Sacheri Eduardo - Esperándolo A Tito
Sacheri Eduardo - Esperándolo A Tito
Sacheri Eduardo - Esperándolo A Tito
ESPERNDOLO A TITO
Yo lo mir a Jos, que estaba subido al techo del camin de Gonzalito. Pobre,
tena la desilusin pintada en el rostro, mientras en puntas de pie trataba de ver
ms all del portn y de la ruta. Pero nada: solamente el camino de tierra, y al
fondo, el ruido de los camiones. En ese momento se acerc el Beb Grafo y,
gastador como siempre, le grit: "Che, Josesito!, qu pasa que no viene el
'maestro'? Ser que arrug para evitarse el papeln, viejito?". Josesito dej de
mirar la ruta y trat de contestar algo ocurrente, pero la rabia y la impotencia lo
lanzaron a un tartamudeo penoso. El otro se dio vuelta, con una sonrisa sobradora
colgada en la mejilla, y se alej moviendo la cabeza, como negando. Al fin, a
Josesito se le destrab la bronca en un concluyente andlaputaquetepari!, pero
qued momentneamente exhausto por el esfuerzo.
Ah se dio vuelta a mirarme, como implorando una frase que le ordenara de
nuevo el universo. Y ahora qu hacemo, decme, me lanz. Para Josesito, yo
vengo a ser algo as como un orculo pitonstico, una suerte de profeta infalible con
facultades msticas. Tal vez, pobre, porque soy la nica persona que conoce que fue
a la facultad. Ms por compasin que por convencimiento, le contest con tono
tranquilizador: Qudate piola, Josesito, ya debe estar llegando. No muy
satisfecho, volvi a mirar la ruta, murmurando algo sobre promesas incumplidas.
Aprovech entonces para alejarme y reunirme con el resto de los muchachos.
Estaban detrs de un arco, alguno vendndose, otro calzndose los botines, y un
par haciendo jueguitos con una pelota medio ovalada. Menos brutos que Josesito,
trataban de que no se les notaran los nervios. Pablo, mientras elongaba, me
pregunt como al pasar: Che, Carlitos, era seguro que vena, no? Mira que
despus del barullo que armamos, si nos falla justo ahora....
Para no desmoralizar a la tropa, me hice el convencido cuando le contest:
Pero muchachos, no les dije que lo confirm por telfono con la madre de l, en
Buenos Aires?. El Beb Grafo se acerc de nuevo desde el arco que ocupaban
ellos: Che, Carlos, me quers decir para qu armaron semejante bardo, si al final
tu amiguito ni siquiera va a aportar?. En ese momento salt Caito, que haba
terminado de atarse los cordones, y sin demasiado prembulo lo mand a la
mierda. Pero el Beb, cada vez ms contento de nuestro nerviosismo, no le llev el
apunte y me sigui buscando a m: En serio, Carlitos, me hiciste traer a los
muchachos al divino botn, querido. Era ms simple que me dijeras mir Beb, no
quiero que este ao vuelvan a humillarnos como los ltimos nueve aos, as que
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pegarle al once de ellos, pero lo ms lejos del rea que fuera posible. Alejo me hizo
una inclinacin de cabeza y me dijo un qudate pancho, Carlitos. En ese
momento me acord del partido de dos aos antes. Iban 43 del segundo tiempo y
en un centro a la olla, l y el tarado de su hermano se quedaron mirndose como
vacas, como dicindose salt vos. El que salt fue el petiso Galn, el ocho de
ellos: un metro cincuenta y cinco, entre los dos mastodontes de uno noventa. Uno
a cero y a cobrar. Espantoso.
Cuando nos acomodamos, fuimos hasta el medio con Josesito para sacar. Con
la tristeza que tena, pens, no me iba a tocar una pelota coherente en todo el
partido. De diez lo tena parado a Pablo. Si a los diecisis el tcnico aqul lo sac
por perro, a los treinta y cuatro, con pancita de casado antiguo, era todo menos un
canto a la esperanza. El Beb, muy respetuoso, le pidi permiso al rbitro para
saludarnos antes del puntapi inicial (siempre haba tenido la teora de que olfear a
los jueces le permita luego hacerse perdonar un par de infracciones). Cuando nos
tuvo a tiro, y con su mejor sonrisa, nos envenen la vida con un pobres
muchachos, cmo los cag el Tito, qu brbaro, y se alej campante.
Pero justo ah, justo en ese momento, mientras yo le hablaba a Josesito y el
rbitro levantaba el brazo y miraba a cada arquero para dar a entender que estaba
todo en orden, y Alberto levantaba el brazo desde nuestro arco, me di cuenta de
que pasaba algo. Porque el refer dio dos silbatazos cortitos, pero no para arrancar,
sino para llamar la atencin de Ricardo (que siempre es el arquero de ellos).
Aunque lo tena lejos, lo vi plido, con la boca entreabierta, y empec a sentir una
especie de tumulto en los intestinos mientras tema que no fuera lo que yo pensaba
que era, tema que lo que yo vea en las caras de ellos, ah adelante mo, no fuese
asombro, mezclado con bronca, mezclado con incredulidad; que no fuese verdad
que el Beb estuviera dndose vuelta hacia Ricardo, como pidiendo ayuda; que no
fuera cierto que el otro siguiera con la vista clavada en un punto todava lejano,
todava a la altura del portn de la ruta, todava adivinando sin ver del todo a ese
tipo lanzado a la carrera con un bolsito sobre el hombro gritando aguanten,
aguanten que ya llego, aguanten que ya vine, y como en un sueo el Tanito
gritando de la alegra, y llamndolo a Josesito, que vamos que ac lleg, carajo,
que quin dijo que no venia, y los mellizos tambin empezando a gritar, que por
fin, que qu nervios que nos hiciste comer, guacho, y yo empezando a caminar
hacia el lateral, como un autmata entre canteros de margaritas, an indeciso
entre cruzarle la cara de un bife por los nervios y abrazarlo de contento, y Tito por
fin saliendo del tumulto de los abrazos postergados, y viniendo hasta donde yo
estaba plantado en el cuadradito de pasto en el que me haba quedado como sin
pilas, y mirndome sonriendo, avergonzado, como pidindome disculpas, como
cuando le dije ven pibe, jug de nueve, capaz que la embocs; y yo ya sin bronca,
con la flojera de los nervios acumulados toda junta sobre los hombros, y l
dicindome perdon, Carlos, me tuve que hacer llamar a la concentracin por mi ta
Juanita, pero consegu pasaje para la noche, y llegu hace un rato, y perdonme
por los nervios que te hice chupar, te juro que no te lo hago ms, Carlitos,
perdonme, y yo dicindole callte, boludo, callte, con la garganta hecha un nudo,
y abrazndolo para que no me viera los ojos, porque llorar, vaya y pase, pero llorar
delante de los amigos jams; y el mundo haciendo click y volviendo a encastrar
justito en su lugar, el cosmos desde el caos, los amigos cumpliendo, cerrando
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crculos abiertos en la eternidad, cuando uno tiene catorce y dice 'ta bien, te
acompaamos, as no te da miedo.
Como Tito lleg cambiado, tir el bolso detrs del arco y se vino para el
mediocampo, para sacar conmigo. Cuando le faltaban diez metros, le toqu el baln
para que lo sintiera, para que se acostumbrara, para que no entrara fro (lo ltimo
que falta ahora, pens, es que se nos lesione en el arranque). Se agach un
poquito, flexionando la zurda ms que la diestra. Cuando le lleg la bola, la levant
diez centmetros, y la vino hamacando a esa altura del piso, con caricias suaves y
rtmicas. Cuando lleg al medio, al lado mo, la empal con la zurda y la dej
dormir un segundo en el hombro derecho. Enseguida se la sacudi con un
movimiento breve del hombro, como quien espanta un mosquito, y la recibi con la
zurda dando un paso atrs: la bola muri por fin a diez centmetros del botn
derecho.
Recin ah levant los ojos, y me encontr con el rostro desencajado del Beb,
que miraba sin querer creer, pero creyendo. El petiso Galn, parado de ocho, tena
cara de velorio a la madrugada. Ellos estaban mudos, como atontados. Ah entend
que les habamos ganado. As. Sin jugar. Por fin, diez aos despus bamos a
ganarles. Los tipos estaban perdidos, casi con ganas de que terminara pronto ese
suplicio chino. Cuando vi esos ademanes tensos, esos rostros ateridos que se
miraban unos a otros ya sin esperanza, ya sin ilusin ninguna de poder escapar a
su destino trgico, me di cuenta de que lo que vena era un trmite, un asunto
concluido.
Mientras el rbitro volva a mirar a cada arquero, para iniciar de una vez por
todas ese desafo memorable, Josesito, casi en puntas de pie junto a la raya del
mediocampo, le sonri al Beb, que todava lo miraba a Tito con algo de pudor y
algo de pnico: "Y, viste, jodemil...? No que no vena? no que no?", mientras
sacuda la cabeza hacia donde estaba Tito, como exhibindolo, como sacndole
lustre, como dicindole al rival morte, morte de envidia, infeliz.
Pit el rbitro y Tito me la toc al pie. El petiso Galn se me vino al humo, pero
devolv el pase justo a tiempo. Tito la recibi, la protegi poniendo el cuerpo,
montndola apenas sobre el empeine derecho. El petiso se volvi hacia l como una
tromba, y el Beb trato de apretarlo del otro lado. Con dos trancos, sali entre
medio de ambos. Levant la cabeza, hizo la pausa, y despus toc suave, a ras del
piso, en diagonal, a espaldas del seis de ellos, buscndolo a Gonzalito que arranc
bien habilitado.
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