Diálogo y Encuentro
Diálogo y Encuentro
Diálogo y Encuentro
personas. A su vez, todo encuentro, sea amical, terapéutico, docente o paterno-filial ocurre
mediante el diálogo. En el análisis del diálogo y del encuentro radica la comprensión de lo que
1. EL DIÁLOGO
encuentro.
El diálogo no es algo que dos personas hacen, sino un modo de ser de dos personas en
dirigiéndose mutuamente su ser personas. Por eso, el diálogo no consiste en charla, ni habladuría ni
encuentro entre dos personas desde lo más íntimo de cada una de ellas. Dialogar no es 'contarse las
cosas', no es monólogo a dos (Buber, 1997, p.41); no es quedar en lo superficial sino abrirse desde
Dialogar es exponerse a otro, descentrarse en otro, abrirse a una reciprocidad, base del
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Pero esta reciprocidad supone que el otro aparece ante mí como persona, y no como objeto
(que, como vimos, funda una relación objetual, reificante) ni como mero socio (que fundaría una
relación de asociación). El otro es aquel cuya presencia me dice algo. Ha de ser aceptado por mí y
su presencia es llamada que exige respuesta. Pues bien: este acontecimiento es el acontecimiento
fontanal del crecimiento personal, de la sanación y de la vida personal misma: "vivir significa ser
encontrar al otro (y, así, descubrir también más quien soy y quién estoy llamado a ser). Ser
interpelado es arriesgarse a ser despojado de mis personajes, de esas máscaras que me dan
seguridad, de esas normas a las que me agarro, da esos hábitos, a lo establecido: "Cada uno de
nosotros se esconde tras una armadura a la que poco antes de que nos habituemos, ya no sentimos"
(Buber, 1997, p.29). Es, en última instancia, el riesgo de encontrar un sentido más allá de los
arriesgarse a encontrar más nitidamente un sentido. Nos dirigimos al otro porque tenemos sed de
sentido.
Obviamente, el diálogo puede ocurrir a través de la palabra. Pero lo originario del ser
través de la palabra, también puede ocurrir sin ella. La mirada, el gesto, la cercanía, el abrazo,
pueden ser más elocuentes que la palabra. La conversación, el abrazo, la mirada, o el llevar
acciones conjuntamente uno en favor de otro son maneras de crear la esfera de lo interpersonal. Es
el diálogo (verbal, gestual, factual) el que despliega y permite el encuentro y lo que permite lo que
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Veamos en primer lugar el diálogo gestual, que es el diálogo a través del cuerpo. Y es que
el cuerpo no es simplemente una parte del mundo objetivo. Si lo fuese, sería 'mudo' y no podría ser
realidad, el cuerpo objetivado, como elemento del 'mundo' físico, en su mera organicidad, es una
abstracción a partir de la experiencia elemental del cuerpo personal. El cuerpo es una 'mediación
A través del cuerpo, cada uno afirma su alteridad respecto del otro, descubre que hay
alguien que no soy yo. Pero también el cuerpo es el punto de partida de mi relación y encuentro con
entender el encuentro con otros (Marcel, p.28). De modo que el otro es esencial para la
A través del gesto encontramos la verdad sobre el otro en el sentido de la 'aletheia' griega:
el otro se desvela y muestra (o insinua) quién es (qué quiere, qué siente, qué piensa, qué desea) a
través del gesto. Por supuesto, también el gesto permite velar a la persona, manifestar lo que no es.
Esta expresividad corporal, por tanto, puede ser tanto ocluida como despertada y cultivada. Esta
En todo caso, la clave está en que el gesto que percibo en otro, es decir, la significatividad
de su cuerpo, el signo o símbolo que emite su cuerpo o el mismo cuerpo como signo, es llamada. Y
Por ser capaz de comunicación, porque nacemos en un mundo personal, esto es,
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también tiene una estructura de llamada y respuesta, pues el 'yo soy' es la respuesta ante el otro que
me llama y al llamarme me nombra. La presencia del otro, una vez más, se descubre también aquí
como constitutiva.
conceptual, objetivante.
Supone un ponerse a distancia de lo real y ofrecer el mundo objetivado a otro. Esta objetividad
consiste en ser válido y comunicable para otros. Pero al expresarlo lingüísticamente lo que hago es
expresarlo por referencia a otros. La objetividad sólo llega a ser tal en la comunicación. Toda
dice 'algo' sobre 'algo' sino que expresa a quien lo pronuncia. Por ello, Austin no sólo hablaba del
lenguaje como acto constatativo (en el que se constata algo sobre la realidad, susceptible de ser
verdadero o falso), sino también son actos que realizan algo. El lenguaje no sólo es locucionario,
sino también ilocucionario (quien habla hace algo) y perlocucionario (quien habla pretende algo)
(Austin, Conferencia XII). Karl Bühler mostró que el signo lingüístico, además de ser símbolo que
representa hechos y cosas, es síntoma que expresa al emisor y señal que apela al oyente (Bühler,
sección 2.2.). Los tres elementos de consuno constituyen la posibilidad del diálogo (no sólo la
primera). Y, con Jakobson, diremos que la palabra, además de su función expresiva, tiene también
una función emotiva, conativa, fática, metalingüística, y poética. Son estas últimas las que permiten
el diálogo como encuentro integral de las personas. De este modo, la palabra es, ante todo,
No sólo entro en relación con los otros a través de gestos (faciales, con las manos, con
ademanes corporales), y de la palabra, sino a través de los hechos. Puedo mostrar amor a través de
un caricia, a través de una palabra o llevando a cabo un trabajo que favorece, beneficia o alivia a
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otro. Y puedo decir algo no sólo con mi gesto o mi palabra sino con mi mera presencia o ausencia.
Los hechos humanos son elecuentes, no son meras facticidades. Lo que hago tiene un sentido y, por
tanto, quiere decir algo, pues revela una intención, un objetivo. La ayuda que presto a otros, el
servicio que les hago muestra mi afecto a ellos. En otros casos, muesta una obligacion.
Por esto mismo, puede haber un diálogo mediante gestos, mediante palabras o mediante
También las actitudes pueden constituir el medio del diálogo. Por eso dice Buber que
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En todo caso, el efecto de todo diálogo auténtico es la instauración de una cierta forma de
comunión. Por ello afirma Buber que "sólo puedo mostrar lo que pienso en acontecimientos que
Para que sea posible el diálogo, se impone el realismo metafísico: la dimensión dialógica
no se puede basar en el logos sino en la apertura ontológica de la persona a los demás. Y en esta
apertura se descubre que la persona no es otro yo, sino otro desemejante, un tú. El diálogo está
transido de disimetría. Es precisamente esta disimetría la que me lleva a abrirme al otro, a atender
al otro que es distinto de mí. Es la disimetría entre los que dialogan lo que funda las condiciones
más profundas y radicales del encuentro dialógico, que responde a la puesta en acción de las
estructuras interpersonales:
a. Que la persona sea capaz de salir de sí, de sus esquemas conceptuales previos sobre el
otro y sobre lo que dialogan. Deben quedar desterradas las actitudes egocéntricas, pues
impiden atender al otro. Por esto, el diálogo exige humildad, es decir, aceptar que sólo
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se tiene parte de verdad, renunciar a tener siempre la última palabra. Por otro lado, sólo
puede salir de sí al encuentro del otro aquel que se tiene a sí mismo, el que está
b. Que la persona se ponga en el punto de vista del otro. Es decir, que los dos que
c. Que la persona se ponga a la escucha del otro, no encerrarse cada uno en su idea. Se
pretender que sea como yo quiero que sea. Escuchar al otro es demorarse en él.
d. Que la persona permita ser interpelado por el otro. El diálogo sólo existe en la medida
en que cada uno reconozca al otro y está abierto a ser interpelado por él. "Vivir
significa ser interpelado" (Buber, 1997, p.28). Y somos interpelados por el otro en su
radical disimetría. De este modo, la presencia del otro no es algo que sucede en mi
vida, sino que 'me' sucede y me interpela y me saca de mí. Cabe, por supuesto, cerrarse
presencia apelante, hacerse ver a uno mismo que el otro nada tiene que ver conmigo y
interpela, no tengo más remedio que responder ante él. El otro me descentra y me
llama a dar respuesta a su presencia. Pero la respuesta no puede estar confiada a los
hábitos, a las recetas. El otro no es un caso ante el que pueda poner en acción un
protocolo aprendido de actuación. Ante el otro que me interpela tengo que responder,
haciéndome responsable del otro. Y responder no sólo consiste en decir unas palabras
ante la presencia del otro: es responder con mi vida actuando. "Las palabras de nuestra
respuesta son dichas en el intraducible lenguaje del hacer. (...) De este modo, lo que
decimos con el ser es nuestro propio entrar en situación, en la situación que nos ha
podíamos conocer, porque no se dio algo que se le pareciese" (Buber, 1997, p.38).
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Por tanto, el diálogo supone que el otro no se aviene a mis 'esquemas conceptuales previos',
a mis prejuicios, que las cosas no ocurren con el otro 'como tienen que ocurrir' sino que el otro, en
su sorpresiva diferencia, se presenta tal como es y nos interpela. Ante esta interpelación, respondo.
Si el otro, ante mi presencia, hace lo mismo desde lo que es él, se sientan las bases del dinamismo
del diálogo. De este modo, en el diálogo, cada uno considera a los otros como persona y como ésta
persona, abriéndose y orientándose uno a otro con deseo de reciprocidad. Esta reciprocidad
dialógica tiene una estructura bien definida: salir de sí, ponerse en el punto de vista del otro,
escuchar al otro, dejarse interpelar por él y responder. El resultado de este dinamismo dialógico es
2. EL ENCUENTRO
dirigida hacia los otros. Cerrarse en sí misma, no querer vivir como persona sino como individuo,
es una elección posterior. Pero el hecho originario es el de nuestra apertura a los otros. Por ello, "las
otras personas no limitan a la persona, la hacen ser y desarrollarse. Ella no existe sino hacia los
otros, no se conoce sino por los otros, no se encuentra sino en los otros. La experiencia primitiva de
(Mounier, p.475).
principio está la relación" (Buber, 1993, pp. 17-23). El encuentro con un 'tú' es fuente del yo: "El
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De este modo, el acontecimiento humano básico no es el 'yo', como ha querido toda la filosofía
egológica, sobre todo desde Descartes, sino el yo-tú. Así, descubrimos un hecho humano radical y
Un encuentro, en el sentido concreto y preciso con el que aquí nos referimos al término,
consiste en una experiencia interpersonal radical en la que dos personas se hacen recíprocamente
dos una comunicación fecunda. En el encuentro cada uno de los dos crece como persona, cada uno
se hace más quien está llamado a ser. En el encuentro, cada una de las personas, al tomar al otro
como persona, quiere que la otra llegue a ser quien está llamada a ser, ofreciéndole cada uno al
otro su riqueza personal, sus cualidades, su tiempo, su ser. Cada uno de los dos apoya, posibilita e
impulsa al otro para crecer como persona. Por tanto, el encuentro no está tejido de mera empatía ni
menos de sola simpatía, sino que es inclusión del otro en la propia vida. Sólo si hay inclusión existe
la reciprocidad.
Con Buber, podemos distinguir tres tipos de relación de inclusión: la inclusión abstracta
pero recíproca, la inclusión unilateral concreta y la inclusión recíproca concreta (Cfr. Buber,
2003, pp.27-29). La primera es la que se establece entre dos personas totalmente distintas y al
conversación y en la que cada uno de ellos concede al otro legitimidad como interlocutor. La
segunda es aquella en la que uno actúa sobre otro, incluyéndole en su realidad concreta pero sin
Profesor y terapeuta pueden ponerse en un lado y otro de la relación, pero no el alumno o el cliente
o usuario del servicio terapéutico. La inclusión recíproca y concreta es la propia de la amistad. Sólo
en este caso se produce un pleno encuentro, en el que un 'yo' y un tú' se convierten en un 'nosotros'.
Por tanto, el encuentro no es algo fugaz, sino un acontecimiento que tiende a prolongarse en el
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Ahora bien: el otro que se hace presente ante mí no lo hace de un modo meramente
fenoménico y positivo, no es simplemente un dato ante mí. Se trata de una presencia interpelante,
algo que le ocurre a la persona, un acontecimiento. El encuentro "te toca en lo profundo" (Buber,
1993, p.36). El otro, al hacerse presente, es epifanía: se hace presente como rostro concreto que me
reclama. El otro es una invitación a dejarse destronar, a dejar la centralidad exclusiva en la propia
vida. La presencia del otro es apelante, de modo que la propia vida se convierte en respuesta al 'tú'.
El otro "se me impone sin que yo pueda permanencer haciendo oídos sordos a su llamada, ni
olvidarle; quiero decir, sin que pueda dejar de ser responsable de su miseria"(Ídem. p.46). De modo
que la persona vive como tal "cuando es capaz de reponder a su 'tú'" (Buber, 1993, p.41). Vivir se
convierte así en vivir atento a otro, atenido a otro, desviviéndose por otro. Si existe con el otro un
plácidamente, ya no se puede complacer en sí. Ya sólo puede vivir desde el 'nosotros' . Y el retorno
a sí con exclusión del otro sería ya radicalmente injusto. Desde que me he encontrado con el otro, el
'yo' es responsabilidad por el otro, diaconía: "Ser yo significa, a partir de aquí, no poder sustraerse a
la responsabilidad" (Lévinas, p. 47). No es que el 'yo' se aliene en el tú. Se trata de que 'yo' y 'tú' se
comprometen en el 'nosotros'. De esta manera, la autonomía del ser humano es, en realidad,
Otro hecho que debemos tener en cuenta es la disimetría entre el 'yo' y el 'tú'. Entre padre e
hijo, madre e hija, padre e hija, madre e hijo, entre profesor y discípulo, entre psicólogo o psiquiatra
y paciente, entre médico y enfermo, entre amigo adulto y joven, entre pobre y rico, entre el 'Tú'
divino y un 'tú' humano, media una enorme distancia. No se trata en ningún caso de un 'yo-tú'
semejantes, sino desemejantes. En absoluto niega esto su igualdad en la dignidad como personas ni
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Además, la misma relación es disimétrica - o asimétrica- porque el 'tú' parece tener siempre
preminencia sobre el 'yo' (lo cual no elimina que en la medida en que haya reciprocidad, 'yo' sea
plenitud, pero también por su propia menesterosidad que me llama. Ante el otro disimétrico,
distinto, la actitud es la de la no indiferencia. Ante la presencia del otro diferente con el que me
Por tanto, no sólo estoy abierto al otro de modo intencional, sino atenido a él, atento a él. He ahí mi
radical heterotelismo. Mas este atenimiento al otro como fin de mi acción y mi intención no es
alienante sino dinamizante: "La relación con el otro, me cuestiona, me vacía de mí mismo y no cesa
de vaciarme al descubrir en mí recursos siempre nuevos. No me sabía tan rico, pero ya no tengo
Pero si el otro me interpela es, además de por su presencia, por su disimetría, porque se
presenta como vocativo. Ante su vocativo, mi responsabilidad es ser dativo, esto es, donativo.
Bibliografía
Buber, M. (2003). El camino del ser humano y otros escritos. Madrid: Fundación Mounier.
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Marcel, G (2004). De la negación a la invocación. Obras II. Madrid: BAC.
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