida cristiana: su

96

radicalidad. En la vida cristiana no vale el ms o menos. O


se est con Cristo o contra Cristo. El que no est conmigo
est contra m. Y antes de continuar, quede como primer eslabn que no se est contra Cristo por el simple hecho de cometer un acto contra una de las que decimos sus leyes. El, con
su vida, nos conduce a todos a la opcin ms radical en nuestras actuaciones concretas. Para que ese acto aislado nos ponga
en contra de Cristo, una vez que hemos optado por l, tendra
que dar muerte o romper la actitud que nos llev a esa opcin.
Qu acto destruye un hbito? Porque hbito, traducido al lenguaje actual, equivale a actitud. Qu accin aislada, por importante que sea, mata, destruye la virtud? Los hbitos morales son tan difciles de desarraigar como los mentales.
Conoc a un convertido. Extraordinario, por su entusiasmo
y por su celo, para que aquellos de sus antiguos correligionarios que no reconocan a Cristo, lo reconociesen. Llegando el
momento de reflexionar, de enjuiciar sus esquemas, sus principios de discurso reflejaban su mentalidaq. Es lgico, es natural; tan natural y lgico que Jess, el maestro, el nico maestro, dej ejemplo y enseanza aceptando esta lentitud en el
desarraigo. Oh lerdos y tardos de inteligencia para creer en
todo lo que profirieron los profetas! No deba el mesas padecer estas cosas y luego entrar en su gloria? Y se puso a explicarles, por Moiss y por los profetas, lo concerniente a l en
todas las Sagradas Escrituras (Lc 24,25-27).
Pues bien, como lo que de momento interesa es acercarnos
a una nocin de pecado que el hombre de hoy acepte sin prejuicios, y como el pecado tiene sentido con relacin a Dios, a
los expertos en la palabra de Dios habr que acudir en primer
lugar. Jos A. Salgueiro hace un anlisis de todas las palabras
que en la Biblia, unas acentuando un matiz y otras acentuando
otro, designan el concepto de pecado. Su reproduccin sera
muy interesante para comprender mejor esta reflexin. Si no
lo reproduzco es porque, amn de no encuadrar en su aire, nos
llevara demasiado lejos. Lo que s hace directamente y encaja
a perfeccin es lo que dice en el apartado Sntesis teolgica,
p. 190: Es muy posible que un estudio serio y reposado de
todos estos conceptos permita ver cmo el hombre, tanto ayer
como hoy, queda invitado a vivir proyectando sobre su existencia cuantos valores fluyen de una sincera y honrada postura,
donde Dios brilla con su presencia y tiene de este modo
97

abiertas las puertas para implantar en el mundo la fuerza de su


amor,
El hombre, se ha dicho, nace para amar, porque nace para
convivir. Sin embargo, si observamos la vida de los hombres
en el mundo, en vez de verlos regidos por el amor, nos damos
cuenta de que es el odio, la envidia, la soberbia, el orgullo, el
deseo de dominio, la propia exaltacin, el egosmo lo que
triunfa e impera. Y si esto sabe a sacrista, bastara con leer el
libro de Franc;:ois Fonvieille-Alquier, El euro-comunismo, y los
prejuicios dejaran paso a la fra y sangrante realidad. De ah
que el pecado se traduzca, en cualquiera de sus manifestaciones, en falta de amor.
Pero por qu esta dificultad en definir el pecado hoy? No
estaba suficientemente bien definido y perfectamente clasificado? El planteamiento de la moral tradicional en la actualidad
no convence. Para ello existen fuertes y vlidas razones. Por
eso se trabaja seriamente en la elaboracin de una moral renovada. Para llegar a esta elaboracin asequible a todas las fortunas faltan todava muchos pasos. Como el concepto de pecado es la clave en este planteamiento, la dificultad en precisar
los criterios a tener en cuenta en su definicin salta a la vista.

2.

Rasgos de la moral renovada

Es una presuncin monstruosa hacer de la razn un Dios,


pero tambin es una ligereza incalificable convertirla en una
caricatura. El derecho a pensar es sagrado y los que piensan en
profundidad merecen respeto y gratitud, aunque no coincidan
con el sistema de conocimiento que uno profesa.
Todos coincidimos en hablar de lo real y de lo ideal. No
obstante, cuando, partiendo de esta distincin, Manuel Kant
llega a la formulacin de la que se puede llamar moral independiente, la reaccin no se hace esperar. Est justificada
esta reaccin en todos sus extremos?
Si la distincin entre lo real e ideal consiste en que lo primero es y lo segundo no, la justificacin no parece discutible.
Pero si se reduce a que son dos modos distintos de ser, de
existir, es decir: lo real es lo que existe en las experiencias y lo
ideal lo que existe en el pensamiento para regla y direccin
de la existencia, los extremos se aproximan y la oposicin

98

exige un anlisis ms profundo. Porque si lo real y lo ideal lo


exponemos en base a que lo real es la realizacin de un
proyecto y lo ideal es el proyecto, el que piensa se da cuenta
de que la realizacin nunca ejecuta el proyecto, nunca agota
del todo el proyecto concebido.
Pues bien, si la moral es el proyecto que el hombre debe
realizar para ser de veras hombre, slo hubo un hombre que lo
realiz en plenitud, en profundidad, a perfeccin. Puede, por
consiguiente, entrar en nuestra terminologa con un contenido
similar: proyecto de moral y realizacin de ese proyecto.
La realizacin la programan los hombres, pero el proyecto
no se agota en esa realizacin, porque es el autor de la naturaleza quien lo traza. La suspicacia procede de que se vive en la
creencia de que los filsofos moralistas tienen por misin indicar a los hombres lo que deben hacer y lo ~ue deben omitir,
determinar qu sea el bien y qu sea el mal .
En nombre de esta creencia, los moralistas se ponen a filosofar y he aqu por qu nos encontramqs con un verdadero
mosaico de morales.
Esa creencia es errnea, porque los hombres no tienen capacidad para pergear el ideal moral. Sus lneas maestras estn
trazadas por Alguien que est por encima y es ms que todos
ellos. Lo traza el autor de la naturaleza y, por lo tanto, est
grabado en la conciencia colectiva. De tal forma que todas las
elucubraciones que los moralistas hagan, sern tanto ms vlidas y permanentes cuanto ms se ajusten a la conciencia de la
colectividad y esta colectividad abarca al mayor nmero de individuos.
De ah que no sea ningn desacierto decir, reconocer que
el hombre no puede prescribir el ideal moral, sino slo describir/o. Puede, acaso, el hombre establecer para los dems
hombres una doctrina prctica de valor eterno y absoluto?
La respuesta a esta pregunta nos mete de lleno en la actualidad de la moral evanglica, porque ella expresa el ideal que
flota en la conciencia universal, por muchos que sean los que a
ella se oponen. La moral evanglica tiene sus lneas maestras
en las bienaventuranzas, y las bienaventuranzas tienen valor
universal.
3

M. GARCfA MORENTE, La filosofa de Kant, Espasa-Calpe, Madrid 1975,

140.

99

Los pioneros de la moral renovada tienen conciencia clara


de este valor y por eso, convencidos de que ni la verdad ni el
bien nadie los tiene en exclusiva, acometen su tarea de renovacin sin complejos ni servidumbres.
La moral cristiana es tan antigua como el evangelio. El
evangelio no cambia, no puede cambiar. Lo que puede cambiar es la clave en que se lee. Si se lee con criterios legalistas,
aferrndose a la obligacin que la ley genera, entonces su contenido se expresa en la casustica. Pero el evangelio es mensaje
de amor y el amor, ms que una obligacin, es un deber.
Durante mucho tiempo se impuso la moral casustica, la
moral que, asentndose en principios generales y abstractos,
atenda ms a los actos que a la actitud de las personas que los
realizaban. Sometida la ley a revisin, es lgico que se someta
la moral, dado que en sus criterios se inspira.
La casustica, con todo su valor -negrselo sera injusto-,
ahogaba la libertad, que ondea all donde est el espritu de
Dios. Es triste tener que admitir que muchas vidas creadas
por Dios para gozar se han consumido en una angustia incesante ante el miedo de manchar su existencia con el menor
atisbo de pecado, dice Antonio Salas.
Resultara muy fcil aportar casos, hablar de experiencias
en este sentido. No vale la pena, porque estn en la mente de
todos. Esto por una parte; pero, por otra, est la conciencia
colectiva que en unas pocas reacciona, vibra con mayor sensibilidad ante unos valores que en otras. Sin perder nada de su
actualidad, lo que antes estimulaba e impresionaba con viveza
hoy no estimula e impresiona tanto. La sensibilidad ciudadana
da preferencia a otros estmulos.
No hace muchos aos que la moral pareca reducida al
sexto mandamiento. Hoy, sin embargo, sufriendo un desajuste
indebido, se da la impresin de que la concupiscencia de la
carne no influye en la perversin de las costumbres. Cuando la
lujuria es y seguir siendo una herida misteriosa en el costado
de la especie humana. Qu digo, en el costado? en la fuente
misma de la vida, como dira Bernanos.
Si a todo esto se aade que, como teln de fondo, est el
risueo resurgir de una moral ms evanglica y menos legalista, est suficientemente justificado el optimismo que despierta la nueva bsqueda, el nuevo planteamiento.
Es, en efecto, reconfortante encontrar sistematizado y ex100

puesto con competencia lo que entre sombras se vena busmucho tiempo atrs. El nombre de Marciano Vidal,
'por citar tal vez el ms representativo entre los nacionales, es
~'eonocido por su autoridad y actualidad. Tiene mritos para
feUo. Su libro Cmo hablar hoy del pecado, y sobre todo
~;unos apuntes que conservo de unas lecciones que imparti en
~Jla Universidad Pontificia de Salamanca en un curso sobre
,Formacin permanente, me sirvieron para el esquema siiguiente:

cando de

2.1.

Moral de indicativo

La excesiva valoracin de la ley, o, si se prefiere, los criterios legalistas que inspiran la moral tradicional, llev a que
sta mirase como algo secundario el sujeto que realiza los
actos. Algo lejano, cuando en realidad el acto pecaminoso, en
nuestro caso, le afecta profundamente. Basada la moral en la
ley, aqulla se convierte en moral de imperativo, porque viene
de fuera. Se mira, pues, ms como una obligacin que como
un deber. De ah que se hayan puesto al mismo nivel lo que
manda Dios y lo que mandan los hombres, aunque stos digan
que mandan en nombre de Dios. La situacin es, por tanto,
delicada, incluso conflictiva. Porque en ms de una situacin,
cuando el creyente quebrante una ley humana, podra argir lo
que Jess arguy a los fariseos: Por qu atropellis tambin
vosotros la ley de Dios por amor a vuestra tradicin?.
En efecto, muchas veces, por salvar la letra de lo mandado,
por celar el cumplimiento de una ley humana, se quebrantaba
-no se seguir quebrantando todava?- el espritu, se olvidaba la caridad. Casos concretos? Casi estoy por decir que sera de mal gusto aducirlos. Son muy frecuentes y estn sufi(fientemente recientes como para que necesitemos recordarlos.
El que, alegando amor a la ley, falta a la caridad evanglica,
est fuera del clima religioso que respiran las bienaventuranzas
y, s, muy tocado de farisesmo.
En realidad Dios no impone al hombre nada: le propone
un camino a seguir. Es una propuesta de amor y el amor no se
impone. En cambio los hombres, que dicen tener autoridad,
imponen, obligan, de tal suerte que si no se cumple lo im-

101

puesto, directa o indirectamente, mediata o inmediatamente,


de una manera o de otra, la sancin no se hace esperar.
Esto es, a su vez, causa de que, para justificar su autoridad, para sostenerla, seguro que inconscientemente, manipulan
el concepto de Dios, llegando a esas ideas aberrantes de un
Dios tirano e incluso arbitrario. Como si Dios estuviese pendiente de las transgresiones del hombre para descargar sobre l
su ira divina.
Este enfoque, si alguna vez tuvo eficacia, actualmente la
perdi, est rebasado; sencillamente porque se aleja de la palabra de Dios, porque no se parece en nada al modo de proceder de Jess de Nazaret. Este planteamiento est superado
porque est equivocado, a juzgar por los datos del evangelio.
No es cuestin de hacer esto o aquello porque lo manda Dios,
as como tampoco de no cumplirlo. El hombre se da cuenta de
que esto o aquello es bueno, no porque Dios lo mande, sino
que lo manda porque es bueno. Es bueno y, por eso, se lo
propone a su criatura.
Entonces es cuando se ve con holgura la diferencia entre
obligacin y deber, y, a su vez, la importancia de esta distincin. El deber surge, lo exige la propia conciencia. La obligacin viene de fuera, la impone la ley. Si esta obligacin no
llega a identificarse con el deber, la tendencia a rechazarla late
en el hombre, y en la actualidad se manifiesta abiertamente.
No se trata de desprestigiar la ley hasta vaciarla de su contenido. No somos cratas. Se trata, s, de poner de relieve el enfoque, el planteamiento, porque sin duda influye en la actitud
del hombre. Cuando al hombre se le impone una obligacin,
normalmente su reaccin es de repulsa, porque condiciona su
libertad, y su tendencia congnita es a actuar sin condicionamientos.
La urgencia de retornar a una moral de indicativo, a una
moral del deber, es tanto ms aguda cuanto que la moral de
imperativo est superada. No se puede fomentar un vaco de
moral. Este retorno no ser otra cosa que volver a las fuentes.
San Pablo es maestro en esta moral: De manera que tambin
vosotros contad que estis muertos, s, por el pecado; pero que
estis vivos por Dios en Cristo Jess. Deje, pues, de reinar el
pecado en vuestro cuerpo mortal con el resultado de dar odos
a sus apetencias; y dejad de brindar al pecado vuestros miembros como armas de injusticia (Rom 6,11-13). San Pablo
102

sienta como tesis: Estis bautizados? Comportaos como bautizados. Tenis el espritu de Dios? Obrad conforme el Espritu. El creyente que llega a asimilar esta realidad y la
acepta con entusiasmo actuar conforme al Espritu. Porque
consciente y responsable de que es templo del Espritu Santo
que tiene de Dios y que reside en el mismo, no se prostituir
al pecado, porque sabe que ste es su deber, sabe que esto se
lo exige su dignidad de persona.

2.2.

Basada en la persona

Como consecuencia de este rasgo bsico de la moral renovada, fluye el segundo: esto es, que debe girar en torno a la
persona, no en torno a la ley. En la persona humana se ha de
centrar. La persona es antes que la ley, porque para la persona
fue dada la ley y no la persona para la ley. Y esto ya hace dos
mil aos que est resuelto y definido: ~o es el hombre para
el sbado, sino el sbado para el hombre>;.
No hay pecado ni en el mundo ni en la ley. El pecado est
en el hombre mediatizado por la libertad. S, mediatizado, porque, aun siendo la libertad un don inestimable y causa de la
realeza del hombre, es la nica facultad que le capacita para
pecar, as como tambin le hace ser capaz de amar.
No hay pecado en el mundo, en cuanto dimensin espaciotemporal, porque el mundo fue creado por Dios en orden y en
paz. Contemplando la creacin, nos dice el libro del Gnesis
que Dios exclam: Et erant valde bona. Si ahora gime, si
ahora sufre el desorden y la guerra es porque el hombre lo
tiene atenazado por su pecado.
No hay pecado en la ley, sino que la ley ayuda, debe ayudar, a evitar ese pecado. Por eso, cuando el hombre lo comete, lo descubre. La ley no tendra razn de ser si no existiese el pecado. Por ser el hombre un ser libre, es capaz de ser
esclavo dc s mismo, porquc cs capaz dc cometer el pecado. A
nadie se le ocurrir decir que el pecado es libertad. El pecado
es una autntica esclavitud. No es la ley la que esclaviza. Ni siquiera la humana, y mucho menos la divina. La ley descubre el
pecado, porque, segn san Pablo: No hubiera sabido de codicia si la ley no dijese: no codiciars (Rom 7,7). Sin duda que
san Pablo iuega aqu con la ley, precisamente para poner de
103

manifiesto que el pecado no est en la ley, sino en el hombre,


y esa ley que se 10 descubre es la que le dicta su propia conciencia. Todo ello 10 resume el evangelio al poner en labios de
Jess aquellas esclarecedoras palabras: No comprendis que
todo lo que entra en la boca va a parar al vientre y se expele
en la letrina? En cambio, lo que procede de la boca proviene
del corazn, yeso s que impurifica al hombre. Pues del corazn provienen razonamientos malignos, homicidios, adulterios,
prostituciones, robos, falsos testimonios, calumnias ... Estas
cosas s que impurifican al hombre (Mt 15,17-19).
El cristianismo, como experiencia de vida, es ideal de libertad, mas como los que dicen vivirlo son hombres, que llevan el
plomo debajo del ala, la necesidad de la ley se impone por una
exigencia existencial. Ella es el indicador y el rbitro, ya que
el pecado, tomando como punto de partida este concepto,
produjo en m toda suerte de codicia (Rom 7,8). La moral,
por tanto, ha de centrarse en la persona.

2.3.

Moral de situacin

Pero en la persona, no considerada en abstracto, sino en


concreto. Alguien ha dicho, y con fortuna, que soy yo y mi
circunstancia. El sujeto en el que debe centrarse la moralidad
es la persona y su situacin concreta, aqu y ahora, con todo lo
que es y todo lo que supone ser persona humana. Toda persona es nica, irreiterable, insustituible; como personalidad
plenamente desarrollada encierra en s una riqueza nica 4.
En esta riqueza personal no se puede olvidar el tiempo, el espacio, la formacin, el ambiente familiar y social en que se desenvolvi y desenvuelve; porque todo ello habr que tenerlo
en cuenta a la hora de aplicar la ley y de interpretarla.
La moral de situacin va encontrando cada vez ms
adeptos. Y encuentra ms adeptos porque, con el mismo cuidado que se aleja del fro legalismo, debe alejarse del situacionismo. No es lo mismo moral de situacin que moral situacionista, dado que, si aqulla respeta y reconoce todo el valor que
la persona humana tiene, sta niega la persona y su responsabilidad, reducindola a simple situacin.
4

104

A.

GNTHOR,

Chiamata e risposta, Paoline, Roma 1974, 450.

La moral situacionista es una moral cambiante, hasta el extremo de que lo que hoyes bueno maana puede ser malo. Es
una moral utilitarista, porque depende de la situacin en que
la persona se encuentre, segn la cual resolver en favor o en
contra de la ley. Y ello se comprende fcilmente teniendo en
cuenta que no admite valores absolutos. Si no existen valores
absolutos, el hombre tiene que decidir en cada momento. No
existiendo valores superiores, decidir lo que ms le convenga.
y con esto se afirma que es una moral existencialista, del corte
de la de Sartre. Por tanto, nada tiene que ver con la moral de
situacin.
Si la moral situacionista es excesivamente cambiante, tanto
que apenas se podra llamar moral, la inflexibilidad en medio de
sus abstractos y generales principios de la casustica desdibuja la
comprensin y el sentido humano de la moral evanglica. Por
este desdibujamiento y su ausencia de sentido humano lleva a los
escrpulos, a la angustia y a la tristeza. Cuando lo contrario de
un pueblo cristiano es un pueblo triste, un pueblo viejo (Bernanos). El formalismo, el cumplimiento exthno, si no est alentado por el Espritu, no cuenta en y para el evangelio. Los
creyentes, los que en realidad de verdad optan por Cristo, forman un pueblo de adoradores de Dios en espritu y en verdad;
porque el reino de los cielos, el reino de Dios no es de los que
dicen Seor, Seor, sino de los que lo aman, a l y, por l, al
prjimo, cumpliendo su santsima voluntad.
No sera justo, sin embargo, cargar en la tristeza, los escrpulos y la angustia que en muchos ha ocasionado el excesivo
legalismo de la moral tradicional, y silenciar el inters excepcional que ha puesto en descubrir la lacra del pecado a fin de
amputarlo. No lo habr conseguido, pero de su inters nadie,
honradamente, podr dudar. Como tampoco nadie podr poner en duda su celo por salvaguardar el valor de la naturaleza
humana comn a todos y el de la ley moral natural que de ella
deriva.
Por eso, as como se mira y contempla con reparos la casustica, con el mismo cuidado habrn de examinarse los exponentes extremistas de la moral de situacin si sta ignora las
normas universales supratemporales. La situacin concreta en
que el individuo puede hallarse podr modificar ciertas
normas, pero no invalidarlas completamente. O tambin sustituir una, que parece a primera vista aplicable, por otra ms
105

elevada. Por ejemplo: uno no est obligado a restituir, cuando


improvisamente cay en la indigencia, hasta el extremo de no
poder sustentar a la propia familia, la suma sustrada 5.
Situacin. Conviene, por consiguiente, exponer con claridad
qu se entiende por situacin, huyendo del excesivo legalismo,
sin caer, a la vez, en el situacionismo.
La situacin exterioriza de manera particularmente clara el
carcter histrico de la persona. Esta nunca est del todo bien
definida, pero se desenvuelve y desarrolla mediante sus decisiones libres. Las decisiones estn incluidas en la situacin del
momento, que contiene muchos elementos. Muchos de ellos se
relacionan con el pasado, como son las cualidades fsicas y psquicas que el individuo posee por herencia y por la evolucin a
que est sometido en el curso de su vida. De ah que influyan
en su decisin. Como la situacin recibe de la persona su carcter particular y la persona cambia incesantemente con sus
propias decisiones aqulla, la situacin concreta es siempre
algo nuevo que nunca ha existido ni se volver a repetir.
Siendo la persona esencialmente histrica, porque evoluciona y
se desarrolla constantemente cada una de sus afirmaciones, se
puede entender incluso de modo diverso 6.
La situacin, por tanto, es algo sobreaadido a la persona
humana y caracterizada, a la vez, por ella. Si las cosas son as,
las decisiones que la persona tome en talo cual situacin, aqu
y ahora, para que caigan dentro de una moral autnticamente
evanglica, tendr que relacionarse ntimamente con las
normas universales supratemporales, si es que no se quiere incurrir en un subjetivismo altamente peligroso. Sera muy interesante observar, valindose de casos concretos, cmo las
normas universales supratemporales y los factores personales
engendran conjuntamente un haz de luz sobre la situacin, y
cuando vienen justamente contrabalanceados, conducen a una
solucin que se adhiere a la realidad 7. La justeza de esta observacin aparece desde el momento en que no existe contradiccin alguna entre la persona humana singular y la naturaleza humana, tanto que si se negase que la naturaleza humana
es base y fundamento del quehacer del hombre, sera lo mismo
5 A. GNTIlOR,

o.c., 459.

A. GNTIlOR, o.c., 453-454.


7 A. GNTIlOR, o.C., 458.

106

,que no admitir la responsabilidad de la misma persona indivii.dual. La doctrina moral de la Iglesia siempre admiti la posibilidad de que se puede actuar de buena fe errneamente y, por
nto, que al que as acta se le exime de responsabilidad. Mas
sto no quiere decir que objetivamente obre bien. La tica de
.ituacin, llevada al extremo, afirma que su accin es buena
objetivamente y subjetivamente. Si existe una ley moral que lo
prohbe objetivamente, siempre ser malo todo acto contra lo
,que ella prescribe.
Hechas estas aclaraciones, contina en pie la necesidad de
'. salir de este legalismo asfixiante en que la casustica nos haba
metido. El legalismo no se cura con el subjetivismo incontro1lado, sino con el evangelio. De ah que los telogos moralistas,
f"guiados por los exegetas, busquen nuevas vas de solucin.
'Esas vas saben muy bien que slo las pueden encontrar en la
ipalabra de Dios. El pecado es un fenmeno misterioso y, en el
orden religioso, los misterios slo se iluminan a la luz de Dios,
a la luz de su palabra. Por la palabra de Dios sabe el hombre
que la actitud interior es la que cuenta, porque lo que sale del
corazn, eso es lo que mancha. De ah que de una moral fundada en los actos, peligrosamente externos, se piense en una
moral de actitudes.
I

3.

Moral de actitudes

Efectivamente, se va abriendo paso, y con ptimas perspectivas, una moral de actitudes, y se hace en nombre de la Biblia. Sin embargo, no sera afortunado hablar de una moral exclusivamente bblica, porque la teologa moral contina teniendo como fuentes, no slo la Sagrada Escritura, sino
tambin la tradicin, el magisterio de la Iglesia... Una moral
exclusivamente bblica sera una moral truncada, sera manca.
La Sagrada Escritura ofrece una predicacin, no una verdadera y propia teologa. Slo se puede hablar de teologa moral cuando se presenta elaborada cientficamente de una manera sistemtica 8.
Por eso la moral de actitudes es vlida en cuanto se inspira
8 A. GNTHOR,

o.C., 31.

107

en la Sagrada Escritura y en la doctrina tradicional de la Iglesia.


Gran parte del fracaso de la moral casustica se debe a la pereza mental en buscar y descubrir esa inspiracin. Por ejemplo,
de todos son conocidas las torturas que hubieron de pasar muchos sacerdotes al tener que binar en lugares distintos, con un
intervalo de horas. Conocan la ley del ayuno eucarstico y saban que les obligaba gravemente y, sin embargo, no pensaban
en que las leyes eclesisticas no obligan con gravi incommodo. No es gravi incommodo, al menos para muchos, tener que estar sin beber, caminando en el verano durante una o
dos horas? No se puede comulgar si uno se siente reo de pecado grave: Ninguno que tenga conciencia de pecado grave,
aunque estime estar verdaderamente arrepentido, podr acercarse a la sagrada comunin sin antes confesarse (c. 856). La
confesin sacramental, en caso de tener conciencia de falta
grave, antes de comulgar o de celebrar la santa misa, es una
ley eclesistica; porque, amn de la confesin, la reconciliacin
se obtiene tambin por la contricin sincera. No es gravi incommodo abstenerse de la comunin en una celebracin litrgica, si de veras se desea comulgar, cuando todos o casi todos
los presentes comulgan? No puede confesarse antes por falta
de confesores o porque el que est disponible, para el concreto
sujeto, no es aceptable por serias razones.
Es cierto que el legalismo cay en picado, particularmente
a partir del Vaticano 11; pero tambin es verdad que cay, en
buena parte, por falta de sentido de ponderacin y por la miopa para descubrir el espritu de la ley. Esto lo muestran las
etapas por que pas la teologa moral a travs de la historia de
la Iglesia. De ah que una enumeracin, aunque slo sea esquemtica de dichas etapas, entiendo que ser una buena pista
para comprender mejor cmo la moral de actitudes es un retorno a las fuentes:
1. a La moral del Antiguo Testamento habr que verla a
travs de ese principio que ilumina toda la Biblia: Dios que se
comunica al hombre, intentando hacerle ver todo lo quc por su
salvacin hace. Dios est, de un modo especial, constantemente presente, detrs de su palabra, para encontrarse con los
hombres que la escuchan e introducirlos en la realidad salvfica
y santificarlos (Anselm Gnthor).
Como Dios, para comunicarse con los hombres, se vale de
los mismos hombres y stos se expresan en formas a su al108

canee, se ha de considerar su mensaje condicionado por dos


factores: a) el cultural, por el que la moral del pueblo de Dios
ser una moral al estilo del de las culturas forneas, con las
que tuvo que convivir y relacionarse; b) el espritu que animaba su moral era indudablemente el que alentaba la alianza
con Dios. El moralista, pues, no puede olvidar que el Antiguo
y el Nuevo Testamento, incluso en el mensaje moral, forman
una unidad compacta, que tiene su centro en Cristo. Por eso el
quehacer moral del hombre no tiene su fuente en l mismo,
sino en Dios que le ha llamado a una comunicacin vital consigo mismo.
2. a Indudablemente que muchas prescripciones del Antiguo Testamento son relativas y slo provisorias, porque la antigua alianza no era ms que una preparacin para la nueva.
Con todo, tampoco el Nuevo Testamento se puede centrar en
una exposicin completa de todas y cada una de las normas del
quehacer moral. Hay que verlo centrado en Cristo, en cuanto
que, en su persona y en su obra, encarna la norma fundamental de nuestra moral: Tomad sobre vosotrois mi yugo; y aprended de m que soy apacible y de corazn rendido; y encontraris solaz para vuestras almas. Porque bueno de llevar es mi
yugo; y mi carga leve (Mt 11,29-30).
El mensaje de Jess fue transmitido por los apstoles,
puesto que no consta que el Maestro haya escrito ningn libro.
Sobre todo ser san Pablo el maestro de esta moral, que alborea esplendente. Segn l, cada uno debe permanecer en la situacin sociopoltica en que estaba cuando recibi el bautismo.
El no aborda, por ejemplo, el problema de la esclavitud, sino
que la soporta como un hecho social, como se desprende de su
carta a Filemn. Con todo, aunque respeta las estructuras de
la sociedad en que predica el evangelio, introduce el nuevo espritu que, poco a poco, ir transformando esa sociedad. Este
nuevo espritu huelga decir que es el que se respira en las bienaventuranzas.
3. a La ht:rt:IKia apostlica la recogen los santos Padres.
Salvo algunos intentos de aplicar los principios cristianos a las
condiciones de los hombres sus contemporneos, su actitud no
difiere de la de los apstoles. Su moral ser tanto terica como
prctica, dir M. Vidal, hasta que con los libros penitenciales
para uso de los confesores se convierte en eminentemente
prctica.
109

4. a En el siglo XIII, con la escolstica, se vuelve a la especulacin, a la teora. No va a estar condicionada por la
prctica pastoral, sino por toda una manera filosfica y teolgica de entender el universo (M. Vidal).
5. a Se inicia, luego, otra vuelta a la moral prctica con las
sumas de confesores, algo parecido a los libros penitenciales.
La renovacin tomista de la escuela de Salamanca intenta volver a la moral terica. Como se advertir, es un forcejeo entre
la teora y la prctica. Siempre la teologa moral se present
como una ciencia eminentemente prctica. Siendo el cristianismo una experiencia de vida en el que predomina el aspecto
prctico, no quiere decir que renuncie a la teora.
6. a Por eso, aparece la casustica, con sus principios generales y abstractos, todo un edificio bien ensamblado, que perdurar hasta el Vaticano 11. El redentorista Bernard Haring
es uno de los pioneros de la moral renovada. Qu sensacin
tan distinta se experimenta al leer su obra la La Ley de Cristo!
Acostumbrados a nuestros manuales y obras de consulta de la
etapa casustica, Haring rompe con sus moldes e introduce al
lector en un mundo mucho ms abierto, porque es mucho ms
evanglico. Es ms humano.
La casustica, corno se ha dicho, se inspira en criterios de
ley; es una moral que se fija en los actos, de tal suerte que la
perfeccin del creyente estar en funcin de su fidelidad a las
leyes. No se le podr negar que las bienaventuranzas eran su
reclamo, pero las enfocaba con criterios legales. Y la perfeccin cristiana no puede hacerse depender del mayor o menor
nmero de transgresiones, porque quien se inspire en criterios
bblicos comprender fcilmente que la teologa del pecado
debe plasmarse en una moral, no de actos, sino de actitudes.
En la carta a los Hebreos, su autor da base firme a esto
que arriba se acaba de afirmar: Si despus de haber tenido
conocimiento de la verdad, de voluntad estamos pecando, ya
no queda ms vctima para los pecados; pero s queda una
suerte de aterradora expectacin de juicio y la avidez de un
fuego que va a devorar a los enemigos (Heb 10,26-27). Ya
san Agustn y Teofilacto, comentando este texto, puntualizaron: no se dice despus de haber pecado, sino que se habla
de voluntad estamos pecando. Con suficiente claridad se advierte que no es el acto aislado el que lleva al hombre a esa
suerte aterradora de expectacin de juicio y la avidez de un
110

ego que va a devorar a los enemigos, sino que es la actitud,


decisin voluntaria de seguir pecando. Cabe, acaso, dentro
e los esquemas de una elemental hermenutica la realidad de
n Dios bueno y justo, misericordioso y Padre, condenando a
no de sus hijos por un solo pecado? Ni siquiera se debe forular la pregunta, porque est mal planteada. El infierno es
na decisin de toda la vida y de la totalidad de nuestros
tos. Nadie es condenado por sorpresa. Slo permanece en el
fiemo quien se ha decidido por l, dice L. Boff.
Se trata, por tanto, de una disposicin del alma, no de un
echo aislado. Nuestra situacin de peregrinos entre tenta'ones, dificultades psicolgicas, errores en la educacin y de. ilidades de todo tipo, no nos permite, durante nuestra vida,
, alizar un acto que marque de una vez por todas nuestro des,tino futuro. Nuestra vida es una sucesin de actos continuos, la
[mayora de ellos ambiguos; porque el hombre es simultneaImente bueno y malo, justo y pecador. Lo que marca nuestro
destino futuro es nuestra vida en cu~mto totalidad, no este o
~.quel acto.
Los actos revelan nuestro proyecto fundamental. Si repe'timos siempre los mismos actos y nunca intentamos corregirlos,
lino que permitimos que tengan lugar sin ninguna preocupacin, podrn sealar poco a poco nuestra direccin fundamen'tal. Sin embargo, si hemos optado por Cristo continuamos
orientndonos hacia Dios, controlamos la situacin de tiempo
en tiempo e intentamos vencernos siempre que percibimos que
nos estamos desviando, entonces los actos individuales cobran
menos importancia. Podrn ser pecados graves, pero no mortales (que no llevan a la segunda muerte). Por un pecado
mortal que no sea el resultado de toda una vida y de toda
una orientacin, nadie ser expulsado a las tinieblas exteriores.
La decisin fundamental y definitiva del hombre se realiza al
morir, como veremos al hablar sobre el juicio 9.
Siendo esto as, aquello de que un nio de cinco aos por
haber cometido un pecado mortal se conden para siempre;
aquello de que un monje habiendo pecado y, por vergenza,
ocult su pecado en la confesin, pero toda su vida la pas en
austeridad y penitencia, en oracin y ayuno y, sin embargo, al
fin de la jornada se condena, qu nos dice? Sencillamente,

.
.
E

L. BOFF, Hablemos de la otra vida, Sal Terrae, Santander 1980, 102-104.

111

que se ha sufrido una desviacin lamentabilsima. Se haca girar la vida en torno a los sacramentos, que efectivamente son
los canales de la gracia, y se olvid que la relacin del hombre
con Dios es de hijo a Padre y, como tal, se pueden relacionar
sin intermediarios. La conversin en los planes de Dios es, y
seguir siendo, un don gratuito que l concede a travs del dolor y del arrepentimiento sinceros. No se pueden excluir los sacramentos, instituidos por Cristo para dar y significar la gracia.
Es cierto. Pero los excluye quien sinceramente llora y se arrepiente de haber ofendido a Dios? Tiene un nio de cinco
aos capacidad para decidirse a permanecer en el infierno por
toda una eternidad? Aquellos hombres que buscaron con sinceridad la verdad y la justicia, aunque hayan sido pecadores y
hayan estado lejos de Dios por las circunstancias, tal vez de
educacin, malos ejemplos, complejos psquicos -en el momento del juicio- podrn verlo y decirle un s definitivo. Porque estaban sirviendo a Dios cuando hacan el bien y respetaban a los dems (L. Boff).

3.1.

No alleguleyismo

Ay de vosotros los legalistas! Porque cargis a la gente


con cargas insoportables, y vosotros ni con uno de vuestros
dedos rozis estas cargas (Lc 11,45). Las estructuras no gozan
de simpatas, a pesar de que, si una institucin quiere perdurar, necesita apoyarse sobre algo. Se comprende esta animadversin, porque ciertos estructuralismos, si alguna vez tuvieron
valor, en la actualidad estn rebasados y, sin embargo, se continan sosteniendo como vlidos. Es viejo el dicho de que una
ley cesa ab intrinseco cuando pierde vigencia, cuando desaparece la razn de su existencia, cuando desaparece el objeto
tutelado por ella. Por qu sostener unas prcticas, para qu
acudir a ciertos mecanismos psicolgicos cuando stos ya no
impresionan y aqullos perdieron toda su fuerza? Aquel convertido que despus de haber recibido el bautismo no volvi a
ver al misionero durante muchos aos, se extraaba que un
cristiano pecase. El, en medio de su sencillez, y con tan poca
formacin religiosa, no comprenda que el confesor le preguntase: Qu pecados tienes?. Haba calado ms profundamente en l el mensaje evanglico que en muchos que todos
112

los das nos acercamos a la mesa eucarstica y con frecuencia


recibimos la absolucin sacramental. Para l, la base estaba en
creer en Cristo, adherirse a l, intentar vivir como l vivi.
Despus de este esperanzador resurgimiento de los estudios
bblicos y la nueva orientacin de la moral cristiana, el legalismo, un da omnipresente, ha cado en picado. No cay la
ley, cay, y con razn, el modo de aplicarla. Esta falta de simpata por las estructuras llev a muchos, no slo a desobedecer
la ley, sino hasta a poner en duda el principio de autoridad.
Sin duda que esto es lamentable, y los que as piensan y actan
no tienen razn. Su conducta no se justifica. Es, sin embargo,
explicable, por aquello de que la reaccin de los oprimidos es
siempre violenta. Por recuperar su libertad, se llevan por delante todo lo que encuentran.
La fra aplicacin de la ley, por el solo deseo de que se
cumpla, llega a matarla. Una vez muerta, es intil continuar
sostenindola, como si estuviese viva. No slo intil, sino contraproducente. No a este legu1eyismo, no a. este modo de aplicar la ley. El hombre no fue hecho para la tey, sino la ley para
el hombre. Ms de una vez, una ley tcnicamente perfecta,
pero al margen de la realidad donde se va a aplicar, nace
muerta. No a este laboratorio perfecto en la tcnica jurdica,
pero desconocedor de las exigencias pastorales que el mundo,
regulado por l, tiene.
Con razn la moral renovada asume como uno de sus
rasgos fundamentales a la persona en situacin.
3.2.

S a la moral evanglica

El hombre es mucho ms sensible a la llamada del deber


que a la exigencia de la obligacin. Como el deber surge de su
conciencia, de lo ms ntimo de su ser, no le es fcil eludirlo.
Mientras que la obligacin, aunque se identifica con el deber
cuando proviene de una ley justa y oportuna, cuando es efectivamente ordinatio rationis, como proviene de fuera, con ms
facilidad se encuentran pretextos para soslayarla.
Es cierto que la moral tradicional se ha afanado por detectar el autntico sentido de cuantas prescripciones ticas pone
Mateo en los labios de Jess de Nazaret. Mas como este esfuerzo estaba inspirado en criterios legales, no capt su verda113

dero espritu. Y si lo capt no lo expres en la prctica pastoral. De la aceptacin del espritu depende el destino de los
creyentes. Los casuistas aceptan a Jess, cmo no!, pero no
interpretan su mensaje en la clave que viene dada. Por eso,
siendo el evangelio siempre actual, porque exhala criterios de
vida, porque es la buena nueva, la moral casustica, que se inspira en criterios legalistas, no perdur. Al menos no puede
perdurar siempre.
De ah que la exgesis moderna se pregunta con toda razn si las prescripciones de la tica evanglica deben ser encuadradas en un marco legalista. Ante los resultados, nada extrao parecer que cada vez sean ms los que dicen que no.
Jess de Nazaret no vino a cambiar una ley por otra, sino
que vino a trocar la fuerza de la ley por el poder del evangelio, por el poder de la buena nueva. Los defensores de la ley
ponan la perfeccin en su cumplimiento. Por lo cual su confianza estribaba en ella. El maestro plantea el problema en
otros trminos: no niega la ley, no la destruye: No vine a destruir la ley. No niega la importancia de las obras. Las pone en
su sitio, porque el evangelio es una fuerza que no se apoya en
los recursos humanos del hombre, sino en la ayuda otorgada
por Dios.
Tres estampas altamente elocuentes del evangelio ponen de
manifiesto esta visin de la moral renovada:
1. a Le 7,36-50. Jess acepta la invitacin que uno de los
fariseos le hace. Durante la comida, una mujer que era pcadora en aquella poblacin, sin temor al qu dirn, entra en la
sala llevando consigo un pomo de esencia, se echa a sus pies y,
rompiendo el frasco, se los unge con su esencia. Entre lgrimas
de amor y de dolor, se los limpia con sus cabellos. Aquella familiaridad era excesiva para el puritanismo farisaico, de tal
suerte que Simn murmura para sus adentros: Este, si fuera
profeta, hubiera sabido quin y qu clase de mujer es esta que
le toca, porque pecadora es. El maestro se vuelve a Simn y
le propone el caso de dos deudores que no pueden pagar su
deuda. El acreedor, ante esta imposibilidad, se la perdona a
ambos. Quin de ellos, pues, lo amar ms?. Tengo para
m, dijo Simn, que aquel a quien perdon ms. La respuesta
satisface a Jess, y entonces argumenta en defensa de la pobre
mujer, tan duramente criticada por el fariseo, as como censura
114

a ste su comportamiento. Y termina: Mujer, perdonados te


son tus pecados. Tu fe te ha salvado; vete en paz.
2. a Le 15,11-32. De todos es conocida la parbola del hijo
prdigo, que mejor podra llamarse la parbola del padre
amantsimo. Un padre tiene dos hijos. El menor de ellos, un
poco calavera, le pide un da la parte de la herencia que le corresponde, probablemente la que le tocaba por su madre, y
marcha a tierras lejanas y all despilfarr su hacienda viviendo
rumbosamente. De donde se saca y no se mete, pronto se
llega al fondo; y esto fue lo que le pas al prdigo. A dnde
ir? Su situacin angustiosa le fuerza a pensar en la casa paterna y, despus de muchas dudas y sobresaltos, decide regresar, porque sabe mucho de la bondad de su padre. No se enga: el padre lo recibe con los brazos abiertos y festeja, por
todo lo alto, su retorno.
A todo esto, el hijo mayor, que est en el campo, y que
nunca haba desobedecido al padre, regresa al caer de la tarde.
Sabedor de lo que pasa, no quiere entrar. Tendr que salir el
padre a buscarlo. Estaba irritado: Con que estoy sirvindote
tantos aos y nunca he transgredido un precepto tuyo, y a m
nunca me has dado un cabrito para divertirme con mis amigos.
En cambio, cuando ha llegado ese hijo tuyo que con rameras
se ha engullido tus bienes, le has matado el ternero cebado.
Es el grito del orgullo y de la envidia, que viene a estrellarse
contra la bondad paterna. Es la reaccin del que descansa satisfecho de su bienhacer. Era verdad que el mayor haba sido
siempre fiel. Quiz sus motivaciones no fuesen demasiado limpias, porque el padre, a pesar de que le reconoce su obediencia, aade algo ms: T ests siempre conmigo, y todas mis
cosas son tuyas. Pero era de ley hacer fiesta y gozarse, porque
este tu hermano -no es slo hijo mo, sino que tambin es tu
hermano-- estaba muerto y ha resucitado, estaba perdido y ha
aparecido. Y esto debieras tenerlo en cuenta. No slo debes
pensar en ti.
3. a Le 18,10-14. Tambin es muy conocida la parbola del
fariseo y del publicano. Aqul, todo un modelo de perfeccin
legal. Todo lo haca bien. Cumpla escrupulosamente todas las
normas. Este, pobre pecador, ni siquiera se atreve a levantar
los ojos al cielo. No siente envidia del fariseo, sino que se
acepta como es, cargando con el peso y la responsabilidad de
sus pecados. Por eso, all en el fondo del templo, slo sabe
115

decir, salindole de lo ms ntimo del alma: Oh Dios, apladate de m, pecador que soy. Os doy mi palabra ---concluir
Jess-, que ste y no aqul baj a su casa hecho un justo.
Los tres cuadros responden a un mismo marco. Jess cambi
la fuerza de la ley por el poder del evangelio, y el evangelio
no pone al hombre en situacin de confiar en sus obras externas, hasta el extremo de merecer por ellas las bendiciones
del cielo. Le propone confiar en la ayuda otorgada por Dios.
Este es el mensaje de Jess de Nazaret. Mas, como para aceptar su mensaje es necesario creer en l, la limpieza de corazn,
primero, y luego la fe, son imprescindibles. Pero no slo una
fe fiducial, sino una fe efectiva, una fe potenciada por las
obras. Porque la fe sin obras es muerta. La autntica fe
cristiana se traduce en una vivencia amorosa. Y la vida se manifiesta por las obras.
Jess de Nazaret, si alguna ley promulg, fue la ley del
amor. En consecuencia, desde el momento en que para estudiar la tica de Jess se truecan los criterios de ley por los del
evangelio, se ve cmo el autntico comportamiento cristiano
consiste en responder a las exigencias del evangelio, cuya nica
norma es el amor.
La vivencia amorosa es una actitud. Los actos aislados contrarios al amor son los pecados, las transgresiones. Por un acto
no se quiebra, no se mata la actitud. Recibir un golpe ms o
menos fuerte, segn la repercusin que tenga en la opcin a la
que nos llev la actitud. Deja un hijo de amar a su padre porque, aqu y ahora, desobedezca uno de sus mandatos? Le retira por ese acto aislado el padre su amor? Si vosotros, siendo
malos, no dais a vuestros hijos un escorpin cuando os piden
pan, qu no har vuestro Padre celestial?.
La pedagoga del amor siempre fue ms eficaz, al menos a
largo plazo, que la del ltigo; aunque s ms difcil de practicar. Es necesario que el ltigo exista, pero es antipedaggico
manejarlo siempre en la misma direccin, sin tener en cuenta
circunstancias y situaciones. Para implantar esta pedagoga sin
riesgos, tendra que estar el mundo poblado de ngeles. Son
hombres sus pobladores y, como hombres, no se despojan de
sus hbitos mentales con un simple toque de atencin, con un
latigazo, ms de una vez dado indebidamente. Necesitan ser
trabajados con paciencia y amor.
El aspecto negativo del cristianismo se expuso y explic con
116

profusin a travs del tiempo y del espacio. El positivo, que


consiste en vivir para Dios, no corri la misma suerte. Tal
vez se haya dado margen a que se diga que los cristianos forman un pueblo triste. Triste, porque preferentemente se le
vena hablando de obligaciones, de prohibiciones, de castigos,
de sanciones, no slo temporales, sino, y sobre todo, de la sancin suprema en un lugar donde slo hay tinieblas, fuego, dolor y crujir de dientes. Se le exiga la misa dominical, la confesin al menos anual y la comunin por pascua, se le intoxicaba con largos y explosivos discursos sobre el pecado. Decir
que no ir a misa los domingos es pecado, est al alcance de
todos, aun de aquellos que no creen en ella. Decir que el adltero no poseer el reino de Dios, era de buen tono entre
gente que se crea practicante. Pero es que basta con ir a
misa? Es suficiente ser fiel externamente? Qu se consigue,
en orden a la perfeccin evanglica, si durante la media hora
se est renegando contra el acto litrgico? Bueno, y es su deber que el casado guarde fidelidad a su g,ompromiso. Mas qu
le dira san Pablo a ese tal si cada mujer que ve despierta en
su interior oleadas de deseos no contenidos internamente?
Bueno es practicar la limosna, ayudar y contribuir a obras pas.
Sin embargo, qu evangelio justifica escatimar el salario familiar, retrasar la entrega del mismo al trabajador, que lo necesita para hacer frente a sus exigencias diarias?
La perfeccin cristiana est en la armona del quehacer externo con el pensar interior. Si con el gesto externo dices una
cosa, pero tu corazn desea la contraria; si con los labios bendices y con el corazn maldices, rompes esa armona. No practicas la moral evanglica, la moral del deber puesto que sta
supone unin de lo que hace con lo que se quiere hacer,
puesto que sta supone que en lo que haces centras toda tu
persona. Para eso eres una individualidad. Cuando la obligacin no se identifica o funde en el deber, su cumplimiento no
libera, sino que esclaviza.

3.3.

Moral fundada en el amor

La legislacin eclesistica se presume estar toda ella fundada en el amor. A veces esa presuncin habra que probarla.
Mientras no se demuestre lo contrario, la actitud seria y res117

ponsable del creyente es aceptarla con amor responsable y activo. Por ello nuestra reflexin dista mucho de querer menospreciar las leyes de la Iglesia. Si es cierto que el hombre recibi de Dios el don inestimable de la libertad, tambin es verdad que la libertad no le exime del cumplimiento de la ley.
Ahora bien, de hecho, y por desgracia, el hombre se exime,
con ms frecuencia de lo debido, de ese cumplimiento. Al exonerarse, priva a la creacin de ese encanto y armona que le infundiera Dios al inundarla con la carga de su amor, dice A. Salas.
Tanto la priva que, en vez de ser el amor, son el odio, la envidia, el orgullo los que imponen su ley en el mundo. La creacin
en s invita al amor. Por qu, entonces, triunfa el odio y el resentimiento?
El hombre no acaba de aceptarse a s mismo tal cual es. Es
limitado por naturaleza y, sin embargo, consiente en el deseo
de ser como Dios. Al sentirse incapaz, esa invitacin al amor
que le grita la naturaleza entera por Dios creada, es silenciada
por ese mundo de ruidos, de pasiones violentas que laten en su
interior: orgullo, resentimiento, envidia, soberbia, vanidad, deseo de propia exaltacin, proyectndose como un torrente caudaloso en el medio que le circunda. Con razn, siguiendo a san
Pablo, se dice que toda la creacin gime por el pecado del
hombre. El, creado para ser rey, se convierte en esclavo de s
mismo y tirano del mundo.
Acaso un smil, en tono menor, sacado del mundillo que
nos rodea, explique y aclare el mecanismo de esta brutal reaccin. Un tmido se siente incapaz por su timidez para decir y
expresar lo que quiere. Pasada la ocasin, molesto contra s
mismo, reacciona contra s mismo y contra aquellos que le son
ms familiares. Y su reaccin no tiene nada de pacfica. As
reacciona el hombre contra todo aquello que le impide actuar
sin condicionamientos.
Habr, por tanto, que definir el pecado, no como un acto
aislado, sino como una actitud engreda e insolente del hombre, que, abocado por su orgullo -resentido--- no quiere aceptar las limitaciones inherentes a su condicin de creatura.
Como rey, le incumbe respetar el orden en que Dios ha creado
todo; mas al convertirse en esclavo, y, a la vez, tirano de las
cosas que el Creador ha puesto bajo l, no slo no lo respeta,
sino que lo trastorna y destruye.
Cuando el hombre acepte libre y amorosamente sus limita118

ciones dejar de existir el pecado. El orden y, con el orden, el


amor reinarn en la creacin entera. Esta dejar de gemir. Ya
s que a escala universal es una hiptesis, porque donde haya
hombres habr pecados. As que a la definicin dada tendremos que aadir que el pecado es como una realidad que se
est haciendo a medida que el hombre sigue cerrado a la
fuerza del aman).
Siendo una hiptesis a escala universal, a escala personal,
es una tesis que prueban los limpios de corazn, que prueban
los santos. Ah est, entre tantos otros, Francisco de Ass.
Para l la fraternidad universal era la clave de su alegre existencia. Se le llam el santo de la alegra porque toda su vida
fue un canto al amor.
Si los cristianos tuviesen un momento de lucidez colectiva y
se pusiesen de acuerdo para vivir bajo la fuerza, suave y ligera, del evangelio, esto es, del amor, seran luz y fermento
del mundo. Un poco de fermento transforma toda la masa. En
la actualidad, el pecado, fermento del mqndo, slo puede reducirse ante el incontenible mpetu del aman).
Se ha dicho que el amor carece de ley, y carece de ley porque no la necesita. Quien mire las cosas bajo el prisma del
amor, no slo contrarresta la fuerza del pecado, sino que ser
el ms fiel cumplidor de la ley. La ley de Dios est grabada en
la creacin con caracteres indelebles y, por consiguiente, en el
corazn del hombre. Si est grabada en la conciencia, no es fcil que los rectos, los limpios de corazn, acepten manipulaciones e intereses creados en su aplicacin.
Las dificultades concretas con que el creyente tropieza en la
actualidad para reconocer cules sean esas prescripciones grabadas por el Creador en su conciencia, no son un misterio para
nadie. Las que en realidad son valen para todos, porque todos
son criaturas de Dios y todos tienen a Dios por Padre. Para el
creyente, para el catlico, esta dificultad se diluye al aceptar el
mensaje de Cristo, al aceptar que Dios habl al hombre y que
su palabra est contenida en la Biblia, interpretada y custo.diada por la Iglesia. Y la palabra de Dios sugiere que el amor
es la actitud fundamental y que el mensaje evanglico, aunque
expuesto a travs de normas concretas, propone una autntica
moral de actitudes.

119

4.

Conclusin

Sin embargo, dar fin a unas reflexiones sobre la nocin del


pecado, que quieren ser orientadoras, con una afirmacin rotunda, sin hacer referencia a la tradicin de un modo concreto,
pudiera hacer pensar que la moral de actitudes se convierte en
una moral situacionista, a pesar de todas las protestas hechas
de que la moral de situacin dista mucho de la situacionista.
Incluso, como alguien parece preferir, que el planteamiento de
la nueva moral se convierta en la vuelta a la antigua tica. Yo
quera significar con la idea de dharma, tan slo que es un
error considerar la moral como un sistema de prohibiciones y
de deberes genricos, el mismo para todos los individuos. Por
eso, tal vez fuera mejor contrarrestar el patetismo contemporneo en que suele embotarse toda discusin sobre tica, por
la ms elegante tibieza con que los antiguos, en lugar de "lo
moral" -palabra tremenda-, solan decir "lo decente", quod
decet, lo que va bien, lo correcto 10.
No quisiera, desde luego, ver en esta expresin de Ortega,
palabra tremenda, una alusin a la obsesin moral que durante tanto tiempo domin, sobre todo en el ambiente clerical,
como si la moral cristiana se redujese al sexto mandamiento.
No quiero creerlo porque su prestigio est a mucha ms altura.
El contexto entiendo que no da lugar a tan pobre juicio.
Pues bien, la moral de actitudes no es nueva en su contenido. Amn de que tiene sus races y, por tanto, su confirmacin en el evangelio. Los santos Padres no son extraos a ella,
aunque no la formulen en los trminos en que se formula hoy.
Ya queda dicho que su actitud no difiere gran cosa de la de los
apstoles.
En Moralia de san Gregario Magno, por ejemplo, hay una
referencia muy directa a esta moral cuando refuta una de las
objeciones que an hoy suelen oponerse a la eternidad de
las penas del infierno:
Una culpa que tiene fin no debe ser castigada sin fin.
Justo es Dios todopoderoso, y lo que no ha sido cometido con
un pecado eterno no debe ser castigado con un tormento
eterno. Era una de las razones que esgrima mi amigo y com10

273.

120

J.

ORTEGA

GASSET,

El espectador IIl, Espasa-Calpe, Madrid 1966,

paero al que aludo tratando el tema del infierno. Puntualmente le replicamos --dice san Gregorio- que su objecin sera correcta si el justo y severo juez no apreciara los corazones
de los hombres, sino slo los hechos. El hombre ve la cara,
Dios mira el corazn. Pero es que los inicuos pararon de cometer delitos porque dejaron de vivir. De seguro que hubieran
querido vivir indefinidamente para haber podido permanecer
indefinidamente en sus iniquidades. Porque ms desearon pecar que vivir, y por eso quieren vivir siempre aqu, para no
dejar de pecar nunca mientras vivan.
El pensamiento del santo parece claro, tanto ms que la Sagrada Escritura abunda en casos en que Dios perdona, olvida
tan pronto el pecador reconoce su yerro. El caso de David es
altamente elocuente, como se refiere en estas mismas reflexiones. El de san Pedro es, a su vez, una leccin de profunda comprensin humana, porque es divina...
No son los hechos, los actos aislados los que deciden la
suerte definitiva del hombre: es su actitud fontumaz y sistemticamente sostenida en no rectificar su opcin, una vez hecha.
El impo, el presunto rprobo no quiere positivamente vivir
en el amor, sino en el odio. En el reino de Dios no tiene cabida el odio!

121

5.

Muerte, obsesin

No es una ancdota piadosa. Es un hecho presenciado y


odo por los mismos que lo relatan. Es histrico y ocurri en
un hospital: Un joven, treinta y tantos aos, con su mujer y
dos hijos. Saba que iba a morir y se mantena sereno, no precisamente alegre. Una noche, en voz alta, empez a recitar el
padrenuestro, palabra por palabra. Cuando lleg al "hgase tu
voluntad", lo recalc con tanta sencillez que todas las enfermeras nos quedamos paralizadas en aquel silencio. Aquella
persona tuvo conciencia de que se acercaba el fin. A partir de
ese momento entr en barrena y no se recuper ms.
Nos dej marcadas a todas. Sus ltimas palabras fueron:
"Estoy bien", y cay en picado 1.
El exordio es a propsito para unas reflexiones sobre la
muerte; porque el caso es ejemplar y en estos tiempos de secularizacin y alienacin consumista mucho ms, cuanto que
parte de un joven en plenitud, con todo su porvenir por delante.
La escatologa, que habla del presente en funcin del futuro, aconseja que no se debe conceder tanto al cielo y tan
poco a la tierra; porque el cielo es la realidad vislumbrada
aqu, y la tierra es la cancha donde se juega la partida del
ms all feliz o, lo que Dios no permita, del ms all desgraciado.
El bien, la verdad, la justicia, la felicidad y la gracia se viven en la tierra imperfectamente. Para vivirlas en plenitud
1 No es nada fcil tratar el tema de la muerte, por eso sera muy bueno
leer el nmero de Misin Abierta dedicado al Futuro cristiano del hombre,
donde se encuentra un apartado, Opiniones directas, muy interesante. El nmero es el correspondiente a octubre de 1976.

123

Dios ha reservado a los hombres el cielo. Pero para entrar en


el cielo, en cuanto estado, es preciso pasar por la tribulacin
de la muerte, que es el enigma de la condicin humana.
Enigma que alcanza su vrtice en la muerte. Porque lo que
tortura al hombre no es slo el dolor y la progresiva disolucin
del cuerpo, sino tambin, y ms an, el temor a un definitivo
aniquilamiento, dice el Vaticano n.
Esta tortura alcanza tales proporciones en los hombres que
no tienen fe ni tienen, por tanto, esperanza, que se convierte
en obsesin. Si la nada me aterra -ha escrito Unamuno-,
he de aprender a conocer mi nada, para aterrarme de m
mismo, y ponerme a labrar en m el hombre nuevo, el de la
gracia, el del ser 2.
Es un consejo sabio que, enmarcado en el cuadro del
creyente, le ayudar, a buen seguro, a familiarizarse con la
muerte, hasta conseguir liberarse de esa tortura y, desde luego,
no caer en su enfermiza obsesin.
Sin embargo, esa nada que somos y que tan a menudo nos
recuerdan los libros piadosos, no debe mirarse con visin neoplatnica; porque el hombre tiene consistencia, bondad y verdad en s mismo, si bien recibidas de Dios. Debe mirarse
como consistencia, bondad y verdad, que no se destruirn, sino
que se transformarn en el da de la muerte.
Ello debe ser un estmulo y no un triste consuelo. Estmulo
para ir labrando a golpes de abnegacin y de renuncia, a cuenta
de actos de amor, de justicia y de gratitud, el hombre nuevo, el
hombre del ser. Estmulo, no para potenciar la obsesin de la
muerte, sino para robustecer el santo temor de Dios, que es el
principio de la sabidura.
Nada se destruye, todo se transforma, y esto no se dice
para consolar, sino para convencer. Si fuese para consolar, sera un triste consuelo; puesto que si no nos convenciese de
que mi yo, mi conciencia propia, no va a perdurar ms all
de la muerte, increble parecera que, a pesar de todos los consuelos, hubiese gente que vive tranquilamente creyendo que
su personal conciencia vuelve a la nada 3.
Nada se destruye, todo se transforma, convence razonablemente; porque la fe no es ciega, sino que supone praeam2
3

124

M.
M.

DE UNAMUN,
DE UNAMUN,

Diario ntimo, Alianza Editorial, Madrid 1972, 88.


o.c., 122-123.

bula; supone unos postulados, a cuyo conocImIento se puede


llegar por la razn. Entre ellos, y el primero, es la existencia
de un Dios remunerador. Su existencia, si no se puede demostrar con rigor cientfico, se puede conocer; porque la creacin
y.el mismo hombre tiene luces propias para ello.
Dios, conocido por la razn, se comunica con el hombre,
habla con l. Y en una de estas conversaciones le dice: A fe
te lo aseguro de verdad: si uno no naciere de agua y Espritu,
no puede entrar en el reino de Dios (Jn 3,5).
El hombre de hoy no comprende este lenguaje, como tampoco lo comprenda Nicodemo, yeso que era maestro en Israel. No obstante, el hombre de fe acepta la necesidad de
este segundo nacimiento para poder entrar en esa plenitud de
vida, una vez franqueado el umbral de la muerte. Y lo acepta
convencido, porque: A fe te aseguro de verdad que hablamos
de lo que sabemos y testimoniamos de lo que hemos visto y,
no obstante, no aceptis nuestro testimonio (Jn 3,11).
Es decir, los creyentes lo aceptan convencidos, porque
creen en Dios, y al creer en Dios creen eh su enviado Jesucristo.

1.

La muerte y la filosofa

Con todo, esta reflexin quiere ser coherente, y para serlo,


antes de meditar en el sentido cristiano de la muerte, es obligado que recordemos, en apretado resumen, desde luego, lo
que sobre ella dicen los hombres. Vale la pena escucharlos
para que, una vez contemplada su recortada visin, nos agarremos con ms fuerza a las verdades de la revelacin.
Es un hecho que el hombre vive tenso hacia su futuro, no
slo hacia el suyo, sino tambin hacia el del mundo. A pesar
de ser limitado, como es una forma abierta vertical y horizontalmente, no se agota en su ser, sino que bucea en el poder
ser. Ante el poder ser, advierte en s una serie de posibilidades,
que no puede, sin embargo, realizarlas todas mientras vive.
Como su vida est condicionada por la muerte, que sabe
cierta en s, pero incierta en sus circunstancias de cundo, de
cmo y en dnde, unos explican su misterio de una forma y
otros lo explican de otra. Convencen sus explicaciones?
Esclarecen, descorren el velo de su misterio?.
125

1.1.

La filosofa de la vida

El Catecismo holands describe la muerte con palabras


muy sencillas: El hombre terreno que conocimos y que
amamos no se mueve ya, ya no habla, ya no existe. Las formas
de su cuerpo se conservan an por breve tiempo; figura vaca
que pronto desaparecer tambin. El hombre retorna a la tierra, como una hoja de otoo, como un animal 4.
El padre de la filosofa de la vida, M. Heidegger, en su
libro Ser y tiempo, se propone dar una respuesta valedera universalmente a este hecho universal 5.
A l no le dice nada que esa figura vaca desaparezca tambin, porque tan pronto como el hombre entra en la vida, ya
es bastante viejo para morir. Lleva adherido y formando un
todo el signo de la muerte. No hay razn, por tanto, para dibujar un cuadro de nuevo cuo, cuando la muerte es algo intrnseco a la vida.
Aunque ello sea as, lo cierto es que nunca se muere a
tiempo. Nadie tiene prisa en morir. An ms, cuanto ms
larga sea la vida, ms y mejor el hombre, de ordinario, se aclimata a ella; de tal forma, que es un fenmeno de experiencia
que se resignan ms fcilmente ante el hecho de la muerte los
jvenes que los viejos.
El hombre proyecta, y proyecta siempre hacia el futuro, hacia el porvenir. Por algo es proyecto. Nunca ve concluidos sus
proyectos, porque si concluye uno, ya tiene otro en cartera
para su realizacin. Como no siempre puede realizar todo lo
que proyecta, ni todo lo que puede es capaz de llevarlo a cabo
en un momento, su insatisfaccin es constante. Nunca se siente
acabado, nunca se siente perfecto. Sabido es que perfecto es
aquello a lo que nada le falta.
Siendo un ser para la muerte y, adems, muriendo fctica
y constantemente mientras no deje de vivir, el deseo de felicidad, que le espolea desde que nace hasta que muere, resulta
inalcanzable. Le jug una mala pasada el autor de la natura
leza?
En efecto, el hombre nace, crece, se desarrolla, madura,
Catecismo holands, Herder, Barcelona 1969, 450.
En el artculo que Patrocinio G. Barriuso publica en el nmero de Misin Abierta de octubre de 1976, se encuentran todas las citas que en este libro se hacen de las obras Ser y tiempo, El ser y la nada y Palabra de hombre.
4

126

envejece y muere. Hasta aqu podemos estar de acuerdo con el


autor de Ser y tiempo, sin traicionar nuestra condicin de
creyentes. Es un proceso de experiencia.
Lo que ya es discutible es lo que asienta como tesis absoluta, cuando en realidad admite muchas distinciones: que la
muerte es algo constitutivo de la vida humana. De qu vida
humana?
Al lado de ese proceso biolgico al alcance de todos, est
el proceso de la vida personal, ntima, que marcha paralelo,
pero a la inversa; porque cuando la biologa termina, la personalidad, la intimidad, se expande y plenamente se realiza.
Si el hombre no fuese ms que biologa, como los animales,
con la muerte habramos llegado al fin. Pero sobre todo es personalidad, es conciencia, es intimidad, y esta personalidad en
lugar de terminar segada por la parca de la muerte es en y con
ella cuando alcanza su plenitud, cuando realiza todas sus posibilidades, cuando sus proyectos no esperan cristalizar en realidades, sino que se ven todos culminados. De suerte que en vez
de ser vlida la tesis: el hombre es un se! para la muerte, la
que cuenta es su contraria: es un ser para la vida. El hombre
nace para convivir, y slo son capaces de convivencia los vivos,
no los muertos.
Esta perspectiva le da al solitario de la Selva Negra ocasin
para refutar una vida que l se niega a aceptar como digna
vida humana. Para vivir humanamente, es decir, para vivir
configurando la propia existencia a su aire y segn un estilo
propio, hay que caminar hacia la muerte, no por la fuerza sino
llevados por nosotros mismos, si sta quiere ser humana.
Llevados por nosotros mismos, dado que en el hombre
acta la muerte como una especie de corriente subterrnea
que est comiendo interiormente su tierra hasta que un da
llega al final. Y a ese final debe de llegar por su propio pie y
de su misma mano, por ser parte de su propia vida.
La vida es morir, porque toda ella est transida de caducidad. Y la vida es todo el hombre, de tal forma, que cuando la
vida desaparece, acaba todo l.
Siendo, como Heidegger dice, que es la vida humana, la
generalidad de los hombres no debieran sufrir la obsesin que
sufren frente a la tremenda realidad de la muerte. Si es natural
que el hombre todo acabe con la muerte, por qu esa tortura?, a qu esa dificultad en descifrar el enigma?
127

Hay algo en la exposicin del autor de Ser y tiempo que habla por s mismo. Cmo explica Heidegger que, siendo el
hombre un ser para la muerte y siendo la muerte algo intrnseco a la vida, los hombres oponen esa resistencia instintiva a
convertirse en nada, una vez cerrado el ciclo de la vida biolgica? Si todo acaba para todos, para qu todo?, como dira
Unamuno.
1.2.

Existencialismo

Los hombres no se ponen de acuerdo en buscar y descubrir


las races profundas de la muerte. Tanto es as que Sartre plantea el tema en trminos opuestos al autor de Ser y tiempo. Si
para ste la muerte es algo intrnseco a la vida, de tal manera
que si el hombre quiere vivir con dignidad debe de seguir el
curso de esa corriente interior muriendo incesantemente, para
el padre del existencialismo es todo lo contrario: La muerte
es advenediza, mera contingencia, azar, nada ms que azar.
Para Sartre, nada tiene que ver con la vida. Se presenta en
medio de ella como ladrn y salteador, porque no es ms que
una simple alienacin. Roba la vida, la enajena como si tuviese derecho a hacerlo.
Es el asalto ms brutal que se le puede dar al hombre:
Trunca la vida, malogra a los hombres. Es la suprema alienacin. El muerto deja de existir en manos de los otros, que lo
destruyen a su capricho.
Entonces, para qu se vive la vida?. No vale la pena vivirla, porque es una pasin intil. El suicidio, por tanto, sera una forma elegante de acabar con ella.
Las elucubraciones de Heidegger resultan excesivamente
sombras, excesivamente fras, de un estoicismo espartano. La
razn humana es fra y, porque es fra, abandonada a s
misma lleva al absolutismo, al nihilismo. Para la razn no
hay ms realidad que la apariencia. Pero pide a voces, como
necesidad mental, algo slido y permanente, algn sujeto de
las apariencias, porque se siente a s misma, se es, no meramente se conoce 6.
Si la filosofa de la vida resulta excesivamente fra y trgi6

128

M. DE UNAMUNO,

O.C.,

44.

camente estoica, las afirmaciones, los raciocinios del autor de


El ser y la nada son arbitrarios, impropios de un hombre que
analiza el tema con conciencia de que sabe que no sabe.
Dice Ortega que la ciencia es, ante todo y sobre todo, un
docto ignorar. Por la sencilla razn de que las soluciones, al
saber que se sabe, son en todos los sentidos algo secundario
con respecto a los problemas 7.
Tanto Heidegger como Sartre dejan el corazn vaco y la
razn con las mismas dudas e idnticas preocupaciones. Si no
se tiene clara nocin de los problemas, mal se puede proceder
a resolverlos. Adems, por muy seguras que sean las soluciones, su seguridad depende de la seguridad de los problemas, dir Ortega y Gasset. Y esto pasa siempre que se
abordan problemas desde supuestos preconcebidos arbitrariamente. El problema de la muerte es seguro, es evidente. Qu
.
seguridad ofrece la solucin de Sartre?

1.3.

Marxismo

Le un libro de Roger Garaudy. La impresin que me hizo,


despus de manejar las traducciones de Ser y tiempo y de El ser
y la nada, es semejante a la que se experimenta cuando se sale
de un largo tnel y nos encontramos frente al horizonte de la
amplia meseta en pleno da. No dir, de pleno intento, a pleno
sol.
El libro se titula Palabra de hombre. Garaudy habla, efectivamente, como un hombre de sentimientos, de corazn, de experiencia: como un hombre inteligente. Ello no supone hacer
comparaciones, sino tan slo reconocer que el hombre no es
nica y fra razn, inteligencia, por muy aguda que sta sea.
Su libro es la palabra de un hombre convencido, que habla
a convencidos tambin, aunque no lo sean en la misma lnea.
Para m, el autor de Palabra de hombre es sincero y creo
que tengo buenas razones para ello. No juzgo sus intenciones,
porque esto no est reservado a los hombres. Juzgo por lo que
conozco de su vida y a travs de su libro. Y si cada uno ser
juzgado segn su sinceridad, como dira el cardenal Mercier,
Roger Garaudy se est labrando un juicio optimista y purificador.
7

J.

ORTEGA

GASSET,

El espectador 111, Espasa-Calpe, Madrid 1966, 156.

129

Los raciocinios de Sartre y de Heidegger dejan fra el alma.


No la reconfortan. El fro preserva los cadveres, mientras que
el calor los descompone, para que de su descomposicin surja
la vida, como ocurre con la semilla. Garaudy, marxista de
buena fe, que sufri en su carne las consecuencias de su utpica esperanza, es un hombre que est de vuelta. Probablemente, por su buena fe, fue expulsado del Partido Comunista
Francs.
Esto no qui~a autoridad a su marxismo, sino que, a mi juicio, se la potencia. Tanto ms cuanto que su pasin marxista
est tocando la esperanza cristiana. El sabe que un marxismo
creador debe incorporar las tendencias ms profundas de la religin y sus elementos latentes, depuradas de todas sus mitificaciones, ideologas e ilusiones, en un humanismo ateo, libre
de toda alienacin, como escribe Ernst Bloch. En efecto, as
lo hizo l y Garaudy lo sabe.
Garaudy, empero, en su buena fe, cree poder conciliar las
tesis de la revolucin con las enseanzas del evangelio. Sin
duda que si la palabra revolucin no tuviese la carga negativa
que le echaron encima el terror, la violencia, la guerra, no se
mirara con la prevencin con que actualmente se mira.
Si revolucin es reaccin, resistencia pacfica contra un estado de cosas injusto, si es reaccin contra la manipulacin del
hombre por el hombre, si es reaccin contra el predominio de
las tradiciones humanas en contra de la ley de Dios, Jess de
Nazaret fue un reaccionario ejemplar, el evangelio es un cdigo perenne de revolucin.
Mas si la revolucin es violencia, es terror, es sangre, es
muerte, es simplemente cambio de unos seores injustos por
otros tanto o ms injustos que ellos; si la revolucin sola y nicamente se propone como meta la consecucin del bien material con exclusin de los bienes del espritu, Jess y su buena
nueva estn en sus antpodas.
En el partido se anula al individuo. Sus derechos ms ntimos quedan a disposicin de sus intereses. El partido es infalible y sus rdenes, por tanto, son sagradas. El hombre se convierte en masa. Sus instrucciones, dogmas, y... ay de quien de
ellas se aparte!
Garaudy es un marxista indisciplinado, mas no por eso desconocedor de sus dogmas; por eso piensa que todo lo que ha
130

podido crear mediante su trabajo, queda escrto en la creacin


continuada del hombre por el hombre.
Acepta a los hombres en su concepcin marxista, pero en
cuanto stos se dividen: a) en los que mueren sin haber vivido,
porque se han desgastado antes de tiempo, debido a las condiciones de vida inhumana soportada a lo largo de la existencia,
y b) en los que dando la vida por los otros, mueren despus de
haber vivido. Est visto que Garaudy no se resigna a ser masa,
a ese aniquilamiento del yo en y por el partido. Por eso empieza su reflexin de la muerte con aquellas ya consagradas palabras: No puede sucedemos nada ms bello que la muerte.
Sacrificarse, morir por los hombres es un gesto magnnimo,
es un gesto bello porque, no hay cosa ms grande que dar la
vida por los amigos, dice Jess. Nuestro amor como nuestra
vida, no alcanzan su dimensin de eternidad ms que por medio de ese sobrepasarse uno, entregndose al otro, y ese sobrepasarse del otro en el todo, de lo que no somos ms que momentos, afirma Garaudy.

El autor de Palabra de hombre se aparta de la concepcin


materialista que el marxismo tiene del hombre y llega hasta el
umbral del evangelio, sin entrar todava en l. Decir que la
historia de los hombres y la vida de uno perdera sentido si no
pudiese prolongarse indefinidamente en el futuro abstracto de
los fsicos, es tan absurdo como decir que ahora ella no tiene
sentido, porque no existe siempre ... El sentido no se puede
dar desde fuera. Yo no me defino como hombre sino en relacin con otro hombre, con todos los hombres, en la totalidad
de su historia y de su cultura.
Para Garaudy cuenta la persona, el individuo importa poco;
porque todo lo que es ser destruido por la muerte. El individuo biolgico, el personaje social no sobrevivir al naufragio.
Llega hasta el umbral del evangelio tan slo, porque desconoce las motivaciones superiores que pueden mover al que por
los dems se sacrifica, y, adems, porque en esa concepcin
del hombre, expuesta por l, quedan muchas preguntas sin res! puesta.
.
Es bella su exposicin, contagia su entusiasmo. No obstante, qu queda para aquellos que por su incapacidad fsica o
su disminucin mental nada pudieron hacer en favor de la humanidad? Qu de aquellos que no conocieron la revolucin
socialista?
131

Aqu es donde se deja ver tocado del ala, aqu es donde


pienso s aparece iluminado por luz que le rebasa. No pretendo --dice "sabiendo que no sabe"-, proporcionar una respuesta exhaustiva al tremendo interrogante que es la muerte.
El reconocimiento de sus limitaciones le da credibilidad, aunque su enfoque no encaje plenamente con el del creyente.
Por eso el testimonio del autor de Palabra de hombre es
una llamada muy necesaria en este mundo, en el que los hombres se creen autosuficientes, capaces de resolverlo todo, y que
aquello que por ellos no puede ser resuelto, no tiene solucin.
Viene muy a punto su llamada; porque si bien parece contentarse con que su vocacin humana sea simplemente terrena, el
amor y la esperanza que pone en los hombres no son ajenos a
la respuesta que el Maestro divino dio al escriba que le pregunt: Cul es el primer mandamiento de la ley?. Para llegar al amor de Dios, hay que pasar por el amor a los hombres.
Porque el segundo es semejante al primero, es su consecuencia: Amars a tu prjimo como a ti mismo. El que no ama
a sus hermanos miente si dice que ama a Dios.
Este amor, si ha de ser consistente -porque son muchos
los motivos que nos alejan a los unos de los otros-, necesita
motivaciones superiores: Amaos los unos a los otros as como
Yo os he amado. Y Jess de Nazaret am a los hombres
hasta entregarse por ellos a la muerte, cumpliendo, a su vez, la
voluntad de su Padre. El nunca hizo su voluntad en contra de
la de Dios, sino la de Aquel que le envi. Estoy seguro de
que este mandato divino toca diana en el corazn de Roger
Garaudy, aunque l de momento no lo advierta.

2.

Observaciones

Est visto, pues, que a los hombres les preocupa el problema de la muerte. No en vano es el enigma de su condicin. Hablan de ella y se esfuerzan por explicar sus profundas
races. Sus respuestas no son uniformes, no coinciden. Unas
son pesimistas y tremebundas, otras desgarradas y desconcertantes, aqullas altruistas, pero recortadas.
No existir ninguna ms completa? No habr alguna que
llene el corazn, sin oponerse a la razn? S, existe una. El
132

creyente sabe cul y sabe tambin qUIen la ha dado. Estn


todos convencidos de su eficacia? De su eficacia, no slo a nivel especulativo, sino de hecho, en su vida concreta y personal...

2.1.

Ambiente

Parece ser que, a pesar de los veinte siglos de cristianismo,


los hombres no se enteran de que, teniendo que morir, con la
muerte no acaba todo para ellos.
La actitud serena del joven padre que muere en el hospital
no es la que predomina. De serlo, las enfermeras no hubiesen
quedado paralizadas en aquel silencio. Ellas, por su profesin, ven morir por docenas, porque hospitales y sanatorios
son lugares preferentes en la actualidad para las ltimas despedidas.
Los enfermos no suelen estar psicollJicamente preparados
y los momentos ltimos no dan para mucho. Ni de ordinario
hay tiempo y, sobre todo, no favorece el clima. El enmarque
de lo inmediato es con lo que se mide la muerte.

2.2.

Lugar

La situacin no es halagea. Es grave, tanto, que urge un


replanteamiento de la pastoral de la muerte. Esto es, de asistir
a bien morir, a morir cristianamente.
Morir por los hombres, agotarse por aliviar sus penas, sus
sufrimientos es hermoso, porque es heroico. Las motivaciones
crean y perfeccionan la tica. Pero siempre en ltima instancia,
mucho ms la tica que la esttica.
La abnegacin del personal sanitario es algo que merece
enorme gratitud. Pero si ese sacrificio, esa abnegacin no se
despliega en una liberacin total del enfermo, como creyentes
estamos a menos de medio camino.
Ni de los mdicos, ni de los enfermeros es cometido especfico preparar a sus pacientes para ese ltimo viaje. Sin embargo, su colaboracin es decisiva. La pastoral urge directa e
indirectamente a los sacerdotes. A ellos y para ellos es la llamada. Si empec por los hospitales es porque all es donde
133

est el centro de gravedad del problema; por cuanto, sobre


todo en las ciudades, es donde se dan cita los desahuciados.
Antes era el hogar, la casa, como tambin era el lugar del nacimiento.
Que los enfermos no suelen estar preparados psicolgicamente, para el muy probable desenlace final, no ser preciso
orlo en un curso acelerado de pastoral pro infirmis.
Un ao estuve hospitalizado. Era un enfermo ms y los
compaeros de dolencia, roto el hielo, tenan confianza en m.
Me hablaban de su enfermedad, de su situacin econmica, de
su situacin familiar. .. Moran a pares, sobre todo al caer de la
hoja en otoo y al renacer la vida en primavera. Sin embargo,
ninguno abordaba el grave y serio, el tremendo interrogante de
la muerte. Charlbamos hoy, y maana los despeda a la
puerta, camino del cementerio.
El problema es grave, porque si la vida biolgica es un don
muy estimable, la vida personal, la vida ntima, la vida que no
acaba, lo es mucho ms. Los especialistas en pastoral tienen la
palabra, para ingeniar planes, dar orientaciones, motivar a los
creyentes y comprometer a posibles y eficaces colaboradores.

134

6.

Sentido cristiano de la muerte

La eternidad da sentido a nuestra existencia y explica la


misin de la Iglesia, ha dicho Juan Pablo 11. En efecto, sera
un triste consuelo contar slo con el tiempo, aunque se nos dijese que seguir el mundo y vivirn nuestros hijos y nuestras
obras, muertos nosotros. Triste consuelo, si al morir morimos
nosotros del todo, volviendo a la nada. No sera consuelo, sino
desconsuelo y desesperacin. En cambio, liermosa idea si esperamos otra vida. Estas palabras de Miguel de Unamuno, dichas con la hondura con que l las escribe, encuadran perfectamente la frase del Papa.
La encuadran para los creyentes; pero la muerte visita
tanto a los que creen como a los incrdulos. A stos no les
dice nada la autoridad del vicario de Cristo, pero al menos tendrn que reconocer que la cuestin de la vida eterna contina
siendo una cuestin abierta.
La cuestin de una posible vida despus de la muerte es
de enorme importancia para la vida antes de la muerte. Reclama una respuesta, que, si la medicina no es capaz de dar,
deber buscarse en otra parte l.
Los creyentes la buscamos en la palabra de Dios, persuadidos de que hay buenas razones para ello, una vez que todas
las experiencias llevadas a cabo por la ciencia no son capaces
de probar su existencia. Su fuerza probatoria no es definitiva,
ni siquiera el psiquiatra que ms trabaj en este campo, Raymond A. Moody, la presume: Quisiera desde un principio resaltar que, por razones que luego explicar, no pretendo dar
pruebas de que existe una vida despus de la muerte. NecesaI

H.

KNG,

Vida Eterna?, Cristiandad, Madrid 1983, 47.

135

ria aclaracin, desde el momento en que titula en libro Lije aJter lije.
Esas experiencias que de antemano no se pueden negar,
fundamentan la fe del creyente? La vida eterna que Jess
promete a sus discpulos no es verificable por la ciencia. Por
eso, en un libro que pretende ser de divulgacin teolgica, no
se puede uno dejar llevar del deseo y capitalizar los resultados mdicos para fines teolgicos.
Si la eternidad da sentido a la vida del hombre, ste debe
adentrarse con la reflexin en sus dominios, sin menospreciar
la ayuda de los resultados cientficos, pero consciente de que
no basta la razn, la ciencia ni la buena voluntad para conseguir algo definitivo; sino que necesita de la Revelacin que es
la que habla del ms all, que es la que habla de la vida
eterna. La parapsicologa, en especial la telepata y la clarividencia, apuntan hacia esa vida despus de la muerte. No deben ser calificadas de sueos ilusorios; pero tampoco se les
debe hacer decir ms de lo que pueden decir.
Si no existiese la vida eterna, la muerte no sera tan obsesionante. Se aliviara su carga, porque podramos experimentarla. Las experiencias iterativamente repetidas, se hacen familiares y las cosas familiares no infunden terror. Tenemos la
experiencia de la muerte si es que no hay otra vida, y esta experiencia es el suelo profundo. Morir sera entonces dormirse
para siempre 2.
Empero, sera esto solucin a la angustia que causa la idea
de un definitivo aniquilamiento, o de una frustracin definitiva? Intenta una noche imaginarte lo ms fuertemente posible que no vas a despertar ya, y vers lo que se hace de tu
sueo y lo que es el horror a poca imaginacin que tengas.
La angustia que causa la muerte es una angustia vital, por
mucho que se la quiera arropar con el fro manto del raciocinio
o la glida capa de la indiferencia; por muchos que sean los
descubrimientos de la ciencia y se constaten testimonios de
reanimados .
Por eso, reflexionar sobre ella desde la ptica cristiana es
un deber para el creyente y una esperanza para los desesperanzados. Es un deber, porque la congoja y la angustia se oponen
a la alegra, y los cristianos, siendo hombres de esperanza, for2

136

M.

DE UNAMUNO,

Diario ntimo, Alianza Editorial, Madrid 1972, 151.

man, por lo mismo, un pueblo alegre. Al menos debieran


formarlo, porque cuentan con todos los elementos para serlo.

1.

Qu dice y qu piensa
Jess de Nazaret de la muerte

Por de pronto, el temor a la muerte, como se vena explotando hasta ahora, nadie podr decir que Jess se lo haya enseado a los suyos. El infierno existe, pero, tal como se expona, no tiene nada que ver o muy poco con Aquel en nombre
del cual se escenific: con Jess de Nazaret. Y, por consiguiente, la muerte biolgica no debe presentarse en funcin de
un fin catastrfico y tremebundo. La vida que Dios nos ha
dado no tiene esa finalidad. Es posible que el hombre acabe
as, si sus opciones parciales, en virtud de su libertad, son tan
contumaces y rebeldes que irreversiblemepte quiere que cristalicen en la opcin definitiva. Pero Dios no le impone ese fin.
La vida humana no tiene como finalidad la frustracin, sino la
realizacin en plenitud.
Estudiar nuestro origen, esencia, fin y destino como una
curiosidad, para satisfacer la mente, no hay cosa ms horrible, deca Unamuno. Sin embargo, vivir con la fe que brota
del conocer y que avala la revelacin, con la esperanza que
brota del sentir y con la caridad que brota del querer, ennoblece ese estudio, da sentido a la existencia. Viviendo para la
eternidad, la vida resulta bella, a pesar de todos los sinsabores
que sta de ordinario depara.
El sentido de eternidad es el que Jess le imprimi sin recortes ni reservas. De ah que l apenas hable de la muerte.
No deja de ser curioso, una vez que la muerte polariza toda la
existencia humana y de la muerte depende la suerte en la eternidad.
Mientras los hombres, como hemos visto, se afanan por desentraar su misterio, Jess hace a ella muy pocas referencias.
Dirase que para l no tiene importancia.
En efecto, no la tiene. Jess, en una de sus parbolas,
cuenta que un rico viva esplndidamente, mientras un pobre,
llamado Lzaro, pereca de indigencia y necesidad a su puerta,
sin que nadie se compadeciese de l. Slo los perros laman
137

sus llagas. Result que muri el mendigo y fue por los ngeles llevado al seno de Abrahn. Muri tambin el rico, y lo
enterrarOfi) (Le 16,19-31).
La vida es la que cuenta. Como el rico se la pas mirando
slo a lo presente, preocupado por su bienestar y solaz, olvidado en absoluto del principio de solidaridad, muere y, sencillamente, lo enterraron. El pobre que nada tena en este
mundo sino su pobreza, es llevado por los ngeles al seno de
Abrahn. Del rico ni siquiera sabemos el nombre. El mendigo se llamaba Lzaro.
A la sensibilidad cristiana no le pueden pasar inadvertidos
estos matices. Tanto ms cuanto que ambos son hombres.
Siendo hombres, un elemento de su existencia forma parte de
este mismo mundo material. De tal manera que hasta en las
ltimas fibras de su ser, sin la materia de este mundo, los procesos de sus clulas cerebrales no podran tener un pensamiento o tomar una decisin 3.
El rico viva. El pobre exista. Pero si bien es cierto que
ambos pensaban y actuaban a su aire en este mundo, porque
eran parte de l, como lo somos todos, tambin es verdad que
a la existencia del pobre le dio sentido la eternidad, mientras
que la vida del rico qued vaca de contenido. No es importante la muerte. Lo que importa es la vida, porque sicut vita,
finis ita.
En un segundo pasaje aparece un aspirante a discpulo de
Jess, pero antes de seguirlo quiere cumplir con un deber familiar: quiere enterrar a sus padres. Vente conmigo. Pero l
le dijo: Permteme primero ir a enterrar a mi padre. La peticin no puede ser ms legtima, incluso obligada. No obstante:
Deja a los muertos enterrar a sus muertos; t, en cambio, ve
a anunciar el reino de Dios (Lc 9,59-61).
No puede menos de impresionar, envueltos como estamos
en nuestros criterios humanos, la respuesta de Jess. E impresiona tanto ms cuanto que sabemos cmo recriminaba a fariseos y escribas por la adulteracin que de la ley hacan. El respeto, el amor y la obediencia a los padres es un imperativo divino, como nos lo dice el Exodo. El amor a los padres no lo
recriminaba Jess. Recriminaba las ofrendas que se hacan en
el templo, porque eran una hipocresa y una desobediencia a
3

138

Catecismo holands, Herder, Barcelona 1%9, 6.

Dios, dado que estas observancias conducan a anteponer la


tradicin humana al mandamiento y a la voluntad de Dios, llegando, incluso, a invalidar lo que Dios mandaba 4.
,
No hay contradiccin en el comportamiento del maestro. El
radicalismo evanglico est presente en el texto comentado. La
jerarqua de valores no se altera nunca en el evangelio, mientras que la reaccin de Jess frente a los fariseos se comprende
fcilmente, a la luz de este mismo radicalismo y por las mani, pulaciones que de la ley hacan los escribas. Segn stos, un
hijo poda desamparar a sus padres en el caso de que ofreciera
sus bienes como donativo al templo.
Es claro que la interpretacin rabnica obedeca a un srdido egosmo. Era un sucio negocio en el que complicaban al
templo para aprovecharse del pueblo sencillo. No era la gloria
de Dios lo que buscaban. Eran los propios intereses los que
defendan. A Jess de Nazaret jams se le vieron atisbos de inters personal. Lo nico que para l contaba era la gloria del

Padre.
A estas referencias abstractas se unen los tres milagros en y
por los que resucita a tres muertos. Devuelve la vida al hijo de
la viuda de Nan, a la hija de Jairo y a su amigo Lzaro. Estaban dormidos y Jess los despert de un sueo.
Deba estar por el Tbgha, porque san Lucas (7,1-17) dice
que, una vez terminados estos razonamientos dirigidos al
auditorio pblico, entr en Cafaman, donde tuvo lugar la curacin del criado del centurin. La fe de ste mereci el elogio
de Jess: Os lo aseguro: ni en Israel he encontrado fe semejante.
Poco despus fue a una poblacin llamada Nan ... Cuando
estaba cerca de la poblacin, se encontr con que llevaban a
enterrar a un muerto, hijo nico de su madre, que estaba
adems viuda. Senta los sentimientos humanos: un joven que
muere, una madre que quedaba sola y desamparada. Todo ello
conmueve su corazn. Y sin que nadie se lo pida: "Mozo,
para ti hablo, levntate". El muerto se incorpor y empez a
hablar, y se lo restituy a su madre. Dios ha visitado a su
pueblo, porque, sobrecogidos por un gran pavor, todos glorificaban a Dios. La gloria de Dios y el bien de los hombres
eran los mviles de su actuacin. Sus oyentes deban orientar
4

J. M.

DEL CASTILLO,

Smbolos de libertad, Sgueme, Salamanca 1981, 6.

139

sus vidas hacia la eternidad. El les daba los medios y pona a


su alcance motivos suficientes.
Su campo de misin era Galilea, porque Gerghesa queda
en la playa oriental del mar de Tiberades y all vino a su encuentro un hombre de la ciudad que estaba endemoniado, y
por largo tiempo no haba vestido una prenda, ni se alojaba en
una casa, sino en las tumbas (Lc 8,27). La curacin fue espectacular; por eso, al llegar de vuelta, seguramente a su ciudad, Cafarnan, la gente le hizo un recibimiento, pues estaban esperndolo todos.
En esto lleg un hombre que se llamaba Jairo, y que era
jefe de la sinagoga; y postrndose a sus pies, le rogaba que
fuese a su casa, porque tena una sola hija de unos doce aos,
y sta estaba murindose (Lc 8,40-55).
En el intervalo, una mujer que sufra una hemorragia desde
haca doce aos, con una confianza plena en el poder y en la
bondad de Jess, acercndose por detrs, le toc la orla del
manto, y al instante se par la hemorragia. Cuando todava estaba hablando, vino uno de la casa del jefe de la sinagoga diciendo: "Ha muerto tu hija; no molestes ms al maestro".
A pesar de todo aquel movimiento, a pesar de la carga
emocional que pesaba en aquella gente, sobre todo por la afortunada mujer que acababa de ser curada, Jess oy la noticia,
y sintiendo como suyo el dolor de aquel padre le dijo: No
tengas miedo, ten fe nicamente, que sanar. Fue a su casa,
como Jairo le haba pedido, y sin atender al llanto de las plaideras, dijo en alta voz: No lloris, porque no ha muerto, sino
que est dormida. La reaccin de aquella gente no se hizo esperar, tal vez por el mismo nerviosismo que les embargaba:
Se rean de l, sabiendo que haba muerto. No importa,
Jess no lo tuvo en cuenta, sino que atendiendo al dolor, al
sentimiento y a la fe de aquel hombre atribulado, tom la
mano de la nia y dio una voz diciendo: "Muchacha, levntate". Y volvile el espritu y se levant al instante. Y orden
que le diesen de comen>.
Este ltimo detalle puede ser altamente significativo. En
realidad ni el hijo de la viuda de Nan ni la hija de Jairo han
resucitado, sino que Jess les ha devuelto la vida biolgica que
haban perdido. Por eso volvan a tener las mismas exigencias:
140

para vivir biolgicamente es necesario alimentarse, es preciso


comer.
Por lo dems, Jess de Nazaret no define la muerte, no
dice qu es; slo la compara con el sueo. Y para despertar de
este sueo, exige fe, confianza en l. No hace milagros por exhibicin, sino para que la gente que le rodea se convenza de
que el Padre lo ha enviado.
Las burlas crueles de los fariseos en el Calvario reflejan, incluso, la persuasin teolgica de los evangelistas: que con la
muerte de Jess moran todas sus esperanzas, mora su fe.
Que baje de la cruz y creeremos en l. No obstante,
Jess no baja, muere entregando su alma en las manos de su
Padre. Los milagros no producen la fe. Son motivos de credibilidad, de tal suerte que aquel que no est dispuesto a creer, no
creer, aunque un muerto resucite.
Jess no filosofa sobre la muerte, no se pierde en discursos
sobre ella. Habla sobre la vida con ocasin de la muerte, porque para l la muerte biolgica est en la misma lnea de la
vida.

Es san Juan (11,11-45), el evangelista que nos cuenta el


dilogo, iluminador en esta lnea, que Jess tuvo con las hermanas de Lzaro. De todos es conocida la amistad que una a
Jess con Lzaro y sus hermanas. Repetidas veces el evangelio
hace referencia a ella.
Pues bien, Lzaro cae enfermo y sus hermanas mandan a
decir a Jess: Sepas que el amigo tuyo est enfermo. Esta
enfermedad no es de muerte ---comenta con sus discpulos-,
sino para gloria de Dios: para que a motivo de ella sea enaltecido el hijo de Dios, y se qued un par de das donde estaba.
Pasados estos das, decide ir a Judea. Los apstoles le recuerdan que haca muy poco que los judos queran apedrearlo. Como buenos marineros, no quieren meterse en el
mar cuando el mar est embravecido. Jess les alecciona pacientemente, porque sabe soportar su lentitud mental. Y a continuacin les dice: Mi amigo Lzaro se ha dormido, pero voy
a despertarlo. Betania, donde vivan los amigos de Jess,
dista de Jerusaln unos cinco kilmetros.
A esta propuesta del maestro, los discpulos no oponen objeciones. Saban que Jess tena afecto a Marta y a su hermana, como tambin a Lzaro. Slo comentan, y a buen seguro con doble satisfaccin: si est dormido, es que Lzaro
141

est mejor de su dolencia, y Jess no se expone al peligro de


los judos. Si se ha dormido -le dicen-, va a sanar.
El maestro, que no se refera al sueo, sino a la muerte, les
dice claramente: Lzaro ha muerto, y por vosotros me alegro
de que yo no estuviera all, para que afiancis vuestra fe.
Vamos donde l.
La satisfaccin, pues, les dur poco, porque la decisin de
Jess era irrevocable. Sin embargo, su fidelidad era grande,
tanto que se sobrepuso al miedo. De ah que dijese Toms, el
llamado Gemelo: Vayamos tambin nosotros a morir con
l!.
Cuando Marta se enter de que llegaba Jess, le sali al
camino ... "Si hubieras estado aqu, Seor, no hubiera muerto
mi hermano, y an ahora estoy segura de que cuanto pidieres
a Dios, Dios te lo conceder".
Todos los requisitos se cumplen. Dios es el seor de la vida
y de la muerte. Jess no va a hacer una disertacin sobre lo
que es la muerte. No va a decir que Lzaro tena edad suficiente para morir, porque tan pronto como un hombre entra
en la vida, ya es bastante viejo para morir. No va a decir que
la muerte es la suprema posibilidad del hombre, porque es la
posibilidad de la imposibilidad, sin medida de la existencia. Y
mucho menos dir a Marta que no llore, porque la muerte no
tiene remedio, porque es la nihilacin siempre fuera de las
posibilidades del hombre, que est fuera de sus posibilidades.
No dir que la muerte es advenediza, mera contingencia, pura
arbitrariedad, azar, nada ms que azar. Nada de esto le dir
Jess a Marta; porque no filosofa sobre la muerte, sino que la
acepta como un hecho, como un corte, que Dios puede evitar
pero que en sus divinos planes no debe prorrogarse ilimitadamente, sino que es necesario que ocurra para que se verifique
la transformacin debida.
Sin embargo, Lzaro volver a la vida, resucitar, para que
los que le rodean se convenzan de que el Padre lo ha enviado.
As se lo dice a aquella mujer atribulada, a quien l tena verdadero afecto: Tu hermano resucitar. Y resucitar porque
la resurreccin y la vida soy yo. Todo el que cree en m, vivir aunque haya muerto. Tu hermano volver a la vida, porque stos que aqu estn deben convencerse de que yo soy el
enviado del Padre. Adems, porque el que cree y me ama
jams morir.

142

Crees esto?, le pregunta a Marta: S, Seor: yo estoy


convencida de que t eres el mesas, el hijo de Dios que deba
venir al mundo. Aquella mujer anonadada por el dolor haca
un momento, ante la presencia de Jess y al escuchar sus palabras, recupera la calma y va a llamar a su hermana, dicindole
disimuladamente: El maestro est ah y te llama.
La queja afectuosa se repite cuando llega Mara y Jess,
que siente en su corazn los sufrimientos, el dolor de sus
amigos, pregunta: Dnde lo habis puesto?. y se le soltaron las lgrimas. El se mueve en un clima interior muy distinto de aquel en que se mueven los que estn con l; pero su
comportamiento externo no se distingue del de un hombre de
corazn con grandes y profundos afectos. Por eso, al verlo llorar, exclaman: Mirad cmo le quera!.
Va a realizar el milagro de devolver la vida al amigo, pero
quiere dejar constancia de que el prodigio a l no le importa
mayormente: lo que s quiere y le preocupa es que aquellos
que lo van a presenciar crean en l, porque, creyendo en l,
aquella muerte que ha sufrido su amigo' no les afectar, sino
que vivirn para siempre. Le devuelve la vida y, al mismo
tiempo, quiere garantizar a todos que esa vida, no acabada
sino transformada, ser su regalo si creen en l.
El afecto que Jess senta por Lzaro y sus hermanas lo
confirma el evangelio. Pero sin duda que sus lgrimas no eran
slo efecto de su sentimiento, sino que se deban a la incredulidad de algunos que por all andaban, por amistad con la familia o, tal vez, por curiosidad. De estar todos por amistad, aunque slo fuese por respeto al dolor y a la comn amistad de
sus amigos, no diran: Este que abri los ojos del ciego, no
poda hacer que ste no muriese?.
Jess era verdaderamente hombre y saba dominar sus sentimientos. As que, conteniendo los sollozos, una vez que
llega al sepulcro, ordena que quiten la losa. Las tumbas judas consisten en una cavidad labrada en la piedra y una gran
losa que cubre la entrada de la cavidad, en cuyo interior se coloca fajado el cadver. En Betfag, donde tuve la suerte de vivir durante cinco inolvidables meses, pude ver varias de estas
tumbas con su piedra en la entrada.
Ante la orden de quitar la losa, Marta interviene de nuevo:
Ya tiene que heder, Seor, que lleva cuatro das!. La inconsistencia humana es el salario que todos pagamos a nuestra li143

mitacin. Aquella mujer, que sin duda era sincera cuando deca que estaba convencida de que Jess era el mesas, el hijo
de Dios}}, ante la idea de un cadver en putrefaccin, no
puede disimular su inconsistencia, su falta de firmeza.
Jess, empero, no se impacienta. Sabe mucho de la fragilidad de sus seguidores. Sabe que ensea con autoridad; pero
sabe tambin que sus enseanzas son difciles de asimilar para
aquellas mentalidades. Y l los comprende. No te he dicho
que si crees vas a ver el esplendor de Dios?.
Su corazn y sus labios musitan la oracin de agradecimiento al Padre, y con voz potente exclam: "Lzaro, sal
fuera". El difunto sali liado pies y manos en vendajes y su
semblante envuelto en una sabanilla.
El texto es impresionante, porque esta voz potente, que
con su fuerza demuestra el poder que Jess tiene sobre la
muerte, es la misma que exclama con voz potente tambin:
Padre, en tus manos confo mi espritu}} (Le 23,46). No es la
voz del vencido, sino la del vencedor. Jess venci la muerte,
porque venci el pecado. Esta misma victoria espera a los que
creen en l.
.
El proceso de Jess, que le llev a la muerte, zanj para
siempre todas las ambigedades con las que en torno a su misin y a su persona se haba especulado. La vida, la salvacin
que l vino a traer no puede confundirse con la instauracin
de ninguna maravillosa lucidez de la ley, ni se centra en el
ejercicio del poder, ni se reduce a la inspiracin de paciencia y
buenos sentimientos. Las mltiples interpretaciones que haba
suscitado antes de la pascua tienen as su trmino. Jess no
pone fin a la edad antigua del poder del mal, sino que crea
una comunidad de conversin y de fe, donde l est por el Espritu y por la fuerza de su resurreccin>}.

2.

Qu es la muerte

Entonces, qu es la muerte? Ms que definirla, habra que


describirla si contsemos con todos los datos. Y, an ms que
describirla, debemos meditar sobre ella en profundidad, en
cuanto corte y trnsito. Pero no como finalidad de algo tan entraablemente estimado y querido como la vida. Se la debe conside144

rar como fin de esta vida nuestra temporal y, por naturaleza, caduca, porque el mundo no puede producir nada que sea eterno.
En el tiempo y en el espacio vivimos la vida biolgica, no
con sentido de que acabe todo con ella, sino con sentido de
que ser transformada en vida ntima, personal, si bien espiritualizada; pero para siempre y por siempre humana. Dado que
el hombre es el nico que no acaba.
Cuando Miguel de Unamuno dice que para cada uno de
nosotros la muerte es el fin del mundo, afirma una verdad
teolgica, porque al entrar en la eternidad las categoras de
tiempo y de espacio desaparecen, para dar paso a la verdad, a
la bondad, a la usticia, a la belleza, a los valores absolutos. Es
decir, para dar paso al reino de Dios en toda su plenitud.
Este paso lo da el hombre a travs de la muerte. Sobre la
muerte los mdicos tienen mucho que decirnos, pero no podrn decirnos todo.
Al doctor Raymond A. Moody, de un modo especial, tenemos mucho que agradecerle. El habla de oeadas al otro
lado que echaron sus pacientes, y ello supone experiencias valiossimas para conocer el hecho de la muerte, aunque no pretende preuzgar el problema de la vida eterna que a nosotros
como creyentes nos importa.
Se habla de la muerte clnica, de la muerte biolgica, de la
muerte real, de la muerte aparente; pero sobre cmo y cundo
se determinan la real y biolgica, todava no se ha dicho la ltima palabra.
Un hombre que se dice clnicamente muerto, de hecho
puede continuar viviendo. Si contina viviendo, es que la
muerte total no llega de golpe, sino que sigue un proceso durante el cual las funciones vitales de los distintos rganos y teidos se van extinguiendo en tiempos distintos. Cuando todos los
rganos pierden irreversiblemente su respectiva funcin, sobreviene la muerte biolgica.
Pero cundo sobreviene sta? Hasta no hace mucho se deca que en el momento que cesaban los signos vitales, sobre
todo el latido del corazn y la actividad respiratoria. Ultimamente esta situacin resulta demasiado imprecisa. A pesar de
que la ciencia mdica progresa y mira hacia mtodos ms
exactos, no ha progresado tanto que haya dicho algo definitivo. Se afirma que cuando la grfica del cerebro es completamente plana, porque el encefalgrafo se uzg mucho ms pre145

ciso que el diagnstico de paro cardaco, pero resulta que ni


esto. La infrarrefrigeracin, o sobredosis de medicamentos sedantes, demostr que personas declaradas muertas por el encefalgrafo volvieron a vivir.
Por consiguiente, aunque la muerte se defina como la prdida irreversible de las funciones vitales, no se puede afirmar
el hic et nunc de esa prdida. Es Moody quien dice: Se
comprende que, despus de esta definicin, ni uno solo de mis
casos entra en cuestin, pues en todos ellos ha tenido lugar la
reanimacin. Por eso, las experiencias de una inminencia de
la muerte, sern, acaso, experiencias del morir, pero no son
experiencias de la muerte.
Tampoco se dice gran cosa definindola como separacin
del alma y el cuerpo. El hombre, muriendo, se constituye definitivamente en persona libre, porque a partir de ese instante
nada le distrae de la realizacin del proyecto de amor que es.
Pero en el tiempo y en la eternidad ser siempre persona humana. Cmo podr ser persona humana un alma sin cuerpo o
un cuerpo sin alma? El espritu est siempre encarnado; el
cuerpo est siempre espiritualizado 5. Por lo mismo dice muy
poco quien afirma que es la separacin del alma y el cuerpo.
Ello restringe al hombre a una dimensin biolgica, siendo as
que este hecho le afecta en su totalidad. es que el hombre
no es ms que biologa?
Queda patente, por consiguiente, una deficiencia antropolgica muy grande, porque la muerte afecta a todo el hombre,
dir L. Boff.
Cuerpo y alma pueden y deben distinguirse; con todo, no
son susceptibles de separacin. Cuando llega el momento de la
muerte, muere todo el hombre aunque, como se ha dicho, no
acaba todo para l sino que todo se transforma. De ah que la
muerte sea el corte entre el modo de ser temporal y el modo
de ser eterno en el que el hombre penetra.
No existen almas desencarnadas ni tampoco cuerpos desespiritualizados. Al morir el hombre, la corporeidad limitada del
alma restringida al cuerpo adquiere otro tipo de corporeidad
ilimitado, pudiendo por ello relacionarse con la totalidad del
cosmos, de los espacios y de los tiempos.
Como en distintos lugares de este libro se habla del con5

146

L. BOFF, Hablemos de la otra vida, Sal Terrae, Santander 1980,41.

cepto del hombre familiar a la Biblia, as como del cuerpo, no


sera aconsejable repetir aqu lo que en otros sitios se dice.
Nos hemos acostumbrado en exceso a hablar y a reflexionar
sobre los novsimos en categoras de tiempo y de espacio y este
hbito dificulta ver la justeza y exactitud del nuevo lenguaje.
La resurreccin universal de la carne es una verdad de nuestro
credo. Pero la fidelidad a este dogma no impide afirmar que
para cada uno se verifica en el instante de la muerte individual.

2.1.

Qu es el hombre

Ello, empero, no es obstculo para que aqu se reflexione,


por exigencias del tema, aunque sea repitindome, en torno al
concepto de hombre. La filosofa de Aristteles, cristianizada
por los escolsticos, presenta al hombre como un compuesto
de alma y cuerpo.
Sin embargo, la Biblia entiende al h'Ombre como una unidad integral, en la que el cuerpo es todo el hombre, en cuanto
es limitado por las estrecheces de su situacin terrena.
El alma, a su vez, es tambin el hombre todo, en la medida
en que posee una dimensin que se proyecta hacia lo infinito,
que tiene una capacidad de amar y de esperar ilimitada. Es,
por consiguiente, una unidad difcil y tensa de estas dos polaridades .
Cuerpo es todo el hombre. Pero el hombre es ms que
cuerpo, porque puede relacionarse ms all de ste. Y puede
relacionarse ms all de su cuerpo precisamente por su principio informador, que es el alma. Cuerpo vivo es un momento
de su esencia y tambin de su existencia. Momento que pasa.
Lo que no pasa es ni su esencia ni su existencia, sino que se
transforma, aunque sin dejar de ser esencia y existencia humanas. Dios lo ha creado as y quiere que le sirva de este
modo en el tiempo y en la eternidad.
Es esencial al hombre relacionarse con el mundo, darse de
alguna manera a los que le rodean. Esta horizontalidad la conservar, no slo en el tiempo, sino tambin en el ms all. Ah
est el dogma de la comunin de los santos, que viene a ser
6

L. BOFF, O.c., 39.

147

como el principio de solidaridad elevado al orden sobrenatural.


El cuerpo-hombre pide y el alma-hombre intercede.
Esta tendencia a darse, aqu abajo tropieza con las dificultades del egosmo. Es que en el hombre terreno, al altruismo,
a la benevolencia le juegan la partida el amor propio, el individualismo, que, desgraciadamente, ganan muchas veces.
Con todo, a pesar de este condicionamiento que le impone
el plomo que lleva debajo del ala, el hombre contina siendo
la floracin del mundo. Nunca podr negar sus races terrenas.
Al hombre se debe que el mundo llegue a su meta.
Por lo tanto, al hombre-espritu le pertenece esencialmente
la vinculacin con el mundo. Aunque el da de su muerte
tenga que abandonar este trozo de mundo que es su cuerpo, ni
aun as se desarraiga de la madre tierra. Recordemos por lo
dems, que la verdad de la resurreccin universal no es ajena a
esta vinculacin, puesto que con el hombre ser transformado
el universo-mundo. As es como la reflexin y el sentimiento le
llevan, de la mano de la revelacin, al amplio y soleado mundo
de la esperanza teologal.

2.2.

La muerte de Jess

Todo hombre que viene a este mundo tiene que morir, porque est establecido que todos mueran una vez. La muerte
humana tiene un paradigma: la muerte de Jess de Nazaret.
El enfoque cristiano de la muerte da sentido a la vida. Lo
que quiere decir que es vlido. Tanto el mundo judo como
muchos conscientes pensadores paganos esperaban cierta clase
de salvacin. El mundo estaba desencajado, las cosas no marchaban bien, los hombres eran manipulados por el hombre, el
inocente sufra, el impo prosperaba. El judo con la reflexin
y la revelacin, y el pagano con el raciocinio natural, vean la
necesidad de un ajuste de cuentas, esperaban una solucin salvadora.
En este clima de expectacin se proclam una palabra: Israelitas, escuchad: Jess de Nazaret fue un hombre acreditado
por Dios ante vosotros con prodigios, portentos y milagros ...
A ste vosotros lo entregasteis, y a manos de unos sin ley, lo
matasteis, crucificndolo. Pues bien, a este Jess, a quien
vosotros habis crucificado, por un plan y previo conocimiento
148

de Dios bien definidos, Dios lo resucit, soltando las ataduras


de la muerte, como que no era posible que l fuera detenido
por ella (He 2,22-24).
Muchos judos, en efecto, y con ellos algunos gentiles, haban depositado en aquel joven profeta una serie de esperanzas, que iban desde los que vean en l a un seductor hasta
los que le consideraban respaldado por el poder de Dios.
La exgesis ms reciente y exigente no deja lugar a dudas
de que la crisis que condujo a la prisin y a la ejecucin de
Jess pona en duda, objetiva y realmente, toda su actuacin.
Todas esas esperanzas, cualquiera que sea su matiz, se derrumban en el instante que lo ven expirar en lo alto de la cruz. Los
mismos evangelistas dejan entrever esta desesperanza.
Los dos discpulos que iban de Jerusaln a un castillo llamado Emas, el mismo da de la resurreccin, son lo suficientemente explcitos como para que se pueda pensar otra cosa: Nosotros, en cambio, tenamos la esperanza de que ste era el que
iba a rescatar a Israel. No slo ello, sino qye a todo esto corre ya
el tercer da desde que esto sucedi... (Le 24,21).
Tuvo que llegar la pascua, el anuncio pascual, para que
esas esperanzas renaciesen. Pero renacieron en una direccin y
con un sentido ignorado por los judos.
Su religiosidad, que medida con los baremos de la ley se
discuta agriamente, quedaba totalmente respaldada por Dios.
Se le haba acusado de blasfemo, se le llam comiln, se
dijo de l que estaba endemoniado. No hay duda de que
Jess fue un hombre que mantuvo constantemente una relacin tan ntima con Dios que en ocasiones llegaba hasta lo
asombroso. En efecto, los cuatro evangelios nos muestran a
Jess, no slo dirigindose a Dios y hablando con l con inusitada frecuencia, sino que sobre todo sabemos que los distintos
estratos de la tradicin evanglica concuerdan en que Jess se
diriga a Dios llamndole "Padre mo" 7. Y le llama Padre, no
como nos ense a nosotros que lo invoquemos, sino como
que l es su palabra, es su Hijo por naturaleza.
Pues bien, todas esas opiniones, todos esos infundios que
sobre Jess circularon durante su vida mortal, fueron zanjados
por el acontecimiento pascual. Con l quedaron sin fundamento las ambigedades que sostenan los judos acerca del
7

J. M.

DEL CASTILLO, O.C.,

36.

149

sentido de la salvacin que esperaban. Fueron zanjados y perdieron toda base, porque Dios se ha hecho su garante al resucitarlo de entre los muertos.
No era posible que l fuera detenido por la muerte, dado
que Jess haba predicado e invitado a la conversin y ofrecido
la salvacin. El, que era la salvacin, no poda quedar en poder de la muerte.
No obstante, la salvacin que l ofrece, la salvacin que
est en l, no es la que esperaban los judos. La suya no se
funda ni en la ley, ni en el poder, ni en la fuerza. Jess, con su
triunfo sobre la muerte y, por tanto, sobre el pecado, asegura
que en su nombre todos pueden salvarse. Lo que no asegura es
que, creyendo en l, termine la era del poder, de la fuerza, del
mal. Del anuncio pascual surge una comunidad de conversin
y de fe en la que l est presente por el Espritu y por la
fuerza de su resurreccin.
Aparentemente, el mundo contina su curso, los hombres
siguen escribiendo a su aire la historia. Pero la palabra de salvacin, Jess es el Seor, resuena incesantemente en ese
mundo pragmtico y profano. Esa comunidad de conversin y
de fe es su fermento, anuncia la cercana de Dios.
Para llegar a esta clarificacin fue preciso que Jess pasase
por la muerte, fue necesario que verificase ese corte entre el
tiempo y la eternidad. Slo el afrontamiento de la muerte
permiti disipar las ambigedades con que la situacin histrica tena todas las palabras y acciones de Jess.
A partir de la pascua, las comunidades cristianas, de donde
nacen los evangelios, vieron con claridad que Jess era, efectivamente, el Seor, era la salvacin. Lo vieron porque en l se
verific el acontecimiento que esperaban para el fin de los
tiempos. El acontecimiento de la resurreccin, acontecimiento
escatolgico, se verifica en el tiempo.

2.3.

Nuestra muerte

A la luz del acontecimiento pascual vieron las primeras comunidades cristianas la verdad y la salvacin en Jess, toda la
verdad que su mensaje entraaba. A esa misma luz vieron, a
su vez, su propia muerte puesto que Jess haba dicho: Quien
cree en m no morir.
150

Entonces comprendieron que el momento de la muerte resultaba ser el da de su verdadero nacimiento. Por eso pudo
decir san Pablo: No os entristezcis como los hombres sin esperanza. Razn tiene para ello. Porque, he aqu que Cristo
resucit de entre los muertos como primicia de los que mueren. Porque como por un hombre vino la muerte, as por un
hombre la resurreccin de los muertos. Y como todos mueren
en Adn, as todos revivirn en Cristo (1 Cor 15,20-22).
Dios, por medio de san Pablo, habla a todos los hombres.
La palabra de Dios secunda perfectamente esa sed de vida verdadera que siente el hombre con vehemencia. Esas ansias de
vivir que atormentaba a Miguel de Unamuno: Libertad, Seor, libertad. Que viva en ti y no en cabezas que se reducirn
a polvo 8.
Esas ansias de vida se colman, por una divina paradoja,
con la muerte. Porque, en el pensamiento cristiano, la resurreccin no es la vuelta a la vida de un cadver, sino la realizacin exhaustiva de las capacidades pel hombre cuerpoalma 9. Pero esta realizacin de todas nuestras capacidades
presupone la muerte. Es preciso morir para resucitar, as
como es necesario que el grano muera, se descomponga en la
tierra, para que nazca la planta, para que afloren todas las posibilidades de la semilla.
As como con la muerte de Jess se disiparon todas las ambigedades, se redujeron todas las opiniones que en torno a l
se haban forjado, del mismo modo con nuestra muerte se disiparn todas las dudas y se potenciarn todas nuestras esperanzas. Con la resurreccin todo se volver inmediato al hombre: el amor florece en persona, la ciencia se convierte en visin, el conocimiento se transforma en sensacin, la inteligencia se hace audicin. Desaparecen las barreras del espacio: la
persona humana existir inmediatamente all donde est su
amor, su deseo, su felicidad. En Cristo resucitado todo se ha
vuelto inmediato y todas las barreras terrenas desaparecen. El
penetr en la infinitud de la vida, del espacio, del tiempo, de
la fuerza y de la luz.
En efecto, el hombre vivir en plenitud, porque al morir
vive plenamente en Dios. La muerte se convierte de este modo
8 M. DE UNAMUNO. O.C.,
L. BOFF, O.C., 43.

97.

151

en el da de nuestro verdadero naCimiento. Por qu, entonces, ese pavor, esa congoja ante la realidad de la muerte?
La respuesta es muy sencilla. Precisamente por eso despierta en el hombre resistencias en contra de su asimilacin
concreta. T la conoces, y porque la conoces la dejo flotando
de momento.
El nio nace cuando abandona el claustro materno. Al
cabo de nueve meses, aquel espacio resulta muy reducido para
l. Empieza a sentirse sofocado, porque se le agotan las posibilidades de vida en el seno de su madre. La crisis es violenta
porque le aprietan por todas partes. Hasta que, al fin, aparece,
sale a la luz.
Mal sabe el recin nacido que le esperan nuevos horizontes,
que sus posibilidades de relacin van a ser mucho mayores en
su nueva situacin recientemente estrenada. Incluso, de ser
consciente, sentira las congojas propias de quien entra en un
mundo extrao y misterioso.
Al morir, el hombre pasa por una crisis semejante. Se
siente ms dbil, su respiracin se hace fatigosa, siente que le
empujan a pesar suyo hacia la otra orilla, experimenta la sensacin de que le alejan violentamente de todo lo que ama, de
todo lo que le rodea. El misterioso mundo del ms all le
asusta. Aunque ese mundo sea ms amplio, mucho ms vasto y
sus posibilidades de relacin mucho mayores, la idea de lo desconocido le pone en angustiosa expectacin.
El cuadro no es imaginario. Responde a una constante experimental. No obstante, quien por su profesin es frecuentemente testigo de estos ltimos momentos, sabe que no siempre
es el miedo lo que se refleja en las horas postreras precursoras
de la muerte.
Tena veintinueve aos. Su postracin fsica era aplastante,
puesto que, amn de su larga y penosa enfermedad, sarcoma
mltiple, llevaba ms de veinte das chupando slo un poco de
agua que absorba al mojarle los labios con un algodn empapado. Un da me llama para que le escriba una carta de despedida a sus padres. El dicta y yo escribo. Luego, con pulso
firme, la firma. Mostraba ms seguridad la firma que la carta.
Por ltimo, le pregunto: Cmo te encuentras?. Ya
ves! Pero no s por qu temer tanto a la muerte ... Dios es Padre!. Le apliqu el algodn mojado, que l chup con ansie152

dad, y me desped pensando, meditando ... Dios es Padre!


Esta es la respuesta que dejo pendiente.
Si la muerte significa un perfeccionamiento antropolgico,
en la medida en que sita al hombre en las dimensiones de
toda la realidad, decir que es su vere dies natalis no es un
eufemismo: es una de nuestras grandes y consoladoras verdades, es una realidad optimista y cargada de sentido.
2.4.

La resurreccin de Jess

Es una de las verdades ms consoladoras de nuestro credo,


porque tiene su consistencia, tiene su fundamento en la resurreccin de Cristo. La resurreccin de Jess de Nazaret responde en plenitud a todas nuestras esperanzas.
Se comprende que los apstoles, ante su muerte, humanamente desastrosa, sufriesen aquel choque anonadador. Se comprende que con su muerte muriesen todas sus esperanzas.
Haban visto en l al profeta de los 1timos tiempos que haba venido para restaurar definitivamente el reino de Dios. Eso
supona que no pensaban ni en otro hombre ni en otros
tiempos. Muriendo el hombre de sus esperanzas mora su esperanza y se apagaba su fe.
.
Pero as como esto se comprende con facilidad, as tambin
hemos de comprender la fuerza de su fe y la firmeza de su esperanza ante el anuncio de la resurreccin. Cuando se convencieron de que el Maestro haba resucitado, aquellos hombres
se transformaron. No slo surgi con fuerza arrolladora su esperanza, sino que desde la consideracin de la bondad, sabidura y justicia de Dios, nueva y trascendente, pasaron a verlas
como algo que poda manifestarse en la rutina de la vida cotidiana.
Desde entonces, como muy bien nos muestran los Hechos
de los Apstoles, aquellos hombres, cobardes y pusilnimes,
encogidos y con miedo a los judos, se convierten en fuertes y
abnegados predicadores de la buena nueva. No hablarn de
Jess de Nazaret a quien sus oyentes conocan muy bien, sino
del Seor, resucitado por la bondad, la sabidura y la justicia de Dios, a quien los judos desconocan.
Dios haba dado la razn a aquel que durante su vida mortal haba dicho: Tampoco habis ledo en la ley que los s153

bados los sacerdotes en el templo violan el sbado y son inculpables? Y os aseguro que aqu est alguien mayor que el templo (Mt 12,5). Haba dado la razn a Jess que no dud en
echarles en cara a los fariseos y a los rabinos que las ofrendas
que se hacan en el templo eran hipocresa y desobediencia a
Dios: Repudiis lo que es precepto de Dios y os aferris a la
tradicin de los hombres. Qu bonito rehusar lo que es precepto de Dios para guardar la tradicin vuestra! (Mc 7,8-9).
Haba dado la razn al que dijo: Ay de vosotros guas ciegos
que decs: "Si alguien jurare por el templo, nada es. Si alguien, en cambio, jurare por el oro del templo, queda obligado" (Mt 23,16). Porque no es lo importante jurar por el
espacio sagrado, sino por aquel que habita en el santuario.
Dios haba dado la razn a Jess resucitndolo de entre los
muertos, y no a los que se le oponan. Haba sancionado su
doctrina y descalificado las elucubraciones de los rabinos y de
los fariseos.
La fe y la esperanza de los apstoles, desde entonces, fue
inquebrantable -y buenas razones tenan para ello--, y sta
fue la que nos transmitieron a nosotros.
Habiendo, por tanto, resucitado Cristo, la abismtica congoja de la muerte se convierte en luz esperanzadora. Bastara
meditar en la muerte a la luz del evangelio para que la vida
fuese vida y no muerte. Basta vivir, teniendo como ideal a
Cristo, para no tropezar siempre con el yo que el mundo estimula y nosotros mismos nos forjamos.
El hombre aspira a la inmortalidad, busca con ahnco la felicidad. Si quiere ser coherente consigo mismo, tiene un camino: ser fiel a la misin que Dios, Creador y Padre, le ha encomendado. Porque la felicidad depende de la fidelidad.

2.5.

La muerte es un misterio

Cristo es paradigma y garanta. Es paradigma porque a


Jess no se le admira, ama e imita como si fuese algo lejano,
algo que est fuera de nosotros. Le hablamos, le amamos, tratamos de imitarle como algo presente, como a alguien que est
entre nosotros.
Cuando le recordamos en la liturgia, est l mismo en medio de la asamblea. Cuando dos o tres se renen en su nom154

bre, l est en medio de ellos. Reconocemos y confesamos que


vive en el sentido ms pleno de la palabra.
Por eso esperamos y creemos que la vida es mucho ms
fuerte que la muerte. En cuanto a la resurreccin de los
muertos, no habis ledo lo que Dios ha declarado al decir
"Yo soy el Dios de Abrahn, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob"? No es un Dios de muertos, sino de vivos (Mt 22,31-32).
Es que Cristo est ligado a los hombres misteriosamente, s,
pero en realidad; como que es el manantial que enriquece su
vida.
Si Dios consider que vala la pena empearse con los
hombres, que cada uno tiene su personalidad; si cree que vale
la pena compartir su historia trabando amistad con ellos, podr permitir que se hundan en la nada?
Si no tenemos imaginacin suficiente, una vez admitida la
revelacin, para reflexionar y concluir que Dios puede testimoniamos tanta bondad, tendremos que aceptar el reproche del
Maestro divino: Estis en un error, ppr desconocer las Sagradas Escrituras y el poder de Dios 10.
Imaginacin, s; voluntad para aceptarlo con alegra y gratitud, a Dios gracias, tambin; ahora que razn, inteligencia
para comprenderlo como se puede comprender la demostracin de una tesis es cosa muy distinta. Porque la muerte, en la
concepcin cristiana de la vida, es y continuar siendo un misterio. Entra en el secreto del sumario que Dios reserva a cada
uno para el da de la cuenta.
Si murisemos solos, como nadie podra darle sentido, la
muerte sera absurda, sera un azar en el seno de nuestros
proyectos y nada ms que un azar. Si murisemos ante los
dems, tambin lo sera, porque dispondran de algo que no
conocen ms que externamente. Lo que equivale a decir que
dispondran de una vida muerta.
Pero no morimos solos, solos ante los dems: morimos ante
Dios y para Dios. Y porque morimos ante Dios y para Dios,
somos de Dios. As razona, poco ms o menos, nuestro gran
profesor de tica J. L. L. Aranguren.
De ah que, por un instinto natural, se rechace la absurdidad de la muerte, su arbitrariedad; se rechace que sea nada
ms que azar. Por un instinto natural, se rechaza que la
10

Catecismo holands, Herder, Barcelona 1969, 450.

155

muerte represente una total desposesin. Que el otro desposee al apstol de la paz del sentido de sus mismos esfuerzos
y, por tanto, de su ser, encargndose, pese a s mismo y a su
propio surgimiento, de transformar en fracaso o en xito, en
locura o en genial intuicin, la empresa misma por la cual la
persona se haca anunciar y que ella era en su ser. Se rechaza
porque est en contra de las ms ntimas convicciones del hombre y en los antpodas de la concepcin cristiana de la vida.
Jess de Nazaret predic la conversin y la fe. Los otros
no le desposeyeron, no pudieron, a pesar de todos sus esfuerzos, desposeerle de la fuerza de su mensaje. Su mensaje ha
sido enviado al mundo. Los que lo captan y aceptan con limpieza de corazn, disipan todas sus dudas y potencian todas sus
esperanzas.
Por consiguiente, mi muerte, la muerte de mi hermano,
tiene sentido. Si tiene sentido, tambin tiene sentido que
oremos, que pidamos, que ofrezcamos sacrificios y oraciones
por los que nos precedieron en el camino de la vida. Tiene
sentido la oracin por los difuntos, por ({los muertos que murieron en el Seor; porque ellos entraron ya en los dominios
de la eternidad, y la eternidad no se mide con categoras de
tiempo ni de espacio. ({All todo es presente.
Tiene sentido, aunque todo ello sea misterioso. Es un misterio la transformacin: ({La vida se cambia; no se quita, no se
aniquila. No obstante, hay unas pistas que la razn capta y
son muy significativas. La sabidura y la bondad divinas siempre dejan alguna huella, siempre alumbran alguna luz para que
su sombra predilecta no se desoriente, si quiere con sencillez
y candor alumbrarse con esa luz y fijarse en esas huellas.
Empleo intencionalmente ({sencillez y candor, trminos
que reflejan ({la infancia espiritual. Porque el pecado del
hombre es el orgullo, y el orgullo masculino sobre todo mira
con prevencin la sencillez y el candor. No es ello signo de
mayor inteligencia, sino seal de haber sufrido un envilecimiento funesto en la escala de los valores morales.
Afortunadamente, Cristo ha resucitado y, por su resurreccin, esas huellas, esa luz, unidas a la fe, hacen que no estemos ya envueltos en el pecado. Por tanto, el orgullo puede y
debe ser vencido. No estamos envueltos en nuestros pecados,
sino que estamos inundados de luz y de vida, dado que Cristo
vino ({para que tuvisemos vida y la tuvisemos abundante.
156

Esta vida que Cristo nos trajo ser abundante en funcin


de nuestra fidelidad y de nuestra lealtad a la fe. La fidelidad
supone el cumplimiento del deber hasta la muerte. Como sta
no sabemos dnde, ni cmo, ni cundo va a llegar, la lealtad a
la fe exige que no se arre nunca la bandera del deber.
Sabemos que tenemos que morir. Sabemos que, con la
muerte, se produce nuestra exaltacin porque con ella y en ella
se verifica nuestra plena realizacin. Cristo, a diferencia nuestra, saba cundo haba de morir; saba, a su vez, que con
su muerte sera exaltado. El evangelio une su exaltacin con su
muerte. Al unirlas no hace otra cosa que sintetizar la naturaleza de su misin. Su misin es salvar a la humanidad. Esta,
previamente al cumplimiento de la obra de Jess, se concibe
como indigna. No merecedora de la benevolencia divina.
La salvacin que se nos da en Cristo puede resumirse en
tres enunciados: se inmol por nosotros, pag por nuestros pecados, nos mereci la felicidad eterna. La piedad tradicional ha
venido comprendiendo, a travs de estos enunciados, lo que
nos tiene que significar la muerte de Crist!>>>.
Al cargar Jess con nuestros pecados y expiarlos con su voluntaria inmolacin, es evidente que ni la ley ni las obras personales desvinculadas de sus mritos nos purifican, nos salvan.
La muerte siempre ha sido la piedra de toque decisiva para
aceptar o rechazar el mensaje de salvacin cristiano. El hombre, como en distintos sitios de este libro se dice, adopta ante
esta verdad distintas actitudes. Durante su vida terrena se
siente tremendamente condicionado por su orgullo y su
egosmo. Segn influyan en l, as reacciona. En el momento
de la muerte optar por la salvacin o por la condenacin, iluminado por la luz de la fe y libre de aquellos condicionamientos. Porque Dios quiere positivamente que todos los hombres se salven.
En el momento de la muerte se ver libre de esas tres concupiscencias que, fatalmente, le limitan durante la vida, y por
ello es por lo que empieza a ser plenamente libre. La libertad
de pecar no es verdadera libertad. Y no es verdadera libertad porque peca condicionado por su orgullo. Jess de Nazaret
fue un hombre verdaderamente libre porque jams se someti
al pecado. Como hombre, era limitado y, por tanto, metafsicamente no se puede negar su posibilidad de hacerlo.
Nada se opone a esta libertad metafsica, porque si las ac157

ciones del hombre son fenmenos causalmente determinados,


su esencia, el esse, no se rige por la causalidad; es libre 11.
El conjunto de acciones que el hombre realiza en el espacio
y en el tiempo se puede decir que son de carcter emprico;
en cambio, la realidad profunda que hay debajo de ese carcter emprico, a eso podramos darle el nombre de carcter inteligible y atribuirle la libertad. La esencia del hombre es la libertad. Es lo especfico y distintivo suyo. De ah que digan los
escolsticos: operari sequitur esse.
Por eso, la vida biolgica, la vida que se integra por esas
acciones causalmente determinadas, no es lo ms importante
en el hombre, sino su personalidad, su intimidad, ese quid
inaprensible en el ms ac. Esa personalidad, esa intimidad,
ese quid es lo que se plasma en la opcin definitiva y en ella
queda por toda una eternidad representada.
De esa actitud dimana un calor, una luz que contina actuando en los dems, en aquellos que lo conocieron y trataron
durante la vida, aunque l se haya ausentado, haya dejado de
ser visible. Esta actuacin es mucho ms personal de lo que
frecuentemente nos imaginamos, y es una de esas huellas, es
esa luz a la que arriba se hizo referencia.
Esa huella y esa luz se ve de un modo seero en Jess de
Nazaret. Se ve, asimismo, en su grado y medida, en todos
aquellos que hicieron algo en favor de los dems. Lo conoc
muy de cerca. Era un gran amigo y un excelente sacerdote
portugus. Su no larga vida, porque muri a los cincuenta aos
no muy corridos, en accidente de coche, la consumi en procurar el mayor bien espiritual y material de sus feligreses. Uno
de stos fue objeto preferente de sus desvelos y atenciones. Sin
embargo, no consigui en vida que entrase una vez en la Iglesia.
Mas he aqu que el da en que acompaaba la parroquia en
pleno en su ltimo viaje a don Agustn Rodrguez, que as se
llamaba mi amigo, aquel hombre, contumaz y resistente, entr
en la Iglesia y or a su modo por l.
Simple simpata humana? Exigencias sociales? No sera
yo quien lo negase en redondo. Con todo, la simpata ata,
arrastra en vida. Las exigencias sociales no son tan fuertes
11 M. GARclA MORENTE, La filosofa de Kant, Espasa-Calpe, Madrid
19822 ,306.

158

como para romper hbitos fuertemente arraigados. Para m fue


la luz, la huella de bondad y de desinteresado bien hacer de
aquel sacerdote abnegado y sufrido. jEra todo un seor! jEra
un sacerdote ejemplar!, coment el feligrs, entre emocionado y reflexivo. Una vez ms se cumpla el sentido profundo
de la expresin de Bernanos: Todo es gracia!.
Se podr insistir: Por muy personal que sea esa influencia,
no es el hombre quien pervive. Es, a lo ms, el efecto de su
vida mortal, el efecto de sus acciones. S, pero las decisiones,
las acciones, la opcin tomada una vez y sostenida a lo largo
del acontecer diario, es lo que va labrando, formando y perfeccionando la personalidad, la intimidad del hombre.
Si Jess de Nazaret no hubiese actuado como actu, incluso
muchas veces enfrentndose con el modo legal, como actuaban
los representantes oficiales de la ley, si no hubiese actuado
siempre en conformidad con la voluntad del Padre, en primer
lugar no sera l y entonces su exaltacin no hubiese sido tan
unnime entre sus primeros discpulos, yo su mensaje de salvacin no hubiese sido aceptado por m~llones y millones de
largas generaciones, a travs del tiempo y del espacio. Y Jess
es el paradigma y la garanta de nuestra fe y de nuestra esperanza. Es el paradigma de nuestra muerte precisamente porque
lo debe ser de nuestra vida 12.

12 X. LON-DuFOUR, en su libro Jess y Pablo ante la muerte, Cristiandad,


Madrid 1982, expone el sentido de la muerte desde el pensamiento cristiano,
que siempre, pero sobre todo en la actualidad, debiramos leer los creyentes
para familiarizarnos con esta realidad en la que algn da seremos actores.

159

7. El juicio particular:
sentencia divina o autojuicio?

Mora en Francia el prncipe Gastn de rleans. En su alcoba estaban dos sacerdotes, el padre DomouchyIl y el padre
De Ranc.
De Ranc era joven y andaba demasiado olvidado de la
perfeccin de su estado, a pesar de los ~ntinuos latigazos de
su conciencia. Domouchyll, que conoca su vida y saba mucho
de sus inquietudes, lo agarr de un brazo y, acercndolo al lecho mortuorio, donde acababa de expirar el prncipe, le dijo:
Seor De Ranc, ah tenis al hombre a quien tanto admirabais, caliente, pero sin vida. Muri, no acab; porque aqu a
nuestro lado se ha levantado el trono de la divina Justicia y
aqu ha dado cuenta de su administracin. Acaba de darse
para l sentencia de salvacin o de condenacin, de cielo o de
infierno. Retiraos y meditad.
El joven sacerdote, hondamente impresionado, se retir,
or, llor. Y aquel hombre, vanidoso y despreocupado, lleg a
ser el reformador de la Trapa.
La ancdota tiene todas las caractersticas de la religiosidad
de su tiempo. Habr que prescindir de muchos de sus elementos, pero sirve perfectamente para centrar el tema.
Por la fe conoce el hombre su destino. Sabe que la opcin
definitiva depende de su decisin, ayudado por la gracia. Sabe
que, si durante su vida las diversas opciones parciales las haba
tomado libremente, estaba condicionado por una serie de factores que mediatizaban su libertad. En la ltima y definitiva
sabe tambin que no ser as, puesto que en ese instante caern todas las mscaras.
161

1.

El juicio particular

Este es el instante del juicio particular. Durante la vida terrena hablamos muchas veces de Dios y para hablar de Dios
nos es necesaria la fe, que ilumina y ayuda a la razn. Para hablar de los misterios que estn por encima de la razn, tenemos, asimismo, necesidad de esa luz y de esa ayuda.
El juicio es un misterio de fe. Sera mucho ms fcil reflexionar sobre el juicio universal, porque sobre l la revelacin es lo suficientemente explcita como para que los
creyentes abriguen dudas y formulen reparos. Pero tambin
ser mucho ms prctico y provechoso centrar nuestra reflexin en torno al prtico de ese gran acontecimiento que esperamos para el fin de los tiempos, porque la suma y el ensamblamiento de esas particulares opciones han de formar el conjunto del edificio.
Parusa y juicio escatolgico en la Sagrada Escritura aparecen siempre unidos, dado que unidos aparecen ya desde las
primeras manifestaciones de fe de la primitiva comunidad cristiana. Lo que la comunidad cristiana aguarda cuando recita el
maranatha (ven, Seor) del culto eucarstico, ha acontecido ya
en la persona de ese Jess a quien se invoca. O mejor: se
aguarda algo (y a alguien) del futuro, porque se cree algo (y a
alguien) del pasado y se experimenta su cercana vitalizadora
en el presente, dice Ruiz de la Pea.
Sabido es que los primeros cristianos vivan bajo el influjo
de la inminente parusa del Seor. Aquellas palabras misteriosas de Jess, que llegaron a ser la cruz de los exegetas,
resonaban en su mente y en su corazn con ecos escatolgicos,
con ecos de fin del mundo: No pasar esta generacin sin que
esto ocurra.
Habr que prescindir de una interpretacin literalista e ir al
fondo de su sentido, acogindonos a la que Leonardo Boff nos
ofrece, para conciliar el texto con la realidad. Pero no ser lo
mismo cuando se desea hacer luz en esta unin estrecha entre
parusa y juicio escatolgico.
La razn de esta unidad aparece clara cuando se advierte
que en el vocabulario bblico el trmino "juicio" reviste dos
significados, uno de los cuales se identifica prcticamente con
la "parusa". "Juicio" es un acto de soberana, una manifesta162

cin de poder; pero es tambin crisis, decisin sobre el destino


personal. Este doble significado da la clave para nuestra exposicin.
Los escritores sagrados nos ofrecen testimonios de fe, pero
por medio del lenguaje que entienden y hablan los hombres.
Por eso, partiendo de esos testimonios, en los que se afirma
nuestra fe, se escudria en los textos para descubrir el valor semntico de sus trminos. Nos apoyamos en la autoridad de
Dios, manifestada a travs del lenguaje de los hombres.
Estos escritores eran judos, y para la mentalidad juda, fe
y creer desborda el propio mbito gnstico o intelectual que la
palabra tiene en el mundo grecolatino, y se interna en una situacin existencial que se define por la idea de "apoyarse" en
la fortaleza de otro para realizar la propia vida l.
En el juicio, esta realizacin es, para el creyente, cierta. El
sabe que no es preciso esperar al juicio universal para que esa
realizacin se logre, porque no existe tiempo intermedio incierto entre la muerte y la parusa. Precisamente porque esto
est definido y, por otra parte, el juido, en cuanto decisin,
discriminacin, crisis, es el nico acto que realiza plenamente
libre el hombre. En l se consuma la maduracin de su personalidad.
Por lo dems, es algo inmanente a su historia personal y
no algo sobreaadido a ella desde el exterior. De ah que al
hablar del juicio particular podamos pensar en un autojuicio,
en una decisin que el hombre toma, ajustndose a los criterios divinos y no a los criterios humanos, que pudieran falsearlo por influencia de mil factores extraos al propio querer.
Segn esto, qu dificultad habra para admitir que en los
textos revelados que se refieren al juicio universal est implcito el juicio particular? Si la fe tiene ese sentido de apoyo
para realizar la propia vida y la vida se realiza con decisiones y
tomas de conciencia, el juicio es la mejor expresin de esta
realizacin.
As pues, el juicio particular no ser tanto una sentencia divina que constituye al hombre en salvado o condenado, cuanto
un reconocimiento, una decisin del mismo hombre, por el que
se juzga culpable o inocente, por el que se juzga justamente
1

J. M.

GONZLEZ RUIZ.

Epstola a los Glatas, Marova, Madrid 1971,

285.

163

sancionado o graciosamente recompensado. Mientras que el


juicio universal sera la ratificacin que Dios hace de ese conjunto de declaraciones y reconocimientos, plena y libremente
hechos en el momento de la muerte por cada individuo en particular. Esto es, Dios constata la inocencia o la culpabilidad, no
la constituye.

2.

Criterios de decisin: fe y amor

Tal decisin la toma el hombre ahora, en el momento


mismo de pasar del tiempo a la eternidad. Es una decisin a la
que no puede dar largas, como quiz le vino dando a travs de
su vida terrena. Los atractivos que hasta entonces lo distraan
del amor, ya no tienen fuerza, ya no le distraen. La incertidumbre, el interrogante estar en las actitudes que durante la
vida biolgica fue madurando.
Ante l !>e presentan con toda su luz la racionalidad de la fe
y, por lo mismo, la incoherencia de la incredulidad. Porque
no envi Dios a su Hijo para poner pleito al mundo, sino para
que el mundo se salve por l. Quien cree en l no es citado a
juicio; quien no cree en l ya est sentenciado, porque no ha
credo en el hijo nico de Dios. Y la decisin es tal porque la
luz vino al mundo y, no obstante, los hombres a la luz prefirieron la oscuridad, porque sus acciones eran malas. Pues todo el
que hace bajezas detesta la luz, y no se llega a la luz por
miedo que sus acciones salgan al claro. En cambio, el que procede con lealtad se llega a la luz, de modo que viene a ser manifiesto que sus acciones estn elaboradas en Dios (Jn 3,1721). El hombre no har otra cosa ms que reconocer la justicia
de esa sentencia que, por lo dems, l mismo se recab. He
aqu uno de los criterios que orientarn el juicio: la fe.
Sin embargo, como la fe tiene ese sentido de situacin
existencial que se define por la idea de "apoyarse" en la autoridad de Dios y ese apoyo comporta la voluntad de realizar la
propia vida, las obras del hombre cuentan en ese momento;
porque nada se realiza sin accin, sin trabajo. Sus opciones
parciales tendrn una relacin muy estrecha con la opcin final, no en trminos de oposicin, sino en trminos de culminacin y plenitud 2.
2

164

L. BOFF, Hablemos de la otra vida, Sal Terrae, Santander 1980, 56,

De ah que el otro criterio sea el que seala san Mateo: se


juzgar por el amor o desamor. Cuando viniere, en cambio,
el Hijo del hombre en su manifestacin gloriosa y todos los ngeles en su compaa, entonces se asentar en su trono de
magnificencia. Y sern convocadas ante l todas las gentes, y
apartar a unos de otros, como el pastor aparta las ovejas de
las cabras. Y colocar las ovejas a su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, entrad en posesin del reino... Porque pas
hambre y me disteis de comer, fui forastero y me recogisteis... " (Mt 25,31-40).
Son dos criterios, el de la fe que seala san Juan y el de las
obras de misericordia que describe san Mateo. Dos criterios
que difieren en su aspecto formal, si bien esta diferencia es
ms aparente que real. Porque la dialctica de la salvacin
por la fe para san Pablo y, por tanto, para la teologa catlica
parte del midrash sobre Abrahn, padre de los creyentes, en
el que ve realizada esta fe (apoyarse) en las personas divinas
de salvacin.
I
Abrahn solo no poda realizar el proyecto de Dios, porque
tanto l como su mujer Sara estaban sexualmente muertos. El
plan de Dios era hacerlo, constituirlo padre de muchos pueblos. Pero el anciano patriarca cree, se apoya en la palabra de
Dios y el plan se cumple.
San Pablo pasa de Abrahn al hombre en general, dado
que eso de la fe abonada no fue escrito slo por l, Abrahn,
sino tambin por nosotros, a quienes debe ser abonada, a los
que creemos en el que resucit de entre los muertos a Jess seor nuestro, que fue entregado por nuestros traspis y fue resucitado para nuestra justificacin (Rom 4,16-25).
La justificacin es un don gratuito de Dios. Se le da al
hombre en virtud de los mritos de Jesucristo. Pero una vez
que el hombre lo recibe y acepta, ese hombre que estaba
muerto, que no poda justificarse por s mismo, pasa a una
nueva vida. En esta nueva vida puede realizar, y realiza, las
obras correspondientes a ella. Y de esas obras es responsable.
Abrahn estaba muerto en el sentido de que no poda tener
descendencia. Mas una vez que crey y se apoy en la palabra
de Dios, recuper la fuerza biolgica y con ella la responsabilidad de padre de su hijo Isaac, mediante el cual la promesa se
cumpli.
A semejanza suya, el hombre redimido por Cristo recibe la
165

nueva vida y con esa nueva vida adquiere una nueva responsabilidad tambin. Porque la fe que Dios exige en el hombre
para comunicarle la gracia se convierte en fe viva desde el momento en que ha recibido esta gracia divina. Ahora bien, la
gracia debe ser actuada por la caridad. Puesto que en Cristo
Jess ni circuncisin ni prepucio pueden nada, sino la fe activada por el amor (Gl 5,6). La fe activada por el amor se traduce en obras, porque el amor es operativo.
Entonces la fe que se apoya en Dios y en su enviado Jesucristo y las obras que realiza el hombre, por amor de Cristo,
con sus hermanos, son los criterios con que se mide la justeza
del juicio. Dos criterios que se funden en uno: creer en Jess y
aceptarlo como modelo y medida.

3.

La revelacin y el juicio particular

Al hombre de hoy no le interesan escenas mitolgicas, gneros literarios, presupuestos culturales fenecidos, imgenes de
ambientes pasados. Est familiarizado con conceptos nuevos y,
si se deja fascinar por lo oculto y por lo misterioso en la vida
cotidiana, en materia religiosa es exigente y su hipersensibilidad desconfa de todo lo que no aparezca ataviado con el
atuendo de la racionalidad.

3.1.

La Sagrada Escritura

Para hablar del juicio necesariamente hay que acudir a la


fe, hay que apoyarse en la revelacin. Pero la revelacin sobre
el juicio particular no pronuncia una palabra definitiva. Habla,
s, con precisin del juicio universal.
No obstante, da base suficientemente firme para reflexionar
en profundidad sobre l. De lo dicho bien podemos formular
esta conclusin: el juicio particular es la constitucin del estatuto jurdico del hombre inocente o culpable, que l mismo
ante Dios se impone, mientras que el universal viene a ser la
constatacin pblica de ese estatuto, dado que en l late el
particular.
Nada decide expresamente la Biblia ni tampoco las defini166

ciones eclesisticas por lo que al juicio particular se refiere. Y


mucho menos garantizan, con el sello de su autoridad, esas escenificaciones mitolgicas de lecturas piadosas, esos cuadros
dramticos descritos por los predicadores populares, ni esa iconografa de siglos pasados. De ellas se puede decir, con respeto, que fueron recursos apropiados a su tiempo, en los que
el magisterio no entr ni la Sagrada Escritura interviene.
No obstante, que el hombre sea recompensado y juzgado
por Dios segn sus obras y que cada uno tiene que rendir
cuentas de su administracin a Dios, son verdades familiares a
todo el que lee el texto revelado con atencin. Tanto es as
que en la carta a los Hebreos se dice que es de necesidad de
medio~~ creer en Dios y en su remuneracin: Sin fe es imposible ser de agrado. En efecto, quien se presenta ante Dios es
fuerza que crea en l, que existe y que sale pagador de quienes
lo buscan (Heb 11,6).
El que se presenta a l es porque cree que existe, de lo
contrario no se ~resenta. Y se presentJi para rendirle culto y
pedirle perdn . Sera absurdo que se presentase voluntariamente ante quien no cree que existe. No obstante, creyentes e
incrdulos habrn de comparecer ante Dios, puesto que su
existencia no depende de que el hombre crea o deje de creer.
Pero que el juicio personal sea inmediatamente despus de
la muerte, no ha sido definido nunca por la Iglesia ni consta
expresamente en la Sagrada Escritura. Los textos, como
hemos dicho, se refieren al juicio universal.
3.2.

La tradicin

As como la Sagrada Escritura no habla ex profeso de aquel


juicio, tampoco los Padres de los cuatro primeros siglos del
cristianismo se manifestaron con claridad sobre el tema. Se
presentan dudosos y perplejos. Entonces, la doctrina de la
transmigracin de las almas y el milenarismo, la conviccin de
que el fin del mundo sera en el ao mil influan en esas dudas,
fomentaban esas perplejidades.
Es a partir de san Agustn, en el siglo IV, cuando se ensea
y predica comnmente esta realidad teolgica. As es como
3

M. MIGUENS. Amor y libertad, Grficas Alonso, Madrid 1971, 697, 6.

167

santo Toms, unos nueve siglos despus, dej escrito: Hay


tambin otro juicio de Dios, en el que despus de la muerte se
dar a cada uno la merecida sancin... , pues no es de suponer
que la separacin (salvacin o condenacin) ocurra sin juicio,
o que este juicio no se extienda al poder de soberana de
Cristo.

3.3.

El magisterio de la Iglesia

La Iglesia incorpora con san Agustn a la predicacin ordinaria la doctrina sobre el juicio particular; pero no la define
solemnemente, a pesar de que en el Vaticano I fue propuesta
para su redaccin final.
Las definiciones eclesisticas slo dicen que el estado definitivo del hombre ocurrir inmediatamente despus de la
muerte, pretendiendo con ello salir al paso del error que sostiene que el destino del hombre es incierto hasta el da del juicio universal.
Segn la concepcin tradicional, en la tesis de la sancin
inmediata est incluida la realidad del juicio particular anterior
a la sancin, dice Schmaus. Por consiguiente, si la realidad
sobre la que venimos reflexionando no es de fe formalmente
definida, es prxima a la fe. Y ello es suficiente para adherirse
a ella con filial lealtad. Y esta adhesin es razonable, as como
lo contrario sera incoherencia.

4.

Qu no es el juicio particular

Qu es y en qu consiste el juicio particular, de momento


al menos, queda indicado y esto lo debemos aceptar sin reservas mentales. De todos modos, esta adhesin no impide
desglosar una serie de adherencias y de smbolos que oscurecen el misterio y lo convierten en algo no del todo fiable.
Ese autojuicio, como con preferencia se llama hoy, no
puede ni debe presentarse envuelto en frmulas jurdicas, en
las que se encuentran todos los elementos de un juicio humano. Una interpretacin excesivamente jurdica no goza de
simpatas. Otra, exageradamente simblica, no se ajustara a la
doctrina catlica.
168

De ah que haya que tomar otro camino, partiendo, desde


luego, de que el juicio particular es un misterio. Es un misterio, porque en l es Dios mismo quien sale al encuentro del
hombre, ms para iluminarlo que para decidir su suerte. El juicio entra en el misterio de Dios.
Podemos y debemos meditar en este encuentro y, para hacernos una idea de l, es lcito aclararlo con analogas sacadas
del encuentro del reo con su juez y sus acusadores. Pero estas
analogas han de matizarse con profunda humildad, puesto que
los procedimientos de Dios no son como los procedimientos de
los hombres. Podemos y debemos meditar, porque contina
siendo de actualidad aquello de acurdate de tus postrimeras
y no pecars.
El hombre en el momento de la muerte decide definitivamente su suerte eterna. Su destino eterno depende de una formulacin tan radical que exige la eternidad. Si no entrase en
juego la eternidad, su decisin continuara condicionada por
esas coordenadas antropolgicas a las ~ue hemos hecho referencia hablando de la escatologa y, por tanto, cabra la posibilidad de que fuese rectificable.
Todo juicio humano es rectificable, porque no siempre se
formula con criterios de estricta justicia, no siempre estn al
alcance del juez todos los atenuantes ni todos los agravantes
que influyen en el reo, dado que las influencias internas y externas condicionan su accin. En el juicio particular est el reo
ante Dios y su conciencia, que penetra hasta lo ms profundo
de su inconsciente, iluminada por la fe y templada por el
amor. No vale, pues, una equiparacin indiscriminada.
Todo ser humano tiene una ltima oportunidad de ser totalmente libre y ser plenamente l: la muerte. En el momento
de la muerte es l mismo, sin ambigedades e indecisiones, sin
sombras ni prejuicios; porque l es el nico que muere, pero
no acaba.
Hasta el momento de la muerte vive un clima de incertidumbres, de dudas, de temores; porque en l coexisten el bien
y el mal. Vive condicionado por la herencia, la familia, por el
contorno social, por la educacin, por los fracasos, por los
xitos.
Si todo este entramado influye en su conducta, esa oportunidad de ser l en la decisin: eternidad feliz o eternidad desgraciada, plenitud o frustracin, es una exigencia que se des-

169

prende del concepto de bondad y de justicia, de amor y de poder en Dios, Padre de todos los hombres.
Los criterios, por lo mismo, que presiden el juicio no podrn ser criterios humanos, sino divinos. Estara fuera de razn, e incluso sera contrario a ella, juzgar problemas del ms
all con criterios del ms ac.
Pensar, sin embargo, que el destino eterno depende slo de
este momento, de ese instante inmedible para el cronmetro
ms exacto, es lo mismo que imaginarse que a unos se les empuja al cielo y a otros al infierno 4. Porque en realidad lo decidiran circunstancias espaciales y temporales, circunstancias sociales y humanas, circunstancias terrenas y verificables por la
razn y los sentidos. El haber nacido en el seno de la Iglesia,
el haber recibido una educacin cristiana simplemente, no
puede ser un salvoconducto para la eternidad feliz. Al contrario, la circunstancia de nacer y vivir en ambiente pagano e incrdulo, no es decisivo para que la frustracin eterna sea la
conclusin de su vida. Precisamente porque son la fe y el amor
su medida.
De ser as, el problema ms trascendental que al hombre se
le plantea quedara a merced de la casualidad, de la suerte. La
suerte y el azar son demasiado caprichosos en este mundo tangible para que Dios deje a ellos la decisin.
La justicia divina no se puede medir con el baremo de la
justicia humana. Dios no prepara emboscadas al hombre. Emboscada sera la muerte provocada por un rayo en pleno
campo, el homicidio perpetrado alevosamente por el terrorista,
la muerte repentina por un colapso cardaco.
Es un dogma de nuestro credo que Dios da a todos la oportunidad de salvarse. Es una verdad revelada, por otra parte,
que Dios quiere que todos los hombres se salven. De esta voluntad salvfica no se excluye a nadie, desde el ms empedernido criminal hasta el feto a quien se le priv antes de nacer
del derecho a la vida.
Las oportunidades se repiten de mil formas y de mil maneras en el decurso de la vida presente, porque la gracia de
Dios acta misteriosamente. Por mil circunstancias se malogran. La ltima puede malograrse, pero no ser nunca por
falta de luz ni por estar condicionado el individuo, porque en
4

170

L. BOFF, O.c., 50.

ese momento es l mismo, liberado de cualquier otro condicionamiento. Es l, sin circunstancia.


Por ltimo, el juicio no es un balance matemtico sobre la
vida pasada, en el que aparezcan ante Dios el saldo y la
deuda, el pasivo y el activo, sino que adquiere la dimensin
propia de una ltima y plena determinacin del hombre ante
Dios, con la posibilidad de una conversin para el pecador.
Por eso, siendo as, tendremos tambin que afirmar que el
momento de la muerte est ntimamente ligado con el pasado
del hombre 5.
Por consiguiente, la razn de haber sealado como uno de
los criterios del juicio el amor, la caridad practicada con el
prjimo, disipa toda duda de que esta exposicin tienda a simplificar, mejor, a disminuir la gravedad, la importancia de esta
postrimera decisiva para la suerte futura del individuo. Porque
el juicio es y ser siempre la floracin de lo que el hombre
sembr y permiti que creciera durante su vida. La muerte
temporal no es mi muerte; a lo sumo" sta podra ser consecuencia de aqulla. Porque creemos que todo en nosotros sobrevive a la muerte corporal; o si se prefiere, que todo renace
en condiciones distintas 6.

5.

Presentacin actualizada

La eternidad feliz o desgraciada no depende slo de ese


momento que llamamos fin de la vida biolgica, entendido
como trmino del estatuto actual del hombre; sino que depende, s, de ese momento, pero aceptado como acontecimiento personal del desenvolvimiento completo de aquello que
hacia lo que el hombre se abri en la vida e intent realizar.
Concebida como <<la actualizacin plena de los dinamismos inscritos por Dios en la naturaleza humana, entonces todo cobra
una nueva perspectiva, dice L. Boff.
Consciente de que esto no est al alcance de todos, me pregunto: Cmo conseguir que todos lo entiendan? Cmo lograr situar incluso a los nios en esta perspectiva?
L. BOFF, a.c., 56.
J. MARAS, en J.
lona, 1972, 304.
5

M. GIRONELLA,

Cien espaoles y Dios, Nauta, Barce-

171

Al morir, en el momento de pasar del tiempo a la eternidad, el hombre es colocado ante una decisin, que en griego se
dice "krisis" (crisis), juicio, ruptura. Ruptura, separacin de
todo lo que tena, de todo lo que amaba, de todo lo que buscaba aqu y ahora. Esta decisin radical y definitiva es lo que
Schmaus llama coronacin de todos los juicios que sobre s
mismo hizo el hombre durante toda su vida terrena.
Por muy desgraciado que el hombre haya sido, siempre habr tenido algn juicio, alguna intervencin, algn acto en el
que se reflejase la bondad, la justicia, el amor de Dios. Racionalmente, esto sera la clave para entender esa luz, ese calor
de caridad que le ilumina sobreabundantemente en ese momento supremo. Dios en ese momento se olvida de lo malo
que haya hecho. Le da su luz y su gracia y espera su decisin:
Has hecho muchas cosas malas. Bien. Yo lo he olvidado
todo. Ven a m. Lo que has hecho, hecho est. No tiene importancia. Ven solamente a m. Te acepto. Tal como eres. En
tu indigencia. Acaso no es sta la verdadera grandeza de
Dios? No es un testimonio de lo que nos dice la Sagrada Escritura cuando afirma que Dios es mayor que nuestro corazn? 7.
Mientras dura la vida, el hombre se orienta por el imperativo de su propia conciencia, por esa voz interior que manda
imperiosamente y prohbe con el mismo imperio. Por esa voz
que no es otra que la voz de Dios dentro de uno mismo.
Pero la conciencia puede estar deformada por los condicionamientos a que est sometida. Si es consciente de esa deformacin, esa misma voz le exigir que rectifique. Si es inconsciente, en ese momento supremo, se le descubrir su deformacin. Lo querrn reconocer todos humildemente? ...
Si acta en mala conciencia, no realiza el mal tan perfectamente. Queda siempre un resquicio por donde entre la luz.
Nunca el mal se realiza tan a perfeccin como cuando se realiza en buena conciencia. Y los que lo hacen en buena conciencia, en el momento de la muerte vern, sin dificultad, su
equivocacin; porque es el momento en el que todas las caretas caen.

169.

172

L. BOROS, Encontrar a Dios en el hombre, Sgueme, Salamanca 1973,

5.1.

Con la muerte cesa la influencia


de todo condicionamiento humano

En el momento de la muerte el hombre entra en su cnsls


decisiva, y entra solo con su intimidad, con su personalidad libre de toda influencia extraa. El hombre exterior se desploma, se desmorona para que surja el interior, ese que fue
madurando a travs de los aos; y si no ha tenido tiempo de
llegar a la edad madura, se sentir maduro, se levantar a fin
de colocarse en la situacin de quien acaba de adquirir la plenitud de todas sus facultades.
En un instante se contempla a s mismo, ve lo que es y se
da cuenta de lo que debiera haber sido. Y al contemplarse tal
y como es, se juzga y asume la situacin que le corresponde
con plena conciencia de su responsabilidad.
En ese momento supremo es tambin la voz de su conciencia quien formula el juicio. Sintindose plenamente libre, no
justificar lo injustificable, no aceptar como bueno lo que es
malo, no llamar justo a lo injusto, rebo a lo torcido, verdadero a lo falso. Aceptar libremente su situacin, la asumir
con todo conocimiento, porque la mide con baremos de amor
y de fe.
Ante s ver la verdad, la justicia, la bondad y la libertad
personificadas en Cristo Jess. Cristo ser, pues, medida y modelo. En ese modelo divino advertir el gesto amoroso y salvador de Dios.
Como entiende la muerte como el acontecimiento personal
del desenvolvimiento de aquello hacia lo que se abri en vida,
los juicios que durante ella haya hecho sobre la verdad, la bondad, la justicia, el amor y la libertad influirn en su decisin.
Tienen que influir, porque los hbitos mentales y morales son
actitudes voluntariamente adquiridas y asumidas que no se desarraigan en un dos por tres sin dejar huella. Son estos valores
que el hombre estima y ama, aunque no siempre los respete y
defienda lealmente. En ese instante, los ver personificados en
Cristo, en quien estn perfectamente encarnados. No los ver
slo como valores absolutos y abstractos.
La experiencia dice que todo esto cuenta en la vida concreta. Experiencia que recoge no slo la teologa, sino que lo
confirma la psicologa.
Asist en una ocasin, en sus ltimos momentos, a un buen
173

hombre. Le hice las reflexiones que Dios me dio a entender en


aquellas circunstancias y lo invit a rezar conmigo el acto de
contricin. Escuch con atencin y acept rezar, ms con desnimo que con inters. Me desped, quedando en volver por la
tarde. No era necesario, porque unas horas despus me llamaron para decirme que haba fallecido.
Fui, sin embargo, para darle el psame a la familia y recitar
alguna oracin ante el cadver. Aquel hombre era bueno, pero
su vida haba discurrido olvidado de sus deberes religiosos.
Me hizo pensar lo que una de sus hijas me dijo: jCon qu
ansias, al poco de marchar usted, me rogaba que le ayudase a
invocar el nombre del Seor y de su santsima Madre!.
Sin duda que aquel hombre, que no era por cierto ignorante, vio inminente el misterio de Dios, intuy la proximidad
de su gesto amoroso y salvador. Ya no era el remiso de
cuando yo estuve con l. Se empezaba a ver liberado de sus
condicionamientos y entraba libre en su crisis definitiva, de
la que dependa su xito o su frustracin eternos.
Esa crisis en unos se presentar de una forma y en otros de
otra, mas a ninguno le faltar, por voluntad de Dios, esa oportunidad, Dios, que es sobre todo Padre, no tiende asechanzas
a sus hijos.
No se puede hacer ninguna dramatizacin del infierno,
porque en el fondo no existe ningn "lugar" que sea el infierno. Todo vive en el cielo, porque Dios ha creado el mundo
para el cielo. Pero este cielo se experimenta con el sentimiento
interior. Quien se ha hecho pobre puede experimentar su belleza. Quien sigue siendo rico, sin embargo, ha de contentarse
con su propia riqueza. Ir al cielo quien haya podido sufrirlo,
es decir, quien haya dado cada vez ms por el amor y, consiguientemente, quien pueda recibir ms... Quien no tiene valor
para amar no puede ir al cielo 8.

5.2. Ayuda para que esos condicionamientos cesen


No es fcil desarraigar los hbitos morales. Pero al menos
el sacerdote que asiste al enfermo debe intentar, con su labor
pastoral, contribuir a su neutralizacin. Que reciban los l8

174

L.

BOROS,

Somos futuro, Sgueme, Salamanca 1973, 167.

timos sacramentos con lucidez es la aspiracin cumbre del sacerdote. Aquello de que los sacramentos dan y significan la
gracia, de que la atricin unida a la absolucin perdonan los
pecados, pesa decididamente en la pastoral pro graviter infirmis.
Desde siempre guard dudas sobre este celo. No sobre que
reciban los sacramentos, no sobre que la atricin unida a la absolucin perdone los pecados, sino sobre el modo y las circunstancias en que muchas veces se administran. Qu le puede decir la confesin a un hombre que vivi toda su vida de espaldas
a ella en esos momentos en que se est jugando lo que ms estima, lo que ms quiere? Acaso le recuerde la necesidad de
una firma para ser recibido en audiencia, y poco ms.
En muchas ocasiones ser solaz y satisfaccin para los
vivos, mas no solucin y absolucin para los gravemente enfermos. El xito final no depende tanto de que se confiese y
comulgue, cuanto de que se acerque a Dios con confianza
y con amor.
El juicio no se soluciona favorabIehtente slo porque se
hayan recibido los ltimos sacramentos, sino porque, con sentido superior, confiese y crea en Dios como remunerador y en
su enviado Jesucristo como redentor, modelo y medida de la
propia vida; que reconozca humildemente su dependencia de
aquel ante quien muy pronto va a comparecer; que ame a
Cristo, su salvador, llorando sus faltas de amor para con sus
hermanos los hombres y se apoye en l con confianza.
La confesin ser el resultado de esta disposicin interior, y
a crear esa disposicin ha de orientarse toda la labor pastoral
que tan generosamente se despliega. El caso que cuenta 10seph Malegue en su libro Agustn o el Maestro est ah, reproducido en este libro, es la confirmacin de esta postura.
Cuando su amigo y sacerdote Largilier haba creado este clima
en Agustn Meridier, entonces es cuando le dice: Confisate.
Por lo dems, es el pan de cada da. Hace ya muchos aos.
Yo, como soy hijo de mi tiempo, me proyecto segn los c
nones que asimil. Regresaba a casa cuando un joven se me
acerc pidindome que fuese a atender a su padre poltico, que
estaba gravemente enfermo. Durante el camino me enter de
su situacin religiosa. No me sera fcil entrar en su terreno y
llevarlo al mo a las primeras de cambio.
Trat de poner en prctica lo que dice san Ignacio, entrar
175

con la suya para salir con la de Dios. Una vez que llegu, habl con el enfermo largo y tendido de todo, menos de la confesin. Trat de desdramatizar el momento, y cuando el tiempo
se agotaba y a m me pareci que no le caera demasiado extrao, le insinu la posibilidad de confesarse una vez que estaba all; el tiempo estaba desapacible y el acceso a su casa no
era fcil.
No me olvidar. Su gesto fue, no de rechazo, pero suficientemente elocuente como para que no advirtiese que me haba
equivocado. Acept, sencillamente, por cortesa.
Si las cosas son como son y hay que cogerlas como vienen,
hubiese sido mucho ms discreto no pisar el acelerador. No
por mucho madrugar amanece ms temprano, dice la sabidura popular.
La confesin, en cuanto parte del sacramento de la penitencia, en aquellas o semejantes circunstancias, no constituye el
xito ni lo prepara, teolgicamente pensando, para esa crisis
en que inexorablemente el hombre va a entrar.
De todos modos, aunque esta impresin me parece objetiva, ella no comporta al conviccin de que todo depende del
hacer humano. La opcin definitiva no se juega entonces ni se
juega nunca en el marco de esta vida. Tampoco es el sacerdote
quien la decide, a pesar de todo su poder como administrador
de los misterios de Dios in iis quae sunt ad Deum. Es la
gracia divina, es el espritu de Dios que inspira cuando quiere
y como quiere.

5.3.

El juicio empieza en esta vida

Insistir en que el juicio no debe separarse, no debe desvincularse de las opciones que el hombre haga durante su vida,
equivale a afirmar que empieza ya en esta vida.
Esta vida, de por s, es bastante complicada y, muchas
veces, circunstancias, previstas unas e imprevistas otras, la
complican ms. A todo esto, el hombre tiene que tomar decisiones. Advierte el compromiso que su situacin comporta,
porque a su lado, enfrente y detrs hay personas que resultan
afectadas. El compromiso le ata y, a la vez, le marca los lmites de su actuacin. No se siente tan libre como deseara,
176

pero no puede aplazar su resolucin. En el mejor de los casos,


decide segn cree en conciencia tener que decidir.
Otras veces no es l el que decide libremente, sino que
otros le obligan. Le han descubierto una historia que me quisiera recordar, y se ve obligado a ingeniarse los medios para
evitar en lo posible las consecuencias, no slo personales sino
familiares, que de esa historia se derivan. Los medios no estn
tan al alcance de la mano como crea y entra en una verdadera
crisis. Cuntos suicidios encuentran aqu una explicacin viable!
Cada vez que se debate entre seguir el camino comenzado
o abandonarlo, otras tantas se ve constreido a correr el riesgo
del fracaso o a saborear las complacencias del xito.
Pues bien, el juicio es la potenciacin, es la culminacin de
la experiencia que haya podido adquirir durante su vida. No
nos es dado juzgar el grado de responsabilidad contrada por
esas decisiones parciales, ni en nosotros, ni mucho menos en
los dems. Pero la responsabilidad exite, de lo contrario no
seran actos humanos y, por tanto, poco o nada contribuiran
al desenvolvimiento de la propia personalidad.
y esto vale para todos, aun para el feto ms minsculo
que muri sin haber tomado ninguna decisin. Nada sabemos acerca de cul ser su decisin; creemos, sin embargo,
que ser en favor de Dios porque para l nacemos y slo nos
apartamos de l por la culpa propia. Y de esa culpa est personalmente libre el nio inocente. El pecado original que le estigmatiza le ser perdonado gracias a la decisin amorosa que
haya asumido ante Dios 9.
El pecado original es y continuar siendo un misterio que
se procura explicar, pero nunca se comprender en esta vida.
Tampoco estamos en condiciones de valorar esta actitud generosa de quien acepta la incomprensin y la cruz con dignidad
y entereza. Pero s, siempre podremos renunciar humildemente
a juzgar, sobre todo a los dems, y disponernos a apoyarnos
confiadamente en Dios 10.

L. BOFF, a.c., 55.

Sobre el juicio, el autor de Hablemos de la otra vida tiene ideas y conceptos de actualidad palpitante. Sera muy provechoso que el lector se familiarizase con l leyendo, sobre todo, las pgs. 49-57.
10

177

5.4.

Vigilad y orad

Por eso, el consejo del Seor tiene plena actualidad: Velad y rogad para no entrar en tentacin (Mc 14,38). Alerta, pues! Porque no sabis qu da va a llegar vuestro amo
(Mt 24,42). La confianza se adquiere con el trato y el trato
con Dios tiene un nombre: oracin. Y para que sea oracin
tiene que ser humilde, confiada y perseverante.
El juicio particular es un acto, es un momento cuya dimensin abarca al hombre total, situndolo ante Dios, cara a cara
con Cristo, con la posibilidad de que el que vivi alejado y extraviado vuelva a l. Las probabilidades de volver a Dios sern
tanto mayores cuanto ms leales, honradas, rectas y sinceras
hayan sido sus relaciones durante la vida con la verdad, el
bien, la sinceridad, la justicia, el amor. En suma, cuanto ms
fiel fue a la voz de su conciencia.
Si el juicio guarda tan estrecha relacin con la vida, las decisiones tomadas durante ella sern ensayos para la decisin final. Como el hombre es un ser libre, en su vida cuentan los
actos, pero, ms que los actos aislados, cuentan las actitudes.
Del hbito se ha dicho que es una segunda naturaleza. La decisin en la hora de la muerte no eS una decisin inicial, sino final. Las opciones parciales son, por consiguiente, preparacin
para la definitiva. De ah que, normalmente, suceder que el
hombre al morir se abra o se cierre hacia lo que activa y generosamente se abri o se cerr durante su vida.
As es como el evangelio, en sus toques de atencin, es
siempre actual. Es de actualidad insistir en la vigilancia y en la
oracin, en negarse a uno mismo por amor a Cristo, en el desprendimiento espiritual, en la limpiez:l de corazn, entendida
sta, sobre todo, como rectitud moral, en aceptar la cruz de
cada da con amor y firmeza. Porque bienaventurados los que
tienen alma de pobres, bienaventurados los limpios de corazn, si vuestra justicia no fuese mayor que la justicia de los
fariseos, no entraris en el reno de los cielos, toma tu cruz y
sgueme ...
As es como los mandatos de la Iglesia miran a la realizacin en plenitud del hombre: Procurad una ms justa y equitativa distribucin de las riquezas, acercaos con frecuencia al
sacramento de la penitencia, comulgad con amor frecuentemente, respetad los derechos fundamentales de la persona

178

humana, el amor mutuo, no el odio de clases, es el clima de


la verdadera libertad ...
Abrirse a estas llamadas, tener en cuenta estos mandatos
hacen de la vida diaria un aprendizaje seero para la opcin final. El talis vita, finis ita resume sabiamente toda una filosofa y ahorra disquisiciones baratas.
Por tanto, el juicio ha de vivirse desde los primeros aos
conscientes con responsabilidad y amor filial, como asimismo
la muerte, cuya corona es. A la luz del sepulcro de Cristo, en
este lugar donde Cristo muri y resucit; aqu a donde acuden
tantos peregrinos cada da, en testimonio de fe y demanda de
paz, la vida se presenta como triunfo sobre la muerte, la realizacin plena sobre la frustracin eterna.
Al calor de Getseman, donde los apstoles dorman y
Judas acechaba, donde Jess or con plena entrega a la voluntad del Padre, el juicio se vive con amor y se mira con esperanza.
Estos dos lugares santos despiertan <1I1 el alma sentimientos
de arrepentimiento, ansias de reparacin, deseos de reconciliacin, propsitos de solidaridad, a la vez que abren las puertas
a la esperanza. Porque recuerdan al vivo a Cristo paciente y lo
ofrecen al peregrino glorioso y triunfante.
A los que no estn iluminados por la fe, les infunden respeto, porque, a poco que reflexionen, captan la profunda tragedia humana, que no se comprende si no tiene sentido divino.
El misterio del mal en el mundo se ilumina en Getseman,
porque presenta, a la luz del evangelio, con un realismo impresionante, al inocente entre los inocentes torturado fsica y moralmente, y lo presenta sufriendo, no slo injustamente, sino
ofrecindose al sufrimiento. Por qu? ...
Jess es modelo y medida para todos. Seor, s para
todos resurreccin y vida 11.

11 Los nmeros de Biblia y Fe de mayo-agosto de 1975, ilustran abundantemente el tema sobre el que reflexionamos.

179

8.

Cmo hablar del purgatorio hoy

La opcin en el momento de la muerte es definitiva, porque no existe tiempo intermedio entre la muerte y la opcin.
Pero existe estado intermedio? Si no existe, cmo se explica
la existencia del purgatorio?
Como punto de arranque de estas reflexiones conviene precisar que la doctrina tradicional sobre el purgatorio se funda
en la existencia de un estado intermedfo entre la muerte y la
parusa y en la existencia de las almas separadas del cuerpo.
Uno de los puntos de friccin entre protestantes y la Iglesia
catlica es la doctrina sobre el purgatorio. Esta friccin parte
de los orgenes de la reforma, tanto que Lutero hace su aparicin en pblico como reformador con sus famosas tesis sobre
las indulgencias.
Entre estas dos posturas antagnicas, en nuestro tiempo
surge una tercera que, profesando fidelidad a la doctrina de la
Iglesia, revisa el concepto de purgatorio, tendiendo as un cable de inteligencia a los hermanos separados.
Acostumbrados al lenguaje de las indulgencias, a escuchar
que es cosa buena y saludable orar por los difuntos, a or
que el santo sacrificio es el mejor obsequio que podemos hacer
a nuestros muertos, a ofrecer novenarios, gregorianas, a celebrar el da de Todos los fieles difuntos con responsos y cantos
de arrepentimiento, a que se nos diga que las pobrecitas
almas gimen en un lugar de tormentos, esta revisin suena a
supresin.
Por eso, las preguntas surgen y los interrogantes abundan.
Si el encuentro con Dios es nuestro purgatorio, qu pueden
aprovechar a los muertos las oraciones y los sacrificios de los
vivos? Qu fundamento tiene la doctrina catlica sobre el
181

purgatorio? Cmo pueden despus de la muerte purificarse


los difuntos?

1.

La Sagrada Escritura

La doctrina de la Iglesia sobre el purgatorio tiene su fundamento en la revelacin. Es cierto que si se pretendiese dar una
respuesta a esta pregunta con textos definitivos de la Biblia, la
respuesta sera muy pobre y poco convincente, porque en
la palabra de Dios esos textos no existen.
Pero si la respuesta se funda en hechos, pensamientos, conceptos que flotan en la Sagrada Escritura, su color cambia radicalmente. Estos hechos dan pie a la reflexin y con la reflexin
se va desarrollando la teologa.
En el Antiguo Testamento (2 Mac 12,38-46) se cuenta una
escena de muy alto sentido a este respecto. Judas Macabeo peleaba las batallas del Seor y puso en fuga a los soldados de
Gorgias. Se retir a la ciudad de Odoln y al da siguiente volvi con sus hombres para recoger los cadveres de sus soldados,
que haban cado luchando por la ley. Mas he aqu que debajo
de sus tnicas hallaron las ofrendas de los dolos que haba en
Jamnia, prohibidas por la ley a los judos. Todos conocieron
claramente que esto haba sido la causa de su muerte.
y por eso, ponindose en oracin, rogaron que fuese
puesto en olvido el pecado que haban cometido. Judas cuidaba de sus soldados y, porque crea en la resurreccin, hizo
una colecta de doce mil dracmas de plata, que envi a Jerusaln para que se ofreciese sacrificio por los pecados de los que
haban muerto, pensando con rectitud y piedad de la resurreccin. El autor del texto sagrado aade su comentario personal: Si no esperara que haban de resucitar aquellos que haban muerto, tendra por cosa vana e intil orar por los
muertos... Es, pues, santa y saludable la obra de orar por los
muertos para que sean libres de sus pecados.
El texto aparece claro a la luz de la doctrina desarrollada
del purgatorio. No lo es tanto leyndolo desde los presupuestos de que parta su autor. Es muy posible que el sacrificio que ofreci Judas no tuviera otra finalidad que purificar a
la comunidad de los vivos, manchada por el crimen de al182

gunos. Es muy posible, porque el valerossimo Judas exhortaba al pueblo a conservarse sin pecado, teniendo a la vista lo
que haba acontecido por los pecados de aquellos que haban
sido muertos.
Esta posibilidad no se puede descartar. Pero el autor del libro sagrado aade comentarios y pone en boca de Judas sus
propias convicciones teolgicas. y la conviccin del autor es
que la oracin y el sacrificio de expiacin tienen eficacia para
la remisin de los pecados de los difuntos 1.
El gesto del caudillo Macabeo es calificado de recto y piadoso, porque, aunque el pensamiento dominante es la resurreccin, es cosa santa y saludable orar por los muertos. La
posibilidad de esta purificacin, en la que cree el autor sagrado, es lo que en realidad constituye la esencia del purgatorio.
Si el Antiguo Testamento es tan parco, el Nuevo no lo es
menos. El pasaje de san Mateo (18,34): ... Y su seor enfurecido lo entreg a los ministros de tortyra hasta que pagase la
deuda entera, no se refiere a la purificacin, sino al perdn, a
la disponibilidad para perdonar a todos aquellos que nos hayan
hecho algn mal.
Tampoco san Pablo en 1 Cor 3,10-15. El apstol se presenta como arquitecto experimentado que echa los cimientos.
Otros continuarn su obra. A estos continuadores les advierte
que miren bien la clase de materiales que emplean. Porque cimientos nadie puede echar otros ms que los que estn
puestos, que son Jesucristo.
Los cimientos no varan, son siempre los mismos; la roca
inconmovible, Cristo. Los elementos pueden ser muy diversos,
puesto que son los hombres los constructores. Segn sean, as
la obra perdurar o se quemar en el da que venga a descubrirse. Si la obra de uno se quema, se la perder; l, no
obstante, se salvar, pero justamente como quien huye de la
quema.
Como puede advertirse, no es la idea de purificacin la dominante, sino el juicio, una vez que san Pablo sita la escena
en el eschaton, cuando segn la dogmtica no habr ya purga1 Misin Abierta, en su nmero de octubre de 1976, dedica a este tema
del purgatorio trabajos esclarecedores, que contestan a preguntas y resuelven
dudas que flotan en el ambiente.

183

torio. No parece, por tanto, fundado deducir del pasaje una


enseanza sobre el estado de purificacin entre la muerte y el
juicio final, dice Ruiz de la Pea.
Por lo dems, san Pablo, en vez de purgatorio prefiere hablar de un proceso de crecimiento hacia la perfeccin, que l
mismo persigue corriendo, sin haberlo an alcanzado.

2.

La tradicin

Los fundamentos explcitos, mejor dicho los textos, directamente no se refieren a ese estado intermedio de purificacin.
Habr que acudir a la tradicin, si bien sta, cuando empieza,
se manifiesta a travs de la oracin por los difuntos. La oracin por los muertos, ya se ha dicho, es un dato bblico.
El gesto de Judas Macabeo est ah. San Pablo, en la primera carta a los Corintios (15,29) habla de los que se bautizan
por los difuntos: Si los muertos no resucitan absolutamente.
por qu razn en el mundo se bautizan por ellos?. Asimismo, en la segunda carta a Timoteo (1,15-18), pide al Seor
que favorezca a la familia de Onesforo qu le conceda favor
el da aquel, porque no se avergonz de sus cadenas.
Todo ello parece que ese estado intermedio se supone,
pero no lo dice taxativamente. En esta misma lnea, a partir
del siglo II, existen inscripciones funerarias, autores y textos
litrgicos que testifican la costumbre de rogar por los difuntos. As, por ejemplo, hacia los aos 180 se lee en uno de
los epitafios: Quien comprenda y est de acuerdo con estas
cosas, ruegue por Abercio. Pocos aos despus, Tertuliano
confirma la costumbre piadosa de celebrar el aniversario de
los difuntos con oblaciones.
Quedan anotadas estas citas, porque quiz uno de los argumentos ms fuertes en favor de la purificacin despus de la
muerte sea la oracin y los sacrificios por los difuntos, en
cuanto dato bblico y tradicin veneranda y venerable. No obstante, como no se trata de convencer de una piadosa costumbre con citas de autoridad y menos de hacerles decir ms de lo
que dicen, sino de una verdad que los catlicos aceptamos y
creemos, es preciso dejar muy claro que esta verdad la aceptamos libre y razonablemente, porque para ello se cuenta con
buenas razones.
184

Si se tienen buenas razones, es que los protestantes no estn en lo cierto al negar la existencia del purgatorio, sencillamente porque les parece una negacin de la suficiencia de la
satisfaccin ofrecida por Cristo.

3.

Reflexin teolgica fundada en la Sagrada Escritura

La penuria de pruebas bblicas y la ausencia de testimonios


en los dos primeros siglos no es razn suficiente para negar
credibilidad a la existencia del purgatorio.
La Iglesia nunca se apoy en textos concretos y definitivos
de la Sagrada Escritura para formular su doctrina sobre la purificacin despus de la muerte. No ha partido de pasajes concretos, sino de principios generales con base en el texto revelado. Reflexionando en torno a ellos concluye y formula su
doctrina.
A esta doctrina, razonable y razona4a, se adhiri con el correr del tiempo una serie de apndices que, lejos de enriquecerla, la desvirtuaron. A ello contribuy una predicacin efectista y sentimental que se ali con la propensin a la vana curiosidad por lo misterioso.
Ante el misterio siempre ser ms honesto confesar la propia ignorancia que dogmatizar irreflexivamente. La importancia de la escatologa no consiste en informarnos sobre los ltimos acontecimientos, sino en impregnar nuestra vida presente
de la esperanza cristiana, en poner en tensin nuestra vida hacia el Dios revelado en Cristo, que nos sale al encuentro en sus
promesas de futuro.
Con todo, aunque no es una ciencia emprica, es profundamente reflexiva, porque no slo trata de reproducir lo que dice
la revelacin, sino adems de ensearnos lo que de ella directamente se deriva en orden al conocimiento de estos ltimos
acontecimientos.

4.

Principios

La reflexin teolgica, en concreto sobre el purgatorio,


parte de unos principios que tienen su asiento en la revelacin
185

y de esa reflexin brota la doctrina definida dogmticamente


por la Iglesia.

4.1.

Responsabilidad humana

Para los protestantes las obras no son necesarias, sino que


la suficiencia de la satisfaccin de Cristo ofrece todas las garantas. Creer firmemente en esta suficiencia encubre toda posible huella que hayan podido dejar los propios pecados.
Reiteradas veces en este libro se hace referencia a la libertad y a la razonabilidad del acto de fe. La libertad comporta
responsabilidad. Los hermanos separados slo consideran la
accin de Dios y olvidan la cooperacin del hombre en .el
proceso de la salvacin. Esta es la trgica contradiccin del
protestantismo -exclama Y. Congar-, piensan que solamente
se puede salvaguardar la eficacia soberana de Dios afirmando
su exclusividad.
Con Dios no convive nadie que no sea totalmente de
Dios. En el proceso de maduracin, el hombre tiene responsabilidad. Responsabilidad que jams podr eludir, descargndola en Dios o en los dems miembros de la comunidad, porque por algo es libre y seor de sus actos. El se experimenta
alienado y dividido en s mismo y de esta alienacin y divisin
se sabe responsable. Son pocos, relativamente, los que realizan de manera ejemplar una maduracin interior y logran las
cumbres de la perfeccin humano-divina durante su vida.
Para el encuentro con Dios necesitan verse libres de toda
alienacin, necesitan alcanzar la cumbre de su perfeccionamiento. A luz del nico modelo, esta necesidad la sienten con
urgencia. Se sienten con capacidad de mirar a Dios cara a
cara y entregarse a l en un abrazo eterno, pero al mismo
tiempo se saben indignos, porque ven el ovillo de relaciones que
es l mismo, retorcido y confuso por los propios pecados, infidelidades e impurezas. Entran, pues, en una verdadera crisis, y
entran voluntaria y responsablemente. La responsabilidad es,
por tanto, el primer principio sobre el que la teologa se
asienta para formular la doctrina sobre el purgatorio. Y este
principio lo deduce razonablemente de la palabra revelada.

186

4.2.

Pureza y santidad

En la Biblia aparece transparente la idea de que nada manchado puede ver a Dios. Moiss habr de dejar sus sandalias
para acercarse a la zarza ardiendo desde donde le habla Yav.
Slo los sacerdotes pueden tocar el Arca de la Alianza, porque
slo a ellos se les considera limpios y segregados. Slo ellos
pueden entrar en el sancta sanctorum, y si alguno que no est
legtimamente llamado osa hacerlo, recibe inmediatamente el
aviso del castigo.
Jess, por su parte, proclama benditos a los limpios de corazn, porque slo ellos vern a Dios. Limpio quiere decir sin
mezcla, sin nada extrao a su propia naturaleza. El corazn,
para los semitas, designa el conjunto de todas las facultades
del hombre, tanto la razn y la conciencia como las tendencias
afectivas y la voluntad. Sin duda que el Maestro divino emplea
esta expresin en el sentido en que la entendan sus oyentes.
Para el auditorio de Jess era familiar e) viejo salmo: Quin
subir el monte del Seor, se sentar en su lugar santo? Ser
el hombre de limpias manos y de puro corazn, el que no lleva
su alma al fraude y no jura con mentira.
Por consiguiente, la santidad y la pureza ser el segundo
principio sobre el que se levanta el edificio de la doctrina purificadora.

5.

Documentos eclesisticos

Apoyada en estos soportes y partiendo de los supuestos de


un estado intermedio y de la existencia de las almas separadas,
la Iglesia, tanto en el concilio de Lyon, como en el de Florencia, as como sobre todo en el de Trento, formula su doctrina,
que puede resumirse en estos cuatro puntos:
1. El tiempo de merecer o desmerecer termina con la
vida.
2. Existe una purificacin despus de la muerte.
3. Los difuntos que se hallan en estado de purificacin
pueden ser ayudados por las oraciones y sufragios de los vivos.
4. Con el juicio universal terminar el estado de purificacin. Todo lo que se aparte de estos extremos pertenece al
187

campo de las especulaciones teolgicas, que han cambiado y


pueden cambiar segn la mentalidad de la poca.
La moderacin es una de las notas sobresalientes del magisterio, tanto ms de ponderar cuanto que estaba candente en
Trento, cuando los luteranos negaban abiertamente el purgatorio. Su moderacin resplandece a travs del texto conciliar:
Existe un purgatorio. Las almas all detenidas son aliviadas
por los sufragios de los fieles y por el santo sacrificio del altar.
Por ello el santo concilio prescribe a los obispos que tengan
cuidado de que la verdadera doctrina del purgatorio, recibida
de los santos padres y de los santos concilios, sea en todas
partes celosamente predicada, y que los cristianos sean instruidos acerca de ella, aceptndola y creyndola... y que prohban como escandaloso y ofensivo para todos los fieles todo
aquello que se refiera a pura curiosidad.
La pura curiosidad es un peligro para la misma fe. Por haber dejado suelta la curiosidad, la fe en el purgatorio, en muchos casos, se transform en burda supersticin. Los casos de
supersticin en esta materia se podran aducir por docenas.
Precisamente, viv bastantes aos en una zona rural y pude
comprobar cmo aquellagente sencilla entenda la vida de ultratumba y cmo se comportaba frente al principio de la oracin por los muertos.

6.

Orientacin teolgica actual

Los principios en que se apoya la doctrina sobre el purgatorio continan en toda su validez. Los presupuestos estn en
discusin, porque el estado intermedio entre la muerte y la parusa es un problema no definitivamente resuelto 2, Yla existencia de las almas separadas del cuerpo, hoy, desde una concepcin ms unitaria del hombre, parece difcil que pueda
sostenerse.
1. Por eso la nueva orientacin teolgica empieza por rechazar una serie de imgenes con que se pretenda representar
la realidad del purgatorio. En primer lugar, hay que olvidar
que el purgatorio es un lugar. En la eternidad los criterios de
2

188

L. BOFF, Hablemos de la otra vida, Sal Terrae, Santander 1980, 66.

tiempo y de espacio no cuentan. No es un lugar, es un estado


o proceso de purificacin. Los espritus no tienen partes y, por
tanto, no ocupan espacio. El alma es espiritual: dnde y en
qu parte del cuerpo est? Lo anima y vivifica, de tal suerte
que cuando deja de animarlo y vivificarlo, el cuerpo se convierte en cadver, muere biolgicamente, aunque no acaba.
2. Contina por no admitir como real, si bien siempre
misterioso, que ese lugar sea un infierno temporal, porque en
l no hay fuego ni tormentos, aunque no niega ni rechaza el
dolor ni el sufrimiento moral. El purgatorio es crisis. Crisis,
originariamente, significa: purificacin, limpieza.
La purificacin espiritual puede ser cosa de un instante. Y
esto no significa que se quiera hacer teologa de lo instantneo,
de lo repentino. Los hombres tienen necesidad de un lenguaje
para expresarse, para hacerse entender. Mientras no cuenten
con trminos ms adecuados, tendrn que valerse de los que
tienen. Dios se comunica con el hombre por medio del lenguaje de los hombres.
I
Al mismo tiempo que expiraba Jess en lo alto del Calvario, con l moran dos malhechores, uno a su derecha y otro a
su izquierda. Ambos pagaban justamente con el mismo suplicio el precio de sus malas acciones. El que est a su derecha
reconoce y confiesa humildemente su culpabilidad, al mismo
tiempo que proclama en alta voz la inocencia de Jess. A
travs de su inocencia descubre su divinidad, indudablemente
iluminado por la gracia. Su inocencia se la da a conocer su
comportamiento. Con inmenso amor y el ms profundo dolor,
implora su ayuda, pide su mediacin: Acurdate de m
cuando ests en tu reino. Su oracin inmediatamente fue
oda: Hoy mismo estars conmigo en el paraso. Su maduracin, su profundo y doloroso proceso para desmadejar el retorcido y confuso ovillo de su vida, se resuelve en aquel mismo
instante.
Esta no es teologa de lo instantneo, de lo repentino. Es
teologa revelada. Cmo se entiende? Yo no lo s. De qu
nos vale, para qu sirve? Para que los hombres nos demos
cuenta de que los caminos de Dios no son los caminos nuestros, para pensar y reconocer que del ms all sabemos muy
poco o nada. Lo que a los hombres es imposible a Dios le resulta muy fcil.
3. Cunto puede durar ese proceso? Los creyentes slo
189

sabemos que terminar como estado en el momento de la parusa. Y la parusa, para cada uno, se verifica en la hora
suprema de la muerte. Toda otra determinacin temporal sobre la permanencia o salida del purgatorio son acomodaciones
a nuestro lenguaje actual, que no tiene correspondencia en el
ms all.
6.1.

Proceso de plena maduracin

Si el purgatorio no es un lugar, si tampoco es un infierno


temporal y si ignoramos cunto puede durar, a qu se reduce
la doctrina de la Iglesia en esta nueva orientacin teolgica?
El purgatorio significa la posibilidad graciosa que Dios concede al hombre para poder y deber madurar radicalmente al
morir, dice L. Boff. Y al entenderlo as, creo que D. Fernndez, que dice que la teologa de lo instantneo y repentino no
nos sirve para nada, no difiere de l al afirmar que debe entenderse como proceso de maduracin y conversin interior a
Dios.
Pienso que coinciden, 'porque si bien es cierto que no hacemos teologa para bienaventurados, sino para los que peregrinamos por este mundo y, por tanto, que los hbitos mentales e intelectuales no se cambian repentinamente, sino que
suponen un largo y penoso proceso, tambin es verdad que el
hombre, en los umbrales de la eternidad, ve las respuestas a
sus eternas preguntas de quin soy?, de dnde vengo?, a
dnde voy?, por dnde debo ir? con muchas menos sombras
que durante la vida biolgica, porque las ve a la luz de Cristo.
y al verlas con mucha ms claridad, con plena claridad segn
su capacidad, el proceso a que est sometido desde que nace,
lo que pierde en extensin lo gana en intensidad. La escena
del buen ladrn da buena cuenta de ello.
El purgatorio es ese proceso, doloroso como todos los
procesos de ascensin y educacin, por el que el hombre al
morir actualiza todas sus posibilidades, se purifica de todas las
marcas con las ~ue la alienacin pecaminosa ha ido estigmatizando su vida . Dios se le presenta con toda su grandeza y
toda su bondad, as como tambin el Seor en toda su gloria.
3

190

L. BOFF, O.c., 60.

La crisis en que entra es la mayor y ms trascendente de su


vida. O se entrega plenamente a l o se fija para siempre en la
frustracin humana ms absoluta. Sabe que es su ltima oportunidad. Se enfrenta a cara descubierta con el egosmo y con
las seguridades con que ha ido construyendo su vida. Por eso,
como la prolongacin de esa crisis depende de los hbitos mentales y morales que arroparon su vida, el purgatorio ser ms o
menos intenso de acuerdo con cada uno, dice L. Boff.
Por consiguiente, hablar de tiempo no es ms que una acomodacin a nuestro lenguaje, para expresar esas realidades
que estn ms all del tiempo. La existencia del purgatorio,
como estado de purificacin, queda a salvo plenamente en la
nueva orientacin teolgica.
6.2.

Oraciones y sacrificios por los difuntos

Se incluyen en ella, en cuanto que l~s almas all detenidas


son aliviadas por los sufragios de los fieles.
No da odos a los que las consideran como supersticin o
como cosa intil. No le da odos porque, amn de ser un
dato bblico y de la tradicin, es definida como provechosa
por los concilios de Florencia y de Trento.
No obstante, es muy consciente de que se impone una reduccin drstica de la imagen que del purgatorio tiene el pueblo. Esta imagen la fomentan aquellos que defienden que el
fuego del purgatorio es corporal, aunque el dolor causado por
l es espiritual, o los que dicen que hay almas en el purgatorio que padecen una pena de sentido ms atroz que la de
ciertos condenados padecen en el infierno por uno o dos pecados mortales.
Una defensa a ultranza de estos o similares puntos no fundamenta la fe, porque mezcla disparates teolgicos con otros
filosficos, confundiendo las rdenes de tiempo con los de
eternidad, como si la eternidad fuese un tipo ms perfeccionado, pero de hecho materia espacio-tiempo 4.
La reduccin que la nueva orientacin hace del concepto
popular del purgatorio, no niega la conveniencia de orar por
los muertos ni compromete su bondad. Contina teniendo sen4

L. BOFF, o.c., 62.

191

tido y este sentido se comprende mejor desde esta perspectiva,


dado que para Dios todo es presente. El ve como presente la
oracin futura y aun pasada de los vivos. Tiene sentido, no
porque nosotros podamos eximirlos de su proceso de purificacin, sino porque podemos pedir a Dios que acelere el proceso de maduracin, que lleve al hombre a dejarse penetrar
por la gracia divina hasta el punto de la humanizacin divinizadora que le corresponde s.
La realidad graciosa de ser purificados en el instante del
encuentro con Dios, no es obra exclusivamente del hombre.
En primer lugar es debida al amor divino, que se prodiga
abundantemente en cada uno, con tal que no quiera obstinadamente permanecer cerrado e insensible a l. En segundo lugar,
porque la participacin de todos en la santificacin de cada
uno la est proclamando el dogma de la comunin de los
santos.
La solidaridad humana es una tendencia natural, que en el
orden sobrenatural se transforma en la comunin de los
santos. As como el pecado personal se inserta en un mundo
de pecado, lo que posibilita la creacin de lazos de pecado entre los hombres, de modo semejante, todos los justos participarn en la redencin y purificacin de cada hombre 6.
Adems de tener sentido individual la oracin y el sacrificio
por los muertos, tiene una dimensin social, quiz de ms relieve que la individual. No en vano ha escrito Y. Congar: Si
el dogma del purgatorio tiene sentido, es precisamente un sentido social: es decir, esto implica que las almas no cumplen su
destino individualmente, solas, sino ligadas ntimamente a todo
el cuerpo de Cristo, ayudadas por los sufragios de los fieles y
de los santos.
Solidaridad, comunin de los santos y oracin en comn
gritan esta dimensin y la Iglesia prolonga su solicitud maternal ms all de la muerte de sus hijos, porque se sabe unida,
formando una unidad, en sus tres etapas: Iglesia peregrinante,
Iglesia purgantc e Iglesia triunfante. A la luz de la fe, todos esperamos el triunfo definitivo en Cristo y por Cristo. Como
Cristo, al ser exaltado, atraer todas las cosas a s, cielo y tierra estn presentes con sus preces para que el hombre que
5
6

192

L. BOFF,
L. BOFF,

O.C.,
O.C.,

68-69.
69.

pasa por la crisis definitiva, venza y deje aflorar dentro de s la


eterna primavera y la juventud de Dios.
6.3.

La vida humana puede y debe


ser purificadora

La purificacin, la plena maduracin no es obra exclusivamente del hombre. No, l solo no lo conseguira. Mas esto no
significa que sea pasivo en ella, tanto en cuanto alma espiritual
como en cuanto cuerpo material. En el proceso de purificacin
y conversin es todo el hombre el que tiene que convertirse y
purificarse. No tiene sentido teolgico hablar de purificacin
meramente pasiva. Sufrir una pena para restablecer el orden
quebrantado, o sufrir el castigo para volver a Dios la gloria
arrebatada, son expresiones intolerables. La reparacin no se
consigue mediante el dolor y el castigo, sino con la conversin
y las obras de amor. No es un orden, sin9 una persona la ofendida y la que reconcilia. La gloria de Dios es el hombre vivo,
y la vida del hombre es la visin de Dios, deca san Ireneo.
El purgatorio como proceso doloroso no mira slo a reparar lo pasado, a desmadejar el ovillo enmaraado durante la
vida, sino tambin al futuro. No se trata tanto de satisfacer
por los pecados cometidos, sino de liberarse de las tendencias
que no estn orientadas totalmente hacia Dios. Se trata de preparar el encuentro con Dios.
Este proceso termina con la muerte, a cuyo feliz final contribuyen todos los santos. Al hablar del juicio se insiste en esta
idea. Los hombres se van labrando interiormente a base de
afirmaciones, de hechos, de actitudes, de relaciones. Siendo
una forma abierta, vertical y horizontalmente, cuanto ms se
abra hacia Dios y hacia sus hermanos los hombres, ms se ir
vaciando de sus egosmos, ms se ir vaciando de s mismo y,
por tanto, ms ir madurando su personalidad.
Indudablemente que en este proceso no se adelanta sin esfuerzo ni sacrificios, porque contina siendo de actualidad: El
reino de los cielos padece violencia y slo los que se lo hacen
lo arrebatan.
Esta violencia se traduce en dolores, incomprensiones, frustraciones, dramas en que la vida cotidiana es harto prdiga. El
hombre puede y debe convertir todo esto en medios de interio193

rizacin y purificacin. Si lo hace, no cabe duda de que el boceto se ir acercando a la perfecta talla. Las mscaras con que
el egosmo y el individualismo le encubren caen, e impera la
autenticidad transparente de la conciencia (L. Boff).
No por las incomprensiones, por la desgracia, por las injusticias, por los dramas se convierte uno a Dios, sino que, a pesar
de ellos puede y debe centrarse en l. Las crisis, las pruebas por
que pasa el hombre en la vida pueden hundirle en la apata e incluso en la desesperacin. Pero tambin pueden ser para l un
desafo, una ocasin. Puede aceptarlas con humildad y amor, a
semejanza de su nico modelo, Jess de Nazaret.
La capacidad del hombre para resistir es ilimitada. Por eso
alguien ha dicho: Lbrenos Dios de todo aquello que podemos
soportar. Siempre, y en medio de todas las oscuridades imaginables, alumbra una luz, se advierte algn resquicio que facilita la aceptacin de la prueba. Dejar que ella acte como crisol doloroso; permitir que se desmonten todos los orgullosos y
vanidades inconfesables del corazn, que a veces con muy bellas palabras y mximas religiosas encubrimos o legitimamos;
dejar que se haga el vaco dentro de nosotros, sin tener en
cuenta la buena fama, la honra, la impresin que todo ello
pueda causar en los dems, no es fcil, pero es factible.
Ante un cuadro as todos los resortes psicolgicos son necesarios. La gracia tiene que actuar a velas desplegadas, y aunque el hombre no lo advierta, acta. Si se deja guiar, ese hombre sometido a la violencia de la crisis empezar, en su disponibilidad humilde, a sentirse ms rico y ms abierto a la comunicacin, a la comprensin y a la vivencia del misterio del
ser y de la nada, de la gracia y del pecado, de Dios y de su
autocomunicacin en Jesucristo 7. Lo que a su vez supone un
ejercicio de purificacin profundo y, desde el prisma de la fe,
de lo ms rentable. Aunque lo que interesa es el sentido trascendente de la vida, por ello digo desde el prisma de la fe,
cuadros con estos signos tienen a su vez un alto valor humano.
y no se diga que es demasiado angelical o excesivamente
exigente, porque es perfectamente normal. Las dificultades, los
obstculos y el sufrimiento a veces inexplicable, no forman
parte de la normalidad de la vida? Lo que no resulta tan normal es dejar que acte el crisol doloroso, permitir que se des7

194

L. BOFF.

O.C.,

70.

monten y queden al descubierto nuestro orgullo y nuestro


egosmo personal, vaciarnos de nosotros mismos con signo altruista. De ah que la purificacin depende del comportamiento personal. Es decir, que si la vida ha de ser conscientemente purificadora depende de cada uno.
Entonces, cuando pedimos a Dios por nuestros hermanos
los hombres que estn en estado de purificacin -y el deber
ser comporta que todos estamos-, debiramos preferir a toda
otra oracin la siguiente: Seor, concede a todos cuantos estn muriendo y decidindose por ti la gracia de la maduracin
rpida, humana y divina, para que, una vez purificados, puedan abrirse totalmente a ti 8.

8 Equipo de especialistas, El purgatorio, misterio profundo, Paulinas, Madrid 1959. Es un libro muy recomendable por estar escrito por un grupo de especialistas.

195

9.

Existe el infierno?

El destino en el ms all depende de la opcin tomada en


el ms ac. En el juicio se decide el futuro eterno del hombre.
Cuando Israel empieza a romper las fronteras de su particularismo, se pregunta por la suerte de los infieles, en cuanto tienen relacin con l. Yav no poda consentir que se contaminara esperando junto al impo. Por eso da un paso ms y descubre en el sheol dos compartimientos~ al ms profundo irn
los malos y el menos profundo ser el sitio a que se acogen los
buenos, en espera del retorno a la vida.
La reflexin, a travs del catalizador de la revelacin, va
desenvolvindose hasta llegar a la formulacin de la verdad del
infierno. Entonces, ya que hemos llegado hasta aqu, el conjunto del libro pide que pensemos juntos en torno a esta realidad, aunque la sensibilidad de nuestros contemporneos lo rehya. El hombre de hoy quiere, ante todo, sinceridad, y la sinceridad exige que se diga lo que hay tras la realidad del problema de la eternidad del infierno.
No sera de buen gusto que, por no estar de moda, despachsemos verdades tan fundamentales envolvindolas en el silencio o crucificndolas en cuatro frases ambiguas. Si Sartre, refirindose al infierno, se empea, y por su cuenta, en decir que
el infierno son los otros, no hace ms que confirmar su
superficialidad en el anlisis de lo trascendente. Si al padre del
existencialismo no le importa el ms all, el hombre de todos
los tiempos experimenta miedo ante cualquier fenmeno o situacin que comporte para l la idea de peligro. No cabe
duda de que slo la posibilidad de frustracin eterna es un peligro demasiado serio como para dejarla envuelta en el manto
de la irona o suspendida de unos interrogantes sin respuesta.
197

Es serio despachar con aguda frivolidad, sin profundizar, el


problema que abarca la historia del hombre desde que apareci en el escenario del mundo? Porque a un puado de hombres se le antoje que no existe ms que lo de ac, desaparece
el ms all?

1.

Enseanzas de la Iglesia.

Estoy de acuerdo en que las enseanzas de la Iglesia sobre


la realidad del infierno son de lo ms difcil de encajar para
una mentalidad moderna. La sensibilidad humana se rebela
contra el estado de sufrimiento eterno. La eternidad de las
penas del infierno ensombrece la bondad de Dios, empaa el
sentido de la vida del hombre sobre la tierra, compromete las
categoras de justicia y de equidad que ofrece la filosofa. As
es como un compaero mo de infancia me contaba cmo, en
una ocasin, expuso ante una reunin de sacerdotes, presididos
por su obispo, sus puntos de vista sobre el infierno, concluyendo que no exista.
La vida reserva sorpresas, contiene paradojas. A aquel
compaero no le caba en la cabeza la existencia de un estado
de sufrimiento eterno. Personalmente estoy convencido de que
la existencia del infierno salvaguarda la bondad de Dios, justifica el sentido de la vida humana y deja a buen recaudo los
conceptos de justicia y equidad que la sana filosofa presenta.
Seran mucho mayores las dificultades para la mente humana,
de no existir el infierno, que dar por supuesta su existencia.
De ah que la Iglesia, sin definirse solemnemente tanto como
los predicadores pretendan, pero tambin sin dejarse impresionar por los reparos de esa exacerbada sensibilidad, a la luz
de la Sagrada Escritura, presenta con tal claridad la existencia
del infierno para los impos que ningn cristiano debiera jams
ponerla en duda.
Me sorprendi la actitud de mi amigo --que no era un negado intelectualmente-, tanto ms cuanto que todos los argumentos que aduca no iban ms all que los apuntados en cualquier manual de teologa. No era entonces el momento de dialogar en profundidad sobre el tema. Slo recuerdo que qued
flotando la observacin: En vez de negar la existencia del in198

fiemo, no te parece que sera ms razonable ahondar en el


conocimiento y en la reflexin de su contenido dogmtico?.
La formulacin solemne de la Iglesia sobre la existencia del
infierno contribuy a que, desde la poca patrstica hasta
nuestros das, se hayan planteado numerosos problemas a este
respecto, aunque slo lentamente y a fuerza de reflexin profunda se hayan podido elaborar unas pocas conclusiones, que
la Iglesia presenta a sus fieles como verdades de fe catlica.
Estas se reducen a que: a) el infierno existe; b) es eterno, y c)
la suerte suprema se decide en el mismo instante de la muerte
biolgica, porque no hay perodo intermedio. Todo lo que
salga de ah puede revisarse, porque no todo lo que se ha dicho sobre esta postrimera es serio y asimilable. Con todo, lo
poco que ha definido el magisterio es suficiente para que el
creyente, e incluso el que no cree, piense en profundidad sobre
su actitud frente al plan concreto que sobre l ha trazado la divina providencia.

2.

El infierno existe

El plan de Dios sobre el hombre es un plan de amor, porque Dios quiere que todos los hombres se salven. Con esta
conviccin puede marchar por la vida lleno de esperanza. Hablar de esperanza es hablar de presente, pero tambin, y sobre
todo, de futuro. Si en el futuro est la muerte, est sobre todo
!a vida. El infierno viene presentado como una situacin vivida. Pero al ser vivida ms all de la muerte, deja de regirse
por criterios de tiempo y se somete a la ley de la eternidad.
El hombre no puede comprender, no puede tener una idea
clara de la eternidad; sin embargo, aunque no pueda tener una
idea ntida de la eternidad y, por tanto, del infierno, no por
eso deja de poder cuestionarlo. An ms, debe cuestionarlo.
Siendo una realidad vivencial, puede desde la perspectiva de la
vida reflexionar sobre la no vida, sobre el no amor, sobre el
fracaso que supone siempre la frustracin personal. Frente al
progreso de la tcnica y de la ciencia, frente a la mquina, que
muchas veces le sustituye, el hombre se siente cada vez ms
solo, siente necesidad de amor mucho ms que antes. Por eso,
hoy quiz resulte mucho ms fcil reflexionar sobre el infierno
199

si, en efecto, se presenta como una realidad vivencial y no


como un lugar donde acta el fuego y los gusanos se mueven
libremente.
Cierto que ni hoy ni nunca el hombre tiene certeza absoluta
sobre el futuro; pero si la fe que anima al creyente es una fe
profunda e integral, el dogma del infierno no desconcierta;
porque la fe da confianza, serenidad y optimismo; porque la fe
da garantas de que Dios vela por el hombre, de que no lo
deja nunca solo.
El hombre es libre para optar por Cristo o ponerse contra
l. La realidad del infierno est precisamente ah para que la
opcin, una vez hecha, no se retracte, a pesar de todas las limitaciones en que pueda verse sumergido durante su vida mortal. Por la fe, Dios se le revela como liberador de las ligaduras
con el pasado, para que cada uno se vaya haciendo cada vez
ms libre hacia el futuro. La fe confirma al hombre que el infierno no fue creado por Dios, sino elaborado por la limitacin
humana. El, que lo elabor, puede evitarlo en el tiempo.
Desde esta perspectiva, a pesar de que no se haya clarificado suficientemente, la Iglesia, que es la continuadora de la
obra salvadora de Cristo a travs del tiempo y del espacio, dijo
por primera vez, por medio del papa san Dmaso, all por el
siglo V: Los buenos recibirn la vida eterna como recompensa
de sus buenas obras, mientras que los malos sufrirn el castigo
del suplicio eterno por sus pecados (DS 16). A este canon,
que se conoce con el nombre de Fides Damasi, se une, por
la misma poca, el as llamado Smbolo Atanasiano, ratificando que los que hayan hecho el bien, irn a la vida eterna;
los que hayan practicado el mal, sern arrojados al fuego
eterno. Tal es la fe catlica. Quien no la crea fielmente, no podr salvarse (DS 40).
Con todo, la Iglesia, consciente de la gravedad y dureza de
su doctrina, en el snodo de Constantinopla, en el 534, quiso
dilucidar magisterialmente la caracterstica ms dura de este
suplicio, su eternidad: Si alguno afirma que el suplicio de los
demonios y de los impos es temporal y finaliza algn da por
una reintegracin o restitucin, que sea anatema (DS 211).
Las palabras del magisterio son sencillas, su sentido gramatical y doctrinal est al alcance de cualquier iniciado en la fe.
Parecen como dirigidas a infantes, pobres y pequeos. A ellas
es extraa la hinchazn y la aparatosidad del lenguaje de la
200

ciencia del mundo. Acaso esta sencillez aparente estimule el


orgullo del mundo actual. Por otra parte, por mucho que la
Iglesia defina y por fuertes garantas que tengan sus palabras,
para los que no admiten su autoridad ni cuenta su condicin de
depositaria de la revelacin divina, todas las dificultades que
existen para admitir la existencia de un suplicio eterno quedan
en pie.
Sin embargo, si tras esa simplicidad en el lenguaje, si tras
esa frmula sencilla de fe se examina el largo y profundo proceso que le precede, cualquier espritu, por avisado que sea en
el campo de las ciencias de la religin y en el mundo de la psicologa, se detiene, se para, expectante y respetuoso. Porque
en realidad, la existencia del infierno ensombrece la bondad
de Dios?, compromete su justicia y su equidad?, desdibuja
el sentido de la vida del hombre en el mundo? Habiendo sido
creado libre, por su natural limitacin, puede rechazar la fe,
puede negarse a ver el amor de Dios en el plan concreto de su
salvacin, puede renunciar libremente al optimismo, a la esperanza, a la serenidad, al equilibrio. An\e esta posibilidad, la
existencia del infierno resulta una exigencia de la limitacin del
hombre, a quien Dios ha creado perfecto en su categora de
creatura. Su limitacin es una necesidad ontolgica de su condicin. De no ser limitado, sera tanto como Dios. Lo que
comportara una contradiccin manifiesta.

3.

Proceso para llegar a esta conclusin

Si la Iglesia se hubiese sacado su doctrina un da cualquiera, en que soplasen vientos de desolacin, de guerra, de
persecucin, cabra la posibilidad de llamarla oportunista. Los
reparos que a ella ponen los creyentes tendran visos de legitimidad, los argumentos de los que no creen adquiriran solidez.
Pero la Iglesia formul su fe, su creencia en la eternidad del
infierno a la luz de un largo, profundo e ininterrumpido proceso de evolucin y de reflexin serena.
Le recomendara al lector, para afianzar su fe y clarificar
sus ideas, la lectura del nmero Biblia y Fe de enero-abril de
1977, nmero dedicado a este tema. Concretamente, el trabajo
de Constantino Quelle resulta imprescindible para ampliar y
201

comprender mejor esta apretada sntesis, que a continuacin


hago.

3.1.

El sheol

En el mundo de la Biblia se plantea el problema de la vida


y, como contrapartida, el de la muerte. Y el mundo de la Biblia es el mundo del hombre creyente. Desde su aparicin sobre la tierra, el hombre bblico se pregunta por la suerte del
justo y, en una etapa posterior, por la del impo, en cuanto se
relaciona con l. A su pregunta da una respuesta. La confianza
en Yav es algo que caracteriza al hombre fiel y Yav promete
larga vida a los que le sirven. Sin embargo, su observacin le
dice que la vida es corta y casi siempre complicada. Hay que
solucionar esta paradoja, hay que encontrar una salida legtima
a esta aparente contradiccin. Por eso, en la primera etapa del
Antiguo Testamento aparece ya un lugar, ese lugar entraa un
concepto y ese concepto se expresa con la palabra sheol. Este
trmino puede traducirse por la patria de los muertos. Los
justos no pueden resultar frustrados en su esperanza; puesto
que su vida biolgica termina con la muerte y, por otra parte,
les anima la promesa de una larga vida, irn a un lugar donde
esperan recuperar esa vida que Yav les ha prometido. Porque
Yav nunca falta a su palabra.
Como la idea de aniquilamiento no entra en su mentalidad,
y la muerte va aparejada tanto con la vida de los justos como
con la de los pecadores, en una segunda etapa de reflexin
aparecer ese lugar, que llaman sheol, dividido en dos compartimentos bien separados el uno del otro. En la parbola del
pobre Lzaro y el rico epuln podra verse una alusin a estos
dos compartimentos. En la parte superior esperan los buenos
la vuelta a la vida y en el compartimento inferior existen, permanecen los malos que han muerto sin esperanza.

3.2.

La gehenna

Esta reflexin profunda, porque se sostiene por el innato


deseo de supervivencia, amn de la inicial revelacin, sostena
la esperanza del creyente a travs de todo el perodo del Antiguo Testamento. Cuando llega la plenitud de los tiempos,
202

con la aparicin de Jess de Nazaret, el concepto del sheol se


oscurece para dejar paso a una nueva concepcin, la gehenna.
La esperanza del creyente se polariza en otra direccin. El
sheol era algo provisional, algo que exista como puente entre
la muerte y la recuperacin de la vida. La gehenna es, no ya
algo transitorio, sino definitivo. Jesucristo introdujo, con su
muerte y su resurreccin, un nuevo elemento. Desde l, ya no
es necesario esperar a recuperar la vida, que Dios ha prometido al hombre, sino que desde ac se puede empezar a vivir.
El hombre, al aceptar a Jess, muerto y resucitado, experimenta la vida que sus antepasados confiaban recibir algn da
en el sheol. Por tanto, ya no era necesaria dicha espera. Poda
ser vivida en el tiempo, aunque corresponda a la eternidad del
resucitado l. Esto fue, precisamente, lo que desconcert a los
judos cuando se enteraron que los apstoles afirmaban que
Jess, el crucificado haba resucitado. El sheol, por tanto, no
tiene ya razn de ser.
Lo que para los veterotestamentari&s tendra realizacin
ms all del tiempo, esto es, en los dominios de la eternidad, a
partir de la muerte y resurreccin de Cristo, ya se puede vivir
en el tiempo. El que cree y espera en Cristo tiene la vida
eterna. Es decir, que en la vida esperada por el creyente del
Antiguo Testamento, en el creyente del Nuevo es objetivada
en el cristiano. De ah que, partiendo de Jess de Nazaret,
slo dos opciones son posibles: o con Cristo o contra l. El
que no est conmigo est contra m.
Por tanto, el que rechaza a Cristo opta por la gehenna, opta
por la muerte, opta por la frustracin eterna. Quien no acepta a
Cristo, quien lo rechaza deliberadamente, escoge la gehenna;
porque as como el sheol comporta la idea de vida, la gehenna
habla de muerte. Con todo, la muerte que encierra la gehenna
sobrepasa el conocimiento que de ella tenan en el Antiguo Testamento.
3.3.

El infierno como frustracin

La gehenna es la morada del fuego, porque estaba en el


suroeste de Jerusaln, concretamente en el valle de Hinnm,
1

Vase el nmero de Biblia y Fe de enero-abril de 1977.

203

lugar donde da y noche arda fuego. Por otra parte, es lugar


maldito, porque en el Hinnm los reyes Acaz y Manass ofrendaron al dios Molok a sus hijas y a sus hijos pasndolos por el
fuego. El recuerdo de este hecho execrable llev a los israelitas
a convertirlo en estercolero de la ciudad. All se arrojaban
todos los desperdicios y eran devorados por las llamas da y
noche. An hoy el peregrino, pasando por all, se estremece.
Jess fue hombre de su tiempo, y cuando enseaba al pueblo
su doctrina de salvacin, acuda a los smiles y a los smbolos familiares a sus oyentes. Por eso cuando hubo de objetivar la
muerte reservada a quien rechaza la vida que l estaba dispuesto
a dar, aludi al valle de Hinnm. Seguro que su auditorio se estremeci de espanto por la expresividad y fuerza de la comparacin. Cmo se expresara el Seor y qu lenguaje emplearan
los evangelistas en la era atmica?
Conocido el marco geogrfico en que est encuadrada la
gehenna y superado el particularismo del mundo judo por
Cristo, que vino para salvar a todos, judos y gentiles, el valle
de Hinnm rebasa el significado de continente y pasa a expresar la universalidad de su contenido.

3.4.

Ni sheol ni gehenna: situacin existencial

Nunca dira que las definiciones de la Iglesia sobre la existencia del infierno eterno fuesen exigidas por razones de orden
ontolgico, pero s por motivos de congruencia y por lgica coherencia de su sistema doctrinal. De no existir el infierno, la
doctrina de la Iglesia sera algo as como un edificio sin concluir.
El hombre, cuando prescinde de la razn, o mejor, cuando
pone la razn al servicio del instinto, despedaza la moral, invierte
la esttica, olvida la justicia, ignora la sociologa, identifica la voluntad de Dios con la voluntad propia. Cuando la razn es sustituida por la pasin, desciende de su nivel dc humana criatura. La
historia abunda en casos de justicia extorsionada, de inocencia pisoteada, de bondad escarnecida, de amor prostituido, de respeto
envilecido, de dignidad doblegada; ella nos dice cmo el bufn es
celebrado, el hipcrita honrado y el ambicioso dignificado.
Enrique VIII est casado legtimamente con Catalina de
Aragn. A la muerte de su padre, Enrique VII, decide la

204

boda, a la que ste daba largas por razones de inters poltico.


La virtud y la simpata de esta excepcional mujer espaola, logr que su pueblo de adopcin la cantase como:
A la reina venturosa
de tanta madre alabada.
Vivi su vida preciosa
por el pueblo bien amada.

Han pasado diez aos de amor fecundo y nunca desmentido


y casi otros diez de respeto y holgada consideracin. Pero, imprevisibles veleidades del corazn humano!, Francisco I de
Francia, que empezaba a gallean>, por seguir el dicho de la
poca, se permiti un comentario sobre el ingls: El reyes
mozo, pero su mujer es vieja y deformada. Frecuentaban la
corte jvenes hermosas, pero sin escrpulos, llenas de vanidad
y vacas de nobleza. Manejadas, inconscientemente, por la ambicin de los grandes y codiciadas por la pasin del rey, disearn el cuadro ms bochornoso para ~ historia del Reino
Unido.
Se juegan todas las bazas, capaces de combinar la lujuria
con la ambicin, y en el juego entran no slo caballeros civiles, sino purpurados eclesisticos. Se acude a todo, por bajo
que sea, con tal de conseguir lo que se busca: la anulacin del
matrimonio de Catalina con Enrique. Pero todo se estrella
contra la firmeza y la lealtad de la hija de Fernando e Isabel.
Como no logran su consentimiento, porque su condicin de
mujer y su conciencia de reina no se lo permitan, urden la posibilidad de alta traicin, si no firma el acta de sucesin, que
una comisin vendida a los caprichos de Ana Bolena y a la pasin del rey haba redactado. Se nombran los comisionados
para convencerla. A su cabeza ir el arzobispo de York, Lee,
quien amenaza a Catalina con un proceso de alta traicin.
Todo intil, porque la reina tuvo una inspiracin genial. Al
martirio, y qu martirio! Se declar dispuesta, pero a la vista
del pueblo. Esto era consuetudinario e irrehusable 1. Catalina
no morir decapitada porque quin se atrevera a llevar al
cadalso en pblico a una reina adorada por el pueblo?. No
muere decapitada, y no por amor, sino por servil temor, como
lo prueban las miserables medidas de terror con las que Enri2

S. DE MADARIAGA, Mujeres espaolas, Espasa-Calpe, Madrid 1975, 161.

205

que y su consejero Cromwell intentaron amedrentar a todo el


pas, y sobre todo a la reina. Pero expirar de tristeza, melancola, soledad y aoranza -si no envenenada-, el 7 de
enero de 1536, en la mezquina y malsana mansin de Kimbolton, en donde haba sido recluida por los cobardes esbirros de
Cromwell, y por lo tanto del rey. Su temple de espaola y su
piedad de cristiana se reflejan en la carta de despedida a Enrique, escrita despus de dos horas de oracin por su hija, al
pueblo ingls y a su marido, como podra constatar quien tuviese el gusto de leerla en la obra citada de Madariaga.
No ser yo quien meta en el infierno a Enrique VIII de Inglaterra. Bien metidos estaban l y sus infames consejeros de
no cambiar de mentalidad antes de la muerte, porque el infierno empieza ya en esta vida. Si cuento la historia es para
que el lector, a su luz, reflexione sobre la congruencia de que
existe una situacin en el ms all en la que el individuo prosiga el modo de vivir que libremente escogi para s en el
mundo. Al que escoge el crimen, renuncia a la virtud y se
adhiere al vicio, puede aterrarle la idea de subsistir en el
ms all en una situacin viciosa? Para l, jams el vicio ser
valorado como motivo de tormento. De serlo, no lo habra convertido en eje de su existencia.
Si el hombre no llevase el plomo debajo del ala, no hubiera
comenzado el proceso que concluye afirmando que el infierno
existe y que comienza ya aqu, desde el momento en que el
hombre, habiendo nacido para amar, se cierra libremente al
amor. Quien se cierra al amor se cierra a Dios, porque Dios
es amor; y quien da la espalda a Dios, en vez de vivir la
vida se decide a vivir la muerte.
Con los datos de la revelacin, aguijoneados, adems, por
el estmulo de cuestionar la trascendencia, los Padres de la
Iglesia, a los que se unen los escritores tanto laicos como eclesisticos, empezaron a reflexionar sobre el tema del infierno.
Pero su reflexin est condicionada por las concepciones de la
poca. Esto por un lado; pero por otro, tambin presenta
muchos titubeos hacia la presentacin de unas normas guiadas
por el Espritu. De ah que no sea nada extrao que muchas
de las afirmaciones que a travs del tiempo y del espacio se
han hecho sobre la realidad y naturaleza del infierno hayan
perdido su valor -y algunas nunca lo tuvieron- en la actualidad. Mas ello no implica que el infierno deba ser rechazado.

206

4.

Debe existir el infierno?

La existencia del infierno nunca fue materia discutible para


la doctrina catlica. Desde el principio fue concebido como lugar de tormento, de fuego y de castigo. La gehenna fue su mejor y ms grfica expresin. En efecto, como se ha dicho, el
nombre reproduce la realidad de un hecho que cualquiera que
visite Tierra Santa puede constatar. Los judos saban bien lo
que el valle de Hinnm era y lo que representaba. All haba
gusanos, fuego, hediondez, podredumbre, tinieblas, soledad.
Por otra parte, el cadver no comporta, a su vez, la idea de
estos despojos, no es la morada de tales elementos? Un
muerto de cuatro das habla de desolacin, de ruinas, de olor
pestilente, de derrota, de frustracin. No puede contemplarse
serenamente. Conocemos la reaccin de Marta, la hermana de
Lzaro (Jn 11,39).
Ahora bien, todo lo que la gehenna comporta y el cadver
sugiere es contrario a lo que se dice del hombre, lo contrario a
lo que el hombre aspira. El hombre no nace para vivir, sino
para convivir. El que se cierra al amor se cierra a la convivencia. El que no convive ya est muerto. Y al muerto todo le cae
de lado; y todo le cae de lado porque nada positivo tiene.
Solo, sintetiza la negacin, porque se encerr en s y l solo,
sin amor, no es nada. No existen hombres que no aman? No
existen egostas para quienes slo cuenta lo suyo?
Que para el hombre de la Biblia existe el infierno, no hay
duda. Que debe existir para el hombre actual, por mucho que
Sartre y sus delfines lo ironicen, tampoco cabe dudarlo, porque
no podr menos de asirse al pensamiento de frustracin existencial, como realidad vlida para dar sentido a su vida de entrega al amor. Por lo dems, cmo verter en un mdulo
existencial el destino de quien se mantiene al margen de
Dios?. La existencia del infierno responde a la pregunta; por
eso, debe existir.

4.1.

Tiene que ser eterno?

Una respuesta afirmativa no se ve tan clara. Los conceptos


de bondad, de justicia y de equidad, a que se hizo referencia,
siembran el camino de dificultades. Tanto Orgenes como Cle207

mente de Alejandra, as como el mismo san Jernimo, son


elocuente testimonio de estas dificultades. Y por citar un testigo casi de nuestros das, el dominico P. Getino hubo de
afrontar el riesgo de expresarse, con matizaciones, en la misma
lnea. La Iglesia habl en el snodo de Constantinopla y su formulacin es solemne, tanto ms cuanto que la precedi san
Agustn y el gran san Juan Crisstomo. Como creyentes, nos
basta que el magisterio se haya definido. Como cuestionadores
de lo trascendente, robustece la confianza y anima encontrar
en la misma direccin a hombres prestigiosos, por su ciencia y
su virtud, como a un Agustn de Hipona, a un Juan Crisstomo, a un Gregorio Magno, a un Toms de Aquino.
Si a esto se aade que en el momento de la muerte se fija
la voluntad en el objeto que libremente constituy para ese
hombre concreto el eje de su existencia que el tiempo de las
decisiones personales y libres terminan con el fin de la vida
biolgica, la eternidad de esa situacin, por muy difcil y dura
que parezca a la razn humana, se llena de lgica y coherencia.
Todo creyente sabe que el infierno sirve para designar la
frustracin existencial de cuantos mueren sin estar vinculados
al amor. Nadie sabe, por supuesto, si son muchos o pocos los
que llegan a culminar esa situacin. Nadie sabe si esa situacin
es patrimonio de grandes o de pequeos, de ricos o de pobres,
de sabios o de ignorantes segn el baremo del mundo. Lo que
hace la Iglesia es presentar el infierno como el destino de
quienes mueren separados de Dios. Quines mueren as? Este
es el gran enigma, en el que el hombre es incapaz de entrar,
porque a nadie le ha sido confiado el poder de juzgar. Este es
atribucin del Padre. Slo esta posibilidad es muy probable
que siga siendo escndalo para unos y motivo de irona para
otros, presentada en simples categoras de castigo. Sin embargo, es muy posible que, encuadrada en categoras conceptuales de amor, deje de constituirse en piedra de escndalo
para muchos creyentes de hoy. Estos se resisten a considerarlo
como un lugar donde las almas de los condenados son atormentadas, devoradas por el fuego eternamente. Pero es muy
posible tambin que, quienes rehsan aceptar la concepcin
tradicional del infierno, pongan pocos reparos en admitirlo
como una realidad vlida en orden a plasmar de algn modo el
destino de cuantos -al menos tericamente- abocan a una

208

frustracin existencial que en el ms ac se realiza de un modo


imperfecto, mientras que en el ms all encuentra su plena
realizacin .
Que se presente la realidad del infierno de esta forma, permaneciendo plenamente fieles al magisterio, no creo que
pueda escandalizar a ningn integrista, por muy integrista que
sea, puesto que no compromete la fidelidad a la revelacin ni
la sumisin del magisterio.
4.2.

Cmo es y en qu consiste?

Oigamos al gran Orgenes, porque su opinin merece siempre respeto. Los remordimientos del alma atormentada por el
recuerdo del pecado, al tomar conciencia del desorden en que,
por su propia voluntad, se haba colocado, son sus compaeros de viaje. El mismo habla a su vez del fuego, pero sostiene, contra la opinin ms frecuente, Jlue ese fuego no es
real, sino metafrico. San Jernimo y Clemente de Alejandra
comparten el mismo parecer. As y todo, la generalidad de los
tratadistas sostienen que es real, aunque diferente del material.
Tan diferente que los Padres africanos lo llamarn semi-inteligente, porque, quemando, no destruye lo que quema. Esto no
obsta para que enseen y aclaren que ese fuego real consiste,
primariamente, no en un lugar de tormentos, sino en un estado
interno.
Todo esto es profundamente familiar a la concepcin tradicional que del infierno se tiene. Hablar de la pena de dao y
de la pena de sentido es un lugar comn cuando se quiere profundizar en la naturaleza del infierno. Bien entendido que la
pena de dao era el sustrato ms socorrido, porque era el que
sostena la fuerza de la argumentacin, amn de corresponder
esta divisin a una concepcin filosfica del hombre.
Resulta muy comprensible que se ponga tanto empeo en
explicar, hasta en sus ms pequeos detalles, una verdad tan
tremebunda de nuestro credo. Comprensible, e inevitable tambin, que este esfuerzo est nimbado por los valores imperantes en el medio cultural en que se mueven los expositores.
El fuego ocupa un lugar privilegiado en la experiencia profunda del hombre. Supuesto el valor que se le atribuye, tanto
en el orden religioso como en el filosfico, as como en el psi-

209

colgico, no tiene nada de extrao que los que tratan del infierno afirmen que una de las penas que all sufren los proscritos es la pena de sentido, causada por el fuego. Emplearan
el mismo lenguaje si sus elucubraciones las hiciesen en plena
era atmica?
El mundo semita, como reiteradas veces se ha dicho en este
libro, concibe al hombre como un todo. El mundo occidental
lo entiende como una dualidad, cuerpo y alma, orientados la
una al otro, de tal suerte que forman un ser, el ser humano.
Sin embargo, para el creyente, tanto de un mundo como del
otro, el todo es lo que se salva o se condena, puesto que la resurreccin de la carne es uno de los artculos de su fe.
A pesar de ello, esta comprensin no comporta aceptacin
de todo lo que en torno a la pena de sentido se ha dicho. El
simbolismo es muy socorrido en todos los tiempos y en todas
las culturas. La mitificacin de las verdades, o realidades ms
profundas, tampoco es misterio para nadie; sobre todo cuando
se trata de hacernos comprender, cuando se intenta explicar lo
que est por encima de nuestros pobres alcances. La misma expresin que emplean los Padres del norte de Africa, llamando
semi-inteligente al fuego del infierno, es ya de por s orientadora.
Pero no se trata slo de solventar el problema que plantean
los autores, aunque ellos sean Padres de la Iglesia. Se trata,
asimismo, de que los evangelistas ponen en labios del Maestro
divino el mismo trmino: fuego, llanto, crujir de dientes, y lo
hacen reiteradamente.
El fuego, a simple vista, despierta la idea de destruccin,
aniquilamiento. No es, por ventura, Jess quien nos anuncia
al Dios del perdn, al Dios de vivos y no de muertos, al Padre
de la misericordia, al Dios de la salvacin? Cmo se explica
esta aparente contradiccin?
Ciertamente, parece entraable al Seor el smil del fuego.
Lo maneja con soltura y entusiasmo, tanto que san Lucas
(12,49) y san Marcos (9,49) le hacen decir: He venido a traer
fuego sobre la tierra, y qu puedo querer sino que arda?.
Verosmilmente, fuego es aqu el juicio de realizacin por medio del cual los hombres alcanzan la plenitud. El fuego sera,
pues, la presencia de Cristo entre los hombres, su vida, su
mensaje, que, aceptndolo libre y con amor, el hombre se realiza en plenitud. Desde esta perspectiva podramos encontrar
210

una interpretacin a aquella expreSlOn de san Marcos (9,49):


Todo debe conservarse por el fuego. Desde Jess y por
Jess, el fuego tiene propiedad de conservar, es como una sal
superior, dice Xabier Pikaza, hablando de Jess y el fuego
del juicio escatolgico.
Con todo, lo que aqu ms importa es dilucidar el tema del
fuego como castigo. Por no alargar demasiado estas reflexiones, me permitira recomendar a mis lectores el artculo
de Xabier Pikaza: Sufren los condenados el tormento del
fuego?. Porque hacer un anlisis exegtico de todos los textos
evanglicos a este respecto, ni es propio del carcter de este libro ni entra en mis propsitos.
Jess emplea extensamente el fuego como condena. Y es
lgico, porque el Dios que nos presenta no es un Dios que
destruye, sino un Dios que salva; y como al precisar la accin
salvadora de Dios hemos podido descubrir que la condena es
el efecto de la accin del hombre, que rechaza la salvacin de
Cristo, y queda solo, perdido en s, 1<)8 que salen del crculo
de la salvacin se han convertido en fuego de condena, de destruccin. El hombre que se labra su propia condenacin, se va
encerrando en s mismo, se niega a abrirse a los dems, comporta la negacin de una de las leyes fundamentales de la personalidad humana. Porque el hombre es una forma abierta,
vertical y horizontalmente.
y porque es una forma abierta, sabe que su realizacin,
como hombre, est en funcin de su capacidad de amar a los
dems. De ah que si reflexiona sobre el infierno desde los presupuestos del amor, entrar en vas de comprensin e incluso
de aceptacin de esta tremenda realidad: el infierno.
Para evitarlo, conviene pensar, reflexionar, ahondar en su
existencia; conviene reflexionar y ahondar en su eternidad.
Pensar y meditar recordando que con la muerte biolgica se
decide definitivamente su realizacin o su frustracin, sin posibilidad de rectificacin posterior. Pensar en el infierno, sin mitificaciones, partiendo de presupuestos de amor, se ajusta a la
mentalidad del hombre de hoy, o al menos est en su lnea.
Estamos, pues, a nivel de razn para encontrar la aceptable solucin.

211

5.

Visin del infierno

Por eso, sin perdernos en disquisiciones, pero alejndonos


un poco de la concepcin tradicional, si bien con fidelidad a la
revelacin y sumisos al magisterio, hemos reflexionado sobre
una de las posibles postrimeras. Ahora, como punto clave de
estas reflexiones, oigamos al gran novelista ruso Dostoyewsky.
Sus palabras no tienen desperdicio: Padres mos, me pregunto
a m mismo, qu es el infierno? Yo lo defino as. El sufrimiento de no poder amar. Una vez en el infinito del espacio y
del tiempo un ser espiritual, al aparecer sobre la tierra, tuvo la
posibilidad de decir: yo soy yo y amo. Una sola vez le fue
concedido un momento de amor activo y vivo; para eso le fue
concedida la vida terrena, limitada en el tiempo. Pero ese ser
feliz rechaz el don inestimable, ni lo apreci ni lo am; lo
consider slo con irona, qued insensible a l.
Ese ser, una vez dejada la tierra, ve el seno de Abrahn.
Dialoga con l, como se dice en la parbola de Lzaro y del
mal rico. Contempla el paraso. Puede elevarse hasta el Seor.
Pero lo que le atormenta es, precisamente, el hecho de presentarse sin haber amado. Se encuentra con aquellos que amaron
y cuyo amor desde. Ahora tiene una nocin clara de las
cosas y se dice a s mismo: a pesar de mi sed de amor, ese
amor ser algo sin valor; no significar ningn sacrificio, porque la vida terrena se ha acabado. Abrahn no vendr a apagar, aunque no fuera ms que con una gota de agua viva, mi
sed ardiente de amor espiritual, que ahora me abrasa, despus
de haberla desdeado en la tierra. Ahora la vida y el tiempo
ya han pasado.
Dara con alegra la vida por los dems, pero es imposible.
La vida que se poda sacrificar al amor ya ha terminado. Un
abismo la separa de la existencia actual.
Se habla del fuego del infierno en sentido literal. Tengo
miedo de sondear este misterio; pero pienso que, si hubiese
llamas de verdad, los condenados hasta se alegraran, pues con
los tormentos fsicos olvidaran, aunque no fuera ms que por
un instante, la ms terrible tortura moral. Pero es imposible liberarlos de ella, porque ese tormento est dentro de ellos, no
fuera. Y si se pudiese, creo que seran an ms desgraciados.
Aunque los perdonasen los justos, que estn en el cielo, en
consideracin a sus sufrimientos y los llamasen a s, en su amor
212

infinito, no haran sino aumentarles su sufrimiento, pues estimularan en ellos la ardiente sed de un amor correspondiente,
activo y grato, que ya les es imposible.
Con timidez de corazn pienso, sin embargo, que la conciencia de esa imposibilidad acabara por aliviarlos. Habiendo
aceptado el amor de los justos, sin posibilidad de corresponderlo, su humilde sumisin creara una especie de imagen e
imitacin de ese amor activo, que ellos haban desdeado en la
tierra.
Lamento, hermanos y amigos mos, no poder formular esto
claramente. Pero infelices aquellos que se han destruido a s
mismos. Infelices suicidas! Pienso que no puede haber personas ms desgraciadas, ms infelices que ellos.
Nos dicen que es pecado orar a Dios por ellos y la Iglesia
aparentemente los repudia; pero mi ntimo pensamiento es que
se poda rezar tambin por ellos. Ese amor no tendra que irritar a Cristo. Os confieso, padres, que toda mi vida he rezado
en mi corazn por esos infortunados y,todava ahora lo hago.
Oh! Existen en el infierno seres que se mantienen soberbios e intratables, a pesar de su conocimiento incontestable y
de la contemplacin intelectual de esa verdad. Los hay monstruos, que se han convertido totalmente en presa de Satans y
de su orgullo. Son mrtires voluntarios, que no se dan por contentos con el infierno. Ellos mismos se han maldito al haber
maldecido a Dios y a la vida. Y se alimentan de su irritado orgullo, de igual modo que un hambriento en el desierto podra
llegar a chupar su propia sangre. Pero son insaciables por
todos los siglos y rechazan el perdn. Maldicen del Dios que
los llama y desearan que Dios se aniquilase a s y a toda la
creacin.
y ardern eternamente en el fuego de su clera; tendran
sed de la muerte y de la nada, pero la muerte huir de
ellos 3.
Dejando a un lado las matizaciones doctrinales, la pgina
impresiona por su justeza y actualidad. El hombre de hoy est
ms sediento que nunca de amor. Decirle que esa sed puede
prolongrsele en progresin ascendente por toda la eternidad,
es meterse en su lnea.
3 La cita est tomada de L. BOFF, de la obra Hablemos de la otra vida, Sal
Terrae, Santander 1980, 195-197.

213

6.

Fe: creer en el infierno

Pero la soledad de ultratumba, las sombras del ms alI no


se palian con la sola razn ni se disipan con raciocinios ms o
menos agudos. Son un misterio terrible, y acaso la piedra de
toque de la verdadera fe.
Por eso dej, de propio intento, para y como corona de
estas reflexiones, la pregunta: Qu es la verdad del infierno?
He aqu la pregunta de todo racionalismo, que busca la verdad en la razn y no en la fe.
Dice don Miguel: Por el infierno empec a rebelarme contra la fe, lo primero que desech de m fue la fe en el infierno,
como un absurdo inmoral.
Mi temor ha sido el aniquilamiento, la anulacin, la nada
ms alI de la tumba. Para qu ms infierno, me deca? 4.
As escriba este ejemplar espaol y no menos caracterizado
vasco en el primer cuaderno de su Diario ntimo. Pero l
mismo en el cuaderno cuarto, dice: Perd la fe pensando mucho en el credo y tratando de racionalizar los misterios, de entenderlos de modo racional y ms sutil. Por eso he escrito muchas veces que la teologa mata el dogma. Y hoy, a medida
que ms pienso, ms claros se me presentan, se me aparecen
los dogmas y su armona y su hondo sentido. Cabe mayor
mostracin del dedo de Dios? Me hace recobrar lo que perd
por el camino inverso a aquel por que lo perd; pensando en el
dogma, lo deshice, pensando en l lo rehago. Slo que donde
hay que pensarlo y vivirlo es en la oracin. La oracin es la
nica fuente de la posible comprensin del misterio 5. Nos
metemos en la lnea de la verdadera solucin.
Quiz se hable demasiado de la realidad del infierno. Ms
exacto, se habl; pero se habl como de algo fuera de nosotros, como de algo que personalmente no nos comprometa;
porque se presentaba como un lugar de suplicio ms que como
una situacin vivencia!. Somos demasiado dados a pensar en
alto, porque al hombre le halaga ser el centro de la conversacin. Dice Unamuno que se piensa para producir pensamientos. No se piensa para s, para la propia salvacin, no
4

M.

L. BOFF, o.c., 169-170.

214

DE UNAMUNO,

Diario ntimo, Alianza Editorial, Madrid 1972, 41.

se medita, se piensa 6. Para lograr que la fe sea algo vital,


algo integral, algo tan profundo que selle y marque nuestra
vida, hay que meditar, hay que considerar con amor, fija y
recogidamente, el misterio ---en nuestro caso el misterio del infiemo- procurando llegar a su esencia amorosa, a su centro
vivfico. Yeso se hace, hay que hacerlo, orando, meditando;
porque todava contina teniendo valor que el que ora se
salva, el que pide recibe, al que llama se le abre 7.

L. BOFf, o.c., 18l.

H. KNG, Vida Eterna?, Cristiandad, Madrid 1983. Es una obra con la


que se debe contar para hablar con seriedad sobre la realidad del infierno.
7

215

10.

Qu es el cielo

Sin la fe el sentimiento religioso se convierte en sentimentalismo, que acaba por convertir el alma en masa indefinida 1.
Sin la fe, la creencia en el cielo se convierte en mitologa.
Guiados, pues, por la fe, pero con la mente despierta y el corazn bien dispuesto, una vez que hemos reflexionado sobre el
infierno, vamos a hacerlo sobre el cielo; porque ello se impone
por una elemental exigencia del optimismo cristiano.
Existe una leyenda china, transcrita por L. Boff en su libro
Hablemos de la otra vida 2, que dice: En aquel tiempo un discpulo pregunt al vidente: Cul es la diferencia entre el cielo
y el infierno? Es muy pequea, contest el maestro, y, sin embargo, de grandes consecuencias.
Vi un gran monte de arroz cocido y preparado. El monte
estaba rodeado de una multitud de hombres hambrientos, pero
no podan acercarse al arroz. Teniendo, empero, en sus manos
grandes palillos, podan coger el arroz, mas no podan llevrselo a la boca. As, hambrientos y moribundos, estando juntos,
malvivan, como si estuviesen solos. He aqu la imagen del infierno.
Frente a ese monte vi otro, en las mismas circunstancias y
condiciones. Sin embargo, la gran multitud de hombres que lo
rodeaba, teniendo en sus manos sendos y largos palillos, se
servan el arroz unos a otros. De suerte que, estando juntos,
vivan solidariamente, gozando a manos llenas de los hombres
y de las cosas. Esta es la imagen del cielo. Y aqu termina la
leyenda.
1

M.

L. BOFF, Hablemos de la otra vida, Sal Terrae, Santander 1980, 197-198.

DE UNAMUNO,

Diario ntimo, Alianza Editorial, Madrid 1972, 202.

217

Cielo e infierno son realidades del futuro, del ms all,


pero empiezan en el ms ac. En esto coinciden; sin embargo,
en cuanto situacin, en cuanto estado de vida, misteriosa s,
mas no por eso menos real, la diferencia es enorme y fundamental. Entonces:

1.

Qu es el cielo

Por de pronto hay que prescindir de esa concepclOn que


nuestros mayores tenan del universo. El cielo no es un lugar,
al estilo del paraso que nos describe el Gnesis, morada y
mansin de los bienaventurados. Es un estado, es una situacin en que se encuentran los justos que, por pertenecer a la
eternidad, escapa a la capacidad de nuestra experiencia. Mas,
por empezar ya aqu, se puede y se debe reflexionar sobre l.
Tanto ms cuanto que, para el hombre en el mundo, existe no
slo el ser, sino tambin el poder ser. La historia es vida, vivida y reflexionada. La historia la escriben los hombres; por
eso, viendo y viviendo la vida puede adentrarse en las fronteras del futuro.
La existencia del mundo del ms all, amn de que la reclama la ntima aspiracin del hombre, la confirma la revelacin. Es cierto que afirmar la realidad del cielo apelando slo
a la Sagrada Escritura no sera una respuesta adecuada y suficiente para el mundo de hoy. Porque por mucho que contenga la palabra de Dios, sabemos que es pronunciada nicamente dentro de la palabra humana, dice L. Boff. Estando
empero por medio la historia del hombre sobre la tierra, con
sus altos y con sus bajos, con sus aspiraciones y sus logros, con
sus frustraciones y sus deseos, el planteamiento cambia.
De ah que a los que niegan la trascendencia se les puede
aplicar lo que alguien dirige a la revolucin socialista: Cuando
los revolucionarios serios decidan saltar la barrera, esperamos
que no se embarcarn a la ligera. Nunca ser bastante amplio
el "consenso" para una transformacin en profundidad. Para
lanzarse al gran desbarajuste, hay que estar seguros de hacerlo
mejor que los que empuan las riendas. Si es para hacerlo tan
malo an peor, tanto vale ir a acostarse y aguardar a que la
historia enderece los entuertos. Hay que estar seguros de s

218

mismos antes de abrogarse esa terrible responsabilidad de trastornar la vida de la gente ... De gente que no os pide nada, que
vais a importunar en sus pequeas costumbres que les eran
queridas y que les servan de felicidad; una felicidad, despus
de todo, tan respetable como la que usted ha soado para ellos
y quiere imponerles 3. En efecto, si los creyentes no pueden
demostrar la existencia del ms all, la realidad del cielo experimentalmente, los que la niegan carecen de argumentos suficientes para demostrar lo contrario. No es justo, por tanto, cerrar todas las puertas de la esperanza, cuando el hombre desea
y espera encontrar alguna abierta.
Es comprensible que haya hombres capaces de poner en
duda e, incluso, de negar la trascendencia, al comprobar cmo
muchos se comportan diciendo creer en ella. Es comprensible
que haya quien reniegue, al observar que una institucin tolera
y hasta asimila mtodos que no difieren de los que Jess de
Nazaret condenaba en los que, en su tiempo, tenan las riendas
del poder. Mas comprenderlos no supone justificarlos. La trascendencia est por encima de los indiviJuos y, tambin, por
encima de las instituciones que los individuos representan y administran. Para negar de buena fe la existencia del cielo y del
infierno es preciso estar muy seguro, tener argumentos vlidos.
Por eso, vayamos y empecemos, no por el mundo de la revelacin, sino por lo que el hombre siente, busca y desea.

1.1.

Deseo de inmortalidad

El temor al aniquilamiento, la anulacin, la nada ms all


de la tumba, angustiaba a Miguel de Unamuno hasta el extremo de hacerle exclamar: Para qu ms infierno?)). La idea
de .que con la muerte acaba todo es la pesadilla del hombre.
Lo seguir siendo mientras los que tal afirman no se lo desmuestren fehacientemente. Hasta que ese momento llegue -y no
puede llegar, porque el hombre nunca podr penetrar en el arcano de la eternidad- no es lcito encerrarlo en s mismo, cortndole las amarras que lo atan a la inmortalidad. El hombre
3 F. FONVIEILLE-ALQUIER,

El eurocomunsmo, Plaza y Jans, Barcelona

1979,45.

219

espera, quiere ViVir. Slo por ello, admitir la posibilidad de


que puede conseguirlo es reconfortante. Esta posibilidad nadie
puede negrsela razonablemente. Se le podr decir que, en lugar de vivir en Dios, trate de suplantarlo, trate de ocupar su
lugar. Desgraciadamente, esto es lo que se le viene diciendo
desde que por primera vez lo oy en el paraso: Sers como
Dios. El halago le fascina; por eso, en vez de vivir en Dios,
tiene que soportar la angustia y la carga de terror que le infunde la muerte.
A pesar de ello, el correr del tiempo, la historia de su vida
sobre la tierra va enseando a este hombre, con sus altos y con
sus bajos, que su aspiracin a la inmortalidad puede realizarse;
mas no por el camino y en la clave que l se imagina y sus
mentores le proporcionan.
Jess de Nazaret vivi en la historia. Los que nos atestiguan su historicidad, afirman que es la encarnacin humana de
Dios. Su testimonio est dado desde la perspectiva de su fe en
la resurreccin. No hay motivo serio para pensar que son unos
ilusos. Su comportamiento es el comportamiento de los hombres normales, serios y seguros de s mismos.
Pues bien, segn esos testigos, serios y humanamente aceptables, Jess promete al hombre esa inmortalidad a que aspira.
Le promete esa plenitud de vida, a condicin de que crea en
l, de que se vace de s mismo y se llene de su bondad y de su
verdad. Le da como garanta de su promesa su propia resurreccin. Por otra parte, nadie habl en la tierra con la autoridad
con que l habl. Sus contemporneos as lo entendieron: Habla como quien tiene autoridad y no como los escribas y fariseos. Dios le dio la razn al resucitarlo, al tercer da, de entre los muertos. En consecuencia el hombre tiene abiertas
las puertas de la vida, que le conducen a la vivencia plena,
que le conducen a la inmortalidad 4.

1.2.

Vida en Dios

Que el hombre tiene sed de vida, basta con observarnos y


mirar en torno nuestro. Que no logra apagar esa sed, lo estn
diciendo con elocuencia desgarradora los que, pudiendo, pro4

220

Vase el nmero Biblia y Fe de mayo-agosto de 1977.

meten fortunas a los que piensan pueden devolverles la salud y


librarlos de la muerte, que ven tan vecina. Buscan la vida;
pero no la encuentran, porque la buscan en cisternas rotas
que apenas pueden contener el agua.
Son muchos los autores de nuestros das que sugieren,
desde una visin filosfica del mundo, ideas sobre la vida
eterna. Las ciencias ocultas y la parapsicologa van en esta direccin. A pesar de todas estas sugerencias, el hombre contina experimentando que su vida est limitada por la terrible
tragedia de la muerte. No cabe duda de que la revelacin divina es un alivio en este duro bregar. Busque, pues, el hombre
la vida en Aquel que puede darle un agua que salta hasta la
vida eterna. Quien cree en m, jams tendr sed (Jn 6,34).
Aprende a vivir en Dios --dir Unamun~, y no temers la
muerte, porque Dios es inmortal 5. En Cristo y a travs de
Cristo, Dios promete al hombre esa vida, tan buscada y ardientemente deseada. En l puede encontrarla; tanto ms
cuanto que su misin es la de transmjtirla a los hombres:
Vine para que tengan vida y la tengan abundante.
Hombres que estn de vuelta en esta bsqueda, que han recorrido todos los caminos, desde el imaginarse en un mundo
sin Dios, que se han familiarizado con todas las posibles soluciones y se vuelven con sencillez y confianza al evangelio, merecen atencin y respeto. Qu hermosa es la fe de la samaritana! Como ella, nuestra alma va a sacar agua al pozo tradicional, al tesoro de la ciencia y del consuelo humanos, al estudio.
y un da nos encontramos al borde del pozo al dulce Jess, reposando, cansado del camino, a la hora de sexta, al medioda,
en la mitad de los afanes de nuestra vida. Entonces se nos aparece esa figura tradicional, solicitando nuestra atencin y nuestro estudio ... El problema tienta nuestro natural deseo de verdad, nuestra sed. Y Jess, el que en la cruz exclam "tengo
sed", sed de amor y de adoracin y de justicia, nos pide de beber, dicindonos "dame de beber". Quiere que le demos nuestro amor, que le estudiemos, pero con amor, no como a vana
curiosidad, sino como principio de vida de sencillos y humildes 6. Hermosa es la fe de los sencillos, porque hay que
hacerse como nios para entrar en el reino de los cielos. De
5
6

M.
M.

DE UNAMUNO, O.C.,
DE UNAMUNO, O.c.,

36.
192-193.

221

ah que sea de una sencillez, de una hermosura y, a la vez, de


una profundidad incomparable el dilogo que Jess sostuvo
con la samaritana. As lo entendi Unamuno, como se desprende de la parfrasis que hace en su diario.
El hombre tendr que entregar, tendr que polarizar su
amor en Dios, si de veras quiere evitar que sus aspiraciones de
inmortalidad no se frustren. Est visto que esas sugerentes
ideas, provenientes del campo de la filosofa, no bastan; porque el Dios de la revelacin est mucho ms all, est muy por
encima del horizonte humano y temporal. Mas ello no impide
que continuemos cuestionando el ms all, porque en Cristo y
por Cristo, ese Dios que supera todo raciocinio se nos ha hecho asequible. Hay que introducirse en Dios por Cristo, para
dar con la posibilidad de realizar el anhelo de pervivencia e inmortalidad. Vivir sin lmites equivale a vivir en Dios. Ahora
bien, si Dios es la vida, lgicamente quien vive en Dios habr
realizado, habr logrado vivir con la mxima intensidad.
A travs de todas estas reflexiones se viene jugando con
dos trminos: vida y amor. Y se juega porque el creyente
sabe que la realidad que mejor puede ayudarle en esta labor
ardua e intrincada -de conseguir la vida perdurable- es indiscutiblemente el amor. Ello no quiere decir que desaparezca
el misterio. El hombre se mover siempre, durante su vida terrena, entre sombras cuando orienta su reflexin hacia el
mundo del ms all. Pero sabe, tambin, que cuanto ms integral sea su fe, cuanto ms impregnada de fe est su vida, con
mayor claridad ver que ese deseo de vivir perdurablemente
est ligado con otra realidad no menos misteriosa: su libre albedro. Esta visin le facilitar la bsqueda, porque con ella se
despejarn muchas incgnitas.
El don de la fe es una gracia, es algo gratuito; pero aceptarlo o rechazarlo depende de la libertad del hombre. Fe y libre albedro no son razones, sino realidades. Y las realidades
no se razonan. Se aceptan o se rechazan. Querer razonarlas
es destruirlas.
En todos los rdenes de la vida hay postulados, principios
que no se demuestran ni nadie exige su demostracin experimental. Se aceptan o se rechazan. Por qu no se ha de admitir lo mismo en el orden religioso? Acepte el hombre que es de
Dios. Y es, quiralo l o no, porque es hechura a imagen y
semejanza suya. Aceptndose libre y amorosamente como tal,

222

se sentir en el deber de asemejarse a aquel a quien pertenece,


en su actuacin y comportamiento. Entonces ir poco a poco
formando en s el hbito de su vida, de esa vida trascendente
que le introduce en Dios y le asemeja a l. As, al mismo
ritmo, se ir liberando del temor a la muerte. Nadie teme
aquello que sabe no puede afectarle. Es decir, empezar ya en
esta vida a crear en s mismo el clima de cielo, de bienaventuranza.

1.3.

No es un lugar, es un estado de vida

El amor comporta la idea de alteridad, de comunicaclOn,


de convivencia. Si el cielo es vida en Dios y para Dios, y Dios
es amor, si alguien lograra comunicarse plenamente, explotara con ello todas las posibilidades de su amor. Por tanto,
vivira en el cielo. Durante la vida terrena no es posible explotar todas I.as po~ibilidades que el. h~mb~e tiene de amar, porque no eXIste nInguna persona nI nInguna cosa que sea capaz
de agotar su capacidad en la lnea del amor. La experiencia es
el mejor y ms valioso testimonio de lo que dijo san Agustn:
Nos hiciste para ti, oh Dios, y el corazn no descansa mientras no descanse en ti.
El hombre siempre aspira a ms. No en vano es una forma
abierta hacia arriba y hacia los lados. De suerte que cuando
tiene lo que desea, contina buscando lo que todava no posee.
Si tiene veinte, quiere tener treinta. Si tiene poder, quiere
mandar ms. Si alcanz la fama, quiere subir ms alto. Tiene,
posee la vida, disfruta de ella; mas como la ve comprometida
por la muerte, aspira, busca garantas contra esa limitacin. La
muerte biolgica es inevitable. Todos moriremos. Le habrn engaado? ...
Se conocen hombres que viven en paz, sosiego, equilibrio,
que suspiran sinceramente para que se rompan los lazos que le
atan al cuerpo. Nunca cre que fuese tan dulce la muerte. Y
esto no se dice ni se piensa por una ilusin pasajera, por un
pensamiento fugaz.
Ese equilibrio, esa paz son interiores, origen y causa, a su
vez, de la actividad serena; porque nada tienen que ver con la
pasividad y la indiferencia de las que hablan sus opositores.
La virtud cristiana dista mucho del aguante estoico, no slo

223

por sus motivaciones, sino por sus frutos. Es consecuencia de


la repeticin de actos consciente y voluntariamente realizados.
Cuando se alcanza esa actitud serena ante la adversidad e incluso ante la muerte, por la fe y la esperanza de otra vida mejor, se vive en el cielo anticipado. No en vano ha dicho Cristo
que el reino de los cielos est entre vosotros.
Cuando a la destemplanza se responde con serenidad y mesura, se realiza un gesto bello. Cuando a ese gesto se aade o
lo anima un motivo superior, se convierte en un acto de virtud
formal y materialmente considerado. Ni a la belleza ni a la virtud es extraa la inteligencia.
Resulta de gusto muy discutible ese resentimiento larvado
que asoma en ciertos profesionales de la prensa, cuando hablan de las peculares relaciones de los espaoles con la inteligencia. Si no dejase entrever que esa peculiaridad es debida a
la fidelidad que le exige el dogma catlico, podra alcanzar los
honores del ingenio; pero confundir la fidelidad con el oscurantismo es un patinazo imperdonable. Como si la fidelidad a
los principios religiosos estuviese en pugna con el ejercicio de
la inteligencia!
Precisamente, el campo de la inteligencia se ampla, una
vez que el dogma no le impide al creyente hacer reflexiones
al intelecto, siempre y cuando ese intelecto sea capaz de reconocer sus limitaciones. Una afirmacin cargada de irona y a su
vez mordida por el resentimiento como: expresarse de forma
inteligible nicamente cabe dentro del orden catlico, por
supuesto. Los dems, pura algaraba, no honra a quien la
hace ni salvaguarda su sentido del equilibrio. Porque la inteligencia de los espaoles, ni como individuos ni como colectividad se agota en esas frases, por dems manidas y sacadas de su
contexto: Abajo la inteligencia. Viva la muerte. Que inventen ellos. Lo ms que tales expresiones pueden significar es el
estado de nimo en aquel momento de quienes las profieren.
Que, por lo dems, eran hombres ricos y eficaces en todos los
rdenes. Nadie que conozca su talante las presentara como peculiaridad de las relaciones del espaol con la inteligencia.
Alguien se acerca a la ventanilla de un importante organismo oficial. Le atiende un hombre de color. Aquel funcionario era la grosera personificada, la cerrazn ante cualquier
intento de explicacin o de consulta. Pide hablar con su jefe,
que era blanco, pero lamentablemente tambin, como indivi224

duo, como jefe y como representante de un Ministerio espaol, resulta una verdadera pena. Es medianamente aceptable
siquiera concluir que la grosera es la peculiaridad de la Administracin socialista, a la vista de estos dos ejemplares?
Los que se empean en extraar la condicin catlica y el
desarrollo del conocimiento cientfico, absolutizan la razono Y
esto, en nombre de la plenitud humana y de la autntica ilustracin, es aberrante. Porque pese a la legitimidad terica y
la necesidad histrica de la racionalidad autnoma y del conocimiento cientfico)), no se puede olvidar que, junto con la razn, el hombre quiere y siente, tiene fantasa y emotividad,
vive emocion~s ~ sie~te pasion~s 'l,ue de ninguna manera se
pueden reducIr sm mas a la razon) .
La inestabilidad emocional del hombre durante la vida presente resulta una de sus caractersticas. La bsqueda en el camino del conocimiento, otra. Que la verdad cristiana asegure
que esa inestabilidad se convertir en sereno equilibrio y que
esa bsqueda se transformar en posesjn de la verdad en el
momento que hayamos de dar cuenta de la propia administracin, no impide al entendimiento, a la razn, reflexionar, sino
que le impulsa a ello, dado que la realizacin final estar jalonada y reflejar el tiempo de bsqueda y de inestabilidad.
Nada se pierde, todo se transforma. La vida no se aniquila
sino que se cambia), no de lugar sino de condicin, de estado.
1.4.

Plenitud de amor

Ese afn maniqueo de reducir al hombre est en los antpodas del equilibrio y de su grandeza. No se engrandece al
hombre reduciendo su campo de conocimientos. Si con la sola
inteligencia no puede llegar a la cumbre de sus deseos y aspiraciones, consciente de que una luz infalible le garantiza su realizacin, de l se aleja el sentido de frustracin. En nombre de
qu se le niega este derecho?
El equilibrio y la seguridad nunca llegan a su plenitud durante la vida presente, una vez que no hay nadie que posea
tanto bien y tanta verdad que pueda racionalmente sentirse en
plenitud realizado. Mientras vive en este mundo se siente
7

H. KNG, Existe Dios?, Cristiandad, Madrid 1979, 178-179.

225

oprimido de tal forma por la fuerza del pecado, que le impide


adentrarse en plenitud en el amor. Esta opresin se extiende
a todo lo que le rodea visiblemente. Admite, ciertamente,
grados y proporciones, como tambin los admite el amor cuyos
exponentes son; mas siempre continuar oprimido.
Es cierto que Cristo, muriendo, venci el pecado y la
muerte. Es cierto, por lo mismo tambin, que la especie humana y cada individuo alcanzan en l la realizacin de su perfeccin, a pesar de todos los esfuerzos que se hacen para probar lo contrario.
El creyente no podr probar tampoco con conocimiento experimental esta certeza, pero la vive o empezar a vivirla
desde ahora, siempre que reconozca con humildad las limitaciones de su ser. La fe trasciende su reflexin, porque le dice
que no debe empezar y concluir en el mismo hombre, sino
que, secundando sus aspiraciones, la centra y termina en Dios.
Por eso, resulta obvio que, al hablar aqu de certeza, no
nos referimos a la certeza verificable empricamente, sino a la
certeza de fe, que es tan vital como la emprica y, desde luego,
ms segura.
Creer en los hombres es bueno, pero siempre queda la
duda de que se pueden equivocar. Creer en la ciencia es de
prudentes, si bien nos dejar clara la conciencia de su limitacin. No obstante, creer en Dios da al hombre la garanta de
que l no se engaa ni puede engaarnos. Cuando est por
medio la palabra de Dios y esta palabra es aceptada sin reservas mentales por el hombre, ste tiene la seguridad absoluta
de que esa palabra se cumplir.
Pues bien, es palabra de Dios, dada a los hombres sin distincin ni recortes: El que cree en m, aunque haya muerto,
vivir. El que cree en el hijo de Dios, tiene en s el testimonio de Dios}} (Jn 5,10). Pues que todo el nacido de Dios
vence al mundo. Y sta es la victoria que venci al mundo:
nuestra fe (1 Jn 5,4).
Dios ha empeado su palabra: la fe reporta la victoria sobre el mundo, en el que reina la muerte y el pecado, a los que
Cristo venci con la suya. Pero esta victoria para cada hombre
ser cumplida, no slo por la muerte y resurreccin de Cristo,
sino en cuanto esta muerte y esta resurreccin las incorpora a
su vida, mediante una opcin radical y definitiva. No en vano
se glora de ser libre. Sindolo, tiene que aceptar la libertad

226

con todas sus consecuencias. Una, y decisiva, para su realizacin plena es suplir en s lo que falta a la pasin de
Cristo. Que en palabra de san Agustn se traduce: El que te
cre sin ti, no te salvar sin tu cooperacin.
La aceptacin voluntaria de la fe no impide el desarrollo de
sus facultades totalitarias, sino que las potencia. Quien compare la actitud de fe con la situacin de catalptico, lee el
evangelio al revs y muy difcilmente se le podra excusar de
manipular sectariamente su texto.
Aunque el pecado y la muerte continan pasendose triunfalmente por el mundo, estn encadenados por la cruz de
Cristo, de tal suerte que slo pueden daar a los que voluntariamente se les acercan. El perro encadenado slo muerde a
los que se les ponen al alcance de su boca.
Cristo al morir ha penetrado en el corazn de la tierra.
Baj a los infiernos y no al infierno. Los infiernos constituyen
para el mundo antiguo la situacin de todos los muertos.
Estos vivan, en el hades para los pagal)os y en el sheol para
los judos, una vida de tinieblas para unos y de felicidad en
tono menor para otros. Los infiernos significan plenamente las
partes inferiores o ntimas de la tierra 8.
Jess es el vencedor que pasa revista a todas sus conquistas.
En su primera venida su conquista fue cumplida; pero dej
en libertad, no impuso su dominio definitivamente, sino que
slo lo propuso como medio y garanta para que el hombre libre obtuviese la victoria que l obtuvo. No los llama esclavos,
sino libres.
Resucitado, contina en el mundo, en su ncleo y en sus
estratos ms nfimos. Ha comenzado la trasformacin del
cosmos. Al hombre, interlocutor vlido para Dios, le toca
proseguir esa transformacin, desde el momento que toda
transformacin supone un proceso y en ese proceso estn inmersos los hombres, de grado o a disgusto. Son libres para ser
activos o remisos, para ofrecerse a cooperar o negarse a ella.
Cristo tiene siempre la iniciativa, porque sin su gracia es imposible esta cooperacin.
Si Cristo ha tomado las riendas de ese proceso de transformacin, en cuya cspide est l, y hacia l conduce con su gra8

L. BOFF, o.c., 200.

227

cia y su luz a toda la humanidad, la esperanza de ser transformados en Cristo y por Cristo se convierte en certeza. No dice
san Pablo que si Cristo ha resucitado, nosotros resucitaremos
con l? Para los que creen en Cristo y lo aceptan como maestro y modelo, la muerte despus de la muerte carece de sentido. En cambio, para los que no creen, en el fondo, debera
ser un hecho normal.
Carece de sentido, porque los que reconocen a Dios como
creador y Dios de los vivientes y, correlativamente, definen al
hombre como imagen y semejanza de Dios, consideran imposible la nada absoluta como propia finalidad.
Si la realidad humana de Cristo, en la muerte, qued inhiesta en el fundamento csmico, que coaduna radicalmente
todo el universo y es como el punto gravitatorio de todos sus
estratos, entonces Cristo, en su humanidad somtica, vino a
ser el fundamento real y ontolgico de una situacin salvfica
total para todo el gnero humano. Todos los hombres sin excepcin pueden tomar contacto corporal con Cristo, un contacto, por cierto, a travs de la realidad csmica a la que todo
hombre est esencialmente vinculado. Porque la existencia est
trascendentalmente referida al mundo. El mundo es la dimensin esencial de toda actividad espiritual humana. El alma del
hombre est sustancialmente unida con el ser material 9.
No son estas expresiones pretenciosas e hijas exclusivamente de la reflexin intelectual, sino legtima parfrasis de lo
que dice san Juan: Lo he ya enaltecido y volver a enaltecerio... Ahora va a realizarse el proceso de este mundo: el capitn de este mundo va a ser ahora depuesto. Yo, a mi vez, a
todos voy a atrarmelos cuando me alcen de la tierra (Jn 12,
28-32). Alude, sin duda, a su alzamiento en la cruz y al cielo.
Porque entonces inaugura su reino de amor y de conviccin lO.
Inequvocamente, este lenguaje tiene sentido desde el
prisma de la fe. Mas como para un creyente hablar desde la fe
y desde la razn debe resultarle igualmente normal al reflexionar sobre la realizacin plena del hombreen el amor, la fe es
absolutamente imprescindible.
9 L. BOROS, El hombre y su ltima opcin, Verbo Divino, EsteBa 1972,
194-195.
10 M. MIGUENS, Amor y libertad, Grficas Alonso, Madrid 1971, 312.

228

Si se piensa en la realizacin humana, en la profesin, en el


trabajo, en la vida de cada da, no es preciso acudir necesariamente a la fe. Bastara la razn. Pero qu realizacin es esa
que, teniendo como meta la muerte biolgica, nos precipita en
la nada absoluta? A dnde van a parar las ms ntimas aspiraciones del hombre? A qu se reduce su deseo de pervivencia?
Se ha dicho que al hombre se le define por su razn y por
su corazn, con todas esas otras cualidades que de ellos se derivan. Ni su razn ni su corazn se agotan aqu y ahora. Sin
duda que tiene el deber de ejercitarlos adecuadamente mientras vive en el mundo, si, en efecto, aspira a realizarse, y
ambos en armona e ntima colaboracin. Si falta esta armona,
se resuelve en frustracin.
Observa y piensa en ese profesional que ejerce su profesin
por un imperativo de vida, no por vocacin. Piensa y observa a
ese sacerdote para el que su pretendida vocacin se convirti
en profesin obligada, porque su subsistencia lo exige. Medita
en ese trabajador manual, con indudablq; cualidades de artista,
pero atado a su trabajo porque la situacin econmica, el autoritarismo paterno, la condicin social y familiar se lo impusieron. A todos los encadena la necesidad, la razn de vivir. No
se sienten realizados, porque no estn en el sitio a que su vocacin los llama.
Lo ideal sera que cada uno estuviese all donde racionalmente desea estar, sin recortes obligados en su vocacin y legtimo deseo. Esto sera lo ideal. Ideal al que apunta directamente la fe. Cambiar de profesin, cuando sta no coincide
con la verdadera vocacin, es un derecho del hombre. Que no
todos y en cada caso puedan ejercitarlo, por los motivos y circunstancias que sean, bien de orden econmico, bien de orden
social, bien de orden religioso, no le priva de su categora de
derecho. Porque la libertad en la prctica del bien nos la devolvi Cristo, y trabajar segn y conforme a la propia vocacin
es uno de los bienes ms estimados por Dios y por los hombres.
El proceso de transformacin ha comenzado con la victoria
de Cristo sobre el pecado y la muerte. Esta muerte, que precede a su resurreccin, comporta la transfiguracin del
cosmos. Esta comprensin nos aclara el significado de la afirmacin de la fe en la instrumentalidad universal de la humanidad de Cristo.

229

Si todos los hombres pueden tomar contacto con Cristo a


travs de la realidad csmica, al morir, cuando penetran en el
corazn de la tierra, se encuentran con la presencia del Seor
resucitado y csmico, y entonces se produce la gran decisin y
el gran encuentro 11. En esta decisin y en este gran encuentro se agotan tambin todas las posibilidades de amar y de conocer; porque conociendo a Cristo tal cual es, su curiosidad
por saber no aspirar a ms y su capacidad de amar se sentir
plena y decididamente satisfecha.
Si se acepta esta realidad, si se acepta este encuentro por la
fe y la esperanza, la vida del hombre entra desde ahora en la
recta de la plenitud para culminar en ese misterioso ms all,
para culminar en el cielo. Al fin y en ltima instancia, el cielo
consiste en plenitud de amor y en plenitud de conocimiento.

2.

Doctrina de la Iglesia

La Iglesia, como depositaria de la revelacin, habl y habla


sobre el cielo. Los que se sienten sus miembros no pueden
apartarse de su magisterio. Si se apartan, quin garantizar la
autenticidad de sus afirmaciones?
La palabra de Dios es pronunciada siempre dentro de la
palabra humana. El evangelio es la palabra de Dios fijada humanamente en un texto, cuyos primitivos cdices difieren y se
discuten. Si el mundo cristiano hubiese de aceptar simultneamente estas diferencias y todas estas discusiones y no estuviese
obligado a aceptar nicamente el texto recogido y depositado
en la Iglesia, el subjetivismo ms informe estara en plena y libre circulacin y, por tanto, los arribistas podran pescar a sus
anchas. A estas alturas sera imposible reconocer el contenido
de su verdadero mensaje.
La Iglesia es el cuerpo en que la palabra de Dios vive y a
ella corresponde su custodia. En cuanto institucin fundada
por Cristo, es la ms firme garanta y la ms eficaz prueba de
que Cristo contina entre los hombres y de que su Espritu se
les comunica, como lo demuestran veinte siglos de existencia.
As es como, fundndose en esa palabra, la Iglesia ofrece
una descripcin razonable de esa famosa e intrincada mansin
11

230

L. BOFF,

O.C.,

205.

celeste. Pero- siempre en una actitud de suma reserva. Ella se


pronunci despus de que los Padres haban hablado, y haban
reflexionado sobre el cielo:
1) Como comunidad de vida. Si el hombre nace para convivir, porque no es bueno que el hombre est solo, los Padres acentan este aspecto de la mansin celestial. San Ambrosio y san Agustn son sus mejores portavoces. San Beda el Venerable, por su parte, afirma que el cielo consiste en el gozo
de la sociedad fraterna. La leyenda china, a que se ha hecho
referencia, es muy expresiva en este sentido.
2) Como visin de Dios. Los mismos Padres que hablan
del cielo como comunidad solitaria y feliz, hablan de l como
visin de Dios. Hacen hincapi en la visin intelectual, de tal
suerte que, en la Edad Media, los escolsticos se dividieron el
campo, al definir en qu consiste la esencia de la visin beatfica. Naturalmente que la respuesta estaba en consonancia con
lo que pensaban en orden a la primaca de las facultades humanas. Los que le daban preferencia a la voluntad, dirn que
consiste en el amor, y los que optan polla inteligencia, que en
el conocimiento.
A buen seguro que estas disquisiciones de escuela le tienen
sin cuidado al hombre de hoy, ms dado al pragmatismo que a
la especulacin. El hombre no es slo inteligencia y voluntad.
Es, adems, sentimiento, imaginacin, sentido esttico, intimidad, tiempo y espacio, teora y prctica. Pero este hombre, por
muy de hoy que sea, valora la verdad, la bondad y la belleza.
Que entiende estos valores a su modo! De acuerdo, pero continan siendo valores para l. Por eso, no es insensible cuando
a Dios se le presenta como la personificacin de la verdad, de
la bondad y de la belleza. Y si se prosigue en esta lnea y se le
habla de justicia, de equidad, de misericordia, de comprensin,
de amor benevolente, de respeto a la libertad, al menos suspende el juicio. Duda de sus convicciones. Y entonces es
cuando tienen eco en su interior aquellas palabras de san Matco: Bienaventurados los limpios de corazn, porque ellos vern a Dios. Vern y ven, porque tienen un gozo que no se
da a los impos, sino a aquellos que quieren gratuitamente. El
gozo de los cuales eres t mismo, oh Padre nuestro! 12.
12 SAN AGUSTN, Obras de San Agustn JI. Las Confesiones, BAC, Madrid
19743 , 10-12.

231

3.

Documentos eclesisticos

Fundada en la tradicin e iluminada por la revelacin, la


Iglesia, siempre en una actitud de prudente reserva, que nada
tiene que ver con el titubeo, se ha declarado solemnemente.
Resultara complicado y al margen del tono de estas reflexiones hacer una sntesis de todos los documentos eclesisticos que tratan del cielo. De ah que me cia a tres:

3.1.

Benedictus Dominus

El papa Benedicto XII, en su constitucin Benedictus 00minus, aborda magisterialmente el problema del cielo como
mansin de los bienaventurados, aunque ello no impide que su
documento fuese controvertido. Habla en la lnea trazada por
la tradicin. Superado el umbral de la muerte, los creyentes se
realizan en plenitud mediante la visin de Dios. Su aserto
enraza en la Sagrada Escritura, por cuanto san Pablo, en la primera carta a los Corintios, hablando de la caridad, despus de
darnos o trazamos un cuadro acabado de la misma, afirma que
la caridad no caduca (1 Cor 13,8); mientras que todos los
dems dones son fragmentarios, porque de hecho, en el
tiempo presente miramos con ayuda de un espejo, en un
enigma; entonces, en cambio, miraremos frente a frente. En el
tiempo presente, tengo un conocimiento fragmentario; entonces, en cambio, tendr un conocimiento inmediato, lo
mismo que tambin Dios lo tiene de m (1 Cor 13,12).
Seguramente que el haber sido discutida la constitucin de
Benedicto XII es debido a los trminos de su formulacin, no
a su contenido. La formulacin es la letra. Aceptmosla, pero
ahondemos en su contenido, en su espritu. Dejemos de lado
el lenguaje de los hombres, reflexionemos entre cristianos
maduros con una filosofa, pero con una filosofa que no es de
este mundo, sino con la filosofa de Dios, consistente en un
misterio. La que no lleg a percibir ninguno de los soberanos
de este mundo; que si hubieran llegado a percibirla, no hubieran crucificado al Seor, rey de la gloria (1 Cor 2,6-9).
Estamos muy mal acostumbrados. Se nos da la frmula y ya
nos sentimos exonerados de todo esfuerzo mental en orden a
clarificar su contenido. De ah que se haya cado en el mismo
232

pecado que Cristo recriminaba a sus contemporneos. Estos se


aferraban a la letra de la ley y, de esta suerte, preferan sus
prescripciones al mandato divino. Dios habl a los hombres, a
su pueblo, por medio de los profetas, pero llegada la plenitud
de los tiempos es el Verbo, la palabra, y no la ley, la escritura, quien se encarn entre los hombres, dir Unamuno 13.
La visin de Dios, frente a frente, en el ms all, hace
que todas las almas de todos los santos, que salieron de este
mundo antes y despus de Cristo ... inmediatamente despus de
la muerte, o de la purgacin, los que la necesitan, estn y estarn en el cielo con Cristo ... , viendo la esencia divina, afirma
la Benedictus Dominus.
Es fcil advertir las preferencias por unas tesis escolsticas
y el silencio que se guarda sobre otras. Sin embargo, aunque
explcitamente no se mencione el amor como parte constitutiva
de la bienaventuranza en la constitucin comentada, no es difcil darse cuenta de su coincidencia con san Pablo, quien asegura, en el v. 13 del mismo captulo, en la primera carta a los
Corintios: En realidad ahora continad existiendo la fe, la esperanza y la caridad; pero ms importante entre ellas es la caridad. Y san Pablo no habla en trminos de filosofa humana,
sino en los de la filosofa de Dios. Ser, por tanto, el amor lo
que realice al hombre en la vida eterna, sin que ello comporte
la negacin del conocimiento, porque nada es querido sin ser
conocido. Tanto ms cuanto que la fe y la esperanza pierden
su razn de ser, pierden su objeto, dado que all se ver lo
que se cree y se poseer lo que aqu se espera.

3.2.

Concilio de Florencia

El concilio de Florencia abunda en la misma lnea de la


constitucin Benedictus Dominus. Los bienaventurados intuitivamente ven al Dios uno y trino, tal como es; sin embargo, unos con ms perfeccin que otros, conforme a la diversidad de sus merecimientos. Tampoco es nueva esta forma de
expresarse, sino que refleja la del sagrado texto: En casa de
mi Padre hay muchas mansiones, si bien cada cual recibir el
salario segn su propio trabajo, todos corren, ms uno solo
recibe el premio, etc.
13

M.

DE UNAMUNO, O.C.,

53.

233

Dios es absolutamente simple. Estas distinciones no encajan, por consiguiente, en su divino atributo. Habr que insistir en que las expresiones y los giros de los autores sagrados
portan un mensaje, tienen un contenido? Habr que recordar
que el espritu late en la letra? Este hay que descubrirlo, a l
se ha de atender, en l nos hemos de fijar, tanto ms cuanto
que en la misma Sagrada Escritura se encuentran y aparecen
pistas suficientemente luminosas para ello: Los ltimos sern
los primeros, hoy estars conmigo en el paraso, al que
tiene poco, lo poco que tiene se le quitar. Amn de la base
bblica, si se ahonda sobre el texto conciliar, se descubre la
coordenada sobre la que est redactado. Esos grados, esa participacin no se refiere a que Dios se deje ver ms o menos, a
que Dios se comunique ms a unos que a otros, sino a la capacidad receptiva de los bienaventurados. Dios es todo para
todos, aunque unos abarcan ms, ven ms que otros, segn la
capacidad de cada cual. Una serie de vasos: unos tienen capacidad para veinte, otros para diez, otros para cinco. Todos estn llenos, no pueden recibir ms lquido. Su capacidad est
colmada. La capacidad de percepcin es relativa, la fuerza del
amor en unos puede ms y en otros puede menos; sin embargo, todos consiguen en el cielo su plenitud, porque todos
aman y conocen tanto cuanto su capacidad les permite. La
equidad ser la confirmacin de la suma justicia y de la eterna
bondad.

3.3.

Concilio Vaticano JI

Han pasado muchos aos desde que la Iglesia se pronunci


en el concilio de Florencia. No slo han pasado muchos aos,
sino que han pasado muchas cosas. Y esta misma Iglesia, que
reunida habl en Florencia en 1458, habla en el Vaticano lI.
No dice nada que se oponga a lo que haba dicho en Florencia
y, sin embargo, acenta aspectos que entonces apenas afloraban. Es que la Iglesia cambia? Precisamente, he aqu una de
las manifestaciones de que la Iglesia, teolgicamente, es
eterna. Permaneciendo siempre la misma, busca, trata de encontrar el lenguaje adecuado para que los hombres, a quienes
en la actualidad se dirige, capten su mensaje de salvacin
eterna.
234

La constitucin Lumen gentium, sobre todo en los nmeros 48 y 49, habla de la bienaventuranza, de la vida eterna.
No define solemnemente nada nuevo, nada que no haya dicho
la constitucin Benedictus Dominus y el concilio florentino,
pero s pone de relieve un aspecto muy de actualidad en la teologa catlica -dicho sea con toda la consideracin que debiera haberse tenido siempre-: Son bienaventurados los que
estn con Cristo. Esto es, el cristocentrismo en el mundo catlico es, llammosle as, un postulado, porque, nadie conoce
al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes l quiera revelrselo. Este aspecto que el Vaticano II pone de relieve, se le
presentar con claridad a todo el que lea con atencin la constitucin Lumen gentium; porque la realidad humana de
Cristo es el nico lugar de encuentro entre el hombre y Dios.
La instrumentalidad de la humanidad de Cristo es el sacramento de salvacin para todos, porque el que no est con
Cristo, est contra l. Cristo es el centro. A partir de l, la
historia de la humanidad se divide. L~ cruz es el signo divisorio. Por eso, qu hermosa y qu significativa es la expresin
evanglica el velo del templo se rasg en dos partes! Los de
una y otra parte slo le tienen a l como referencia.
Si el hombre de hoy mira a Cristo con seriedad, no abrigar ese sentimiento que, no cabe dudarlo, abriga de ser un
nufrago, arrojado sobre una isla solitaria y desconocida en la
que se cree solo y abandonado a sus propios recursos 14. La
sensacin de soledad le tienta, porque se siente engaado,
tanto ms cuanto que ha perdido el sentido de Dios.
Cristo, como referencia, camino, verdad y vida, no le
pide que marche por la vida solo, triste y amedrentado ante
ese misterioso ms all. La pide seriedad y decisin: Ved que
estoy a la puerta y llamo; el que me abriere, Yo entrar en l
y tomar el alimento con l.
No puede el hombre salvar su fe findose slo de sus recursos. Le conviene reflexionar. Le conviene saber que la fe es
certeza. Razonable. Es bueno que ensaye su libertad. Debe saber que la fe es libre. Respuesta de amor. Y le conviene ofrecerse a los efluvios del amor que baan el mundo. Debe saber
que la fe es sobrenatural. Hace de l una <<nueva criatura.
]4

Ch. MOELLER, Literatura del Siglo XX y Cristianismo. 11, Gredos. Ma-

drid 1958. 20.

235

Pero le es preciso saber tambin que todas sus libertades, que


todas sus verdades, que todos sus amores son reflejo de una
verdad, de una libertad, de un amor eterno, el de Dios 15.
Haz esta prueba, ensaya este ejercicio y me atrevo a prometerte que la sensacin de naufragio se trocar en firmeza de
esperanza, en sensacin de solidaridad y gozo y de ntima convivencia.
Personalmente, no te pido optimismo, pero mucho menos
te ofrezco el narctico del miedo. Te pido seriedad al acercarte
a la augusta persona de Cristo y te prometo xito, porque l
puede y quiere darte esa vida que con tanto anhelo buscas.
Puede, porque es omnipotente y quiere, porque para eso se
encarn entre los hombres)).

4.

Cmo se lleg a la formulacin


del cielo como estado

Con las reflexiones sobre el infierno intentamos llegar a la


conviccin de que esta tremebunda realidad es definida despus de un largo e ininterrumpido proceso. Las definiciones
dogmticas sobre el cielo han tenido un rodaje similar. Corren
parejas, pero cada una en su direccin.
La vida de ultratumba es aceptada, no slo por el mundo
de la Biblia, sino tambin por el extrabblico. Tanto en uno
como en otro, apenas se puede hablar inicialmente de vida;
porque la vida que llevaban los muertos en el sheol y en el
hades era una cuasi vida. Era una vida umbrtil, al margen del
elemento moral.
En una segunda etapa, ya se hace diferencia entre fieles e
infieles, entre buenos e impos. Ya cuenta la sancin y la retribucin. Aparecen los fieles, cumplidores de la ley, en un compartimento y los que no la cumplieron, en otro del mismo
sheol. En la Grecia pagana, sern los filsofos, y no los poetas,
quienes introduzcan en el ms all el baremo de la moral. Sobre todo Platn tiene sugerentes ideas en esta lnea.
Sin embargo, en el pueblo de Israel se da un fenmeno curioso. En el principio, el respeto, el culto a los muertos debi
15

236

Ch.

MOELLER, O.C.,

11,447.

estar muy extendido y deban gozar de gran veneraclOn por


cuanto se les invocaba y se peda su mediacin. Se les daba el
nombre de elohim, que quiere decir ser divino.
El segundo libro de Samuel cuenta cmo Sal, temiendo
ante el ejrcito de los filisteos, trata de conocer la voluntad de
Dios. Samuel haba muerto y el rey no tiene a quien preguntar; as que, obligado por la necesidad, va y pide la intervencin de una pitonisa. Por los ragos que sta le traz, comprendi Sal que era Samuel, y entonces se inclin con su rostro
hasta la tierra, y le hizo una profunda reverencia. Por qu
me has inquietado hacindome aparecer?~~ (2 Sam 28,15).
Por qu me preguntas habindose retirado de ti el Seor y
pasado a tu rival? (2 Sam 28,16).
Porque se le daba excesiva importancia a los muertos, el
yavismo emprendi una intensa y sistemtica campaa contra
su evocacin. Entenda que, con ella, el pueblo minusvaloraba
el culto de Yav. Se me ocurre que esto es uno de los movimientos pendulares de que la historia ~ tan rica: para evitar
un extremo, se cae en el opuesto. Con esta campaa, al pueblo
hebreo se le cerraban las puertas del ms all y se le fija su
atencin en las retribuciones temporales. La campaa fue eficaz, porque el apego a las retribuciones terrenas afloraba con
demasiada pujanza en los mismos contemporneos del Seor.
El concepto de un mesas-caudillo, la petrificacin de la alianza
en la letra de la ley, el exagerado cuidado por lo exterior con
olvido del corazn ... , son otras tantas manifestaciones de esa
mentalidad.
Por desgracia contina, despus de veinte siglos de cristianismo, esa misma mentalidad. Con dificultad, nuestros creyentes
son sensibles a la oracin de alabanza, de accin de gracias, de
bendicin. Entienden el sentido de la oracin de peticin. Saben
pedir ayuda, como Sal, en los momentos de apuro, en situaciones comprometidas en el orden material. El fiat voluntas
tua , el no se haga mi voluntad sino la tuya, el he aqu la esclava del Seor, siguen siendo lecciones para fuertes, para hombres de temple, para almas selectas.
Este retroceso, sin embargo, no supone la negacin de la
vida futura. Es verdad que, cuando hay que evocar esperanzas para despus de la muerte, no se evoca otra cosa que el
gran renombre, entre los supervivientes, para el hroe
237

muerto. Con todo, movidos nuestros antepasados por mecanismos psicolgicos de esa cuasi vida, de esa vida umbrtil que
los muertos llevan en el sheol, pasan a la esperanza de la resurreccin nacional, y de sta a la individual. Medio siglo antes
de la era cristiana, el concepto de resurreccin individual era
familiar a los judos. El autor sagrado del segundo libro de los
Macabeos, llevado por el deseo intenso de la resurreccin nacional y el de salvaguardar la justicia de Dios, concluye con la
firme esperanza de la resurreccin personal 16. Entramos,
pues, en picado en la lnea magisterial de la Iglesia.
Porque se busque la coherencia en el proceso que lleva a la
Iglesia a formular sus tesis dogmticas sobre el cielo, no por
eso se minimiza el hecho de la revelacin. No, sino que se intenta recordar y dejar muy claro que la revelacin viene a garantizar las aspiraciones ms ntimas del hombre. No ha descendido del cielo con seales evidentes un texto divino, sino
que se advierte que en el fondo del texto literal sagrado
est implcitamente la revelacin que Yav hizo de s mismo,
fundamentalmente, como Dios de justicia y de fidelidad a sus
promesas. El proceso de pensamiento, avivado por circunstancias diversas, llevar a sacar todas las consecuencias de la justicia de Dios en la que estaban contenidas.
El fin de este proceso culmina, elocuentemente, con la
muerte y la resurreccin de Cristo. Cristo ha resucitado; al
morir, cuando el hombre penetra en el corazn de la tierra, se
encuentra con la presencia del Seor resucitado y csmico. Entonces es tambin cuando se produce la gran decisin, el gran
encuentro 17.

5.

Conclusin

A nadie se le niega una oportunidad para la opcin definitiva. A la hora de nona el hombre podr optar por el cielo o
por el infierno. He aqu la razn por que se dice que la fe en
Dios, justo y benevolente, comporta la existencia de la vida
16 Recomendara el artculo de JOS ALONSO
de Biblia y Fe de mayo-agosto de 1977.
17 L. BOFF, o.c., 205.

238

DAZ

publicado en el nmero

eterna y sta, a su vez, exige el juicio. La revelacin de Dios


Padre, revelacin por antonomasia en Cristo, confirma y garantiza esta realidad. Lo ms caracterstico del cristianismo es
la paternidad divina, el hacer a los hombres hijos del Creador,
no criaturas meramente, sino hijos.
Tenemos a Dios por Padre. Un Padre que todo lo sabe y es
omnipotente. Un Padre que no puede querer para sus hijos
cosa mala. Qu hijo pide a su padre pan, y ste le da un escorpin?. Entonces, todo lo que le ocurra al hombre durante
su vida se le convertir en bien, porque todas las cosas estn
dispuestas por el Padre. Padre! Nuestros hijos buscan nuestro arrimo. El hijo dirige a su padre una mirada consciente y le
pide, no un favor positivo, no un acto que fomente su vida,
sino una mera caricia. Pap!, me llama mi hijo, y si le respondo qu! lo siente, quiere que le diga querido! Y se arrima
a m, se aprieta contra m y all se queda, gozndose en sentir
mi arrimo y mi contacto, en tenerme junto a l, y volviendo,
de cuando en cuando, sus ojos a los mo~ para ver que le miro
con cario. As con nuestro Padre Dios 8.
y este cario, esta solicitud de Padre se puede saborear, no
slo en el ms all, sino aqu y ahora. Lo contrario es desconocer la autntica dimensin del premio escatolgico. Si ste
viene concebido como plena vivencia del amor, es obvio que
ya en este mundo puede ser disfrutado, si bien con las limitaciones lgicas inherentes al hombre.
Cuando Jess proclam en el sermn de la montaa las bienaventuranzas, no dijo que los pobres, los que lloran, los
mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los limpios de
corazn... seran bienaventurados, sino que desde ahora y aqu
lo son. Bienaventurados los pobres, bienaventurados los que
lloran)), no porque son pobres ni porque lloran, sino que a pesar de su pobreza y de sus lgrimas pueden ser felices porque
se sienten hijos de Dios, que es Padre, y, por ser Padre, no
puede querer para ellos cosa mala.
Entonces el cielo empieza aqu y as hay que presentarlo.
Presentarlo como una realidad del futuro que empieza con el
presente. Esa felicidad que experimenta el hijo al arrimo de su
padre la puede vivir y experimentar aqu quien crea y ame a
\8

M. DE UNAMUNO,

O.C.,

54-55.

239

Dios en Cristo y por Cristo. Lo de san Francisco de Ass:


Ahora s que puedo decir con verdad "Padre nuestro que
ests en los cielos". Y deca esto precisamente cuando se haba
despojado de todo lo terreno. El gesto es significativo en su espritu, pero no exclusivo en su materialidad.

240

11.

La resurreccin de Cristo

Vnicamente contemplando la totalidad de la vida de


Cristo podemos formarnos una imagen de la entera existencia
cristiana, tal como Dios nos la ha dado y como de nuestra
parte debe ser. Porque, si es verdad que no podemos perder
de vista al crucificado, no lo es menos que ste resulta incomprensible si no se cree verdaderamente en l en cuanto resucitado que, a travs de la muerte, ha enrrado en la vida de su
Padre. En la resurreccin redondea l su destino de vida l. Y
redondea el nuestro, dado que si Cristo no ha resucitado, ilusoria es nuestra proclamacin, e ilusoria es tambin nuestra fe
(1 Cor 15,14).
La resurreccin es el eje y centro del cristianismo. Por eso,
al planternosla, es obligado hacerlo bajo el prisma de la fe.
Esto es, tenemos que partir de que Dios lo ha resucitado de
entre los muertos. De lo contrario todos los hechos que histricamente la avalan probaran a lo ms un fenmeno natural. Es
decir, reflexionar sobre la resurreccin de Cristo fuera de un
contexto testa, no sera hablar de una obra directa de Dios,
sino de un simple hecho de la naturaleza 2.

1.

Hechos relacionados
con la resurreccin de Jess de Nazaret
Afirmar que Cristo ha resucitado en un mundo en que el

1 K. RAHNER, Meditaciones sobre los Ejercicios de san Ignacio, Herder,


Barcelona 1971, 234.
2 K. E. STEVENSON y G. R. HABERMAS, Verdetto sulla Sindone, Queriniana,
Brescia 1982, 182.

241

culto a la razn es el nico reconocido y aceptado, sera lo


mismo que escribir el ms bello poema en la arena. Pero hablar de pruebas histricas, de hechos humanos que la atestiguan, negarla, sin ms, sera contradecirse; porque el prejuicio
naturalstico, aunque no acepta ninguna implicacin de lo sobrenatural, no puede negar los hechos reconocidos por casi
todos.
Estos hechos pueden resumirse en ocho, siendo benvolos
con los ms exigentes:
1. En la actualidad, todos los exegetas estn prcticamente de acuerdo en afirmar que Jess de Nazaret es un personaje histrico, que muri crucificado y que su cadver fue
depositado en un sepulcro.
2. Que su muerte impresion de tal manera a sus discpulos, que stos perdieron toda esperanza. Lo que equivale a
perder todas sus ilusiones, todas las garantas puestas en el
Maestro durante su vida.
3. Segn muchos estudiosos contemporneos, el sepulcro
fue encontrado vaco algunos das despus. No obstante este
hecho, por ellos presenciado, no fue suficiente para que creyesen.
4. Todos estn conformes en aceptar, sin embargo, que
estos discpulos, a los pocos das de hallar vaco el sepulcro,
empezaron a afirmar, en contra de la opinin del poder civil y
del poder religioso de aquel entonces, que Jess haba resucitado. Que en su vida se ha verificado un cambio tan profundo
como supone pasar de la desesperacin a la certeza de que el
Maestro tena razn en todo lo que les haba dicho durante su
vida mortal.
5. Esta conviccin profunda los decidi a predicar en pblico que ese Jess a quien vosotros habis crucificado, Dios
lo ha resucitado realmente.
6. La historia refiere incluso que la Iglesia cristiana naci
y se desarroll al calor de esta afirmacin: Jess ha resucitado
de entre los muertos.
7. La mayor parte de los exegetas aade que Santiago, a
quien hace referencia san Pablo (1 Cor 15,7), era un escptico
que se convenci, una vez que el mismo Jess resucitado se le
haba hecho ver, y reconocen que fue uno de los primeros
jefes de la Iglesia naciente.
8. Por ltimo, todos coinciden en que Saulo de Tarso fue
242

un ardiente perseguidor de los cristianos, que se convirti a la


causa que persegua, porque tambin a l se le apareci (1 Cor
15,8).
Son un mnimum de hechos histricamente ciertos, que los
que no creen estn obligados a contrastar de forma razonable,
para que sus conclusiones merezcan los honores del respeto.
Los hechos no pueden negarse alegremente, cuando son aceptados por lo ms granado entre los estudiosos de todas las escuelas. Hay que buscar una explicacin.

2.

Soluciones al hecho del cristianismo

Efectivamente, las explicaciones son muchas y muy variadas. Como por exigencia de la ndole de este libro no es posible researlas todas y sobre todo juzgar su valor, ser bueno
resumir todos los hechos apuntados entdos fundamentales, y
las soluciones en cuatro, que, por lo dems, comprenden todas
las otras. Esto simplificar nuestra reflexin y con ello ganar
en claridad.
El hecho cristiano se basa en dos acontecimientos:
1. La existencia de Jess de Nazaret: es un personaje histrico, vivi y muri como viven y mueren los hombres.
2. Este personaje dio origen a un movimiento religioso
que se extendi inexplicablemente, a pesar de la oposicin
abierta y tenaz de los poderes fcticos de entonces.
Estos dos acontecimientos, con todo lo que comportan, fueron y continan siendo objeto de estudio e investigacin apasionados, sobre todo a partir del siglo XVIII.
Se intentaron explicaciones para todos los gustos. Cuatro
particularmente llaman la atencin y las cuatro tienen como
base y fundamento de sus conclusiones los cuatro evangelios,
los Hechos de los Apstoles y las epstolas catlicas.
Recordar que el cristianismo es una experiencia religiosa,
vivida por Jess de Nazaret, que muri bajo el poder de Poncio Pilato y que resucit de entre los muertos en Jerusaln, es
una afirmacin que testifican hombres dignos de crdito. En
torno a esta tesis y partiendo de este hecho gira la historia del
cristianismo.
Alguien, que no peca de partidista, dado que es un impug243

nador cualificado de la misma existencia histrica de Jess, ha


dejado escrito: La historia de occidente, a partir del imperio
romano, se ordena en torno a un hecho central y a un acontecimiento generador: la representacin colectiva de Jess y de
su muerte ... Todo lo que se ha hecho en occidente durante
tantos siglos se ha hecho a la sombra gigantesca de la cruz.
y Benedetto Croce, pues l es quien esto escribe, que se
niega a aceptar cualquier otra religin que no sea la de la libertad humana, demostr con rigor histrico cmo ha estado
siempre presente y viva la palabra de Jess en todos los movimientos ideales desde cuando reson por primera vez entre los
hombres.
El legtimo inters por conocer cada vez mejor el hecho
cristiano y la pretendida satisfaccin por poder encontrar respuestas conformes entre la razn ilustrada y el ideal moral
que propone, son el origen de la variabilidad y del perspectivismo de los mtodos cientficos, al menos que intentan serlo,
que se han seguido en su estudio. A tres, sin embargo, se
pueden reducir esos mtodos.

2.1.

El mtodo crtico

La filosofa moderna pretende haber demostrado la imposibilidad de adherirse a los dogmas de la Iglesia catlica sin abdicar de la dignidad humana. Hasta tal extremo se crey en
esta demostracin que los modernistas, pretendiendo con ello
salvar los valores morales y religiosos que esos dogmas entraan, formularon el compromiso simblico.
Demasiado aprisa anduvieron estos hombres de finales del
siglo pasado y comienzos del presente, porque hasta ahora la
escuela crtica no ha sido capaz de explicar satisfactoriamente
el hecho cristiano.
Es obvio que, al hablar del mtodo crtico, no me refiero
a la altsima, decisiva e mdispensable funcin que en la interpretacin de la Sagrada Escritura desempea el mtodo crtico
moderno, empleado por los exegetas catlicos y los telogos
para acercarnos al sentido del lenguaje literario. Sino que
pienso en esa crtica reductiva que afirma, dogmatizando, que
el cristianismo es un fenmeno histrico como tantos otros,
sin carcter milagroso y sobrenatural.

244

La escuela crtica admite la historicidad de Jess, mas como


encuentra imposible explicarse cmo anduvieron las cosas,
dado que niega el fundamento de la fe, establece sus presupuestos afirmando que fue divinizado por sus discpulos, que
le atribuyeron milagros y aseguraron que, resucitado, se haba
"hecho ver" de ellos.
Cmo explica el fenmeno de su expansin? Admite,
como vlidas, tres hiptesis:
1) Tal vez Jess fue un predicador ambulante, como
tantos otros en aquellos tiempos en Palestina. Por una serie de
circunstancias imprevisibles, ocurri el caso inaudito de ser
presentado como hijo de Dios.
2) Tal vez fue un exaltado que, en su exaltacin delirante,
se llam a s mismo el mesas, ardientemente esperado por
los judos. Un grupo de fanticos como l lo crey y, una vez
muerto, se decidieron a convencer al mundo de que, en efecto,
as era, porque lo vieron y oyeron despus de haber resucitado.
I
3) Tal vez los exaltados fueron sus primeros seguidores
que, subyugados por la capacidad extraordinaria de su maestro, no se resignaron a que desapareciese de la escena y lo proclamaron resucitado.
En verdad que, siendo los evangelios y los Hechos de los
Apstoles las fuentes sobre las que estos hombres ilustres de la
escuela crtica trabajan, es alucinante, pero desconcierta la formulacin de semejantes hiptesis. Hasta qu punto se les
puede reconocer seriedad cientfica?

2.2.

El mtodo mtico

No hay fanatismo en la pregunta ni tampoco ingenuidad.


Es la falta de solidez lo que provoca esta admiracin, tanto
ms cuanto que en el mismo campo de la ilustracin aparece la
escuela mtica en desacuerdo con los que tales hiptesis formulan.
Con la ilusin de liberarse de las objeciones de fondo que a
la solucin crtica se oponen, el mtodo mtico corta por lo
sano, negando todo valor histrico tanto a los evangelios como
a los Hechos de los Apstoles. No es en la historia, sino en la

245

mitologa donde la presunta existencia de Jess se funda y, por


tanto, el mismo cristianismo.
Este tiene por base una leyenda antiqusima, anterior al
cristianismo: Un dios que se encarna, sufre,muere y resucita
por la salvacin de los hombres. La comunidad de creyentes
ha revestido con este manto mitolgico las espaldas de cierto
Jess, del cual no es posible decir nada cierto histricamente.
Que existan hombres capaces de ingeniarse soluciones tan
temerarias como ligeras, no quita ni pone a la existencia de
Jess y a la expansin del cristianismo. Prueba, eso s, que
Dios permite la posibilidad de la duda sobre su existencia y,
por ende, del poder de manifestarse a los hombres como
quiere y cuando quiere. Pone de manifiesto la realidad de que
no slo sufri y muri por los hombres una vez, sino que contina sometiendo su mensaje de salvacin a la crtica demoledora de esos mismos hombres a quienes vino a salvar.
Supuesto que el mtodo crtico o sus propugnadores son incapaces de dar una respuesta fiable a las preguntas, cada vez
ms graves, que se formulan en nombre de la razn, de la que
ellos tanto se gloran y los que defienden la va mtica en la
actualidad ni merecen los honores de la refutacin, aparece un
tercer mtodo o forma de solucin.
2.3.

El mtodo espiritual

Muy raras veces acuden los naturalistas de nuestro tiempo a


las soluciones crtica y mtica para explicar los hechos evanglicos y paulinos. Prefieren reinterpretar la Sagrada Escritura y
proponer una resurreccin espiritual. Lo que importa, para
ellos, no es que Cristo haya resucitado, sino que los discpulos
lo creyeron as. Jess estaba vivo en su mente y contina viviendo en la de aquellos que creen en l, en la medida que interpela existencialmente al hombre de hoy.
Esta concepcin de la resurreccin no tiene cabida en la interpretacin cristiana de la Sagrada Escritura. No en vano dicen
estos nuevos escpticos que es preciso reinterpretarla. No tiene
cabida, porque tropieza frontalmente con el tan conocido texto
de san Pablo: Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe es hueca,
estis todava en vuestros pecados. En consecuencia, tambin
se perdieron los que murieron en Cristo. Si en esta vida en

246

Cristo, no estamos ms que con esperanzas, somos los ms mseros de los hombres (1 Cor 15,17-19). Esto es, como traduce
M. Miguens: Si vivir esta vida en Cristo, siendo cristianos, no
nos produce ms que esperanza sin seguridad y realidad alguna, somos unos miserables.

2.4.

Valoracin de los tres mtodos

Los dos primeros, como se indic, tuvieron su auge en el


siglo pasado. El primero se fue potenciando a medida que la desacralizacin de la vida se iba introduciendo en las capas sociales, mientras que el segundo pretendi ser una salida airosa
ante las dificultades con que tropezaba la crtica.
Para sta, los testimonios escritos contemporneos de los
hechos describen acontecimientos reales, histricos al menos
en buena parte; aunque estos testimonios no se diferencian de
otras narraciones, como por ejemplo la que Csar hace de la
Guerra de las Galias. Para la mtica:' empero, los orgenes
del cristianismo no se explican por la historia, sino que obedecen a la leyenda, a invenciones ms o menos afortunadas de
hombres con ms o menos imaginacin y audacia.
No sorprende demasiado que los espritus que se autollaman fuertes contesten desde siempre la resurreccin de Jesucristo, una vez que este misterio es el ncleo de la fe cristiana
y que la afirmacin de que hoyes tan actual como lo era en
sus albores es la garanta bajo la que se ofrece a los que creen
en l la vida eterna.
En efecto, contestatarios hay muchos, pero no acaban de
ponerse de acuerdo en una explicacin o teora que sintonice
con los hechos que admiten como autnticamente histricos.
Tratan de buscar y de hacer una exposicin que los explique
naturalmente, pero si logran ligar con uno, tropiezan contra
otro; si explican una parte, dejan pendiente otra.
Que Jess de Nazaret no resucit, sino que desvanecido
fue metido en el sepulcro, y reanimado volvi a reunirse con
sus discpulos es una de ellas, como muestra. Muy poca consistencia tiene para que perdure. Tanto que David Strauss, de
la misma escuela, la elimina con un simple raciocinio: aunque
hubiese sobrevivido a los rigores de la crucifixin, cmo explicar la salida de la tumba cerrada con una gran piedra? Esta es
247

demasiado pesada para ser removida por un hombre fuerte y


sano solo, cuanto ms por un agotado y deshecho a causa de
una noche de insomnio, los rigores de la flagelacin y los
malos tratos ininterrumpidos de que haba sido objeto.
Cualquiera que visite Tierra Santa podr ver una de esas
piedras entre las tumbas que de aquel entonces se conservan.
Ver que no se trata de una cscara de nuez, sino de un bloque de piedra redondo y macizo, nada fcil de manejar.
Que no resucit, sino que su cadver fue sacado de noche
por los suyos hacindolo desaparecer. Esta es ms sorprendente todava. Unos hombres sencillos, llenos de miedo a ser
descubiertos como seguidores del ejecutado, se atreven a profanar una tumba, sabiendo que era delito castigado con la
muerte!. .. Suponiendo que as fuese, cmo explican el comportamiento de las autoridades, ansiosas de que no se hable
ms de aquel para ellas enojoso asunto? Tendran en sus
manos el cuerpo del delito y, por motivos inexplicables, no
hacen uso de su autoridad ... !
Abreviando, tropiezan con tantas dificultades y son tales las
objeciones que se les oponen, que ni los mismos que las ingenian creen en ellas. Su fiabilidad, por otra parte, depender de
la actitud que adopten. La honestidad intelectual exige la
ausencia de prejuicios arbitrariamente preestablecidos, de los
que no estn libres los naturalistas, desde el momento en que,
afirmando que no existen fuentes de informacin que no sean
cristianas, seleccionan stas, aceptando o rechazando su autenticidad segn criterio por ellos mismos establecidos.
Por lo dems, tienen ante s un hecho irrefutable: la divinizacin de un galileo, Jess de Nazaret. Este fue divinizado por
galileos que, si bien de segunda clase, son judos. El hecho
prosper, tuvo xito. Los crticos niegan su divinidad. Cmo
explican su xito?
Que Jess, desde que unos hombres sencillos y un fariseo
formado por fariseos dijeron que haba resucitado de entre los
muertos, fue presentado y aceptado como hijo de Dios. sentado a la derecha del Padre, de Yav, es un hecho que la historia comprueba y que hasta el siglo XVIII se acept o se neg
sin otras complicaciones mayores. Que tal hecho fue protagonizado, no por egipcios ni por romanos, sino por judos, tambin
lo atestiguan las fuentes objeto de estudio y de discusin.
La divinizacin de hombres en el mundo pagano era mo-

248

neda corriente. En un pueblo que prefiere ser dispersado,


sufrir la deportacin y la destruccin de su templo antes que
colocar al lado de Yav a un hombre por excelente que ste
sea, resulta inimaginable. Para ello es necesario olvidar muchas
cosas. Sera preciso cambiar la historia de Israel.
Por otra parte, los que se adhieren a la solucin mtica estn obligados a probar la invencin del mito, cundo apareci,
cmo se las arreglaron aquellos hombres, en su mayor parte
iletrados, para hacerlo vivir durante tanto tiempo como una
realidad.
Los mismos partidarios de la solucin crtica se encargan de
dar cumplida respuesta a estos sus compaeros de viaje.
Los sueos innovadores de los hombres del siglo de las
luces se disipan ante la avalancha de crticas y objeciones incontestables que caen sobre ellos. Se sienten incapaces de dar
una explicacin coherente a los hechos referidos. As es como
sus seguidores del siglo XX los descartan y orillan, revisando y
modernizando el ataque y su disconformidad con la fe.
Esta modernizacin consiste en reducfr, como hemos dicho,
la resurreccin a un recuerdo en la mente y en el corazn de
los que creen en Cristo.
Si la solucin mtica se descalifica por s misma y la crtica
es incapaz de contestar y resolver objeciones de fondo que
comprometen su fiabilidad cientfica, la reinterpretacin de la
Sagrada Escritura, o sea la resurreccin espiritual, se derrumba por su inconsistencia ante el texto sagrado.
En primer lugar, porque sostener que Jess no resucit
realmente supone que existe una explicacin natural de los hechos que narran los evangelistas. Esta explicacin no existe
dentro de la ortodoxia catlica, y ni siquiera para una crtica
medianamente objetiva.
En segundo lugar, porque niega su autntico valor a la expresin tan familiar en el Nuevo Testamento se hace ven>,
como ms adelante veremos.
En tercer lugar, porque los hechos de carcter histrico que
hemos enumerado son una prueba demasiado fuerte para que
alegremente se pueda prescindir del hecho real de la resurreccin, reducindolo a un simple recuerdo.
Que las soluciones que se dan al hecho cristiano, globalmente considerado, sean las mismas que se aplican a la realidad
de la resurreccin en concreto, nada tiene de particular, una

249

vez que la resurreccin de Cristo es el eje y centro de todo el


cristianismo, como recordar el lector que se dijo al principio
de este apartado 3.
Por lo dems, los defensores de la resurreccin espiritual
son inconsecuentes. Me explicar: si Cristo no resucit de entre los muertos realmente, sino slo en cuanto los cristianos lo
creen, antes de hablar de resurreccin, los efectos a la re-interpretacin de la Biblia deben buscar primero un valor lingstico al trmino resucitar y no emplear el mismo -para evitar
equvocos- que hasta ahora se emple y continuar emplendose en el lenguaje ortodoxo.
Se da la afortunada coincidencia, como se ha indicado, que
el cristianismo es la religin que se caracteriza por su sentido
histrico. Se distingue de las dems religiones, precisamente,
por su carcter histrico. Las religiones de Grecia y de Roma,
de Egipto y de la India, de Persia y del oriente en general fueron sistemas especulativos que no cuidaron de buscar ni darse
una base histrica. Lo contrario del cristianismo, ha dicho el
orientalista Rawlinson.
Nuestra religin empez como una experiencia de vida
nueva, vivida por Jess y transmitida a sus seguidores como tal
experiencia prctica, que luego, sobre todo a partir de san Pablo, en contacto con la cultura griega, se sistematiz. El forcejeo entre la teologa especulativa y la teologa prctica es uno
de sus hechos frontales, que resplandece a travs de toda su
historia.

2.5.

Solucin de fe

No cabe duda de que la historicidad del cristianismo ennoblece su racionalidad. Por eso, a fin de coronar esta breve exposicin y soslayar el peligro de superficialidad, comprometerse en la solucin de fe es nobleza obligada; como obligado
es tambin reconocer a los crticos naturalistas lo mucho que
han aportado para que esta solucin no sea para los que la
abrazan motivo de acomplejamiento intelectual.
3

250

K. E.

STEVENSON

y G. R.

HABERMAS.O.C.,

169.

Si hoy los creyentes no tienen motivo alguno para acomplejarse frente a los que se les oponen, se debe en buena parte a
ellos porque promocionaron el estudio crtico del sagrado
texto. No sern aceptables sus conclusiones, pero su investigacin y sus logros estn ah. No podrn dar respuesta a todas
las objeciones de orden histrico, exegtico, psicolgico y sociolgico con que tropiezan las soluciones que ofrecen, pero facilitan la comprensin de la que da la fe.
Una afirmacin de este alcance pedira al menos un resumen de la argumentacin que la avala. Aunque no lo haga,
dar pistas:
Jess se presenta como uno de tantos mesas que en Palestina aparecan entonces y aun aparecen hoy. El mtodo crtico
lo reconoce como histrico, rechazando, por lo mismo, toda
razn de ser a la solucin mtica. Reconoce, incluso, que la
verosimilitud y la lgica reclaman que el nombre y la obra de
Jess cayesen en el olvido, como la de tantos otros que en Israel se haban credo algo, dice Guinebyrt. No obstante, tuvo
xito. Cmo lo explican?
Los ilustrados no dan una respuesta convincente a esta
demanda. An ms, se contradicen, desde el momento en que,
declarando faltos de valor histrico los libros sagrados, se dedican a hacer una labor de seleccin sospechosa: Este versculo
es atendible, aquel ciertamente amplificado, el otro interpolado. De dnde sacan tanta seguridad?
El fenmeno social del cristianismo est ah. Humanamente
ms se podra esperar el fracaso que el xito, como indica Guinebert. Porque la muerte ignominiosa de su fundador, el frustrado retorno glorioso que se esperaba muy pronto y que an
no lleg en la forma que se describe, debieran haberlo convertido, no en realidad mesinica aceptable, sino en escarnio y escndalo para todo el que piense slo con criterios de razn. Y
sin embargo... Somos de ayer y todo lo llenamos. Slo vuestros templos quedan vacos, escriba Tertuliano en el siglo 11.
Por otra parte, el radicalismo evanglico encaja muy poco
en la blandenguera humana. Las aspiraciones terrenas no son
el distintivo de su mstica y, no obstante, un gran sector de la
humanidad se dej cautivar por esa mstica. Quedan, pues,
muchos cabos por atar y muchas antinomias por resolver.
Estas antinomias sin solucin para la crtica ilustrada, en-

251

cuentran una respuesta fiable en la solucin de fe. Respuesta


que no basta decirlo, sino que habra que justificarla 4.
Messori es un hombre que piensa y escribe sin prejuicios y
con honestidad. Busca la objetividad, objetividad que hasta los
mismos que excluyen la posibilidad de lo sobrenatural y trascendente le reconocen: Es un libro inteligente y sincero. Me
parece, en definitiva, una confirmacin, un control notablemente riguroso de la tesis de la apuesta, del postulado, dice de
l Lucio Lombardo Radice.
Lombardo Radice no comparte las conclusiones de Messori.
Porque que se trate realmente de una encarnacin divina,
como piensa Messori, o que se trate, como yo sostengo, de
una formidable idea-fuerza que proviene de la excepcional figura de un hombre aparecido en una lejana provincia del gran
imperio antiguo, cargado ya con su desintegracin, no hace diferencia radical. No digo que no haga diferencia: no hace antagonismo, enemistad, irreductibilidad 5.
A su vez, Gary R. Habermas es un filsofo que actu como
consejero del grupo de los 40 cientficos que estudiaron en el
1978 la Sbana de Turn, cuyos resultados estn recogidos en
la obra aqu citada Verdetto sulla Sindone, modelo, por cierto,
de equilibrio y objetividad, de competencia y bien hacer.
Por eso, ante estos cualificados del buen sentido se me ocurre que basta con indicar aqu que la solucin de fe da respuesta cumplida a las dificultades y crticas que abrumadoramente se hacen a las otras tres; a las que ellas no contestan,
porque resultan hiptesis impracticables.
Son impracticables, porque en definitiva las dificultades, los
reparos que se oponen a la solucin de fe son todos ellos secundarios una vez que todos estn subordinados a la demanda
fundamental: Quin es Jess de Nazaret?.
Los evangelios no son una crnica, una biografa en el sentido en que se entienden estos trminos. Son manifestaciones
de fe a la luz del misterio pascual. Expresan la fe de la primera
comunidad cristiana. Y la expresan con tanta sencillez, con
tanto frescor, con tanta originalidad que por ello fueron preferidos a tantos otros que se conocen con el nombre de apcrifos.
4 ce la obra de V. MESSORI, Hiptesis sobre Jess, Mensajero, Bilbao
19852 , 107-156, Y la de K. E. STEVENSON y G. R. HABERMAS. a.c., 163-180.
5 V. MESSORI, a.c., 7-8.

252

Sin embargo, tanto los cuatro evangelios como los Hechos


de los Apstoles y las epstolas catlicas, para la solucin de
fe, no slo son palabra de Dios, sino tambin documentos
autnticos de la primera hora de la cristiandad, que dan solidez y
fiabilidad, racionalidad y, por lo mismo, seriedad a la doctrina
revelada.

3.

Los milagros

3.1.

Pruebas?

La divinidad de Cristo se prueba por su resurreccin. Su


encarnacin en el hombre concreto Jess de Nazaret aparece
radiante a la luz del misterio pascual, como concluye Messori.
De ah que si alguien intentase probarla solamente por los milagros que realiz durante su vida visibl~ entre los hombres y
en favor de ellos, emprendera un camino extraviado, mxime
hoy. Porque los milagros realizados por Jess no deben ser
representados como una ruptura o suspensin de las leyes de la
naturaleza, pretendiendo con ello demostrar la omnipotencia
del Hombre Dios, sino sencillamente como motivos de credibilidad a la luz de la pascua.
Esa presentacin se alejara del horizonte bblico, que no
conoce tal planteamiento y, por otra parte, no responde a las
exigencias de la ciencia moderna, que considera las leyes naturales como un concepto ambiguo, ya que no representan la
imagen de la naturaleza, sino la de nuestra relacin con ella 6.
Si todo el trabajo que la solucin crtica se impone para demostrar si este o aquel hecho narrado en el evangelio como
milagro lo invirtiese en comprender y explicar el comportamiento de su realizador, acaso obtendra resultados ms aceptables.
Los milagros no dan la fe, porque no son un remedio contra
la incredulidad. Y menos si se presentan como hechos extraordinarios y sobrenaturales que suspenden o rompen las leyes de la
naturaleza. Que sean esto, no significa que sea la nica forma
de presentarlos ni que sea la ms adecuada en la actualidad.
6

J. A.

PAGOLA.

Jess de Nazaret, Idatz, San Sebastin 1981, 278.

253

Jess no vino a destruir, vino a perfeccionar. No vino a


romper, sino a integrar. La concepcin que de la vida nos presenta Cristo comporta que este mundo nuevo que nos revela
en los milagros no est en ruptura u oposicin con el mundo
actual, sino que es precisamente su fin verdadero y su esperanza 7.
De no ser as, con mucha dificultad podramos encuadrar
en su verdadero marco escenas de su vida que afectan a estatutos bsicos de la vida familiar: sus relaciones de hijo a madre. Aparece en momentos de su vida terrena tan distanciado
de su madre santsima, que podra parecer como una ruptura o
una crisis conflictiva entre l y ella. Cuando en realidad no es
otra cosa que una nueva pedagoga. Una pedagoga superior.
En el templo, donde se queda sin previo aviso. En Can,
cuando se presenta para asistir a una boda. Probablemente en
Cafarnan, con motivo de aquellas noticias que llegaron a la
Virgen de que trataban de deshacerse de l. En el Calvario
donde a su lado est su madre ... A la solicitud de Mara, Jess
responde con desabrimiento. Es que las relaciones entre Jess
y su madre no se desenvuelven al modo normal de cualquier
madre con su hijo. En el caso presente es el hijo y no la madre
quien toma la iniciativa y determina el gnero de relaciones
mutuas, yeso desde el principio 8. Por lo dems, la actitud
recogida y silenciosa de Mara nos descubre el velo del misterio, nos introduce en ese mundo nuevo.
En efecto, si queremos sostenernos en la lnea trazada en
el Nuevo Testamento, no debemos destacar el carcter espectacular, maravilloso, prodigioso de los milagros, en detrimento
del carcter de signo y llamada a la fe. De llamada a la fe
desde la resurreccin.
As lo ensea san Pablo. El apstol no dice que si Cristo no
hubiese hecho los milagros que hizo nuestra fe sera vana,
sino: si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe, es vaca,
a pesar de los milagros realizados.

3.2.

Prueba histrica de la resurreccin

Una vez que las tesis racionalistas, las explicaciones de los


7
8

254

J. A. PAGOLA, O.C., 278.


I. LARRAAGA, El silencio de Mara, Paulinas, Madrid 1978, 190.

defensores de un nico orden existente, el natural, han sido


abandonadas y que los crticos del siglo XX, que no creen en
la resurreccin, no logran con su intento de re-interpretacin
del sagrado texto reconciliar ste con sus conclusiones, la solucin de fe queda reforzada desde todos los frentes. Mxime
porque en su favor estn los hechos establecidos mediante un
riguroso procedimiento histrico.
Es clave en esta argumentacin la experiencia personal que
sus discpulos tuvieron. Ellos aseguran que se les apareci resucitado, en plenitud de vida. Pero una vida nueva, que viva
el maestro en todo su ser, en cuerpo y alma. Y su testimonio
ocular es preciso y fiel. Si su testimonio es preciso y fiel, bien
porque las hiptesis naturalistas no son capaces de explicar
esta experiencia, bien porque existen indicaciones suficientes
para que no quede lugar a duda, se puede concluir que el
acontecimiento de la resurreccin de Jess de Nazaret es un
acontecimiento histrico. No en cuanto acontecimiento de fe,
porque la fe no es efecto de la investig~in histrica, sino en
cuanto acontecimiento verificable por la historia.

4.

El Jess de la historia
es el Cristo de la fe

Jesus de Nazaret fue hombre acreditado por Dios entre


vosotros con prodigios, portentos y milagros, los que por l
obr Dios en medio de vosotros, como vosotros sabis. Y a
ste, por un plan y previo conocimiento de Dios bien definidos, vosotros lo entregasteis y a manos de unos sin ley lo
matasteis, crucificndolo. A ste lo resucit Dios, soltndolo
de las ataduras de la muerte, como que no era posible que l
fuera detenido en ella (He 2,22-24).
Es un texto tan explcito que los que abogan por una resurreccin espiritual no creo que tengan mucho que decir, y los
que presentan los milagros como hechos extraordinarios que
suspenden o rompen las leyes de la naturaleza, lo pensarn dos
veces.
El apstol san Pedro, que lo haba negado, jurado y perjurado que no conoca a Jess, es el que ahora se planta, en
unin de los once, recabando la atencin de aquel auditorio
255

que los miraba con aire de desprecio por galileos, pero que no
acababa de comprender cmo, siendo pescadores y pequeos
comerciantes, se hacen entender de todos, que hablan tan distintas lenguas. Tal debi de ser la conviccin con que Simn
Pedro se expres, que aquel mismo da se adhirieron al pequeo grupo como unos tres mil (He 2,41).
Con todo, algo ms importante que el nmero de convertidos llama poderosamente la atencin. Pedro no hace hincapi
en Jess, a quien muchos de sus oyentes conocan o conocieron personalmente -lo conocan, porque ante ellos haba desplegado su actividad y haba realizado milagros, a pesar de lo
cual no lo recibieron>>-, sino que su acento lo carga en lo
que ellos no saban: Ese Jess a quien vosotros conocis,
Dios lo resucit, librndolo de las cadenas de la muerte. Esta
es la gran novedad, es lo que en verdad importa.
Hablarles de Jess como hombre sera lo mismo que hablarles de un muerto. Lo haban visto morir, y morir de
muerte infamante. Y los muertos no tienen poder ninguno
para tratar con los hombres, pesar los acontecimientos humanos o ser dueos de lo que constituy su vida terrena.
Ante el anuncio de un muerto, aquellos hombres no hubiesen reaccionado en su favor. Lo ms sentiran compasin, pensando que era sujeto de un destino implacable y que llevaba en
un lugar, que ellos conocan con el nombre de sheol, una vida
latente, esperando el da de la resurreccin universal.
Los contemporneos de Jess tenan su escatologa, reflexionaban sobre el ms all. Tenan su propio lenguaje para
expresar sus ideas. Pero he aqu - y esto sorprende necesariamente- que Pedro, hijo de ese mismo ambiente, formado en
esa misma cultura y familiarizado con ese mismo lenguaje, haciendo uso del mismo, afirma que Jess, sin esperar al ltimo
da, vive, porque Dios lo ha resucitado. No era posible que
estuviese detenido por la muerte.
No hace exhibicin de sabidura humana, no se pierde en disquisiciones, en distinciones de escuela. Les habla en el lenguaje
que le entienden. Slo da en pblico testimonio de su experiencia
personal. Ese Jess, a quien muchos de sus oyentes haban visto
y tratado, se le haba impuesto a l y a sus compaeros como
vivo, libre de las ataduras de la muerte. Se les haba presentado
en plenitud de vida, de tal forma que no dudan en afirmarlo ante
aquellos mismos que lo haban crucificado.
256

Jess, con esa vida nueva que ahora vive, toma otra vez la
iniciativa de su comunicacin con aquellos que todo lo haban
dejado por l. Es tal la fuerza de esa vida con que a ellos se
impone, que san Juan, en un alarde de imaginacin oriental,
nos lo describe: Vestido de un manto, ceido a la cintura por
un cinturn de oro. Su cabeza y sus cabellos blancos como la
lana blanca, como la nieve, y sus ojos como llama de fuego, y
sus pies semejantes al bronce purificado en el crisol, y su voz
como el ruido de aguas caudalosas y tena en su mano siete estrellas (Ap 1,13-16).
Prescindiendo del ropaje, en esta descripcin que de Jess
nos hace san Juan en su Apocalipsis, late la gran verdad; verdad que secundan Pedro, Pablo, Santiago, los cuatro evangelios,
las cartas y los Hechos de los Apstoles: Jess vive, vive por
obra de Dios y junto a Dios. Y porque vive por obra de Dios
y junto a Dios, vive para siempre, es signo de esperanza y
compromiso para nosotros 9.
Pero la resurreccin no supone recuperacin de la misma
vida que vivi mientras conversaba y trabajaba entre los hombres, sino que la resurreccin alude ms bien a una vida
nueva, que rompe las dimensiones del espacio y el tiempo y se
desarrolla en el dominio invisible, imperecedero e incomprensible de Dios 10.
En esa vida nueva, Jess se hizo ver de sus discpulos.
Pero hay alguna medida en comn entre este Seor y Cristo,
entre esta vida nueva y la vida del hombre-Jess? Al hombreJess no se llega inmediata y directamente, sino a travs de los
datos que sobre l nos dan los evangelistas. Estos datos brotan
de su pluma a la luz del misterio pascual 11.
Cuando Jess se les apareci como resucitado, los apstoles
pensaron y recogieron los recuerdos que de su predicacin y de
su vida tenan. Lo relacionaron de modo leal y coherente con
el acontecimiento que les despert esos recuerdos. As vistos y
relacionados, los redactan y trasmiten, los exponen y anuncian.
Por tanto, no sera serio pensar que estos relatos de la etapa
histrica de Jess son independientes de la experiencia que se los
hizo revivir. Precisamente ahora los ven en el sentido en que
J. A. PAGOLA. o.c., 277-278.
H. KNG. Existe Dios?, Cristiandad, Madrid 1979, 922.
11 Ch. DUQuoc, Jess, hombre libre, Sgueme, Salamanca 1976, 15.

10

257

Jess los realizaba cuando estaba con ellos. Los discpulos, entonces, no comprendan esta nueva dimensin, no comprendan
este alcance. Qu pensaran cuando Jess, ante la solicitud de
su madre, que lo busca ansiosa y preocupada, contesta a quienes
le traen la noticia: Mi madre y mis hermanos son los que cumplen la voluntad de mi Padre? (Mt 12,50).
Jess no salv en aquella ocasin la dificultad que para esta
visin tenan sus seguidores. Padeci su lentitud mental, para
que luego fuese ms firme y fiable su comprensin.
Los apstoles se sienten transformados. Pero no son visionarios, no han perdido su capacidad de relacionar lo que son
con lo que fueron, lo que saban y haban visto con lo que
ahora ven y saben. No ven fantasmas, no son juguete de imaginacin, sino que captan realidades, viven su presente.
Que sea precisamente Pedro quien se plante ante aquel gento y les hable con la claridad y precisin con que les habl, no
deja de sorprender. Recordmoslo si no en el da de la prisin
(Jn 18,12-27) y comparmoslo con el da de su confesin despus de la resurreccin (Jn 21,15-19). Unos momentos antes de
negar al Maestro le haba asegurado que estaba dispuesto a seguirlo hasta la muerte. La transformacin no es superficial, no
obedece a una emocin pasajera.
Comparemos su actitud en una y otra ocasin. De la confianza en s, de la visin personal y humana que tena de las
cosas, de la fogosidad de sus expresiones, pasa al ms profundo conocimiento de sus limitaciones personales, pasa a una
visin nueva de la vida, pasa a un equilibrio interior que nada
tiene de temerario y veleidoso. Seor, t lo sabes todo. T
sabes que te amo. Reconozca, sin vacilar, toda la casa de Israel que a este Jess, a quien vosotros habis crucificado, Dios
lo ha constituido Seor y mesas (He 2,36).
Ahora ya no es Pedro, el espontneo, el vehemente, el fogoso; es el renovado, el que ve y mira con serenidad, no slo
con sus ojos de hombre curtido por la brisa del lago, sino con
la luz superior de la fe que, l quc cst junto a s, l quc habla
con l, tena razn cuando le dijo: Antes de que el gallo
cante, me negars tres veces)). Tena razn, porque, de no ser
as, Dios no lo hubiese constituido Seor y Mesas.
Pedro, despus de la crucifixin de Jess, haba cado,
como todos sus compaeros, en la ms profunda postracin.
Sin embargo, a diferencia de los seguidores de todos los otros
258

mesas que huyen, una vez muerto el lder, l y los que con l
estn desafan a la autoridad tanto hebrea como' romana. En
virtud de qu?
Si adems se aade que aquellos hombres hubieron de
afrontar otro no menos penoso escollo: El fallido retorno glorioso de su Cristo, que esperaban muy pronto, como vengador
victorioso, su reaccin, humanamente, resulta inexplicable,
ininteligible, inalcanzable a cualquier baremo que se le aplique.
Por eso pudo escribir Machovec, marxista checo, autor
del libro Jess para los ateos: Cmo es que fueron capaces
los seguidores de Jess, especialmente el grupo de Pedro, de
superar la terrible decepcin sufrida y el escndalo de la cruz y
de emprender incluso una ofensiva victoriosa?.Y cmo es que
un profeta cuyas predicciones no se realizaron pudo convertirse
en punto de partida de la mayor religin del mundo? Generaciones enteras de historiadores se han planteado y continuarn
plantendose estas cuestiones... 12.
No es posible, a la hora de dar respuesta a esas dos cuestiones formuladas al principio, prescindir de la experiencia pascual en la lectura de los evangelios.
Es verdad que no describen la vida de Jess como describe,
por ejemplo, Luis de Sarasola la vida de san Francisco de Ass,
pero son una confesin de fe en l, en lo que hizo y dijo. Y
porque nos refieren lo que dijo e hizo el Seor, que vive,
eso que hizo y dijo es tan actual hoy como lo era cuando lo
deca y lo haca. Su actualidad, claro est, ya no se puede medir con categoras de tiempo y de espacio, sino con categoras
de bondad y de verdad, de justicia y de equidad. Y la verdad,
la bondad, la justicia y la paz estn siempre de actualidad.
Cuando los exegetas afirman que los evangelios no son relatos biogrficos, sino que son testimonios de la fe de aquella
primera comunidad cristiana, entienden con ello que la transmisin oral de las palabras de Jess y su redaccin escrita
sufrieron la repercusin de lo que l haba pasado a ser para
sus discpulos en virtud de la pascua.
Los evangelistas y san Pablo dan testimonio de su fe; y la
fe no se verifica por medio de coordenadas topogrficas y cro12

Lo cita Messori en su obra,

O.C.,

117.

259

nolgicas, como se verifican los hechos histricos. Se verificar


por los resultados 13.
Bernardette de Lourdes est ante sus examinadores. Estos
le hacen preguntas y estudian atentamente sus reacciones. No
tienen ms pruebas que sus respuestas y la impresin que su
actitud les causa. Ni las unas ni la otra apuntan histerismo en
Bernardette. Aquellos hombres, austeros y exigentes, no cuentan con otras pruebas. Estas, empero, son indicio suficiente
para indicarles la probabilidad de que su testimonio es veraz.
Los evangelistas y san Pablo testifican que Jess, el crucificado, es el mismo que se les presenta como el resucitado. Lo
reconocen por la fe; porque la nueva vida del resucitado cae
en otra dimensin distinta de la vida que le quitaron a Jess, el
crucificado. Su testimonio es coherente, es fiel, merece credibilidad. La fidelidad consiste en mantener la lealtad, libremente
prometida, a despecho de las inevitables contradicciones de los
sistemas de valores (E. Erikson). Como no existe mayor
prueba de fidelidad y de amor que dar la vida por la persona
amada, la fidelidad de san Pablo y la de todos aquellos primeros testigos queda libre de toda duda. Han muerto por lo
que enseaban y testificaban.
El testimonio de estos hombres fieles y veraces es un testimonio histrico. Se puede medir y comprobar en el tiempo y en el
espacio. La resurreccin, en cuanto hecho concreto y determinado, se prueba por la fe, puesto que nadie asegura haber estado
presente en el momento, en el instante en que Jess empez a
vivir su vida nueva. No hay indicio alguno de que sean unos alucinados, de que sean unos visionarios, de que sean de psicologa
enfermiza. Las dificultades que hubieron de afrontar, la persecucin a que se vieron sometidos desde el principio no aconsejan
ver ambigedad en su actitud, dudas en su testimonio. Todos los
indicios estn por un testimonio veraz. Su fe puede ser, por
tanto, compartida razonablemente por los que los escuchan.
En una ocasin, Jess pregunt a sus apstoles: Quin
dicen los hombres que soy?. Las opiniones se dividan entonces, como se dividen, desgraciadamente, an hoy. Entonces
Jess, concretando ms, agrega: y vosotros, quin decs que
soy?. Entre los discpulos de Cristo no puede haber opiniones
13 X. LON-DuFOUR, Resurreccin de Jess y mensaje pascual, Sgueme,
Salamanca 19742 , 327-331.

260

encontradas en cuestiones fundamentales, no puede haber divisiones radicales. De ah que en nombre de todos conteste Pedro: T eres el mesas, el hijo de Dios viviente (Mt 16,1316).
Esta uniformidad obedece a que no es ni la sabidura humana, ni la carne, ni la sangre quienes revelan a Jess como mesas, como Seor, sino el Padre que est en los cielos (Mt
16,17).

4.1.

Conocimiento histrico

La respuesta de Pedro, todo lo ingenua, todo lo primitiva,


todo lo acrtica que se quiera, es vlida, es la que hoy nos
cumple a todos los creyentes. Pedro la dio antes de la resurreccin, y por eso mereci el elogio de dichoso t, Simn BarJons.
Sin embargo, hoy los que creemos y aceptamos a Jess
como hijo verdadero de Dios tenemos t el deber de proponer
nuestra fe de forma menos ingenua. La resurreccin no es un
retorno a esta vida espacio-temporal: la muerte no queda anulada, sino vencida definitivamente. Tampoco se trata de una
continuacin de esta vida espacio-temporal: la misma expresin
"despus" de la muerte es desorientadora: en la eternidad no
hay un antes ni un despus 14.
No consiste en eso la resurreccin, sino que consiste en vivir una vida nueva, que no cae bajo el control de la experiencia. Una vida de la que el mismo Jess dijo que vine para que
los hombres tengan vida y la tengan en abundancia. De ah
que la resurreccin no se verifique como un hecho histrico,
sino como un hecho de fe.
Entonces, los que intentan resolver el problema de Jess, y
de la expansin del cristianismo debieran al menos tomar en
consideracin y tratar con seriedad la posibilidad de que,
adems del conocimiento histrico, experimental, pueden darse
otras clases de conocimiento 15.
Siendo Jess el Seor, su palabra no es una palabra pronunciada en otra ocasin y de la que l no sera ya el dueo o
14 H. KNG. O.C.,
15

X.

922.

LON-DuFOUR. O.C., 266-267.

261

responsable, Su palabra es actual y contempornea, porque


l, que est vivo, no la desmiente. Esto lo aceptamos por la
fe. No tenemos de ello conocimiento histrico, constatable por
la experiencia. En cambio, es conocimiento histrico que
Jess fue crucificado. Su crucifixin puede ser constatada,
puede ser verificada por los medios que estn al alcance, a disposicin de los investigadores. De hecho no lo constatan slo
los evangelistas, san Pablo y los dems contemporneos seguidores de l, sino tambin sus contrarios. Es un hecho que tiene
una fecha y un lugar concretos, determinados. Que no se
pueda fijar la fecha, resulta secundario. Su conocimiento es un
conocimiento histrico. Slo para los mitlogos es una
leyenda, una audaz invencin.

4.2.

Conocimiento de fe

Al lado de esto, son posibles otras fuentes de informacin.


El hombre no es slo ser, sino tambin poder ser. No slo es
posible, sino que hay hombres creyentes, hombres que tienen
fe y viven de la fe. Y la fe, nada tiene que ver con el pensar?
No es la fe sin pensamiento una fe irreflexiva, irresponsable?
O es que la fe en Dios debe ser algo exclusivo de fanticos
creyentes y no de hombres capaces de pensar?.
Pues bien, para aceptar que Jess de Nazaret fue crucificado, nos basta la historia, son suficientes los datos, las referencias escritas. Pero si digo: Jess ha muerto para salvar a
los hombres, hago ma la interpretacin que de los datos histricos han hecho los evangelistas, san Pablo. Acepto como
buena y fiable la interpretacin que ellos hacen, a pesar de que
esta interpretacin no depende del conocimiento universal,
sino de la fe de los intrpretes. Estos descubrieron en Jess el
sentido trascendente de su misin. La fe es un don que est al
alcance de todos, aunque no todos la alcanzan.
La posibilidad de tener fe no se niega a nadie. Sin embargo, tt:niendo t:l conocimiento de fe relacin con el pensar,
para que esta posibilidad se convierta en realidad, el hombre
tiene el deber de explotar todas sus posibilidades: de honradez,
de sinceridad, de rectitud, de amor a la verdad, de disponibilidad. El acto de creer es un don divino, por cuanto procede de
Dios; pero, a la vez, es un acto humano, porque lo realiza el
hombre reflexiva y responsablemente.

262

4.3.

Conocimiento real

Por el hecho de que el conocimiento de fe no dependa del


conocimiento universal, no dependa de una experiencia controlada y controlable por la razn humana, no por eso deja de ser
real. Es tan real como el conocimiento histrico; porque para
el que quiere creer y cree, el hecho de que Jess ha muerto
para salvar a los hombres no es un hecho imaginario, un hecho o un dicho inventado y, por tanto, ilusorio. Es que, por
ventura, no existen ms realidades que las asequibles a la ciencia, a la historia, a la biologa, que las que caen en el mbito
experimental exclusivamente cientfico?
No cabe duda de que al reflexionar sobre la resurreccin de
Jess estas formas de conocimiento tienen plena vigencia.
Cuando san Pablo afirma que se le hizo ver a Cristo resucitado, que se apareci a quinientos discpulos reunidos, hace
una afirmacin verificable en el tiempo y en el espacio. No
obstante, cuando nosotros, siguiendo slJs huellas, confesamos
que Jess ha resucitado y que nosotros resucitaremos con l,
lo afirmamos por la fe y afirmamos algo real, como real es lo
que el apstol dice.
Cuando el evangelio dice que los dos discpulos de
Emas descubrieron a Jess resucitado en la fraccin del pan,
constatan un hecho real, que los evangelistas no experimentaron por s mismos, pero lo hacen reflexivamente suyo porque
Cleofs, y, probablemente, su hijo, compaero de viaje, les
merecen fe,-Ies merecen credibilidad.
Tanto san Pablo como los evangelistas aseguran que Jess
vive, que Jess ha resucitado. Su testimonio tiene todos los requisitos de veracidad. Aceptarlo es racional y razonable.
No hablan de cmo sea esa vida. Les basta con afirmar que
vive, y que vive una vida que sobrepasa las coordenadas de
tiempo y de espacio. Vive, libre de las ataduras de la muerte,
porque no era posible que l fuera detenido por ella, se aparece, "se hace ver dc dos dos dc Emas, aldca quc distaba
18 kilmetros de Jerusaln; se hace ver de Simn en el cenculo, en el mar de Tiberades, a unos 150 kilmetros de
Jerusaln, se volvi a aparecer a sus discpulos (Jn 21,1).
Esta vida nueva que Jess vive y que supera el tiempo y el
espacio no nos la describe el texto sagrado. Resulta para nosotros misteriosa. Los misterios, en el sentido propio, no son ob263

jeto formal ni material de la historia. En cuanto a VIVIr esa


vida nueva, desatado de los lazos de la muerte y glorificado a
la diestra del Padre, la resurreccin no es un hecho histrico,
est por encima de la historia. Pero es real.
4.4.

Se hace ver

La realidad de la resurrecclOn es tanto ms aceptable


cuanto que el texto sagrado emplea una expresin que le resulta muy familiar a san Pablo y, a la vez, ahonda en el sentido
profundo de esa realidad.
Hacerse ver es ms que una visin. Ni siquiera vale para
traducir esta expresin la palabra experiencia, dice Lon-Dufour. Visin objetiva, experiencia personal hablan de la realidad de la resurreccin, pero hacen hincapi en el que ve, en el
que experimenta la visin, no en el objeto de la misma.
El inters, sin embargo, de los autores sagrados parece centrarse con intencin en hacer resaltar la intervencin del resucitado, de Jess 16.
Es l quien toma siempre la iniciativa, como dando a entender que, en medio del misterio que para ellos supone aquella vida que vive, quiere que no tengan duda alguna de que ha
triunfado definitivamente sobre la muerte. Jess conoce indudablemente las ideas escatolgicas que su pueblo tiene y, por
tanto, las que tienen sus discpulos. Quiere probarles que l, el
primognito, antes del fin de los tiempos, antes de la resurreccin universal, vive en plenitud de vida. Esa vida latente que
los muertos soportan en el sheol, segn la concepcin rabnica,
no es la suya, no se parece en nada a la que l vive.
Una de las apariciones que relata san Juan es altamente
elocuente. Toms, llamado el Gemelo, no est en el cenculo
cuando Jess se les aparece a los all reunidos. Una vez de regreso, aqullos le aseguran: Hemos visto al Seor. El Gemelo no se fa. Haba sido demasiado grande la frustracin
sufrida al verlo expirar en la cruz.
Pasaron ocho das, y estando todos reunidos, incluso
Toms, lleg Jess, estando las puertas cerradas, se puso en
medio y dijo: Paz a vosotros! Luego dijo a Toms: "Trae tu
16

264

X.

LON.DuFOUR, O,C.,

87-90.

dedo aqu, mira mis manos; trae tu mano y mtela en mi costado, y no seas incrdulo, sino creyente" (Jn 20,24-28).
Cristo se hace ver de sus discpulos de un modo sensible.
Que su cuerpo resucitado es espiritual y los espritus no se tocan, porque no tienen partes ... ! Siendo Cristo Dios, qu dificultad hay en todo esto?. Amn de que la expresin hacerse
ver supera en mucho el aspecto sensible de la visin. Y lo
supera porque refuerza el aspecto de presentacin que tienen
las apariciones.
Jess resucitado se impone a sus discpulos por la fuerza de
la realidad de su presencia a travs de los sentidos. No se les
descubre como se descubrira un cuadro oculto para ser contemplado, sino que dialoga con ellos, les resuelve las dudas, les
infunde nimo, les disipa temores: Tenis algo que comer?.
No temis: los fantasmas no tienen huesos ni carne como veis
que yo tengo. No seas incrdulo, sino creyente. Expresiones todas que se orientan a confirmarlos en su identidad.
No aparecen en ellas vestigios de slo rtiCuerdo, sino la misma
realidad humana del maestro, viviendo en plenitud una vida
nueva, pero siendo el mismo Jess quien la vive. A los discpulos slo toca el descubrirlo, identificarlo.
Por otra parte, el inters del autor sagrado en poner de relieve, no al que ve y escucha, sino al que se hace ver, es manifiesto, como se ha dicho.

4.5.

La apologtica

En la solucin de fe al poblema de la identidad entre el


Jess de la historia y el Cristo de la fe. los hechos que avalan
la resurreccin son decisivos para su aceptacin. Por otra
parte, sin embargo, pueden contribuir a recrudecer las exigencias del racionalismo religioso en detrimento de la verdadera
fe.
Es cierto que, para el sinceramente creyente, este problema
no es grave; porque aceptado que Cristo es Dios, en los dems
misterios no encuentra mayor dificultad. Puede serlo, en cambio, para el que no cree.
Por eso, la parte de la teologa que se llama apologtica se
comprometera seriamente si a base de estos hechos tratase de
265

demostrar la realidad de la resurreccin de Cristo como misterio de nuestra fe.


No obstante, cuando se limita a exponerlos con objetividad
y leal competencia, resulta una ayuda valiosa y una invitacin
eficaz para descubrir el sentido escondido que esos hechos encierran. Para llegar a la fe, no es lcito partir de ese sentido
oculto. Los apologistas que emplean este mtodo se meten en
terreno que no es suyo y, por lo mismo, comprometen su credibilidad.
El exegeta es el encargado de descubrir esa proyeccin
superior de los hechos sagrados. Y porque l es el encargado
-porque para eso hoy la especializacin est tan de acuerdo
con las exigencias que a los hombres les impone su natural limitacin-, debe estar siempre atento al contenido de esos hechos y a no pensar presuntuosamente que se agota con su investigacin.
De esto se olvidan los que propugnan la solucin crtica y
los mismos partidarios de la resurreccin espiritual. Calificar
de alucinados a los apstoles, sin ms fuentes de informacin
que los evangelios y las epstolas catlicas, es un atentado contra la misma ciencia. Hablar slo de realidades aparentes, existentes slo en sus mentes, es signo de fanatismo y, por tanto,
de inseguridad, de falta de conviccin en sus propias conclusiones. Creer que con la propia labor se agota toda posibilidad
de ulteriores investigaciones, tiene como resultado final caer en
el desencanto y en la frustracin. No es esto lo que le pas a
los defensores de la solucin mtica y, en buena parte, a los de
la misma crtica?
Cuando el sentido de lo que se escribe no es obvio y claro,
cuando lo que se lee est ornamentado por condicionamientos
de la poca y expresado en lenguaje propio, la necesidad de
esa apertura y de esa amplitud de espritu aludidas se imponen
por s mismas. En sana y fiable hermenutica, no es lcito hacer decir al autor del libro que se estudia lo que no dijo, ni hacerle decir menos dc lo quc quiso dccir.
Se cuenta de nuestro Eugenio d'Ors que cuando escriba algunas de sus genialidades consultaba a su secretaria: Entiende usted lo que le dicto?. Si contestaba que s, comentaba
el escritor: Tendr que redactarlo de otra forma.
Ni los evangelistas ni san Pablo son visionarios, ni escribieron para que sus lectores no los entendiesen. Eran hombres

266

convencidos, leales y coherentes que en sus libros testimoniaron su fe y la fe de la primera comunidad cristiana con sencillez, frescor y originalidad, en el lenguaje que sus oyentes y
lectores entendan. Proponen lo que ellos han visto y experimentado a todos los hombres de buena voluntad, sin la carga
de la sabidura humana, a fin de que tambin ellos vivan y experimenten. A fin de que tambin ellos crean.
La apologtica bien encuadrada en su campo, es hija de la
historia y la historia, escrita con lealtad y analizada sin prejuicios preconcebidos, es una prueba maestra. As es porque escribe Miguel de Unamuno: Como en el individuo, sucede en
los pueblos, hallan a Dios si lo buscan dentro, en su propia
historia. Es un hecho que el mayor peligro de caer en el
atesmo y la irreligin est en el cultivo de las ciencias llamadas naturales, as como el estudio de las histricas y sociales
vuelven a Dios 17.

17

M.

DE UNAMUN,

Diario ntimo, Alianza Editorial, Madrid 1972, 177-

178.

267

12.

La fe en la resurreccin
y su lenguaje

Que acudir a los milagros no sea el mejor camino para convencer al hombre de hoy de la divinidad de Cristo, no significa
que se deban silenciar.
La resurreccin es, en efecto, el acontecimiento central del
cristianismo. Tratndose, por tanto, de un misterio de fe y de
reflexionar en torno a la identidad del Jets de la historia y del
Cristo de la fe, prescindir de los milagros que los evangelistas
narran, como realizados por Jess, sera lo mismo que abandonar una parte cuantitativa y cualitativamente muy importante de la tradicin evanglica y de la proclamacin del reino
de Dios l.
San Pedro el da de pentecosts, en su discurso, aunque no
habla a su auditorio de la vida humana de Jess, recuerda, de
paso, que sus discursos, sus milagros, su actitud, su proceder,
su muerte, fueron hechos notorios. Dieron lugar a no pocas
discusiones. En el ambiente efervescente de la Palestina de entonces, Jess haba despertado pasiones y esp~ranzas religiosas
y polticas. Se haba convertido en motivo de contradiccin 2,
como anunciara el viejo profeta.
De Jess, por consiguiente, es necesario hablar hoy como
hablaron los apstoles. Precisamente por eso, en la primera
partc dc estc libro sc dcdic un captulo a Cristo como '<rostro
humano de Dios.
Por lo dems, como la predicacin apostlica estaba sostenida por el recuerdo de su contacto familiar e iluminada por la
1
2

J. A. PAGOLA, Jess de Nazaret, Idatz, San Sebastin 1981, 275-276.


Ch. DUQuoc, Jess, hombre libre, Sgueme, Salamanca 1976, 23.

269

luz de la pascua, los creyentes de hoy tienen el mismo deber


que urga a los primeros cristianos de escudriar las Sagradas
Escrituras para poder expresarse a s mismos lo que es Jess,
y por tanto, su resurreccin.
Los apstoles, a la luz del misterio pascual, interpretaron
los dichos y los hechos que haban odo y presenciado durante
su convivencia amigable con l. A esta luz se los explicaron a
la primera comunidad cristiana.

1.

Los milagros, motivos de credibilidad

Entre estos recuerdos estn los milagros. Los milagros


apuntan a la resurreccin. Tanto, que en la primera hora del
cristianismo los milagros ocupan, segn los Hechos de los
Apstoles, un lugar preferente.
No vale decir, para soslayar su importancia, que no interesan al hombre de nuestro tiempo. Si se presentan como hechos
extraordinarios y sobrenaturales que suspenden y rompen las
leyes de la naturaleza; si se presentan con aire triunfalista y
sentido apologtico irrefutable, seguramente que sera ms recomendable silenciarlos, para evitar confusiones y disputas intiles.
Pero si se proponen como signos, como motivos razonables
de credibilidad, ni el hombre de hoy ni el de ayer quedar indiferente ante ellos. Tanto hoy como ayer, el hombre est
siempre abierto a lo extraordinario, a lo fuera de serie, a lo
que rebasa la propia capacidad. Y quiz en la actualidad ms
que nunca, por su sensibilidad ms cultivada por los adelantos
cientficos. No en vano las misteriosas experiencias, los ritos
ocultos de las religiones del lejano oriente despiertan tanta curiosidad, lo mismo entre hombres de ciencia que entre ciudadanos de a pie. Y esto a pesar de sus conquistas y de sus logros.
Indudablemente, los milagros en la actualidad despiertan
inters, porque el sentido crtico y sereno, sin los prejuicios
pseudocientficos con que se examinan, es un valor conquistado por el hombre.
Del anlisis que los exegetas hacen de los relatos milagrosos del evangelio se desprenden unas caractersticas que in270

teresan a todos, porque se distinguen de los hechos espectaculares que realizan los taumaturgos y profesionales de las ciencias ocultas.
1. El desinters personal de Jess cuando realiza alguna
curacin es patente. De hecho, no obr ni un solo milagro en
provecho propio. Y al entrar de lleno en su pasin --<.:uando
ms eran de desear- desaparecen por completo.
2. Con insistencia repiten los evangelistas que al curado le
recomendaba, le peda que no lo dijese a nadie. A los apstoles, testigos de su transfiguracin les ordena: No digis lo
que habis visto hasta que el Hijo del hombre resucite. Evit
con exquisito cuidado todo lo que pudiera acercar sus hechos
prodigiosos a los linderos profanos de la ostentacin o la jactancia.
3. En su poder superior sobre los elementos, la enfermedad y la muerte, no aparece nada del ceremonial complicado
de los magos, nada de sugestin hipntica, preparativos ocultos
y misteriosos, sino una sencilla palabra, algn gesto significativo. Sobre los milagros de Jess se cie/ne la serenidad de la
accin creadora de Dios.
4. Tampoco se ve en ellos ese afn que se descubre en
toda clase de magia: El intento de disponer de Dios por medio de determinados actos, sin que el hombre se entregue a
l. Jess cura a los enfermos, limpia a los leprosos, da movimiento a los paralticos, y slo les pide: ten fe, confa,
hijo, no vuelvas a pecar, vete en paz.
5. Por ltimo, algo que los que no creen, porque un
Dios que permite el sufrimiento del inocente, no vale la pena
creer en l, debieran tener en cuenta: en todos los milagros
realizados por Jess, ninguno hay ordenado a castigar, en
contraste con el Antiguo Testamento 3.
Que los milagros de Jess tienen un carcter inconfundible y
propio, es evidente. Que, a pesar de ello, sus contemporneos,
sobre todo la clase rectora del pueblo no lo aceptaron, tambin:
porque vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. A su
propia casa vino y no lo acogieron los suyos (Jn 1,11).
Es que los milagros no dan la fe. Esto es un hecho que la
historia constata abundantemente. Como muestra, lea, el interesado en comprobarlo, el libro del famoso escritor Carrel,
3

Catecismo holands, Herder, Barcelona 1969, 109-110.

271

Los Viajes de Lourdes. El autor, incrdulo entonces, describe


con mano maestra la curacin de una joven enferma de peritonitis tuberculosa. La dolencia es evidentemente orgnica. La
ciencia haba agotado todos sus recursos. Sorprendentemente
cura en Lourdes, pero Carrel no se convierte.
Los milagros no dan la fe, porque la fe est por encima de
todo hecho verificable por la razn. Pero la posibilitan, son
motivos razonables de credibilidad.
Al ser acontecimientos inslitos, que escapan al control de
la ciencia, el creyente, como cualquier otro que no lo sea,
puede y hasta debe adoptar ante ellos una actitud razonablemente crtica. Puede preguntarse el valor histrico, el valor
cientfico de cada uno de los relatos evanglicos, o de cada uno
de los hechos extraordinarios que contempla, sin comprometer
su fe. Esta actitud se la ensea y recomienda la Iglesia; porque
en vez de comprometrsela, se la consolida, dado que sacude
de su espritu esa especie de magia piadosa, de la que no pocos
estn tocados.
El creyente responsable sabe que no siempre se puede verificar si sucedieron o de qu modo sucedieron. Que busque,
que trate de ilustrar su fe, que se interese por conocer mejor el
sentido que de su conversin tena la primera comunidad cristiana, es encomiable; porque es un deber en la medida de las
propias posibilidades. El estudio de la historia sin prejuicios
nos acerca a la fe, como dice Unamuno, y Messori, con su interesantsimo libro Hiptesis sobre Jess, es una prueba de
ello.
La fe no obliga a afirmar la historicidad de todos y cada
uno de los relatos milagrosos tal y como aparecen hoy redactados en nuestros evangelios 4. No obliga, porque tanto los
evangelios como san Pablo anuncian el mensaje de la buena
vida sin el atuendo de la sabidura humana, s, pero por medio
del lenguaje humano, medio y vehculo que los hombres emplean para hacerse entender; y los milagros son signos, son
huellas singulares de la presencia de Dios. No obstante, no es
preciso que todos y cada uno de los narrados sean verificables
con verificacin estricta, para que la divina presencia resplandezca.
Los milagros miran a la resurreccin y son motivos razona4

272

J. A.

PAGOLA, O.C.,

275.

bies de su credibilidad; mas esto no supone que la resurreccin


haya de considerarse como un milagro ms. No, la resurreccin de Jess no es un milagro, sino la respuesta coherente y
normal a su ser y a su actuar, a su vida y a sus obras. Segn
esto, el milagro sera que no resucitase.

2.

Paradigma de la actitud creyente

La indiferencia ante la posibilidad de los milagros no honra


a quien la adopta. Quien as reaccionase andara por los aledaos de los estoicos, que consideran como ley esencial de la
naturaleza, y, por tanto, tambin del hombre, la necesidad. Si
todo se desenvuelve necesariamente, los milagros no son posibles. La indiferencia se opone a la prudencia, a la seriedad.
La sencillez, el frescor, la originalidad, esas caractersticas
que definen y califican los milagros evan~licos, son signo y, a
la vez, estmulo de su autenticidad. Por eso la Iglesia prefiri
los cuatro evangelios actuales a muchos otros testimonios que
conocemos con el nombre de evangelios apcrifos. Por cierto,
stos halagan mucho ms la curiosidad, recrean ms los sentidos que la mente y el corazn, aunque no todo lo que relatan
sea imaginario.
La originalidad y la sencillez, la autoridad y la libertad, el
desinters y la insistencia en la no publicidad, la ausencia de
todo misterio en el gesto y el deseo de salvar y no de castigar
pesaron en Saulo perseguidor; porque, como inteligente y serio, formado en la escuela del prudente Gamaliel, en Jess
vea un peligro para la ley. Pero, a su vez, bascularon su furia
primera, convirtindola en admiracin y adhesin despus. Su
entereza de hombre recto supo valorar su autenticidad. La gracia, por ltimo, factor principal y decisivo en toda conversin,
lo elev a la cumbre del apostolado de aquella vida nueva,
trada y enseada por Jess, a quien l inicialmente persegua.
Quin eres, Seor? Yo soy Jess a quien t persigues. Y
desde ese mismo instante, de perseguidor se convirti en apstol.
De la lectura de los Hechos de los Apstoles y la de sus
cartas, Pablo aparece, se manifiesta un enamorado de Cristo.
Este fervor paulina tiene como teln de fondo los primeros
273

datos que sobre l se saben. Estos datos ms previenen en contra suya que en su favor. En realidad reflejan la personalidad
de un hombre vehemente, fogoso, apasionado; pero sincero,
recto y convencido. La causa que considera noble la defiende
con vehemencia.
Cuando joven, no sindole dado tomar parte activa en el
martirio de san Esteban, guarda celosamente la ropa de los
que lo apedrean (He 7,58). Estaba de acuerdo con su
muerte. y dando todava resoplidos de amenazas y de
muerte contra los discpulos del Seor, se presenta voluntariamente ante el pontfice para que le d credenciales, a fin de
poder llevar presos a Jerusaln a todos, hombres y mujeres,
que en Damasco fuesen de este vivir (He 9,11-12).
Estaba llegando a Damasco, caballero en un brioso corcel,
cuando algo extraordinario le sucede. Oy una voz que le deca: Saulo, Saulo por qu me persigues?. Aquel hombre vehemente, cargado de celo por la ley, siente que todo su furor
contra los que considera sus enemigos se derrumba: Quin
eres, Seor?. Yo soy Jess, a quien t persigues. Pero levntate y entra en la ciudad, que se te dir todo lo que tienes que
hacer (He 9,4-6).
La transformacin de Saulo, leal a sus convicciones, recto
de corazn, en Pablo, se realiza inmediatamente, sin largos raciocinios, sin profundizar por el estudio en el contenido del
mensaje cristiano: slo a la voz de Jess, slo al contacto con
l. Lo descubre por la fe. La fe hace maravillas, con tal que
aquel a quien se le ofrece est en disposicin.
Estos vuelcos de la gracia no se comprenden con facilidad
en nuestro tiempo. Tampoco los comprendan los contemporneos de Pablo. No es ste el que en Jerusaln hizo un arraso
en los que oraban a este nombre y que aqu vena precisamente para llevrselos presos a los pontfices? (He 9,21).
El mismo Ananas participa de estos temores, tanto que
Jess, segn san Lucas, tiene que intervenir para que acte segn debe. Los milagros se suceden, las intervenciones del ciclo
se hacen necesarias en aquellos momentos de confusin y de
miedo.
Pablo capta la credibilidad de aquellos prodigios. Su entereza y fidelidad son impresionantes y paradigma para los hombres de todos los tiempos. Curado de su ceguera, pone manos
a la obra de su misin inmediatamente. Ni siquiera regresa a

274

Jerusaln para entrevistarse con sus nuevos jefes, a pesar de


que ello le traer consecuencias no precisamente agradables.
Pablo resulta ser uno de los fieles intrpretes del camino
que lleva a Jess resucitado. En el camino de Damasco descubre, encuentra al resucitado, duda, porque tambin la duda
forma parte de este itinerario, lo reconoce y, una vez reconocido y aceptado, empieza a comunicarlo a los dems.
Sabedor de que en Galacia unos don nadie estn sembrando la confusin entre sus evangelizados, que ponen en
duda su autoridad y la autenticidad de su evangelio, escribe
una de sus cartas. Una carta de la que no hay duda que es de
l, porque es la ms genuina de todas sus epstolas y la ms
representativa de una personalidad con marcados contrastes
como la suya 5.
Los falsos hermanos, sin duda convertidos del judasmo,
dicen de l que su predicacin no es autntica, que su autoridad es muy dudosa, puesto que no ha conocido siquiera personalmente al Seor. Los dichos son grave)', no tanto por lo que
a su persona se refiere, cuanto por lo que afecta a la conciencia de sus evangelizados.
.
Saulo, el fariseo y formado por fariseos, enterado de estas
sutiles insinuaciones, va directo y en picado al grano. No se
anda por las ramas: Me extraa que tan de repente desertis
de quien os ha llamado por gracia de Cristo, pasndoos a otro
evangelio (Gl 1,6).
Lo que yo os ense es el mensaje de la buena nueva. Si
nosotros o un ngel venido del cielo os evangelizara otra cosa
que lo que os hemos evangelizado, sea maldito (Gl 1,8). El
evangelio predicado por m no es de hechura humana... No lo
recib ni lo aprend de nadie, sino por revelacin de Jesucristo
(Gll,l1-12).
Cierto que no lo conoc personalmente, pero ms cierto
que os habis enterado de mi comportamiento en otro tiempo
en el judasmo: que era extremoso en dar caza a la Iglesia de
Dios y en intentar arrasarla... Pero cuando el que por favor
suyo me apart en el vientre de mi madre y me dirigi su llamada tuvo a bien revelar a su Hijo valindose de m, de modo
que yo lo evangelice entre los gentiles. Ni ped parecer a sans M. MIGUENS, Amor y libertad, Grficas Alonso, Madrid 1971, 561.

275

gre y carne, ni volv a Jerusaln donde los apstoles que lo haban sido antes que yo (Gl 1,13-17).
Es verdad que inmediatamente despus de mi conversin
no fui a verme con los apstoles. Pero qu tiene que ver esto
con la autenticidad de mi predicacin? Jess me la ha revelado, Jess me ha dicho lo que deba ensearos. Mas para que
no tengis duda de mi fidelidad, no debis ignorar que, a la
vuelta de tres aos volv a Jerusaln para entrevistarme con
Pedro y me qued con l quince das (Gl 1,18). Luego, al
cabo de catorce aos, otra vez sub a Jerusaln en compaa de
Bernab y con nosotros me llev a Tito ... Y les puse sobre el
tapete -pero en privado a los competentes- el evangelio que
yo pregono entre los gentiles; no fuese que de alguna manera
estuviese yo compitiendo o hubiese competido en la carrera
intilmente. Qu val, ni siquiera Tito que estaba conmigo fue
obligado a circuncidarse, con ser l griego (Gl 2,1-3).
La abrumadora argumentacin de Pablo avala la autenticidad de su predicacin y, al mismo tiempo, deja fuera de combate a sus calumniadores. Lo mismo que atestiguan que las comunidades de creyentes de la primera hora no eran comunidades anrquicas. Porque san Pablo, que afirma que si Cristo
no ha resucitado, nuestra fe es vaca, demuestra con su conducta que no es un anrquico e incontrolado en su predicacin,
sino que respeta y se somete a la jerarqua.

3.

La jerarqua vela por la unidad de la fe

La referencia directa que el apstol hace a Pedro deja bien


claro que la primaca de ste era reconocida por todos. Esa
primaca avalaba con su autoridad la predicacin de Pablo. Pablo predicaba a Cristo resucitado como fundamento y base de
nuestra fe.
El apstol descubre por la fe a Cristo resucitado por Dios,
liberado de los lazos de la muerte, siendo por ello el vencedor
de la misma. Para expresar su fe en la resurreccin, Pablo emplea el mismo lenguaje de aquella jerarqua inicial.
A la distancia de veinte siglos han pasado muchas cosas. La
primera comunidad, por medio de sus genuinos representantes,
manifest su fe con sencillez sin pretensiones de sabidura hu276

mana. Para ella no existi el peligro de olvidarse de que el divino resucitado era el mismo que haba sido crucificado. Los
que olvidasen este dato correran el peligro de atribuir a la
primera predicacin una voluntad de construccin teolgica.
Esto no es cierto, porque jams la tuvo. Los apstoles predicaron la buena nueva partiendo de una doble experiencia: De
su contacto amigable con Jess de Nazaret y la de la pascua,
que les oblig a escudriar las Sagradas Escrituras para poder
expresarse a s mismos lo que era Jess 6.
Unieron perfectamente estas dos realidades, que hoy, so
pretexto de los avances teolgicos, amenazan con verse separadas y aun contrapuestas. Campe durante tiempo excesivo el
afn de dar a la razn teolgica un lugar preferencial. La mentalidad deductiva triunf a velas desplegadas, sobre todo a partir de la escolstica. Partiendo de una nocin, de un principio,
incluso de una prctica a la que se le reconoca un carcter intangible, se apresuraban a sacar toda una serie de conclusiones
tericas y prcticas.
No se trata de rebajar ni de criticar1porque est de moda,
sino de constatar que los telogos, a partir del concilio de Calcedonia, en el ao 451, se anclaron en su definicin dogmtica
elaborando por deduccin toda la cristologa. Se olvidaron,
quiz, de que la Iglesia formul su doctrina para concluir con
unos debates poco claros, no para cerrar las puertas a la investigacin.
Este concilio defini que en Jesucristo hay dos naturalezas, una divina y otra humana, en la unidad de persona: el
Verbo, hijo de Dios. Es posible construir una cristologa
partiendo de esta definicin. Pero tambin es muy fcil olvidarse de que los trminos empleados se refieren a un ser concreto, a Jess, que tuvo una historia singular 7.
Durante siglos venimos viviendo de esta mentalidad que
tuvo xito y alcanz logros. Exito y logros, partiendo de la dignidad de hijo de Dios. Es un valor y no pequeo. No obstante,
una cristologa que construye la dignidad de Jess partiendo de
su condicin divina, amenaza con no interesar al hombre de
hoy. Si es' hijo de Dios, cmo se puede presentar como modelo a los hombres que somos hijos de la naturaleza humana?
6

Ch. DUQuoc, O.C., 24.


Ch. DUQuoc, O.e., 24.

277

Esto es exactamente lo que ocurri. A fuerza de insistir en


los atributos divinos del Jess de la historia, se lleg a desnaturalizarlo humanamente. Por deduccin, desde luego muy desafortunada, se concluy: o Jess es hombre o es Dios. Si es
Dios, al hombre le dice muy poco como modelo. Porque el
hombre actual se siente hijo de la tierra, se siente hombre con
todos sus logros y con todos sus fracasos.
En Calcedonia la Iglesia se propuso zanjar una cuestin
enojosa que los monofisitas haban planteado, olvidndose en
sus elucubraciones teolgicas de la sencillez y del frescor del
lenguaje evanglico. Jesucristo es verdadero hombre, pero hay
que sostener que a la vez es verdadero Dios, porque en l se
dan dos naturalezas y esas dos naturalezas convergen en una
sola persona, la del Verbo divino, el hijo de Dios. Los monofisitas quedaban de esta suerte descalificados, pero no muertos.
Esto, empero, no impidi a la lgica que continuase su labor humana de sacar consecuencias. Esto es normal. Porque
la lgica nos hace sacar conclusiones de los principios establecidos, de los datos, de las premisas. Pero no nos da nuevas
premisas ni nuevos principios. Pedir lgica es pedir que no salgamos de esos principios que la razn da. Y por qu he de vivir esclavo de ellos? 8.
Esclavos de la lgica, en cuanto el sentido de deduccin
predomin en exceso, hemos sido durante mucho tiempo. Ni
siquiera trajeron la libertad los que, partiendo de la pascua
construyeron su cristologa, en oposicin a la de los que partan de la definicin del concilio de Calcedonia. Ciertas conclusiones sacadas demasiado aprisa de la exgesis, que prohiban escribir una biografa de Jess, han apoyado esta voluntad
de no tomar como punto de partida ms que el testimonio de
los apstoles sobre el acontecimiento pascual. Cul es esa resurreccin de la que se habla? Es acaso la de Jess, de quien
nadie se atreve a decir nada? No es sa nuestra manera de
imaginarnos el dominio de ese Jess sobre la historia? 9.
Fue necesario el resurgir esplendente de la exgesis mo
derna para dejar este camino sin salida y plantear, en un
nuevo contexto, la identidad del Jess de la historia y del
Cristo de la fe, y de esta suerte salir al paso a esos movi8
9

278

M. DE UNAMUNO, Diario ntimo, Alianza Editorial, Madrid 1972, 110.


Ch. DUQuoc, a.c., 25.

mientas de retorno a Jess sin el Cristo de la fe. Aquel


hombre, Jess de Nazaret, que pas haciendo el bien y que se
vio calumniado, abofeteado y condenado a muerte ha sido
exaltado por Dios. Dios lo ha liberado de los lazos de la
muerte. Lo exalt, no precisamente por ser Dios, dado que
como Dios nunca haba sido escarnecido, sino por haber vivido
y actuado como hombre perfecto.
Este enfoque no lo encorseta la definicin conciliar de Calcedonia ni lo marginan los que, cargando el acento en la
muerte de Jess, organizan su reflexin nicamente en torno a
la resurreccin. Slo lo comprometeran si cediesen a una de
las dos tentaciones a que hace referencia Duquoc en su magnfico libro Jess, hombre libre: La Borrando por la pascua la
vida terrena de Jess. O, 2. a Olvidando la pascua y quedndose slo con su vida humana.

4.

Lenguaje de la resurreccin

Pues bien, en torno al misterio pascual hay todo un lenguaje. Con este lenguaje se expresa una realidad perenne. Una
realidad, un hecho que, si bien es real, no lo controla la historia ni las ciencias naturales; pero tampoco lo agota el mismo
lenguaje. Sin que le impida profundizar en su conocimiento, la
lgica muy poco puede decirnos sobre l, porque no nos da
nuevos principios, o al menos los que aqu se necesitan.
Esta realidad que no puede controlar la historia aparece expresada en un lenguaje y ese lenguaje s que es controlable.
Aparece primero envuelta en el lenguaje de lo milagroso: sepulcro vaco, ngeles, puerta abierta, losa retirada, sudario doblado ...
En cuanto lenguaje de milagro, el creyente tiene que empezar por concebir la resurreccin de Jess no como un milagro
ms t:ntre los que se describen en el evangelio, sino como algo
normal que tena que ocurrir siendo Jess quien era. Lo sorprendente, lo desconcertante sera que no resucitase. La resurreccin es la culminacin propia de una vida como la que vivi Jess. Si Dios es justo, no poda dar la razn a los que le
crucificaron.
Por otra parte, el lenguaje de la resurreccin no era exclu279

sivo del pueblo de Israel, sino que con l lo compartan otros


pueblos, otras culturas. Cuestin distinta es la posible dependencia que el simbolismo con que los judos presentan la
muerte y la resurreccin pueda tener de las culturas forneas.
Los exegetas no excluyen la posibilidad de esta dependencia,
pero no la creen probable.
La diferencia entre la realidad que los israelitas representaban con su lenguaje y la que los egipcios, por ejemplo, reflejaban con el suyo, es tan profunda y fundamental, que no da pie
a dudar con seriedad de su originalidad. Los esfuerzos con que
stos representaban la perduracin de la vida en el ms all los
conocen muy bien los estudiosos de la arqueologa egipcia.
Pero qu clase de vida es la que perdura? Los egipcios no rebasan la concepcin de la vida terrena. Con el muerto se encerraban todas sus cosas, a fin de que no se sintiese tan solo en
la oscuridad de su mausoleo.

5.

El pueblo de Israel cree en la resurreccin

El judasmo, para el cual Dios es preferentemente justo, no


pudiendo explicarse la injusticia en el mundo, el sufrimiento
del inocente, las desgracias del justo, aunque lentamente, empez a vislumbrar cmo ms all de la muerte le esperaba la
vida. Tardamente lleg a descubrir la posibilidad de una resurreccin ultraterrena 10.
No obstante, sera exagerado afirmar que para ellos esta
creencia era capital o decisiva para catalogar a creyentes o no
creyentes. A la vez que no es posible determinar la fuerza y la
extensin de esta creencia. No es posible, porque las opiniones
rabnicas durante los siglos anteriores al cristianismo son muy
variadas y confusas. La claridad y la certeza vinieron con la
revelacin cristiana 11.
Porque tenan un lenguaje para hablar de la resurreccin,
los jefes del pueblo no se sobresaltaron porque los guardas la
maana del domingo vieron el sepulcro vaco, sino porque se
daba la coincidencia de que el resucitado era el mismo que haB. RIGAUX, Dio ['ha resucitato, Paoline, Roma 1976, 30.
Equipo de especialistas, E[ purgatorio, misterio profundo, Paulinas, Madrid 1959, 75.
10

11

280

ba sido crucificado. Ello equivala a que Dios daba la razn al


inocente y a ellos los dejaba en evidencia.
Que les era familiar la idea de resurreccin se comprueba
por la solicitud con que tratan de que no se propague el hecho
y los medios a que acuden. En el momento de la sepultura cuidan de advertir al romano que es necesario montar guardia al
sepulcro: Seor, recordamos que ese impostor, cuando an
viva, dijo: "Dentro de tres das resucitar". Por consiguiente,
dispn que por tres das se presidie el sepulcro; no sea que
vengan sus discpulos y lo roben y digan al pueblo: "Resucit
de entre los muertos". Y el ltimo engao sea peor que el primero (Mt 27,62-65).
Y pasado el sbado algunos de la guardia fueron a la ciudad y refirieron a los pontfices por entero todo lo ocurrido. Y
se reunieron stos con los magnates a tomar consejo, y dadivaron a los soldados con buenas cantidades, intimndoles esto:
"Tenis que decir as: sus discpulos vinieron de noche y lo robaron cuando estbamos nosotros dormidos" (Mt 28,11-13).
!
No obstante, de todo este razonamiento, de todas estas
precauciones no es fcil concluir una idea clara. No es fcil saber qu alcance tena para los judos la resurreccin. Parece
como que se mueven en el mundo de la reanimacin. Lo que
dice Beda Rigaux que la claridad y la certeza lleg en el cristianismo, contina en pie.
Sin embargo, se cuenta con pistas para acercarnos a su
mentalidad, para aproximarnos, si no para definirla: 1. a, el
concepto que de la muerte biolgica tenan, y 2.\ la influencia
que en esta concepcin ejerca el pensamiento griego. Estos
dos extremos son clarificadores.
Para los judos, todo lo que se relacionaba con la vida era
atribucin de Dios. El es el dueo de la vida y de la muerte
(Sam 2,6). De suerte que, si Jess viva, era en virtud del poder de Dios.
Qu sentido de vida imperaba entonces? A qu llamaban
muerte? La vida del resucitado no poda reducirse a recibir la
misma vida que se haba posedo en el ms ac. De ser as, la
muerte seguira ejerciendo su imperio y el justo nunca podra alimentar la ilusin de una felicidad sin trmino.
Dios es dueo de la vida y de la muerte del hombre total, y
el hombre total no es el cuerpo ni el alma por separado, aislados. Porque el hombre es concebido como un ser animado y
281

no como un alma encarnada (J. Pederson). De suerte que el


mundo judo entenda que cuando uno muere va todo l a esperar en el sheol el da de la resurreccin universal.
Por lo dems, la vida que los muertos biolgicamente llevan en el sehol, en realidad no merece el nombre de vida. Es
una vida latente, como embrionaria. Los muertos continan
existiendo, no acaban del todo; porque la nada absoluta es rechazada por el pueblo elegido. Vida y muerte ---dir W. Robinson-, no constituyen dos esferas radicalmente distintas,
porque no significan existencia y no existencia para la mentalidad cultural contempornea del Seor.
En esta clave, el anuncio de la resurreccin de Jess tuvo
que causar un impacto mucho ms fuerte entonces que el que
causara hoy escuchar, sin ms aclaraciones: Muere el hombre
en su cuerpo y en su alma, entendidos stos como dos sustancias. Inmediatamente surgir el rechazo y la protesta, el anatema y la condenacin: Cmo es que el alma no es inmortal?.

6.

Concepto del ser humano

S, lo es. An ms, inmortal es el ser humano, es el hombre unidad, el hombre todo. Lo que ocurre es que nos movemos en un clima cultural especfico, dentro de una concepcin filosfica concreta en la que la fe no entra ni sale. Hemos
aceptado como sistema intangible la concepcin platnica del
hombre, olvidando que no todos lo conciben de la misma manera.

6.1.

Concepcin semtica

A fuer de repetirme, pero en honor a la claridad, se impone


recordar que para los semitas, y por tanto para el hombre de
la Biblia, el alma no es una sustancia espiritual opuesta al
cuerpo material. Entiende cuerpo y alma, no como una composicin, sino como una emulsin. Algo as como si el alma se
diluyese en el cuerpo y, de esta emulsin, surgiese el ser humano. Todava corpreas las almas de los muertos, van a un

282

lugar tenebroso, donde esperan inertes y como en un receptculo la llegada del ltimo da. En esta lnea, la resurreccin
consiste en alcanzar la plenitud de la vida, segn un nuevo
modo de existir y de expresarse. Figurmonos lo que esto significara para aquel mundo en el que esto slo era realizable
en el momento de la resurreccin universal.

6.2.

Concepcin helnica

En cambio el mundo griego, sobre todo a travs de Platn


y de Aristteles, concibe el cuerpo y el alma como dos sustancias que, unidas, forman el ser humano. El alma con sus potencias y el cuerpo con sus sentidos.
El alma es inmortal. El cuerpo, un material transitorio, que
le sirve de soporte, que est a su disposicin, aunque en realidad la tiene aprisionada. Es su crcel. No en vano Platn describe la vida presente como una caverna en la que viven las
almas prisioneras, siendo inmortales, q~e buscan huir de la
crcel del cuerpo 12. El terror y el espanto que la muerte biolgica causa a los mortales, ese pnico que todo ser vivo experimenta ante la muerte, no tiene sentido ante su concepcin
tan pesimista de este cuerpo de arcilla. El cuerpo es considerado como un enemigo irreconciliable de la verdadera vida.
Con la muerte, el alma sale de su prisin, que es el cuerpo,
para vivir libremente en el empreo, mientras ste es entregado
a la tierra de donde procede. Segn este modo de concebir el
ser humano, la resurreccin consistir en la reanimacin del
cuerpo. Consistir en vivir en plenitud de vida todo el ser humano, segn, tambin, un nuevo modo de existir y de expresarse.
En la concepcin cristiana de la resurreccin, no se trata,
desde luego, de una reencarnacin, en la cual mi propio yo,
esto es, mi alma, se encarna en otro ser, por lo cual ya no sera yo mismo, sino de la reanimacin de mi propio como realidad espiritual 13.

12
13

Equipo de especialistas, o.c., 55.


Equipo de especialistas, O.c., 75.

283

6.3.

Cmo se imaginaban la vida de los biolgicamente


muertos

Mientras los paganos del mundo helnico pensaban en las


almas inmortales que, libres de la crcel del cuerpo, vivan libremente su vida en el empreo, los profetas de Israel anunciaban la resurreccin del pueblo primero y, no tardando, la individual de cada uno.
Esta resurreccin individual, tmidamente entrevista y lentamente afirmada, se va haciendo cada vez ms firme, encontrando su certeza y claridad en el evangelio.
Cmo se representaban el mundo futuro los contemporneos de Jess, no es fcil saberlo, porque las explicaciones se
dividan. Una, empero, sobresale y se populariza. San Pablo se
solidariza con ella redondendola y esclarecindola.
El apocalipsis de Baruch, libro del siglo primero, contemporneo, por tanto, del Nuevo Testamento, se plantea el
mismo problema que el apstol formula escribiendo a los de
Corinto: Cmo van a resucitar los muertos? Y con qu
suerte de cuerpo van a venir? (1 Cor 15,35). El vidente Baruch se hace la misma pregunta.
San Pablo, consciente de la mentalidad de sus evangelizados, les escribe en el lenguaje que ellos entienden: lo que va
a nacer no es el todo que t siembras. T siembras una semilla
y Dios le da su cuerpo, segn l ha determinado. No todo lo
que es carne es la misma carne. Hay carne humana, carne de
animales, carne de ave. Hay, asimismo, cuerpos terrestres y
cuerpos celestes. Su brillo es distinto: el del sol es uno, el de la
luna otro y el de las estrellas se distinguen de los dos. As es
tambin la resurreccin de los muertos. Se siembra algo que
est en el estado de corruptibilidad, resucita algo en el estado
de incorruptibilidad. Se siembra un cuerpo animal, resucita un
cuerpo espirituaL .. Ya veis que os estoy hablando de un misterio (1 Cor 15,36-51).
Si la pregunta del apstol coincide con la del vidente Baruch, la respuesta de ste no dista mucho de la de aqul. Hay
que manifestar a los vivos que los muertos viven. La tierra los
restituye tal como los ha recibido. Ahora que el aspecto de
aquellos que sern condenados y la gloria de los que sern justificados, se ver mudado. Su esplendor ser exaltado)). Ser

284

exaltado, porque los resucitados sern semejantes a los ngeles y comparables a las estrellas.
No concuerdan estas palabras con las de Jess: Vais descaminados, por no conocer las Escrituras y el poder de Dios.
Porque en la resurreccin ni ellos van a tomar esposas ni ellas
a enmaridarse, sino que van a estar como ngeles en el cielo?
(Mt 22,29-30) 14. Por su parte, san Pablo acaba de decirnos
que resucita un cuerpo espiritual.
En esta lnea, las apariciones de Jess resucitado aparecen
liberadas de una serie de dificultades que impiden al lector
sumergirse en la luz del misterio pascual. Por otra parte, sera
ingenuo tomar a la letra los elementos simblicos que los evangelios emplean. Recordar que el autor sagrado no describe la
resurreccin de Jess como describira un hecho histrico es
enmarcar mejor estas observaciones.

7.

De la escatologa a la historia

El anuncio de que el crucificado haba resucitado desconcert a los jefes del pueblo, como coincidencia de fatales consecuencias para sus planes. Al fin, sobre ellos pesaba la responsabilidad moral de su muerte y ellos mismos se la haban
asumido: Que su sangre recaiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos (Mt 27,25). Adems, su autoridad en el pueblo quedaba profundamente afectada y seriamente comprometida.
Con todo, siendo sinceros, no podan menos de pensar que
aquello era un devaneo doctrinal muy peligroso. Aquellos
hombres, celosos de la ley hasta la exageracin, no soportaban
injerencias en su interpretacin, a no ser las avaladas por su
autoridad.
Afirmar la resurreccin de un muerto era lo mismo que
usar un lenguaje, para ellos consagrado, en sentido distinto del
que el uso oficial permita. El lenguaje que ellos empleaban refirindose a la resurreccin universal del ltimo da, los
apstoles lo aplican a una persona concreta y lo fijan en un
momento dado. De esta suerte pasaban de la escatologa a la
historia, de la eternidad al tiempo.
14 X. LON-DuFOUR, Resurreccin de Jess y mensaje pascual, Sgueme,
Salamanca 19742 , 61-62.

285

Empleando unas categoras vlidas para el fin de los


tiempos, los primeros cristianos expresaron el misterio que entraaba un hecho histrico: la muerte de su maestro Jess de
Nazaret.
Gracias a esta confesin de fe, la resurreccin de Cristo se
convierte en un acontecimiento que se inserta en la historia de
la salvacin y, a su vez, ocupa el puesto que le corresponde en
la sucesin de los otros acontecimentos, para los cuales el lenguaje de la resurreccin era insuficiente: la exaltacin, la glorificacin, la ascensin.
Este lenguaje tiene una dimensin superior, como dimensin superior tienen los hechos narrados. Se habla de sucesin
de hechos para entendernos mejor y, adems, porque nuestras tendencias a medir con cnones de tiempo no se frenan
cuando se exponen hechos que estn por encima de l.
A Jess resucitado se le presenta como un personaje de
este mundo, a fin de que los primeros discpulos no imaginasen
siquiera la posibilidad de que lo que vean era un fantasma.
No temis, soy yo. Ved que los fantasmas no tienen ni carne
ni huesos, como me veis que yo tengo. Era necesario evitar
este peligro, aun a trueque del riesgo de ocultar la verdadera
naturaleza de su nueva existencia. El peligro era suficientemente grave como para que no se tomasen todas las precauciones. Los docetas con su espiritualismo mixtificado lo confirmaron en sus teoras y devaneos.
Despus de habrseles hecho ver, de haberlo reconocido
por la fe y bien confirmados en la realidad de la resurreccin,
aparece la exaltacin, la glorificacin, la ascensin de Jess
sentado a la derecha del Padre. El evangelista san Lucas es el
ms clsico en esta sucesin, como si en verdad fuesen sucedindose: antes la resurreccin, despus la glorificacin, la ascensin.
La descripcin evanglica de estos acontecimientos, la sucesin en el tiempo de estos hechos superiores es una descripcin
simblica, porque ni Dios tiene derecha ni izquierda, ni hay
antes ni despus. Descripcin necesaria para acercar a los
creyentes al misterio. Pero si se olvida este aspecto simblico,
es muy fcil reducir la ascensin y, por tanto, la resurreccin a
un hecho prodigioso realizado en el tiempo y en el espacio,
convirtindolo en uno ms de los que enriquecen la crnica humana.

286

Era necesario que los evangelistas nos hablasen de la glorificacin de Jess, de su entronizacin en el cielo, del lugar que
ocupa al lado del Padre; porque el solo lenguaje de la resurreccin no refleja la dimensin universal adquirida por Jess.
De hecho nos hablan empleando el lenguaje, los smbolos comunes a toda la humanidad. No obstante, los smbolos no agotan el contenido de la realidad. Son medios, son vehculos para
expresarla, que tuvieron actualidad, pero que ahora perdieron
eficacia.
Entonces, para hablar de su exaltacin, de su glorificacin,
de su triunfo definitivo sobre la muerte, acudir al smbolo de
subir a los cielos}}, sentarse a la derecha del Padre}}, desaparecer entre las nubes del cielo}} era obligado. Lo que ni entonces ni ahora es obligado es separar esos hechos, porque en
realidad intrnsecamente constituyen uno solo.
La historia de la ascensin es muy sencilla. Nada de pomposa apoteosis, como en los mitos paganos o en una pieza de
teatro. Slo una recatada indicacin del trmino de la m~rcha
al Padre... Debemos, pues, dar de mano h toda concepcin espacial. Lo que sabemos es que Jess, como hombre, est con
el Padre. Como hombre; por ende, con su cuerpo, pero no con
un cuerpo terreno}} 15.
Esto es lo que sabemos y esto es tambin lo que creemos,
porque la esencia de la resurreccin, en la que se incluye su ascensin, consiste en que siendo Jess hombre es al mismo
tiempo Dios. Su condicin divina le permiti gozar en plenitud, quedando por fin as quebrantado el podero de la
muerte}}.

8.

De la escatologa al espacio

No es fcil sustraerse al concepto que del ser humano tenemos. De ah que al reflexionar sobre la resurreccin de
Jess, por necesidad haya que preguntar: Qu fue de aquel
cuerpo escarnecido, abofeteado y crucificado? Al concepto de
cuerpo se asocia el de espacio.
Confesar a Jess resucitado no significa solamente recordar
15

Catecismo holands, o.c., 185-186.

287

su existencia, sino afirmar que ese hombre excepcional vive y


que vive para siempre en plenitud. En qu medida es posible
expresar y percibir su existencia? No basta simplemente decir
que vive en su palabra.. ni tampoco es suficiente afirmar que
vive en la memoria y en el corazn de los hombres. Si esto no
es suficiente, se tropieza con el misterio de una personalidad
que supera nuestras categoras temporales y espaciales; y, sin
embargo, tenemos que vivir en el tiempo y en el espacio y, por
tanto, de alguna manera expresarla, porque incumbe la misin
de predicarlo.
No falta quien, para evitar complicaciones, proponga: No
hablar de resurreccin sino de vida. Si se sustituye el trmino
de resurreccin por el de vida, no somos fieles al lenguaje
evanglico. Aceptar esta solucin no facilita sino que complica 16.
Los evangelistas fueron fieles y coherentes en sus narraciones. Sus expositores lo tienen que ser tambin en su exposicin. Hay que hablar de resurreccin corprea, sin complejos
ni vanos temores porque su alma inmortal no muri ni poda
morir, sobre todo segn la concepcin helnica.
Los autores estn de acuerdo en afirmar que, cuando se habla de resurreccin corporal, no se pretende que el cuerpo resucitado sea una simple continuacin del cuerpo terreno. Al
ser un cuerpo espiritual, ya no es una continuacin, sin ms,
de aquel que soport sobre sus hombros el peso de la cruz,
que sud sangre en el huerto. Simple continuacin fue el de
Lzaro vuelto a la vida, el del hijo de la viuda de Nan, el de
la hija de Jairo. La hija de Jairo, el hijo de la viuda y Lzaro
volvieron a morir, no se vieron libres de los lazos de la
muerte, como libre est Jess resucitado.
Hasta aqu parece existir coincidencia entre los intrpretes.
Las divergencias empiezan no bien se trata de precisar el concepto de cuerpo.

9.

Concepto de cuerpo humano


No es extrao, porque aqu entran presupuestos cientficos
16

288

X. LON-DUFOUR,

O.C.,

313.

y filosficos 17 y la ciencia no ha dicho todava su ltima palabra.


Por su parte, la fe no se propone definir cules sean esos
presupuestos. Ella slo nos transmite el mensaje pascual y nos
lo transmite por medio de un lenguaje concreto, en medio de
su simplicidad y complejidad a la vez. Para comprender mejor
ese lenguaje, para interpretarlo con mayor fidelidad, el conocimiento de esos presupuestos se impone.
La fe ensea que Jess era, despus de la resurreccin, el
mismo y, sin embargo, distinto. Los apstoles saban que era
el Seor, pero tardaron en reconocerlo 18.
No nos dice nada sobre la relacin de su cuerpo espiritual
con su cuerpo terreno. No nos dice nada, porque en la resurreccin no se trata de rehacer ste. Por lo dems, qu son
las molculas que lo forman?
Algunos, partiendo del dato evanglico el sepulcro vaco,
piensan ser ms fieles el texto sagrado si hablan de reanimacin
del cadver, calificando esta reanimacin de trascendente.
Tiene fundamento su explicacin, porque ese cuerpo sobreviviente garantiza la individualidad de Jess y, a su vez, contrapesa la tendencia humana a ver en las apariciones del resucitado un fantasma, una alucinacin.
Con todo, en virtud de qu sustituyen el trmino resurreccin por el de reanimacin, aunque la arropen con el calificativo de trascendente? Desde luego, no puede ser el lenguaje
exclusivo de la resurreccin; porque la reanimacin trascendente canoniza la antropologa dualista, segn la cual el cuerpo
junto con el alma forman el ser humano. La fe no canoniza ni
desautoriza los presupuestos filosficos cuando son cientficos.
San Pablo deja ver en el pasaje citado de la carta a los Corintios que no debemos imaginar la resurreccin como un retorno de la carne y de la sangre perecederos.
He aqu por qu Lon-Dufour 19 propone otro modo de hablar de la resurreccin, teniendo en cuenta, no slo la antropologa dualista, sino tambin la semtica y las aportaciones recientes de la gentica. Segn l, el cuerpo no es un material
que entra en la composicin del ser humano, sino el lugar de
17
18

19

X. LON-DuFOUR, O.c., 313-320.


Catecismo holands, o.c., 458.
X. LON-DuFOUR, o.c., 316.

289

su expreslOn y de su comunicaclOn con los dems. En esta


misma lnea abunda el gran telogo Leonardo Boff.
La gentica tiende hoy a pensar que en el universo circula
un conjunto de materiales que cambian incesantemente. El
cuerpo humano, que se defina por la propiedad de determinados tomos, segn la gentica actual habra que definirlo
por su estructura. La estructura ser siempre la distribucin y el orden de las
partes. Cambian stas, pero la estructura permanece. Las molculas cambian sin cesar, tanto que de los elementos que forman el cuerpo del nio, apenas si queda algo en el cuerpo del
adulto, se lee en el Catecismo holands. Sin embargo, la
distribucin y el orden continan siendo los mismos.
El cuerpo como estructura se relaciona con el universo, y
esta relacin es perdurable. El hombre durante su vida terrena
va dejando vestigios de su ser en el mundo. El cadver no es
ms que la ltima etapa de este proceso. Al reflexionar sobre
la muerte se ha hecho referencia a este dato. Como tal, no
existe ms que para los otros, no expresa ms el mismo individuo en modo especfico.
Hablar de resurreccin corporal, por consiguiente, no significa ms que afirmar que un ser es llamado de nuevo a la vida
y a una vida que no acaba. Lejos de pretender considerarla
como una reanimacin del cadver, se debe sobre todo afirmar
que el cuerpo, incluido el cadver, viene transformado en el
seno del universo. Segn la fe, el universo ser transformado
en Cristo.
Esto no significa diluir la personalidad individual en un
mundo indiferenciado. No lo significa, y menos pretende decirlo; porque el lazo que une al resucitado con el hombre que
ha vivido en el tiempo y en el espacio, no est determinado
por el hecho de recuperar las partculas orgnicas que haban
pertenecido a su ser -resultara un monstruo inidentificable-,
sino que ese lazo lo garantiza el mismo Dios, que ha dado la
vida y es autor de la resurreccin. En segundo lugar, porque el
trmino de la accin creadora no es primero un alma espiritual
y luego un cuerpo material, sino un ser que ha sido cuerpo viviente, persona sometida a la incesante transformacin de los
elementos integrados en ella.
Todas estas consideraciones que suscita la resurreccin universal ayudan y arrojan luz sobre las sombras de la resurrec-

290

cin concreta de Jess de Nazaret. As como ayudan a la comprensin de la asuncin de la santsima Virgen, su madre, en
cuerpo y alma a los cielos.
Jess es un hombre semejante en todo a los dems hombres, menos en el pecado. Su cuerpo es, por tanto, como el
nuestro. Pensar y reflexionar sobre su resurreccin con categoras anlogas, no slo es lcito, sino coherente, porque en l
todos sern vitalizados, cada uno, sin embargo, en su propio
turno: como primicia, Cristo)) (1 Cor 15,23).
Decir, confesar que Jess es vencedor de la muerte y que
est glorificado porque ha resucitado en su cuerpo histrico,
equivale a reconocer que todo lo que en el curso de su vida
humana ha estado o ha sido lugar de su expresin y de su comunicacin con los dems hombres y con las cosas est transformado, est glorificado; que todo lo que dijo e hizo es tan
actual hoy como ayer, porque en todo tena y tiene razn. Porque no se trata tanto de su cuerpo biolgicamente considerado,
cuanto del cuerpo que vive en la nUl)va creacin, por l
iniciada y de la que l es la primicia)).

10.

El cadver de Jess

No falta quien, aun entre los mismos catlicos, no tema


afirmar que aunque por una hiptesis se llegase a descubrir
que el cadver de Jess est en alguna parte del mundo, el
fundamento de nuestra fe en la resurreccin no sufrira quebranto, no sera argumento suficiente para desvirtuarla 20.
Como hiptesis imaginable, no merece repulsa. Pero atenindonos al lenguaje revelado, por medio del cual se nos comunica el misterio, no tiene consistencia ni es recomendable.
El cadver forma parte del cuerpo y, por tanto, es tomado
de nuevo por Cristo glorioso. El modo ya se ha dicho que entra en el misterio en que la misma resurreccin se funda. No se
identifica en esta concepcin del cuerpo humano expuesta, sino
que habra que decir que, aunque todo cadver es cuerpo, no
todo el cuerpo es el cadver que el da del entierro se deposita
en la tumba. Por tanto, el modo como el cadver es asumido
20

x.

LON-DUFOUR,

O.C.,

319.

291

---dice Lon-Dufour-, escapa a nuestro entendimiento, porque entra en el misterio en que la misma resurreccin se
funda.
El cadver de carne y hueso desde donde Jess se manifest y relacion con los hombres el mismo da de su muerte,
queda constituido medio de accin para Jess resucitado, como
medio de accin es todo lo que form su cuerpo biolgico a
travs de los treinta y tantos aos que vivi entre los hombres.
Accin que ya no limita ni el tiempo, ni el espacio, ni la materia. El universo entero est al servicio de su manifestacin, segn el lenguaje evanglico a travs de las apariciones.
El cadver que Jos de Arimatea y Nicodemo colocaron
en el sepulcro no vuelve sin ms al universo, sino que es plenamente recuperado por Jess viviente, que transforma el universo integrndolo en s mismo.
Es obvio que, como dira san Pablo, estamos hablando en
clave de misterio y, por consiguiente, es obvio tambin que la
condicin humana intelectualmente curiosa quiera saber ms,
desee tener experiencias ms concretas sobre lo que ha pasado
con el cadver del Seor. Esta curiosidad lleva a algunos de
nuestros contemporneos por el camino de la imaginacin.
Quieren, desean saber ms, porque entienden que esta explicacin compromete la individualizacin de Jess y la continuidad
de su cuerpo glorioso con su cuerpo histrico, cuya ltima
etapa es el cadver, y, por tanto, que crea conflicto con la fe.
Desear saber ms, desear conocer mejor el misterio es legtimo. Dejar volar la imaginacin, desentendindose de los
datos de la Sagrada Escritura, es peligroso, y aun temerario. La
Sagrada Escritura tan slo nos dice que las mujeres, cuando
muy de maana fueron al sepulcro, no encontraron el cuerpo
de Jess y no saban dnde lo haban puesto. Luego que Pedro y Juan confirmaron el dato personalmente.
Este dato es el fundamento del lenguaje que sirvi a los
apstoles para anunciar la resurreccin, o sea, el triunfo definitivo de Jess sobre la muerte. Ellos no hicieron cuestin de si
el cadver del Seor estaba aqu o estaba en otro lugar. Para
los apstoles era perfectamente comprensible que fuese llevado
y glorificado en otro lugar. Porque para los hebreos el mundo
no era una realidad esttica, sino que era algo en continuo movimiento. Israel no ha considerado el mundo como un organismo estructurado, reposando sobre s mismo (G. Von Rad).

292

Los primeros discpulos del Seor eran judos y, como


tales, no encontraban mayor dificultad para imaginarse una
pluralidad de mundos, entre ellos, uno que estaba reservado
para los elegidos. Tampoco sufriran mayores quebraderos de
cabeza para imaginarse que los moradores de los distintos
mundos se comunicaban o se podan comunicar entre s.
Cuando Jess pregunta a sus discpulos: Quin dicen los
hombres que soy?, ellos le contestan, reflejando el pensar del
pueblo: Unos que Juan el Bautista, otros que Elas, otros que
uno de los profetas (Mc 8,28). Elas, los profetas y Juan haban muerto. Es que el cielo, el mundo de los elegidos lo conceban como un lugar, como un mundo donde los elegidos gozaban de la vida en plenitud.
Esta imagen perdur, tuvo fortuna, tanto que hasta no hace
mucho los telogos no dejaron de hablar del cielo y de la tierra como lugares yuxtapuestos cuando el cielo no es otra cosa
que un estado en que los elegidos viven la felicidad perfecta,
porque viven en Dios, viviendo y amando a Dios.
Movindonos siempre entre las sombfas del misterio, recordar lo que Jess dijo: Cuando sea exaltado, atraer las cosas
a m se comprende mejor, se ve con otra luz, a travs de lo
expuesto.

10.1.

Camino de la fe

Si Jess vive, vive en plenitud. Si se apareci resucitado


reiteradas veces a sus discpulos y se les apareci visiblemente,
por qu visiblemente no se qued entre nosotros? La pregunta fluye y se impone, supuesta nuestra mentalidad recortada segn los mdulos normales de nuestro sentir y pensar.
La respuesta no puede ser con palabras de lgica humana,
porque los pensamientos de Dios son inescrutables, sino que
se ha de buscar en la misma palabra divina. Primeramente porque son benditos, no los que vieron estas cosas, sino los que
no las vieron y creyeron. Y en segundo lugar, porque os
conviene que yo me vaya. Porque mientras no me voy, no vendr el Abogado a vosotros (Jn 16,7).
Si la resurreccin confirma que Jess tena razn en todo lo
que hizo y dijo, habr que reconocer que su ausencia visible
293

redunda en mayor provecho nuestro, porque a ella se vincula


la presencia del Espritu Santo, y el Espritu, dentro de nosotros, nos une ms estrechamente con Jess que lo que pudiera
hacerlo su forma humana 21.
De suerte que la fe tiene un valor indiscutible y, por ello,
los datos y los hechos narrados en el evangelio. No en el sentido que muchas veces les damos.
El dato del sepulcro vaco es el fundamento de la predicacin apostlica sobre el mensaje pascual. Para los israelitas
la tumba no era slo la ltima morada, sino el sheol, que
para ellos significaba tambin la fuerza de la muerte. Significaba, por tanto, su puerta cerrada el triunfo de la muerte sobre la vida.
De ah que al hablar los evangelistas del sepulcro de Cristo,
abierto y vaco, haya que entender que emplean un simbolismo
que les era muy familiar. El sepulcro abierto quiere decir que
Jess, al resucitar, venci la muerte; que al salir del sepulcro
es el vencedor y no el vencido. Esta victoria se le hace patente
a los discpulos hacindose ver Jess de ellos y dejando vaco
el sepulcro y la losa que lo cerraba corrida.
Pero an hay ms. En la sencillez y el frescor del relato se
advierte un itinerario que resulta tpico en todo encuentro. Alguien se encuentra con una persona conocida inesperadamente.
No la reconoce al instante. Media un proceso entre el encuentro y el reconocimiento, por corto que l sea.
El autor sagrado en sus descripciones de las apariciones
deja entrever ese proceso: de una experiencia sensible, tanto
las mujeres como los apstoles pasan a una certeza espiritual.
A buen seguro que si nos describiesen la aparicin de Jess resucitado a su santsima madre, lo haran de modo distinto.
No es lo mismo hacerse ver de hombres que haban perdido toda esperanza y en los que la fe desapareciera y, por lo
mismo, que no esperaban la aparicin, que aparecerse a quien
lo espera y cree que vive, que ha resucitado.
La aparicin de Jess resucitado a su madre no era para los
futuros creyentes leccin asimilable de fe. Seguro que por ello
no se describe en el evangelio. Sin embargo, conviene, es preciso anotarlo, que casi es unnime el parecer de que la primera
aparicin fue a Mara su madre. En la baslica del Santo Sepul2J

294

Catecismo holands, o.c., 187.

cro hay una capilla, propiedad de los franciscanos, que la tradicin venera como recuerdo y memoria de esta aparicin.
En este itinerario de fe, en el que Jess se impone como
vivo a los suyos, el primer paso es verlo y tocarlo, si bien esta
visin est subordinada al reconocimiento de su identidad personal. Porque el divino resucitado no se hace ver para exhibirse, sino para que recobren su fe. La aparicin no tiende a
que se gocen de su presencia, sino que apunta y desemboca en
la fe de aquellos a quienes se aparece.
San Lucas es maestro en esta pedagoga de la fe, como
queda dicho al referirnos a san Pablo. Cleofs y, segn la tradicin, su hijo Simn, van muy de maana de Jerusaln a
Emas, pequeo poblado que dista de Jerusaln unos diecinueve
kilmetros por carretera.
No vamoS a entrar en la cuestin que el Emas del evangelio suscita entre los estudiosos. Durante el perodo bizantino
este lugar bblico era desconocido. Se le colocaba a unos
treinta y cinco kilmetros de Jerusaln gor la carretera de Latrn, llamado tambin Emas ciudad de los Macabeos.
Ya que distaba tanto para que los dos discpulos emprendiesen en aquellas circunstancias el viaje y retornasen el mismo
da a Jerusaln, los cruzados lo situaron en el lugar que actualmente visitan los peregrinos. Adems, contaban con un detalle
que apunta el evangelista mdico: Aquel mismo da iban de
camino hacia una aldea, llamada Emas, distante setenta estadios de Jerusaln (Lc 24,13). Es una distancia prudencial
para recorrerla ida y vuelta en un mismo da.
Pues bien, en el camino a los dos se les une un peregrino.
Conversan amigablemente y l les explica las Sagradas Escrituras. Llegado que hubieron al punto de destino, le ruegan que
permanezca con ellos porque ya anochece. Gesto muy de
acuerdo con la hospitalidad oriental.
y estando a la mesa con ellos, tom el pan, pronunci la
bendicin, lo parti y se lo iba dando a ellos. Se abrieron entonces sus ojos y lo reconocieron (Lc 24,13-31). Inmediatamente Jess desapareci de su presencia. No descubren su
identidad de momento. Algo les deca su corazn mientras hablaban por el camino. Dudan. Despus de varias horas de conversacin, lo reconocen en la fraccin del pan. Es que a
Cristo no se le encuentra como se encuentran dos personas en

295

la calle. Se hace consciente su presencia mediante una experiencia de amor 22.


Una vez que lo reconocieron, en aquel mismo instante regresaron a Jerusaln, y encontraron en reunin a los once y a
sus compaeros, que decan: De verdad que ha resucitado el
Seor y se ha aparecido a Simn. Y tambin ellos contaban lo
del camino, y cmo se les haba dado a conocer en el partir el
pan (Lc 24,33-34).
Es la tercera etapa en este camino, en el camino de la fe.
La fe es un bien y el bien se difunde, es un deber moral difundirlo, comunicarlo, hacer de l participantes a los dems.

10.2.

Unin con Cristo

Al reconocer a Jess como VIVIente por la fe, se tiene la


misma experiencia que tuvieron los apstoles y, por tanto, se
recibe tambin como ellos la misin que ellos recibieron.
Toda misin supone unin con aquel que la confa. Las mujeres, unidas por el mandato de Jess, se lo comunican a los
discpulos, stos lo comentan entre s y luego lo predican al
pueblo. Experimentaron la realidad de Jess resucitado, lo reconocieron como tal y unidos a l y entre s por el Espritu, lo
anuncian a los dems.
De la lealtad a esta misin depende, en los planes de Dios,
la extensin de su reino. Y de la unin, la pujanza de su vida
en el mundo.
San Juan, que es maestro en el trazado del camino de la fe
en otra orientacin distinta de la de san Lucas, es quien emplea el smil de la vid y los sarmientos. Mara Magdalena reconoce al Seor, no porque lo haya visto, sino porque lo oy.
Oy que la llamaba por su nombre (Jn 20,11-18). Y porque lo
oy, lo reconoci: Rabbon, que quiere decir Maestro ...
Vete donde mis hermanos y diles: voy a ascender al Padre
mo y Padre vuestro. Y ella, sarmiento lleno de vida. responde a la demanda con fidelidad y presteza.
La unin con Cristo supone permanecer en sus palabras,
en su doctrina. Permanecer en el fiel. Es decir, el verdadero
creyente demuestra su unin con l observando sus mandatos.
22

296

X.

LON-DuFOUR,

O.C.,

226-231.

El evangelista telogo pretende, al emplear esta alegora de la


vid y los sarmientos, hacernos comprender que al ser injertados en Cristo, somos capaces de dar fruto y fruto abundante.
El fiel compenetrado con l recibe la savia portadora de su
vida, porque la palabra de Cristo es espritu y vida.
El mensaje de san Juan, por consiguiente, consiste en que
los discpulos tienen que dar fruto, porque tal es el propsito
del Padre y para eso Cristo ha tomado la iniciativa de elegirlos y enviarlos. Pero no darn fruto permanente y duradero si no mantienen en s pura su palabra. En otros trminos,
no lo darn si no lo aman. Porque amar y creer son dos aspectos de una misma realidad. Y esta realidad es la adhesin
incondicional y afectiva a Cristo 23.
La adhesin a Cristo es tan necesaria hoy como lo era en
aquellos primeros momentos del cristianismo. Tiene la misma
vigencia y la misma actualidad, porque la misma actualidad y
vigencia tienen sus palabras. No son un recuerdo de lo que fue
y dijo; no son dichos sin fuerza, que los creyentes tratan de
darle vida, sino una realidad actual, plerta de vida y de fuerza
espiritual. El Espritu que l enva es la garanta de que su
palabra de antes es su palabra viva de hoy, como dice Duquoc.
Jess no slo fue una vez de decisiva importancia para
nuestra salvacin, sino que lo es ahora y por toda la eternidad; porque su Espritu nos une ms estrechamente con l
que lo que pudiera hacerlo su forma humana. Por eso lo que
garantiza ahora su presencia no es el retenerle, como quera
Mara Magdalena, sino recibir su Espritu 24.
Su Espritu nos une a l y nos une a los unos con los otros.
y ello viene a ser el cielo incoado aqu y ahora. Porque estar
unidos a Cristo es una de las expresiones que la Sagrada Escritura emplea para designar el cielo: estar, ser con Cristo.
Por lo dems, ser con Cristo es lo que el catecismo llama
ser cristiano. Y ser cristiano es haber sido injertados en Cristo:
O ignoris que cuando hemos sido bautizados para incorpo
ramos a Cristo Jess, lo hemos sido para incorporarnos a su
muerte? Por tanto, con l hemos sido sepultados para morir;
para que as como fue resucitado Cristo de entre los muertos
23
24

M. MIGUENS, El Parclito, Jerusaln 1963, 93.


Catecismo holands, o.c., 187.

297

por la gloria del Padre, as tambin nosotros V1Vlesemos una


vida renovada. Efectivamente, hemos venido a ser injertados
en l por morir como l; pero en este caso lo hemos de ser
tambin para resucitar con l (Rom 6,3-5).
Esta categora de ser de Cristo habla directamente a
nuestra identidad ontolgica y da una nueva dimensin a nuestro ser. Una dimensin que no vemos, pero que creemos firmemente en ella. Y como el objeto de la fe es el mismo que el
de la esperanza, esperamos, con esperanza cristiana, verla plenamente desarrollada, perfecta con plenitud de perfeccin en
la medida de nuestra capacidad de criaturas.
Hemos corrido el peligro de presentar la felicidad eterna
como el fruto de una conquista humana, cuando sta slo tiene
un artfice y un garante: Cristo nuestro Seor. Es impensable
el paraso o el reino sin una continuidad entre lo ahora vivido
en fe y lo esperado con esperanza cristiana, si ese reino no lo
unimos inseparablemente a Cristo Jess.
Existe en la vida cristiana un dinamismo que nos lleva y
adentra en la realidad que representan esaS' imgenes a que el
texto sagrado acude para expresarla: reino de Dios, paraso,
gloria celestial, banquete nupcial, vida eterna, ser con
Cristo ... Al adentrarnos en la realidad y presentarla como
una nueva dimensin de nuestro ser, en cuanto unidos y vinculados con Cristo, alejamos la tentacin de presentar el cielo
como una conquista de los recursos humanos, a la vez que de
mitificarlo como una utopa irrealizable.
La felicidad eterna consiste en estar con Cristo. Pero es
necesario morir a nosotros mismos y vivir unidos a l, como el
sarmiento vive unido a la vid. En lo alto de la cruz muere al
lado del inocente divino un salteador, reconociendo su culpabilidad y, a su vez, la inocencia de su compaero de suplicio.
An ms, le confiesa como salvador: Jess, acurdate de m
cuando entres en tu reino. A fe te lo aseguro: hoy mismo estars conmigo en el paraso (Lc 23,42-43).
El movimiento en la vida cristiana hacia una vida de fe,
creda y esperada como realidad despus de la muerte biolgica, aparece en este breve dilogo, en el que se yuxtaponen
tres imgenes de la bienaventuranza: el reino, el paraso y estar con Jess... El acento recae, segn el parecer de los comentaristas, en el "conmigo". Estar con Cristo para siempre
es la realizacin de la personalidad del hombre en plenitud.

298

13.

Luz sin sombras

Cristo no dijo yo soy la tradicin, sino yo soy la verdad, deca Tertuliano. No es la tradicin de los hombres, porque, de serlo, no le hubiese dicho a los fariseos hipcritas:
Repudiis lo que es precepto de Dios y os aferris a la tradicin de los hombres (Mc 7,8). Pero es su fundamento, por
cuanto, si es veraz, es en tanto se funda en la verdad. Lo que
es, fundamenta la tradicin. Lo que toda~a no es, pero ser,
significa la verdad plena, afirma, a su vez, Leonardo Bof.
La verdad plena para el hombre es entrar en plenitud en la
vida sin amenazas de muerte. No entrara en plenitud si no entrase todo l, con su cuerpo y con su alma y todo lo que esto
comporta. Esta plenitud la desea ardientemente, a pesar de
que l solo se siente incapaz de conseguirla.

1.

Deseo natural de perpetuar la vida

La vida en plenitud es una aspiracin que todo hombre


tiene. Pregntesele a cualquiera, al ms mendigo entre los
mendigos, si quiere morir. Si por acaso alguien contesta: S,
yo quiero morir, examinemos, observemos su contorno, si es
que l, por s solo, no grita el porqu verdadero de su respuesta.
Nadie quiere morir, porque todos se niegan a aceptar de
buen grado que con la muerte acaba todo. Tratarn de explicarse el fenmeno de la muerte, como lo hace el existencialismo o el filsofo de la vida. Tratarn con sus razones de consolarse, diciendo que estar viviendo se confunde con estar
muriendo. Una tautologa de sensibilidad exquisita, pero una

299

razn capaz de aquietar el corazn. Porque con ella, queriendo


negar la muerte, lo que en realidad niegan es la vida. Ellos
sostienen que el hombre es un ser para la muerte.
A tamaa afirmacin alguien contesta que la muerte corporal no es mi muerte; a lo sumo, sta podra ser la consecuencia de aqulla. Creo -y adems veo para ello buenas razones- que la persona, que soy yo, cruzar la frontera de la
muerte sin aniquilarse y esa misma persona seguir viviendo en
una circunstancia radicalmente distinta, que incluir una forma
de corporeidad [.
Nuestro filsofo es un sincero creyente. Pero lulin Maras,
uno de los Cien espaoles y Dios, contesta al entrevistador
como hombre que sabe lo que dice, y sabe lo que dice porque
sabe lo que quiere. De no tener buenas razones para ello
no afirmara con la seguridad con que afirma.
Miguel de Unamuno conoca a la perfeccin el pensamiento
de Heidegger. Se mova en su mundo intelectual como en su
propia casa. Saba un rato sobre existencialismo. Para ste la
muerte es mera contingencia, pura arbitrariedad, azar y nada
ms que azar. As esa perpetua aparicin del azar en el
seno de mis proyectos no puede ser captada como mi posibilidad, sino, al contrario, como la nihilacin de todas mis posibilidades, nihil acin que no forma parte ya de mis posibilidades.
Ante esta nihilacin, ante este raciocinio, se estremece vitalmente y reacciona Unamuno como l lo sabe hacer. Es obvio que no conoca el libro de Sartre El ser y la nada, aparecido muchos aos despus de su muerte; pero a su agudeza no
se le escapaba nada que se relacionase con la vida. Me dan
raciocinios en prueba de lo absurdo que es la creencia de la inmortalidad del alma; pero esos raciocinios no me hacen mella,
pues son razones y nada ms que razones, y no es de ellas de
lo que se apacienta el corazn. No quiero morirme, no; no
quiero ni quiero quererlo. Quiero vivir siempre, siempre, siempre, siempre y vivir yo, este pobre yo que me soy y me siento
ser, ahora y aqu; y por esto me tortura el problema de la duracin de mi alma, de la ma propia.
Un deseo de vivir, de perpetuarse en la vida ms enrgica1 S. PNIKER, en J, M. Gironella, Cien espaoles y Dios, Nauta, Barcelona 1972, 304.

300

mente expresado y tan contundentemente formulado, no creo


que pueda anotarlo ningn coleccionista de frases vivas. Porque Unamuno, adems de ser un pensador profundo, fue un
hombre que se pas la vida buscando una explicacin al hecho
religioso, al ms all. Una vida agnica, que le haca exclamar: Si del todo morimos todos, para qu todo?, para qu?
Es el "para qu" de la esfinge, es el "para qu" que nos corroe
el meollo del alma, es el padre de la congoja la que nos da el
amor de la esperanza.
Unamuno no logra la contundencia de Julin Maras, porque su problema de fe era candente; pero siente en el hondn
de su alma una luz que, si no le descifra el misterio, le sostiene
en su desesperacin esperanzada.

2.

Fe en la resurreccin de la carne

El deseo de sobrevivir no crea la supervivencia, pero explica y justifica la fe en la resurreccin, confirmando la racionalidad del acto de la fe.
El sujeto no crea los objetos, no crea las realidades.
Piensa, las aprehende, discurre sobre ellas. Pero de ah a
creerlas hay un trecho y un trecho slo franqueable para la filosofa kantiana. Los explicar con razones, mas slo con razones. Razones con las que no se apacienta el corazn. Y el
hombre no slo vive de inteligencia. Por eso, aunque humanamente podamos esperar en lo que el corazn tan ardientemente busca, hay que darle un fundamento que, siendo racional, al mismo tiempo supere la razn.
El hombre, por ms preguntas que formule a la razn sobre la vida futura, jams recibir una respuesta tranquilizante.
De suerte que slo queda la fe como respuesta vlida y tranquilizadora.

2.1.

Breve recorrido

Creo en la resurreccin de la carne y la vida futura, es


uno de los artculos de nuestro credo, de la escatologa. Frente
a la escatologa, el hombre sin fe no tiene asidero, se encuentra en tinieblas.
301

En la antigua alianza haba escatologa, pero, sin duda, los


que la miraron con serenidad y la aceptaron con grandeza de
nimo, es porque vivan en funcin del mesas prometido y vaticinado por los profetas y esperado por los patriarcas. Es que
en el Antiguo Testamento late el Nuevo, y el Antiguo se caracteriza por la esperanza mesinica.
La escatologa es eminentemente cristocntrica: para los
que en la alianza antigua esperaban al mesas prometido -no
el que los hombres se haban forjado a su medida- y, desde
luego, para los que le recibieron con sencillez y grandeza de
corazn.
Por eso resulta tan elocuente y profundamente expresiva en
esta lnea la reaccin del anciano Simen al tomar en sus
manos al nio Jess, presentado en el templo por sus padres:
Ahora, Seor, puedes dejar partir en paz a tu siervo, porque
mis ojos han visto tu salvacin ... (Le 2,29-32).
Es expresiva, porque, amn de ser un testimonio de la
creencia en el ms all, indica que la revelacin bblica muestra desde sus orgenes un profundo inters por despejar su incgnita desde el ms ac .
En tiempos del viejo profeta, la incgnita estaba ya despejada. Pero para llegar a su despeje hubo de transcurrir mucho
tiempo. El hombre de la Biblia reconoca y aceptaba el poder
y la justicia de Dios. Mas como al mismo tiempo observaba
que el justo sufra calamidades y tribulaciones, no poda explicarse este antagonismo.
Dios no le descubri, desde el principio, el misterio. Fiel a
su plan, quiere que el hombre trabaje y se esfuerce en descubrirlo. La bondad y la justicia divinas estaban ms que demostradas a travs de la existencia de su pueblo y para su pueblo.
Su fidelidad se demostrara si, a pesar de no comprender el
plan divino, continuaba siendo fiel. Dios le puso las premisas,
a l le tocaba sacar las conclusiones.
Dios es justo y bueno: si el justo sufre en este mundo y en
l no obtiene la recompensa, qu pasa? No puede quedar sin
ella, porque Dios es fiel en el cumplimiento de sus promesas.
Existe un ms all en el que se cumple toda justicia.
Esta conclusin fue ahondando en el mundo de la Biblia,
2

302

Vase el nmero de Misin Abierta de octubre de 1975.

hasta que por fin el judasmo tardo lleg a descubrir la posibilidad de una resurreccin ultraterrena~~.
Parece ser que el segundo libro de los Macabeos es el primer libro inspirado que anuncia esta realidad. Para clarificar
este aspecto del concepto de resurreccin, haran muy bien los
lectores si leyeran la obra de Alonso Daz En lucha con el misterio. Se lo recomiendo, tanto ms cuanto que no soy escriturista.

2.2.

Garanta de la fe en la resurreccin

Los vivos slo podemos aceptar el ms all como objeto


de esperanza. Por eso, a la pregunta cmo ser esa resurreccin, en la tierra no se puede dar una respuesta cumplida.
Esta respuesta est reservada al Dios de la vida.
Con todo, si no se puede dar una cumplida respuesta, el
hombre puede y debe reflexionar sobre ella, por aquello tantas
veces dicho: El hombre no es slo ser, sino sobre todo poder
ser. Sus posibilidades no las realiza todas en el ms ac. No
importa. Como empieza aqu, que piense, que medite, que reflexione. Tambin nuestros predecesores en la alianza pensaron y reflexionaron. Los planes divinos no cambian a merced
de nuestros gustos e intereses egostas.
No obstante, nuestra reflexin sobre lo posible ha de ir
acompaada, unida a una profunda humildad, que comporta el
reconocimiento de las propias limitaciones. Ello entra, a su
vez, en los planes de Dios. Afirmacin sta que encaja perfectamente en esa tradicin veraz a que al principio se ha hecho
referencia.
Si el mismo problema de la escatologa es un problema serio, el hombre tiene que afrontarlo con seriedad y mesura.
Todo problema serio consiste en advertir ante nosotros la
existencia concreta de algo que no sabemos; por tanto, es un
saber que no sabemos 3. El que tiene respuestas para todo,
slo por este dato, se hace sospechoso.
Ciertamente, la resurreccin en la vida futura es algo que
escapa a las luces de la razn humana, en la que slo arroja
3

J.

ORTEGA

GASSET,

El espectador, 11I, Espasa-Calpe, Madrid 1966,

156.

303

luz la fe. Ayudados, iluminados por ella, se da luz verde a la


reflexin. Por eso dice Muoz Alonso: Creo que somos nosotros -no algo de nosotros- los que sobrevivimos a la muerte
corporal. El hombre es un espritu encarnado, y el espritu que
sobrevive, sobrevive con una carne espiritualizada, si cabe hablar as. Por eso, la carne separada del cuerpo es nada antropolgicamente, una vez separada. La carne sobrevive en el espritu, como puede vivir en la eternidad: transfinalizada en el
espritu. El hombre no es un ser compuesto de carne y espritu. Una vez separados, el espritu goza de la personalidad integral 4.
Lo dicho por Muoz Alonso entra de lleno en la lnea de la
teologa sana y perenne. Esa dicotoma del ser humano ser
muy respetable, y lo es, tanto por su origen como por haber
sido cristianizada por los escolsticos; pero no es la concepcin
que del hombre tiene la Biblia.
Al no aceptar el ms all, el hombre, que es un animal
pensante, amique no siempre piensa con el sentido de su limitacin, busca respuestas a esas preguntas universales. Respuestas que bien quisiera fuesen universales tambin; pero no
pasan de elucubraciones filosficas, de respuestas individuales
que alegan razones y no ms que razones. Mas sus razones no
convencen. Convencen a los mismos que las dan? ..
Unamuno, glosando a san Pablo, comenta en su Diario ntimo 5: Si no hay otra vida, es vana la fe cristiana y vana su
labor toda y no hay razn para que fructificara y se extendiera;
si no hay otra vida y slo para sta es el espritu cristiano,
somos los cristianos los ms miserables de los hombres.
Subrayo el somos, porque quiere decir mucho en un hombre
tan discutido y discutible como l. Se siente y se confiesa cristiano.
Afortunadamente, no son los cristianos los ms miserables. Todo lo contrario, porque ellos confan en Dios, en l
ponen toda su esperanza, y Dios les da y ofrece una garanta:
su palabra, que se hace hombre, muere por los hombres y resucita para los hombres. Qu garantas da Sartre? SUS razones!!. ..
Nadie puede dar una respuesta cabal al problema del ms
4

304

S. PNIKER, en J. M. GIRONELLA, O.C., 397.


M. DE UNAMUNO, Diario ntimo, Alianza Editorial, Madrid 1972, 130.

all en este mundo limitado. Nadie, menos uno: Jess de Nazaret. Quin duda hoy de su historicidad? Quin tiene por
legendarios su realidad histrica, su proceso, su crucifixin ... ?
Los cuatro evangelistas relatan los rasgos fundamentales de su
vida, de su mensaje, de su pasin, de su muerte. Su relato
est, adems, reconocido y confirmado por testimonios extrabblicos. Qu razones hay para no creerlos?
Pues bien, estos mismos evangelistas afirman que ese Jess,
a quien vosotros todos conocis, que fue crucificado bajo el
poder de Poncio Pilato, fue resucitado por Dios, soltndolo
de las ataduras de la muerte, como que no era posible que l
fuera detenido por ella (He 2,24).
Ninguno lo ha visto salir del sepulcro, pero los primeros
que fueron a inspeccionarlo testifican que estaba vaco. No es
prueba irrefutable: poda estar en otro sitio. Ciertamente, la
posibilidad no se discute. Ah!, si slo afirmasen que el sepulcro estaba vaco, dejaran a la posteridad sin el testimonio que
necesita. No la dejan as, porque estos mismos testigos afirman
que estuvieron y hablaron con l, que tobron las cicatrices de
sus manos y de sus pies. Ellos, que haban perdido toda esperanza al verlo expirar en lo alto de la cruz, no dudan, y estn
dispuestos a todo por confesarlo, en asegurar: Verdaderamente ha resucitado el Seor y se ha aparecido a Simn. A
partir de este momento, al que conocan con el nombre de
Maestro le llaman el Seor.
En Emas se conmemora una de las apariciones del resucitado ms apasionantes. Dos de sus discpulos vienen de Jerusaln el domingo de pascua a una aldea llamada Emas.
En el camino se les une un viajero. Charlan animadamente sobre los recientes acontecimientos hasta llegar al lugar de destino. El sol se est poniendo, y el viajero hace ademn de continuar su viaje. La tarde est cayendo, qudate con nosotros,
le dicen, como buenos y hospitalarios orientales. El forastero
acepta la invitacin y en la fraccin del pan lo reconocen (Lc
24,13-32).
Lo reconocen sentados a la mesa, cuando Cleofs, seguramente el dueo de la casa, le ofrece al desconocido la presidencia. Es curioso que no lo hayan reconocido antes, cuando
apenas haban transcurrido tres das desde la pasin. Lo descubren cuando toma el pan, lo bendice, lo parte y se lo va
dando a ellos. Es que su corporeidad espiritualizada trascen-

305

da los sentidos para dar paso a la fe. Lo reconocen en la fe. Y


en este momento desaparece de su presencia. Las leyes que rigen el espritu no son las leyes que rigen la materia.
Los que testifican de la resurreccin son hombres curtidos,
nada dados a vanas curiosidades, nada tienen de ilusos y s mucho de realistas. No se fan de posibles alucinaciones. Su testimonio, pues, merece crdito, puesto que ellos creen, y creen
porque no tienen ms remedio que rendirse a la evidencia. Regresan a Jerusaln y all encuentran a sus compaeros con la
misma impresin: Verdaderamente ha resucitado el Seor y
se ha aparecido a Simn.
Entonces es cuando Cleofs y su compaero, que la tradicin dice llamarse Simn y ser hijo del primero, les cuentan lo
del camino, y cmo lo haban reconocido en la fraccin del
pan.
El hombre es atrado por el misterio, y la resurreccin de un
hombre que todos haban visto expirar en Jerusaln es algo misterioso. Tanto ms cuanto que la resurreccin era una realidad
que esperaban al fin de los tiempos. Era para ellos un acontecimiento de la escatologa, para la eternidad, no para el tiempo.
Que un acontecimiento escatolgico se realice en el tiempo, no
deja de ser sorprendente y misterioso. Atrados los hombres por
ese misterio, no sorprende tanto que su fe fructificara y se extendiera, como fructific y se extendi.
Fructific y se extendi porque la fe de aquellos sencillos,
rectos, amedrentados por la pasin, se fundaba en la realidad
viva de Cristo Jess. El asiste con su fuerza a los predicadores
de su verdad y se la comunica tambin a aquellos que los escuchan con sencillez y limpieza de corazn. Su existencia en la
historia contina siendo actual, porque para l ya pas el
tiempo y empez la eternidad.
Por tanto, Cristo realiz con su resurreccin una de las posibilidades de la naturaleza humana, puesto que resucit como
hombre; porque como Dios no poda, dado que no puede morir.
Esta posibilidad es la de poder ser asumida por la vida de
Dios, sin dejar de ser ella misma. La naturaleza humana, concreta, individualizada, as asumida por Jess de Nazaret, realiza en el tiempo un portento excepcional, en virtud del cual
Jess muerto queda inundado por la vida de Dios.
En la pascua, en el momento de su resurreccin, Jess
trueca su ms ac por su ms all. Yeso que es desde en306

tonces una realidad en Cristo, es en el hombre viador una posibilidad. Posibilidad que los creyentes estamos seguros de que
se realizar tambin en todos en el momento de su muerte.
Nuestra seguridad no es vana, porque est fundada en la palabra de Dios, que lo prometi. Y Dios no falla nunca en sus
promesas.

3.

Cmo ser la vida de los resucitados

La resurreccin no consiste en volver a la vida que se viva


antes de la muerte. No es una reanimacin, como fue, por
ejemplo, la de Lzaro, la de la hija de Jairo ... Jess resucitado
no vive la misma vida que viva cuando llam a los apstoles,
cuando convirti el agua en vino, cuando confunde a los fariseos y tapa la boca a los saduceos ... sino que, como hombre,
fue inundado con la vida de Dios. Es las primicias de los
creyentes.
,
Reflexionando sobre el cielo se dice cmo es el estado en el
que se realizarn todas las posibilidades del hombre, todos
sus anhelos, todos sus deseos. Por tanto, ahora, siendo consecuentes, habr que afirmar que tambin se realizar la posibilidad de ser asumidos por Dios y formar con l una unidad inmutable e individual.
El hombre nunca ser Dios. Es imposible, a no ser que
caysemos en el pantesmo. Pero llegar a formar un todo con
l, sin perder su individualidad. Algo as como durante esta
vida formamos un todo con Cristo. Somos su cuerpo mstico al
estar unidos a l por la fe, los sacramentos, la obediencia, el
amor. En una palabra, somos cristianos. En el cielo se revelar
lo que esto significa.

3.1.

Misterio insondable para la razn

En nombre de la razn y slo con su luz, el estado de vida


gloriosa resulta inaccesible. San Pablo se conforma con decir
que ni ojo vio, ni odo oy, ni razn humana puede comprender lo que Dios tiene reservado a los que le sirven.
Como la reflexin gira en torno a la resurreccin universal,
si es inaccesible a la razn la vida de la gloria de los humanos,

307

el problema se complica pensando en la glorificacin de los


cuerpos.
La expresin resurreccin de la carne, no la conoce el
Nuevo Testamento, sino que aparece por primera vez en san
Clemente y en san Justino. Y aparece con tan buena fortuna
que fue acuada por la tradicin y pas al smbolo de la fe. He
aqu uno de los casos, por qu dice Leonardo Boff que lo que
es fundamenta la tradicin.
Lo que es fundamenta la tradicin porque sta se basa en
la Sagrada Escritura. Cuenta san Mateo, y wn l los otros sinpticos, que en una ocasin se acercaron a Jess unos saduceos. Venan en plan de tanteo y para ello le propusieron un
caso sobre la resurreccin de los muertos.
Los saduceos eran un estamento del pueblo judo que se interesaba ms por la poltica que por la religin. Polemizaban la
concepcin que de la resurreccin tenan los fariseos, partiendo de la premisa de que el Pentateuco no habla de la escatologa.
Los fariseos, por su parte, dados a la especulacin teolgica, haban desarrollado fuertemente la doctrina de la resurreccin, viendo alusiones a ella en todos los libros del Antiguo Testamento. Sin embargo, su especulacin no haba pasado de una resurreccin de modo terrestre y primitivo.
Crean, por ejemplo, que despus de la resurreccin aumentara la recoleccin y la fertilidad de la vida.
Por ltimo, los sinpticos son los tres primeros evangelios,
o, si se prefiere, los tres evangelistas, san Mateo, san Marcos y
san Lucas. Se dicen sinpticos por una diccin griega que indica una "visual conjunta o comn" 6. Es decir, que es mucho
ms lo que tienen de comn que lo que tienen de diferente.
Pues bien, hechas estas aclaraciones, se puede entrar en el
problema que los saduceos plantearon a Jess. Quiz pensasen
que Jess comparta la opinin de los fariseos, y como tambin
ellos se consideraban peritos en la ley, entran de lleno en el
tema:
Maestro, Moiss dispuso: "Si alguno muriese sin tener
hijos, el propio hermano tomar a su esposa por ser su cuado
y suscitar prole a su propio hermano" (Mt 22,29).
6

cho.

308

L'Osservatore Romano del jueves 19-XI-1981 hace referencia a lo di-

Ahora bien, entre nosotros haba siete hermanos. Y el primero muri despus de casado, y, al no tener prole, dej su
esposa al propio hermano. Lo mismo ocurri tambin con el
segundo y con el tercero, hasta siete. Y detrs de todos muri
la mujer. Aqu llega la pregunta: En la resurreccin, pues,
de quin de los siete ser esposa? (Mt 22,25-29).
La pregunta tiene ribetes de irona, precisamente porque
no crean en la resurreccin, al menos como los fariseos la entendan, y ms de una vez, a buen seguro, lo haban discutido
con ellos.
Jess lo advierte. Sabe lo que enseaban los fariseos y lo
que pensaban sus interlocutores. Va, por tanto, a responder a
ambos; porque si los primeros se equivocaban en sus elucubraciones, los segundos estaban descaminados.
Les echa en cara su falta de seriedad, que pretenden encubrir con un mentido inters, y, a la vez, les descubre su error
de principio: Vais descaminados por no conocer las Escrituras
y el poder de Dios.
Juan Pablo 11, en su catequesis sem:tnal 7, hace un comentario agudo y documentado sobre esta cuestin, que ser la
clave de estas reflexiones.

3.2.

Concordancia de los sinpticos

El texto de san Mateo no hace referencia a la zarza ardiendo como lo hace san Marcos (12,18-27) y san Lucas
(20,27-39). Con todo, ello no supone desacuerdo entre ambos,
puesto que de las tres versiones surgen los dos elementos que
el Papa seala: a) el anuncio sobre la futura resurreccin de
los cuerpos, y b) el estado de los cuerpos resucitados.
Con el primero Jess contesta directamente a los saduceos
y con el segundo corrige a los fariseos; que no deban estar
muy lejos en aquel entonces, porque, inmediatamente, sin
darse por aludidos, tratan de tantearlo tambin (Mt 22,34).
No se daban por aludidos, sino que ms bien pensaban que,
habiendo tapado la boca a los saduceos, ellos deban tener
mejor fortuna. Tanto que algunos se declararon y dijeron:
"Maestro, bien has hablado!" (Lc 20,39). Y le proponen
7

M. MIGUENS, Amor y libertad, Grficas Alonso, Madrid 1971, 15.

309

la cuestin: Cul es el precepto ms importante de la ley?


(Mt 22,34).
Tan bien habl que, efectivamente, no se atrevan a consultarle ms.
Los saduceos le presentan el problema de la resurreccin
como si la resurreccin fuese una opinin, una hiptesis de trabajo. Aqu estaba su error. Porque para Jess, sin estar de
acuerdo con los fariseos, era una tesis, un principio, un postulado que lata y se vislumbraba en el Antiguo Testamento.
No siendo una hiptesis, sino una tesis, Jess, que ensea
con autoridad, se lo dice sin rodeos: Estis descaminados.
Presums de conocer las Sagradas Escrituras y empezis por ignorar lo ms elemental. Para conocerlas, no basta conocerlas
literalmente. Si ignoris lo fundamental que las Sagradas Escrituras ensean, es que debis saber que no sabis. Ignoris el
problema.
El problema de la Biblia es, sobre todo, dar a conocer a los
hombres el poder y el amor de Dios. Quien esto desconoce ignora las Sagradas Escrituras, por mucho que conozca su letra.
Ms tarde dir san Pablo que la letra mata; el espritu es lo
que vivifica. Con la Biblia en la mano y espigando textos desconectados del contexto, se pueden afirmar las cosas ms peregrinas, o darle el sentido que mejor encaje en los gustos e intereses propios.
Recuerdo que en una ocasin me carteaba con un testigo
de Jehov. La citas que haca de la Sagrada Escritura las empleaba de tal forma y les haca decir tales cosas que no haba
posibilidad de entenderse. Era el clsico empolln, incapaz de
digerir lo que lea, o de ampliar su visin con horizontes ms
abiertos. As se explica, por ejemplo, por qu no admiten, por
qu se niegan a las transfusiones de sangre.

3.3.

Rplica de Jess

Pues bien, no ser yo quien se meta a interpretar las intenciones de los saduceos ni tampoco a valorar sus conocimientos.
Lo que s podr decir es que, si conociesen las Sagradas Escrituras, deberan saber que, cuando Dios se revela a Moiss, se
llama a s mismo el Dios de Abrahn, de Isaac y de Jacob,
310

el Dios de todos aquellos que haban precedido a Moiss en la


fe. Se revela como Dios de vivos y no de muertos.
Que Dios se llame a s mismo Dios de vivos y no de
muertos, slo se comprende aceptando la existencia de una
vida en la que la muerte no tiene ningn poder. Pasado el umbral de la muerte, el hombre entra en la verdadera vida. Si esa
vida no existiese, la revelacin huelga.
Segn esto, los que precedieron a Moiss en la fe son para
Dios personas vivas. Todos viven por l y para l. Para los
saduceos, sin embargo, los que les precedieron forman en el
catlogo de los muertos. Por desgracia, este criterio sigue vivo
entre los hombres. Las referencias arriba hechas son una
buena y triste muestra.
3.4.

Los horizontes de la fe

El texto evanglico comentado se ha de acoger como una


manifestacin de Dios, reconociendo la fuerza del dador de la
vida, el cual no est vinculado por la ley de la muerte dominadora en la historia terrena del hombre, dice Juan Pablo 11;
de lo contrario, el cristiano se cierra a su cristianismo.
Desde esa perspectiva hay que mirar la respuesta de Cristo.
Era tan de principiantes la pregunta de los saduceos, que, enterados los fariseos que les haba tapado la boca, se agruparon en el mismo lugar para tantearlo tambin (Mt 22,34).
Todos, encerrados en nuestros puntos de vista, creemos estar
en posesin de la verdad.
No ocurre lo mismo con la respuesta de Jess. Vais descaminados. Porque en la resurreccin ni ellos van a tomar esposas ni ellas van a enmaridarse, sino que van a estar como
ngeles en el cielo.
Les deja al descubierto, porque tendran que quemar muchas etapas para alcanzarle en su vuelo. Esto supondra el
auto-reconocimiento de que no se sabe todo de todas las cosas.
Ellos son incapaces de remontarse a las alturas de una vida
que ignoran y de desprenderse de las limitadas relaciones que
comporta la vida presente.
Si Dios es Dios de vivos y no de muertos, si los que han
muerto para los hombres son personas vivas para Dios, a qu
otra vida, a qu otras relaciones puede referirse Jess, sino a
311

la que l da y vino a traer al mundo a los hombres para que


la viviesen y la viviesen en abundancia?
Todo es gracia en y durante la vida terrena. Mas la gracia de las gracias es esa vida no amenazada por la muerte.
Jess, al decir sern como ngeles en el cielo, se refiere sin
duda a ella; a esa vida que procede de Dios en cuanto fuente
inagotable de existencia y de vida. A esa vida de la que hace
participantes a los hombres, y que, si bien deben empezar a vivirla aqu en la tierra, por la gracia culmina siendo celestial.
Comienza, debe comenzar aqu. Pero aqu los hombres
continuarn muriendo y los justos padeciendo. Esto ocurre a
pesar del amor y del poder de Dios; y esto es lo que impuls a
los saduceos a anclarse en la vida de la tierra. Por eso el Maestro divino les ensea que ese mismo poder de Dios, que en la
tierra se siente como atado por la libertad del hombre, va renovando su alianza con ese hombre que muere y ese justo que
padece, hasta tal punto que manda a su Hijo para que muera
como los hombres y sufra como los justos.
De ah que la argumentacin del Seor rebase los lmites
del Antiguo Testamento. Los saduceos le proponen el problema desde la ley. Como en la antigua lata la buena nueva y
ellos son incapaces de verlo, Jess trata de descubrrselo. Se lo
manifiesta.
Jess vino para dar testimonio del Dios de la alianza, no
del Dios a quien los saduceos haban encerrado en sus criterios
e hiptesis. Cuando les habla del Dios de Abrahn, de Isaac
y de Jacob, cuando les habla del Dios de los vivos no de los
muertos, los saduceos debieran pensar en la resurreccin de
todo el hombre, puesto que para ellos la concepcin antropolgica del ser humano no era como la nuestra. El alma era todo
el hombre y el cuerpo era todo el hombre 8. Humanamente
discurriendo, el sentido de sus palabras era ms asequible a su
mentalidad que a la nuestra.
Como resumen: para Jess y, por tanto, para los creyentes,
la resurreccin de la carne consiste en la transformacin de
todo el hombre en un ser espiritual. Aunque no siempre es fcil a la luz de la revelacin neotestamentaria precisar las carac8

esto.

312

En el captulo La resurreccin de Cristo se expone por extenso todo

tersticas de un cuerpo resucitado, parece no obstante claro


que su corporeidad actual carece de "dimensin material".
Si el cuerpo de Cristo resucitado carece de dimensin material y su resurreccin es garanta de la nuestra, lo mismo ocurrir en cada uno de nosotros. El planteamiento de los saduceos est viciado por un error de principio. Error que Jess
confunde.
3.5.

Los cadveres

Sera aventurado identificar el cuerpo humano con su cadver. Tendran primero que ponerse de acuerdo los entendidos 9. Qu ser del cadver, de esos restos humanos que
acompaamos al cementerio? Desde luego, es el cuerpo en su
ltima etapa sobre la tierra; pero no es todo el cuerpo. No
obstante, si el cuerpo es transformado, transformado ser su
cadver. Que se pudre en la tumba, de acuerdo. Porque
cuntas veces asistimos al traslado de cenizas, cuntas hemos
contemplado el esqueleto de un hombre... ! Pero llegado el
da del Seor, el momento de la resurreccin de la carne, sern inundados con la vida de Dios, para resurgir con ms
mpetu tambin. Cmo?, de qu forma?: Como ngeles en
el cielo, y basta.
Basta, porque la descripcin de la Sagrada Escritura (Mt
24) se ajusta a un patrn apocalptico, con el que se intenta
idealizar el momento final, con smbolos e imgenes capaces
de impresionar a los lectores. No se exige, por tanto, dar al
cuadro escatolgico un sentido histrico, sino ms bien simblico. Piensa alguien que los astros caern del cielo? Tal hiptesis es rechazada por la ciencia actual.
En la eternidad los smbolos y las imgenes sern sustituidas por la realidad. Admitir como realidad histrica la reanimacin de los cadveres en su identidad material no es una
exigencia de la fe. Y tanto no lo es, que no falta quien. entre
los telogos, diga que, aunque por una hiptesis llegase a demostrarse la permanencia del cadver de Jess en la tumba, la
fe en la resurreccin no dejara de ser dogma, no dejara de
ser fe, y fe autntica. La esencia del dogma no cambiara.
9

Vase en este mismo libro el captulo La resurreccin de Cristo...

313

Mi condicin de creyente no me impide adherirme a este


modo de pensar. No me lo impedira si el evangelio no emplease un lenguaje determinado. Su lenguaje es el vehculo por
el que nos llega la realidad de la resurreccin. A l debemos
atenernos. La impaciencia imaginativa, el afn excesivo de
adentrarnos en una serie de detalles que no afectan al dogma,
as como el deseo injustificado de simplificar los misterios, no
son los compaeros ideales para mejor ilustrar el contenido de
la fe. Tenemos un texto revelado, contamos con un magisterio,
y estos dos criterios son la base de una reflexin serena y responsable.
Fiel a estos criterios, es cierto que el ms all se rige por
las leyes del espritu. Las leyes del espritu en el ms ac se conocen en penumbra, puesto que al fin estn condicionadas por
los sentidos. Y por muy inmateriales que sean los sentidos, sus
rganos no lo son.
Si se rige por las leyes del espritu y todo el hombre tiene
acceso a ese ms all, lo que llamamos cadver ser transformado con todo el cuerpo en algo espiritual, sin que por ello
pierda su individualidad.
As pues, siendo consecuentes: el yo personal ---que siempre incluye relacin con el mundo- ser resucitado y transfigurado. Resurreccin y transfiguracin que suponen que cada
uno conseguir el cuerpo que merece, y ste ser la expresin
perfecta de la interioridad humana, sin las estrecheces que rodean nuestro actual cuerpo carnal 10.
Esto explica que los dos de Emas no descubriesen inmediatamente a Jess resucitado que se les une en el camino.
Ellos conocan a Jess mediatizado por su forma corporal, mas
ignoraban su interioridad humana. Se les present con la
forma corprea que mereca, pero que ellos desconocan.
No cabe duda de que, planteando en estos trminos el problema de la resurreccin, se esclarecen una serie de detalles, se
da respuesta a un nudo de pequeas preguntas. De no ser as,
cmo y cul sera, por ejemplo, la identidad de un ser humano alumbrado muerto a los cinco meses de gestacin? Cul
el del nio que muere con su madre antes de nacer?
La identidad material del cuerpo cambia cada siete aos.
10

314

L. BOFF, Hablemos de la otra vida, Sal Terrae, Santander 1980, 45.

Cmo y cul sea la de un hombre que muere a los ciento seis


aos?
La resurreccin de la carne, en el da del Seor, ha de entenderse, pues, como ese instante en que cada uno ser informado con la expresin corporal propia y adecuada a la estructura del hombre interior, dice Leonardo Boff.
Tal vez un smil arroje luz donde por necesidad tiene que
haber sombras: el rbol nace de la semilla. Nadie negara que
en la semilla se contiene, en potencia, el rbol. Sin embargo,
todos diremos que el rbol difiere de la semilla como el da de
la noche. El rbol es la potencia desarrollada, contenida en la
semilla.
El hombre resucitado es la naturaleza humana, desarrolladas y realizadas todas esas posibilidades a las que tantas
veces se ha hecho referencia. El ser humano en la vida biolgica es la semilla. En su resurreccin sera el rbol en plena
floracin.
De hecho, el hombre, mientras est, condicionado por los
lmites de su condicin de viador, se mantiene como una simple semilla que no logra germinar sus autnticos valores ontolgicos. No logra hacer realidad todas sus posibilidades. Ni
puede realizar todo lo que desea, ni todo lo que puede puede
realizarlo en un instante. Necesita tiempo, y ni siquiera el
tiempo, por largo y duradero que sea, le es suficiente. Afortunadamente cuenta con toda la eternidad.
Empero, para pasar del tiempo a la eternidad ha de sufrir
la tribulacin de la muerte, la putrefaccin del sepulcro. Tiene
que morir biolgicamente, como la semilla que, para llegar a
ser rbol tiene primero que ser sembrada en la tierra, luego se
descompone y, al fin, con la fuerza del sol y del agua unida al
calor de la tierra se convierte en rbol frondoso.
Lo analgico siempre ser analgico y el smil siempre lo
ser, pero, mientras no llega lo propio y no llega la realidad,
ayudan en nuestra fatigosa bsqueda. Algo as, pues, ocurre
con el hombre. Slo la fuerza de la vida autntica har germinar al hombre perfecto.
Mirada la muerte desde la perspectiva de la resurreccin, se
ver como fin en plenitud y, por tanto, su recuerdo, en vez de
amedrentar, consolar y reconfortar. Siendo fin en plenitud,
es porque ya no quedan ms posibilidades que realizar. Toda
315

su capacidad de reflexin y de accin se centrar en el ser, porque el poder ser ya no existe para l.
El ser es Dios y el hombre est en Dios y con Dios, formando una unidad, sin perder por ello su identidad. La resurreccin le da la adecuada y propia identidad de su estructura
personal.
Sin embargo, si la estructura es humana y su humanidad le
liga y ata a este mundo, en que biolgicamente vivi de una
forma indestructible, es razonable que la teologa distinga entre juicio individual y juicio final.
Para el individuo, con la muerte termina el tiempo; por eso
para l significa el fin del mundo. Mas como est ligado al
mundo con vnculos que ni la muerte personal, o biolgica,
rompen fundamentalmente, que la teologa diga que, hasta que
el cosmos no sea planificado y transformado en el ltimo
da, an el hombre no ha resucitado plenamente, y que slo
entonces ser el mundo su verdadera patria del cobijo y del
encuentro en la inmediatez mutua 11, es obligado, porque es
coherente con todo su contenido.
Las coordenadas del tiempo para el muerto terminaron.
Para el mundo terminarn en el juicio final. Como somos los
vivos, no los muertos, los que hablamos el lenguaje de la esperanza, no es eufemismo decir que hasta ese momento no se resucita plenamente.

11

316

L. BOFF,

O.C.,

44-45.

Conclusin

El camino se hizo andando, no solo, sino en compaa de


los buenos amigos de viaje. Hice lo que me propuse, aprovech generosamente los libros que manej y las revistas que
cito: pero no hubiera arribado a la orilla con facilidad sin las
orientaciones de Ediciones Paulinas. Si gratitud es nobleza,
rendirle homenaje de gratitud es obligado.
De todos modos, arribar no equivall a solventar todas las
dificultades del camino, porque, a pesar de la luz de la fe, la
razn no descansa sobre la experiencia verificada o verificable
en el ms ac. Ciertamente que nunca se ha pretendido esta
certeza dentro de una ortodoxia legtima. Se pretende, y es posible, eso s, que esta certeza sea razonable y razonada. Si lo
consegu, me doy por suficientemente recompensado.
La Biblia es la palabra de Dios transmitida a los hombres
por medio de los mismos hombres. Si esta conviccin es razonable, ser porque el hombre ha comprendido lo que Dios
quiere decirle. Para llegar a esta comprensin necesita tener
en cuenta el ambiente cultural al que pertenece el escritor, los
motivos de expresin de que dispone, la finalidad que se propone al escribir l.
Siendo la Biblia palabra de Dios, no hay duda de que ensea el camino del bien y de la verdad, de la justicia y de la
paz, de la reconciliacin y de la penitencia. No obstante, esto
debe ser justamente asumido y concienzudamente expuesto
con el auxilio de una hermenutica racional y seria, autorizada
y solvente.
1

A. M.

ROGUET,

Iniciacin al evangelio, Paulinas, Buenos Aires.

317

Por lo dems, ensea una verdad religiosa, una bondad


trascendente, una paz que el mundo no puede dar, una justicia
que no siempre comprenden los hombres. Porque Dios habla
para que los hombres se salven, y no para destruirlos en el
campo de las ciencias de la naturaleza. Esta instruccin corresponde a los hombres buscarla, que para eso les dot de inteligencia, libertad, memoria y voluntad.
Si el hombre emplea estas facultades correctamente y con
sentido de su propia limitacin, esa verdad religiosa, esa bondad trascendente no se le presentarn como contrarias a la instruccin cientfica, dado que ni la Biblia ni las definiciones
dogmticas se interfieren en el contenido autnticamente cientfico.
Por ltimo, si ensea la verdad religiosa y el bien moral, la
justicia y la paz duraderas, no puede ensear nada contrario a
ellas. Esas aparentes contradicciones que a simple vista pudiesen parecer tales se resuelven a la luz de la hermenutica, teniendo en cuenta que cuando muchos libros de la Sagrada Escritura fueron escritos era una poca de barbarie moral, y Dios
toma a la humanidad en el estado en que se encuentra. Si el
autor sagrado se expresase en otros trminos, sus destinatarios
no le hubiesen entendido. La pedagoga que emplea el texto
sagrado es una constante en su evolucionar. Una cosa es soportar la dureza del hombre y otra muy distinta su justificacin. Para eliminar esa dureza est la instruccin. Si se habla a
un rufin de delicadeza, de la equidad, del hunor, de la dignidad, es lo mismo que escribir en la arena. Entendera tales
trminos?
Por eso, se hace de todo punto necesario comprender lo
que el autor se propone y conocer el medio cultural en que habla o escribe. Si escribe un poema o emplea un lenguaje apocalptico, no se podrn tomar en sentido material y a la letra
sus metforas o smbolos. Buscar una revelacin en el pintoresco particular de una descripcin es ms ingenuo que sensato. Las imgenes, los smbolos, las figuras son sicmprc ms
circunstanciales que estructurales.
Por no tener en cuenta esta observacin que tambin
cuenta, y mucho, muchos movimientos que se autodefinen religiosos y dicen ampararse en la Biblia, se enfrentan audazmente
con el conjunto de la tradicin cristiana y se emancipan de la
autoridad de la Iglesia.
318

Alguien ha dicho que si se quiere captar lo invisible, hay


que penetrar en lo ms hondo de lo visible. Desde luego, muchos de esos movimientos no penetran en el contenido del
mensaje divino: pero tampoco penetran muchos manuales de
teologa cuando aplican a la revelacin categoras de escuela,
terminologas ms o menos cristianizadas, y en ellas creen agotar todo su contenido. Dios se comunica al hombre tanto de
occidente como de oriente, tanto al griego y al romano, como
al chino y al americano, al europeo como al africano.
Ignoro si este libro incurre en lo mismo que lamento en
tantos otros. Desde luego, no lo deseo. Pero tampoco fue mi
propsito escribir un tratado de teologa escatolgica, sino redactar unas reflexiones en torno a preguntas que flotan en el
ambiente. Me propuse recoger, sin pretensiones, lo que la investigacin teolgica solvente y actual dice en torno al pecado,
al purgatorio, al infierno, al cielo... anteponiendo unas consideraciones sobre la esperanza cristiana. Este fue y es mi propsito.
t
Pero as como no quisiera incurrir en el fallo de los manuales en serie, menos deseara que se atribuyese a estas reflexiones el calificativo de audaces y temerarias. Ni lo deseo ni
creo que merezcan tal honor.
No creo que lo merezcan, porque las realidades escatolgicas sobre las que reflexiono intento meterlas en una dialctica de distincin y de fusin de planos, con el firme propsito
de poner, una vez ms, en evidencia esas frmulas tan tradas
y llevadas por los que ni siquiera conocen su alcance: la verdad
religiosa, la creencia en la vida eterna es deseo, es opio,
es resentimiento, es ilusin ...
Nada de esto puede expresar la fuerza que brota de la fe y de
la esperanza. No puede agotarse en estas escuetas palabras la fe
y la esperanza de un Francisco de Ass, de un Maximiliano
Kolbe, de un Junpero Serra, de un Domingo Savio, de un Francisco Javier, de toda esa plyade de hombres y de mujeres que se
entregan al amor de Dios a travs del servicio a sus hermanos los
hombres. En qu categora encasillaran a Teresa de Calcuta?
Creer y esperar en la vida eterna es estar seguro de que
este mundo no es definitivo; que la situacin actual no permanecer eternamente; que todo cuanto existe -incluidas instituciones religiosas y polticas-, tienen carcter transitorio; que
319

la divisin de razas y clases, pobres y ricos, dominadores y dominados es provisional; que el mundo est sometido a la transitoriedad y al cambio; que el hombre, en fin, no acaba con la
muerte, sino que se transforma para vivir eternamente y en
plenitud una vida misteriosa, s, pero no por misteriosa menos
real.
y para estar seguro de esto se cuenta con una base, con un
hecho que, siendo de por s escatolgico, por el poder de Dios
se convirti en histrico: la resurreccin de Cristo. Lo que justifica que en este libro se le hayan dedicado dos apartados.
La resurreccin de Jess de Nazaret es el signo y la realidad
que garantiza la verdad de la resurreccin universal. Tengo, en
efecto, que los padecimientos del momento presente no son proporcionados a la gloria que est para declararse en atencin a nosotros (Rom 8,18). Esta gloria se declarar cuando Dios sea
todo en todas las cosas, como lo es en Cristo (1 Cor 15,28). Por
serlo, lo resucit. Pero esto suceder en atencin a los que son
de verdad hijos de Dios y son en su vida impulsados y guiados
por el Espritu Santo.
Es razonable, pues, creer y esperar, fiarse y estar seguros
de la propia realizacin en plenitud, a pesar de los sinsabores,
de las incomprensiones e injusticias de la vida presente. Si
Dios no libra a los hombres de estas calamidades inherentes a
la condicin humana, tampoco libr a Jess, su unignito,
hombre como nosotros. Y, sin embargo, 10 resucit. As, la resurreccin de Jess es nuestra garanta.
Esta garanta brota de la fe, no de la evidencia o experiencia verificable y verificada. Afirmar, por consiguiente, que la
fe es razonable no es decir que sea fcil su aceptacin a la razn. Por eso el respeto y la comprensin con los que no creen
es humano y razonable tambin.
Dostoyewsky escenifica esta dificultad en su novela El
idiota. Jess llama Padre a Dios. Durante toda su vida cumpli
a la perfeccin su santsima voluntad. No ohstante, Dios parece
abandonarlo en los momentos que humanamente ms lo necesitaba: Dios mo, por qu me has abandonado?. Esta escena arranca al idiota el grito desgarrado: Ante este cuadro
puede uno perder la fe.
Esta dificultad explica que, como prtico a los novsimos,
reflexionemos sobre la virtud teologal de la esperanza. Porque
320

en la clave de la fe en Dios, sta sale robustecida, dado que,


aunque el sentimiento es sacudido violentamente, la leccin de
confianza en su bondad es inquebrantable: Padre, en tus
manos encomiendo mi espritu. S que quieres que todos los
hombres se salven.

321

INDICE

Pgs.

Contenido.

..

Al lector

7
9

1.

Espera con fe y vers..........................................

17

1.

La inminencia de la parusa

18

2.

El problema
2.1. Los que piensan que habla de la proximidad
del fin del mundo.......................................
2.2. Los que piensan que fall............................
2.3. Los que se abstienen de emitir juicio
2.4. Hacia una solucin coherente.......................
2.5. Consecuencias de la interpretacin personal....

19
19
20
21
21
25

3.

La esperanza
3.1. No es pasiva frente a los dems....................
3.2. Integracin s, ruptura no............................
3.3. En qu consiste la esperanza........................
3.4. Fundamento.............................................
3.5. Consecuencias...........................................

28
28
33
37
37
39

4.

La esperanza compromete
4.1. Compromiso vital
4.2. Cambio de mentalidad................................
4.3. Cuidado con quemarse................................

41
43
46
47
323

Pgs.

2.

Algo sobre escatologa.........................................

49

La ilustracin....................................................
1.1. Kant........................................................
1.2. Hegel......................................................
1.3. Nietzsche y Kierkegaard..............................
1.4. Marx.......................................................
1.5. Reparos de fondo
1.6. Los empeados en la paz y la justicia
2. La esperanza escatolgica......
2.1. Fuente de esta esperanza....
2.2. La escatologa...........................................

52
53
53
54
54
55
56
58
60
61

3.

El pecado original y la limitacin humana...............

65

1.
2.
3.

El mal en el mundo
Un poco de historia
Exposicin doctrinal.....
3.1. La limitacin del hombre
3.2. El pecado.................................................
3.3. En qu consiste ese pecado..........................
3.4. El pecado del mundo..................................
3.5. Transmisin del pecado original....................
3.6. El pecado ante Dios

70
72
73
75
78
79
82
83
85

4.

Hacia una nocin de pecado.................................

89

1.

Perdn de los pecados........................................ 90


1.1. Las abluciones judas.................................. 90
1.2. Las abluciones paganas
91
1.3. El bautismo, muerte con Cristo
92
1.4. Hasta cundo sufrir el hombre la presencia
94
del pecado?
1.5. Qu es el pecado...
96
Rasgos de la moral renovada
98
2.1. Moral de indicativo.................................... 101
2.2. Basada en la persona.................................. 103

1.

2.

324

Pgs.

2.3. Moral de situacin


Moral de actitudes
,.
3.1. No al leguleyismo
,..............
3.2. S a la moral evanglica
3.3. Moral fundada en el amor...........................
4. Conclusin

104
107
112
113
117
120

5.

Muerte, obsesin................................................

123

1.

La muerte y la filosofa
,........................
1.1. La filosofa de la vida
,...........................
1.2. Existencialismo.
1.3. Marxismo
2. Observaciones............
2.1. Ambiente.................................................
2.2. Lugar
l......................

125
126
128
129
132
133
133

6. Sentido cristiano de la muerte...............................

135

3.

1.

Qu dice y qu piensa Jess de Nazaret de la


muerte.............................................................
2. Qu es la muerte
2.1. Qu es el hombre
2.2. La muerte de Jess
2.3. Nuestra muerte
2.4. La resurreccin de Jess
2.5. La muerte es un misterio.......

137
144
147
148
150
153
154

o a..tojuicio? ... 161

7.

El juicio particular: sentencia divina

1.
2.
3.

El juicio particular
"'''".,,
Criterios de decisin: fe yamor .. " " ..,...............
La revelacin y el juicio particular
3.1. La Sagrada Escritura ""..............................
3.2. La tradicin
,
,,""
, "............
3.3. El magisterio de la lalella ""
"............

162
164
166
166
167

168

Pgs.

4.
5.

Qu no es el juicio particular
Presentacin actualizada
5.1. Con la muerte cesa la influencia de todo condicionamiento humano................................
5.2. Ayuda para que esos condicionamientos cesen
5.3. El juicio empieza en esta vida
5.4. Vigilad y orad

173
174
176
178

Cmo hablar del purgatorio hoy............................

181

1.
2.
3.
4.

La Sagrada Escritura
La tradicin......................................................
Reflexin teolgica fundada en la Sagrada Escritura
Principios.....
4.1. Responsabilidad humana.............................
4.2. Pureza y santidad.......................................
5. Documentos eclesisticos
6. Orientacin teolgica actual.................................
6.1. Proceso de plena maduracin.......................
6.2. Oraciones y sacrificios por los difuntos...........
6.3. La vida humana puede y debe ser purificadora

182
184
185
185
186
187
187
188
190
191
193

9.

Existe el infierno? ..... .. .. ... .. .... .. ... .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 197

1.
2.
3.

Enseanzas de la Iglesia......................................
El infierno existe...............................................
Proceso para llegar a esta conclusin.....
3.1. El sheol
3.2. La gehenna..
3.3. El infierno como frustracin..
3.4. Ni sheol ni gehenna: situacin existencial.......
Debe existir el infierno?
4.1. Tiene que ser eterno?
4.2. Cmo es y en qu consiste?
Visin del infierno.............................................
Fe: creer en el infierno.......................................

8.

4.
5.
6.
326

168
171

198
199
201
202
202
203
204
207
207
209
212
214

Pgs.

10.

Qu es el cielo

1.

Qu es el cielo..................................................
1.1. Deseo de inmortalidad
1.2. Vida en Dios............................................
1.3. No es un lugar, es un estado de vida
1.4. Plenitud de amor.......................................
2. Doctrina de la Iglesia
3. Documentos eclesisticos
3.1. Benedictus Dominus................................
3.2. Concilio de Florencia..................................
3.3. Concilio Vaticano 11
4. Cmo se lleg a la formulacin del cielo como estado
5. Conclusin
,.....................

11.

217

218
219
220
223
225
230
232
232
233
234
236
238

La resurreccin de Cristo................................... 241

1.

Hechos relacionados con la resurreccin de Jess de


Nazaret............................................................
2. Soluciones al hecho del cristianismo...................
2.1. El mtodo crtico.......................................
2.2. El mtodo mtico.......................................
2.3. El mtodo espiritual..............
2.4. Valoracin de los tres mtodos
2.5. Solucin de fe
3. Los milagros
3.1. Pruebas?................................................
3.2. Prueba histrica de la resurreccin................
4. El Jess de la historia es el Cristo de la fe..
4.1. Conocimiento histrico...............................
4.2. Conocimiento de ftW
4.3. Conocimiento reaL.....................................
4.4. Se hace ver......
4.5. La apologtica..........

241
243
244
245
246
247
250
253
253
254
255
261
262
263
264
265
327

Pgs.

12. La fe en la resurreccin y su lenguaje...................

269

1. Los milagros, motivos de credibilidad


2. Paradigma de la actitud creyente.........................
3. La jerarqua vela por la unidad de la fe...
4. Lenguaje de la resurreccin
5. El pueblo de Israel cree en la resurreccin............
6. Concepto del ser humano..................................
6.1. Concepcin semtica.................................
6.2. Concepcin helnica
6.3. Cmo se imaginaban la vida de los biolgicamente muertos.........................................
7. De la escatologa a la historia.............................
8. De la escatologa al espacio.
9. Concepto de cuerpo humano
10. El cadver de Jess..........................................
10.1. Camino de la fe......................................
10.2. Unin con Cristo....................................

270
273
276
279
280
282
282
283

13. Luz sin sombras...............................................

299

1.
2.

Deseo natural de perpetuar la vida


Fe en la resurreccin de la carne
'"
2.1. Breve recorrido.........................................
2.2. Garanta de la fe en la resurreccin...............
3. Cmo ser la vida de los resucitados.....................
3.1. Misterio insondable para la razn
3.2. Concordancia de los sinpticos
'"
3.3. Rplica de Jess........................................
3.4. Los horizontes de la fe..........
3.5. Los cadveres

299
301
301
303
307
307
309
310
311
313

Conclusin

317

328

......................

284
285
287
288
291
293
296

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