Alibabá y Los 40 Ladrones
Alibabá y Los 40 Ladrones
Alibabá y Los 40 Ladrones
Cuando tena el fardo casi lleno, escuch como una multitud de caballos
galopaban justo hacia donde l se encontraba Los leadores! - pens y
se escondi entre las rocas.
Al cabo de unos minutos, cuarenta hombres a caballo pasaron a galope
frente a Al Bab, pero no le vieron, pues este se haba asegurado de
esconderse muy bien, para poder observarlos. Oculto entre las piedras y
los restos del tronco del rbol, pudo ver como a unos solos pies de
distancia, uno de los hombres se bajaba del caballo y gritaba: brete,
Ssamo!- acto seguido, la colina empezaba a temblar y entre los
grandes bloques de piedra que se encontraban bordeando el acantilado,
uno de ellos era absorbido por la colina, dejando un hueco oscuro y de
grandes dimensiones por el que se introducan los dems hombres, con
el primero a la cabeza.
Al cabo de un rato, Al Bab se acerc al hueco en la montaa pero
cuando se dispona a entrar escuch voces en el interior y tuvo que
esconderse de nuevo entre las ramas de unos arbustos. Los cuarenta
hombres salieron del interior de la colina y empezaron a descargar los
sacos que llevaban a los lomos de sus caballos, uno a uno fueron
entrando de nuevo en la colina, mientras Al Bab observaba extraado.
El hombre que entraba el ltimo, era el ms alto de todos y llevaba un
saco gigante atado con cuerdas a los hombros, al pasar junto a las
piedras que se encontraban en la entrada, una de ellas hizo tropezar al
misterioso hombre que resbal y su fardo se abri en el suelo, pudiendo
Al Bab descubrir su contenido: Miles de monedas de oro que relucan
como estrellas, joyas de todos los colores, estatuas de plata y algn que
otro collar... Era un botn de ladrn! Ni ms ni menos que Cuarenta
ladrones!.
El hombre recogi todo lo que se haba desperdigado por el suelo y
entr apresurado a la cueva, pasado el tiempo, todos haban salido, y
uno de ellos dijo Cirrate Ssamo!
Al Bab no lo pens dos veces, an se respiraba el polvo que haban
levantado los caballos de los ladrones al galopar cuando este se
encontraba frente a la entrada oculta de la guarida de los ladrones.
brete Ssamo! Dijo impaciente, una y otra vez hasta que la grieta se
vio ante los ojos del leador, que tena el cesto de la lea en la mano y
se imaginaba ya tocando el oro del interior con sus manos
Una vez dentro, Al Bab tante como pudo el interior de la cueva, pues
a medida que se adentraba en el orificio, la luz del exterior disminua y
avanzar supona un gran esfuerzo.
Tras un buen rato caminando a oscuras, con mucha calma pues al andar
sus piernas se enterraban hasta las rodillas entre la grava del suelo, de
pronto Al Bab lleg al final de la cueva, tocando las paredes, se dio
cuenta que haba perdido la orientacin y no saba escapar de all.
Se sent en una de las piedras decidido a esperar a los ladrones, para
poder conocer el camino de regreso, decepcionado porque no haba
encontrado nada de oro, se acomod tras las rocas y se qued
adormilado.
Mientras tanto, uno de los ladrones entraba a la cueva refunfuando y
malhumorado, pues cuando haba partido a robar un nuevo botn se dio
cuenta de que haba olvidando su saco y tuvo que galopar de vuelta
para recuperarlo, en poco tiempo se encontr al final de la sala, pues
adems de conocer al dedillo el terreno, el ladn llevaba una antorcha
que iluminaba toda la cueva.
Cuando lleg al lugar en el que Al Bab dorma, el ladrn se puso a
rebuscar entre las montaas de oro algn saco para llevarse, y con el
ruido Al Bab se despert.
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