Hacia El Mas Alla
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Hacia El Mas Alla
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SALVADOR BALTAR
Salvador Baltar, franciscano de la provincia regular de Santiago de Compostela, naci en Herbn-Padrn (La Corua), el 29 de octubre de 1921. Estudi
el bachillerato en el seminario franciscano de su pueblo natal. Curs la filosofa y la teologa en el seminario mayor
franciscano de Santiago de Compostela.
Ordenado sacerdote en 1945, fue destinado a Salamanca para graduarse en la
Facultad de Derecho cannico por la
Universidad Pontificia.
Durante algunos aos ejerci la docencia en el teologado franciscano, actividad docente que comparti con el Instituto "Gaudium et Spes" de Salamanca.
Dejada la enseanza ejerci el ministerio de la predicacin, conferencias y
ejercicios, simultanendolo con el de la
pluma. Colabor en varias revistas. Asisti a varios congresos nacionales con
sendas ponencias: "El Superior local y
sus relaciones con los sbditos, las
autoridades eclesisticas y civiles... ",
"Moral de la pobreza religiosa", "Principios de la Santa Sede y de la Orden
para la renovacin religiosa" y "Obediencia y autoridad", publicadas por la
Confer.
Ultimamente estuvo en Tierra Santa,
donde escribi el libro que, con la ayuda y asesoramiento de Ediciones Paulinas, sale ahora a la luz pblica.
SALVADOR BALTAR
EDICIONES PAULINAS
Ex Bibliotheca Lordavas
CONTENIDO
Pgs.
Al lector
1. Espera con fe y vers................................
2. Algo sobre escatologa...............................
3. El pecado original y la limitacin humana .....
4. Hacia una nocin de pecado.......................
5. Muerte, obsesin......................................
6. Sentido cristiano de la muerte.....................
7. El juicio particular: sentencia divina o autojuicio?
8. Cmo hablar del purgatorio........................
9. Existe el infierno?
10. Qu es el cielo.........................................
11. La resurreccin de Cristo...........................
12. La fe en la resurreccin y su lenguaje...........
13. Luz sin sombras
Conclusin... .... ......... ..... ..... ...........
. ......
Indice............................................................
9
17
49
65
89
123
135
161
181
197
217
241
269
299
317
323
Al lector
11
12
H.
KNG,
G.
CHEVROT,
13
14
15
1.
17
Por esta actitud vergonzante, si no tocada del mismo sentimiento, millones de hombres consideran al cristianismo como
la religin que slo "salva el alma", cuando no lo identifica
con una evasin morbosa, "una obsesin de la carne", un
miedo a todo 2.
La sensibilidad religiosa se rebela contra esta frialdad y se
resiste cuando oye: No hemos escogido la incredulidad;
hemos abierto los ojos en ella... Por su parte mis maestros slo
se preocupaban de ponerme en guardia contra el camino que
aleja de Dios, descuidando mostrarme previamente el que conduce a l (Van der Bosch).
El cuadro deprime, pero no se mejorara escondiendo la cabeza debajo del ala. Por eso unas reflexiones sobre la esperanza escatolgica entran, como en propia casa, en este libro.
1.
La inminencia de la parusa
18
Ma-
2.
El problema
2.2.
2.3.
Las consecuencias que comporta semejante postura son demasiado graves para la conciencia mesinica de Jess, para su
divinidad y, en fin, para toda la cristologa. Son demasiado
graves y muy difcilmente defendibles desde el punto de vista
de nuestra fe en l. Por eso, otros telogos prefieren abstenerse de cualquier tipo de juicio, y constatan nicamente la
tensin entre los textos, como hace, por ejemplo, el gran exegeta catlico R. Schnackenburg: No ha sido posible hacer luz
sobre estos dichos. Parece tambin que la Iglesia primitiva no
supo integrar estas difciles piezas de la tradicin en el conjunto de la predicacin escatolgica de Jess. Quiz la Iglesia
primitiva nos est indicando con su comportamiento cul es el
mejor camino: alimentar una viva esperanza escatolgica, basndose en la vigorosa predicacin proftica de Jess y no sacar, de determinados dichos aislados de Jess, falsas conclusiones sobre su predicacin. La Iglesia primitiva no acept que
Jess se hubiera equivocado. Tampoco nosotros podemos hacerlo si nos mantenemos crticamente conscientes de la situacin total de la tradicin y nos damos cuenta del carcter, sentido y meta de la predicacin de Jess 3.
Actitudes as honran a quienes las adoptan, sobre todo
cuando su prestigio cientfico anda por medio, porque sin duda
es unl actitud humilde y honesta. Con todo, en el fondo, late
cierto escepticismo. Lo que lleva a pensar que ni a los mismos
que la adoptan convence.
2.4.
21
22
23
2.5.
27
3.
3.1.
La esperanza
No es pasiva frente a los dems
28
que su cultura diga serlo. El ambiente influye, e incluso configura. Lo que es viable en una comunidad reducida, no lo es
tanto en una sociedad pluralista, organizada en clave profana.
Que no lo es tanto? .. Es imposible, porque el hombre se
considera con consistencia, con bondad, con verdad, con libertad propias. Si unos aceptan y creen en un futuro trascendente,
seguro, los otros niegan esa trascendencia. Si unos creen en el
pecado original, los otros creen en la naturaleza pura y defienden que al hombre lo pervierte la sociedad.
Por eso el cuadro dibujado en los Hechos de los Apstoles
es un ideal. Ideal que comporta esfuerzo y tensin. De ah que
la misin primordial del cristiano consista en luchar, en trabajar con denuedo para que ese ambiente en que se proyecta no
ahogue lo esencial del mensaje de Cristo.
Lucha y trabajo, que no puede ser crispacin ni violencia,
sino firmeza y paciencia. Orando siempre y sin desfallecer
nunca. No buscando el peligro, no provocando la reaccin,
sino conjurndolos, a base de paciente trabajo y constante confianza. No se olvide que la paciencia es 'Virtud y, por tanto, no
se confunde con el aguante resignado. La pacienda acomete y
emprende, sin concesiones a la demagogia y s con muchas
consultas a la prudencia. Las virtudes son comunitarias: donde
est una, all estn las dems en armonioso cortejo.
Por tanto, la pasividad frente a la inteligencia, a la miseria
de los dems, frente a la manipulacin del hombre por el hombre no es, desde luego, rasgo que caracterice la esperanza cristiana. A buen seguro que una resignacin mal entendida fue
causa, o al menos ocasin, de lamentables equvocos.
Lo ms opuesto al evangelio es la insolidaridad, la despreocupacin y el desinters por las legtimas exigencias de los
hombres. Jess de Nazaret, as como no actu destruyendo directamente el orden constituido por los hombres, tampoco se
encogi de hombros ante la injusticia, la enfermedad, el hambre, el dolor y la muerte.
No obstante, siendo claras las premisas, tuvo que aparecer
el marxismo, con toda su virulencia y exclusivismo, para que el
aspecto social del evangelio apareciese con la fuerza alentadora
con que hoy aparece en el magisterio de la Iglesia.
As se explica cmo durante tantos aos se vino llamando
caridad a lo que simplemente era una elemental justicia; as se
explica cmo hombres que se decan creyentes y que pasaban
31
32
Integracin s, ruptura no
33
ciales, como pretenden los impacientes utpicos. Ms importantes son las tareas que van dirigidas, ms directamente, a la
evolucin y perfeccionamiento de la persona humana y de la
sociedad 6. Es mucho ms eficaz y rentable, tanto para el individuo como para la sociedad, formar al hombre para que
digna y decorosamente pueda ganarse la vida por s mismo,
que socorrerlo con una limosna, por cuantiosa que sea, que le
resuelva el problema de momento.
Por eso dir la constitucin Gaudium el spes: Cuanto
llevan a cabo los hombres para lograr ms justicia, mayor fraternidad y un ms humano planteamiento de los problemas sociales, vale ms que los progresos tcnicos (GS 35a).
Todo lo que sea potenciar la persona humana es evanglico, porque el evangelio es profundamente humano. Y porque
es profundamente humano, es divino, dado que el mensaje que
comporta es el mensaje de Dios que se hace hombre para hablar y comunicarse directamente con los hombres.
He aqu por qu el evangelio es dinamismo, es fuerza divina que brota aqu y salta hasta la Vida eterna. He aqu,
tambin, por qu la separacin entre la creacin y la salvacin,
entre el orden natural y el sobrenatural, entre el amor de Dios
y el amor a los hombres haya que matizarla antes de darle luz
verde. Desde este punto de vista, la consideracin, el valor y
el inters del porvenir de la humanidad y del mundo, en la
vida de un cristiano, ocupa su puesto debido.
El orillamiento de este debido puesto empieza en el punto
de partida de ese abismo que se pretende abrir entre el mundo
actual y el venidero. Que este presunto abismo es real, ah est
para indicrnoslo la insensibilidad de tantos cristianos frente a esa
estadstica sangrante como es la que nos presenta a los dos tercios de la humanidad pasando hambre.
La esperanza que merece reproches y a la que se le oponen
fuertes objeciones no es la esperanza cristiana, no es la esperanza que infunde el evangelio, sino la que est determinada
por estas dos coordenadas: la privatizacin y la ruptura Esta
no es cristiana.
Una esperanza as hace a los hombres egostas. Pueden pasar de largo ante el sufrimiento de los dems ----como pasaron el
sacerdote y el levita del evangelio- porque esperan para s algo
6
L. BOFF,
O.C.,
125.
35
mejor. Y porque en realidad pasaron -desgraciadamente continan pasando!- parapetados en un sistema envejecido y que
hace agua por falta de imaginacin, en el que los intereses
creados deciden y dan la ley, en el que la Iglesia se vio envuelta,
la esperanza marxista se propag rpidamente, reservndose el
protagonismo de la liberacin total del hombre.
El hombre de hoy no acepta la credibilidad del evangelio,
no cree en su fuerza liberadora. Ha perdido la confianza en l.
No porque su actualidad caducase, no porque su fuerza inspiradora disminuyese, sino porque los cristianos han sido y continuamos siendo infieles a l. Nos hemos perdido en una serie
de detalles y hemos orillado lo fundamental.
A pesar de todo, Dios contina fiel a su plan de salvacin,
contina sacudiendo al hombre de su sueo, recordndole, por
mil medios, su infidelidad. El sufrimiento y el fracaso son la
intervencin de Dios para que el hombre no se instale en una
condicin, que no es la bienaventuranza a que est llamado.
En la historia del Israel antiguo, as como en la de la Iglesia,
los enemigos y los adversarios ejercen una funcin providencial. Cada vez que la Iglesia deja perderse o descuida una
parte de la verdad de que es depositaria y que est obligada a
hacer fructificar, se levanta un adversario en nombre precisamente -ironas de la historia!- de ese fragmento de verdad
abandonada por la Iglesia, y ataca a la cristiandad, usando
como arma esa verdad parcial 7.
La historia es rica en estos casos y los testimonios abundan:
por el Renacimiento y la reforma, la tentacin del poder temporal y de la tirana intelectual se alejaron de la Iglesia. El racionalismo impidi que se enlodase en el fango de una tica
morbosa. El socialismo la despert de su sueo para que la separacin entre lo individual y lo social, con un olvido peligroso
para ste, no la llevase a la prdida de la credibilidad como rbitro de la verdad, de la justicia...
La Iglesia es sacramento de salvacin para todos, para ricos
y para pobres, al margen de la voluntad de los hombres, porque sta es la finalidad que le otorg su fundador. Los hombres a quienes se les encomend su gobierno no pueden apartarse de esa su finalidad. Si se apartasen, tienen el deber de
7
36
rectificar. Deber que no es fcil eludir, aunque su cumplimiento no siempre sea fcil.
A la Iglesia, como institucin, no se le encomend la solucin de los problemas econmicos, sociales y polticos. El bienestar material de los ciudadanos es urgencia del poder civil.
Pero como est en este mundo, y est para dar testimonio de
la verdad, de la bondad y de la justicia, si no lo diera, otros
vendrn que lo hagan en su lugar, pero atacndola.
No est en su mano la solucin. Por eso los inquietos y los
impacientes, ms que resolver, complican y endurecen la situacin, porque se les considera intrusos. No as a los que esperan
con fe, actan con confianza, hablan con equilibrio y tienden
la mano con generosidad.
3.3.
En qu consiste la esperanza
En buena lgica y en armona con el" evangelio, no son separables la creacin de la salvacin, la tica de la religin.
Si el hombre fue creado para salvarse, su salvacin empieza
aqu. La consumacin de la misma, su realizacin en plenitud
depende de Dios, pero con su colaboracin porque sigue teniendo actualidad aquello de san Agustn: El que te cre sin
U. no te salvar sin tu cooperacin.
La esperanza cristiana se funda en esta voluntad positiva de
Dios de salvar a todos los hombres y en la cooperacin de stos
con l. Y esa esperanza mira, no a la desaparicin del sufrimiento, del dolor aqu y ahora, sino, a pesar de todo, a la lucha contra el pecado y contra la muerte despus de la muerte.
El cristiano espera y, porque espera, trabaja y se violenta para
que el pecado desaparezca y, con l, desaparezca el trgico terror
a la muerte. Espera, aguanta, no pasivamente, sino en consciente
y constante tensin.
3.4.
Fundamento
No confa esta destruccin a la eternidad, sino que la espera en el tiempo, porque sabe que en el tiempo juega la baza
de la eternidad. No la confa a la eternidad, porque la esperanza termina con la muerte. El que cree sabe que la muerte
37
38
tonces creerles es razonable y, por lo mismo, razonable es tambin fundar en esta fe la esperanza.
Siendo as las cosas, como lo son para el cristiano, la resurreccin de Jess le asegura que el pecado y la muerte estn
heridos de muerte. Por lo tanto, una vez que lo esencial est
realizado, el cristiano debiera ser una persona de gran jovialidad, buen humor y alegra cordial. El horizonte se le muestra
sin nubes, los monstruos que devoraban nuestro futuro han
sido conjurados, el fin-meta est garantizado 9. Su esperanza
debiera ser la expresin del optimismo en todas sus facetas.
3.5.
Consecuencias
39
40
4.
La esperanza compromete
12
41
4.1.
Compromiso vital
44
vez, a las vctimas, que los adversarios dicen serlo de la doctrina evanglica.
Esos millones de seres humanos que mueren de hambre es
posible disminuirlos. Bastara que los privilegiados redujesen
su presupuesto y renunciasen a algo de lo mucho que les sobra. Bastara que las multinacionales, en lugar de asentar como
principio el haber, se ajustasen al del amor.
La credibilidad de la esperanza se mide por su tensin interior; porque el compromiso eficaz para la transformacin del
mundo es una dimensin interior de la esperanza, lo mismo
que las obras son un momento activo de la fe y no slo su
fruto o consecuencia. El nico modo de hacer creble nuestra
esperanza en el futuro absoluto, dado por Dios, consiste en verificarla en la historia, aceptando que el porvenir intramundano es la mediacin necesaria del porvenir trascendente, la
espera de la esperanza 13. Si uno espera intensamente, acepta
esa mediacin, no slo intelectualmente, sino activamente, haciendo por su parte que sea lo ms ajustada posible al plan de
D~.
'
Comprender la necesidad de esta mediacin, incluso hasta llegar al cambio, cuenta y cuenta mucho. Pero insistir urge, aun
cuando las coyunturas externas, econmicas y sociales, tengan
una importancia considerable por la ayuda o el obstculo para
esta evolucin espiritual y moral; cambiar al hombre sigue siendo
ms importante que cambiar las instituciones. Si la mentalidad
del hombre no cambia, las estructuras en sus manos seran algo
muerto.
La fe, unida a la esperanza, exige un cambio de perspectiva. A este cambio se resisten de ordinario los hombres, porque el cambio casi siempre supone algn riesgo. Los hombres
aman y buscan la seguridad. Pero el cristiano, fiel a su vocacin y consecuente con la gracia de su conversin, tendr que
soportar la incomprensin, cuando no la persecucin por parte
del contrario. Al fin, contina siendo de actualidad que el
reino de los cielos padece violencia y lo arrebatan los que se la
hacen.
13
O.C.,
22.
45
4.2.
Cambio de mentalidad
46
Ch. MOELLER,
O.C.,
111, 195.
4.3.
47
gen de la vida cristiana, que el inters por el mundo debe provocar la fe y la vida religiosa de los cristianos. Sin embargo:
1. o El cristiano no puede invertir los valores. El trabajo
por el trabajo no tiene sentido. El trabajo terreno es siempre
un medio, nunca un fin en s mismo.
2. o No puede convertir su vocacin humana en simplemente terrena. Est llamado a la bienaventuranza y esa llamada graciosa puede no escucharla; pero entonces se sita al
margen del plan divino.
3. 0 No puede confundir el mejoramiento, el progreso material propio ni el de los dems con el reino de Dios.
4. 0 No puede reducir el mensaje evanglico y la vida cristiana a su compromiso de liberacin material. As como tampoco puede prescindir de las repercusiones en la vida que tiene
la misin espiritual de la Iglesia. Afirmar que su misin exclusiva es salvar las almas, excluyendo cualquier intento de la
Iglesia por humanizar el mundo segn el evangelio es, a su
vez, inaceptable. Se puede salvar la parte sin salvar el todo?
15
Ch. MOELLER,
O.C.,
IV, 147.
La clave de estas reflexiones la encontrar el lector en el artculo de BoNIFACIO FERNNDEZ, Esperanza cristiana, en el nmero citado de Misin
Abierta.
16
48
2.
H.
KNG,
49
El lenguaje de la Biblia posibilita la comprensin de la coherencia del mundo, coherencia que puede percibirse tras los
fenmenos y sin la cual nos sera imposible establecer una tica
y una escala de valores. Con todo, este lenguaje es ms afn
a la creacin literaria que al de las ciencias naturales 2. De
ah que las imgenes y las soluciones que se emplean en esas
pistas apuntadas por los ilustrados sean a manera de hijos
bastardos de la esperanza cristiana.
La palabra de Dios no prejuzga ni define los postulados de
la ciencia. No est en la misma lnea, sino que apunta a lo que
sta no puede verificar.
No es prudente atenerse al sentido vertical de las elucubraciones humanas, dndole valor absoluto, cuando el problema
que en ellas se ventila contina siendo una cuestin abierta.
No lo es, porque la experiencia ensea que es mucho ms frecuente la diversidad que la unanimidad en la apreciacin de las
cosas, de los hechos, de las realidades.
Slo Dios es absolutamente vertical. El hombre, por ser hechura e imagen suya, tiende a esa verticalidad, tiende a constituirse doctor y maestro. Se olvida, con ms facilidad de la debida, de su historicidad, tanto que muchas veces, creyndose
original, no hace otra cosa ms que reproducir lo que muchos
aos antes se haba dicho o hecho.
La lnea ms corta entre dos puntos es la recta: Dios y el
hombre. Cuando ste se propone la conquista de la verdad, del
bien, de la justicia absolutos, cuando intenta descubrir la finalidad de la historia, lo hace a travs de las cosas, de relaciones,
de conceptos, de sus semejantes. Hay ms horizontalidad en su
empeo que verticalidad. La multitud de rboles le impide ver
el bosque. De ah la relatividad, todava ms, la caducidad de
sus afirmaciones.
Esto es lo que la historia del acontecer cotidiano constata,
si se observa desinteresadamente, y con serenidad de juicio.
Por eso, antes de ilustrar el hecho, con la humildad suficiente,
tratemos de puntualizar, a la luz dc la revelacin, d plan \.k
Dios sobre la creacin y, por tanto, del hombre.
El hombre sin Dios se desorienta, incluso llega a considerarse nada. La historia para l se reduce a un punto de vista
sobre la nada, dado que el mundo no es.
2
50
H.
KNG,
a.c., 340.
51
1.
La Ilustracin
Kant
Estos hombres estaban animados por la idea de que la historia humana se mueve hacia una definitiva meta intramundana en un proceso continuamente progresivo. De ello nos da
buena cuenta Manuel Kant: Manifiesta la esperanza de que el
gnero humano camina de lo peor a lo mejor en una continua
evolucin ascendente. Aunque la evolucin exterior y tcnica
se anticipen temporalmente a la moral, las disposiciones del
hombre se desarrollarn incontenibles y se impondrn por fin.
El racionalista ilustrado, por consiguiente, tiene su escatologa, mira hacia un futuro; pero en ese futuro cuenta slo la
totalidad, el individuo contina en su incertidumbre, cargando
con la desesperanza de una respuesta a su angustia.
1.2.
Hegel
Nietzsche y Kierkegaard
La desconsideracin al individuo en el pensamiento hegeliano oblig a Nietzsche a idearse el superhombre, al hombre capaz de romper todas las tablas anteriores por las que se
haya orientado la humanidad y crearlas nuevas en todos los terrenos. Si Hegel sacrifica al individuo en aras de la colectividad, Nietzsche lo eleva tanto que 10 reduce a una ilusin. Para
l, el fin del hombre ni es Dios ni el estado ni la cultura, es
ese ser superior que tiene nimo y fuerza para autocomportarse por su cuenta, independientemente de cualquier norma
anterior a l: el superhombre, como l 10 llama.
Para Kierkegaard el superhombre es una utopa; los humanos slo en Dios encuentran su plena realizacin, su salvacin. Sin embargo, ni para Nietzsche ni para Kierkegaard, a
pesar de su defensa del individuo, cuenta su historicidad: el
primero la desconoce y en el segundo no se ve clara. Parece
reducirla a la intimidad. La publicidad y el sentido comunitario
no son notas que la historicidad aada a la temporalidad del
hombre. De ah que los pecados y los pecadores no estn
unidos por una comunidad que los embarque.
1.4.
Marx
54
Reparos de fondo
Continuar ampliando el abanico de escatologas ilustradas, sera acaso erudicin, pero innecesario para el objeto
de nuestro tema. Lo que urge es, s, su calificacin.
Sorprende el verticalismo de estos pensadores o, tal vez
mejor, su alucinacin a la luz de la historia y al contraste de la
experiencia. Parece que piensan y escriben para ngeles. Aunque de palabra admitiesen la historicidad humana con todas
sus notas, de hecho la ignoran, desde el momento en que no
tienen en cuenta la realidad del pecado y, por ello, la inviabilidad de sus sistemas.
,
Al hombre de a pie todas estas elucubraciones lo dejan al
desamparo. La evolucin ascendente en la lnea de progreso
estar siempre condicionada por la libertad del hombre. Los
que se ilusionan con las grandes conquistas de la ciencia y de
la tcnica que recuerden la ltima guerra, los campos de concentracin, los hornos crematorios, las vctimas del terror, Nicaragua, Afganistn... Recordar que en la actualidad se vive
con ms inseguridad que antes contribuir sin duda a bajar el
tono de su optimismo ilusorio.
El progreso de por s no puede ser fuente de mayor felicidad si no se orienta a la paz, a la convivencia, a hacer un
mundo mejor. Slo el desconocimiento de la antropologa
puede explicar el entusiasmo que despiertan las escatologas
mundanas.
No obstante, esta falta de ilusin, la conviccin de que ninguna de las escatologas intramundanas representan una meta
definitiva, no es motivo para argir pesimismo. Mejor habra
que decir que esta actitud es hija de un austero pero esperanzador realismo.
No es pesimismo, porque quien cree en el plan de Dios conoce una autntica meta hacia la que camina con un sobrio
sentido de la realidad. Y, en segundo lugar, es gratuito afirmar que esta conviccin sea opio o sucedneo utpico, porque
55
1.6.
Las respuestas nudamente racionales, a pesar de su insuficiencia, no hay duda que fascinan y contagian a muchos que se
dicen, por otra parte, creyentes. En nombre de la idea cristiana de salvacin, muchos cristianos han llegado a considerar
los intereses socio-polticos de instaurar la justicia y la paz en
nuestra historia presente como una empresa puramente humana, que pone en peligro la salvacin por la fe, dice Schillebeeckx.
El peligro es evidente. Pretender traducir en pura consideracin humana lo que en realidad pertenece al mundo de lo
trascendente y, por tanto, es ms fruto de la actuacin divina
que del esfuerzo humano, compromete en profundidad el
principio de la fe sobrenatural. Lo compromete, porque es una
utopa, una ilusin, y la utopa, en sentir de los pensadores,
no es ms que la proyeccin de unos deseos insatisfechos al
ser contrastados con la realidad.
Por muy ilusionados que se sientan los que buscan con denuedo respuestas definitivas a las universales preguntas: de
dnde vengo?, a dnde voy?, o despus de la muerte, qu?,
por mucho que los hombres de la Ilustracin ponderen el progreso de la ciencia y de la tcnica a partir de ella, el hombre se
ha esforzado siempre con su trabajo y su ingenio en perfeccionar su vida. Es cierto que en nuestros das ha logrado dilatar y
contina dilatando el dominio sobre casi toda la naturaleza
y con ayuda, sobre todo, del aumento experimentado por los
diversos medios de intercambio entre las naciones, la familia
humana se va sintiendo y haciendo una comunidad en el
mundo. De donde resulta que gran nmero de bienes que
antes el hombre esperaba alcanzar sobre todo de las fuerzas
superiores, hoy los obtiene por s mismo. Se consigui desmiti4
56
M.
SCHMAUS,
y proteccin en Dios, en cuanto que Dios le promete un porvenir; si bien la certeza del futuro le obliga a no descuidar las
tareas temporales presentes.
Dios encomend al hombre la misin de trabajar y de crear
nuevas posibilidades para conseguir un modo de vivir ms humano, ms justo, ms equitativo. Pero no le encomend la manipulacin de la justicia y de la paz. Estas estn por encima de
sus posibilidades. Se buscan, se desean con afn; pero su realizacin en plenitud y perfeccin no es objeto material ni formal
del deseo. Su realizacin en el mundo es una preocupacin
constante de la sana filosofa poltica. El fracaso en este extremo lleva a muchos a la crispacin, al no ver realizados sus
deseos. El estado ideal de paz y de justicia, la utopa poltica
se ha concebido siempre como la ms dura crtica del egosmo
y de la codicia de los poderes y de la hipocresa social, dice
Pedro Rocamora en su discurso de ingreso en la Academia de
Doctores.
La preocupacin constante por un mundo mejor estimula el
deseo. Pero ese mundo justo, equitativo y en paz es un ideal.
Desde el momento en que ese ideal se realizase dejara de tener sentido la preocupacin y el deseo que la estimula. Esto no
es posible, porque no hay sociedad, ni sistema poltico, ni
hombre que haya dado en su vida bastante amor, verdad, libertad, belleza, bondad, alegra, justicia y paz para que puedan decir que nada les falta. El objeto del deseo y de la preocupacin se agotan aqu, en el ms ac. Mientras que el de la
esperanza cristiana termina en el ms all. Porque esperamos
en lo que creemos. Y el creyente tiene buenas razones para estar seguro de que su esperanza no quedar defraudada. Sabe
que es trascendente y que esta trascendencia se afirma en la
palabra de Dios.
La fe es un firme de cosas que se esperan; es una conviccin acerca de realidades que no se ven. Si la justicia y la paz
perfectas son algo trascendente, considerarlas como una empresa puramente humana no es cristiano.
2.
La esperanza escatolgica
Toms Moro, que ha puesto en curso corriente la categora no espacial de la utopa, ha escrito: Confieso sincera58
La imaginacin, aprovechando elementos persistentes siempre en el hombre, construye un mundo ideal en funcin del
cual vive la realidad presente. Estimula constantemente su deseo. No lo construye sin base alguna, sino que mirando en
torno a s, reflexiona sobre la injusticia, la manipulacin del
hombre por el hombre, la guerra, la violencia y se imagina sacudir todo eso, recuperando su libertad y su bienestar. Reniega
del presente y del pasado y se orienta hacia un futuro mejor.
Pero ese futuro mejor no lo ve, no lo alcanza aqu, en la vida
presente. Ha sido vctima de un engao del autor de su naturaleza? Una respuesta afirmativa es incompatible con la opcin
fundamental del creyente.
De dnde saca ste su confianza? El creyente espera firmemente, a pesar de que sus deseos no se realizan aqu ni a
corto ni a largo plazo. Por qu espera? Porque cuenta con (a
revelacin.
Sin embargo, contestar simplemente porque cuenta con la
revelacin, no es una respuesta completa. La revelacin no
cae del cielo. No se comunica Dios con el hombre nicamente
para llenar lagunas, para quemar etapas. Sino que se comunica
en continuidad con las luces que el mismo Dios dej en la
creacin, para que el que las busque con limpieza de corazn
las encuentre.
La revelacin se produce en la historia del hombre. La historia es vida vivida y experimentada por los hombres. Esa vida
vivida est diciendo que la revelacin viene a confirmar esas
luces que se desprenden de nuestras tendencias, de nuestros
anhelos de supervivencia y de perfeccin.
Nunca se encontrar un hombre que d en su vida bastante amor, verdad, bondad, libertad, belleza y alegra. Vivimos siempre tensos hacia un nuevo maana. El hombre no
sabe de lmites...
Esto es maravilloso: la esperanza existe. Esperanza en una
humanidad ms humana, en un estado perfecto o simplemente
en un futuro mejor. Es sorprendente, pues lo ltimo que nos
60
La escatologa
61
perfeccin, no con aguante fatalista, sino con tensin de futuro. El acepta la unidad y la dinmica temporal que funda su
presente en el pasado y tiende hacia el futuro. Un mismo impulso de fe y de esperanza hermanan el pasado con el futuro
escatolgico .
Porque el hombre tiende al futuro, mira hacia l. Y de ese
futuro le habla la escatologa. En ella encuentra la respuesta
al sentido de la historia, tanto en su totalidad como en la realizacin concreta que de ella hace cada individuo. Por consiguiente, la escatologa versa, antes que sobre las cosas finales,
sobre el fin de la realidad creada; entendiendo la palabra
"fin", no slo ni principalmente en sentido de trmino, sino
ante todo en el de finalidad.
Hacia ese acontecimiento futuro se mueven todos los
sucesos de la historia. Entonces la historia, y con ella los hombres que la escriben, se orienta, tiende hacia la instauracin
efectiva del reino de Dios. Pero la instauracin del reino de
Dios la presenta el Nuevo Testamento mediante la resurreccin
de Cristo. Ms an, la resurreccin de Jess viene a ser como
el acontecimiento estructurador del destino de toda la realidad
creada.
Por eso la escatologa tiene sentido, no desvinculada del
misterio pascual, sino a su luz y en ntima unin con l. Cristo
ha resucitado y, resucitando, venci la muerte. Y como los que
creen en l forman con l un todo, habiendo l resucitado,
ellos resucitarn tambin.
Por otra parte, Jess al resucitar fue constituido Seor y su
seoro se extiende, no slo a los hombres, sino a todo lo
creado. Porque todo ha sido redimido por l. Como todo esto
lo creemos y confesamos desde las sombras de la fe, no puede
verificarse por la experiencia; la promesa de que todos resucitaremos con l y como l y que a todo y a todos llega su seoro, tiene que cumplirse mediante su parusa, en el momento
que venga a juzgar.
Dicc san Pablo quc "si Cristo no ha n:sucitauu, vana es
vuestra fe, estis todava en vuestros pecados (1 Cor 15,17).
Parafraseando este texto escribe Ruiz de la Pea: Si no hay
parusa, vana es nuestra esperanza, el mundo no est salvado.
La finalidad de la realidad creada es su glorificacin en
Cristo y para Cristo. Por tanto, el seoro de Cristo sobre ella
se manifiesta por la parusa, esto es por la segunda venida,
62
aunque la ndole reveladora de la parusa no agota el contenido que el deseo simplemente humano le atribuye.
El seoro de Cristo es tan real hoy como lo ser en el momento que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos;
pero ahora se ve a travs de las oscuridades de la fe. Y porque
es real, est plenamente justificado el tiempo que media entre
la pascua y el ltimo da, el fin o, mejor, la transformacin
universal. De hecho --dice Ruiz de la Pea-, el Nuevo Testamento presenta la parusa como algo ntimamente imbricado
con las restantes realidades escatolgicas: resurreccin, juicio,
nueva creacin.
Hay que evitar la impresin de que lo esperado al final de
la historia es un conjunto heterogneo de sucesos varios y plurales, slo unificados por la coincidencia cronolgica, pero independientes entre s. Esta heterogeneidad y pluralismo los
neutraliza el mismo latir de la escatologa que reflexiona sobre
el futuro partiendo del presente. Ella nos da la clave para entender la finalidad de la historia humanll,.
Que no se empeen los hombres en buscarla en el progreso
ni en ese tan decantado paraso preconizado por el marxismo.
No est en el progreso, como se ha dicho, ni tampoco en el
proclamado paraso marxista; sencillamente, porque ste no
existe como lo demuestra la experiencia de ms de sesenta
aos.
La esperanza cristiana no se agota en la parcela de la salvacin del alma, sino que entra en todos los mbitos del ser humano y de la misma sociedad con personalidad propia y derecho indiscutible. Si se le niega esta capacidad, se recortan los
horizontes del hombre y, por tanto, ste se siente frustrado. Si
se le apaga esta luz, se desorienta y extrava, porque la razn
humana sola no es suficientemente orientadora para guiarnos
en el mundo del ms all.
Mientras el hombre se vea slo a la luz de su propia razn,
no llegar nunca a comprenderse plenamente. La independencia de que hace gala le mete ms y mejor en su propio vaco.
Rechazar la luz que Dios puso en el mundo para iluminarlo, es
lo mismo que condenarlo a vivir en perpetuas tinieblas, es lo
mismo que canonizar el agnosticismo.
En efecto, a la luz de la revelacin el hombre comprende
que es un ser animado, un cuerpo viviente pero racional, a
travs del cual se relaciona con la naturaleza creada y con su
63
propio contorno. Comprende el sentido profundo de la solidaridad, porque su tendencia a relacionarse con los dems le confirma en su propia existencia y le demuestra su identidad personal. Comprende que el tiempo y el espacio, la ubicacin histrica y geogrfica condicionan su persona y, por lo mismo, su
actividad. Las categoras de tiempo y espacio son las dos coordenadas dentro de las que se mueve; pero comprende que se
mueve hacia un futuro, misterioso y oculto, pero estimulante y
necesario.
Comprende que ese futuro misterioso no tiene slo sentido
porque tiene y debe de salvarse l, sino que en funcin del futuro gira toda la creacin. El problema que plantea la escatologa no se reduce a slvese quien pueda y quiera, sino que,
habiendo resucitado Cristo, todos resucitarn con l, y sobre
todos y sobre todo ejerce su seoro. Por eso en realidad, as
vistas las cosas, la escatologa no es ms que una cristologa
desarrollada, es una cristologa csmica 6.
64
3. El pecado original
y la limitacin humana
Muchas veces se dice predicar y hablar de Dios, de las demandas de la justicia, de la necesidad de la moderacin y del
ahorro, y se est pensando y actuando en lo~propios intereses,
en la felicidad personal, con olvido grave de "la situacin agobiante de nuestros conciudadanos. Ocultar bajo el manto de
una pretendida fidelidad a la fe los propios fallos, defender
posturas doctrinales como si fuesen dogmas o verdades reveladas no disminuye el clima de agnosticismo y arreligiosidad
que se respira, sino que lo aumenta.
Los impugnadores de la existencia de Dios se escudan en
estos desvos, en estos alardes de fidelidad pretendida a preferencias de escuela, ms que a la integridad de la fe, para justificar sus ataques. Tanto ms cuanto que a una buena parte de
los que se le oponen no les preocupa tanto su contenido doctrinal cuanto el comportamiento de los creyentes. Ms que estudiar desapasionadamente el evangelio, observan la conducta de
los que se dicen sus seguidores.
Quiz Nietzsche, al intentar sustraerse a la objecin de que
la historia no est en manos del hombre, que vuelve la vista a
ella como a un dato inmutable, ingenindose el superhombre,
haya hecho el ms fiel retrato del mismo. El orgullo y la soberbia fueron la causa de su ruina.
Pues bien, cuando Feuerbach, haciendo sobria filosofa,
dice que la conciencia finita no queda "superada" en la infinita, ni el espritu humano en el espritu absoluto, sino que,
por el contrario, la conciencia infinita queda "superada" en la
conciencia finita y el espritu absoluto en el espritu humano,
est levantando una estatua monumental al deseo desordenado
de propia exaltacin. Estatua con pies de barro, eso s!
Cuando unos dicen que la vida eterna es la proyeccin de
un deseo, otros que es la vana esperanza para oprimidos)),
aqullos que es la regresin irreal propia de una inmadurez
psquica)), todos estn negando a Dios, todos estn al margen
de la trascendencia y nos estn diciendo que nada que no sea
verificable es real y, por tanto, que el punto de partida y de
llegada no es que venimos de Dios y a Dios vamos)), sino que
partimos del hombre para terminar en l. As, el hombre est
de enhorabuena, porque Dios no existe, Dios no es otra cosa
que la proyeccin de ese mismo hombre)). La conciencia de
Dios es la autoconciencia del hombre y el conocimiento de
Dios, el autoconocimiento del hombre)). O con menos pala66
67
69
1.
El mal en el mundo
70
71
2.
Un poco de historia
3.
Exposicin doctrinal
Nada de particular tiene todo esto, porque la Iglesia es depositaria de la revelacin, que guarda con lealtad inquebrantable. Ante cualquier aportacin que aparentemente comprometa esa lealtad, sus custodios no pueden ni deben permanecer
indiferentes. Pero s tendrn que tener la suficiente prudencia
para que los hombres continen su camino, el camino que
Dios les ha trazado: Creced y trabajad)). Realizad vuestra
perfeccin. Alcanzad las cumbres a que estis llamados en
todos los rdenes. Uno de estos trabajos, una de estas cumbres
es la bsqueda de la verdad, es el esfuerzo para que la fe impregne la vida, para que la fe divina no se separe de la razn
humana, sino que se comprometa con ella.
No se trata de sacrificar la filosofa a la teologa, la ilustracin al cristianismo, la razn a la fe, sino de potenciarlas a la
hora de explicar y exponer la revelacin.
La concepcin dinmica del mundo hoy, en contraposicin
a la esttica de tiempos pasados, el sentido crtico contemporneo, el fuerte deseo de autenticidad obligan a buscar pistas que
hagan aceptables, comprensibles al hombre actual las verdades
reveladas y las definiciones de la Iglesia. Sin duda que, si los
Padres de Trento hubiesen contado con los conocimientos
aportados por la ciencia con que se cuenta en la actualidad,
habran definido la misma doctrina expresndola en otros trminos. Si los presupuestos de que partieron hubieran sido los
que privan hoy, cmo y en qu trminos formularan sus cnones?
El creyente debe liberarse del prejuicio de que la fe y la
ciencia son irreconciliables. Slo las verdades cientficas son
verificables? Es imposible verificar las de fe? Si nicamente
existe verificacin en sentido estricto, si slo lo emprico es verificable, las verdades de fe no son verificables. Pero existe una
verificacin hermenutica en sentido amplio. Existe un arte de
interpretar lo que se dice y lo que se hace. Y en este sentido
las verdades de fe son verificables, porque son razonables e inteligibles. Por tanto, si lo que es en general inteligible puede
tener pleno sentido, entonces Dios es verificable 3, Y con l
todas las verdades que ha comunidado a los hombres.
Por el contrario, si a Dios lo pudisemos encontrar empricamente en el espacio y en el tiempo, si el hombre lo pudiese
3
74
H. KNG,
O.C.,
749.
3.1.
de la redencin es mucho ms; porque ella habla elocuentemente de que Dios quiere positivamente que todos los hombres se salven, que todos participen de su vida, que todos sean
felices, que todos vivan en la unin de corazones. Siendo as,
no es posible que lo haya creado, que haya salido de sus divinas manos tocado en el ala, por incluir ello una contradiccin.
Entonces, supuesta la situacin de la humanidad, tiene que
haber una motivacin en Dios que escapa a nuestra capacidad,
para que sea inteligible que, a pesar de todo, las cosas discurren como discurren.
Si la criatura predilecta de Dios fuese pecadora porque l la
cre as, Dios sera el autor del pecado y nunca el escritor sagrado pondra en sus labios la expresin de que era muy
buena. Su grandeza le viene, indiscutiblemente, del Creador,
as como su desnudez deriva directamente de su grandeza. La
grandeza de ser libre y el poder usar libremente de su libertad
le hundi en la cada.
El hombre es una obra perfecta que sale de las manos de
Dios. Participa de su grandeza. Su grandeza consiste en ser
una criatura inteligente y libre. Por ser libre es capaz de amar
y de aborrecer. Creado para amar, ese hombre experiment la
curiosidad de saber. Como poda experimentarla, quebranta
una de las leyes que conforman su naturaleza, rebasando con
ello su limitacin personal.
Todas las dems criaturas permanecen fieles, por necesidad, a las leyes que su Creador les impuso. No pueden, son incapaces de quebrantarlas, ni tampoco quieren, porque carecen
de capacidad para ello. Si se pudiese hablar de amor y de alabanza, habra que decir que aman y alaban a su Creador ajustndose indefectiblemente a las normas que les impuso.
El hombre, en cambio, puede quebrantar las suyas y, a su
vez, puede permanecer fiel a ellas. Las puede no cumplir porque precisamente es inteligente, tiene voluntad dinmica, no
esttica. Es consciente de s mismo y de su relacin con Dios.
Si no fuese libre, si no gozase de este conocimiento y no fuese
consciente de esta relacin, no habra tampoco para l la posibilidad de conculcar las leyes que le configuran, limitan y mediatizan. Es consciente de su relacin de dependencia, porque
es capaz de conocer la existencia de lo absoluto.
Dios le concedi este don, consciente de lo que poda ocu-
76
rrir y, una vez concedido, se lo respetar con religiosa delicadeza. Ha querido que gozase de esta mxima dignidad, hasta
el extremo que prefiri correr el riesgo de que el hombre, rebasado por ella, abusase, la emplease mal. Libremente lo cre,
y lo cre perfecto en su naturaleza de criatura. Pudo no
crearlo; mas, si lo crea a su imagen y semejanza}), no puede
crearlo ms que limitado. Si lo crease ser absoluto, sera lo
mismo que negarse a s mismo, lo que supone un absurdo.
Por qu Dios, consciente del riesgo que corra, lo crea? La
grandeza del hombre es mucha, pero no es tanto que pueda
comprender este misterio. La existencia de los misterios entra
dentro de la constitucin limitada del hombre.
Topamos, pues, con el misterio, y la actitud de la criatura
ante el misterio, la actitud ms razonable y digna es confesar y
reconocer en verdad su limitacin. Indudablemente que para
aceptarla no basta reflexionar sobre la antropologa y concluir
la reflexin en ella. No puede, no debe ser el hombre el trmino de la reflexin humana, como quier~ Feuerbach. La suya
empieza por Dios, para negarlo. Contintla con la razn, porque anhela la verdad, esto es, la unidad, la determinacin, la
incondicionalidad. Para terminar con el hombre, porque
quiere terminar con la antigua dicotoma entre el ms ac y el
ms all}).
Si el hegeliano que se convierte en ateo acusa a los telogos catlicos de sacrificar la antropologa a la teologa porque piensa que achica al hombre, l sacrifica, destruye la teologa en aras de la antropologa. Para encumbrarlo, para enaltecerlo? ..
La teologa lo enaltece, lo encumbra, lo eleva, lo dignifica,
porque lo sita en el puesto que le corresponde: interlocutor
de Dios. Dios quiere al hombre, y as lo acepta, como dialogante vlido, capaz de tomar sus propias decisiones, antes de
dar su respuesta ser libre. Mas, por serlo, ser de ella responsable.
La responsabilidad comporta aceptar las consecuencias de
su decisin, sean stas favorables o contrarias. Libertad y responsabilidad son trminos correlativos. La responsabilidad por
las consecuencias que de su decisin se derivan, habla, dice y
ensea que es libre, independiente de toda coaccin fsica;
pero, a la vez, que su libertad es ligada, es obligada. Es libre
para decidirse, mas no para eludir la responsabilidad de su de77
cisin. Si decide olvidar o negar su condicin heternoma, tendr que cargar con las consecuencias de su decisin.
Ha sido creado perfecto, ha sido creado por gracia y en
gracia. No se ha creado ni se pudo crear a s mismo y, por
consiguiente, debe aceptarse como es, no como deseaa ser.
Esta perfeccin graciosamente recibida le haa feliz, aunque
hubiese de pasar por el trance de la muerte biolgica. Pero
esta perfeccin la posee en el plano de criatura. Por eso, si psicolgicamente puede decidirse por la dependencia o por la
autonoma, tendr que hacerlo con responsabilidad. En el plano
de criatura lo tiene todo y no puede aspirar a ms. No debe,
ser ms exacto, porque poder puede desear y, segn se ve,
desea el trono de Dios.
3.2.
El pecado
3.3.
Aparte de un pasaje aislado de san Pablo, sorprendentemente, ninguno de los cuatro evangelistas parece tocar el tema
del pecado original. Cuando el apstol dice (Rom 5,12): Por
eso, as como a travs de un solo hombre el pecado entr en el
mundo y a travs del pecado la muerte ... , y de esa manera a
todos los hombres se extendi la muerte porque todos pecaron, una familiar interpretacin quiere ver en ese pecado el
pecado original. Sin embargo, la nocin de "pecar" en este
caso tiene mucho que ver con la misma nocin en textos como
Jos 7,10, con la que se expresa la idea de incurrir en la enemistad e indignacin de Dios... Este versculo 12 termina dejando
el perodo gramatical sin terminar. Debera completarse con
las ideas y expresiones del v. 18... 4.
No obstante, este tipo de interpretacin lleg a adquirir
carta de ciudadana hasta el punto de ser presentada como la
nica interpretacin posible de la doctrina cristiana. Y lo que
todava es ms sorprendente, desde los conocimientos que
hoy tenemos a mano, los sucesos narrados en el texto del Gnesis se presentaron como plenamente histricos en los orgenes de la humanidad.
Por eso, desde nuestra ms temprana edad nos hemos familiarizado con ese cuadro, precisa y vigorosamente trazado por el
autor del libro del Gnesis, en el cual aparecen la serpiente, el
rbol de la ciencia del bien y del mal, la fruta prohibida y la primera pareja humana como principal protagonista del mismo.
De ah que ahora nos suena como novedad casi peligrosa
4
79
80
'COn exigencias. El deseo de ser ms le llev a la extralimitacin. No quiso, sino que dese, porque querer es desear la
,realidad de algo y, por consiguiente, los medios para conseluirlo. Por eso, ms que querer, dese, puesto que el deseo
'en sentido estricto implica el darse cuenta de que lo deseado es
relativa y absolutamente imposible, como dice Ortega 5.
El hombre tiene que darse cuenta de que querer ser como
Dios es imposible. Tiene que darse cuenta de que su limitacin
le impide en absoluto disponer de los medios adecuados para
conseguirlo. Quien no se d cuenta de esta absoluta incapacidad, divagar en el mundo del deseo y, como ste es irrealizable, se precipitar en la desesperacin de la rebelda.
Slo Dios es infinito en todo: en amor, en bondad, en libertad, en saber, en poder, en justicia, en misericordia. En el
ser infinito de Dios no hay cabida para el desamor, para la ignorancia, para la debilidad, para la limitacin. La libertad de
Dios es en absoluto autnoma, porque no existe quien pueda
exigirle responsabilidades. Porque en l no cabe la ignorancia,
no puede obrar contradicindose a s mfsmo. Porque en l no
cabe debilidad, no puede encogerse por el quehacer desafortunado del hombre. Porque en l no cabe la maldad, no puede
querer que el hombre se frustre para siempre. Porque en l no
cabe la injusticia, no puede dejar de dar a cada uno su merecido.
Dios es la perfeccin absoluta y Jesucristo es la expresin
en la criatura de esa perfeccin. Si el hombre fuese capaz de la
perfeccin de Dios, sera tanto como l. Si la pudiesen realizar
todos, habra tantos dioses como hombres, por lo que el
mundo se convertira en un olimpo poblado por dioses, no por
hombres.
Desde su categora de criatura, tiene el deber, a imitacin
de Jesucristo, de procurar adquirir la que corresponde a su
condicin, de realizarse plenamente como hombre, porque
tiene posibilidades para obrar por amor altruista, as como
tambin las tiene para obrar por egosmo.
Cul es, entonces, ese pecado? Es el pecado de egosmo,
el pecado de desamor, de falta de altruismo. No pecado de imperfeccin de su naturaleza creada. Porque fue creado naturalmente perfecto; mas, como su naturaleza es esencialmente lis J.
ORTEGA
GASSET,
81
3.4.
82
3.5.
83
84
ij~do
3.6.
No obstante, no basta salvar el dogma, es necesario potenciar su contenido y con ello contribuir, en la medida de las
propias posibilidades, a la salvacin del hombre.
Este es incapaz para el amor absoluto. Esta incapacidad no
es querida ni buscada por l, sino que nace de su natural limitacin. Si a esto se aade que su naturaleza limitada es atrada
hacia otros objetivos que no son precisamente de amor, se entiende mejor su situacin de pecado, libremente no querido,
aunque libremente cometido)).
Tampoco de esta atraccin hacia otros objetivos es l formalmente responsable, dado que no slo es voluntad, sino sensibilidad, sentidos, que desde el principio estn en continua lucha. De ella se hace eco el mismo autor del cuadro del Gnesis, al reflejarla en la atraccin que despert en l la manzana)).
A esta lucha interior se refiere directamente san Pablo
cuando escribe: De hecho no me explico mi proceder. Porque
no hago precisamente lo que deseo; antes bien, lo que aborrezco es precisamente lo que hago)) (Rom 7,15).
85
86
87
8 Entre los telogos que estudian el tema del pecado original con mayor
profundidad est Alejandro de Villalmonte. En el volumen 19 de Naturaleza y
gracia, 1972, encontrar el lector una exposicin profunda y actualizada.
88
4.
89
1.
90
91
1.3.
92
1.4.
94
Por el bautismo, el bautizado se asemeja a Cristo, se entrega a l con la misma libertad con que Dios se entreg al
hombre. Jess se entreg libre y amorosamente a la voluntad
del Padre. Pudo hipotticamente, como hombre, no haberse
entregado, como de hecho lo hicieron sus hermanos los hombres. No lo hizo, y as fue como el segundo plan de salvacin
que Dios traz para el hombre no fracas, como haba fracasado el primero.
Con el bautismo comienza para el hombre su donacin a
Dios y esta donacin tiene sentido cristiano, porque en l
acepta la vida de Cristo como propia. Con el bautismo muere
en el hombre la vida del viejo Adn y empieza la vida del
hombre nuevo, Cristo. De ah que pueda decir san Pablo: No
soy yo, es Cristo quien vive en m.
Sin embargo, el hombre bautizado contina viviendo entre
sombras, y a veces mucho ms espesas para l que para aquellos que no lo son. Teresa del Nio Jess conoci la tentacin
de la desesperacin ante el silencio de Dios. Al ser testigo
de cmo se fusilaba frente a un paredn la los hombres a bocajarro, siente como un muro que se eleva hasta los cielos y
cubre el firmamento estrellado. San Pablo dice que la verdad
libera y Bernanos, el profeta de la alegra, aadir que despus consuela. Pero cundo llegar esta liberacin, este consuelo? El hombre durante su vida mortal est iluminado por
una luz, mas esa luz no llega a disipar las espesas sombras, que
ms de una vez se interponen entre la vida concreta y sus
afanes. Y se interpone no como una gasa transparente, sino
como una espesa y densa nube.
Con todo, siempre ser verdad que con esta luz resulta posible al hombre vivir plenamente, si es que en efecto su limitacin descansa en Cristo, descansa en Dios 2. De que es posible dan testimonio los santos, los limpios de corazn, como la
santa que acabamos de contemplar atenazada por la tentacin
de la desesperacin. Tenga por cierto, madre, deca Teresa,
que si yo hubiera cometido todos los crmenes posibles, seguira teniendo la misma confianza; sentira que esta multitud de
ofensas sera como una gota de agua en un horno ardiente.
El hombre quiere, desea actuar libremente, sin condiciona2
1958,508.
95
Qu es el pecado
La respuesta no es nada fcil. Mientras al hombre se le haca girar en torno a la ley, no resultaba difcil convencerle, dicindole: Es todo hecho, dicho o deseo contra la ley de Dios
y los preceptos de la Iglesia; y si ese hecho, dicho o deseo
supone materia grave, el pecado es grave. Esta facilidad en
definir, en decir y hacer divisiones, cre en los creyentes una
psicosis de pecado, en muchos casos, rayana en la locura.
La moral casustica es, desde luego, en su gnero algo acabado, porque tiene en cuenta todos los detalles, valora todas
las circunstancias, tapona todas las fugas. Con todo, habr que
confesar que no valora convenientemente la persona; por eso,
los resultados obtenidos durante tanto tiempo no son ni mucho
menos halageos. Quiz su fallo est en que, intentando fundarse en el evangelio y, por tanto, en las enseanzas de Jesucristo, se olvid de que Jess de Nazaret no promulg ninguna
ley; s aporta a los hombres la experiencia de una vida. El cristianismo es vida, no es ley. De ah que el centro de convergencia de la vida cristiana sea Cristo. Su moral, pues, consistir en
seguir a Cristo, en imitarle; mas no con una imitacin externa,
sino adoptando la misma manera de ser que l (Haring). Vivir
como l vivi, sentir lo que l sinti, amar lo que l am, buscar lo que l busc.
Por haberse perdido en ese mundo de circunstancias, de divisiones; por haberse fundado en principios generales y abstractos solucionando, a partir de ellos, todos los casos, se olvid de lo que, efectivamente, caracteriza la vida cristiana: su
96
2.
98
140.
99
puesto con competencia lo que entre sombras se vena busmucho tiempo atrs. El nombre de Marciano Vidal,
'por citar tal vez el ms representativo entre los nacionales, es
~'eonocido por su autoridad y actualidad. Tiene mritos para
feUo. Su libro Cmo hablar hoy del pecado, y sobre todo
~;unos apuntes que conservo de unas lecciones que imparti en
~Jla Universidad Pontificia de Salamanca en un curso sobre
,Formacin permanente, me sirvieron para el esquema siiguiente:
cando de
2.1.
Moral de indicativo
La excesiva valoracin de la ley, o, si se prefiere, los criterios legalistas que inspiran la moral tradicional, llev a que
sta mirase como algo secundario el sujeto que realiza los
actos. Algo lejano, cuando en realidad el acto pecaminoso, en
nuestro caso, le afecta profundamente. Basada la moral en la
ley, aqulla se convierte en moral de imperativo, porque viene
de fuera. Se mira, pues, ms como una obligacin que como
un deber. De ah que se hayan puesto al mismo nivel lo que
manda Dios y lo que mandan los hombres, aunque stos digan
que mandan en nombre de Dios. La situacin es, por tanto,
delicada, incluso conflictiva. Porque en ms de una situacin,
cuando el creyente quebrante una ley humana, podra argir lo
que Jess arguy a los fariseos: Por qu atropellis tambin
vosotros la ley de Dios por amor a vuestra tradicin?.
En efecto, muchas veces, por salvar la letra de lo mandado,
por celar el cumplimiento de una ley humana, se quebrantaba
-no se seguir quebrantando todava?- el espritu, se olvidaba la caridad. Casos concretos? Casi estoy por decir que sera de mal gusto aducirlos. Son muy frecuentes y estn sufi(fientemente recientes como para que necesitemos recordarlos.
El que, alegando amor a la ley, falta a la caridad evanglica,
est fuera del clima religioso que respiran las bienaventuranzas
y, s, muy tocado de farisesmo.
En realidad Dios no impone al hombre nada: le propone
un camino a seguir. Es una propuesta de amor y el amor no se
impone. En cambio los hombres, que dicen tener autoridad,
imponen, obligan, de tal suerte que si no se cumple lo im-
101
sienta como tesis: Estis bautizados? Comportaos como bautizados. Tenis el espritu de Dios? Obrad conforme el Espritu. El creyente que llega a asimilar esta realidad y la
acepta con entusiasmo actuar conforme al Espritu. Porque
consciente y responsable de que es templo del Espritu Santo
que tiene de Dios y que reside en el mismo, no se prostituir
al pecado, porque sabe que ste es su deber, sabe que esto se
lo exige su dignidad de persona.
2.2.
Basada en la persona
Como consecuencia de este rasgo bsico de la moral renovada, fluye el segundo: esto es, que debe girar en torno a la
persona, no en torno a la ley. En la persona humana se ha de
centrar. La persona es antes que la ley, porque para la persona
fue dada la ley y no la persona para la ley. Y esto ya hace dos
mil aos que est resuelto y definido: ~o es el hombre para
el sbado, sino el sbado para el hombre>;.
No hay pecado ni en el mundo ni en la ley. El pecado est
en el hombre mediatizado por la libertad. S, mediatizado, porque, aun siendo la libertad un don inestimable y causa de la
realeza del hombre, es la nica facultad que le capacita para
pecar, as como tambin le hace ser capaz de amar.
No hay pecado en el mundo, en cuanto dimensin espaciotemporal, porque el mundo fue creado por Dios en orden y en
paz. Contemplando la creacin, nos dice el libro del Gnesis
que Dios exclam: Et erant valde bona. Si ahora gime, si
ahora sufre el desorden y la guerra es porque el hombre lo
tiene atenazado por su pecado.
No hay pecado en la ley, sino que la ley ayuda, debe ayudar, a evitar ese pecado. Por eso, cuando el hombre lo comete, lo descubre. La ley no tendra razn de ser si no existiese el pecado. Por ser el hombre un ser libre, es capaz de ser
esclavo dc s mismo, porquc cs capaz dc cometer el pecado. A
nadie se le ocurrir decir que el pecado es libertad. El pecado
es una autntica esclavitud. No es la ley la que esclaviza. Ni siquiera la humana, y mucho menos la divina. La ley descubre el
pecado, porque, segn san Pablo: No hubiera sabido de codicia si la ley no dijese: no codiciars (Rom 7,7). Sin duda que
san Pablo iuega aqu con la ley, precisamente para poner de
103
2.3.
Moral de situacin
104
A.
GNTHOR,
La moral situacionista es una moral cambiante, hasta el extremo de que lo que hoyes bueno maana puede ser malo. Es
una moral utilitarista, porque depende de la situacin en que
la persona se encuentre, segn la cual resolver en favor o en
contra de la ley. Y ello se comprende fcilmente teniendo en
cuenta que no admite valores absolutos. Si no existen valores
absolutos, el hombre tiene que decidir en cada momento. No
existiendo valores superiores, decidir lo que ms le convenga.
y con esto se afirma que es una moral existencialista, del corte
de la de Sartre. Por tanto, nada tiene que ver con la moral de
situacin.
Si la moral situacionista es excesivamente cambiante, tanto
que apenas se podra llamar moral, la inflexibilidad en medio de
sus abstractos y generales principios de la casustica desdibuja la
comprensin y el sentido humano de la moral evanglica. Por
este desdibujamiento y su ausencia de sentido humano lleva a los
escrpulos, a la angustia y a la tristeza. Cuando lo contrario de
un pueblo cristiano es un pueblo triste, un pueblo viejo (Bernanos). El formalismo, el cumplimiento exthno, si no est alentado por el Espritu, no cuenta en y para el evangelio. Los
creyentes, los que en realidad de verdad optan por Cristo, forman un pueblo de adoradores de Dios en espritu y en verdad;
porque el reino de los cielos, el reino de Dios no es de los que
dicen Seor, Seor, sino de los que lo aman, a l y, por l, al
prjimo, cumpliendo su santsima voluntad.
No sera justo, sin embargo, cargar en la tristeza, los escrpulos y la angustia que en muchos ha ocasionado el excesivo
legalismo de la moral tradicional, y silenciar el inters excepcional que ha puesto en descubrir la lacra del pecado a fin de
amputarlo. No lo habr conseguido, pero de su inters nadie,
honradamente, podr dudar. Como tampoco nadie podr poner en duda su celo por salvaguardar el valor de la naturaleza
humana comn a todos y el de la ley moral natural que de ella
deriva.
Por eso, as como se mira y contempla con reparos la casustica, con el mismo cuidado habrn de examinarse los exponentes extremistas de la moral de situacin si sta ignora las
normas universales supratemporales. La situacin concreta en
que el individuo puede hallarse podr modificar ciertas
normas, pero no invalidarlas completamente. O tambin sustituir una, que parece a primera vista aplicable, por otra ms
105
o.c., 459.
106
,que no admitir la responsabilidad de la misma persona indivii.dual. La doctrina moral de la Iglesia siempre admiti la posibilidad de que se puede actuar de buena fe errneamente y, por
nto, que al que as acta se le exime de responsabilidad. Mas
sto no quiere decir que objetivamente obre bien. La tica de
.ituacin, llevada al extremo, afirma que su accin es buena
objetivamente y subjetivamente. Si existe una ley moral que lo
prohbe objetivamente, siempre ser malo todo acto contra lo
,que ella prescribe.
Hechas estas aclaraciones, contina en pie la necesidad de
'. salir de este legalismo asfixiante en que la casustica nos haba
metido. El legalismo no se cura con el subjetivismo incontro1lado, sino con el evangelio. De ah que los telogos moralistas,
f"guiados por los exegetas, busquen nuevas vas de solucin.
'Esas vas saben muy bien que slo las pueden encontrar en la
ipalabra de Dios. El pecado es un fenmeno misterioso y, en el
orden religioso, los misterios slo se iluminan a la luz de Dios,
a la luz de su palabra. Por la palabra de Dios sabe el hombre
que la actitud interior es la que cuenta, porque lo que sale del
corazn, eso es lo que mancha. De ah que de una moral fundada en los actos, peligrosamente externos, se piense en una
moral de actitudes.
I
3.
Moral de actitudes
Efectivamente, se va abriendo paso, y con ptimas perspectivas, una moral de actitudes, y se hace en nombre de la Biblia. Sin embargo, no sera afortunado hablar de una moral exclusivamente bblica, porque la teologa moral contina teniendo como fuentes, no slo la Sagrada Escritura, sino
tambin la tradicin, el magisterio de la Iglesia... Una moral
exclusivamente bblica sera una moral truncada, sera manca.
La Sagrada Escritura ofrece una predicacin, no una verdadera y propia teologa. Slo se puede hablar de teologa moral cuando se presenta elaborada cientficamente de una manera sistemtica 8.
Por eso la moral de actitudes es vlida en cuanto se inspira
8 A. GNTHOR,
o.C., 31.
107
4. a En el siglo XIII, con la escolstica, se vuelve a la especulacin, a la teora. No va a estar condicionada por la
prctica pastoral, sino por toda una manera filosfica y teolgica de entender el universo (M. Vidal).
5. a Se inicia, luego, otra vuelta a la moral prctica con las
sumas de confesores, algo parecido a los libros penitenciales.
La renovacin tomista de la escuela de Salamanca intenta volver a la moral terica. Como se advertir, es un forcejeo entre
la teora y la prctica. Siempre la teologa moral se present
como una ciencia eminentemente prctica. Siendo el cristianismo una experiencia de vida en el que predomina el aspecto
prctico, no quiere decir que renuncie a la teora.
6. a Por eso, aparece la casustica, con sus principios generales y abstractos, todo un edificio bien ensamblado, que perdurar hasta el Vaticano 11. El redentorista Bernard Haring
es uno de los pioneros de la moral renovada. Qu sensacin
tan distinta se experimenta al leer su obra la La Ley de Cristo!
Acostumbrados a nuestros manuales y obras de consulta de la
etapa casustica, Haring rompe con sus moldes e introduce al
lector en un mundo mucho ms abierto, porque es mucho ms
evanglico. Es ms humano.
La casustica, corno se ha dicho, se inspira en criterios de
ley; es una moral que se fija en los actos, de tal suerte que la
perfeccin del creyente estar en funcin de su fidelidad a las
leyes. No se le podr negar que las bienaventuranzas eran su
reclamo, pero las enfocaba con criterios legales. Y la perfeccin cristiana no puede hacerse depender del mayor o menor
nmero de transgresiones, porque quien se inspire en criterios
bblicos comprender fcilmente que la teologa del pecado
debe plasmarse en una moral, no de actos, sino de actitudes.
En la carta a los Hebreos, su autor da base firme a esto
que arriba se acaba de afirmar: Si despus de haber tenido
conocimiento de la verdad, de voluntad estamos pecando, ya
no queda ms vctima para los pecados; pero s queda una
suerte de aterradora expectacin de juicio y la avidez de un
fuego que va a devorar a los enemigos (Heb 10,26-27). Ya
san Agustn y Teofilacto, comentando este texto, puntualizaron: no se dice despus de haber pecado, sino que se habla
de voluntad estamos pecando. Con suficiente claridad se advierte que no es el acto aislado el que lleva al hombre a esa
suerte aterradora de expectacin de juicio y la avidez de un
110
.
.
E
111
que se ha sufrido una desviacin lamentabilsima. Se haca girar la vida en torno a los sacramentos, que efectivamente son
los canales de la gracia, y se olvid que la relacin del hombre
con Dios es de hijo a Padre y, como tal, se pueden relacionar
sin intermediarios. La conversin en los planes de Dios es, y
seguir siendo, un don gratuito que l concede a travs del dolor y del arrepentimiento sinceros. No se pueden excluir los sacramentos, instituidos por Cristo para dar y significar la gracia.
Es cierto. Pero los excluye quien sinceramente llora y se arrepiente de haber ofendido a Dios? Tiene un nio de cinco
aos capacidad para decidirse a permanecer en el infierno por
toda una eternidad? Aquellos hombres que buscaron con sinceridad la verdad y la justicia, aunque hayan sido pecadores y
hayan estado lejos de Dios por las circunstancias, tal vez de
educacin, malos ejemplos, complejos psquicos -en el momento del juicio- podrn verlo y decirle un s definitivo. Porque estaban sirviendo a Dios cuando hacan el bien y respetaban a los dems (L. Boff).
3.1.
No alleguleyismo
S a la moral evanglica
dero espritu. Y si lo capt no lo expres en la prctica pastoral. De la aceptacin del espritu depende el destino de los
creyentes. Los casuistas aceptan a Jess, cmo no!, pero no
interpretan su mensaje en la clave que viene dada. Por eso,
siendo el evangelio siempre actual, porque exhala criterios de
vida, porque es la buena nueva, la moral casustica, que se inspira en criterios legalistas, no perdur. Al menos no puede
perdurar siempre.
De ah que la exgesis moderna se pregunta con toda razn si las prescripciones de la tica evanglica deben ser encuadradas en un marco legalista. Ante los resultados, nada extrao parecer que cada vez sean ms los que dicen que no.
Jess de Nazaret no vino a cambiar una ley por otra, sino
que vino a trocar la fuerza de la ley por el poder del evangelio, por el poder de la buena nueva. Los defensores de la ley
ponan la perfeccin en su cumplimiento. Por lo cual su confianza estribaba en ella. El maestro plantea el problema en
otros trminos: no niega la ley, no la destruye: No vine a destruir la ley. No niega la importancia de las obras. Las pone en
su sitio, porque el evangelio es una fuerza que no se apoya en
los recursos humanos del hombre, sino en la ayuda otorgada
por Dios.
Tres estampas altamente elocuentes del evangelio ponen de
manifiesto esta visin de la moral renovada:
1. a Le 7,36-50. Jess acepta la invitacin que uno de los
fariseos le hace. Durante la comida, una mujer que era pcadora en aquella poblacin, sin temor al qu dirn, entra en la
sala llevando consigo un pomo de esencia, se echa a sus pies y,
rompiendo el frasco, se los unge con su esencia. Entre lgrimas
de amor y de dolor, se los limpia con sus cabellos. Aquella familiaridad era excesiva para el puritanismo farisaico, de tal
suerte que Simn murmura para sus adentros: Este, si fuera
profeta, hubiera sabido quin y qu clase de mujer es esta que
le toca, porque pecadora es. El maestro se vuelve a Simn y
le propone el caso de dos deudores que no pueden pagar su
deuda. El acreedor, ante esta imposibilidad, se la perdona a
ambos. Quin de ellos, pues, lo amar ms?. Tengo para
m, dijo Simn, que aquel a quien perdon ms. La respuesta
satisface a Jess, y entonces argumenta en defensa de la pobre
mujer, tan duramente criticada por el fariseo, as como censura
114
decir, salindole de lo ms ntimo del alma: Oh Dios, apladate de m, pecador que soy. Os doy mi palabra ---concluir
Jess-, que ste y no aqul baj a su casa hecho un justo.
Los tres cuadros responden a un mismo marco. Jess cambi
la fuerza de la ley por el poder del evangelio, y el evangelio
no pone al hombre en situacin de confiar en sus obras externas, hasta el extremo de merecer por ellas las bendiciones
del cielo. Le propone confiar en la ayuda otorgada por Dios.
Este es el mensaje de Jess de Nazaret. Mas, como para aceptar su mensaje es necesario creer en l, la limpieza de corazn,
primero, y luego la fe, son imprescindibles. Pero no slo una
fe fiducial, sino una fe efectiva, una fe potenciada por las
obras. Porque la fe sin obras es muerta. La autntica fe
cristiana se traduce en una vivencia amorosa. Y la vida se manifiesta por las obras.
Jess de Nazaret, si alguna ley promulg, fue la ley del
amor. En consecuencia, desde el momento en que para estudiar la tica de Jess se truecan los criterios de ley por los del
evangelio, se ve cmo el autntico comportamiento cristiano
consiste en responder a las exigencias del evangelio, cuya nica
norma es el amor.
La vivencia amorosa es una actitud. Los actos aislados contrarios al amor son los pecados, las transgresiones. Por un acto
no se quiebra, no se mata la actitud. Recibir un golpe ms o
menos fuerte, segn la repercusin que tenga en la opcin a la
que nos llev la actitud. Deja un hijo de amar a su padre porque, aqu y ahora, desobedezca uno de sus mandatos? Le retira por ese acto aislado el padre su amor? Si vosotros, siendo
malos, no dais a vuestros hijos un escorpin cuando os piden
pan, qu no har vuestro Padre celestial?.
La pedagoga del amor siempre fue ms eficaz, al menos a
largo plazo, que la del ltigo; aunque s ms difcil de practicar. Es necesario que el ltigo exista, pero es antipedaggico
manejarlo siempre en la misma direccin, sin tener en cuenta
circunstancias y situaciones. Para implantar esta pedagoga sin
riesgos, tendra que estar el mundo poblado de ngeles. Son
hombres sus pobladores y, como hombres, no se despojan de
sus hbitos mentales con un simple toque de atencin, con un
latigazo, ms de una vez dado indebidamente. Necesitan ser
trabajados con paciencia y amor.
El aspecto negativo del cristianismo se expuso y explic con
116
3.3.
La legislacin eclesistica se presume estar toda ella fundada en el amor. A veces esa presuncin habra que probarla.
Mientras no se demuestre lo contrario, la actitud seria y res117
ponsable del creyente es aceptarla con amor responsable y activo. Por ello nuestra reflexin dista mucho de querer menospreciar las leyes de la Iglesia. Si es cierto que el hombre recibi de Dios el don inestimable de la libertad, tambin es verdad que la libertad no le exime del cumplimiento de la ley.
Ahora bien, de hecho, y por desgracia, el hombre se exime,
con ms frecuencia de lo debido, de ese cumplimiento. Al exonerarse, priva a la creacin de ese encanto y armona que le infundiera Dios al inundarla con la carga de su amor, dice A. Salas.
Tanto la priva que, en vez de ser el amor, son el odio, la envidia, el orgullo los que imponen su ley en el mundo. La creacin
en s invita al amor. Por qu, entonces, triunfa el odio y el resentimiento?
El hombre no acaba de aceptarse a s mismo tal cual es. Es
limitado por naturaleza y, sin embargo, consiente en el deseo
de ser como Dios. Al sentirse incapaz, esa invitacin al amor
que le grita la naturaleza entera por Dios creada, es silenciada
por ese mundo de ruidos, de pasiones violentas que laten en su
interior: orgullo, resentimiento, envidia, soberbia, vanidad, deseo de propia exaltacin, proyectndose como un torrente caudaloso en el medio que le circunda. Con razn, siguiendo a san
Pablo, se dice que toda la creacin gime por el pecado del
hombre. El, creado para ser rey, se convierte en esclavo de s
mismo y tirano del mundo.
Acaso un smil, en tono menor, sacado del mundillo que
nos rodea, explique y aclare el mecanismo de esta brutal reaccin. Un tmido se siente incapaz por su timidez para decir y
expresar lo que quiere. Pasada la ocasin, molesto contra s
mismo, reacciona contra s mismo y contra aquellos que le son
ms familiares. Y su reaccin no tiene nada de pacfica. As
reacciona el hombre contra todo aquello que le impide actuar
sin condicionamientos.
Habr, por tanto, que definir el pecado, no como un acto
aislado, sino como una actitud engreda e insolente del hombre, que, abocado por su orgullo -resentido--- no quiere aceptar las limitaciones inherentes a su condicin de creatura.
Como rey, le incumbe respetar el orden en que Dios ha creado
todo; mas al convertirse en esclavo, y, a la vez, tirano de las
cosas que el Creador ha puesto bajo l, no slo no lo respeta,
sino que lo trastorna y destruye.
Cuando el hombre acepte libre y amorosamente sus limita118
119
4.
Conclusin
273.
120
J.
ORTEGA
GASSET,
paero al que aludo tratando el tema del infierno. Puntualmente le replicamos --dice san Gregorio- que su objecin sera correcta si el justo y severo juez no apreciara los corazones
de los hombres, sino slo los hechos. El hombre ve la cara,
Dios mira el corazn. Pero es que los inicuos pararon de cometer delitos porque dejaron de vivir. De seguro que hubieran
querido vivir indefinidamente para haber podido permanecer
indefinidamente en sus iniquidades. Porque ms desearon pecar que vivir, y por eso quieren vivir siempre aqu, para no
dejar de pecar nunca mientras vivan.
El pensamiento del santo parece claro, tanto ms que la Sagrada Escritura abunda en casos en que Dios perdona, olvida
tan pronto el pecador reconoce su yerro. El caso de David es
altamente elocuente, como se refiere en estas mismas reflexiones. El de san Pedro es, a su vez, una leccin de profunda comprensin humana, porque es divina...
No son los hechos, los actos aislados los que deciden la
suerte definitiva del hombre: es su actitud fontumaz y sistemticamente sostenida en no rectificar su opcin, una vez hecha.
El impo, el presunto rprobo no quiere positivamente vivir
en el amor, sino en el odio. En el reino de Dios no tiene cabida el odio!
121
5.
Muerte, obsesin
123
124
M.
M.
DE UNAMUN,
DE UNAMUN,
1.
La muerte y la filosofa
1.1.
La filosofa de la vida
126
Hay algo en la exposicin del autor de Ser y tiempo que habla por s mismo. Cmo explica Heidegger que, siendo el
hombre un ser para la muerte y siendo la muerte algo intrnseco a la vida, los hombres oponen esa resistencia instintiva a
convertirse en nada, una vez cerrado el ciclo de la vida biolgica? Si todo acaba para todos, para qu todo?, como dira
Unamuno.
1.2.
Existencialismo
128
M. DE UNAMUNO,
O.C.,
44.
1.3.
Marxismo
J.
ORTEGA
GASSET,
129
2.
Observaciones
Est visto, pues, que a los hombres les preocupa el problema de la muerte. No en vano es el enigma de su condicin. Hablan de ella y se esfuerzan por explicar sus profundas
races. Sus respuestas no son uniformes, no coinciden. Unas
son pesimistas y tremebundas, otras desgarradas y desconcertantes, aqullas altruistas, pero recortadas.
No existir ninguna ms completa? No habr alguna que
llene el corazn, sin oponerse a la razn? S, existe una. El
132
2.1.
Ambiente
2.2.
Lugar
134
6.
H.
KNG,
135
ria aclaracin, desde el momento en que titula en libro Lije aJter lije.
Esas experiencias que de antemano no se pueden negar,
fundamentan la fe del creyente? La vida eterna que Jess
promete a sus discpulos no es verificable por la ciencia. Por
eso, en un libro que pretende ser de divulgacin teolgica, no
se puede uno dejar llevar del deseo y capitalizar los resultados mdicos para fines teolgicos.
Si la eternidad da sentido a la vida del hombre, ste debe
adentrarse con la reflexin en sus dominios, sin menospreciar
la ayuda de los resultados cientficos, pero consciente de que
no basta la razn, la ciencia ni la buena voluntad para conseguir algo definitivo; sino que necesita de la Revelacin que es
la que habla del ms all, que es la que habla de la vida
eterna. La parapsicologa, en especial la telepata y la clarividencia, apuntan hacia esa vida despus de la muerte. No deben ser calificadas de sueos ilusorios; pero tampoco se les
debe hacer decir ms de lo que pueden decir.
Si no existiese la vida eterna, la muerte no sera tan obsesionante. Se aliviara su carga, porque podramos experimentarla. Las experiencias iterativamente repetidas, se hacen familiares y las cosas familiares no infunden terror. Tenemos la
experiencia de la muerte si es que no hay otra vida, y esta experiencia es el suelo profundo. Morir sera entonces dormirse
para siempre 2.
Empero, sera esto solucin a la angustia que causa la idea
de un definitivo aniquilamiento, o de una frustracin definitiva? Intenta una noche imaginarte lo ms fuertemente posible que no vas a despertar ya, y vers lo que se hace de tu
sueo y lo que es el horror a poca imaginacin que tengas.
La angustia que causa la muerte es una angustia vital, por
mucho que se la quiera arropar con el fro manto del raciocinio
o la glida capa de la indiferencia; por muchos que sean los
descubrimientos de la ciencia y se constaten testimonios de
reanimados .
Por eso, reflexionar sobre ella desde la ptica cristiana es
un deber para el creyente y una esperanza para los desesperanzados. Es un deber, porque la congoja y la angustia se oponen
a la alegra, y los cristianos, siendo hombres de esperanza, for2
136
M.
DE UNAMUNO,
1.
Qu dice y qu piensa
Jess de Nazaret de la muerte
Por de pronto, el temor a la muerte, como se vena explotando hasta ahora, nadie podr decir que Jess se lo haya enseado a los suyos. El infierno existe, pero, tal como se expona, no tiene nada que ver o muy poco con Aquel en nombre
del cual se escenific: con Jess de Nazaret. Y, por consiguiente, la muerte biolgica no debe presentarse en funcin de
un fin catastrfico y tremebundo. La vida que Dios nos ha
dado no tiene esa finalidad. Es posible que el hombre acabe
as, si sus opciones parciales, en virtud de su libertad, son tan
contumaces y rebeldes que irreversiblemepte quiere que cristalicen en la opcin definitiva. Pero Dios no le impone ese fin.
La vida humana no tiene como finalidad la frustracin, sino la
realizacin en plenitud.
Estudiar nuestro origen, esencia, fin y destino como una
curiosidad, para satisfacer la mente, no hay cosa ms horrible, deca Unamuno. Sin embargo, vivir con la fe que brota
del conocer y que avala la revelacin, con la esperanza que
brota del sentir y con la caridad que brota del querer, ennoblece ese estudio, da sentido a la existencia. Viviendo para la
eternidad, la vida resulta bella, a pesar de todos los sinsabores
que sta de ordinario depara.
El sentido de eternidad es el que Jess le imprimi sin recortes ni reservas. De ah que l apenas hable de la muerte.
No deja de ser curioso, una vez que la muerte polariza toda la
existencia humana y de la muerte depende la suerte en la eternidad.
Mientras los hombres, como hemos visto, se afanan por desentraar su misterio, Jess hace a ella muy pocas referencias.
Dirase que para l no tiene importancia.
En efecto, no la tiene. Jess, en una de sus parbolas,
cuenta que un rico viva esplndidamente, mientras un pobre,
llamado Lzaro, pereca de indigencia y necesidad a su puerta,
sin que nadie se compadeciese de l. Slo los perros laman
137
sus llagas. Result que muri el mendigo y fue por los ngeles llevado al seno de Abrahn. Muri tambin el rico, y lo
enterrarOfi) (Le 16,19-31).
La vida es la que cuenta. Como el rico se la pas mirando
slo a lo presente, preocupado por su bienestar y solaz, olvidado en absoluto del principio de solidaridad, muere y, sencillamente, lo enterraron. El pobre que nada tena en este
mundo sino su pobreza, es llevado por los ngeles al seno de
Abrahn. Del rico ni siquiera sabemos el nombre. El mendigo se llamaba Lzaro.
A la sensibilidad cristiana no le pueden pasar inadvertidos
estos matices. Tanto ms cuanto que ambos son hombres.
Siendo hombres, un elemento de su existencia forma parte de
este mismo mundo material. De tal manera que hasta en las
ltimas fibras de su ser, sin la materia de este mundo, los procesos de sus clulas cerebrales no podran tener un pensamiento o tomar una decisin 3.
El rico viva. El pobre exista. Pero si bien es cierto que
ambos pensaban y actuaban a su aire en este mundo, porque
eran parte de l, como lo somos todos, tambin es verdad que
a la existencia del pobre le dio sentido la eternidad, mientras
que la vida del rico qued vaca de contenido. No es importante la muerte. Lo que importa es la vida, porque sicut vita,
finis ita.
En un segundo pasaje aparece un aspirante a discpulo de
Jess, pero antes de seguirlo quiere cumplir con un deber familiar: quiere enterrar a sus padres. Vente conmigo. Pero l
le dijo: Permteme primero ir a enterrar a mi padre. La peticin no puede ser ms legtima, incluso obligada. No obstante:
Deja a los muertos enterrar a sus muertos; t, en cambio, ve
a anunciar el reino de Dios (Lc 9,59-61).
No puede menos de impresionar, envueltos como estamos
en nuestros criterios humanos, la respuesta de Jess. E impresiona tanto ms cuanto que sabemos cmo recriminaba a fariseos y escribas por la adulteracin que de la ley hacan. El respeto, el amor y la obediencia a los padres es un imperativo divino, como nos lo dice el Exodo. El amor a los padres no lo
recriminaba Jess. Recriminaba las ofrendas que se hacan en
el templo, porque eran una hipocresa y una desobediencia a
3
138
Padre.
A estas referencias abstractas se unen los tres milagros en y
por los que resucita a tres muertos. Devuelve la vida al hijo de
la viuda de Nan, a la hija de Jairo y a su amigo Lzaro. Estaban dormidos y Jess los despert de un sueo.
Deba estar por el Tbgha, porque san Lucas (7,1-17) dice
que, una vez terminados estos razonamientos dirigidos al
auditorio pblico, entr en Cafaman, donde tuvo lugar la curacin del criado del centurin. La fe de ste mereci el elogio
de Jess: Os lo aseguro: ni en Israel he encontrado fe semejante.
Poco despus fue a una poblacin llamada Nan ... Cuando
estaba cerca de la poblacin, se encontr con que llevaban a
enterrar a un muerto, hijo nico de su madre, que estaba
adems viuda. Senta los sentimientos humanos: un joven que
muere, una madre que quedaba sola y desamparada. Todo ello
conmueve su corazn. Y sin que nadie se lo pida: "Mozo,
para ti hablo, levntate". El muerto se incorpor y empez a
hablar, y se lo restituy a su madre. Dios ha visitado a su
pueblo, porque, sobrecogidos por un gran pavor, todos glorificaban a Dios. La gloria de Dios y el bien de los hombres
eran los mviles de su actuacin. Sus oyentes deban orientar
4
J. M.
DEL CASTILLO,
139
142
mitacin. Aquella mujer, que sin duda era sincera cuando deca que estaba convencida de que Jess era el mesas, el hijo
de Dios}}, ante la idea de un cadver en putrefaccin, no
puede disimular su inconsistencia, su falta de firmeza.
Jess, empero, no se impacienta. Sabe mucho de la fragilidad de sus seguidores. Sabe que ensea con autoridad; pero
sabe tambin que sus enseanzas son difciles de asimilar para
aquellas mentalidades. Y l los comprende. No te he dicho
que si crees vas a ver el esplendor de Dios?.
Su corazn y sus labios musitan la oracin de agradecimiento al Padre, y con voz potente exclam: "Lzaro, sal
fuera". El difunto sali liado pies y manos en vendajes y su
semblante envuelto en una sabanilla.
El texto es impresionante, porque esta voz potente, que
con su fuerza demuestra el poder que Jess tiene sobre la
muerte, es la misma que exclama con voz potente tambin:
Padre, en tus manos confo mi espritu}} (Le 23,46). No es la
voz del vencido, sino la del vencedor. Jess venci la muerte,
porque venci el pecado. Esta misma victoria espera a los que
creen en l.
.
El proceso de Jess, que le llev a la muerte, zanj para
siempre todas las ambigedades con las que en torno a su misin y a su persona se haba especulado. La vida, la salvacin
que l vino a traer no puede confundirse con la instauracin
de ninguna maravillosa lucidez de la ley, ni se centra en el
ejercicio del poder, ni se reduce a la inspiracin de paciencia y
buenos sentimientos. Las mltiples interpretaciones que haba
suscitado antes de la pascua tienen as su trmino. Jess no
pone fin a la edad antigua del poder del mal, sino que crea
una comunidad de conversin y de fe, donde l est por el Espritu y por la fuerza de su resurreccin>}.
2.
Qu es la muerte
rar como fin de esta vida nuestra temporal y, por naturaleza, caduca, porque el mundo no puede producir nada que sea eterno.
En el tiempo y en el espacio vivimos la vida biolgica, no
con sentido de que acabe todo con ella, sino con sentido de
que ser transformada en vida ntima, personal, si bien espiritualizada; pero para siempre y por siempre humana. Dado que
el hombre es el nico que no acaba.
Cuando Miguel de Unamuno dice que para cada uno de
nosotros la muerte es el fin del mundo, afirma una verdad
teolgica, porque al entrar en la eternidad las categoras de
tiempo y de espacio desaparecen, para dar paso a la verdad, a
la bondad, a la usticia, a la belleza, a los valores absolutos. Es
decir, para dar paso al reino de Dios en toda su plenitud.
Este paso lo da el hombre a travs de la muerte. Sobre la
muerte los mdicos tienen mucho que decirnos, pero no podrn decirnos todo.
Al doctor Raymond A. Moody, de un modo especial, tenemos mucho que agradecerle. El habla de oeadas al otro
lado que echaron sus pacientes, y ello supone experiencias valiossimas para conocer el hecho de la muerte, aunque no pretende preuzgar el problema de la vida eterna que a nosotros
como creyentes nos importa.
Se habla de la muerte clnica, de la muerte biolgica, de la
muerte real, de la muerte aparente; pero sobre cmo y cundo
se determinan la real y biolgica, todava no se ha dicho la ltima palabra.
Un hombre que se dice clnicamente muerto, de hecho
puede continuar viviendo. Si contina viviendo, es que la
muerte total no llega de golpe, sino que sigue un proceso durante el cual las funciones vitales de los distintos rganos y teidos se van extinguiendo en tiempos distintos. Cuando todos los
rganos pierden irreversiblemente su respectiva funcin, sobreviene la muerte biolgica.
Pero cundo sobreviene sta? Hasta no hace mucho se deca que en el momento que cesaban los signos vitales, sobre
todo el latido del corazn y la actividad respiratoria. Ultimamente esta situacin resulta demasiado imprecisa. A pesar de
que la ciencia mdica progresa y mira hacia mtodos ms
exactos, no ha progresado tanto que haya dicho algo definitivo. Se afirma que cuando la grfica del cerebro es completamente plana, porque el encefalgrafo se uzg mucho ms pre145
146
2.1.
Qu es el hombre
147
2.2.
La muerte de Jess
Todo hombre que viene a este mundo tiene que morir, porque est establecido que todos mueran una vez. La muerte
humana tiene un paradigma: la muerte de Jess de Nazaret.
El enfoque cristiano de la muerte da sentido a la vida. Lo
que quiere decir que es vlido. Tanto el mundo judo como
muchos conscientes pensadores paganos esperaban cierta clase
de salvacin. El mundo estaba desencajado, las cosas no marchaban bien, los hombres eran manipulados por el hombre, el
inocente sufra, el impo prosperaba. El judo con la reflexin
y la revelacin, y el pagano con el raciocinio natural, vean la
necesidad de un ajuste de cuentas, esperaban una solucin salvadora.
En este clima de expectacin se proclam una palabra: Israelitas, escuchad: Jess de Nazaret fue un hombre acreditado
por Dios ante vosotros con prodigios, portentos y milagros ...
A ste vosotros lo entregasteis, y a manos de unos sin ley, lo
matasteis, crucificndolo. Pues bien, a este Jess, a quien
vosotros habis crucificado, por un plan y previo conocimiento
148
J. M.
36.
149
sentido de la salvacin que esperaban. Fueron zanjados y perdieron toda base, porque Dios se ha hecho su garante al resucitarlo de entre los muertos.
No era posible que l fuera detenido por la muerte, dado
que Jess haba predicado e invitado a la conversin y ofrecido
la salvacin. El, que era la salvacin, no poda quedar en poder de la muerte.
No obstante, la salvacin que l ofrece, la salvacin que
est en l, no es la que esperaban los judos. La suya no se
funda ni en la ley, ni en el poder, ni en la fuerza. Jess, con su
triunfo sobre la muerte y, por tanto, sobre el pecado, asegura
que en su nombre todos pueden salvarse. Lo que no asegura es
que, creyendo en l, termine la era del poder, de la fuerza, del
mal. Del anuncio pascual surge una comunidad de conversin
y de fe en la que l est presente por el Espritu y por la
fuerza de su resurreccin.
Aparentemente, el mundo contina su curso, los hombres
siguen escribiendo a su aire la historia. Pero la palabra de salvacin, Jess es el Seor, resuena incesantemente en ese
mundo pragmtico y profano. Esa comunidad de conversin y
de fe es su fermento, anuncia la cercana de Dios.
Para llegar a esta clarificacin fue preciso que Jess pasase
por la muerte, fue necesario que verificase ese corte entre el
tiempo y la eternidad. Slo el afrontamiento de la muerte
permiti disipar las ambigedades con que la situacin histrica tena todas las palabras y acciones de Jess.
A partir de la pascua, las comunidades cristianas, de donde
nacen los evangelios, vieron con claridad que Jess era, efectivamente, el Seor, era la salvacin. Lo vieron porque en l se
verific el acontecimiento que esperaban para el fin de los
tiempos. El acontecimiento de la resurreccin, acontecimiento
escatolgico, se verifica en el tiempo.
2.3.
Nuestra muerte
A la luz del acontecimiento pascual vieron las primeras comunidades cristianas la verdad y la salvacin en Jess, toda la
verdad que su mensaje entraaba. A esa misma luz vieron, a
su vez, su propia muerte puesto que Jess haba dicho: Quien
cree en m no morir.
150
Entonces comprendieron que el momento de la muerte resultaba ser el da de su verdadero nacimiento. Por eso pudo
decir san Pablo: No os entristezcis como los hombres sin esperanza. Razn tiene para ello. Porque, he aqu que Cristo
resucit de entre los muertos como primicia de los que mueren. Porque como por un hombre vino la muerte, as por un
hombre la resurreccin de los muertos. Y como todos mueren
en Adn, as todos revivirn en Cristo (1 Cor 15,20-22).
Dios, por medio de san Pablo, habla a todos los hombres.
La palabra de Dios secunda perfectamente esa sed de vida verdadera que siente el hombre con vehemencia. Esas ansias de
vivir que atormentaba a Miguel de Unamuno: Libertad, Seor, libertad. Que viva en ti y no en cabezas que se reducirn
a polvo 8.
Esas ansias de vida se colman, por una divina paradoja,
con la muerte. Porque, en el pensamiento cristiano, la resurreccin no es la vuelta a la vida de un cadver, sino la realizacin exhaustiva de las capacidades pel hombre cuerpoalma 9. Pero esta realizacin de todas nuestras capacidades
presupone la muerte. Es preciso morir para resucitar, as
como es necesario que el grano muera, se descomponga en la
tierra, para que nazca la planta, para que afloren todas las posibilidades de la semilla.
As como con la muerte de Jess se disiparon todas las ambigedades, se redujeron todas las opiniones que en torno a l
se haban forjado, del mismo modo con nuestra muerte se disiparn todas las dudas y se potenciarn todas nuestras esperanzas. Con la resurreccin todo se volver inmediato al hombre: el amor florece en persona, la ciencia se convierte en visin, el conocimiento se transforma en sensacin, la inteligencia se hace audicin. Desaparecen las barreras del espacio: la
persona humana existir inmediatamente all donde est su
amor, su deseo, su felicidad. En Cristo resucitado todo se ha
vuelto inmediato y todas las barreras terrenas desaparecen. El
penetr en la infinitud de la vida, del espacio, del tiempo, de
la fuerza y de la luz.
En efecto, el hombre vivir en plenitud, porque al morir
vive plenamente en Dios. La muerte se convierte de este modo
8 M. DE UNAMUNO. O.C.,
L. BOFF, O.C., 43.
97.
151
en el da de nuestro verdadero naCimiento. Por qu, entonces, ese pavor, esa congoja ante la realidad de la muerte?
La respuesta es muy sencilla. Precisamente por eso despierta en el hombre resistencias en contra de su asimilacin
concreta. T la conoces, y porque la conoces la dejo flotando
de momento.
El nio nace cuando abandona el claustro materno. Al
cabo de nueve meses, aquel espacio resulta muy reducido para
l. Empieza a sentirse sofocado, porque se le agotan las posibilidades de vida en el seno de su madre. La crisis es violenta
porque le aprietan por todas partes. Hasta que, al fin, aparece,
sale a la luz.
Mal sabe el recin nacido que le esperan nuevos horizontes,
que sus posibilidades de relacin van a ser mucho mayores en
su nueva situacin recientemente estrenada. Incluso, de ser
consciente, sentira las congojas propias de quien entra en un
mundo extrao y misterioso.
Al morir, el hombre pasa por una crisis semejante. Se
siente ms dbil, su respiracin se hace fatigosa, siente que le
empujan a pesar suyo hacia la otra orilla, experimenta la sensacin de que le alejan violentamente de todo lo que ama, de
todo lo que le rodea. El misterioso mundo del ms all le
asusta. Aunque ese mundo sea ms amplio, mucho ms vasto y
sus posibilidades de relacin mucho mayores, la idea de lo desconocido le pone en angustiosa expectacin.
El cuadro no es imaginario. Responde a una constante experimental. No obstante, quien por su profesin es frecuentemente testigo de estos ltimos momentos, sabe que no siempre
es el miedo lo que se refleja en las horas postreras precursoras
de la muerte.
Tena veintinueve aos. Su postracin fsica era aplastante,
puesto que, amn de su larga y penosa enfermedad, sarcoma
mltiple, llevaba ms de veinte das chupando slo un poco de
agua que absorba al mojarle los labios con un algodn empapado. Un da me llama para que le escriba una carta de despedida a sus padres. El dicta y yo escribo. Luego, con pulso
firme, la firma. Mostraba ms seguridad la firma que la carta.
Por ltimo, le pregunto: Cmo te encuentras?. Ya
ves! Pero no s por qu temer tanto a la muerte ... Dios es Padre!. Le apliqu el algodn mojado, que l chup con ansie152
La resurreccin de Jess
bados los sacerdotes en el templo violan el sbado y son inculpables? Y os aseguro que aqu est alguien mayor que el templo (Mt 12,5). Haba dado la razn a Jess que no dud en
echarles en cara a los fariseos y a los rabinos que las ofrendas
que se hacan en el templo eran hipocresa y desobediencia a
Dios: Repudiis lo que es precepto de Dios y os aferris a la
tradicin de los hombres. Qu bonito rehusar lo que es precepto de Dios para guardar la tradicin vuestra! (Mc 7,8-9).
Haba dado la razn al que dijo: Ay de vosotros guas ciegos
que decs: "Si alguien jurare por el templo, nada es. Si alguien, en cambio, jurare por el oro del templo, queda obligado" (Mt 23,16). Porque no es lo importante jurar por el
espacio sagrado, sino por aquel que habita en el santuario.
Dios haba dado la razn a Jess resucitndolo de entre los
muertos, y no a los que se le oponan. Haba sancionado su
doctrina y descalificado las elucubraciones de los rabinos y de
los fariseos.
La fe y la esperanza de los apstoles, desde entonces, fue
inquebrantable -y buenas razones tenan para ello--, y sta
fue la que nos transmitieron a nosotros.
Habiendo, por tanto, resucitado Cristo, la abismtica congoja de la muerte se convierte en luz esperanzadora. Bastara
meditar en la muerte a la luz del evangelio para que la vida
fuese vida y no muerte. Basta vivir, teniendo como ideal a
Cristo, para no tropezar siempre con el yo que el mundo estimula y nosotros mismos nos forjamos.
El hombre aspira a la inmortalidad, busca con ahnco la felicidad. Si quiere ser coherente consigo mismo, tiene un camino: ser fiel a la misin que Dios, Creador y Padre, le ha encomendado. Porque la felicidad depende de la fidelidad.
2.5.
La muerte es un misterio
155
muerte represente una total desposesin. Que el otro desposee al apstol de la paz del sentido de sus mismos esfuerzos
y, por tanto, de su ser, encargndose, pese a s mismo y a su
propio surgimiento, de transformar en fracaso o en xito, en
locura o en genial intuicin, la empresa misma por la cual la
persona se haca anunciar y que ella era en su ser. Se rechaza
porque est en contra de las ms ntimas convicciones del hombre y en los antpodas de la concepcin cristiana de la vida.
Jess de Nazaret predic la conversin y la fe. Los otros
no le desposeyeron, no pudieron, a pesar de todos sus esfuerzos, desposeerle de la fuerza de su mensaje. Su mensaje ha
sido enviado al mundo. Los que lo captan y aceptan con limpieza de corazn, disipan todas sus dudas y potencian todas sus
esperanzas.
Por consiguiente, mi muerte, la muerte de mi hermano,
tiene sentido. Si tiene sentido, tambin tiene sentido que
oremos, que pidamos, que ofrezcamos sacrificios y oraciones
por los que nos precedieron en el camino de la vida. Tiene
sentido la oracin por los difuntos, por ({los muertos que murieron en el Seor; porque ellos entraron ya en los dominios
de la eternidad, y la eternidad no se mide con categoras de
tiempo ni de espacio. ({All todo es presente.
Tiene sentido, aunque todo ello sea misterioso. Es un misterio la transformacin: ({La vida se cambia; no se quita, no se
aniquila. No obstante, hay unas pistas que la razn capta y
son muy significativas. La sabidura y la bondad divinas siempre dejan alguna huella, siempre alumbran alguna luz para que
su sombra predilecta no se desoriente, si quiere con sencillez
y candor alumbrarse con esa luz y fijarse en esas huellas.
Empleo intencionalmente ({sencillez y candor, trminos
que reflejan ({la infancia espiritual. Porque el pecado del
hombre es el orgullo, y el orgullo masculino sobre todo mira
con prevencin la sencillez y el candor. No es ello signo de
mayor inteligencia, sino seal de haber sufrido un envilecimiento funesto en la escala de los valores morales.
Afortunadamente, Cristo ha resucitado y, por su resurreccin, esas huellas, esa luz, unidas a la fe, hacen que no estemos ya envueltos en el pecado. Por tanto, el orgullo puede y
debe ser vencido. No estamos envueltos en nuestros pecados,
sino que estamos inundados de luz y de vida, dado que Cristo
vino ({para que tuvisemos vida y la tuvisemos abundante.
156
158
159
7. El juicio particular:
sentencia divina o autojuicio?
Mora en Francia el prncipe Gastn de rleans. En su alcoba estaban dos sacerdotes, el padre DomouchyIl y el padre
De Ranc.
De Ranc era joven y andaba demasiado olvidado de la
perfeccin de su estado, a pesar de los ~ntinuos latigazos de
su conciencia. Domouchyll, que conoca su vida y saba mucho
de sus inquietudes, lo agarr de un brazo y, acercndolo al lecho mortuorio, donde acababa de expirar el prncipe, le dijo:
Seor De Ranc, ah tenis al hombre a quien tanto admirabais, caliente, pero sin vida. Muri, no acab; porque aqu a
nuestro lado se ha levantado el trono de la divina Justicia y
aqu ha dado cuenta de su administracin. Acaba de darse
para l sentencia de salvacin o de condenacin, de cielo o de
infierno. Retiraos y meditad.
El joven sacerdote, hondamente impresionado, se retir,
or, llor. Y aquel hombre, vanidoso y despreocupado, lleg a
ser el reformador de la Trapa.
La ancdota tiene todas las caractersticas de la religiosidad
de su tiempo. Habr que prescindir de muchos de sus elementos, pero sirve perfectamente para centrar el tema.
Por la fe conoce el hombre su destino. Sabe que la opcin
definitiva depende de su decisin, ayudado por la gracia. Sabe
que, si durante su vida las diversas opciones parciales las haba
tomado libremente, estaba condicionado por una serie de factores que mediatizaban su libertad. En la ltima y definitiva
sabe tambin que no ser as, puesto que en ese instante caern todas las mscaras.
161
1.
El juicio particular
Este es el instante del juicio particular. Durante la vida terrena hablamos muchas veces de Dios y para hablar de Dios
nos es necesaria la fe, que ilumina y ayuda a la razn. Para hablar de los misterios que estn por encima de la razn, tenemos, asimismo, necesidad de esa luz y de esa ayuda.
El juicio es un misterio de fe. Sera mucho ms fcil reflexionar sobre el juicio universal, porque sobre l la revelacin es lo suficientemente explcita como para que los
creyentes abriguen dudas y formulen reparos. Pero tambin
ser mucho ms prctico y provechoso centrar nuestra reflexin en torno al prtico de ese gran acontecimiento que esperamos para el fin de los tiempos, porque la suma y el ensamblamiento de esas particulares opciones han de formar el conjunto del edificio.
Parusa y juicio escatolgico en la Sagrada Escritura aparecen siempre unidos, dado que unidos aparecen ya desde las
primeras manifestaciones de fe de la primitiva comunidad cristiana. Lo que la comunidad cristiana aguarda cuando recita el
maranatha (ven, Seor) del culto eucarstico, ha acontecido ya
en la persona de ese Jess a quien se invoca. O mejor: se
aguarda algo (y a alguien) del futuro, porque se cree algo (y a
alguien) del pasado y se experimenta su cercana vitalizadora
en el presente, dice Ruiz de la Pea.
Sabido es que los primeros cristianos vivan bajo el influjo
de la inminente parusa del Seor. Aquellas palabras misteriosas de Jess, que llegaron a ser la cruz de los exegetas,
resonaban en su mente y en su corazn con ecos escatolgicos,
con ecos de fin del mundo: No pasar esta generacin sin que
esto ocurra.
Habr que prescindir de una interpretacin literalista e ir al
fondo de su sentido, acogindonos a la que Leonardo Boff nos
ofrece, para conciliar el texto con la realidad. Pero no ser lo
mismo cuando se desea hacer luz en esta unin estrecha entre
parusa y juicio escatolgico.
La razn de esta unidad aparece clara cuando se advierte
que en el vocabulario bblico el trmino "juicio" reviste dos
significados, uno de los cuales se identifica prcticamente con
la "parusa". "Juicio" es un acto de soberana, una manifesta162
J. M.
GONZLEZ RUIZ.
285.
163
2.
164
nueva vida y con esa nueva vida adquiere una nueva responsabilidad tambin. Porque la fe que Dios exige en el hombre
para comunicarle la gracia se convierte en fe viva desde el momento en que ha recibido esta gracia divina. Ahora bien, la
gracia debe ser actuada por la caridad. Puesto que en Cristo
Jess ni circuncisin ni prepucio pueden nada, sino la fe activada por el amor (Gl 5,6). La fe activada por el amor se traduce en obras, porque el amor es operativo.
Entonces la fe que se apoya en Dios y en su enviado Jesucristo y las obras que realiza el hombre, por amor de Cristo,
con sus hermanos, son los criterios con que se mide la justeza
del juicio. Dos criterios que se funden en uno: creer en Jess y
aceptarlo como modelo y medida.
3.
Al hombre de hoy no le interesan escenas mitolgicas, gneros literarios, presupuestos culturales fenecidos, imgenes de
ambientes pasados. Est familiarizado con conceptos nuevos y,
si se deja fascinar por lo oculto y por lo misterioso en la vida
cotidiana, en materia religiosa es exigente y su hipersensibilidad desconfa de todo lo que no aparezca ataviado con el
atuendo de la racionalidad.
3.1.
La Sagrada Escritura
La tradicin
167
3.3.
El magisterio de la Iglesia
La Iglesia incorpora con san Agustn a la predicacin ordinaria la doctrina sobre el juicio particular; pero no la define
solemnemente, a pesar de que en el Vaticano I fue propuesta
para su redaccin final.
Las definiciones eclesisticas slo dicen que el estado definitivo del hombre ocurrir inmediatamente despus de la
muerte, pretendiendo con ello salir al paso del error que sostiene que el destino del hombre es incierto hasta el da del juicio universal.
Segn la concepcin tradicional, en la tesis de la sancin
inmediata est incluida la realidad del juicio particular anterior
a la sancin, dice Schmaus. Por consiguiente, si la realidad
sobre la que venimos reflexionando no es de fe formalmente
definida, es prxima a la fe. Y ello es suficiente para adherirse
a ella con filial lealtad. Y esta adhesin es razonable, as como
lo contrario sera incoherencia.
4.
Qu no es el juicio particular
169
prende del concepto de bondad y de justicia, de amor y de poder en Dios, Padre de todos los hombres.
Los criterios, por lo mismo, que presiden el juicio no podrn ser criterios humanos, sino divinos. Estara fuera de razn, e incluso sera contrario a ella, juzgar problemas del ms
all con criterios del ms ac.
Pensar, sin embargo, que el destino eterno depende slo de
este momento, de ese instante inmedible para el cronmetro
ms exacto, es lo mismo que imaginarse que a unos se les empuja al cielo y a otros al infierno 4. Porque en realidad lo decidiran circunstancias espaciales y temporales, circunstancias sociales y humanas, circunstancias terrenas y verificables por la
razn y los sentidos. El haber nacido en el seno de la Iglesia,
el haber recibido una educacin cristiana simplemente, no
puede ser un salvoconducto para la eternidad feliz. Al contrario, la circunstancia de nacer y vivir en ambiente pagano e incrdulo, no es decisivo para que la frustracin eterna sea la
conclusin de su vida. Precisamente porque son la fe y el amor
su medida.
De ser as, el problema ms trascendental que al hombre se
le plantea quedara a merced de la casualidad, de la suerte. La
suerte y el azar son demasiado caprichosos en este mundo tangible para que Dios deje a ellos la decisin.
La justicia divina no se puede medir con el baremo de la
justicia humana. Dios no prepara emboscadas al hombre. Emboscada sera la muerte provocada por un rayo en pleno
campo, el homicidio perpetrado alevosamente por el terrorista,
la muerte repentina por un colapso cardaco.
Es un dogma de nuestro credo que Dios da a todos la oportunidad de salvarse. Es una verdad revelada, por otra parte,
que Dios quiere que todos los hombres se salven. De esta voluntad salvfica no se excluye a nadie, desde el ms empedernido criminal hasta el feto a quien se le priv antes de nacer
del derecho a la vida.
Las oportunidades se repiten de mil formas y de mil maneras en el decurso de la vida presente, porque la gracia de
Dios acta misteriosamente. Por mil circunstancias se malogran. La ltima puede malograrse, pero no ser nunca por
falta de luz ni por estar condicionado el individuo, porque en
4
170
5.
Presentacin actualizada
M. GIRONELLA,
171
Al morir, en el momento de pasar del tiempo a la eternidad, el hombre es colocado ante una decisin, que en griego se
dice "krisis" (crisis), juicio, ruptura. Ruptura, separacin de
todo lo que tena, de todo lo que amaba, de todo lo que buscaba aqu y ahora. Esta decisin radical y definitiva es lo que
Schmaus llama coronacin de todos los juicios que sobre s
mismo hizo el hombre durante toda su vida terrena.
Por muy desgraciado que el hombre haya sido, siempre habr tenido algn juicio, alguna intervencin, algn acto en el
que se reflejase la bondad, la justicia, el amor de Dios. Racionalmente, esto sera la clave para entender esa luz, ese calor
de caridad que le ilumina sobreabundantemente en ese momento supremo. Dios en ese momento se olvida de lo malo
que haya hecho. Le da su luz y su gracia y espera su decisin:
Has hecho muchas cosas malas. Bien. Yo lo he olvidado
todo. Ven a m. Lo que has hecho, hecho est. No tiene importancia. Ven solamente a m. Te acepto. Tal como eres. En
tu indigencia. Acaso no es sta la verdadera grandeza de
Dios? No es un testimonio de lo que nos dice la Sagrada Escritura cuando afirma que Dios es mayor que nuestro corazn? 7.
Mientras dura la vida, el hombre se orienta por el imperativo de su propia conciencia, por esa voz interior que manda
imperiosamente y prohbe con el mismo imperio. Por esa voz
que no es otra que la voz de Dios dentro de uno mismo.
Pero la conciencia puede estar deformada por los condicionamientos a que est sometida. Si es consciente de esa deformacin, esa misma voz le exigir que rectifique. Si es inconsciente, en ese momento supremo, se le descubrir su deformacin. Lo querrn reconocer todos humildemente? ...
Si acta en mala conciencia, no realiza el mal tan perfectamente. Queda siempre un resquicio por donde entre la luz.
Nunca el mal se realiza tan a perfeccin como cuando se realiza en buena conciencia. Y los que lo hacen en buena conciencia, en el momento de la muerte vern, sin dificultad, su
equivocacin; porque es el momento en el que todas las caretas caen.
169.
172
5.1.
174
L.
BOROS,
timos sacramentos con lucidez es la aspiracin cumbre del sacerdote. Aquello de que los sacramentos dan y significan la
gracia, de que la atricin unida a la absolucin perdonan los
pecados, pesa decididamente en la pastoral pro graviter infirmis.
Desde siempre guard dudas sobre este celo. No sobre que
reciban los sacramentos, no sobre que la atricin unida a la absolucin perdone los pecados, sino sobre el modo y las circunstancias en que muchas veces se administran. Qu le puede decir la confesin a un hombre que vivi toda su vida de espaldas
a ella en esos momentos en que se est jugando lo que ms estima, lo que ms quiere? Acaso le recuerde la necesidad de
una firma para ser recibido en audiencia, y poco ms.
En muchas ocasiones ser solaz y satisfaccin para los
vivos, mas no solucin y absolucin para los gravemente enfermos. El xito final no depende tanto de que se confiese y
comulgue, cuanto de que se acerque a Dios con confianza
y con amor.
El juicio no se soluciona favorabIehtente slo porque se
hayan recibido los ltimos sacramentos, sino porque, con sentido superior, confiese y crea en Dios como remunerador y en
su enviado Jesucristo como redentor, modelo y medida de la
propia vida; que reconozca humildemente su dependencia de
aquel ante quien muy pronto va a comparecer; que ame a
Cristo, su salvador, llorando sus faltas de amor para con sus
hermanos los hombres y se apoye en l con confianza.
La confesin ser el resultado de esta disposicin interior, y
a crear esa disposicin ha de orientarse toda la labor pastoral
que tan generosamente se despliega. El caso que cuenta 10seph Malegue en su libro Agustn o el Maestro est ah, reproducido en este libro, es la confirmacin de esta postura.
Cuando su amigo y sacerdote Largilier haba creado este clima
en Agustn Meridier, entonces es cuando le dice: Confisate.
Por lo dems, es el pan de cada da. Hace ya muchos aos.
Yo, como soy hijo de mi tiempo, me proyecto segn los c
nones que asimil. Regresaba a casa cuando un joven se me
acerc pidindome que fuese a atender a su padre poltico, que
estaba gravemente enfermo. Durante el camino me enter de
su situacin religiosa. No me sera fcil entrar en su terreno y
llevarlo al mo a las primeras de cambio.
Trat de poner en prctica lo que dice san Ignacio, entrar
175
con la suya para salir con la de Dios. Una vez que llegu, habl con el enfermo largo y tendido de todo, menos de la confesin. Trat de desdramatizar el momento, y cuando el tiempo
se agotaba y a m me pareci que no le caera demasiado extrao, le insinu la posibilidad de confesarse una vez que estaba all; el tiempo estaba desapacible y el acceso a su casa no
era fcil.
No me olvidar. Su gesto fue, no de rechazo, pero suficientemente elocuente como para que no advirtiese que me haba
equivocado. Acept, sencillamente, por cortesa.
Si las cosas son como son y hay que cogerlas como vienen,
hubiese sido mucho ms discreto no pisar el acelerador. No
por mucho madrugar amanece ms temprano, dice la sabidura popular.
La confesin, en cuanto parte del sacramento de la penitencia, en aquellas o semejantes circunstancias, no constituye el
xito ni lo prepara, teolgicamente pensando, para esa crisis
en que inexorablemente el hombre va a entrar.
De todos modos, aunque esta impresin me parece objetiva, ella no comporta al conviccin de que todo depende del
hacer humano. La opcin definitiva no se juega entonces ni se
juega nunca en el marco de esta vida. Tampoco es el sacerdote
quien la decide, a pesar de todo su poder como administrador
de los misterios de Dios in iis quae sunt ad Deum. Es la
gracia divina, es el espritu de Dios que inspira cuando quiere
y como quiere.
5.3.
Insistir en que el juicio no debe separarse, no debe desvincularse de las opciones que el hombre haga durante su vida,
equivale a afirmar que empieza ya en esta vida.
Esta vida, de por s, es bastante complicada y, muchas
veces, circunstancias, previstas unas e imprevistas otras, la
complican ms. A todo esto, el hombre tiene que tomar decisiones. Advierte el compromiso que su situacin comporta,
porque a su lado, enfrente y detrs hay personas que resultan
afectadas. El compromiso le ata y, a la vez, le marca los lmites de su actuacin. No se siente tan libre como deseara,
176
Sobre el juicio, el autor de Hablemos de la otra vida tiene ideas y conceptos de actualidad palpitante. Sera muy provechoso que el lector se familiarizase con l leyendo, sobre todo, las pgs. 49-57.
10
177
5.4.
Vigilad y orad
Por eso, el consejo del Seor tiene plena actualidad: Velad y rogad para no entrar en tentacin (Mc 14,38). Alerta, pues! Porque no sabis qu da va a llegar vuestro amo
(Mt 24,42). La confianza se adquiere con el trato y el trato
con Dios tiene un nombre: oracin. Y para que sea oracin
tiene que ser humilde, confiada y perseverante.
El juicio particular es un acto, es un momento cuya dimensin abarca al hombre total, situndolo ante Dios, cara a cara
con Cristo, con la posibilidad de que el que vivi alejado y extraviado vuelva a l. Las probabilidades de volver a Dios sern
tanto mayores cuanto ms leales, honradas, rectas y sinceras
hayan sido sus relaciones durante la vida con la verdad, el
bien, la sinceridad, la justicia, el amor. En suma, cuanto ms
fiel fue a la voz de su conciencia.
Si el juicio guarda tan estrecha relacin con la vida, las decisiones tomadas durante ella sern ensayos para la decisin final. Como el hombre es un ser libre, en su vida cuentan los
actos, pero, ms que los actos aislados, cuentan las actitudes.
Del hbito se ha dicho que es una segunda naturaleza. La decisin en la hora de la muerte no eS una decisin inicial, sino final. Las opciones parciales son, por consiguiente, preparacin
para la definitiva. De ah que, normalmente, suceder que el
hombre al morir se abra o se cierre hacia lo que activa y generosamente se abri o se cerr durante su vida.
As es como el evangelio, en sus toques de atencin, es
siempre actual. Es de actualidad insistir en la vigilancia y en la
oracin, en negarse a uno mismo por amor a Cristo, en el desprendimiento espiritual, en la limpiez:l de corazn, entendida
sta, sobre todo, como rectitud moral, en aceptar la cruz de
cada da con amor y firmeza. Porque bienaventurados los que
tienen alma de pobres, bienaventurados los limpios de corazn, si vuestra justicia no fuese mayor que la justicia de los
fariseos, no entraris en el reno de los cielos, toma tu cruz y
sgueme ...
As es como los mandatos de la Iglesia miran a la realizacin en plenitud del hombre: Procurad una ms justa y equitativa distribucin de las riquezas, acercaos con frecuencia al
sacramento de la penitencia, comulgad con amor frecuentemente, respetad los derechos fundamentales de la persona
178
11 Los nmeros de Biblia y Fe de mayo-agosto de 1975, ilustran abundantemente el tema sobre el que reflexionamos.
179
8.
La opcin en el momento de la muerte es definitiva, porque no existe tiempo intermedio entre la muerte y la opcin.
Pero existe estado intermedio? Si no existe, cmo se explica
la existencia del purgatorio?
Como punto de arranque de estas reflexiones conviene precisar que la doctrina tradicional sobre el purgatorio se funda
en la existencia de un estado intermedfo entre la muerte y la
parusa y en la existencia de las almas separadas del cuerpo.
Uno de los puntos de friccin entre protestantes y la Iglesia
catlica es la doctrina sobre el purgatorio. Esta friccin parte
de los orgenes de la reforma, tanto que Lutero hace su aparicin en pblico como reformador con sus famosas tesis sobre
las indulgencias.
Entre estas dos posturas antagnicas, en nuestro tiempo
surge una tercera que, profesando fidelidad a la doctrina de la
Iglesia, revisa el concepto de purgatorio, tendiendo as un cable de inteligencia a los hermanos separados.
Acostumbrados al lenguaje de las indulgencias, a escuchar
que es cosa buena y saludable orar por los difuntos, a or
que el santo sacrificio es el mejor obsequio que podemos hacer
a nuestros muertos, a ofrecer novenarios, gregorianas, a celebrar el da de Todos los fieles difuntos con responsos y cantos
de arrepentimiento, a que se nos diga que las pobrecitas
almas gimen en un lugar de tormentos, esta revisin suena a
supresin.
Por eso, las preguntas surgen y los interrogantes abundan.
Si el encuentro con Dios es nuestro purgatorio, qu pueden
aprovechar a los muertos las oraciones y los sacrificios de los
vivos? Qu fundamento tiene la doctrina catlica sobre el
181
1.
La Sagrada Escritura
La doctrina de la Iglesia sobre el purgatorio tiene su fundamento en la revelacin. Es cierto que si se pretendiese dar una
respuesta a esta pregunta con textos definitivos de la Biblia, la
respuesta sera muy pobre y poco convincente, porque en
la palabra de Dios esos textos no existen.
Pero si la respuesta se funda en hechos, pensamientos, conceptos que flotan en la Sagrada Escritura, su color cambia radicalmente. Estos hechos dan pie a la reflexin y con la reflexin
se va desarrollando la teologa.
En el Antiguo Testamento (2 Mac 12,38-46) se cuenta una
escena de muy alto sentido a este respecto. Judas Macabeo peleaba las batallas del Seor y puso en fuga a los soldados de
Gorgias. Se retir a la ciudad de Odoln y al da siguiente volvi con sus hombres para recoger los cadveres de sus soldados,
que haban cado luchando por la ley. Mas he aqu que debajo
de sus tnicas hallaron las ofrendas de los dolos que haba en
Jamnia, prohibidas por la ley a los judos. Todos conocieron
claramente que esto haba sido la causa de su muerte.
y por eso, ponindose en oracin, rogaron que fuese
puesto en olvido el pecado que haban cometido. Judas cuidaba de sus soldados y, porque crea en la resurreccin, hizo
una colecta de doce mil dracmas de plata, que envi a Jerusaln para que se ofreciese sacrificio por los pecados de los que
haban muerto, pensando con rectitud y piedad de la resurreccin. El autor del texto sagrado aade su comentario personal: Si no esperara que haban de resucitar aquellos que haban muerto, tendra por cosa vana e intil orar por los
muertos... Es, pues, santa y saludable la obra de orar por los
muertos para que sean libres de sus pecados.
El texto aparece claro a la luz de la doctrina desarrollada
del purgatorio. No lo es tanto leyndolo desde los presupuestos de que parta su autor. Es muy posible que el sacrificio que ofreci Judas no tuviera otra finalidad que purificar a
la comunidad de los vivos, manchada por el crimen de al182
gunos. Es muy posible, porque el valerossimo Judas exhortaba al pueblo a conservarse sin pecado, teniendo a la vista lo
que haba acontecido por los pecados de aquellos que haban
sido muertos.
Esta posibilidad no se puede descartar. Pero el autor del libro sagrado aade comentarios y pone en boca de Judas sus
propias convicciones teolgicas. y la conviccin del autor es
que la oracin y el sacrificio de expiacin tienen eficacia para
la remisin de los pecados de los difuntos 1.
El gesto del caudillo Macabeo es calificado de recto y piadoso, porque, aunque el pensamiento dominante es la resurreccin, es cosa santa y saludable orar por los muertos. La
posibilidad de esta purificacin, en la que cree el autor sagrado, es lo que en realidad constituye la esencia del purgatorio.
Si el Antiguo Testamento es tan parco, el Nuevo no lo es
menos. El pasaje de san Mateo (18,34): ... Y su seor enfurecido lo entreg a los ministros de tortyra hasta que pagase la
deuda entera, no se refiere a la purificacin, sino al perdn, a
la disponibilidad para perdonar a todos aquellos que nos hayan
hecho algn mal.
Tampoco san Pablo en 1 Cor 3,10-15. El apstol se presenta como arquitecto experimentado que echa los cimientos.
Otros continuarn su obra. A estos continuadores les advierte
que miren bien la clase de materiales que emplean. Porque cimientos nadie puede echar otros ms que los que estn
puestos, que son Jesucristo.
Los cimientos no varan, son siempre los mismos; la roca
inconmovible, Cristo. Los elementos pueden ser muy diversos,
puesto que son los hombres los constructores. Segn sean, as
la obra perdurar o se quemar en el da que venga a descubrirse. Si la obra de uno se quema, se la perder; l, no
obstante, se salvar, pero justamente como quien huye de la
quema.
Como puede advertirse, no es la idea de purificacin la dominante, sino el juicio, una vez que san Pablo sita la escena
en el eschaton, cuando segn la dogmtica no habr ya purga1 Misin Abierta, en su nmero de octubre de 1976, dedica a este tema
del purgatorio trabajos esclarecedores, que contestan a preguntas y resuelven
dudas que flotan en el ambiente.
183
2.
La tradicin
Los fundamentos explcitos, mejor dicho los textos, directamente no se refieren a ese estado intermedio de purificacin.
Habr que acudir a la tradicin, si bien sta, cuando empieza,
se manifiesta a travs de la oracin por los difuntos. La oracin por los muertos, ya se ha dicho, es un dato bblico.
El gesto de Judas Macabeo est ah. San Pablo, en la primera carta a los Corintios (15,29) habla de los que se bautizan
por los difuntos: Si los muertos no resucitan absolutamente.
por qu razn en el mundo se bautizan por ellos?. Asimismo, en la segunda carta a Timoteo (1,15-18), pide al Seor
que favorezca a la familia de Onesforo qu le conceda favor
el da aquel, porque no se avergonz de sus cadenas.
Todo ello parece que ese estado intermedio se supone,
pero no lo dice taxativamente. En esta misma lnea, a partir
del siglo II, existen inscripciones funerarias, autores y textos
litrgicos que testifican la costumbre de rogar por los difuntos. As, por ejemplo, hacia los aos 180 se lee en uno de
los epitafios: Quien comprenda y est de acuerdo con estas
cosas, ruegue por Abercio. Pocos aos despus, Tertuliano
confirma la costumbre piadosa de celebrar el aniversario de
los difuntos con oblaciones.
Quedan anotadas estas citas, porque quiz uno de los argumentos ms fuertes en favor de la purificacin despus de la
muerte sea la oracin y los sacrificios por los difuntos, en
cuanto dato bblico y tradicin veneranda y venerable. No obstante, como no se trata de convencer de una piadosa costumbre con citas de autoridad y menos de hacerles decir ms de lo
que dicen, sino de una verdad que los catlicos aceptamos y
creemos, es preciso dejar muy claro que esta verdad la aceptamos libre y razonablemente, porque para ello se cuenta con
buenas razones.
184
Si se tienen buenas razones, es que los protestantes no estn en lo cierto al negar la existencia del purgatorio, sencillamente porque les parece una negacin de la suficiencia de la
satisfaccin ofrecida por Cristo.
3.
4.
Principios
4.1.
Responsabilidad humana
186
4.2.
Pureza y santidad
En la Biblia aparece transparente la idea de que nada manchado puede ver a Dios. Moiss habr de dejar sus sandalias
para acercarse a la zarza ardiendo desde donde le habla Yav.
Slo los sacerdotes pueden tocar el Arca de la Alianza, porque
slo a ellos se les considera limpios y segregados. Slo ellos
pueden entrar en el sancta sanctorum, y si alguno que no est
legtimamente llamado osa hacerlo, recibe inmediatamente el
aviso del castigo.
Jess, por su parte, proclama benditos a los limpios de corazn, porque slo ellos vern a Dios. Limpio quiere decir sin
mezcla, sin nada extrao a su propia naturaleza. El corazn,
para los semitas, designa el conjunto de todas las facultades
del hombre, tanto la razn y la conciencia como las tendencias
afectivas y la voluntad. Sin duda que el Maestro divino emplea
esta expresin en el sentido en que la entendan sus oyentes.
Para el auditorio de Jess era familiar e) viejo salmo: Quin
subir el monte del Seor, se sentar en su lugar santo? Ser
el hombre de limpias manos y de puro corazn, el que no lleva
su alma al fraude y no jura con mentira.
Por consiguiente, la santidad y la pureza ser el segundo
principio sobre el que se levanta el edificio de la doctrina purificadora.
5.
Documentos eclesisticos
6.
Los principios en que se apoya la doctrina sobre el purgatorio continan en toda su validez. Los presupuestos estn en
discusin, porque el estado intermedio entre la muerte y la parusa es un problema no definitivamente resuelto 2, Yla existencia de las almas separadas del cuerpo, hoy, desde una concepcin ms unitaria del hombre, parece difcil que pueda
sostenerse.
1. Por eso la nueva orientacin teolgica empieza por rechazar una serie de imgenes con que se pretenda representar
la realidad del purgatorio. En primer lugar, hay que olvidar
que el purgatorio es un lugar. En la eternidad los criterios de
2
188
sabemos que terminar como estado en el momento de la parusa. Y la parusa, para cada uno, se verifica en la hora
suprema de la muerte. Toda otra determinacin temporal sobre la permanencia o salida del purgatorio son acomodaciones
a nuestro lenguaje actual, que no tiene correspondencia en el
ms all.
6.1.
190
191
192
L. BOFF,
L. BOFF,
O.C.,
O.C.,
68-69.
69.
La purificacin, la plena maduracin no es obra exclusivamente del hombre. No, l solo no lo conseguira. Mas esto no
significa que sea pasivo en ella, tanto en cuanto alma espiritual
como en cuanto cuerpo material. En el proceso de purificacin
y conversin es todo el hombre el que tiene que convertirse y
purificarse. No tiene sentido teolgico hablar de purificacin
meramente pasiva. Sufrir una pena para restablecer el orden
quebrantado, o sufrir el castigo para volver a Dios la gloria
arrebatada, son expresiones intolerables. La reparacin no se
consigue mediante el dolor y el castigo, sino con la conversin
y las obras de amor. No es un orden, sin9 una persona la ofendida y la que reconcilia. La gloria de Dios es el hombre vivo,
y la vida del hombre es la visin de Dios, deca san Ireneo.
El purgatorio como proceso doloroso no mira slo a reparar lo pasado, a desmadejar el ovillo enmaraado durante la
vida, sino tambin al futuro. No se trata tanto de satisfacer
por los pecados cometidos, sino de liberarse de las tendencias
que no estn orientadas totalmente hacia Dios. Se trata de preparar el encuentro con Dios.
Este proceso termina con la muerte, a cuyo feliz final contribuyen todos los santos. Al hablar del juicio se insiste en esta
idea. Los hombres se van labrando interiormente a base de
afirmaciones, de hechos, de actitudes, de relaciones. Siendo
una forma abierta, vertical y horizontalmente, cuanto ms se
abra hacia Dios y hacia sus hermanos los hombres, ms se ir
vaciando de sus egosmos, ms se ir vaciando de s mismo y,
por tanto, ms ir madurando su personalidad.
Indudablemente que en este proceso no se adelanta sin esfuerzo ni sacrificios, porque contina siendo de actualidad: El
reino de los cielos padece violencia y slo los que se lo hacen
lo arrebatan.
Esta violencia se traduce en dolores, incomprensiones, frustraciones, dramas en que la vida cotidiana es harto prdiga. El
hombre puede y debe convertir todo esto en medios de interio193
rizacin y purificacin. Si lo hace, no cabe duda de que el boceto se ir acercando a la perfecta talla. Las mscaras con que
el egosmo y el individualismo le encubren caen, e impera la
autenticidad transparente de la conciencia (L. Boff).
No por las incomprensiones, por la desgracia, por las injusticias, por los dramas se convierte uno a Dios, sino que, a pesar
de ellos puede y debe centrarse en l. Las crisis, las pruebas por
que pasa el hombre en la vida pueden hundirle en la apata e incluso en la desesperacin. Pero tambin pueden ser para l un
desafo, una ocasin. Puede aceptarlas con humildad y amor, a
semejanza de su nico modelo, Jess de Nazaret.
La capacidad del hombre para resistir es ilimitada. Por eso
alguien ha dicho: Lbrenos Dios de todo aquello que podemos
soportar. Siempre, y en medio de todas las oscuridades imaginables, alumbra una luz, se advierte algn resquicio que facilita la aceptacin de la prueba. Dejar que ella acte como crisol doloroso; permitir que se desmonten todos los orgullosos y
vanidades inconfesables del corazn, que a veces con muy bellas palabras y mximas religiosas encubrimos o legitimamos;
dejar que se haga el vaco dentro de nosotros, sin tener en
cuenta la buena fama, la honra, la impresin que todo ello
pueda causar en los dems, no es fcil, pero es factible.
Ante un cuadro as todos los resortes psicolgicos son necesarios. La gracia tiene que actuar a velas desplegadas, y aunque el hombre no lo advierta, acta. Si se deja guiar, ese hombre sometido a la violencia de la crisis empezar, en su disponibilidad humilde, a sentirse ms rico y ms abierto a la comunicacin, a la comprensin y a la vivencia del misterio del
ser y de la nada, de la gracia y del pecado, de Dios y de su
autocomunicacin en Jesucristo 7. Lo que a su vez supone un
ejercicio de purificacin profundo y, desde el prisma de la fe,
de lo ms rentable. Aunque lo que interesa es el sentido trascendente de la vida, por ello digo desde el prisma de la fe,
cuadros con estos signos tienen a su vez un alto valor humano.
y no se diga que es demasiado angelical o excesivamente
exigente, porque es perfectamente normal. Las dificultades, los
obstculos y el sufrimiento a veces inexplicable, no forman
parte de la normalidad de la vida? Lo que no resulta tan normal es dejar que acte el crisol doloroso, permitir que se des7
194
L. BOFF.
O.C.,
70.
8 Equipo de especialistas, El purgatorio, misterio profundo, Paulinas, Madrid 1959. Es un libro muy recomendable por estar escrito por un grupo de especialistas.
195
9.
Existe el infierno?
1.
Enseanzas de la Iglesia.
2.
El infierno existe
El plan de Dios sobre el hombre es un plan de amor, porque Dios quiere que todos los hombres se salven. Con esta
conviccin puede marchar por la vida lleno de esperanza. Hablar de esperanza es hablar de presente, pero tambin, y sobre
todo, de futuro. Si en el futuro est la muerte, est sobre todo
!a vida. El infierno viene presentado como una situacin vivida. Pero al ser vivida ms all de la muerte, deja de regirse
por criterios de tiempo y se somete a la ley de la eternidad.
El hombre no puede comprender, no puede tener una idea
clara de la eternidad; sin embargo, aunque no pueda tener una
idea ntida de la eternidad y, por tanto, del infierno, no por
eso deja de poder cuestionarlo. An ms, debe cuestionarlo.
Siendo una realidad vivencial, puede desde la perspectiva de la
vida reflexionar sobre la no vida, sobre el no amor, sobre el
fracaso que supone siempre la frustracin personal. Frente al
progreso de la tcnica y de la ciencia, frente a la mquina, que
muchas veces le sustituye, el hombre se siente cada vez ms
solo, siente necesidad de amor mucho ms que antes. Por eso,
hoy quiz resulte mucho ms fcil reflexionar sobre el infierno
199
3.
Si la Iglesia se hubiese sacado su doctrina un da cualquiera, en que soplasen vientos de desolacin, de guerra, de
persecucin, cabra la posibilidad de llamarla oportunista. Los
reparos que a ella ponen los creyentes tendran visos de legitimidad, los argumentos de los que no creen adquiriran solidez.
Pero la Iglesia formul su fe, su creencia en la eternidad del
infierno a la luz de un largo, profundo e ininterrumpido proceso de evolucin y de reflexin serena.
Le recomendara al lector, para afianzar su fe y clarificar
sus ideas, la lectura del nmero Biblia y Fe de enero-abril de
1977, nmero dedicado a este tema. Concretamente, el trabajo
de Constantino Quelle resulta imprescindible para ampliar y
201
3.1.
El sheol
3.2.
La gehenna
203
3.4.
Nunca dira que las definiciones de la Iglesia sobre la existencia del infierno eterno fuesen exigidas por razones de orden
ontolgico, pero s por motivos de congruencia y por lgica coherencia de su sistema doctrinal. De no existir el infierno, la
doctrina de la Iglesia sera algo as como un edificio sin concluir.
El hombre, cuando prescinde de la razn, o mejor, cuando
pone la razn al servicio del instinto, despedaza la moral, invierte
la esttica, olvida la justicia, ignora la sociologa, identifica la voluntad de Dios con la voluntad propia. Cuando la razn es sustituida por la pasin, desciende de su nivel dc humana criatura. La
historia abunda en casos de justicia extorsionada, de inocencia pisoteada, de bondad escarnecida, de amor prostituido, de respeto
envilecido, de dignidad doblegada; ella nos dice cmo el bufn es
celebrado, el hipcrita honrado y el ambicioso dignificado.
Enrique VIII est casado legtimamente con Catalina de
Aragn. A la muerte de su padre, Enrique VII, decide la
204
205
206
4.
4.1.
208
Cmo es y en qu consiste?
Oigamos al gran Orgenes, porque su opinin merece siempre respeto. Los remordimientos del alma atormentada por el
recuerdo del pecado, al tomar conciencia del desorden en que,
por su propia voluntad, se haba colocado, son sus compaeros de viaje. El mismo habla a su vez del fuego, pero sostiene, contra la opinin ms frecuente, Jlue ese fuego no es
real, sino metafrico. San Jernimo y Clemente de Alejandra
comparten el mismo parecer. As y todo, la generalidad de los
tratadistas sostienen que es real, aunque diferente del material.
Tan diferente que los Padres africanos lo llamarn semi-inteligente, porque, quemando, no destruye lo que quema. Esto no
obsta para que enseen y aclaren que ese fuego real consiste,
primariamente, no en un lugar de tormentos, sino en un estado
interno.
Todo esto es profundamente familiar a la concepcin tradicional que del infierno se tiene. Hablar de la pena de dao y
de la pena de sentido es un lugar comn cuando se quiere profundizar en la naturaleza del infierno. Bien entendido que la
pena de dao era el sustrato ms socorrido, porque era el que
sostena la fuerza de la argumentacin, amn de corresponder
esta divisin a una concepcin filosfica del hombre.
Resulta muy comprensible que se ponga tanto empeo en
explicar, hasta en sus ms pequeos detalles, una verdad tan
tremebunda de nuestro credo. Comprensible, e inevitable tambin, que este esfuerzo est nimbado por los valores imperantes en el medio cultural en que se mueven los expositores.
El fuego ocupa un lugar privilegiado en la experiencia profunda del hombre. Supuesto el valor que se le atribuye, tanto
en el orden religioso como en el filosfico, as como en el psi-
209
colgico, no tiene nada de extrao que los que tratan del infierno afirmen que una de las penas que all sufren los proscritos es la pena de sentido, causada por el fuego. Emplearan
el mismo lenguaje si sus elucubraciones las hiciesen en plena
era atmica?
El mundo semita, como reiteradas veces se ha dicho en este
libro, concibe al hombre como un todo. El mundo occidental
lo entiende como una dualidad, cuerpo y alma, orientados la
una al otro, de tal suerte que forman un ser, el ser humano.
Sin embargo, para el creyente, tanto de un mundo como del
otro, el todo es lo que se salva o se condena, puesto que la resurreccin de la carne es uno de los artculos de su fe.
A pesar de ello, esta comprensin no comporta aceptacin
de todo lo que en torno a la pena de sentido se ha dicho. El
simbolismo es muy socorrido en todos los tiempos y en todas
las culturas. La mitificacin de las verdades, o realidades ms
profundas, tampoco es misterio para nadie; sobre todo cuando
se trata de hacernos comprender, cuando se intenta explicar lo
que est por encima de nuestros pobres alcances. La misma expresin que emplean los Padres del norte de Africa, llamando
semi-inteligente al fuego del infierno, es ya de por s orientadora.
Pero no se trata slo de solventar el problema que plantean
los autores, aunque ellos sean Padres de la Iglesia. Se trata,
asimismo, de que los evangelistas ponen en labios del Maestro
divino el mismo trmino: fuego, llanto, crujir de dientes, y lo
hacen reiteradamente.
El fuego, a simple vista, despierta la idea de destruccin,
aniquilamiento. No es, por ventura, Jess quien nos anuncia
al Dios del perdn, al Dios de vivos y no de muertos, al Padre
de la misericordia, al Dios de la salvacin? Cmo se explica
esta aparente contradiccin?
Ciertamente, parece entraable al Seor el smil del fuego.
Lo maneja con soltura y entusiasmo, tanto que san Lucas
(12,49) y san Marcos (9,49) le hacen decir: He venido a traer
fuego sobre la tierra, y qu puedo querer sino que arda?.
Verosmilmente, fuego es aqu el juicio de realizacin por medio del cual los hombres alcanzan la plenitud. El fuego sera,
pues, la presencia de Cristo entre los hombres, su vida, su
mensaje, que, aceptndolo libre y con amor, el hombre se realiza en plenitud. Desde esta perspectiva podramos encontrar
210
211
5.
infinito, no haran sino aumentarles su sufrimiento, pues estimularan en ellos la ardiente sed de un amor correspondiente,
activo y grato, que ya les es imposible.
Con timidez de corazn pienso, sin embargo, que la conciencia de esa imposibilidad acabara por aliviarlos. Habiendo
aceptado el amor de los justos, sin posibilidad de corresponderlo, su humilde sumisin creara una especie de imagen e
imitacin de ese amor activo, que ellos haban desdeado en la
tierra.
Lamento, hermanos y amigos mos, no poder formular esto
claramente. Pero infelices aquellos que se han destruido a s
mismos. Infelices suicidas! Pienso que no puede haber personas ms desgraciadas, ms infelices que ellos.
Nos dicen que es pecado orar a Dios por ellos y la Iglesia
aparentemente los repudia; pero mi ntimo pensamiento es que
se poda rezar tambin por ellos. Ese amor no tendra que irritar a Cristo. Os confieso, padres, que toda mi vida he rezado
en mi corazn por esos infortunados y,todava ahora lo hago.
Oh! Existen en el infierno seres que se mantienen soberbios e intratables, a pesar de su conocimiento incontestable y
de la contemplacin intelectual de esa verdad. Los hay monstruos, que se han convertido totalmente en presa de Satans y
de su orgullo. Son mrtires voluntarios, que no se dan por contentos con el infierno. Ellos mismos se han maldito al haber
maldecido a Dios y a la vida. Y se alimentan de su irritado orgullo, de igual modo que un hambriento en el desierto podra
llegar a chupar su propia sangre. Pero son insaciables por
todos los siglos y rechazan el perdn. Maldicen del Dios que
los llama y desearan que Dios se aniquilase a s y a toda la
creacin.
y ardern eternamente en el fuego de su clera; tendran
sed de la muerte y de la nada, pero la muerte huir de
ellos 3.
Dejando a un lado las matizaciones doctrinales, la pgina
impresiona por su justeza y actualidad. El hombre de hoy est
ms sediento que nunca de amor. Decirle que esa sed puede
prolongrsele en progresin ascendente por toda la eternidad,
es meterse en su lnea.
3 La cita est tomada de L. BOFF, de la obra Hablemos de la otra vida, Sal
Terrae, Santander 1980, 195-197.
213
6.
M.
214
DE UNAMUNO,
215
10.
Qu es el cielo
Sin la fe el sentimiento religioso se convierte en sentimentalismo, que acaba por convertir el alma en masa indefinida 1.
Sin la fe, la creencia en el cielo se convierte en mitologa.
Guiados, pues, por la fe, pero con la mente despierta y el corazn bien dispuesto, una vez que hemos reflexionado sobre el
infierno, vamos a hacerlo sobre el cielo; porque ello se impone
por una elemental exigencia del optimismo cristiano.
Existe una leyenda china, transcrita por L. Boff en su libro
Hablemos de la otra vida 2, que dice: En aquel tiempo un discpulo pregunt al vidente: Cul es la diferencia entre el cielo
y el infierno? Es muy pequea, contest el maestro, y, sin embargo, de grandes consecuencias.
Vi un gran monte de arroz cocido y preparado. El monte
estaba rodeado de una multitud de hombres hambrientos, pero
no podan acercarse al arroz. Teniendo, empero, en sus manos
grandes palillos, podan coger el arroz, mas no podan llevrselo a la boca. As, hambrientos y moribundos, estando juntos,
malvivan, como si estuviesen solos. He aqu la imagen del infierno.
Frente a ese monte vi otro, en las mismas circunstancias y
condiciones. Sin embargo, la gran multitud de hombres que lo
rodeaba, teniendo en sus manos sendos y largos palillos, se
servan el arroz unos a otros. De suerte que, estando juntos,
vivan solidariamente, gozando a manos llenas de los hombres
y de las cosas. Esta es la imagen del cielo. Y aqu termina la
leyenda.
1
M.
DE UNAMUNO,
217
1.
Qu es el cielo
218
mismos antes de abrogarse esa terrible responsabilidad de trastornar la vida de la gente ... De gente que no os pide nada, que
vais a importunar en sus pequeas costumbres que les eran
queridas y que les servan de felicidad; una felicidad, despus
de todo, tan respetable como la que usted ha soado para ellos
y quiere imponerles 3. En efecto, si los creyentes no pueden
demostrar la existencia del ms all, la realidad del cielo experimentalmente, los que la niegan carecen de argumentos suficientes para demostrar lo contrario. No es justo, por tanto, cerrar todas las puertas de la esperanza, cuando el hombre desea
y espera encontrar alguna abierta.
Es comprensible que haya hombres capaces de poner en
duda e, incluso, de negar la trascendencia, al comprobar cmo
muchos se comportan diciendo creer en ella. Es comprensible
que haya quien reniegue, al observar que una institucin tolera
y hasta asimila mtodos que no difieren de los que Jess de
Nazaret condenaba en los que, en su tiempo, tenan las riendas
del poder. Mas comprenderlos no supone justificarlos. La trascendencia est por encima de los indiviJuos y, tambin, por
encima de las instituciones que los individuos representan y administran. Para negar de buena fe la existencia del cielo y del
infierno es preciso estar muy seguro, tener argumentos vlidos.
Por eso, vayamos y empecemos, no por el mundo de la revelacin, sino por lo que el hombre siente, busca y desea.
1.1.
Deseo de inmortalidad
1979,45.
219
1.2.
Vida en Dios
220
M.
M.
DE UNAMUNO, O.C.,
DE UNAMUNO, O.c.,
36.
192-193.
221
222
1.3.
223
duo, como jefe y como representante de un Ministerio espaol, resulta una verdadera pena. Es medianamente aceptable
siquiera concluir que la grosera es la peculiaridad de la Administracin socialista, a la vista de estos dos ejemplares?
Los que se empean en extraar la condicin catlica y el
desarrollo del conocimiento cientfico, absolutizan la razono Y
esto, en nombre de la plenitud humana y de la autntica ilustracin, es aberrante. Porque pese a la legitimidad terica y
la necesidad histrica de la racionalidad autnoma y del conocimiento cientfico)), no se puede olvidar que, junto con la razn, el hombre quiere y siente, tiene fantasa y emotividad,
vive emocion~s ~ sie~te pasion~s 'l,ue de ninguna manera se
pueden reducIr sm mas a la razon) .
La inestabilidad emocional del hombre durante la vida presente resulta una de sus caractersticas. La bsqueda en el camino del conocimiento, otra. Que la verdad cristiana asegure
que esa inestabilidad se convertir en sereno equilibrio y que
esa bsqueda se transformar en posesjn de la verdad en el
momento que hayamos de dar cuenta de la propia administracin, no impide al entendimiento, a la razn, reflexionar, sino
que le impulsa a ello, dado que la realizacin final estar jalonada y reflejar el tiempo de bsqueda y de inestabilidad.
Nada se pierde, todo se transforma. La vida no se aniquila
sino que se cambia), no de lugar sino de condicin, de estado.
1.4.
Plenitud de amor
Ese afn maniqueo de reducir al hombre est en los antpodas del equilibrio y de su grandeza. No se engrandece al
hombre reduciendo su campo de conocimientos. Si con la sola
inteligencia no puede llegar a la cumbre de sus deseos y aspiraciones, consciente de que una luz infalible le garantiza su realizacin, de l se aleja el sentido de frustracin. En nombre de
qu se le niega este derecho?
El equilibrio y la seguridad nunca llegan a su plenitud durante la vida presente, una vez que no hay nadie que posea
tanto bien y tanta verdad que pueda racionalmente sentirse en
plenitud realizado. Mientras vive en este mundo se siente
7
225
226
con todas sus consecuencias. Una, y decisiva, para su realizacin plena es suplir en s lo que falta a la pasin de
Cristo. Que en palabra de san Agustn se traduce: El que te
cre sin ti, no te salvar sin tu cooperacin.
La aceptacin voluntaria de la fe no impide el desarrollo de
sus facultades totalitarias, sino que las potencia. Quien compare la actitud de fe con la situacin de catalptico, lee el
evangelio al revs y muy difcilmente se le podra excusar de
manipular sectariamente su texto.
Aunque el pecado y la muerte continan pasendose triunfalmente por el mundo, estn encadenados por la cruz de
Cristo, de tal suerte que slo pueden daar a los que voluntariamente se les acercan. El perro encadenado slo muerde a
los que se les ponen al alcance de su boca.
Cristo al morir ha penetrado en el corazn de la tierra.
Baj a los infiernos y no al infierno. Los infiernos constituyen
para el mundo antiguo la situacin de todos los muertos.
Estos vivan, en el hades para los pagal)os y en el sheol para
los judos, una vida de tinieblas para unos y de felicidad en
tono menor para otros. Los infiernos significan plenamente las
partes inferiores o ntimas de la tierra 8.
Jess es el vencedor que pasa revista a todas sus conquistas.
En su primera venida su conquista fue cumplida; pero dej
en libertad, no impuso su dominio definitivamente, sino que
slo lo propuso como medio y garanta para que el hombre libre obtuviese la victoria que l obtuvo. No los llama esclavos,
sino libres.
Resucitado, contina en el mundo, en su ncleo y en sus
estratos ms nfimos. Ha comenzado la trasformacin del
cosmos. Al hombre, interlocutor vlido para Dios, le toca
proseguir esa transformacin, desde el momento que toda
transformacin supone un proceso y en ese proceso estn inmersos los hombres, de grado o a disgusto. Son libres para ser
activos o remisos, para ofrecerse a cooperar o negarse a ella.
Cristo tiene siempre la iniciativa, porque sin su gracia es imposible esta cooperacin.
Si Cristo ha tomado las riendas de ese proceso de transformacin, en cuya cspide est l, y hacia l conduce con su gra8
227
cia y su luz a toda la humanidad, la esperanza de ser transformados en Cristo y por Cristo se convierte en certeza. No dice
san Pablo que si Cristo ha resucitado, nosotros resucitaremos
con l? Para los que creen en Cristo y lo aceptan como maestro y modelo, la muerte despus de la muerte carece de sentido. En cambio, para los que no creen, en el fondo, debera
ser un hecho normal.
Carece de sentido, porque los que reconocen a Dios como
creador y Dios de los vivientes y, correlativamente, definen al
hombre como imagen y semejanza de Dios, consideran imposible la nada absoluta como propia finalidad.
Si la realidad humana de Cristo, en la muerte, qued inhiesta en el fundamento csmico, que coaduna radicalmente
todo el universo y es como el punto gravitatorio de todos sus
estratos, entonces Cristo, en su humanidad somtica, vino a
ser el fundamento real y ontolgico de una situacin salvfica
total para todo el gnero humano. Todos los hombres sin excepcin pueden tomar contacto corporal con Cristo, un contacto, por cierto, a travs de la realidad csmica a la que todo
hombre est esencialmente vinculado. Porque la existencia est
trascendentalmente referida al mundo. El mundo es la dimensin esencial de toda actividad espiritual humana. El alma del
hombre est sustancialmente unida con el ser material 9.
No son estas expresiones pretenciosas e hijas exclusivamente de la reflexin intelectual, sino legtima parfrasis de lo
que dice san Juan: Lo he ya enaltecido y volver a enaltecerio... Ahora va a realizarse el proceso de este mundo: el capitn de este mundo va a ser ahora depuesto. Yo, a mi vez, a
todos voy a atrarmelos cuando me alcen de la tierra (Jn 12,
28-32). Alude, sin duda, a su alzamiento en la cruz y al cielo.
Porque entonces inaugura su reino de amor y de conviccin lO.
Inequvocamente, este lenguaje tiene sentido desde el
prisma de la fe. Mas como para un creyente hablar desde la fe
y desde la razn debe resultarle igualmente normal al reflexionar sobre la realizacin plena del hombreen el amor, la fe es
absolutamente imprescindible.
9 L. BOROS, El hombre y su ltima opcin, Verbo Divino, EsteBa 1972,
194-195.
10 M. MIGUENS, Amor y libertad, Grficas Alonso, Madrid 1971, 312.
228
229
2.
Doctrina de la Iglesia
230
L. BOFF,
O.C.,
205.
231
3.
Documentos eclesisticos
3.1.
Benedictus Dominus
El papa Benedicto XII, en su constitucin Benedictus 00minus, aborda magisterialmente el problema del cielo como
mansin de los bienaventurados, aunque ello no impide que su
documento fuese controvertido. Habla en la lnea trazada por
la tradicin. Superado el umbral de la muerte, los creyentes se
realizan en plenitud mediante la visin de Dios. Su aserto
enraza en la Sagrada Escritura, por cuanto san Pablo, en la primera carta a los Corintios, hablando de la caridad, despus de
darnos o trazamos un cuadro acabado de la misma, afirma que
la caridad no caduca (1 Cor 13,8); mientras que todos los
dems dones son fragmentarios, porque de hecho, en el
tiempo presente miramos con ayuda de un espejo, en un
enigma; entonces, en cambio, miraremos frente a frente. En el
tiempo presente, tengo un conocimiento fragmentario; entonces, en cambio, tendr un conocimiento inmediato, lo
mismo que tambin Dios lo tiene de m (1 Cor 13,12).
Seguramente que el haber sido discutida la constitucin de
Benedicto XII es debido a los trminos de su formulacin, no
a su contenido. La formulacin es la letra. Aceptmosla, pero
ahondemos en su contenido, en su espritu. Dejemos de lado
el lenguaje de los hombres, reflexionemos entre cristianos
maduros con una filosofa, pero con una filosofa que no es de
este mundo, sino con la filosofa de Dios, consistente en un
misterio. La que no lleg a percibir ninguno de los soberanos
de este mundo; que si hubieran llegado a percibirla, no hubieran crucificado al Seor, rey de la gloria (1 Cor 2,6-9).
Estamos muy mal acostumbrados. Se nos da la frmula y ya
nos sentimos exonerados de todo esfuerzo mental en orden a
clarificar su contenido. De ah que se haya cado en el mismo
232
3.2.
Concilio de Florencia
M.
DE UNAMUNO, O.C.,
53.
233
Dios es absolutamente simple. Estas distinciones no encajan, por consiguiente, en su divino atributo. Habr que insistir en que las expresiones y los giros de los autores sagrados
portan un mensaje, tienen un contenido? Habr que recordar
que el espritu late en la letra? Este hay que descubrirlo, a l
se ha de atender, en l nos hemos de fijar, tanto ms cuanto
que en la misma Sagrada Escritura se encuentran y aparecen
pistas suficientemente luminosas para ello: Los ltimos sern
los primeros, hoy estars conmigo en el paraso, al que
tiene poco, lo poco que tiene se le quitar. Amn de la base
bblica, si se ahonda sobre el texto conciliar, se descubre la
coordenada sobre la que est redactado. Esos grados, esa participacin no se refiere a que Dios se deje ver ms o menos, a
que Dios se comunique ms a unos que a otros, sino a la capacidad receptiva de los bienaventurados. Dios es todo para
todos, aunque unos abarcan ms, ven ms que otros, segn la
capacidad de cada cual. Una serie de vasos: unos tienen capacidad para veinte, otros para diez, otros para cinco. Todos estn llenos, no pueden recibir ms lquido. Su capacidad est
colmada. La capacidad de percepcin es relativa, la fuerza del
amor en unos puede ms y en otros puede menos; sin embargo, todos consiguen en el cielo su plenitud, porque todos
aman y conocen tanto cuanto su capacidad les permite. La
equidad ser la confirmacin de la suma justicia y de la eterna
bondad.
3.3.
Concilio Vaticano JI
La constitucin Lumen gentium, sobre todo en los nmeros 48 y 49, habla de la bienaventuranza, de la vida eterna.
No define solemnemente nada nuevo, nada que no haya dicho
la constitucin Benedictus Dominus y el concilio florentino,
pero s pone de relieve un aspecto muy de actualidad en la teologa catlica -dicho sea con toda la consideracin que debiera haberse tenido siempre-: Son bienaventurados los que
estn con Cristo. Esto es, el cristocentrismo en el mundo catlico es, llammosle as, un postulado, porque, nadie conoce
al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes l quiera revelrselo. Este aspecto que el Vaticano II pone de relieve, se le
presentar con claridad a todo el que lea con atencin la constitucin Lumen gentium; porque la realidad humana de
Cristo es el nico lugar de encuentro entre el hombre y Dios.
La instrumentalidad de la humanidad de Cristo es el sacramento de salvacin para todos, porque el que no est con
Cristo, est contra l. Cristo es el centro. A partir de l, la
historia de la humanidad se divide. L~ cruz es el signo divisorio. Por eso, qu hermosa y qu significativa es la expresin
evanglica el velo del templo se rasg en dos partes! Los de
una y otra parte slo le tienen a l como referencia.
Si el hombre de hoy mira a Cristo con seriedad, no abrigar ese sentimiento que, no cabe dudarlo, abriga de ser un
nufrago, arrojado sobre una isla solitaria y desconocida en la
que se cree solo y abandonado a sus propios recursos 14. La
sensacin de soledad le tienta, porque se siente engaado,
tanto ms cuanto que ha perdido el sentido de Dios.
Cristo, como referencia, camino, verdad y vida, no le
pide que marche por la vida solo, triste y amedrentado ante
ese misterioso ms all. La pide seriedad y decisin: Ved que
estoy a la puerta y llamo; el que me abriere, Yo entrar en l
y tomar el alimento con l.
No puede el hombre salvar su fe findose slo de sus recursos. Le conviene reflexionar. Le conviene saber que la fe es
certeza. Razonable. Es bueno que ensaye su libertad. Debe saber que la fe es libre. Respuesta de amor. Y le conviene ofrecerse a los efluvios del amor que baan el mundo. Debe saber
que la fe es sobrenatural. Hace de l una <<nueva criatura.
]4
235
4.
236
Ch.
MOELLER, O.C.,
11,447.
muerto. Con todo, movidos nuestros antepasados por mecanismos psicolgicos de esa cuasi vida, de esa vida umbrtil que
los muertos llevan en el sheol, pasan a la esperanza de la resurreccin nacional, y de sta a la individual. Medio siglo antes
de la era cristiana, el concepto de resurreccin individual era
familiar a los judos. El autor sagrado del segundo libro de los
Macabeos, llevado por el deseo intenso de la resurreccin nacional y el de salvaguardar la justicia de Dios, concluye con la
firme esperanza de la resurreccin personal 16. Entramos,
pues, en picado en la lnea magisterial de la Iglesia.
Porque se busque la coherencia en el proceso que lleva a la
Iglesia a formular sus tesis dogmticas sobre el cielo, no por
eso se minimiza el hecho de la revelacin. No, sino que se intenta recordar y dejar muy claro que la revelacin viene a garantizar las aspiraciones ms ntimas del hombre. No ha descendido del cielo con seales evidentes un texto divino, sino
que se advierte que en el fondo del texto literal sagrado
est implcitamente la revelacin que Yav hizo de s mismo,
fundamentalmente, como Dios de justicia y de fidelidad a sus
promesas. El proceso de pensamiento, avivado por circunstancias diversas, llevar a sacar todas las consecuencias de la justicia de Dios en la que estaban contenidas.
El fin de este proceso culmina, elocuentemente, con la
muerte y la resurreccin de Cristo. Cristo ha resucitado; al
morir, cuando el hombre penetra en el corazn de la tierra, se
encuentra con la presencia del Seor resucitado y csmico. Entonces es tambin cuando se produce la gran decisin, el gran
encuentro 17.
5.
Conclusin
A nadie se le niega una oportunidad para la opcin definitiva. A la hora de nona el hombre podr optar por el cielo o
por el infierno. He aqu la razn por que se dice que la fe en
Dios, justo y benevolente, comporta la existencia de la vida
16 Recomendara el artculo de JOS ALONSO
de Biblia y Fe de mayo-agosto de 1977.
17 L. BOFF, o.c., 205.
238
DAZ
publicado en el nmero
M. DE UNAMUNO,
O.C.,
54-55.
239
240
11.
La resurreccin de Cristo
1.
Hechos relacionados
con la resurreccin de Jess de Nazaret
Afirmar que Cristo ha resucitado en un mundo en que el
241
2.
Efectivamente, las explicaciones son muchas y muy variadas. Como por exigencia de la ndole de este libro no es posible researlas todas y sobre todo juzgar su valor, ser bueno
resumir todos los hechos apuntados entdos fundamentales, y
las soluciones en cuatro, que, por lo dems, comprenden todas
las otras. Esto simplificar nuestra reflexin y con ello ganar
en claridad.
El hecho cristiano se basa en dos acontecimientos:
1. La existencia de Jess de Nazaret: es un personaje histrico, vivi y muri como viven y mueren los hombres.
2. Este personaje dio origen a un movimiento religioso
que se extendi inexplicablemente, a pesar de la oposicin
abierta y tenaz de los poderes fcticos de entonces.
Estos dos acontecimientos, con todo lo que comportan, fueron y continan siendo objeto de estudio e investigacin apasionados, sobre todo a partir del siglo XVIII.
Se intentaron explicaciones para todos los gustos. Cuatro
particularmente llaman la atencin y las cuatro tienen como
base y fundamento de sus conclusiones los cuatro evangelios,
los Hechos de los Apstoles y las epstolas catlicas.
Recordar que el cristianismo es una experiencia religiosa,
vivida por Jess de Nazaret, que muri bajo el poder de Poncio Pilato y que resucit de entre los muertos en Jerusaln, es
una afirmacin que testifican hombres dignos de crdito. En
torno a esta tesis y partiendo de este hecho gira la historia del
cristianismo.
Alguien, que no peca de partidista, dado que es un impug243
2.1.
El mtodo crtico
La filosofa moderna pretende haber demostrado la imposibilidad de adherirse a los dogmas de la Iglesia catlica sin abdicar de la dignidad humana. Hasta tal extremo se crey en
esta demostracin que los modernistas, pretendiendo con ello
salvar los valores morales y religiosos que esos dogmas entraan, formularon el compromiso simblico.
Demasiado aprisa anduvieron estos hombres de finales del
siglo pasado y comienzos del presente, porque hasta ahora la
escuela crtica no ha sido capaz de explicar satisfactoriamente
el hecho cristiano.
Es obvio que, al hablar del mtodo crtico, no me refiero
a la altsima, decisiva e mdispensable funcin que en la interpretacin de la Sagrada Escritura desempea el mtodo crtico
moderno, empleado por los exegetas catlicos y los telogos
para acercarnos al sentido del lenguaje literario. Sino que
pienso en esa crtica reductiva que afirma, dogmatizando, que
el cristianismo es un fenmeno histrico como tantos otros,
sin carcter milagroso y sobrenatural.
244
2.2.
El mtodo mtico
245
El mtodo espiritual
246
Cristo, no estamos ms que con esperanzas, somos los ms mseros de los hombres (1 Cor 15,17-19). Esto es, como traduce
M. Miguens: Si vivir esta vida en Cristo, siendo cristianos, no
nos produce ms que esperanza sin seguridad y realidad alguna, somos unos miserables.
2.4.
248
249
2.5.
Solucin de fe
No cabe duda de que la historicidad del cristianismo ennoblece su racionalidad. Por eso, a fin de coronar esta breve exposicin y soslayar el peligro de superficialidad, comprometerse en la solucin de fe es nobleza obligada; como obligado
es tambin reconocer a los crticos naturalistas lo mucho que
han aportado para que esta solucin no sea para los que la
abrazan motivo de acomplejamiento intelectual.
3
250
K. E.
STEVENSON
y G. R.
HABERMAS.O.C.,
169.
Si hoy los creyentes no tienen motivo alguno para acomplejarse frente a los que se les oponen, se debe en buena parte a
ellos porque promocionaron el estudio crtico del sagrado
texto. No sern aceptables sus conclusiones, pero su investigacin y sus logros estn ah. No podrn dar respuesta a todas
las objeciones de orden histrico, exegtico, psicolgico y sociolgico con que tropiezan las soluciones que ofrecen, pero facilitan la comprensin de la que da la fe.
Una afirmacin de este alcance pedira al menos un resumen de la argumentacin que la avala. Aunque no lo haga,
dar pistas:
Jess se presenta como uno de tantos mesas que en Palestina aparecan entonces y aun aparecen hoy. El mtodo crtico
lo reconoce como histrico, rechazando, por lo mismo, toda
razn de ser a la solucin mtica. Reconoce, incluso, que la
verosimilitud y la lgica reclaman que el nombre y la obra de
Jess cayesen en el olvido, como la de tantos otros que en Israel se haban credo algo, dice Guinebyrt. No obstante, tuvo
xito. Cmo lo explican?
Los ilustrados no dan una respuesta convincente a esta
demanda. An ms, se contradicen, desde el momento en que,
declarando faltos de valor histrico los libros sagrados, se dedican a hacer una labor de seleccin sospechosa: Este versculo
es atendible, aquel ciertamente amplificado, el otro interpolado. De dnde sacan tanta seguridad?
El fenmeno social del cristianismo est ah. Humanamente
ms se podra esperar el fracaso que el xito, como indica Guinebert. Porque la muerte ignominiosa de su fundador, el frustrado retorno glorioso que se esperaba muy pronto y que an
no lleg en la forma que se describe, debieran haberlo convertido, no en realidad mesinica aceptable, sino en escarnio y escndalo para todo el que piense slo con criterios de razn. Y
sin embargo... Somos de ayer y todo lo llenamos. Slo vuestros templos quedan vacos, escriba Tertuliano en el siglo 11.
Por otra parte, el radicalismo evanglico encaja muy poco
en la blandenguera humana. Las aspiraciones terrenas no son
el distintivo de su mstica y, no obstante, un gran sector de la
humanidad se dej cautivar por esa mstica. Quedan, pues,
muchos cabos por atar y muchas antinomias por resolver.
Estas antinomias sin solucin para la crtica ilustrada, en-
251
252
3.
Los milagros
3.1.
Pruebas?
J. A.
PAGOLA.
253
3.2.
254
4.
El Jess de la historia
es el Cristo de la fe
que los miraba con aire de desprecio por galileos, pero que no
acababa de comprender cmo, siendo pescadores y pequeos
comerciantes, se hacen entender de todos, que hablan tan distintas lenguas. Tal debi de ser la conviccin con que Simn
Pedro se expres, que aquel mismo da se adhirieron al pequeo grupo como unos tres mil (He 2,41).
Con todo, algo ms importante que el nmero de convertidos llama poderosamente la atencin. Pedro no hace hincapi
en Jess, a quien muchos de sus oyentes conocan o conocieron personalmente -lo conocan, porque ante ellos haba desplegado su actividad y haba realizado milagros, a pesar de lo
cual no lo recibieron>>-, sino que su acento lo carga en lo
que ellos no saban: Ese Jess a quien vosotros conocis,
Dios lo resucit, librndolo de las cadenas de la muerte. Esta
es la gran novedad, es lo que en verdad importa.
Hablarles de Jess como hombre sera lo mismo que hablarles de un muerto. Lo haban visto morir, y morir de
muerte infamante. Y los muertos no tienen poder ninguno
para tratar con los hombres, pesar los acontecimientos humanos o ser dueos de lo que constituy su vida terrena.
Ante el anuncio de un muerto, aquellos hombres no hubiesen reaccionado en su favor. Lo ms sentiran compasin, pensando que era sujeto de un destino implacable y que llevaba en
un lugar, que ellos conocan con el nombre de sheol, una vida
latente, esperando el da de la resurreccin universal.
Los contemporneos de Jess tenan su escatologa, reflexionaban sobre el ms all. Tenan su propio lenguaje para
expresar sus ideas. Pero he aqu - y esto sorprende necesariamente- que Pedro, hijo de ese mismo ambiente, formado en
esa misma cultura y familiarizado con ese mismo lenguaje, haciendo uso del mismo, afirma que Jess, sin esperar al ltimo
da, vive, porque Dios lo ha resucitado. No era posible que
estuviese detenido por la muerte.
No hace exhibicin de sabidura humana, no se pierde en disquisiciones, en distinciones de escuela. Les habla en el lenguaje
que le entienden. Slo da en pblico testimonio de su experiencia
personal. Ese Jess, a quien muchos de sus oyentes haban visto
y tratado, se le haba impuesto a l y a sus compaeros como
vivo, libre de las ataduras de la muerte. Se les haba presentado
en plenitud de vida, de tal forma que no dudan en afirmarlo ante
aquellos mismos que lo haban crucificado.
256
Jess, con esa vida nueva que ahora vive, toma otra vez la
iniciativa de su comunicacin con aquellos que todo lo haban
dejado por l. Es tal la fuerza de esa vida con que a ellos se
impone, que san Juan, en un alarde de imaginacin oriental,
nos lo describe: Vestido de un manto, ceido a la cintura por
un cinturn de oro. Su cabeza y sus cabellos blancos como la
lana blanca, como la nieve, y sus ojos como llama de fuego, y
sus pies semejantes al bronce purificado en el crisol, y su voz
como el ruido de aguas caudalosas y tena en su mano siete estrellas (Ap 1,13-16).
Prescindiendo del ropaje, en esta descripcin que de Jess
nos hace san Juan en su Apocalipsis, late la gran verdad; verdad que secundan Pedro, Pablo, Santiago, los cuatro evangelios,
las cartas y los Hechos de los Apstoles: Jess vive, vive por
obra de Dios y junto a Dios. Y porque vive por obra de Dios
y junto a Dios, vive para siempre, es signo de esperanza y
compromiso para nosotros 9.
Pero la resurreccin no supone recuperacin de la misma
vida que vivi mientras conversaba y trabajaba entre los hombres, sino que la resurreccin alude ms bien a una vida
nueva, que rompe las dimensiones del espacio y el tiempo y se
desarrolla en el dominio invisible, imperecedero e incomprensible de Dios 10.
En esa vida nueva, Jess se hizo ver de sus discpulos.
Pero hay alguna medida en comn entre este Seor y Cristo,
entre esta vida nueva y la vida del hombre-Jess? Al hombreJess no se llega inmediata y directamente, sino a travs de los
datos que sobre l nos dan los evangelistas. Estos datos brotan
de su pluma a la luz del misterio pascual 11.
Cuando Jess se les apareci como resucitado, los apstoles
pensaron y recogieron los recuerdos que de su predicacin y de
su vida tenan. Lo relacionaron de modo leal y coherente con
el acontecimiento que les despert esos recuerdos. As vistos y
relacionados, los redactan y trasmiten, los exponen y anuncian.
Por tanto, no sera serio pensar que estos relatos de la etapa
histrica de Jess son independientes de la experiencia que se los
hizo revivir. Precisamente ahora los ven en el sentido en que
J. A. PAGOLA. o.c., 277-278.
H. KNG. Existe Dios?, Cristiandad, Madrid 1979, 922.
11 Ch. DUQuoc, Jess, hombre libre, Sgueme, Salamanca 1976, 15.
10
257
Jess los realizaba cuando estaba con ellos. Los discpulos, entonces, no comprendan esta nueva dimensin, no comprendan
este alcance. Qu pensaran cuando Jess, ante la solicitud de
su madre, que lo busca ansiosa y preocupada, contesta a quienes
le traen la noticia: Mi madre y mis hermanos son los que cumplen la voluntad de mi Padre? (Mt 12,50).
Jess no salv en aquella ocasin la dificultad que para esta
visin tenan sus seguidores. Padeci su lentitud mental, para
que luego fuese ms firme y fiable su comprensin.
Los apstoles se sienten transformados. Pero no son visionarios, no han perdido su capacidad de relacionar lo que son
con lo que fueron, lo que saban y haban visto con lo que
ahora ven y saben. No ven fantasmas, no son juguete de imaginacin, sino que captan realidades, viven su presente.
Que sea precisamente Pedro quien se plante ante aquel gento y les hable con la claridad y precisin con que les habl, no
deja de sorprender. Recordmoslo si no en el da de la prisin
(Jn 18,12-27) y comparmoslo con el da de su confesin despus de la resurreccin (Jn 21,15-19). Unos momentos antes de
negar al Maestro le haba asegurado que estaba dispuesto a seguirlo hasta la muerte. La transformacin no es superficial, no
obedece a una emocin pasajera.
Comparemos su actitud en una y otra ocasin. De la confianza en s, de la visin personal y humana que tena de las
cosas, de la fogosidad de sus expresiones, pasa al ms profundo conocimiento de sus limitaciones personales, pasa a una
visin nueva de la vida, pasa a un equilibrio interior que nada
tiene de temerario y veleidoso. Seor, t lo sabes todo. T
sabes que te amo. Reconozca, sin vacilar, toda la casa de Israel que a este Jess, a quien vosotros habis crucificado, Dios
lo ha constituido Seor y mesas (He 2,36).
Ahora ya no es Pedro, el espontneo, el vehemente, el fogoso; es el renovado, el que ve y mira con serenidad, no slo
con sus ojos de hombre curtido por la brisa del lago, sino con
la luz superior de la fe que, l quc cst junto a s, l quc habla
con l, tena razn cuando le dijo: Antes de que el gallo
cante, me negars tres veces)). Tena razn, porque, de no ser
as, Dios no lo hubiese constituido Seor y Mesas.
Pedro, despus de la crucifixin de Jess, haba cado,
como todos sus compaeros, en la ms profunda postracin.
Sin embargo, a diferencia de los seguidores de todos los otros
258
mesas que huyen, una vez muerto el lder, l y los que con l
estn desafan a la autoridad tanto hebrea como' romana. En
virtud de qu?
Si adems se aade que aquellos hombres hubieron de
afrontar otro no menos penoso escollo: El fallido retorno glorioso de su Cristo, que esperaban muy pronto, como vengador
victorioso, su reaccin, humanamente, resulta inexplicable,
ininteligible, inalcanzable a cualquier baremo que se le aplique.
Por eso pudo escribir Machovec, marxista checo, autor
del libro Jess para los ateos: Cmo es que fueron capaces
los seguidores de Jess, especialmente el grupo de Pedro, de
superar la terrible decepcin sufrida y el escndalo de la cruz y
de emprender incluso una ofensiva victoriosa?.Y cmo es que
un profeta cuyas predicciones no se realizaron pudo convertirse
en punto de partida de la mayor religin del mundo? Generaciones enteras de historiadores se han planteado y continuarn
plantendose estas cuestiones... 12.
No es posible, a la hora de dar respuesta a esas dos cuestiones formuladas al principio, prescindir de la experiencia pascual en la lectura de los evangelios.
Es verdad que no describen la vida de Jess como describe,
por ejemplo, Luis de Sarasola la vida de san Francisco de Ass,
pero son una confesin de fe en l, en lo que hizo y dijo. Y
porque nos refieren lo que dijo e hizo el Seor, que vive,
eso que hizo y dijo es tan actual hoy como lo era cuando lo
deca y lo haca. Su actualidad, claro est, ya no se puede medir con categoras de tiempo y de espacio, sino con categoras
de bondad y de verdad, de justicia y de equidad. Y la verdad,
la bondad, la justicia y la paz estn siempre de actualidad.
Cuando los exegetas afirman que los evangelios no son relatos biogrficos, sino que son testimonios de la fe de aquella
primera comunidad cristiana, entienden con ello que la transmisin oral de las palabras de Jess y su redaccin escrita
sufrieron la repercusin de lo que l haba pasado a ser para
sus discpulos en virtud de la pascua.
Los evangelistas y san Pablo dan testimonio de su fe; y la
fe no se verifica por medio de coordenadas topogrficas y cro12
O.C.,
117.
259
260
encontradas en cuestiones fundamentales, no puede haber divisiones radicales. De ah que en nombre de todos conteste Pedro: T eres el mesas, el hijo de Dios viviente (Mt 16,1316).
Esta uniformidad obedece a que no es ni la sabidura humana, ni la carne, ni la sangre quienes revelan a Jess como mesas, como Seor, sino el Padre que est en los cielos (Mt
16,17).
4.1.
Conocimiento histrico
X.
922.
261
4.2.
Conocimiento de fe
262
4.3.
Conocimiento real
Se hace ver
264
X.
LON.DuFOUR, O,C.,
87-90.
dedo aqu, mira mis manos; trae tu mano y mtela en mi costado, y no seas incrdulo, sino creyente" (Jn 20,24-28).
Cristo se hace ver de sus discpulos de un modo sensible.
Que su cuerpo resucitado es espiritual y los espritus no se tocan, porque no tienen partes ... ! Siendo Cristo Dios, qu dificultad hay en todo esto?. Amn de que la expresin hacerse
ver supera en mucho el aspecto sensible de la visin. Y lo
supera porque refuerza el aspecto de presentacin que tienen
las apariciones.
Jess resucitado se impone a sus discpulos por la fuerza de
la realidad de su presencia a travs de los sentidos. No se les
descubre como se descubrira un cuadro oculto para ser contemplado, sino que dialoga con ellos, les resuelve las dudas, les
infunde nimo, les disipa temores: Tenis algo que comer?.
No temis: los fantasmas no tienen huesos ni carne como veis
que yo tengo. No seas incrdulo, sino creyente. Expresiones todas que se orientan a confirmarlos en su identidad.
No aparecen en ellas vestigios de slo rtiCuerdo, sino la misma
realidad humana del maestro, viviendo en plenitud una vida
nueva, pero siendo el mismo Jess quien la vive. A los discpulos slo toca el descubrirlo, identificarlo.
Por otra parte, el inters del autor sagrado en poner de relieve, no al que ve y escucha, sino al que se hace ver, es manifiesto, como se ha dicho.
4.5.
La apologtica
266
convencidos, leales y coherentes que en sus libros testimoniaron su fe y la fe de la primera comunidad cristiana con sencillez, frescor y originalidad, en el lenguaje que sus oyentes y
lectores entendan. Proponen lo que ellos han visto y experimentado a todos los hombres de buena voluntad, sin la carga
de la sabidura humana, a fin de que tambin ellos vivan y experimenten. A fin de que tambin ellos crean.
La apologtica bien encuadrada en su campo, es hija de la
historia y la historia, escrita con lealtad y analizada sin prejuicios preconcebidos, es una prueba maestra. As es porque escribe Miguel de Unamuno: Como en el individuo, sucede en
los pueblos, hallan a Dios si lo buscan dentro, en su propia
historia. Es un hecho que el mayor peligro de caer en el
atesmo y la irreligin est en el cultivo de las ciencias llamadas naturales, as como el estudio de las histricas y sociales
vuelven a Dios 17.
17
M.
DE UNAMUN,
178.
267
12.
La fe en la resurreccin
y su lenguaje
Que acudir a los milagros no sea el mejor camino para convencer al hombre de hoy de la divinidad de Cristo, no significa
que se deban silenciar.
La resurreccin es, en efecto, el acontecimiento central del
cristianismo. Tratndose, por tanto, de un misterio de fe y de
reflexionar en torno a la identidad del Jets de la historia y del
Cristo de la fe, prescindir de los milagros que los evangelistas
narran, como realizados por Jess, sera lo mismo que abandonar una parte cuantitativa y cualitativamente muy importante de la tradicin evanglica y de la proclamacin del reino
de Dios l.
San Pedro el da de pentecosts, en su discurso, aunque no
habla a su auditorio de la vida humana de Jess, recuerda, de
paso, que sus discursos, sus milagros, su actitud, su proceder,
su muerte, fueron hechos notorios. Dieron lugar a no pocas
discusiones. En el ambiente efervescente de la Palestina de entonces, Jess haba despertado pasiones y esp~ranzas religiosas
y polticas. Se haba convertido en motivo de contradiccin 2,
como anunciara el viejo profeta.
De Jess, por consiguiente, es necesario hablar hoy como
hablaron los apstoles. Precisamente por eso, en la primera
partc dc estc libro sc dcdic un captulo a Cristo como '<rostro
humano de Dios.
Por lo dems, como la predicacin apostlica estaba sostenida por el recuerdo de su contacto familiar e iluminada por la
1
2
269
1.
teresan a todos, porque se distinguen de los hechos espectaculares que realizan los taumaturgos y profesionales de las ciencias ocultas.
1. El desinters personal de Jess cuando realiza alguna
curacin es patente. De hecho, no obr ni un solo milagro en
provecho propio. Y al entrar de lleno en su pasin --<.:uando
ms eran de desear- desaparecen por completo.
2. Con insistencia repiten los evangelistas que al curado le
recomendaba, le peda que no lo dijese a nadie. A los apstoles, testigos de su transfiguracin les ordena: No digis lo
que habis visto hasta que el Hijo del hombre resucite. Evit
con exquisito cuidado todo lo que pudiera acercar sus hechos
prodigiosos a los linderos profanos de la ostentacin o la jactancia.
3. En su poder superior sobre los elementos, la enfermedad y la muerte, no aparece nada del ceremonial complicado
de los magos, nada de sugestin hipntica, preparativos ocultos
y misteriosos, sino una sencilla palabra, algn gesto significativo. Sobre los milagros de Jess se cie/ne la serenidad de la
accin creadora de Dios.
4. Tampoco se ve en ellos ese afn que se descubre en
toda clase de magia: El intento de disponer de Dios por medio de determinados actos, sin que el hombre se entregue a
l. Jess cura a los enfermos, limpia a los leprosos, da movimiento a los paralticos, y slo les pide: ten fe, confa,
hijo, no vuelvas a pecar, vete en paz.
5. Por ltimo, algo que los que no creen, porque un
Dios que permite el sufrimiento del inocente, no vale la pena
creer en l, debieran tener en cuenta: en todos los milagros
realizados por Jess, ninguno hay ordenado a castigar, en
contraste con el Antiguo Testamento 3.
Que los milagros de Jess tienen un carcter inconfundible y
propio, es evidente. Que, a pesar de ello, sus contemporneos,
sobre todo la clase rectora del pueblo no lo aceptaron, tambin:
porque vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. A su
propia casa vino y no lo acogieron los suyos (Jn 1,11).
Es que los milagros no dan la fe. Esto es un hecho que la
historia constata abundantemente. Como muestra, lea, el interesado en comprobarlo, el libro del famoso escritor Carrel,
3
271
272
J. A.
PAGOLA, O.C.,
275.
2.
datos que sobre l se saben. Estos datos ms previenen en contra suya que en su favor. En realidad reflejan la personalidad
de un hombre vehemente, fogoso, apasionado; pero sincero,
recto y convencido. La causa que considera noble la defiende
con vehemencia.
Cuando joven, no sindole dado tomar parte activa en el
martirio de san Esteban, guarda celosamente la ropa de los
que lo apedrean (He 7,58). Estaba de acuerdo con su
muerte. y dando todava resoplidos de amenazas y de
muerte contra los discpulos del Seor, se presenta voluntariamente ante el pontfice para que le d credenciales, a fin de
poder llevar presos a Jerusaln a todos, hombres y mujeres,
que en Damasco fuesen de este vivir (He 9,11-12).
Estaba llegando a Damasco, caballero en un brioso corcel,
cuando algo extraordinario le sucede. Oy una voz que le deca: Saulo, Saulo por qu me persigues?. Aquel hombre vehemente, cargado de celo por la ley, siente que todo su furor
contra los que considera sus enemigos se derrumba: Quin
eres, Seor?. Yo soy Jess, a quien t persigues. Pero levntate y entra en la ciudad, que se te dir todo lo que tienes que
hacer (He 9,4-6).
La transformacin de Saulo, leal a sus convicciones, recto
de corazn, en Pablo, se realiza inmediatamente, sin largos raciocinios, sin profundizar por el estudio en el contenido del
mensaje cristiano: slo a la voz de Jess, slo al contacto con
l. Lo descubre por la fe. La fe hace maravillas, con tal que
aquel a quien se le ofrece est en disposicin.
Estos vuelcos de la gracia no se comprenden con facilidad
en nuestro tiempo. Tampoco los comprendan los contemporneos de Pablo. No es ste el que en Jerusaln hizo un arraso
en los que oraban a este nombre y que aqu vena precisamente para llevrselos presos a los pontfices? (He 9,21).
El mismo Ananas participa de estos temores, tanto que
Jess, segn san Lucas, tiene que intervenir para que acte segn debe. Los milagros se suceden, las intervenciones del ciclo
se hacen necesarias en aquellos momentos de confusin y de
miedo.
Pablo capta la credibilidad de aquellos prodigios. Su entereza y fidelidad son impresionantes y paradigma para los hombres de todos los tiempos. Curado de su ceguera, pone manos
a la obra de su misin inmediatamente. Ni siquiera regresa a
274
275
gre y carne, ni volv a Jerusaln donde los apstoles que lo haban sido antes que yo (Gl 1,13-17).
Es verdad que inmediatamente despus de mi conversin
no fui a verme con los apstoles. Pero qu tiene que ver esto
con la autenticidad de mi predicacin? Jess me la ha revelado, Jess me ha dicho lo que deba ensearos. Mas para que
no tengis duda de mi fidelidad, no debis ignorar que, a la
vuelta de tres aos volv a Jerusaln para entrevistarme con
Pedro y me qued con l quince das (Gl 1,18). Luego, al
cabo de catorce aos, otra vez sub a Jerusaln en compaa de
Bernab y con nosotros me llev a Tito ... Y les puse sobre el
tapete -pero en privado a los competentes- el evangelio que
yo pregono entre los gentiles; no fuese que de alguna manera
estuviese yo compitiendo o hubiese competido en la carrera
intilmente. Qu val, ni siquiera Tito que estaba conmigo fue
obligado a circuncidarse, con ser l griego (Gl 2,1-3).
La abrumadora argumentacin de Pablo avala la autenticidad de su predicacin y, al mismo tiempo, deja fuera de combate a sus calumniadores. Lo mismo que atestiguan que las comunidades de creyentes de la primera hora no eran comunidades anrquicas. Porque san Pablo, que afirma que si Cristo
no ha resucitado, nuestra fe es vaca, demuestra con su conducta que no es un anrquico e incontrolado en su predicacin,
sino que respeta y se somete a la jerarqua.
3.
mana. Para ella no existi el peligro de olvidarse de que el divino resucitado era el mismo que haba sido crucificado. Los
que olvidasen este dato correran el peligro de atribuir a la
primera predicacin una voluntad de construccin teolgica.
Esto no es cierto, porque jams la tuvo. Los apstoles predicaron la buena nueva partiendo de una doble experiencia: De
su contacto amigable con Jess de Nazaret y la de la pascua,
que les oblig a escudriar las Sagradas Escrituras para poder
expresarse a s mismos lo que era Jess 6.
Unieron perfectamente estas dos realidades, que hoy, so
pretexto de los avances teolgicos, amenazan con verse separadas y aun contrapuestas. Campe durante tiempo excesivo el
afn de dar a la razn teolgica un lugar preferencial. La mentalidad deductiva triunf a velas desplegadas, sobre todo a partir de la escolstica. Partiendo de una nocin, de un principio,
incluso de una prctica a la que se le reconoca un carcter intangible, se apresuraban a sacar toda una serie de conclusiones
tericas y prcticas.
No se trata de rebajar ni de criticar1porque est de moda,
sino de constatar que los telogos, a partir del concilio de Calcedonia, en el ao 451, se anclaron en su definicin dogmtica
elaborando por deduccin toda la cristologa. Se olvidaron,
quiz, de que la Iglesia formul su doctrina para concluir con
unos debates poco claros, no para cerrar las puertas a la investigacin.
Este concilio defini que en Jesucristo hay dos naturalezas, una divina y otra humana, en la unidad de persona: el
Verbo, hijo de Dios. Es posible construir una cristologa
partiendo de esta definicin. Pero tambin es muy fcil olvidarse de que los trminos empleados se refieren a un ser concreto, a Jess, que tuvo una historia singular 7.
Durante siglos venimos viviendo de esta mentalidad que
tuvo xito y alcanz logros. Exito y logros, partiendo de la dignidad de hijo de Dios. Es un valor y no pequeo. No obstante,
una cristologa que construye la dignidad de Jess partiendo de
su condicin divina, amenaza con no interesar al hombre de
hoy. Si es' hijo de Dios, cmo se puede presentar como modelo a los hombres que somos hijos de la naturaleza humana?
6
277
278
4.
Lenguaje de la resurreccin
Pues bien, en torno al misterio pascual hay todo un lenguaje. Con este lenguaje se expresa una realidad perenne. Una
realidad, un hecho que, si bien es real, no lo controla la historia ni las ciencias naturales; pero tampoco lo agota el mismo
lenguaje. Sin que le impida profundizar en su conocimiento, la
lgica muy poco puede decirnos sobre l, porque no nos da
nuevos principios, o al menos los que aqu se necesitan.
Esta realidad que no puede controlar la historia aparece expresada en un lenguaje y ese lenguaje s que es controlable.
Aparece primero envuelta en el lenguaje de lo milagroso: sepulcro vaco, ngeles, puerta abierta, losa retirada, sudario doblado ...
En cuanto lenguaje de milagro, el creyente tiene que empezar por concebir la resurreccin de Jess no como un milagro
ms t:ntre los que se describen en el evangelio, sino como algo
normal que tena que ocurrir siendo Jess quien era. Lo sorprendente, lo desconcertante sera que no resucitase. La resurreccin es la culminacin propia de una vida como la que vivi Jess. Si Dios es justo, no poda dar la razn a los que le
crucificaron.
Por otra parte, el lenguaje de la resurreccin no era exclu279
5.
11
280
6.
S, lo es. An ms, inmortal es el ser humano, es el hombre unidad, el hombre todo. Lo que ocurre es que nos movemos en un clima cultural especfico, dentro de una concepcin filosfica concreta en la que la fe no entra ni sale. Hemos
aceptado como sistema intangible la concepcin platnica del
hombre, olvidando que no todos lo conciben de la misma manera.
6.1.
Concepcin semtica
282
lugar tenebroso, donde esperan inertes y como en un receptculo la llegada del ltimo da. En esta lnea, la resurreccin
consiste en alcanzar la plenitud de la vida, segn un nuevo
modo de existir y de expresarse. Figurmonos lo que esto significara para aquel mundo en el que esto slo era realizable
en el momento de la resurreccin universal.
6.2.
Concepcin helnica
12
13
283
6.3.
284
exaltado, porque los resucitados sern semejantes a los ngeles y comparables a las estrellas.
No concuerdan estas palabras con las de Jess: Vais descaminados, por no conocer las Escrituras y el poder de Dios.
Porque en la resurreccin ni ellos van a tomar esposas ni ellas
a enmaridarse, sino que van a estar como ngeles en el cielo?
(Mt 22,29-30) 14. Por su parte, san Pablo acaba de decirnos
que resucita un cuerpo espiritual.
En esta lnea, las apariciones de Jess resucitado aparecen
liberadas de una serie de dificultades que impiden al lector
sumergirse en la luz del misterio pascual. Por otra parte, sera
ingenuo tomar a la letra los elementos simblicos que los evangelios emplean. Recordar que el autor sagrado no describe la
resurreccin de Jess como describira un hecho histrico es
enmarcar mejor estas observaciones.
7.
De la escatologa a la historia
El anuncio de que el crucificado haba resucitado desconcert a los jefes del pueblo, como coincidencia de fatales consecuencias para sus planes. Al fin, sobre ellos pesaba la responsabilidad moral de su muerte y ellos mismos se la haban
asumido: Que su sangre recaiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos (Mt 27,25). Adems, su autoridad en el pueblo quedaba profundamente afectada y seriamente comprometida.
Con todo, siendo sinceros, no podan menos de pensar que
aquello era un devaneo doctrinal muy peligroso. Aquellos
hombres, celosos de la ley hasta la exageracin, no soportaban
injerencias en su interpretacin, a no ser las avaladas por su
autoridad.
Afirmar la resurreccin de un muerto era lo mismo que
usar un lenguaje, para ellos consagrado, en sentido distinto del
que el uso oficial permita. El lenguaje que ellos empleaban refirindose a la resurreccin universal del ltimo da, los
apstoles lo aplican a una persona concreta y lo fijan en un
momento dado. De esta suerte pasaban de la escatologa a la
historia, de la eternidad al tiempo.
14 X. LON-DuFOUR, Resurreccin de Jess y mensaje pascual, Sgueme,
Salamanca 19742 , 61-62.
285
286
Era necesario que los evangelistas nos hablasen de la glorificacin de Jess, de su entronizacin en el cielo, del lugar que
ocupa al lado del Padre; porque el solo lenguaje de la resurreccin no refleja la dimensin universal adquirida por Jess.
De hecho nos hablan empleando el lenguaje, los smbolos comunes a toda la humanidad. No obstante, los smbolos no agotan el contenido de la realidad. Son medios, son vehculos para
expresarla, que tuvieron actualidad, pero que ahora perdieron
eficacia.
Entonces, para hablar de su exaltacin, de su glorificacin,
de su triunfo definitivo sobre la muerte, acudir al smbolo de
subir a los cielos}}, sentarse a la derecha del Padre}}, desaparecer entre las nubes del cielo}} era obligado. Lo que ni entonces ni ahora es obligado es separar esos hechos, porque en
realidad intrnsecamente constituyen uno solo.
La historia de la ascensin es muy sencilla. Nada de pomposa apoteosis, como en los mitos paganos o en una pieza de
teatro. Slo una recatada indicacin del trmino de la m~rcha
al Padre... Debemos, pues, dar de mano h toda concepcin espacial. Lo que sabemos es que Jess, como hombre, est con
el Padre. Como hombre; por ende, con su cuerpo, pero no con
un cuerpo terreno}} 15.
Esto es lo que sabemos y esto es tambin lo que creemos,
porque la esencia de la resurreccin, en la que se incluye su ascensin, consiste en que siendo Jess hombre es al mismo
tiempo Dios. Su condicin divina le permiti gozar en plenitud, quedando por fin as quebrantado el podero de la
muerte}}.
8.
De la escatologa al espacio
No es fcil sustraerse al concepto que del ser humano tenemos. De ah que al reflexionar sobre la resurreccin de
Jess, por necesidad haya que preguntar: Qu fue de aquel
cuerpo escarnecido, abofeteado y crucificado? Al concepto de
cuerpo se asocia el de espacio.
Confesar a Jess resucitado no significa solamente recordar
15
287
9.
288
X. LON-DUFOUR,
O.C.,
313.
19
289
290
cin concreta de Jess de Nazaret. As como ayudan a la comprensin de la asuncin de la santsima Virgen, su madre, en
cuerpo y alma a los cielos.
Jess es un hombre semejante en todo a los dems hombres, menos en el pecado. Su cuerpo es, por tanto, como el
nuestro. Pensar y reflexionar sobre su resurreccin con categoras anlogas, no slo es lcito, sino coherente, porque en l
todos sern vitalizados, cada uno, sin embargo, en su propio
turno: como primicia, Cristo)) (1 Cor 15,23).
Decir, confesar que Jess es vencedor de la muerte y que
est glorificado porque ha resucitado en su cuerpo histrico,
equivale a reconocer que todo lo que en el curso de su vida
humana ha estado o ha sido lugar de su expresin y de su comunicacin con los dems hombres y con las cosas est transformado, est glorificado; que todo lo que dijo e hizo es tan
actual hoy como ayer, porque en todo tena y tiene razn. Porque no se trata tanto de su cuerpo biolgicamente considerado,
cuanto del cuerpo que vive en la nUl)va creacin, por l
iniciada y de la que l es la primicia)).
10.
El cadver de Jess
x.
LON-DUFOUR,
O.C.,
319.
291
---dice Lon-Dufour-, escapa a nuestro entendimiento, porque entra en el misterio en que la misma resurreccin se
funda.
El cadver de carne y hueso desde donde Jess se manifest y relacion con los hombres el mismo da de su muerte,
queda constituido medio de accin para Jess resucitado, como
medio de accin es todo lo que form su cuerpo biolgico a
travs de los treinta y tantos aos que vivi entre los hombres.
Accin que ya no limita ni el tiempo, ni el espacio, ni la materia. El universo entero est al servicio de su manifestacin, segn el lenguaje evanglico a travs de las apariciones.
El cadver que Jos de Arimatea y Nicodemo colocaron
en el sepulcro no vuelve sin ms al universo, sino que es plenamente recuperado por Jess viviente, que transforma el universo integrndolo en s mismo.
Es obvio que, como dira san Pablo, estamos hablando en
clave de misterio y, por consiguiente, es obvio tambin que la
condicin humana intelectualmente curiosa quiera saber ms,
desee tener experiencias ms concretas sobre lo que ha pasado
con el cadver del Seor. Esta curiosidad lleva a algunos de
nuestros contemporneos por el camino de la imaginacin.
Quieren, desean saber ms, porque entienden que esta explicacin compromete la individualizacin de Jess y la continuidad
de su cuerpo glorioso con su cuerpo histrico, cuya ltima
etapa es el cadver, y, por tanto, que crea conflicto con la fe.
Desear saber ms, desear conocer mejor el misterio es legtimo. Dejar volar la imaginacin, desentendindose de los
datos de la Sagrada Escritura, es peligroso, y aun temerario. La
Sagrada Escritura tan slo nos dice que las mujeres, cuando
muy de maana fueron al sepulcro, no encontraron el cuerpo
de Jess y no saban dnde lo haban puesto. Luego que Pedro y Juan confirmaron el dato personalmente.
Este dato es el fundamento del lenguaje que sirvi a los
apstoles para anunciar la resurreccin, o sea, el triunfo definitivo de Jess sobre la muerte. Ellos no hicieron cuestin de si
el cadver del Seor estaba aqu o estaba en otro lugar. Para
los apstoles era perfectamente comprensible que fuese llevado
y glorificado en otro lugar. Porque para los hebreos el mundo
no era una realidad esttica, sino que era algo en continuo movimiento. Israel no ha considerado el mundo como un organismo estructurado, reposando sobre s mismo (G. Von Rad).
292
10.1.
Camino de la fe
294
cro hay una capilla, propiedad de los franciscanos, que la tradicin venera como recuerdo y memoria de esta aparicin.
En este itinerario de fe, en el que Jess se impone como
vivo a los suyos, el primer paso es verlo y tocarlo, si bien esta
visin est subordinada al reconocimiento de su identidad personal. Porque el divino resucitado no se hace ver para exhibirse, sino para que recobren su fe. La aparicin no tiende a
que se gocen de su presencia, sino que apunta y desemboca en
la fe de aquellos a quienes se aparece.
San Lucas es maestro en esta pedagoga de la fe, como
queda dicho al referirnos a san Pablo. Cleofs y, segn la tradicin, su hijo Simn, van muy de maana de Jerusaln a
Emas, pequeo poblado que dista de Jerusaln unos diecinueve
kilmetros por carretera.
No vamoS a entrar en la cuestin que el Emas del evangelio suscita entre los estudiosos. Durante el perodo bizantino
este lugar bblico era desconocido. Se le colocaba a unos
treinta y cinco kilmetros de Jerusaln gor la carretera de Latrn, llamado tambin Emas ciudad de los Macabeos.
Ya que distaba tanto para que los dos discpulos emprendiesen en aquellas circunstancias el viaje y retornasen el mismo
da a Jerusaln, los cruzados lo situaron en el lugar que actualmente visitan los peregrinos. Adems, contaban con un detalle
que apunta el evangelista mdico: Aquel mismo da iban de
camino hacia una aldea, llamada Emas, distante setenta estadios de Jerusaln (Lc 24,13). Es una distancia prudencial
para recorrerla ida y vuelta en un mismo da.
Pues bien, en el camino a los dos se les une un peregrino.
Conversan amigablemente y l les explica las Sagradas Escrituras. Llegado que hubieron al punto de destino, le ruegan que
permanezca con ellos porque ya anochece. Gesto muy de
acuerdo con la hospitalidad oriental.
y estando a la mesa con ellos, tom el pan, pronunci la
bendicin, lo parti y se lo iba dando a ellos. Se abrieron entonces sus ojos y lo reconocieron (Lc 24,13-31). Inmediatamente Jess desapareci de su presencia. No descubren su
identidad de momento. Algo les deca su corazn mientras hablaban por el camino. Dudan. Despus de varias horas de conversacin, lo reconocen en la fraccin del pan. Es que a
Cristo no se le encuentra como se encuentran dos personas en
295
10.2.
296
X.
LON-DuFOUR,
O.C.,
226-231.
297
298
13.
Cristo no dijo yo soy la tradicin, sino yo soy la verdad, deca Tertuliano. No es la tradicin de los hombres, porque, de serlo, no le hubiese dicho a los fariseos hipcritas:
Repudiis lo que es precepto de Dios y os aferris a la tradicin de los hombres (Mc 7,8). Pero es su fundamento, por
cuanto, si es veraz, es en tanto se funda en la verdad. Lo que
es, fundamenta la tradicin. Lo que toda~a no es, pero ser,
significa la verdad plena, afirma, a su vez, Leonardo Bof.
La verdad plena para el hombre es entrar en plenitud en la
vida sin amenazas de muerte. No entrara en plenitud si no entrase todo l, con su cuerpo y con su alma y todo lo que esto
comporta. Esta plenitud la desea ardientemente, a pesar de
que l solo se siente incapaz de conseguirla.
1.
299
300
2.
Fe en la resurreccin de la carne
El deseo de sobrevivir no crea la supervivencia, pero explica y justifica la fe en la resurreccin, confirmando la racionalidad del acto de la fe.
El sujeto no crea los objetos, no crea las realidades.
Piensa, las aprehende, discurre sobre ellas. Pero de ah a
creerlas hay un trecho y un trecho slo franqueable para la filosofa kantiana. Los explicar con razones, mas slo con razones. Razones con las que no se apacienta el corazn. Y el
hombre no slo vive de inteligencia. Por eso, aunque humanamente podamos esperar en lo que el corazn tan ardientemente busca, hay que darle un fundamento que, siendo racional, al mismo tiempo supere la razn.
El hombre, por ms preguntas que formule a la razn sobre la vida futura, jams recibir una respuesta tranquilizante.
De suerte que slo queda la fe como respuesta vlida y tranquilizadora.
2.1.
Breve recorrido
302
hasta que por fin el judasmo tardo lleg a descubrir la posibilidad de una resurreccin ultraterrena~~.
Parece ser que el segundo libro de los Macabeos es el primer libro inspirado que anuncia esta realidad. Para clarificar
este aspecto del concepto de resurreccin, haran muy bien los
lectores si leyeran la obra de Alonso Daz En lucha con el misterio. Se lo recomiendo, tanto ms cuanto que no soy escriturista.
2.2.
Garanta de la fe en la resurreccin
J.
ORTEGA
GASSET,
156.
303
304
all en este mundo limitado. Nadie, menos uno: Jess de Nazaret. Quin duda hoy de su historicidad? Quin tiene por
legendarios su realidad histrica, su proceso, su crucifixin ... ?
Los cuatro evangelistas relatan los rasgos fundamentales de su
vida, de su mensaje, de su pasin, de su muerte. Su relato
est, adems, reconocido y confirmado por testimonios extrabblicos. Qu razones hay para no creerlos?
Pues bien, estos mismos evangelistas afirman que ese Jess,
a quien vosotros todos conocis, que fue crucificado bajo el
poder de Poncio Pilato, fue resucitado por Dios, soltndolo
de las ataduras de la muerte, como que no era posible que l
fuera detenido por ella (He 2,24).
Ninguno lo ha visto salir del sepulcro, pero los primeros
que fueron a inspeccionarlo testifican que estaba vaco. No es
prueba irrefutable: poda estar en otro sitio. Ciertamente, la
posibilidad no se discute. Ah!, si slo afirmasen que el sepulcro estaba vaco, dejaran a la posteridad sin el testimonio que
necesita. No la dejan as, porque estos mismos testigos afirman
que estuvieron y hablaron con l, que tobron las cicatrices de
sus manos y de sus pies. Ellos, que haban perdido toda esperanza al verlo expirar en lo alto de la cruz, no dudan, y estn
dispuestos a todo por confesarlo, en asegurar: Verdaderamente ha resucitado el Seor y se ha aparecido a Simn. A
partir de este momento, al que conocan con el nombre de
Maestro le llaman el Seor.
En Emas se conmemora una de las apariciones del resucitado ms apasionantes. Dos de sus discpulos vienen de Jerusaln el domingo de pascua a una aldea llamada Emas.
En el camino se les une un viajero. Charlan animadamente sobre los recientes acontecimientos hasta llegar al lugar de destino. El sol se est poniendo, y el viajero hace ademn de continuar su viaje. La tarde est cayendo, qudate con nosotros,
le dicen, como buenos y hospitalarios orientales. El forastero
acepta la invitacin y en la fraccin del pan lo reconocen (Lc
24,13-32).
Lo reconocen sentados a la mesa, cuando Cleofs, seguramente el dueo de la casa, le ofrece al desconocido la presidencia. Es curioso que no lo hayan reconocido antes, cuando
apenas haban transcurrido tres das desde la pasin. Lo descubren cuando toma el pan, lo bendice, lo parte y se lo va
dando a ellos. Es que su corporeidad espiritualizada trascen-
305
tonces una realidad en Cristo, es en el hombre viador una posibilidad. Posibilidad que los creyentes estamos seguros de que
se realizar tambin en todos en el momento de su muerte.
Nuestra seguridad no es vana, porque est fundada en la palabra de Dios, que lo prometi. Y Dios no falla nunca en sus
promesas.
3.
3.1.
307
cho.
308
Ahora bien, entre nosotros haba siete hermanos. Y el primero muri despus de casado, y, al no tener prole, dej su
esposa al propio hermano. Lo mismo ocurri tambin con el
segundo y con el tercero, hasta siete. Y detrs de todos muri
la mujer. Aqu llega la pregunta: En la resurreccin, pues,
de quin de los siete ser esposa? (Mt 22,25-29).
La pregunta tiene ribetes de irona, precisamente porque
no crean en la resurreccin, al menos como los fariseos la entendan, y ms de una vez, a buen seguro, lo haban discutido
con ellos.
Jess lo advierte. Sabe lo que enseaban los fariseos y lo
que pensaban sus interlocutores. Va, por tanto, a responder a
ambos; porque si los primeros se equivocaban en sus elucubraciones, los segundos estaban descaminados.
Les echa en cara su falta de seriedad, que pretenden encubrir con un mentido inters, y, a la vez, les descubre su error
de principio: Vais descaminados por no conocer las Escrituras
y el poder de Dios.
Juan Pablo 11, en su catequesis sem:tnal 7, hace un comentario agudo y documentado sobre esta cuestin, que ser la
clave de estas reflexiones.
3.2.
El texto de san Mateo no hace referencia a la zarza ardiendo como lo hace san Marcos (12,18-27) y san Lucas
(20,27-39). Con todo, ello no supone desacuerdo entre ambos,
puesto que de las tres versiones surgen los dos elementos que
el Papa seala: a) el anuncio sobre la futura resurreccin de
los cuerpos, y b) el estado de los cuerpos resucitados.
Con el primero Jess contesta directamente a los saduceos
y con el segundo corrige a los fariseos; que no deban estar
muy lejos en aquel entonces, porque, inmediatamente, sin
darse por aludidos, tratan de tantearlo tambin (Mt 22,34).
No se daban por aludidos, sino que ms bien pensaban que,
habiendo tapado la boca a los saduceos, ellos deban tener
mejor fortuna. Tanto que algunos se declararon y dijeron:
"Maestro, bien has hablado!" (Lc 20,39). Y le proponen
7
309
3.3.
Rplica de Jess
Pues bien, no ser yo quien se meta a interpretar las intenciones de los saduceos ni tampoco a valorar sus conocimientos.
Lo que s podr decir es que, si conociesen las Sagradas Escrituras, deberan saber que, cuando Dios se revela a Moiss, se
llama a s mismo el Dios de Abrahn, de Isaac y de Jacob,
310
Los horizontes de la fe
esto.
312
Los cadveres
Sera aventurado identificar el cuerpo humano con su cadver. Tendran primero que ponerse de acuerdo los entendidos 9. Qu ser del cadver, de esos restos humanos que
acompaamos al cementerio? Desde luego, es el cuerpo en su
ltima etapa sobre la tierra; pero no es todo el cuerpo. No
obstante, si el cuerpo es transformado, transformado ser su
cadver. Que se pudre en la tumba, de acuerdo. Porque
cuntas veces asistimos al traslado de cenizas, cuntas hemos
contemplado el esqueleto de un hombre... ! Pero llegado el
da del Seor, el momento de la resurreccin de la carne, sern inundados con la vida de Dios, para resurgir con ms
mpetu tambin. Cmo?, de qu forma?: Como ngeles en
el cielo, y basta.
Basta, porque la descripcin de la Sagrada Escritura (Mt
24) se ajusta a un patrn apocalptico, con el que se intenta
idealizar el momento final, con smbolos e imgenes capaces
de impresionar a los lectores. No se exige, por tanto, dar al
cuadro escatolgico un sentido histrico, sino ms bien simblico. Piensa alguien que los astros caern del cielo? Tal hiptesis es rechazada por la ciencia actual.
En la eternidad los smbolos y las imgenes sern sustituidas por la realidad. Admitir como realidad histrica la reanimacin de los cadveres en su identidad material no es una
exigencia de la fe. Y tanto no lo es, que no falta quien. entre
los telogos, diga que, aunque por una hiptesis llegase a demostrarse la permanencia del cadver de Jess en la tumba, la
fe en la resurreccin no dejara de ser dogma, no dejara de
ser fe, y fe autntica. La esencia del dogma no cambiara.
9
313
314
su capacidad de reflexin y de accin se centrar en el ser, porque el poder ser ya no existe para l.
El ser es Dios y el hombre est en Dios y con Dios, formando una unidad, sin perder por ello su identidad. La resurreccin le da la adecuada y propia identidad de su estructura
personal.
Sin embargo, si la estructura es humana y su humanidad le
liga y ata a este mundo, en que biolgicamente vivi de una
forma indestructible, es razonable que la teologa distinga entre juicio individual y juicio final.
Para el individuo, con la muerte termina el tiempo; por eso
para l significa el fin del mundo. Mas como est ligado al
mundo con vnculos que ni la muerte personal, o biolgica,
rompen fundamentalmente, que la teologa diga que, hasta que
el cosmos no sea planificado y transformado en el ltimo
da, an el hombre no ha resucitado plenamente, y que slo
entonces ser el mundo su verdadera patria del cobijo y del
encuentro en la inmediatez mutua 11, es obligado, porque es
coherente con todo su contenido.
Las coordenadas del tiempo para el muerto terminaron.
Para el mundo terminarn en el juicio final. Como somos los
vivos, no los muertos, los que hablamos el lenguaje de la esperanza, no es eufemismo decir que hasta ese momento no se resucita plenamente.
11
316
L. BOFF,
O.C.,
44-45.
Conclusin
A. M.
ROGUET,
317
la divisin de razas y clases, pobres y ricos, dominadores y dominados es provisional; que el mundo est sometido a la transitoriedad y al cambio; que el hombre, en fin, no acaba con la
muerte, sino que se transforma para vivir eternamente y en
plenitud una vida misteriosa, s, pero no por misteriosa menos
real.
y para estar seguro de esto se cuenta con una base, con un
hecho que, siendo de por s escatolgico, por el poder de Dios
se convirti en histrico: la resurreccin de Cristo. Lo que justifica que en este libro se le hayan dedicado dos apartados.
La resurreccin de Jess de Nazaret es el signo y la realidad
que garantiza la verdad de la resurreccin universal. Tengo, en
efecto, que los padecimientos del momento presente no son proporcionados a la gloria que est para declararse en atencin a nosotros (Rom 8,18). Esta gloria se declarar cuando Dios sea
todo en todas las cosas, como lo es en Cristo (1 Cor 15,28). Por
serlo, lo resucit. Pero esto suceder en atencin a los que son
de verdad hijos de Dios y son en su vida impulsados y guiados
por el Espritu Santo.
Es razonable, pues, creer y esperar, fiarse y estar seguros
de la propia realizacin en plenitud, a pesar de los sinsabores,
de las incomprensiones e injusticias de la vida presente. Si
Dios no libra a los hombres de estas calamidades inherentes a
la condicin humana, tampoco libr a Jess, su unignito,
hombre como nosotros. Y, sin embargo, 10 resucit. As, la resurreccin de Jess es nuestra garanta.
Esta garanta brota de la fe, no de la evidencia o experiencia verificable y verificada. Afirmar, por consiguiente, que la
fe es razonable no es decir que sea fcil su aceptacin a la razn. Por eso el respeto y la comprensin con los que no creen
es humano y razonable tambin.
Dostoyewsky escenifica esta dificultad en su novela El
idiota. Jess llama Padre a Dios. Durante toda su vida cumpli
a la perfeccin su santsima voluntad. No ohstante, Dios parece
abandonarlo en los momentos que humanamente ms lo necesitaba: Dios mo, por qu me has abandonado?. Esta escena arranca al idiota el grito desgarrado: Ante este cuadro
puede uno perder la fe.
Esta dificultad explica que, como prtico a los novsimos,
reflexionemos sobre la virtud teologal de la esperanza. Porque
320
321
INDICE
Pgs.
Contenido.
..
Al lector
7
9
1.
17
1.
La inminencia de la parusa
18
2.
El problema
2.1. Los que piensan que habla de la proximidad
del fin del mundo.......................................
2.2. Los que piensan que fall............................
2.3. Los que se abstienen de emitir juicio
2.4. Hacia una solucin coherente.......................
2.5. Consecuencias de la interpretacin personal....
19
19
20
21
21
25
3.
La esperanza
3.1. No es pasiva frente a los dems....................
3.2. Integracin s, ruptura no............................
3.3. En qu consiste la esperanza........................
3.4. Fundamento.............................................
3.5. Consecuencias...........................................
28
28
33
37
37
39
4.
La esperanza compromete
4.1. Compromiso vital
4.2. Cambio de mentalidad................................
4.3. Cuidado con quemarse................................
41
43
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323
Pgs.
2.
49
La ilustracin....................................................
1.1. Kant........................................................
1.2. Hegel......................................................
1.3. Nietzsche y Kierkegaard..............................
1.4. Marx.......................................................
1.5. Reparos de fondo
1.6. Los empeados en la paz y la justicia
2. La esperanza escatolgica......
2.1. Fuente de esta esperanza....
2.2. La escatologa...........................................
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3.
65
1.
2.
3.
El mal en el mundo
Un poco de historia
Exposicin doctrinal.....
3.1. La limitacin del hombre
3.2. El pecado.................................................
3.3. En qu consiste ese pecado..........................
3.4. El pecado del mundo..................................
3.5. Transmisin del pecado original....................
3.6. El pecado ante Dios
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4.
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1.
1.
2.
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Pgs.
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113
117
120
5.
Muerte, obsesin................................................
123
1.
La muerte y la filosofa
,........................
1.1. La filosofa de la vida
,...........................
1.2. Existencialismo.
1.3. Marxismo
2. Observaciones............
2.1. Ambiente.................................................
2.2. Lugar
l......................
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3.
1.
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153
154
7.
1.
2.
3.
El juicio particular
"'''".,,
Criterios de decisin: fe yamor .. " " ..,...............
La revelacin y el juicio particular
3.1. La Sagrada Escritura ""..............................
3.2. La tradicin
,
,,""
, "............
3.3. El magisterio de la lalella ""
"............
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Pgs.
4.
5.
Qu no es el juicio particular
Presentacin actualizada
5.1. Con la muerte cesa la influencia de todo condicionamiento humano................................
5.2. Ayuda para que esos condicionamientos cesen
5.3. El juicio empieza en esta vida
5.4. Vigilad y orad
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181
1.
2.
3.
4.
La Sagrada Escritura
La tradicin......................................................
Reflexin teolgica fundada en la Sagrada Escritura
Principios.....
4.1. Responsabilidad humana.............................
4.2. Pureza y santidad.......................................
5. Documentos eclesisticos
6. Orientacin teolgica actual.................................
6.1. Proceso de plena maduracin.......................
6.2. Oraciones y sacrificios por los difuntos...........
6.3. La vida humana puede y debe ser purificadora
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9.
1.
2.
3.
Enseanzas de la Iglesia......................................
El infierno existe...............................................
Proceso para llegar a esta conclusin.....
3.1. El sheol
3.2. La gehenna..
3.3. El infierno como frustracin..
3.4. Ni sheol ni gehenna: situacin existencial.......
Debe existir el infierno?
4.1. Tiene que ser eterno?
4.2. Cmo es y en qu consiste?
Visin del infierno.............................................
Fe: creer en el infierno.......................................
8.
4.
5.
6.
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Pgs.
10.
Qu es el cielo
1.
Qu es el cielo..................................................
1.1. Deseo de inmortalidad
1.2. Vida en Dios............................................
1.3. No es un lugar, es un estado de vida
1.4. Plenitud de amor.......................................
2. Doctrina de la Iglesia
3. Documentos eclesisticos
3.1. Benedictus Dominus................................
3.2. Concilio de Florencia..................................
3.3. Concilio Vaticano 11
4. Cmo se lleg a la formulacin del cielo como estado
5. Conclusin
,.....................
11.
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