Algunos Cuentos José Luis González
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Se acuerda el Barrio entero si quieres que te diga la verdad, porque eso no se le va a olvidar ni a Trompoloco, que ya no es capaz de decir ni dnde enterraron a su mam hace quince das. Lo que pasa es que yo te lo puedo contar mejor que nadie por esa casualidad que t todava no sabes. Pero antes vamos a pedir unas cervezas bien fras porque con esta calor del diablo quin quita que hasta me falle la memoria. Ahora s, salud y pesetas. Y fuerza donde t sabes. Bueno, pues de eso ya van cuatro aos y si quieres te digo hasta los meses y los das porque para acordarme no tengo ms que mirarle la cara al barrign, se que t viste ah en la casa cuando fuiste a procurarme esta maana. S, el mayorcito, que se llama igual que yo pero que si hubiera nacido mujercita hubiramos tenido que ponerle Estrella o Luz Mara o algo as. O hasta Milagros, mira, porque aquello fue... Pero si sigo as voy a contarte el cuento al revs, o sea desde el final y no por el principio, as que mejor sigo por donde iba. Bueno, pues la fecha no te la digo porque ya t la sabes y lo que te interesa es otra cosa. Entonces resulta que ese da le haba dicho yo al foreman, que era un judo buena persona y ya saba su poquito de espaol, que me diera un overtime porque me iban a hacer falta los chavos para el parto de mi mujer, que ya estaba en el ltimo mes y no paraba de sacar cuentas. Que si lo del canastillo, que si lo de la comadrona... Ah, porque ella estaba empeada en dar a luz en la casa y no en la clnica donde los doctores y las norsas no hablan espaol y adems sale ms caro. Entonces a las cuatro acab mi primer turno y baj al come-y-vete se del italiano que est ah enfrente de la factora. Cuestin de echarme algo a la barriga hasta que llegara a casa y la mujer me recalentara la comida, ves? Bueno, pues me met un par de hot dogs con una cerveza mientras le tiraba un vistazo al peridico hispano que haba comprado por la maana, y en eso, cuando estaba leyendo lo de un latino que haba hecho tasajo a su corteja porque se la estaba pegando con un chino, en eso, mira, yo no s si t crees en esas cosas, pero como que me entr un presentimiento. O sea que sent que esa noche iba a pasar algo grande, algo que no poda decir lo que iba a ser. Yo digo que uno tiene que creer porque t me dirs qu tena que ver lo del latino y el chino y la corteja con eso que yo empec a sentir. A sentir, t sabes, porque no fue que lo pensara, que eso es distinto. Bueno, pues acab de mirar el peridico y volv rpido a la factora para empezar el overtime. Entonces el otro foreman, porque el primero ya se haba ido, me dice: Qu, te piensas hacer millonario para poner un casino en Puerto Rico? As, relajando, t sabes, y vengo yo y le digo, tambin vacilando: No, si el casino ya lo tengo. Ahora lo que quiero poner es una fbrica. Y me dice: Una fbrica de qu? Y le digo: Una fbrica de humo. Y entonces me pregunta: Ah, s? Y qu vas a hacer con el humo? Y yo bien serio, con una cara de palo que haba que ver: Adis?... y qu voy a hacer? Enlatarlo para vendrselo a los americanos, que compran cualquier cosa con tal de que venga en lata. Un vaciln, t sabes, porque ese foreman era todava ms buena persona que el otro. Pero porque le conviene, desde luego: as nos pone de buen humor y nos saca el jugo en el trabajo. l se cree que yo no lo s, pero cualquier da se lo digo para que vea que uno no es tan ignorante como parece. Porque esta gente aqu a veces se imagina que uno viene de la ltima snsora y confunde el papel de lija con el papel de inodoro, sobre todo cuando uno es trigueito y con la morusa tirando a caracolillo. Pero, bueno, eso es noticia vieja y lo que tengo que contarte es otra cosa. Ahora, que la condenada calor sigue y la cerveza ya se nos acab. La misma marca, no? Okay. Pues como te iba diciendo, despus que el foreman me quiso vacilar y yo le dej con las ganas,
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pegamos a trabajar en serio. Porque eso s, aqu la guachafita y el trabajo no son compadres. Time es money, ya t sabes. Pegaron a llegarme radios por el assembly line y yo a meterles los tubos: chan, chan. S, yo lo que haca entonces era poner los tubos. Dos a cada radio, uno en cada mano. Chan, chan. Al principio, cuando no estaba impuesto, a veces se me pasaba un radio y entonces, muchacho!, tena que correrle detrs y al mismo tiempo echarle el ojo al que vena seguido, y crea que me iba a volver loco. Cuando sala del trabajo senta como que llevaba un baile de San Vito en todo el cuerpo. A m me est que por eso en este pas hay tanto borracho y tanto vicioso. S, chico, porque cuando t quedas as lo que te pide el cuerpo es un juanetazo de lo que sea, que por lo general es ron o algo as, y ah se va acostumbrando uno. Yo digo que por eso las mujeres se defienden mejor en el trabajo de factora, porque ellas se entretienen con el chismorreo y la habladura y el comentario, ves?, y no se imponen a la bebida. Bueno, pues ya tena yo un rato metiendo tubos y pensando boberas cuando en eso viene el foreman y me dice: Oye, ah te buscan. Yo le digo: A quin, a m? Pues claro, me dice, aqu no hay dos con el mismo nombre. Entonces pusieron a otro en mi lugar para no parar el trabajo y ah voy yo a ver quin era el que me buscaba. Y era Trompoloco, que no me dice ni qu hubo sino que me espeta: Oye, que te vayas para tu casa que tu mujer se est pariendo. S, hombre, as de sopetn. Y es que el pobre Trompoloco se cay del coy all en Puerto Rico cuando era chiquito y segn deca su mam, que en paz descanse, cay de cabeza y parece que del golpe se le ablandaron los sesos. Tuvo un tiempo, cuando yo lo conoc aqu en el Barrio, que de repente se pona a dar vueltas como loco y no se paraba hasta que se mareaba y se caa al suelo. De ah le vino el apodo. Eso s, nadie abusa de l porque su mam era muy buena persona, mdium espiritista ella, t sabes, y ayudaba a mucha gente y no cobraba. Uno le dejaba lo que poda, ves?, y si no poda no le dejaba nada. Entonces hay mucha gente que se ocupa de que Trompoloco no pase necesidades. Porque l siempre fue hurfano de padre y no tuvo hermanos, as que como quien dice est solo en el mundo. Bueno, pues llega Trompoloco y me dice eso y yo digo: Ay, mi madre, y ahora qu hago? El foreman, que estaba pendiente de lo que pasaba porque esa gente nunca le pierde ojo a uno en el trabajo, viene y me pregunta: Cul es el trouble? Y yo le digo: Que viene a buscarme porque mi mujer se est pariendo. Y entonces el foreman me dice: Bueno, y que t ests esperando? Porque djame decirte que ese foreman tambin era judo y para los judos la familia siempre es primero. En eso no son como los dems americanos, que entre hijos y padres y entre hermanos se insultan y hasta se dan por cualquier cosa. Y no s si ser por la clase de vida que la gente lleva en este pas. Siempre corriendo detrs del dlar, como los perros esos del candromo que ponen a correr detrs de un conejo de trapo. T los has visto? Acaban echando el bofe y nunca alcanzan al conejo. Eso s, les dan comida y los cuidan para que vuelvan a correr al otro da, que es lo mismo que hacen con la gente, si miras bien la cosa. As que en este pas todo venimos a ser como perros de carrera. Bueno, pues cuando el foreman me dijo de qu yo estaba esperando, le digo: Nada, ponerme el coat y agarrar el subway antes que mi hijo vaya a llegar y no me encuentre en casa. Contento que estaba yo ya, sabes?, porque iba ser mi primer hijo y t sabes cmo es eso. Y me dice el foreman: No se te vaya a olvidar ponchar la tarjeta para que cobres la media hora que llevas trabajando, que de ahora palante es cuando te van a hacer falta los chavos. Y le digo: Cmo no, y agarro el coat y poncho la tarjeta y le digo a Trompoloco, que estaba parado all mirando las mquinas como eslembao: Avanza, Trompo, que vamos a llegar tarde! Y bajamos las escaleras corriendo para no esperar el ascensor y llegamos a la acera, que estaba bien crowded porque a esa hora todava haba
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gente saliendo del trabajo. Y digo yo: Maldita sea, y que tocarme la hora del rush! Y Trompoloco que no quera correr: Esprate, hombre, esprate, que yo quiero comprar un dulce. Bueno, es que Trompoloco es as, ves?, como un nene. l sirve para hacer un mandado, si es algo sencillo, o para lavar unas escaleras en un building o cualquier cosa que no haya que pensar. Pero si es cuestin de usar la calculadora, entonces bscate a otro. As que vengo y le digo: No. Trompo, qu dulce ni qu carajo. Eso lo compras all en el Barrio cuando lleguemos. Y l: No, no, en el Barrio no hay de los que yo quiero. Esos nada ms se consiguen en Brooklyn. Y le digo: Ay, t ests loco, y en seguida me arrepiento porque eso es lo nico que no se le puede decir a Trompoloco. Y se para ah en la acera, ms serio que un chavo de queso, y me dice: No, no, loco no. Y le digo: No, hombre, si yo no dije loco, yo dije bobo. Lo que pasa es que t oste mal. Avanza, que el dulce te lo llevo yo maana! Y me dice: Seguro que t no me dijiste loco? Y yo: Seguro, hombre! Y l: Y maana me llevas dos dulces? Mira, loco y todo lo que t quieras, pero bien que sabe aprovecharse. Y a m casi me entra la risa y le digo: Claro chico, te llevo hasta tres si quieres. Y entonces vuelve a poner buena cara y me dice: Est bien, vmonos, pero tres dulces, acurdate, ah? Y yo, caminando para la entrada del subway con Trompoloco detrs: S, hombre, tres. Despus me dices de cules son. Y bajamos casi corriendo las escaleras y entramos en la estacin con aquel mar de gente que t sabes cmo es eso. Yo pendiente de que Trompoloco no se fuera a quedar atrs porque con el apeuscamiento y los arrempujones a lo mejor le entraba miedo y quin iba a responder por l. Cuando viene el tren expreso lo agarro por un brazo y le digo: Preprate y echa palante t tambin, que si no nos quedamos afuera. Y l me dice: No te ocupes, y cuando se abre la puerta y salen los que iban a bajar, nos metemos de frente y quedamos prensados entre aquel montn de gente que no podamos ni mover los brazos. Bueno, mejor, porque as no haba que agarrarse de los tubos. Trompoloco iba un poco azorado porque yo creo que era la primera vez que viajaba en subway a esa hora, pero como me tena a m al lado no haba problemas, y as seguimos hasta Columbus Circle y all cambiamos de lnea porque tenamos que bajarnos en la 110 y quinta para llegar a casa, ves?, y ah volvimos a quedar como sardinas en lata. Entonces yo iba contando los minutos, pensando si ya mijo habra nacido y cmo estara mi mujer. Y de repente se me ocurre: Bueno, y yo tan seguro de que va a ser macho y a lo mejor me sale una chancleta. T sabes que uno siempre quiere que el primero sea hombre. Y la verdad es que eso es un egosmo de nosotros, porque a la mam le conviene ms que la mayor sea mujer para que despus le ayude con el trabajo de la casa y la crianza de los hermanitos. Bueno, pues en eso iba yo pensando y sintindome ya muy padre de familia, te das cuenta, cuando... fucata, ah fue! Que se va la luz y el tren empieza a perder impulso hasta que se queda parado en la mismita mitad del tnel entre dos estaciones. Bueno, la verdad es que de un momento no se asust nadie. T sabes que eso de que las luces se apaguen en el subway no es nada del otro mundo: en seguida vuelven a prenderse y la gente ni pestaea. Y eso de que el tren se pare un ratito antes de llegar a una estacin tampoco es raro. As que de momento no se asust nadie. Prendieron las luces de emergencia y todo el mundo lo ms tranquilo. Pero empez a pasar el tiempo y el tren no se mova. Y yo pensando: Coo, qu mala suerte, ahora que tena que llegar pronto. Pero todava creyendo que sera cuestin de un ratito, ves? Y as pasaron como tres minutos ms y entonces una seora empez a toser. Una seora americana ella, medio viejita, que estaba cerca de m. Yo la mir y vi que estaba tosiendo como sin ganas, y pens: Eso no es catarro, eso es miedo. Y pas otro minuto y el tren segua parado y entonces la seora le dijo a un muchacho que tena al lado, un muchacho alto y rubio l, tofete, con cara como de irlands, le dijo la seora: Oiga, joven,
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a usted esto no le est raro? Y l dijo: No, no se preocupe, eso no es nada. Pero la seora como que no qued conforme y sigui con su tosecita y entonces otros pasajeros empezaron a tratar de mirar por las ventanillas, pero como no podan moverse bien y con la oscuridad que haba all afuera, pues no vean nada. Te lo digo porque yo tambin trat de mirar y lo nico que saqu fue un dolor de cuello que me dur un buen rato. Bueno, pues sigui pasando el tiempo y a m empez a darme calambre en una pierna y ah fue donde me entr el nerviosismo. No, no por el calambre, sino porque pens que ya no iba a llegar a tiempo a casa. Y deca yo para entre m: No, aqu tiene que haber pasado algo, ya es demasiado de mucho tiempo que tenemos aqu parados. Y como no tena nada que hacer, puse a funcionar el coco y entonces fue que se me ocurri lo del suicidio. Bueno, era lo ms lgico, por qu no? T sabes que aqu hay muchsima gente que ya no se quieren para nada y entonces van y se trepan al Empire State y pegan el salto desde all arriba y creo que cuando llegan a la calle ya estn muertos por el tiempo que tardan en caer. Bueno, yo no s, eso es lo que me han dicho. Y hay otros que le tiran por delante al subway y quedan que hay que recogerlos con pala. Ah, no, eso s, a los que brincan desde el Empire State me imagino que habr que recogerlos con secante. No, pero en serio, porque con esas cosas no se debe relajar, a m se me ocurri que lo que haba pasado era que alguien se le haba tirado debajo al tren que iba delante de nosotros, y hasta pens: Bueno, pues que en paz descanse pero ya me chav a m, porque s que voy a llegar tarde. Ya mi mujer debe estar pensando que Trompoloco se perdi en el camino o que yo ando borracho por ah y no me importa lo que est pasando en casa. Porque no es que yo sea muy bebeln, pero de vez en cuando, t me entiendes... Bueno, y ya que estamos hablando de eso, y quieres cambiamos de marca, pero que estn bien fras a ver si se nos acaba de quitar la calor. Aja! Entonces... por dnde iba yo? Ah s, estaba pensando en eso del suicidio y qu s yo, cuando de repente -ran!- vienen y se abren las puertas del tren. S, hombre s, all mismo en el tnel. Y como eso, a la verdad, era una cosa que yo nunca haba visto, entonces pens: Ahora s que a la puerca se le entorch el rabo. Y enseguida veo que all abajo frente a la puerta estaban unos como inspectores o algo as porque tenan uniforme y traan unas linternas de sas como faroles. Y nos dice uno de ellos: Take it easy que no hay peligro. Bajen despacio y sin empujar. Y ah mismo la gente empez a bajar y a preguntarle al mster aqul: Qu es lo que pasa, qu es lo que pasa? Y l: Cuando estn todos ac abajo les voy a decir. Yo agarr a Trompoloco por el brazo y le dije: Ya t oste? No hay peligro, pero no te vayas a apartar de m. Y l me deca que s con la cabeza, porque yo creo que del susto se le haba ido hasta la voz. No deca nada, pero pareca que los ojos se le iban a salir de la cara: los tena como platillos y casi le brillaban en la oscuridad, como a los gatos. Bueno, pues fuimos saliendo del tren hasta que no qued nadie adentro. Entonces, cuando estuvimos todos alineados all abajo, los inspectores empezaron a recorrer la fila que nosotros habamos formado y nos fueron explicando, as por grupos, ves?, que lo que pasaba era que haba habido un blackout o sea que se haba ido la luz en toda la ciudad y no se saba cundo iba a volver. Entonces la seora de la tosecita, que haba quedado cerca de m, le pregunt al inspector: Oiga, y cundo vamos a salir de aqu? Y l le dijo: Tenemos que esperar un poco porque hay otros trenes delante de nosotros y no podemos salir todos a la misma vez. Y ah pegamos a esperar. Y yo pensando: Maldita sea mi suerte, mira que tener que pasar esto el da de hoy, cuando en eso siento que Trompoloco me jala la manga del coat y me dice bajito, como en secreto: Oye, oye, panita, me estoy meando. Imagnate t! Lo nico que faltaba. Y le digo: Ay, Trompo, bendito, aguntate, t no ves que aqu eso es imposible? Y me dice: Pero es que hace
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rato que tengo ganas y ya no aguanto ms. Entonces me pongo a pensar rpido porque aquello era una emergencia, no?, y lo nico que se me ocurre es ir a preguntarle al inspector qu se poda hacer. Le digo a Trompoloco: Bueno, esprame un momentito, pero no te vayas a mover de aqu. Y me salgo de la lnea y voy y le digo al inspector: Listen, mister, my friend wanna take a leak, o sea que mi amigo quera cambiarte el agua al canario. Y me dice, el inspector: Goddamit to helI, can't he hold it in a while? Y le digo que eso mismo le haba dicho yo, que se aguantara, pero que ya no poda. Entonces me dice: Bueno, que lo haga donde pueda, pero que no se aleje mucho. As que vuelvo donde Trompoloco y le digo: vente conmigo por ah atrs, a ver si encontramos un lugarcito, y pegamos a caminar, pero aquella hilera de gente nos se acaba nunca. Y habamos caminado un trecho cuando vuelve a jalarme la manga y dice: Ahora si ya no aguanto, brother. Entonces le digo: Pues mira, ponte detrs de m pegadito a la pared, pero ten cuenta que no me vayas a mojar los zapatos. Y hazlo despacito, para que no se oiga. Y ni haba acabado de hablar cuando oigo aquello que, bueno, t sabes cmo hacen eso los caballos? Pues con decirte que pareca que eran dos caballos en vez de uno. Si yo no s cmo no se le haba reventado la vejiga. No, una cosa terrible. Yo pens: Ave Mara, ste me va a salpicar hasta el coat. Y mira que era de esos cortitos, que no llegan ni a la rodilla, porque a mi siempre me ha gustado estar a la moda, verdad? Y entonces, claro, la gente que estaba por all tuvo que darse cuenta y yo o que empezaron a murmurar. Y pens: Menos mal que est oscuro y no nos pueden ver la cara, porque si se dan cuenta que somos puertorriqueos... Ya t sabes cmo es el asunto aqu. Yo pensando todo eso y Trampoloco que no acababa. Cristiano, las cosas que le pasan a uno en este pas! Despus las cuentas y la gente no te las cree. Bueno, pues al fin Trompoloco acab, o por lo menos eso cre yo porque ya no se oa aquel estrpito que estaba haciendo, pero pasaba el tiempo y no se mova. Y le digo: Oye, ya t acabaste? Y me dice: S. Y yo: Pues ya vmonos. Y entonces me sale con que: Esprate, que me estoy sacudiendo. Mira, ah fue donde yo me encocor. Le digo: Pero, muchacho, eso es una manguera o qu? Camina por ah si no quieres que esta gente nos sacuda hasta los huesos despus de esta inundacin que t has hecho aqu! Entonces como que comprendi la situacin y me dijo: est bien, est bien, vmonos. Pues volvimos adonde estbamos antes y ah nos quedamos esperando como media hora ms. Yo oa a la gente alrededor de m hablando ingls, quejndose y diciendo que qu abuso, que pareca mentira, que si el alcalde, que si qu s yo. Y de repente oigo por all que alguien dice en espaol: bueno, para estirar la pata lo mismo da aqu adentro que all afuera, y mejor que sea aqu porque as el entierro tiene que pagarlo el gobierno. S, algn boricua que quera hacerse el gracioso. Yo mir as a ver si lo vea, para decirle que el entierro de l lo iba a pagar la sociedad protectora de animales, pero en aquella oscuridad no pude ver quin era. Y lo malo es que el chistecito aqul me hizo su efecto, no te creas. Porque parado all sin hacer nada y con la preocupacin que traa yo y todo ese problema, t sabes lo que me ocurri a m entonces? Imagnate, yo pens que el inspector nos haba dicho un embuste y que lo que pasaba era que ya haba empezado la tercera guerra mundial. No, no te ras, yo te apuesto que yo no era el nico que estaba pensando eso. S, hombre, con todo lo que se pasan diciendo los peridicos aqu, de que si los rusos y los chinos y hasta los marcianos en los platillos voladores.., pues claro, y por qu t te crees que en este pas hay tanto loco? Si ah en Bellevue ya ni caben y creo que van a tener que construir otro manicomio. Bueno, pues en esa barbaridad estaba yo pensando cuando vienen los inspectores y nos dicen que ya nos tocaba el turno de salir a nosotros, pero caminando en fila y con calma. Entonces pegamos a caminar y al fin llegamos a la estacin, que era la de tan lejos de
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casa, pero tampoco tan cerca porque eran unas cuantas calles las que nos faltaban. Imagnate que eso nos hubiera pasado en la 28 o algo as. La cagazn, no? Pero, bueno, la cosa es que llegamos a la estacin y le digo a Trompoloco: Avanza y vamos a salir de aqu. Y subimos las escaleras con todo aquel montn de gente que pareca un hormiguero cuando t le echas agua caliente, y al salir a la calle, ay, Bendito! No, no, tiniebla no, porque estaban las luces de los carros y eso, verdad? Pero oscuridad si porque ni en la calle ni en los edificios haba una sola luz prendida. Y en eso pas un tipo con un radio de esos porttiles, y como iba caminando en la misma direccin que yo, me le emparej y me puse a or lo que estaba diciendo el radio. Y era lo mismo que nos haba dicho el inspector all abajo en el tnel, as que ah se me quit la preocupacin esa de la guerra. Pero entonces me volvi la otra, la del parto de mi mujer y eso, ves?, y le digo a Trompoloco: Bueno, paisa, ahora la cosa es en el carro de don Fernando, un ratito a pie y otro andando, as que a ver quin llega primero. Y me dice l: Te voy, te voy rindose, sabes?, como que ya se haba pasado el susto. Y pegamos a caminar bien ligero porque adems estaba haciendo fro y cuando bamos por la 103 o algo as, pienso yo: Bueno, y si no hay luz en casa, cmo harn hecho para el parto? A lo mejor tuvieron que llamar la ambulancia para llevarse a mi mujer a alguna clnica y ahora yo no voy a saber ni dnde est. Porque, oye, lo que es el da que uno se levanta de malas. Entonces con esa idea en la cabeza entr yo en la recta final que pareca un campen: yo creo que no tardamos ni cinco minutos de la 103 a casa Y ah mismo entro y agarro por aquellas escaleras oscuras que no vea ni los escalones y... ah, pero ahora va empezar lo bueno, lo que t quieres que yo te cuente porque t no estabas en Nueva York ese da, verdad? Okay. Pues entonces vamos a pedir otras cervecitas porque tengo el gaznate ms seco que aquellos arenales de Salinas donde yo me cri. Pues como te iba diciendo. Esa noche romp el rcord mundial de tres pisos de escaleras en la oscuridad. Ya ni saba si Trompoloco me vena siguiendo. Cuando llegu frente a la puerta del apartamento traa la llave en la mano y la met en la cerradura al primer golpe, como si la estuviera viendo. Y entonces, cuando abr la puerta, lo primero que vi fue que haba cuatro velas prendidas en la sala y unas cuantas vecinas all sentadas, lo ms tranquilas y dndole a la sin hueso que aquello pareca la olimpiada del bembeteo. Ave Mara, y es que se es el deporte favorito de las mujeres. Yo creo que el da que les prohban eso se forma una revolucin ms grande que la del Fidel Castro. Pero eso s, cuando me vieron entrar as de sopetn, les pegu un susto que se quedaron mudas de repente. Cuantims que yo ni siquiera dije buenas noches sino que ah mismo empec a preguntar: Oigan y qu ha pasado con mi mujer? Dnde est? Se la llevaron? Y entonces una de las seoras viene y me dice: No, hombre, no, ella est ah adentro lo ms bien. Aqu estbamos comentando que para ser el primer parto... Y en ese mismo momento oigo aquellos berridos que empez a pegar mi hijo all en el cuarto. Bueno, yo todava no saba si era hijo o hija, pero lo que si te digo es que gritaba ms que Daniel Santos en sus buenos tiempos. Y entonces le digo a la seora: Con permiso, doa, y me tiro para el cuarto y abro la puerta y lo primero que veo es aquel montn de velas prendidas que eso pareca un altar de iglesia. Y la comadrona all trajinando con las palanganas y los trompos y esas cosas, y mi mujer en la cama quietecita, pero con los ojos bien abiertos. Y cuando me ve dice, as con la voz bien finita: Ay, mi hijo, qu bueno que llegaste. Yo ya estaba preocupada por ti. Fjate, bendito, y que preocupada por m, ella que era la que acababa de salir de ese brete del parto. S, hombre, las mujeres a veces tienen esas cosas. Yo creo que por eso es que les aguantamos sus boberas y las queremos tanto, verdad? Entonces yo le iba a explicar el problema del subway y eso,
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cuando me dice la comadrona: Oiga, ese muchacho es la misma cara de usted. Venga a verlo, mire. Y era que estaba ah en la cama al lado de mi mujer, pero como eran tan chiquito casi ni se vea. Entonces me acerco y le miro la carita, que era lo nico que se le poda ver porque ya lo tenan ms envuelto que pastel de hoja. Y cuando yo estoy ah mirndolo me dice mi mujer: Verdad que sali a ti? Y le digo: S, se parece bastante. Pero yo pensando: No, hombre, se no se parece a m ni a nadie, si lo que parece es un ratn recin nacido. Pero es que as somos todos cuando llegamos al mundo, no? Y me dice mi mujer: Pues sali machito, como t lo queras. Y yo, por decir algo: Bueno, a ver si la prxima vez formamos la parejita. Yo tratando de que no se me notara ese orgullo y esa felicidad que yo estaba sintiendo, ves? Y entonces dice la comadrona: Bueno, y qu nombre le van a poner? Y dice mi mujer: Pues el mismo del pap, para que no se le vaya a olvidar que es suyo. Bromeando, t sabes, pero con su pullita. Y yo le digo: Bueno, nena, si se es tu gusto... Y en eso ya mi hijo se haba callado y yo empiezo a or como una msica que vena de la parte de arriba del building, pero una msica que no era de radio ni de disco, ves? Sino como de un conjunto que estuviera all mismo, porque a la misma vez que la msica se oa una risera y una conversacin de mucha gente. Y le digo a mi mujer: Adis, y por ah hay bachata? Y me dice: Bueno, yo no s, pero parece que s porque hace rato que estamos oyendo eso. A lo mejor es un party de cumpleaos. Y digo yo: Pero as, sin luz? Y entonces dice la comadrona: Bueno, a lo mejor hicieron igual que nosotros, que salimos a comprar velas. Y en eso oigo yo que Trompoloco me llama desde la sala: Oye, oye, ven ac. S, hombre, Trompoloco que haba llegado despus que yo y se haba puesto a averiguar. Entonces salgo y le digo: Qu pasa? Y me dice: Muchacho, que all arriba en el rufo est chvere la cosa. S, en el rufo, o sea en la azotea. Y digo yo: Bueno, pues vamos a ver qu es lo que pasa. Yo todava sin imaginarme nada, ves? Entonces agarramos las escaleras y subimos y cuando salgo para afuera veo que all estaba casi todo el building: doa Lula la viuda del primer piso, Cheo el de Aguadilla que haba cerrado el cafetn cuando se fue la luz y se haba metido en su casa, las muchachas del segundo que ni trabajan, ni estn en el welfare segn las malas lenguas, don Leo el ministro pentecostal que tiene cuatro hijos aqu y siete en Puerto Rico, Pipo y los muchachos de doa Lula y uno de los de don Leo, que sos eran los que haban formado el conjunto con una guitarra, un giro, unas maracas y hasta unos timbales que no s de dnde los sacaron porque nunca los haba visto por all. S, un cuarteto. Oye, y sonaba! Cuando yo llegu estaban tocando Preciosa y el que cantaba era Pipo, que t sabes que es independentista y cuando llegaba a aquella parte que dice: Preciosa, preciosa te llaman los hijos de la libertad, suba la voz que yo creo que lo oa hasta en Morovis. Y yo all parado mirando a toda aquella gente y oyendo la cancin, cuando viene y se me acerca una de las muchachas del segundo piso, una medio gordita ella que creo que se llama Mirta, y me dice: Oiga, qu bueno que subi. Vengase para ac para que se d un palito. Ah, porque tenan sus botellas y unos vasitos de cartn all encima de una silla, y yo no s si eran de Bacard o Don Q, porque desde donde yo estaba no se vea tanto, pero le digo enseguida a la muchacha: Bueno, si usted me lo ofrece yo acepto con mucho gusto. Y vamos y me sirve el ron y entonces le pregunto: Bueno, y por qu es la fiesta, si se puede saber? Y en eso viene doa Lula, la viuda, y me dice: Adis, pero usted no se ha fijado? Y yo miro as como buscando por los lados, pero doa Lula me dice: No, hombre, cristiano, por ah no. Mire para arriba. Y cuando yo levanto la cabeza y miro, me dice: Qu est viendo? Y yo: Pues la luna. Y ella Y que ms? Y yo: Pues las estrellas. Ave Mara, muchacho, y ah fue donde yo ca en cuenta! Yo creo que doa Lula me lo vio en la cara porque ya no me dijo nada ms. Me puso las dos manos en los
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hombros y se qued mirado ella tambin, quietecita, como si yo estuviera dormido y ella no quisiera despertarme. Porque yo no s si t me lo vas a creer, pero aquello era como un sueo. Haba salido una luna de este tamao, mira, y amarilla amarilla como si estuviera hecha de oro, y el cielo estaba todito lleno de estrellas como si todos los cocuyos del mundo se hubieran subido hasta all arriba y despus se hubieran quedado a descansar en aquella inmensidad. Igual que en Puerto Rico cualquier noche del ao, pero era que despus de tanto tiempo sin poder ver el cielo, por ese resplandor de las millones de luces elctricas que se prenden aqu todas las noches, ya se nos haba olvidado que las estrellas existan. Y entonces, cuando llevbamos yo no s cuanto tiempo contemplando aquel milagro, oigo a doa Lula que me dice: Bueno, y parece que no somos los nicos que estamos celebrando. Y era verdad. Yo no poda decirte en cuntas azoteas del Barrio se hizo fiesta aquella noche, pero seguro que fue en unas cuantas, porque cuando el conjunto de nosotros dejaba de tocar, oamos clarita la msica que llegaba de otros sitios. Entonces yo pens muchas cosas. Pens en mi hijo que acababa de nacer y en lo que iba a ser su vida aqu, pens en Puerto Rico y en los viejos y en todo lo que dejamos all nada ms que por necesidad, pens tantas cosas que algunas ya se me han olvidado, porque t sabes que la mente es como una pizarra y el tiempo como un borrador que le pasa por encima cada vez que se nos llena. Pero de lo que s me voy a acordar siempre es de lo que le dije yo entonces a doa Lula, que es lo que te voy a decir ahora para acabar de contarte lo que t queras saber. Y es que, segn mi pobre manera de entender las cosas, aqulla fue la noche que volvimos a ser gente.
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UNA CAJA DE PLOMO QUE NO SE PODA ABRIR Esto sucedi hace dos aos, cuando llegaron los restos de Moncho Ramrez, que muri en Corea. Bueno, eso de los restos de Moncho Ramrez es un decir, porque la verdad es que nadie lleg a saber nunca lo que haba dentro de aquella caja de plomo que no se poda abrir. De plomo, s, seor, y que no se poda abrir; y eso fue lo que puso como loca a doa Milla, la mam de Moncho, porque lo que ella quera era ver a su hijo antes de que lo enterraran y... Pero ms vale que yo empiece a contar esto desde el principio. Seis meses despus que se llevaron a Moncho Ramrez a Corea, doa Milla recibi una carta del gobierno que deca que Moncho estaba en la lista de los desaparecidos en combate. La carta se la dio doa Milla a un vecino para que se la leyera porque vena de los Estados Unidos y estaba en ingls. Cuando doa Milla se enter de lo que deca la carta, se encerr en sus dos piezas y se pas tres das llorando. No les abri la puerta ni a las vecinas que fueron a llevarle guarapillos. En el ranchn se habl muchsimo de la desaparicin de Moncho Ramrez. Al principio algunos opinamos que Moncho seguramente se haba perdido en algn monte y ya aparecera el da menos pensado. Otros dijeron que a lo mejor los coreanos o los chinos lo haban hecho prisionero y despus de la guerra lo devolveran. Por las noches, despus de comer, los hombres nos reunamos en el patio del ranchn y nos ponamos a discutir esas dos posibilidades, y as vinimos a llamarnos los perdidos y los prisioneros, segn lo que pensbamos que le haba sucedido a Moncho Ramrez. Ahora que ya todo eso es un recuerdo, yo me pregunto cuntos de nosotros pensbamos, sin decirlo, que Moncho no estaba perdido en ningn monte ni era prisionero de los coreanos o los chinos, sino que estaba muerto. Yo pensaba eso muchas veces, pero nunca lo deca, y ahora me parece que a todos les pasaba igual, porque no est bien eso de ponerse a dar por muerto a nadie -y menos a un buen amigo como era Moncho Ramrez, que haba nacido en el ranchn- antes de saberlo uno con seguridad. Y adems, cmo bamos a discutir por las noches en el patio del ranchn si no haba dos opiniones diferentes? Dos meses despus de la primera carta, lleg otra. Esta segunda carta, que le ley a doa Milla el mismo vecino porque estaba en ingls igual que la primera, deca que Moncho Ramrez haba aparecido. O, mejor dicho, lo que quedaba de Moncho Ramrez. Nosotros nos enteramos de eso por los gritos que empez a dar doa Milla tan pronto supo lo que deca la carta. Aquella tarde todo el ranchn se vaci en las dos piezas de doa Milla. Yo no s cmo cabamos all, pero all estbamos toditos, y ramos unos cuantos como quien dice. A doa Milla tuvieron que acostarla las mujeres cuando todava no era de noche porque de tanto gritar, mirando el retrato de Moncho en uniforme militar, entre una bandera americana y un guila con un mazo de flechas entre las garras, se haba puesto como tonta. Los hombres nos fuimos saliendo al patio poco a poco, pero aquella noche no hubo discusin porque ya todos sabamos que Moncho estaba muerto y era imposible ponerse a imaginar. Tres meses despus lleg la caja de plomo que no se poda abrir. La trajeron una tarde, sin avisar, en un camin del Ejrcito con rifles y guantes blancos. A los cuatros soldados los mandaba un teniente, que no traa rifle, pero s una cuarenta y cinco en la cintura. Ese fue el primero en bajar del camin. Se plant en medio de la calle, con los puos en las caderas y las piernas abiertas, y mir la fachada del ranchn como mira un hombre a otro cuando va a pedirle cuentas por alguna ofensa. Despus volte la cabeza y les dijo a los que estaban en el camin: -S, aqu es. Bjense.
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Los cuatro soldados se apearon, dos de ellos cargando la caja, que no era del tamao de un atad, sino ms pequea y estaba cubierta con una bandera americana. El teniente tuvo que preguntar a un grupo de vecinos en la acera cul era la pieza de la viuda de Ramrez (ustedes saben cmo son estos ranchones de Puerta de Tierra: quince o veinte puertas, cada una de las cuales da a una vivienda, y la mayora de las puertas sin nmero ni nada que indique quin vive all). Los vecinos no slo le informaron al teniente que la puerta de doa Milla era la cuarta a mano izquierda, entrando, sino que siguieron a los cinco militares dentro del ranchn sin despegar los ojos de la caja cubierta con la bandera americana. El teniente, sin disimular la molestia que le causaba el acompaamiento, toc a la puerta con la mano enguantada de blanco. Abri doa Milla y el oficial le pregunt: -La seora Emilia viuda de Ramrez? Doa Milla no contest en seguida. Mir sucesivamente al teniente, a los cuatro soldados, a los vecinos, a la caja. -Ah? -dijo como si no hubiera odo la pregunta del oficial. -Seora, usted es doa Emilia viuda de Ramrez? Doa Milla volvi a mirar la caja cubierta con la bandera. Levant una mano, seal, pregunt a su vez con la voz delgadita: -Qu es eso? El teniente repiti, con un dejo de impaciencia: -Seora, usted es... -Qu es eso, ah? -volvi a preguntar doa Milla, en ese trmulo tono de voz con que una mujer se anticipa siempre a la confirmacin de una desgracia-. Dgame, qu es eso? El teniente volte la cabeza, mir a los vecinos. Ley en los ojos de todos la misma interrogacin. Se volvi nuevamente hacia la mujer; carraspe; dijo al fin: -Seora... el Ejrcito de los Estados Unidos... Se interrumpi como quien olvida de repente algo que est acostumbrado a decir de memoria. -Seora... -recomenz-. Su hijo, el cabo Ramrez... Despus de esas palabras dijo otras que nadie lleg a escuchar porque ya doa Milla se haba puesto a dar gritos, unos gritos tremendos que parecan desgarrarle la garganta. Lo que sucedi inmediatamente despus result demasiado confuso para que yo, que estaba en el grupo de vecinos detrs de los militares, pueda recordarlo bien. Alguien empuj con fuerza y en unos instantes todos nos encontramos dentro de la pieza de doa Milla. Una mujer pidi agua de azahar a voces, mientras trataba de impedir que doa Milla se clavara las uas en el rostro. El teniente empez a decir: Calma! Calma!, pero nadie le hizo caso. Ms y ms vecinos fueron llegando, como llamados por el tumulto, hasta que result imposible dar un paso dentro de la pieza. Al fin varias mujeres lograron llevarse a doa Milla a la otra habitacin. La hicieron tomar agua de azahar y la acostaron en la cama. En la primera pieza quedamos slo los hombres. El teniente se dirigi entonces a nosotros con una sonrisa forzada: -Bueno, muchachos... Ustedes eran amigos del cabo Ramrez, verdad? Nadie contest. El teniente aadi: -Bueno, muchachos... En lo que las mujeres se calman, ustedes pueden ayudarme, no? Pnganme aquella mesita en el medio de la pieza. Vamos a colocar ah la caja para hacerle la guardia. Uno de nosotros habl entonces por primera vez. Fue el viejo Sotero Valle, que haba sido compaero de trabajo en los muelles del difunto Artemio Ramrez, esposo de doa
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Milla y pap de Moncho. Seal la caja cubierta con la bandera americana y empez a interrogar al teniente: -Ah... ah...? -S, seor -dijo el teniente-. Esa caja contiene los restos del cabo Ramrez. Usted conoca al cabo Ramrez? -Era m ahijado -contest Sotero Valle, muy quedo, como si temiera no llegar a concluir la frase. -El cabo Ramrez muri en el cumplimiento de su deber -dijo el teniente, y ya nadie volvi a hablar. Eso fue como a las cinco de la tarde. Por la noche no caba la gente en la pieza: haban llegado vecinos de todo el barrio, que llenaban el patio y llegaban hasta la acera. Adentro tombamos el caf que colaba de hora en hora una vecina. De otras piezas se haban trado varias sillas, pero los ms de los presentes estbamos de pie: as ocupbamos menos espacio. Las mujeres seguan encerradas con doa Milla en la otra habitacin. Una de ellas sala de vez en cuando a buscar cualquier cosa -agua, alcoholado, caf- y aprovechaba para informarnos: -Ya est ms calmada. Yo creo que de aqu a un rato podr salir. Los cuatro soldados montaban guardia, el rifle prensado contra la pierna derecha, dos a cada lado de la mesita sobre la que descansaba la caja cubierta con la bandera. El teniente se haba apostado al pie de la mesita, de espaldas a sta y a sus cuatro hombres, las piernas separadas y las manos a la espalda. Al principio, cuando se col el primer caf, alguien le ofreci una taza, pero l no la acept. Dijo que no se poda interrumpir la guardia. El viejo Sotero Valle tampoco quiso tomar caf. Se haba sentado desde el principio frente a la mesita y no le haba dirigido la palabra a nadie durante todo ese tiempo. Y durante todo ese tiempo no haba apartado la mirada de la caja. Era una mirada rara la del viejo Sotero: pareca que miraba sin ver. De repente (en los momentos en que servan caf por cuarta vez) se levant de la silla y se acerc al teniente. -Oiga -le dijo, sin mirarlo, los ojos siempre fijos en la caja-. Usted dice que mi ahijado Ramn Ramrez est ah dentro? -S, seor -contest el oficial. -Pero... en esa caja tan chiquita? -Bueno, mire... es que ah slo estn los restos del Cabo Ramrez. -Quiere decir que... que lo nico que encontraron... -Solamente los restos, s, seor. Seguramente ya haba muerto haca bastante tiempo. As sucede en la guerra, ve? El viejo no dijo nada ms. Todava de pie, sigui mirando la caja durante un rato; despus volvi a su silla. Unos minutos ms tarde se abri la puerta de la otra habitacin y doa Milla sali apoyada en los brazos de dos vecinas. Estaba plida y despeinada, pero su semblante reflejaba una gran serenidad. Camin lentamente, siempre apoyada en las otras dos mujeres, hasta llegar frente al teniente. Le dijo: -Seor... tenga la bondad... dganos cmo se abre la caja. El teniente la mir sorprendido. -Seora, la caja no se puede abrir. Est sellada. Doa Milla pareci no comprender. Agrand los ojos y los fij largamente en los del oficial, hasta que ste se sinti obligado a repetir: -La caja est sellada, seora. No se puede abrir. La mujer movi de un lado a otro, lentamente, la cabeza.
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-Pero yo quiero ver a mi hijo. Yo quiero ver a mi hijo, usted me entiende? Yo no puedo dejar que lo entierren sin verlo por ltima vez. El teniente nos mir entonces a nosotros; era evidente que su mirada solicitaba comprensin, pero nadie dijo una palabra. Doa Milla dio un paso hacia la caja, retir con delicadeza una punta de la bandera, toc levemente. -Seor -le dijo al oficial, sin mirarlo-, esta caja no es de madera. De qu es esta caja, seor? -Es de plomo, seora. Las hacen as para que resistan mejor el viaje por mar desde Corea. -De plomo? -murmur doa Milla sin apartar la mirada de la caja-. Y no se puede abrir? El teniente, mirndonos nuevamente a nosotros, repiti: -Las hacen as para que resistan mejor el via... Pero no pudo terminar; no lo dejaron terminar los gritos de doa Milla, unos gritos terribles que a m me hicieron sentir como si repentinamente me hubiese golpeado en la boca del estmago: -Moncho! Moncho, hijo mo, nadie va a enterrarte sin que yo te vea! Nadie, mi hijito, nadie...! Otra vez se me hace difcil contar con exactitud: los gritos de doa Milla produjeron una gran confusin. Las dos mujeres que la sostenan por los brazos trataron de alejarla de la caja, pero ella frustr el intento aflojando el cuerpo y dejndose ir hacia el suelo. Entonces intervinieron varios hombres. Yo no: yo todava no me libraba de aquella sensacin en la boca del estmago. El viejo Sotero Valle fue uno de los que acudieron junto a doa Emilia, y yo me sent en su silla. No me da vergenza decirlo: o me sentaba o tena que salir de la pieza. Yo no s si a alguno de ustedes le ha pasado eso alguna vez. No, no era miedo, porque ningn peligro me amenazaba en aquel momento. Pero yo senta el estmago duro y apretado como un puo, y las piernas como si sbitamente se me hubiesen vuelto de trapo. Si a alguno de ustedes le ha pasado eso alguna vez, sabr lo que quiero decir. Y si no... bueno, si no, ojal que no le pase nunca. O por lo menos que le pase donde la gente no se d cuenta. Yo me sent. Me sent, y, en medio de la tremenda confusin que me rodeaba, me puse a pensar en Moncho como nunca en mi vida haba pensado en l. Doa Milla gritaba hasta enronquecer mientras la iban arrastrando hacia la otra habitacin, y yo pensaba en Moncho, en Moncho que naci en aquel mismo ranchn donde tambin nac yo, en Moncho que fue el nico que no llor cuando nos llevaron a la escuela por primera vez, en Moncho que nadaba ms lejos que nadie cuando bamos a la playa detrs del Capitolio, en Moncho que haba sido siempre cuarto bate cuando jugbamos pelota en la Isla Grande, antes de que hicieran all la base area... Doa Milla segua gritando que a su hijo no iba a enterrarlo nadie sin que ella lo viera por ltima vez. Pero la caja era de plomo y no se poda abrir. Al otro da enterramos a Moncho Ramrez. Un destacamento de soldados hizo una descarga cuando los restos de Moncho -o lo que hubiera dentro de aquella cajadescendieron al hmedo y hondo agujero de su tumba. Doa Milla asisti a toda la ceremonia de rodillas sobre la tierra. De todo eso hace dos aos. A m no se me haba ocurrido contarlo hasta ahora. Es posible que alguien se pregunte por qu lo cuento al fin. Yo dir que esta maana vino el cartero al ranchn. No tuve que pedirle ayuda a nadie para leer lo que me trajo, porque yo s mi poco de ingls. Era el aviso de reclutamiento militar.
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I La primera vez que el negrito Meloda vio al otro negrito en el fondo del cao1 fue en la maana del tercero o cuarto da despus de la mudanza, cuando lleg gateando hasta la nica puerta de la nueva vivienda y se asom para mirar hacia la quieta superficie del agua all abajo. Entonces el padre, que acababa de despertar sobre el montn de sacos vacos extendidos en el piso, junto a la mujer semidesnuda que an dorma, le grit: -Mire... eche p'adentro! Diantre'e muchacho desinquieto! Y Meloda, que no haba aprendido a entender las palabras pero s a obedecer los gritos, gate otra vez hacia adentro y se qued silencioso en un rincn, chupndose un dedito porque tena hambre. El hombre se incorpor sobre los codos. Mir a la mujer que dorma a su lado y la sacudi flojamente por un brazo. La mujer despert sobresaltada, mirando al hombre con ojos de susto. El hombre ri. Todas las maanas era igual: la mujer sala del sueo con aquella expresin de susto que a l le provocaba un regocijo sin maldad. La primera vez que vio aquella expresin en el rostro de su mujer no fue en ocasin de un despertar, sino la noche que se acostaron juntos por primera vez. Quiz por eso a l le haca gracia verla despabilarse as todas las maanas. El hombre se sent sobre los sacos vacos. -Bueno -se dirigi entonces a la mujer-. Cuela el caf. Ella tard un poco en contestar: -Ya no queda. -Ah? -No queda. Se acab ayer. l empez a decir: Y por qu no compraste ms?, pero se interrumpi cuando vio que en el rostro de su mujer comenzaba a dibujarse aquella otra expresin, aquella mueca que a l no le causaba regocijo y que ella slo haca cuando l le diriga preguntas como la que acababa de truncar ahora. La primera vez que vio aquella expresin en el rostro de su mujer fue la noche que regres a casa borracho y deseoso de ella pero la borrachera no lo dej hacer nada. Tal vez por eso al hombre no le haca gracia aquella mueca. -Conque se acab ayer? -Aj. La mujer se puso de pie y empez a meterse el vestido por la cabeza. El hombre, todava sentado sobre los sacos vacos, derrot su mirada y la fij durante un rato en los agujeros de su camiseta. Meloda, cansado ya de la insipidez del dedo, se decidi a llorar. El hombre lo mir y le pregunt a la mujer: -Tampoco hay na pal nene? -S. Consegu unas hojitas de guanbana y le gua hacer un guarapillo horita. -Cuntos das va que no toma leche? -Leche? -la mujer puso un poco de asombro inconsciente en la voz-. No me acuerdo. El hombre se levant y se puso los pantalones. Despus se alleg a la puerta y mir hacia afuera. Le dijo a la mujer: -La marea ta alta. Hoy hay que dir en bote. Luego mir hacia arriba, hacia el puente y la carretera. Automviles, guaguas y
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camiones pasaban en un desfile interminable. El hombre observ cmo desde casi todos los vehculos alguien miraba con extraeza hacia la casucha enclavada en medio de aquel brazo de mar: el cao sobre cuyas mrgenes pantanosas haba ido creciendo haca aos el arrabal. Ese alguien por lo general empezaba a mirar la casucha cuando el automvil, la guagua o el camin llegaba a la mitad del puente, y despus segua mirando, volviendo gradualmente la cabeza hasta que el automvil, la guagua o el camin tomaba la curva all adelante y se perda de vista. El hombre se llev una mano desafiante a la entrepierna y mascull: -Pendejos! Poco despus se meti en el bote y rem hasta la orilla. De la popa del bote a la puerta de la casa haba una soga larga que permita a quien quedara en la casa atraer nuevamente el bote hasta la puerta. De la casa a la orilla haba tambin un puentecito de tablas, que se cubra con la marea alta. Ya en tierra, el hombre camin hacia la carretera. Se sinti mejor cuando el ruido de los automviles ahog el llanto del negrito en la casucha. II La segunda vez que el negrito Meloda vio al otro negrito en el fondo del cao fue poco despus del medioda, cuando volvi a gatear hasta la puerta y se asom y mir hacia abajo. Esta vez el negrito en el fondo del cao le regal una sonrisa a Meloda. Meloda haba sonredo primero y tom la sonrisa del otro negrito como una respuesta a la suya. Entonces hizo as con su manita, y desde el fondo del cao el otro negrito tambin hizo as con su manita. Meloda no pudo reprimir la risa, y le pareci que tambin desde all abajo llegaba el sonido de otra risa. La madre lo llam entonces porque el segundo guarapillo de hojas de guanbana ya estaba listo. Dos mujeres, de las afortunadas que vivan en tierra firme, sobre el fango endurecido de las mrgenes del cao, comentaban: -Hay que velo. Si me lo bieran contao, biera dicho que era embuste. -La necesid, doa. A m misma, quin me lo biera dicho, que yo diba llegar aqu. Yo que tena hasta mi tierrita. -Pues nosotros juimos de los primeros. Casi no ba gente y uno coga la parte ms sequecita, ve? Pero los que llegan ahora, fjese, tienen que tirarse al agua, como quien dice. Pero, bueno y esa gente, de nde diantre habern salo? -A m me dijieron que por ai por Isla Verde tan orbanisando y han sacao un montn de negros arrimaos. A lo mejor son desos. -Bendito!... Y ust se ha fijao en el negrito qu mono? La mujer vino ayer a ver si yo tena unas hojitas de algo pa hacele un guarapillo, y yo le di unas poquitas de guanbana que me quedaban. -Ay, Virgen, bendito...! Al atardecer, el hombre estaba cansado. Le dola la espalda, pero vena palpando las monedas en el fondo del bolsillo, hacindolas sonar, adivinando con el tacto cul era un velln, cul de diez, cul una peseta. Bueno, hoy haba habido suerte. El blanco que pas por el muelle a recoger su mercanca de Nueva York. Y el compaero de trabajo que le prest su carretn toda la tarde porque tuvo que salir corriendo a buscar a la comadrona para su mujer, que estaba echando un pobre ms al mundo. S, seor. Se va tirando. Maana ser otro da. Entr en un colmado y compr caf y arroz y habichuelas y unas latitas de leche evaporada. Pens en Meloda y apresur el paso. Se haba venido a pie desde San Juan
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para ahorrarse los cinco centavos del pasaje. III La tercera vez que el negrito Meloda vio al otro negrito en el fondo del cao fue al atardecer, poco antes de que el padre regresara. Esta vez Meloda vena sonriendo antes de asomarse, y le asombr que el otro tambin se estuviera sonriendo all abajo. Volvi a hacer as con la manita y el otro volvi a contestar. Entonces Meloda sinti un sbito entusiasmo y un amor indecible por el otro negrito. Y se fue a buscarlo.
FIN EL ESCRITOR Aquel domingo, cuando el escritor se despert, la luz del sol entraba ya por las ventanas entreabiertas y baaba la habitacin de claridad. El hombre se incorpor en la cama y se desperez bostezando largamente. Despus se levant, meti los pies en las pantuflas y se envolvi en una elegante bata de seda azul. Sali a la sala. -Laura! -llam. -Seor! -respondi una voz de mujer joven desde la cocina, en el fondo de la casa. -Dnde est el peridico? -En la mesita al lado del sof, don Luis. Se sent a leerlo antes del bao, pero los ojos todava pesados de sueo le dificultaron la lectura. Explic entonces, alzando la voz, lo que quera de desayuno, y con una toalla limpia alrededor del cuello se dirigi al cuarto de bao. Se dio en primer lugar un prolongado duchazo, recrendose con la blancura de la espuma que haca el jabn cuando le daba vueltas entre las manos. Despus, una vez seco, se afeit esmeradamente, comprobando satisfecho en el espejo que le haba quedado impecable la lnea del bigote recortado y ya entrecano. Finalmente se aplic la locin con una serie de palmaditas vigorosas en las mejillas. Vestido ya, en la mesa, la sirvienta le trajo un vaso de jugo de toronja. A continuacin, huevos fritos con jamn, despus el caf con leche (cargado, como era de su gusto) y tostadas con mermelada de melocotn. Estaba encendiendo un cigarrillo cuando la sirvienta reapareci para retirar el cubierto. El hombre la observ mientras regresaba a la cocina. Era una mulata clara, de veinte aos a lo sumo, que caminaba con un involuntario cimbreo de las caderas generosas. El escritor no pudo reprimir la evocacin libresca: Culipandeando la Reina avanza / Y de su inmensa grupa resbalan / Meneos cachondos que el gongo cuaja / En ros de azcar y de melaza. "Qu buen poeta mi tocayo! Temas vulgares, en ocasiones, pero qu sentido del ritmo y del vocablo exacto!" Cuando la muchacha volvi a la mesa, trayendo un cenicero, l apag el cigarrillo en la taza del caf y le tom una mano. -Laura... La muchacha hizo un intento dbil, instintivo, de retirar la mano. -Qu es? -pregunt con un asomo de alarma. -Laura, yo nunca haba advert... quiero decir, yo nunca me haba fijado bien en ti. Sabes que eres muy bonita?
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-Ay, Virgen, don Luis, no diga eso! -y segua tratando de retirar la mano, pero l no se la soltaba. -Por qu no voy a decirlo, si es verdad? -Don Luis, no sea as, djeme ir. El hombre le rode el talle con un brazo. -Laurita -le dijo, apoyando un lado de su rostro sobre uno de los senos estupendamente firmes-. Laurita, acompame a mi cuarto. Un ratito nada ms. La muchacha se zaf de un tirn: -Don Luis! l se puso de pie. -T sabes que la seora est en casa de sus parientes y no viene hasta maana. Vamos, complceme, mira que te voy a hacer un regalito. La muchacha se cubri la cara con ambas manos y se fue sollozando a la cocina. l permaneci de pie junto a la mesa, sintiendo el sbito golpeteo de la sangre en sus sienes. "Bah! Jbara bruta!", se dijo. "Tratar otra vez de aqu a unos das y, si no se da, a la calle y se acab." Consult el reloj pulsera. Las nueve y media. Vio por una ventana abierta un pedazo de cielo azul pursimo. La luz del sol chocaba con todos los objetos y trazaba dibujos caprichosos en el piso. Con un segundo cigarrillo entre los labios, penetr en la biblioteca (la pieza, originalmente, haba estado destinada a los hijos que el matrimonio nunca tuvo, y slo con el tiempo los libros fueron invadindola poco a poco) y ech llave desde adentro. Recorri con la mirada las ordenadas hileras de volmenes en los estantes. Respir hondamente, como en un santuario. Y experiment, como siempre, una especial satisfaccin cuando alcanz a ver la coleccin de clsicos castellanos bellamente encuadernada en pasta valenciana. Aquella coleccin haba sido propiedad de Francisco Salas, el viejo periodista amigo suyo. El da que ste agonizaba, despus de una enfermedad de varios meses, l haba ido a visitarlo. Pero Salas ya no poda reconocer a nadie, as que slo permaneci en el cuarto unos minutos. En la sala, al momento de despedirse, la esposa del enfermo le dijo, venciendo su cortedad con evidente esfuerzo: -La enfermedad de Paco ha acabado con nuestros ahorros. Estoy en una situacin en que van a hacerme falta ochenta pesos para completar los gastos del entierro. l volvi la cabeza aparentando distraccin, pero al hacerlo su mirada tropez con el estante en que Francisco Salas haba colocado amorosamente su coleccin de clsicos. -Seora, se me ocurre que yo podra ayudarla. -No sabe cmo se lo agradecera. Usted siempre fue tan buen amigo de Paco... -Yo estara dispuesto a adquirir esa coleccin por los ochenta pesos que acaba de mencionar. Le parece? La mujer mir los libros -los nombres ilustres grabados en oro en los lomos de las finas encuadernaciones- y balbuce: -Pero... esa coleccin... cost casi mil pesos, y est muy bien cuidada. Usted sabe que Paco... El hombre hizo ademn de ponerse el sombrero. La mujer se apresur a aceptar: -Bueno, don Luis, en un caso as... l le dijo, contando los billetes en la cartera antes de sacarlos: -Despus enviar a alguien por los libros. (No saba, no poda saber, que en ese instante ya estaba hablndole a una viuda.)
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El escritor, ahora, se sent a su mesa de trabajo, frente al retrato del difunto to soltern que le haba legado tres casas de vecindad en Puerta de Tierra (cuya renta le permita dedicar todo su tiempo a la literatura). Coloc ante s la cuartilla en blanco, tom la pluma y apoy la cabeza en la otra mano. Media hora despus no haba logrado una sola oracin coherente. Se levant irritado, con un comienzo de jaqueca. Encendi otro cigarrillo y volvi a recorrer con la mirada las hileras de volmenes en los estantes. "Leer un poco", se dijo. "Me har bien." De la calle llegaban algunos ruidos apagados, que el escritor apenas distingua: un pregn, un bocinazo, un grito de muchacho... En los momentos en que se diriga a uno de los estantes, lleg hasta la habitacin, con toda claridad, el sonido de dos detonaciones. Pero el odo del escritor, entregado ya a la compleja armona de un prrafo de Proust, fue incapaz de percibirlo. En la esquina ms cercana, a unos cincuenta metros de la casa del escritor, se haba apostado desde las siete un grupo de diez hombres. Los bolsillos de sus ropas de obreros, abultados como si contuvieran objetos irregulares y deformes, llamaban la atencin de los escasos transentes de la hora. Uno de los hombres -corto de estatura, delgado, ya no joven- se mova entre los dems hablando en tono bajo y con pocos ademanes. Sus compaeros, a veces sin mirarlo, asentan con la cabeza a sus palabras. A medida que pasaba el tiempo aumentaba el trnsito de gente: seoras y muchachas acicaladas rumbo a la iglesia, velo y misal en mano; sirvientas en busca del peridico o del pan para el almuerzo; hombres que iban al juego de bisbol, exaltado de antemano el entusiasmo partidario. Pasaban unos cuantos automviles con familias que se dirigan al campo o a la playa. El grupo de obreros permaneca -impasible, casi hosco- en su esquina. A eso de las nueve y media apareci en el extremo de la calle un camin cargado de hombres. Venan tambin dos policas, uno en cada estribo. A una orden del que pareca jefe del grupo, los hombres de la esquina se echaron a la calle y formaron una valla de una acera a la otra. El camin se detuvo frente a ellos. Algunos transentes se detuvieron para observar. Los que venan en el camin tenan aspecto idntico al de los que estaban en la calle. Uno de los policas se dirigi a estos ltimos: -A ver! Qu es lo que pasa? Se adelant el jefe del grupo, en actitud sosegada: -Lo nico que queremos es hablar con los compaeros que vienen ah arriba. Eso no est en contra de la ley. El polica le contest, despus de un instante de vacilacin. -Si ellos lo quieren or, hable. Pero nada de discursos, que tenemos prisa. No se puede interrumpir el trnsito. -No hay problema -dijo el otro-. El camin est parado en su derecha. -Bueno, bueno, acabe! El obrero se dirigi a los del camin: -Compaeros, a ustedes los llevan a ocupar los puestos que nosotros dejamos para ir a la huelga. Y a pesar de que los llevan un domingo, para burlar nuestra vigilancia, han pedido la proteccin de la polica. Compaeros, si nadie ocupa esos puestos, los patronos tendrn que aceptar nuestras demandas, que representan el pan de nuestros hijos. Los dos policas se miraron brevemente, de soslayo. El que hablaba continu: -Pero si alguien ocupa esos puestos, nos quedaremos sin trabajo, indefensos ante los patronos. Compaeros, ustedes son trabajadores lo mismo que nosotros! Si no
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luchamos juntos, seguiremos toda la vida en la miseria! Compaeros, hoy por nosotros, maana por ustedes! A bajarse! Los obreros del camin empezaron a cuchichear entre s. Los de la calle les gritaban: -A bajarse! -A bajarse, compaeros! Uno de los policas dijo de pronto: -Estn perdiendo el tiempo; ninguno va a bajarse. Sigue, chofer. Pero en ese momento uno de los de arriba, un mulato achaparrado, de voz gruesa, grit: -Yo me bajo, coo! Y salt a la calle. Los de abajo acogieron su decisin con exclamaciones de aliento: -As se hace! -Pa'bajo! Sean hombres! Los dos policas volvieron a cambiar miradas rpidas. El mulato les gritaba ahora a sus compaeros: -Bjense!... qu esperan? Ya haba en los alrededores un nutrido grupo de espectadores que creca por momentos. Uno de los policas repiti la orden al chofer: -Sigue! Pero otro de los obreros del camin grit en el mismo instante: -Aguanta, que yo tambin me quedo! El camin ya se pona en marcha. El obrero volvi a gritar: -Prate, que me apeo! Prate, carajo! El camin avanz sobre los que impedan su paso. Estos se echaron a un lado para no ser arrollados, al tiempo que le gritaban al chofer y a los dos guardias: -Djenlo bajar! Djenlo bajar! El que encabezaba a los de abajo grit entonces, sacando un puado de piedras de un bolsillo y lanzando l mismo la primera: -Ahora, muchachos! Y una recia pedrea se desat sobre el camin. El grupo de curiosos se deshizo en una carrera apresurada. El chofer del camin aplic los frenos, asustado, y se ech sobre un costado en el asiento. Los obreros que venan arriba empezaron a bajarse atropelladamente. Uno de los policas intent contenerlos, pero los hombres corran en todas direcciones y se unan a los de abajo. Entonces el otro polica, agazapado junto a uno de los guardafangos del vehculo, sac su revlver sin premura y busc con la vista al jefe de los huelguistas. Apunt cuidadosamente, apoyando la mano que empuaba el arma en la palma de la otra, y dispar dos veces. La vctima se llev las manos al abdomen, abri la boca y cay de bruces. Al sonar los disparos, se produjo una desbandada general hacia las esquinas ms cercanas. Con la calle despejada, los dos policas caminaron hacia el cado. El que haba hecho fuego lo toc con la punta del pie. El cuerpo no se movi. -Lo mataste -dijo el otro polica. -Aj. Mira ver lo que tiene en los bolsillos. El otro empez el registro con desgana. Sac por todo unas monedas, un pauelo sucio, varias piedras y una cartera vieja con un amarillento retrato de mujer y un carnet de miembro del sindicato de obreros de la construccin, expedido a nombre de Agapito Olivo haca menos de un ao. -Ve a dar parte -dijo el primer polica-. A nosotros no nos toca levantarlo. Y como viera que su compaero, los ojos fijos en el muerto, no se dispona a cumplir la orden, le pregunt con aspereza: -Qu te pasa?
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-No, nada. Es que ese hombre... -Qu? -Pues... no estaba armado. -Eso acabas de descubrirlo ahora. Dime una cosa: cunto tiempo llevas t en la polica? -Seis meses. -Me lo imaginaba. A ustedes los nuevos lo que les hace falta es otro Domingo de Ramos en Ponce, para aprender a bregar con esta chusma. Bueno, camina, que ya mismo vuelve a amontonarse aqu la gente! Un Buick azul que pasaba por all en ese momento, se detuvo. Una mujer joven, muy maquillada, asom la cabeza por la ventanilla y dej escapar un grito cuando vio el cadver. Le cubri los ojos a un muchachito rubio que llevaba en el regazo y que se agitaba haciendo esfuerzos por mirar, y le dijo al hombre que conduca: -Sigue, Jorge, sigue! Y cuando se hubieron alejado media cuadra: -Ay, Virgen, seguro que era un ladrn! Y a estas horas! En este pas dentro de poco la gente decente no va a poder vivir. Las primeras moscas empezaban a posarse sobre la cara del muerto. All en su biblioteca, el escritor volvi a colocar en el estante el volumen que acababa de hojear. El murmullo creciente que vena desde la calle no alcanzaba an a molestarlo. Y, todava irritado por no hallar nada sobre qu escribir, rumi, el sentimiento de impotencia que senta crecindole en el pecho: -Maldito destino! Tener que vivir en un pas donde nunca pasa nada! La carta San Juan, puerto Rico 8 de marso de 1947 Qerida bieja: Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vin. Desde que lleg enseguida incontr trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo como don Pepe el alministradol de la central all. La ropa aqella que qued de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla en una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella. Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandlselo a uste. El otro dia vi a Felo el ijo de la comai Mara. El est travajando pero gana menos que yo. Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla. Su ijo que la qiere y le pide la bendision. Juan Despus de firmar, dobl cuidadosamente el papel ajado y lleno de borrones y se lo guard en el bolsillo de la camisa. Camin hasta la estacin de correos ms prxima, y al llegar se ech la gorra rada sobre la frente y se acuclill en el umbral de una de las puertas. Dobl la mano izquierda, fingindose manco, y extendi la derecha con la palma hacia arriba. Cuando reuni los cuatro centavos necesarios, compr el sobre y el sello y despach la carta. FIN Jos Luis Gonzlez
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