El Desarrolo Agropecuario PDF
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Desarrollo Econmico
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EL DESARROLLO AGROPECUARIO
*
HORACIO GIBERTI
En el desarrollo agropecuario argentino pueden claramente distin-
guirse varias etapas histricas, caracterizadas por diferente
orientacin y tcnicas productivas, como por distintas estructuras y
relaciones sociales. Posibilidades de comercio, progreso tcnico,
ausencia o abundancia de inmigracin, presin demogrfica,
disponibilidades o escasez de tierra aptas, son tanto causa como
consecuencia de tales etapas, cuyas condiciones ms salientes
trataremos de describir.
Resear las etapas que caracterizan nuestra evolucin
agropecuaria, pampeana equivale a resear la historia econmica
argentina, por constituir esa actividad del eje alrededor del cual gir
el desenvolvimiento nacional. De ah que los dems sectores
econmicos le quedaran subordinados y no puedan abordarse
independientemente.
Aclararemos que por regin pampeana entendemos un rea que
sin mucho error estadstico puede asimilarse a la comprendida por las
provincias de Buenos Aires, Crdoba, Entre Ros, La Pampa y Santa
Fe.
DIFUSIN DEL GANADO
Desde las primeras incursiones de la conquista espaola hasta
principios del siglo XVII abarca esta primera etapa del desarrollo
agropecuario argentino. Durante ella la llanura pampeana, donde hoy
se asienta casi todo nuestro patrimonio econmico, constitua poco
menos que un desierto, de donde padecieron penurias de hambre, y
sed casi todos los conquistadores que incursionaron por su suelo.
Entonces la regin ms poblada era el noroeste, con culturas
indgenas mucho ms evolucionadas, que practicaban agricultura con
*
Trabajo presentado en las "Jornadas Argentinas y Latinoamericanas de So-
ciologa", en el Seminario Interdisciplinario: "El Desarrollo Econmico Social de la
Argentina, Historia y Perspectivas", organizadas por el Departamento de Sociologa
de la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, bajo
Horacio Giberti. El Desarrollo Agropecuario.
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riego, mantenan bajo cultivo ms de veinte especies vegetales,
domesticaban la llama y la alpaca, habitaban casas de piedra y
residan en poblaciones estables. Los querandes de Buenos Aires, por
el contrario, no conocieron una sola planta cultivada, ignoraban
totalmente la agricultura, carecan de animales domsticos y llevaban
una pobre vida nmade.
Los espaoles no pudieron cargar sobre ellos ni sobre ninguna otra
tribu pampeana el peso de su mantenimiento, ni pudieron
aprovecharlos como esclavos. Su nomadismo les permita alejarse de
las zonas conquistadas si eran derrotados militarmente. El noroeste,
en cambio, con sus tribus sedentarias y ms adelantadas,
proporcion mucho mejor base para la vida de los conquistadores; las
tribus indgenas, una vez batidas, deban someterse por imposibilidad
de transportar sus pueblos y tierras irrigadas.
El noroeste fue entonces la regin ms densamente poblada, ms
rica y en contacto ms estrecho con la civilizacin europea, que se
desplazaba en Amrica desde el centro hacia el extremo sur.
Las llanuras pampeanas representaban un precario papel de regio-
nes subdesarrolladas, con intentos colonizadores explicables primero
por la ilusin de tesoros fabulosos y ms tarde por el deseo de lograr
para el noroeste comunicaciones ms directas y menos azarosas con
Espaa.
La introduccin de vacunos y equinos por parte de los espaoles
habra de cambiar el panorama econmico y social de la regin pam-
peana, donde las tribus vivan de la caza y de la pesca, sin etapa
pastoril por falta de especies adecuadas para ello. La libre
reproduccin de vacunos y equinos proporcion los elementos
necesarios para esa etapa pastoril; los primeros proporcionaban
cuero, carne, sebo y otros productos, mientras los segundos se
constituyeron en el elemento motor indispensable para regin tan
vasta y llana, casi desprovista de obstculos naturales.
La poblacin blanca pampeana resida casi exclusivamente en
Buenos Aires (500 habitantes en 1602), cuyo puerto justificaba la
existencia de la ciudad y le daba vida econmica. La campia
permaneca casi desierta en virtud de la poca mano de obra necesaria
para explotar el vacuno.
los auspicios de la Asociacin Sociolgica Argentina y el Instituto de Desarrollo
Econmico y Social.
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Por escasez de mano de obra esclava y poco deseo de los europeos
de dedicarse a las duras faenas agrcolas llegaban a Amrica para
enriquecerse o por lo menos vivir mejor que en su tierra natal casi
no haba cultivos, que por otra parte quedaban a merced del ganado,
por falta de cercos que los defendieran.
Tan escaso mercado interno y la poca posibilidad de conservar
econmicamente un producto perecedero como la carne, hacan que
sta tuviera muy poco valor. Cuero, grasa y sebo, por sus mltiples
utilidades y larga perdurabilidad, constituan los productos ms valio-
sos, con crecientes saldos exportables a medida que proliferaba libre-
mente el ganado. Ningn inters exista por la propiedad de la tierra
como elemento de trabajo agrario; slo interesaba para justificar la
propiedad del vacuno.
Las clases sociales superiores estaban constitudas por los funcio-
narios ,de alto rango, clero, hacendados y comerciantes. Sin
transicin seguan las clases bajas: artesanos, peones, labradores,
etc. Los esclavos cerraban la lista.
LAS VAQUERAS (1600 a 1750)
A principios del siglo XVII comenzaron las exportaciones autori-
zadas de cueros, indicio de una mayor abundancia de ganado. Ello se
robustece por la posterior apertura del registro de vaqueras,
verdaderas expediciones al campo, para cazar ganado cimarrn.
Tenan derecho a vaquear slo los hacendados, por suponerse que el
vacuno cimarrn descenda del ganado manso alzado. La tierra y el
ganado propios no valan por s sino para justificar el derecho a
vaquear. En realidad, caballos y mulas eran la base de la estancia
propiamente dicha.
El escaso consumo interno y las trabas al comercio, monopolizado
por Espaa y obstaculizado por los negociantes limeos, permitieron
el desarrollo del vacuno, pese a lo irracional del sistema de
explotacin. La escasa poblacin, netamente urbana, no alcanzaba ni
remotamente a constituir mercado para la posible produccin. Por
ello se insiste cada vez ms en lograr medidas que permitan las
exportaciones.
Tal poltica interesaba fundamentalmente a los hacendados, clase
que constitua la va de ascenso social para los criollos,
imposibilitados de llegar a la funcin pblica. Los comerciantes, casi
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todos espaoles y ligados al monopolio espaol, apoyaban empero a
los hacendados, porque permitir exportaciones equivala a aumentar
las compras en Espaa, lo cual convena a sus intereses. Las
autoridades se vean, en consecuencia, doblemente presionadas a
ampliar el intercambio, sin contar con las conveniencias de orden
personal. Por ello cuando no se lograba por la va legal se resolva
mediante el contrabando, alentado por portugueses a ingleses.
El tratado de Utrecht (1713), otorg a Inglaterra por treinta aos
el derecho exclusivo al comercio negrero, aprovechado
subrepticiamente para introducir manufacturas britnicas y llevar
cueros. A fin de contrarrestar esto, Espaa concedi a su vez
franquicias al intercambio legal.
Gracias al vacuno, Buenos Aires cesa de vivir a expensas del
intercambio entre Espaa y el interior: posee considerables saldos
exportables que le dan poder adquisitivo para absorber los
excedentes tucumanos, paraguayos y cuyanos, sin salida al exterior.
Nace ah el predominio econmico porteo sobre el interior, que se
traduce posteriormente en predominio demogrfico y poltico. Por eso
al crearse el virreinato del Ro de la Plata (1776), Buenos Aires
resulta asiento de la autoridad y queda bajo su dependencia el Alto
Per.
El incremento de las. exportaciones de cueros y algunos otros pro-
ductos ganaderos da vida propia a la regin pampeana prxima al
puerto, tanto en lo comercial como en lo pastoril, pero sin hacerle
perder esa caracterstica de grupo humano concentrado urbanamente
alrededor de un puerto y un intercambio comercial, con una campaa
despoblada, pese a su creciente importancia econmica (ver cuadro
N1).
Como lgica consecuencia de las mayores exportaciones se
vaqueaba con creciente intensidad, en desmedro de la riqueza
ganadera, y en radio de accin cada vez ms amplio, lo cual
implicaba creciente lucha con el indio. Lleg as un momento en que
el vacuno comenz a escasear y debi pensarse en una explotacin
ms racional. La agricultura continuaba tan postergada que en 1744
sobre 12.000 personas Buenos Aires contaba con slo 33 labradores.
LA ESTANCIA COLONIAL (1750 a 1810)
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A mediados del siglo XVIII, surge la estancia colonial,
establecimiento pastoril con lugar de privilegio para el vacuno,
asentado ahora como animal domstico. La estructura poltica y
econmica anterior permiti que esta etapa, donde la propiedad de la
tierra cobraba ya importancia por su productividad, se realizara sobre
la base de grandes explotaciones en manos de pocos dueos.
Con la estancia colonial, exponente del desarrollo pecuario, cobran
mayor importancia poltica y social los hacendados, que tambin
entran en coalicin con buena parte de los comerciantes. stos,
ligados al monopolio de Cdiz, acompaaron a los hacendados en su
lucha contra el monopolio limeo, pero comenzaron a reaccionar ante
la pretensin de lograr la apertura de otros puertos espaoles,
necesaria para absorber el creciente volumen de cueros, sebo, grasa
y otros productos exportables.
Tambin el cambio en la modalidad productiva apareja arduas y
continuas luchas contra el indio, intil como esclavo y competidor
peligroso como ganadero. La lnea de fortines que marca la frontera
interior va expandindose paulatina pero firmemente, para liberar
cada vez ms tierra donde apacentar vacunos.
Cambia tambin la actitud del estanciero ante los peones que
antes servan en las vaqueras. stos colaboraban antes
temporariamente con el ganadero y pasaban el resto del ao ociosos,
viviendo a expensas de vacunos cimarrones. Tal gnero de vida choca
ahora al estanciero, pues ya los rodeos son propios, no orejanos.
Abundan por tanto las protestas y reclamaciones contra los
vagabundos, que no se resignaban a perder su independencia y
conchabarse definitivamente en la estancia, como personal estable.
Surgi tambin un primitivo beneficiamiento de la res en la
estancia: por ebullicin se extraan sebo y grasa, primer esbozo de
establecimiento industrial ligado a la ganadera.
La escasez de mano de obra y la repugnancia por trabajos
manuales "de a pie", as como el celoso monopolio espaol sobre sus
majadas de merino, impedan la explotacin ovina.
Por anlogas causales de escasa disponibilidad de trabajadores, in-
suficiente desarrollo demogrfico y efecto competitivo de otras activi-
dades ms fciles, la agricultura qued totalmente relegada, como
actividad marginal, mayor aliciente econmico y con nula
consideracin social. Segn Azara, un capataz y 10 peones
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manejaban 10.000 animales y producan 3.715 pesos ms que si se
dedicaran a la agricultura.
Las repercusiones demogrficas son importantes. Por una parte
comienza el verdadero poblamiento de la campaa, exigido en virtud
de la permanencia del vacuno en un mismo lugar, como ocurri antes
con el equino. Por otra, tal poblamiento se vea limitado en virtud de
la forma extensiva de trabajo y la casi nula actividad agrcola.
Puede apreciarse en el cuadro un desarrollo relativamente rpido
de la poblacin en los ltimos aos, sobre todo en la campaa, por
las causas ya vistas. Por las mismas razones la poblacin bonaerense
ofreca el curioso espectculo de ser esencialmente urbana cuando en
todo el mundo predominaba en forma abrumadora la poblacin rural.
Como consecuencia de las continuas ampliaciones de la capacidad
productiva vacuna, se tornaba cada vez ms considerable el sobrante
de carne, desprovisto de valor comercial por falta de medios para
conservacin, que permitieran su embarque. Se pidieron a Europa
expertos para salar carne, pero la sal materia prima esencial
resultaba carsima cuando importada, y difcil de conseguir en el pas
por el largo transporte terrestre que atravesaba tierra de indios.
Adems, las posibilidades de exportacin eran mayores que el
mercado potencial, limitadsimo por causa del monopolio espaol.
Surgen entonces con toda su fuerza las luchas por el comercio libre
alentadas por los interess britnicos, en las cuales tienen activa
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participacin los hacendados, principales beneficiarios, y que van
dando cada vez ms vigor poltico a ese grupo de prestigio social
creciente, donde figuran muchos criollos.
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EL SALADERO (1810 a 1850)
La revolucin de mayo rompe el viejo sistema monopolista y da
amplias oportunidades al intercambio comercial. Se desarrolla
entonces el saladero, establecimiento industrial urbano del cual pasan
a depender los estancieros y que valoriza el ganado al transformar en
producto principal, de valor dominante, a los desvalorizados
excedentes de carne.
Dominan el saladero quienes logran organizar un
aprovisionamiento suficiente y barato de sal, para lo cual se recurre
al transporte martimo entre Patagones y Buenos Aires. Como
adems son propietarios de grandes estancias, adquieren un podero
econmico y poltico considerable. Buena parte del podero poltico se
asentaba sobre la fuerza guerrera constituda por las peonadas de
estancias, ahora ms abundantes en virtud de la intensificacin de las
explotaciones, surgidas de la continua ampliacin de fronteras. Esta
ampliacin obliga a campaas sistemticas contra el indio.
El saladero marca el fin de la comercializacin directa del ganado o
sus productos por el estanciero. De ah en adelante queda dueo de
la situacin un intermediario urbano, que concentra la elaboracin de
los productos ganaderos.
Por obra del continuo crecimiento de la regin ganadera
pampeana, el vacuno frecuentemente llega a Buenos Aires
enflaquecido por penosos arreos; surge entonces el invernador,
propietario de campos ubicados cerca de Buenos Aires, que recibe las
tropas provenientes de establecimientos lejanos y las alimenta hasta
su recuperacin. Es otra divisin especializada del trabajo, que traer
posteriormente profundas repercusiones.
Al levantarse las restricciones monopolsticas, se alienta tambin la
cra lanar, posible por poderse introducir merinos y exportar lana.
Estos animales finos, por su menor rusticidad y mayores requerimien-
tos de trabajo, se criaban en las estancias prximas a Buenos Aires,
donde el continuo pastorear vacuno haba refinado los pastos y donde
era ms fcil lograr mano de obra para cuidados y esquilas. La direc-
cin tcnica corra casi siempre a cargo de extranjeros, por lo general
irlandeses.
Hubo intentos de colonizacin agrcola y subdivisin de la tierra por
parte de quienes advertan su necesidad, pero fracasaron por
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frecuentes perturbaciones polticas y falta de incentivo econmico
derivada de la competencia vacuna. Las mismas causas impedan un
mayor desarrollo ovino.
Seala el cuadro que los cueros vacunos, principal exportacin
regional, crecieron hasta finalizar el siglo XIX y luego se estabilizaron,
posiblemente porque la mayor produccin fue absorbida por el
consumo interno, que aumentaba de acuerdo con el ritmo
demogrfico (ver cuadro N 4). Cabe recordar que en esa poca el
cuero adquira mltiples usos, y todo aquello no elaborado con l, con
maderas o algn otro producto local, deba importarse. Elemento tan
vital como la harina, provena de Estados Unidos o Chile. La
estabilizacin de los embarques de cuero, as como su predominio en
las exportaciones, surge del cuadro N 3.
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Los cueros vacunos representaban del 65 % al 75 % del valor
exportado y eran los principales causantes de sus altibajos, como se
aprecia al comparar los cuadro 2 y 3. Anlogo proceso de estanca-
miento se advierte en el tasajo, que ya haba llegado a saturar los
mercados potenciales (esencialmente esclavos de plantaciones).
Surga como nico nuevo producto, capaz de compensar esas
estabilizaciones, la lana, pero todava sin llegar a niveles muy
significativos. Cierto es que antes de finalizar el perodo analizado las
exportaciones se cuadruplicaron, pero sin duda continuaban siendo
los cueros la principal fuente de divisas.
Con todo, como seala el cuadro N 4, gracias al ovino y a la
mayor demanda de vacunos, se puebla la campaa bonaerense en
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forma tal que al finalizar el perodo del saladero sus habitantes
superan a los de la ciudad.
Buenos Aires y su zona de influencia se diferencian netamente del
interior, por la ampliacin del intercambio comercial, su creciente
potencial demogrfico (que representaba la cuarta parte de la pobla-
cin total) y la imposibilidad de casi todas las otras provincias de pro-
ducir y colocar el mismo tipo de exportaciones.
Los excedentes del interior, de otra naturaleza y productos de una
primitiva tcnica artesanal o bien de rudimentarias explotaciones
rurales, sobre las que cargaba un costoso transporte terrestre muy
unilateral, nada podan contra las baratas manufacturas industriales o
los granos producidos con mucho mayor tcnica, ambos
transportados por una poco onerosa va martima de doble sentido.
Todo ello refuerza el podero econmico y poltico bonaerense y
conduce a frecuentes luchas por una hegemona poltica que posibilite
la conduccin econmica.
EL OVINO (1850-1900)
La mayor tranquilidad posterior a Caseros, as como la intensa
demanda textil originada por el constante incremento de la industria
textil europea, alentaron a partir de la mitad del siglo XIX la cra de
merinos, cuyo valor por la produccin anual de lana y final de carne
(aprovechada en las graseras), superaba los ingresos del vacuno.
ste, por otra parte, se debata con poco porvenir contra la creciente
merma del consumo de tasajo, que la liberacin progresiva de los
esclavos dejaba sin consumidores.
Comienza el campo a poblarse ms, favorecido por el paulatino
aquietamiento poltico, y a incorporar nuevas tcnicas, transmitidas
generalmente por extranjeros. Por las causas antedichas, los merinos
y sus cruzas con el ovino criollo iban aumentando en ondas concn-
tricas, que se alejaban cada vez ms de Buenos Aires, en detrimento
del vacuno. ste quedaba relegado a zonas marginales, de pastos
vrgenes o poco pastoreados y ms expuesto a la amenaza de indios.
Europa, dominada por el industrialismo, necesita productos agro-
pecuarios (alimentos y textiles), que ya no produce en cantidades
suficientes, y desborda de manufacturas que exigen un activo
comercio recproco. Las exportaciones, y tambin las importaciones,
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progresan a pasos gigantescos; pero con interesantes cambios en su
estructura.
La transformacin fundamental dbese primero al rengln lanas,
cuyo crecimiento fue vertiginoso. Hacia 1850 se exportaban menos
de 8.000 toneladas, que se duplicaron diez aos despus, llegaban a
65.700 en 1870, tocaban casi las 100.000 un decenio ms tarde y
alcanzaron la cifra mxima de 237.110 durante 1899, cantidad
superior a toda nuestra produccin actual.
Por tanto, no puede extraar que dicho rengln pasara a
encabezar las listas de exportacin, hasta representar casi 50 % del
valor total de los embarques. Muy lejos le siguen los cueros, antao
aportantes de las dos terceras partes de las divisas. Si la lana viene a
diversificar las exportaciones ganaderas, con las importantes
derivaciones econmicas y sociales que researemos despus, no
menos trascendente resulta la aparicin del rubro agrcola en el
comercio exterior argentino. Hasta 1880 tal rengln prcticamente no
exista, pero 16 aos ms tarde representaba ya 37 % de las
exportaciones.
Fcilmente puede rastrearse a travs de la estadstica el cambio de
estructura econmica y social necesario para poder lograr tales saldos
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exportables. Veamos en primer trmino la distribucin de los
ganados.
Buenos Aires constitua la principal poseedora de ganados, en
especial ovinos. stos superaban abrumadoramente a los vacunos en
dicha provincia, mientras en las dems la preeminencia no era tan
visible. Muy distinto se presentaba el panorama agrcola, como lo
muestra una ojeada a las superficies cultivadas.
Hacia 1872 Buenos Aires cultivaba ms superficie que todas las
dems provincias de la regin pampeana, privilegio que ya no
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mantiene en 1888, para ser superada durante 1895 por Santa Fe.
Contrariamente a lo que acontece con el ganado, en la parte del pas
no includa en la regin pampeana los cultivos se incrementan en
proporcin considerable.
Qu causas explican tan dispar comportamiento? Resemoslas
someramente. Desde tiempo atrs exista un activo intercambio
comercial con Europa, cuyo centro lo constitua, el puerto de Buenos
Aires; pero entonces resultaba fcil concentrar en l los productos de
exportacin, pues el ganado se transportaba solo. Lanas y frigorficos,
en cambio, poco armonizan con el sistema de arreos; se impone
facilitar el transporte y surge entonces el ferrocarril, que a la inversa
de lo acontecido en Europa, no sustituye anteriores vas de
comunicacin sino que las crea. Infludo por la estructura econmica
de la poca, adopta la forma de abanico convergente en el puerto de
Buenos Aires, que concentra el intercambio. Inaugurado el nuevo
sistema en 1857, para 1872 cuenta ya con 864 kilmetros de va, que
se tornan 7.645 en 1888 y llegan a 14.462 durante 1895.
El tendido de ferrocarriles aumenta las posibilidades de exporta-
cin; stas atraen ms inmigrantes, que se dispersan por campos y
ciudades. Aumenta entonces el volumen de mercadera a embarcar,
as como el de productos para importar (carbn, rieles, mquinas,
materiales de construccin, comestibles, manufacturas, etc.) y surge
la necesidad de instalaciones portuarias capaces de movilizar ese
trfico. Hasta 1876 Buenos Aires no dispona de verdaderas
instalaciones portuarias; a partir de entonces se canaliza el Riachuelo
y se construyen muelles en sus riberas, para culminar hacia fines de
siglo con la habilitacin del puerto Madero.
Al disponer Buenos Aires de un puerto con calado suficiente para
grandes barcos de ultramar, robustece su dominio sobre el resto del
pas. Concentra, en peso, entre 70 % y 90 de las importaciones y
la mitad de las exportaciones, sobre todo productos ganaderos. An
la mayor parte de los barcos que cargan en otros puertos del Paran
pasan por Buenos Aires a completar sus cargas. Adems, la solucin
del problema Capital triunfo para la poltica centralista portea
reforz el esquema de una economa en abanico y un pas de perfil,
que apuntaba a Europa.
Por todo eso, Buenos Aires y su zona de influencia produce casi
todos los saldos exportables, recibe la mayor parte de los inmigrantes
y ve surcadas sus tierras por los ferrocarriles en escala superior al
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resto del pas. Para mejor, una vasta expedicin militar (1879), la
libera definitivamente de los indios y su campaa puede expandirse
ms y trabajar sin peligros.
Las otras provincias de la regin cereal, y sobre todo el resto del
pas, quedan relegadas a un papel ms modesto: abastecedoras de
Buenos Aires o del restante consumo nacional. De ah que, econmi-
camente marginales para la ganadera de exportacin o la produccin
lanera, Santa Fe, Crdoba y Entre Ros, sobre todo la primera, se
dirijan ms a la agricultura y la fomenten con ms inters. Buenos
Aires, en cambio, era teatro de violentas polmicas entre los
partidarios de la ganadera exclusiva con agricultores slo en las
zonas poco aptas para animales, y quienes deseaban fomentar el
cultivo de la tierra.
Nacieron as las colonias de Esperanza, San Carlos, San Jos y
tantas otras, donde por primera vez surgi en gran escala la
agricultura comercial, tantas veces postergada y vencida. En todas el
sistema era similar: facilitar la compra de la tierra por parte de
agricultores inmigrantes sin capital, que pagaran sus deudas con el
producto del trabajo. Sin quererlo quiz, se echaba la simiente de la
futura clase media rural.
La corriente agrcola se vio robustecida cuando se adoptaron medi-
das proteccionistas que gravaban la importacin de granos y harina.
Merced a ellas pudo vencerse la postergacin de siglos; surgi enton-
ces una corriente que primero apunt a sustituir importaciones, pero
ms tarde gan confianza e invadi los mercados internacionales.
En sus comienzos las colonias agrcolas localizaron a su alrededor
actividades conexas. Esperanza, por ejemplo, lleg a tener diez
molinos harineros, que utilizaban como combustible lea de los
montes cercanos. La harina producida se transportaba con ms
facilidad que los granos. Pero el advenimiento del ferrocarril y el
agotamiento de los montes di por tierra con esas industrias. Tarifas
ferroviarias que gravaban menos la materia prima que los productos
elaborados dieron ms movilidad a aqullas, y los establecimientos
elaboradores pasaron a concentrarse en los ncleos urbanos
principales, como la Capital Federal, Rosario, Santa Fe, etc.
Buenos Aires, en cambio, contina con preferencia la explotacin
ovina y vacuna. La tierra disponible est totalmente adjudicada entre
los antiguos propietarios y la habilitada recientemente, por liberarla
de indios, se reparte entre nuevos propietarios, que la recibieron
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como premio, ddiva o retribucin de servicios. Los ms modestos de
estos ltimos por lo general vendan sus derechos a los ms
favorecidos o a negociantes aprovechados. Las tierras incultas se
incorporaban a la explotacin mediante cra de vacunos, a los cuales
suceda el ovino una vez refinados los pastos. Imperaba entonces una
clase alta los estancieros y otra baja, constituda por los peones.
Un esbozo de clase media puede hallarse entre los ganaderos
modestos dedicados generalmente a cra de ovinos y en los
extranjeros que venan a difundir las tcnicas poco conocidas
referentes a lanares.
Durante este perodo la inmigracin, slo interrumpida por la crisis
del 90 y su secuela, alcanza cifras cada vez ms altas, atrada por las
posibilidades de mejor vida, propias de un pas en pleno crecimiento
y la facilidad y rapidez del ascenso social.
Los extranjeros representaban el 12 % del total en 1869, para
subir a 28 % segn el censo de 1895. Puede apreciarse que la Capital
constitua el principal centro de atraccin, al punto de que la mitad de
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su poblacin no era argentina. De ah hacia la periferia iba
menguando dicha atraccin, aunque con el correr del tiempo tienden
a disminuir las diferencias por efecto de la saturacin en las
proximidades del puerto bonaerense.
No slo razones geogrficas determinaban la preponderancia de
extranjeros en la zona de influencia portuaria. Existan adems
razones ocupacionales. Como lo demuestra el censo, preferan los
extranjeros el sector comercial y manufacturero, que por lo ya visto
preponderaba en Buenos Aires.
La cra ovina predominante en Buenos Aires provocaba mayor
densidad de poblacin rural que antes, pero la concentracin urbana
provocada por las causas anteriormente reseadas, permite que este
sector hacia fines de siglo vuelva a sobrepasar, como antao, al rural.
Distinta es la situacin de Crdoba y Santa Fe, donde la agricultura
arraigaba tanta poblacin rural como Buenos Aires, pero no localizaba
tantos habitantes en las ciudades, cuyo comercio e industria ceda
frente a la absorcin portea. En consecuencia, durante la primera
mitad del siglo XIX Buenos Aires absorba el 25 % de la poblacin
total, tasa que se mantiene sin mayor diferencia en 1869, pero pasa
a 44 % fines de siglo.
Advirtase que las cifras de poblacin rural bonaerense poco difie-
ren de la conjunta cordobesa y santafesina. El cotejo entre
existencias ganaderas (ver cuadro N 6) muestra, empero, neta
superioridad para Buenos Aires; lo cual denota una vez ms la
importancia de la agricultura como causa de poblamiento. La raz
ganadera de la poblacin rural bonaerense y la agrcola de las otras
provincias seala tambin diferencias estructurales; la primera debi
carecer de clase media, por constituirla esencialmente estancieros y
peones; la cordobesa y santafesina, en cambio, contena gran
proporcin de chacareros, tpicos representantes de tal clase.
Tal composicin permite inferir tambin muy distinto ndice de
masculinidad. La campaa bonaerense debi tener gran
preponderancia masculina, por la posibilidad de que muchos
estancieros residieran slo temporariamente en sus explotaciones,
muchas veces sin familia, con el agregado de que siempre se prefiere
en esos establecimientos al pen soltero. Las zonas de chacras, por el
contrario, debieron mostrar ms equilibrio, por tratarse de empresas
generalmente atendidas por un ncleo familiar. En uno y otro caso, la
forzosa estacionalidad del trabajo requera grandes desplazamientos
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de hombres, que explican la aparicin de inmigrantes temporarios -
"golondrinas".
En otro orden de cosas, hubo tambin repercusiones que interesa
anotar. El desarrollo lanar, basado sobre animales refinados, y la
necesidad de asegurar el dominio efectivo de la tierra, tanto para
ovinos como para vacunos; impuso el alambrado, que se torna
imprescindible cuando comienza a generalizarse tambin el
refinamiento vacuno. Esa necesidad se torn ms imperiosa donde se
desarroll la agricultura, para defenderla de la voracidad del ganado.
Adems, al intensificarse la explotacin ganadera, hubo que apro-
vechar campos desprovistos de aguadas naturales. Por ello, en el
perodo que analizamos brotan por doquier sobre la llanura
pampeana primero los baldes volcadores y ms tarde los molinos.
Aguadas y alambrados producen estancias muy distintas a las de
antao; la clsica forma rectangular, con una cabecera sobre la
aguada natural, cede ante el cuadrado, que facilita los trabajos y
abrevia recorridas. La chacra, por su parte, refuerza esa tendencia
hacia el cuadrado, con subdivisin mayor tendencia a alejarse de los
cursos de agua, por buscar campos altos. En una palabra, la
explotacin rural se aleja de los cursos de agua.
EL FRIGORFICO (1900-1920)
Cuando arrib a Buenos Aires el primer barco frigorfico (1877),
signo de la creciente necesidad britnica de carnes, se vislumbr una
nueva era para el campo argentino. Pocos aos despus (1883) se
instal el primer establecimiento frigorfico, al que siguieron de
inmediato otros. Pero los estancieros vieron defraudadas sus
esperanzas en cuanto al vacuno. Fueron los ovinos quienes atrajeron
el inters de la nueva industria, por tratarse de animales con mayor
grado de refinamiento (hacia 1888 slo quedaba un 24 % de
animales criollos entre las majadas) y porque su menor tamao
facilitaba el proceso de congelamiento, sobre el cual poca experiencia
haba.
Dicho factor, unido a cuestiones sanitarias y a un cambio en la
demanda de lana, que buscaba fibra de mayor longitud, produjo
modificaciones en las majadas. Se sustituy aceleradamente merinos
por Lincoln, raza que proporciona reses ms robustas y lana de
menor calidad pero mucho ms longitud. Tal proceso se manifestaba
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con ms intensidad en el rea de influencia de los frigorficos. stos
se hallaban localizados en el puerto de Buenos Aires o en sus
proximidades, siempre sobre aguas profundas, para permitir el
acceso a los barcos de ultramar. Se reforzaba as una vez ms la
preeminencia portea.
El vacuno tambin sinti el efecto de la mayor demanda britnica
de carnes, pero en menor escala, por el desinters demostrado
inicialmente por los frigorficos. Se preparaban animales gordos para
exportarlos en pie al Reino Unido, que requeran mejores razas y
mejor alimentacin. Hubo ms inters por animales refinados y
siembras de forrajeras verdadera novedad en el pas del pastoreo
natural, pero todo en escala muy limitada. Por ello en 1888 haba
80 % de vacunos criollos y 65 % siete aos despus. Como las
posibilidades existan para la zona de influencia del consabido puesto,
no debe extraar que Buenos Aires tuviera 50 % de vacunos
refinados. Con todo, la cifra resulta modesta frente a la vista para
ovinos.
En definitiva, el frigorfico no produjo cambios muy notables en la
estructura econmica hasta principios del siglo actual. En ese mo-
mento fue clausurado el mercado britnico para las importaciones de
animales vivos provenientes de la Argentina, por causa o pretexto de
la aftosa. Falt entonces carne en Gran Bretaa y sobraron vacunos
en Buenos Aires; dems est decir que comenz en ese momento la
era frigorfica, que, cambi la tcnica productiva ganadera, as como
la cuanta y composicin de las exportaciones, lo cual provoc a su
vez profundos cambios econmico-sociales.
Puede apreciarse a travs del cuadro N 9 el predominio del frigo-
rfico, que ubica al rengln carnes, antes insignificante por su valor
econmico, como uno de los ms importantes, mientras los
embarques de lana reducen su participacin en cifras totales y
absolutas. En cuanto al sector agrcola, la novedad consiste en la
incorporacin de un nuevo rubro (lino) a los ya conocidos durante el
perodo anterior (trigo y maz), sin variar mayormente su incidencia
porcentual, pese al aumento fugaz de 1919. Los valores totales
permiten apreciar el considerable y veloz crecimiento del conjunto de
exportaciones, que casi se cuadruplican en slo veinte aos.
Unas cifras complementarias (cuadro N 10) demuestran que no
slo se trata de incrementos en la importancia del sector carnes, sino
de cambios profundos en los tipos. Hasta fines del siglo anterior casi
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todos los embarques de los frigorficos estaban constitudos por carne
ovina y conservas; las circunstancias antes apuntadas hacen que a
partir de 1900 cobre rpida importancia el vacuno, que poco despus
se transforma en el eje motor de la actividad frigorfica, con retroceso
para los restantes tipos.
Como respuesta al brusco cambio en la demanda, la ganadera
sufre tambin rpida mutacin (cuadro N 11) . Buenos Aires, debido
a la proximidad de los frigorficos, marca rumbos. Como sus campos
estn ya casi totalmente ocupados, entre 1895 y 1908 reduce
drsticamente sus ovinos, para permitir que en los mismos campos
apacienten cantidades equivalentes de vacunos (conviene recordar
que cinco o seis ovinos equivalen a un vacuno). El resto de la regin
pampeana menos influda por los frigorficos, contina aumentando
sus existencias ovinas, a la par que las vacunas y la agricultura, con
todo lo cual pone en explotacin tierras antes inexplotadas. Slo
hacia fines del perodo que comentamos se observa en el conjunto de
la regin pampeana la misma tendencia a eliminar ovinos acusada
por Buenos Aires desde un comienzo.
No slo se trata de cambios cuantitativos; vara tambin
fundamental y aceleradamente el tipo de vacunos. El frigorfico exiga
animales de calidad; por eso Buenos Aires, que en 1896 tena 50 %
de criollos, baja a slo 9 % hacia 1908. El resto del pas senta menos
el influjo del frigorfico, por eso Santa Fe y Entre Ros acusaban
simultneamente proporciones respectivas de 57 % y 41 %, y el pas
en conjunto 45 %. Como en tantas otras ocasiones anteriores, la
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zona prxima al puerto de Buenos Aires viva de inmediato al comps
del progreso, con paralelas mejoras en su tcnica productiva, que
llegaba al resto del pas con retraso proporcional a su distancia al
puerto.
La mejor calidad de la carne se origina en razas seleccionadas,
pero stas tienen exigencias superiores a los animales rsticos, que
deben satisfacerse so pena de no lograr xitos. Por tanto, refinar
ganados impone mantenerlos mejor, lo cual obliga a subdividir los
campos en potreros de tamao adecuado, provistos de pasturas
cultivadas y aguadas. Todo ello provoca demandas copiosas en la
importacin de reproductores, alambre, molinos y semillas, que junto
con tantos otros productos manufacturados podrn adquirirse en el
exterior merced al poder adquisitivo de los grandes saldos
exportables propios de un pas de produccin extensiva, que utiliza
mucha tierra y poca mano de obra para su trabajo. Por ello el
intercambio comercial logr entonces su ms alta expresin.
Los estancieros bonaerenses, tocados ms de cerca en virtud de su
proximidad a los frigorficos, carecan de elementos para trabajar la
tierra y de personal idneo. Optaron entonces por entregar parcelas
de sus estancias en mediera, aparcera o arrendamiento a
inmigrantes sin capital, que tanto abundaban entonces, atrados por
el vertiginoso desarrollo argentino. Estos inmigrantes se dedicaban a
la agricultura sobre esos campos vrgenes por perodos breves por
lo general tres aos, para alfalfarlos al fin del lapso convenido, con
lo cual restituan al propietario potreros de gran receptividad
ganadera y pasaban a otro campo en las mismas condiciones
anteriores.
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Entre los aos agrcolas 1894/95 y 1904/05 hubo los siguientes
aumentos de sementeras: alfalfa, 251 %; lino, 179 %, y trigo, 139
%. Los incrementos y tambin sus diferencias, resultan explicables
por el proceso descripto. En efecto, el lino se cultivaba
preferentemente el primer ao, sobre campo virgen, para seguir al
ao siguiente con trigo y cerrar el ciclo con siembras conjuntas de
lino y alfalfa. Por tanto, el aumento de sta influir ms sobre la
oleaginosa que sobre el trigo. La notable diferencia entre alfalfa y lino
se debe a que ste es anual y aqulla perenne, por lo cual las
siembras de cada ao se suman a las anteriores y abultan el
aumento.
Explica tambin ese proceso la comentada aparicin del lino entre
las exportaciones agrcolas, que en definitiva deben considerarse en
buena parte subproducto del desarrollo ganadero. Tambin sta
origina siembras y exportaciones de avena que, como en el caso
anterior, poco despus llevan a la Argentina a constituirse en el
mayor exportador de tales productos. En efecto, la alfalfa no
proporcionaba forraje en invierno, por entrar en reposo vegetativo.
Los avenales, en cambio, pueden pastorearse justamente en tal
perodo, con lo que completan al alfalfar; por ello durante 1905/06
sembraba el pas apenas 72.000 hectreas de avena, y cinco aos
despus superaba el milln de hectreas. (ver cuadro N 12).
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Refleja el cuadro N 12 las consecuencias del proceso reseado.
Buenos Aires que en 1895 sembraba menos trigo, maz y lino que
Santa Fe, la sobrepasa muy holgadamente para 1908 y comienza
despus una declinacin agrcola, pues las sementeras haban
cumplido ya la misin de servir como cabecera para la implantacin
de alfalfares, cuya cifra contina en ascenso hasta 1922/23. Proceso
similar ocurre en Crdoba, con la diferencia de que como restaba
tierra disponible, pudo continuar la agricultura en otras tierras una
vez cumplido el ciclo descripto antes. Esa provincia, como Santa Fe,
si bien aumenta sus forrajeras, contina con carcter
preponderantemente agrcola, como lo demuestra la alta proporcin
de trigo, lino y maz respecto a la superficie cultivada total.
En la forma expuesta se resolvi un problema ganadero y hallaron
tierra para trabajar personas desprovistas de capital: Pero el sistema
dej profundas huellas en el rgimen de la tierra, como lo indica el
cuadro N 13. Cuatro o cinco aos del nuevo siglo bastaron para
duplicar el nmero de chacras, pero sobre la base de no propietarios,
sobre todo en Buenos Aires y Crdoba, donde ms se difundi la
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implantacin de pasturas mediante agricultores. Los diez aos
subsiguientes modifican poco el panorama.
Quedaba solucionado el problema de implantar pasturas y rotar
agricultura con ganadera para aumentar la productividad de la tierra,
pero a costa de una vida transhumante para miles de agricultores.
Segn el censo de 1914, sobre 75.500 chacareros arrendatarios,
aparceros o medieros, 42.300 tenan convenios por menos de tres
aos y 10.600 por ese lapso. Apenas 13.000 tenan asegurada una
permanencia de cinco o ms aos. Tal precariedad impide toda
preocupacin por conservar el suelo y obliga a vivir sin comodidades,
pues todo es efmero. El modo de vida as forjado debera tener ms
tarde proyecciones negativas, pues aun convertidos en propietarios,
muchos conservaban por rutina hbitos de vida y trabajos adquiridos
en aos iniciales.
Tal sistema, agravado en muchas ocasiones por abusos de otros
rdenes, no fue aceptado sin resistencias por los chacareros. Prueba
elocuente 1o constituyen numerosas manifestaciones de protesta
que, como el llamado "grito de Alcorta" (1912), translucan evidente
malestar social. Su consecuencia ms visible radica en el nacimiento
de 1a Federacin Agraria Argentina.
Fcil resulta demostrar la preponderancia del propietario argentino
en las explotaciones ganaderas, y del no propietario extranjero
(presumiblemente inmigrante y casi siempre italiano) en el sector
agrcola. Basta resumir algunos datos proporcionados por el censo de
1914 (cuadro N 14).
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En conjunto, exista entre los productores agropecuarios un 44 %
de extranjeros, tasa muy similar a la correspondiente a todo el pas,
que segn el mismo censo fue de 48 %. Pero como los peones y
asalariados en general eran preponderantemente argentinos, la
proporcin total de extranjeros entre las personas ocupadas por todo
el sector agropecuario descendan al 37 %. Es que los inmigrantes
preferan en general industria, , construccin o comercio, donde
representaban ms de la mitad del sector. Confrmase de tal modo
nuestro aserto anterior de que los inmigrantes preponderaban ms en
el medio urbano; en el ambiente rural constituan el grueso de una
incipiente clase media, ubicada entre dos sectores esencialmente
nativos: los estancieros y los peones. Cabe recordar que la mayora
de los chacareros argentinos descenda en lnea directa de los
primeros colonos inmigrantes de Santa Fe, Crdoba y Entre Ros,
cosa que no ocurra con los peones, casi siempre criollos de vieja
estirpe.
Las mismas transformaciones econmicas que promovan ese tipo
de poblamiento en la regin pampeana, cuyo volumen imprima sello
particular a los totales del pas, causaban tambin transformaciones
en otros rdenes. La creciente importancia del frigorfico y los granos
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obligaba a constantes expansiones en la red ferroviaria; los 16.500
kilmetros de va con que principi el siglo, fueron 28.000 un decenio
ms tarde y casi 34.000 al llegar 1920. Como la produccin
agropecuaria argentina se orientaba fundamentalmente hacia la
exportacin, los rieles, que cual abanico recorran la pampa en su
busca, convergan hacia los puertos, en especial al de Buenos Aires.
Pero el incremento de los granos provoc cambios de importancia
en el origen de los embarques. Cuando no exista agricultura casi
todo el intercambio se efectuaba por Buenos Aires, pero con el
advenimiento de sta y la carne congelada cambia parcialmente el
panorama. Los granos se caracterizaban por una relacin peso-valor
mucho ms amplia que la carne y la mayora de los productos
ganaderos. En otras palabras, a igualdad de peso los productos
ganaderos valen mucho ms que los agrcolas. Por ello, si bien el
valor de las exportaciones agrcolas no superaba al de las ganaderas
(ver cuadro N 9), en peso la diferencia resulta abrumadora: 90 /
del total embarcado corresponde a productos agrcolas y slo 8 % a
los ganaderos.
Tal circunstancia adquiere valor, por determinar el equipamiento y
magnitud de las instalaciones portuarias. Buenos Aires podra recibir
sin mayor dificultad los granos por ferrocarril y transferirlos a
bodegas, pero la comentada amplitud de la relacin peso-valor y la
caresta del flete ferroviario frente al acutico restan movilidad
terrestre a los granos y obligan a embarcarlos por el muelle ms
cercano. Por eso nacen y se fortalecen varios puertos fluviales sobre
el Paran, que reducen la importancia, en volumen, de los embarques
por Buenos Aires. Empero, la mayora de buques cargados en tales
puertos arriba a Buenos Aires para completar su carga, con productos
agrcolas de su campia o bien ganaderos, provenientes de los
frigorficos prximos.
Si la capital pierde algo de su importancia como centro exportador,
nada cede como importador. Juega a su favor, en sentido contrario,
la misma relacin peso-valor, que por ser estrecha para la mayora
de las importaciones, admite una gran centralizacin portuaria y
posterior distribucin terrestre por ferrocarril. De ah que Buenos
Aires reciba entre 75 % y 85 % en peso de las importaciones.
Tambin por influjo de la misma relacin peso-valor, el trfico
ferroviario hacia los puertos superaba mucho en toneladas al
efectuado en sentido inverso. En efecto, por dichos puertos salan las
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exportaciones que procuraban el poder adquisitivo para las
importaciones, pero aqullas se caracterizaban en conjunto por una
relacin peso-valor ms amplia que el conjunto de las importaciones,
consistentes en productos elaborados. Por tanto, el gran volumen de
bienes que los ferrocarriles llevaban a puerto era intercambiado por
mucho menor volumen de otros bienes ms valiosos, cuya
distribucin terrestre se limitaba, por ser en su mayor parte
consumidos en el principal mercado: la Capital Federal y sus
alrededores.
En definitiva, una serie de factores contribuyen a robustecer el
conglomerado urbano que ms tarde formara el Gran ,Buenos Aires,
donde se centralizan comunicaciones, transportes, bancos .y todo lo
restante del vasto sector terciario indispensable para asegurar la
comercializacin de los bienes que entran y salen por ese punto. Tal
concentracin urbana creaba por s mercado para otras actividades
econmicas, como industrias, que a su vez contribuirn a reforzar el
proceso centralista, hasta convertirlo en crculo vicioso. Ello, junto
con la distinta utilizacin de la tierra en Buenos Aires y otras
provincias de la regin pampeana (ver cuadro N 12), se refleja en la
evolucin demogrfica (cuadro N 15).
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Advirtase un extraordinario incremento de la poblacin urbana
bonaerense, aglomerada esencialmente alrededor de sus puertos,
que triplica a la rural. Santa Fe, si bien muestra fuerte aumento
porcentual de habitantes urbanos producto del crecimiento
portuario ligado a granos, tiene la mayor parte de sus pobladores
en la campaa, como consecuencia del insumo de trabajo que
demanda la agricultura. Igual panorama ofrece Crdoba.
En mucha menor medida crece el resto del pas, al punto que entre
1895 y 1914 su participacin en el caudal demogrfico nacional baja
de 41 % a 33 %. Se trata de habitantes en su gran mayora dispersos
en el medio rural, que producen bienes para el abasto local o para
enviar al litoral. Buenos Aires y Capital Federal, con 46 % del total,
agrupan ms poblacin que esa vasta parte del territorio nacional.
La expansin agropecuaria pampeana se logr durante este pero-
do por aumento de la superficie ocupada fueron puestas en
explotacin 10 millones de hectreas y tambin por paso de una
economa casi puramente pastoril a otra ganadera y agrcola, menos
extensiva y por tanto con ms demanda de trabajo y mayor
productividad por hectrea. Se explica as la capacidad rural de
absorcin inmigratoria con paulatino crecimiento de los saldos
exportables. Podra decirse que la demanda de trabajo agrario
superaba a la oferta, lo cual obligaba al mayor uso posible de
mquinas. La productividad por hombre era esencial para un pas
eminentemente exportador, mientras la productividad por hectrea
slo interesaba en funcin de la anterior. Cuadro tpico, en resumen,
de una labor agropecuaria netamente extensiva y mecanizada, con la
resultante de bajas densidades de poblacin rural. Tal mecanizacin
debe ubicarse en funcin de la tcnica imperante no con los ojos de
hoy y poda considerarse a la par de los pases ms adelantados de
la poca.
Concluyendo, durante el perodo que comentamos los vacunos,
valorizados merced al frigorfico, elevan su productividad en forma
que desplazan al ovino, relegado desde entonces a una funcin
complementaria, ya no fundamental. La agricultura, a su vez,
tambin gana amplias zonas de la regin pampeana. Tras secular
incompatibilidad mutua, ganadera y agricultura coexisten sin
problemas, gracias al alambrado. ste, y la aguada artificial,
simbolizan la conquista de los campos altos, alejados de los cursos de
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agua, donde, a diferencia de antes, se concentra la explotacin
agropecuaria, lo cual equivale a concentrar la poblacin rural.
LA AGRICULTURA (1980-1940)
Al comenzar la dcada de 1920, la regin pampeana acusa neto
predominio vacuno, pese al desarrollo agrcola ya comentado. Queda-
ban ya totalmente ocupados sus campos aptos, de modo que a partir
de entonces no podr expandirse el monto total producido por la
puesta en explotacin de nuevas tierras. Dicha circunstancia hubiera
mermado sensiblemente la disponibilidad de bienes por habitante de
no mediar el aumento de productividad por hectrea que ocurri
entonces, consecuencia no tanto de mayores rendimientos, sino de
una mayor utilizacin de tierra para agricultura, cuya productividad
es mayor que la ganadera. El proceso se advierte sin ningn esfuerzo
en el cuadro N16, que adems resume el use del suelo pampeano en
otros perodos.
La superficie total ocupada no vara. Pese, a las imperfecciones
estadsticas puede apreciarse Su estabilizacin alrededor de los 48
millones de hectreas, nivel que coincide con la superficie total de
tierra apta disponible en la regin. Por hallarse entonces totalmente
ocupadas las tierras, cosa que aconteci en el perodo anterior,
cualquier ampliacin de superficie destinada a una actividad se logra
a expensas de otra. As ocurri con el aumento agrcola, en desmedro
de la superficie destinada a vacunos.
Bien conocidas son las causas del cambio en el uso de la tierra,
que tiene amplias derivaciones sociales y econmicas. Una profunda
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crisis ganadera estallada .en 1921 obliga a muchos estancieros a
liquidar ganados a cualquier precio. Cunde entonces mayor inters
por la agricultura, cuyos productos gozan de buen mercado exterior y
cuyo desarrollo armoniza con el constante flujo inmigratorio que
asegura la mano de obra necesaria, y hasta obliga a ir hacia formas
menos extensivas de trabajo rural, agotadas ya las disponibilidades
de tierra pampeana. Recordaremos que en la dcada 1920-29 la
corriente inmigratoria dej un saldo neto de casi un milln de
personas, aporte considerable para una poblacin de diez millones.
Claro est que ese considerable aporte inmigratorio no fue solo al
campo; por el contrario, como ya sealramos en otros captulos, se
orient preferentemente hacia el medio urbano. Con mayor mpetu
ahora que antao, por una , sencilla razn: la ocupacin plena de la
regin pampeana limitaba las fuentes de trabajo y consecuentemente
la movilidad social, mientras el vigoroso crecimiento de las
poblaciones urbanas las converta en semillero de posibilidades.
Frenaba tambin la movilidad el hecho de que el trnsito hacia
agricultura la efectuaban los estancieros sin desprenderse de la
tierra, vale decir, trabajndola directamente o, con ms frecuencia,
dndola en arrendamiento o aparcera. De ah que la proporcin de
propietarios en la regin pampeana bajara de 40,4 a 35,5 % en
1937.
Segn el cuadro N 16, si bien la superficie ocupada no vara, se
altera la distribucin de la misma: el vacuno pierde entre 1922 y
1937 unos seis millones de hectreas, que pasa a ocupar la
agricultura, cuya superficie durante todo el lapso que comprende el
perodo bajo anlisis marca las cifras ms altas de nuestra historia.
Ellas explican la absorcin de trabajadores, pese a la estabilizacin
de superficies ocupadas. En efecto, como gran promedio; podemos
decir que en la regin pampeana la agricultura insume hoy 447
jornadas anuales por hectrea, mientras la ganadera necesita slo 3.
Esta relacin de necesidades de mano de obra debi ser ms amplia
en esa poca, por la menor mecanizacin de la agricultura y la casi
similar forma de trabajo ganadero.
Consecuentemente con la menor extensividad de las reas
agrcolas respecto a las ganaderas, stas por unidad de superficie,
producen en promedio menos que aqullas. Segn estimaciones
actuales, una hectrea de agricultura en la regin pampeana brinda
productos por valor de 366 pesos (a precios de 1950), mientras la
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cifra para ganadera slo llega a 125, vale decir una relacin de uno a
tres. No debe extraar entonces que el mayor nfasis agrcola,
caracterstica del perodo 1920/40, elevara sustancialmente el valor
conjunto de la produccin agropecuaria pampeana, poblara ms sus
campos e incrementara la importancia de la produccin agrcola
nacional dentro del total.
Respecto de esto ltimo, sealaremos que en 1915-19, por cada
cien pesos producidos por la ganadera, 118 lo eran por la
agricultura; entre 1925 y 1940, en cambio, la proporcin oscila de
134 a 141. Anlogamente, entre 1920 y 1938 las exportaciones
agrcolas se mantuvieron alrededor del 58 % del valor total, cosa que
antes slo espordicamente se haba producido (en 1915-19 la
proporcin slo lleg a 39 %) .
Resea el cuadro N 17 el proceso evolutivo de la produccin agro-
pecuaria. Puede advertirse el constante y fuerte aumento de la pro-
duccin, orientada casi por partes iguales al consumo interno y la
exportacin. Tan altos saldos exportables permitan adquirir en el
exterior todo lo necesario para la vida nacional.
La produccin pampeana era casi la nica en 1900-04, pero el
despertar producido por el ferrocarril hace que entre 1920 y 1940
disminuya algo ese predominio, que no deja de ser absorbente. De
cualquier modo, la produccin pampeana no crece al mismo ritmo
que la poblacin, como lo delata la merma constante en el promedio
de produccin por habitante. Si bien ello no afecta substancialmente
al conjunto de saldos exportables (los agrcolas aumentan), la
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tendencia adquiere importancia, que ser posteriormente mayor en
un pas donde casi todo lo no agropecuario deba adquirirse en el
exterior.
Puede notarse tambin que la produccin pampeana, de acuerdo
con la lnea tradicional, se orienta en gran parte hacia la exportacin,
aunque el consumo interno comienza ya a retacear sus excedentes.
De cualquier modo, ese mercado interno pesa menos en ellos que en
el resto del pas, cuya produccin la absorba en su mayor parte (78
% para 1935-39) la demanda interna. Contina, por tanto, el viejo
esquema tradicional.
Si bien la tranquilidad econmica del perodo fue bastante pertur-
bada por la crisis mundial desencadenada en 1929, pocos aos
despus se not fuerte recuperacin. En conjunto, se trata del ltimo
perodo de largo y parejo desenvolvimiento econmico argentino,
claro est que dentro de una economa de pas esencialmente
agropecuario a importador. Precisamente, la persistencia posterior de
esa misma estructura en medio de un panorama demogrfico y
econmico que ya lo desbordaba completamente, fue causa de
posteriores y graves desequilibrios.
A ese lapso de nuestra vida econmica corresponde el famoso cali-
ficativo de "canasta de pan del mundo". Asentado sobre una preemi-
nencia absoluta en la mayora de los renglones del comercio interna-
cional de productos primarios, la Argentina ocupaba el primer lugar
como exportador de lino, extracto de quebracho, maz, carne vacuna,
avena y cebada; el segundo en cuanto a casena, trigo, centeno y
lana, y el tercero respecto de carne ovina.
Los aumentos de produccin, especialmente en el rubro cereales,
repercuten sensiblemente sobre la infraestructura. Ya sealamos
antes la influencia de los granos sobre el sistema ferroviario y
portuario. Pero el sistema ferroviario no creci en la medida de la
demanda general. El violento aumento que comentamos entre 1907 y
1914 fue seguido por una estabilizacin posterior hasta 1922. El
incremento agrcola provoca otra expansin, hasta 1930, pero que no
se manifiesta en las redes troncales sino en los ramales, que en ms
de una ocasin llegan al exceso, pues lo motiva el simple deseo de
asegurarse el dominio de una zona.
El ancho de zona correspondiente a Buenos Aires, Santa Fe y
Crdoba (vale decir, la relacin entre superficie territorial y longitud
de vas) oscila alrededor de los 25 kilmetros, o sea 12-13 kilmetros
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a cada lado de la va. Tal densidad frrea se registr pocos aos
antes de ese perodo en Estados Unidos, pero con una densidad de
poblacin, y por ende de trfico, muy superior a la nuestra. Por el
contrario, Blgica y Gran Bretaa, de mucho ms desarrollo
econmico, registraban anchos de zona de 35 y 83 kilmetros,
respectivamente.
El desarrollo agrcola pampeano, en resumen, exacerb la dife-
rencia anterior con el resto del pas, al punto que la longitud de vas
de Buenos Aires, Crdoba, Santa Fe y La Pampa, que representaba el
73 % del pas al comenzar el siglo, subi a 78 % en 1930. Tena el
pas 1,5 kilmetros de vas frreas cada 100 kilmetros cuadrados de
superficie, pero slo 1,1, de caminos de trnsito permanente.
Anlogo en cierta forma resulta la influencia sobre los puertos.
Hacia 1929, el pas importaba 12,5 millones de toneladas, de las
cuales el 80 % mediante el puerto de Buenos Aires, que en 1913 slo
absorba el 75%. En cambio las exportaciones por la misma localidad
representaban en ambos perodos el 29 /a del volumen total, que
slo en granos sumaba 12 a 14 millones de toneladas.
Es que Buenos Aires concentraba especialmente las mercaderas
de alto valor por unidad de peso, o bien aquellas como el carbn, de
gran consumo local. Los granos, en cambio, eran conducidos al
puerto ms prximo. Por no poder soportar mayores gastos de fletes.
Los cereales constituan la mxima actividad del sistema portuario
argentino, en valor y peso. Buenos Aires, cuyo puerto se haba am-
pliado con una nueva seccin, no estaba, empero, capacitado para
absorber tanto volumen, pero esas cargas constituan la vida de los
otros puertos de ultramar y de gran parte de los restantes.
Vemos aqu, una vez ms, que la incrementacin de los granos
sobre la base de un esquema centralista, si bien beneficia en cierta
forma la economa nacional, por otra parte agrava el esquema
vicioso. Unas localidades urbanas, todas ellas cabeceras de puente
hacia el exterior, robustecen su importancia absorbente, frente a un
campo relativamente despoblado.
La exportacin de cereales requiere acceso a rutas de ultramar,
depsitos y equipos; adems la caracterstica argentina estriba en ex-
portar lo ms rpidamente posible el cereal (4 meses despus de la
cosecha apenas resta el 40% del saldo exportable). Por eso tienen
poca importancia las instalaciones de campaa, el trfico es muy
estacional, los puertos y elevadores terminales adquieren volumen
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relativamente grande y las instalaciones portuarias se destacan ms
por su velocidad que por su capacidad de almacenamiento. En una
palabra, todo debe ir de inmediato a la bodega, permaneciendo el
tiempo ms breve posible en la campaa, lo cual incrementa la
importancia de los ncleos urbanos y aumenta la estacionalidad del
trabajo, con las previsibles consecuencias sociales.
En el aspecto ganadero ocurre tambin una transformacin de im-
portancia: adquieren gran peso los embarques de carne enfriada. Si
bien este sistema comenz a aplicarse en 1908, cuando principiaba a
adquirir volumen lo interrumpi la guerra de 1914-18. La carne en-
friada es muy superior en calidad a la congelada, tanto que resulta
similar a la carne fresca. Su inconveniente radica en que no puede
conservarse ms all de 40-45 das posteriores al sacrificio del
ganado, mientras la congelada lo hace indefinidamente si no sale de
las cmaras frigorficas.
Desde la segunda dcada del siglo XX en adelante comienza el
reinado de la carne enfriada, que desaloja de su centro al congelado
(cuadro N 18). Cuando despus de 1930 se conmueve el comercio
internacional por la continua expansin del proteccionismo y el pas
tropieza con dificultades para ubicar sus carnes, reduce considerable-
mente las exportaciones de congelado, pero apenas vara las de en-
friado.
Si el enfriado es de alta calidad, requiere animales de buena raza y
gran preparacin; si no permite una larga conservacin, para satis-
facer una demanda constante exige una oferta constante. El
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congelado, en cambio, podra satisfacer la demanda con una
produccin estacional. Por todo ello cobra ms valor que antes el
refinamiento ganadero y la necesidad de contar con buenos pastos
todo el ao, especialmente en las pocas ms difciles del invierno, a
fin de que no decaigan las entregas.
Se erige entonces en casi dueo de la situacin el invernador, que
ya no es tal por encontrarse cerca de Buenos Aires (como en la poca
del saladero), sino por disponer de buenos pastos invierno y verano.
Tal tipo de ganadero resulta esencial para el frigorfico, pues es el
nico capaz de asegurarle entregas constantes y voluminosas. En
consecuencia, los invernadores pasan a gozar de tratamiento especial
y a diferenciarse de los dems (criadores), que vienen a quedar casi
subordinados a ellos, y constituyen la nica va para llegar al
frigorfico.
Como antes se diferenci el ganadero de la zona de influencia fri-
gorfica de sus colegas ajenos a ella, ahora se distancia el invernador
del criador. ste ya no trata ms con el frigorfico. Aqul goza de las
preferencias del industrial, que le compra directamente sus tropas en
estancia; si alcanzan gran volumen.
La necesidad de ampliar los campos de invernada hace pensar en
las excelentes condiciones que rene el noreste de Buenos Aires y
zonas vecinas de La Pampa y Crdoba para ese engorde constante. El
ferrocarril permite transportar hasta all animales desde el sudeste de
Buenos Aires para completar su preparacin y retornarlos a los
frigorficos sin desmedro de la calidad ni cantidad. Como se trata de
una zona buena para alfalfa, pero ms apta para centeno que para
avena, brotan las consociaciones entre ambas forrajeras, y por eso
encontramos que en esta poca el centeno comienza a gravitar en las
estadsticas, en las que antes no figuraba, y el pas se convierte en
primer exportador de ese grano.
Culmina as el ciclo que iniciara el saladero, que comenz el aleja-
miento entre el productor de ganado y consumidor de carne. El
criador no llega al frigorfico y queda subordinado al invernador. ste,
a su vez, depende del frigorfico, que constituye su nica salida. Por
ltimo, slo puede haber posibilidad de actuar con xito si el
frigorfico coordina su accin con las bodegas provistas de equipos
adecuados. Por tanto, quien disponga de stas maneja toda la
economa ganadera.
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El invernador, por trabajar en campos altos donde puede hacerse
agricultura o forrajes, se encuentra a su vez en posicin ideal para
ejercer una u otra rama de la actividad agropecuaria, segn
convenga ms. El criador, en cambio, es ganadero casi obligado, por
tener pocas posibilidades agrcolas. Ms adelante veremos como
repercute esto sobre la estructura de las explotaciones.
El cuadro N 16, visto algo ms atrs, sealaba que pese al
aumento de agricultura y la consiguiente demanda de trabajo,
disminuan en 2 millones de hectreas las tierras necesarias para las
caballadas. Tal proceso es consecuencia de una mecanizacin
constante, que vena de antiguo, a la que se une una creciente
motorizacin: tractores y automotores reemplazan la traccin a
sangre.
Dicha mecanizacin repercute tambin socialmente en una forma
saludable; amengua paulatinamente la tpica estacionalidad del
trabajo rural, que obliga a migraciones de mano de obra. Antao fue
famosa la Argentina por los inmigrantes "golondrinas", que llegaban
para la poca de cosecha fina, y tras un corto lapso retornaban a sus
pases. Hacia 1920 ya entr en el ocaso ese sistema, que
posteriormente desapareci; las inmigraciones "golondrinas" fueron
sustituidas por migraciones internas, de intensidad decreciente por
un mayor use de elementos mecnicos. Ello refuerza el carcter
familiar de la explotacin agropecuaria, que requiere cada vez menos
consenso temporario. Los censos reflejan bien el proceso (cuadro N
19): menos personas con ms preponderancia del ncleo familiar y
menos ayuda estacional, trabajan sobre ms superficie y en forma
menos extensiva.
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La crisis de 1930-33 abre cierto parntesis a este y a tantos otros
aspectos reseados, de los cuales comienza posteriormente una
recuperacin que vuelve a acortar la segunda guerra mundial,
estallada en 1939, pero cuyos verdaderos efectos se sintieron al ao
siguiente. En cuanto a mano de obra, sobreviene una fuerte
desocupacin, como defensa ante la cual se cierra la inmigracin. Los
centros urbanos amenguan su ritmo de crecimiento y el campo pierde
inters en la mecanizacin, ante una amplia disponibilidad de mano
de obra muy barata.
En el ao 1937, ya bastante recuperado el pas de esa crisis, se
levanta un censo agropecuario, del que ya utilizamos muchos datos.
Quedan amplia gama de otros para ilustrar el estado del campo al
finalizar este perodo. Slo destacaremos algunos.
Las condiciones sociales y econmicas reseadas conducen a un
sistema de explotacin rural sin mucha continuidad en el mismo esta-
blecimiento, como to demuestra el cuadro N 20. Puede apreciarse
que en Buenos Aires y La Pampa, cuya agricultura se desarroll
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anlogamente como subsidiaria de la ganadera, los productores con
no ms de cinco aos de antigedad en sus establecimientos
constituyen abrumadora mayora (casi la mitad) frente a los restantes
grupos. Slo en Entre Ros y Santa Fe, donde la colonizacin tuvo
ms impulso, ms del 50 % de los productores cuentan con ms de
un decenio de arraigos en los predios.
Se observa tambin que las categoras ms frecuentes son las
extremas. Ello indica una fuerte cantidad de agricultores de reciente
instalacin y otros de antigua data, sin nexo de continuidad entre
ambos. Teniendo en cuenta la fecha del censo y los aos de la
categora ms antigua, cabe afirmar entonces que a partir de la
segunda dcada del siglo se hizo mucho ms difcil el acceso a la
propiedad de la tierra y la contratacin por plazo largo, cosa lgica
considerando las modalidades econmicas y que ya se haba ocupado
la tierra disponible de la regin pampeana.
Otros aspectos interesantes para nuestro estudio que surgen del
censo de 1937 quedan representados grficamente en los mapas que
se acompaan. El mapa N 20 localiza las principales regiones social-
agrarias, determinadas en virtud de los tipos que constituyen la acti-
vidad agraria predominante, desde el punto de vista de ocupacin de
la mano de obra. La regin pampeana muestra predominio de granos
finos en su mayor parte, excepto la zona maicera (norte de Buenos
Aires y sur de Santa Fe), la de invernada (noroeste de Buenos Aires)
y la de cra (sudeste de Buenos Aires). Era la agricultura la principal
fuente de trabajo en casi toda la regin.
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La comparacin con el mapa N 2 permite apreciar que en la zona
ganadera de cra predominan los productores argentinos, mientras los
espaoles cobran importancia en la agrcola ganadera del oeste de
Buenos Aires y este de La Pampa; ms al norte hay abundancia de
italianos. .En una palabra: extranjeros en las chacras, argentinos en
las estancias. No se analizan las restantes regiones que indica el
mapa para no salir del esquema de trabajo trazado.
Los tipos de produccin, as como el rgimen de la tierra, dejan
influencia en las condiciones de la vivienda, indicadas por el mapa
N3. Corresponden a las zonas de grano fino, y tambo de la regin
pampeana los ms altos ndices, que decaen en la zona maicera y
llegan al ms bajo en la ganadera, sobre todo en la de cra.
Por ltimo, deseamos destacar la influencia del tipo de
explotacin en el rgimen familiar de trabajo (mapa N 4). La zona
triguera y tambera ubicada al norte de la regin pampeana, cuna de
la colonizacin comercial que dio pie a la agricultura en el pas ofrece
la ms alta proporcin de explotaciones familiares. La tasa decrece
hacia el sur, al entrar en la zona maicera, baja ms en la de
invernada (donde alternan estancias, estanzuelas y chacras) y toca
su expresin ms baja en la zona de cra, exclusivamente ganadera.
Las razones resultan obvias: las chacras son en nuestro pas
explotaciones casi siempre manejadas por un productor y su familia,
que viven en ellas, mientras en las estancias resulta ms frecuente el
trabajo asalariado y suele la familia no residir en el predio.
Generalizando, podramos decir que encontraremos abundancia de
clase media en zonas de explotacin familiar, en este caso agrcolas y
tamberas. En las ganaderas habr ms polarizacin hacia las clases
alta y baja.
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LA INDUSTRIA LIGERA (1940 EN ADELANTE)
Ya la crisis mundial iniciada a fines de 1929 y la posterior ola de
autoabastecimiento que se apoder de los principales pases, haba
limitado bastante las exportaciones y por ende mermado la capacidad
importadora. Ello oblig a fabricar productos que antao se importa-
ban. As tom cuerpo la industria textil de lana y algodn, junto con
la elaboracin de aceites. Pero todo era tomado ms bien como tran-
sitorio, como medio de combatir la desocupacin; pocos crean en las
rotundas palabras que por entonces pronunci Alejandro Bunge,
advirtiendo que esa era la ltima generacin de "estancieros a
importadores". Con clarividencia ese autor sintetiz as su
pensamiento: "El futuro crecimiento del pas no puede esperarse de
la continuacin exclusiva de los mtodos extensivos y del crecimiento
de la exportacin, sino de la mayor diversidad de su propia
produccin y manufactura y del desarrollo de su comercio interno".
Pero a partir de 1940 el cese forzoso de importaciones provocado
por la guerra torn oficiosa toda discusin acadmica acerca de la
necesidad de intensificar la industria. La dura realidad oblig a crear
de inmediato manufacturas so pena de carecer de lo ms elemental.
Tom as ritmo creciente la industria liviana, por ser la que recibi el
impacto ms directo e inmediato. Faltaba la industria pesada, por no
haberse nunca pensado en ella, y por desgracia no hubo planes
consistentes para su desarrollo, lo cual resultara aos despus serio
factor limitante de la economa argentina.
Como contrapartida, las exportaciones agropecuarias se vieron fre-
nadas y distorsionadas. El bloqueo martimo de los contrincantes
cerr mercados; sus necesidades blicas decretaron la paralizacin de
embarques de granos y la concentracin de los esfuerzos alrededor
de carnes conservadas y congeladas, lanas y cueros. No hubo, pues,
aliento para los granos y la carne enfriada, los principales actores del
perodo inmediatamente anterior al que comentamos. En definitiva,
un verdadero retroceso desde el punto de vista de la evolucin
agropecuaria.
Por lgica consecuencia, declinaron menos los precios ganaderos
que los agrcolas y hubo una redistribucin concomitante en el use de
la tierra pampeana. Entre 1937 y 1947 la regin pampeana dedic
siete millones ms de hectreas a vacunos y ovinos, superficie que
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rest a las sementeras de granos. Como vimos antes, eso implicaba
menor ocupacin y menor valor producido por unidad de superficie,
factores ambos de efecto despoblador. Constituye una excepcin la
tendencia hacia el tambo (actividad ganadera intensiva) ocurrida en
las zonas de Santa Fe y Crdoba, ocupadas por las viejas colonias
agrcolas, donde los chacareros sustituyeron granos por vacas de
ordeo, cuyo producto colocaban en el acrecido mercado interno.
A principios de siglo la produccin agropecuaria argentina repre-
sentaba las dos terceras partes del producto bruto interno, y la
industria manufacturera no llegaba al 14 %. Hacia 1944, por primera
vez en la historia nacional, la manufactura (con 23,1 % del producto
bruto total) supera al sector agropecuario, delantera que ya no
abandonara.
Entre 1937 y 1947 la poblacin argentina aument en un 18 %,
pero la industria lo hizo en un 77 %, a un ritmo que pocos pases del
mundo registran. Desgraciadamente, su debilidad potencial estaba en
la falta de armona y previsin entre los sectores integrantes.
Adems, por inercia resultante de una estructura excesivamente
centralista, ese desarrollo industrial agrav la disparidad econmica
entre muchas regiones del pas.
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Al respecto, resulta ilustrativo el cuadro N 21. Para 1947 la po-
blacin urbana bonaerense unida a la de la Capital Federal casi
quintuplica a la rural de la provincia, mientras en Crdoba ,y Santa Fe
los ncleos urbanos recin sobrepasan tmidamente a los rurales. En
un sector la poblacin rural representaba apenas 20 % de la urbana;
en otro llegaba al 81 %.
Con posterioridad contina tambin la misma tendencia hacia el
urbanismo y las actividades asentadas en esos centros, que disputan
abiertamente la mano de obra al campo. Este siempre hablamos de
la regin pampeana se encontraba en situacin desventajosa para
competir: primero porque corrientemente puede la ciudad pagar
mejores salarios y ofrecer condiciones de vida ms atractivas;
adems, en ese momento una poltica oficial desafortunada priv al
productor agropecuario de buena parte de sus ingresos por la va de
la comercializacin estatal de productos con saldo exportable, entre
los cuales sufrieron especialmente los granos. Por esta ltima razn
prosigui la corriente ganadera finalizada la guerra, y continu de tal
manera un proceso social y econmicamente negativo de sustituir
actividades menos extensivas por otras ms extensivas.
Durante los primeros perodos indicados en el cuadro N 22, el
sector agropecuario absorbi partes sustanciales del aumento de
poblacin activa, pero en, forma decreciente, hasta llegar a slo 4 %
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entre 1940-44 y 1955. Por el contrario, la industria absorbi en los
dos ltimos periodos mucho ms que el sector rural, pero no se salva
de la prdida de ritmo y al final lo superan otros sectores. A1 mermar
la receptividad del sector industrial, fiel expresin del frenado que
domina la economa argentina a partir de 1948, y estar colmada la
capacidad del sector agropecuario, la fuerza de trabajo deriva hacia
sectores menos activos (comercio, finanzas, Estado) en proporcin
excesiva.
La falta de capacidad del sector agropecuario para absorber gran-
des contingentes de trabajadores, que posiblemente se acente en el
futuro, constituye un fenmeno previsible que obedece a dos causas:
una ilgica y otra lgica. La primera estriba en el estancamiento del
sector pampeano, que en muchos casos hasta retrocede en su
evolucin y por tanto disminuye su demanda laboral; la segunda
consiste en el efecto de una tecnificacin que si bien no alcanza
grandes ndices, no puede negarse. Adems, conviene sealar que
an sin progreso tcnico, elevar 80 % la produccin agropecuaria no
alcanzara para absorber el 50 % del crecimiento de la fuerza de
trabajo nacional, que ya desborda ampliamente cualquier estrecho
marco de estructura no industrial.
Por consiguiente, la falla estructural reside en la insuficiente ex-
pansin industrial, no en un exceso de la misma (ms adelante se
vern otras razones econmicas que obligan al desarrollo industrial).
Dicha insuficiencia obliga a considerables masas de trabajadores a
buscar otros sectores, que al absorber ms personal que el
estrictamente necesario pierden eficiencia, aumentan el costo de sus
servicios y gravitan negativamente en el conjunto econmico.
De cualquier modo, el campo entr en aguda competencia con
otros sectores generalmente urbanos por retener la mano de obra
necesaria. Radica ah una de las principales fuerzas que impulsaron
hacia la mecanizacin con ms vigor que antes, pese a que la relacin
entre precios de productos agropecuarios y de la maquinaria
resultaba desfavorable respecto del perodo 1920-40. Nada ms
ilustrativo al respecto que el caso de la cosecha mecnica del maz.
A principios de siglo ya un chacarero nuestro haba demostrado la
posibilidad de recoger maz mediante la misma cosechadora utilizada
para trigo, que ahora se emplea; mucho ms tarde surgi en Estados
Unidos otra mquina. En ninguna de las dos pocas hall eco en la
zona maicera argentina tal propsito; se continuaba la penosa
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recoleccin manual. Pero cuando cunde el proceso industrial s se
despierta el inters por la cosecha mecnica. Es que dicho proceso, al
crear nuevas fuentes de trabajo, elev los salarios en forma que
resultaba antieconmica la clsica "juntada". Hacia 1900 el estipendio
habitual del juntador representaba el 8 % del precio del maz en
drsena, proporcin que resulta prcticamente igual 15 aos
despus. Pero a partir de 1947 sube a un 18 % y se mantiene sin
mayor variacin. Entonces se popularizan los medios mecnicos para
cosechar maz, que permiten pagar altos salarios y rebajar el costo
de la operacin.
Otro efecto de la industria que repercute sobre el campo es la
creacin de un fuerte mercado interno. El aumento de poblacin
ocupada, por una parte, y el mayor poder adquisitivo por otra, hacen
que con el tiempo la masa de poblacin argentina alcance gran
importancia como consumidora. Sin industria ello no hubiera
ocurrido, porque el sector agropecuario de por s carece de capacidad
para dar ocupacin a mucho ms personal que el utilizado en 1937.
Adems, la productividad media por persona ocupada en la industria
supera siempre al promedio agrario. En nuestro pas, como en
muchos otros, la superioridad alcanza al 60 %, proporcin que no se
traduce en el ingreso y el consumo respectivos. He ah el secreto del
crecimiento del mercado argentino interno.
Tal crecimiento provoc un paralelo desarrollo de muchos cultivos
destinados a satisfacerlo, que por razones climticas y econmicas se
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ubican preferentemente fuera de la regin pampeana. Por eso pierde
importancia dicho sector frente al resto del pas; como lo acusa el
cuadro N 23.
En pleno perodo de auge agrcola la regin pampeana aportaba el
78 % de la produccin agropecuaria total, pero que en la actualidad
la cifra baja 10 puntos. Ello se debe al virtual estancamiento de dicha
regin, acompaado por un apreciable crecimiento en los cultivos del
resto del pas, por la circunstancia ya anotada.
Al estancarse el monto de la produccin pampeana y aumentar
sustancialmente la poblacin, lgico era esperar, como ocurri, que el
censo interno insumiera proporciones cada vez mayores de esa
produccin. En efecto, de la tercera parte que absorba la demanda
nacional en 1925-29, se pasa ahora al 70 %. No debe extraar
entonces que las exportaciones agropecuarias (provenientes en su 84
% de la regin pampeana) bajaran vertiginosamente de 5.179
millones de pesos durante 1925-29, a menos de 3.000 millones en el
presente (todo en pesos de 1950).
Tal declinacin de exportaciones resultaba poco conveniente para
un pas que deba equiparse aceleradamente tras aos de
postergacin, con bienes de capital suficientes para erigir una
estructura industrial nueva y amoldar a ella muchos aspectos de su
vida econmica, que a su vez exigan grandes inversiones (caminos,
energa, comunicaciones, etc.) . Por desgracia, la mayor parte de los
ingentes fondos acumulados en el exterior durante la guerra, fueron
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invertidos en un plan orgnico que atendiera los puntos neurlgicos
del pas en crecimiento.
A la creciente merma de saldos exportables se sumaba otro factor
de valor considerable pero que disminua el poder adquisitivo de esas
exportaciones: el vuelco en los trminos del intercambio (cuadro N
24). Dicho ndice relaciona los precios unitarios de importaciones con
exportaciones y constituye la medida del poder adquisitivo de stas,
referido el perodo que se tome como base, en nuestro caso el
quinquenio 1925-1929.
Insistiremos algo en el tema, por resultar fundamental para com-
prender la posicin crtica de Argentina como pas exportador. El cua-
dro indica que en valor a pesos constantes, las exportaciones de 1947
representan un 65 % de las habidas durante 1925-29. Pero los trmi-
nos del intercambio nos dicen que tienen un poder adquisitivo de 58
% respecto a ese mismo perodo. El efecto combinado de ambos
factores hace que, en definitiva, con las exportaciones de 1957 solo
se pudieran adquirir el 37 % de las importaciones factibles en
1925-29. Las mismas cifras sealan cmo dichos trminos de
intercambio frustran el esfuerzo que represent el aumento de
exportaciones de 1957 respecto a 1955.
Referida a dlares de 1950 (desvalorizados hoy un 10 % aproxi-
madamente) la desfavorable relacin de precios del intercambio que
rigi la mayora de los aos posteriores a 1925-29, implic para el
pas una prdida de 9.700 millones. Slo en el quinquenio 1953-57 la
prdida super los 2.000 millones, suma equivalente de unos dos
aos de exportaciones y capaz de pagar ambiciosos planes
energticos, vales, etctera.
Parte de tal fenmeno se debe a la creciente tendencia al fomento
de las producciones agropecuarias propias por parte de muchos
pases, que resta mercado a nuestros productos, y tambin a los
excedentes acumulados por Estados Unidos, cuya liquidacin, por
muy cuidadosa que sea, deprime los precios. Adems, sabido es que
la mayora de los productos agropecuarios que exporta la Argentina
satisfacen una demanda que aumenta con menos intensidad que el
incremento de los ingresos de los consumidores, a diferencia de los
productos industriales, cuyo consumo crece con ritmo ms acelerado.
A ttulo de ejemplo diremos que para la Argentina se ha determinado
que por cada 1 % de aumento en el consumo general del habitante
medio, se increment 0,48 % el consumo de alimentos y 1,37 % el
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de manufacturas. Vale decir, stas crecen tres veces ms que
aqullos.
Lo expuesto explica que con el tiempo tiendan a valorizarse ms
los productos industriales y se deterioren los trminos del intercambio
en perjuicio de los pases puramente exportadores de productos agra-
rios. Tambin demuestran que las necesidades argentinas de
importacin hubieran crecido fabulosamente desde 1925-29, de no
haberse desarrollado la industria nacional. Hagamos un clculo:
durante 192529 se export por valor de 7.913 millones de pesos (a
precios de 1950), cantidad que permiti adquirir en el exterior todo
cuanto necesitaba el pas; para 1957 los trminos del intercambio
fueron de 58, el nivel de vida era por lo menos 10 % ms alto y la
poblacin creci en 80 %. El efecto combinado de todos esos factores
nos dice que para abastecer la demanda por la misma va de
importacin hubiera debido exportarse por valor de 27.000 millones
de pesos (a precios de 1950), en lugar de los 5.110 registrados. Tal
volumen prcticamente duplica toda la produccin agropecuaria
argentina actual (ver cuadro N 23) . No cabe duda que la industria
se impone, no slo en virtud del desarrollo demogrfico, como se
viera pginas atrs, sino del propio proceso econmico.
Los apremios econmicos que derivan de la merma de exportacio-
nes, prdida de su poder adquisitivo a inconvertibilidad monetaria de
la libra esterlina, fuerzan a la Argentina a buscar nuevos mercados a
sus productos e introducen cambios sustanciales en sus fuentes de
importaciones (cuadro N 25). Los primeros aos de posguerra
marcan acentuado descenso en las compras en Estados Unidos,
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efectuadas a costa de las adquisiciones en el Reino Unido;
posteriormente, la escasez de dlares aminora ese mercado y
expande otros. Panorama bastante similar ofrecen las exportaciones.
En conjunto, el comercio internacional argentino, que
tradicionalmente se desarrollaba en ms del 50 % con los dos pases
mencionados, se orienta ahora en su mayor parte hacia otros
horizontes.
Pero no slo en el origen y destino del comercio exterior radica el
cambio. Modificaciones profundas pueden advertirse en las importa-
ciones segn tipo de bienes (cuadro N 26). Como cuadra a un pas
agropecuario exportador, el grueso de las compras en el exterior
consista antao en bienes de consumo. El surgimiento de la industria
ligera, que brinda precisamente tales bienes, casi borra de la lista ese
rubro. El poder adquisitivo vacante se encauza entonces hacia bienes
de capital necesarios para equipar la industria, materias primas y
productos intermedios que consumen los establecimientos fabriles, y
combustible requerido por ellos y por la actividad econmica general.
Este ltimo rubro, constitudo esencialmente por petrleo y
derivados, resulta sorprendente en un pas bien provisto de ese
elemento.
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Si bien la estructura contempornea de las importaciones
concuerda ms con la nueva etapa econmica, se encuentra resentida
por falta de exportaciones. Ofrece, adems, la singularidad de no
admitir casi restricciones, dado el carcter imprescindible de sus
componentes. Durante la crisis de 1930-33, por ejemplo, se
impusieron restricciones a la entrada de mercaderas del exterior, que
no causaron mayores molestias porque fue fcil prescindir de
consumos superfluos o reemplazarlos por productos locales. Hoy
reducir importaciones afecta a rubros vitales casi todos para el
movimiento de la industria, sector que figura en primer plano entre
los productores de bienes. El desarrollo minero permitir prescindir
de muchas materias primas importadas y la creacin de industrias
pesadas proporcionar productos intermedios que hoy deben
introducirse del exterior.
Mucho hemos insistido acerca del estancamiento de la produccin
agropecuaria pampeana y la disminucin de exportaciones. Lgica-
mente, no cabe esperar un constante paralelismo entre poblacin y
produccin agropecuaria. Los recursos naturales sobre los cuales se
asienta sta son susceptibles de mejor aprovechamiento, pero dentro
de ciertos lmites, de modo que en el desarrollo econmico de un pas
siempre sobreviene una etapa durante la cual la produccin agraria
declina respecto al nmero de habitantes.
Pero la Argentina es un pas poco maduro para entrar en esa
etapa, slo aceptable en aqullos de desarrollo mucho ms avanzado,
sus recursos naturales se encuentran muy lejos de haber brindado su
ptimo econmico. Comparmosla, por ejemplo, con Estados Unidos.
Entre 1935-39 y el trienio 1956-58, la poblacin de ese pas aument
33 %, pero la produccin agropecuaria lo hizo en 51%; en el nuestro,
sucedi a la inversa, pues los respectivos aumentos fueron de 50 % y
26 %.
La produccin agropecuaria argentina no aument en la medida
deseable y posible. Pero las cifras generales impiden deslindar bien el
papel de las distintas regiones. A fin de precisarlo incluimos el cuadro
N 27.
Cabe advertir que si la produccin total del pas aument poco, fue
por causa de la regin pampeana, que slo creci 15 %. Un gran
aumento porcentual correspondi en cambio al resto del pas, que
tuvo a su cargo el abastecimiento interno de los denominados
cultivos industriales (algodn, vid, caa de azcar, yerba mate,
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tabaco, etc.) y cumpli a conciencia, al punto que su 58 % de
incremento supera el ritmo demogrfico. Apresurmonos a sealar
que el incentivo para ello radic en los precios, que libres de la
desafortunada concepcin existente para los productos ms tpicos de
la regin cereal, alcanzaron niveles estimulantes.
A fin de objetivar lo referente a precios, conviene destacar que
mientras el nivel medio de inflacin de precios entre 1935 y 1956 fue
de 1.030, dando base 100 al citado quinquenio, las cotizaciones hacia
1956 del grupo cultivos industriales promediaban 1.154, pero
cereales y lino apenas llegaban a 600 y el ganado registraba 773.
Como estos dos ltimos residen esencialmente en la regin
pampeana, se explica la distinta evolucin productiva. Tambin se
explica por qu dentro de dicha regin declin la agricultura y
aument la ganadera, sin variar mayormente el total, pese a la
necesidad nacional de que as ocurriera. En la regin pampeana,
como en el valor de las exportaciones, vuelve a predominar la
ganadera, se va hacia atrs.
Como la regin trabaja la misma superficie desde 1920, los
aumentos de produccin no podan, como antao, ocurrir por
incorporacin de tierras nuevas. Tampoco pudo aumentar el valor
producido, a semejanza del perodo 1920-40, porque en ese perodo
la agricultura (actividad menos extensiva) se expandi a costa de la
ganadera (actividad ms extensiva), mientras en la etapa que
estudiamos ocurre a la inversa.
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Ms adelante mostraremos la repercusin de estos hechos sobre la
demografa. Digamos ahora que al retroceder la agricultura (chacra
familiar) y aumentar la ganadera (estancia), cobra ms volumen el
trabajo asalariado. Entre 1937 y 1952 el personal permanente a
sueldo pasa de 286.000 a 495.000 (73 %) de aumento, mientras
productores y familiares ocupados en las explotaciones apenas un
9%.
Una causa capaz de contrarrestar los factores enunciados hubieran
podido ser fuertes aumentos con los rendimientos de la actividad
agrcola y ganadera pampeana. Por desgracia, como bien lo
puntualiza el cuadro N 28, la productividad media total por hectrea
tuvo discreto aumento entre 1935-39 y 1940-44, para retroceder
ligeramente a lo largo de los aos posteriores, cuando en todo el
mundo ocurra contemporneamente un considerable incremento de
productividad.
Podr parecer contradictorio que la productividad media total de-
caiga posteriormente a 1940-44, cuando no ocurre lo mismo con la
de los sectores componentes, cuyo rendimiento actual, tras algunos
altibajos, supera ligeramente al del perodo aludido. El fenmeno
puntualiza una vez ms la gravedad del acrecentamiento ganadero a
costa de la agricultura; como aqulla posee menor productividad
absoluta que sta (127 pesos de 1950 por hectrea, contra 359, para
el trienio 1955-57), aunque ambos rendimientos aumenten, al
sustituir parcialmente la actividad ms rendidora por otra que lo es
menos, decae la productividad total de la regin.
Tambin podramos puntualizar que los mayores rendimientos
agrcolas se deben en buena parte a que la reduccin de rea
sembrada concentra la produccin en las zonas ms aptas y de por s
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eleva los rendimientos medios, sin traducir mayor eficiencia tcnica.
A su vez, la ganadera siente el mismo efecto al ocupar campos
anteriormente dedicados a la agricultura, por ende presumiblemente
de mayor calidad que los netamente ganaderos. Adems la
mecanizacin permiti prescindir de 2,5 millones de equinos entre
1942 y 1957, que liberaron para la actividad directamente productiva
otras tantas hectreas. Por ltimo, tambin influye como actor de
aumento ajeno a la eficiencia tcnica la expansin tambera, actividad
ms intensiva que la cra o engorde, y por tanto de ms
productividad intrnseca; corresponde repetir que este ltimo
proceso, saludable y grato, neutraliza en parte la prdida de
intensidad en las explotaciones, que supone la transferencia de
agricultura a ganadera.
En una palabra, el aumento de productividad de la tierra pam-
peana resulta nulo a lo largo de la poca de la industria ligera, y los
ndices expuestos enmascaran una menor eficiencia tcnica. Todo ello
contradice las exigencias del progreso y choca con lo acontecido en el
mundo, que seala la etapa de coexistencia agro-industrial como la
de ms firme intensificacin en las formas de trabajo agrario.
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Como prueba rotundamente el cuadro N 29, sobre 15 pases para
los cuales se pudieron obtener datos, Argentina es el que menor au-
mento de productividad agraria por persona acusa, superada por sus
principales competidores en el mercado internacional, y tambin por
sus principales adquirentes. Hasta naciones que atravesaron azarosas
peripecias de guerra y posguerra la superan. Tambin cabe destacar
la evidente tendencia mundial a emplear cada vez menos personas en
el campo; slo nuestro pas y Chile ocupan ahora ms trabajadores
que antes de la guerra. Pero la menor ocupacin se compensa
ampliamente por mayor productividad, emergente del intenso use de
mquinas y tcnicas modernas.
Contradicciones tan profundas como las que hemos visto entre las
necesidades nacionales y la realidad, as como entre lo ocurrido en el
pas y en otras naciones, advierten de por s acerca de la gravedad
del mal y tambin respecto a la profundidad de sus races. Hemos
apuntado anteriormente la influencia que el factor precios ejerci
sobre la negativa evolucin agraria pampeana; pero no creemos que
baste actuar sobre ellos para corregir la situacin actual, producto de
todas las complejas causas que procuramos resear a lo largo de
estas pginas.
En efecto, varios intentos oficiales se realizaron con ese propsito,
como las reformas econmicas de 1955 y 1958, sin lograr mayor
cambio en el panorama agropecuario, pese al esfuerzo nacional que
representaban. El cuadro N 30 seala cmo la reforma impuesta a
fines de 1958 coloc a los precios agropecuarios en mucho mejor
posicin frente a los dems sectores; pero las cifras de varios cuadros
anteriores, as como la realidad de hoy, no acusa mayor impacto a tal
estmulo.
Al parecer, el efecto ms notable, como en ocasiones anteriores,
sera el aumento en los precios de los bienes que compra el productor
agropecuario, lo cual acarreara necesidad de aumento en los precios
agrcolas y provocara un proceso inflacionista. La nica salida
verdaderamente racional consiste en aprovechar los aumentos de
precios para mejorar la tcnica productiva, de modo que el mayor
ingreso del productor provenga de incrementos en los rendimientos y
no en los precios. Ello implica formas ms intensivas de trabajo, lo
contrario de la tendencia actual.
Si los precios, con toda su fuerza motora, no consiguen estimular
en forma adecuada y permanente la produccin agropecuaria, fluye
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de por s que existen deficiencias estructurales que anulan los efectos
de tales estmulos. Una de ellas, obvia por su diaria presencia,
consiste en que resulta intil centrar el esfuerzo en un solo sector, si
lo que flaquea es la eficiencia econmica conjunta del pas. No
conviene olvidar que la Argentina cambi la estructura de su
produccin sin variar mucho su infraestructura, inspirada en otro
esquema.
Empearse en rebajar los costos agropecuarios, por ejemplo, es
tarea indispensable, pero aisladamente nada consigue por mucho
xito que tenga. Recordemos que sobre los precios de exportacin o
los que abona el consumidor de productos agropecuarios, el costo de
produccin representa generalmente una tercera parte, cuando
mucho la mitad. Rebajar 20 % el costo de produccin rural, con todo
el esfuerzo que significa, repercute entonces menos que lograr
rebajas menores en toda el proceso de comercializacin que separa al
productor del consumidor.
Resolver problemas industriales, energticos, de transportes o
similares, puede repercutir ms sobre el campo que sus problemas
especficos, aunque la accin sea indirecta. Mientras un insuficiente
desarrollo industrial obligue a otros sectores a ocupar ms personas
que las necesarias y haga invertir divisas que podran servir para
importar bienes de produccin indispensables, continuar el
estancamiento agrario, se producir menos de lo necesario y muchas
mejoras tcnicas servirn, como hasta ahora, para producir igual con
menos hombres, no para producir ms , que antes.
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Circunscribindonos ahora a lo estrictamente agrario, destacare-
mos , en primer trmino que si el problema radica sustancialmente
en aumentar los rendimientos de la tierra pampeana, nica forma de
aumentar su produccin, pasa a primersimo plano el mantenimiento
y acrecentamiento de la fertilidad del suelo. Esto requiere, por cierto,
mayor aplicacin de tcnica, pero las prcticas de conservacin del
suelo se basan en un uso prudente del mismo o en tratamientos
especiales, objetivos ambos slo factibles cuando existe adecuada
estabilidad en la tierra por parte del productor, cosa que
generalmente slo ocurre con los propietarios.
Por tanto, el rgimen de breves arrendamientos, aparceras y
mediaras, que antes se adecu a las necesidades del momento,
caracterizado por incorporacin constante de nuevas tierras, traba
ahora el progreso pues no se adapta a una poca que exige producir
ms , en igual superficie y con ms capital. Anteriormente sealamos
cmo la produccin agropecuaria norteamericana aument mucho
ms que su poblacin desde 1935-39 hasta nuestros das, a la
inversa de lo acontecido entre nosotros. Veamos ahora un punto
fundamental en la estructura agraria: el rgimen de la tierra (cuadro
N 31) .
Estados Unidos y Argentina muestran declinacin en el por ciento
de propietarios hasta 1937; pero nuestro pas registra una merma
mucho ms fuerte, pues comienza con una cifra mayor y llega al ao
indicado con otra muy inferior. Posteriormente se produce en e1 pas
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del norte una recuperacin que lleva hoy a ndices superiores a los
originales, mientras la Argentina tambin mejora, pero con ritmo
lento. La trayectoria es la misma que acusa el respectivo progreso
tcnico, y puede decirse que resulta a la vez causa y consecuencia
del mismo.
Corresponde destacar que entre nosotros, como medida de
emergencia para favorecer a los chacareros no propietarios, se
resolvi prorrogar los contratos de arrendamiento y aparceras, y
regular los precios pactados entre las partes. La medida pas a
constituir casi una norma, pues rige prcticamente desde 1941. El
criterio legal, lgico para breves plazos, comenz con el tiempo a
obrar en contra de los objetivos propuestos. Muchos arrendatarios y
aparceros, con tierra barata por precios congelados, mano de obra
cara por la competencia industrial, y bajos precios agrarios, se vieron
casi compelidos a explotaciones cada vez ms extensivas, que
ocupaban menos gente y producan menos por hectrea.
Prcticamente, todos permanecieron muchos ms aos de lo pre-
visto en el campo, pero sin seguridad de ello, y por tanto sin aliciente
para encarar planes de largo plazo. En no pocas ocasiones eso
favoreci el monocultivo agotador, antes no realizado por la rotacin
arrendataria, agricultor-propietario estanciero. Tal rotacin, buena
desde el punto de vista tcnico, no lo era considerando el aspecto
social. Ahora la rotacin debe efectuarse sin que cambie de mano la
conduccin del establecimiento,
Otro aspecto de importancia radica en la superficie de los estable-
cimientos rurales. Por desgracia, faltan datos precisos y suficientes,
pero algunas estimaciones permiten ofrecer un cuadro aproximado de
la realidad. Como el pas abarca zonas muy variadas, circunscribire-
mos el anlisis a la provincia de Buenos Aires, bastante homognea
en su calidad de tierra y de gran importancia en el conjunto nacional.
El cuadro N 32 resume los resultados de estimaciones o datos de
censos. Como los censos slo registran explotaciones, sin agruparlas
cuando un mismo propietario posee varias, las cifras no representan
sino la importancia que cada grupo de explotaciones reviste dentro
del total; pero el grado de concentracin segn propietarios ser
mayor, aunque no puede precisarse la proporcin.
De cualquier modo, resalta que si existi una tendencia bastante
fuerte a fraccionar las grandes explotaciones entre 1914 y 1937,
efecto de la expansin agrcola, de ah en adelante sta ces, al
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punto que los establecimientos con ms de 5.000 hectreas no han
variado sustancialmente en su monto global y acusan discreto
aumento de superficie conjunta en 1952.
El tamao de una explotacin no indica forzosamente que ella no
se preste para una explotacin racional, pero casi siempre las muy
chicas, tanto como las muy grandes, atentan contra tal objetivo. Las
primeras, porque su nfimo tamao no permite obtener ingresos sufi-
cientes, y entonces se esquilma la tierra; las segundas porque los
ingresos globales son altos y permiten vivir bien con formas de
trabajo ms extensivas que el promedio. Esto se torna ms evidente
en aquellos casos en que la tierra es recibida por herencia o adquirida
como simple inversin de excedentes de capital. En ambos casos no
existe el acicate de lograr una retribucin adecuada al capital
invertido.
Por otra parte, los beneficios de la gran empresa en la agricultura
no son similares a los de la industria. La dispersin territorial que
caracteriza las tareas agrarias y la ndole propia de las mismas obsta-
culizan la direccin correcta de las grandes empresas, que por tal
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causa suelen eludir las formas de trabajo que requieren ms
personal. En cambio las grandes empresas pueden tener ventajas,
porque generalmente se hallan en manos de empresarios con capital
suficiente o que por su propia envergadura financiera tienen fcil
acceso al crdito. Ms adelante se tocar la influencia de uno a otro
tipo de explotacin en la estructura social.
Genricamente hablando, en definitiva, caracteriza a la gran ex-
tensin agraria un sistema de trabajo ms extensivo que el comn en
la zona. Cifras censales compiladas en Uruguay as como ciertos estu-
dios previos efectuados en el pas, pareceran confirmarlo
estadsticamente. En el pas vecino ello motiv la sancin de una ley
tendiente a estimular el aumento de la productividad en los grandes
establecimientos. Sin duda, toda poltica agraria argentina, sobre
todo para la regin pampeana, ha de tender como objetivo
fundamental al logro de una mayor productividad de la tierra.
Procuraremos resear a continuacin algunas primeras conclusio-
nes inferidas de los resultados del censo de poblacin efectuado en
setiembre de 1960, que ponen bien en claro los efectos demogrficos
del estancamiento en la productividad agraria pampeana, agravado
en muchos casos por la prdida de grado de intensidad en las
explotaciones. No se han dado a conocer todava los datos de
poblacin urbana y rural, pero un ndice de sus respectivas
evoluciones puede extraerse considerando los habitantes que
absorben los partidos o departamentos esencialmente urbanos de
cada provincia. El cuadro N 33 resume los resultados de comparar
dichos datos con los pertinentes del censo anterior, efectuado en
1947.
Pese a la posible deficiencia del censo ltimo respecto a la Capital
Federal cuya poblacin entendemos subestimada, cabe advertir el
fuerte proceso de urbanismo habido en 13 aos. .Mientras la
poblacin concentrada en los principales ncleos urbanos aument 39
%, la del resto lo hizo slo en 16 % . Dichos ncleos agrupan hoy 42
% de los habitantes de nuestro suelo, cuando en 1947 incluan
apenas 37 %.
En la regin pampeana el proceso adquiere magnitud superior. Los
ncleos urbanos se incrementaron 38 % y los restantes slo 8 %.
El rea esencialmente no urbana se despuebla en La Pampa y
permanece esttica en Santa Fe y Entre Ros. Profundizando algo ms
el anlisis se ver que 19 partidos bonaerenses y 6 departamentos
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cordobeses, 5 entrerrianos, 15 pampeanos y 3 santafesinos (48 en
total) acusan mermas de poblacin superiores al 10 %.
Frente a tal desequilibrio, que alcanza su mxima expresin en La
Pampa, las restantes provincias ofrecen un conjunto ms armnico,
con superior crecimiento urbano, pero satisfactorio incremento rural.
Claro que tales cifras encubren situaciones particulares poco
satisfactorias; pero hablamos aqu en forma genrica.
Como bien claro qued en pginas precedentes, la concentracin
urbana no implica peligro; constituye un proceso normal y saludable,
pero siempre que la acompae suficiente desarrollo agropecuario y
armnica y equilibrada expansin industrial. Tales supuestos no se
han dado en nuestro caso para el pas en conjunto. En cuanto a sus
principales regiones, la parte no pampeana experiment un
interesante desarrollo agropecuario, que explica el aumento de
poblacin no urbana, tan superior al de la regin pampeana.
Esta ltima sufre los efectos de las anomalas que sealamos. Una
industria ligera excesivamente centralizada aumenta la hipertrofia del
Gran Buenos Aires, y el estancamiento de la productividad del suelo,
cuando no negativo desplazamiento de actividades menos extensivas
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por otras ms extensivas, explica el despoblamiento rural. Aun las ju-
risdicciones que registran aumentos en ese aspecto no se salvan del
xodo, pues retener el aumento vegetativo le hubiera adjudicado una
tasa de crecimiento mayor. Por otra parte, el mtodo de clculo em-
pleado en vas de la simplicidad, sin duda encubre un despoblamiento
rural mucho ms serio.
Consideramos interesante detenernos algo ms en el caso de la
zona maicera, constituda por el norte de Buenos Aires, sur de Santa
Fe y sudeste de Crdoba, de acuerdo con la amplitud que alcanzara
en sus momentos de mayor expansin. Ella ofrece la particularidad
de hallarse en pleno centro de la regin-cereal, muy prxima a
grandes centros industriales, y de presentar condiciones ecolgico
igualmente favorables para los principales granos y ganados. Por
tanto, la competencia econmica entre las distintas actividades
posibles juega papel fundamental en el tipo de tarea de sus
habitantes.
La superficie dedicada a cultivos no forrajeros esencialmente
granos para cosecha experimenta notables reducciones a travs del
tiempo. Tal circunstancia se debe fundamentalmente a la merma del
maz, que absorba durante la preguerra 52 % de las sementeras y
baj a 32 % hacia 1948-49. Posteriormente no se repuso, sino que
continu disminuyendo, acompaado tambin en su declinacin por el
trigo, que pese a todo mantiene el lugar conquistado a su costa. En
sntesis, la zona maicera dedica hoy a cultivos agrcolas slo 62 % de
la superficie sembrada antes. Esa declinacin se compensa
parcialmente por mayor inters en forrajeras, ndice de ms
ganadera.
El total de la zona acusa una cada de superficie cultivada prxima
a 600.000 hectreas. Para apreciar el efecto econmico y
demogrfico de tales cambios hemos calculado el valor bruto que
produce una hectrea en la zona maicera destinada a distintas
actividades, a los precios corrientes del mercado y de exportacin, as
como las respectivas demandas de trabajo (cuadro N 35).
Queda patente en el cuadro que los hechos sealados anterior-
mente (sustitucin de maz por trigo y de agricultura por ganadera)
implican prdida de intensidad en el grado de explotacin
agropecuaria, que se traduce en menor valor producido por hectrea;
sea en pesos en divisas, y menor ocupacin. No puede extraar
entonces que la regin pampeana quede estancada en su produccin
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global aunque aumenten algo los rendimientos parciales, que el pas
tenga menos saldos exportables y que el campo se despueble, sin
que incida mayormente en ello la tecnificacin.
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Slo restara agregar, respecto al cuadro, que si la poblacin con-
siderada de la zona maicera disminuye 7 % entre 1847 y 1960, posi-
blemente la merma en el mbito netamente rural resulte superior,
pues dentro del rea es previsible un mayor nucleamiento en los
centros urbanos; como complemento sealaremos el hecho anmalo
que en la zona maicera haya 108 hombres cada 100 mujeres, y 103
en regin cereal no urbana.
Concluyendo, la zona maicera, constituda por las tierras ms
frtiles de la regin pampeana, se despuebla ruralmente, no porque
nuevas tcnicas ayuden a producir ms con menos gentes, sino
porque esa mejora se utiliza en el mejor de los casos para producir
igual con menos hombres y en el peor se produce menos con menos
trabajadores. Ambos caminos empobrecen al pas; slo difieren en el
ritmo.
Dijimos bastantes pginas atrs que casi inmediatamente de
comenzar el perodo de industria ligera para muchos antes
todavala Argentina entr en una etapa de frenado econmico, por
causas estructurales. El hecho surge con toda claridad cuando se
advierte que entre 1925-34 el ingreso medio por habitante argentino
equivala al 73% del norteamericano y superaba ampliamente a todos
los dems de Latinoamrica. Para 1949 el mayor ritmo de desarrollo
imperante en Estados Unidos aumenta la diferencia, pese al progreso
argentino, de modo que nuestro ingreso medio apenas llega al 38 %
de aqul. Posteriormente se agrava la situacin, y en la actualidad la
proporcin resulta de slo 15 %, con un nivel compartido y an
superado por otros pases latinoamericanos.
Empero, la ventaja argentina reside fundamentalmente en su es-
tructura social mucho ms armnica, originada por una produccin
agropecuaria comercial, no de subsistencia, mecanizada desde sus
comienzos por la escasez permanente de mano de obra. (Ver cuadro.
N36).
Por ello, si bien el sector urbano de esos otros pases compite con
el nuestro, la diferencia se magnifica en el rural. As, por ejemplo, el
ingreso por persona ocupada en el sector agrario en Amrica Latina
promedia unos 400 dlares anuales, mientras en la Argentina supera
los mil. Este ndice mide en cierta forma la productividad agraria,
pero si se quiere tener idea acerca del bienestar rural, habr de recu-
rrirse al ingreso medio por habitante en ese sector.
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Reducida a proporciones aritmticas, la relacin entre ingreso por
trabajador rural argentino y el de toda Amrica Latina es de 2.5 a 1,
pero la misma relacin entre ingreso por habitante agrario se ampla
hasta 4 a 1. Ello se debe a que en nuestro pas la familia rural es
menos numerosa, la mortalidad menor y por tanto la proporcin de
nios menor respecto al total de habitantes. Existen ms personas en
edad activa en relacin con el conjunto, o sea que cada trabajador
debe mantener a menos personas a su cargo.
Seala el cuadro N 36 que el ordenamiento de los pases
latinoamericanos, segn su grado de urbanismo, proporciona cierta
idea acerca de su nivel de vida, pero induce a errores, como el de
dar gran preeminencia a Cuba sobre Brasil o Mxico. Considerando la
proporcin de habitantes que integran la clase media tampoco se
aclara el aspecto; en cambio, mucho contribuye el anlisis de la
estructura social en campo y ciudad. Surge de esa comparacin,
netamente, la gran superioridad de Argentina, nico pas que posee
similar por ciento de clase media en ambientes rurales y urbanos. Los
dems pases muestran un campo pauperizado al extremo.
Tal circunstancia es el fruto de ese desarrollo agrario comentado
poco antes, con establecimientos mecanizados de tipo comercial, y
donde la agricultura en explotaciones familiares, pese a sus
limitaciones, ocupa un lugar que casi no existe en el resto de Amrica
Latina. Esos mismos factores explican tambin que la productividad
por persona ocupada en la industria sea para nuestro pas 60 %
superior al del sector rural, mientras en Costa Rica, El Salvador y
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Panam la diferencia oscila alrededor del 150 %, para llegar a 360 %
en Mxico y 530 % en Honduras.
De ah, tambin, la gran importancia que reviste para nuestro pas
el desarrollo de esa explotacin familiar (chacra o tambo), que robus-
tece el tipo de estructura social comentado. La gran empresa, en
cambio, como ocurre en esos otros pases, polariza la estratificacin
social en sus dos extremos (grandes empresarios y obreros). La
conveniencia social se une entonces a 1a conveniencia econmica,
que mostraba a la explotacin media como la ms indicada para
lograr crecientes aumentos de productividad.
CONCLUSIONES
El pensamiento rector de esta resea evolutiva de nuestra pro-
duccin agropecuaria, consiste en destacar como los pases de una
etapa econmica a otra estriban simplemente en la adecuacin de los
mtodos de trabajo al aumento de productividad impuesto por la
presin demogrfica. Si tal objeto se cumple aumenta el nivel de vida
o por lo menos se mantiene; si no se logra tal fin sobreviene el
retroceso econmico.
La etapa actual de nuestra economa adolece de tres fallas funda-
mentales: 1) insuficiencia de produccin agropecuaria por estanca-
miento en la productividad; 2) escaso a inarmnico desarrollo
industrial por insuficiencia de ciertos sectores fundamentales; 3)
desequilibrada expansin del sector servicios.
Frente a ese esquema deficiente se esteriliza paulatinamente la
actividad productiva de cualquier sector, se resiente la estructura
social y se distorsiona el desarrollo demogrfico.
ADVERTENCIA
La finalidad de este trabajo servir de gua para una discusin y
enunciar las principales caractersticas de un proceso econmico
motiv que se prescindiera de citar fuentes bibliogrficas, sin que ello
implique ocultar cunto debe al pensamiento ajeno el autor de estas
lneas. Queda ste a disposicin de los interesados en conocer las
fuentes de informacin utilizadas.
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SUMMARY
The main thought of this historical sketch of our agricultural and
cattle production consists in point out how transitions from one
economic stage to other, rests simply on the adequateness of
working methods to the increase of productivity imposed by
demographic pressure. If this goal comes true, the standard of living
increases or at least does nos fall of economic regresion sets in.
The present stage of our economy suffers three fundamentals
failures:
1) insufficiency of agricultural and cattle production because of
stagnation in the productivity;
2) limited and inharmonious industrial development because of
insufficiency of some fundamentals sectors;
3) unbalanced expansion of the services sector.
Facing this defficient scheme productive activity detriorates itself
on every sector, the social structure is weakened and demographic
development is distorted.
Tulio Halperin Donghi. La Expansin Ganadera en la Campaa de Buenos Aires (1810-1852).
Desarrollo Econmico Vol. III N1-2. 1963.
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1
LA EXPANSIN GANADERA EN LA CAMPAA DE
BUENOS AIRES (1810-1852)
TULIO HALPERIN DONGHI
Es decir, la solidaridad rural y local logra conformar un frente poltico unido, trascendi sus posibles
diferencias clasistas.
Junto al paternalismo y al localismo, el caudillo capitalizo las prevenciones tradicionalistas de las masas
populares contra todo lo que fuera innovar en las costumbres heredadas de la colonia. As, represent no slo lo
autnomo provincial, sino, en general, lo autnomo contra lo extranjerizante, que era en rigor lo modernizante
injertado en la tradicin colonial por una lite intelectualizada que haba sido permeable al deslumbramiento del
avance europeo. Desde Recuerdos de provincia, la admirable y nostlgica prosa de Sarmiento nos testimonia como
haban penetrado hasta en los ltimos rincones del antiguo virreinato las nuevas ideas destiladas por el siglo XVIII:
Nuestra habitacin permaneci tal como la he descrito, hasta el momento en que mis dos hermanas llegaron a la edad
nbil, que entonces hubo una revolucin interior que costo dos aos de debates y a mi madre gruesas lagrimas el
dejarse vencer por un mundo nuevo de ideas, hbitos y gustos que no eran aquellos de la experiencia colonial de que
ella era el ultimo y mas acabado tipo.
11
Y casi enseguida subraya el origen del cambio:
Estas ideas de regeneracin y de mejora personal, aquella impiedad del siglo XVIII -quien lo creyera!-
entraron en mi casa por las cabezas de mis dos hermanas mayores.
12
Ellas empezaron a aspirar las partculas de
ideas nuevas de belleza, de gusto, de confortable (sic), que traa hasta ella la atmsfera que haba sacudido la
Revolucin.
13
3. La resistencia tradicionalista
Gran parte de estas nuevas ideas y comportamientos despiertan en el grueso de la sociedad una tenaz resistencia. La
poltica de Rosas consisti precisamente en capitalizar con admirable habilidad odas las reservas tradicionalistas de
las masas populares, despertadas a la vida poltica por la guerra de la independencia. Aqu se explicita una de las
paradojas que despertara la historia: la aplicacin de un modelo liberal derivaba en consecuencias que hacan posible y
triunfante- una poltica antiliberal.
El rechazo de lo extranjero, que contradeca la tnica liberal impuesta como uno de los propsitos
fundamentales de la Revolucin, asuma en elusivo carcter transitivo y atacaba en realidad a la intelligentzia urbana,
en su pretensin de imponer un cambio modernizador. As como Rosas manipula con xito la reaccin natural a las
nuevas ideas, y al desorden difundido por la Revolucin, los intelectuales advierten que ya no cuentan en la direccin
de los asuntos pblicos. Ms an: que tienen ante si a un enemigo implacable.
Las reformas de Rivadavia en la dcada del 20 aparte de la atendible discusin acerca de su pertinencia y
viabilidad- desataron la mofa y el desprestigio hacia su grupo, constituido bsicamente por intelectuales. El mismo
efecto tuvieron las consecuencias de la guerra contra Brasil. La introduccin de papel moneda de vigencia slo en la
provincia de Buenos Aires- se considero una estafa.
Cuando el general Paz es gobernador de Crdoba y se halla al frente del ejrcito unitario, debe luchar contra
la prolongacin de estos perjuicios:
10
Paz, J. M., op. cit., tomo III, Pg. 25
11
Sarmiento, Domingo Faustino, Recuerdos de provincia, EUDEBA, 1961, Pg. 148. A continuacin dice Sarmiento: El
siglo XVIII haba brillado sobre la Francia, y minado las antiguas tradiciones, entibiando las creencias y aun suscitando
odio y desprecio por las cosas hasta entonces veneradas; sus teoras polticas trastornado los gobiernos, desligado le
Amrica de Espaa, y abierto sus colonias a nuevas costumbres y a nuevos hbitos de vida. (Ibd., Pg. 148.) Aqu esta
descrito el efecto seculizador de la transculturacin liberal. La mdula de la modernizacin es precisamente la
secularizacin. Esta debe ser entendida como desacralizacin del mundo natural y social. No entraa necesariamente
irreligiosidad, pero si irreligiosidad. As, los prceres ms modernizadores y muy liberales- eran muy catlicos, lo que no
debe estimarse como contradiccin. Por otra parte, tanto unitarios como federales se hallaban penetradores de liberalismo,
variable en intensidad segn los personajes. Es que esa era la atmsfera de ideas de los que se rebelaron contra la metrpoli
y crearon las naciones independientes de Amrica. Tambin la Organizacin nacional mostrara tenaces y a veces crueles
rencillas, que no afectar el fondo ideacional comn de los protagonistas de base liberal.
12
Ibd, Pg. 149.
13
Ibd., loc. Cit.
La voz, propagada por nuestros enemigos polticos, de que yo pretenda dar curso forzoso al papel moneda de Buenos
Aires, es otra de las armas que manejaron para daarnos, y el medio de que se valieron para sublevar la ignorante
multitud. En vano vean que el ejercito ni el gobierno [de Crdoba] hacan uso de semejante moneda; los corifeos de la
oposicin hacia entender que solo durara esa reserva mientras tardarse es afianzarse en el poder.
14
Sobre la creacin del papel moneda: con la colaboracin de los ministros Rivadavia y Garca, Martn Rodrguez
pone en marcha el proyecto de creacin de un banco privado, dotado de completa autonoma y apoyado por el Estado,
que conceda el privilegio de la emisin de billetes y que durante 20 aos actuara1 como banco nico. La ley respectiva
fue sancionada el 21 de junio de 1822 y promulgada el 26 del mismo mes. El banco abre sus puertas el 6 de
septiembre. () En el cumplimiento de lo estipulado en el artculo 15 de sus estatutos, el banco inicia su emisin el 16
de septiembre de 1822, con 250.000 pesos en billetes. Los billetes se impriman principalmente en Londres, en
planchas de acero. Algunas emisiones se imprimieron en planchas de cobre. Rafael Olarra Jimnez, Evolucin
monetaria argentina, EUDEBA, 1968, Pg. 22.
La introduccin del papel moneda estaba parece- tan justificada, mas all de las posibles objeciones a su
instrumentacin practica, que el nuevo medio de cambio no fue ya abandonado por la provincia de Buenos Aires, no
obstante la diversidad de gobiernos y situaciones. Otro ejemplo de resistencia a la modernizacin: el intento
fracasado de perforar pozos artesianos para proveer de aguas corrientes a un sector de la ciudad y el proyecto de
construir un puerto para Buenos Aires, fueron considerados locuras de gringos, es decir, de extranjeros, y de
aquellos que realizaban esos proyectos.
Algo de razn haba en atribuirlas a individuos extraos al medio porque, en efecto, muchos de ellas haban
sido contratados especialmente para ejecutar esos trabajos. Sementales introducidos tambin por Rivadavia para
mejorar el plantel de corderos merinos fueron presa de la voracidad gaucha y alegremente sacrificados.
Es que la misma Revolucin haba recibido la indiferencia de los gauchos, esos pobladores marginales de la
campaa, cuyo nmero aumentar con la guerra:
La iniciativa de la independencia que se materializo el 25 de mayo de 1810 fue la obra de la juventud portea, y para
los gauchos de la campaa bonaerense slo significo un peligro ms, el de que los incorporaban al ejrcito patriota.
Es as como el Cabildo de Buenos Aires, en su sesin del 21 de noviembre de 1810, dice que las gentes del campo,
ociosas en la mayor parte del ao, se han ahuyentado de la jurisdiccin con motivo de la levas y banderas de reclutas
15
Desde las primeras horas de la Revolucin de Mayo, el gaucho porteo se alzo a la frontera a los Montes del Tordillo
para no incorporarse a las tropas patriotas, para no sujetarse a la disciplina militar. Las masas de los ejrcitos de la
patria se componan de pobladores urbanos y campesinos sedentarios, y los gauchos de Gemes no eran gauchos; los
pocos gauchos que a la fuerza fueron incorporados, desertaron al poco tiempo.
16
En la lite intelectual surgi la evidencia quizs antes de las experiencias que ejemplifican resumidamente las
ancdotas iniciadas que el gaucho no poda ni deba entrar como factor poltico y social positivo en ningn proyecto
destinado a imitar y alcanzar a los pases que presiden en civilizacin, como gustaba decir Rivadavia. No era este
juicio el resultado de una perspectiva racista, sino la comprobacin de que el gaucho estaba inmerso en valores
incompatibles con cualquier intento de modernizar el pas. Se quera introducir, por ello, inmigrantes, en lo posible de
norte de Europa.
El caudillismo argentino combina, en sntesis, elementos dismiles. Cualquier pretensin de obviarlos de
beneficio de formulas simplificadoras y esterilizantes, como la de que le estructura determina la superestructura, o
semejantes, dejar de lado apoyos racionales irremplazables para entender un fenmeno poltico capital, renuente a
las simplificaciones, tanto para explicar la historia argentina y americana, como para proporcionar material emprico
indispensable a la teora sociolgica del mas elevado nivel.
14
Paz, J., M., op. cit, tomo II, Pg., 317
15
Coni, op. cit., Pgs. 187.188
16
Ibd, Pg. 262.
1
LA INVENCIN DE LA ARGENTINA
Historia de una idea
Nicols Shunway
EMECE EDITORES
Este material se utiliza con
fines exclusivamente
didcticos
2
CAPITULO 5
LA GENERACIN DE 1837 Parte I
(fragmentos)
. . . Pese a sus simpatas en general unitarias, la generacin del 37 se distingui de la vieja guardia unitaria en varios
aspectos. Primero aunque eran vidos lectores de pensadores europeos (Locke, Benthamn, Mill, Spencer, Saint
Simon, Fourier, Comte, Lamenais, Leroux, Lerminier, Hegel, Savigny) los hombres del 37 trataron de ser mas cautos
que sus antecesores rivadavianos al aplicar teoras europeas a problemas argentinos. En su Ojeada Retrospectiva de
1846 Echeverra afirma que un vicio peculiar de la Argentina es buscar lo nuevo.. olvidando lo conocido. Dice luego
que sus libros, sus teoras especulativas contribuyen muchas veces a que no tome arraigo la buena semilla y a la
confusin de ideas... mantienen en estril y perpetua agitacin a los espritus inquietos (Echeverra, Ojeada
Retrospectiva 116).
Antes, en el Dogma Socialista, escribi que cada pueblo tiene su vida y su inteligencia propia... Un pueblo que
esclaviza su inteligencia a la inteligencia de otro pueblo es estpido y sacrlego, puesto que tales actitudes violan la
ley natural (169). Alberdi tambin afirmo la necesidad de independencia intelectual en su discurso inaugural en el
primer encuentro del Saln continuar la vida principiada en Mayo, no es hacer lo que hacen la Francia y los EEUU,
sino lo que nos manda hacer la doble ley de nuestra edad y nuestro suelo, seguir el desarrollo es adquirir una
civilizacin propia aunque imperfecta y no copiar la civilizaciones extranjeras aunque adelantadas. Cada pueblo debe
ser de su edad y de su suelo. Cada pueblo debe ser el mismo (Alberdi, OC, I 264). De modo similar Sarmiento pese a
su admiracin por Rivadavia, critica a los unitarios porteos por imitar ciegamente las costumbres europeas
Voltaire haba desacreditado al cristianismo, se desacredito tambin en Buenos Aires, Montesquieu distingui tres
poderes y al punto tres poderes tuvimos nosotros, Benjamn Constant y Bentham anulaban el ejecutivo, nulo de
nacimiento se lo constituyo all, Smith y Say predicaban el libre comercio, libre el comercio se repiti, Buenos Aires
confesaba y crea lo que el mundo sabio de Europa crea y confesaba (Sarmiento, Facundo 66-67).
No obstante pese a tales afirmaciones los hombres del 37, como veremos mas adelante manifestaron una pasin
similar por las ideas europeas y los modelos norteamericanos, tal como haba pasado con los unitarios. Sus
altisonantes palabras sobre la independencia del pensamiento extranjero no bastaron para quebrar el
condicionamiento que tres siglos de colonialismo, como haba pasado con los morenistas y los rivadavianos las nuevas
ideas y los modelos sociales para la generacin del 37 vinieron de afuera, pese a todo lo que pudieran decir en
sentido contrario.
Un segundo terreno donde la Generacin del 37 trata de romper con sus padres intelectuales, y otra vez con xito
discutible, fue su intento de terminar con las sangrientas divisiones entre unitarios centralistas y federales
autonomistas, divisin que ms de una vez haba amenazado la integridad del pas. Segn Echeverra, los unitarios
eran una minora vencida, con buenas tendencias, pero sin base locales de criterios socialistas, y algo antiptica por
sus arranques soberbios exclusivismos y supremaca (Ojeda, 83). La palabra socialista, tal como la usa aqu,
(siguiendo a su admirado Saint-Simon), parece significar algo afn a conciencia social, en la cual bien de la sociedad
es el determinante principal. No hay referencia a un orden econmico en particular. En contraste con el objetivo
unitario, el de la nueva generacin era, segn Echeverra, unitarizar a los federales y federalizar a los unitarios...
por medio de un dogma que conciliase todas las opiniones, todos los intereses, y los abrazase en su basta y fraternal
unidad (Ojeda 86-87). Lamentablemente, en otros pasajes sabotea estas dulces perspectivas de inclusin
sosteniendo que el federalismo era un sistema que se apoyaba en las masas populares y era la expresin genuina de
sus instintos semibarbaros (Echeverra, Dogma, 83). Como Moreno, Echeverra poda ser inclusivo en las palabras,
pero la suya era una inclusividad que no daba lugar a los no educados.
De modo similar, Alberdi afirma que las disputas estriles entre unitarios y federales, conduce la opinin publica
de aquella republica al abandono de todo sistema inclusivo. La nueva Argentina que aspiraba a crear deba tener un
sistema mixto que abrac y concilie las libertades de cada provincia y las prerrogativas de toda la nacin como un
todo libre de vanas ambiciones por el poder exclusivo (Bases, 290). Aunque Alberdi acepta como genuino el choque
entre unitarios y federales sugiere con frecuencia, como ya hemos visto, que la divisin mas bsica en la sociedad
argentina pasa entre Buenos Aires y las provincias. Este es un tema recurrente en el pensamiento de Alberdi, y,
como queda documentado en captulos posteriores, constituira un arrea importante de desacuerdo entre el y
Sarmiento.
Al explicar los problemas de la Argentina, el pensamiento de la generacin del 37 corre entre dos polos. En un
extremo esta Sarmiento, apasionado, romntico, impulsivo y a menudo mas potico que practico, como lo pone en
evidencia el comienzo del Facundo:
Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus
cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entraas de un
noble pueblo. Tu posees el secreto: revlanoslo!(Facundo, 1.)
3
En el otro extremo esta Alberdi, lucido, analtico, y con frecuencia irritado por las exageraciones tan fciles de
citar, de Sarmiento. Aunque Alberdi y Sarmiento estn de acuerdo en muchos puntos tericos, su antipata personal
es hoy materia de leyenda. Mas aun, como se vera en captulos posteriores, tras la cada de Rosas, cuando ya no
compartan un enemigo en comn, Alberdi y Sarmiento de revelaron irreconciliables enemigos.
En un sentido curioso, la democracia era a la vez el problema y la solucin para los pensadores de 1837. por un
lado, suscriban en principio las ideas de gobiernos representativos institucionales; por el otro, desconfiaban
profundamente de la voluntad del pueblo, ya que las masas se encolumnaban detrs de Rosas y el autoritarismo
tradicional que l representaba. Sin el apoyo activo de las masas, Rosas nunca podra haber retenido el poder tanto
tiempo como lo hizo. La misin de los hombres del 37 era paradojal. Deban desacreditar a las masas y la
democracia inorgnica representada por el caudillismo, al mismo tiempo que reorganizar la sociedad argentina en
nombre de las masas y echar los cimiento para la democracia institucional una vez que las masas estuvieran
preparadas para ella. En pos de este objetivo paradjico, lanzaron un persistente ataque contra lo que vean como las
bases del poder de Rosas: la tierra, la tradicin espaola, y la clase humilde y mestiza consistente de gauchos,
criados domsticos y peones.
Respecto de la tierra los hombres del 37 vean a las pampas argentinas como una bestia que era preciso
domesticar. En una lnea de ideas influida por De lesprit des Lois de Montesquieu, Sarmiento vio en la tierra
argentina la fuente primordial de los problemas del pas. Escribe que el mal que aqueja a la Republica Argentina es
la extensin (Facundo, 11). Es una tierra sobre la que reinan la muerte y la incertidumbre, donde misteriosas
fuerzas elctricas excitan la imaginacin del hombre y la tierra misma milita contra la civilizacin europea. Como los
romnticos que lea, Sarmiento se muestra fascinado por lo poderes horrendos de las tormentas elctricas, cuando
un poder terrible, incontrastable, le ha hecho en un momento reconcentrarse en si mismo, y sentirse su nada en
medio de aquella naturaleza irritada; sentir a Dios, por decirlo de una vez, en la aterrante magnificencia de sus
obras (Facundo, 22). Pero la de Sarmiento es una fascinacin que no produce gozo, en su mirada la fuerza
misteriosa de las pampas, no templada por bosques o ciudades, es la fuerza de la barbarie. Mas que una madre
perdida a que volver, la naturaleza debe ser superada si la Argentina y su gente quiere llegar al estadio de la
civilizacin. Sarmiento se lamenta una y otra vez, de que Buenos Aires, pese a su fachada europea cuidadosamente
esculpida por los rivadavianos, haya aceptado la ley brbara de Rosas porque el espritu de la pampa ha soplado en
ella (13). Los caudillos, en la mente de Sarmiento, eran la encarnacin del espritu de la pampa y Rosas un brbaro
engendrado en el fondo de las entraas de la tierra (10). La causa de su generacin no fue, entonces, apenas una
ria contra un poltico en particular, sino un combate monumental que enfrento a la fuerza de la civilizacin con los
poderes de la barbarie; Civilizacin o Barbarie son las gritos de batalla de toda la generacin.
Pero la eleccin obvia que dicta Sarmiento, de la civilizacin sobre la barbarie, enmascara una compleja
ambivalencia muy estudiada por investigadores como No Jitrik, Beatriz Sarlo, y Carlos Alonso. Mientras Sarmiento,
el progresista liberal, quiere erradicar todos los vestigios de barbarie, Sarmiento, el poeta romntico, encuentra
atractivo al gaucho , como lo muestra sus hermosos retratos de tipos gauchescos, sus costumbres, canciones y su
poesa (Facundo, 21-34). De modo similar se muestra atrado por la personalidad titnica del caudillo, el hroe
primitivo que desafa y trasciende la ley humana. Aunque innegable en un nivel literario, esa ambigedad ha casi
desparecido el la vida publica de Sarmiento, campo en que hizo todo lo que estaba a su alcance para erradicar al
gaucho y al indio (por medio del exterminio si era necesario), por excluir a los que disentan y forzar en los
sobrevivientes su visin de la civilizacin: una Argentina moderna, europeizada.
La descripcin que hace Sarmiento como fuente de barbarie, tambin marco y quizs inicio una tradicin el las
letras argentinas: una tendencia a atribuir los problemas argentinos a causa naturales antes que a errores humanos,
concepto con el que se asegura una defensa contra toda acusacin de culpa. La idea de que el fracaso del pas
derivaba de una debilidad orgnica inherente seguir reconfortando a intelectuales desilusionados durante
generaciones. El determinismo negativo de Sarmiento encontrara, por ejemplo, un fuerte eco en uno de los libros
mas influyentes de este siglo, la Radiografa de la pampa de Ezequiel Martnez Estrada, publicada en 1933, cuya
tesis es que la Argentina, como una persona enferma con una enfermedad congnita, no puede evitar el fracaso.
Alberdi se mostr poco paciente con las polaridades sarmientinas, y menos todava con su obsesin romntica con
la tierra como determinante maligno del espritu argentino. En una clara reputacin de la famosa dualidad de
Sarmiento, Civilizacin y Barbarie, Alberdi afirma que la nica divisin real en la sociedad argentina corre entre el
hombre del litoral vale decir de la costa, y el hombre de la tierra, o sea del interior del pas, argumento que
destaca su inters principal en las relaciones entre Buenos Aires y las provincias (Bases, 243). Alberdi tambin le
discute a Sarmiento la idea de la tierra como fuente de barbarie. La patria, escribe, no es el suelo. Tenemos suelo
hace tres siglos, y solo tenemos patria desde 1810. Al fijar el comienzo de la Argentina con una fecha precisa
4
Alberdi muestra que crea, en ese momento por lo menos, que la construccin de una nacin era resultado de la
voluntad humana antes que de las circunstancias histricas y materiales, aunque, como veremos mas adelante, en
otros contextos suscriba un punto de vista cuasi historicista, evolucionista, de la historia, en que las culturas
superiores, que no estaban necesariamente vinculadas a una tierra en particular, inevitablemente reemplazaban a las
inferiores. En la concepcin de Alberdi es mediante ideas (las palabras correctas), trabajo, esfuerzo e instituciones
que se construyen las naciones modernas, y no mediante los elusivos modelos de la naturaleza (Bases, 248). Hasta
Echeverra, el poeta romntico por excelencia, critica a Sarmiento por su rigidez y manifiesta su deseo de que
hubiera pasado mas tiempo formulando una poltica para el futuroen lugar de una cuestionable explicacin del
pasado (Ojeda, 122). De todos modos estn de acuerdo con la receta de Sarmiento para la domesticacin de la
tierra: ferrocarriles, mejores transportes fluviales, nuevos puertos de mar, propiedad privada de la tierra, e
inversin extranjera.
Este programa para domesticar la tierra repeta lugares comunes del liberalismo econmico europeo, tal como
habia hecho Mariano Moreno en su famosa Representacin de los hacendados tres dcadas atrs. Pero Sarmiento
va mas all del comn anhelo de prosperidad, y propone ideas capitalistas de laissez faire. A su juicio, la propiedad
privada era tambin un paso necesario hacia la erradicacin de la vida nmade del gauchos e indios. De acuerdo con
su idea determinista de que el ambiente decide el estilo de vida, Sarmiento mantiene que los gauchos e indios
argentinos se parecen a los beduinos de Medio Oriente, porque en ambas regiones la distribucin de la tierra
permiti que la gente viviera de modos semejantes. Aunque en 1845, cuando escribi Facundo, Sarmiento nunca
habia visto ni las pampas ni Medio Oiente, insisti en que la vida en las llanuras argentinas mostraba cierta tintura
asitica que no deja de ser bien pronunciada (Facundo, 14). Posteriormente desarrollo esta idea en forma extensa,
tras haber visitado el norte de frica y haber observado la cultura de los beduinos; decidi entonces que Francia, al
civilizar a los beduinos, habia enfrentado problemas semejantes a los de la Argentina al civilizar a los gauchos e
indios (Viajes por Europa, frica y Estados Unidos, II, 78-103). En resumen, para Sarmiento y su generacin, el
desarrollo capitalista no solo traera prosperidad a las pampas; tambin terminara con la barbarie de los
habitantes naturales de la pampa.
Adems de conceder que la dominacin de la tierra era esencial para el progreso, los hombres del 37 estuvieron en
casi total acuerdo sobre las supuestas deficiencias de Espaa, la madre cultural. El drama edipico en el que los hijos
argentinos de Espaa tratan de hurgar la influencia espaola asume muchas caras. El sentimiento antiespaol
caracteriza comprensiblemente mucho del movimiento independentista argentino. Pero aun despus de haber
obtenido la libertad poltica de Espaa, los liberales argentinos siguieron despreciando a Espaa. Tomas de Iriarte,
por ejemplo, el prolfico memorialista que observo casi medio siglo la historia argentina, escribi no mucho despus
de 1820 que el colapso de la Confederacin de 1816 estaba causado por el estado semisalvaje de pueblos educados
por la Espaa (Memorias, III, 19). El sentimiento antiespaol se hizo mas virulento aun entre los hombres del 37,
simbolizado por una notable tendencia, todava comn en el siglo XX, a excluir a Espaa siempre que se habla de
Europa. Europa en la Argentina llego a significar el norte de Europa, la fuente de la cultura moderna (no hispnica).
El impulso detrs de este uso peculiar puede verse con claridad en los hombres del 37. Echeverra, por ejemplo,
afirma que Espaa dejo en la Argentina una tradicin de la abnegacin del derecho de examen y de eleccin, es
decir, el suicidio de la razn (Dogma, 191). Mas adelante deplora la rancia ilustracin espaola, sus libros, sus
preocupaciones, cuanta mala semilla dejo plantada en el suelo americano (Ojeada, 121). De modo similar, Sarmiento
lamenta que la Argentina no haya sido colonizada por un pas mas civilizado, que habra dejado a la Argentina una
herencia mejor que la inquisicin y el absolutismo hispano. Para Sarmiento, Espaa es la hija rezagada de Europa,
un pas maldito y paradojal donde los impulsos democrticos son aplazados por dspotas populares y la religin
ilustrada debe someterse el fanatismo contrarreformista. Para Sarmiento, de Espaa viene la falta supina de
capacidad poltica e industrial (de los pases latinoamericanos) que los tiene inquietos y revolvindose sin norte fijo,
sin objeto preciso, sin que sepan por que pueden conseguir un da de reposo, ni que mano enemiga los echa y empuja
en el torbellino fatal (Facundo, 2).
Las acusaciones de Sarmiento contra Espaa quedaron reforzados en 1847, cuando visito por primera vez la
Pennsula Ibrica, dos aos despus de haber terminado Facundo. Con una arrogancia que sigue asombrado a los
lectores modernos, Sarmiento anuncia que visito Espaa con el santo propsito de levantar el proceso verbal a
Espaa, para fundar una acusacin que l, Sarmiento, como fiscal reconocido, ya ha hecho ante el tribunal de la
opinin de Amrica (Viajes, II, 8). Como la cultura espaola en 1847 estaba en uno de los puntos mas bajos de su
historia, Sarmiento no tardo en encontrar mucho material con que confirmar las acusaciones ya registradas en el
Facundo. A su juicio, todo lo que hubiera habido de grande y noble en Espaa ya estaba muerto. En el campo
intelectual, solo las traducciones le ofrecan al lector inteligente algo substancial, puesto que los escritores
espaoles se limitaban a vestir su vacuidad con tanta frase anticuada, tanto vocablo vetuso y apolillado. De modo
semejante, sus historiadores se entregaban rutinariamente al mal gusto nacional de violar el hecho histrico para
darse aires de ser algo (II, 45-46). Y al nivel popular, Sarmiento encuentra a los espaoles increblemente
5
ignorantes del mundo mas all de sus fronteras: Para el espaol, no hay mas habitante del mundo que el francs y el
ingles. Cree en la existencia del ruso; el alemn es ya algo problemtico; pero eso de suecos o dinamarqueses son
mitos, fbulas, invenciones de los escritores (II, 44).
En trminos igualmente vividos, Sarmiento se burla del gobierno espaol. El general Narvez, gobernante delegado
de la degenerada Isabel II, cuyos adulterios eran la comidilla de toda Europa, es visto como representante del
caudillismo, igual que el odiado Rosas. Lo que habia sido la gloria de Espaa, Sarmiento lo encuentra simbolizado en El
Escorial, el palacio, museo y monasterio construido por Felipe II y admirada proeza arquitectnica del pas. Para
Sarmiento, el Escorial es un cadver fresco, que hiede e inspira disgusto, smbolo de un pas que, con la muerte de
Felipe II en 1598, tambin empez a morir, hundindose poco a poco en la esterilidad del militarismo y el
monasticismo (II, 49). Pero, como en Facundo, aunque el gobierno, la cultura y la visa intelectual espaolas repugnan
a Sarmiento, encuentra un placer ambivalente en sus tradiciones populares y en el espectculo violento de las
corridas de toros, a la que considera a la vez perversamente atractiva y simblica de un gobierno que corrompe,
que divierte a las masas abyectas a la vez que da salida a sus peores instintos (II, 25-37). En una palabra, el viaje de
Sarmiento a Espaa no hizo mas que confirmar lo que crea: que Espaa era la cuna de la barbarie, una madre que
habia que expulsar y reemplazar. La idea sarmientina de que la herencia espaola en la Argentina es fuente de
barbarie repite su critica a la tierra; ambos argumentos apelan a condiciones preexistentes para explicar el fracaso.
Este determinismo implcito es tambin una excusa para justificar el error humano, ya que el fracaso siempre puede
culparse a la barbarie de la tierra y a la inadecuacin del pasado espaol del pas.
Aunque Alberdi, como Sarmiento y Echeverra, tambin condena el cristianismo de gacetas, de exhibicin y de
parada de Espaa, y su falta de capacidad industrial (Bases, 236), le agrega al debate una perspectiva diferente
sobre los errores de Espaa. Como ha sido notado, la fe de Alberdi en los resultados positivos de la accin humana
informada lo alejaban de la ingenua creencia historicista de que el progreso humano surge inevitablemente de todo
movimiento histrico; de todos modos, lo central a su pensamiento es la idea de que la Amrica espaola es el
resultado de una expansin orgnica en la cual las civilizaciones superiores inevitablemente reemplazaran a las mas
dbiles. Espaa participo en este proceso histrico natural conquistando las primitivas civilizaciones indgenas e
implantando la cultura europea en la Amrica hispnica. Alberdi sigue diciendo, sin embargo, que Espaa dejo de ser
una herramienta de la naturaleza (y en un sentido dejo de ser parte de Europa) cuando trato de cerrar
Hispanoamrica a la cultura superior de Francia e Inglaterra, violando de ese modo la ley de la expansin cultural
(Bases, 155-158). Este prejuicio antiespaol entre intelectuales argentinos nunca fue seriamente negado hasta el
siglo XX, cuando, como lo ha mostrado Marytsa Navarro Gerassi, autores argentinos como Ricardo Rojas, Enrique
Larrea, Manuel Galvez y Carlos Ibarguren, trataron de vindicar, en lo que se volvera el movimiento de la hispanidad,
la herencia espaola en la Argentina (107-108).
Paradjicamente, una gran parte de la corriente antihispnica entre los intelectuales argentinos del siglo pasado
fue inspirada por el autor espaol Mariano Jos de Larra (1809-1837), que escribi devastadoras criticas a la
cultura espaola bajo el seudnimo de Fgaro. Alberdi admiraba tanto a Larra que firmo algunos de sos propios
artculos en La Moda con el diminutivo Fgaro, explicando que me llamo Figarillo...porque soy hijo de Fgaro...soy
resultado suyo, una imitacin suya, de modo que si no hubiese habido Fgaro...tampoco habra Figarillo: yo soy... la
obra pstuma de Larra (La Moda, 16 de diciembre de 1837,1. En consonancia con el entusiasmo de Alberdi,
Sarmiento llamo a Larra el Cervantes de la regenerada Espaa (El Mercurio, 19 de febrero de 1842). En su libro La
tradicin republicana Natalia R Botana describe en gran detalle otros vnculos entre el pensamiento de Sarmiento y
Alberdi y algunas corrientes intelectuales de Europa.
Adems del desdn a la herencia espaola, los hombres del 37 mostraban un acuerdo casi universal respecto de la
inadecuacin de los grupos tnicos de la Argentina, sus razas como eran llamadas. La palabra raza durante la mayor
parte del siglo pasado, como lo seala Nancy Stepan es su libro The Idea of Race in Science, se refera a cualquier
grupo tnico, de europeos a espaoles, de indios a gauchos mestizos (170-189). Siguiendo las teoras racistas de su
tiempo, Sarmiento escribe:
por lo dems, de la fusin de estas tres familias (espaola, africana e india) ha resultado un poco homogneo,
que se distingue por se amor a la ociosidad e incapacidad industrial, cuando la educacin y las exigencias de
una posicin social no vienen a ponerle espuela y sacarla de su paso habitual. Mucho debe haber contribuido a
producir este resultado desgraciado, la incorporacin de indgenas que hizo la colonizacin. Las razas
americanas viven en la ociosidad, y se muestran incapaces, aun por medio de la compulsin, para dedicarse a un
trabajo duro y seguido. Esto sugiri la idea de introducir negros en Amrica, que tan fatales resultados ha
producido. Pero no se ha mostrado mejor dotada de accin la raza espaola, cuando se ha visto en los
desiertos americanos abandonada a sus propios instintos. (Facundo, 15.)
6
Sarmiento explicita asimismo la supuesta conexin entre raza y fracaso poltico burlndose de los partidarios
mestizos de Rosas con el apelativo de lomos negros (Facundo 130) y aun sugiere que el xito poltico de Rosas se
debe en gran medida a un celoso espionaje formado por sirvientes negros de una raza salvaje infiltrada en el seno
de cada familia de Buenos Aires (141).
Un miembro joven de la Generacin, Jos Mrmol, en su novela antirrosista Amalia, de 1851, tambin habla del
miedo de los unitarios por sus propios sirvientes, la mayora de ellos negros y mulatos, quienes en general eran
partidarios de Rosas. En un episodio particularmente revelador, Eduardo le aconseja a Amalia que despida a todos
sus sirvientes de Buenos Aires pues (bajo del gobierno de Rosas) se les ha abierto la puerta a las delaciones, y bajo
la sola autoridad de un miserable, la fortuna y la vida de una familia reciben el anatema de la Mazorca (18). En un
episodio similar, una criada delata ante la Mazorca a su empleador que esta tratando de escapar al Uruguay (48).
Sarmiento volvi a una explicacin racial del fracaso hispanoamericano en su ultima obra importante, Conflictos y
armonas de las razas en Amrica, un tratado mal organizado que segn algunos no es mas que una recopilacin de
notas de un futuro libro que Sarmiento no llego a escribir. Terminado en 1883, cuando Sarmiento tenia setenta y dos
aos, Conflictos es un libro melanclico que Sarmiento mismo llamo un Facundo envejecido (citado en Bunkley, Vida
de Sarmiento, 503). En Conflictos, Sarmiento afirma que pese a una Constitucin ilustrada, una democracia
aparente, prosperidad, transporte moderno, escuelas, academias, universidades, y todos los artefactos del progreso,
la sociedad argentina en 1883, aunque mejor vestida y mas educada que bajo Rosas, sigue plagada por la corrupcin,
el personalismo y un desprecio general por las instituciones. Explica este fracaso como resultado de la inadecuacin
racial. El libro, intento ambicioso de rescribir gran parte de la historia del mundo bajo una perspectiva recial, provee
detallados anlisis del exilio ingles y el fracaso espaol en la colonizacin. En cada caso, Sarmiento sugiere que el
fracaso de la democracia en Hispanoamrica puede explicarse solo tomando en cuenta la inadecuacin de los pueblos
latinos, especialmente cuando se los combina con los indios brbaros, para gobernarse a si mismos. De acuerdo con
Sarmiento, todos los caudillos latinoamericanos a los que considera brbaros (Rosas, el Dr. Francia en Paraguay y
Artigas, por ejemplo) provienen de la mezcla fatal de sangres latina e india (OC, XXXII, 284-313). En uno de sus
ltimos artculos, El constitucionalismo en la Amrica del Sur, publicado en forma pstuma y quizs pensado como
comienzo de un segundo volumen de Conflictos, Sarmiento vuelve sobre la incapacidad poltica de la raza:
Obsrvese que todo el mundo cristiano esta en posesin del voto efectivo del pueblo para dirigir su gobierno, y que
todos nosotros estamos persuadidos que no tenemos este resorte en nuestra maquinaria poltica, por excepcin de la
regla; tngase presente que este mal es general a todos los pueblos de la raza latina en Amrica del Sud, lo que hace
que despus de setenta aos no se haya podido organizar definitivamente el Gobierno ( OC, XXXVIII, 273). La
Argentina, concluye, esta mejor que otros pases hispanoamericanos porque tiene mas habitantes blancos. En
contraste, un pas como Ecuador cuenta un milln de los cuales solo cien mil son blancos. Resultado: Tres tiranuelos
militares abrazan casi toda su historia (XXXVIII, 282-283).
Todos los hombres del 37 estaban de acuerdo con Sarmiento en lo esencial respecto de la raza. Mrmol, con
brevedad no caracterstica de l, define a los partidarios de Rosas como ese pueblo ignorante por educacin,
vengativo por raza y entusiasta por clima (Amalia, 44). Hasta Alberdi, que por lo general evita las caricaturas
raciales que se encuentran en Sarmiento, lamenta los orgenes mestizos de la Argentina. Para Alberdi no hay
Amrica digna del mundo aparte de la europeizada:
las republicas de la Amrica del Sud son producto y testimonio vivo de la Accin de Europa en Amrica... Todo
en la civilizacin de nuestro suelo es europeo; la Amrica misma es un descubrimiento europeo. La sac a la luz
un navegante genovs, y fomento el descubrimiento... Los que llamamos americanos, no somos otra cosa que
europeos nacidos en Amrica. Crneo, sangre, color, todo es de fuera... Quin conoce caballero entre
nosotros que haga alarde de ser indio neto? Quin casara a sus hermanos o a su hija con un infanzn de la
Araucania, y no mil veces con un zapatero ingles? En Amrica todo lo que no es europeo es brbaro: no hay
mas divisin que esta: 1, el indgena, es decir, el salvaje; 2, el europeo, es decir, nosotros, los que hemos
nacido en Amrica y hablamos espaol, los que creemos en Jesucristo y no en Pillan. (Bases, 239-241)
Alberdi tampoco acepta la idea de que puedan forjarse cambios sustnciales entre los mestizos pobres mediante
la educacin. Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas populares, por todas las
transformaciones del mejor sistema de instruccin: en cien aos no haris de l un obrero ingles (252). Tambin en
las Bases Alberdi afirma que utopa es pensar que podamos realizar la republica representativa... si no alternamos y
modificamos profundamente la masa o pasta de que se compone nuestro pueblo hispanoamericano (405. Como se
vera en captulos posteriores, Alberdi altero considerablemente su opinin de las razas mestizas de la Argentina;
pero como indicadores de un punto de vista generacional, sus palabras se explican por s mismas. Fue Echeverra, sin
embargo, quien escribi la declaracin ms eficaz de la Generacin sobre la raza, no en un ensayo sino en uno de los
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primeros y mejores cuentos de la literatura hispanoamericana, El matadero, escrito probablemente alrededor de
1840 pero indito hasta despus de la muerte del autor.
El argumento de El matadero es simple. Por causa de una escasez de carne, los partidarios de Rosas estn
empezando a dudar de la capacidad de su caudillo para proveer a la nacin. El anuncio de que varios toros sern
carneados en determinada fecha atrae en masa al matadero a las clases inferiores de Buenos Aires. Echeverra
describe con asqueante detalle como hombres sucios y manchados de sangre matan y desmiembran el ganado; como
la gente lucha por diferentes partes de los animales, incluyendo sesos, testculos y entraas; y como la muerte
accidental de un nio no provoca ninguna compasin entre la muchedumbre hambrienta y carnvora. Pero el clmax de
la historia muestra a un joven culto que casualmente pasa por el matadero sin llevar la obligatoria insignia rosista.
Obviamente, es un unitario, un smbolo de la Argentina civilizada que Rosas habia suprimido; la muchedumbre lo
ataca y lo hace desmontar. El tumulto se descontrola; la turba amenaza con desnudar, azotar y tal vez violar al
joven, quien antes que sufrir un escarnio, muere de noble furia: un torrente de sangre broto borbolloneando de la
boca y las narices del joven (Echeverra, El matadero, en Obras completas, 324.
Las ecuaciones obvias del matadero con la Argentina de Rosas y de los matarifes con los esbirros del rgimen
podran ser tediosas si el problema ideolgico implicado no fuera tan peculiar. Al reconocer que Rosas segua en el
poder en virtud de un amplio apoyo de las clases bajas, Echeverra no se limita a escribir una diatriba mas contra
Rosas, sino que propone desacreditar a las masas mismas, quines, desde su punto de vista, son la verdadera razn del
poder de Rosas. Echeverra logra su objetivo de difamar a las masas registrando en horrendo detalle su conducta y
llamando repetidamente la atencin sobre su raza. Por ejemplo, las negras y mulatas achuradoras, cuya fealdad
trasuntaba las arpas de las fbulas (316. Mas adelante leemos que dos africanas llevaban arrastrando las
entraas de un anima; all una mulata se alejaba con un ovillo de tripas y, resbalando de repente sobre un charco de
sangre, cada a plomo, cubriendo con su cuerpo la codiciada presa. Acull se vean acurrucadas en hilera
cuatrocientas negras... (317). Estas referencias raciales siguen a todo lo largo del texto. La intencin de Echeverra
de desacreditar a los rosistas se realza en vividos retratos de su conducta brbara: luchan por los testculos de un
toro, usan el lenguaje mas vulgar y blasfemo, atacan cobardemente a un ingles inocente, y al fin asesinan con
brutalidad al joven unitario. Para que no queden dudas sobre su intencin, concluye la historia con estas palabras:
En aquel tiempo los carniceros degolladores del Matadero eran los apstoles que propagaban a brega y pual la
federacin rosina, y no es difcil imaginarse que federacin saldra de sus cabezas y cuchillas... por el suceso
anterior puede verse a las claras que el foco de la de Federacin estaba en el Matadero (324). Tales son las
palabras de un escritor que en otros contextos habla piadosamente de reconciliar federales y unitarios. Por mas
admiracin que pueda generar el talento literario de Echeverra, no puede negarse la intencin antipopular que hay
detrs de esta historia. Ya que Rosas retena el poder con el apoyo de las masas, criticarlo a l no era suficiente; las
masas mismas deban ser denigradas y rebajadas. Pocos documentos en la historia argentina reflejan mejor la
extraa mezcla de miedo y hostilidad que los argentinos de la clase alta han sentido hacia sus conciudadanos
humildes. (El cuento de Echeverra inspiro interesantsima imitacin en nuestro siglo. Durante la primera presidencia
de Pern (1946-1955), Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, bajo el seudnimo de Bustos Domecq, escribieron
un cuento titulado La fiesta del monstruo. El personaje principal es un obrero que relata su participacin en una
demostracin peronista en la Plaza de Mayo. Usando los trminos mas chabacanos imaginables, Borges y Bioy
describen a los peronistas como deformes, vulgares, estpidos, feos, de pies planos, narices aplastadas, sobrepeso...
en suma, basura gentica indigna del menor respeto y mucho menos del voto. Cuando la muchedumbre converge hacia
la Plaza de Mayo, tropiezan con un judio al que asesinan brutalmente. Echeverra, Borges y Bioy Casares, pese al siglo
que los separa, enfrentaron un dilema similar: como apoyar en teora la democracia desacreditando al mismo tiempo
el apoyo mayoritario a Rosas o Pern. Su solucin es retratar a las clases bajas argentinas de la manera mas brutal,
denigrante y en ultima instancia despreciativa posible. De ese modo Echeverra, Bioy Casares y Borges ilustran la
paradoja del liberalismo argentino tanto en el siglo XIX como en el XX: mientras tericamente es pro democrtico,
es profundamente antipopular y de ningn modo igualitarista.)
Pero por qu esa conciencia de raza? De todas las explicaciones posibles del fracaso, por qu la raza ocupa un
lugar tan importante en el pensamiento de la Generacin del 37? La explicacin mas fcil dira que los argentinos se
limitaban a repetir prejuicios comunes en Europa, donde la idea de la inferioridad inherente a los pueblos oscuros,
llevaba dos siglos de vigencia. Aunque la influencia del racismo europeo en la Argentina es innegable la emergencia
del prejuicio racial en Europa seala una explicacin adicional. La denigracin de los africanos en el pensamiento
europeo, de acuerdo con Nancy Stepan, era relativamente rara antes del trafico de esclavos. Con la
institucionalizacin de la esclavitud, la supuesta inferioridad de los africanos obtuvo amplia credibilidad
precisamente porque el racismo proporcionaba una ideologa a la subyugacin de los negros ( Race in Science, xxi-
xxiii). En una palabra, el racismo se hizo popular para justificar la explotacin de un grupo particular. En el caso de
la Argentina, estos argumentos sugieren que en algn nivel la Generacin del 37 estaba levantando un marco
ideolgico a priori para un sistema poltico que excluira, perseguira, desposeera y a menudo matara a los
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racialmente inferiores: gauchos, indios y mestizos. Y de hecho, fue exactamente lo que paso. El proceso de
quitarles lentamente tierras a los indios, que habia comenzado en tiempos coloniales, se incremento abruptamente
despus de que liberales como Sarmiento, Avellaneda y Roca llegaran al poder. En el equivalente argentino del ganar
el Oeste de los norteamericanos, los gobiernos liberales se embarcaron en una campaa de ganar tierras, operacin
que en la Argentina se llamo Conquista del Desierto, que desplazo o mato a miles de indios y gauchos, dejando
disponibles sus tierras natales para los colonos blancos o los especuladores. Mas adelante, mediante un sistema
electoral sagazmente excluyente, esos mismos grupos fueron mantenidos al margen dl proceso poltico. Usando la
estereotipia racial de la Generacin del 37, la justificacin ideolgica de tales acciones estaba a mano.
Los hombres del 37, entonces, atribuyeron los males de su pas a tres grandes causas: la tierra, la tradicin
espaola y la raza. Pero adems de explicar el fracaso, los hombres del 37 tuvieron que recetar remedios para su
problemtica patria. El capitulo siguiente estudia como planeaban hacer realidad sus sueos para la Argentina.
Capitulo 6
LA GENERACIN DEL 37 Parte II
Como vimos en el capitulo anterior, los hombres del 37 diagnosticaron con imaginacin y vigor, los problemas del pas.
Pero identificar los males era apenas la mitad de su misin; tambin era necesaria la prescripcin para mejorar y
sanar, una nueva frmula de principios de gobierno y ficciones conductoras que pusieran a la Argentina en camino del
progreso Afirmaron que el progreso no era mero resultado del movimiento histrico hegeliano: al progreso haba que
ganarlo mediante una lucha consciente, contra las fuerzas de supersticin, los moldes culturales reaccionarios
heredados de Espaa, la raza y los privilegios asentados. Ninguno de ellos crey que el combate sera ganado en su
generacin: antes bien, se preocuparon de crear un marco ideolgico de fundar mitos en palabras de Halpern
Donghi, que a los futuros gobiernos permitieran avanzar hacia la prosperidad y la democracia bajo un rgimen
constitucional (Pensamiento de Echeverra, 26)
Cul era la solucin, entonces para una poblacin maldita por la tradicin espaola y la inadecuacin radical? La
solucin caba en una palabra: imaginacin. Rivadavia ya haba abogado por ella como solucin para los problemas
argentinos, y Alberdi la mencionaba en su fragmento preliminar al estudio del derecho de 1835 (OC, I, 123). Pero
nadie propuso la inmigracin con mas vigor que Sarmiento, en las pginas finales de Facundo, donde declara que el
elemento principal del orden y moralizacin que la Republica Argentina cuenta hoy es la inmigracin europea(159).
Unos dieciocho meses despus de haber terminado el Facundo, Sarmiento visit Alemania, donde sus experiencias
confirmaron la conveniencia de llevar europeos al norte de Argentina. Citando a los romnticos alemanes, afirma que
la raza alemana es histricamente emigrante, que se inicio en la India, paso al norte de Europa en tiempos romanos,
y en el siglo XIX segua trasladndose a los Estados Unidos de Amrica: los autores alemanes, segn Sarmiento,
haban, reconocido como hecho inevitablemente fatal la emigracin de sus compatriotas(viajes II, 232) propone
una poltica oficial para atraer alemanes a las playas sudamericanas, para lo cual los gobiernos sudamericanos
deberan subsidiar los viajes, la instalacin, la compra de herramientas, semillas y adquisicin de tierra para los
recin llegados recomienda que se establezcan centros de informacin y emigracin en Alemania para dar a conocer
esas mediadas a gente que de otro modo se ira a Norteamrica (II, 231-236). Un ao despus, durante su primera
visita a los Estados Unidos, Sarmiento qued asombrado de que algunos norteamericanos vieran al inmigrante como
un elemento de barbarie (por qu?) sale de las clases menesterosas de Europa, ignorante de ordinario y siempre no
avezado a las prcticas republicanas de la tierra (viajes, III, 83) De todos modos se maravilla del proceso por el
cual los inmigrantes de Estados Unidos se asimilaban, primero mediante la religin y la educacin pblica, a una
cultura que a despecho del influjo de inmigrantes se mantena segn l, bsicamente puritana.
Alberdi tambin apoyo la inmigracin europea como una solucin segura para los males argentinos. En las Bases
escribe:
Cada europeo que viene a nuestras playas nos trae ms civilizacin en sus hbitos que luego comunica a nuestros
habitantes, que muchos libros de filosofa, se comprende mal la perfeccin que no se ve, toca ni palpa. Un hombre
laborioso es catecismo ms edificante.
Queremos plantar y aclamar en Amrica la libertad inglesa, la cultura francesa, la laboriosidad del hombre de
Europa y Estados Unidos? Traigamos pedazos vivos de ellas en las costumbres y radiqumoslas aqu. (250)
De estas ideas deriva el aforismo ms celebrado de Alberdi: gobernar es poblar Nos dice que no es mediante la
educacin o muchos libros de filosofa que se cambiara a la Argentina, sino trayendo pedazos vivos de la cultura
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europea para plantearnos en suelo argentino y cambiar as la estructura tnica del pas pero, pero para que estos
pedazos vivos echen races, Alberdi insiste en que sean plantados en un ambiente nutricio, lo que significa que la
Argentina debe cambiar sus leyes sobre adquisicin de tierras, derechos civiles y religin.
De estos elementos, la religin era potencialmente el ms explosivo. Recordemos los problemas que haba tenido
Rivadavia con la jerarqua catlica, los hombres del 37 extremaron sus precaucione en la cuestin religiosa: afirma
su fe en Dios a la vez que promovan la libertad de culto y la educacin secular como religin ilustrada. En las
Palabras simblicas de la Asociacin de Mayo, Echeverra con referencias frecuentes a las escrituras cristianas,
defiende la religin (el impulso primordial de la humanidad de creer en un poder mas alto) y la religin positiva (la
religin basada en los hechos histrica). Afirman adems que es la mejor de las religiones positivas del cristianismo,
por que no es otra cosa que revelacin de los instintos morales de la humanidad. El Evangelio es la ley de Dios por
que es la ley moral de la conciencia y la razn (Dogma 175). Critica a los curas rosistas por haberse vuelto dciles y
utilsimos instrumentos de tirana y retroceso, y espera que en el futuro el clero comprendiese en su misin y se
dejase de poltica (Ojeda, 99-100)
La educacin religiosa era un problema particularmente espinoso. Alberdi, de todos modos, no ahorra criticas al
papel del clero en la educacin: Que el clero se eduque a s mismo, pero no se encargue de formar nuestros
abogados y estadistas, nuestros negociantes, marinos y guerreros, Podr el clero dar a nuestra juventud los
instintos mercantiles e industriales que definan al hombre Sudamericano? Sacara de sus manos esa fiebre de
actividad y de empresa que lo haga ser el yankee hispanoamericano? Ms an, Alberdi siente no solo que el clero
debera abandonar las aulas si no tambin que la educacin humanstica, que a su juicio era un rasgo del
escolasticismo catlico, debera ser reemplazada con estudios prcticos en fsica e ingeniera y que el ingles como
idioma de la libertad, la industria y el orden deba reemplazar al latn Cmo recibir, pregunta el ejemplo y la
accin civilizadora de la raza anglosajona sin la posesin general de la lengua? (Bases, 234-235). Sin estas reformas
que predica, las escuelas y universidades argentinas seguirn siendo nada ms que fbricas de chantalismo, de
ociosidad, de demagogia y de presuncin titulada (232).
Pero ninguno de los hombres del 37 quera terminar con la religin en la Argentina. Echeverra critica a los
intelectuales argentinos, los rivadavianos en particular, por su indiferencia, o ms bien por hostilidad, hacia la
religin. En nuestra orgullosa suficiencia, hemos desechado el mvil ms poderoso para moralizar y civilizar
nuestras masas... si le quitis (al pueblo) la religin, qu le dais?... qu autoridad tendr la moral ante sus ojos sin
el sello divino de la sancin religiosa? (Ojeda, 97) Ms puntilloso Alberdi escribe:
Respetad su altar cada creencia... La Amrica espaola, reducida al catolicismo con exclusin de otro culto,
representa un solitario y silencioso convento de monjes... Excluir los cultos disidentes de Amrica del sur, es excluir
a los ingleses, a los alemanes, a los suizos, a los norteamericanos que no son catlicos; es decir, a los pobladores que
ms necesita este continente. Traerlos sin su culto, es traerlos sin el agente que les hace ser lo que son. (Bases,
258-259)
Ms adelante, en un guio, nada convincente, a Roma declara que oponerse a la libertad de culto es un insulto a la
magnificencia de esta noble Iglesia, tan capaz de asociarse a todos los progresos humanos
En este complejo intento de garantizar la libertad religiosa para los inmigrantes protestantes, sin ofender a Roma,
Alberdi y Echeverra revelan su verdadero propsito: Usar la religin como una herramienta para construir su visin
de la Argentina. En ninguna parte dan indicio de ser creyentes fervorosos. Como dice Halperin Donghi de la relacin
de Echeverra con el cristianismo; Todo el camino del pensamiento de Echeverra est puntuado por residuos
ideolgicos, signos que han sido vaciados de todo sentido... el sentimiento religioso no tiene ningn lugar entre sus
intereses ms profundos. (El pensamiento de Echeverra, 85-86). Lo que queran los hombres del 37 era una iglesia
dcil que renunciara a una autoridad y verdad exclusivas para asumir un rol til en la formacin de la Argentina
positivista. Que la generacin del 37 creyera que la iglesia aceptara pacficamente ese papel muestra una
considerable ingenuidad basada en la misma arrogancia hacia la religin que aquellos denunciaban en los unitarios.
Antes que incluir a la iglesia en un dilogo productivo, preferan dictar normas religiosas en ese nombre del
evangelio ilustrado de Echeverra y el llamado de Alberdi a los sentimientos nobles. La jerarqua eclesistica
Argentina resisti a tales ataques a sus prerrogativas, en especial a la educacin religiosa. La Iglesia perdi muchas
escaramuzas con los reformistas del 37 y sus vstagos invariablemente del lado de la tradicin. Aun hoy, los
jerarcas de la Iglesia Argentina son los ms conservadores, por no decir reaccionarios, de toda Amrica Latina.
Los hombres del 37 comprendieron que sus planes inmigratorios, esquemas econmicos y prescripciones de libertad
religiosa estaban teidos de utopismo y no daban la clave de qu hacer mientras tanto. Dada la posicin tomada por
la Generacin del 37 respecto de sus conciudadanos, la cuestin era saber que clase de gobierno poda llenar el vaco
hasta que en palabras de Echeverra el pueblo fuese al fin pueblo (Ojeada, 106).
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El sufragio universal y el gobierno numricamente representativo esta fuera de cuestin. Recordando la popularidad
de rosas y los interminables litigios electorales entre Buenos Aires y las provincias, Echeverra escribe: el sufragio
universal dio de s cuanto pudo dar: el suicidio del pueblo por s mismo, la legitimacin del Despotismo (Ojeda, 104),
Antes que permitir a todo el pueblo acceso inmediato al poder, recomienda comenzar por un punto de arranque que
nos llevase por una serie de progresos graduales a la perfeccin de la institucin democrtica (106). Para lograr
este objetivo, el poder real debe ser dejado ante todo en manos de una elite natural, una jerarqua natural, la nica
que debe existir... aquella que trae su origen de naturaleza y que consiste en la inteligencia, la virtud, la capacidad,
el merito probado (Dogma, 173). Echeverra argumenta lo siguiente:
La soberana del pueblo slo puede residir en la razn del pueblo y que solo es llamada a ejercer la parte sensata y
racional de la comunidad social.
La parte ignorante queda bajo tutela y salvaguardia de la ley dictada por el consentimiento uniforme del pueblo
racional.
La democracia, pues no el despotismo absoluto de las masas, ni de las mayoras es el rgimen de la razn.(Dogma,
201).
En un alejamiento notable del sentimiento casi populista expresado en su fragmento preliminar Alberdi no se
muestra menos enftico cuando llama ignorancia universal al sufragio universal. El sufragio universal donde la
universalidad de los que sufraguen, es ignorante en la materia sobre la que el sufragio versa, el sufragio de uno de
unos pocos; y en ninguna parte impera el rgimen de las minoras, como donde la mayora nacional es proclamada
soberana (Amrica EP VII, 344).
Se hace evidente as que la democracia para la Generacin del 37, como para los morenistas antes que ellos, se
defina como un gobierno para el pueblo pero no por el pueblo. Que el nuevo gobierno no deba incluir al pueblo en
ningn sentido universal ya queda explicito en Sarmiento: Cuando decimos pueblo, entendemos los notables, activos,
inteligentes: clase gobernante. Somos gentes decentes. Patricios a cuya clase pertenecemos nosotros, pues, no ha de
verse en nuestra Cmara ni gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente, es decir patriota (citando en
Paoli, Sarmiento, 175). Como los morenistas, los rivadavianos y Beruti y su gente decente, los hombres del 37
quisieron una democracia exclusiva. Lejos de la democracia radical de Hidalgo y Artigas, su inters en el pueblo
mostraba una extraa semejanza a la ley autocrtica y paternalista de Rosas.
La cuestin del sufragio popular oblig a los hombres del 37 a explicar el gobierno que ya tena la Argentina: el del
caudillo, que, ms que un smbolo, era tambin un hombre de carne y hueso, apoyado quizs por una mayora aunque
no se hubiese dado elecciones formales. Nadie describe el fenmeno del caudillo mejor que Sarmiento. El caudillo,
escribe, es el espejo en que se reflejan, en dimensiones colosales, las creencias, las necesidades, preocupaciones y
hbitos de una nacin en una poca dada de su historia (Facundo, 6). Es un enemigo predeterminado del progreso, el
hombre natural surgido de las profundidades del salvaje suelo americano, heredero de la tradicin medieval espaola
(18). Su enaltecimiento al poder es fatal forzoso, natural y lgico.
La explicacin ms perdurable que se dio Sarmiento del poder del caudillo postula un vinculo irracional entre las
masas y su lder, por el cual el caudillo refleja de manera misteriosa la voluntad inarticulada de las masas (130),
argumento tambin usado ms adelante para justificar a lideres populistas tan diversos como Mussolini, Hitler,
Pern y Castro. Se ha sugerido que la fascinacin de Sarmiento con el caudillo no hace ms que reflejar el inters de
su siglo por la figura del hroe, el individuo titnico que deja su marca personal en la historia, tema popularizado por
Hegel y despus retomado por hombres tan diversos como Beethoven, Stendhal, Wagner y Arnold, pero el hroe de
Hegel es muy diferente al caudillo de Sarmiento. En la filosofa de la historia, Hegel insiste en que los grandes
hombres de la historia se destacan porque sus objetivos particulares engloban grandes problemas que son la
voluntad del espritu del mundo. Pero su grandeza personal es ms aparente que real, ya que parecen tomar impulso
de sus vidas de s mismos cuando en realidad son meros reflejos del espritu del mundo (30). Aunque el inters de
Sarmiento en la figura del caudillo comparte la fascinacin romntica por el hroe en Hegel, invierte los trminos
hegelianos. En Sarmiento, el caudillo refleja no el espritu del mundo, que es la fuerza que mueve a la historia y el
progreso, sino el espritu popular, que es la fuerza de la barbarie. Lejos de permitirle seguir su curso, al caudillo es
preciso eliminarlo, si es preciso por la fuerza, para poner en su lugar la ley de la razn. Por mucho que se acerque
Sarmiento al irracionalismo romntico, en ltima instancia la visin que junto a toda su generacin quiere imponer a
la Argentina es racional y positivista: el pueblo no debe ser necesariamente una pieza manipulada por fuerzas
histricas invisibles, sino un grupo de seres racionales capaces de transformar el mundo de acuerdo a su visin
esencialmente positivista.
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En constante con una visin racional del mundo, el caudillo es la voz de la sinrazn. Puede reflejar una volunta popular
inarticulada, pero toda la autoridad est centrada en una persona. En opinin de Sarmiento, gobierna por decreto, no
por la persuasin. Dado que la obediencia esclava de sus secuaces le basta para validar su autoridad, la fuerza para
asegurarse esa obediencia se vuelve la nica forma necesaria de gobierno. La justicia del caudillo es administrada
sin formalidades de discusin, ya que la discusin a diferencia del decreto, coloca la autoridad fuera de la persona
del caudillo(facundo, 130). Su gobierno es creacin de su voluntad arrogante. Es el Estado una tabla rasa en que l
va a escribir una nueva cosa, original... va a realizar su repblica ideal, segn l ha concebido... sin que vengan a
estorbar su realizacin tradiciones envejecidas, preocupaciones de la poca... garantas individuales, instituciones
vigentes... todo va a ser nuevo obra de su ingenio (131-132). Alzando la vista de la evidente irona de estas palabras,
es fcil ver cmo el hroe romntico (el hombre ms grande que la naturaleza, figura titnica que, como Dios, crea
de la nada) influy la descripcin que hace Sarmiento del caudillo. En realidad Sarmiento quiso emular al caudillo que
tanto odiaba. Por ejemplo, condena al caudillismo como forma de gobierno sin formas sin debate: ninguna
descripcin mejor del Sarmiento escritor. En lugar de usar argumentacin cuidadosamente construidas, basadas en
pruebas verificables, Sarmiento recurre a la declaracin apasionada basada en una sola prueba de autoridad
personal y de sus conocimientos. En una palabra, escribe por decreto, motivo por el cual Alberdi lo llam caudillo de
la pluma (citado en Bunkley, 356). En los mejores libros de Sarmiento (Recuerdos de provincia vida de
Dominguito)este estilo declaratorio est felizmente ausente. Pero pese a la fascinacin romntica de Sarmiento con
el caudillo titn, pas su vida condenando al caudillismo. El caudillo para Sarmiento es la encarnacin del mal que
debe ser exorcizado si la Argentina quiere civilizarse.
Como Sarmiento, Alberdi reconoca que el caudillo era un elemento nativo de la Argentina. Como vimos en su
fragmento preliminar, en el comienzo Alberdi se mostr interesado en usar a Rosas como un escaln hacia una
repblica moderna. No tard en perder las esperanzas en Rosas, pero no abandon su creencia de que la figura
recurrente del caudillo era prueba visible de un hecho de la vida peculiarmente argentino: la necesidad de un
Ejecutivo fuerte. Esta necesidad, segn Alberdi, explica los intentos de varios argentinos distinguios de las
generaciones anteriores, incluyendo al general Jos de San Martn, por establecer una monarqua como el modo ms
eficaz de darle al pas la estabilidad necesaria para su supervivencia. Dad al Ejecutivo todo el poder posible,
escribi Alberdi. Pero drselo por medio de una constitucin. Este desarrollo del Poder Ejecutivo constituye una
necesidad dominante del derecho constitucional de nuestros das en Sudamrica. Los ensayos de monarqua, los
arranques dirigidos a confiar los destinos pblicos a la dictadura, son la mejor prueba de la necesidad que
sealamos (Bases, 352).Cita con aprobacin a Simn Bolvar: los nuevos Estados de Amrica antes espaola,
necesitan reyes con el nombre de presidentes (229). Por causa de esa preferencia de Alberdi por un Ejecutivo
fuerte, la constitucin de 1853, que en lo fundamental sigue a la de los Estados Unidos de diferencia de sta en un
punto de importancia: el Ejecutivo puede intervenir en casi cualquier aspecto de la vida argentina que a juicio
amenace la integridad de la Nacin. Este poder de intervenir a sido usado, a menudo con interesada arbitrariedad,
para todo, desde anular los resultados de elecciones provinciales hasta clausurar universidades.
Domesticar al caudillismo mediante un Ejecutivo fuerte no fue la nica receta de la Generacin del 37 para los males
de la nacin. Tambin dedicaron considerable atencin a definir una poltica econmica para la Argentina que
soaban. El principal en ese sentido fue Alberdi, que habiendo ledo a los economistas de su tiempo partidarios de
laissez faire. Preparndose para la ola inmigratoria que esperaba atraer, escribe que: Los grandes medios de
introducir Europa en nuestro continente en escala y proporciones bastante poderosas para obrar un cambio
portentoso en pocos aos, son el ferrocarril, la libre navegacin y la libertad comercial. Europa viene a estas lejanas
regiones en alas del comercio y la industria, y busca la riqueza de nuestro continente. La riqueza como la poblacin,
como la cultura, es imposible donde los medios de comunicacin son difciles, pequeos y costosos (Bases, 261).
Pero, entre tanto, la Argentina era un pas subdesarrollado, rico en recursos naturales y pobre en capital y
tecnologa. No bastaba con proyectar lo que haba que hacer; lo fundamental era la inversin de capital y tecnologa
para hacerlo.
La solucin sugerida con ms frecuencia para remediar la escasez argentina de capital y tecnologa era, cosa que
nadie puede sorprender, Europa as como los inmigrantes europeos resolvan los problemas demogrficos argentinos,
las inversiones y experiencia europeas eran consideradas el modo mejor de construir la infraestructura del pas. Con
argumentos que recuerdan poderosamente a la Representacin de los Hacendados de Moreno, Alberdi recomienda
abolir todos los aranceles proteccionistas y abrir de par en par el pas a las inversiones extranjeras, a los prestamos
y a la sociedad en los negocios (Bases, 181, 425).
Al enfrentarse con la objecin que haba hecho Washington en su Discurso de Despedida, de que las naciones
Americanas deban evitar los compromisos exteriores, Alberdi responde: Todo va cambiando en esta poca, la
repeticin del sistema que convino en tiempo y pases sin analoga con los nuestros, slo servia para llevarnos al
embrutecimiento y pobreza (181). Insiste adems en que los tratados de amistad y comercio son el medio
honorable de colocar la civilizacin sudamericana bajo el protectorado de la civilizacin del mundo.Y a cualquier que
tema que una potencia extranjera pueda invertir slo por su provecho y no por el de la Argentina, Alberdi responde:
Tratad con todas las naciones, no con algunas, conceded a todas las mismas garantas, para que ninguna pueda
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subrayarnos, y para que unas sirvan de obstculo contra las aspiraciones de otras (256). Ms adelante recomienda,
tal como lo haba hecho Rivadavia antes que l, que los ferrocarriles y otros proyectos necesarios para en progreso
sean pagados con crditos externos. Seria pueril esperar a que las rentas ordinarias alcancen para gastos
semejantes: invertid ese orden, empezad por los gastos... y tendris rentas... proteged al mismo empresas
particulares para la construccin de ferrocarriles. Colmadlas de ventajas, de privilegios, de todo el favor
imaginable... Son insuficientes nuestros capitales (para proyectos)? Entregadlas entonces a capitales extranjeros
(264-265). Consejo semejante se da respecto al desarrollo de la navegacin fluvial y a los puertos. Con capital
externo, con inmigrantes extranjeros, todo es posible. Abrid las puertas de par en par, escribi Alberdi, a la
entrada majestuosa del mundo (Bases, 272).
Hemos visto en algn detalle cmo los hombres del 37 consideraban los problemas del pas sobre todo en trminos
de tierra, raza y tradicin. Despus examinaremos cmo sus soluciones por lo general implicaban alguna suerte de
apelacin a Europa y Norteamrica, mediante la imitacin, la inmigracin, las inversiones o la importacin de
tecnologas. Pero cmo vean su propio destino como nacin? Cul era el puesto futuro de la Argentina entre las
naciones del mundo?
Lamentablemente, parecera que su misin era menos de creacin que de recreacin. Su objetivo era recrear la
civilizacin europea en Amrica y en un grado menor, repetir el xito de los Estados Unidos, esto deba realizarse
trayendo literalmente a la Argentina Pedazos vivos de esas sociedades en forma de inmigrantes, e imitando sus
instituciones. Aunque Sarmiento, Echeverra y Alberdi criticaron a los unitarios por su servil imitacin de Europa, en
gran medida ellos cayeron en la misma trampa. Su admiracin por el europeo era demasiado grande para que hubiera
podido evitarla Alberdi, por ejemplo, en cierto punto afirma con toda seriedad que el ingls es el ms perfecto de
los hombres, y que los Estados Unidos son el modelo del universo (Bases, 271-272). Echeverra proclama que
Europa es el centro de la civilizacin de los siglos y del progreso humanitario (Dogma, 169). Y en Facundo
Sarmiento justifica sus opiniones y observaciones con una apelacin continua a esa autoridad llamada Europa, sitio
que en ese momento slo conoca por libros. Como Jos Arcadio Buenda en Cien aos de soledad de Garca Mrquez
los hombres del 37 al parecer crean que la civilizacin y la cultura deban ser importadas el norte ya que los pueblos
y tradiciones autctonas (espaola, india y africana) eran enemigos del progreso. En cierto punto la Generacin del
37 se limit a reformular lo que haba sido el objetivo general de sus ancestros espaoles que conquistaron y
colonizaron la Argentina en el primer momento: Extender Europa. Esa Europa de los hombres del 37 estaba
compuesta por potencias industriales: Francia, Inglaterra y Alemania antes que la contrarreformita Espaa, y eso
establece una diferencia significativa; pero el impulso bsico por imponer una visin particular de Europa sobre los
parmetros americanos es algo en que coinciden tanto la conquista espaola como la Generacin del 37.
Los pensadores nacionalistas de nuestro siglo, hombres como Arturo Jauretche, han sugerido que el objetivo de
recrear Europa fue indebidamente modesto, que mutil la energa creativa que la Argentina necesitaba para
establecer una nacin vigorosa y soberana (Jauretche, El medio pelo, 81-100).Para ser justos con los hombres del
37, debe sealarse que, al menos en teora, desaprobaron la imitacin servil de Europa y Estados Unidos, que los
acusan de nacionalistas actuales, tanto en s mismos como en sus antepasados unitarios, por ejemplo Echeverra, en
su poema El regreso, compuesto en 1830, poco despus de su regreso a Argentina de Europa escribe:
Confuso, por tu vasta superficie
Europa degradada, yo no he visto
Ms que fausto y molicie
Y poco que el espritu sublime;
Al lujo y los placeres
Encubriendo con rosas,
Las marcas oprobiosas,
Del hierro vil que a tu progenie oprime.
Ms adelante elogia a los insurgentes argentinos de 1810, quienes Con rara osada / el fanatismo y la opresin
hollaron, liberando as un hemisferio entero de un largo y degradante cautiverio (OC, 736-737). Sarmiento mostr
parecida ambivalencia hacia Europa y Norteamrica durante su primer viaje ms all de las fronteras de Argentina
y Chile. Francia fue su mayor desilusin. Al llegar a Le Havre en 1846, un ao despus de terminar Facundo, lo
escandalizo la codicia franceses pobres: Ah, la Europa! Triste mezcla de grandeza y de abyeccin, de saber y de
embrutecimiento, a la vez sublime y sucio receptculo de todo lo que el hombre eleva o lo tiene degradado, reyes y
lacayos, monumentos y lazaretos, opulencia y vida salvaje (Viajes, I, 146). Horrorizado por la influencia y la mezquina
corrupcin de los burcratas franceses, se refiere a ellos en una ocasin como animales de dos pies (I, 176).
Especialmente irritantes era la ignorancia y el desinters que los polticos franceses tenan por Amrica Latina (I,
173-175). Una tarde en la Cmara de Diputados francesa bast para convencerlos de que el gobierno era poco ms
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que una turba de cmplices y lo estimulo a escribir una tormentosa, y hoy divertida, lista de recomendaciones
mediante la cual Francia poda redimirse (I, 180-188). Aunque nunca dejo de admirar a Francia como capital cultural
del mundo, dejo el pas convencido que Argentina deba buscar modelos por otra parte. Italia, como Francia, lo
cautiv con su belleza y su sentimiento del pasado, pero tampoco encontr mucho en los italianos o en la Italia
contempornea que pudiera contribuir a la construccin de la Nueva Argentina.
Suiza y Alemania fueron otra cosa, escribe: Traame triste y desencantado hasta entrar en Suiza el repugnante
espectculo de miseria y atraso de la gran mayora de las naciones. En Espaa haba visto en ambas Castilla y la
Mancha, un pueblo feroz, andrajoso y endurecido en la ignorancia y la ociosidad: los rabes en frica, me haban
tornado fantico hasta el exterminio; y los italianos en Npoles mostrndome el ltimo grado a que pueda descender
la dignidad humana bajo cero. Que importan los monumentos del genio en Italia, si al apartar de ellos los ojos que los
contemplan, caen sobre el pueblo mendigo que tiende la mano... La Suiza, empero, me ha rehabilitado para el amor y
el respeto del pueblo, beneficiando en ella, aunque humilde y pobre, la repblica que tanto sabe ennoblecer al
hombre (II, 220-221). En Alemania encontr ms todava que alabar, empezando con el sistema de educacin
pblica prusiano que, en su opinin, haba alcanzado el bello ideal que pretenden realizar otros pueblos (II, 227).
Ms adelante, en marcado contraste con suspicacia respecto del voto popular en la Argentina, declara que La
Prusia, gracias a su inteligente sistema de educacin, esta ms preparada que Francia para la vida poltica y el voto
universal no sera una exageracin donde todas las clases de la sociedad tienen el uso de la razn, por que la tienen
cultivada (II, 229)
El ltimo tramo del viaje de Sarmiento lo llev a Estados Unidos, donde visito Nueva York, Boston, Washington y
viajo por el medio Oeste hacia el norte por los ros Ohio y Mississipi. Escribe que dej los Estados Unidos Triste,
pensativo, complicado y abismado: la mitad de mis ilusiones rotas o ajadas, mientras que otras luchaban contra el
raciocinio para decorar de nuevo aquel panorama imaginario en que encerramos siempre las ideas que no hemos visto,
como damos una fisonoma y un metal de voz a un amigo que slo por cartas conocemos (Viajes, III, 7). Pero, a
despecho de estas restricciones iniciales, el diario de viaje de Sarmiento indica que sus impresiones de los recursos
norteamericanos, sus transportes fluviales y ferrocarriles, su gobierno, educacin, tecnologa, industria, pueblo y
poltica de inmigracin son abrumadoramente favorable, que el pas lo impresiono como la altura de civilizacin a que
ha llegado la parte ms noble de la humanidad (III, 9). Incluso apoy la guerra expansionista de los Estados Unidos
contra Mxico y Canad afirmando que estuvieran bajo las barras y las estrellas, La unin de los hombres libres
principiar en el polo Norte para venir a terminar por falta de tierra, en el Istmo de Panam(III, 14); es sta una
postura que lo distancia netamente de la mayora de los latinoamericanos, quienes igual que Emerson, Lincoln, y
Thoreau, reconocan la guerra de los Estados Unidos contra Mxico como lo que era: una vergonzosa rapia de
tierras por causa de la cual Mxico perdi la mitad de su territorio.
El ms sostenido uso de los Estados Unidos como modelo de referencia para la Argentina, en la obra de Sarmiento,
est en Argirpolis, un libro breve escrito en 1850; en l, a la vez ataca a Rosas, esboza un programa para una
Argentina postrosista. Dedicado a Juan Jos de Urquiza, el caudillo progresista de Entre Ros que con el tiempo
destronara a Rosas (y que probablemente no ley el libro de Sarmiento); Argirpolis reformula temas que ya
estaban en Facundo: La necesidad de desreglar la navegacin de los ros, el libre comercio, mejores escuelas,
inmigracin, gobierno institucional, etc. Pero Argirpolis, tambin afirma que Argentina esta destinada a ser los
Estados Unidos de Sudamrica, y debera incluir a Uruguay y Paraguay... siendo sta una idea que han llevado a no
pocas guerras (OC, XIII, 31-37). Sostiene que la ciudad capital como Washington DC, debera alejarse de Buenos
Aires, hacia un sitio ms central del territorio, Sarmiento eligi la Martn Garca, una diminuta isla infestada de
mosquitos ubicada donde influyen los ros Paran y Uruguay, Sarmiento nunca haba estado all, pero como Martn
Garca estaba cerca del centro geogrfico del pas imaginario, le pareci bien verla del mapa. Una vez ms, esta
propuesta queda justificada mediante constantes referencias a los Estados Unidos (OC, 45-53). Argirpolis, en
palabras de Bunkley, es tpica del pensamiento de Sarmiento. Se trata de un plan concebido del principio al fin
abstracto, un proyecto intelectual, muy alejado de la realidad, (323) Argirpolis, tambin muestra hasta que punto
Sarmiento crea que el destino ms exaltado de Argentina era volverse una imagen de los Estados Unidos al otro
extremo del hemisferio.
Fue as como, aunque Echeverra, Alberdi y Sarmiento encontraron mucho que criticar a Europa y Norteamrica,
cuando lleg el momento de dar sustancia a sus declaraciones de independencia de la cultura europea y
norteamericana, ninguno de los hombres del 37 reconoci gran cosa en Argentina que pudiera definirse como
positivo y nico. De hecho lo que era peculiar de Amrica, glorificado en el americanismo de Artigas e Hidalgo, era
para ellos era un obstculo en el progreso. Tampoco vigorizaron ninguna misin especial o potencial peculiar para su
pas; basada con transplantar Europa e imitar a Norteamrica. En consecuencia, no puede sorprender al pensar una
estructura para su Nueva Argentina, no pudieran salir de los modelos extranjeros y crear instituciones propias para
el pas. Entre los hombres del 37 y sus descendientes culturales, como sucedi con sus antecesores morenistas y
rivadavianos, la imitacin de la cultura europea y norteamericana sigui siendo sello de refinanciamiento. Antes que
forjar una nueva identidad libre de guas europeas, la Generacin del 37 y su progenie intelectual en gran medida
sustituy una tutela cultural por otra; lo que haba hecho a Espaa ahora lo hacan Francia, Inglaterra, y los Estados
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Unidos. Por lo dems las letras argentinas en su corriente principal seguiran adorando a Europa hasta el presente.
En ningn tramo del pensamiento argentino encontramos nada como la arrogancia insolente y adolescente frente a
Europa que ejemplifican libros de Mark Twain como Innocents Abroad, The prince and the pauper y A Connecticut
Yankee in King Arthurs Court. Para Mark Twain, emular a Europa sonaba a pretencioso. Para los argentinos
educados, sonaba a cultura.
La reverencia de la Generacin del 37 hacia la Europa del Norte y los Estados Unidos contrasta gradualmente con su
desenvoltura para hacer a un lado a Espaa. Para los hombres del 37, Espaa fue cuna de la barbarie, la hija
atrasada de Europa, del pariente pobre que conviene evitar a cualquier costo. Una actitud tan parricida difcilmente
poda construir una autoconfianza nacional. De hecho una de las corrientes intelectuales ms importantes del siglo
XX, el movimiento de la Hispanidad que empieza a comienzos de siglo y figura de modo prominente en la suba al
poder del nacionalismo, estuvo apuntada especficamente contra el prejuicio anthispanico de los liberales del siglo
anterior.
Pero, aunque los hombres del 37 miraron a Europa y Norteamrica en busca de modelos culturales, al parecer
sintieron, como Mariano Moreno y los rivadavianos antes que ellos, que el resto de Amrica Latina deba aprender de
Argentina. Sarmiento, en Argirpolis, afirma que la Argentina est destinada a conducir a Amrica Latina, aunque
ms no sea por virtud de su mayor poblacin de origen europeo. Hasta Alberdi por lo general es ms sensato estas
materias, proclam a la Argentina lder de Sudamrica. En un panfleto escrito en 1847 para condecorar la Revolucin
de Mayo, titulado La Repblica Argentina 37 aos despus de su revolucin de Mayo escribi:
La Republica Argentina no tiene un hombre, un suceso, una cada, una victoria, un acierto, un extravi de su vida
como nacin, de que deba sentirse avergonzada... En todas pocas la Argentina aparece al frente del movimiento de
esta Amrica. En lo bueno y en lo malo, su poder de iniciativa es el mismo: cuando no se arremenda a sus
libertadores, se imita a sus tiranos. En la revolucin, el plan de Moreno da la vuelta a nuestro continente. En la
guerra, San Martn ensea a Bolvar el camino de Ayacucho. Rivadavia da a la Amrica el plan de sus mejoras e
innovaciones progresistas (OC, III, 222-223).
Alberdi llega a elogiar a Rosas por unificar el pas, un mal y un remedio a la vez, y siguiere que un dictador as
podra ayudar a otros Estados Sudamericanos en su revolucin retrasada. Pero se apresura a agregar que la
grandeza de Rosas por matizada que sea, no es suya propia, sino que de la Argentina que desde los primeros das de
este siglo nunca dej de hacerse expectable por sus hombres y sus hechos (III, 226) Alberdi matiza tambin su
elogio de la Argentina atribuyendo su grandeza a su poder de imitacin: Como la ms prxima a Europa, (la
Argentina) recibi ms pronto el flujo de sus ideas progresistas... (es l) futuro para los Estados menos vecinos del
manantial transatlntico de los progresos americanos, lo que constitua el pasado de los Estados del Plata (III, 233)
En este sentido a la Argentina busco ser una gua para Amrica Latina, pero no como fuerza destinada a cambiar el
mundo, descartar los viejos mtodos europeos y crear una nueva Jerusaln en la que todos los pueblos buscaran luz
y saber. No. Alberdi en 1847, como los rivadavianos, cree que Amrica Latina debe seguir a la Argentina por que es
buena imitacin.
En la confesada intencin de la Generacin del 37 de imitar y recrear modelos extranjeros hay una profunda irona,
pues sus escritos constituyen un notable testimonio de la creatividad Argentina (y latinoamericana) y una
creatividad que desafa los modelos literarios e intelectuales europeos a cada fase. No hay mejor ejemplo que el
Facundo de Sarmiento. Se han vertido mares de tinta tratando de decidir si el Facundo debe catalogarse bajo el
rubro de la historia, sociologa, biografa, ensayo o alguna otra categora inventada para letras europeas. Demasiado
desconfiable e indocumentado para ser historia, demasiado intuitivo para ser sociologa y demasiado histrico,
biogrfico y sociolgico para ser ensayo, Facundo crea su propio gnero. No es ms fcil de etiquetar la orientacin
ideolgica del libro: los crticos, incluyendo algunos de la generacin de Sarmiento, siguen pensando que Facundo es
fundamentalmente una obra romntica. Aunque algunos elementos del libro reflejan el impulso romntico,
especialmente en la referencia del autor por la prosa apasionada y la intuicin personal por encima de los hechos
comprobables, Facundo es en otros aspectos especficamente antiromntico: encuentra en la tierra una fuente de
mal, desconfa antes que glorifica la tradicin popular, convierte a los hombres fuertes en tiranos antes que hroes
y sus aspiraciones son claramente internacionales que nacionales. En resumen, como mucha literatura
latinoamericana, que desde las crnicas coloniales en adelante se ha atendido a sus propios gneros, Facundo exige
una comprensin nueva de lo que constituye la literatura. Como ora literaria, Facundo, del mismo modo que los
pueblos mestizos que el autor deploraba, recoge como un prisma los matices variados de influencia europea y
novedad americana, en una obre de inmensa originalidad. En resumen, Facundo seria inconcebible sin el genio
peculiar de Sarmiento y la constante intrusin del Nuevo Mundo erosionando los modelos representacionales
desarrollados en Europa. Que irona que un texto de tanta novedad en el campo del discurso literario deba denigrar
a la Argentina autctona y predicar una sumisin imitativa de a modelos culturales extranjeros.
Pero ms que original, Facundo es proftico, pues anticipa los aspectos ms distintivos de la ficcin latinoamericana
contempornea: Como lo hace Cien aos de soledad de Garca Mrquez, Facundo abruma al lector con una vertiginosa
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abundancia de detalles a travs de los cuales el autor pinta en anchas pinceladas el retrato de todo un pueblo; como
en Los pasos perdidos y El siglo de las luces de Carpentier, Facundo describe marcos temporales sincrnicos que
coexisten en la vida primitiva de las pampas, el escolasticismo colonial de Crdoba y las pretensiones europeizantes
de Buenos Aires, que siempre se ha considerado la Paris sudamericana, como en La vorgine de Jos Eustaquio
Rivera y Pedro Pramo de Juan Rulfo, el Facundo evoca la presencia corruptora e ineludible de la naturaleza
indmita, como en El Otoo del Patriarca de Garca Mrquez, La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, El
seor presidente de Miguel ngel Asturias y Yo el supremo de Augusto Roa Bastos, Facundo explora la sicologa de
los caudillos y sus seguidores, segn lo analiza Roberto Gonzlez Echeverra en su articulo The dictatorship of
rhetoric / The rhetoric of Dictatorship: Carpentier, Garca Mrquez y Roa Bastos.
Los nacionalistas de hoy que denuncian a Sarmiento como un imitador a la busca de modelos extranjeros, lo leen
demasiado literalmente y no captan las notables contradicciones entre las confesadas intenciones sociopolticas de
Sarmiento y el libro que escribi en realidad, mientras Sarmiento predica la imitacin en la economia y el gobierno,
escribe un libro que burla todos los modelos extranjeros, mientras quiere explcitamente que la Argentina sea como
los pases mas progresistas de su tiempo, su libro se aparta claramente del impulso romntico de sus
contemporneos, mientras Facundo es denunciado aun hoy por los nacionalistas como obra de un cipayo, el libro
anticipa los aspectos mas originales de la ficcin latinoamericana contempornea. Si bien no podemos ignorar ni la
intencin de Sarmiento ni el efecto que pudo tener su libro en lectores literales Facundo sigue siendo una obra de
asombrosa y proftica creatividad.
Sin embargo aun con toda su originalidad no puede olvidarse este hecho lamentable: Los hombres del 37 en ultima
instancia se preocuparon mas por recrear Europa en el Cono Sur que por desarrollar un pas nuevo que mezclara lo
mejor del Viejo y del Nuevo Mundo.
Casi ninguno de los hombres del 37 vivira para ver sus ideas puestas en prctica. De todos modos, su comprensin
de los problemas del pas y sus propuestas para resolver esos problemas seran y seguiran siendo ficciones
orientadoras del liberalismo argentino. A partir de la dcada de 1860, y especialmente durante los aos de bonanza
argentina entre 1880 y 1915, los gobiernos liberales persiguieron con uniformidad esencial el problema enunciado por
los hombres del 37; dominio de una elite ilustrada europeizante basada en Buenos Aires; intentos de construir una
sociedad a la europea en la Argentina; gobierno aparentemente democrtico que en la realidad limitaba el debate de
la elite, mediante el fraude si era necesario; economa de laissez faire confinada primordialmente a quienes tenan
riquezas y posicin para acceder al orden econmico; un espectacular progreso material promovido por las
inversiones externas, endeudamiento y consiguiente perdida de la soberana nacional: siempre el desdn por los
pobres rurales y urbanos, reflejando en complejos intentos de mejorar la mezcla tnica por infusin de
inmigrantes del norte de Europa.
El juicio histrico de la Generacin de 37 es matizado. Hasta la aparicin de los historiadores revisionistas que
pasaron a primer plano en la dcada de 1930, pareca como si los hombres del 37 fueran a ocupar un puesto
indiscutido de honor en el panten de hroes nacionales, en parte por que las primeras historias argentinas fueron
escritas de hecho por hombres asociados con la Generacin, siendo Bartolom Mitre y Vicente Fidel Lpez los ms
conocidos. Estas historias formaron posteriormente la base de textos escolares que predicaron con xito a los
jvenes argentinos las glorias de los prceres liberales. Pero ya en el siglo XX el sentimiento nacionalista antiliberal
anticolonial, de izquierda y de derecha, ha desacreditado sistemticamente a los hombres del 37, con Sarmiento
como blanco principal de los ataques. El fervor antisarmiento en algunos crculos llego a ser tan ridculo que en 1978
el gobierno de la provincia de Neuquen prohibi la lectura de Sarmiento en las escuelas pblicas.
Solo el prejuicio ms ciego podra negar que la Generacin del 37 hay mucho que elogiar. Tanto sus miembros como
sus sucesores ideolgicos diagnosticaron con inagotable energa la barbarie del pas, pensaron soluciones e hicieron
todo lo posible por meter a la Argentina en los moldes civilizados con los que soaban. En el combate con la
barbarie de los espacios vacos, usaron a los gauchos para matar indios, liberando as vastas extensiones de tierra
que fueron parceladas, cercadas con alambre de pa y destruidas en parte a colonos, pero en mayor medida a los
grandes especuladores de Buenos Aires. Para combatir con la barbarie de la distancia, atrajeron a inversores e
ingenieros extranjeros, en su mayora ingleses para que cruzaran el pas con lneas de telgrafo y construyeran el
mejor sistema ferroviario de Amrica Latina. Para combatir con la barbarie de los caudillos populistas instituyeron
una poltica electoral que permita el debate y la eleccin libre entre la elite, conservando el derecho de intervenir
all donde la la arbitrariedad popular amenazara sus planes. Para combatir la barbarie de la ignorancia
construyeron literalmente cientos de escuelas pblicas en las que ocuparon puestos los recin graduados de
escuelas normales, que le daran a la Argentina el porcentaje de alfabetismo ms alto del continente.
De hecho, los que hoy critican a Sarmiento probablemente aprendieron a hacerlo en las escuelas que l fund. Para
combatir la barbarie de la raza, instituyeron polticas que con el tiempo atrajeron a millones de inmigrantes a las
costas argentinas, aunque la mayora de los recin llegados resultaron ser italianos y espaoles en lugar de suizos y
alemanes. Para combatir la barbarie de la pobreza expandieron la economia sembrando grandes extensiones de
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tierra con trigo y sorgo, a la vez que abran las puertas al comercio y la inversin de tierras, principalmente de Gran
Bretaa, Aunque los principales beneficiados de sus polticas econmicas fueron terratenientes, comerciantes y
abogados (ingleses), los obreros tambin alcanzaron un nivel de vida ms alto que sus contrapartidas del resto de
Amrica Latina. Para combatir la barbarie de los ejrcitos populistas fundaron academias militares para
personalizar las fuerzas armadas.
El xito prctico de estos programas es tema de amplia discusin, cuyo tratamiento excede los limites de este
estudio. Ms pertinente a nuestro propsito es legado ideolgico que dejaron los primeros liberales argentinos, gran
parte del cual hoy parece lamentable. En primer plano est la relativa modestia del objetivo final, de la principal
ficcin orientadora: traer Europa a cono Sur. En lugar de crear algo bueno, de construir una Jerusaln que fuera un
faro para las naciones del mundo, se limitaron a tratar de recrear Europa y Norteamrica en la Argentina, de ser un
faro solo para el resto de Latinoamrica, no como una idea nueva sino como una imitacin afortunada. Quizs tres
siglos de colonialismo, con ojos vueltos a Europa, hicieron inevitable ese modo de pensar. Pero el resultado fue
asfixiar la inventiva y recompensar la imitacin y probablemente ah est la clave de la cualidad peculiar de reflejo
que tiene mucho de la alta cultura Argentina, especialmente Buenos Aires. Aun algunos de los aspectos ms
originales de la cultura argentina (folklore, tango, las discretas subversiones borgeanas de las premisas literarias y
cognitivas de occidente) fueron reconocidos en la Argentina slo despus de que hubiese sido apreciado en Europa.
No menos daina que la explicita recomendacin de la Generacin del 37 de establecer Europa en Amrica Latina, a
menudo a expensas de un sentimiento de destino nacional, es una corriente en sus escritos que podra describirse
como una metfora subterrnea de malestar nacional, la idea de que el pas esta enfermo que slo puede funcionar
con l las curas drsticas, ya sea la ciruga violenta de erradicar porciones de la sociedad (indios, gauchos o
subversivos) o la insercin del tejido sano en forma de inmigrantes extranjeros. Estas idas probablemente
subyacen a la predisposicin en la historia moderna argentina a aceptar cambios radicales, desde la represin militar
al populismo mesinico, como hechos necesarios, incluso naturales para resolver problemas. Tambin ha hecho de la
economia argentina la ms sujeta a experimentos y manipulaciones del mundo, con resultados desastrosos, cualquiera
sea el viento que sople en doctrina desde Londres, Chicago o Pars, encuentra en la Argentina un inmediato y bien
dispuesto laboratorio.
Un corolario a la metfora de la enfermedad es la metfora de la incurabilidad. Cuando la Generacin del 37 explica
el fracaso en trminos de la tradicin espaola, la raza y la mezcla radical, sugieren que la enfermedad es un
resultado inescapable del pasado, la tierra, la etnia. Si la enfermedad es incurable, no hay soluciones y nadie es
culpable de lo que sali mal. Abundan representantes de este pensamiento entre los pensadores liberales argentinos.
En 1885, por ejemplo, Eugenio Cambaceres public En la sangre, una novela basada en ideas de darwinismo social e
inadecuacin radical como explicacin de los problemas argentinos. En 1889, el doctor Jos Maria Ramos, llamado el
padre de la psiquiatra argentina, publico un panfleto supuestamente cientfico contra el carcter argentino
titulado las masas argentinas: Un estudio de sicologa colectiva donde postula que las clases bajas argentinas,
nativas e inmigrantes se combinan para formar los guarangos, termino que abarca todo lo vulgar, chabacano e
ignorante, segn Ramos Meja, inmejorable (vase Salesi, La intuicin del rumbo, 69-71). En nuestro siglo, el adepto
ms importante de la metfora de la enfermedad incurable sigue siendo el todava influyente Ezequiel Martnez
Estrada, que en 1933 public Radiografa de la pampa, libro que desarrolla ideas sarmientistas de fallas congnitas
en la tierra, herencia cultural y la raza que predestinan a la Argentina al fracaso. La gente en las calles expresa el
mismo sentimiento con la ubicua frase Este pas no tiene arreglo.
Por ltimo, la rgida polaridad de la retrica de la Generacin del 37, especialmente en las irreductibles dualidades
de Sarmiento, dejaron un marco poco servicial para el debate porque impide toda media tinta o acuerdo. Los
hombres del 37 describieron a su pas en trminos de oposiciones binarias: Espaa contra Europa, campo contra
ciudad, absolutismo espaol contra razn europea, razas oscuras contra razas blancas, catolicismo de la
Contrarreforma contra cristianismo ilustrado, hombre del interior contra hombre del litoral, educacin escolstica
contra educacin tcnica y como slogan abarcador, Civilizacin contra Barbarie. Aunque no faltaron en la Generacin
del 37 las voces piadosas reclamando la reconciliacin, su sentimiento de acuerdo productivo fue saboteado por el
odio a Rosas y sus seguidores de clase baja, hecho que inevitablemente milit contra retrica inclusiva. Cuando en
lado es tan correcto y el otro tan errneo, el acuerdo y la inclusin se vuelven sinnimos de renuncia y pecado. Hasta
Alberdi, el ms conciliador del grupo, cae con frecuencia en una retrica que divide en lugar de sintetizar, lo que
implica que las soluciones slo pueden venir de la eliminacin de una de las partes para que sobreviva la otra. Los
hombres del 37 describieron la divisin. En sentido real, la divisin sigue siendo su legado ms influyente y menos
afortunado.
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CAPTULO 7
ALBERDI Y SARMIENTO:
EL ABISMO QUE CRECE
Mientras Rosas estuvo en el poder, los hombres del 37 se mantuvieron unidos en la causa comn contra el
dictador. Con su cada, esta unin en la oposicin se disolvi. La manifestacin ms importante de la quiebra
ideolgica es el debate entre Sarmiento y Alberdi, debate que toca puntos de importancia fundamental en las
ficciones conductoras de la Argentina. Como el debate surge de los hechos polticos del momento, en este captulo
examinaremos la cada del dictador, los primeros gobiernos que le sucedieron, y despus los detalles de la polmica
Alberdi-Sarmiento.
En 1849, Rosas pareca mantener un control firme del poder. La Legislatura provincial de Buenos Aires
acababa de reconfirmar su ttulo de gobernador, tras otra de las rutinarias y teatrales renuncias que l presentaba;
franceses e ingleses no tenan mas remedio que mostrar respeto por quien haba soportado el bloqueo y mantenido el
orden en un pas desordenado; las conspiraciones de los exiliados unitarios no parecan poder resultar en nada; y los
caudillos provinciales tambin parecan aplacados. Pero tres problemas internos militaban contra un feliz desenlace
de la historia de Rosas. Primero, Rosas que ya tena cincuenta y cinco aos, pareca aburrido de mantener la
disciplina y la intriga en que se sustentaba su poder. Segundo, la corrupcin, el favoritismo y el nepotismo estaban
salindose de cauce, aun dentro de las normas impuestas por Rosas. Y tercero, enfrentaba el perenne problema de
los gobiernos personalistas: la sucesin. Sin Rosas no habra rosismo. Sus hijos no mostraban inters en la poltica,
y como Rosas haba eliminado sistemticamente a sus allegados talentosos, para suprimir rivales potenciales, no
haba heredero a la vista dentro del gobierno. Siempre magistral en el despliegue de gestos, Rosas se ocup de
mantener su fachada vigorosa renovando sus reclamos sobre el Uruguay y el Paraguay. Pero estas medidas lograron
poco, ya que hasta sus partidarios estaban cansados del gasto y las conscripciones forzadas de la guerra.
Adems de la decadencia interna del rosismo, los aos 1849-1850 vieron nuevos movimientos por la
autonoma en el interior, cuando algunas provincias federalistas admitieron en vos alta que el supuesto federalismo
de Rosas no era ms que una mascara de la hegemona portea. Las primeras grietas del edificio rosistas se hicieron
visibles cuando Justo Jos de Urquiza, caudillo de la prospera Entre Ros, sum a su ritual apoyo a la reeleccin de
Rosas un pedido de reorganizacin nacional bajo el gobierno constitucional, palabras que Rosas consideraba
antitticas a su estilo personalista. Volva a la superficie, adems, el resentimiento por el monopolio aduanero de
Buenos Aires, sobre todo en el Litoral, un rea potencialmente tan rica como Buenos Aires. Al mismo tiempo, las
nuevas industrias derivadas de la lana haban atrado a inmigrantes vascos, gallegos e irlandeses, quienes, a
diferencias de los estancieros y los peones criollos, no sintieron una lealtad automtica hacia Rosas (Scobie, La
lucha, 19).
No obstante, el resentimiento provinciano no bast para sacudir al dictador. El golpe adicional que se
necesitaba para ello vino en octubre de 1850, cuando Brasil, cansado de la intromisin de Rosas en el Uruguay y su
rechazo a permitir la libre navegacin del Ro Paran, rompi con Buenos Aires y form la alianza con el Paraguay. En
Entre Ros, Urquiza, alentado por la accin del Brasil, sorprendi a todo el mundo rechazando renovar su pacto con
Rosas y entrando en acuerdos con el Brasil y el Uruguay. Poco despus se rebelaba contra Rosas colaborando con el
Brasil en la remocin del gobierno uruguayo, favorable a Rosas. La defeccin de Urquiza fue un golpe importante
para Rosas. Pues no slo el caudillo de Entre Ros era el ms poderoso y respetado de los lderes provinciales;
tambin dispona de un gran ejrcito que haba sido equipado por el mismo Rosas como contencin de los exiliados
unitarios en el Uruguay. Sabiendo que el conflicto con Rosas era inevitable, Urquiza sigui sumando tropas hasta
llegar a casi 28.000 hombres, 50.000 caballos, y 45 piezas sin contar tripulacin de navos y su armamento. Sus
fuerzas incluan diez mil de sus propios soldados t otros catorce mil voluntarios de otras provincias, Buenos Aires,
Brasil, y la comunidad de exiliados en el Uruguay. Fue el ejrcito ms grande reunido nunca en suelo americano.
Los intelectuales unitarios, incluidos Sarmiento, corrieron a unirse a la campaa de Urquiza. Pero la alianza
que formaron era incmoda, desde el punto de vista unitario, pues Urquiza haba colaborado demasiado tiempo con
Rosas y estaba demasiado identificado con los dems caudillos como para que pudieran confiar en l. Sarmiento en
especial se llev mal con el caudillo entrerriano. Ya irritado porque Urquiza no hubiera hecho de su Argirpolis el
catecismo de la Nueva Argentina, Sarmiento qued ms desanimado cuando Urquiza lo nombr cronista oficial de la
campaa, sin darla mando de tropas. Aunque sarmiento no tena experiencia militar, crea que sus campaas
periodsticas contra Rosas le daban ttulos para aspirar a una mayor gloria en la lucha militar contra el dictador.
Los ejrcitos de Rosas y Urquiza chocaron en Caseros, cerca de Buenos Aires, el 3 de febrero de 1852.
Aunque militarmente habra sido ms correcto que Rosas fuera a esperar a las tropas de Urquiza lejos de la cuidad,
la baja moral de sus hombres le impidi mandarlos lejos, donde no pudiera vigilarlos. Los hombres de Urquiza, con
ayuda de soldados brasileos, derrotaron a las fuerzas de Rosas en menos de medio da. Temiendo por su vida, Rosas
redacto una precipitada renuncia a la Legislatura, se disfrazo de gaucho y huy a la casa del encargado de negocios
ingls, capitn Robert Gore. De ah, l y su familia fueron transferidos al HMS conflict para su viaje al exilio. Rosas
se instal en Inglaterra en una pequea granja cerca de Southampton, donde pas su vejez en la soledad y la
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autocompasin. Hubo rosistas, sobre todo entre las clases populares, que siguieron sindole fiel, pero la mayora de
sus seguidores ricos, incluyendo a su primo Nicols de Anchorena, se apresuraron a hacer las paces con los nuevos
gobernantes, demostrando una vez mas que el dinero, y no los principios, era su preocupacin mayor (Sebreli,
Apogeo, 203-206). Irnicamente, Urquiza se volvi el principal defensor de Rosas en Argentina. No slo trat
(intilmente) de proteger la propiedad de Rosas contra la confiscacin; tambin le envi al exiliado dinero para su
manutencin (Lynch, 341-343).
Urquiza tambin sorprendi a sus detractores mostrndose como un poltico sensato y pragmtico, dedicado
a mantener el orden mientras unificaba el pas bajo una Constitucin. Aunque algunos rosistas fueron ejecutados y
otros fueron desterrados, Urquiza se las arregl para impedir la marea de terrorismo que podra haber cubierto al
pas, y envi a sus mejores soldados en ayuda de la polica portea para impedir saqueos (Scobie, La lucha, 23).
Adems, sabiendo que ningn gobierno nacional poda triunfar sin la cooperacin de los gobiernos provinciales y sus
caudillos, se identifico con la causa de los derechos iguales para las provincias, y dio a entender que bajo su gobierno
no habra purgas. En una palabra, lo que ofreca era un federalismo real para reemplazar el simulacro porteo que
haba sido el rosismo.
Estas concesiones no le cayeron bien a muchos unitarios, incluido Sarmiento, que quera hacer tabla rasa
con todos los colaboradores de Rosas. Ya descontento porque Urquiza no hubiera querido darle un papel ms
importante en el nuevo gobierno, Sarmiento se indign porque Urquiza y sus seguidores siguieran usando la insignia
roja del federalismo. Con el tiempo, Sarmiento le present una condolida renuncia a su cargo a Urquiza, no sin
reprocharle haber disipado toda gloria que por un momento se haba reunido en torno a su nombre (OC, XIV, 59).
Con su vanidad herida, se embarc para el Brasil a fines de febrero de 1852, donde inmediatamente lanz su
campaa contra el nuevo Rosas. Fue tambin durante este exilio que tomaron forma las ambiciones presidenciales
de Sarmiento. Sin el menor rastro de modestia, instruy a su confidente y partidario Juan Posse: Presntame
siempre como el campen de las provincias en Buenos Aires; y como el provinciano aceptado por Buenos Aires y las
provincias, nico nombre argentino aceptado y estimado de todos: del gobierno de Chile, del de Brasil, con quien
estoy unido en estrecha relacin, del Ejrcito, de los federales, de los unitarios, fundador de la poltica de fusin de
los partidos, como resulta de todos mis escritos (citado en Bunkley, 300). De esta estrategia surgi el lema con que
el mismo Sarmiento se defini: Provinciano en Buenos Aires, porteo en las provincias, ttulo del libro de
autopublicidad que escribi varios aos despus (OC, vol. XVI). Tras una corta estada en Ro de Janeiro, Sarmiento
parti a Santiago de Chile, desde donde seguira luchando contra el nuevo Rosas.
Para Urquiza, lograr algo parecido a un gobierno de orden era infinitamente ms urgente que atender a la
sensibilidad de Sarmiento. Para aplacar los temores porteos de que era un brbaro provinciano dispuesto a imponer
la ley gaucha sobre la culta capital, asumi el lema Ni vencedores ni vencidos, y proclam una amnista general con
confraternidad y fusin de todos los partidos (citado en Bosch, Urquiza y su tiempo, 227). Nombr un gobierno
provincial interino que fiel a su objetivo de reconciliacin incluy a Valentn Alsina, a quien el historiador James R.
Scobie considera perteneciente a la antigua escuela Rivadaviana partidaria a cualquier costo de la supremaca de
Buenos Aires (La lucha, 28). Para resolver los problemas ms graves de la redaccin de una Constitucin nacional,
Urquiza nombr un comit de dirigentes porteos, provincianos, federales y unitarios para que decidieran las
condiciones de reunin de una convencin constituyente, y previeran el gobierno nacional interino. De este comit
surgi el Pacto de San Nicols, del 31 de mayo de 1852, que estipul que una convencin consistente en dos
representantes de cada provincia redactara una Constitucin nacional que sera ratificada posteriormente por las
legislaturas provinciales, que la cuidad de Buenos Aires sera la Capital Federal de todo la Argentina, y no slo de la
provincia de Buenos Aires, que los ingresos aduaneros del puerto seran en consecuencia parte del tesoro federal y
provincial, y que Urquiza tendra plenos poderes para mantener el orden hasta que pudiera establecerse un gobierno
constitucional: medidas muy similares a las intentadas por Rivadavia en 1826 y recomendadas posteriormente por
Sarmiento en Argilopolis (Bosch, 248-250; Mayer, Alberdi y su tiempo, 412-413). En palabras de Scobie, el acuerdo
no constitua una amenaza de dictadura, sino que era un paso necesario para asegurar el orden mientras estaba en
marcha el proceso de la organizacin nacional. (La lucha, 47). Pese a lo razonable del Pacto, los porteos
intransigentes se negaron a aceptarlo. Los lideraba Bartolom Mitre, un nombre nuevo en la poltica argentina,
historiador y creador fundamental de ficciones orientadoras en la Argentina (lo que ser tema del capitulo
siguiente). Desde su asiento en la Legislatura provincial, y a travs de su recin fundado diario Los Debates, Mitre
lanz una estentrea campaa contra el Pacto de San Nicols, afirmando que ste le daba a Urquiza poderes
dictatoriales, irresponsables, despticos y arbitrarios, con los que hemos sido despojados de nuestros tesoros
(citado en Mayer, Alberdi y su tiempo, 411-427). De hecho, Urquiza alent el debate legislativo y la libertad de
prensa. Aunque llegado un punto, exhausto por las chicanas porteas, disolvi el congreso provincial y llam a nuevas
elecciones, en ningn momento flaque en su apoyo al gobierno constitucional y democrtico. Aunque no poda decirse
que ste fuera el comportamiento de un dspota, los ataques de Mitre se hicieron cada vez ms vehementes,
apelando al espritu exclusivista porteo que siempre haba resistido a compartir el poder y los ingresos aduaneros.
Algunos dirigentes porteos ms sensatos, como Juan Mara Gutirrez y Vicente Fidel Lpez se
manifestaron caballerosamente a favor del Pacto. Lpez, en particular, se opuso a la mayora de los legisladores de
su provincia al decir:
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Yo concibo muy bien cunto eco deben encontrar entre nosotros los que se proponen lisonjear las pasiones
provinciales, y los celos locales; peor seores, por lo mismo me levanto ms alto contra ellos; y no quiero tener
otro inters que la Nacin Amo como el que ms al pueblo de Buenos Aires, en donde he nacido! Pero alzo mi
voz tambin para decir que mi patria es la Repblica Argentina y no Buenos Aires (citado en Chiaramonte,
Nacionalismo y Liberalismo, 122-123)
Pese a tales esfuerzos, menos de tres semanas despus de la firma del Pacto, la provincia de Buenos Aires,
bajo el liderazgo de Mitre, lo rechazaba. La mayora de los porteos, cualquiera fuese su persuasin poltica, cerr
filas tras l incluyendo a los unitarios liberales que volvan del exilio y secuaces de Rosas como Nicols de
Anchorena. El 11 de septiembre de 1852, los rebeldes porteos, bajo la direccin de Mitre y Valentn Alsina,
marcharon contra Urquiza. La rebelin triunf, al menos por el momento, no por el poder militar de los porteos, sino
porque Urquiza, todava con la esperanza de atraer a la provincia rebelde a un gobierno de unidad nacional, se neg a
aplastarlo (Bosch, 267-270). La retirada voluntaria de Urquiza, sin embargo, no le impidi a Mitre editorializar con
inconducente elocuencia en el diario El Nacional:
Reinstalada en el goce de su soberana provincial y reivindicados sus derechos conculcados, la provincia de
Buenos Aires se ha puesto de pie, con espada en mano, dispuesta a repeler toda agresin, a sostener todo
movimiento a favor de la libertad, a combatir toda tirana, a aceptar toda cooperacin y a concurrir con todas
las fuerzas del triunfo a la grande obra de la Organizacin Nacional. (El Nacional, 21 de septiembre de 1852,
62)
Estas frases grandilocuentes tenan poco que ver con los hechos. El triunfo de Buenos Aires se deba
principalmente al deseo de Urquiza de evitar el derramamiento de sangre. Urquiza segua creyendo que, dando un
buen ejemplo, poda poner a los obstinados porteos de su lado. En esto se equivocaba. Con el retiro de Urquiza,
Buenos Aires volva a ser una nacin aparte. El autonomista Alsina fue nombrado gobernador de la provincia y Mitre
fue su ministro de Gobierno y Asuntos Externos, confirmando as la afirmacin de Mitre de lo que los porteos
concurriran con todas sus fuerzas slo despus de que hubieran organizado la Nacin en sus propios trminos.
Pese a la secesin de Buenos Aires, Urquiza reuni a Congreso Constituyente es Santa Fe a fines de 1852.
en su discurso inaugural, Urquiza declaraba: Porque amo al pueblo de Buenos Aires me duelo de la ausencia de sus
representantes en este recinto. Pero su ausencia no quiere representar un apartamiento para siempre, es un
accidente transitorio. La geografa, la historia, los pactos, vinculan a Buenos Aires al resto de la Nacin. Ni ella
puede subsistir sin sus hermanas ni sus hermanas sin ella. En la bandera argentina hay espacio para ms de catorce
estrellas, pero no puede eclipsarse una sola (citado en Urquiza y su tiempo, 49). La Constitucin quedo completada
en 1853, bajo la considerable inspiracin de bases y puntos departida de Alberdi, aunque ste, todava en Chile, no
escribi una palabra del texto constitucional propiamente dicho. Ratificado por todas las provincias salvo Buenos
Aires, la Constitucin de inmediato se volvi la ley del pas. Urquiza fue elegido el primer presidente constitucional,
y la capital federal fue ubicada provisoriamente en Paran, capital de Entre Ros.
Desde Paran, Urquiza trato honestamente de organizar una sociedad progresista. Pas por encima del
gobierno porteo al obtener el reconocimiento oficial de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos. Para incrementar
el comercio con en el interior y romper el monopolio del puerto de Buenos Aires, estableci aranceles diferenciales
para los productos que entraran en la Confederacin a travs del puerto de Rosario. Inici un programa ambicioso
para mejorar los transportes en el interior, fund un sistema de escuela pblica, y trat de imitar algunas de las
instituciones culturales de Buenos Aires. Adems de ello, envi a Alberdi a los Estados Unidos y Europa como su
embajador plenipotenciario, para asegurar su apoyo exterior y conseguir los muy necesarios crditos externos. Pero
la economa milito contra su programa, y el gobierno de Paran se hundi en un endeudamiento cada vez mayor sin las
rentas de la provincia ms rica, no tardo en hacerse evidente que ningn gobierno podra salir adelante. Adems, en
la medida en que el gobierno central perda credibilidad por falta de fondos, los caudillos provinciales se vean
tentados por la campaa incesante del gobierno porteo por arrebatrselos a Urquiza (Scobie, La lucha, 63-75).
En contraste, Buenos Aires se embarco en un periodo de construccin que recuerda el periodo rivadariano,
con escuelas, teatros, bibliotecas, y sociedades literarias. El gobierno de Buenos Aires tambin nombr a Mariano
Balcarce, yerno de San Martn, como embajador en Europa, donde en su campaa por la legitimacin se cruzo ms de
una vez con Alberdi. Pero, lo mas importante, con su agricultura ya desarrollada y con el control del principal puerto
del pas y las rentas aduaneras, la provincia de Buenos Aires no careca de dinero. En consecuencia, pese a los
traspis en el campo internacional, no tardo en hacerse evidente que Buenos Aires podra vivir ms fcilmente sin
las provincias que viceversa. Por lo dems, Buenos Aires nunca ceso en sus reclamos y conspiraciones contra el
gobierno de Paran. Como editorializaba Mitre El Nacional, pese al hecho de que 13 de las 14 provincias apoyaban a
Urquiza, Buenos Aires todava tenia el derecho de actuar como rectora nacional (citado en Scobie, La lucha, 126).
En su constitucin provincial, ratificada en 1854, Buenos Aires se arrogaba autoridad sobre el Congreso Nacional,
sosteniendo que Buenos Aires es un estado con el libre ejercicio de su soberana interior y exterior, mientras no la
delegue expresamente en un gobierno federal (citado en Scobie, La lucha, 127). Con polticas como sta, no es
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sorprendente que la reconciliacin entre Buenos Aires y las provincias fuera posible slo en los trminos dictados
por Buenos Aires.
El perodo 1852-1854 fue, entonces, de una importancia decisiva en la historia Argentina. Vio la derrota de
Rosas, la ascensin de Urquiza a la preeminencia, el pacto de San Nicols, la secesin de Buenos Aires de la
Repblica, la convencin constitucional de Urquiza con las otras trece provincias, y el establecimiento de dos
gobiernos nacionales, uno en Paran y otro en Buenos Aires, ambos con reclamos sobre el resto del Pas. Tambin fue
un ao importante en la evolucin intelectual Argentina. En Chile, Sarmiento y Alberdi se entrenzaron en un debate
pblico sobre temas de importancia trascendental en el concepto de la Nacin, mientras en Buenos Aires Mitre se
afirmaba como el principal polemista y pensador poltico. En el resto de este captulo examinaremos el debate
Alberdi Sarmiento; en el siguiente hablaremos de Mitre y la invencin de la historia Argentina.
El conflicto Alberdi Sarmiento se inici a mediados de 1852, poco despus de que Sarmiento volviera a
Chile, donde Alberdi haba permanecido durante la campaa de Urquiza contra Rosas. Conociendo la influencia de
Alberdi, Sarmiento sinti el deber de mantener al taciturno pensador tucumano lejos del gobierno de Urquiza.
Aunque Alberdi combati junto a otros miembros de la Generacin del 37 contra Rosas, los unitarios puristas
siempre haban sospechado de l por verlo blando con los caudillos. Muchos recordaban el famoso Fragmento escrito
en 1837, estudiando aqu en el captulo 5, en el que afirmaba que Rosas estaba destinado a jugar un papel histrico
en el desarrollo de una Argentina orgnica, ya que el director con todos sus defectos representaba una transicin
necesaria entre nacin informe y primitiva y una moderna repblica democrtica. De vuelta en 1847, en un famoso
panfleto titulado La Repblica Argentina 37 aos despus de su Revolucin de Mayo, Alberdi deca que Rosas y los
caudillos eran factores que no deban ser excluidos de la ecuacin argentina (OC, III, 229-242). Al parecer a
Rosas le haba agradado tanto este panfleto que haba invitado a Alberdi a volver a la Argentina y trabajar con el
rgimen, invitacin que Alberdi declin (Lynch, 307). Aun as, aunque lo sospechaba de simpata por el caudillismo,
Sarmiento consider crucial ganar el apoyo de Alberdi para los porteos. Alberdi y Sarmiento nunca se haban
llevado bien, pero antes del conflicto Urquiza Mitre sus desacuerdos haban sido ms acadmicos que prcticos.
Esta vez, en cambio, hubo cuestiones polticas reales de por medio. La ms seria era la existencia de un gobierno
secesionista en Buenos Aires que necesitaba legitimacin ideolgica.
Para convencer a Alberdi, Sarmiento trat al principio de atraerlo, elogiando a su introvertido
contemporneo por el libro recin publicado, Bases, al que llam el Declogo argentino; Alberdi respondi enviando
ejemplares de su libro al Congreso Constituyente de Urquiza. Con Sarmiento en una finca en Yungay y Alberdi en
Valparaso, se inici un intercambio de correspondencia. Sarmiento trat de volver a Alberdi contra Urquiza,
mientras que Alberdi recomendaba espritu prctico y paciencia, con la esperanza de mantener atemperado el
famoso carcter de Sarmiento. La ruptura abierta comenz el 16 de agosto de 1852, cuando Alberdi y varios amigos
favorables a Urquiza formaron El Club Constitucional de Valparaso, un grupo de discusin de argentinos exiliados
que us la organizacin para oficializar su apoyo a Urquiza. Sabiendo la hostilidad de Sarmiento hacia Urquiza, para
no mencionar modales polmicos, el club resolvi no invitarlo a participar (Mayer, Alberdi y su tiempo, 433-437). La
noticia de la formacin de el club de Alberdi y la revuelta de Mitre contra Urquiza el 11 de septiembre le llegaron a
Sarmiento casi al mismo tiempo. Furioso con Alberdi, Sarmiento no tard en organizar su propio club, el Club de
Santiago, para apoyar a Buenos Aires y a los antiurquicistas. Sus miembros eran en su mayora viejo exiliados
porteos demasiados dbiles para volver a Buenos Aires. En una carta fechada el 14 de noviembre de 1852 a Flix
Fras, Alberdi se refiri al club de Sarmiento como una organizacin de momias respetables (citado en Mayer,
Alberdi y su tiempo, 439). Ciego de furia, Sarmiento redact de prisa tres panfletos: una carta abierta a Urquiza
llamada Carta de Yungay, el 1 de octubre de 1852; un largo artculo periodstico evaluando el Pacto de San
Nicols, fechado el 26 de octubre; y un folleto exaltando la contribucin de los nativos de San Juan (provincia natal
de Sarmiento) a la construccin de la Argentina. Aunque se publicaron en peridicos chilenos, los panfletos estaban
dirigidos a un lector en particular; Juan Bautista Alberdi.
La Carta de Yungay despliega lo peor del Sarmiento ms irritable e insultante. Para sugerir que Urquiza
no es ms que un caudillo localista, y no un lder nacional, Sarmiento dirige la misiva al General de Entre Ros, a
continuacin de lo cual transcribe una cita de Facundo con la que Sarmiento sola defenderse cuando se lo acusaba
de intolerancia: Entre los mazorqueros mismos hay, bajo las exterioridades del crimen, virtudes que un da deberan
premiarse. Habindole asegurado de este modo a Urquiza que poda tener algunas cualidades redimibles, Sarmiento
niega cualquier intento de conciliacin preguntando: Cmo disimularse que su vida pblica anterior requerir la
indulgencia de la historia? (OC, XV, 23). Sarmiento al parecer considera conciliatorio ese estilo. Lo que sigue es una
falsa acusacin tras otra. Acusa a Urquiza de haber formado el gobierno con la servidumbre domestica (24), pese
a los intentos de Urquiza de incluir unitarios, federales y representantes de todas las provincias, hasta Buenos
Aires, en la convencin constitucional. Lo critica por no escuchar los consejos de publicistas patriotas que podran
haberlo ayudado a evitar el error (25). En especial, le dice que debera haber escuchado al autor de Argirpolis, que
no era otro que Sarmiento mismo (47-49). Concluye llamando a Urquiza un hombre perdido, sin rehabilitacin
posible, y le asegura que su nico motivo para escribir la Carta de Yungay es decir la verdad por entero, sin
cortapisas, la verdad como se dice cuando tenemos a Dios por testigo en el cielo. Un motivo ms probable aparece
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en la Argentina me han hecho el gravsimo mal de forzarme a renunciar a mi porvenir, a lo que sigue la amenaza de
adoptar definitivamente la ciudadana chilena en caso de que Urquiza no le hiciera caso (51-52). Seguramente
Urquiza habra visto con alivio el cumplimiento de esta amenaza. Los otros dos panfletos, Convencin de San Nicols
de los Arroyos y San Juan, sus hombres y acciones en la regeneracin argentina, no agregan nada nuevo a la Carta
de Yungay. El primero se limita a repetir la posicin portea de que la provincia ms populosa debera tener una
cantidad proporcional de representantes, lo que le habra dado a Bueno Aires el control absoluto de la convencin. El
segundo ataca a la convencin constituyente de Santa Fe por varios motivos, el principal que los mejores hombres de
la Argentina, de los cuales Sarmiento se consideraba uno, no era parte de ella.
El intento ms directo de Sarmiento de comprometer a Alberdi en un debate, y su ataque ms virulento
contra Urquiza, es un libro titulado Campaa en el Ejrcito Grande de Sud Amrica, publicado en varias versiones a
fines de 1852. Escrito de apuro, la Campaa es ostensiblemente una historia de la campaa de Urquiza contra Rosas.
Pero de hecho es una confusa narracin tomada de tres fuentes principales. La primera son los boletines oficiales de
guerra que Sarmiento publicaba para su distribucin entre los soldados cuando viajaba con el ejrcito. La segunda
fuente son sus cartas y diarios personales en que registraban sis desacuerdos privados con Urquiza, a menudo en
clara contradiccin con los elogiosos boletines que estaba publicando oficialmente. Y por ltimo el libro incluye
material nuevo agregado en Chile, consistente en su mayora en inflexibles ataques contra Urquiza. Con
caracterstica tenacidad, Sarmiento le dedica el libro a Alberdi, con la sugerencia de que los soldados de silln
(como Alberdi) deberan respetar la opinin de gente ms informada (como Sarmiento) quien realmente particip en
la campaa (OC, XVI, 78-81). Aunque en la superficie el libro es una historia del triunfo de Urquiza sobre Rosas, en
realidad es un furibundo ataque al caudillo entrerriano, motivado sobre todo por el resentimiento de Sarmiento al
verse excluido del poder. Estos mismo se hacen claros en el ltimo capitulo, cuando escribe que he querido con
(esta) narracin mostrar el origen de las ideas que en diversos escritos he emitido contra la utilidad, justicia y
necesidad de levantar de nuevo al general Urquiza. He querido, sobre todo, disipar las perversas preocupaciones que
hombres mal informados, por favorecer a Urquiza, amontonan contra Buenos Aires (353).
Para realizar estos fines, Sarmiento presenta a Urquiza como hombre dotado de cualidades ningunas, ni
buenas ni malas, sin elevacin moral como sin bajeza [sin] ningn signo de astucia, de energa, de sutileza (125).
Ms adelante es retratado como un pobre paisano sin educacin cuyo gran ejrcito es poco ms que un
levantamiento en masa de paisanos (221). Una y otra vez se refiere a los gauchos que componen el ejrcito de
Urquiza como gente de chirip y mugrienta, que no tena ni listas de sus cuerpos, ni poda hablar dos palabras en
orden (221). Cuando no est atacando a Urquiza y ridiculizando a sus seguidores, Sarmiento no pierde
oportunidad de elogiarse a s mismo y magnificar su contribucin a la cada de Rosas. De hecho, la auto exaltacin de
Sarmiento termina haciendo autobiogrfico al libro. El siguiente pasaje es representativo:
Por lo que a mi respecta, pues ya saba quien yo era, traje a la memoria, al volver de mi trascuerdo, que,
dejando atrs familia y cuidados de fortuna, en busca de una patria libre y culta, por quince aos de destierro
suspirada, haba costeado el Atlntico y el Pacfico, remontando el majestuoso Uruguay y el fecundizante
Paran; atravesado las provincias argentinas Entre Ros y Santa Fe; visitando y combatiendo, soportado rudas
fatigas y gozando de emociones profundas; pensando, escribiendo y viviendo de la vida febril del entusiasmo
de la lucha (OC, XVI, 63-64).
Segn el propio Sarmiento, su gloria como escritor rivalizaba con la de Urquiza. Es natural que yo, como
escritor muy conocido, muy odiado y perseguido por Rosas, observa, y no de payasada, deba ser un objeto de
curiosidad, por lo menos en Buenos Aires y no era raro que se reuniese en torno mo un grupo igual de gentes que
las que rodeaban al general (247). En cierto momento Urquiza se irrit tanto con las bravuconadas de Sarmiento
que le escribi un breve recordatorio dicindole que las prensas han estado agitando en Chile y otros lugares
durante muchos aos, y hasta ahora Juan Manuel de Rosas no se ha asustado (citado en Bunkley, 339).
Especialmente revelador del entusiasmo de Sarmiento por s mismo es su relato de la nica entrevista de
cierta extensin que se encontr que tuvo con Urquiza durante la campaa. Admite l mismo que se encontr con
Urquiza slo en tres ocasiones, hecho que no concuerda demasiado con su pretensin de conocer bien al caudillo
entrerriano. De este encuentro en especial escribe Sarmiento: Entr a detallar lo que era el objeto prctico de mi
venida, a saber: instruirle del estado de las provincias a opinin de los pueblos; la capacidad y los elementos de los
gobernadores; los trabajos emprendidos desde Chile, y cuanto poda interesar a la cuestin del momento (126). Y
de dnde vena este conocimiento de las provincias, al pueblo (tan ridiculizado por Sarmiento como ignorante y
sucio), los gobernadores y todo lo relativo a las cuestiones del momento? Ciertamente no del contacto personal con
la Argentina, ya que Sarmiento acababa de volver de su exilio de diez aos, parte del cual haba pasado en Europa,
frica y los Estados Unidos. Comprensiblemente a la defensiva, Urquiza trat de mostrar que no era un pelele de
cabeza hueca esperando ser instruido por un sujeto de aire extrao al que apenas conoca. Despus de todo,
Urquiza gobernaba con buenos resultados la provincia ms prspera de la Argentina despus de Buenos Aires,
mandaba el ejrcito ms grande de la historia sudamericana, encabezaba una coalicin de caudillos provinciales,
confiaba en derrocar a Rosas (en el momento de esta entrevista), y era notablemente culto respecto de un hombre
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que, como Sarmiento, haba tenido poca educacin formal. Lo que ms me sorprendi en general, continua
Sarmiento, es que pasaba aquella simple narracin de hechos con que me introduje, nunca manifest deseo de or mi
opinin sobre nada, y cuando con una modestia que no tengo, con una indiferencia afectada, con circunloquios que
jams he usado hablando con Cobden, Thiers, Guizot, Montt o el Emperador de Brasil, quera emitir una idea, de
atajaba a media palabra (127). En este punto es probable que Sarmiento haya extraado a Rosas: al menos el
dictador lo haba tomado en serio.
Dado el escaso contacto de Sarmiento con los lderes de la campaa, su punto principal de crtica son las
apariencias externas. Y, predeciblemente, su objecin primordial a Urquiza es que no hace las cosas como las hacen
los europeos. No organiza su ejrcito de acuerdo a los textos militares franceses (228). No monta y saluda como un
ingls durante su entrada triunfal en Buenos Aires (267). Y lo peor de todo, no sabe cmo vestir. No solo Urquiza no
usaba uniforme a la europea (247-248); sino que permita que sus soldados usaran poncho t chirip, como gauchos,
mientras marchaban bajo la roja bandera de la Federacin, no la celeste de lo unitarios (268-273). La insistencia de
Urquiza en usas la insignia roja de la Federacin se debi probablemente a un deseo de conservar el apoyo de los
gobernadores provinciales, quienes, aunque cansados de Rosas, teman comprensiblemente a los unitarios porteos,
en especial a los que volvan del exilio. De todos modos, la atencin desproporcionada que le dan tanto Sarmiento
como Urquiza a la cuestin parece un poco pueril.
Sarmiento, por supuesto, se describe como el ejemplo de cultura, llamado a imponer normas europeas de
gusto exquisito. De modo que se fund en un uniforme europeo recin hecho, que debe haber lucido extrao en las
polvorientas pampas en pleno verano, y en una tienda militar haca gala de un epicuresmo refinado (214). Y para
divertirse le gustaba decirle a los gauchos, hombres que vivan de a caballo desde su primera infancia, que los
ingleses y franceses eran mejores jinetes (227).
Poco confiable como historia, difamatorio en su tratamiento de Urquiza e inconexo como narracin, la
Campaa muestra los peores aspectos de la compleja personalidad de Sarmiento. Su ambicin, su desvergonzada
autopromocin, su don para el epteto y el insulto, su desdn por las clases populares y su fascinacin con Europa y
los Estados Unidos, su tratamiento creativo de los hechos, su incapacidad de reconocer un talento ajeno Todo
invita a un juicio duro sobre su autor, que en otros contextos fue un hombre de lo ms admirable. Y aun as, la
Campaa sigue siendo un libro para disfrutar. Aun cuando difama a todo el resto del mundo en el trabajo de
elogiarse a s mismo, Sarmiento sigue siendo un estilista soberbio cuyo sentido narrativo y reflexiones ocasionales lo
hacen digno de ser ledo. El libro adems provoc otra respuesta: llev a Alberdi a un debate que devolvera a la vida
ciertas ficciones orientadoras argentinas que haban estado dormidas desde los tiempos de Artigas e Hidalgo.
Adems, el debate oblig a Alberdi a reevaluar algunos de los supuestos de sus Bases y abrazar posiciones que
definiran su pensamiento por el resto de su vida.
La respuesta ms conocida a la Campaa sali en forma de cuatro extensas cartas abiertas escritas en
enero y febrero de 1853, dirigidas a Sarmiento. Tituladas Cartas sobre la prensa y la poltica militante de la
Repblica Argentina, son ms conocidas como Cartas quillotanas, por haber sido escritas a una casa donde
momentneamente viva Alberdi en Quillota, Chile. Las Cartas quillotanas marcan un hito significativo en el
pensamiento de Alberdi, que aqu se aleja del elitismo de la Generacin del 37 y se acerca a posiciones de cuo
nacionalistas, provincianistas y hasta se podra decir, populista. De modo que es posible ver las Cartas como un
regreso a intereses que Alberdi enunci ya en el Fragmento de 1837, donde haba mostrado una visin mucho ms
pragmtica de Rosas. Las Cartas tambin pueden verse como una continuacin del sentimiento provinciano e inclusivo
que encontramos en los decretos de Artigas o en la poesa gauchesca de Hidalgo. En suma, aunque Alberdi era
demasiado cosmopolita para abrazar el populismo fcil de Saavedra, Artigas e Hidalgo, en las Cartas vuelve a
conectarse con una tradicin nacionalista, populista, que haba estado presente en el Ro de la Plata al menos desde
que Saavedra organizo la Junta Grande en 1810. Adems, el Alberdi de las Cartas es mucho ms tpico de posiciones
que apoy durante toda su vida. Lo que significa que el libro ms conocido de Alberdi, las Bases, es, tal vez, el menos
representativo suyo.
En las Cartas, Alberdi identifica un enemigo nuevo: el liberalismo argentino tal como se refleja en los viejos
unitarios y en el grupo porteo de Mitre. Yo soy conservador aqu [en Chile] y conservador all [en la Argentina]
all en accin, aqu por simpata (OC, IV, 79-80). Lo que quiere decir con este trmino conservador queda claro en
pasajes subsiguientes donde reprocha la preferencia de los liberales para el cambio rpido y su intolerancia con las
cosas tradicionalmente argentinas. En particular critica la retrica inflamada de Sarmiento y Mitre; no porque est
en desacuerdo con sus principios confesos, sino porque usan esos principios para enmascarar la ambicin personal. En
una prosa fra y lcida, tan distinta de los incendiarios prrafos de Sarmiento, Alberdi encuentra en el liberalismo
argentino dos fuerzas desestabilizadoras: la prensa de combate y el silencio de guerra, son armas que el partido
liberal us en 1827; y su resultado fue la elevacin de Rosas y su despotismo de veinte aos (IV, 12). La referencia,
por supuesto, apunta a los rivadavianos que mediante el periodismo desestabilizaron el gobierno de Dorrego,
abrindole camino a Rosas para imponer el orden de la dictadura. Ms adelante Alberdi seala que las guerras
liberales fueron en realidad guerras de exterminio contra el modo de ser de nuestras poblaciones pastoras y sus
representantes naturales (los caudillos) (IV, 12). Aqu, en una prosa donde resuena el populismo de Artigas e
Hidalgo casi cuatro dcadas atrs, Alberdi no slo sugiere que los gauchos y su modo de ser con una parte
23
necesaria de la identidad argentina, sino tambin que sus representantes naturales deberan de tener algn papel
en el emergente sistema constitucional.
Estas ideas alcanzaran su plena madurez en los ensayos escritos durante la dcada de 1860, algunos de los
cuales aparecen en Grandes y pequeos hombres del Plata, una til coleccin pstuma de trabajos de Alberdi,
publicada en 1912. En estos ensayos tardos, Alberdi afirma que el caudillo representa la voluntad de la multitud
popular, la eleccin del pueblo. En sus palabras el caudillismo es una democracia mal organizada , y por ello mejor
que la antipopular democracia inteligente que hace lugar slo para la minora portea europeizada (Grandes y
pequeos, 197 -198). En su tarda apreciacin de los gauchos y sus caudillos, Alberdi seala un alejamiento notable
de la condena racista a los nativos mestizos y el subsiguiente reclamo de inmigracin, tal como se vea en las Bases.
Su aceptacin del caudillo ayuda a explicar su apoyo a Urquiza, que era a la vez gaucho astuto y un caudillo.
La vindicacin del gaucho y su caudillo por Alberdi tambin extiende a cuestiones prcticas de poltica.
Condena la altivez exclusivista de los unitarios, afirmando que su inters por la pureza ideolgica y perfeccin tnica
slo pospona la organizacin poltica del pas:
Se hizo un crimen en otro tiempo a Rosas de que postergase la organizacin para despus de acabar con los
unitarios; ahora sus enemigos imitan su ejemplo, postergando el arreglo constitucional del pas hasta la conclusin de
los caudillos Se debe establecer como teorema: toda postergacin de la Constitucin en un crimen de lesa patria;
una traicin a la Repblica. Con caudillos, con unitarios, con federales y con cuanto contiene y forma la desgraciada
Repblica, se debe proceder a su organizacin, sin excluir ni aun a los malos, porque tambin forman parte de la
familia. Si establecis la exclusin de ellos, la establecis para todos, incluso para vosotros. Toda exclusin es
divisin y anarqua. Diris que con los malos es imposible tener libertad perfecta? Pues sabed que no hay pas tal
cual es y no tal cual no es. Si porque es incapaz de orden constitucional una parte de nuestro pas, queremos
anonadarla, maana diris que es mejor anonadarla toda y traer en su lugar poblaciones de fuera acostumbradas a
vivir en orden y libertad. Tal principio os llevar por la lgica a suprimir toda la Nacin Argentina hispano colonial,
incapaz de repblica, y a suplantarla de un golpe por una Nacin Argentina anglo-republicana, la nica que estar
exenta de caudillaje Pero si queris constituir esa patria que tenis, y no otra, tenis que dar principio por la
libertad imperfecta El da que creis licito destruir, suprimir al gaucho porque no piensa como vos, escribs
vuestra propia sentencia de exterminio y renovis el sistema de Rosas. (OC, Cartas, 16-17).
Este notable pasaje es mucho ms que un llamado al pluralismo. Al reconocer que la Argentina es diferente
por esencia de los modelos extranjeros que europeizantes como Sarmiento trataban de imponerle, Alberdi afirma
que la poblacin peculiar de la Argentina (los gauchos), su gobierno (los caudillos) y su herencia (la Espaa colonial y
el rosismo) eran los nicos puntos de partida posibles para construir el pas. Estos argumentos rechazaban
explcitamente el europesmo fcil y exclusivista de los morenistas, los rivadarianos y Sarmiento, quienes, en las
palabras de Alberdi, predicaban el europesmo y hacen de l una arma de guerra contra los caudillos y las masas
que stos representan (OC, IV, 21). En este punto Alberdi se acerca ms a Artigas e Hidalgo que a los maestros
rivadarianos con los que estudi de joven. Su posicin en las Cartas tambin difiere claramente de la de los
pensadores del Saln Literario, incluyendo el mismo Alberdi joven, quien mediante la inmigracin quera traer
pedazos vivos de culturas extranjeras para reemplazar la poblacin local y eliminar as la base popular del
caudillismo. En trminos prcticos, los argumentos de Alberdi representan un apoyo al caudillo ilustrado Urquiza, una
colaboracin con los gobernadores provinciales, muchos de ellos caudillos, y el respeto a las tradiciones hispnicas de
las clases populares. Adems, al defender al gaucho, al caudillo y a la tradicin espaola, Alberdi anticipa el
sentimiento populista que una y otra vez vuelve a la superficie en la historia argentina.
La reevaluacin que hace Alberdi de los gauchos y los caudillos, sin embargo, no desplaza su propsito
confeso en las Cartas, cual es explorar el lugar del periodismo en la poltica argentina. Repetidamente Alberdi acusa
a Sarmiento y Mitre de ser caudillos de la prensa, quienes, como los gauchos que critican, gozan con la indisciplina,
la visa de guerra, de contradiccin y de aventuras (IV, 21). El suyo es un periodismo que subleva las poblaciones
argentinas contra su autoridad de ayer, hacindoles creer que es posible acabar en un da con esa entidad
indefinible [la autoridad del caudillo] y pretende que con slo destruir a este o aquel jefe es posible realizar la
repblica representativa desde el da de su cada, es una prensa de mentira, de ignorancia, de mala fe: prensa de
vandalaje y de desquicio, a pesar de sus colores y sus nombres de civilizacin. (IV, 17-18).
La insistencia de Alberdi en una prensa responsable poda leerse como un llamado a la censura. La censura,
sin embargo, no es lo que tena en mente. Antes bien, estaba atacando al periodismo de Sarmiento y Mitre como una
actividad no menos polticamente motivada que una guerra civil, un golpe de Estado o una rebelin de caudillos. Es
un lugar comn de nuestra poca decir que todos los escritores llevan a sus textos preconceptos culturales y
polticos heredados, muchas veces inconscientes. Los crticos freudianos se dedican a psicoanalizar escritores,
lectores y pblicos, as como los comentaristas marxistas invariablemente encuentran supuestos polticos y clasistas
en textos al parecer apolticos. En el caso de Sarmiento y Mitre, sin embargo, Alberdi no necesit teoras
freudianas o marxistas para identificarlos como polticos que tambin escriban. Ambos tenan ambiciones
confesadas, y estaban hasta el cuello en la intriga poltica. Para ambos, escribir era una estrategia consistente de
auto promocin que inclua no slo la publicacin de artculos y libros sino tambin la fundacin y direccin de
24
peridicos. De la obra autobiogrfica Recuerdos de provincias, se Sarmiento, por ejemplo, observa Alberdi que su
biografa de Ud. no es un simple trabajo de vanidad, sino el medio muy usado y muy conocido en poltica de formar
la candidatura de su nombre para ocupar una altura, cuyo anhelo, legtimo por otra parte, le hace agitador
incansable (IV, 71). En algn sentido, entonces, los mayores logros de Sarmiento y Mitre estn en la distincin
efectiva de sus motivos en textos que pretendan ser histricos, periodsticos, objetivos y desinteresados. Alberdi
de ningn modo se propone censurar a sus rivales; slo quiere hacer ver las ambiciones polticas detrs de su
periodismo.
Para afirmar esta acusacin de escritura personalista, Alberdi seala que la Campaa es una historia sin
documentos, que se espera que el lector crea slo en base al testimonio de Sarmiento (IV, 41). Esta crtica puede
extenderse a la mayora de las obras historicas de Sarminto. Para escribir Facundo, por ejemplo, Sarmiento
contaba con algunos informantes como Antonio Alverstain y Amaranto Ocampo, pero cuando se cansaba de esperar
otros documentos que haba pedido a amigos que vivan en la Argentina, escriba sobre la sola base de la observacin
personal, el rumor y el prejuicio. Facundo tambin incluye frecuentes referencuas a pensadores extranjeros, pero
esas referencuias no son ms que exhibicin de algn nombre; lo importante no es lo que los autores extranjeros
contribuyan a los argumentos de Sarmiento, sino que el lector sepa que Sarmiento es un hombre cuyos argumentos
no deben discutirse.
Los envenenados dardos de Alberdi en las Cartas quillotanas dieron en el blanco. Sarmiento respondi en
una serie de cartas abiertas despus reunidas en un libro titulado Las ciento y una. La invectiva de estas cartas slo
queda a la par de su vacuidad intelectual. Furioso ms all de la capacidad de pensar, Sarmiento slo puede insultar...
es cierto que lo hace extraordinariamente bien. Las Cartas quillotanas, en su repertorio de eptetos, se vuelve una
olla podrida... condimentados sus trozos con la vistosa salsa de su dialctica saturada de arsnico (Sarmiento, OC,
XV, 134). Alberdi es calificado variadamente de compositor de minuets y melodas para piano... tonto inbcil que ni
siquiera sabe medirse en las mentiras, que no sospecha que causa nuseas (XV, 147I). Ms adelante se lamenta: Y
no ha habido en Valparaso un hombre de los que pertenecen a la multitud de frac que le saque los calzones a ese
raqutico, jorobado de la civilizacin y le ponga polleras; pues el chirip, que es lo que lucha con el frac, le sentara
mal a ese entecado que no sabe montar a caballo; abate por sus modales; saltimbanqui por sus pases magnticos;
mujer por la voz, conejo por el miedo; eunuco por sus aspiraciones polticas (XV, 181). Hay pocas pruebas de que Las
ciento y una fuera ampliamente leda, hecho que probablemente contribuy a la depresin e impotencias que sinti
Sarmiento antes de que la discusin concluyera. Como le escribi a Mitre en una carta fechada el 19 de octubre de
1853: Vivo solo, como un presidiario al que guardan Alberdi y su club; gimo bajo lu ltigo. Son los poderosos de la
tierra (Bunkley, 310).
Despus de dos intentos fallidos de volver a la Argentina e intervenir en la poltica de un nativa San Juan,
Sarmiento al fin respondi a la invitacin de Mitre y tom residencia en Buenos Aires en mayo de 1855. All renov
amistad con los caudillos porteos Valentn Alsina y Mitre. A las dos semanas de su regreso fue nombrado asesor del
gobernador provincial Pastor Obligado, y al cabo de un ao era nombrado jefe del Departamento de Escuelas de la
provincia. Dos semanas despus, Mitre, que acababa de ser nombrado ministro de Guerra, le peda a Sarmiento que
dirigiese el diario El Nacional, sucesor de Los Debates. Aunque Sarmiento segua insistiendo en que era un
provinciano en Buenos Aires y un porteo en las provincias, para entonces sus simpatas se inclinaban claramente
hacia Buenos Aires. Menos claras son sus razones para no haber vuelto antes a Buenos Aires; se ha sugerido que,
pese a su odio por Urquiza, Sarmiento en algn nivel tambin cuestionaba la legitimidad del gobierno porteo.
Mientras tanto, Alberdi se volvi embajador plenipotenciario del gobierno de Urquiza, primero antes los Estados
Unidos y despus en Europa. Por causa de los hechos expuestos en captulos posteriores, Alberdi no volvera a la
Argentina hasta 1878. Pese a este misterioso exilio autoimpuesto, la Argentina sigui siendo su pasin, y sigui
jugando un papel importante en las letras argentinas hasta su muerte.
Nueva Historia de la Nacin
Argentina
Tomo 4
La configuracin de la repblica
independiente (1810-1914)
Academia Nacional de la Historia
Ed. Planeta
Este material se utiliza con fines
exclusivamente didcticos
NDICE
TERCERA PARTE
LA CONFIGURACIN DE LA REPBLICA INDEPENDIENTE 1810-c.1914 .................... 11
INTRODUCCIN................................................................................................................................. 13
Miguel ngel De Marco
Transformaciones sociales..................................................................................................................... 14
La dimensin poltica ............................................................................................................................ 17
La dimensin religiosa .......................................................................................................................... 26
El orden jurdico.................................................................................................................................... 28
La economa .......................................................................................................................................... 29
Vida cotidiana, pblica y privada.......................................................................................................... 35
La educacin.......................................................................................................................................... 36
La cultura y sus mbitos ........................................................................................................................ 38
I. POBLACIN Y SOCIEDAD ......................................................................................................... 43
1. LA POBLACIN. DESARROLLO Y CARACTERSTICAS DEMOGRFICAS........................ 45
Dora E. Celton
Crecimiento de la poblacin.................................................................................................................. 46
Crecimiento regional ............................................................................................................................. 47
Distribucin de la poblacin.................................................................................................................. 50
Estructura y composicin de la poblacin............................................................................................. 61
Composicin tnica ............................................................................................................................... 64
Actividad econmica de la poblacin.................................................................................................... 65
Fecundidad ............................................................................................................................................ 68
Mortalidad ............................................................................................................................................. 70
Orientacin bibliogrfica....................................................................................................................... 74
2. LA INMIGRACIN ....................................................................................................................... 77
Fernando J. Devoto
Las migraciones tempranas ......................................................................................................... 80
Imgenes, polticas y flujos migratorios de Caseros a la Ley de 1876........................................ 85
Las condiciones para la migracin de masas............................................................................... 89
Expansin, crisis y debate: la dcada de 1880 ............................................................................ 94
La inmigracin en el trnsito entre dos siglos............................................................................. 96
Movilidad, integracin e identidad.............................................................................................. 98
Orientacin bibliogrfica........................................................................................................... 104
3. LA SOCIEDAD ENTRE 1810 y 1870.......................................................................................... 109
Silvia C. Mallo
Estructura, cambios y permanencias ................................................................................................... 109
El espacio y los hombres ..................................................................................................................... 111
El tiempo y los hechos......................................................................................................................... 112
La identidad y la experiencia heredada ............................................................................................... 113
Rasgos y permanencias: en torno a los comportamientos de la sociedad............................................ 114
Modificaciones formales y cambios profundos................................................................................... 115
Diferencias regionales e independencia .............................................................................................. 120
Nuevas responsabilidades y una renovada identidad........................................................................... 124
2
Proyectando el porvenir....................................................................................................................... 129
Orientacin bibliogrfica..................................................................................................................... 130
4. LA SOCIEDAD ENTRE 1870 Y 1914......................................................................................... 133
Eduardo A. Zimmermann
Inmigracin, crecimiento demogrfico y urbanizacin....................................................................... 134
Los cambios en la estructura social ..................................................................................................... 140
Consumo, estilos de vida y clases ....................................................................................................... 146
La construccin cultural de la estructura social argentina................................................................... 152
Orientacin bibliogrfica..................................................................................................................... 155
5. LA SOCIEDAD INDGENA........................................................................................................ 161
Eduardo A. Crivelli
La regin chaquea austral .................................................................................................................. 161
Las pampas .......................................................................................................................................... 167
Patagonia ............................................................................................................................................. 175
Los nmades de Tierra del Fuego........................................................................................................ 178
La actitud de los grupos indgenas mviles ante la expansin de la sociedad nacional ...................... 181
Prdida de identidad de las comunidades ............................................................................................ 184
Orientacin bibliogrfica..................................................................................................................... 185
6. LA CIUDAD Y SUS TRANSFORMACIONES.......................................................................... 189
Ramn Gutirrez y Alberto Nicolini
La ciudad argentina en la primera fase del siglo XIX......................................................................... 189
El proceso de urbanizacin de la Confederacin Argentina................................................................ 191
Las transformaciones internas de las ciudades .................................................................................... 193
Las nuevas tipologas urbanas ............................................................................................................. 197
Los elementos de la estructura urbana................................................................................................. 200
Orientacin bibliogrfica..................................................................................................................... 215
II. LA DIMENSIN POLTICA
(acontecimientos, ideas e instituciones) .............................................................................................. 219
7. LA CRISIS DE LA MONARQUA ESPAOLA Y SU MARCO INTERNACIONAL......... 221
Eduardo Martir
Un colonialismo agotado..................................................................................................................... 221
El gobierno espaol ante la revolucin francesa ................................................................................. 223
Espaa y Amrica ante la ocupacin napolenica............................................................................... 233
Las Cortes de Cdiz y Amrica ........................................................................................................... 242
Orientacin bibliogrfica..................................................................................................................... 245
8. LA REVOLUCIN RIOPLATENSE Y SU CONTEXTO AMERICANO............................. 249
Tulio Halperin Donghi
Buenos Aires, como centro administrativo y militar del Imperio.
El Virreinato, jaln de la expansin agroexportadora del s. XIX.
Elites locales y clientelismo peninsular.
El impacto de las reformas borbnicas. Aparato burocrtico y redes mercantiles.
El ocaso imperial. El nuevo contexto internacional.
El discurso revolucionario de Mayo. Legado ideolgico del Antiguo Rgimen.
Orientacin bibliogrfica..................................................................................................................... 268
3
9. LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ................................................................................. 271
Jos Tefilo Goyret
La proyeccin y defensa de la Revolucin.......................................................................................... 271
La primera expedicin auxiliar al Alto Per ....................................................................................... 279
La expedicin al Paraguay................................................................................................................... 284
Las operaciones en Entre Ros y la Banda Oriental ............................................................................ 288
Las operaciones navales ...................................................................................................................... 295
Las operaciones en las provincias del norte: 1812-1813..................................................................... 297
Las operaciones en las provincias del norte: 1814-1815..................................................................... 303
El Ejrcito Auxiliar del Norte: espera y ocaso (1816-1820) ............................................................... 307
Las guerrillas en el norte ..................................................................................................................... 309
Orientacin bibliogrfica..................................................................................................................... 311
10. LAS CAMPAAS LIBERTADORAS DE SAN MARTN ..................................................... 315
Jos Tefilo Goyret
San Martn y la estrategia.................................................................................................................... 315
La campaa de los Andes .................................................................................................................... 316
Las campaas del sur de Chile ............................................................................................................ 327
Antecedentes de la campaa del Per.................................................................................................. 332
La campaa libertadora del Per ......................................................................................................... 335
La finalizacin de la guerra de la independencia................................................................................. 344
Orientacin bibliogrfica..................................................................................................................... 346
11. DESACUERDOS Y ENFRENTAMIENTOS POLTICOS (1810-1828) ............................... 349
Carlos S. A. Segreti
Los principios bsicos ......................................................................................................................... 349
La indefinicin..................................................................................................................................... 363
Orientacin bibliogrfica..................................................................................................................... 376
12. LA HEGEMONA DE ROSAS. ORDEN Y ENFRENTAMIENTOS
POLTICOS (1829-1852).................................................................................................................. 379
Carlos S. A. Segreti, Ana Ins Ferreyra y Beatriz Moreyra
Las ligas Interior y Litoral ................................................................................................................... 379
Hacia la hegemona de Rosas .............................................................................................................. 400
Consolidacin y crisis de un poder...................................................................................................... 405
Orientacin bibliogrfica..................................................................................................................... 422
13. LA ORGANIZACIN CONSTITUCIONAL.. LA CONFEDERACIN ARGENTINA
Y EL ESTADO DE BUENOS AIRES (1852-1861) ........................................................................ 427
Beatriz Bosch
El imperativo constitucional................................................................................................................ 427
La campaa por la organizacin nacional ........................................................................................... 429
El Acuerdo de San Nicols.................................................................................................................. 430
La rebelin portea.............................................................................................................................. 432
El congreso constituyente de Santa Fe ................................................................................................ 432
Sancin, promulgacin y jura de la Constitucin Nacional ................................................................ 434
El Gobierno Delegado Nacional.......................................................................................................... 436
El primer perodo presidencial ............................................................................................................ 437
El conocimiento del territorio.............................................................................................................. 439
El Estado de Buenos Aires .................................................................................................................. 439
Tentativas de retorno de los emigrados ............................................................................................... 440
Las relaciones exteriores ..................................................................................................................... 441
4
Relaciones con Brasil y Paraguay ....................................................................................................... 442
Cuestiones econmicas........................................................................................................................ 443
Inmigracin y colonizacin ................................................................................................................. 443
Fronteras terrestres .............................................................................................................................. 444
La campaa por la integridad nacional................................................................................................ 444
Convenio de unin............................................................................................................................... 445
Segundo perodo constitucional .......................................................................................................... 445
La convencin nacional reformadora .................................................................................................. 446
La ltima campaa .............................................................................................................................. 447
Orientacin bibliogrfica..................................................................................................................... 450
14. LA POLMICA ENTRE 1862 Y 1880...................................................................................... 453
Isidoro J. RuIz Moreno
Los partidos y sus tendencias .............................................................................................................. 453
Liberales contra federales.................................................................................................................... 454
Divisin partidista y entendimiento poltico ....................................................................................... 461
Guerra internacional y rebelin interna............................................................................................... 463
Combinaciones electorales .................................................................................................................. 469
Una renovacin partidista.................................................................................................................... 472
Consolidacin del Partido Autonomista Nacional............................................................................... 476
Orientacin bibliogrfica..................................................................................................................... 479
15. LA OBRA DE GOBIERNO DE LOS PRESIDENTES ENTRE SARMIENTO
Y AVELLANEDA............................................................................................................................. 483
Miguel ngel De Marco
Primer mandatario de la Nacin definitivamente unificada ................................................................ 484
Primeras medidas de gobierno............................................................................................................. 485
El edificio del Congreso ...................................................................................................................... 487
Delegacin del mando en el vicepresidente Marcos Paz..................................................................... 488
Fin de la presidencia de Mitre ............................................................................................................. 490
Asuncin de Domingo Faustino Sarmiento......................................................................................... 491
Promocin de la inmigracin, el agro y la industria............................................................................ 492
"Una crisis de crecimiento" ................................................................................................................. 493
La presidencia de Nicols Avellaneda................................................................................................. 499
Crisis financiera y logros materiales y culturales................................................................................ 500
Logros del presidente Avellaneda ....................................................................................................... 505
Orientacin bibliogrfica..................................................................................................................... 507
16. LA CONSOLIDACIN DEL ESTADO Y LA REFORMA POLTICA (1880-1914) .......... 511
Ezequiel Gallo
El marco institucional.......................................................................................................................... 512
Tradiciones y hbitos polticos............................................................................................................ 517
Parlamento, prensa y comicios ............................................................................................................ 520
Partidos y agrupaciones polticas ........................................................................................................ 523
La dimensin socio-poltica ................................................................................................................ 533
La Ley Senz Pea y sus consecuencias ............................................................................................. 535
Orientacin bibliogrfica..................................................................................................................... 538
COLABORADORES DEL TOMO IV............................................................................................ 543
5
CAPTULO 16.
LA CONSOLIDACIN DEL ESTADO Y LA REFORMA POLTICA
(1880-1914)
EZEQUIEL GALLO
Las tres dcadas y media que transcurrieron entre 1880 y 1914 estuvieron signadas por
acontecimientos de singular importancia en el terreno poltico-institucional. Fueron tiempos cambiantes,
difciles de resumir en una cronologa detallada. Por este motivo este captulo se centrar ms en el anlisis
interpretativo, corriendo el riesgo, por lo tanto, de perder en precisin descriptiva. Antes de entrar en materia,
sin embargo, resulta til hacer una breve referencia al contexto general dentro del cual actuaron los diversos
protagonistas de la vida institucional.
La sociedad argentina fue afectada por cambios muy significativos durante el perodo bajo estudio.
Ciertamente, el pas de 1914 era radicalmente distinto al que asomaba en 1880. El rpido crecimiento
econmico que caracteriz la poca no se reflej solamente en transformaciones materiales, sino que impact
fuertemente, tambin, en el tamao y composicin de la poblacin, en los hbitos y costumbres, en la vida
cultural, etc. Bastara ilustrar estos cambios con lo ocurrido con la poblacin del pas. Los alrededor de
2.000.000 de habitantes existentes en 1880, se convirtieron en cerca de 8.000.000 en 1914. Este vertiginoso
crecimiento se produjo como consecuencia de la entrada masiva de inmigrantes europeos, que lo hicieron en
proporciones relativas superiores a las registradas en los Estados Unidos. Aumento sustancial en el nmero
de habitantes, acompaado por cambios decisivos en la composicin de la poblacin. El impacto de la
inmigracin puede observarse, hacia 1914, en el origen nacional de quienes dirigan empresas econmicas en
el litoral pampeano: en el comercio y la industria manufacturera, los inmigrantes representaban ms del 75%
del total; en la agricultura, superaban holgadamente el 60% y aun en la ganadera, la ms tradicional de las
industrias, casi el 50% haba nacido fuera del pas. Cabe agregar que todos estos cambios se dieron en un
perodo relativamente corto, algo que, tambin, contrast con lo ocurrido en los Estados Unidos donde el
proceso fue mucho ms gradual.
No debe haber sido fcil la adaptacin a situaciones que cambiaron tan rpidamente. Este problema,
que incida en la vida cotidiana, apareca an con ms fuerza en el mbito pblico. Nuevos sectores
plantearon problemas desconocidos hasta entonces y generaron demandas sobre las cuales no haban
experiencias previas. Todas estas circunstancias debieron ser procesadas por polticos que se haban formado
en ambientes mucho ms provincianos. Parece importante, entonces no descartar este factor al evaluar la
actuacin de quienes tuvieron que tomar decisiones en escenarios tan inestables.
EL MARCO INSTITUCIONAL
Hacia 1880, la Argentina contaba con un conjunto de instituciones bsicas que establecieron reglas
sobre aspectos centrales de la convivencia social. La Constitucin de 1853/60 haba adoptado el sistema
republicano, representativo y federal siguiendo, mayoritariamente, el precedente fijado por la Constitucin
de los Estados Unidos de 1787. La Carta Magna local difera, sin embargo, en algunos aspectos con su ilustre
predecesora, de las cuales el- que interesa recordar aqu es el sesgo ms centralista del sistema federal
argentino. Esta caracterstica fue producto de la influencia ejercida sobre nuestra constitucin por el estatuto
unitario chileno de 1833. Es bueno recordar tambin, que el predominio del poder central en la Argentina
descans, en buena medida, en la facultad de intervenir en las provincias que otorgaron los constituyentes de
1853 al ejecutivo nacional.
La Carta Magna fue seguida por una serie de constituciones provinciales y por una legislacin
nacional complementaria dentro de la cual ocuparon un lugar destacado los cdigos civil, comercial y penal.
Por otra parte, en 1862 se dio un paso decisivo al instalarse la Suprema Corte de Justicia, institucin que jug
un papel de importancia en la proteccin de los derechos civiles (prensa, asociacin, reunin, etc.) Los
problemas argentinos hacia 1880 no eran, entonces, problemas de diseo institucional; eran primordialmente
de estabilidad poltica. La vida institucional del pas se hallaba, en efecto, permanentemente amenazada por
revueltas provinciales y, en un par de ocasiones, por levantamientos armados de dimensin nacional. En
1874, Bartolom Mitre haba liderado una rebelin general para oponerse a la asuncin de Nicols
Avellaneda a la presidencia de la Repblica. En 1880, con motivo de la sucesin presidencial de ese ao,
6
estall una verdadera guerra civil que enfrent a las milicias de Buenos Aires con las tropas nacionales. El
motivo fue la oposicin del gobernador Carlos Tejedor de Buenos Aires a la candidatura de julio Roca que
contaba con el apoyo de la gran mayora de los gobernadores de provincias (la excepcin eran la ya
mencionada Buenos Aires y Corrientes). El enfrentamiento termin con el triunfo de las tropas nacionales y
la derrota de las milicias provinciales.
Para muchos esta permanente inestabilidad era consecuencia de la debilidad de las autoridades
nacionales. Esa debilidad haba quedado de manifiesto, segn esta visin, durante un conflicto entre el Banco
Nacional y el de la Provincia de Buenos Aires que haba tenido lugar en 1876. El resultado, desfavorable a la
institucin nacional, fue al decir de un influyente poltico (Rufino Varela) dolorossimo para la Repblica
Tanto mayor era la solidez econmica de las instituciones provinciales que el representante de la casa
bancaria britnica Baring Brothers vaticinaba el triunfo del gobernador Tejedor en el conflicto de 1880. No
es de extraar, en consecuencia, que hayan sido cada vez ms numerosas las voces que exigan un
fortalecimiento mayor de la autoridad nacional.
Los combates que finalizaron en 1880 con la victoria de las fuerzas nacionales y la derrota de las
milicias bonaerenses marcan, por lo tanto, un punto de inflexin importante en la historia del pas. Fueron
varios los procesos polticos que se comenzaron a gestar o se consolidaron a partir de aquel momento. En
primer lugar, la derrota del ejrcito provincial signific un duro golpe para el Estado de Buenos Aires, hasta
ese momento el principal rival del gobierno central. El resultado fue, por el mismo motivo, un paso decisivo
en las consolidacin de las autoridades nacionales. En segundo trmino, los eventos de 1880 inauguraron el
largo perodo de predominio poltico del nuevo Partido Autonomista Nacional, y la declinacin definitiva de
los otrora poderosos partidos porteos (Autonomistas y Nacionalistas). Finalmente en ese ao asumi la
presidencia el general Julio Roca (1880-86) destinado a ser, quizs, el poltico ms influyente en buena parte
del largo ciclo poltico que culmin en 1914.
Para muchos historiadores una de las caractersticas ms salientes de este perodo fue la
consolidacin del Estado nacional, proceso que, segn esta interpretacin adquiri su mayor intensidad
durante la dcada del ochenta. La afirmacin encierra una buena dosis de verdad y representa bien las
intenciones que guiaron la accin de los gobernantes de la poca. Julio A. Roca las sintetiz de la siguiente
manera en su primer mensaje al Congreso Nacional: Parece que furamos un pueblo recin nacido a la vida
nacional, pues tenis que legislar sobre todo aquello que constituye los atributos, los medios y el poder de la
Nacin (1880).
En realidad, la serie de iniciativas propuestas por Roca comenzaron muy poco antes de su asuncin
del mando, pero fueron aprobadas por una legislatura que ya estaba controlada por sus partidarios. se fue el
caso de dos medidas sancionadas hacia fines de 1880: la federalizacin de la ciudad de Buenos Aires y la
supresin de las milicias provinciales. Por la primera ley, la provincia de Buenos Aires quedaba privada de
su principal ciudad que pasaba as a depender del Estado nacional. El sesgo centralista de esta decisin fue
claramente percibido por Juan Bautista Alberdi, que la aprob con indisimulado entusiasmo: Dar al
gobierno nacional por capital y residencia la ciudad de Buenos Aires, es completar el poder que necesita para
dejar de ser un poder de nuevo nombre" La misma tendencia fue advertida por Leandro Alem, que se opuso a
la federalizacin y predijo que la nueva norma marcara el fin de lo que ya era, en su opinin, un tambaleante
sistema federal. El mismo sesgo es inocultable en la disposicin sobre las milicias por la cual se otorgaba el
monopolio de la fuerza pblica a la autoridad central. Las mismas ideas que predominaron en ocasin de la
federalizacin volvieron a expresarse para fundamentar la ley militar. El senador Aristbulo del Valle, que
luego ser opositor a Roca, manifest en 1880 que, como la mayora de sus colegas, se alineaba claramente
con los que queran llevar la fuerza de la periferia al centro".
Ya con Roca en la presidencia, se aprobaron otras leyes que se inscriban en la misma direccin.
Entre ellas, cabe mencionar la ley de unificacin monetaria de 1881 que prohiba a las provincias la emisin
de dinero, derecho que recaer exclusivamente en el gobierno nacional. La ley tuvo dificultades en su
aplicacin, las que intentaron ser superadas por la an menos exitosa ley de bancos garantidos de 1887,
aprobada por la administracin de Miguel ngel Jurez Celman (1886-90). Los problemas monetarios
continuaron por un buen tiempo y slo fueron solucionados con la ley de convertibilidad. de 1899. En este
largo recorrido, plagado de dificultades financieras, lo que nunca estuvo en duda, sin embargo, fue el
principio poltico institucional que fij la ley de 1881 y que fue reiterado por el diputado Wenceslao
Escalante al defender la ley de bancos garantidos, cuando sostuvo que lo que se buscaba afianzar era el
imperio de la legislacin nacional [...] lo que significa dar un paso ms en la evolucin hacia la consolidacin
del poder nacional.
Las tres leyes mencionadas (Capital Federal, ejrcito y moneda) eran consistentes con un cuerpo de
ideas que ganaba adeptos en Europa como consecuencia de los avances de los procesos de unificacin
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nacional en Alemania e Italia. Para el llamado "nacionalismo unificador" otro de los ingredientes importantes
fue el territorio. A esta orientacin respondi en nuestro pas la ley de territorios nacionales que otorg status
institucional a las tierras incorporadas durante la Conquista del Desierto. La ley no estableci la autonoma
de los nuevos territorios (decisin que dejaba para el futuro) ni permiti que fuesen incorporados a algunas
de las provincias limtrofes. En palabras del diputado Ramn Crcano, seran exclusivamente dependientes
del gobierno general, apoyadas por la mano poderosa de la Nacin". El problema de la ocupacin territorial
fue contemplado, tambin, en la legislacin sobre tierras pblicas aprobada en 1882 y 1884. Estas normas
intentaron, sin mayor xito, completar y mejorar, la ley sobre colonizacin e inmigracin de 1876.
La educacin fue otro de los temas que ocup un lugar destacado dentro de las ideas prevalentes en
la poca. En este caso confluyeron problemas de muy distinta ndole: pedaggicos, institucionales, religiosos
y polticos, estos dos ltimos elocuentemente ilustrados durante las speras polmicas entre "catlicos" y
"liberales" Todas estas dimensiones emergieron durante los debates parlamentarios de 1884 que culminaron
con la sancin de la ley 1.420 de educacin comn. La ley estableci la enseanza primaria, obligatoria,
gratuita y laica, y fue, al comienzo, de aplicacin en la Capital Federal y territorios nacionales, para luego
extenderse gradualmente al resto de las provincias. El debate fue tan intenso que desencaden la expulsin
del nuncio apostlico y la suspensin de las relaciones diplomticas con el Vaticano.
La ley otorg un papel central a las autoridades nacionales y recort considerablemente el lugar que
ocupaba la Iglesia Catlica en la materia. Los partidarios de la nueva disposicin consideraron que una ley
neutra en materia religiosa era crucial para un pas que se haba propuesto estimular la entrada de los
extranjeros. No es de extraar, entonces, que por estas y otras razones se haya decidido establecer la
supremaca del Estado nacional que, al decir del diputado Delfn Gallo, no poda ceder ante el poder de los
papas" El gobierno central no se limit a establecer el marco legal; cre, adems, instituciones que hicieran
efectivo el cumplimiento de la ley. Entre estas sobresali el Consejo Nacional de Educacin que, aparte de
velar por los temas estrictamente educativos y pedaggicos, se transform, a travs de su incidencia en los
planes de estudios, en una herramienta activa en la transmisin de las ideas "nacionalista" vigentes en la
poca.
Algunos de los aspectos poltico-institucionales del tema educativo se reflejaron, tambin, en la
sancin de otra norma importante, verbigracia, la ley de matrimonio civil aprobada durante la administracin
de Miguel ngel Jurez Celman. En este caso, tambin, se transfiri al mbito de los poderes nacionales
funciones que hasta entonces haban sido ejercidas por la Iglesia Catlica. El ministro Filemn Posse
fundament la medida con el mismo tipo de razones que se utiliz para legitimar la legislacin anterior: El
matrimonio es la base de la familia, da a la Nacin sus hijos, los futuros ciudadanos [...] y esto no puede estar
legislado sino por el Congreso de la Nacin.
No fueron las mencionadas las nicas medidas que se aprobaron durante aquellos aos.
Hubo otras, que sera largo enumerar, que se relacionaron especialmente con la esfera judicial y
administrativa. Tampoco la legislacin destinada a la organizacin de los poderes nacionales se limit a los
aos ochenta, por ms activos que estos hayan sido. En el campo econmico, por ejemplo, se dict en 1891
la ley de impuestos internos que, al otorgar la recaudacin del mismo al gobierno central, y no a las
provincias productoras, acentu la tendencia centralista de la legislacin anterior. De mucha importancia
para la organizacin monetaria fue la ya mencionada ley de convertibilidad sancionada en 1899. En 1902 se
aprob la Ley Ricchieri de servicio militar obligatorio, que complet la organizacin del ejrcito nacional
iniciada por la ley de milicias provinciales de 1881. En 1904 se aprob la polmica Ley de Residencia que
otorgaba poderes al Ejecutivo Nacional para expulsar extranjeros que comprometieran, segn las
autoridades, la paz interior. La norma introduca cambios en una
legislacin sobre inmigracin que hasta ese momento se haba caracterizado por su espritu liberal.
Esta ley fue completada en 1910 por la de Defensa Social que prosegua fines similares, pero que fue de
aplicacin ms limitada. En 1905 se sancion la Ley Linez de educacin que cre las escuelas del mismo
nombre, que extendieron a todo el territorio las estipulaciones de la ley de educacin comn de 1884. Hubo
proyectos que tuvieron la intencin de completar leyes anteriores, pero que no fueron aprobadas por el
Congreso. Fue el caso, por ejemplo, del relacionado con el divorcio, que fue rechazado en la Cmara de
Diputados por un estrecho margen de votos. Lo mismo podra decirse, en otro orden de cosas, del
voluminoso proyecto de Cdigo de Trabajo de 1904 que intentaba una ordenacin novedosa de las relaciones
laborales, y que fue rechazado por las partes interesadas. Finalmente, en 1898 se aprob una muy limitada
reforma de la Constitucin Nacional que ampli de 5 a 8 el nmero de ministerios fijados por la Carta Magna
de 1853. La reforma coincidi con un momento de ampliacin y modernizacin de la administracin pblica
que haba quedado superada por el rpido crecimiento del pas.
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Se ha dejado para el final la mencin de la ley que tendr una influencia decisiva en la evolucin
poltica posterior de la Repblica. En 1912 se aprob la reforma electoral que fue conocida como Ley Senz
Pea, nombre del presidente de la Repblica en el momento de la sancin. La reforma tena como objetivo
principal poner fin a la secuela de fraudes que distorsionaron desde siempre el sistema electoral. La historia
institucional argentina registra otros intentos que perseguan el mismo fin. En 1902, para no retroceder
demasiado en el tiempo, Joaqun V. Gonzlez (ministro del interior durante la segunda presidencia de Roca)
haba introducido una ley que instauraba el voto uninominal (por circunscripciones) en la Argentina. La
reforma fue aplicada en las elecciones legislativas de 1904 pero no produjo los resultados esperados, y dej
como nica novedad la eleccin del primer diputado socialista de Amrica (Alfredo Palacios). La ley fue
criticada porque se seal que habla facilitado la compra de votos y, por lo tanto, fue derogada para los
comicios siguientes, en los que se volvi al viejo sistema de la lista completa (slo la lista ganadora
consagraba candidatos). Para algunos, el fracaso de la ley se debi a que el Congreso no aprob el voto
secreto, que era una de las disposiciones del proyecto de Gonzlez. Carlos Pellegrini fue uno de los que
sostuvo esta hiptesis, a pesar de que, estando de acuerdo con la mayora de los artculos de la ley, se
pronunci en el Senado a favor del voto pblico.
Mucho mejor suerte corri el proyecto que presentaron el presidente Senz Pea y su ministro del
Interior Indalecio Gmez. El proyecto, inspirado en la ley Maura espaola, fue aprobado en 1912 luego de
superar ciertas reticencias de parte de algunos polticos y legisladores oficialistas. La ley estableci el voto
universal (masculino), secreto y obligatorio. En rigor, la universalidad del sufragio haba sido proclamada
desde muy temprano por la legislacin electoral argentina. La novedad, entonces, provena del carcter
secreto y obligatorio del sufragio. La nueva legislacin estableca, adems, que los comicios estaran bajo la
vigilancia del poder judicial y seran custodiados por las fuerzas armadas en reemplazo de las policas
provinciales, percibidas como muy susceptibles a las presiones de los caudillos lugareos. La ley,
finalmente, adoptaba el sistema de lista incompleta para las elecciones de, electores de presidente y vice y de
diputados nacionales. De esta manera, se facilitaba la incorporacin de las minoras al otorgrseles un tercio
de la representacin.
Una visin retrospectiva del perodo 1880-1914 ilustra la celeridad con las que se gestaron y
afianzaron instituciones claves en la conformacin de los poderes nacionales. Desde la perspectiva de la
visin de los hombres del ochenta se podra sostener que se haban consolidado, con ciertas imperfecciones,
algunas de la instituciones bsicas de un sistema republicano y, en los tramos finales, representativo. Estos
desarrollos tuvieron un costo visible, verbigracia, el debilitamiento de la dimensin federal que haban
postulado los constituyentes de 1853. La Argentina de 1914 fue el fruto, en buena medida, del intenso
proceso de centralizacin poltico-institucional que se haba iniciado con fuerza durante la dcada del
ochenta.
TRADICIONES Y HBITOS POLTICOS
Los actores Polticos desempeaban su actividad dentro de marcos que son slo parcialmente
consecuencia de su voluntad. Hasta aqu se ha hecho referencia a las cambiantes alternativas de la vida
econmica y social, y a las modificaciones que alteraron aspectos importantes de la dimensin institucional.
Esos marcos fueron, tambin, influidos por las ideas prevalentes, las que en su gran mayora fueron
importadas desde los pases ms avanzados. En el perodo analizado, por ejemplo, es posible rastrear la
presencia de vertientes del pensamiento liberal, conservador, nacionalista, socialista y anarquista, todas ellas
de raz europea aunque afectadas, muchas veces, por heterodoxias de origen local.
Instituciones e ideas son presencias habituales en la vida poltica. stas estn casi siempre
acompaadas por dimensiones menos precisas y, por lo tanto, menos estudiadas. Es el caso de las tradiciones
y los hbitos heredados, de lo que algunos llaman "cultura poltica" que suelen tener una influencia no
desdeable en los procesos institucionales. En el caso argentino, y dentro del perodo 1880-1914, hay dos
aspectos del problema que merecen una breve referencia. El primero de ellos fue la gran influencia del
personalismo, o, dicho de otra manera, de la indudable gravitacin de los grandes lderes o "caudillos". Esta
caracterstica no es ni fue privativa de la Argentina, pero su presencia excedi lo que es habitual en aquellos
pases con regmenes polticos estables. El apoyo a un lder, por encima de agrupaciones y programas, fue,
con bastante frecuencia, el principal factor de identificacin poltica. La presencia de "mitristas" y
"alsinistas", justo antes del ochenta, es una clara ilustracin de la afirmacin anterior. Ya dentro del perodo
analizado, dos ejemplos tomados de la provincia de Buenos Aires en los aos noventa confirman la
persistencia del mismo factor. Los partidarios de los partidos oficialistas o autonomistas no se identificaban
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con el nombre de sus agrupaciones; se definan simplemente como "pacistas", "casaristas", "roquistas",
"pellegrinistas", etc. En el partido de oposicin, la Unin Cvica Radical, las cosas no fueron diferentes.
Hacia 1898, el partido se dividi en dos facciones, una encabezada por Hiplito Yrigoyen; la otra, por
Bernardo de Yrigoyen. La identificacin, como es obvio, no poda apoyarse en la utilizacin del trmino
"yrigoyenistas"; pero la dificultad fue rpidamente sorteada cuando los partidarios de ambos bandos se
denominaron "hipolistas" y "bernardistas", respectivamente.
En un ambiente semejante no es de extraar el papel preponderante jugado por lderes como Roca e
Yrigoyen, cuya presencia o ausencia podan resultar cruciales. Pero aun dirigentes como Juan B. Justo en el
Partido Socialista o Lisandro de la Torre en la Liga del Sud, crticos de este rasgo de lo que despectivamente
denominaban "poltica criolla" tuvieron en sus propias agrupaciones una presencia similar a la que
alcanzaron en las suyas los polticos ms tradicionales. No parece necesario sealar que esta caracterstica no
se limit solamente al plano nacional: estuvo presente con la misma fuerza en la vida provincial y municipal.
El segundo rasgo distintivo de la cultura poltica argentina fue la ausencia de alternancia en el
ejercicio del poder. En otros pases (Espaa, por ejemplo) la presencia de distorsiones en el sistema electoral
no impeda que partidos rivales se alternasen en el gobierno (el conocido "turno"). En la Argentina un solo
partido, el Autonomista Nacional, ejerci el gobierno durante prcticamente todo el perodo analizado. Salvo
en contadas ocasiones, lo mismo ocurri con los poderes provinciales. El oficialismo se caracteriz,
entonces, por un marcado exclusivismo que cerr casi todos los caminos a la oposicin, incluida aquella que
haba surgido de sus propias filas. Para estos propsitos utiliz indistintamente el fraude electoral o la
intervencin federal. Esta ltima, segn el diputado autonomista Osvaldo Magnasco, se utilizaba con dos
propsitos centrales: "o levantar un gobierno local que garantice la situacin domstica del Ejecutivo o [...]
derrocar un gobierno local desafecto al central" (1891).
El exclusivismo del oficialismo encontr su contrapartida en la actitud rgida de la Unin Cvica
Radical, el principal partido de oposicin. Esta actitud se reflej en la pertinaz negativa a negociar, a realizar
coaliciones o acuerdos con otras fuerzas polticas (denominados despectivamente contubernios). Para los
radicales, el trmino intransigencia se convirti en una de sus principales banderas, en un principio moral
irrenunciable. Para su fundador, Leandro Alem, la nocin de que en poltica se hace lo que se puede era
inaceptable y deba ser sustituida por la nocin de que si no se puede hacer lo que se debe, "no se hace nada".
La posicin intransigente postulada por Alem fue continuada, con diferente retrica, por Hiplito Yrigoyen
cuando asumi el liderazgo del partido en 1898.
Exclusivismo e intransigencia estaban en la base de otra dimensin importante de la vida
institucional argentina, verbigracia, el levantamiento armado o la rebelin cvico-militar. El perodo se inici,
como se dijo, con la cruenta guerra civil de 1880 que enfrent a las tropas nacionales con las milicias
bonaerenses. El perodo de paz que sigui a estos episodios fue bruscamente interrumpido por la formidable
rebelin de 1890, acaudillada por la Unin Cvica, una nueva agrupacin que intent derrocar al gobierno de
Miguel ngel Jurez Celman. El levantamiento fue trabajosamente derrotado, pero forz a la renuncia del
Presidente que fue reemplazado por el Vice, Carlos Pellegrini (1890-92). En 1893, y durante la frgil
presidencia de Luis Senz Pea (1892-95) se produjeron movimientos armados liderados por la Unin Cvica
Radical en las provincias de Santa Fe, Buenos Aires (donde tambin particip la Unin Cvica Nacional)
Tucumn y San Luis y por la Unin Cvica Nacional en Corrientes. En algunos casos, los revolucionarios
derrocaron a las autoridades establecidas y las sustituyeron por gobiernos afines que, slo despus de un
tiempo, fueron reemplazados por interventores federales enviados por el gobierno central. En algunos
lugares, los enfrentamientos fueron violentos, especialmente en la provincia de Santa Fe, donde un par de
miles de colonos extranjeros se unieron con sus armas a las fuerzas revolucionarias. Finalmente, en 1905 se
produjo el ltimo levantamiento radical dirigido por el nuevo lder, Hiplito Yrigoyen, en lo que fue, quizs,
el episodio militar de menor envergadura. Esta propensin de algunos dirigentes a la rebelin armada fue
ironizada, alguna vez, por la prensa oficialista que seal, luego de los acontecimientos del 93, que si
Leandro Alem fuera elegido presidente "acabara por hacerse la revolucin a s mismo" (La Tribuna, 1894).
Durante el perodo 1880-1914, los movimientos armados fueron derrotados, pero dejaron un saldo
considerable de vctimas y alteraron y condicionaron el clima poltico de aquella poca. Un clima
institucional que fue certeramente definido por Carlos Pellegrini luego del frustrado alzamiento militar de
1905:
"Nuestra historia poltica de estos ltimos quince aos, es con ligeras variantes la de los quince aos
anteriores; casi podra decirse la historia poltica suramericana, crculos que dominan, y crculos que se
rebelan; oposiciones y revoluciones [...] vivimos girando en un circulo de recriminaciones recprocas y de
males comunes. Los unos proclaman que mientras hayan gobiernos personales y opresores, ha de haber
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revoluciones; los otros contestan que mientras haya revoluciones ha de haber gobiernos de fuerza Todos
estn en la verdad o ms bien todos estn en el error".
PARLAMENTO, PRENSA Y COMICIOS
El levantamiento armado fue un ingrediente no desdeable del estilo poltico vigente. No fue el
nico ni el ms importante. El debate parlamentario, la prensa partidaria, los clubes y comits, las
manifestaciones callejeras y los actos pblicos, y, desde luego, las elecciones ocupaban con mayor
habitualidad la atencin pblica. El parlamento, por ejemplo, cumpli una funcin importante como caja de
resonancia de las principales opiniones polticas, econmicas y sociales, vertidas tanto en los debates entre
parlamentarios como en las frecuentes interpelaciones a los ministros. Estos debates podan resultar
doblemente ilustrativos porque pocas veces los legisladores estaban obligados a seguir las posiciones fijadas
por sus partidos. Por otra parte, el Congreso era un lugar crucial en la gestacin de las carreras polticas de
quienes aspiraban a posiciones ms encumbradas.
La difusin del debate parlamentario se hizo generalmente a travs de una prensa partidaria tan
activa como diversa. Los diarios fueron un factor crucial en la disputa poltica, una plataforma desde donde,
tambin, se forjaban carreras y reputaciones: "Un diario para un hombre pblico es como un cuchillo para el
gaucho pendenciero; debe tenerse siempre a mano", le escriba Ramn Crcano a Jurez Celman en 1883.
Esta necesidad explica la cantidad de publicaciones polticas, algunas de vida efmera, que emergieron
durante el perodo, generalmente al ritmo del calendario electoral. La existencia de este mundo periodstico
tan variado y combativo fue posible, entre otras cosas, por la reiterada actitud de la Suprema Corte de justicia
en defensa de la libertad de prensa. No todas ellas eran partidarias: La Prensa, por ejemplo, la ms slida
financieramente y la de mayor circulacin, se mantena independiente de los partidos, aunque no era para
nada renuente a dar su opinin sobre los principales problemas polticos. El prestigio profesional poda
coincidir, sin embargo, con la afiliacin partidaria como lo demostraba el caso de La Nacin, vocero de los
partidos "mitristas" (cvicos nacionales y, luego, republicanos). Otros peridicos se definan, tambin, como
portavoces de los distintos partidos, como lo ilustran los casos del Sud Amrica (juarista), La Tribuna
(roquista), El Argentino (radical), El Pas (pellegrinista y, luego, roquista), La Vanguardia (socialista) y La
Protesta (anarquista). Este conjunto inclua, tambin, a los peridicos humorsticos, algunos de los cuales
dieron muestra de gran sofisticacin grfica con sus caricaturas y de un afinado estilo literario en sus ironas
polticas. Ejemplos de este gnero fueron: El Mosquito, Don Quijote, PBT, Caras y Caretas, La Bomba,
entre otros.
Los debates entre estas publicaciones acicatearon muchas veces pasiones que distaron de ser
pacficas; en otras ocasiones, sin embargo, ilustraron con bastante precisin y civilidad las distintas ideas que
circulaban en el mundo poltico. En algunas instancias, no se limitaron exclusivamente a la vida partidaria y
registraron la presencia de sectores que no participaban habitualmente en ella. Es el caso, por ejemplo, de la
interesante polmica que tuvo lugar entre La Vanguardia, socialista y La patria degli Italiani, uno de los
tantos voceros de la distintas colectividades extranjeras radicada en la Argentina. El debate gir alrededor de
la actitud que deban adoptar los extranjeros frente a la adopcin de la ciudadana argentina.
La prensa partidaria se hallaba estrechamente vinculada a los comits y clubes parroquiales, que eran
los lugares destinados al reclutamiento y al intercambio entre adherentes de una agrupacin. Estas
instituciones eran, adems, otro de los canales en donde se desarrollaban las carreras polticas. Durante
buena parte del perodo funcionaron especialmente en pocas electorales, para permanecer inactivas una vez
finalizados los comicios. Este ritmo fue alterado en parte con la aparicin de radicales Y socialistas, muy
especialmente con las actividades desarrolladas por los segundos. Clubes y comits participaron muy
activamente en la organizacin de las reuniones ms coloridas y vivaces de la vida pblica, verbigracia, las
manifestaciones y mitines a los que los porteos, por ejemplo, ya eran muy afectos desde antes de 1880.
Estas reuniones podan ser convocadas con distintos propsitos y reunir audiencias de tamaos muy dispares.
Estaban las grandes manifestaciones callejeras (o en plazas pblicas) como el famoso mitin del Frontn
organizado en 1890 por la Unin Cvica para protestar contra el gobierno de Jurez Celman. En abril, el
diario La Nacin informaba: "No ha sido slo una manifestacin, han sido cuatro manifestaciones en que el
pueblo ha estado presente. Diez mil ciudadanos de acuerdo al cmputo de los diarios oficiales llenaban las
tribunas y las anchas avenidas" Estos actos se repetan en otras ciudades del pas y hasta en pueblos rurales.
En la colonia Esperanza de Santa Fe se daba cuenta, con motivo de los mismos acontecimiento del noventa,
que la fiesta ha sido magnfica al comps de la msica, cohetes y bombas 1, manifestacin recorri las
calles vivando [...] a la Unin Cvica y a la revolucin (La Capital Rosario, 1890). Estas reuniones se
celebraban muy habitualmente en locales cerrados (teatros, por ejemplo), y algunas de ellas dieron lugar a
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acontecimientos polticos muy significativos. Es el caso, entre muchos otros, del acto en el Teatro Oden
(1897) donde Pellegrini decidi apoyar la candidatura de Roca para lo que luego sera su segunda
presidencia (1898-1904).
Como se dijo anteriormente, buena parte de las actividades mencionadas se hallaban vinculadas a la
celebracin de los comicios. El tema electoral ha dado lugar a una serie de controversias, por lo cual es
necesario evitar generalizaciones indebidas, especialmente cuando existi una variacin muy grande tanto en
el tiempo como en el espacio. La dcada del ochenta, por ejemplo, se caracteriz por una marcada
indiferencia electoral, tal vez motivada por la falta de alternativas opositoras. La primera mitad de los aos
noventa, por e contrario, registr un alza notable en el inters poltico, con elecciones disputadas que dieron
lugar a algn triunfo opositor en la Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires. Esto no era habitual,
sin embargo, y luego de 1896, la ola de entusiasmo disminuy, aunque la concurrencia a los comicios sigui
en aumento hasta la sancin de la Ley Senz Pea en 1912.
Quin concurra a los comicios? Desde siempre (1821) la legislacin argentina estableci el voto
universal para varones nativos (o nacionalizados) mayores de 17 aos (luego, de 18). No hubo, por lo tanto,
como en otros pases, limitaciones relacionadas con los ingresos (voto censitario) o la educacin (exclusin
de los analfabetos). Hubo s una ausencia importante, la de la numerosa poblacin extranjera que se haba
radicado en el pas. Este vaco fue consecuencia de que muy pocos de los inmigrantes haban solicitado la
carta de ciudadana argentina, por ms que el requisito legal para hacerlo no era demasiado exigente (dos
aos de residencia en el pas). La baja tasa de nacionalizacin contrast, tambin, con los niveles ms altos
que se obtuvieron en los Estados Unidos o en la vecina Repblica Oriental del Uruguay. Varias han sido las
razones que se han esgrimido para explicar el caso argentino. Se ha sealado que la reiteracin de prcticas
electorales fraudulentas no estimulaba a los extranjeros a actuar en la vida cvica. Se ha mencionado,
tambin, que al revs de lo ocurrido en otros pases, los partidos polticos argentinos (con la excepcin del
socialista) no demostraron mayor inters en promover la nacionalizacin de los inmigrantes. Otras
explicaciones apuntaron a la amplitud de los derechos civiles de que gozaban los extranjeros, lo que haca
que no tuvieran mayor inters en adquirir la carta de ciudadana. Ms an, manteniendo la nacionalidad de
origen, los inmigrantes podan acceder a dos fuentes de proteccin: la de las leyes civiles argentinas y la de
los representantes diplomticos de sus pases de nacimiento. En relacin a este ltimo tema se han
mencionado, tambin, las activas campaas de cnsules y de "aciones extranjeras para convencer a sus
connacionales de que no adquieran la nacionalidad argentina. La ya mencionada polmica entre La
Vanguardia y La Patria degli Italiani se refera precisamente a este problema.
La no concurrencia a los comicios no significaba una abstencin total de la vida pblica. En rigor,
muchos inmigrantes lo hacan a travs de otros canales: las asociaciones a que pertenecan participaban
muchas veces en debates sobre temas institucionales y peticionaban frecuentemente a las autoridades
establecidas. Los sindicatos obreros fueron, quizs, el caso ms conocido por su permanente presencia en la
vida poltico-social. No fueron, sin embargo, los nicos; lo mismo ocurra, aunque con menor intensidad, con
las organizaciones empresarias, las asociaciones voluntarias, etc. En algunos lugares los extranjeros podan
votar y ser elegidos en las elecciones municipales, y ya se han sealado instancias ms dramticas de
participacin poltica como la intervencin armada de los colonos santafesinos en la revolucin radical de
1893.
Qu ocurra, mientras tanto, con la poblacin que reuna las condiciones legales para emitir el voto?
La existencia de una legislacin amplia no abra automticamente las puertas del comicio. Para participar en
la eleccin era necesario inscribirse previamente en el Registro Electoral. El xito o fracaso en la inscripcin
tenan una incidencia decisiva en el resultado de la posterior confrontacin en las urnas. En lneas generales,
y con las variaciones apuntadas anteriormente, el cuadro que emerge analizando inscripciones y elecciones
es el de concurrencias bajas, con mayor participacin de los sectores de bajos ingresos y escasa instruccin
(los analfabetos, por ejemplo), y con mayor participacin en los distritos rurales que en los urbanos. Esto
ltimo no fue siempre as, pero alcanz, en ciertos lugares, niveles bastante llamativos. En la provincia de
Buenos Aires en 1894, por ejemplo, en el partido de La Plata (60.991 habitantes) slo vot el 1,23% de la
poblacin total y el 7% de los que estaban en condiciones de hacerlo. En el partido de Pila (3.111 habitantes)
votaron el 9,45 y el 17%, respectivamente. En Santa Fe votaba ms gente en el casi despoblado
departamento de Vera que en la ciudad de Rosario.
Si bien es difcil hablar de situaciones homogneas, la indiferencia electoral (no necesariamente
Poltica) parece haber sido ms elevada en los sectores altos de la sociedad. En 1894, el diario La Prensa se
quejaba de esa indiferencia calificando a esos sectores "como una sombra que cae sobre el campo de lucha,
que nada crea, que nada sostiene, que de nada se responsabiliza". Seis aos despus, Carlos Pellegrini volva
a lamentarse de la inaccin poltica de lo que denominaba "la burguesa rica e ilustrada".
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Existe un amplio consenso entre los historiadores acerca del carcter poco transparente y fraudulento
de buena parte de las elecciones que se celebraron durante el perodo bajo estudio. El fraude se aplic
especialmente en pocas en las que la oposicin (que alguna vez tambin lo aplic) decida concurrir y
competir en los comicios. Se utilizaba tanto durante la inscripcin en los registros corno en el momento de
emisin del sufragio y procuraba impedir que la oposicin se registrara o votara. Los mtodos utilizados
fueron diversos y variaron desde la aplicacin de triquiuelas inofensivas hasta la utilizacin, menos
habitual, de mtodos violentos. Durante la primera dcada del siglo, especialmente en la ciudad de Buenos
Aires, se utiliz la compra de votos. No resulta necesario sealar que cuando la oposicin no concurra a esos
comicios, los mismos se desarrollaban en forma pacfica y los candidatos de la lista oficial eran elegidos
unnimemente.
Con fraude o sin l, las elecciones se realizaban peridica y puntualmente, y a pesar de las
distorsiones que las afectaban ocupaban un lugar importante en el escenario institucional. La existencia de
los comicios obligaba a las distintas agrupaciones a reclutar clientelas, tarea que se desarrollaba en los ya
mencionados comits o clubes. Quienes estaban al frente de estas organizaciones eran los "caudillos" de
distritos o de barrio, quienes ocuparon un lugar central en la vida poltica. Eran, como se ver luego, los
intermediarios entre las "clientelas" y los principales dirigentes y deban asegurar la lealtad de las primeras
hacia los segundos. La tarea no era sencilla, entre otras cosas porque la actividad electoral entraaba riesgos
que muchos no estaban dispuestos a correr. El "caudillo", hombre generalmente de origen humilde, fue uno
de los personajes ms controvertidos de su tiempo, siendo percibido por algunos como quien "reciba del
gobierno la polica y el correo y se le permita el manejo de la ruleta y el cuatrerismo [...] y toda clase de
ayudas para sus amigos y persecucin para sus enemigos", mientras que para otros era considerado como "el
hombre que es til a sus vecinos y que siempre est dispuesto a prestar servicios". Para observadores menos
propensos a juicios emotivos, estos personajes eran resultado de condiciones polticas que favorecan su
existencia. Para Carlos Pellegrini, por ejemplo, esa condicin era la falta de una opinin pblica
independiente y el "caudillo" no era otra cosa que "la mala yerba que crece en tierras abandonadas".
PARTIDOS Y AGRUPACIONES POLTICAS
Hasta aqu se ha hecho referencia a los distintos factores que configuraron el escenario poltico de
aquellos aos. Corresponde ahora referirse a quienes poblaron esos escenarios, es decir, a las distintas
fuerzas polticas. Parece oportuno comenzar este anlisis con el Partido Autonomista Nacional (PAN) la
agrupacin que gobern al pas, en los hechos, durante las tres dcadas y media que abarca este captulo. El
PAN surgi a fines de la dcada del setenta con el propsito de influir en la renovacin presidencial de 1880.
Fue formalmente el resultado de una alianza entre sectores muy representativos del Partido Autonomista
bonaerense de Adolfo Alsina y una coalicin de partidos provinciales que haban apoyado la candidatura
presidencial de Nicols Avellaneda en 1874. En esos primeros momentos, el PAN tuvo el apoyo de la Liga
de Gobernadores, un acuerdo entre los mandatarios de Crdoba, Santa Fe y Tucumn que obtuvo la
adhesin de la mayora de los magistrados de las provincias (las excepciones fueron Buenos Aires y
Corrientes). La nueva coalicin apoy la candidatura del general Roca que vena prestigiado por haber
conducido exitosamente la expedicin militar que derrot a las tribus indgenas en la frontera sud del pas.
Roca cont, adems, con la simpata de la mayora de los oficiales del Ejrcito y de destacadas figuras del
mundo econmico porteo. Estos apoyos fueron suficientes para superar la oposicin de la opinin y de las
armas bonaerenses, y ser consagrado presidente de la Repblica en 1880.
Durante este primer perodo presidencial, la supremaca del PAN fue indiscutible, al punto de que la
renovacin de 1886 se disput, en la prctica, entre candidatos pertenecientes a distintas facciones del
partido oficial (Miguel ngel Jurez Celman, Bernardo de Irigoyen y Dardo Rocha). La oposicin, una
improvisada y frgil coalicin, los Partidos Unidos, no lleg nunca a amenazar el cmodo predominio del
PAN. De esa confrontacin surgi triunfante el senador nacional Miguel Jurez Celman, lder de la faccin
cordobesa que haba sido crucial para el triunfo de Roca en 1880.
El nuevo presidente intent desplazar a Roca de la jefatura del PAN, y relegar a la otra figura fuerte
del autonomismo, el vicepresidente Carlos Pellegrini. Sustentado en una fuerte bonanza econmica, Jurez
Celman estuvo cerca de lograr sus propsitos y, hacia 1889, haba agregado la jefatura del PAN a la
presidencia de la Repblica, en una combinacin que los contemporneos bautizaron como el Unicato. La
bonanza, sin embargo, lleg a su fin y dio lugar a una profunda crisis econmica, acompaada por un
creciente descontento poltico que culmin en el ya mencionado levantamiento armado de julio de 1890. La
rebelin militar fracas, pero la combinacin de circunstancias econmicas y polticas adversas oblig a
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Jurez Celman a presentar su renuncia, siendo reemplazado en el cargo por el vicepresidente Carlos
Pellegrini. Para este ltimo, el resultado fue auspicioso pues haban triunfado "la autoridad y la opinin al
mismo tiempo", no "dejando un gobierno de fuerza, como son todos los gobiernos nacidos de una victoria"
(septiembre de 1890). Los acontecimientos posteriores demostraron, sin embargo, que la situacin era mucho
ms complicada que la prevista por el nuevo presidente. La revolucin de 1890 iba a inaugurar el quinquenio
ms difcil dentro del largo predominio del PAN en la poltica argentina. Un ao despus, Miguel Can
escribi con un tono radicalmente distinto: "Esta atmsfera [...] que forma en Europa la conciencia de que
somos incapaces de gobernarnos compadezco a los hombres que gobiernen a nuestro pas dentro de un ao;
si no salvan la independencia llevaran en la historia la ms tremenda e injusta condenacin".
Con Jurez Celman apartado de la vida pblica, Roca y Pellegrini volvieron a ocupar las posiciones
ms influyentes dentro del PAN. Ahora, sin embargo, esas posiciones estaban considerablemente ms
debilitadas. El oficialismo se hallaba amenazado, por un lado, por la flamante Unin Cvica, y por el otro,
por el reagrupamiento de los partidarios de Jurez Celman que, a travs del Partido Modernista y de la
candidatura de Roque Senz Pea, demostraron tener en varias provincias ms apoyos que los imaginados.
Para sortear esta situacin, el oficialismo se vio obligado a realizar una alianza con la fraccin ms moderada
de la Unin Cvica, la liderada por el general Bartolom Mitre. Esta alianza impuso la candidatura
presidencial de Luis Senz Pea, un viejo dirigente con afinidades cvicas y catlicas, pero con muy
menguados apoyos polticos. Luis era padre de Roque y su candidatura forz la renuncia del hijo, con lo cual
Roca logr sortear la amenaza de los modernistas.
La presidencia de Luis Senz Pea se caracteriz por su fragilidad, jaqueada por los ya citados
levantamientos armados provinciales y por las continuas crisis de gabinete. En apenas dos aos y un par de
meses, pasaron por la cartera de Relaciones Exteriores siete ministros; por el de Justicia, seis, al igual que la
de Guerra y Marina. Siete ocupantes se sucedieron en la estratgica cartera del Interior. Por fortuna para la
atribulada economa nacional, slo dos personas ocuparon la cartera de Hacienda. Fue, quizs, el momento
de la historia institucional argentina donde funcion en la prctica un gobierno de estilo parlamentario con
los ministros del Interior, y una vez el de Guerra y Marina (del Valle), comportndose como verdaderos jefes
de gabinete. La filiacin poltica de estos ministros ilustra claramente la inestabilidad que caracteriz a la
presidencia de Senz Pea: un cvico nacional, un autonomista roquista y otro antirroquista, un poltico con
fuertes afinidades radicales y dos independientes con pocas simpatas por el PAN. Como puede apreciarse, el
predominio de los autonomistas estuvo cerca de naufragar y slo la renuncia del Presidente permiti la
superacin gradual de tan compleja situacin. Senz Pea fue reemplazado por el vicepresidente Jos
Evaristo Uriburu (1895-98), un poltico salteo de filiacin autonomista. La figura de Roca volvi a
afianzarse dentro del PAN con el eficiente apoyo de Pellegrini, siendo elegido por segunda vez a la
presidencia de la Repblica (1898-1904).
La fuerte alianza entre Roca y Pellegrini dur poco. En 1901 el poltico porteo decidi quebrarla,
retirarse del Partido Autonomista Nacional y fundar con sus amigos una nueva agrupacin que tom el viejo
nombre de Partido Autonomista (a secas). La nueva agrupacin adopt una posicin opositora y restringi su
actuacin a la ciudad y provincia de Buenos Aires. El rompimiento de la vieja alianza debilit al PAN y
forz a Roca a convocar en 1904 a una pintoresca Asamblea de Notables que consagr a Manuel Quintana,
un independiente con un leve pasado mitrista, como presidente y a Jos Figueroa Alcorta, un poltico
cordobs ex juarista y ex modernista, para la vicepresidencia. Quintana falleci en 1905, por lo que Figueroa
Alcorta complet el mandato hasta 1910.
La presidencia de Figueroa Alcorta marc el fin del predominio de Roca en el PAN. Poco a poco fue
perdiendo sus apoyos provinciales, que quedaron prcticamente reducidos a Manuel Ugarte, un fuerte lder
bonaerense. Figueroa Alcorta, por su parte, apoy exitosamente la candidatura de Roque Senz Pea,
poltico porteo que haba sido figura relevante en el juarismo, en el modernismo, y en el partido de Carlos
Pellegrini (que haba fallecido en 1906), del cual tom la bandera de la reforma electoral. Roque Senz Pea
fue elegido en 1910 y falleci en 1914, siendo reemplazado por el vicepresidente Victorino de la Plaza que
complet el mandato hasta 1916. Para esta altura, el PAN haba perdido a sus dirigentes histricos (Roca,
Pellegrini y Senz Pea) y se hallaba debilitado y dividido, situacin que ilustr elocuentemente en 1916 la
eleccin de Lisandro de la Torre, un dirigente santafesino de trayectoria antiautonomista, como candidato a
la presidencia de la Repblica.
El PAN fue una coalicin de partidos provinciales a la que no le resultaba fcil establecer una
direccin nacional unificada. Esto no era exclusivamente un problema de partido; se haba convertido,
tambin, en un problema de gobierno. El predominio del PAN durante tantos aos descans, como lo seal
Natalio Botana, en la posibilidad de ejercer un cierto control sobre la sucesin presidencial. Este control
exiga arreglos polticos, bastante complejos, entre los distintos componentes de la agrupacin oficialista. En
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el peldao superior de esta organizacin se encontraba, generalmente, el presidente de la Repblica, que
procuraba ejercer influencia sobre los gobernadores de provincias, los que, a su vez, basaban su autoridad en
los apoyos que reciban de los ya mencionados "caudillos" de distrito. Las relaciones entre cada uno de estos
escalones distaban de ser automticas; exigan, por el contrario, negociaciones arduas y cambiantes.
Especialmente complejas podan ser las que se entablaban con los gobernadores de provincias. Un ejemplo,
extrado de la renovacin presidencial de 1886 en la provincia de Santa Fe, ilustra bien el tipo de situacin
que poda plantearse. La competencia presidencial se haba establecido entre Miguel Jurez Celman y
Bernardo de Irigoyen (ambos por aquel entonces miembros del PAN). En un primer momento, Irigoyen
contaba con el apoyo del dirigente santafesino Jos Glvez, mientras que Jurez Celman estaba respaldado
por el rosarino Estanislao Zeballos. Ambos polticos locales aspiraban a la gobernacin de la provincia.
Durante la campaa qued claro que Glvez contaba con bastantes ms apoyos locales que su rival, y que la
candidatura presidencial de Jurez Celman apareca como bastante ms slida que la de Irigoyen. No es de
extraar que, luego de una serie de negociaciones, la combinacin final terminara reuniendo a Glvez con
Jurez Celman. Este episodio demuestra el peso que tuvieron, en su momento, gobernadores como Racedo
en Entre Ros, Civit en Mendoza, Irondo y Glvez en Santa Fe, Rocha, Paz y Ugarte en la provincia de
Buenos Aires, Nougus y Crdoba en Tucumn, Vidal en Corrientes, etc.
Las mismas negociaciones tenan lugar en un escaln ms bajo entre los gobernadores y los caudillos
de distrito, o, como deca irnicamente uno de estos ltimos, entre el "verdadero elemento de la campaa" y
"la parte decorativa y metropolitana." Cualquiera haya sido la tensin generada por estos intercambios, no
caben dudas de la importancia adquirida por estos modestos jefes rurales. Simn de Irondo supo plantear el
problema con llamativa crudeza: "A m no me importa de la prensa, de los clubes y de las oposiciones
organizadas en las ciudades cuando cuento con la masa y los caudillos que las levantan en el espacio de unas
pocas horas".
A estas relaciones verticales complejas que caracterizaban al PAN y a sus gobiernos habra que
agregar el peso de algunas individualidades que se destacaron en la funcin legislativa y, especialmente, en
la ministerial. La lista, en este caso, sera bastante extensa; a ttulo de ejemplo bastara con mencionar a los
muy influyentes polticos que ocuparon el Ministerio del Interior, la cartera poltica dentro del gabinete:
Bernardo de Irigoyen, Eduardo Wilde, Joaqun V. Gonzlez, Marco Avellaneda e Indalecio Gmez. El PAN
reuni, por lo tanto, una gama variada de figuras polticas, muchas de las cuales representaban diferentes
alternativas institucionales. Curiosamente el oficialismo, que hizo gala de un marcado exclusivismo en sus
relaciones con la oposicin, no tuvo inconvenientes en mantener una actitud interna flexible y propensa a la
cooptacin.
Las caractersticas hasta aqu sealadas del PAN resaltan el papel decisivo de lderes nacionales que
pudieran minimizar la naturaleza centrfuga y heterognea de la coalicin oficialista. El cetro mximo tuvo
varios aspirantes de los cuales, algunos, como Dardo Rocha en el ochenta o Manuel Ugarte ya en el siglo
XX, ilustraron casos frustrados, aunque con algunas pretensiones. Otros, como Miguel ngel Jurez Celman
durante su presidencia, lo lograron por un perodo relativamente breve. Ms continua fue la presencia de
Carlos Pellegrini, candidato en dos oportunidades con alguna posibilidad de xito (1897 y 1904). En rigor, el
nico que parece haber ejercido la funcin exitosamente durante un perodo relativamente largo fue Julio
Roca, quien condujo al PAN durante buena parte de los veinticinco aos que transcurrieron entre 1879 y
1905.
Dentro de este panorama heterogneo era posible encontrar, desde luego, varios puntos en comn.
Uno de los ms importantes se refera al lugar que se le otorgaba a la actividad poltica y al estilo con el cual
deba ser conducida. Los autonomistas, en lneas generales, tuvieron siempre una actitud reticente frente a la
movilizacin poltica y a las retricas que exaltaban la virtud cvica. Para julio Roca no era "confiadas en los
entusiasmos de la plaza pblica ni en los arrebatos del momento que las naciones conservan su
independencia e integridad" Para esta visin, las agrupaciones partidarias deban actuar en pocas de
elecciones; fuera de ellas, los polticos deban concentrarse en problemas legislativos y administrativos. La
actitud opuesta era la que haba llevado a la inestabilidad que, segn esta versin, haba caracterizado la vida
poltica argentina antes de 1880. "Paz y Administracin" fue el lema que caracteriz el pensamiento que
presidi el primer gobierno de Julio Roca, y que sigui orientando las posiciones del PAN durante todo el
perodo bajo anlisis. Esta actitud gradualista, amante del orden, estuvo estrechamente ligada a la otra gran
aspiracin de los autonomistas, verbigracia, la modernizacin y el crecimiento econmico del pas, metas
que slo podan alcanzarse sobre bases polticas estables.
La reticencia frente a la valoracin reiterada de la actividad cvica se manifest, desde luego, con
intensidad desigual en distintos perodos y bajo diferentes lderes. Fue clara pero mesurada en el caso de
Roca y del Pellegrini anterior a fin de siglo. Fue expresada en tono agresivo por Jurez Celman, quien pudo
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sealar (1888) que la prosperidad econmica quitaba "para bien de la patria materia prima a la actividad
poltica". En general, una actitud ms positiva frente a la vida poltica se manifest en las facciones dentro
del PAN que se opusieron al liderazgo de Julio Roca. Fue el caso de los "modernistas" (en evidente
contradiccin con el pensamiento de Jurez Celman) a comienzos de los aos noventa, de los "pellegrinistas"
a comienzos del nuevo siglo y de quienes acompaaron a Roque Senz Pea a partir de 1910.
La oposicin a los gobiernos autonomistas no fue homognea, y vari significativamente de acuerdo
a los distintos perodos y a las diferentes agrupaciones que asumieron ese papel. La dcada del ochenta,
como se seal, estuvo signada por una marcada indiferencia poltica y caracterizada por una oposicin dbil
y dividida, muchas veces limitada a esfuerzos personales (el del senador del Valle, por ejemplo). Militaban
en esa oposicin figuras prestigiosas (como la de Bartolom Mitre) del Partido Nacionalista y algunos ex
autonomistas que haban acompaado al gobernador Tejedor en 1880. A ellos se le haba unido un grupo
reducido de dirigentes que haban formado la Unin Catlica para oponerse a las leyes laicas del presidente
Roca. Los Partidos Unidos, la coalicin que formaron en 1886 para oponerse a la candidatura de Jurez
Celman, fue abrumadoramente derrotada en las urnas y se disolvi casi de inmediato. Todava en 1889, la
atona poltica era tan marcada, que las primeras convocatorias contra el gobierno, de Jurez Celman
partieron de un grupo de estudiantes universitarios que formaron la Unin Cvica de la Juventud.
A partir de 1890, sin embargo, el panorama poltico argentino sufri un vuelco significativo. La
agrupacin de los jvenes dio paso a la Unin Cvica, una agrupacin que organiz formidables
manifestaciones callejeras contra Jurez Celman, y que termin liderando el frustrado levantamiento militar
de julio de 1890. La flamante organizacin tuvo corta vida, pues a poco de andar se dividi en dos facciones
(1891), la Unin Cvica Nacional (UCN), heredera del Partido Nacionalista que segua reconociendo al
general Mitre como su mximo dirigente, y la Unin Cvica Radical (UCR) que reuna a los jvenes
universitarios con algunos viejos dirigentes que provenan del autonomismo porteo. Al frente de la UCR se
encontraba Leandro Alem, un autonomista clsico, antirroquista, que en 1880 se haba opuesto
elocuentemente a la federalizacin de Buenos Aires. La causa de la divisin fue la dispar actitud adoptada
frente a quienes haban asumido el poder luego de la renuncia de Jurez Celman. Para la UCN la gravedad de
la crisis (econmica y poltica) justificaba la negociacin con las nuevas autoridades para Regar a una
frmula compartida para las elecciones presidenciales de 1892. La negociacin culmin con el conocido
Acuerdo que termin imponiendo al binomio Luis Senz Pea - Jos Evaristo Uriburu. Los que luego
integraran la UCR, por su parte, rechazaron todo arreglo con el oficialismo y proclamaron su propia frmula
(Bernardo de Irigoyen - Juan M. Garro), adoptando a partir de ese momento una clara actitud opositora que
se extendera por el resto del perodo.
La evolucin posterior del radicalismo reconoce como mnimo dos pocas claramente diferenciadas
entre s. La primera transcurri entre la fundacin en 1891 hasta la divisin que tuvo lugar en 1898. En esta
primera etapa la UCR reconoci el liderazgo de su fundador Leandro Alem, situacin que se mantuvo hasta
el suicidio del poltico porteo en 1896. En esta etapa, la UCR defini principios muy claros que intentaron
establecer diferencias marcadas con las posiciones adoptadas por el oficialismo. El nuevo partido comenz,
paradjicamente, por reivindicar los valores prevalentes en la "vieja" Argentina, es decir en el pas anterior a
la solucin alcanzada en 1880. Al hacerlo exalt, en abierta oposicin a la filosofa del PAN, a la actividad
poltica y al ejercicio permanente de las virtudes cvicas. Consider que estos valores, comenzando con los
proclamados en la Constitucin de 1853, haban sido avasallados por las administraciones autonomistas, y
que esa situacin justificaba la apelacin a un derecho a la rebelin de corte lockeano. De ah a proclamar el
principio de la intransigencia poltica, y la negativa a la negociacin, el trecho era corto. De ah, tambin,
surga la legitimidad del levantamiento armado ("de la rebelin cvico-militar") como los que tuvieron lugar
en 1893 en algunas de las provincias argentinas.
La primera UCR no se limit exclusivamente a la conspiracin cvico-militar. Su originalidad estuvo
dada porque, al mismo tiempo, utiliz los canales institucionales vigentes. Particip en los comicios en la
ciudad y la provincia de Buenos Aires, obteniendo algunos xitos en las elecciones legislativas. Estuvo, por
tanto, representada en el parlamento nacional, desde el cual sus legisladores, conjuntamente con la prensa
partidaria, explicitaron los principios que deban guiar la accin del partido. Adems de la ya mencionada
reivindicacin de la accin poltica, los radicales "alemistas" pugnaron enfticamente por la transparencia del
sufragio, por un retorno a la tradicin federal, y por el librecambio en materia econmica. De ms est decir
que la UCR critic acerbamente las tendencias centralistas que vea consolidarse en el panorama
institucional.
Esta primera etapa se extendi hasta 1898. Luego del suicidio de Alem comenzaron a generarse
divisiones dentro del partido, las que hicieron eclosin dos aos despus con la emergencia de dos facciones
opuestas. Una, basada en el Comit Nacional, se encolumn detrs de Bernardo de Irigoyen ("bernardistas");
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la otra, que controlaba el poderoso Comit de la provincia de Buenos Aires, responda al liderazgo de
Hiplito Yrigoyen ("hipolistas"). El motivo de la divisin fue que los "hipolistas" rechazaron la posibilidad
de un acuerdo con los cvicos nacionales propuesto por el Comit Nacional (la llamada "poltica de las
paralelas", como la bautiz irnicamente Carlos Pellegrini).
La faccin bernardista tuvo una existencia breve a pesar de que su lder lleg a ejercer la
gobernacin de la provincia de Buenos Aires (189 8-1902). Sus partidarios se dispersaron en distintas
direcciones, tan opuestas entre s como las que expresaron los que adoptaron posiciones anarquistas o
librepensadoras o los que, en el otro extremo, concurrieron a la formacin del Partido Conservador
bonaerense que iba a liderar Manuel Ugarte. La historia del Partido Radical a partir de comienzos del siglo
XX va a quedar limitada, por lo tanto, a la evolucin del sector que lider Hiplito Yrigoyen.
El nuevo radicalismo tuvo en algunos temas posiciones similares a las que haba defendido la
agrupacin dirigida por Leandro Alem. Como entonces, la UCR sigui otorgando un lugar central a los
reclamos por la pureza del sufragio y mantuvo la postura intransigente frente a la realizacin de acuerdos y
coaliciones. Al mismo tiempo, no abandon la predisposicin favorable a la organizacin de rebeliones
militares, como ocurri con la frustrada intentona de 1905. Tambin comparti el discurso "regeneracionista"
que tenda a dividir el mundo tajantemente entre buenos y malos. Todava hacia 1913, un comentarista, que
no le era favorable (A. Peralta en la Revista Argentina de Ciencias Polticas), sostena, analizando la retrica
radical, que "el prestigio de este partido emana del culto de los smbolos mencionados que contribuyen al
espritu bueno de esta religin poltica que para su complemento tiene tambin su espritu del mal, el
demonio, representado siempre por el enemigo antiguo del oficialismo".
Las semejanzas convivieron, sin embargo, con diferencias significativas. El "yrigoyenismo" se alej
visiblemente de las posiciones federalistas de sus antecesores y se volc a ideas centralistas muy semejantes
a las sostenidas por el oficialismo. En materia econmica aparecieron, tambin, algunas discrepancias,
aunque menos tajantes que la sealada en el caso anterior. En su conocida polmica con Pedro Molina
(dirigente radical cordobs), Yrigoyen estableci que el partido deba mantenerse neutral en el debate entre
proteccionistas y librecambistas, que, como en otras cuestiones, deba subordinarse a la reivindicacin por la
regeneracin poltica. La diferencia principal con el primer radicalismo fue, sin embargo, la declaracin de la
abstencin electoral, como consecuencia de la cual la UCR estuvo ausente de los comicios durante cerca de
catorce aos. En esta etapa, por lo tanto, el partido careci de representacin parlamentaria y no particip de
los principales debates legislativos, entre ellos el dedicado a la reforma de la ley electoral.
Quienes dirigieron al radicalismo durante sus dos etapas tuvieron la misma insercin en la vida
social argentina. Eran, en general, miembros de los grupos ms encumbrados de la sociedad, tanto por
ingresos como por nivel educativo. En rigor, en esta dimensin no tenan diferencias significativas con los
lderes de los partidos oficialistas, con quienes compartieron, tambin, el mismo estilo de vida y la
pertenencia a las mismas instituciones sociales. Es probable que esta caracterstica se haya ido modificando
gradualmente a partir de 1916, pero hasta ese momento ilustraba con alguna fidelidad la observacin de
Federico Pinedo, para quien los miembros de ambos grupos polticos no diferan en ubicacin social y
"tenan el mismo concepto de la vida colectiva y parecidas concepciones en cuanto a la vida econmica".
El otro partido de oposicin fue la segunda faccin que naci con la revolucin de 1890, la Unin
Cvica Nacional, denominada a partir del nuevo siglo Partido Republicano. Los "mitristas", como eran
comnmente llamados, tuvieron en el plano institucional principios no demasiado alejados a los proclamados
por la UCR. Los postularon, sin embargo, con un estilo bastante ms moderado y estuvieron siempre
dispuestos a establecer alianzas y coaliciones con otras fuerzas polticas. A travs de estas alianzas,
impusieron en 1894 a Guillermo Udaondo como gobernador de Buenos Aires, y en 1906 triunfaron en la
Capital Federal integrando una lista encabezada por Carlos Pellegrini. La influencia del "mitrismo" estuvo
limitada a la ciudad y a la provincia de Buenos Aires, y a Corrientes a travs del Partido Liberal. Compens
su limitado caudal electoral con la presencia de dirigentes de gran influencia nacional: Bartolom y Emilio
Mitre, Guillermo Udaondo, Antonio Bermejo, Bonifacio Lastra, etc.
La naturaleza de este captulo llev a prescindir de importantes agrupaciones provinciales, muchas
de ellas alineadas dentro del Partido Autonomista Nacional. Parece oportuno, sin embargo, hacer una breve
mencin a una agrupacin provincial, la Liga del Sud, que, adems, de presentar caractersticas no
habituales, tuvo una actuacin que trascendi el plano regional despus de la sancin de la Ley Senz Pea.
La Liga (luego de 1914, Partido Demcrata Progresista-PDP) actu en la provincia de Santa Fe y fue uno de
los tantos desprendimientos de la Unin Cvica Radical tuvo como su dirigente ms importante a Lisandro de
la Torre, luego candidato a presidente por el PDP en las elecciones de 1916. La Liga propuso al comienzo
una plataforma tpicamente localista, como el reclamo del traspaso de la capital provincial desde la ciudad de
Santa Fe a la de Rosario. Influida por el modelo estadounidense, plante reivindicaciones municipalistas y
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presion por otorgarle el sufragio a los extranjeros, pero propuso, adems, el voto censitario. En rigor, la
posicin de algn relieve en el plano nacional que la Liga alcanz hacia 1914 fue ms el producto del
prestigio personal de Lisandro de la Torre que del peso electoral del partido.
La tercera agrupacin nacional que actu durante parte de este perodo fue el Partido Socialista,
fundado por Juan B. Justo en 1896. La nueva agrupacin fue la expresin local de un vasto movimiento
internacional que traslad a la arena poltica una serie de reivindicaciones que se haban originado en el
campo econmico-social. Los socialistas argentinos adhirieron a la II Internacional y, dentro de ella, se
identificaron con las ideas expresadas por el ala ms reformista y moderada, de la cual el social demcrata
alemn Eduardo Bernstein fue, quizs, el vocero ms representativo.
Recibieron influencias, adems, de los cooperativistas belgas, de los laboristas britnicos y de sus
equivalentes en Australia y Nueva Zelanda. Si bien Justo era un lector atento de las obras de Marx y Engels,
stas influyeron parcialmente en su pensamiento, donde se combinaron con otras corrientes provenientes,
especialmente, del positivismo y del evolucionismo spenceriano. En el plano institucional, los socialistas
fueron partidarios de la llamada "va parlamentaria y participaron, por lo tanto, activamente en los comicios
y en los cuerpos legislativos. Distinguieron entre un programa "mnimo" de aplicacin inmediata y
otromximo que apuntaba a la sociedad del futuro. El primero postulaba introducir mejoras en las
condiciones de trabajo, en el sistema fiscal (libre cambio e impuesto a la renta) y monetario (patrn oro).
Reclamaba, adems, las mismas reformas polticas por las que bregaban los partidos de la oposicin y
algunas facciones disidentes dentro del oficialismo.
Los socialistas eran partidarios, tambin, de sustituir el sistema federal por uno explcitamente
unitario.
Los socialistas no se limitaron exclusivamente a la participacin poltica y legislativa. Fueron
tambin activos en la organizacin y direccin de entidades cooperativas, a las que Juan B. Justo otorgaba,
adems de la funcin econmica, un significativo valor educativo. Ms importante an para los socialistas
fue su participacin en el naciente movimiento sindical. La presencia de las organizaciones gremiales, en
rigor, fue uno de los aspectos ms novedosos del perodo, y merece, por tanto, una breve referencia a sus
principales caractersticas.
LA DIMENSIN SOCIO-POLTICA
El rpido crecimiento econmico registrado en el perodo trajo consigo fuertes mutaciones sociales.
Entre ellas, sobresali la aparicin de nuevos grupos socio-econmicos tanto en el mbito urbano como en el
rural. La aparicin de una vasta capa de sectores medios, con sus consiguientes subdivisiones, y la
emergencia de un proletariado urbano fueron claras ilustraciones de este proceso. Los nuevos grupos pronto
se agruparon en instituciones que procuraron defender y promover sus intereses. Ya antes de 1880 se haba
formado la influyente Sociedad Rural Argentina que congreg a los propietarios ganaderos del litoral
pampeano. Aparecieron, asimismo, una serie de asociaciones comerciales con el mismo propsito y, en
1882, se fund la muy activa Unin Industrial Argentina. Ms adelante, en 1912, se form la Federacin
Agraria Argentina que represent a los agricultores arrendatarios de la regin cerealera. Todas estas nuevas
instituciones sociales incidieron en la vida poltica, a la cual llevaron protestas, peticiones y reclamos. De
todas ellas, las que mayor actividad desplegaron fueron, sin duda, los sindicatos obreros.
Hasta fines del siglo XIX, el movimiento obrero avanz lentamente y con alguna erraticidad. Este
ritmo se modific sustancialmente a partir del nuevo siglo, que asisti a un crecimiento llamativo del nmero
de organizaciones gremiales. Este incremento llev a la formacin de las primeras centrales sindicales. En
1901 se constituy la Federacin Obrera Argentina (FOA) que fue reemplazada al poco tiempo por la
Federacin Obrera Regional Argentina (FORA). En 1905, la llamada FORA del V Congreso proclam su
adhesin a los principios anarquistas, posicin que mantuvo, con serias dificultades a partir de 1910, hasta
1915. Este ao, un nuevo Congreso de la FORA (el X) marc el comienzo del predominio de los llamados
sindicalistas, predominio que se mantendra por ms de dos dcadas. En 1907 se haba formado la Unin
General de Trabajadores (UGT) central adherida al Partido Socialista, aunque caracterizada, por una tensa
relacin entre la parte gremial y el sector poltico de la agrupacin. El movimiento obrero as conformado se
fue organizando alrededor de dos ncleos principales, los grandes puertos como Buenos Aires y Rosario que
se haban constituido en verdaderos emporios laborales, y los centros ferroviarios con su red de industrias
conexas.
La accin desarrollada por los distintos gremios fue consecuencia, en buena medida, de las
ideologas que adoptaron. Los ms combativos fueron, desde luego, los sindicatos de orientacin anarquista,
los que propiciaron en algunas ocasiones la declaracin de huelgas generales. Ms moderadas fueron las
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posiciones de los sindicalistas, los que, sin embargo, coincidan con los anarquistas en su rechazo a la
participacin poltica y a la negociacin con los poderes pblicos. Los gremios socialistas, por el contrario,
apoyaron las campaas polticas de su partido y defendieron la idea de que el parlamento era un instrumento
til para lograr mejoras en las condiciones de trabajo.
Los datos que aport el nuevo Departamento Nacional de Trabajo para el perodo 1907-1916 dan
cuenta de la existencia de cientos de huelgas en la ciudad de Buenos Aires, de las cuales cinco fueron de
carcter general. Ms de la mitad de esos paros procuraron obtener aumentos salariales o reducciones en las
jornadas de trabajo. Como resultaba normal en una etapa inicial, muchas de las huelgas (alrededor del 35%)
estuvieron dirigidas a formar y a consolidar a las organizaciones gremiales. Cerca del 40% de los paros
obtuvo, total o parcialmente, la satisfaccin de las demandas sindicales. Es posible que el porcentaje citado
sea mayor si se tienen en cuenta slo aquellos movimientos relacionados exclusivamente con las condiciones
de trabajo vigentes (salarios, horarios, etc.).
La huelga general, finalmente, estuvo muy en boga en algunos pases latinos del continente europeo.
En la Argentina, en realidad, nunca abarc al conjunto del pas, ni siquiera a todas las industrias de las zonas
afectadas. Al impactar, sin embargo, en actividades cruciales para una economa exportadora, tuvo
consecuencias econmicas que iban ms all de su dimensin regional o numrica. La demanda permanente
de las huelgas generales fue reclamar la derogacin de la ya mencionada Ley de Residencia (1902) que
facultaba al Poder Ejecutivo a expulsar (sin necesidad de juicio) a los extranjeros que consideraba peligrosos
para la seguridad interior.
El movimiento obrero modific, entonces, aspectos importantes de la vida cotidiana y afect,
adems, la actitud de algunos actores polticos. El gobierno, por ejemplo, debi tomar decisiones frente a la
demanda de las organizaciones sindicales. Las respuestas variaron desde la adopcin de medidas represivas,
como la ya citada Ley de Residencia, hasta la propuesta de normas que incorporaban parte de las demandas
gremiales. La ms interesante de estas propuestas fue el voluminoso y original Cdigo de Trabajo presentado
en 1904 por el presidente Roca y su ministro Joaqun V. Gonzlez. El Cdigo introduca, por primera vez, la
nocin de contrato colectivo y legislaba sobre una serie de medidas tendentes a mejorar las condiciones
laborales. En su redaccin haban colaborado con Gonzlez algunos conocidos intelectuales socialistas como
Jos Ingenieros y Augusto Bunge. A pesar de estas circunstancias, el Cdigo fue rechazado por los
sindicatos que consideraron que la nueva legislacin incorporaba normas que conducan a una, para ellos,
inaceptable injerencia del Estado en las relaciones laborales.
Los conflictos sociales no slo afectaron las zonas urbanas. En 1912 estall una inusual huelga entre
los arrendatarios de la regin del maz (Santa Fe, Buenos Aires y Crdoba) que se negaron a levantar la
cosecha. Reclaman que los propietarios rebajaran el precio de los arriendos. La huelga, conocida luego como
el Grito de Alcorta, se extendi por cerca de dos o tres meses y conmovi tanto al gobierno nacional como a
las autoridades de las provincias afectadas. La reaccin de estas ltimas fue dispar, pues los gobiernos
autonomistas de Crdoba y Buenos Aires demostraron poca simpata hacia los huelguistas, mientras que no
ocurri lo mismo con las recientemente elegidas autoridades radicales de Santa Fe. En lneas generales, el
conflicto concluy con la obtencin de leves ventajas para los huelguistas. La regin afectada por el
movimiento fue un rea intensamente disputada por radicales y socialistas, y en Santa Fe, por los partidarios
de la Liga del Sud. En general, hacia 1914 se haba afianzado una mayora radical a la par que se hacan
evidentes las dificultades que encontraba el socialismo para lograr adhesiones en las zonas rurales.
LA LEY SENZ PEA Y SUS CONSECUENCIAS
Por iniciativa del presidente de la Repblica, el Congreso Nacional aprob en 1912 la ley electoral
luego conocida como Ley Senz Pea. La nueva norma produjo variaciones importantes en el panorama
poltico argentino. La primera de ellas fue, quizs, un aumento significativo en la proporcin de gente que
concurri a los comicios. La participacin electoral vena creciendo ya con anterioridad a la sancin de la ley
pero el salto que se registr a partir de 1912 fue llamativo: en 1910 haba votado algo ms del 20% del
electorado; en 1912 lo hizo alrededor del 70%. Cierto es que este porcentaje cay en 1914 al 55%, pero aun
as el aumento fue importante.
La posicin de los distintos partidos comenz, tambin, a modificarse como consecuencia de la
aplicacin de la nueva ley. En los comicios legislativos de 1912, los partidos oficialistas se impusieron en
casi todos los distritos del pas, con las importantes excepciones de Santa Fe y la Capital Federal. En este
ltimo lugar, la eleccin fue tan reida que el tercer partido, el socialismo, logr elegir a dos diputados
nacionales. En 1914, nuevamente en elecciones de diputados nacionales, los radicales agregaron un triunfo
en Entre Ros e importantes avances en Crdoba y la provincia de Buenos Aires. Las novedades mayores se
19
produjeron en la Capital Federal, donde los socialistas desalojaron a los radicales del primer lugar. La
eleccin repeta el resultado de un comicio aislado de senador nacional de 1913, y produjo temor en algunos
sectores dentro del oficialismo y, tambin, de la UCR.
Estos temores no haban conmovido al presidente Senz Pea, que analiz el problema con bastante
realismo: "Se trata de partidos [los socialistas] que operan dentro del orden y de la libertad, con sus doctrinas
y sus hombres amparados por la Constitucin. Por el hecho de votar no son partidos revolucionarios A
pesar de los avances registrados por la oposicin, todava hacia 1914 existan ventajas para las agrupaciones
oficialistas, ventajas que hacan razonable el optimismo de Lisandro de la Torre, candidato a presidente por
la coalicin oficialista para las elecciones de 1916.
Teniendo a 1914 como fecha final, el historiador debera narrar los hechos como J. Huizinga
aconsejaba hacerlo en circunstancias similares: "Si escribe sobre el golpe de Estado de Brumario debe
hacerlo como si todava fuera posible que Bonaparte no estuviera por ser ignominiosamente rechazado por
sus compatriotas." En 1916, sin embargo, los comicios consagraron el triunfo de la UCR con la consiguiente
derrota de los partidos oficialistas. Es conveniente, en consecuencia, reflexionar brevemente sobre las
razones que condujeron a un resultado que en 1914 no apareca necesariamente como el ms probable.
Las facciones reformistas del PAN haban arribado a la Ley Senz Pea luego de un trabajoso y
largo recorrido. Ya a comienzos del siglo (para no retroceder hasta la experiencia modernista del '91),
Pellegrini y sus amigos (Can, Casares, los Ramos Meja, Senz Pea, etc.) haban fundado el Partido
Autonomista para impulsar el saneamiento del sistema electoral. Estimaban que el cambio era necesario para
renovar a una vieja generacin autonomista demasiado dependiente del apoyo de los caudillos lugareos. Los
jvenes, por otra parte, eran percibidos como desinteresados de la vida poltica y atentos solamente a las
oportunidades que abra la prosperidad econmica. Para Pellegrini (y Can), la forma de revertir esta
situacin era a travs de una competencia electoral transparente que revirtiera la declinacin de los valores
cvicos.
La posicin de los "pellegrinistas" fue retomada por uno de ellos, Roque Senz Pea, en 1910. Los
argumentos esgrimidos a favor de la reforma eran similares a los que haba expresado su predecesor cuatro
aos antes. Ante los reparos de algunos dirigentes oficialistas, Senz Pea sostuvo que la manera de encarar
los problemas futuros era mediante la constitucin de un slido partido conservador con capacidad de
competir en comicios francos. Si bien la tesis del Presidente fue aceptada por la mayora de los autonomistas
nacionales, y la ley electoral finalmente aprobada en el Congreso, hubo dirigentes de peso que consideraron
que la reforma constitua un salto en el vaco. Uno de ellos fue julio Roca, quien ya retirado de la vida
poltica tuvo expresiones crticas sobre la ley: "Ya veremos en qu se convierte el sufragio libre cuando la
violencia vuelva a amagar. Los lricos, los ingenuos, los que no conocen el pas ni han vivido su vida, ni
saben lo que contiene, claro est que no han podido pensar en todo esto" Roca presagiaba un futuro similar al
que estaba viviendo Mxico despus de su revolucin.
Desde el punto de vista reformista, pues, el xito futuro dependa de la constitucin de un partido
unificado y con principios claros. Disciplina partidaria sin grandes jefes o, en palabras de Senz Pea,
partidos orgnicos e impersonales", una combinacin que no haba sido demasiado habitual en las filas
conservadoras. Hacia 1914, sin embargo, el intento pareci materializarse con la formacin del Partido
Demcrata Progresista, una coalicin de partidos oficialistas a los que se agreg la Liga del Sud santafesina.
El nuevo partido reuni a los ms calificados dirigentes de la faccin reformista del autonomismo (Joaquin
V. Gonzlez, Indalecio Gmez, Benito Villanueva, Julio Roca [h], etc.) y ungi, como se seal, a de la
Torre como candidato a presidente. El "partido orgnico e impersonal" pareca una realidad con slidas
aspiraciones de xito. Haba perdido; s, a uno de sus mximos inspiradores, al presidente Senz Pea que
falleci en ese mismo ao de 1914, luego de una larga enfermedad.
El nuevo partido no tard en suscitar problemas de alguna envergadura. El primero, y muy
importante, fue la tensin que se gener entre el proyecto reformista y las tradiciones que haban implantado
los "caudillos" en muchos distritos del pas. En esas tradiciones se apoyaban, por ejemplo, las pretensiones
polticas del fuerte dirigente bonaerense Manuel Ugarte, que no vea con buenos ojos el "experimento
reformista" En este sentido, la candidatura de Lisandro de la Torre, con su pasado antioficialista, no ayudaba
demasiado a disminuir las tensiones existentes. Ya no existan, tampoco, los influyentes lderes de antao
(Roca, Pellegrini y, quiz, Senz Pea) capaces de unificar al partido en apoyo a una candidatura
extrapartidaria. El viejo PAN (ahora Partido Demcrata Progresista) pareca estar sin timonel en el momento
que ms lo necesitaba.
En la oposicin, por el contrario, se viva un clima muy diferente. Luego de superadas algunas
reticencias, atribuidas al mismo Yrigoyen, la UCR decidi abandonar la abstencin y participar activamente
en las elecciones que tuvieron lugar a partir de la sancin de la ley Senz Pea. La abstencin haba
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consolidado al partido y las pocas de conspiracin haban repercutido sobre la organizacin de la vida
partidaria fortaleciendo a los centros ms fuertes y, especialmente, al liderazgo de Hiplito Yrigoyen. Ya en
1914 el radicalismo tena una organizacin nacional unificada y un lder reconocido por casi todas las
facciones que integraban la agrupacin. El primer aspecto contrastaba claramente con la dispersin
regionalista de sus principales adversarios. El contraste haba sido claramente advertido por Antonio
Sagarna, un conocido comentarista de la Revista Argentina de Ciencias Polticas, quien analizando una
campaa electoral en Crdoba sostuvo que mientras el partido del poder se empeaba en sostener la
eleccin [...] sobre la base estrecha y localista [...] del rancio poder provincial [...] el partido del llano [UCR]
despleg [...] la bandera del nacionalismo solidario" Hacia 1914, como se mencion, ya era visible el avance
electoral del radicalismo en los centros ms avanzados y poblados del pas.
sta era, en consecuencia, la situacin reinante en el pas hacia 1914. Con algunas disidencias, la
mayora de los sectores ms influyentes de la vida poltica haba aceptado los cambios introducidos por la
Ley Senz Pea. El nico nubarrn preocupante en aquel ao provena, en rigor, de la vieja Europa. En ese
momento se iniciaba lo que sera la ms horrenda experiencia blica que hubiera conocido hasta entonces el
gnero humano.
21
ORIENTACIN BIBLIOGRFICA
Esta referencia bibliogrfica se basa, casi exclusivamente, en libros y artculos orientados a describir
y analizar procesos y acontecimientos nacionales. Razones obvias de espacio han obligado a prescindir de
historias provinciales, salvo en los contados casos donde el impacto sobre la realidad nacional fue de
consecuencias directas e inmediatas.
Existen varias obras generales que tratan sobre este perodo, comenzando con la publicada por la
ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA, Historia argentina contempornea 1862-1930, vols. 1 y 2,
Buenos Aires, 1964 y 1966. Son tiles, tambin, el volumen 4 de RICARDO LEVILLER (compilador),
Historia Argentina, Buenos Aires, 1968; EZEQUIEL GALLO y ROBERTO CORTS CONDE, La
Repblica Conservadora, Buenos Aires, 1972, y la coleccin de ensayos reunida en GUSTAVO FERRARI y
EZEQUIEL GALLO (compiladores), La Argentina del Ochenta al Centenario, Buenos Aires, 1980. Entre
las obras ms recientes, debe mencionarse a EZEQUIEL GALLO, "Poltica y Sociedad en Argentina, 1870-
1916", en LESLIE BETHELL (compilador), Historia de Amrica del Sur, c. 1870-1930, Barcelona, 1992 (1
a
edicin en ingls, 1986). El lector interesado debe cotejar este trabajo con el artculo de David Rock
publicado en la misma compilacin y donde se ofrece una interpretacin diferente a la ofrecida en el trabajo
anterior y en el texto de este captulo. Cf. DAVID ROCK, "Argentina en 1914; las Pampas, el Interior,
Buenos Aires" Rock ya haba adelantado una versin similar en Argentina 1816-1917. Desde la colonizacin
espaola hasta Alfonsn, Buenos Aires, 1988 (1
a
edicin, 1985). Consltese, tambin, CARLOS FLORIA y
CSAR A. GARCA BELSUNCE, Historia poltica de la Argentina contempornea, Madrid, 1993.
La obra ms importante escrita desde una perspectiva poltico-institucional es NATALIO BOTANA,
El orden conservador: la poltica en Argentina entre 1880 y 1916, Buenos Aires, 1977. En la cuarta edicin
de este libro el autor agreg un "Estudio Preliminar" donde se analizan las obras aparecidas despus de la
publicacin de su libro (Buenos Aires, 1994). C, tambin, NATALIO BOTANA, "El federalismo liberal en
la Argentina: 1852-1930", en MARCELO CARMAGNANI (comp.), Federalismo latinoamericano, Mxico,
Brasil Argentina, Mxico, 1993. En este terreno sigue siendo de utilidad consultar algunas obras clsicas:
RODOLFO RIVAROLA, Del rgimen federativo al unitario, Buenos Aires, 1908; JOS NICOLAS
MATIENZO, El gobierno representativo federal en la Repblica Argentina, Madrid, 1917; Luis H.
SOMMARIVA, Historia de las intervenciones federales en las provincias, 2 vols., Buenos Aires, 1929, e
ISIDORO RUIZ MORENO, La federalizacin de Buenos Aires. Los debates y las leyes, Buenos Aires, 1980.
Muy til para el papel poltico de la Corte Suprema es JONATHAN MILLER, "Courts and the Creation of a
'Spint of Moderation. Judicial Protection of Revolutionaires in Argentina (1863-1929)", International and
Comparative Review, Gran Bretaa, 1998.
Existen algunas biografas que contienen informacin til sobre el perodo, entre las que cabe
destacar las dos obras de AGUSTIN RIVERO ASTENGO, Jurez Celman. Estudio histrico y documental
de una poca argentina, Buenos Aires, 1944, y Pellegrini 1846-1906, 5 vols., Buenos Aires, 1941.
Igualmente valiosos son los aportes de JOS BIANCO, Bernardo de Irigoyen. Estadista y pionero, Buenos
Aires, 1943, y de RICARDO SENZ HAYES, Miguel Can y su tiempo, 1851-1905, Buenos Aires, 1955.
Otras biografas que pueden consultarse son JOS ARCE, Roca, 1843-1914. Su vida y su obra, Buenos
Aires, 1960, y Marcelino Ugarte 1855-1929. El hombre, el poltico, el gobernante, Buenos Aires, 1950;
FLIX LUNA, Soy Roca, Buenos Aires, 1989; DANIEL F. WEINSTEIN, Juan B. Justo y su poca, Buenos
Aires, 1978; MIGUEL NGEL CRCANO, Senz Pea, la revolucin por los comicios, Buenos Aires,
1963, y las ms recientes de DARO ROLDAN, Joaqun V. Gonzlez a propsito del pensamiento poltico
liberal (1880-1920), Buenos Aires, 1993, y de EZEQUIEL GALLO, Carlos Pellegrini. Orden y Reforma,
Buenos Aires, 1997. Corresponde incluir en esta seccin dos extensas obras completas de dos polticos muy
influyentes en la poca: LEANDRO N. ALEM, Mensaje y Destino, 8 vols., Buenos Aires, 1955, e
HIPLITO YRIGOYEN, Pueblo y Gobierno, Buenos Aires, 1956.
Las biografas deben completarse con memorias y autobiografas referidas a la poca analizada.
Entre stas, debe citarse en primer lugar al excelente libro de PAUL GROUSSAC, Los que pasaban, Buenos
Aires, 1919. Son muy tiles, tambin, EXEQUIEL RAMOS MEJA, Mis memorias, Buenos Aires, 1936;
RAMN J. CRCANO, Mis primeros ochenta aos, Buenos Aires, 1944; NICOLS REPETTO, Mi paso
por la poltica, de Roca a Irigoyen, Buenos Aires, 1956; CARLOS IBARGUREN, La historia que he vivido,
Buenos Aires, 1955; ENRIQUE DICKMANN, Recuerdos de un militante socialista, Buenos Aires, 1949, y
EDUARDO GILIMON, Un anarquista en Buenos Aires, Buenos Aires, 1971.
No es el propsito de este captulo analizar la evolucin de las ideas en este perodo, pero la reciente
antologa de NATALIO BOTANA y EZEQUIEL GALLO, De la Repblica posible a la Repblica
22
verdadera (1880-1910), Buenos Aires, 1997, contiene informacin relacionada con muchos de los aspectos
aqu tratados. Entre los trabajos generales sobre partidos polticos, merecen citarse el clsico de CARLOS
MELO, Los partidos polticos argentinos, Crdoba, 1970, y el tradicional de ALFREDO GALLERTI, La
poltica y los partidos, Buenos Aires, 1971, y, desde una perspectiva sociolgica, DARO CANTN,
Elecciones y partidos polticos en la Argentina. Historia, interpretacin y balance, 1910-1966, Buenos
Aires, 1973, y K. REMMER, Party Competition in Argentina and Chile. Political Recruitment and Public
Policy, Lincoln, 1984. Existen varios trabajos sobre la Unin Cvica Radical. Siguen siendo tiles los
artculos y documentos contenidos en los ya citados volmenes dedicados a Alem e Irigoyen. Lo mismo
puede decirse, a pesar de algunos vacos en la seleccin, de GABRIEL DEL MAZO, El radicalismo. Ensayo
sobre su historia y doctrina, Buenos Aires, 1957. De mayor actualidad es el volumen de DAVID ROCK, por
ms que su contribucin importante se concentre en el perodo posterior al aqu tratado. Desde una
perspectiva sociolgica, puede consultarse EZEQUIEL GALLO y SILVIA SIGAL, "La formacin de los
partidos polticos contemporneos: la Unin Cvica Radical", Desarrollo Econmico, 311-2, Buenos Aires,
1963. Un importante avance en el conocimiento de la primera dcada de la historia radical, aspecto
descuidado hasta ahora, se encuentra en PAULA ALONSO (que ya haba publicado un par de artculos sobre
el tema), Between Revolution and the Ballot Box. The Formation of the Argentine Radical Party (1880-
1906), Cambridge, en prensa. Sobre el Partido Socialista siguen siendo tiles JACINTO ODDONE, Historia
del socialismo argentino, Buenos Aires, 1943; DARDO CNEO, Juan B. Justo y las luchas sociales en la
Argentina, Buenos Aires, 1963, y el ms ajustado y actual de J. RICHARD WALTER, The Socialist Party in
Argentina 1890-1930, Austin, Texas, 1977. Dos recientes e interesantes aportes se encuentran en JAVIER
FRANZE, El concepto de poltica de Juan B. Justo, 2 vols., Buenos Aires, 1993, y JEREMY ADELMAN,
"Socialism and Democracy in Argentina in the Age of the Second International", Hispanic American
Historical Review, 72,2, Durham (NC), 1992.
Dada la importancia que tuvieran las fuerzas autonomistas y conservadores es relativamente poco lo
que se ha investigado y publicado sobre el tema. Mucha informacin se encuentra dispersa en historias
provinciales. Sobre una perspectiva nacional puede consultarse a OSCAR CORNBLIT, "La opcin
conservadora en la poltica argentina", Desarrollo Econmico, XV, 56, Buenos Aires, 1975; EZEQUIEL
GALLO, "El roquismo", Todo es Historia, N 100, Buenos Aires, 1975, y, muy recientemente, PAULA
ALONSO, "En la primavera de la historia El discurso poltico del roquismo de la dcada del ochenta a
travs de su prensa", Boletn del Instituto de Historia Argentino y Americana "Dr. Emilio Ravignani", 15,
Buenos Aires, 1997. Sobre la etapa final resulta til consultar FERNANDO DEVOTO, "De nuevo el
acontecimiento: Roque Senz Pea. La reforma electoral y el momento poltico de 1912", Boletn del
Instituto de Historia Argentino y Americana "Dr. Emilio Ravignani", 14, Buenos Aires, 1996, y CARLOS
SEGRETTI, "La enfermedad del presidente Senz Pea: un doble problema", Investigaciones y Ensayos, L
15, Buenos Aires, 1995. A pesar de que se trata del anlisis de un caso provincial, el trabajo de JULIO
MELON tiene indudable inters para la situacin poltica nacional: "La ley Senz Pea de Ugarte o el xito
de la reforma conservadora en la provincia de Buenos Aires", en FERNANDO DEVOTO y MARCELA
FERRARI (comp.), La construccin de las democracias rioplatenses. Proyectos institucionales y prcticas
polticas (1900-1930), Buenos Aires, 1994. Un serio problema surge de la falta de trabajos sobre las
agrupaciones "mitristas" que actuaron en el perodo. Hay un trabajo reciente y bien informado de sobre la
Liga del Sud y el primer Partido Demcrata Progresista: CARLOS MALAMUND, Partidos polticos y
elecciones en la Argentina. La Liga del Sur (1908-1916), Madrid, 1997.
Existen varios trabajos de inters sobre los levantamientos armados que tuvieron lugar durante el
perodo. Sobre el ochenta sigue siendo muy til BARTOLOM GALNDEZ, Historia poltica argentina. La
revolucin de 1880, Buenos Aires, 1945, que puede complementarse con E. M. SANUCCI, La renovacin
presidencial de 1880, Buenos Aires, 1959. Sobre el noventa se han publicado algunos trabajos bien
documentados, comenzando con el clsico ensayo de JUAN BALESTRA, El noventa: una evolucin poltica
argentina, Buenos Aires, 1971. Debe consultarse, tambin, el ensayo interpretativo de H. ZORRAQUIN
BEC, La revolucin del noventa. Su sentido poltico, Buenos Aires, 1960, y el nmero dedicado a la crisis
de 1890 por la Revista de Historia, Buenos Aires, 1957. Una interpretacin discutible pero con mucha
informacin se encuentra en LUIS V. SOMMI, La revolucin del noventa, Buenos Aires, 1957. Para las
revoluciones de 1893 puede consultarse a R. ETCHEPAREBORDA, Tres revoluciones. 1890-1893-1905,
Buenos Aires, 1968, que, tambin, analiza al movimiento de 1905. CE, adems, EZEQUIEL GALLO,
Farmers in Revolt: the revolution of 1893 in the Province of Santa Fe, Londres, 1976. Es escasa, tambin, la
produccin referida a la prensa del perodo, aunque existen dos slidos trabajos dedicados a los aos
ochenta; uno de TIM DUNCAN sobre Sud Amrica (en la citada coleccin compilada por G. FERRARI y E.
GALLO) y otro, ya nombrado, de PAULA ALONSO referido a la Tribuna ("En la primavera de la historia
23
..." cit.) Sobre la prensa surgida de colectividades extranjeras, hay en buen trabajo de EMMA CIBOTTI,
"Periodismo poltico y poltica periodstica, la construccin pblica de una opinin italiana en la Argentina",
Entrepasados, 7, Buenos Aires, 1994. Para la parte final debe consultarse RICARDO SIDICARO, La
poltica mirada desde arriba. Las ideas del diario La Nacin, 1909-1989, Buenos Aires, 1993. Muy pocos
trabajos se han dedicado a lo que fue la importante prensa humorstica del perodo. Vase ANDREA
MASTELLANA, Humor y Poltica. Un estudio comparativo del humor poltico, Buenos Aires, en prensa.
Es mucho lo que se ha publicado sobre la inmigracin. Aqu slo corresponde mencionar tres
trabajos que pueden ser tiles para lo tratado en el texto: F. DEVOTO y G. ROSOLI (comp.), La
inmigracin italiana en la Argentina, Buenos Aires, 1985; OSCAR CORNBLIT, "Empresarios o
inmigrantes en la poltica argentina", Desarrollo Econmico, VI, Buenos Aires, 1967. y FRANCIS KORN,
Buenos Aires, 1895. Una ciudad moderna, Buenos Aires, 1981. Sobre el movimiento sindical argentino
existen los trabajos publicados por quienes han participado activamente en la vida gremial. Entre stos, son
destacables los debidos a SEBASTIN MAROTTA, El movimiento sindical argentino, 3 vols., Buenos
Aires, 1960, y DIEGO ABAD DE SANTILLN, La FORA. Ideologa y trayectoria, Buenos Aires, 1971.
Vase, tambin, H. SPALDING, La clase trabajadora argentina. Documentos para su historia (1890-1912),
Buenos Aires, 1970; el buen trabajo de IAACOV OVED, El anarquismo en los sindicatos argentinos a
comienzos de siglo, Tel Aviv, 1975; RICARDO FALCN, "Izquierda, rgimen poltico, cuestin tnica y
cuestin social en la Argentina (1890-l912)", Anuario, N 2, Rosario, 1986-87, y la slida contribucin de
EDUARDO ZIMMERMANN, Los liberales reformistas. La cuestin social en la Argentina 1890-1916,
Buenos Aires, 1994. Sobre los grupos dirigentes en la Argentina puede consultarse JORGE F. SBATO, La
clase dominante argentina Formacin y caractersticas, Buenos Aires, 1988.
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Oscar E. Cornblit; Ezequiel Gallo (H.) y Alfredo OConnell. La Generacin del 80 y su Proyecto...
Desarrollo Econmico
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LA GENERACION DEL 80 Y SU PROYECTO:
ANTECEDENTE Y CONSECUENCIAS
OSCAR E. CORNBLIT, EZEQUIEL GALLO (H.)
y ALFREDO O'CONNELL
INTRODUCCION
El objeto del presente trabajo es analizar un perodo de la historia
argentina, la dcada del 80, no slo por considerarlo relevante para la
comprensin del proceso posterior a l, sino por la riqueza de hechos
que presenta en su acontecer social, econmico y poltico.
El centro de nuestra atencin ser la elite que tom el poder
legalizado a comienzos de esa dcada, que con su proyecto especfico
de desarrollo simboliz la etapa determinante, en gran medida, del
ritmo de crecimiento posterior de la Argentina. A partir de l
trataremos de sealar el margen de accin real a que dio lugar la
estructura econmica del pas y las fuerzas sociales que controlaron
el poder poltico. Conjuntamente con este anlisis procuraremos
indicar que otras combinaciones de poder pudieron haber sido
factibles para promover proyectos antitticos al que desarrollaron los
hombres del 80.
Nos proponemos, fundamentalmente, depurar y apuntar algunas
de las variables primordiales que caracterizaron todo este proceso
formativo y sus proyecciones, sealando hiptesis que consideramos
de cierta utilidad para la concrecin de investigaciones ms extensas
sobre el tema.
ALGUNAS VARIABLES DEL PROCESO ARGENTINO
Para describir el contorno real en el que se desenvolvi la prctica
poltica de la generacin del 80, hemos tomado las siguientes
variables: a) Tierra; b) Colonizacin; c) Inmigracin; d) Distribucin
de la riqueza; los ingresos y la poblacin; e).Factores externos; f) El
proceso de centralizacin del poder poltico; g) los grupos
poltico-sociales. y las ideologas predominantes.
Oscar E. Cornblit; Ezequiel Gallo (H.) y Alfredo OConnell. La Generacin del 80 y su Proyecto...
Desarrollo Econmico
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a) TIERRA:
A comienzo de la dcada del ochenta la participacin en el ingreso
de los sectores propietarios de la tierra haban alcanzado niveles tan
altos, que unidos al prestigio social que otorgaba su tenencia, la
constituan en uno de los elementos bsicos de la distribucin -del
poder en la Argentina. A pesar de ello la situacin difiere de provincia
a provincia.
En la de Buenos Aires, se puede afirmar que al iniciarse la dcada
del 80 casi toda la tierra del Estado bonaerense haba pasado de
manos del mismo a la de los particulares. La campaa al desierto de
Alsina-Roca puede considerarse el ltimo mojn de este proces que
llev la Lnea de fronteras a una situacin similar a la actual. Segn
Mulhall, en el ao 1884, el 25% en extensin, y aproximadamente el
10% en valor, de las tierras de la provincia de Buenos Aires estaban
en manos oficiales, muchas de las cuales se hallaban en
arrendamiento (1, pginas 28 y 266). Estas tierras se hallaban
ubicadas en las zonas de fronteras en su mayora. (En el Grfico N 1
puede verse la evolucin de la lnea de fronteras con sus avances y
retrocesos. Fuente: Censo Provincia de Buenos Aires, ao 1881).
Es de hacer notar, sin embargo, que, a excepcin de Rosas, la
mayora de los gobernantes argentinos se preocuparon por incorporar
la tierra a la economa del pas dentro de una legislacin que
asegurara una cierta equidad en su distribucin. En tal sentido
pueden citarse, la ley de 1864; Ley Avellaneda (1876), ley del 3 de
noviembre de 1882 y ley del Hogar del 2 de octubre de 1884. Todas
estas leyes se dictaron teniendo en cuenta la necesidad de utilizar el
recurso natural de rendimiento marginal ms alto, y se manifiesta en
ellas una relativa preocupacin por impedir el desarrollo del
latifundio. Es notoria tambin la utilizacin de los antecedentes
surgidos de la experiencia norteamericana; la ley del Hogar, por
ejemplo, es una copia exacta de leyes anlogas de los Estados
Unidos.
Sin embargo, en su aplicacin prctica toda esta legislacin
provincial fue desnaturalizada, sirviendo precisamente a los fines que
se queran combatir. La resultante de todo este proceso fue,
paradjicamente, la concentracin de la propiedad territorial en
escasas manos.
Oscar E. Cornblit; Ezequiel Gallo (H.) y Alfredo OConnell. La Generacin del 80 y su Proyecto...
Desarrollo Econmico
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Podran apuntarse tres factores que condicionaron la estructuracin
latifundista de la propiedad agraria en la provincia de Buenos Aires:
a) La entrega de la tierra se hizo, en la mayora de las ocasiones,
teniendo en cuenta primordialmente la necesidad de enjugar dficits
fiscales. Para satisfacer esta necesidad, se entreg la tierra en forma
masiva. Por ejemplo, la ley de 1864 lanza a la venta todas las tierras
pblicas dentro de la lnea de fronteras: 800 leguas (2, pg. 171).
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b) El mecanismo de implementacin y control del gobierno era
muy dbil como para atender eficientemente estas distribuciones
masivas de tierras. En la prctica la decisin efectiva en cuanto a la
adjudicacin queda en manos de jefes de fronteras, caudillos y
elementos muy vinculados a factores de poder ya establecidos.
c) A la oferta de tierra pblica en las condiciones sealadas
concurrieron sectores sociales con peso muy desigual. En
consecuencia, aquellos que haban sido favorecidos en distribuciones
anteriores tendan a mantener o acrecentar su situacin de
predominio.
En la provincia de Santa Fe el proceso se da en forma
esencialmente distinta a Buenos Aires. All las consecuencias de las
medidas gubernamentales se acercan ms a lo sucedido en Estados
Unidos. El pequeo propietario tuvo posibilidades de acceso a la tierra
desde los comienzos de la explotacin de la misma.
Veremos con ms detalle el mecanismo de distribucin al estudiar
la colonizacin, pero bstenos apuntar que en Santa Fe la propiedad
territorial no estaba tan consolidada como en Buenos Aires. En el ao
1850 era una de las provincias ms pobres, al punto que el gobierno
de Rosas tena que remitir anualmente las sumas necesarias para el
pago de sueldos del gobernador y empleados de la administracin.
La explotacin de la tierra fue impulsada por el gobierno; cuyo
poder no fue eclipsado por sectores locales ya estatuidos (3, pg.
375). Este proceso desde sus comienzos recibi el apoyo no slo del
gobierno local sino tambin del de la Confederacin, que desde la
separacin del estado de Buenos Aires se vio compelido a adoptar
polticas desarrollistas que lo llevaran a un equilibrio de poder con
aqulla. Esta lucha interregional por el poder fue probablemente un
elemento determinante en la poltica de entrega de la tierra de las
provincias del litoral que quedaron bajo el gobierno de la
Confederacin. Si bien el estado santafesino y los sectores sociales
preponderantes podran haber optado quizs por una distribucin
menos equitativa, sta no hubiera desarrollado la produccin de la
tierra ni hubiera aumentado la poblacin a corto plazo con el ritmo
con que ocurri de hecho. Nicasio Oroo, gobernador de Santa Fe,
dice al respecto:
Las leyes que se han dictado en la provincia de Santa Fe son el
resultado de una alianza feliz de ambos sistemas (donacin gratuita y
ventas a bajos precios y largos plazos), combinacin afortunada que
ha duplicado la riqueza pblica en menos de cinco aos,
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acrecentando la poblacin en una proporcin del 10% anual (4, pg.
44).
Mulhall incluye el siguiente cuadro de crecimiento de poblacin: (1,
pg. 401)
Este proceso se traduce en la siguiente configuracin de la
distribucin de la tierra en 1884, (1., pg. 4).
De las 1.370 en poder del gobierno, se reservaban 460 leguas para
nuevas colonias.
Por el contrario, en el ao 1928 todava el 30% de la tierra en la
provincia de Buenos Aires, estaba en poder de los grandes
propietarios, (5, pg. 182).
b) COLONIZACION:
La colonizacin de tierras estuvo ntimamente ligada a la
produccin agropecuaria y a la distribucin de aqulla. En cada una
de las provincias su evolucin, por responder a situaciones diferentes,
se encamin en distinto sentido.
En 1865 las colonias existentes por provincia y su extensin, eran:
(6, Pg. 85).
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Todava no hay gran diferencia entre estas provincias, aunque ya
se nota a Santa Fe adelantada con respecto a las otras. Por otra
parte; Corrientes cuyo primer intento de colonizacin es anterior al
santafesino (empresa de Brougnes), no ha podido dar permanencia a
ninguna.
A partir del ao 1865; Santa Fe inicia el movimiento colonizador en
gran profundidad. Podra decirse que en ese ao se genera un
proceso automtico para esta provincia. La evolucin de sus colonias
es la siguiente:
En 1895, sobre un total de 9.835.000 de Ha., se haban colonizado
aproximadamente ms de 3.700.000 de Ha., o sea alrededor del 37%
de la misma. Las colonias representaban en 1884 el 84% del rea
total bajo cultivo en explotacin en la provincia de Santa Fe (1, pg.
33). Las colonias de Santa Fe se convierten en un centro de
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irradiacin y desbordan hacia Crdoba y Buenos Aires (7, pg. 232).
El Censo Nacional de 1895 (8) inserta las siguientes cifras:
Buenos Aires desarrolla a partir de 1890 el cultivo extensivo del
trigo, utilizando la forma jurdica del arrendamiento para este prop-
sito. Scobie, explica esta diferencia con al proceso de Santa Fe, dado
el carcter subordinado a la ganadera que tuvo el desarrollo del trigo
en Buenos Aires (9, pg. 1). Otro factor operante pudo haber sido la
tendencia a retener la tierra en vista a su valorizacin y, adems, el
prestigio social que sta otorgaba (7, pg. 252).
Algunos factores que promovieron el desarrollo de las colonias de
santa Fe con la intensidad ya sealada, fueron:
a) El buen sistema de comunicacin, en sus orgenes fluvial a
travs del Ro Paran, y luego ferroviario, en un proceso de
interaccin recproca, dado que la presencia de las colonias
aseguraba buenas ganancias a las compaas ferroviarias. Para el
ao 1895 el Censo nacional da las siguientes cifras:
La no existencia de un sistema de comunicaciones en Crdoba, por
ejemplo, retrasa la fundacin de colonias hasta el establecimiento de
las lneas frreas.
b) Los primeros intentos de colonizacin santafesina encontraron
un alto grado de proteccin estatal. Luego el efecto de demostracin
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de las empresas exitosas automatizaba la fundacin de nuevas
colonias. En el caso de la de Esperanza el gobierno de la
Confederacin se hizo cargo de las deudas de los agricultores a la
agencia de colonizacin (4, pg. 44).
c) La ya mencionada fortaleza del gobierno provincial en lo que se
refiere al control de la distribucin de tierras.
d) Aunque difcil de evaluar como factor, cabra tener en cuenta el
hecho de que los colonos que al principio eran muy dbiles, hayan
tenido que armarse y fortalecerse en su lucha contra los indios, con lo
cual acrecentaron su poder. Esta situacin lleg al extremo de que en
1893, luego de haber participado en varias revoluciones, un grupo de
ellos entr en la ciudad de Santa Fe enarbolando banderas suizas (3,
pg. 364).
e) Es interesante sealar qu en el proces de colonizacin de
Santa Fe intervienen compaas comerciales, en su gran mayora
dirigidas por extranjeros. Cochran considera que en Estados Unidos
este hecho jug un papel positivo, al. introducir una atmsfera de
capitalismo moderno en la dinmica de afincamiento de los
inmigrantes (10, pg. 341). En nuestro pas, aunque desde un
ngulo, diferente, que analiza solamente la relacin empresa-colono,
este hecho ha sido juzgado negativamente, basndose en el carcter
muchas veces leonino de los contratos (11). Reconociendo la
veracidad de estas afirmaciones, nos parece importante, establecer la
aparicin de una nueva actitud empresarial con referencia a la
explotacin de la tierra. Sin embargo, debido, a que la mayora de
estos empresarios eran extranjeros, no parece que, esta haya
significado un cambio de actitud en los grupos nacionales ligados a la
actividad agropecuaria.
c) INMIGRACION:
Podemos decir que el tipo de inmigracin que recibe la Argentina
es, a rasgos generales, concordante con las tendencias de la poca
en que se incorpora a este fenmeno. Las grandes migraciones
internacionales comienzan alrededor de 1830, pero el lapso que va
desde este ao a 1882 escapa casi completamente a la influencia
argentina. Esta circunstancia es de gran importancia para definir las
particularidades del flujo migratorio en nuestro pas.
Veamos los marcos generales dentro de los cuales se
desenvuelven las migraciones en el mundo. En total, 65 millones de
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emigrantes dejaron Europa entre 1830 y 1950. La distribucin por
pases de origen est representada por el siguiente cuadro (12, pg.
216):
Es decir, que el 50,4% de los emigrantes provienen del noroeste
de Europa y el 35% del sudoeste del mismo continente, Esta clasifi-
cacin tiene importancia por los rasgos culturales que ella implic. La
emigracin del noroeste de Europa proviene de pases de transicin
hacia l industrialismo con actitudes favorables hacia ese proceso con
todos los componentes sociales; polticos y educativos que esto
representa. La que viene del suroeste, por el contrario tiene un gran
atraso cultural y sale de pases de estructura predominantemente
agraria y pastoril, con preponderancia de formas absolutistas de
decisin poltico-social.
Algunas cifras tomadas de la inmigracin en EE. UU. sirven para
confirmar este aserto: (19, pg. 454)
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La distribucin de migrantes dada por los cuadros anteriores es
global y agregada entre 1830 y 1930. Si se analiza la composicin a
travs del tiempo por medio de cortes sucesivos hay una gran varia-
cin en las proporciones respectivas. En Woytinsky (14, pg. 76) se
incluyen los siguientes datos:
De estas cifras puede deducirse que cuando la Argentina aparece
en escena como pas receptor de inmigracin masiva ya se haba
producido un vuelco en la relacin Noroeste-Sudeste a favor de esta
ltima.
Las cifras de la inmigracin en EE. UU. confirman este vuelco.
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Puede observarse un paralelismo entre las tendencias migratorias
generales de los EE. UU. y de la Argentina, anotndose que a pesar
de la curva descendente general de la migracin N. U., los Estados
Unidos retienen una proporcin mayor de esta procedencia que la
Argentina.
La explicacin de esta diferencia puede ser la resultante de los
siguientes factores:
a) Relacin pas colonizante-colonizado. Es decir, por ejemplo,
tendencia inglesa a dirigirse a EE. UU., espaola a Argentina y
portuguesa a Brasil. _.. .
b) La existencia de ncleos inmigrantes exitosos en Estados Unidos
provenientes de pases del N. O. Es de hacer notar que en este
perodo (1830-1857) la Argentina, cerr sus fronteras a la
inmigracin.
c) Afinidades lingsticas-culturales ms acentuadas entre los
pases del NO. y los EE. UU. Al mismo tiempo la primera inmigracin
que fue a Amrica del Norte contribuy a la formacin de una
estructura econmico-poltica similar y a veces perfeccionada, a la
existente en los pases de origen. Esto produjo un proceso de
automatizacin circular que influy en el mantenimiento de una
corriente ms estable para la nacin del Norte.
d) Suelen mencionarse algunos factores de tipo poltico que no
estamos en condiciones de evaluar adecuadamente. Estos seran, por
un lado, la propaganda inglesa destinada a enviar a la Argentina
mano de obra no calificada, que se integrase dentro de la estructura
exportadora del pas; y por el otro, en cierta manera complementaria
de la anterior, el inters de sectores de ganaderos bonaerenses,
empeados en esa poca en el desarrollo de explotaciones agrcolas
extensivas. Coincidentemente con esto, parece claro que la poltica
oficial inglesa estaba encaminada a poner trabas a la venida de sus
sbditos al Ro de la Plata (17, pgs. 373, 394 y 447). Evaluaremos
posteriormente la importancia de este hecho cundo analicemos
algunas de las actitudes de las elites nacionales. Sin embargo,
Foerster (7, pg. 327) seala que la inmigracin italiana con ms
posibilidades de ligarse a una estructura industrial se dirigi a la
Argentina, en cambio los Estados Unidos recibieron
fundamentalmente italianos del sur. El mismo autor (pg. 234)
seala que a partir de 1873, por un decreto del gobierno argentino se
deja una sola agencia en Florencia, en Italia, dado el carcter
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espontneo que haba tomado el flujo italiano. Ese mismo decreto
establece una agencia en Alsacia-Lorena (en poder de Alemania),
zona industrial, para variar la composicin de la inmigracin. Podra
aadirse, adems, la escasa organizacin exterior gubernamental
destinada a compensar las tendencias internacionales mencionadas a
favor del S. E. de Europa. En este sentido, los mensajes
presidenciales durante la dcada del 80, sealan el abandono de la
poltica oficial a la espontaneidad del flujo inmigratorio (18, Mensajes
de Roca: 1882, pg. 33; 1883, pg. 83; 1884, pg. 97).
Asimilacin del inmigrante.
Una caracterstica general visible y compartida por la mayora de
los autores es la poca integracin de la inmigracin en las estructuras
polticas, fenmeno este que recin se concretar ya muy avanzado
el siglo XX.
Las causas que operaron en esta direccin fueron:
a) El escaso inters de los extranjeros en asimilarse. En este
sentido la preeminencia de las nacionalidades del sudoeste europeo,
con poca experiencia de participacin poltica en sus pases de origen,
conspiraba contra su integracin.
b) La alta proporcin de italianos en la emigracin configura en
sta una fuerte tendencia a retornar a su pas de origen; esta
caracterstica de la inmigracin italiana se manifiesta tambin en
Brasil y Estados Unidos (7, pg. 32; 6, pg. 92). No se descarta la
existencia de factores que acentuaron la mayor predisposicin de la
inmigracin italiana al retorno, como ser: las dificultades de
afincamiento en el campo, debido a la gran cantidad de tierras
fiscales entregadas a particulares, por un lado, y por otro, las pocas
posibilidades de trabajo urbano, debido al limitado desarrollo
industrial. Adems, las situaciones de crisis producan fuertes alzas
en las tasas de retorno.
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c) La legislacin argentina, ya sea la emanada de la Constitucin
Nacional o de la ley de 1876, no prevea ningn sistema de
nacionalizacin, tal cual suceda en EE. UU. Ms an, nuestra
legislacin otorgaba en ciertas ocasiones primaca a los no
nacionalizados, a lo que se sumaba la proteccin que reciban de sus
propios gobiernos mientras continuaran con su nacionalidad de
origen.
d) Por otra parte, el cerrado y arbitrario sistema poltica existente
conspiraba contra la participacin electoral de los extranjeros, que, al
igual que los nativos, seguan con indiferencia el desarrollo de los
comicios. En 1891, el diario La Unin, de la colonia de Esperanza,
describa esta situacin con suma claridad (11, pgs. 48-50).
Asimismo el poder oficial no pareca muy interesado en esta,
participacin, y ms bien pona trabas a la misma. El mismo peridico
reproduce una cita de un diario oficialista de Crdoba, que critica y
previene a los extranjeros por su ingerencia en los asuntos polticos
nacionales:
Los extranjeros en Crdoba estn sufriendo las consecuencias de
sus errores, pues han tomado una ingerencia activa en nuestras
turbulencias polticas (11, pg. 51).
d) DISTRIBUCION DE LA RIQUEZA, LOS INGRESOS Y LA POBLACION:
El crecimiento de la riqueza en el perodo es intenso: de 1857 a
1884. el capital nacional se quintuplic. Su distribucin no fue,
empero de ningn modo uniforme. En tanto que en la provincia de
Buenos Aires (incluida la ciudad) el ritmo anual de acrecentamiento
medio de la riqueza fue en 1864-84 de 35 millones de Dls., o sea 54
Dls. por cpita, en el resto de las provincias fue de slo 24 millones
de Dls., o sea 20 Dls. por cpita. Cabe sealar que la cifra
correspondiente a Buenos Aires (54 Dls. o 11) se compara
favorablemente con las de otros pases: 5 en Gran Bretaa, 5 en
Francia, 6 en Estados Unidos y 9 en Australia.
En 1884 la riqueza se encontraba distribuida de la siguiente
manera:
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*
La acumulacin anual en 1884 era de alrededor de 80 millones de
Dls., o sea el 25% de los ingresos, en tanto que el coeficiente medio
de producto-capital, era de slo 17%, como puede inferirse de las
cifras anotadas sobre riqueza a ingresos nacionales. La escasa magni-
tud de este ltimo obedece fundamentalmente a la baja productividad
de la explotacin ganadera.
Como puede observarse en los cuadros anteriores, la distribucin
entre las diferentes provincias de la riqueza, no era pareja. En 1884 a
la provincia de Buenos Aires le corresponda el 61% del capital
nacional (excluida la ciudad de Buenos Aires -que participa con un
23%- le corresponda el 38%), y aproximadamente 3/4 partes esta-
ban ubicadas en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ros
(corresponde 6% a Santa Fe). Esta distribucin desigual de la riqueza
*
Buenos Aires (ciudad), 425; Buenos Aires (campaa), 710.
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se refleja en la de los ingresos; la provincia de Buenos Aires, con la
ciudad incluida, representaba el 50% de los ingresos (la ciudad sola,
15%) y las de Buenos Aires, Entre Ros y Santa Fe, el 61%.
En cuanto a la participacin de los sectores de la produccin, que
puede ofrecernos algunos indicios en cuanto al peso relativo de
distintos grupos sociales, podemos resear las siguientes cifras:
El sector ganadero de la provincia de Buenos Aires constitua el
27% de la riqueza nacional y el 44% de la zona; si le agregamos los
de Santa Fe y Entre Ros su participacin en el capital nacional se
eleva a 33%.
Los ingresos del sector comercial, bancario, de transportes y de
construccin en Buenos Aires (provincia y ciudad) eran, por otra
parte, el 12% de los ingresos globales y el 24% de los de la regin;
en esta misma la manufactura slo representaba el 5% de los
ingresos.
Cabe sealar, por otra parte, que el gasto pblico total, nacional y
provincial, representaba un 15% de los ingresos; el del gobierno
nacional algo menos del 10%.
En cuanto a la distribucin de la poblacin por ocupaciones se
puede estimar que en la provincia de Buenos Aires la correspondiente
a la ganadera era alrededor de 28%, la de la agricultura 18% y el
resto al sector urbano. (Para la construccin de estas cifras hemos
recurrido a las estadsticas de Mulhall (1) y al censo de 1881 para la
provincia de Buenos Aires (19).
Estos guarismos nos sugieren las siguientes consideraciones:
1. - El predominio de Buenos Aires es evidente, sobre todo si se
tiene en cuenta que la segunda provincia en riqueza -la de Entre
Ros- slo posea un 10% de la de aqulla.
2. - El sector de Buenos Aires, ligado a la ganadera y que
indudablemente posea intereses en otras actividades (agrcola,
comercial, etc.) detentaba un poder econmico sin rival; el peso del
sector urbano de la capital no era, sin embargo, desdeable.
3. - Por otra parte, no era pequea la participacin estatal en los
ingresos; en Buenos Aires el monto de los sueldos y salarios pagados
por el sector oficial era tan alto como los ingresos totales generados
en el sector comercio.
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e) FACTORES EXTERNOS:
1. -- Dependencia comercial.
El comercio exterior argentino estaba altamente concentrado,
tanto en lo referente a productos como a pases de intercambio; esta
situacin revela un primer elemento de dependencia del exterior.
Daremos algunas cifras al respecto:
Como puede observarse, el grueso del intercambio comercial se
realiza con Francia y el Reino Unido, aunque ambos iban perdiendo
terreno frente a Blgica y Alemania; la diferencia entre ellos es tan
grande, sin embargo, que su posicin no peligr fundamentalmente.
La situacin de estos pases difera, si consideramos adems las
importaciones y exportaciones por separado.
Como se puede observar, el papel que juega Blgica obedece casi
exclusivamente a su importancia como cliente, la de Inglaterra, en
cambio, no obedece a su situacin de comprador de los productos de
exportacin, sino al de abastecedor.
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En cuanto a las vinculaciones econmico-polticas que contribuyen
a crear el comercio exterior, es interesante destacar que la provincia
de Buenos Aires acapara del 70 al 80% del mismo.
En lo que se refiere a la distribucin por productos, al comienzo del
perodo que nos ocupa, la lana es el principal artculo de exportacin,
representando cerca del 50% del valor total de las ventas al exterior;
le siguen en importancia los cueros, con un 20%.
Es necesario sealar que, dada la limitada actividad manufacturera
en el territorio del pas, el abastecimiento de productos elaborados
estaba fundamentalmente a cargo del extranjero. La Argentina
configuraba algo as como un ejemplo de libro de texto de la
especializacin por medio del comercio exterior.
2. - El dficit del balance comercial.
Hasta 1890 la Argentina fue bsicamente deficitaria en su comercio
exterior; el monto disponible de muchos artculos de consumo y de
inversin dependi pues hasta entonces de la posibilidad de atraer
fondos del exterior.ya sea por medio de las colocaciones de bonos
pblicos o de las inversiones directas.
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Esta dependencia del exterior desembocara en una fuerte carga,
en la forma de servicios financieros, sobre las exportaciones y la
capacidad de importar.
3. - El capital extranjero.
El movimiento de mercancas y el de capitales se estimulan
mutuamente; es difcil en un momento determinado decidir cul de
ellos determina al otro. En la Argentina las inversiones extranjeras
-fundamentalmente britnicas- se vieron alentadas, por el
conocimiento de la plaza adquirido por medio de la vinculacin
comercial; pero, por otra parte, es evidente que las inversiones en
ferrocarriles, por ejemplo, estimularon una intensificacin sin
precedentes de las exportaciones britnicas, en este sentido, ver (17,
pg. 428 y ss.).
Hacia 1884 podemos calcular que el capital extranjero era
propietario de un 10 a un 15% de la riqueza nacional; por otra parte
el monto de los servicios financieros pagados en ese ao al exterior
representaron alrededor del 8% de los ingresos totales. Pero ms que
su importancia en general, l capital extranjero y sobre todo el
britnico, pas a ocupar una situacin estratgica por su control
sobre los ferrocarriles y posteriormente el comercio de carnes.
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f) CENTRALIZACION DEL PODER:
La dispersin espacial del poder; caracterstica de la Argentina
anterior a Caseros, y que se exterioriza por la presencia de los
caudillos, confluye a partir de 1852 en el ltimo gran antagonismo
interregional: las provincias del interior bajo el liderazgo del litoral,
englobadas por el gobierno de la Confederacin, en abierta oposicin
al Estado de Buenos Aires.
No corresponde analizar aqu los pormenores de este
enfrentamiento. Sealaremos solamente que a partir de la derrota de
la Confederacin en Pavn Buenos Aires, paulatinamente, mediante el
afianzamiento del poder regional, concentrara en sus manos casi
todas las decisiones polticas de alcance nacional. Sus dos partidos,
Autonomistas (alsinistas) y Nacionalistas (mitristas), cuya razn de
ser obedece a causas de carcter local, dirimirn a travs de la
consecucin del gobierno provincial, el manejo de la Repblica. El
poder de decisin del resto de las provincias comienza a decrecer,
logrndose al mismo tiempo la eliminacin de los ltimos focos de
resistencia con la derrota de los caudillos Pealoza y Lpez Jordn.
Es decir, la centralizacin del poder se logra en la Argentina, a
partir de 1862, mediante el fortalecimiento de una de sus provincias,
que impone geopolticamente su preeminencia en la medida que
refuerza su autonoma y en cuanto no transfiere a una
superestructura nacional los elementos en que basa su supremaca.
Baste recordar los datos ya citados sobre la distribucin espacial de la
riqueza, para encontrar en ellos la causa de esta situacin.
Tenemos entonces para el perodo que corre desde 1862 a 1880,
globalmente, el siguiente cuadro: a) un poder provincial fuerte, desde
donde se toman las decisiones nacionales; b) poderes regionales
dbiles, con escasa participacin en el gobierno central, y c) un
gobierno nacional que carece de los elementos necesarios para
imponer su soberana. La relacin entre el poder nacional y el poder
regional bonaerense ha sido, a nuestro criterio, justamente valorada
por Alberdi:
La Constitucin actual crea, en efecto, dos gobiernos nacionales
para la Repblica Argentina..... El uno (gobierno Nacional de
nombre) es el gobierno que debi su creacin a la Constitucin de
1853; el otro (gobierno Nacional de hecho) fue la obra de la
Constitucin reformada de 1860, la cual puso en manos del
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gobierno provincial de Buenos Aires, todos los medios y recursos
del poder nacional (21, pg. 225).
Y ms adelante:
Dar al gobierno nacional por capital y residencia la ciudad de
Buenos Aires, es completar el poder que necesita para dejar de ser
un poder de mero nombre, pues la ciudad de Buenos Aires quiere
decir, el Puerto, el trfico directo, la Aduana, el mercado, el
crdito, el tesoro de la Nacin entera... Lo que falta al gobierno
argentino no es una capital, es el poder (21, pg. 231).
La situacin de subordinacin del gobierno nacional se reflej
claramente en 1876, cuando renunci a uno de los instrumentos
bsicos de su soberana; cual era la de emitir billetes en todo el
territorio de la Repblica. El Banco de la Provincia de Buenos Aires,
acreedor del gobierno nacional, logr imponer en ese ao esta
situacin, posibilitada, en gran parte, por la debilidad poltica-
econmica del poder central (22, pgs. 55 a 58).
Este estado de cosas encuentra su solucin, por lo menos en el
plano poltico institucional, con la federalizacin de Buenos Aires en
1880. Contemporneamente con este suceso, el triunfo de la guardia
Nacional sobre las milicias de la provincia de Buenos Aires, establece
el punto de partida del afianzamiento del ejrcito nacional. En el
ltimo captulo analizaremos el contenido de esta transferencia de
poder, apuntando aqu algunas de las causas que coadyuvaron a tal
acontecimiento: a) el desarrollo de lo que Rivarola (23, cap. XVII al
XX) denominaba los grandes factores unitarios (el ferrocarril, p.
ej.); b) la necesidad de poner fin a la intranquilidad provincial, que
entorpeca la puesta en marcha de una poltica econmica que basaba
gran parte de su xito en el logro de financiacin desde el exterior, y
c) la presin de las provincias por una mayor participacin en el
poder, encontr eco esta vez en parte del sector ms influyente de la
provincia de Buenos Aires. Los ganaderos que adecuaban la explo-
tacin agropecuaria a las exigencias del mercado ultramarino, pugna-
ban tambin por el logro de la paz interior; a travs de la legalizacin
definitiva del poder nacional. (Es muy significativa la lista de
Electores de Roca, candidato de las provincias donde figuran los ms
prominentes estancieros bonaerenses, como Unzu, Alvear, Caseres;
Alzaga, Cambaceres, Daz Vlez, etc.) (22, pg. 207). Roca, en carta
a Jurez Celman, revela tambin el vuelco de estos elementos en pro
de su candidatura (24, pg. 135).
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Hemos visto hasta aqu la estructura del poder en el plano
espacial. Cabe agregar que la debilidad del gobierno nacional se hace
ms patente cuando intenta polticas modificatorias del status quo.
Sarmiento ha llamado varias veces la atencin sobre las distintas
barreras; institucionales o administrativas, que coartaron
repetidamente tentativas de ese carcter durante su gestin
presidencial (25, pgs. 187-188, 276, 48687). La misma situacin se
dio en el plano provincial, en lo que se refiere a la debilidad del sector
Estado. Un gobierno respetado. y fuerte como el de Santa Fe, no fue
ajeno a este hecho, como en ocasin en que los intereses regionales,
con cierto apoyo del gobierno nacional, dieron por tierra con la
administracin Oroo, cundo sta intent implantar el Registro Civil
(3, pg. 343-44).
g) LOS SECTORES POLITICOS Y LAS IDEOLOGIAS PREDOMINANTES:
El proceso de formacin de los partidos polticos argentinos no
escapa a la dinmica general en que se desenvuelve el mundo. Es
decir, su aparicin, en el sentido tcnico-organizativo, estar
condicionada al surgimiento de las grandes masas en la escena
poltica. El principio organizativo, que es su base de existencia; o s
se quiere, la toma de conciencia de la utilidad de organizarse, surge,
precisamente, de la necesidad de los nuevos grupos de proveerse de
un instrumento que equilibre el poder de los sectores tradicionales
(26, pgs. 21-22). Este hecho recin se produce en el pas en 1891,
cuando la Unin Cvica, a travs de la primera carta Orgnica que se
conoce en el pas, comienza a proyectar en un sentido nacional y
democrtico la estructura poltica basada en el comit electoral (27,
pg. 347 y ss.). Es decir, que recin a partir de los grandes
movimientos masivos y de la necesidad de stos de dar a conocer
nuevas elites surgidas de su seno, prestigindolas ante el pblico
elector a travs del aparato poltico, se inician en Argentina la era de
los partidos. Luego de la Unin Cvica, la Unin Cvica Radical, su
sucedneo, afianzar ms este sistema, que se consolidar
definitivamente a partir de la Ley Senz Pea.
En este sentido, la Argentina no es ajena al proceso mundial, por
lo menos en lo que al plano institucional se refiere. Dice Duverger:
De hecho, los verdaderos partidos datan de hace apenas un siglo: En
1850 ningn pas del mundo (con excepcin de los Estados Unidos)
conoca partidos polticos, en el sentido moderno de la palabra; haba
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tendencias de opiniones, clubes populares, asociaciones de
pensamiento, grupos parlamentarios; pero no partidos propiamente
dichos (28; pg. 13). Y, en rigor; esto era lo que exista en la
Argentina anterior a 1880.
Desde 1862, la lucha poltica queda planteada entre sectores del
liberalismo bonaerense autonomistas y nacionalistas. No hay
elementos objetivos que permitan una diferenciacin programtica o
de composicin social entre ambos. El leit-motiv de la existencia de
uno de ellos; el autonomista; que era la oposicin a la nacionalizacin
de Buenos Aires, desaparece cuando aos ms tarde es el
Nacionalista quien se opone a tal medida. Es decir, cada partido es
nacionalista en el gobierno y autonomista en la oposicin.
Las interpretaciones economicistas de la historiografa argentina
para diferenciar ambos grupos no parecen satisfactorias, pues hay
elementos de distintos matices sociales en ambos partidos. Lucio V.
Lpez cree ver en el enfrentamiento una lucha generacional,
argumento no desdeable, pues parece evidente la participacin
universitaria en las filas del autonomismo (28, pg. 28), partido cuyo
lenguaje presenta tambin matices de corte popular. Es dentro del
autonomismo donde pueden encontrarse diferenciaciones de mayor
envergadura. La puja interna entre los clubes Libertad y 25 de
Mayo, representante este ltimo de los sectores ms jvenes,
muestra una actitud dismil en cuanto a la percepcin de los
problemas de estructura, distingo que no existe en el enfrentamiento
autonomismo-nacionalismo. Es a travs del club 25 de Mayo y sus
sucedneos donde se comienzan a exteriorizar las primeras variables
anti-statu quo en el campo poltico, tales como la democratizacin de
la propiedad territorial; la libertad electoral y la proteccin industrial
(30). Cuando el nacionalismo y la plana mayor del alsinismo se
coaligan, los jvenes autonomistas forman el Partido Republicano,
dando por primera vez un acentuado matiz ideolgico a la
controversia. El Partido Republicano, y luego el Autonomista Nacional
de 1868 (no confundir con el del mismo nombre de 1881), en cuanto
a partidos programticos, constituyen el primer intento de
modernizacin de las estructuras polticas, todava muy incipiente.
Duverger, citando el Essay on Parties de David Hume, seala que
el programa desempea un papel esencial en la fase inicia en la que
sirve para coaligar a individuos dispersos, pero que la organizacin
pas luego a primer plano, convirtindose en accesoria la plataforma
(28, pg. 18). Pero la falta de organizacin de los republicanos se
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daba en funcin directa a la estructuracin social del pas. Los
sectores a quienes se diriga su mensaje, manufactureros y
agricultores, por ejemplo, eran demasiado incipientes como para
tener algn peso en la decisin poltica. Por otra parte, al estar
integrados en su mayora por extranjeros, se mantenan alejados, o
se les ponan trabas para su participacin en la actividad poltica, y,
cuando ms, reducan sus reclamaciones al plano local o regional,
como hemos visto que suceda con los colonos santafesinos. La
composicin netamente bonaerense de los hombres del partido, lo
priv al mismo tiempo de base nacional como para coordinar una
accin de envergadura con sectores provinciales antagnicos a las
clases dirigentes del primer Estado argentino. Las clases populares
nativas mostraban el mismo indiferentismo por la poltica, ya sea por
estar subordinados en su mayora a las actividades de la sociedad
tradicional, no alentadoras de actitudes democrticas, o por riesgo y
la inutilidad que significaba participar en elecciones donde la coaccin
fsica y la violencia eran habituales.
La escasa clientela electoral haca, en consecuencia, innecesaria la
organizacin. Una cita de Sarmiento nos aclarar el marco reducido
en que se desarrollaban las contiendas electorales; en la ciudad de
Buenos Aires: sobre 187.0110 habitantes, con 12.000 votantes,
hubieron en la ciudad 2.400 registrados, de los que slo votaron
700' (25, pg. 284).
Parece verosmil, entonces, que la ausencia de un mecanismo
poltico que permitiera la presin de vastos sectores sobre la
estructura del poder, posibilit una cierta comodidad a los grupos
econmicos preponderantes en cuanto al manejo de la cosa poltica.
Hemos visto ya que el sector ganadero representaba un 27% de la
riqueza nacional, y que los sectores antagnicos ms importantes
estaban lejos de poseer un 10%. Estos hechos es posible que hayan
permitido una cierta autonoma en el plano poltico que facilit la
formacin de grupos personalistas, como el mitrismo y el alsinismo,
que se desgastaron en una puja que no conmova en nada la
estructuracin de la sociedad argentina.
La centralizacin institucional de 1880 introducir una nueva va-
riable que analizaremos a posteriori la formacin del PAN exterio-
rizar la nueva necesidad de organizar estructuras de alcances nacio-
nales, por ms que este primer intento solo englobe lites provin-
ciales ya arraigadas en la estructura del poder.
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Las variables ideolgicas que se exteriorizan: en la poca de la
Organizacin Nacional, por lo menos en el perodo 1862-1875,
presentan un matiz preponderante: una fuerte tendencia a
dicotomizar en tomo a problemas planteados por ideologas
importadas sin una previa valorizacin de las estructuras objetivas y
la prctica poltica-social que llev a formularlas en los pases de
origen. El liberalismo poltico y econmico se presenta como el
denominador comn de las facciones en pugna, y sus principales
premisas son aceptadas por todos. La no valorizacin de la dinmica
social sobre la que se estructur sta ideologa, llev a la Argentina a
la paradjica situacin de que la adopcin global del sistema se
realiza dejando sumergidos una cantidad de variables que fueron
primordiales en Europa y Estados Unidos. La resultante fue, en
consecuencia, la no comprensin de la anttesis entre la ideologa y la
supervivencia de estructuras caractersticas de las sociedades
tradicionales; con lo cual se adoptaban polticas que daban por
supuesto premisas no cumplidas y que puestas en prctica, chocaban
con la realidad social existente. Tal el caso, por ejemplo; de las leyes
de tierra. En este sentido cabe sealar que en la Argentina nuestras
lites adoptaron el liberalismo tal cual se data en Europa en sa
poca; es decir como ideologa ya acabada que descansaba en un
sistema socio-econmico, el capitalismo, que ya haba logrado
asentarse definitivamente. Se ignor, en cambio, al primer
liberalismo, o en todo caso se lo tergivers, que fue la concepcin del
mundo de ese mismo sistema, pero cuando todava luchaba por
triunfar sobre las estructuras de la sociedad feudal.
La situacin descripta es caracterstica sobre todo en la poca de
nacionalistas y autonomistas, que heredan tal concepcin del tronco
comn, que fue el Partido Liberal porteo. Miguel Can, que defendi
el sistema proteccionista, daba una clara visin del estado de opinin
de la poca: Todos, seor Presidente, al abandonar las aulas de la
Universidad somos librecambistas acrrimos (31, pg. 31).
Excepciones individuales como la de Sarmiento, en su comprensin
del proceso estadounidense, o la de Nicasio Oroo en Santa Fe no
llegan a tener repercusin social desde el momento que no se
estructuran en movimientos de opinin.
El caso del gobierno de la Confederacin (1853-1862) es distinto, y
merecen destacarse algunas de sus componentes:
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a) El gobierno de la Confederacin se estructura sobre la base de.
una alianza entre los caudillos del interior y las provincias del litoral,
conduciendo estas ltimas el proceso.
b) Este heterogneo frente adquiere cohesin ideolgica por la pre-
sencia de dos elementos: la lucha comn contra Buenos Aires y la
presencia en los cuadros gubernativos de los hombres de la
generacin del 37 (Gutirrez, Alberdi, Fragueiro, Lpez, etc.), que
le imprimieron una dinmica ms moderna a la coalicin
antibonaerense. El gobierno de la Confederacin introdujo nuevas
variables en el comportamiento argentino, que es conveniente
destacar:
a) La adecuada comprensin de Alberdi de las causal del
caudillismo (32) se uni a las reclamaciones provinciales para
programar una distribucin espacial ms racional de la riqueza. Esta
actitud implicaba la nacionalizacin de ciertas estructuras del poder
econmico concentradas y retenidas por la provincia de Buenos Aires,
como la Aduana, facilitando adems una ms adecuada poltica
extensiva interior.
b) Como ya mencionramos antes, la necesidad de equilibrar el
peso de Buenos Aires oblig a la adopcin de medidas de promocin
del desarrollo en las provincial, tales como la colonizacin. Lo mismo
puede decirse de la adopcin de polticas evolucionistas en el sistema
crediticio, bajo la influencia del ministro de Hacienda, Mariano
Fragueiro (33, pgs. 174-75).
El fracaso del proyecto de la Confederacin puede encontrarse en
diversas causa:
a) La lucha con Buenos Aires en el campo econmico se realiz en
condiciones muy desparejas, por la desigualdad de riqueza. El
bloqueo econmico de los porteos y el fracaso de los medios para
superar las tarifas diferenciales, unido al escollo que la poltica
bancaria y crediticia encontraba en la escasez de recursos de las
provincias, colocaron a la Confederacin en situacin muy angustiosa
(33, pg. 88 y ss.).
b) La indecisin del comando militar de la Confederacin posibilit
la recuperacin de Buenos Aires, vencida en Cepeda, y presumible-
mente facilit su posterior triunfo en Pavn. Una hiptesis factible
descansara en el hecho de que la direccin confederacionista
estuviese en manos del Litoral que como regin productora estaba
mucho ms ligada con Buenos Aires, sobre todo a partir de la
apertura de los ros interiores y con el comercio de exportacin.
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c) La claudicacin de Corrientes, por razones de dependencia
econmica con Buenos Aires, debido a la comercializacin de la
madera (33, pgs. 183-84).
Otro vasto movimiento de opinin de caractersticas industrialistas
se produce en el pas a partir de la crisis de 1875. Se introducen en la
controversia poltica actitudes adversas hacia el libre cambio,
hacindose notoria la mencin a la experiencia norteamericana y
utilizndose elementos programticos de pensadores de esa
nacionalidad, como Carey (31, pg. 89). Este fuerte movimiento de
opinin abarc el Parlamento (31), la prensa a travs de una
campaa organizada por el diario El Nacional (34), la plataforma de
partidos polticos como el P.A.N. de 1878, organizado por Sarmiento,
y hasta el mensaje gubernativo en la Legislatura de Buenos Aires,
inspirado por el ministro de Gobierno, Aristbulo del Valle (36,.pgs.
132 y ss.).
Esta actitud dismil no logra integrarse dentro de la vida poltica
nacional, ni amenizar siquiera la estructura tradicional del poder.
Leyendo los documentos de la poca, a pesar de la vastedad del
movimiento, queda la impresin de que careci de la fuerza necesaria
para instrumentar, al menos, una importante faccin opositora. La
polmica alrededor de proteccionismo y librecambio qued relegada
al mundo poltico-cultural, sin invadir: al poltico-organizativo, pues
hombres de divergente posicin en la materia, convivan sin
dificultades dentro del mismo partido, tal como sucede con el P.A.N.
de 1878. La lucha personalista segua siendo el leit motiv de la
existencia de las agrupaciones polticas.
No parece correcto descartar, en este sentido, el estado incipiente
de nuestra estratificacin social, todava no conmovida por el impacto
inmigratorio masivo. De todas maneras, tanto los ya establecidos
como los que posteriormente arribaron a nuestras playas, por sus
caractersticas, tardaron mucho en asimilarse a la vida nacional,
como lo hemos visto en el captulo correspondiente. Por otra parte tal
como lo sealamos al analizar el Partido Republicano, es probable que
aqu tambin haya influido el escaso poder de los sectores
econmicos a quienes iba a favorecer el planteo proteccionista. Todos
estos factores, indudablemente, pesaron en la limitacin y debilidad
que exterioriz este movimiento, pero es importante destacar el
hecho de que los hombres interesados en esas metas no salieran a la
bsqueda de ese apoyo, ni trataron de modificar los canales de
ascensin poltica para permitir la participacin de sectores
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potencialmente adictos. Ms an, creyeron factible el triunfo de sus
ideas, respetando el juego de las lites tradicionales, y tratando de
adecuarse a l para el logro de sus objetivos.
Restara sealar que en este movimiento aparecen esbozados con
alguna continuidad matices que indican la presencia de cierto
nacionalismo reactivo pocas veces observable en el pas, sobre todo
en cuanto hace referencia directa a la relacin de dependencia con
Gran Bretaa.
Es interesante verificar como en los aos formativos de la
Argentina las tendencias nacionalistas se manifiestan en una actitud
hostil hacia los Estados Unidos, con lo cual el pas mantiene menor
vinculacin comercial o poltica (37, pgs. 196 y 259), pasando
desapercibida la presencia de Inglaterra, con la cual los lazos eran
mayores. Es probable que en esto hayan influido algunos factores,
tales como: a) el inters de fuertes sectores internos, ganaderos y
comerciales, estrechamente ligados a Gran Bretaa; b) el hecho de
que Inglaterra coadyuv en gran parte en el logro de la
independencia nacional, lo que la prestigi frente a nuestras clases
dirigentes; c) la importacin de cultural paralela a la de productos
manufacturados, que incidi en la adopcin de ideologas como la
spenceriana, como asimismo, por parte de las lites, de pautas de
comportamiento social caractersticas de Gran Bretaa (los clubes,
por ejemplo), y d) la poltica exterior inglesa asumi en la Argentina
formas ms discretas que en otros pases subdesarrollados en la
medida que alejaban toda posibilidad de tutela poltica, tal cual se vio
al mencionar la actitud del Reino Unido en lo referente a inmigracin.
El divorcio existente entre los grupos polticos dirigentes y la
poblacin nativa, a la cual se consideraba incapaz de participar en la
vida nacional, tambin puede asignarse el carcter dependiente de
nuestra ideologa liberal, y condujo a la apologa del inmigrante euro-
peo como factor de evolucin. Sin embargo, el inmigrante siempre
fue considerado como un instrumento en manos de la lite
tradicional, inapto para participar en las luchas polticas. La
estructuracin de todo nacionalismo concreto requiere un fuerte
grado de confianza en las fuerzas internas, tal como sucedi en
Estados Unidos, que asimil al inmigrante sobre este supuesto.
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EL PROYECTO DE LA GENERACION DEL 80
La coalicin poltica que promovi al general Roca a la primera
magistratura del pas, estuvo integrada por corrientes dispares y
encontradas que hacen difcil su caracterizacin. Al mismo tiempo, el
hecho de que la produccin poltico-cultural de la poca se
exteriorizase fragmentariamente no hace fcil la sistematizacin de
su programa de gobierno. En este captulo trataremos de analizar
ambos aspectos, procurando sealar sus matices ms remarcables
teniendo en cuenta la limitacin sealada.
El general Roca obtuvo su apoyo institucional de las diversas
estructuras de poder provinciales, que comenzaron por aquella poca
a organizarse en la llamada Liga de los gobernadores. De esta
manera logr un doble respaldo: el del ejrcito -la Guardia Nacional-
y el del Congreso, al estar la mayora de las representaciones del
interior subordinadas a sus respectivos mandatarios. Conjuntamente
con esto, su instrumento poltico, el Partido Autonomista Nacional
(P.A.N), creado en 1880, dio a su campaa un cierto matiz popular y
aglutin al mismo tiempo a una importante faccin del sector de
presin ms influyente de la poca. Lo primero lo logr a travs de la
adhesin que prest a su candidatura la juventud universitaria y
profesional del pas, imbuida de modernidad y hastiada de los
personalismos que engendraba la continuidad de las luchas
interregionales. Lo segundo a travs del apoyo a su candidatura que
exteriorizaron los ms prominentes ganaderos de la provincia de
Buenos Aires, deseosos de lograr la paz interior para el buen xito de
una poltica econmica que fijaba sus objetivos en la integracin
definitiva del pas dentro de los marcos del mercado ultramarino.
Cabra agregar que las situaciones provinciales se manifestaron a
favor de Roca en funcin de su lucha contra Buenos Aires, y en pos
de una mayor participacin en el manejo de los asuntos nacionales.
Es interesante sealar que a partir de 1880 la provincia de Crdoba,
centro poltico de la coalicin roquista, pasar a integrar el ncleo de
los estados rectores, tal como lo hicieron en 1853 Santa Fe y Entre
Ros.
El programa de los hombres de la generacin del 80, si bien
nunca enunciado explcitamente en forma integral, se puede resear
a travs de discursos polticos y parlamentarios, mensajes
presidenciales; correspondencia, notas periodsticas, etc. El carcter
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fragmentario de todos estos textos, lejos de constituir un accidente,
es notorio en toda la actividad poltica, literaria y cientfica de la
poca, en parte es consecuencia de la ausencia de formacin cultural
especializada en los sectores dirigentes. Por esta razn, nos
permitiremos, a riesgo de desvirtuar el pensamiento real de sus
autores, utilizar algunas categoras que nos parecen fructferas para
el anlisis de su contenido. Quedara por sealar que, a nuestro
criterio, una vez ordenado orgnicamente el pensamiento de esta
generacin, se nos aparece uno de los programas ms coherentes
que se llevaron a la prctica en el transcurso de nuestra historia.
En principio, pueden distinguirse dos momentos: poltico y
econmico, ntimamente relacionados, en la formulacin
programtica y en su exteriorizacin concreta, en la accin
gubernamental. Al primero lo llamaremos momento poltico, y sus
principales mojones lo constituyen la federalizacin de Buenos Aires,
la Conquista del Desierto y la serie de medidas institucionales que
tendieron a transferir poder de las regiones a la Nacin. Roca lo
simboliz con su conocido slogan de gobierno: Paz y administracin.
En este sentido, cabe sealar que el programa del P.A.N. hace
hincapi exclusivamente en la necesidad de legalizar el poder y
pacificar el pas. El mismo general Roca ha sealado con suma
claridad la trascendencia que tuvo para la continuacin de su poltica
posterior este momento:
La gran cuestin queda terminada. Desde Rivadavia, que la inici
como una solucin, hasta el Congreso de 1880, que la declar una
necesidad poltica y social, todos los argentinos la hemos buscado, y
los que nos precedieron en el gobierno y en las filas populares han
sido colaboradores de la obra fecunda.
La ltima jornada de nuestra vida constitucional est ya recorrida.
La organizacin poltica de la Repblica queda completada.
Honor a la Legislatura de Buenos Aires.
Honor al Congreso de 1880.
Honor y gloria a la generacin que ha coronado con tan soberbia
cpula el edificio de la nacionalidad.
Desde este momento nos sentimos con la conciencia de nuestro
ser y con plena posesin de los atributos que dan consistencia, poder,
riqueza, orden y libertad a un pueblo.
Felices aquellos que puedan contemplar a la Repblica Argentina
dentro de 50 aos con 50 millones de almas, despus de medio siglo
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de paz no interrumpido, en el apogeo de su gloria y podero (38,
pg. 678).
Y en su primer mensaje al Congreso con la parte primordial del
plan cumplido, afirmaba:
Parece que furamos un pueblo nacido recin a la vida nacional,
pues tenis que legislar sobre todo aquello que constituye los
atributos, los medios y el poder de la Nacin, tan grande era la falta
de una capital permanente para la Repblica (18, pg. 1).
Esta fase del programa quedar concluida, en sus aspectos ms
salientes, con la ascensin del general Roca a la presidencia de la
Repblica.
Hemos sealado ya la interaccin recproca de ambos momentos
y, en este sentido, el plan poltico consolid, por primera vez, las
instituciones indispensables para la puesta en marcha del programa
econmico.
Ferns ha puesto el acento sobre este hecho: El papel de las
autoridades polticas argentinas en la construccin de una base para
la recuperacin (de la crisis de 1875) no fue precisamente pasivo. En
realidad, la actividad en la esfera poltica fue un factor de
importancia, quizs decisiva. Entre 1878 y 1881 fueron conducidas a
feliz trmino tres lneas polticas, y stas produjeron los mayores
efectos en la esfera econmica (17, pgs. 386-87).
Ya hemos analizado la trascendencia de la federalizacin de
Buenos Aires, al tratar el proceso de centralizacin del poder: ...este
acuerdo, ms o menos dictada a la provincia por la fuerza, termin
con el conflicto entre la provincia y la Nacin como un todo y prepar
el camino para las anttesis modernas de la vida poltica argentina. A
partir de entonces, los recursos financieros de la Repblica fueron
indudablemente controlados por el Gobierno Nacional, y la autoridad
soberana a pertenecer a un nico gobierno resida en su propia
ciudad capital, tanto de hecho como de derecho (17, pg. 392).
El xito del gobierno nacional en la guerra con el indio y su
consiguiente expulsin ms all del Ro Negro, constituye otro de los
rasgos salientes de este momento poltico. Este evento tuvo, como
lo seala Estanislao Zeballos, una triple repercusin: econmica,
poltica y militar (39, pg. 368). Al mismo tiempo que se reafirmaba
la soberana nacional sobre la Patagonia, en aquella poca en litigio
con Chile, y se eliminaba uno de los ltimos reductos de conflicto
armado, se rescataba para la Nacin inmensas extensiones de tierra
productiva, a la par que se eliminaba definitivamente el pillaje y la
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destruccin causados por las constantes incursiones de los indios. En
este sentido se ha sealado que entre 1820 y 1870 los indios haban
robado 11 millones de bovinos, 2 millones de caballos, 2 millones de
ovejas, matado 50.000 personas, destruido 3.000 casas y robado
bienes por el valor de 20.000.000 de pesos... en trminos
econmicos, el control indgena del sud de la provincia de Buenos
Aires y del oeste y norte de Santa Fe, significaba la preservacin de
una forma primitiva de produccin y la absorcin de excedentes de
produccin primitivos hacia Chile (17, pg. 387).
Logrados estos dos propsitos; la tarea posterior se facilitaba
grandemente, restando adecuar los restantes factores institucionales
para la realizacin de los programas desarrollistas. Surge a partir de
aqu toda una legislacin destinada a proveer al gobierno central de
todos los atributos inherentes a su soberana. A este postulado
responden leyes como la de organizacin de la Municipalidad y los
Tribunales de la Capital, Cdigo de Procedimientos en lo Civil, ley
1.130 de la moneda y la de inconversin, los bancos Hipotecario y
Nacional, la de consolidacin de la deuda pblica, organizacin de los
territorios nacionales, las leyes de educacin comn y Registro Civil
(esta ltima bajo Jurez Celman) y la adecuacin de la poltica
internacional. Creemos nosotros que algunas de ellas merecen cierta
consideracin especial.
Las leyes laicas son en parte consecuencia del impacto sufrido por
la asimilacin global de las corrientes de pensamiento liberal de la
poca; pero por otro lado se armonizan coherentemente con la
necesidad de aplicar polticas de atraccin de capital y mano de obra
extranjeras, que no siempre proceden de pases catlicos. Las
mismas colonias ya arraigadas en el pas hacan necesaria la
concrecin de una legislacin que les permitiera una mayor
integracin a la vida nacional, y algunas de ellas, como las inglesas,
dedicadas a la explotacin de lanas, tenan la suficiente importancia
estratgica como para presionar el logro de tales medidas. El carcter
no democrtico de este liberalismo centralista se exterioriz con
claridad durante el debate de la ley de enseanza, cuando el ministro
Wilde sostuvo que la irreligiosidad era privilegio de sectores
minoritarios, pero altamente peligrosa si se expanda dentro de la
masa de la poblacin. Su desconfianza en la capacidad democrtica
del pueblo los llev a optar por decisiones polticas represivas, que
muchas veces se tradujeron en falseamientos de la voluntad nacional,
expresada en los comicios.
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La poltica internacional fue uno de los instrumentos claves para la
realizacin del programa econmico, y desde este punto de vista se
alcanzaron xitos resonantes. Interesada la clase dirigente en el
afianzamiento de su relacin con Europa, desech toda tentativa que
pudiese encauzar al pas por otras vas, tal como sucedi con la
tentativa de integracin econmica panamericana debatida en la
Conferencia Interamericana de 1889, que fuera promovida por
Estados Unidos a tal efecto. La hbil gestin de Senz Pea y
Quintana, representantes argentinos, hundi a la Conferencia en el
ms rotundo de los fracasos. La posicin del pas fue claramente
expuesta en la ocasin por el gobierno.
La formacin de una liga aduanera americana involucra; a
primera vista, el propsito de excluir a Europa de las ventajas
acordadas a su comercio... Tal pensamiento no puede ser simptico
al gobierno argentino... bajo ningn concepto querra ver debilitarse
sus relaciones comrciales con aqulla parte del mundo adonde
enviamos nuestros productos y de donde recibimos capitales y
brazos (37, pg. 196),
El momento econmico, por el contrario, se caracteriza por el
hecho de que la connotacin principal gira alrededor de medidas
destinadas a la promocin del desarrollo de los recursos materiales,
relegndose la actividad poltica a un plano subordinado. Este
momento encuentra su mxima expresin durante la presidencia de
Jurez Celman, cuyas palabras son claras al respecto:
Acabo de hablaros de los hechos relativos a lo que en el lenguaje
tradicional de nuestros documentos se llama la poltica. La materia
prima de ese captulo, como lo habis notado, comienza a ser escasa,
para bien de nuestra patria, y pronto habremos de prescindir de ella
o transportar su sentido a los hechos administrativos, que ninguna
conexin tengan con los movimientos electorales (18, pg. 215).
Al ao siguiente reafirmaba:
Consagrad, seores Senadores y Diputados, vuestros talentos y
vuestros esfuerzos a leyes que fomenten el progreso del pas, en el
sentido de su engrandecimiento moral y material, por el aumento de
sus producciones, de sus industrias y de su instruccin. El bienestar
que acompaa al trabajo har que vuestras leyes polticas sean inne-
cesarias (18, pg. 259).
Antes del anlisis del programa econmico, nos parece prudente
hacer alguna referencia al entorno histrico que lo determin. El
punto de partida de todo este proceso ha sido sealado con toda
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justeza por H. S. Ferns: El hecho es que la inauguracin de Mitre
como presidente marca la formulacin de una decisin poltica
fundamental en la sociedad entera. Habindose efectuado la decisin
poltica primaria en favor de la expansin econmica y la integracin
en los mercados mundiales de mercancas y capitales, ahora se
presentaban como posibles una multiplicidad de decisiones
secundarias en el campo de la poltica econmica... Legalmente, el
sistema de libre comercio fue establecido por la Constitucin de 1853,
pero el sistema slo devino una realidad operante bajo el rgimen de
Mitre (17, pgs. 329-25-26).
La poltica econmica que se formular a partir de aqu, pondr el
acento en la atraccin del inmigrante europeo y del capital del mismo
origen. Ambos elementos se constituirn en los factores funda-
mentales de un proceso de transformacin que tender a poner bajo
explotacin las enormes extensiones de pradera cultivable, que hasta
ese momento eran base de una economa rudimentaria cuyos
productos fundamentales eran el cuero, el sebo y la carne salada. Ya
es sabido que el rol del capital extranjero se exterioriz,
primordialmente, en la construccin o financiacin de lneas frreas
bajo la proteccin de garantas estatales.
Como resultado de estas medidas, en la campaa se inici un
proceso de innovacin en las tcnicas de explotacin, que tuvo por
caractersticas salientes la mestizacin del ganado vacuno y ovino, el
incremento en la produccin del lanar, de la agrcola en general y
cereales en particular.
Sin embargo, la continuacin de este proceso se vea sin duda
amenazada por la debilidad del gobierno nacional y su situacin
conflictual con la provincia ms dinmica, con la consiguiente
ansiedad que esto provocaba en el resto del pas. Por otra parte, la
presencia del indio determinaba una gran inseguridad en la
explotacin rural ms all de una reducida zona alrededor de los
centros urbanos. El gran mrito de la generacin del 80 radic en la
toma de conciencia de estos elementos institucionales que frenaban
el desarrollo del pas, y en la voluntad encaminada hacia su
supresin. Con las medidas adoptadas en lo que hemos descripto
como momento poltico, se lograba dar el punto de partida
indispensable para la integracin del pas en el mercado internacional
de mercancas y capitales, que fuera el propsito permanente de la
poltica estatal a partir de la administracin de Mitre.
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En rigor de verdad, la sntesis entre ambos elementos, el poltico
institucional y el econmico, haba sido ya formulado en los escritos
de J. B. Alberdi; pero ni Mitre, ni Sarmiento, ni Avellaneda lograron
su efectivizacin. No es extraa, por lo tanto, la siguiente afirmacin
del autor de Las Bases: ...y si al bajar de su presidencia
(Avellaneda) alguna influencia pudo ejercer en la designacin del
presidente llamado a garantizar la estabilidad y desarrollo de su
victoria esplndida, ni buscado con una antorcha elctrica en la mitad
del da, pudo acertar mejor con el candidato que la grande y nueva
situacin reclamaba (21, pg. 215).
La poltica econmica esbozada en el programa de los gobiernos de
Roca y Jurez Celman, no difiere sustancialmente con respecto a las
que se venan formulando desde hace veinte aos. Solucionados los
problemas institucionales en pugna con el tipo de crecimiento
deseado y establecido un contorno nacional para su realizacin, los
hombres de la generacin del 80 se propusieron tan solo acelerar a
intensificar las decisiones polticas ya tomadas desde 1862. Durante
la administracin Jurez Celman este matiz caracterstico de la
dcada alcanzar su punto lgido.
La faccin llegada al poder guiada por un ideal de progreso
material y ligada ideolgicamente a una corriente que no pone l
acento sobre la interaccin de estructura y fenmeno en la economa,
escoge como lnea de poltica econmica la que sugiere la realidad en
sus manifestaciones ms obvias, a saber: la expansin y el
perfeccionamiento de la explotacin agropecuaria y su integracin en
el mercado ultramarino.
Qu elementos exiga este plan? Primordialmente, mano de obra
y capital para aplicarlos a las labores rurales, y medios de transporte
para el traslado de los productos de la tierra. En consecuencia, inmi-
gracin, construccin de nuevas lneas frreas y atraccin de capital
extranjero para financiar las anteriores y otras inversiones
necesarias, constituyen sus coordenadas fundamentales. Es decir,
intensificacin y aceleracin lineales de la, poltica ya trazada de
antemano, lo que armonizaba perfectamente con la ideologa del
progreso spenceriana, adoptada al pie de la letra por esta
generacin argentina. Antonio del Viso, ministro del Interior, de Roca
y organizador, de la Liga de los Gobernadores, le escriba a Jurez
Celman: Lucharemos y venceremos; vamos a activar la continuacin
de los ferrocarriles y estimular la inmigracin al interior. Esa ser
nuestra primera divisa de trabajo (24, pg. 229).
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La crisis de 1875 haba despertado dos tipos de reacciones: la
oficial, que insista en la prosecucin de la misma poltica y pona el
nfasis en el cumplimiento de los compromisos contrados con el
exterior, y la que se manifest en el movimiento proteccionista que
hemos descripto, que propugnaba un cambio profundo del sistema
vigente. Como toda actitud sustitutiva, esta ltima llevaba implcita la
necesidad de una intensificacin y una mayor especificidad de la
actividad estatal en el campo econmico.
Los hombres del 80, no slo adhirieron a la posicin oficial sino
que, mientras los gobernantes del perodo 1862-1880 la sustentaban
sobre la base de una fuerte participacin estatal, ellos procuraron
dejar en manos de la actividad privada el margen ms amplio en las
decisiones econmicas. La dcada posterior fue testigo de una
progresiva descentralizacin en la conduccin de los hechos
econmicos y de la asuncin, como ideologa predominante de la
confianza en las fuerzas automticas del mercado; como reguladoras
de las actividades productivas. Ya en el ao 1880, siendo candidato a
la presidencia de la Repblica, el general Roca manifestaba a la
prensa (22, pgs. 151-52): Mi opinin es que el comercio sabe
mejor que el gobierno lo que a l le conviene; la verdadera poltica
consiste, pues, en dejarle la ms amplia libertad. El Estado debe
limitarse a establecer las vas de comunicaciones, a unir las capitales
por vas frreas, a fomentar la navegacin de las grandes vas
fluviales... levantar bien alto, el crdito pblico en el exterior...
Respecto de la inmigracin, debemos protegerla a todo trance.... Su
sucesor en la presidencia va an ms lejos; en 1887 dice: Por lo
tanto, lo que conviene a la Nacin, segn mi juicio, es entregar a la
industria privada la construccin y explotacin de las obras pblicas
que por su ndole no sean inherentes a la Soberana... (18, pg.
187).
Esta diferencia de actitudes se refleja claramente en el caso de los
ferrocarriles, ya que mientras que en 1885 el 45% del capital inver-
tido en ellos era oficial, en 1890 ste solo constitua el 10% (20, pg.
86). .
Sin embargo, la comunidad de opiniones de ambas administracio-
nes era grande; un hombre prominente en las dos, E. Wilde, dijo ante
el Senado de la. Nacin: Qu son malos administradores, es una
idea que en poltica tiene los caracteres de un axioma; que los
gobiernos son siempre, con relacin a los progresos, un elemento de
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retardo, es un axioma que nadie niega y que puede todava
demostrarse (40; pgina 160).
CONCLUSION
Las consecuencias prcticas de la realizacin de este programa de
gobierno fueron las siguientes: Desde 1885 hasta 1889 entraron al
pas 739.000 inmigrantes; la exportacin, que en 1881 fue de
57.000.000 de pesos oro, se elev a 100.000.000 en 1888; y el
intercambio comercial de 113.000.000 de pesos oro en 1881,
ascendi a 254.000.000 en 1889. En 1880 el movimiento de
embarcaciones en todos los puertos de la. Repblica, fue de
2.195.000 toneladas, llegando en 1889 a 9.938.000 toneladas: Las
rentas nacionales en el mismo tiempo, pasaron de 19.594.000 a
72.000.000, y los ferrocarriles, que en 1871 solamente tenan una
extensin de 852 kilmetros, capitales por 20.983.000 pesos oro y
una entrada de 3.077.000 pesos oro, veinte aos despus poseen
lneas que alcanzan a 12.475 kilmetros; capitales por 379.000.000 e
ingresos por 26.000.000 de pesos oro. En 1875 se exportaron 223
toneladas de cereales y en 1890, 1.166.000; en 1872 existan
cultivadas nicamente 73.000 hectreas de trigo y en 1891 llegaron a
1.320.000, y el maz, que en aquel ao alcanz a 130:000 hectreas,
en 1888 se llev a 801.000; en 1872 la produccin de azcar fue de
1.400 toneladas, pasando a 49.321 en 1889. El valor de exportacin
del trigo, que en 1882 fuera de 60.000 pesos oro, en 1891 ascendi a
13..677.000 pesos oro, y el del maz, de 1.717:000 pesos oro en
1882, a 11.316:000 en 1890. Los viedos ocupaban en 1891 una
superficie de 29.000 hectreas. Mendoza tena cultivada con vias, en
1881, 3.874 hectreas, alcanzando en 1890, 8.691 con 174 bodegas.
La produccin total de vinos en 1890 fue calculada en 602.000
hectolitros; por valor de 8.370.000 pesos oro. En 1877 se importaron
22.912.000 kilogramos de azcar, reducindose a 12.853.000
kilogramos, porque dentro de un consumo de 50.000.000 de
kilogramos, el 75% lo cubra ya la produccin local (41, pg. 153).
Por otra parte, la riqueza y los ingresos experimentaron la si-
guiente evolucin:
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En este proceso jugaron un papel relevante las sociedades
annimas, fundamentalmente extranjeras, como surge del siguiente
cuadro:
John H. Williams seala que: No es mucho decir que en esos diez
aos la Argentina tuvo un desarrollo econmico mayor que en todas
las dcadas que le precedieron en ese siglo (20, pg. 27).
Efectivamente, es indudable que en trminos agregados el
crecimiento econmico durante la dcada del 80, se puede calificar de
vertiginoso.
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Sin embargo, a la luz de la experiencia histrica posterior de
nuestro pas y de otros que partieron de premisas similares, es fcil
advertir los graves desequilibrios que caracterizaron a este perodo.
Un anlisis desagregado por ramas de la actividad econmica
revela un retraso manifiesto del sector manufacturero. Asociado en
parte a este fenmeno, se agrava el estancamiento de las provincias
no pertenecientes a la zona del litoral, que quedan an ms
rezagadas. Asimismo; y pese a algunos intentos de colonizacin, la
estructura de tenencia de la tierra permaneci invariable. Otro
elemento de desajuste lo constituy el ingreso masivo de capital
proveniente de Inglaterra y de hombres de negocios del mismo
origen.
En el primer caso, si bien bajo la proteccin de la Ley de Aduanas
de 1876 la manufactura tuvo un cierto desarrollo, ste se
circunscribi a falta de una poltica coherente de promocin de
industrias bsicas a una primera elaboracin de los productos de la
tierra y de los artculos de use comn y produccin ms simple. En
1892 menos del 9% de los ingresos totales en Buenos Aires (ciudad y
provincia) se generaban en la manufactura (42). De 427
establecimientos en 1887, 98 eran destileras, 89 imprentas, 84
fbricas de carros, 36 aserraderos, 35 curtiembres; 31 fbricas de
calzado, 23 molinos harineros, 23 herreras y fundiciones y 8
lavaderos (42, pg. 293). La modificacin continua y en gran parte
arbitraria de las tarifas, no es ajena a esta situacin; oigamos a
Carlos Pellegrini al respecto: El mal nuestro es que las tarifas de
aduana, ya sea con tendencias proteccionistas, ya con fines
puramente fiscales, han sido votadas sin plan y sin mtodo,
generalmente al azar de iniciativas parlamentarias, producindose as
incongruencias y exageraciones notorias: Ha faltado entre nosotros el
estadista que someta esas leyes tan vitales a un estudio prolijo y
comparativo, determinando exactamente cules son las industrias
que deben ser fomentadas (43, tomo III, pg. 415).
Falt, al mismo tiempo, un mecanismo de crdito a largo plazo
para las industrias, como el que proveyeron en Francia y Alemania los
bancos de inversin para este punto ver 44): El mismo Carlos
Pellegrini, al poner en funciones al primer Directorio del Banco de la
Nacin Argentina, lo observa: Si alguna recomendacin pudiera
hacernos, sera en favor de un gremio que no ha merecido, hasta
hoy, gran favor en los Establecimientos de Crdito, y que es, sin
embargo, del mayor inters. Hablo de los pequeos industriales (43,
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tomo V, pg. 98). Sin embargo, las operaciones de aquella institucin
estuvieron caracterizadas por la concesin de crditos a corto plazo
-90 y 180 das- destinados, en su mayor parte, a la actividad
agropecuaria y comercial (de 51.354.894.000 prestados en los
primeros 50 aos, solo 3.000 millones se asignaron a la industria)
(41, Cap. XX).
Por otra parte, una lectura de los mensajes presidenciales no
revela una preocupacin por la sustitucin de importaciones en los
renglones de bienes de produccin (en una sola ocasin -1889-
Jurez Celman expresa su satisfaccin por la sustitucin operada en
los sectores alimentos, bebida, tabaco y madera). Aqu es necesario
sealar que en pases igualmente bien adaptados al desarrollo de
actividades agropecuarias, como los Estados Unidos y Australia,
nunca dej de tenerse en cuenta la necesidad de proteger el
crecimiento industrial hecho por otra parte bien conocido en la
Argentina, como lo hemos sealado al hacer mencin al debate sobre
la Ley de Aduanas.
Asimismo, al centrarse casi exclusivamente el aumento de la
produccin en la zona de la pradera frtil, se agudiz y, en cierta
manera, se otorg formas definitivas a las desigualdades regionales
de nuestra economa. En este sentido podemos sealar que entre
1884 y 1892 la participacin de las tres provincias del litoral en los
ingresos aumento en 4% (42). En consecuencia, la transferencia del
poder regional central, lograda en 1880, qued limitada a una
relativa participacin en el mecanismo institucional, pero no fue
acompaada por una igualacin progresiva en la distribucin espacial
de la riqueza. La victoria de los provincianos sobre los porteos
result ser una ilusin ptica, que se disip ante las realidades de la
geografa econmica (37, pg. 31).
En cuanto al problema de la tierra, al describir esta variable
observbamos que la legislacin sobre la materia fue desvirtuada en
la prctica, sobre todo en la provincia de Buenos Aires. Al respecto,
en 1901 Bernardo de Yrigoyen, ministro del Interior de Roca, deca en
carta a Eleodoro Lobos: Usted recuerda la ley que se llam del
Hogar, en trminos muy favorables, y que aprecio mucho porque me
toc proyectarla. Pienso que fue excelente, como usted dice, y as se
califica dentro y fuera de la Repblica. Sospecho que a pesar de la
aprobacin general con que fue recibida, ni principio de ejecucin
tuvo hasta el ao anterior, en que creo, se han hecho algunos
ensayos incompletos, segn los diarios (46, pg. 207). La estructura
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latifundista no fue superada, y pese a la opinin emitida por un
hombre de activa participacin en el oficialismo de la poca de Jurez
Celman Con el llamado latifundio hemos llegado al progreso actual y
a nuestras estupendas capacidades econmicas y de produccin. El
sistema de la gran propiedad nos hizo ricos, pues (46, pg. 161).
Posiblemente representa un obstculo importante al usufructo
intensivo de la tierra, el asentamiento del inmigrante y a la formacin
de una capa de agricultores independientes, cuya existencia fuera de
tal importancia en la historia norteamericana. Por lo contrario, se
consolid una clase terrateniente ligada. a la explotacin extensiva de
la tierra primordialmente a la ganadera. Sobre el particular dice
Scobie: Por un instante, en los primeros das de las colonias
santafesinas, pareca que el colono prspero e independiente emerga
para poblar el desierto. Esta esperanza se desvaneci en el momento
en que el valor de la tierra empez a subir, en que el propietario
perdi inters en venderla y en que los chacareros se vean obligados
a tomar el camino de la agricultura extensiva. La difusin sur del trigo
y la formacin de la clase arrendataria eran simples consecuencias de
estas posesiones (9, pg. 406): El mismo autor explica coma se
produjo este proceso en funcin lo los intereses de los ganaderos de
Buenos Aires: En consecuencia (para la formacin de praderas
cercanas a puertos), se necesitaban cultivadores de trigo en Buenos
Aires para fraccionar la tierra y alfalfarla, proposicin cara e imposible
para los ganaderos obrando solo con sus propios recursos... (9, pg.
404),
El tercer elemento de desajuste provino de la acentuacin de un
fenmeno ya caracterstico del pas: Gran Bretaa era entonces
(18601880) el banco, el corredor de bolsa, el constructor de
ferrocarriles y el abastecedor de la Repblica Argentina (17, pg.
429). Si bien en la nueva dcada la competencia de otros pases
(Francia, Estados Unidos, Alemania) se intensific en parte alentada
por el mayor cosmopolitismo del pas, la posicin del Reino Unido no
hizo sino crecer en importancia: La comunidad britnica en el Ro de
la Plata puede ser que haya declinado en su posicin relativa en
trminos de nmeros, pero los ciudadanos britnicos all residentes
estaban pasando a ocupar una posicin estratgica mayor en la
economa argentina. Este hecho result de las inversiones de capital
y de la organizacin de empresas... (17, pg. 430).
Los aspectos de desequilibrio anotados confluyen, adems, en la
explicacin de la falta de surgimiento de una clase capitalista nativa
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que asegurara la dinmica autnoma del proceso. En primer lugar,
salvo durante un breve lapso, caracterizado por las transformaciones
necesarias para adoptar su operacin al frigorfico, la actividad gana-
dera, al no estar regida por una lucha intensa por el mercado, no
estimula la aparicin de actitudes innovadoras; adems, la inflacin
desencadenada por la poltica monetaria del gobierno sobre todo el
de Jurez Celman y el sistema de prstamos del Banco Hipotecario
Nacional y el de la Provincia, permiti a los terratenientes realizar
fciles ganancias en la especulacin en tierras, y, por la devaluacin
cambiara consiguiente, fuertes beneficios en la explotacin de sus
posesiones, por lo que no aportaron capitales a empresas de mayor
envergadura como ferrocarriles, etc.
La acentuada especializacin que caracteriza al proceso, ha llevado
a la CEPAL a calificarlo como la etapa del crecimiento hacia afuera
(47). La Argentina pas, a partir de ese momento, a depender
definitivamente de los avatares del mercado internacional de
materias primas y de la afluencia persistente de capital extranjero
para asegurar la continuacin de su progreso. De esta manera se vio
sujeta a fuertes crisis -la primera a partir de este momento en 1890-,
y cuando en 1930 se quiebran los mercados internacionales de
mercancas y capitales se cierra el perodo de nuestro crecimiento
basado en la divisin internacional del trabajo.
En el campo poltico, el sistema engendrado por la lite liberal,
que limitaba la participacin popular en la eleccin de los gobernan-
tes, entr en colapso. Las aspiraciones de Jurez Celman,
lcidamente encuadradas en la ideologa del grupo; en cuanto a la
supresin espontnea de la lucha partidaria, se desmoronaron cuando
la crisis de 1890 posibilit la irrupcin de vastos sectores hasta
entonces alejados de las manifestaciones pblicas. En este hecho se
revela el carcter fragmentario de las decisiones polticas tomadas
por los gobiernos que presidieron el pas durante el perodo de la
Organizacin Nacional. La Constitucin de 1853, la reforma de 1860 y
la federalizacin de Buenos Aires en 1880 fueron considerados, cada
uno en su poca, como etapas finales dentro del proceso
institucional. Sin embargo, 50 aos despus de Caseros, los
sucesores de Roca y Jurez, que haban considerado definitivamente
superada el problema, vuelven a levantar como condicin
fundamental de su programa una reivindicacin netamente poltica: el
voto secreto. En 1905, en efecto, lo que Senz Pea proclamaba: He
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dicho que el problema del presente se condensa todo en el
sufragio.... (48, pg. 180).
Tales fueron, a grandes rasgos, las consecuencias ms salientes
del programa de los hombres de la generacin de 1880. Creemos
nosotros que toda tentativa de aceleracin en el ritmo de crecimiento
engloba, por igual, a dos factores: por un lado el desarrollo de ciertas
condiciones estructurales a institucionales, y por el otro, la voluntad
explcita de un grupo que tienda a. proyectarlo en la prctica. En la
dcada del 80 ambos elementos se combinaron satisfactoriamente: la
poltica innovadora de la lite armoniz coherentemente con la
situacin internacional en el mercado de mercancas y capitales y con
las tendencias y contenido de la expansin en el sector agropecuario.
La presin de estos fue sin duda decisiva, dada la concentracin del
poder econmico descripta anteriormente, sin que querramos por
esto sealar una relacin mecnica determinante. Es interesante
acotar, sin embargo, que aquellas proposiciones de la elite
tendientes a desviar el proceso de los cauces tradicionales fracasaron
en su gran mayora, como hemos visto al referirnos a los planes de
colonizacin poltica bancaria y, tambin, entre otros, al proyecto de
Pellegrini y Lpez por establecer los impuestos internos (49, cap. Y,
XI y XII). La falta de desafo por parte de sectores antitticos debido
a la incipiencia de nuestro desarrollo social y a la propia inmadurez
poltica posibilit an ms esta situacin de subordinacin con
respecto a los grupos de presin econmica.
En ltima instancia, entonces, el proyecto y sin aplicacin
estuvieron condicionados por el liderazgo de una elite,
estrechamente vinculada a la explotacin ganadera y que careca, por
las razones ya apuntadas; de la dinamicidad de los grupos
industriales -como el textil de Inglaterra (50, cap. III)- que
condujeron el proceso de desarrolla capitalista en los pases de
Europa y en otras regiones del mundo anglosajn, otorgndole
permanencia.
B I B L I O G R A F I A
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Diputados del 18 de agosto de 1876, A. Plantie y Ca., Buenos
Aires; 1934.
32. Juan B: Alberdi: Cartas Quillotanas. Cartas sobre la prensa y la
poltica militante en la Argentina, Edic. Estrada, Buenos Aires,
1957.
33. Juan B. Alberdi: La vida y los trabajos industriales de William
Wheelwrigh en la Amrica del Sud, Obras Completas, Tomo VIII,
La Tribuna Nacional, Buenos Aires, 1880.
Oscar E. Cornblit; Ezequiel Gallo (H.) y Alfredo OConnell. La Generacin del 80 y su Proyecto...
Desarrollo Econmico
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34. Juan Alvarez: Guerra econmica entre la Confederacin y Buenos
Aires, 1852-1861, en Historia de la Nacin Argentina desde los
orgenes hasta la organizacin definitiva en 1862, Academia
Nacional de la Historia, Vol. VIII. Imprenta de la Universidad,
Buenos Aires, 1946.
35.El Nacional, por ejemplo, editorial del 24 de julio de 1875.
36.Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, Publicacin Oficial,
ao 1875. Buenos Aires, 1875.
37. Thomas McGann; Argentina, Estados Unidos y el sistema
interamericano, 1884-1914, EUDEBA; Buenos Aires, 1961.
38. Arturo B. Carranza: La cuestin capital de la Repblica, Tomo V,
Ao 188, Buenos Aires, Talleres J. L. Rosso, 1932.
39. Estanislao S. Zeballos:, La Conquista de Quince mil Leguas.
Estudio sobre la traslacin de la Frontera Sur de la Repblica al Ro
Negro. Estudio Preliminar de Enrique M. Barba: Librera Hachette,
Buenos Aires, 1958.
40.Congreso Nacional: diario de Sesiones de la Cmara de
Senadores, perodo de 1887. Stiller y Laass, Buenos Aires, 1888.
41.El Banco de la Nacin Argentina en su Cincuentenario:
Publicacin oficial. Buenos Aires, Kraft, 1941.
42. M. G. y E. T. Mulhall: copia, Ed. de 1892.
43.Agustn Rivero Astengo: Pellegrini 1846-1906, Obras, 5 tomos,
Buenos Aires. Ed. Coni, 1941.
44. Alexander Gerschencron: Economic Background in Historical
Perspective, en The Progress of Underveloped Areas, The
University of Chicago Press, Chicago, 1959.
45. Escritos y Discursos del Dr. Bernardo de Irigoyen, Gobernador de
Buenos Aires (1898-1902); Buenos Aires, Imprenta Coni, 1910.
46. Lucas Ayarragaray: Cuestiones y Problemas Argentinos
Contemporneos, Tomo 1, 3 edicin, Buenos Aires, Talleres
Rosso, 1937.
47. CEPAL: El problema del desarrollo de la economa argentina, en
Boletn Econmico de Amrica Latina, Vol. 10, N 1, Santiago de
Chile, marzo de 1959.
48. Roque Senz Pea, Escritos y Discursos, compilados por E.
Olivera, Tomo III, Buenos Aires, Jacobo Peuser Ltda., 1935.
49. Adolfo Dorfman: Evolucin Industrial Argentina, Editorial Losada,
Buenos Aires, 1942..
50. W. W. Rostow: The stages of Economic Growth. A non
Communist Manifiesto, Cambridge At. the University Press, 1961.
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RESUMEN
En este artculo se analizan las relaciones entre el desarrollo
econmico y el papel que juegan las lites dirigentes dentro de
dicho proceso. El estudio se centra en un perodo histrico que puede
considerarse como el punto de partida de la etapa conocida como de
crecimiento hacia afuera.
En la primera parte del trabajo se describe el contorno real dentro
del cual enmarc su accin la generacin del 80, para lo cual se
analizan las siguientes variables: Tierra, colonizacin, inmigracin,
distribucin de la riqueza, los ingresos y la poblacin, factores
externos el proceso de centralizacin del poder y los grupos
polticos-sociales y las ideologas predominantes. En la segunda parte
se estudia el proyecto especfico con el cual los hombres del 80
trataron de modificar la realidad nacional. Finalmente se esbozan
algunas conclusiones sobre el carcter y contenido del proceso
desencadenado a partir de 1880, sealndose algunas de las
implicaciones que tuvo en el desarrollo posterior del pas.
SUMMARY
The relationship between economic development and the role
played by the lites within this process is analysed in this article.
The analysis is centered upon a historical period which may be
considered to be the point of departure of the stage known as of
outward growth.
In its first part the work describes the real framework within which
the generation of the `80's developed their course of accion.
Consequently the following variables are analized: Land, colonization,
inmigration, wealth distribution, incomes and population, external
factors, the centralization process of the power structure of, the
politico-social groups, and the predominant ideologies. In .the second
part the specific proyect whereby the men of the `80's tried lo
change the national reality is studied. Finally, some conclusions are
summarized concerning the caracter and content of the process which
began in 1880. Some of the implications for the later developments
of the country are pointed out.
Orgenes histricos del corporativismo argentino: el rol de la inmigracin masiva
Torcuato S. Di Tella
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Versin revisada de un artculo originalmente publicado en la revista Estudios Migratorios
Latinoamericanos, Agosto 1989.
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ORGENES HISTRICOS DEL CORPORATIVISMO ARGENTINO:
EL ROL DE LA INMIGRACIN MASIVA
1
Torcuato S. Di Tella
Universidad de Buenos Aires
1992
La relativa debilidad del sistema de partidos polticos en la Argentina, y la fuerza de las
formas corporativistas de accin y presin social es un fenmeno que merece especial atencin,
pues es uno de los factores de la an dbil consolidacin del rgimen democrtico. Su etiologa es
sin duda compleja y mltiple, pero como contribucin a su esclarecimiento me propongo, en este
ensayo, analizar el impacto de la gran masa de extranjeros formada en la Argentina por la
inmigracin masiva. Para empezar, es preciso distinguir entre la condicin de inmigrante y la de
extranjero, que son cosas parecidas pero no iguales. La Argentina ocupa el primer puesto en el
ranking mundial en cuanto a la proporcin de extranjeros que alberg durante largas dcadas de su
formacin como pas moderno (aproximadamente entre 1880 y 1930). Dentro de los pases de
inmigracin masiva, la Argentina se destaca, junto a Australia y Nueva Zelandia, por haber tenido
un muy alto porcentaje de inmigrantes sobre su poblacin total, aproximadamente un 25 a 30% en
la poca mencionada, contra un 15% para Estados Unidos o Canad. Pero en Australia y Nueva
Zelandia (y en Canad) la casi totalidad de los inmigrantes, en esa poca, eran britnicos, o sea, no
perdan ni cambiaban la ciudadana al cruzar el ocano, y no tenan que amalgamarse con una
poblacin inmigrante preexistente, de diverso carcter tnico. En los Estados Unidos s eran
extranjeros, como en la Argentina, y deban amalgamarse con los sectores nativos de ms antigua
inmigracin, pero eran proporcionalmente muchos menos. Todos estos datos nadie los discute,
aunque no siempre se distingue, en los anlisis comparativos, entre la condicin de inmigrante y la
de extranjero. El inmigrante, an transocenico, en lugares como Australia, en que tanto el pas de
origen como el de llegada estn bajo la misma bandera, se comporta casi como un migrante
interno. No est en juego el complejo problema de la formacin de una nueva nacionalidad, o al
menos no en el mismo grado. Lo que ocurre, en todo caso, es la reproduccin, en tierras nuevas,
de un trozo de la antigua nacin expulsora de gente, problema muy distinto del que le cupo en
suerte protagonizar a la Argentina. Por otra parte, dentro de los extranjeros, hay que distinguir
entre los que tomaban la ciudadana y los que no lo hacan: en este rubro tambin la Argentina le
"gana" a los Estados Unidos, porque entre nosotros slo un 2 3% se nacionalizaba, contra casi el
70% en el pas del Norte, de manera que la diferencia ya importante entre un 30 y un 15% de
nacidos en el exterior, se magnifica si se toman en cuenta slo los que retenan su ciudadana
original.
Ahora bien, esta competencia entre los Estados Unidos y la Argentina por el primer puesto
en cuanto a extranjera, termina de definirse si se considera no slo el nmero sino tambin el
status relativo de los inmigrantes en la sociedad receptora. Ocurre que los inmigrantes europeos en
la Argentina ocupaban una posicin relativamente alta en la pirmide social, a pesar de sus
modestos orgenes: desde ya, tenan la aristocracia de la piel, y aunque muchos provinieran de
zonas bastante atrasadas del Sur de Europa, traan un caudal de cultura campesina o artesanal,
que les facilitaba saltar por encima de las clases populares nativas, y an de los estratos medios del
interior. En los Estados Unidos la situacin era distinta, pues los inmigrantes del Sud o el Este
europeos, o de Irlanda, tenan que aceptar una situacin de clara marginacin e inferioridad
respecto de los primeros settlers, por motivos parecidos aunque simtricos a los que los colocaban
1
.Una primera versin de este trabajo apareci en la revista Estudios Migratorios Latinoamericanos, Agosto 1989.
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en posicin de superioridad en la Argentina. En cierto sentido, los italianos o polacos en Estados
Unidos se sentan como los paraguayos o bolivianos en la Argentina de hoy: haba una clase obrera
nativa claramente "por encima" de ellos, por no hablar de la clase media, y aunque la movilidad era
posible, haba que adaptarse a las reglas de juego establecidas por la sociedad local. En la
Argentina de comienzos de este siglo la clase dirigente poltica era la que estableca, claro est, las
reglas de juego en ltima instancia, pero en la sociedad civil el peso y el status social de los
extranjeros era tan significativo, que se puede decir que los que tenan problemas de adaptacin
eran los nativos tanto o ms que los extranjeros. Result entonces que dos clases particularmente
estratgicas en un proceso de desarrollo y modernizacin capitalista, la burguesa empresaria
urbana, y la clase obrera, sobre todo la calificada, eran abrumadoramente extranjeras -- no slo
inmigrantes -- y retenan su ciudadana original. Los argentinos se concentraban, en cambio, de
arriba hacia abajo, entre los estancieros, los militares, los funcionarios pblicos, la clase media
tradicional, sobre todo del interior, y los sectores bajos de las clases trabajadoras. Por supuesto que
con el tiempo los hijos de los extranjeros fueron dando un tinte argentino, ciudadano, a las
posiciones que ellos ocupaban en el espacio econmico creado por sus padres, pero a pesar de eso
los censos estn ah para sealar el 60 70% de extranjeros que haba entre los empresarios y los
obreros urbanos. Y claro est que los hijos adoptaban en gran parte las actitudes de los padres.
Pero cules eran estas actitudes? Es difcil reconstruirlas con exactitud, pero mi hiptesis es que
en gran medida implicaban una actitud de superioridad respecto al pa s, de desprecio hacia sus
tradiciones, su sistema poltico, y su antigua composicin tnica. En esto me separo de muchos de
mis colegas, que sealan ms bien el fenmeno opuesto y simtrico, de desprecio por parte de la
clase alta criolla, y de algunos intelectuales, hacia los recin venidos, para quienes no escaseaban
los motes, adoptados incluso por la poblacin local de ms modestos recursos. Es que en este
espinoso y feo tema del orden del picotazo tnico, o de los mutuos desprecios humanos, los
abismos a que se puede llegar son insondables, pero a ellos hay que asomarse porque son una
parte de la realidad. Los desprecios de los unos no quitan los de los otros, pero cuando se hacen las
sumas y restas finales, quedan dos hechos a mi juicio igualmente importantes, aunque de diverso
grado de verificacin:
(i) los extranjeros (no meramente inmigrantes) formaban, en la Argentina, y sobre todo en
la burguesa y la clase obrera, un abultadsimo porcentaje del total, y gozaban de un status social
muy alto por comparacin al que tenan o tienen en otros pases;
(ii) los extranjeros se sentan relativamente superiores al resto del pas -- con la excepcin
de la clase alta estancieril -- y se era uno de los motivos por los cuales no se tomaban el trabajo
de adquirir la ciudadana.
La segunda afirmacin, claro est, es ms cuestionable que la primera. Es conocido que una
buena parte de la dirigencia poltica argentina no tena muchos deseos de facilitar la nacionalizacin
de los extranjeros, cuya preponderancia y eventual izquierdismo se tema. Se han hecho incluso
estimaciones del nmero de horas que se hubieran necesitado simplemente para hacer los trmites.
Pero este ltimo argumento no es vlido para las capas ms altas de la burguesa, que sin embargo
tambin prefer an retener la proteccin de sus consulados antes que la muy dudosa de las leyes
argentinas. Respecto a las clases populares, bien podra algn sector poltico haberse decidido,
como en los Estados Unidos, a facilitarles los trmites, a cambio de una contrapartida electoral.
Porqu no existi tal sector poltico? Se ha buscado a veces la explicacin en las actitudes de los
dirigentes partidarios argentinos, tanto los conservadores como los radicales, que no visualizaban la
necesidad de incorporar al extranjero.
2
Aunque esta hiptesis puede ser atractiva en estos tiempos
de rebelin contra los determinismos simplistas de tipo estructural, me parece que ella da excesivo
peso a las variables actitudinales. Porque grupos que queran incorporar a los inmigrantes haba,
entre ellos el Partido Socialista, cuya prdica, de todos modos, fue desoda. Es demasiado fcil y
esquemtico decir que el socialismo se vio trabado en su accin por el rgimen oligrquico, porque
tal cosa no ocurri en Chile, no menos oligrquico que la Argentina. Simplemente, los extranjeros,
en su mayora, no queran tomar la ciudadana. En realidad, hubiera sido un poco absurdo, dada su
2
Oscar Cornblit, "Inmigrantes y empresarios en la poltica argentina", Desarrollo Econmico, vol.6, No. 24, enero-marzo
1967, pp. 641-691. Algunos casos hubo de verdaderos intermediarios polticos, que se dedicaban a reclutar extranjeros y
conseguirles la ciudadana, a cambio de su voto (que era fcil de comprobar, porque no era secreto). El ms conocido era un
italiano, Cayetano Ganghi, que trabajaba para Figueroa Alcorta. Ver Solberg, Immigration and Nationalism, p. 122.
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posicin en el espacio social, que quisieran hacerlo. Tan absurdo como que a un emigrante
argentino de estos ltimos tiempos, instalado en Venezuela para ganar ms plata o por estar
perseguido en su pas, se le ocurriera la peregrina idea de adoptar la ciudadana venezolana. Otra
es la situacin para ese no tan imaginario argentino cuando l se encuentra en un pas que le
impone ms respeto, como los Estados Unidos o la Italia o Espaa de hoy.
La participacin poltica de los extranjeros
Dada la situacin descripta -- dejando de lado las hiptesis explicativas -- tenemos la
siguiente cadena argumental:
(i) exista en la Argentina una gran masa de extranjeros, mucho mayor que en cualquier
caso comparable, con mucho peso econmico y social, y ellos no tomaron, salvo contadas
excepciones, la ciudadana;
(ii) al no poder votar la gran mayora de los miembros de la burguesa y de la clase obrera,
estas dos clases vean su influjo en las contiendas electorales y en la formacin de partidos polticos
seriamente reducida por comparacin a lo que hubiera ocurrido en un pas en que todo fuera igual
excepto que los que eran extranjeros hubieran sido nativos (o por lo menos ciudadanizados);
(iii) por lo tanto, el desarrollo de un sistema institucional liberal moderno se vio seriamente
afectado, pues l depende en buena medida de la accin de las dos clases sociales antes aludidas:
la burguesa urbana y el proletariado calificado.
Una argumentacin parecida ya haba sido hecha por Sarmiento, quien pona nfasis en la
incongruencia entre el peso econmico y social de los extranjeros, que formaban la mayora del
pas productivo, y su escasa participacin poltica, medida por su no nacionalizacin. Germani volvi
a sealar este hecho, dando por sentado que los extranjeros no participaban mucho en la actividad
poltica. Pero era esto realmente as? Porque a lo mejor la adquisicin de la ciudadana, o el hecho
de votar, son aspectos muy perifricos de eso que puede llamarse realmente participacin poltica.
Tanto o ms importante que el voto -- siguen diciendo los crticos de la hiptesis germaniana --
puede ser la actividad asociativa profesional o cultural, la protesta, la huelga, el enfrentamiento
violento contra el orden establecido, o bien, en los sectores altos, la accin corporativa en defensa
de sus intereses, la corrupcin de funcionarios o polticos, el cultivo de la amistad y los negocios
con los gobernantes. Ante esta amplia panoplia de formas de participacin, el mero ejercicio del
voto parece reducido a una dimensin secundaria, "formal", sobre todo en etapas en que el fraude
era endmico, como ocurri hasta 1912, pero an bajo condiciones ms respetuosas del veredicto
de las urnas. Por cierto que el poder verdadero no radica slo en las elecciones, sino en otro orden
de cosas, que van desde las antes mencionadas de la organizacin de intereses, la rebelin, o su
contraria la represin y la intervencin militar, hasta el simple peso del dinero.
Este aporte temtico fue por cierto un paso positivo, aunque no puede decirse que los
analistas previos, desde Sarmiento a Germani, lo ignoraran. Pero la investigacin avanza a menudo
a travs de estas puestas selectivas de nfasis en determinadas dimensiones de la realidad. El
enfoque que cuestiona a la hiptesis tradicional acerca de la "no participacin poltica de los
extranjeros" ha generado una serie de investigaciones concretas que muestran importantes casos
de involucracin de inmigrantes. Pero demasiado a menudo se ha incurrido en una
sobresimplificacin de la teora criticada, convirtindola en una especie de straw man o caricatura
contra la cual es demasiado fcil anotarse tantos. Efectivamente, la teora que podemos llamar
clsica nunca pretendi que los extranjeros no tenan ninguna participacin poltica, o que no tenan
opiniones o ideologas, o inters en lo que pasaba en el pas poltico. Incluso fue siempre un lugar
comn de la historiografa argentina el rol importante de los extranjeros en la formacin de los
partidos polticos de izquierda, en el sindicalismo, y en el anarquismo.
Para avanzar en este tema del impacto de la masa inmigratoria, es conveniente construir un
modelo detallado del sistema poltico, definido en la forma amplia vista ms arriba. Hay que
superar el nivel usual de las discusiones que se reducen a demostrar que haba -- o no haba --
extranjeros en determinadas reas de actividad poltica o protopoltica. Al observar con cuidado, en
general se descubre que efectivamente haba extranjeros, y a veces bastantes, en diversas reas
de ese frente de accin. Aparte de los casos muy conocidos arriba citados, ligados al movimiento
obrero, se puede recordar la alta participacin italiana en el Grito de Alcorta, as como las
investigaciones de Ezequiel Gallo sobre los colonos santafesinos en 1893, o de Hilda Sbato y Ema
Cibotti sobre la poltica boanerense hacia las dcadas de 1860 y 1870. La vinculacin de los
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italianos con el mitrismo es un hecho bien documentado, as como su participacin en legiones
militares -- algo mercenarias quizs -- en las guerras civiles y en la del Paraguay.
3
Como resultado
de estas investigaciones, seguramente va a quedar una imagen ms matizada de la intervencin
extranjera en poltica que la que se desprende de una interpretacin algo esquemtica de las tesis
germanianas. De lo que se trata, sin embargo, es del monto y forma de esa involucracin, y en eso
creo que sigue siendo correcto el planteo "clsico" sarmientino-germaniano que seala la muy
grave cada de participacin que se deriva de la condicin extranjera de la mayora de los miembros
de dos de las clases sociales ms dinmicas y ms protagnicas en un proceso de modernizacin y
democratizacin paulatina de tipo capitalista.
Un modelo del sistema poltico
En cualquier sistema poltico la participacin de la poblacin se da en una gama, un continuo
desde lo ms pasivo a lo ms activo, que constituye una especie de destilacin de energas y
voluntades. Dentro de esa gama se pueden establecer tres grandes grupos:
(i) Los meros participantes son los que votan en elecciones (nacionales o municipales), y los
afiliados a partidos polticos, sindicatos, asociaciones mutuales o culturales. El significado de cada
uno de estos actos puede ser distinto segn el tipo de sociedad. As, por ejemplo, hoy da en la
mayor parte de los pases democrticos el hecho de votar -- casi automtico, a veces obligatorio --
no significa gran cosa, y quizs no permite clasificar al que lo realiza como "participante"; distinta
es la situacin, en cambio, en sociedades donde el voto estaba restringido censitariamente, o bien
por la condicin de extranjero. Tambin, el hecho de ser afiliado a un partido refleja grados
diversos de involucracin segn cul sea el tipo de organizacin partidaria, y los requisitos para
mantener la afiliacin. En la situacin argentina del perodo considerado (1880--1930) para poder
calificar a alguien como "participante" esa persona debe haber sido votante, o si no, ser afiliada a
algn partido, sindicato, mutual, o asociacin cultural. Se trata, claro est, de criterios diversos y
algo heterogneos dada la peculiaridad de la sociedad muy extranjerizada. Aunque normalmente
votar es lo menos, y lo ms es afiliarse a asociaciones, en la Argentina de aquella poca bien poda
haber un cierto sector de extranjeros que aunque no votaran, tenan afiliaciones asociacionistas, y
en ese caso entraran en nuestra categora de "participantes".
(ii) Los activistas pueden ser definidos como los individuos que concurren con frecuencia a
las reuniones, las asambleas u otras acciones colectivas, o que ejercen cargos de delegados locales
o sus equivalentes. Estamos aqu refirindonos a una minora muy marcada de cualquier grupo
social, por cierto no ms de un 5 a lo sumo un 10% del total salvo coyunturas muy especiales, y
a menudo bastante menos que esa cifra. Se trata de personas con una motivacin interna bastante
fuerte (que puede ser ms ideolgica o ms emocional, o an meramente economicista), lo que las
hace vencer barreras culturales o sociales. Debido a ello, en este nivel la condicin de extranjero es
menos un impedimento -- dada la fuerte motivacin existente en este grupo -- que en el nivel de
la mera participacin. Sin embargo, hay que ver en qu medida el extranjero puede llegar a
interesarse en este tipo de actividades, dado su mundo cultural y grupos de referencia. Es ms
probable para un extranjero llegar al activismo en los ambientes de la accin profesional, sindical, o
cultural que en el del partido poltico, si ve que en ste no tiene muchas perspectivas de trascender
dada su ausencia de voto. Claro que si tiene suficiente motivacin de activista, seguramente
terminar por adquirir la ciudadana. Es bien probable que ese 2 3% de extranjeros que se
3
Plcido Grela, El grito de Alcorta (Rosario: Editorial Tierra Nuestra, 1958); Gallo, op. cit.; Hilda Sabato y Ema Cibotti,
Hacer poltica en Buenos Aires: Los italianos en la escena pblica portea, 1860-1880 (Buenos Aires: Cisea-Pehesa, 1988);
Eduardo Jos Mguez, "Poltica, participacin y poder: Los inmigrantes en las tierras nuevas de la Provincia de Buenos Aires
en la segunda mitad del siglo XIX", Estudios Migratorios Latinoamericanos, No. 6-7, Agosto-Diciembre 1987, pp. 337-379;
Carina F. de Silberstein, "Administracin y poltica: Los italianos en Rosario (1860-1890), Ibidem, No. 6-7, pp. 381-390;
Fernando Devoto, "Programas y polticas en la primera elite italiana de Buenos Aires, 1852-1880," Anuario de la Escuela de
Historia, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Rosario, Vol. 13, 1988, pp. 371-400; Beatriz Guaragna y Norma
Trinchitella, "La revolucin de 1880 segn la ptica de los peridicos de la colectividad italiana", mimeo, presentado a las
Jornadas sobre Inmigracin, Pluralismo e Integracin, Buenos Aires, 1984; Torcuato S. Di Tella, "Argentina: un'Australia
italiana? L'impatto dell'immigrazione sul sistema politico argentino", en Bruno Bezza (compilatore), Gli italiani fuori d'Italia:
Gli emigrati italiani nei movimenti operai dei paesi d'adozione, 1880--1940 (Milano: Franco Angeli, 1983), pp. 419-451.
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nacionalizaban en la Argentina incluyera desproporcionadamente a este tipo de activistas.
(iii) La elite poltica, grupo mucho ms seleccionado an que el anterior, est formada por
quienes ejercen cargos directivos nacionales o regionales, a veces locales, as como por individuos
prominentes en sus esferas de actividad, que debido a eso son cooptados o incorporados a los
crculos dirigentes de la organizacin. En este nivel se puede actuar tambin a travs del lobbying,
los negocios, la presin personal, los vnculos de amistad y de familia. Tambin se puede actuar
desde posiciones ya no en asociaciones sino en instituciones "guardianas" como las fuerzas
armadas o la Iglesia, o la burocracia estatal. Para los extranjeros la accin en este nivel se da sobre
todo en las reas econmicas y profesionales, sindoles ms difcil o imposible la accin en lo
poltico partidario o en esferas como las de las fuerzas armadas (no as la Iglesia).
Para cada sector de la pirmide de estratificacin social hay que ver cmo contribuye l a las
diversas formas de participacin o activismo, en cada una de las reas (econmico-cultural hasta
especficamente poltico-institucional) y segn el grado de violencia involucrado. Es preciso analizar,
para cada canal de conexin entre estructura social y activismo poltico, la influencia que puede
tener la alta presencia de extranjeros sobre el flujo de personas que circulan entre una y otra
casilla conceptual.
La situacin para los extranjeros, en cada uno de estos tres niveles (meros participantes,
activistas, y elite poltica) es distinta segn el rea de que se trate. Hay un primer grupo de reas
de actividad (que hoy llamaramos "corporativistas"), muy ligadas a la vida diaria y a la defensa de
intereses, que les es bastante accesible. En cambio en el rea especficamente poltico partidaria se
precisa mucha determinacin y vocacin, para un extranjero, para superar la barrera de su falta de
ciudadana. Tambin es posible que la situacin deba diferenciarse cuando se encuentran contextos
de mucha frustracin, que llevan a la violencia. En estos casos, en que la gente est ms
presionada por las circunstancias, independientemente de su ideologa, el sentirse ms "contra la
pared" posiblemente lleva al activismo a sectores normalmente ms pasivos, y tambin a grupos
extranjeros, movilizados por una situacin lmite.
En muchos de los pases de donde venan nuestros inmigrantes la participacin electoral
estaba limitada por exigencias de alfabetismo o de tipo censitario.
4
Pero debe tenerse en cuenta
que en ese caso los sectores eliminados de la participacin eran los ms bajos de la pirmide social.
En la Argentina, en cambio, justamente esos grupos tenan en principio el voto, y eran a menudo
usados como masa de maniobra por los polticos criollos; mientras que los que no lo tenan eran
quienes estaban por encima de ellos: la burguesa y el proletariado calificado. De ah la
incongruencia ya antes referida, como caracterstica argentina, entre el peso econmico-cultural y
el poltico de ciertas clases sociales, que en cambio no se daba en equivalente medida en Europa
5
.
Como ejemplo tomemos, dentro de la pirmide social, a la burguesa comercial. Y
analicemos, de sus varias formas eventuales de actividad poltica (en el sentido ms amplio de la
palabra), el que corresponde al nivel del activismo, en el rea especficamente poltico-institucional
(o sea, partidaria), y en condiciones no violentas. En qu medida la condicin mayoritariamente
extranjera de la clase considerada afecta la circulacin de individuos hacia el casillero del activismo
en partidos polticos? Obsrvese que lo que se busca no es simplemente determinar las simpatas
polticas del grupo en cuestin, sino averiguar cmo contribuyen ellos a la existencia del casillero
considerado del sistema poltico. Si resultara que abrumadoramente, para la burguesa comercial,
las formas de involucracin poltica privilegian las conexiones financieras, los negocios, las
influencias detrs de escenas, y dejan de lado el activismo en los partidos y tambin el voto, el
resultado ser algo bien distinto del paradigma europeo de desarrollo de la democracia liberal. No
es que debamos dejar de valorar la importancia que en ese paradigma tienen las "connexions" de
todo tipo de que tan elocuentemente hablaba Edmund Burke, ni mucho menos dejar de dar su
4
Ver Carlo Ghisalberti, Storia Costituzionale d'Italia, 1848-1948 (Roma: Laterza, 1984); A. William Salomone, Italy in the
Giolittian Era (Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1960; 1a. ed., 1945); Jos Varela Ortega, Los amigos
polticos. Partidos, elecciones y caciquismo en la Restauracin, 1875--1900 (Madrid: Alianza Editorial, 1977); Jacques
Chastenet, Histoire de la Troisime Rpublique (Paris: 6 vols., Hachette, 1952--62).
5
En Espaa se di desde muy temprano una incongruencia entre el derecho de voto y la capacidad econmica y cultural para
ejercerlo, como consecuencia de la Constitucin gaditana de 1812, una constitucin dada en circunstancias de guerra nacional
revolucionaria. Ver Josep Fontana, La crisis del antiguo rgimen (Barcelona: Crtica, 1979).
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debido peso a los negocios, la corrupcin y la amistad, bases poco brillantes pero slidas de ms de
un sistema democrtico liberal. Pero la retraccin de toda una clase social de ciertas reas de
activismo poltico partidario no puede menos que dar pies de barro al sistema. Contra esto a veces
se arguye que tambin en los casos de desarrollos ms exitosos del rgimen democrtico liberal, a
menudo los empresarios no son los ms activos en el frente poltico partidario, dejando esas tareas
en las manos ms expertas de los polticos profesionales, los miembros de la aristocracia, o a veces
los mismos militares.
6
Esto es en parte cierto, pero hay que analizar el tema en perspectiva
comparativa y tratando de cuantificar algo las afirmaciones. Efectivamente, desde ya podemos
decir que en ningn caso el flujo de individuos de la esfera privada a la pblica ser o masivo o
nulo. Siempre hay una seleccin, una circulacin bastante restringida, especialmente en todo lo que
supere la mera participacin pasiva. Los motivos de retraccin pueden ser muy diversos, y de
ningn modo se limitan a la condicin de extranjero. La existencia de regmenes dictatoriales, sean
militares y caudillistas como en muchas partes de Amrica Latina, o ms tradicionalmente
monrquicos autoritarios como en Alemania y otras partes de Europa, son obvios motivos de
retraccin. Pero siempre habr minor as que se orientan a la esfera de la accin pblica. Lo que se
debe estudiar en el caso que aqu nos preocupa, es cmo se daban esos procesos de circulacin en
la Argentina, cules eran los factores de estmulo o retraccin, y en qu medida eran afectados por
la condicin de extranjero.
La formacin de las actitudes entre los extranjeros
Los extranjeros estaban sometidos, por supuesto, a presiones sociales y econmicas,
principalmente ligadas a su pertenencia de clase y condicin cultural, que operaban sobre cualquier
individuo para determinar sus actitudes polticas. Pero adems haba algunos factores especficos
que actuaban sobre ellos, que complementaban o corregan las determinaciones ms generales.
Estos factores especficos operantes sobre los extranjeros eran los siguientes:
(i) el "corrimiento hacia arriba" en el status que ocupaban, que era ms alto que el que
corresponda a su ubicacin ocupacional;
(ii) el efecto de "audiencia cautiva" que predispona, sobre todo en sectores populares y de
clase media, a los extranjeros a aceptar el mensaje de ciertos idelogos provenientes de sus pases
de origen;
(iii) la escasa "deferencia de status" que los extranjeros sentan hacia la clase alta nativa, lo
que dificultaba las posibilidades de consolidacin de una fuerza poltica conservadora moderna
(aparte de que se pudiera o no votar por ella);
(iv) la tendencia a privilegiar la "accin corporativa", dada la poca repercusin que las
iniciativas de los extranjeros podan tener en el mbito electoral, del cual no formaban parte;
(v) el aparente "internacionalismo", que en realidad ocultaba un nacionalismo residual de
sus pases de origen, y que dificultaba las alianzas con otros sectores de la "poltica criolla".
Veamos por separado cada uno de estos temas.
(i) El "corrimiento hacia arriba" del status.
Dada la valoracin tnica que tanto los mismos inmigrantes como la mayor parte de la
poblacin local tenan, los extranjeros formaban parte de un sistema de estratificacin social algo
dual. Ellos sentan, an siendo pobres, que en el pas haba bastante gente ms abajo que ellos, lo
que dificultaba la formacin de una conciencia clasista en el proletariado, sumndose al otro efecto,
bien conocido y comentado, de la alta movilidad social, lo que es un fenmeno distinto, y que no
est necesariamente ligado a la condicin extranjera (aunque la pertenencia tnica en ms de un
caso ayudaba a ascender socialmente, o a evitar el descenso). Obsrvese que en los Estados
Unidos este corrimiento hacia arriba no exista para los extranjeros, ms bien lo contrario; en
6
Ver Jean Lhomme, La grande bourgeoisie au pouvoir, 1830--80 (Paris: Presses Universitaires de France, 1960). Para un
estudio de la situacin ms reciente en este campo, ver Michael Useem, "Business and politics in the US and the UK. The
origins of heightened political activity of large corporations during the 1970s and early 1980s", Theory and Society, vol. 12,
No. 3, mayo 1983, pp. 281-308.
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Australia tampoco se daba, siendo en ese pas la situacin lo ms parecida (aparte la mayor
movilidad social) a la del pas de origen, Gran Bretaa.
(ii) La "audiencia cautiva" para los idelogos extranjeros.
Los extranjeros, en gran medida provenientes de zonas rurales atrasadas, traan una buena
dosis de valores tradicionales, familsiticos y religiosos. El desarraigo del viaje transatlntico
contribuy mucho a abrirles nuevas perspectivas, a darles una experiencia de movilizacin social, o
sea de ruptura de vnculos verticales, aunque lo ms probable es que su carga de tradicionalismo
fuera todava muy alta. Pero al mismo tiempo vena entre ellos una minora de activistas e
idelogos, en general socialistas, anarquistas o republicanos de izquierda. Para esos activistas sus
connacionales constituan una presa relativamente fcil, lo que los estudiosos de la comunicacin
social llaman una "audiencia cautiva". Efectivamente, la comn nacionalidad haca que esa masa
mayoritariamente campesina estuviera ms predispuesta a escuchar el mensaje, que lo que hubiera
estado en sus aldeas de origen, o que lo que sera el caso si el mensaje lo emitiera un nativo criollo.
Es cierto que entre los extranjeros tambin venan miembros del clero, pero estos eran mucho
menos numerosos que los otros, aunque no debe subestimarse su rol en generar, o mantener, un
catolicismo popular. Para avanzar en el estudio de este tema es preciso reconstruir las estructuras
de influencia y de formacin de opinin que estaban en funcionamiento. El resultado de esos
mecanismos fue la difusin de actitudes socialistas o de izquierda entre la clase obrera, que sin ser
totalmente hegemnicas, estaban bastante en "avance" respecto a lo que se podra haber esperado
de un pas con el grado de desarrollo industrial de la Argentina. Este fenmeno se daba tambin en
los Estados Unidos, pero ah los extranjeros sometidos a l eran un porcentaje menor del total de la
clase obrera.
(iii) La escasa "deferencia de status" y la debilidad conservadora.
La peculiar posicin que tenan los ext ranjeros en la pirmide social, ya antes aludida, haca
que sintieran bastante poco respeto por las clases altas locales, a cuyos equivalentes en sus pases
de origen hubieran considerado sus superiores naturales. En la Argentina, por ms distinguidos que
fueran, eran criollos, y ya eso los pona en una categora distinta. Este efecto, aunque presente en
todos los niveles de estratificacin, estaba particularmente preando de consecuencias entre las
clases medias y empresarias extranjeras. El resultado: debilidad del conservadorismo, que quedaba
reducido en la Argentina a las fuerzas estancieriles, incapaces de cooptar en la escala necesaria a la
burguesa inmigratoria. Tanto en los Estados Unidos como en Australia, Nueva Zelandia, Canad y
la misma Gran Bretaa, los partidos conservadores (en algunos casos con el nombre de liberales, o
nacionales) son muy fuertes, porque cuentan con el apoyo de la mayora de la clase media, e
incluyen orgnicamente a casi toda la clase alta, de cuyo seno extraen numerosos dirigentes,
militantes e idelogos.
(iv) El predominio de la "accin corporativa".
La combinacin de los factores ya sealados llevaba a privilegiar la accin corporativa,
economicista, o en todo caso cultural, soslayando la actividad directa en partidos polticos. Las
potencialidades desestabilizantes de esta pauta son evidentes. Ella no se deba a una mera
caracterstica cultural, sino que derivaba muy directamente del predicamente en que se
encontraban importantes clases sociales del pas moderno. Es cierto que no slo la situacin de los
extranjeros, sino tambin otros factores podran haber llevado a esta forma de accin corporativa y
poco respetuosa de los canales poltico-partidarios. En algunos pases latinoamericanos de menor
desarrollo que la Argentina, y con escasa presencia de extranjeros, tambin se dan a veces pautas
corporativistas, y una reticencia de los sectores acomodados a entrar en el juego poltico. Sera
preciso, de todos modos, para poder juzgar comparativamente el fenmeno, ver ms exactamente
cmo se da en cada caso la involucracin poltica de la burguesa. Aunque no es ste el lugar para
hacer una tan larga excursin, se puede sealar que en muchos pases latinoamericanos existen
fuertes partidos conservadores, lo que es una seal de accin menos corporativista por parte de las
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clases altas.
7
Por otro lado, en la clase obrera de esos pases a menudo se encuentra una mayor
tendencia a la accin poltica de signo socialista que en la Argentina, lo que tambin puede ser un
reflejo de lo que ocurre en cuanto a ligazones entre el rea econmico-cultural y la poltico-
partidaria a niveles populares o de baja clase media radicalizada.
(v) El "internacionalismo" y la dificultad de las alianzas.
El internacionalismo es una expresin ideolgica muy obviamente ligada a la posicin de los
extranjeros en el sistema social, y que fcilmente se transmite a sus hijos. En la Argentina, sin
embargo, l era ms aparente que real: no implicaba un esfuerzo por superar los lazos tribales,
sino que ms bien reflejaba la persistencia de los que seguan atando a las comunidades a sus
pases de origen. Toda una masa mayoritaria del pas moderno senta nostalgia e identificaciones
positivas fuera de sus fronteras: una situacin fascinante para muchos observadores pero difcil de
construir con ella una nacin. Y la reaccin nacionalista no tard en venir, generando toda esa larga
serie de expresiones ideolgicas xenfobas y nativistas que son la contracara del extranjerismo de
amplios sectores del pas. El resultado fue un pas dividido en dos mitades culturales, de las cuales
una, la criolla, estuvo mucho tiempo tapada, pero con el desarrollo urbano e industrial se vino del
campo (o el interior) a la ciudad, y adems influy a las nuevas generaciones de hijos o ms bien
nietos de inmigrantes, que se iban adaptando a su condicin de argentinos. En los Estados Unidos,
previsiblemente, ese internacionalismo fue siempre mucho menor que entre nosotros, como
resultado del menor peso que tenan los extranjeros en ese pas. En cuanto a Australia o Nueva
Zelandia, ah la condicin del inmigrante no produca internacionalismo, y la identificacin britnica
fue la pregenitora del espritu nacional en formacin, mera mutacin del del viejo pas de origen.
Races del sistema partidario argentino
Para terminar, vamos a hacer una breve caracterizacin del sistema poltico partidario
argentino de comienzos de siglo, contrastndolo con los ejemplos -- a menudo dados en aquel
entonces -- de Australia y de Europa Occidental, as como con el del ms vecino Chile, menos
usualmente visualizado pero no por ello menos importante en una estrategia comparativista.
Tomaremos como punto de partida la clebre polmica entre Juan B. Justo y Enrico Ferri, en
1908, con motivo del viaje del poltico socialista italiano a Buenos Aires. Afirm Ferri en sus
conferencias que en el sistema poltico argentino faltaba un partido radical serio, pues no se poda
tomar como tal al "partido de la Luna" dirigido por Hiplito Yrigoyen. Porqu no se lo poda tomar
en serio al radicalismo argentino? Seguramente, por su carcter caudillista, su personalismo, las
insondables estrategias del jefe, la falta de planes orgnicos de gobierno, en otras palabras, su
pertenencia al rea de la "poltica criolla". En la Europa latina, en cambio, eran fuertes los partidos
radicales "orgnicos", basados esos s en las clases medias productivas, y en algn apoyo obrero
calificado (sin por eso debilitar demasiado a los conservadores). Tambin en Gran Bretaa el
partido Liberal, bajo el liderazgo de Lloyd George, se orientaba en direccin radical.
8
Haba que
hacer lo mismo en la Argentina, y Ferri le recomendaba al partido Socialista cumplir ese rol si la
Unin Cvica Radical no lo asuma. Porque en un pas tan poco industrializado como la Argentina no
se poda pensar en un partido genuinamente obrero y socialista.
Pero analicemos un poco ms en detalle este argumento. Cmo podra ser posible formar
7
Ver R. Albert Berry, Ronald G. Hellman y Mauricio Solan (comps.), Politics of Compromise: Coalition Government in
Colombia (New Brunswick, N.J.: Transaction Books, 1980); Howard R. Penniman, Venezuela at the Polls: The National
Elections of 1978 (Washington: American Enterprise Institute, 1980); Ricardo Donoso, Las ideas polticas en Chile (Mxico:
Fondo de Cultura Econmica, 1946); Ren Len Echaiz, Evolucin histrica de los partidos polticos chilenos (Buenos Aires:
Francisco de Aguirre, 1971; 1a. ed., 1939); Bolvar Lamounier y Fernando Henrique Cardoso (comps.), Os partidos e as
eleies no Brasil (Rio de Janeiro: Paz e Terra, 2a. ed., 1978).
8
Octavio Ruiz Manjn, El Partido Republicano Radical, 1908--1936 (Madrid: Ediciones Giner, 1976); Ernest Lemonon, De
Cavour a Mussolini (Histoire des partis politiques italiens) (Pars: Editions A. Pedone, 1938); H. V. Emy, Liberals, Radicals
and Social Politics, 1892-1914 (Cambridge: University Press, 1973); Kenneth Morgan, The Age of Lloyd George: The
Liberal Party and British Politics, 1890-1929 (Londres: Allen and Unwin, 1975).
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en la Argentina un partido moderno -- radical o radical-socialista -- si el pas electoral no era
moderno? Justamente los que votaban, debido al tipo de trabajo que realizaban y a las condiciones
sociales en que vivan, no podan menos que tener una expresin poltica congruente con esas
caractersticas. El pas moderno -- relativamente hablando -- era el de los extranjeros, no porque
stos trayeran la modernidad consigo, sino porque ellos ocupaban los lugares de trabajo y los
entornos sociales productores de ese tipo de mentalidad. Si los extranjeros hubieran participado en
poltica de manera "normal" (o sea, como si no fueran extranjeros) seguramente hubieran creado
las condiciones para la existencia de un partido radical a la europea, o incluso de uno liberal,
igualmente a la europea. Armar un partido a la europea no tiene nada de malo, sobre todo en un
pas que hubiera sido realmente muy parecido a Europa.
Justamente, en Australia haba un partido Liberal, que con el tiempo fue englobando cada
vez ms a las clases medias y a la burguesa, y se transform en el principal partido de la derecha.
9
El ejemplo australiano era muy tenido en cuenta en aquel entonces en la Argentina, porque eran
obvios los parecidos, y porque el partido Laborista estaba ya muy cercano a ejercer el poder a nivel
nacional. Ferri hizo una referencia lateral a este hecho, diciendo que lo que haba en Australia, bajo
el nombre de laborismo, era realmente un partido radical, no socialista, debido a lo limitado de su
ideologa y su programa. En realidad se equivocaba, porque el laborismo, aunque moderado en sus
objetivos, tena como columna vertebral a un combativo sindicalismo, y por lo tanto era un animal
poltico bien distinto a los radicalismos europeos, enraizados en la clase media, con relativamente
pocos (aunque no inexistentes) vnculos sindicales. Pero antes Ferri haba dicho, usando una
variante de la teora marxista acerca del desarrollo de los partidos de la clase obrera, que en
condiciones de escaso desarrollo industrial (como en Australia o Argentina) difcilmente pudiera
haber partidos fuertes de clase obrera. Ocurre que esa hiptesis es correcta slo de manera muy
aproximada. An con poca industria, si hay una fuerte urbanizacin, escasez de mano de obra, y
alta movilizacin social inducida por la migracin transocenica, se dan condiciones para la
formacin de sindicatos fuertes, y tambin de partidos obreros con alguna versin de la ideologa
socialista. Este era el caso, precisamente, de Australia, Nueva Zelandia, y la Argentina, que debido
a eso podan estar algo en avance respecto a los pases europeos mediterrneos. Pero en la
Argentina esa clase obrera tenda ms, ya desde entonces, a la accin corporatiivista que a la
poltico partidaria.
De hecho, el partido Socialista argentino, aunque todava dbil cuando Ferri nos visit en
1908, pronto evidenciara, al amparo de la Ley Senz Pea, que poda reunir fuertes contingentes
de votos, al menos en la Capital, con perspectivas de irse extendiendo gradualmente al resto del
pas. Esta extensin no se di ms que marginalmente, mientras que en Australia y Nueva Zelandia
el laborismo cuaj y pervive hasta el da de hoy como ocupante casi exclusivo de uno de los dos
hemisferios de la poltica. Los motivos de la diferencia? Sera cmodo echarle la culpa -- una vez
ms -- a Juan B. Justo, su reformismo, su fascinacin con el librecambio y la "democracia formal".
Pero ocurre que todas esas lacras afeaban tambin al laborismo australiano, sin conseguir matarlo,
ni siquiera herirlo.
Veamos: cul era el pas electoral al que el partido Socialista poda dirigirse a comienzos de
siglo? Era un pas sin burgueses y sin obreros, o casi. Que no existieran burgueses no importaba
para los socialistas, aunque poda ser grave para la derecha o los radicales. Que no hubiera, o que
hubiera muy pocos obreros en el registro electoral era en cambio gravsimo. Es casi un milagro que
un partido autodefinido como socialista, y con componentes bastante radicalizados en su seno,
obtuviera las fuertes votaciones que consigui en la Capital ya desde 1912 y 1913. Los lazos
orgnicos con la clase obrera sindicalizada (extranjera) inevitablemente se debilitaban, ante el peso
excesivo que tena la rama poltica, debido al tipo de electorado (nativo, pero en buena parte de
clase media) que haba que convencer para ganar elecciones. Si los extranjeros hubieran votado, o
sea si hubieran tomado la ciudadana, es casi seguro que el partido Socialista se hubiera extendido
mucho ms, al menos en el pas moderno, lo que le hubiera dado un mayor arraigo que el que
tuvo. An le hubiera quedado, en ese caso, el problema de cmo trascender al otro sector, "criollo",
del pas. Pero dadas las cosas como estaban, mismo en el pas moderno le era difcil echar slidas
races, porque su electorado potencial, su caudal de simpatizantes, no tena acceso a las urnas, que
9
Gordon Greenwood (ed.), Australia: A Social and Political History (Sidney: Angus and Robertson, 1955); Keith Sinclair, A
History of New Zealand (Londres: Penguin, 1980; 1a. ed., 1959).
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constituyen si no el todo, al menos una parte muy central del esquema de poder en un pas
semidemocrtico y semiliberal como la Argentina de aquel entonces.
Qu hubiera pasado si en la Argentina hubiera habido muchsimos menos inmigrantes y,
con una dotacin de recursos econmicos parecida a la que tuvo, su poblacin hubiera sido casi
completamente nativa? En realidad, hay slo que mirar al otro lado de la cordillera para ver la ms
cercana aproximacin a ese espejismo. Chile se parece a la Argentina y a Uruguay (y a la Europa
mediterrnea de aquel entonces) por su economa agropecuaria de clima templado, y su ausencia
de experiencias de esclavitud, o de conquista y superposicin tnica como en los pases andinos. Y
como nunca tuvo excesivo nmero de extranjeros, termin por parecerse ms a Europa que la
Argentina o Uruguay. Es que estos dos pases, justamente por tener en su seno demasiados
extranjeros, se diferencian radicalmente del modelo trasatlntico: en Europa no hay europeos, hay
italianos, franceses, alemanes. Dicho de otra manera: en los pases europeos, igual que en Chile,
haba muy pocos extranjeros, mientras que la Argentina, por su gran cantidad de extranjeros,
entraba en otra categora, era un pas menos "europeo" que Chile. El resultado fue que el sistema
poltico chileno era (y es) mucho ms parecido al europeo que el argentino o el uruguayo.
En Chile haba un partido Radical que era ms parecido a los europeos: no tena un lder
populista o enigmtico como Yrigoyen, tena componentes laicistas importantes (a diferencia del
argentino), y estaba dispuesto a entrar en arreglos con los dems partidos para compartir el
gobierno, criterio esencial para Ferri de madurez poltica. Nunca haba necesitado pasar por una
larga etapa de abstencin revolucionaria para acceder a las urnas. El tipo de arreglo que intent en
la Argentina Luis Senz Pea trayendo al gobierno a Aristbulo del Valle (lder radical moderado) en
1893 fracas, pero estaba a la orden del da en Chile, donde constituy la va maestra hacia la
apertura del sistema.
10
Haba adems un partido conservador y otro liberal muy capaces de
conseguir votos (algunos comprados) y que siguieron teniendo gran vitalidad, despus de
fusionarse, hasta la actualidad. En la izquierda, en 1908 todava no exista un partido Socialista
significativo, aunque pronto se lo form, con vnculos orgnicos fuertes con la clase obrera
organizada, y capacidad de penetracin en las ms diversas zonas geogrficas del pas, desde las
salitreras del norte a las minas de carbn del rea de Concepcin y las estancias laneras de la
Australia chilena.
11
Es que el pas era ms homogneo culturalmente, no exista el abismo que
separaba en la Argentina a regiones enteras, dominadas por los extranjeros, de las que tenan
predominio nativo. Claro est que los extranjeros que haba en Chile (un 4% hacia 1910) tambin
ocupaban, como en la Argentina, una posicin en el espacio social ms alta que lo que sus
ocupaciones justificaban. Pero eran tan pocos que tenan escaso efecto sobre el panorama poltico.
El pas poltico-electoral y el pas real eran ms congruentes. En Chile los analfabetos no votaban,
pero eso justamente contribua a la congruencia, pues eliminaba del electorado a quienes tenan
una muy baja ubicacin en la pirmide social (y no a quienes ocupaban posiciones bien altas, como
en la Argentina).
Volviendo ahora a este pas, es preciso hacer un par de comentarios sobre el radicalismo. A
veces se piensa que ste fue -- o es -- nuestro equivalente de un partido liberal burgus, y que los
hijos de los inmigrantes que haban llegado a la condicin de clase media fueron su principal
electorado. Esto ltimo a la larga fue cierto, pero eso no permite pasar por alto la fuerte diferencia
entre un partido liberal o radical a la europea, y la Unin Cvica Radical. As como el partido
Socialista no poda ligarse orgnicamente con la clase obrera y sus sindicatos, el radicalismo se ve a
privado del voto de los sectores ms slidos de la burguesa y la clase media empresarial, lo que lo
dejaba en manos de la clase media nativa o sectores marginales de la burguesa o aristocracia
provincianas.
12
Una vez ms, incongruencia y falta de vinculacin estrecha entre clase y partido, en
10
Peter Snow, El radicalismo chileno (Buenos Aires: Francisco de Aguirre, 1972); Ricardo Donoso, Alessandri, agitador y
demoledor (Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 2 vols., 1952); Julio Heise Gonzlez, Ciento cincuenta aos de evolucin
constitucional (Santiago: Andrs Bello, 1960), y del mismo, El perodo parlamentario, 1891-1925 (Santiago: Editorial
Universitaria, 1982).
11
Paul Drake, Socialism and Populism in Chile, 1932--1952 (Urbana, Ill.: University of Illinois Press, 1978); Benny Pollack,
"The Chilean Socialist Party: prolegomena to its ideology and organization," Journal of Latin American Studies, vol. 10, No.
1, 1978, pp. 117-152.
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11
contraste con Chile.
En cuanto a la derecha, ya se dijo que ella tampoco poda establecer conexiones orgnicas
suficientemente fuertes con la burguesa, el sector ms modernizado y dinmico de las clases
dominantes del pas. El resultado fue un constante zigzagueo entre intentar controlar el pas
apoyndose en el extrao electorado que le quedaba, o volcarse directamente al golpismo militar.
No es mi objeto seguir describiendo el sistema poltico argentino de la poca bajo anlisis, ni
mucho menos rastrear sus transformaciones en el tiempo, hasta llegar incluso a la crisis de la
segunda guerra mundial, de la que emergi el peronismo. Creo sin embargo que algunas de las
caractersticas sealadas siguieron expresndose hasta esa poca y an despus, porque las
actitudes y formas de actuar que se generan en un perodo particularmente creativo y largo de la
vida de un pas tienden a prolongarse por un par de generaciones. La tendencia a la accin
corporativa, extendida a amplias capas de la poblacin, y la facilidad con que sectores de la
derecha apoyan a los golpes militares, tienen sus races en la peculiar forma en que se dio en la
Argentina la transicin hacia la modernidad. Por lo mismo, es de esperar que el tiempo, y la
percepcin de los terribles efectos producidos, hagan cambiar en el futuro estas caractersticas.
12
Ricardo Caballero, Hiplito Yrigoyen y la revolucin radical de 1905 (Buenos Aires: Libros de Hispanoamrica, 1975);
Roberto Etchepareborda, Tres revoluciones: 1890, 1893, 1905 (Buenos Aires: Pleamar, 1968); David Rock, El radicalismo
argentino: 1890--1930 (Buenos Aires: Amorrortu, 1977).
Nueva Historia Argentina.
Tomo 7
Crisis econmica, avance del estado e
incertidumbre poltica
(1930-1943)
Alejandro Cattaruzza
Director de Tomo
Editorial Sudamericana
Buenos Aires
Este material se utiliza con fines
exclusivamente didcticos
NDICE
COLABORADORES .............................................................................................................................. 7
INTRODUCCIN
por Alejandro Cattaruzza........................................................................................................................... 11
Captulo I. La economa
por Juan Carlos Korol................................................................................................................................ 17
Captulo II. Partidos, coaliciones y sistema de poder
por Daro Macor ........................................................................................................................................ 49
Captulo III. La poltica bajo el signo de la crisis
por Luciano de Privitellio.......................................................................................................................... 97
Captulo IV. Pas urbano o pas rural: La modernizacin territorial y su crisis
por Anah Ballent y Adrin Gorelik .......................................................................................................... 143
Captulo V. La nueva identidad de los sectores populares
por Ricardo Gonzlez Leandri................................................................................................................... 201
Captulo VI. El movimiento obrero
por Joel Horowitz ...................................................................................................................................... 239
Captulo VII. Enfermedades, mdicos y cultura higinica
por Diego Armus y Susana Belmartino..................................................................................................... 283
Captulo VIII. Posiciones, transformaciones y debates en la Literatura
por Mara Teresa Gramuglio ..................................................................................................................... 331
Captulo IX. Entre la cultura y la poltica: Los escritores de izquierda
por Sylvia Satta ........................................................................................................................................ 383
Captulo X. Descifrando pasados: Debates y representaciones de la historia nacional
por Alejandro Cattaruzza........................................................................................................................... 429
2
CAPTULO III
LA POLTICA BAJO EL SIGNO DE LA CRISIS
por LUCIANO DE PRIVITELLIO
SEPTIEMBRE DE 1930: LA HORA DE LA ESPADA
Slo un milagro pudo salvar la revolucin. Ese milagro lo realiz el pueblo de
Buenos Aires... Esta ajustada apreciacin del entonces capitn conspirador Juan D. Pern,
quien haba formado parte del grupo del general Jos Flix Uriburu hasta que, desencantado
por su falta total de organizacin y la escasa prudencia de los conspiradores, se acerc a los
hombres del general Agustn P. Justo, ilustra dos caractersticas salientes del movimiento del
6 de setiembre: su debilidad en lo militar y su xito en la opinin.
La columna revolucionaria se integr con grupos de civiles mal armados,
convocados por los partidos opositores y algunos diarios como Crtica, acompaados por
adolescentes del Colegio Militar y una escasa tropa de lnea; los jefes principales, Uriburu y
Justo, eran militares retirados. En un relato muy poco marcial, Roberto Arlt revelaba, en un
articulo aparecido en El Mundo dos das ms tarde, el tono festivo de la marcha: En fin,
aquello era un paseo, una revolucin sin ser revolucin todas las muchachas batan las manos
y lo nico que le faltaba era una orquesta para ponerse a bailar. La agresin que como se
dice, parti del Molino, no tiene nombre. [...] Pues al paso de los soldados que venan de
Flores y que cortaron luego por Caballito Norte, no fue un camino de soledad, de miedo o de
indiferencia, sino que, en todas partes, estallaban aplausos, y la gente se meta entre los
soldados como si hiciera mucho tiempo que estuviera familiarizada con esta naturaleza de
movimientos.
La columna lleg hasta la Casa Rosada y se apoder de ella sin que nadie intentara
seriamente detenerla; la nica excepcin fue la resistencia organizada en el Arsenal de
Guerra por el ministro del Interior Elpidio Gonzlez junto a los generales Nicasio Aladid,
Enrique Mosconi y Severo Toranzo. El Arsenal se rindi cuando recibi la notificacin de la
renuncia del vicepresidente Enrique Martnez, llevada personalmente por el general Justo.
Algunas escaramuzas que se produjeron el da 8 fueron fcilmente sofocadas. En muchas
provincias, las administraciones radicales abandonaron espontneamente las sedes de
gobierno, dejando sus instalaciones a merced de quien quisiera ocuparlas. Muy lejos de las
tradiciones pretorianas a las que se acostumbraran aos ms tarde, la mayor parte de los
cuadros militares se negaron a movilizar sus tropas; otros simplemente no saban que deban
hacerlo. Una fuerte cultura legalista hacia dudar a la mayora de los oficiales sobre la
conveniencia de un movimiento de este tipo: paradjicamente fue esa misma cultura la que
asegur el acatamiento inicial al nuevo presidente Uriburu, una vez que ste se encontr
instalado en las oficinas de la Casa Rosada con las renuncias de Yrigoyen y Martnez en sus
manos.
El primer acto de un proceso que vendra a restaurar la supremaca de los poderosos
de la Argentina, desde la oligarqua hasta los monopolios petroleros, pasando por el
partido militar, impresiona mucho menos que la dimensin de sus supuestos mviles. Esta
atribucin cmoda de responsabilidad a unos actores tan tremendos como ocultos ha
impulsado a pasar por alto la profunda crisis de la estructura poltica del yrigoyenismo, que
arrastr consigo a su partido y, finalmente, al propio rgimen institucional. Cmo se lleg a
esta situacin, apenas dos aos despus de la espectacular victoria electoral del radicalismo
en 1928?
LA CRISIS DEL YRIGOYENISMO
El escrutinio de los comicios presidenciales realizados el 1 de abril de 1928 arroj
un resultado contundente: 839.140 votos del radicalismo yrigoyenista contra 439.178 votos
3
del radicalismo antipersonalista, que haba contado con el respaldo de las agrupaciones
conservadoras. Ante estos nmeros se perfilaron dos reacciones extremas: en el
personalismo, la conviccin absoluta de su identidad total con La nacin, ms an cuando
haba arrojado el lastre del antipersonalismo; en la oposicin, un profundo desconcierto que
paulatinamente provoc el acercamiento a opciones conspirativas, junto con un desencanto
frente a la cultura cvica de los argentinos y frente a la prctica del sufragio.
El radicalismo concibi la reeleccin de Yrigoyen como un verdadero plebiscito.
Esta lectura no era una simple metfora; por el contrario, exhiba una vez ms una vocacin
totalizante de la cultura poltica local, adaptada ahora a lenguajes y procedimientos que,
como el plebiscitario, se utilizaban en otras latitudes como alternativa a la democracia liberal
en crisis. A despecho de las acusaciones de sus opositores, esta vocacin no era una novedad
introducida por el radicalismo, sino que estaba slidamente instalada en la poltica argentina
desde varias dcadas antes de su llegada al poder. En muchos sentidos, la ley electoral de
Senz Pea haba permitido consolidar esta cultura poltica, en parte porque los autores de la
ley la tomaron como propia y, en parte, porque acrecent el dramatismo de la competencia
poltica y del lenguaje en el que ella se expresaba, al aumentar las dimensiones del
electorado.
A pesar del establecimiento de la representacin de las minoras, la reforma de 1912
fue refractaria al pluralismo ya que, en la visin de sus defensores, la sociedad fue concebida
como un bloque nico con un atributo tambin nico y determinante: su ideal de progreso.
En consecuencia, los comicios no tenan por objetivo manifestar las voces de intereses
sociales diversos, sino garantizar la representacin de la unnime voluntad progresista de la
nacin, que era tambin la de cada uno de sus ciudadanos. As, la ley electoral vino a
consagrar, mediante la ampliacin del electorado, una visin de la sociedad que la planteaba
homognea en clave espiritual: la representacin poltica estaba llamada a expresar el alma
de nacin, cuyo contenido concreto Senz Pea no dudaba en reconocer tanto en su propia
voz como, ms ampliamente, en la del grupo pensante del que era miembro. Pero, a pesar
del optimismo de Senz Pea, no fue el "grupo pensante" quien se benefici de la reforma
sino la UCR que, a favor de sus victorias electorales, fue asociando su propia identidad a la
integracin ciudadana en la monoltica comunidad poltica nacional. Junto a sus reiterados
triunfos en diversas elecciones, otro factor preponderante en esa asociacin fue la religin
cvica proclamada por el partido, en especial a travs de su autoidentificacin con una
causa llamada providencial y mesinicamente a desplazar a la clase poltica anterior al
espacio demonizado del rgimen oligrquico. Su xito, a pesar de la evidente
incongruencia entre la pretensin de ruptura y las trayectorias recientes del partido y sus
dirigentes, demuestra el potencial ideolgico de la religin cvica radical, versin renovada y
formidable de la tradicional matriz totalizante de la cultura poltica argentina. En efecto,
entre sus tpicos no se advierte ni un solo rastro de un pluralismo sociolgico o poltico: a
quienes pretendan imponerles un programa partidario que permitiera distinguir a la
agrupacin de otros partidos, los radicales gustaban responder que expresaban la voluntad
nica de la nacin que, esta vez, encontraba su mejor intrprete en el partido y,
especialmente, en Yrigoyen.
Esta identidad poltica, tan extensamente asumida, se adecuaba bien a una sociedad
articulada alrededor de la experiencia de la movilidad real y virtual. En efecto, ms que a la
clase media, el radicalismo apelaba al pueblo o a la nacin, sujetos que remitan a un
conjunto real de dimensiones tan vastas como imprecisos eran sus limites. Su mayor virtud
no era el recorte de un sector econmico-social determinado, sino su asociacin con un
conjunto de valores integradores. Funcionaba as como la oposicin especular de la
oligarqua, cuya referencia social era tan arbitraria y escasamente especifica como la del
pueblo, pero transmita el disvalor diametralmente opuesto de la exclusin. En un periodo
en el que grandes sectores de la sociedad se embarcaban de una u otra manera en la aventura
de la movilidad social o el progreso individual, la UCR logr asociar su identidad con esta
suma de experiencias individuales en trminos de una inclusin emocional dentro de la
comunidad nacional por la va de la poltica. La prctica del sufragio fue uno de los rituales
que renovaban cclicamente esta identidad inclusiva.
Expresin sin igual de esa religin cvica, Yrigoyen haba sabido despertar una gran
expectativa alrededor de su figura durante la camparla de 1928. Sin embargo, la desmesurada
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magnitud de esas expectativas redund en un rpido y proporcional desgaste, una vez que los
datos de la realidad comenzaron a manifestarse bien diferentes de los previstos. Las primeras
seales de la crisis econmica afectaron las finanzas del Estado incluso antes del crack de
Wall Street y provocaron el aumento de la inflacin, el descenso de sueldos y la disminucin
del ritmo del gasto pblico, uno de los motores esenciales del patronazgo oficial. Aunque no
se produjo una situacin de conflicto social intenso como haba sucedido durante el primer
gobierno de Yrigoyen, decay profundamente la adhesin al presidente. En un escenario
poltico en el que los partidos tendan a construir identidades totalizantes, negndose a
asumirse como una parte y habituados a deslegitimar y repudiar drsticamente a los
opositores, la crisis favoreci una creciente tensin.
En este clima, entre 1928 y 1929 el gobierno inici un avance sobre la oposicin con
el objeto de ganar el control del Senado, la ofensiva incluy intervenciones muy conflictivas
en San Juan, Mendoza, Corrientes y Santa Fe. La oposicin se expona a perder el ltimo
reducto que dominaba y, ante esa posibilidad, se volc agresivamente hacia la opinin y las
calles. En pocas semanas, los actos comenzaron a acomodarse a las palabras y la violencia
poltica aument su frecuencia e intensidad. En ocasiones, slo se trat de proclamas
efectistas, como la del radicalismo antipersonalista entrerriano, que apelaba desde el Senado
provincial a un Urquiza capaz de derrocar al nuevo tirano Rosas. Pero tambin se produjeron
hechos graves, como el asesinato de Washington Lencinas en diciembre de 1929, por el cual
sus seguidores culparon directamente a Yrigoyen, o el frustrado atentado contra el
presidente, ejecutado por un militante anarquista solitario, pero atribuido por los
personalistas a la oposicin. Poco despus del asesinato de Lencinas, se produjo un agitado
debate en la Cmara de Diputados, en el cual cada sector plante una larga lista de muertes
violentas de las que sus adversarios serian culpables.
Las elecciones legislativas nacionales de marzo de 1930 revelaron la gravedad de la
situacin. Tanto la campaa como los comicios se vieron plagados de incidentes, donde no
faltaron los enfrentamientos armados, los muertos, las presiones policiales y las maniobras
de fraude. En San Juan y Mendoza, los interventores de Yrigoyen se preocuparon bien poco
por ocultar las acciones destinadas a obtener resultados favorables a cualquier precio; en
Crdoba, la polica detuvo a fiscales opositores y se denunci la posterior aparicin de urnas
abiertas. Finalmente, triunf la UCR, pero la victoria fue lo suficientemente exigua como
para que fuera procesada como una derrota: la religin cvica radical no inclua una
explicacin poltica ni emocionalmente satisfactoria para un descenso del caudal de votos
como el experimentado entre 1928 y 1930. Menos aun la tenia para una derrota resonante
como la sufrida en Capital Federal frente al Partido Socialista Independiente.
Un radicalismo confundido apareca dando la espalda a aquella religin cvica que,
entre sus certezas, inclua la que asociaba al partido con procedimientos electorales
transparentes y con la condicin de mayora incontrastable. De todos modos, la UCR vea
significativamente acrecentada su representacin en la Cmara baja, dado que el sistema de
mayora y minora prescrito por la Ley Senz Pea era poco elstico ante el descenso de
votos a favor de un partido. En la oposicin coexistan el entusiasmo electoral, fundado en el
buen desempeo en esos comicios, con la preferencia por una salida rpida a travs de una
ruptura institucional. La doble situacin de crisis econmica y poltica se vea agravada por
la crisis interna que viva el gobierno, consecuencia del rpido desgaste de la autoridad de
Yrigoyen. Ciertamente, el deterioro fsico del presidente explica en parte esta circunstancia,
aunque tambin lo hace la apenas disimulada lucha entre sus ms cercanos colaboradores,
quienes, convencidos de una sucesin anticipada tan prxima como inevitable, buscaban
beneficiarse con ella. Paradjicamente, estas luchas que fragmentaban la administracin
poltica del Estado potenciaban un estilo de gobierno que hacia de Yrigoyen el centro de toda
decisin, ya que lo converta en rbitro final de las disputas personales. Se acentuaba as la
inoperancia de un gobierno sometido a enconadas luchas palaciegas y a las decisiones de un
rbitro que era incapaz de asumir su rol.
Esta situacin dio, dramticamente, el tono a la estrategia seguida frente a las
notorias actividades conspirativas de civiles y militares, todas ellas ampliamente conocidas
por el gobierno. Polticos opositores y oficiales del Ejrcito se reunan sin disimulo en
lugares conocidos, como la sede de Crtica y la casa del general Uriburu, cuyo estilo tan
poco prudente atemorizaba al capitn Pern, para quien era inminente una reaccin represiva
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del gobierno. Pero no fue as. En el gabinete se recortaron dos grandes tendencias: una,
encabezada por el ministro de Guerra, general Dellepiane, quien pretenda desarticular por la
fuerza a los conspiradores; otra, la integrada entre otros por el vicepresidente Martnez, el
ministro del Interior Gonzlez y el canciller Horacio Oyhanarte, quienes minimizaban la
situacin y preferan no alterar los nimos con iniciativas apresuradas. La decisin
presidencial se inclin por el segundo grupo: el 3 de setiembre se conocieron los trminos
violentos de la renuncia de Dellepiane, luego de que Gonzlez desautorizara la detencin de
varios supuestos conspiradores ordenada por l. Yrigoyen, enfermo y retirado en su casa de
la calle Brasil, haba sido convencido de que la situacin no era peligrosa, slo dos das
despus de un frustrado intento de Uriburu por iniciar el movimiento y a tres de su definitiva
realizacin.
GOLPE O REVOLUCIN?
Dispersin del poder y centralizacin de las decisiones fueron las dos caras de una
misma crisis de gobierno y ambas ofrecieron mltiples flancos para las estrategias de la
oposicin: las prcticas conspirativas atravesaban la escena poltica de una forma compleja y
sinuosa, un ida y vuelta de la oposicin al oficialismo. Pero, ms all de la trama de intrigas
e intereses sectoriales y personales, el movimiento del 6 de setiembre recibi mltiples
apoyos, que fueron expresados con fervor o tomando veladas precauciones: desde
instituciones patronales hasta algunos sindicatos, de dirigentes de la derecha a ciertas
agrupaciones de izquierda, todos los partidos importantes con excepcin de la UCR
personalista, la casi totalidad del periodismo, el movimiento estudiantil universitario... Qu
accin era la que recoga tan amplios apoyos?
E1 6 de setiembre fue visto por muchos de sus contemporneos como una ms de las
revoluciones o movimientos cvicos de origen netamente civil, apoyados por militares,
que constituan una ya larga tradicin local. Vale recordar que esta tradicin haba sido
insistentemente reivindicada por el propio Yrigoyen y por el radicalismo, evocando los
movimientos que se haban sucedido desde 1890. El objetivo proclamado, tampoco
demasiado original en tanto provena del mismo repertorio revolucionario, era la
restauracin de un rgimen democrtico e institucional que estara siendo violado por el
presidente. Es difcil entender hoy esta lectura ya que, proyectado hacia el futuro, el
derrocamiento de Yrigoyen es justamente considerado como el inicio de una larga serie de
golpes militares; sin embargo, sta no era la visin predominante en 1930.
Este fenmeno nos coloca ante una versin autctona y, en parte, original de las
dificultades que los sistemas democrticos liberales venan experimentando desde el fin de la
Gran Guerra. Original, en tanto se impugnaba al gobierno afirmando los mismos principios
que lo sostenan, incluyendo la Constitucin liberal y la reforma de Senz Pea y no, como
suceda en Europa, descartando globalmente el sistema.
Dado que buena parte de la oposicin comparta la conviccin sobre el rol
pedaggico que deban cumplir la ley electoral y, fundamentalmente, los partidos, pero
sostena que esta apuesta reformista en favor de la creacin del sufragante esclarecido an no
se haba cumplido, el razonamiento slo poda responsabilizar del fracaso a la demagogia de
la UCR y a Yrigoyen. Imgenes reiteradas en los editoriales de la prensa y en mltiples
discursos polticos, como la poltica criolla o el elector independiente, apelativo este
ltimo que remita directamente al ciudadano racional que opta entre partidos en un libre
mercado electoral segn lo haba pensado Senz Pea, se recortaban sobre este diagnstico
critico que, sin embargo, dejaba abierta la puerta a una posible redencin. La condicin era
evidente: el fin de la demagogia personalista.
La UCR tambin era considerada la culpable de males que en otros mbitos se
atribuan a la democracia en general, tales como la inoperancia de sus administraciones, o las
votaciones parlamentarias en bloque, una prctica introducida por las nuevas formas de
mandato imperativo inscriptas en los procedimientos de los partidos polticos modernos. La
primera critica retomaba la vieja asociacin de Senz Pea entre la razn progresista y las
ideas de un grupo poltico; la segunda haba estado presente desde el momento en que
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Yrigoyen busc conformar un bloque parlamentario disciplinado. Ambas encontraban en el
presidente su blanco predilecto.
As, muchos opositores formulaban las criticas habituales en el marco de la crisis de
las democracias occidentales de entreguerras contra la UCR y se lanzaban, a diferencia de
otros casos, desde lo que se consideraban las promesas frustradas de una democracia liberal
naturalmente positiva. La escasa atencin que se ha prestado a estas posiciones, que eran las
de la mayor parte de los actores del movimiento de setiembre, se debe al
sobredimensionamiento del poder y la influencia de Uriburu y su grupo. Sin embargo, la
fuerza de la concepcin mayoritaria explica no slo la impotencia de Uriburu para imponer
su visin militarista y corporativista del golpe, sino tambin la rpida conformacin de una
oposicin al presidente provisional en los mismos grupos revolucionarios, que se
institucionaliz el 27 de setiembre en la Federacin Nacional Democrtica, inicialmente
constituida por los partidos Socialista Independiente y Conservador de Buenos Aires, a la
que luego se incorporaron agrupaciones conservadoras y antipersonalistas de las restantes
provincias. La insistencia de Uriburu para imponer la reforma constitucional en un sentido
corporativista, ya anunciada en declaraciones periodsticas por oficiales adictos y por el
propio presidente el 1 de octubre de 1930, slo sirvi para erosionar su de por si escaso
poder y, paralelamente, para consolidar la figura de Justo como abanderado posible de la
continuidad legal y de una rpida apertura comicial.
La interpretacin que Uriburu y los grupos nacionalistas buscaban imponer, segn la
cual se enfrentaba una crisis definitiva del sistema liberal, de la Constitucin y de la Ley
Senz Pea, estaba claramente a contramano con la visin predominante en la opinin
pblica. Pero no fue ste el nico lmite de su estrategia, ya que el Ejrcito, la institucin que
Uriburu pretenda transformar en fuente de su legitimidad, sostn y administrador del poder,
convertida por el golpe en rbitro de la situacin poltica, estaba controlado por Justo tanto
material como ideolgicamente.
EL EJRCITO HACIA 1930
Desde comienzos de los aos veinte, el Ejrcito se encontraba en plena
consolidacin de una serie de estructuras institucionales creadas aproximadamente entre los
aos 1880 y 1910. Como parte de este proceso, se haba formado una poderosa burocracia
que controlaba el funcionamiento, los destinos, las jerarquas y los ascensos desde el
Ministerio de Guerra y el Estado Mayor. En general, los miembros de esta direccin se
destacaban como funcionarios y docentes de los institutos que, desde el Colegio Militar hasta
los organismos superiores de instruccin tcnica, conformaban cada vez ms los peldaos
ineludibles para la carrera de ascenso de todos los oficiales. La imposicin de una mstica
corporativa y la invencin de una tradicin militar, que tambin se imaginaba asociada
unvocamente a la existencia de la nacin, amalgamaban a los cuadros y profundizaban la
estructura de poder interno de estas jerarquas. La burocracia castrense consideraba toda
interferencia externa como perjudicial para su recin ganado ascendiente, en particular si ella
responda a los avatares de las tormentosas coyunturas polticas.
Sin embargo, la prolongacin de la poltica en el Ejrcito era una tradicin
demasiado slida como para desaparecer con facilidad, y no fue precisamente el radicalismo
en el poder desde 1916 quien contribuyera a modificar esta actitud. Un importante grupo de
oficiales "radicales" se habla formado al calor de los levantamientos revolucionarios (en
especial el de 1905) y, ya en la presidencia, Yrigoyen busc asegurarse el control de la
institucin favoreciendo a este grupo con destinos importantes y ascensos extraordinarios.
As, frente a la mstica corporativa teida de un fuerte mesianismo patritico, que se
construa paulatinamente rechazando como ajeno lo poltico, se recort otra identidad interna
que sobreimprima a lo anterior diversas dosis de afinidad con la causa del gobierno
radical que, en el mbito militar, asuma la forma de la poltica de reparaciones.
La poltica militar del primer mandato de Yrigoyen choc muy rpidamente con las
estructuras burocrticas y despert rechazos incluso entre oficiales que simpatizaban con el
radicalismo, como Uriburu o Justo. Para ellos era intolerable que Yrigoyen colocara a un
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civil, Elpidio Gonzlez, como ministro de Guerra, y lo era todava ms que pasara por sobre
su autoridad. A comienzos de los aos veinte, los grupos descontentos comenzaron
a organizarse en logias y a identificarse como profesionalistas para distinguirse de
los radicales, divisin que se acopl naturalmente a la polarizacin de toda la sociedad
poltica en torno a la figura de Yrigoyen. Durante la administracin de Alvear, la balanza se
inclin en favor de los profesionalistas, mientras su ministro de Guerra, el general Justo,
aventajaba a Uriburu como lder del sector y creaba una poderosa red de lealtades entre la
oficialidad. Esta nueva posicin de caudillo militar venia a consagrar el gran prestigio que
haba sabido ganar entre la oficialidad joven e intermedia durante su paso por la direccin
del Colegio Militar entre 1914 y 1922. All introdujo una importante renovacin de los
planes de estudios que incluy, junto con las materias tcnicas y los primeros rituales
corporativos de camaradera militar, disciplinas de educacin cvica fuertemente apegadas
al republicanismo liberal. De este modo, difundi entre los futuros oficiales una versin de la
sociedad y la poltica que lo tendra por muchos aos como primera fuente de autoridad.
Como ministro tambin aliment su imagen de militar profesionalista, aumentando
desproporcionadamente el presupuesto del rea.
Durante su breve paso por la comandancia de la fuerza luego del 6 de setiembre,
Justo recuper para su sector las posiciones perdidas durante el ministerio Dellepiane y no
dud en utilizarlas contra Uriburu. A comienzos de 1931, un nutrido grupo de altos oficiales
reclam al dictador un rpido retorno a la normalidad institucional. Semanas ms tarde, la
decisin de Uriburu de convocar a elecciones detuvo un importante alzamiento castrense,
muy probablemente promovido por Justo. De todos modos, ya sin oportunidad de triunfar,
grupos de oficiales radicales comprometidos en la conspiracin se alzaron en Corrientes al
mando del coronel Gregorio Pomar.
Acorralado en la opinin y derrotado en el Ejrcito, Uriburu ensay una salida
electoral diseada por su ministro del Interior, el nacionalista y conservador bonaerense
Matas Snchez Sorondo. Se trataba de plebiscitar la figura y los proyectos presidenciales
mediante un sistema de elecciones de autoridades provinciales que comenzara en Buenos
Aires. E1 5 de abril de 1931 se vot en Buenos Aires y la UCR gan por un margen algo
mayor que el de 1930, aunque escaso en relacin con los resultados registrados durante los
aos veinte: 218.783 votos radicales contra 187.734 conservadores; el socialismo sorprendi
con los 41.573 votos que lo transformaron en rbitro del futuro colegio electoral El carcter
de plebiscito que el grupo uriburista haba dado a los comicios bonaerenses no le dejaba
alternativas intermedias entre el xito y la derrota. Adems de consagrar el derrumbe de
Uriburu, el acto electoral demostr claramente que la retirada del radicalismo distaba mucho
de ser un desbande ya que, aun sin poder contar con algunos recursos clave como la polica y
las intendencias, su "mquina" electoral se mostraba vital y eficaz. Por otra parte, la
continuidad de la crisis que un ao antes haba perjudicado a la UCR ahora se encaminaba en
contra del interventor de Uriburu, Carlos Mayer Pellegrini, cuyas medidas de ajuste
presupuestario deterioraron la ya pobre popularidad de un rgimen empeado en introducir
innovaciones repudiadas incluso por quienes lo haban apoyado el 6 de setiembre.
JUSTO PRESIDENTE
La UCR no fue el nico sector poltico en alentar y festejar la derrota de la faccin
del conservadurismo bonaerense alineada con la estrategia de Snchez Sorondo: Justo tenia
sobrados motivos para desear la derrota del ministro del Interior. Decidido a llegar a la
presidencia, el fracaso y desbande del ala dura del gobierno le permitieron asumir el control
de parte del aparato oficial, sin necesidad de comprometerse formalmente con un gobierno
repudiado en la opinin. .
As, Justo comenz a disear una candidatura cuyo camino seria lo suficientemente
sinuoso como para no eludir un importante intento por encabezar la frmula del radicalismo.
El paso no era descabellado ya que, detenido y proscrito Yrigoyen, el partido quedaba en
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manos de Alvear, de quien Justo haba sido ministro. Sin embargo, sus intentos fracasaron:
por una parte, Alvear desconfiaba de las maniobras de su ex colaborador; por otra, y esto era
crucial, las negociaciones para armar una candidatura radical, que contenan imposiciones de
Uriburu y guios de Yrigoyen, iban por carriles que no lo incluan. Justo busc entonces la
divisin del partido que desde el golpe pareca volver a unirse, como haba sucedido en la
provincia de Buenos Aires en ocasin de los comicios de abril. En esta empresa tuvo un
suceso relativo ya que consigui el respaldo de varios grupos antipersonalistas, que fueron
los primeros en proclamar su candidatura, y hasta logr la adhesin de algunos dirigentes
personalistas como el santafesino Ricardo Caballero. Pero sus maniobras slo culminaron en
un xito total una vez que, utilizando todo su poder dentro del gobierno, hubo logrado el veto
de la candidatura de Alvear, lo que llev a la UCR a decidir la abstencin. Con esta medida,
tomada por el Comit Nacional a pocos das de los comicios presidenciales de noviembre de
1931, el radicalismo recuperaba uno de los componentes ms sentidos de su religin cvica,
pero dejaba el campo allanado para la victoria electoral de Justo. La Alianza Civil, formada
por socialistas y demcratas progresistas que proclamaron la frmula Lisandro de la Torre-
Nicols Repetto, no estaba en condiciones de disputar seriamente la presidencia.
Mientras tanto, Justo se asegur el apoyo de los partidos conservadores provinciales
que se hablan reunido en el Partido Demcrata Nacional, y tambin el del Socialista
Independiente. De este modo, se transform en un candidato polifactico: continuador o
critico de la revolucin, radical, masn o catlico, conservador, nacionalista o liberal,
general o ingeniero, todo a medida de la ocasin. Una novedad anticipaba nuevos tiempos:
su candidatura obtuvo el apoyo explcito de la cpula de la Iglesia Catlica, alarmada por el
pblico anticlericalismo de los dos componentes de la frmula de la Alianza. Por el
momento, tambin cont con el apoyo del nacionalismo, cuya crispada voz se dejaba or
desde el peridico La Fronda.
Con la ausencia de candidatos de la UCR, Justo gan los comicios presidenciales de
noviembre de 1931 con comodidad. A pesar del llamado radical en tal sentido, el nivel de
abstencin de votantes fue muy bajo y no era difcil advertir que el electorado radical se
haba dividido: muchos haban votado a la Alianza y otros, a pesar de todo, a las listas
justistas. Tampoco se registraron maniobras de fraude, con excepcin de los ocurridos en
Buenos Aires y Mendoza. En ambos casos, el fraude no busc perjudicar a la Alianza, sino
que fueron parte de la lucha entre las agrupaciones que llevaban a Justo a la cabeza de su
frmula pero disputaban entre ellas la vicepresidencia, los cargos legislativos y todos los
puestos locales. En efecto, a pesar de una versin que quiere ver detrs de Justo a una alianza
formal y estable entre partidos llamada Concordancia, tal cosa no exista en 1931.
LA CUESTIN RADICAL
El 24 de febrero de 1932, el general Justo asumi la presidencia; el conservador Julio
A. Roca lo acompa como vicepresidente. Justo debi tomar medidas destinadas a enfrentar
la crisis econmica y, al mismo tiempo, maniobrar en un terreno poltico muy complicado.
La situacin presentaba dos datos salientes: por un lado, la impugnacin a la legitimidad de
su gobierno por parte de la UCR, que asuma la forma de la abstencin y los levantamientos
armados; por otro, la tirante relacin entre los conglomerados polticos que lo haban tenido
como candidato.
En un marco donde la situacin local favoreca las lecturas de la realidad en clave de
crisis, tal como suceda en buena parte del mundo occidental, Justo consideraba por su parte
que en el caso argentino se trataba slo de un sacudn leve y pasajero. Confiaba en una
pronta normalizacin de la economa y del sistema poltico y, en consecuencia, no vea razn
para abandonar el rgimen republicano y la Ley Senz Pea. Las opciones totalitarias
abiertas por el derrumbe de las democracias liberales las juzgaba por dems exticas y
descartables. Esta creencia profundizaba automticamente la importancia de la cuestin
radical, en tanto que la abstencin del partido mayoritario constitua una irregularidad
evidente para el rgimen que deca defender. Justo pretenda solucionar el problema de un
modo sencillo: la UCR se reincorporara al sistema una vez que demostrara su adhesin a
una prctica poltica civilizada. A tono con una opinin ms general, Justo pensaba que la
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prueba de esta conversin deba ser el repudio de la figura de Yrigoyen, pero su ambicin
poltica le prescriba una segunda condicin ms personal: la aceptacin de su propia figura
como lder redentor del partido. El fracaso de su primer intento por alcanzar este lugar era, a
su juicio, totalmente reversible.
El optimismo presidencial pareca desproporcionado toda vez que pretenda cooptar
en su favor un partido que no slo era opositor, sino que adems objetaba abiertamente la
legitimidad de su gobierno. No era otro el significado de la estrategia de la abstencin y los
sucesivos levantamientos armados que, si no eran organizados por la cpula del partido,
tampoco eran rechazados por ella. Estos intentos armados no tenan ninguna posibilidad
cierta de quebrar el firme control del Ejrcito, consolidado por Justo a travs de su ministro
de Guerra, general Manuel Rodrguez, pero permitan sostener y recrear componentes
sentidos de la religin cvica radical. Las mximas autoridades radicales estaban dispuestas a
enfrentar la prisin y el exilio porque saban hasta dnde, en ausencia de la mstica generada
por las campaas y las victorias electorales, se convertan en seales que ayudaban a sostener
emociones e ideales identitarios del partido y, por extensin, su propia legitimidad como
dirigentes.
Esta estrategia del Comit Nacional de la UCR tena, sin embargo, un problema. En
tanto que la va armada careca de posibilidades de xito, la disputa con el gobierno tenia
como tribunal ltimo el impacto de los levantamientos en la opinin pblica. Sin embargo,
ante cada alzamiento, la abrumadora mayora de los diarios, junto a la oposicin demcrata-
socialista, se una en una condena que tambin involucraba a la poltica de abstencin.
Cmodamente respaldado por este clima, Justo no se priv de recurrir a un variado arsenal
para aprovechar el descrdito de la poltica radical, imponer una imagen de normalidad
institucional y transferir al radicalismo la responsabilidad por cualquier irregularidad. As,
cultiv un estilo deliberadamente opuesto al de Yrigoyen: su presencia en actos pblicos era
frecuente, sus discursos se difundan por la prensa escrita y la radio, se preocupaba por
cumplir puntillosamente con cada uno de los rituales republicanos (en especial la apertura de
sesiones parlamentarias, habitualmente ignorada por Yrigoyen), y acostumbraba
reivindicarse como expresin de un pluralismo poltico que habra sido violado por el ex
presidente. Como confirmacin de esta ltima pretensin, poda exhibir la colaboracin en el
Congreso con la oposicin socialista y demcrata progresista: la bancada oficialista, por
ejemplo, aprob varios proyectos de la oposicin en particular sobre temas sociales, lo
que se ofreca como prueba del pluralismo oficial y del abandono de una poltica facciosa.
Finalmente, Justo recurri con frecuencia a la ms tradicional critica antiyrigoyenista;
cuando hacia 1934 las condiciones de la economa mejoraron, gustaba difundir la eficacia de
su poltica econmica en un implcito contraste con el antecedente del radicalismo
personalista. Esta prdica en favor de la eficacia gubernamental remita, por un lado, a la
citada razn de Senz Pea pero, por otro, empalmaba con el ms moderno entusiasmo
tecnocrtico del equipo econmico encabezado por el ministro de Hacienda, Federico
Pinedo.
El juego de impugnaciones mutuas entre el gobierno y el radicalismo tendra su fiel
ms contundente en ocasin de los comicios nacionales para renovacin de la Cmara de
Diputados de marzo de 1934, cuando se revelara si las expresiones de la opinin se
ajustaban o no a las decisiones del electorado. Excluida la UCR, la expectativa de estas
elecciones no era su resultado final expresado en la distribucin de bancas, sino la disputa
entre dos visiones enfrentadas de la realidad poltica argentina, representadas por la
abstencin y la concurrencia. Adems, se plebiscitara la pretensin gubernamental de
normalidad institucional, cuya mejor expresin deba ser unos comicios tranquilos y
transparentes. En este contexto, cobr especial importancia el caso tucumano, donde el
radicalismo local decidi levantar la abstencin en abierta disidencia con las autoridades
partidarias nacionales. Poco importaban las escasas bancas puestas en juego: lo que all
sucediera se ofrecera como prueba de verdad para las partes en disputa. Justo, advertido de
la naturaleza del juego, puso en alerta a los jefes militares de aquella zona y envi veedores
propios para evitar que el gobernador Prspero Garca utilizara la mquina oficial para
volcar en su favor la eleccin tucumana. Garca reclam por lo que interpretaba como un
avance sobre la autonoma de la provincia, pero Justo subi la apuesta lanzando una
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advertencia pblica al gobernador, pocos das despus de un ataque armado contra un acto
radical.
En la eleccin de marzo de 1934 no se registraron problemas importantes; el nivel de
concurrencia alcanz un porcentaje aceptable para una eleccin de diputados 62,8% del
padrn y, sobre todo, la UCR rebelde de Tucumn gan la eleccin. La prensa repudi a
coro la abstencin radical, mientras Justo inici su discurso de apertura de las sesiones
legislativas de ese ao con una extensa apologa de la limpieza de los comicios y una
referencia particular al caso tucumano. El gobierno haba impuesto su visin de la realidad.
Para el radicalismo, las elecciones alteraron dramticamente la balanza de costos-
beneficios de la abstencin. Era evidente que la apuesta haba sido demasiado alta, ya que la
concurrencia electoral era promovida por la obligatoriedad legal, por los medios de prensa,
por la oposicin socialista y demoprogresista, por los grupos radicales disidentes y,
fundamentalmente, lo era de un modo apenas velado por la misma mquina electoral del
radicalismo. Las autoridades del partido no desconocan que muchos punteros y jefes
parroquiales que aceptaban formalmente la abstencin negociaban sus votos con la UCR a
cambio del acceso parcial a los beneficios materiales necesarios para mantener su
patronazgo, ya que advertan mejor que nadie el hecho de que las mquinas electorales slo
pueden reproducirse participando de los comicios. La existencia de estas estructuras
estableca una diferencia sustancial con la abstencin anterior a 1912, cuando el partido y su
aparato electoral estaban en formacin. Por otra parte, cuando el sufragio era una prctica de
minoras, la abstencin era fundamentalmente una cuestin de dirigentes; el sufragio
ampliado involucraba, en cambio, a una multitud de actores cuyas acciones eran difciles de
prever y controlar. Si hasta los comicios de 1934, el Comit Nacional de la UCR haba
aceptado pagar ciertos costos a cambio del beneficio que la abstencin supona para la
religin cvica partidaria, el fracaso pblico de esta estrategia daba por tierra con el clculo.
El riesgo era ahora la fragmentacin del partido, detrs del cual acechaba expectante el
presidente Justo
As, la concurrencia a los comicios decidida entre el 2 y 3 de enero de 1935 por la
Convencin Nacional de la UCR fue promovida por Alvear y buena parte de los dirigentes
atendiendo al fracaso de la abstencin y de los movimientos cvico-militares, y a las crticas
cotidianas que soportaban ambas estrategias dentro del propio radicalismo. Estas
circunstancias obligan a revisar la interpretacin que hace del levantamiento de la abstencin
una concesin al oficialismo, tomada a contramano de posiciones combativas e
intransigentes que habran sido las de la base partidaria y, por aadidura en ese argumento,
las genuinamente populares. La decisin impuls el retorno de grupos que se haban
aproximado al antipersonalismo, y Alvear obtuvo el respaldo unnime de la prensa. Estos
xitos resultaron infinitamente ms importantes y significativos que la oposicin y las
crticas de sectores que estaban en minora, entre los cuales se encontraran futuros
miembros del grupo FORJA, fundado en ese mismo ao de 1935, cuyo brillo pstumo y
retrospectivo revela mal el rol por dems modesto que le cupo en las disputas polticas de los
aos treinta. Slo a medida que se fuera advirtiendo que el concurrencismo provocaba
tambin sus propias consecuencias negativas para el partido, aparecera una seria oposicin
interna que se identificara como yrigoyenista en oposicin al Comit Nacional presidido
por Alvear. Pero, alimentado por la victoria en las elecciones legislativas de 1936, hasta la
votacin presidencial de 1937 el clima general fue optimista: se celebraba la vuelta a los
comicios, la probable victoria y la virtual reunificacin del partido detrs de la lnea Alem-
Yrigoyen-Alvear.
LAS FUERZAS OFICIALISTAS
Incluso antes de que el levantamiento de la abstencin alejara aun ms la posibilidad
de formar su partido a partir de un tronco radical, para Justo se hacia necesario coordinar un
gobierno conformado por un conjunto de agrupaciones que estaban lejos de constituir una
fuerza homognea. El PDN era una federacin de partidos provinciales, incapaz de evitar las
disidencias que, en ocasiones, se transformaban en conflictos abiertos; el antipersonalismo
tampoco era mucho ms que un puado de estructuras provinciales con algn peso en Entre
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Ros, Santa Fe, La Rioja, Santiago del Estero y Capital, y el PSI, luego de un efmero intento
por disputar el espacio de la izquierda al PS, en particular en el Concejo Deliberante porteo,
languideci hasta desaparecer.
Las fricciones entre los diferentes grupos en busca del favor presidencial fueron
frecuentes. Los conservadores criticaban a Justo por el lugar destacado que reservaba a los
antipersonalistas en el Ejecutivo, argumentando no sin razn que eran ellos quienes
aportaban la mayor cantidad de votos. Para Justo, los clculos eran otros. Otorgando al
antipersonalismo un espacio mayor al que le hubiera correspondido por su caudal de votos,
Justo lograba, a corto plazo, el mantenimiento de un equilibrio que le daba libertad de
maniobra y sostena la apariencia de una coalicin. A largo plazo, el antipersonalismo poda
ser la mejor plataforma para su estrategia de acercamiento al radicalismo.
Sin embargo, una situacin conflictiva que se reprodujera en todos los escenarios
poda amenazar la marcha de la administracin, lo cual era particularmente peligroso en
momentos de crisis poltica y econmica. Justo entendi que si no poda ni convena
eliminarlo, el conflicto deba ser acotado y su poltica se orient a coordinar las bancadas en
el Congreso. Sobre este acuerdo parlamentario elaborado durante los dos primeros aos de
su gobierno se fue estructurando la Concordancia. No es probable que Justo pensara en ella
como una solucin duradera: si bien era un instrumento eficaz para evitar que los conflictos
interfirieran en la labor parlamentaria, la armona rara vez se traslad al terreno de los
comicios. Por el contrario, con excepcin de la eleccin presidencial de 1937, cuando la
nica representacin en juego fue la cabeza del Ejecutivo, los partidos mantuvieron su
identidad en cada provincia, compitiendo entre ellos con enconada virulencia si era
necesario. A pesar de su deseo de conformar un partido orgnico, del que l mismo se vea
como constructor y lder, y al cual tenia como elemento imprescindible para el
funcionamiento del rgimen, Justo pas toda su presidencia, y aun el resto de su vida,
tratando de manejarse entre los inestables equilibrios de los mltiples y fragmentados actores
del sistema poltico argentino, intento que llev adelante con particular destreza y total
ausencia de escrpulos. La distancia entre el modelo de un partido mnimamente organizado
y la Concordancia fue una expresin ms de la distancia entre el ideal de la reforma
saenzpeista y el funcionamiento efectivo de la poltica partidaria en la Argentina.
LA SUCESIN Y EL FRAUDE
Si bien parte de la apuesta poltica de Justo pareca coronada por los comicios de
1934 y el levantamiento de la abstencin radical de comienzos de 1935, esta ltima medida
venia a poner en cuestin su posicin electoral y, fundamentalmente, sus ambiciones
personales hacia el radicalismo. La posibilidad cierta de alcanzar la presidencia en 1937
encolumn a la UCR tras la conduccin de Alvear, incluyendo las expresiones provinciales
ms reacias a someterse a los dictados del Comit Nacional como el entrerriano o el
tucumano. Justo se inclin, entonces, ms decididamente hacia los sectores conservadores,
los ms firmes de su alianza y aquellos que podan garantizarle, sino la mayora, al menos un
importante nmero de votos. Asimismo, haba profundizado otras estrategias de cooptacin
de votantes, como su acercamiento al catolicismo, que haba tenido su momento clmine en
el Congreso Eucarstico de 1934, o su intento de reconquistar la adhesin de los grupos
nacionalistas, que se haban apartado poco despus de su llegada a la presidencia,
concedindoles, por ejemplo, la persecucin legal del Partido Comunista.
Sin embargo, la impresin generalizada era que ninguna maniobra pblica alcanzara
para formar la mayora capaz de garantizar a Justo el control de su sucesin. De esa
conviccin surgi su decidido compromiso con el fraude electoral. As, con el aval
presidencial, se produjo la rpida transformacin de las prcticas irregulares y violentas de
control y produccin clientelstica de sufragio que, desde 1912, venan utilizndose de modo
puntual y limitado, en un mecanismo de alteracin y manipulacin sistemtico del ejercicio y
los resultados electorales.
En 1935 deban renovarse varios Ejecutivos provinciales, acontecimiento de gran
relevancia dado que las provincias seguan siendo las piezas clave del control electoral. Las
leyes electorales de 1912 haban intentado terminar con lo que Senz Pea llamaba la lucha
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de la quimera contra la mquina, buscando desarticular el control electoral de los
gobernadores sobre el electorado de sus provincias y, a su vez, el control que el presidente
ejerca sobre los gobernadores en su calidad de "gran elector". Sin embargo, las mquinas
electorales no slo no desaparecieron luego de 1912, sino que se perfeccionaron,
adecundose a las nuevas situaciones creadas aunque no exclusivamente por la
ampliacin del nmero de sufragantes.
Ms all de estos cambios, las provincias siguieron siendo los marcos de referencia
del funcionamiento comicial: cada una constitua un distrito donde la eleccin era organizada
y ejecutada. En la mayora de ellas y a pesar de la ampliacin de votantes, las cifras de
electores siguieron siendo lo suficientemente pequeas como para no poner en riesgo el
desempeo de los caudillos locales, ni el control de estos ltimos desde las capitales. En
provincias ms grandes, se produca una mayor fragmentacin, como en el caso de Buenos
Aires y Santa Fe. Por su parte, la Capital Federal era un caso sui generis: con una magnitud
de electores apenas menor que la bonaerense y con la mayor densidad de poblacin, era el
nico distrito completamente urbano. La marcada complejidad de su tejido social condicion
siempre el funcionamiento de las mquinas electorales tradicionales, hasta hacerlas perder
parte de su influencia frente a otras prcticas sociales productoras de sufragio, como las que
constituyen el fenmeno de la opinin pblica. Aun con muchas precauciones, puede
plantearse que este distrito fue el que ms se aproxim al ideal "de mercado" de Senz Pea,
situacin que era frecuentemente celebrada por los peridicos, que mostraban como prueba
las habituales oscilaciones electorales y los frecuentes triunfos opositores. Sin embargo, los
equilibrios de fuerzas del sistema institucional delineaban una situacin paradjica, ya que la
relevancia del distrito en la distribucin de cargos representativos nacionales siempre fue
significativamente pobre en contraste con la influencia de una opinin capitalina que, incluso
en lo que respecta a las ms mnimas cuestiones municipales, se habla conformado y se
proyectaba polticamente en una dimensin indiscutiblemente nacional.
En consecuencia, frente a la decisin concurrencista de la UCR, la cuestin de las
provincias se transform en la llave que definira la eleccin presidencial de 1937. El
oficialismo conservador cordobs daba claras muestras de no adherir a la poltica de fraude,
permitiendo la victoria radical de fines de 193 5 que llev a Amadeo Sabattini a la
gobernacin. En la Capital, la perspectiva era aun ms oscura para Justo, dado que exista la
posibilidad cierta de perder no slo la mayora ante la UCR, sino tambin la minora contra
el socialismo. Esto fue, en efecto, lo que sucedi en marzo de 1936, en ocasin de la eleccin
de diputados.
Esta situacin gui en adelante los pasos oficiales que apuntaron al dominio de
Buenos Aires y Santa Fe. En el primer caso, el objetivo se asegur mediante una oportuna
ley provincial conocida como ley trampa, que otorg al gobierno el control total de las
mesas de votacin, junto con la consagracin de la candidatura de Manuel Fresco, una figura
capaz de poner en suspenso los graves conflictos internos del conservadurismo bonaerense.
En Santa Fe, el problema era ms acuciante dado que el gobierno perteneca a la oposicin
demoprogresista; all, Justo recurri al tradicional mecanismo de la intervencin federal sin
ley del Congreso o, como se dijo entonces con irona, con media ley ya que la intervencin
slo haba sido aprobada por el Senado el ltimo da de sesiones ordinarias de 1936. La
provincia pas a ser controlada por el radicalismo antipersonalista, liderado por el ministro
de Justicia e Instruccin Pblica, Manuel de Iriondo, quien en 1937 seria elegido gobernador
mediante comicios fraudulentos. Esto le permiti a Justo no slo disponer de los electores
santafesinos, sino tambin mantener el equilibrio dentro de una Concordancia que, en la
coyuntura, apareca demasiado volcada hacia los conservadores.
A pesar de la ofensiva sobre ambas provincias, persistan algunos riesgos derivados
de la distribucin de electores de presidente entre mayoras y minoras por cada distrito
provincial. En el mes de setiembre de 1937, el Congreso aprob una iniciativa del Ejecutivo
para reformar la ley electoral, eliminando el sistema de lista incompleta para el caso de
electores de presidente. En adelante, el partido ganador de una provincia se llevara todos los
electores y no solamente los dos tercios. A travs de esta medida, que daba marcha atrs con
una de las innovaciones de la Ley Senz Pea, Justo resign la minora de algunos distritos,
entre las cuales la de la Capital ni siquiera era segura, pero gan para la Concordancia la
totalidad de los electores de Santa Fe, Buenos Aires y las provincias chicas, donde la
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hegemona era conservadora. Con todos estos reaseguros, que incluan el aval al fraude,
Justo garantiz su lugar como gran elector. Perda, sin embargo, buena parte de la opinin
favorable que su gobierno haba podido mantener hasta 1934 en lo relativo a la cuestin
electoral, precisamente a raz de ese aval.
Quedaba pendiente el nombramiento del sucesor. Detrs de la opcin por el radical
antipersonalista Roberto M. Ortiz se esconda una estrategia cuyo objetivo era el
mantenimiento del poder personal de Justo que, de todos modos, seguira teniendo su base
ms slida en la autoridad que ostentaba dentro del Ejrcito. Ortiz era un hombre
polticamente dbil, representante de un partido ya casi inexistente, que despertara la
desconfianza de sus aliados conservadores, sometidos por Justo a una nueva frustracin ya
que, a pesar de realizar el principal aporte electoral a la Concordancia, quedaron relegados al
segundo trmino de la frmula. La debilidad de Ortiz y el contrapeso que podra ofrecer ante
los grupos conservadores parecan una garanta de la dependencia personal que Justo
esperaba de su sucesor. El objetivo final de esta estrategia era sencillo: buscaba utilizar a
Ortiz para acceder a un segundo mandato en 1943, esta vez, esperaba, a la cabeza de una
UCR agradecida por la eliminacin del fraude y por el regreso al poder bajo su liderazgo.
El resultado de los comicios presidenciales fraudulentos de noviembre de 1937 tuvo
importantes consecuencias. Entre los diversos sectores afines al oficialismo, el proceso
abierto en 1935 vena alentando un nuevo y ms profundo abandono de la visin optimista
de las prcticas electorales. Ms all de los conocidos respaldos pblicos al fraude
patritico o de los textos que, como el de Rodolfo Moreno, aludan al fracaso de la Ley
Senz Pea, la ms notable manifestacin de esta sensacin se produjo en la apertura de
sesiones del Congreso de 1937. En esa ocasin, Justo propuso a los legisladores el estudio de
un posible censo electoral que, mediante el recorte de un electorado calificado, terminara con
la universalidad del sufragio Ciertamente, la propuesta no tuvo ninguna consecuencia
prctica, pero revela la perplejidad de un personaje que siempre haba confiado en las
bondades del sistema electoral vigente ante las dificultades para controlar este instrumento.
Para la dirigencia radical, los acontecimientos sucedidos entre el levantamiento de la
abstencin en 1935 y la derrota electoral de 1937 fueron construyendo un verdadero callejn
sin salida; luego de esta ltima fecha, su poltica fue errtica y contradictoria y,
consecuentemente, alent el despliegue de grupos cada vez ms crticos de la conduccin
partidaria. La clave de toda esta situacin era la definicin de la actitud que deba asumir el
partido frente al fraude oficial, teniendo en cuenta que, recientemente, la poltica de
abstencin haba fracasado. La opinin pblica se haba mostrado, en la primera mitad de la
dcada, contraria a la lnea que el partido haba decidido. Por otra parte, la UCR no haba
podido traducir su condicin de mayora electoral en un respaldo equivalente de sus electores
hacia la poltica de abstencin: cualquiera sea la explicacin del voto radical, su adhesin no
alcanzaba a tal extremo. De todos modos, el concurrencismo creaba nuevos problemas ya
que el radicalismo se insertaba en un sistema poltico que le negaba cualquier posibilidad de
victoria mediante la flagrante violacin de las reglas del juego pero del cual, al mismo
tiempo, se reconoca como miembro pleno. Ya en 1936 haban comenzado a advertirse las
posibles consecuencias de esta situacin: mientras los diputados radicales, en una actitud de
oposicin extrema, se negaban a aprobar los diplomas de los diputados fraudulentos de la
provincia de Buenos Aires dejando a la Cmara sin funcionar durante varias semanas y
provocando un resonante conflicto institucional con el Senado, los concejales porteos del
mismo partido, respaldados por Alvear, no dudaron en aliarse con los concordancistas para
votar las escandalosas ordenanzas que prorrogaron las concesiones de las empresas privadas
de electricidad. Una ancdota atribuida a Alvear revela hasta dnde era consciente de esta
dificultad. Ante el reproche de un correligionario indignado por la aceptacin por parte del
partido de fondos empresariales, que incluan los recibidos en calidad de soborno por las
compaas de electricidad, Alvear habra respondido preguntando ofuscado de qu otro
modo pensaba su crtico financiar la campaa presidencial.
Ocurra que el lugar que ocupaba el radicalismo en el escenario poltico no slo le
impeda alcanzar el gobierno, sino que lo obligaba a acordar con el oficialismo para
mantener su aparato institucional y la mquina del partido. En efecto: era el temor a la
dispersin del partido, una posibilidad cierta durante la abstencin, la variable que explica
por qu los dirigentes radicales, en algunos casos desorientados y de mala gana, aceptaron
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esta nueva realidad, aun cuando luego de los comicios de 1937 se revel que el riesgo de
divisin poda reaparecer como consecuencia del concurrencismo. A medida que se dilua el
optimismo, grupos cada vez ms numerosos adheran a posiciones crticas en nombre de los
principios de la religin cvica y de una lnea yrigoyenista enfrentada con la alvearista
que, en general, poco tenan que ver con los clivajes producidos en el partido durante la
dcada anterior. En muchos casos, esta oposicin tenia a nivel partidario los problemas que
la UCR encontraba a nivel nacional, ya que oscilaba entre la posible fractura del partido y la
denuncia del recurrente fraude interno que, estimaban, le impeda acceder a posiciones de
importancia.
LA ALTERNATIVA FRUSTRADA DE ORTIZ
Roberto M. Ortiz asumi la presidencia el 20 de febrero de 1938. Su vicepresidente
era el conservador catamarqueo Ramn S. Castillo, cuya candidatura fue resultado de
arduas negociaciones dado que Justo prefera otros candidatos a los que consideraba ms
cercanos o maleables. De todos modos, cada uno a su turno, ni Ortiz ni Castillo ajustaran
sus polticas a los deseos de su elector.
Al igual que Justo, Ortiz crea que la solucin de una situacin critica e irregular y
ahora claramente identificada con el fraude electoral deba realizarse dentro del rgimen
liberal y la Ley Senz Pea; pero en contraste con su antecesor, sus moderadas ambiciones
polticas le permitan imaginar la salida al fraude como una drstica apertura electoral, aun
cuando sta derivara en una administracin radical. Ello no implica que su visin del
radicalismo personalista fuera particularmente optimista, pero confiaba en la capacidad
educadora de la prctica electoral, a la que pretenda ayudar con leyes que obligaran a los
partidos a transformarse en estructuras menos facciosas y ms orgnicas. El paradigma
reformista de 1912 segua conformando una parte importante del pensamiento poltico de
Ortiz, en el cual, de todos modos, aparecieron algunas novedades significativas. Ortiz
estimaba que una prctica electoral normal y correcta era incompatible con las terribles
miserias sociales que deca haber observado en sus giras proselitistas por el interior. Pobreza
y ciudadano elector eran dos realidades incompatibles y de su convivencia slo poda
esperarse el florecimiento de la demagogia, tal como haba sucedido durante el segundo
gobierno de Yrigoyen. Para solucionar este problema, propona una activa intervencin del
Estado, que deba incluir, por ejemplo, la compra y administracin estatal de los ferrocarriles
y otros servicios pblicos bsicos.
La lentitud del desarrollo social y de la regeneracin de los partidos, alentados por la
accin del Estado, no era para Ortiz argumento suficiente para postergar la apertura electoral.
En cambio, otro factor le demandara mayor prudencia: cada avance de su poltica electoral
demolera en igual proporcin las bases de la coalicin que lo haba llevado a la presidencia
y le permita gobernar. Era indudable que la destruccin de las mquinas de fraude electoral
provocara la reaccin de los partidos conservadores y antipersonalistas que mantenan el
control de las situaciones provinciales gracias a este recurso; a ello habra que sumar la
previsible oposicin de Justo, quien vera desbarrancarse una de sus cartas de negociacin en
vistas a su proyecto de retorno a la presidencia en 1943.
As, cuando las denuncias de fraude en las elecciones para la renovacin de
diputados celebradas el 6 de marzo de 1938 se reprodujeron en casi todos los distritos, Ortiz
cumpli su rol en el juego del fraude, asegurando con particular nfasis en la apertura de las
sesiones ordinarias, apenas unas semanas ms tarde, que las elecciones se haban
desarrollado regular y tranquilamente y que las denuncias existentes ya haban sido
giradas a la justicia.
Sin embargo, y a pesar de este inicio, Ortiz pareci estar sinceramente resuelto a
terminar con los casos de fraude ms escandalosos. La declaracin de guerra al fraude se
produjo poco ms de un ao despus, en abril de 1939, cuando decidi la anulacin de los
comicios de San Juan, luego de una eleccin plagada de irregularidades. El conflicto abierto
estall a partir de febrero de 1940 con la intervencin a Catamarca, particularmente
significativa por ser el territorio del vicepresidente Castillo, y sobre todo con la intervencin
de la provincia de Buenos Aires.
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Buenos Aires era un caso muy sensible, porque constitua la base de cualquier
andamiaje electoral de proyeccin nacional y, fundamentalmente, porque el impacto en la
opinin de lo que all suceda era por dems intenso. Desde la asuncin del gobernador
Manuel Fresco, la situacin bonaerense se haba transformado en un tpico de los editoriales
periodsticos de los diarios de la Capital, en parte por sus propios mritos, en parte porque
ofreca el contraste a la vez ms cercano y contundente con la cultura cvica que se atribua a
los ciudadanos del distrito porteo. Exista una tercera razn: la provincia de Buenos Aires
era el escenario de uno de los ensayos conservadores ms notables para lograr una salida al
problema del fraude electoral sin perder el control poltico. Su autor era el gobernador Fresco
quien, a diferencia de Justo y Ortiz, conceba la salida de la crisis a travs de un camino en el
cual era necesario poner un drstico fin a los principios y mecanismos de la Ley Senz Pea.
A partir de una mezcla de modelos que reivindicaba simultneamente el integrismo catlico,
el fascismo europeo y el New Deal de Roosevelt, su proyecto apuntaba a la organizacin de
la sociedad desde el Estado, segn un esquema corporativo. La sociedad organizada desde el
Estado deba ser activamente movilizada en favor de este ltimo, y ste era el rol que Fresco
atribua, junto con otras prcticas como la educacin o la actividad sindical, a los comicios.
Lejos del ideal liberal que otorgaba al sufragio la funcin de conformar la representacin
plural de los individuos y la sociedad en la poltica, lejos tambin del grado de libertad
electoral de los ciudadanos que, a pesar de s misma, admita aquella concepcin totalizante
caracterstica de la cultura cvica argentina, para Fresco la votacin deba ser apenas uno ms
de los tantos rituales de movilizacin de la ciudadana bajo estricto control del Estado. Por
esta razn, no se preocupaba por ocultar la manipulacin del voto lo que supondra el
reconocimiento implcito de una transgresin fraudulenta sino que pretenda exhibirla con
entusiasmo. Su modalidad preferida era el voto cantado, que transformara cada emisin del
sufragio en un ritual de adhesin en el cual la presin estatal poda, naturalmente, ejecutarse
con comodidad.
Sin embargo, cada vez que se votaba los lmites del ideal autoritario de Fresco se
hacan evidentes. Desde los diarios, desde las bancas del Congreso y desde la misma
presidencia, se alzaba a coro un repudio generalizado por lo que, a contramano de la
voluntad del gobernador de Buenos Aires, era concebido simplemente como un fraude. En
lugar de presentar la imagen de una sociedad sin fisuras movilizada detrs del Estado a
travs de una eleccin unnime, la versin ms difundida era la de un gobierno trnsfuga y
sin apoyo ciudadano.
E1 25 de febrero de 1940 se realiz en Buenos Aires la eleccin para gobernador
luego de una clara amenaza de Ortiz contra cualquier posible maniobra de Fresco. ste, a su
vez, pretenda imponer como sucesor al caudillo populista de Avellaneda, Alberto Barcel, a
cualquier precio. Unos das despus, el 3 de marzo, se realizaron con normalidad los
comicios nacionales para renovar la Cmara de Diputados. Fresco haba decidido permitir la
victoria del radicalismo en estos ltimos, para asegurarse la victoria en los primeros. Pero
cuando an no haba resultados firmes de la primera eleccin, y mientras se multiplicaban las
denuncias contra el "escrutinio a conciencia", denominacin dada a la falsificacin de los
resultados electorales, de larga tradicin en la provincia de Buenos Aires, el 8 de marzo Ortiz
envi la intervencin federal a la provincia ante el aplauso generalizado de una amplia
mayora de la opinin pblica.
A cambio de la ruptura con sus aliados de antao, Ortiz poda contar con el apoyo de
un reducido grupo de legisladores antipersonalistas y, en parte, con el de la UCR. Es que la
actitud presidencial no poda sino provocar entusiasmo en Alvear y el Comit Nacional, en
tanto venia a dar aire a una poltica moderada que, para entonces, generaba renovados
disensos internos. Un presidente dispuesto a destruir las mquinas del fraude era la salida
ms evidente, tal vez la nica posible, para un partido que se haba estrellado contra un muro
cuando apost por una impugnacin abstencionista que no cont con el apoyo popular
necesario, y que ahora chocaba contra otro encarnado en la participacin en un sistema que
le vedaba la victoria mediante la violacin sistemtica de las reglas del juego. Esta bocanada
de aire fresco para el Comit Nacional llegaba justo cuando el grupo conocido como Bloque
Opositor amenazaba con quebrar al partido en nombre del yrigoyenismo intransigente.
Una nueva tendencia a la desintegracin partidaria amenazaba con no detenerse, no slo por
el arsenal de crticas contra la actitud del Comit Nacional, sino tambin porque esta
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disidencia poda encontrar en el gobernador de Crdoba, Amadeo Sabattini, un respaldo
institucional de indudable prestigio. La situacin de Sabattini era a la vez cmoda y
expectante: poda mostrarse como el abanderado de la intransigencia, mientras gozaba los
beneficios de su posicin de gobernante posibilitada por la negativa del conservadurismo
local a ejercer el fraude, una indulgencia de la cual Alvear no gozaba.
De todos modos, la transformacin del entusiasmo del Comit Nacional por las
medidas de Ortiz en un apoyo abierto a su gobierno, por dems urgido de tales respaldos,
reconoca un lmite muy rgido en la necesidad de mantener un perfil opositor para no seguir
ofreciendo flancos dbiles a los crticos internos. La situacin para los lderes radicales
distaba de ser sencilla.
Por su parte, la previsible y exacerbada hostilidad de los conservadores hacia el
gobierno se canaliz en una serie de ofensivas destinadas a contrarrestar el apoyo que la
apertura electoral de Ortiz cosechaba en la opinin pblica. Para ello, comenzaron a ventilar
varios escndalos que supuestamente involucraban al presidente. El ms resonante fue el
vinculado con la compra de terrenos en El Palomar, que no slo busc el descrdito de Ortiz,
sino tambin el de su ministro de Guerra, el general Mrquez. La eleccin de este segundo
blanco no era ingenua: Mrquez y el Ejrcito eran piezas fundamentales en la poltica
presidencial.
Sabedor de que la apertura del sistema electoral desatara una lucha entre fuerzas
muy parejas, Ortiz busc desde un primer momento el crucial respaldo del Ejrcito que,
convocado por el presidente, paulatinamente volvi a instalarse en el rol de rbitro de la
situacin poltica. Algo parecido haba sucedido en 1930, pero sobre esta similitud inicial se
destacaban novedades significativas que modificaron sustancialmente las caractersticas de la
intervencin castrense en la vida poltica a comienzos de los aos cuarenta. Por un lado, el
escenario general sobre el que deban actuar era ahora infinitamente ms disputado y
complejo; por otro, quien convocaba a la oficialidad en su favor no era un caudillo militar
que, como Justo, poda asegurarse el control de la fuerza. Esta vez era un dirigente civil
quien deba dialogar con los oficiales de igual a igual. Finalmente, las propias caractersticas
internas del Ejrcito venan modificndose en los ltimos aos, tan sorda como
profundamente.
Durante su presidencia, Justo haba logrado mantener al Ejrcito relativamente
alejado de la prctica poltica. Siendo a la vez cabeza del Ejecutivo y el ms importante
caudillo de la institucin, sabia bien que l era el principal beneficiario de este perfil
prescindente y profesionalista. De all su preocupacin por mantener cierto equilibrio
interno, evitando repetir la actitud pendular y facciosa que habla caracterizado la circulacin
de los mandos durante la dcada anterior. Pero una vez fuera del gobierno y ante la
eventualidad de conflictos internos generados por la bsqueda de apoyos iniciada por Ortiz,
ese mismo equilibrio que otrora haba beneficiado a Justo como presidente multiplicaba
ahora la fuerza de los potenciales contendientes instalados en posiciones de poder. Por
debajo de este complejo panorama coyuntural, venia producindose un proceso que
transformara de raz los valores y comportamientos de los oficiales ms jvenes.
Siendo Justo ministro de Guerra, en 1927 monseor Copello haba asumido la
direccin del vicariato castrense, y de su intensa actividad en el cargo nacera una relacin
destinada a tener profundas consecuencias polticas. Decidida a dejar una marca indeleble en
la formacin de una oficialidad a la que vislumbraba como un factor de poder sin igual, la
Iglesia ofreci a los jvenes oficiales una visin del mundo de marcado contenido antiliberal,
integrista, corporativa, furiosamente nacionalista, antisemita, autoritaria, antidemocrtica y
antiparlamentaria. Esta concepcin no slo se present como una alternativa atractiva frente
a la desorientacin producida por la crisis mundial del liberalismo, sino que entusiasm
especialmente a los hombres de armas, ya que les reservaba un lugar de privilegio como
portadores de las virtudes de la ascendente nacin catlica. La guerra civil espaola,
seguida con inters y entusiasmo por sacerdotes y oficiales, consolid esta identidad agresiva
y mesinica que fue amalgamando la cruz y la espada en nombre de los mismos valores. Este
proceso fue mucho menos ruidoso que las siempre citadas influencias de los modelos
fascistas europeos pero, por eso mismo, su concrecin fue ms firme, sus avatares menos
dependientes de los cambios coyunturales y sus consecuencias de ms largo aliento.
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A fines de los aos treinta, esta nueva situacin militar ya haba producido cierto
desgaste de la influencia de Justo dentro de la institucin. Su lugar como referente y
pedagogo de una visin a la vez tecnicista y liberal de la sociedad y la poltica, que aos
antes le haba garantizado un prestigio y una hegemona incontrastables, estaba siendo
erosionado por la nueva pedagoga de una Iglesia que l mismo haba privilegiado como gua
espiritual y educadora del Ejrcito. Si entre 1914 y 1928 Justo haba sabido ganarse el favor
de los jvenes oficiales que reciban instruccin en los institutos castrenses, y que ahora
ocupaban lugares importantes en la estructura de mando, las nuevas camadas se estaban
educando con otros parmetros y otros referentes; slo faltaba que una faccin nacionalista y
profundamente refractaria a la democracia liberal se organizara como tal, encontrara sus
lideres y precisara sus objetivos. Mientras tanto, toda esta erosin no alcanzaba para
modificar un dato que todos reconocan: a pesar de tener que enfrentar una situacin ms
compleja, Justo control el sector ms poderoso de la oficialidad del Ejrcito hasta su muerte
en enero de 1943. La institucin armada seguira siendo el ms fiel y determinante capital
poltico de Justo.
Ortiz tambin conoca este dato y, para tratar de contrarrestarlo, utiliz toda la fuerza
institucional del Poder Ejecutivo y el respaldo ofrecido por el general Mrquez. Ante la
previsible reaccin de Justo, se desat la lucha dentro de la institucin: aunque un grupo
importante se encolumn con el ministro, el sector ms numeroso apoy a Justo. Esto le
alcanz para detener un movimiento de fuerza interno planeado por el general Mrquez en
favor de Ortiz, a pesar de lo cual el presidente juzg que el apoyo conseguido era suficiente
y se lanz contra las mquinas de fraude.
El conflicto abierto entre el presidente y el principal caudillo militar posibilit la
organizacin y el sostenido ascenso del sector de oficiales nacionalistas. Este cambio fue
alentado por el mismo Justo que, siguiendo lo que para l era una conocida, segura y eficaz
estrategia, apostaba a dividir las aguas y promover los extremos para maniobrar con mayor
soltura y presentarse como nica solucin a la vez firme, moderada y confiable.
LA GUERRA Y LA UNIN DEMOCRTICA
A pesar de las intervenciones de provincias en contra del fraude, la presencia de
Ortiz en la Casa Rosada era la nica garanta que permita mantener el precario equilibrio de
la situacin poltica y militar junto con toda la estrategia de apertura electoral. Su
desplazamiento del cargo consecuencia de una enfermedad que lo postrara primero y lo
llevara a la muerte en julio de 1942 seal, por consiguiente, su drstico final.
Sin embargo, las actitudes de Ortiz, sumadas a la situacin internacional provocada
por el estallido de la guerra mundial en setiembre de 1939, comenzaron a modificar las
condiciones del escenario poltico local. En su mensaje de apertura de sesiones de 1939,
Ortiz se quejaba por lo que consideraba el abandono de las perspectivas y tradiciones
nacionales en la poltica argentina. Esta queja presidencial vena a hacerse cargo de un
fenmeno que, a pesar de su crtica, apenas comenzaba su desarrollo: la paulatina
importancia de las imgenes polticas internacionales para dar sentido a las situaciones y
definir las opciones locales. Mientras las armas hablaban en Europa, esta forma de mirar la
poltica no poda sino favorecer la paulatina polarizacin de las opciones. Ya no se trataba de
una limitada ria de partidos que enfrentaba a radicales, conservadores y socialistas, sino de
una verdadera guerra vital entre la democracia y el nazifascismo.
Este fenmeno se haba insinuado durante la guerra civil espaola, pero sin alcanzar
la misma repercusin. La diferencia se explica, en parte, por la mayor magnitud de la nueva
conflagracin y por las opciones ms tajantes a las que obligaba. Muchos de los que en la
Segunda Guerra Mundial apoyaron decididamente la causa aliada haban visto con escasa
simpata la cercana de la Repblica espaola con el comunismo, y es probable que el mismo
Alvear compartiera esta actitud. De hecho, Alvear se neg a reconocer cualquier paralelo
entre Espaa y el caso argentino, y no dud como buena parte del radicalismo en medio
del entusiasmo electoralista de 1936 en despreciar toda propuesta en favor de la formacin
de un Frente Popular. Sin embargo, tan diferente impacto se explica tambin por la nueva
situacin de la poltica local. El lento alejamiento de Ortiz de la presidencia que se inici a
18
mediados de 1940, y su reemplazo por el vicepresidente Castillo, dieron lugar a un nuevo
escenario conflictivo en el que la UCR quedaba nuevamente sin salida posible.
Todo esto vino a ofrecer las condiciones ideales para la difusin de una visin moral
y guerrera de la poltica, tan dramtica como agresiva y polarizada. En esta clave, radicales y
socialistas promovieron la formacin de una comisin legislativa para investigar
actividades antiargentinas, que, detrs del objetivo de averiguar posibles maniobras nazis
en el pas, se convirti en un resonante foro de oposicin al gobierno de Castillo. Esta
oposicin poda contar incluso con el apoyo del presidente enfermo quien, en febrero de
1941, hizo difundir una proclama pblica atacando las medidas de Castillo en favor del
fraude. Los diarios ms importantes del pas no dudaron en apoyar la declaracin de Ortiz y,
aunque la proclama no lo deca explcitamente, en asociar la poltica de Castillo con los
totalitarismos europeos.
A la distancia, es evidente que Castillo no deba sentir mayor simpata por el Eje y,
llegado el momento, no dud en elegir a Robustiano Patrn Costas, un ferviente aliadfilo,
como sucesor. Pero, en ese momento, importaba poco la veracidad de estas acusaciones, toda
vez que muchas personas las crean ciertas y actuaban en consecuencia. Por otra parte,
Castillo se vea obligado a profundizar su poltica autoritaria, su alianza con los sectores
nacionalistas del ejrcito y la neutralidad para mantener su autoridad, todo lo cual venia a
confirmar, para quienes quisieran creerlo, las inclinaciones nazifascistas del presidente en
ejercicio.
Mientras tanto, la enfermedad de Ortiz avanzaba y, en setiembre de 1941, Castillo
pudo formar su propio gabinete. En varios de los nombres que lo integraban puede intuirse la
fiereza del asalto conservador al gobierno. El nombramiento de un incondicional de Justo, el
general Tonazzi, en la cartera de Guerra, revelaba adems los resultados de una alianza que
haba enfrentado a Ortiz en nombre del fraude. Pero sta era la ltima y efmera concesin de
Castillo, en cuyos planes no haba nada ms alejado que un futuro gobierno de Justo, que
reeditara sus preferencias por el antipersonalismo. Por el contrario, el flamante presidente se
aprestaba a usar el fraude en beneficio de un claro predominio conservador, lo que inclua,
indefectiblemente, la cabeza de la futura frmula para un copartidario.
Para el radicalismo el golpe fue severo: toda la estrategia de Alvear y el Comit
Nacional perda su rumbo sin la presencia de Ortiz en el Ejecutivo. Con la salida electoral
catapultada a un futuro impreciso e incierto, slo quedaban en pie las acusaciones de su
complicidad con el oficialismo y los sucesivos escndalos polticos. Estas criticas arreciaban,
preferentemente en boca de disidentes radicales que de esta manera pensaban rescatar una
mstica identitaria sin advertir hasta dnde contribuan involuntariamente a sepultarla. El
desconcierto radical fue tan agudo que en los comicios nacionales de marzo de 1942 la UCR
perdi varios distritos en los que no se adulteraron sus resultados. El caso ms significativo y
resonante fue el de la Capital Federal, donde resign la mayora frente al socialismo. Por otra
parte, esta serie de derrotas volva a poner en cuestin el dogma que hacia del radicalismo
una mayora indiscutible. Desde el Comit Nacional reaparecieron las propuestas de alianzas
a tono con el clima de unin democrtica antifascista que, alimentando un circulo vicioso,
provocaron nuevas criticas y xodos en nombre de la pureza de los principios. Para los
crticos de la poltica unionista, el radicalismo no deba aliarse con nadie al menos por dos
razones. La primera, fundada en la tradicin de la religin cvica, indicaba que la UCR
encarnaba en si misma a la totalidad de la nacin. La segunda, porque esta alianza era hija de
una polarizacin extranjera y, para algunos, no haba ninguna razn que hiciera ms terribles
a los nazis que a los britnicos. Para terminar de complicar la situacin interna, el 23 de
marzo de 1942 mora Alvear, dejando un partido dividido y un vaco de liderazgo que
desnudaba aun ms una crisis que pareca no tener fondo.
A pesar de la debilidad de la oposicin radical, la intencin de Castillo de fundar un
exclusivismo conservador tambin tena lmites muy marcados. Por un lado, slo poda
sostenerse mediante el fraude, lo que reeditara un cclico escenario de trampa y violencia;
por otro, deba contar con una improbable pasividad de la UCR y con el apoyo de un ejrcito
en el que Justo repentinamente convertido en adalid de la democracia como pblico
defensor del ingreso de la Argentina en la guerra y nuevamente volcado a la oposicin
segua teniendo poderosas influencias. Ninguna de estas dos ltimas condiciones estaba
asegurada pero, si en la cuestin radical poco era lo que Castillo poda hacer y, por otra
19
parte, no pareca necesario preocuparse demasiado en virtud de la propia crisis partidaria, el
escenario castrense ofreca, en cambio, algunos caminos para el desarrollo de la estrategia
presidencial. As, Castillo concentr sus esfuerzos en la elaboracin de un acuerdo con el
sector nacionalista. Las condiciones leoninas que tuvo que aceptar el presidente demostraron
hasta dnde se haba invertido el peso especfico de las partes desde 1930.
En efecto, a cambio de su apoyo, a fines de 1942 los oficiales nacionalistas se
alzaron con el Ministerio de Guerra para el general Pedro Pablo Ramrez y con los mandos
ms importantes. Pero ya un ao antes haban obtenido el cierre compulsivo del Concejo
Deliberante porteo, y estuvieron a punto de conseguir el del Congreso Nacional, y el
mantenimiento de la poltica neutralista en la guerra mundial. Mientras las tropas alemanas
se encontraban a las puertas de Mosc, ciudad que gozaba ahora de las simpatas de una
prensa que diariamente le dedicaba sus titulares, Castillo privilegiaba su alianza con los
oficiales y voceros nacionalistas porque crea, probablemente con razn, que era sta su
nica carta para sostenerse en el poder. El fracaso del ambicioso plan econmico proyectado
por su ministro Federico Pinedo le haba mostrado que ni siquiera poda contar con el apoyo
de los poderosos de la economa.
De este nuevo escenario naci a fines de 1942 la posibilidad de un acercamiento
entre la UCR y Justo, quien, finalmente, pareca ver realizada su ilusin de encabezar la
frmula radical o, al menos, la de una eventual Unin Democrtica. Para una parte de los
dirigentes del Comit Nacional, Justo era la nica figura capaz de enfrentar con xito un
posible fraude de Castillo y, sobre esta base, se acercaron al viejo enemigo. El radicalismo
bonaerense vena dando pasos por dems firmes en este sentido. Mientras tanto, Justo
dialogaba con importantes dirigentes conservadores, como Rodolfo Moreno, para
incorporarlos a esta nueva propuesta poltica, al tiempo que comenzaban a abrirse los
primeros comits que proclamaron su candidatura, algunos autoproclamados independientes,
otros, radicales.
Muertos Ortiz y Alvear, Castillo y Justo eran los hombres del momento, pero otra
muerte volvi a modificar el cuadro. En enero de 1943, pocos meses antes de las elecciones,
mora Justo, dando por tierra con toda esta posible estrategia. Castillo pareca no tener
rivales y es probable que, paradjicamente, esa situacin terminara con su capacidad de
negociacin frente a los militares nacionalistas que, sin Justo, se daban cuenta de la
inexistencia de una figura capaz de equilibrar su poder. Pivoteando sobre la cada vez ms
frgil alianza entre el gobierno y la oficialidad nacionalista desde el Comit Nacional del
radicalismo se lanzaron seales firmes ofreciendo la cabeza de su frmula al ministro de
Guerra, el general Ramrez, que haba llegado al cargo por la presin de la oficialidad
nacionalista. La trascendencia pblica de este eventual acuerdo naturalmente enfrent a
Castillo con su ministro. El presidente pidi su renuncia y la respuesta de Ramrez fue su
derrocamiento el da 4 de junio: as se produjo el primer golpe de Estado en el cual el
Ejrcito particip autnoma e institucionalmente, bajo el comando de sus ms altas
jerarquas. Finalmente abandonaba su rol como rbitro, o como soporte de una poltica civil,
para ocupar un lugar como protagonista principal a cara descubierta.
CRISIS, INCERTIDUMBRES Y CONVICCIONES
El golpe de junio de 1943 puso fin a un periodo poltico y, al igual que el golpe de
1930, deja como interrogante pstumo la pregunta sobre qu habra sucedido de no haber
tenido lugar. Como sea, los aos treinta han quedado en la memoria histrica como un
perodo de crisis poltica profunda, una visin que no resulta sorprendente toda vez que la
crisis fue tambin una clave privilegiada de comprensin para los propios contemporneos.
Sin embargo, muchos de los rasgos de esta crisis estaban inscriptos en las modalidades que
la poltica argentina haba asumido a partir de la ampliacin de la participacin electoral
producida en 1912.
La modalidad electoral diseada en la reforma de 1912 y el ejercicio concreto del
voto se instalaron en la cultura poltica argentina, a la vez, como un mecanismo institucional
y aritmtico de promocin de representantes y como un ritual social. En el primer sentido, la
presencia de las mayoras y minoras se encontraba garantizada segn una propuesta que
20
intentaba prescribir un sistema bipartidario a travs de la aplicacin de la lista incompleta.
Por su parte, la Constitucin delimitaba los controles y contrapesos del funcionamiento
republicano. Sin embargo, el ejercicio de voto fue tambin el momento culminante de un
ritual colectivo cuya importancia en la conformacin de las identidades y los valores sociales
an no ha sido iluminada en toda su dimensin. Lo que parece claro es que una de sus
consecuencias fue que las frmulas institucionales republicanas quedaron completamente
opacadas por la construccin de identidades polticas fundadas en visiones totalizantes y
deslegitimadoras del otro. se era justamente el significado de la causa radical y la razn
conservadora, incapaces de considerar legtima la existencia de una oposicin.
sta no era una caracterstica novedosa, pero el crecimiento de la participacin
electoral ampli su dimensin y sus consecuencias. Lo que hasta 1912 haba sido parte de los
discursos de unos actores que no necesitaban consagrar su posicin en elecciones
competitivas, luego de esta fecha se convirti en una de las herramientas ms formidables
para el ejercicio de la poltica. Como suceda en otras tantas experiencias de Occidente, la
poltica democrtica de masas con su necesidad de construir mayoras electorales en
pblicos amplios y heterogneos tenda naturalmente a dramatizar las consignas y la
expresin de los valores. De esta manera, se fue consolidando un sistema poltico cuyos
actores se vean a s mismos como amigos o enemigos, como mayoras indiscutibles, como
poseedores de razones verdaderas e incontrastables. En coyunturas de relativa tranquilidad,
estas caractersticas no provocaban consecuencias demasiado espectaculares, pero, en
momentos de crisis, derivaban fcilmente en acciones violentas.
En los aos posteriores a 1930 se abri un juego poltico en el cual la repulsin por
la alternancia termin eliminando todo rastro de unas reglas de juego comunes. En la escena
resultante, gobierno y oposicin fueron vaciando los comicios de todo su sentido ritual e
identitario: el primero, incapaz de abandonar la pblica transgresin de los principios que lo
sostenan; la segunda, atrapada en una poltica moderada, en parte elegida y en parte
impuesta por las circunstancias, que daba aliento tanto a las criticas como a las tendencias
centrifugas. Lo que resulta significativo de los comicios de 1942 no es tanto la derrota
radical, sino el escaso entusiasmo que despertaron, incluso, cuando se trataba de criticar al
fraude; la poltica local slo transmita incertidumbres y una creciente anomia. El profundo
impacto que los clivajes de la guerra mundial produjeron en los discursos polticos locales
desnuda un abandono parcial de los principios autctonos, pero, a la vez, revela la
perduracin de los marcos de una cultura poltica gustosa de las versiones extremas de la
realidad.
Sin embargo, no debe contundirse la coyuntura de 1942 y 1943 con un cambio de
largo plazo. En poco tiempo, el sufragio volvera a adquirir un poderoso sentido social,
recuperando su funcin de ritual identitario cada vez ms efectivo a la hora de expresar una
matriz totalizante y negadora del otro. Las incertidumbres de 1943 daran paso a
convicciones firmes con una notable rapidez.
21
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Desarrollo Econmico Vol 24 N93. 1984.
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1
CONFLICTOS INSTITUCIONALES
DURANTE EL PRIMER GOBIERNO RADICAL:
1916-1922
ANA MARIA MUSTAPIC
*
Introduccin
Las elecciones presidenciales de 1916 son recordadas, con muy
justificadas razones, por el resonante triunfo que otorgaron a la Unin
Cvica Radical. Este hecho termin por eclipsar otro no menos
relevante: la singular distribucin del poder a que dieron lugar los
cmputos electorales. En efecto. Mientras que el hasta entonces
principal partido de la oposicin, la Unin Cvica Radical, obtena la
primera magistratura en manos de Hiplito Yrigoyen, la elite
tradicional continuaba controlando ambas cmaras del Congreso.
El rgimen poltico, apenas abierto en 1912 a la participacin
popular, era sometido as a un temprano y severo test. La muy
pareja distribucin de las fuerzas polticas en el plano institucional
-resultado deseado por cierto de la divisin de poderes y del principio
de pesos y contrapesos adoptados en la Constitucin de 1853-
amenazaba con paralizar el aparato gubernamental. Revesta
urgencia, pues, la bsqueda de una salida; la cual, es necesario
enfatizar, conllevaba una carga adicional: el modo mismo de la
resolucin del problema constitua un aspecto fundamental para las
pretensiones de legitimidad del experimento democrtico inaugurado
con la reforma electoral de 1912.
Hasta ese entonces el sistema poltico haba estado dominado por
una elite que recurri a la cooptacin pero sobre todo al fraude para
mantenerse en el poder. En una medida nada desdeable, dicho
mecanismo -basado en la interposicin de irritantes y efectivos
obstculos a la emergencia de liderazgos alternativos en el nivel
gubernamental- empuj a la oposicin a crecer fuera de los lmites
creados por el rgimen oligrquico. En otros trminos, estimul la
creacin del partido "antisistema", personificado, en el caso que nos
ocupa, por la Unin Cvica Radical.
*
Centro de Investigaciones Filosficas, CONICET, Buenos Aires.
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Fue precisamente en un intento revolucionario, el de 1890, que la
UCR hizo su aparicin en la escena pblica. Reivindic la libertad del
sufragio y en pos de ella sent las bases de un movimiento que se
expres tpicamente a travs de la abstencin electoral y la actividad
conspirativa. Dado que los hombres del radicalismo compartan con
quienes detentaban el poder una misma visin del progreso
econmico, social y cultural del pas, su identidad termin
cimentndose en un clivaje que, revestido de un tono moral, opona
la democracia -"la causa"- a la oligarqua -"el rgimen"-.
La negativa del radicalismo a avalar con su participacin
elecciones fraudulentas, su renuencia a ser cooptado en el gobierno y
las revueltas que encabez, alertaron a la elite dirigente acerca de la
vulnerabilidad de un sistema de poder basado en la exclusin de
importantes segmentos de la sociedad. Estos conformaban un amplio
estrato medio surgido como consecuencia de los formidables cambios
econmicos y sociales operados en la Argentina a fines del siglo
pasado. En esas nuevas capas sociales fue, precisamente, donde la
UCR comenz a recoger creciente apoyo. Preocupadas por las
consecuencias de su marginacin poltica, prominentes figuras de la
elite, tales como Joaqun V. Gonzlez o Carlos Pellegrini,
contribuyeron, a comienzos de 1900, a dar forma a una mentalidad
ms favorable al cambio. En 1912, durante la presidencia de Roque
Senz Pea, las aspiraciones del ala reformista de la clase dirigente
se vieron satisfechas con la sancin de un nuevo rgimen de
elecciones.
La ley electoral sancionada, conocida tambin como ley Senz
Pea, no slo cre mecanismos eficaces para prevenir el fraude,
dando respuesta as a las demandas del radicalismo. Estableci,
adems, el voto obligatorio e incorpor un sistema de distribucin de
los cargos que aseguraba a las minoras la representacin en el
gobierno. La expansin de la participacin poltica y la
institucionalizacin de la oposicin constituan rasgos prcticamente
inditos dentro de una tradicin poltica, caracterizada por la ausencia
de la competencia pacfica por el poder
1
. As, la ley Senz Pea tena
por finalidad adecuar las prcticas polticas a las normas de un orden
constitucional que hasta all haba servido para regular las relaciones
1
Para un anlisis del rgimen conservador, vase Natalio BOTANA: El orden
conservador, Sudamericana, Buenos Aires, 1977.
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dentro de la clase gobernante al tiempo que era conspicuamente
ignorado en lo que se refiere a la relacin de sta con los gobernados.
Los cambios introducidos creaban, pues, las condiciones para la
democratizacin poltica pero, contra las optimistas expectativas que
haban acompaado su sancin, no iba a ser conducida por los grupos
en el poder. Las elecciones de 1916 insinuaban, a primera vista, una
tarea compartida cuyo objetivo deba ser el afianzamiento de las
nuevas reglas del juego poltico. En realidad, como veremos a
continuacin, abran un interrogante.
Como ya lo sealramos en los prrafos iniciales, las elecciones
de 1916 dejaban planteado un impasse institucional. La Constitucin
de 1953 haba querido que el Poder Ejecutivo y el Legislativo fueran
rganos colegisladores. Esto significaba que ninguna iniciativa que
tuviera como meta la sancin de una ley poda prosperar sin control
con el apoyo de ambas ramas de gobierno. Pero, cmo evitar los
riesgos del estancamiento cuando el presidente perteneca a un
partido y los legisladores a otro? Desde un punto de vista terico que
toma por referencia el marco constitucional pueden esbozarse dos
respuestas posibles.
Por un lado, ms acorde con el espritu de las normas -ajenas
necesariamente a la filiacin partidaria de los gobernantes-, la actitud
sugerida era la de la cooperacin. Una relacin armoniosa entre los
poderes ejecutivo y legislativo permitira superar el empate al que los
enfrentaba la paridad de fuerzas. Por otro, era factible buscar, all
donde las normas no se pronunciaban claramente, el modo de
cambiar el equilibrio implcito en la Constitucin, transformando, ya
sea la presidencia o la legislatura, de poder concurrente en autoridad
exclusiva.
En los hechos, ambos caminos fueron transitados durante la
primera presidencia de Hiplito Yrigoyen (1916-1922). Se apel a la
cooperacin all donde las diferencias entre los dos principales grupos
polticos no eran decisivas, esto es, en lo atinente al modelo de
desarrollo econmico para el pas
2
. Esta convergencia, que creaba un
espacio para la negociacin, garantizaba asimismo cierta fluidez a la
2
Las coincidencias entre radicales y conservadores se encuentran bien ilustradas en
los siguientes trabajos: Marcos KAPLAN: "Poltica de petrleo en la primera
presidencia de Hiplito Yrigoyen (1916-1922)", Desarrollo Econmico, vol. 12, N
45; Peter SMITH: "Los radicales argentinos y la defensa de los intereses ganaderos,
1916-1930", Desarrollo Econmico, vol. 7, N 25; Joseph S. TULCHIN: "El crdito
agrario en la Argentina, 1910-1926", Desarrollo Econmico, vol. 18, N 71.
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actividad legislativa. La ruptura se dio, previsiblemente, en el campo
poltico. El slogan radical que opona "la causa" a "el rgimen"
anticipaba ya que el partido no estara dispuesto, una vez en el
poder, a otorgar a sus adversarios la legitimidad que les haba
negado desde la oposicin.
Para abordar la problemtica esbozada, nuestro enfoque pone
especial nfasis en el papel desempeado por las creencias y el
marco institucional en la produccin de las tensiones que marcaron el
trnsito del rgimen oligrquico al democrtico.
El sistema de creencias ha estado presente en los anlisis polticos
pero no ha sido estudiado con suficiente detalle. Las explicaciones
centradas en torno del concepto de crisis de legitimidad -que alude
justamente a las creencias vigentes- se coloca las ms de las veces
en los momentos en que dicho fenmeno se expresa con mayor
transparencia. Esto es, pareciera que los golpes militares
constituyeran la condicin necesaria para argumentar acerca de la
prdida de legitimidad de los gobernantes o del rgimen poltico. Lo
que est ausente es una reflexin acerca del proceso de gestacin de
la crisis as como el de la problemtica que la preside. Interrogarse
sobre la legitimidad de un rgimen poltico en sus orgenes
contribuye, sin duda, a comprender su posterior evolucin. A nuestro
entender el proceso de democratizacin argentino no tuvo en sus
comienzos una identidad bien definida. Como trataremos de
demostrar, los principales protagonistas polticos del perodo
sostuvieron visiones opuestas acerca del rgimen democrtico
deseable.
En cuanto a las consideraciones respecto del marco institucional,
los estudios sociopolticos argentinos han carecido, en general, de
una tradicin que los recogiera en sus reflexiones. Ms bien, aquellos
han privilegiado un anlisis centrado sobre las fuerzas sociales, los
intereses en pugna, sus formas de organizacin y lucha. Dicha
perspectiva prescinde de la consideracin de la estructura formal del
rgimen poltico. No contempla, en consecuencia, la funcin
reguladora que ste puede cumplir y el modo en que favorece,
obstaculiza, modifica a orienta el comportamiento de los distintos
sectores como tampoco la incidencia de stos sobre el mismo aparato
institucional. Nuestro propsito es rescatar esta dimensin del
anlisis poltico sin pretender con ello sustituir sino complementar los
enfoques ya ensayados.
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Utilizando estas herramientas analticas, el presente trabajo est
dedicado al estudio de las conflictivas relaciones existentes entre el
Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo durante el primer gobierno
radical. Nuestro propsito es dar cuenta de su naturaleza poltica y de
sus repercusiones en el campo poltico-institucional. Con ese objetivo
estudiaremos la interpelacin parlamentaria y la intervencin federal,
dos figuras constitucionales que nos permitirn caracterizar el
conjunto de creencias en las que respaldaron sus divergentes
posiciones el gobierno, por un lado, y la oposicin en el Congreso, por
otro. Estas creencias estn, a nuestro juicio, en el centro del conflicto
poltico-institucional que domin la relacin entre ambas ramas de
gobierno. Dicho conflicto, en el que estaba en juego la distribucin
del poder poltico, afect los mecanismos constitucionales, poniendo a
prueba su flexibilidad pero al precio de crear profundas tensiones en
el sistema poltico.
La interpelacin parlamentaria
Apartndose del esquema estrictamente presidencial, los
constituyentes argentinos incorporaron en el captulo perteneciente a
las atribuciones del Congreso una prctica cuyo origen se encontraba
en los regmenes de tipo parlamentario. Recogiendo una tradicin
gubernamental europea, el art. 63 -a l nos estamos refiriendo-
conceda a los miembros del Congreso el derecho de reclamar la
presencia de los ministros del Poder Ejecutivo para que
proporcionaran los informes o respondieran a pedidos de informacin
previamente solicitados
3
.
A diferencia del modelo en el cual se inspir, dicha prctica no
comportaba sancin de tipo alguno ni tena consecuencias directas:
esto es, no daba lugar a una mocin de censura. La interpelacin
parlamentaria -as designada, quizs impropiamente- tan slo abra al
Congreso la posibilidad de criticar pblicamente las polticas y
actividades del Poder Ejecutivo. No obstante, implicaba ejercer cierto
tipo de control, cuanto menos el que resultaba de colocar al gobierno
a la defensiva. La inclusin de este mecanismo dentro de un diseo
institucional esencialmente presidencialista puede ser visto como un
3
El texto del art. 63 es el siguiente: "Cada una de las cmaras puede hacer venir a
su sala a los ministros del Poder Ejecutivo para recibir las explicaciones o informes
que estime convenientes".
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intento de hacer del Ejecutivo, de por s dotado de amplios poderes,
un rgano ms abierto y responsable.
Entre 1854 y 1916 las interpelaciones formuladas por la Cmara
de Diputados haban recibido una respuesta de parte del Poder
Ejecutivo altamente satisfactoria. De las 181 que se formularon
durante ese perodo slo 20 fracasaron, fuera porque los ministros no
concurrieron a la Cmara o porque decidieron presentar los informes
requeridos por escrito en vez de hacerlo en persona
4
. Pero durante la
primera presidencia de Yrigoyen, de las 36 interpelaciones votadas
por la Cmara, 17, prcticamente la mitad, quedaron sin ser
atendidas adecuadamente. Este dato podra sugerir una cada en
desuso de la aparentemente inocente disposicin constitucional. La
historia es ms compleja, sin embargo. Como trataremos de mostrar
a continuacin, las vicisitudes de la interpelacin parlamentaria son
un signo elocuente del grado de hostilidad que domin las relaciones
entre el Poder Ejecutivo y el Congreso.
Producido el ascenso al gobierno por parte de Hiplito Yrigoyen, la
primera interpelacin no se hizo esperar: la suscit la reaccin de los
parlamentarios conservadores ante la ausencia del presidente en la
tradicional ceremonia inaugural de los trabajos del Congreso y el
escueto mensaje que, en su nombre, ley el secretario del Senado.
Tamao desplante fue explicablemente explotado por los grupos
opositores que despus de la derrota de 1916 convirtieron a la
defensa de las normas constitucionales en su principal resguardo. En
la ocasin era el mismo presidente de la Nacin quien no haba
honrado el mandato del art. 86, inc. 11; todo cuanto ofreca en
cumplimiento de su deber de dar cuenta al Congreso "del estado de
la Nacin, de las reformas prometidas por la Constitucin",
recomendado "a su consideracin las medidas que juzgue necesarias
y convenientes", era un lacnico mensaje de pocas lneas
5
. Sin
mayores discusiones y a pedido de los diputados conservadores
Rodolfo Moreno y Jos Arce, la Cmara de Diputados aprob la
mocin que solicitaba la presencia del ministro del Interior para que
ofreciera las explicaciones del caso
6
.
4
En N. G. MOLINELLI: La interpelacin parlamentaria, Buenos Aires, 1973.
5
Las frases entre comillas son del art. 86, inc. 11, que, adems, estableca en su
primera parte que el presidente "hace anualmente la apertura de las sesiones del
Congreso".
6
Diario de Sesiones de la Cmara de Diputados (DSCD), 1917, vol. 1, op: 59-62.
Ana Mara Mustapic. Conflictos Institucionales Durante el Primer Gobierno Radical: 1916-1922.
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7
El ministro del Interior no concurri al Congreso pero envi, en
cambio, un mensaje del Poder Ejecutivo, del cual transcribimos sus
prrafos ms importantes:
Ante los inusitados trminos de esa resolucin, [el Poder Ejecutivo] debe
recordar a vuestra honorabilidad que la Constitucin Nacional ha determinado
con exactitud en sus sabios preceptos las atribuciones que corresponden a los
tres poderes del Estado y las ha deslindado con tal precisin que haga
imposible para ninguno de ellos extralimitar las propias sin invadir de hecho las
de los dems y sin alterar el justo equilibrio y el plano de perfecta igualdad en
que ella los ha colocado... Las cmaras estn autorizadas a requerir los
informes o explicaciones destinadas a ilustrar sus deliberaciones o que le sirvan
de antecedentes para llenar y cumplir su misin de poder legislador, pero
carece de facultades para emplazar al poder ejecutivo a que responda de
juicios que le son absolutamente privativos. Una actitud contraria a las normas
y reglas mencionadas determinara una verdadera supremaca repugnante a la
carta fundamental de la nacin y que, por lo mismo, el poder ejecutivo no
puede consentir, sin declinar de sus deberes ms esenciales
7
.
Basado en una relectura del principio de divisin de poderes, el
Poder Ejecutivo expona su propia interpretacin del derecho de
interpelacin, limitndolo exclusivamente a la actividad legislativa.
Teniendo en cuenta que en el Congreso el partido Radical se
encontraba an en minora, los dudosos argumentos del Poder
Ejecutivo podan pasar como una hbil maniobra de "diversin",
destinada a evadir el control de los opositores mediante la
interposicin de un engorroso debate institucional.
Previendo quiz la posibilidad de verse envuelta en una
controversia interminable, la Cmara reaccion con cautela y evit
hacerse eco de la provocacin contenida en el mensaje presidencial.
Decidi, de acuerdo con sus procedimientos, someterlo a estudio de
la Comisin de Negocios Constitucionales. A ella tambin se destin la
interpelacin formulada por el diputado socialista Bunge a los
ministros del Interior y de Hacienda. Esta inclusin se debi al hecho
de que el pedido fue contestado por escrito a pesar de haberse
requerido la presencia en la Cmara de ambos funcionarios
8
.
El 13 de junio la Comisin present su informe. En el mismo se
daba a entender que la respuesta del Poder Ejecutivo a la primera
7
Mensaje del Poder Ejecutivo sobre el pedido de interpelacin de la Cmara de
Diputados al ministro del Interior, DSCD, 1917, vol. 1, pp. 100-101.
8
Pedido de informes de la Cmara de Diputados al Poder Ejecutivo, DSCD, 1917,
vol. 1, pg. 74.
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8
interpelacin haba tenido origen en un mal entendido, en "haber
tomado [el Poder Ejecutivo] la invitacin de la Cmara como una
conminacin o emplazamiento"
9
. A esta conclusin se haba llegado
luego de las conversaciones mantenidas por los miembros de la
Comisin con el ministro del Interior. Este, adems, les haba
asegurado que "el mensaje del Poder Ejecutivo no importaba un
desconocimiento de las atribuciones de la Cmara"
10
. Las
explicaciones recibidas parecieron satisfacer a los diputados
integrantes de la Comisin, quienes daban con ellas por concluido
este particular incidente. Pero, la suerte corrida por el frustado
pedido de interpelacin del diputado Bunge les permiti reafirmar, si
bien indirectamente, las atribuciones de la Cmara. La Comisin
sugiri la aprobacin de una resolucin declarando que corresponda
a la Cmara, no a los ministros, decidir la forma en que deban ser
suministrados los informes. La medida recibi el voto unnime de los
diputados
11
.
La primera colisin entre el Poder Ejecutivo y el Congreso no
estaba destinada, sin embargo, a concluir apaciblemente. El mensaje
con el que el presidente se avino al final a completar la breve
declaracin del da de la apertura del Congreso hizo estallar la
polmica institucional. Algunos de sus prrafos son harto conocidos
pero merecen ser transcriptos una vez ms:
Con un dogmatismo absoluto, la Repblica ha reconquistado sus poderes
para conjurar los males, extinguir las anormalidades, corregir los errores,
destruir el rgimen ms falaz y descredo de que haya mencin en los anales
de la Nacin... nada se ha sustrado a su influjo: en lo poltico todas las
trasgresiones, en lo financiero todos los desaciertos, y en lo administrativo
todas las irregularidades... Desagraviada la Nacin en su honor, y restaurada
su soberana, corresponde proceder a su reconstruccin institucional y
administrativa... Al realizar esta tarea... no hacemos sino ejercitar el mandato
del pueblo argentino...
12
.
La encendida retrica de Yrigoyen poco contribuy a disipar la
atmsfera de recelo que rode la inauguracin de su gobierno. Sus
palabras causaron ante todo indignacin: la oposicin se uni para
9
Despacho de la Comisin de Negocios Constitucionales, DSCD, 1917, vol. 11, pp.
20-21.
10
Ibd.
11
Ibd.
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9
destacar que nunca un presidente se haba dirigido al Congreso de la
Nacin en trminos parecidos, que nunca se haba antepuesto el
papel de dirigente partidario al papel ms propio de estadista que
corresponda a su alto cargo. A esta reaccin general sigui otra que
no se detuvo simplemente a condenar un estilo sino a precisar su
significado. Mario Bravo, diputado socialista, opuso a la perspectiva
grandiosa bajo la que Yrigoyen colocaba el desenlace de 1916 una
visin inspirada en una tradicin que podemos llamar
constitucionalista, al preguntarse: "Acaso este acto sencillo [se
refiere a las elecciones] ...puede significar en modo alguno otra cosa
que un movimiento normal en la vida de la democracia?"
13
Visto
desde esta ptica, el mensaje del presidente apareca como un acto
de hostilidad por lo menos gratuito. Aunque Yrigoyen se considerara
portavoz de un mandato histrico, no poda por s slo emprender,
desde el Poder Ejecutivo, la misin que le haba sido confiada. La
severa condena a la oposicin mal se corresponda con la distribucin
real del poder institucional, con la vigencia de mecanismos constitu-
cionales que hacan de los representantes parlamentarios los socios
obligados de la tarea gubernamental. El conflicto que enfrent al
Poder Ejecutivo y al Senado poco tiempo despus dibuj con claridad
los perfiles del dilema. En mayo de 1917 Yrigoyen haba solicitado la
aprobacin por la Cmara Alta de los nombramientos hechos para
integrar la Comisin Municipal que, provisoriamente, deba hacerse
cargo de la administracin de la Capital Federal. En una votacin
ajustada, 10 contra 9, el Senado neg su consentimiento en mrito a
que todos los nombres propuestos por Yrigoyen correspondan a
miembros activos del Comit Radical de la Capital. El presidente
insisti con su pedido, acompandolo esta vez de actitudes que
causaron irritacin. En primer lugar, el mensaje fue conocido por la
prensa antes que por su destinatario. En segundo lugar, al darlo a
publicidad, transgreda el trmite secreto que habitualmente reciba
este tipo de asuntos en las deliberaciones de la Cmara Alta.
El intercambio de notas entre el Ejecutivo y el Senado permite
ilustrar las respectivas posiciones. La del presidente se encuentra
resumida en el siguiente prrafo:
12
Mensaje del presidente de la Nacin al Honorable Congreso de la Nacin DSCD
1917, vol. 11, pp. 360-361. Tambin en Luis RODRIGUEZ YRIGOYEN: Hiplito
Yrigoyen, 1878-1933, Buenos Aires, 1933, pp. 111-113.
13
DSCD, 1917, vol. 11, pg. 385.
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10
La circunstancia de que los miembros de la comisin vecinal sustenten los
ideales triunfantes en los comicios de que surgiera el actual gobierno de la
Nacin... lejos de ser observable, responde a un propsito previsor, y a los
rgidos principios de la lgica, de moral poltica y de ordenada administracin.
Ha surgido este gobierno de una consagracin del sentimiento pblico... por su
plena intransigencia para juzgar los atributos morales del bien comn
perseguido, y los ms altos ideales de la libertad, de civilizacin y de progreso
(...) El Poder Ejecutivo consider que mientras se realice la eleccin comunal
deba designar ciudadanos que en el corto perodo de la actuacin deparado a
sus actividades, constituyera una asamblea homognea, cuya unidad de
principios y de accin hiciese la obra comn ms fcil y eficaz (...) Este
gobierno, que es el pueblo mismo, pues considera ser su expresin fidedigna...
hubiera acatado la resolucin de Vuestra Honorabilidad en su facultad de
denegar acuerdos para los nombramientos si ello no hubiese afectado el
concepto que los inspir, alterando as en su esencia el espritu de una medida
justa y necesaria
14
.
El impacto del mensaje de Yrigoyen se reflej inmediatamente en
la nueva votacin que realiz el Senado. Esta vez, por 22 votos
contra 4, los senadores insistieron en mantener su posicin original y
acusaron al presidente de apartarse de las normas democrticas:
[El Senado] ha credo y cree que los nombramientos propuestos por el
Poder Ejecutivo, dada la filiacin poltica uniforme y militante de las personas
designadas, son inconvenientes dentro de un buen concepto de gobierno
democrtico porque el rgimen de las unanimidades en los cuerpos
deliberantes conspira contra el buen manejo de los intereses pblicos toda vez
que el control se limita por la solidaridad que crea el vnculo partidista,
desapareciendo as la responsabilidad de los funcionarios... la representacin
de las minoras, como necesarios elementos de control en el gobierno, es un
derecho universalmente reconocido hoy y ha sido incorporado en nuestra
legislacin positiva, en la ley electoral que nos rige, en la de organizacin
municipal vigente... de manera que puede decirse con verdad que los
nombramientos hechos vulneran el derecho de las minoras
15
.
Justificando su controvertida decisin, Yrigoyen adujo, en primer
trmino, la necesidad de gobernar eficazmente. Por lo que hizo suyo
el muy econmico argumento segn el cual la presencia de intereses
contrapuestos demora la adopcin de las decisiones en una situacin
de emergencia. La segunda tesis presentada en la polmica era, en
cambio, ms sustantiva. De acuerdo con ella, el carcter
extraordinario de la representacin que investa otorgaba legitimidad
14
Diario de Sesiones de la Cmara de Senadores, 1917, vol. 1, pp. 716-717.
15
Ibd., pg. 717.
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11
a su visin del bien comn en tanto principio poltico general. Fue
sobre este punto que se detuvo el Senado en su respuesta,
destacando que la representacin de las minoras es parte constitu-
tiva de un rgimen democrtico. En la defensa del papel de las
minoras subyace la idea de que el inters general es ante todo el
resultado de un proceso de deliberacin y no algo previamente
definido y a la espera de ser ejecutado, como pareca entenderlo el
presidente Yrigoyen. Bastaba pues, en la lgica de la argumentacin
del Senado, que el radicalismo, preservando una posicin
mayoritaria, incorporara en una condicin minoritaria a los
socialistas, por ejemplo -en virtud de su peso electoral en el distrito-,
pare que el conflicto se encaminara a una solucin.
Tal fue, de hecho, el desenlace que se insinu cuando, luego de la
doble negativa del Senado, los miembros de la comisin municipal
presentaron su renuncia: ese gesto abri la posibilidad de una
negociacin. Pero Yrigoyen volvi a cerrarla al emitir inmediatamente
un decreto solicitando a los funcionarios renunciantes la permanencia
en sus cargos. De esta manera ratificaba sus derechos, mientras que
el Senado careca de mecanismos viables para reafirmar sus
atribuciones.
As las cosas, el Comit Radical de la Capital consider oportuno
salir en apoyo del presidente. Con ese fin, organiz una demostracin
pblica en protesta contra la mencionada decisin del Senado, al
tiempo que censuraba tambin a la Cmara de Diputados. Esta ltima
acababa de cuestionar el decreto presidencial por el que se dispona
la intervencin a la provincia de Buenos Aires. La oposicin, por su
parte, encabezada por socialistas y demcrata progresistas replic
organizando actos pblicos en defensa de la autonoma del Congreso.
Las calles vinieron a ser el marco de la confusin reinante en la vida
poltica ante la imposibilidad de precisar consensualmente el lugar
donde estaba localizado el poder para gobernar
16
.
Hacia el trmino de las sesiones de 1917 el Poder Ejecutivo no
haba variado su actitud. La respuesta que mereci la ltima
interpelacin del ao, promovida, entre otros, por un diputado
radical, fue breve y cortante. Recurriendo una vez ms al expediente
de la respuesta por escrito, el Poder Ejecutivo haca saber a la
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12
Cmara que respecto del asunto en cuestin -las razones de la
reorganizacin de colegios secundarios en las provincias de La Rioja y
Catamarca- haba procedido "en virtud de facultades propias confe-
ridas por la Constitucin Nacional, en la oportunidad que ha estimado
conveniente y teniendo en cuenta las razones de mejor servicio
pblico"
17
.
Las elecciones parlamentarias de 1918 modificaron el panorama
poltico en un punto importante: la UCR obtena la deseada mayora
en la Cmara de Diputados. Ahora sta se compona de 56 radicales,
8 radicales disidentes, 6 socialistas, 14 demcratas progresistas y 31
representantes de los partidos conservadores
18
. Las primeras cuatro
interpelaciones se sucedieron sin tensiones, pero stas reaparecieron
en momentos en que el proceso que llevara a la clebre reforma
universitaria de ese ao se encontraba en plena ejecucin. La Cmara
aprob la interpelacin al ministro del Interior solicitada por el
diputado socialista Juan B. Justo con motivo de la movilizacin
estudiantil. Una cuestin de alcances tan vastos mereci tan slo una
respuesta por escrito en la que, nuevamente, el Poder Ejecutivo
insista en afirmar sus atribuciones exclusivas
19
.
El hecho de que el Poder Ejecutivo reabriera el debate
constitucional -no obstante contar con la mayora en la Cmara Baja-
parece revelar que su actitud no obedeca meramente a un clculo
poltico para eludir a la oposicin. Quiz por ello, la Comisin de
Negocios Constitucionales decidi responder en el mismo terreno en
el que el presidente haba colocado el conflicto. La defensa estuvo,
significativamente, a cargo del diputado radical Vicente C. Gallo:
El Poder Ejecutivo aparece atribuyndose en el caso ocurrente y por
deduccin lgica en los dems que ocurran, la facultad de rever las resoluciones
de las cmaras a los efectos de resolver si los informes y las explicaciones que
sta solicita son, a juicio de aqul, procedentes o no (...) Comprendo que los
hombres puedan incurrir en error, en exageracin... pero el hecho de que existe
ese peligro, ...no sera razn suficiente para atribuir la facultad de rever al Poder
Ejecutivo, el cual a su vez se hallara expuesto a los mismos inconvenientes (...)
16
Para una crnica de los actos organizados por los distintos partidos, vase: La
Nacin, 1 de julio, 16 y 17 de agosto de 1917, y La Vanguardia, 1 de julio y 3 y
12 de agosto de 1917.
17
Mensaje del Poder Ejecutivo a la Cmara de Diputados, DSCD, 1917, vol. VI,
pg. 237.
18
Composicin de la Cmara de Diputados de la Nacin, 1912-1943, publicacin
oficial de la Cmara de Diputados, Buenos Aires, 1956.
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13
Y entre que la Cmara corra el riesgo de equivocarse ella ejercitando una
facultad suya por la Constitucin, a que la Cmara quede subordinada a la
consecuencia de los errores posibles de otro poder al considerar sus
resoluciones, me parece que para la Cmara no puede haber duda en la opcin:
tiene que reivindicar para s, en su integridad, la facultad que la Constitucin le
atribuye de solicitar los informes y las explicaciones que ella, la Cmara, estime
convenientes
20
.
En efecto, tal fue la posicin de la Cmara de Diputados: al
someterse la declaracin a votacin nominal fue aprobada por todos
sus miembros con la nica excepcin del diputado radical Dlfor del
Valle
21
.
Presumiblemente irritado por la censura de sus propios
correligionarios, Yrigoyen decidi tener la ltima palabra. Las
interpelaciones, escribi al Congreso, estn "inspiradas en mviles
polticos", en tanto el derecho de interpelacin ha sido introducido en
la Constitucin para asistir la tarea legislativa. El Congreso,
continuaba el presidente, "no tiene facultad... para reprochar ni
corregir los actos del Poder Ejecutivo que slo pueden ser juzgados...
con las formalidades del juicio poltico"
22
.
Si Vuestra Honorabilidad se pretende con facultades para que el Poder
Ejecutivo le d cuenta del resultado de las medidas tomadas en la Universidad
de Crdoba, y an reclama ms, que le diga lo que se propone hacer en
adelante, Vuestra Honorabilidad ejerce un dominio superior que en manera
alguna tiene visos de justificacin ni de explicacin siquiera, ante la divisin de
poderes (...) Si el Poder Ejecutivo hubiera consentido en esa exigencia, Vuestra
Honorabilidad pronuncindose sobre el caso ocurrente la hubiera aprobado o
desaprobado, con lo que hubiese ejercitado una superintendencia sobre el
Poder Ejecutivo que perdiendo as su identidad propia, quedara subordinado y
por tanto dejara de ser un poder para convertirse en una autoridad
dependiente de Vuestra Honorabilidad
23
.
El presidente concluy su declaracin en el tono ya familiar de
este perodo:
Vuestra Honorabilidad ha incurrido... en censuras que no ha debido
pronunciar porque no tena facultad poltica para hacerlo ni llegar jams a
19
Mensaje del Poder Ejecutivo a la Cmara de Diputados, DSCD, 1918, vol. II, pg.
455.
20
Vicente C. Gallo: Desde la tribuna, Buenos Aires, 1934, pg. 207.
21
DSCD, 1918, vol. IV, pg. 202.
22
En RODRIGUEZ YRIGOYEN, op. cit., pp. 224-227.
23
Ibd.
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tener mayor celo ni probidad por los intereses pblicos que el Poder
Ejecutivo
24
.
Con este mensaje, el conflicto que opona al Poder Ejecutivo y al
Congreso quedaba expuesto sin ambigedad. El presidente entenda
que se subordinaba a la legislatura si consenta en facilitarle la
informacin que le era solicitada: no vea en ello un medio para
promocionar sus polticas ante la opinin pblica. De all que los
comentarios crticos a su gestin lejos de ser aportes eventualmente
tiles para la toma de decisiones equivalieran a censuras inadmisibles
que deban, a su turno, ser desconocidas.
Desde 1919 y hasta el final de la presidencia la Cmara de
Diputados aprob 18 interpelaciones. En slo tres ocasiones los
ministros accedieron al pedido; cinco interpelaciones fueron
contestadas por escrito y el resto no recibi respuesta alguna. En una
oportunidad, el ministro cuya presencia haba sido requerida por la
Cmara asisti a ella pero tan slo para expresar la conocida posicin
del Poder Ejecutivo respecto del derecho de interpelacin. Una vez
pronunciada su breve declaracin, el ministro se retir del recinto
25
.
Un ltimo incidente que merece ser comentado se produjo en
1921, cuando el presidente neg una vez ms el derecho del
Congreso a controlar la actividad del Ejecutivo. Los argumentos son
ya conocidos:
Una vez ms Vuestra Honorabilidad me impone la ingrata exigencia de
reiterarle mi categrico desconocimiento a sus pretendidas facultades
constitucionales para erigirse en contralor del Poder Ejecutivo y reclamarle
exponga los motivos por los cuales no ha cumplido una ley (...)
Compenetrado de mi alta funcin y de las determinantes histricas del
grandioso movimiento de opinin que represento, cuya finalidad es la
realizacin de una obra reconstructiva de inconstitucionalidad moral y poltica,
no puede, no debe acceder a desvos que importaran una renuncia a tan
sagrados mandatos y de lo que jams me har solidario. Niego pues... a
Vuestra Honorabilidad la pretendida atribucin que invoca erigindose hasta
con la agravante de ser una simple rama de un poder, en superintendente de
otro poder que lo es completo (...)
26
.
24
Ibd.
25
Vase DSCD, 1918-1919, vol. VI, pp. 304-305.
26
Mensaje del Poder Ejecutivo a la Cmara de Diputados, DSCD, 1921, vol. II, pp.
437-438.
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Significativa fue esta vez la reaccin en el Congreso. La Comisin
de Negocios Constitucionales consider que:
Infringira grave ofensa a los principios democrticos que determinan su
existencia y menospreciara al pueblo de la Repblica cuya representacin
ejerce por eleccin directa y universal si consintiera en aceptar, ni como
enunciado terico, ni como episodio circunstancial, los conceptos y los trminos
del referido mensaje del Poder Ejecutivo
27
.
La posicin defendida por Vicente Gallo tres aos atrs no cont
ahora con el mismo respaldo en la bancada radical. Durante el
debate, el lder del bloque mayoritario, Len Anastasi, dejaba
entrever que la UCR comenzaba a comprender el mensaje de su lder:
"Si es que estamos sometidos a la ley de las mayoras -sostuvo-,
cmo se puede pretender que sea una minora la que oriente la
poltica del Poder Ejecutivo, la que le d reglas de conducta, la que le
d normas a sus actos, en su oportunidad o en su inoportunidad?"
28
.
La controversia alrededor de la interpelacin parlamentaria puso
de manifiesto un conflicto central para la suerte del experimento
democrtico inaugurado en 1916. Es nuestra opinin que los
argumentos utilizados por las partes en pugna no pueden ser vistos
apenas como argucias retricas destinadas tan slo a dotar de un
ropaje ms digno a la ms elemental lucha por el poder. La discusin
sobre el derecho de informacin asentado en el art. 63 de la
Constitucin se coloc ms all del enfrentamiento previsible entre
gobierno y oposicin para proyectarse en el plano ideolgico. All se
confrontaron dos concepciones excluyentes acerca de los principios
en torno de los cuales deba organizarse el nuevo rgimen poltico.
Tomando en primer trmino los argumentos constitucionales
invocados, la Cmara de Diputados, por un lado, y el Poder Ejecutivo,
por otro, siguieron lneas de interpretacin divergentes. La Cmara de
Diputados se atuvo tanto a la letra del art. 63 como a los
antecedentes histricos en la materia. Ambas fuentes tendan a
favorecer una visin ms amplia del papel que le caba al Congreso
en el esquema constitucional, no slo como cuerpo legislativo sino
como rgano de control. Si en el pasado las prcticas fraudulentas
haban contribuido a oscurecer esta ltima funcin, la reforma electo-
27
Dictamen de la Comisin de Negocios Constitucionales, DSCD, 1921, vol. II, pg.
604.
28
DSCD, 1921, vol. II, pp. 614-615.
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ral vena ahora a darle plena vigencia, asegurando la representacin
de las minoras dentro del sistema institucional. La interpelacin
parlamentaria constitua precisamente uno de los mecanismos de los
que dispona el Congreso para ejercer aquel papel y as lo entendi la
mayora en la Cmara de Diputados -aunque, como hemos visto, con
menos entusiasmo hacia el final de la primera presidencia de
Yrigoyen.
El Poder Ejecutivo, por su parte, recurri a una concepcin rgida
de la divisin de poderes segn la cual cada una de las tres funciones
gubernamentales deba recaer sobre otras tantas instituciones
especficas. Esto le permiti sostener que el Congreso era un cuerpo
exclusivamente legislativo y, por lo tanto, la informacin que la
presidencia estaba autorizada a proveerle deba vincularse
necesariamente con dicha actividad. Obviando las dificultades de
interpretacin que trae aparejada la doctrina presidencial -cules
son los criterios para determinar qu es o deja de ser objeto de
legislacin?-, no parece exagerado afirmar que ni el texto de la
Constitucin, ni su espritu, como tampoco las prcticas anteriores,
abonaban la posicin sostenida por Yrigoyen. Lo que en este contexto
merece subrayarse es que al negarle legitimidad a los mecanismos
implcitos de control -como lo era la interpelacin parlamentaria- para
admitir tan slo los explcitos -el juicio poltico-, el Poder Ejecutivo
protega sus actos detrs de la impunidad con la que la Constitucin
haba formalmente dotado al cargo presidencial. Al no pesar sobre
sus decisiones la amenaza del juicio poltico, el presidente poda
tomarse libertades, como de hecho las tom, que excedan
indudablemente sus poderes.
La oposicin, por su lado, no se limit tan slo a apoyar la tesis de
la autonoma del Congreso sino que reivindic lo que consideraba
constituan los valores implcitos en la Carta Fundamental y en la
reforma electoral. Para esta visin el efectivo ejercicio y respeto de
los derechos de las minoras era un punto esencial del ordenamiento
poltico. Considerada retrospectivamente, conociendo el posterior
desarrollo de los acontecimientos, es legtimo dudar de la sinceridad
con la que los grupos conservadores y sectores del radicalismo se
presentaron como defensores de la Constitucin y las instituciones
republicanas. Es ms difcil, en cambio, sospechar de la autenticidad
con la que los socialistas -y no necesariamente aquellos que ms
tarde crearon el Partido Socialista Independiente- se preocuparon en
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afirmar los derechos de la oposicin, dando pruebas de su vocacin
parlamentaria. Precisamente fueron sus representantes en la Cmara
de Diputados los que ms pedidos de interpelacin formularon al
gobierno de Yrigoyen. Este hecho es explicable puesto que era una de
las pocas instancias con las que contaba para hacer or su voz desde
las esferas de gobierno. Esta presencia era tanto ms necesaria
cuanto que el Partido Socialista competa con la UCR por el electorado
de la Capital Federal. En lo que respecta a los conservadores, ellos
contaban an con la poderosa arma del Senado.
As planteado el conflicto en su doble faz: institucional (Poder
Ejecutivo-Congreso) a ideolgico (radicalismo-oposicin), qu
posibilidades de resolucin posea dentro del marco constitucional? La
intervencin federal ofrece una respuesta.
La intervencin federal
Si se tienen en cuenta las bases ideolgicas del conflicto
planteado a propsito de la interpelacin parlamentaria se
comprender fcilmente la razn por la cual la intervencin federal se
convirti en una de las herramientas predilectas del presidente
Yrigoyen. Para ello es preciso considerar los aspectos que a
continuacin detallamos.
En primer trmino, el principio federal adoptado por los
constituyentes argentinos, en comparacin con su modelo
estadounidense, limit notablemente la autonoma poltica de las
provincias. Esta observacin se desprende de la lectura del ambiguo
prrafo inicial del art. 6: "El gobierno federal interviene en el
territorio de las provincias para garantir la forma republicana de
gobierno...
29
. Nada aclaraba el texto respecto de las circunstancias
bajo las cuales la forma republicana de gobierno se considerara
amenazada como tampoco sealaba quin deba decidir -entre los
rganos que integraban el gobierno federal- si lo estaba. Es cierto
que la vaguedad del art. 6 poda haber sido subsanada, con mayor o
menor precisin, por una ley del Congreso o mediante jurisprudencia
sentada por la Suprema Corte. Pero cuando el Congreso sancion
29
El texto completo del art. 6 es el siguiente: "El gobierno federal interviene en el
territorio de las provincias para garantir la forma republicana de gobierno, o repeler
invasiones externas, y a requisicin de sus autoridades constituidas para
sostenerlas o restablecerlas si hubiesen sido depuestas por la sedicin o por
invasin de otra provincia".
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Desarrollo Econmico Vol 24 N93. 1984.
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leyes en la materia fueron vetadas por el Poder Ejecutivo, y cuando la
cuestin lleg a la Suprema Corte, sta deneg su competencia,
declarando la intervencin federal "cuestin poltica"
30
. De este modo
la decisin de intervenir invocando la clusula inicial del art. 6
quedaba librada a la discrecionalidad de las autoridades centrales,
quienes incluso podan tomarla sin requisicin de los gobiernos
provinciales.
A la discrecionalidad se le suma un segundo aspecto: la
arbitrariedad. Esta se originaba en la particular posicin del Poder
Ejecutivo respecto del Legislativo. La prctica concedi a ambos
rganos de gobierno la facultad de sancionar la intervencin, pero el
Poder Ejecutivo se encontraba en una situacin ms ventajosa para
lograr sus propsitos. Nada impeda que el presidente decretara una
intervencin federal sin consultar al Congreso; bastaba con que lo
hiciera durante el receso parlamentario. Tampoco mediaba la
obligacin de solicitar la aprobacin de la legislatura cuando sta
reanudaba sus deliberaciones. En cambio, de ser el Poder Legislativo
quien tomara manos en el asunto, sus iniciativas s estaban sujetas a
la opinin del presidente. Este siempre poda recurrir al veto para
expresar su desaprobacin. En dicho caso, a menos que contara con
un Congreso hostil en sus dos terceras partes, el presidente se
hallaba en condiciones de imponer su voluntad.
Un ltimo aspecto que conviene destacar hace referencia a los
fines polticos perseguidos con las intervenciones federales. Uno de
sus principales objetivos fue la bsqueda de aliados en las provincial
y se explica por la participacin de stos en la formacin del gobierno
central. Constitucionalmente, cada provincia formaba un distrito
electoral; en l se elegan tanto a los integrantes de las Juntas de
Electores para presidente y vicepresidente como a los diputados
nacionales. Adems, las legislaturas locales tenan a su cargo la
eleccin de los dos senadores que representaban a cada provincia en
el Congreso de la Nacin. De aqu la importancia de las elecciones
nacionales y provinciales y la posibilidad de supervisarlas y
manipularlas por medio de la intervencin. En este sentido, es
necesario tener en cuenta que la intervencin federal pona a
disposicin de las autoridades nacionales, en especial del presidente,
30
El primer veto presidencial a una ley que regulaba la intervencin federal fue el
de Domingo F. Sarmiento, en 1869; el segundo, tuvo lugar bajo la presidencia de
Victorino de la Plaza, en 1916. El fallo de la Suprema Corte al que hacemos
referencia es el de "T. M. Cullen c/ B. Llerena", 7 de septiembre, 1893.
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recursos muy valiosos. Al no estar formalmente delimitada la
actividad del enviado del Poder Ejecutivo a las provincias, el
interventor federal poda constituirse en un simple mediador entre las
partes en conflicto o bien convertirse en una suerte de gobernador
supremo, de existir un decreto de disolucin de los poderes locales.
En estas circunstancias, los recursos polticos de las provincial, sobre
todo fuentes de patronazgo y aparato administrativo, quedaban bajo
su control. Estos probaron ser sumamente tiles para el xito de la
empresa intervencionista
31
.
La intervencin colocaba, pues, a las provincias en una relacin de
subordinacin respecto del poder central. Al mismo tiempo, dejaba
las puertas abiertas a la discrecionalidad a incluso arbitrariedad del
Poder Ejecutivo, vistas las escasas posibilidades de ejercer algn tipo
de control sobre sus decisiones. Un presidente como Yrigoyen, tan
decidido a cuestionar la legitimidad de mecanismos tendientes a
limitar sus poderes, se sinti naturalmente inclinado a recurrir a un
dispositivo constitucional que se ajustaba muy bien a su particular
visin poltica y a sus objetivos ms inmediatos. Se trataba de
devolverle al pueblo de las provincias los derechos usurpados por los
gobiernos fraudulentos. El principio invocado era, naturalmente, el de
la "reparacin nacional". Pero se trataba tambin y sobre todo de
obtener el poder para el radicalismo y de consolidar el liderazgo del
Ejecutivo sobre l.
Hemos comentado al principio de este trabajo que las elecciones
de 1916 le dieron a la UCR una victoria parcial pues la oposicin
conservaba an la mayora en ambas cmaras del Congreso. Aunque
a partir de 1918 slo el Senado qued en manos de los sectores
conservadores, los efectos continuaban siendo los mismos: la
oposicin gozaba de un poder de veto en el proceso de decisiones. En
consecuencia, una de las principales inquietudes de Yrigoyen, una vez
en el poder, fue la de revertir la desfavorable situacin en la que se
encontraba su gobierno. Para ello, el partido Radical deba desplazar
a la vieja elite de los gobiernos de provincia -que controlaban en su
gran parte- para intentar obtener su propia mayora en las
legislaturas locales. Nada ms apropiado, entonces, que recurrir a la
intervencin federal con la mirada puesta en la futura composicin
del Senado. Dadas estas circunstancias, poca sorpresa causa el
31
Un anlisis de la intervencin federal bajo los gobiernos conservadores se
encuentra en Natalio BOTANA, op. cit., cap. 5.
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nmero rcord de 19 intervenciones federales sancionadas bajo la
presidencia de Yrigoyen
32
. Con la excepcin de Santa Fe, el resto de
las provincias -trece- se vieron sometidas por lo menos una vez a la
intervencin del gobierno nacional.
Asimismo, los nmeros son harto elocuentes respecto de la
preeminencia del Poder Ejecutivo: 15 intervenciones fueron decididas
por decreto presidencial y slo 4 contaron con el concurso del
Congreso
33
. Las razones de este predominio son obvias: Yrigoyen no
poda contar con el respaldo del Senado para llevar adelante sus
planes intervencionistas. Es comprensible entonces que ste se
convirtiera en otro mbito de conflicto entre Yrigoyen y la oposicin:
Desde un principio el presidente no ocult sus intenciones de evitar la
interferencia del Congreso en el uso de esta facultad: la intervencin
federal a la provincia de Buenos Aires -abril de 1917- se sancion una
semana antes de que el Congreso iniciara sus sesiones ordinarias.
Asimismo, la primera intervencin a la provincia de Mendoza
-diciembre de 1917- se decret dos das antes de que el presidente
convocara al Congreso a sesiones extraordinarias. Pero quiz la
demostracin ms clara de desdn hacia el cuerpo legislativo haya
sido la intervencin a San Luis, sancionada por Yrigoyen en los
primeros das del mes de mayo cuando, constitucionalmente, deba
haberse iniciado el perodo legislativo
34
. En vano las voces de la
oposicin se alzaron para juzgar el hecho como una grave violacin
de los privilegios y prerrogativas parlamentarias
35
.
Igualmente, Yrigoyen vet los pocos intentos realizados por el
Congreso para circunscribir la intervencin del gobierno central a las
provincias. Cuando la oposicin contaba an con la mayora en ambas
cmaras, vet dos leyes: una que regulaba la intervencin a Buenos
Aires y otra que declaraba la intervencin a Crdoba. En este ltimo
caso, el presidente rechaz la ley aduciendo lo limitado de sus
alcances; esper el receso parlamentario para sancionar luego un
decreto que le aseguraba mayor libertad de maniobra
36
. El ltimo
32
Comprese dicha cifra con las 40 intervenciones sancionadas entre 1880 y 1916.
33
Materiales para la reforma constitucional, La intervencin federal, Comisin de
Estudios Constitucionales, Buenos Aires, 1957.
34
Cuando se sancion el decreto de intervencin, el 8 de mayo de 1919, el
Congreso no haba iniciado an sus sesiones ordinarias.
35
Vanse las discusiones suscitadas en la Cmara de Diputados entre junio y julio
de 1919.
36
Vase el mensaje presidencial que acompaa el veto a la ley de intervencin a
Crdoba, en RODRIGUEZ YRIGOYEN, op. cit., pg. 192.
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veto, en 1921, recay sobre una ley que fijaba el calendario electoral
para la provincia de San Luis, intervenida haca ya ms de dos aos.
Al justificar la decisin, Yrigoyen no ocult su disgusto ante la actitud
del Congreso, seguramente porque la medida haba contado con la
aprobacin de sus correligionarios:
No puedo dejar pasar en silencio la nueva irreverencia que implica esa
imposicin en el proyecto de ley, sobre todo por su sentido deliberativo y por
los juicios que indujeron a su sancin que provocan en mi espritu una repulsa
a la que no puedo sustraerme
37
.
A pesar de que la provincia de San Luis permaneca intervenida
desde 1919, el presidente no estaba dispuesto a tolerar que se
sospechara de sus intenciones. Como lo indicara en el mismo
mensaje, saba "perfectamente bien" que no era un "gobernante de
orden comn" sino "un mandatario supremo de la nacin para cumplir
las justas aspiraciones del pueblo argentino". El presidente reclamaba
confianza en la naturaleza extraordinaria de su liderazgo antes que
deferencia respecto de mecanismos institucionales recelosos de un
poder sin controles. Naturalmente, la perspectiva presidencial no era
compartida por la oposicin. Pero frente a una intervencin por
decreto, que le presentaba una situacin de facto, sta careca de
canales efectivos para desempear una funcin supervisora.
No fueron estas las nicas manifestaciones de la escasa
cooperacin entre el Poder Ejecutivo y el Congreso. A ttulo ilustrativo
puede mencionarse la demora incurrida por el presidente en
implementar la ley del Congreso que intervena la provincia de San
Juan. Pasaron tres meses antes de que Yrigoyen decidiera dar
cumplimiento a la ley y enviara al interventor federal. Interin, fue
asesinado Amable Jones, uno de los gobernadores de San Juan (la
provincia se hallaba en la particular situacin de poseer dos aspi-
rantes al cargo)
38
.
Garantizada la impunidad de sus decisiones, Yrigoyen procedi sin
dificultades a fijar amplios criterios para determinar los alcances de
su poltica intervencionista. De acuerdo con las directivas del Poder
Ejecutivo deba procederse, por un lado, a renovar "todos los poderes
37
Mensaje presidencial a la Cmara de Diputados, DSCD, 1921, vol. V, pp. 17-19.
38
Un estudio ms pormenorizado de este episodio puede encontrarse en Celso
RODRIGUEZ: Lencinas y Cantoni. El populismo cuyano en tiempos de Yrigoyen,
Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 1979.
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ilegtimos" y, por otro, a procurar el mantenimiento "de los
constituidos legalmente"
39
.
Los gobiernos provinciales ilegtimos eran, por definicin, aquellos
controlados por los grupos conservadores. La "reparacin nacional"
deba alcanzarlos ya que el pueblo "al plebiscitar su actual gobierno
legtimo" haba puesto "la sancin soberana de su voluntad a todas
las instituciones de hecho y a todos los poderes ilegales"
40
.
Consecuentemente, las diez provincias en manos conservadoras
fueron sometidas a la intervencin federal
41
. Todas fueron puestas en
vigor mediante decreto y, con la sola excepcin de Mendoza, el resto
de las provincias vio disueltos sus poderes ejecutivo y legislativo y,
algunas, la independencia del Poder Judicial amenazada. Slo tres de
estas intervenciones fueron solicitadas por las propias autoridades
locales
42
.
El Poder Ejecutivo no demor en atribuirse en forma exclusiva el
papel de guardin del quehacer poltico provincial. "La autonoma
pertenece al pueblo -escribi el ministro del Interior al gobernador
bonaerense Marcelino Ugarte- y es para el pueblo, no para los
gobiernos"
43
. Siendo el presidente el verdadero representante del
pueblo, no slo estaba autorizado a juzgar la legitimidad de origen de
los gobernantes -esto es, si haban o no accedido al poder a travs de
elecciones fraudulentas- sino el modo en que stos ejercan sus
poderes constitucionales: "El Poder Ejecutivo considera que es su
ms alto deber tutelar la vida poltica en los estados federales"
44
.
Las intervenciones a las administraciones radicales recibieron, de
acuerdo con lo anticipado, un tratamiento diferente. Siete de las
nueve intervenciones que afectaron a los gobiernos de procedencia
radical fueron solicitadas por las autoridades locales; las nicas
cuatro leyes de intervencin sancionadas durante el primer gobierno
39
Mensaje del presidente Yrigoyen al gobernador de Crdoba, 24 de febrero, 1919,
en Memorias del Ministerio del Interior 1918-1919, pg. 66.
40
Considerandos del decreto de intervencin a la provincia de Buenos Aires, en
Memorias del Ministerio del Interior 1916-1917, pg. 50.
41
Las provincias intervenidas fueron: Buenos Aires (mayo, 1917); Corrientes
(noviembre, 1917); Mendoza (noviembre, 1917); Jujuy (diciembre, 1917); La Rioja
(abril, 1918); Catamarca (abril, 1918); Salta (abril, 1918); San Luis (mayo, 1918);
Santiago del Estero (octubre, 1918) y San Juan (octubre, 1919).
42
La solicitaron los gobernadores de Corrientes y San Luis y, conjuntamente, la
legislatura y el gobernador de Jujuy.
43
En Memorias del Ministerio del Interior 1916-1917, Buenos Aires, pg. 40.
44
En los considerandos del decreto de intervencin a la provincia de Corrientes. En
Materiales para la reforma constitucional, op. cit. pg. 316.
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de Yrigoyen afectaron al conjunto de provincias que estamos
comentando
45
.
Los conflictos en los que se vieron envueltas estas provincias
tuvieron un origen comn: los partidos radicales provinciales se
encontraban, las ms de las veces, divididos internamente; esa
divisin afectaba la relacin de fuerzas respecto de los partidos de la
oposicin, modificando, en consecuencia, la distribucin del poder en
las legislaturas locales. Un conflicto tpico se produca cuando una de
las facciones radicales decida aliarse con la oposicin y, al formar
una nueva mayora, dejaba al gobernador sin apoyo legislativo. Para
superar esta situacin, los gobernadores procedan habitualmente a
clausurar la legislatura, provocando as una crisis institucional que
daba paso de inmediato a un pedido de intervencin. Teniendo como
teln de fondo este tipo de conflictos, Yrigoyen enfrentaba una
delicada tarea pues deba arbitrar entre las facciones en pugna. En
estos casos, la intervencin federal estaba llamada a actuar all donde
el carisma del presidente no haba logrado prevenir la emergencia de
rivalidades insolubles entre sus partidarios.
No siempre estas intervenciones concluan con la instalacin de un
gobierno afn a la lnea oficial. Los casos ms conocidos fueron los de
San Juan y Mendoza. Pero, bajo ciertas circunstancias, su sola
amenaza actuaba como eficaz mecanismo persuasivo. As, por
ejemplo, el problema planteado en la provincia de Buenos Aires
finaliz en 1921 con la renuncia del gobernador radical Jos Crotto.
Seriamente amonestado por el Poder Ejecutivo "si bien es cierto que
ha surgido del pueblo, no es menos exacto... que V.E. se ha apartado
de l"-, Crotto apel al Congreso
46
. El propsito de recurrir a una
institucin cuya indefensin para ofrecerle amparo no poda
desconocer se explica quiz como un gesto simblico. Por lo menos le
permiti dejar constancia de ser vctima de una atribucin, de un
"poder nico y exclusivo" que se cerna "como una inmensa amenaza
sobre los estados haciendo de sus gobernadores, titulares precarios;
de sus instituciones, dbiles reglamentos y del poder ejecutivo, un
45
Las provincias de origen radical intervenidas fueron las siguientes: Crdoba
(noviembre, 1917); Tucumn (diciembre, 1917 y noviembre, 1920); Mendoza
(diciembre, 1918, y agosto, 1920, ley 11.039); San Juan (marzo, 1921, ley 11.112,
y septiembre, 1921, ley 11.168); Salta (septiembre, 1921, ley 11.169) y Jujuy
(diciembre, 1921).
46
En Memorias del Ministerio del interior 1920-1921, pp. 129-130.
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poderoso tutor, dueo de las autonomas y providencias de las
libertades pblicas"
47
.
La discrecionalidad y arbitrariedad puestas a disposicin del
Ejecutivo quedaron reflejadas tambin en otros hechos. As, por
ejemplo, cuando Yrigoyen vet la ley del Congreso llamando a
elecciones a la provincia de Buenos Aires, ya intervenida, adujo que
la fecha propuesta por el Congreso no se ajustaba a la Constitucin
provincial: "...el Poder Ejecutivo entiende que la intervencin federal
no puede en modo alguno alterar el rgimen constitucional de los
estados en que ella se practique y la ley dictada por Vuestra
Honorabilidad producira esa consecuencia"
48
. Pero, al tratar los
problemas constitucionales planteados por la intervencin a La Rioja
cambi de opinin. El nuevo interventor a la provincia inform al
presidente que, en su opinin, las elecciones practicadas bajo la
intervencin anterior eran nulas por haberse aplicado la ley nacional
de elecciones en lugar de la ley provincial. En esta oportunidad,
Yrigoyen no pag tributo a las instituciones provinciales y respondi
al interventor: "No se puede... argumentar, moral ni jurdicamente
con la autonoma de los estados para sostener la aplicacin actual de
las leyes del pasado. La autonoma es la que recin ahora se ha de
consagrar y cuando ello se consiga, habr llegado el momento de
amparar sus gobiernos y respetar sus leyes"
49
. Atribuyndose
funciones que normalmente corresponden al poder judicial, Yrigoyen
sostuvo que la ley electoral de la provincia era anticonstitucional pues
otorgaba el voto a los varones nativos mayores de 21 aos, en tanto
la ley nacional prescriba los 18 aos.
Esta misma provincia fue protagonista de otra maniobra poltica
del Poder Ejecutivo central. Dos meses despus de intervenida, La
Rioja fue convocada a elecciones generales. Este era el procedimiento
con el que habitualmente concluan las intervenciones, esto es,
instalando nuevas autoridades provinciales. A pesar de haberse
realizado los comicios, el Poder Ejecutivo posterg en un ao y medio
la aprobacin de los resultados electorales. Tan slo en marzo de
1920 La Rioja logr instalar un gobierno radical. Mientras tanto, las
facciones radicales riojanas, como lo explicara Matas Snchez
Sorondo ante una resignada Cmara de Diputados, se empearon
47
Ibd., pg. 136.
48
En Memorias del Ministerio del Interior 1917-1918, vol. 1, pg. 104.
49
En RODRIGUEZ YRIGOYEN, op. cit., pg. 201.
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trabajosamente en ponerse de acuerdo para la designacin del
gobernador
50
.
Para concluir, la intervencin a Mendoza proporciona otro ejemplo
del tenor de lo que hemos estado comentando. Este caso demuestra
que el presidente no estaba siempre dispuesto a dar crdito a los
informes de los "comisionados nacionales". Estos funcionarios,
creados por Yrigoyen, tenan por misin analizar la situacin poltica
en las provincias. A pedido del partido Radical de Mendoza, Yrigoyen
design a Diego Saavedra para estudiar in situ las acusaciones
formuladas por los radicales contra las autoridades conservadoras.
Pasadas varias semanas, el comisionado present su informe. Las
quejas de los radicales, sostuvo, se deban ante todo a "la ofuscacin
que produce el apasionamiento de la lucha", concluyendo que la
forma "representativa, republicana y federal de gobierno" no se
hallaba "subvertida y la accin de los partidos se desarrolla de
acuerdo con la constitucin y las leyes"
51
. No era esto lo que el
presidente quera or. Antes de dar a publicidad el informe del
comisionado, Yrigoyen decidi intervenir la provincia de Mendoza
sosteniendo que "faltan las garanta primordiales e indispensables
para que el pueblo pueda manifestar su voluntad soberana en la
eleccin de sus mandatarios y no existe la posibilidad de hacer
efectiva la forma republicana, representativa de gobierno"
52
.
La intervencin federal siempre form parte del arsenal poltico
del Poder Ejecutivo y en esos trminos se la utiliz bajo los gobiernos
conservadores. Desde este punto de vista, la presidencia de Yrigoyen
no fue una excepcin. La variedad y naturaleza contradictoria de los
argumentos invocados para justificar las intervenciones federales slo
ratifica el carcter poltico de stas. Sin embargo, donde Yrigoyen
innov fue en el uso extensivo y abusivo que hizo de ellas, con
importantes consecuencias en lo que respecta a la concentracin del
poder en el Ejecutivo y a las perspectivas mismas de consolidacin
del rgimen poltico.
Hemos sealado en otro prrafo que el plan intervencionista de
Yrigoyen careca de respaldo en el Congreso. Podra pensarse que
esta circunstancia actuara como factor de moderacin, pero sucedi
50
Vase Matas SANCHEZ SORONDO: Historia de seis aos, Buenos Aires, s.f., cap.
5.
51
Citado en Celso RODRIGUEZ, op. cit., pg. 49.
52
Considerandos del decreto presidencial por el que se interviene la provincia de
Mendoza, en Materiales para la reforma constitucional, op. cit., pp. 317-318.
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todo lo contrario. Yrigoyen aplic una estrategia de shock -diez
intervenciones en los primeros dos aos de gobierno- destinada a
afectar las posiciones de los conservadores en las provincias. Poco
espacio dejaba para la duda: no sin fundamento se consider que lo
que en definitiva se propona el presidente era asegurarle al
radicalismo una posicin monoplica en el gobierno. Para lograrlo, el
poder de las minoras -que en la especial coyuntura del perodo se
traduca, como hemos dicho, en poder de veto- era soslayado a
travs de una mutacin del equilibrio constitucional; en el gobierno
de Yrigoyen, la intervencin federal pasaba a convertirse de poder
concurrente en atribucin casi exclusiva del Poder Ejecutivo. Por esta
razn, el mayor peso de los argumentos de la oposicin se dirigi
menos a cuestionar la legalidad de las medidas, difcilmente objetable
por otra parte, que a poner en duda su legitimidad. El tema recu-
rrente fue la naturaleza autocrtica de las disposiciones
presidenciales, la ausencia de deliberaciones en el proceso de
formacin de las decisiones pblicas.
Como recurso para afirmarse en el poder, la intervencin federal
era sin duda un medio ideal. No puede sostenerse, sin embargo, que
sirviera igualmente para consolidar al rgimen en formacin. Obtener
el poder y mantenerse en l no son procesos sustituibles. El
desplazamiento drstico y metdico de la oposicin a lugares cada
vez ms marginales del espectro poltico contribua a erosionar la
fuerza legitimante del nuevo gobierno, sospechoso de procurar la
autoafirmacin y autoconsolidacin de los radicales en el poder.
Conclusin
Puede concebirse a la ley Senz Pea como aqulla que intent
sentar las bases de un nuevo compromiso institucional fundado en el
pleno reconocimiento de los derechos polticos de los ciudadanos, as
como en el de las minoras a participar en la gestin de gobierno. Con
su sancin se procur ajustar un marco normativo -hasta entonces
insuficiente- a fin de encauzar el pasaje de un rgimen oligrquico a
uno democrtico. En el centro de esta operacin estaba la bsqueda
de la participacin institucional de la Unin Cvica Radical, que se
haba negado sistemticamente a cualquier entendimiento con la elite
gobernante, optando, en cambio, por la abstencin electoral y la
actividad conspirativa.
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Los cambios introducidos en la legislacin electoral se
propusieron, por un lado, dar satisfaccin a la reivindicacin en torno
de la que el radicalismo haba plasmado su identidad como fuerza
poltica: la libertad del sufragio. Garantizada la libre emisin del voto
perdan justificacin las tcticas revolucionarias del partido. Por otro,
la adopcin del sistema de lista incompleta puso de manifiesto la
voluntad de los grupos dirigentes reformistas de asegurar la
presencia de la oposicin en el gobierno. De ese modo, se responda
al malestar existente sobre la distribucin del poder poltico, el cual,
bajo el imperio del fraude, se hallaba concentrado en manos de la
vieja clase gobernante.
Producida la renovacin presidencial de 1916, que le otorg el
triunfo a Hiplito Yrigoyen, el carcter mismo de la transformacin
que se pretenda impulsar se constituy en un nuevo a inesperado
problema. El radicalismo, formado como partido antisistema bajo la
dominacin oligrquica, no abandon esa postura una vez en el
gobierno. Los fundamentos mismos de las reglas institucionales
vigentes comenzaron a ser objeto de interpretaciones divergentes
entre radicales y conservadores, creando profundas tensiones en el
experimento democrtico iniciado en 1912.
As, las vicisitudes de la interpelacin parlamentaria nos han
revelado la existencia de un conflicto de valores polticos. La
democracia no constitua un ideal en cuya definicin coincidieran los
principales actores del perodo; por el contrario, se delinearon los
perfiles de dos concepciones incompatibles. Por otro lado, el estudio
de la interpelacin parlamentaria y del recurso a la intervencin
federal sirvi para mostrar cmo esa oposicin de principios se
expres en el plano institucional. Atendamos a esa interrelacin.
La posicin sostenida por el presidente Yrigoyen en sus mensajes
era tributaria de una concepcin de democracia ms prxima al tipo
plebiscitario. De ella consideramos pertinente retener: la teora del
mandato invocada y la visin excepcional del rol del presidente.
La teora del mandato esgrimida por Yrigoyen descansa sobre una
nocin de la representacin en la que se vincula elecciones con
autorizacin. Esta vinculacin puede entenderse de diversas maneras,
las cuales, a su turno, afectan la legitimidad de las decisiones del
gobierno. Una cuestin central es la de establecer quin es el que
autoriza y para qu lo hace. El quin puede hacer referencia a
grupos, organizaciones o bien a una entidad colectiva ms amplia,
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como el pueblo, que oficia de autorizante. El para qu puede o no
hacer referencia a contenidos concretos. Si lo hace se tratar de un
mandato delegado; por ste el representante est sujeto a
instrucciones especficas de sus representados. En el caso en que no
se definan contenidos concretos, estamos ante un mandato libre, en
el cual el representante acta de acuerdo con su leal saber y
entender.
Como hemos procurado indicar en este trabajo, Yrigoyen se
conceba como ejecutor de un mandato encomendado por el pueblo.
Pero, dada la ausencia en el partido Radical de una plataforma
electoral -coherente con su propsito de ser un movimiento antes que
un partido-, el mandato se converta, de hecho, en una transferencia
de la voluntad del pueblo en favor del Poder Ejecutivo. De donde se
concluye que Yrigoyen haba sido autorizado por el pueblo para
actuar segn los dictados de su conciencia.
Este razonamiento no agota, sin embargo, la lgica de la
concepcin de Yrigoyen. Es preciso, adems, encontrar razones para
el acto de desprendimiento que realiza el pueblo a los efectos de
garantizar que el ejercicio del poder sea democrtico, esto es, que el
elegido responda efectivamente a los deseos de sus electores. Esas
razones Yrigoyen las busca -y las encuentra- en las caractersticas
extraordinarias de aqul que es depositario de la voluntad popular. El
presidente procur definirse a s mismo como la personificacin de los
valores del pueblo, su lder por excelencia, el guardin del inters
nacional y, sobre todo, como un apstol llamado a cumplir una misin
histrica.
La identidad establecida por Yrigoyen entre presidente y
gobernados llev a ver al Poder Ejecutivo como la realizacin de la
soberana popular. As las cosas, el Congreso dejaba de expresar un
valor democrtico, porque ste ya estaba institucionalmente
expresado en el Poder Ejecutivo, para llenar apenas una funcin
tcnica. Llevada a sus ltimas consecuencias, la visin yrigoyenista
deba terminar considerando al Congreso una institucin obsoleta.
Ms an, vista la primaca de la voluntad del pueblo personificada en
el presidente, ninguna otra estructura institucional dispona de ttulos
para afirmarse. La voluntad popular, nica a indivisible, no admite ser
contradecida, como tampoco tolera obstculos que se interpongan a
la centralidad poltica del lder que la encarna. La nica frmula
institucional reconocida por este tipo de democracia es el plebiscito.
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Desarrollo Econmico Vol 24 N93. 1984.
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Las creencias de Yrigoyen se tradujeron en gestos simblicamente
significativos que pusieron de manifiesto el desajuste entre su visin
del orden poltico y las imposiciones de las normas constitucionales.
As, l sera el primer y nico presidente que decidiera no concurrir
-segn lo estableca la tradicin- a las aperturas anuales del
Congreso, subrayando su desinters por el Parlamento. Ilustrativo fue
tambin el deslizamiento del rol y la funcin decisional hacia el Poder
Ejecutivo. Es verdad que es siempre posible sostener que esta ltima
tendencia no es peculiar sino intrnseca a un rgimen presidencialista
como el argentino. Sin embargo, la distribucin del poder entre 1916
y 1922 no favoreca justamente el desarrollo de dicha tendencia. Slo
poda abrirse cauce a ella marginando a la oposicin. El papel
predominante del Poder Ejecutivo que en el pasado estaba
garantizado por la existencia de mayoras adictas artificialmente
fabricadas por el fraude, ahora se asentaba en las decisiones
unilaterales del presidente.
En la visin de Yrigoyen el consenso mayoritario era el que se
recoga en las urnas -para canalizarlo directamente hacia la
presidencia- y no el que se lograba en el mbito de las negociaciones
en el Parlamento. Lo que coloc tambin a sus propios
correligionarios en el Congreso frente a un dilema. En tanto
parlamentarios, los diputados radicales no podan dejar de concebirse
como representantes del pueblo de las provincias y ver al Congreso
como expresin de las aspiraciones polticas de la Nacin. En este
sentido competan con las pretensiones del Poder Ejecutivo y en ms
de una oportunidad reivindicaron frente a ste al Parlamento como
traduccin institucional de un valor democrtico. A su vez, en su
calidad de mayora radical demostraron compartir el punto de vista
presidencial cuando se trataba de restarle espacio poltico a las
minoras. Su actuacin en el Congreso fue generosa en malabarismos
retricos a travs de los que buscaban conciliar las lealtades
escindidas. As, en la ocasin del debate alrededor de un pedido de
interpelacin, el lder del bloque radical, Len Anastasi, defendi
simultneamente la tesis del presidente y la del Congreso: "El
Parlamento -sostuvo- no tiene facultad de control... En nuestro
sistema existe nicamente el contralor de la ilegalidad de los actos, el
contralor de la inconstitucionalidad, el contralor de los fondos, el
contralor de los gastos y recursos"; pero slo para afirmar ms
adelante que "concepto que el Poder Ejecutivo debe proporcionar las
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informaciones que le sean requeridas, tanto ms cuanto que esas
informaciones pueden concurrir a un fin de legislacin o a un fin de
acusacin parlamentaria"
53
.
La oposicin, por su parte, opt comprensiblemente por colocar al
Congreso en el centro de su argumentacin poltica. Esta fue, en
rigor, una opcin impuesta por las circunstancias puesto que el
Parlamento era el lugar al que haba quedado confinada su influencia
en las instituciones. Pero al hacerlo, al poner el acento en el respeto a
las atribuciones del Congreso, la oposicin se present al debate
envuelta en las banderas de la defensa del orden constitucional. Su
prdica estuvo dirigida a subrayar que la Constitucin argentina, con
la separacin y divisin de poderes, con los mecanismos de pesos y
contrapesos incorporados al juego poltico, pona lmites ciertos a la
pretensin de ejercer el monopolio de la representacin popular.
Desde esta perspectiva, se mostraba dispuesta a considerar legtimas
slo aquellas decisiones gubernamentales que expresaran o se
hicieran cargo de la voluntad mayoritaria tal como sta se formaba
en el proceso deliberativo que tena por sede al Congreso. Pero todas
aquellas decisiones que hicieran caso omiso de ese proceso de
formacin del consenso a travs de la institucin parlamentaria
estaban destinadas, a su juicio, a ser antidemocrticas por definicin;
lo que autorizaba a las minoras a oponerles su resistencia y su
condena.
Planteada de este modo la controversia, para muchos
conservadores, a quienes seguramente la necesidad hizo virtuosos, el
presidente Yrigoyen estaba destruyendo "la confianza en la
estabilidad de las instituciones y el temor reverencial de la
Constitucin"
54
. Algunas, incluso, fueron ms lejos y apuntaron
decididamente al campo extrainstitucional. Aduciendo la violacin de
las normas constitucionales por parte del presidente concluyeron
justificando el derecho de rebelin:
53
DSCD, 1921, vol. 11, pp. 613-617.
54
Discurso de Matas Snchez Sorondo, en la Asamblea inaugural de la
Concentracin Nacional, en SANCHEZ SORONDO, op. cit., pg. 447. La
Concentracin Nacional era una agrupacin de partidos provinciales de origen
conservador, creada para disputar las elecciones presidenciales de 1922. La
integraban los partidos: Conservador de Buenos Aires; Demcrata de Crdoba;
Liberal y Autonomista de Corrientes; Concentracin Popular de Entre Ros; Liberal
de Mendoza; Concentracin Catamarquea; Unin Provincial de Salta;
Concentracin Cvica de San Juan; Liberal de San Luis; Autonomista de Santiago
del Estero y Liberal de Tucumn.
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Creemos que el movimiento armado es el ltimo procedimiento que deben
emplear los ciudadanos y se justifica nicamente en circunstancias extremas,
entre las que debe incluirse, en primera lnea, la existencia de la dictadura.
Cundo existe sta? Cuando los mandatarios desconocen la Constitucin y las
leyes y violan francamente sus prescripciones...
55
.
Entre las razones que llevaron a Yrigoyen a designar a un
moderado como Marcelo T. de Alvear como su sucesor en la
presidencia, habr estado acaso el reconocimiento de la necesidad
de restaurar la confianza en las filas opositoras? Si as fuera, por qu
no concederle al caudillo radical la reluctante admisin de los peligros
que comportaba el conflicto institucional planteado? Esta hiptesis
retrospectiva bien podra servir para justificar la pertinencia del
argumento que hemos avanzado en este trabajo.
RESUMEN
Este artculo se ocupa de los conflictos y las tensiones generadas
por los desajustes existentes entre el marco constitucional y las
creencias polticas durante la primera presidencia de Yrigoyen
(1916-22).
Los resultados de las elecciones de 1916 dieron lugar a una
singular distribucin del poder. Mientras que la UCR acceda a la
primera magistratura, la vieja elite dirigente continuaba controlando
ambas ramas legislativas. Aunque en 1918 pierde el control de la
Cmara de Diputados, su fume posicin en el Senado le permite
retener an un poder de veto en el proceso de decisiones. Dado que
la Constitucin del 53 conceba al Ejecutivo y al Legislativo como
poderes colegisladores la paridad de fuerzas entre radicales y
conservadores amenazaba con paralizar el aparato gubernamental.
Las estrategias posibles eran las clsicas: o se optaba por una
poltica de cooperacin o por una de confrontacin. En el caso de la
confrontacin, se intenta transformar, ya sea al Ejecutivo o al
Congreso, de poder concurrente en autoridad exclusiva. De hecho
esto fue lo que sucedi, tal como es ilustrado en nuestro estudio de la
interpelacin parlamentaria y la intervencin federal. A travs del
55
Discurso de Francisco J. Beazley, presidente de la Concentracin Nacional, La
Nacin, 21 de noviembre, 1921.
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anlisis de este conflicto se intenta mostrar, por un lado, que los
principales protagonistas del perodo sostuvieron visiones opuestas
acerca del rgimen democrtico deseable. Por otro, que ello afect
los mecanismos constitucionales poniendo a prueba su flexibilidad
pero al precio de crear profundas tensiones en el sistema poltico.
SUMMARY
This article focuses on the conflicts and tensions triggered by the
lack of adjustement between the institutional framework and political
beliefs during H. Yrigoyen's first presidential period(1916-22).
The results of 1916 elections gave rise to a peculiar distribution of
political power. While the Radical Party seized the Executive power,
the traditional elite retained its majority in both legislative chambers.
Even when the latter lost control of the Chamber of Deputies, in
1918, its strong placing in the Senate, allowed it to preserve a veto
power.
Since the 1853 Constitution established the Presidency and the
Congress as colegislative powers, the balance of forces between
radicals and conservatives threatened to paralyze government
decisions. In order to deal with this situation, the strategies availables
were the classic ones: confrontation or cooperation. In the case of
confrontation either the Executive or the Congress turns out as
exclusive authorithies instead of being concurrent powers. In fact,
that was the actual outcome of the conflict, as our study of the
parliamentary interpellation and the federal intervention illustrates.
Through the analysis of this conflict we try to show that the main
political actors held opposite views about the desirable democratic
regime. Thus, the constitutional mechanisms were affected, creating
deep tensions within the political system.
Nueva Historia Argentina
Tomo 6
Democracia, conflicto social y
renovacin de ideas (1916-1930)
Ricardo Falcn
(Director de tomo)
Editorial Sudamericana
Buenos Aires
Este material se utiliza con fines
exclusivamente didcticos
NDICE
Colaboradores.......................................................................................................................................... 7
Introduccin......................................................................................................................................... 11
por Ricardo Falcn ................................................................................................................................ 11
Captulo I.
La trunca transicin del rgimen oligrquico al rgimen democrtico
por Waldo Ansaldi................................................................................................................................. 15
Captulo II.
Los gobiernos radicales: debate institucional y prctica poltica
por Ana Virginia Persello...................................................................................................................... 59
Captulo III.
La antesala de lo peor: la economa argentina entre 1914 y 1930
por Juan Manuel Palacio ..................................................................................................................... 101
Captulo IV.
Estado, empresas, trabajadores y sindicatos
por Ricardo Falcn y Alejandra Monserrat ......................................................................................... 151
Captulo V.
Estrategias de las organizaciones empresariales para su participacin poltica
por Silvia M. Marchese ....................................................................................................................... 195
Captulo VI.
La cuestin social agraria en los espacios regionales
por Marta Bonaudo y Susana Bandieri................................................................................................ 229
Captulo VII.
La ciudad y la vivienda como mbitos de la poltica y la prctica profesional
por Ana Mara Rigotti ......................................................................................................................... 283
Captulo VIII.
Militantes, intelectuales e ideas polticas
por Ricardo Falcn .............................................................................................................................. 323
Captulo IX.
La Reforma Universitaria
por Adriana R. Chiroleu ...................................................................................................................... 357
Captulo X.
La literatura argentina durante los gobiernos radicales
por Claudia Rosa ................................................................................................................................. 391
Captulo XI.
El periodismo popular en los aos veinte
por Sylvia Satta .................................................................................................................................. 435
2
CAPTULO II.
LOS GOBIERNOS RADICALES: DEBATE INSTITUCIONAL
Y PRCTICA POLTICA
por ANA VIRGINIA PERSELLO
El 6 de septiembre de 1930 se cerr un ciclo de la historia argentina. El golpe de Estado
que desaloj a Hiplito Yrigoyen del gobierno marc la primera quiebra de la regla de sucesin
del poder establecida en la Constitucin de 1853. Abortaba, de este modo, la intencin de
articular la experiencia liberal afianzada por los hombres del '80, caracterizada por la insercin
de la Argentina en el mercado mundial como pas agroexportador, la unificacin del mercado
interno, la nacionalizacin del Estado y la extensin de los derechos civiles a la democratizacin
de la vida poltica.
El acceso del radicalismo al poder, en 1916, fue posible en la medida que esa intencin -
la ampliacin de la participacin poltica- se tradujo en ley. En 1912, la sancin de la ley
electoral 8.871 incorpor la obligatoriedad y el secreto del voto, poniendo en acto una
universalidad que no se corresponda con su prctica concreta. El principio "cada hombre un
voto" transform la vida colectiva en distintos niveles. Su propsito declarado era evitar el
fraude, la manipulacin del elector; desplazar a los crculos enquistados en el gobierno
reemplazndolos por el juego armnico de partidos organizados que rotan o comparten el poder;
moralizar la vida administrativa eliminando las clientelas del aparato estatal. Es decir, provocar
el pasaje de un sistema poltico que funcionaba de manera excluyente a otro de participacin
ampliada. Sus primeras aplicaciones a nivel provincial le dieron el triunfo al Partido Radical en
Santa Fe, Crdoba y Entre Ros y en el mbito nacional, entre 1916 y 1930, se sucedieron tres
gobiernos radicales, el de Hiplito Yrigoyen y Pelagio Luna entre 1916 y 1922, el de Marcelo
T. de Alvear, entre 1922 y 1928, y el de Yrigoyen y J. E. Martnez, entre 1928 y 1930. La
bandera y el programa del partido eran el cumplimiento estricto de la Constitucin.
Se inici as una nueva experiencia en la que se combinaron prcticas nuevas con viejos
modos de hacer poltica, resistentes al cambio propuesto por la ley. Nuevos sectores se
incorporaron a la prctica del sufragio, lo cual modific la estructura de los partidos que
debieron competir en otros trminos por la conquista del poder, ampliar su aparato y adaptarse a
campaas electorales masivas. Cambiaron la composicin y dinmica del Parlamento; el
radicalismo ocup por primera vez el gobierno y los tradicionales sectores gobernantes, el rol de
la oposicin. El espectro de partidos se ampli, por divisiones de los ya existentes ms que por
el surgimiento de agrupaciones nuevas. Esto fue acompaado por un proceso de
transformaciones en el aparato estatal vinculado con la particular relacin que se estableci
entre gobierno y partido gobernante.
El perodo de los gobiernos radicales, como no poda ser de otro modo, en tanto se trata
de una coyuntura de cambio, estuvo atravesado por un debate -en el que participaron publicistas,
intelectuales, prensa y agrupaciones polticas- sobre el sentido de las transformaciones que se
operaban en la vida poltica. Es decir, la apertura electoral plante como tarea la construccin de
un sistema poltico democrtico, que pusiera en acto los principios representativo, republicano y
federal inscriptos en la Constitucin, y lo que ahora enfrentaba a los diferentes sectores era el
contenido que se le asignaba a cada uno de ellos. En la medida en que el sufragio universal era
un dato dado, el debate atravesaba el diseo institucional. Sus trminos oponan el
presidencialismo con el parlamentarismo y, por ende, discutan el lugar de la soberana; el
principio de legitimidad del gobierno representativo; la forma que deba adoptar el sistema
electoral; la separacin o involucramiento de la poltica con la administracin.
EL GOBIERNO REPRESENTATIVO: PARTIDOS POLTICOS
Entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX se difundieron ideas que
contribuyeron a dar tono a un clima de poca en el que predomin el anlisis del pasado para
comprender el presente y diagramar un nuevo orden. El anlisis de la ingeniera institucional y
de las prcticas polticas conllevaba un diagnstico de crisis moral, intelectual y poltica, uno de
3
cuyos elementos centrales era la ausencia de aquellos partidos que eran la condicin sine qua
non para democratizar y moralizar la vida poltica. En su lugar, predominaba el personalismo,
los crculos de notables y la manipulacin del elector.
La sociologa, la historia, la tradicin cultural y la psicologa aplicada a las masas
fueron utilizadas en el momento de explicar prcticas polticas que se consideraban
distorsionadas en relacin con el orden poltico pensado como deseable. La ampliacin del
sufragio situ a los partidos en el centro de la escena poltica. La poltica de masas requera de
organizaciones para reclutar al elector. Junto con la demanda por una participacin ampliada,
las organizaciones polticas, la prensa y los publicistas demandaban la organizacin de partidos
permanentes y orgnicos. La referencia obligada, el modelo por incorporar, de partidos que se
adaptaran a los cambios propuestos en la ingeniera institucional, eran los partidos ingleses y
norteamericanos, a los que se consideraba estables, orgnicos y disciplinados.
En 1889 haban llegado a la Argentina -a la librera Jacobsen, en la calle Florida- dos
ejemplares de la primera edicin del libro de James Bryce, La repblica americana. El texto
describe la organizacin de los partidos americanos basados en el sistema de convenciones.
stas reemplazaron a los comits que elegan a los candidatos en cnclaves. El sistema de
divisin entre comit y convencin fue adoptado por los dirigentes de la Unin Cvica y se
incorpor a la carta orgnica de 1892, a sugerencia de Jos Nicols Matienzo y Virgilio Tedn,
quienes haban adquirido los ejemplares arriba mencionados. Apareca como una superacin de
las prcticas existentes en el interior del PAN y como un medio de erradicar a las agrupaciones
personalistas nucleadas con fines transitorios alrededor de notables.
Los estatutos de 1892 de la UCR -independientemente de su funcionamiento en la
prctica- proponan conformar una agrupacin permanente, principista e impersonal y establecer
un gobierno descentralizado, dndole al partido una estructura federativa con base en los clubes
(organismos locales que a partir de 1908 adoptarn el nombre de comits).
Se diferenciaban de este modo del Partido Autonomista Nacional (PAN), agrupacin
constituida por grupos de notables provinciales, sin direccin centralizada, y de la que surgan, a
partir de una complicada red de alianzas renovadas en cada coyuntura electoral, los candidatos a
presidente, gobernadores y senadores, sin responder a normativa alguna para seleccionarlos.
Eran el grupo en el poder, y la recurrencia al fraude les evitaba el reclutamiento de adherentes,
la ampliacin de sus bases o la constitucin de un aparato centralizado.
Independientemente del lugar donde se colocara el eje de la argumentacin -historia,
tradicin o prcticas polticas- para dar cuenta de una crisis que se consideraba poltica y moral,
es comn el sentido del progreso con que se lea la historia. La coyuntura de fin de siglo era
pensada, por buena parte de sus contemporneos, como un momento de cambios en sentido
positivo. La visin optimista del futuro opacaba los argumentos escpticos, y la visin
idealizada del funcionamiento del sistema poltico en Estados Unidos e Inglaterra constitua un
horizonte por alcanzar.
Estas ideas se traducan en la creencia en la capacidad regeneradora de la ley. La
reforma electoral constituira a los partidos polticos. Los sectores polticos, la prensa y los
publicistas que la propiciaron apelaban a los grupos de notables -inorgnicos, locales,
transitorios- nucleados alrededor del PAN para que se unificaran y s9 organizaran y al Partido
Radical (UCR), al que se lo reconoca como partido nacional, permanente y orgnico, para que
definiera un programa. La demanda por una definicin programtica se fundaba, tanto fuera
como dentro del radicalismo, en la necesidad de superar el estilo poltico de Yrigoyen, que se
propona como jefatura nica e indiscutida. Las ideas deban reemplazar el enorme peso de su
liderazgo.
A pesar de la generalizada confianza en la virtud de la ley, subsista, en los sectores
gobernantes, cierta incertidumbre frente al futuro poltico. Se tema la dispersin conservadora y
la hegemona del sector radical liderado por Yrigoyen. Las predicciones negativas se
transformaron en constataciones una vez dictada la ley Senz Pea. Fracas el intento unificador
de las fuerzas conservadoras con eje en el Partido Demcrata Progresista -que se constituy en
1914 y tuvo su origen en la Liga del Sur, agrupacin santafesina liderada por Lisandro de la
Torre- y la candidatura de Yrigoyen se impuso en la convencin de la UCR.
El triunfo radical en las elecciones de 1916 oscureci, en parte, la visin optimista de
aquellos sectores liberales y conservadores que apoyaban la ampliacin del sufragio confiando
en la "modernizacin" de los grupos tradicionales. La confianza en que la reforma electoral
constituira sin ms partidos orgnicos comenz a ser puesta en cuestin. Frente al triunfo
radical y la dispersin conservadora la pregunta obligada era si la ley debi ser corolario y no
4
punto de partida de proceso de democratizacin. De hecho, entre 1916 y 1930 se dio un
proceso de dispersin de las fuerzas polticas. No slo las agrupaciones conservadoras
provinciales no constituyeron un partido a nivel nacional, a pesar de sucesivos intentos en ese
sentido, sino que los radicales y los socialistas se dividieron y el Partido Demcrata Progresista
se eclips, quedando nuevamente reducido a una agrupacin provincial.
Las coyunturas electorales, y sobre todo aquellas que implicaban la renovacin
presidencial, actualizaban en la agenda de cuestiones de las agrupaciones conservadoras
provinciales la constitucin de un partido nacional de oposicin que no lleg a sustanciarse
como tal. Los intentos se limitaron a uniones con fines electorales. A mediados de 1921 se
promovi desde el partido conservador de Buenos Aires la unin de las fuerzas contrarias a la
poltica presidencial. La idea de una concentracin opositora comenz a tomar cuerpo, aunque
desde sus inicios se adujo la falta de tiempo para constituirse en partido. Se especulaba, adems,
con una posible escisin en el partido gobernante. La idea era que algunos dirigentes disidentes
del radicalismo mereceran que se les acercara apoyo electoral y poltico. Sin embargo, esta
ltima opcin representaba un camino plagado de inconvenientes. Hay incertidumbre respecto
de la propia consistencia del movimiento rupturista en el radicalismo, que adoptaba, todava, la
forma de manifestaciones aisladas.
Finalmente, la Concentracin Nacional se plasm en septiembre de 1921 y en
noviembre aprob su carta orgnica y eligi autoridades. La presidencia provisional de
Francisco Beazley es reemplazada por la definitiva de Ernesto Padilla. El mandato de los
delegados provinciales a la convencin nacional slo se limitaba a la formacin de una
federacin en la que todos los partidos provinciales conservaran su organizacin y gobierno. El
intento se limit a la definicin de la frmula electoral: Norberto Piero Rafael Nez y al
esbozo de un vago programa: "salvar la democracia" para, una vez restablecido el rgimen de
las instituciones, esbozar soluciones concretas a problemas puntuales. La crtica conservadora al
radicalismo, su ausencia de programa, no pareca haber sido tenida en cuenta en este caso. Al
igual que para el Partido Radical cuando estaba en la oposicin, la consigna era salvar las
instituciones y para ello los conservadores sentan que podan prescindir de un programa porque
constituan una "clase gobernante". El Partido Demcrata Progresista rechaz la invitacin a
sumarse a la concentracin. El argumento de Lisandro de la Torre era que el partido se
desautorizara al incorporarse a una entidad accidental, con fines meramente electorales y
carente de definiciones programticas.
EL PARTIDO GOBERNANTE
El radicalismo, por su parte, se enfrentaba a su nuevo rol de partido de gobierno. Esta
situacin lo obligaba a ocupar escenarios que le eran ajenos, como el Parlamento y la
burocracia, liberando por un lado, tensiones inscriptas en su origen heterogneo y por otro,
incorporando conflictos nuevos que se relacionaban con la superacin del plano de las
abstracciones y los postulados abarcadores para pasar al de las realizaciones concretas en una
coyuntura complejizada por la Primera Guerra Mundial. Adems, la distribucin de los recursos
gubernamentales se transformaba en una arena permanente de disputa.
El radicalismo se haba constituido como partido de oposicin. Sus adherentes se
aglutinaron a partir de una lectura compartida de lo que no funcionaba, de los cambios que
deban producirse para poner en vigencia un rgimen poltico democrtico, que, aunque
inscripto en la propia legalidad oligrquica, era permanentemente escamoteado por prcticas
excluyentes. Sus fronteras, indudablemente laxas, daban cabida a sectores heterogneos e irn
delimitndose en un proceso que implic rupturas, escisiones y alejamientos. Durante la
presidencia de Leandro Alem, el primer conflicto separ a aquellos que estaban dispuestos a
pactar con el gobierno y sent la intransigencia como definicin identitaria.
Muerto Alem, durante la jefatura de Yrigoyen, ciertos referentes cambiaron de sentido,
se llenaron de un contenido nuevo, si bien la defensa de la Constitucin y de la libertad de
sufragio y la moral administrativa siguieron siendo los referentes simblicos a partir de los
cuales los radicales se sintieron pertenecientes a un mismo colectivo.
En el complicado horizonte de las ideas rioplatenses de la segunda mitad del siglo XIX,
Alem se inscriba, "gruesamente", en la tradicin liberal. Asuma la defensa del individuo frente
al Estado y de los municipios y las provincias frente al gobierno central. El orden legtimo era
aquel que limitaba el poder dividindolo y descentralizndolo. La intervencin excesiva del
5
Estado iba en detrimento de la libertad individual. La premisa, entonces, era no gobernar
demasiado. Los poderes del gobierno central deban tener carcter excepcional porque no era
all donde resida la soberana sino en el Parlamento, nica institucin que no ofreca peligro
para los derechos y libertades pblicas y que evitaba el despotismo, y en el gobierno municipal,
germen de las instituciones libres. Junto con la defensa del rgimen republicano y
representativo, Alem defenda el federalismo apoyndose en la historia; estaba inscripto en el
punto de partida de la Argentina, que era la diversidad y no la unidad, en tanto la Nacin era un
resultado.
A diferencia de Alem, la preocupacin de Yrigoyen pasaba por la construccin de la
Nacin como instancia privilegiada de articulacin posibilitando la sntesis y agregacin del
conjunto social. El radicalismo resultaba as un anhelo colectivo, una fuerza moral, una "causa"
que tena una misin histrica: construir la Nacin. Si bien las autonomas eran deseables, son
subsumibles a este objetivo que es previo.
De este modo, el partido iba constituyndose como organizacin que se pretenda
impersonal diferencindose de los personalismos de cuo oligrquico, pero tambin como
fuerza que pretenda monopolizar la construccin de la Nacin. sta es la primera tensin
inscripta en sus orgenes y de la que se derivan sus conflictos internos. All se funda la escisin
del partido en 1924 entre personalistas y antipersonalistas. La oposicin al liderazgo
yrigoyenista recuper la carta orgnica de 1892 y el propsito central de Alem, organizar una
asociacin impersonal.
Cuando el radicalismo pas de ser un partido de oposicin a un partido de gobierno, las
tensiones adoptaron la forma de divisiones locales y no cuestionaron -por lo menos en voz alta-
el liderazgo yrigoyenista, pero progresivamente se fueron transformando en un enfrentamiento
por definir dnde resida el "verdadero" radicalismo: en la "causa" sintetizada en su lder o en el
partido.
En Santa Fe y Crdoba, las dos provincias donde el radicalismo asumi primero el
poder, el partido se dividi antes de las elecciones nacionales de 1916. En Santa Fe, de los
conflictos entre el gobernador Manuel Menchaca y su vice, Ricardo Caballero, surgieron dos
facciones: gubernistas -que despus, en la oposicin, se llamaron nacionalistas- y disidentes -
que obtuvieron la gobernacin en 1916-. Los dos sectores, despus de arduas negociaciones,
coincidieron en su voto en el colegio electoral para que Yrigoyen asumiera la presidencia. En
Crdoba, no bien asumi el gobernador Loza, los conflictos en torno a la designacin del
personal administrativo lo enfrentaron con el comit central del partido. A estos casos les
seguir Tucumn, cuando Bascary, sindicado de rojo, gan la gobernacin y rpidamente se
constituy el grupo azul en la oposicin. La escala cromtica se complet cuando aparecieron
en el interior del grupo rojo, los negros. Lo mismo ocurri en Buenos Aires durante el gobierno
de Jos Camilo Crotto, quien junto con Loza pas a engrosar la lista, para los rojos, de
"traidores" a la causa.
El fenmeno se repiti, con matices, en todas las provincias. Rojos en el gobierno y
azules en la oposicin, o a la inversa. Los movimientos provinciales parecen estar regidos por
intereses de orden local y ser ajenos a un plan de conjunto en el orden nacional; cada provincia
parece participar de una ecuacin poltica que le es propia y que slo adquirir contornos ms
definidos en el momento en que el partido se divida. Los casos ms significativos fueron los de
Mendoza y San Juan, donde el lencinismo y el bloquismo, movimientos que contaban con
amplio apoyo popular, se fueron progresivamente separando del yrigoyenismo para pasar luego
a militar en las filas del antipersonalismo.
A fines de 1917 el Comit Nacional, rgano ejecutivo del partido, presidido por Crotto,
envi comisionados a las provincias con el fin de lograr la unidad partidaria. De la
reorganizacin deban salir las autoridades que el partido reconocera como legtimas. En
algunas provincias, despus de intentar la conciliacin sin xito, los comisionados procedieron
al modo de las intervenciones federales, haciendo tabla rasa con las organizaciones existentes y
convocando a elecciones internas para seleccionar representantes de cada distrito. Tambin
fracasaron. Los grupos disidentes no concurrieron a las elecciones y el intento unificador
termin con el reconocimiento, por el gobierno central del partido, de una de las fracciones
actuantes en la provincia. La situacin se agudiz cuando Jos Camilo Crotto renunci a la
presidencia del Comit Nacional para asumir la gobernacin de Buenos Aires. Rogelio Araya, el
vicepresidente primero, lo reemplaz y en 1920, ante la dimisin de este ltimo, accedi a la
presidencia el vicepresidente segundo, Francisco Beir.
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La carta orgnica del partido estableca que la renovacin de las autoridades directivas
se realizara anualmente. Este precepto no se cumpli. En 192 1, ante la inminencia de las
elecciones de renovacin gubernativa, deba constituirse la convencin del partido para elegir
candidatos. Beir, desde la presidencia del comit, intent una nueva reorganizacin, que
nuevamente fracas. Los sectores opuestos a la poltica presidencial no reconocan a los
organismos directivos. Las provincias, en su mayora, envan representaciones dobles y en
algunos casos, triples. Son los casos de Mendoza y Salta. Fue ese comit nacional -tildado de
ilegtimo por una parte de la agrupacin que consideraba que el partido estaba acfalo- el que
decidi qu grupos de delegados integraran la convencin.
En ese momento, el enfrentamiento adquiri carcter nacional. La gestin yrigoyenista
comenz a ser puesta en cuestin ya a fines de 1918 en el Comit de la Capital, donde se
redact un documento que enumeraba las cuestiones que pronunciaban la escisin: ausencia de
programa, de ideas y de principios; ausencia de autoridades centrales en el partido y su
reemplazo por una jefatura indiscutida, la del presidente de la Repblica, lo que gener
confusin entre partido y gobierno; comits formados por empleados pblicos o aspirantes a
serlo que provocaron la retraccin de los militantes ms prestigiosos. La escisin anti-
personalista estaba en marcha, aunque recin se consum en 1924.
Las elecciones de 1922 produjeron una primera separacin con la formacin del Partido
Principista, que convoc al radicalismo a reorganizarse de acuerdo con sus principios
originarios que consideraba traicionados por el yrigoyenismo. Su evaluacin del primer
gobierno radical es que era personal y arbitrario, asimilndolo a la tirana; era "rgimen" y no
"causa". El dirigente salteo Joaqun Castellanos y el jujeo Benito Villafae estaban entre sus
inspiradores. Llev candidatos propios a las elecciones presidenciales de 1922 -Miguel
Laurencena y Leopoldo Melo- aunque no logr nuclear a todos los descontentos con el
yrigoyenismo.
A partir de la asuncin de Alvear como presidente, las tensiones se agudizaron en el
interior del partido y el foro privilegiado de la disidencia fue el Congreso. Su primera
manifestacin fue el conflicto entre el vicepresidente, presidente natural del Senado, el
yrigoyenista. Elpidio Gonzlez, y senadores radicales opositores a Yrigoyen. Al discutirse los
diplomas antipersonalistas de Jujuy la ausencia del sector personalista impidi sesionar.
Gonzlez se neg a apelar a la fuerza pblica para obligar a los inasistentes, y los senadores
conservadores y antipersonalistas (Melo, Torino, Saguier y Gallo) coincidieron en un voto de
censura. A este episodio se sum el conflicto en torno a la formacin de las comisiones internas
de la Cmara, atribucin del vicepresidente. Nuevamente conservadores y antipersonalistas,
disconformes con la composicin de las comisiones, se unieron y votaron la devolucin de la
atribucin al cuerpo, sustrayndosela a la presidencia. Los yrigoyenistas comenzaron a
denunciar el "contubernio", es decir, la violacin del principio de intransigencia sustentado por
el partido que negaba la posibilidad de establecer alianzas con los grupos polticos del
"rgimen".
El acto inaugural del perodo legislativo de 1924 no cont con la presencia de los
personalistas, nombre con el que se designaba ya a los partidarios de Yrigoyen. La divisin
estaba planteada y se manifest en diputados., Mario Guido es elegido presidente del cuerpo con
voto radical disidente, conservador y socialista. El legislador radical Tamborini acu la
expresin "genuflexos", oponindola a "contubernio", para designar a aquellos que respondan a
la jefatura carismtica de Yrigoyen.
En agosto de ese ao, en una asamblea realizada en el teatro Coliseo, los
antipersonalistas proclamaron la formacin de un nuevo partido. La figura de Alem se opona a
la de Yrigoyen. Lo conformaban dirigentes de prestigio como Leopoldo Melo, Vicente Gallo,
Fernando Saguier, Jos Tamborini, Jos Camilo Crotto y fracciones provinciales: el bloquismo
sanjuanino, el lencinismo de Mendoza, los menchaquistas de Santa Fe, los principistas riojanos,
los entrerrianos liderados por Eduardo Laurencena, el grupo de Bas en Crdoba, los partidarios
de Ramn Gmez en Santiago.
La escisin del partido gobernante provoc realineamientos en el interior de los partidos
de la oposicin. La proclividad o no al acuerdo con el antipersonalismo dividi al socialismo,
dio lugar al surgimiento del Partido Socialista Independiente y gener divergencias en el partido
conservador. Finalmente, todos estos sectores coincidieron en una frmula comn en las
elecciones presidenciales de 1927: los candidatos de lo que se llam Confederacin de las
derechas fueron los antipersonalistas Leopoldo Melo y Vicente Gallo. Su comn denominador,
el antiyrigoyenismo. De hecho, stos no son los partidos disciplinados, orgnicos y principistas
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que imaginaron los reformadores de 1912 y que, segn la versin local, funcionaban en
Inglaterra y Estados Unidos.
En los aos de los gobiernos radicales los conservadores seguan pensndose como un
grupo de notables, reserva intelectual y moral del pas para cuando el radicalismo, bajo el peso
de sus propios errores, debiera dejar el gobierno. La legitimidad para ocupar bancas o cargos
polticos no pasaba para ellos por el partido. Los canales de acceso a la vida poltica estaban en
la pertenencia a familias tradicionales, la posicin econmica, el prestigio social que, sumados,
garantizaban capacidad para el gobierno. El "poltico profesional" que vive de la poltica y
legitima su lugar en el cursus honorum en el interior de un partido -caso de los radicales- es
evaluado peyorativamente.
Los radicales fundaban en parte -y no la menos importante- su escisin en el modo de
cmo conceban al partido. El antipersonalismo reivindicaba, no por casualidad, la carta
orgnica de 1892 para oponerse a lealtades que respondan no a principios sino a una jefatura
carismtica.
Dos proyectos presentados en la Cmara de Diputados, uno en 1925 y otro en 1927,
intentaban dar respuesta al problema de la organicidad de los partidos, a partir de la intervencin
del Estado en su constitucin y prcticas internas reglamentando la seleccin de los dirigentes y
candidatos a cargos electivos. Se pensaba en el reemplazo del sistema de las convenciones por
la participacin directa de los afiliados para evitar las negociaciones, los caucus y las
componendas a que daban lugar las elecciones de segundo grado. Si en 1890 el sistema de la
convencin apareca como un modo de superar las prcticas propias de los partidos de notables,
a mediados de la dcada del 20 se mostraba insuficiente y la propuesta fue reemplazarlo por el
voto directo de los afiliados para seleccionar candidatos y cargos.
La idea que subyaca en estos proyectos era que de la seleccin interna en los partidos
no emergan los mejores o los ms capaces sino aquellos que contaban con el manejo de las
situaciones locales, que ofrecan incentivos materiales bajo la forma de empleos pblicos o de
prebendas y que tejan redes clientelares con base en los comits. Por otro lado, la falta de
organicidad y disciplina y la ausencia de prcticas democrticas en el interior de los partidos
funcionaban como argumento fuerte para explicar la ineficacia parlamentaria.
EL PARLAMENTO
Cuando Yrigoyen asumi la presidencia, la Cmara Baja se compona de 120 diputados
y la Alta de 30 senadores. El radicalismo obtuvo 43 bancas en Diputados y slo 4 en Senadores.
Una primera mirada a los cambios en la composicin por sector a lo largo del perodo muestra
el crecimiento de los radicales en detrimento de los conservadores. En cuanto a los partidos
menores, como el socialismo y la democracia progresista, mantuvieron un nmero de bancas
ms o menos constante hasta 1928. En ese perodo legislativo los demcratas perdieron su
representacin y los socialistas, divididos, se las repartieron con ventaja para los independientes.
Por otro lado, las bancas radicales no constituan un bloque. Ya antes de la escisin formal del
partido la bancada estaba dividida, aunque fue recin en las elecciones legislativas de 1926
cuando presentaron listas separadas, obteniendo 38 bancas el personalismo y 20 el
antipersonalismo. Hacia el final del perodo, coincidiendo con el segundo gobierno de
Yrigoyen, los personalistas tenan amplia mayora y qurum propio.
El recinto parlamentario se constituy en un lugar privilegiado para los pleitos entre
partidos y en el interior de ellos. A comienzos del perodo se desarroll un fuerte enfrentamiento
verbal entre radicales y conservadores -ambos se acusaban mutuamente de no constituir
partidos- que, aunque se mantuvo, se desplaz visiblemente al interior del partido gobernante.
El antipersonalismo se transform en blanco de los ataques del yrigoyenismo y a la inversa.
Todos los partidos, sin excepcin, desplegaban sus propias rencillas internas y, adems, se
posicionaban frente a las divisiones y alianzas de los otros partidos. Esto se tradujo en una
dinmica pautada por el conflicto y las denuncias de la minora de arbitrariedad, abuso y
aplicacin tendenciosa del reglamento, despachos que no se suscriban en el seno de las
comisiones y abundancia de mociones de cierre del debate.
Pero lo que en ltima instancia estaba en discusin en el interior mismo del Parlamento
era la definicin del gobierno representativo. Este debate pona en cuestin el lugar de los
partidos como canales de mediacin en el sistema poltico e implicaba una pregunta por la
representacin. Frente al argumento de que la democracia no es posible si el pueblo no se
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organiza en partidos y en tanto esto es as, los legisladores representan en el recinto
parlamentario a su agrupacin poltica, aparece el planteo de que el representante lo es del
pueblo de la Nacin. Una y otra posicin determinaban planteos diferentes en torno al voto
disciplinado y a la formacin de bloques. El bloque puede constituirse y la disciplina operar en
funcin de una definicin programtica, afirma la oposicin, y el radicalismo no la tiene. Esto
funcionaba solamente para el Partido Socialista. Las cuestiones provinciales y la poltica
internacional -para mencionar slo algn ejemplo- dividan internamente tanto a conservadores
como a radicales. Las diferencias no se resolvan en el interior del partido tal como lo propona
la nocin de disciplina sino que se trasladaban al Congreso.
En el caso del Partido Radical la cuestin se complica. Un sector de los legisladores
exiga la separacin entre partido y gobierno. Se poda ser radical y opositor. El gobierno era
personal y, por ende, ajeno a la tradicin del partido que se basaba precisamente en el repudio
del personalismo. Los extravos o desviaciones de los derechos consagrados por la Constitucin
en que incurra el presidente de la Repblica no comprometan la accin parlamentaria del
partido. Otro grupo, el ms numeroso, se senta solidario con el mandato por el cual Yrigoyen
fue ungido. La misma lgica se desplegaba durante los aos del gobierno de Alvear. Para los
yrigoyenistas, el presidente se apartaba de la tradicin partidaria y esto justificaba las
obstrucciones y las ausencias al recinto parlamentario.
La ausencia de partidos orgnicos y disciplinados, que marcaba la tensin entre la nueva
ingeniera institucional propuesta por la ampliacin del sufragio y las prcticas, fundamentaba
dos tipos de planteos: modificar el accionar de los partidos a travs de reformas legislativas en
el marco de la representacin territorial o promover cambios que los reemplacen por otras
formas de mediacin, funcionales, sectoriales y de intereses. Detrs de ambos argumentos
estaba en cuestin la ley Senz Pea. Para los primeros, haba que modificarla; para los
segundos, derogarla. Era mayoritaria la afirmacin de que la ley implic un jaln en el camino
del progreso poltico. La ampliacin de la participacin era irreversible o, en todo caso,
inevitable, aunque sus resultados no fueran los deseados. Legisladores de distintas tendencias
proponan su modificacin introduciendo la representacin proporcional para ampliar las
posibilidades de los partidos menores, o volviendo al sistema de la circunscripcin uninominal
establecido en 1902 para que fuera el mbito local y no el comit el que seleccionara a los
representantes.
La ley electoral de 1902, creacin de Joaqun V. Gonzlez -slo aplicada en 1904-,
estableca el rgimen uninominal por circunscripciones combinado con el sufragio voluntario.
En 1921, el legislador Julio Costa volvi a reproducir el proyecto sin modificaciones. Los
argumentos giraban en torno a que el escrutinio de lista era la negacin del gobierno
representativo; la interposicin del comit entre el electorado y el pueblo. Por el contrario, el
representante surgido del distrito reuna la representacin de intereses de los votantes y de
calidades, en tanto era el personaje destacado. Costa volva a reivindicar por sobre los partidos
el peso del notable local.
Cuando en 1912 se sancion la ley 8.871, se estableci la lista completa combinada con
el secreto y la obligatoriedad del sufragio y el mecanismo plurinominal. El sistema de lista
fijaba la representacin de la minora en un tercio. En la perspectiva de los legisladores la
pluralidad y la proporcionalidad fija posibilitaran el ingreso al Parlamento de los partidos
nuevos, como el socialismo y el radicalismo. No estaba dentro del horizonte de lo posible la
prdida del gobierno por los grupos tradicionales. El triunfo radical -para los propiciadores de la
reforma- era un resultado no previsto y no deseado. El tercio funcionaba como elemento
atemperador de la ampliacin poltica.
Una vez instalado el radicalismo en el gobierno y a medida que la ocupacin de
espacios -gobernaciones y bancas- aumentaba, la oposicin busc en la reforma de la ley
electoral el modo de morigerar el avance. El rgimen proporcional apareca como una solucin
posible. El argumento era que volva ms representativo al Parlamento en tanto reflejaba con
mayor fidelidad las diferencias en el electorado. La opcin por la lista incompleta favoreca el
gobierno eficiente y el bipartidismo, aunque sacrificara la representatividad. Entre los regmenes
proporcionales posibles -ensayados en otros pases- las iniciativas legislativas presentadas al
Congreso optaban por el sistema D'Hont, que -segn planteaban- evitaba la fragmentacin
excesiva de los partidos, a diferencia del mtodo de mayor residuo que favoreca a los partidos
ms pequeos. De hecho, algunas provincias lo adoptaron: Buenos Aires, Corrientes, la Capital
Federal, para elecciones comunales, y Santiago del Estero hasta 1921, en que fue derogado y
reemplazado por el sistema de lista incompleta.
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EL PRINCIPIO REPUBLICANO: LA RELACIN EJECUTIVO /
LEGISLATIVO
Es frecuente encontrarse en los textos de la poca con evaluaciones de la labor
parlamentaria y una de las cuestiones sobre las que se hace mayor hincapi es el desequilibrio
entre la labor legislativa y el debate poltico. Los legisladores de todos los sectores coincidan en
que este ltimo insuma la mayor parte del tiempo de las Cmaras. En lneas generales,
denominaban debate poltico al que enfrentaba a miembros del partido gobernante en cuanto a la
evaluacin de las situaciones provinciales; al que se produca cuando se presentaban pedidos de
interpelacin al Ejecutivo; a las largas sesiones dedicadas a discutir la situacin de las
provincias intervenidas motivadas por la ausencia del ministro interpelado, que implicaba
necesariamente interpretaciones constitucionales en cuanto a fueros y prerrogativas de los
poderes.
Para los radicales, la ineficacia parlamentaria era producto del obstruccionismo de la
oposicin que enjuiciaba permanentemente al gobierno y al partido para provocar dilaciones.
Para la oposicin, la explicacin estaba, por un lado, en la divisin del Partido Radical, que
obviamente se trasladaba al Congreso y provocaba un enfrentamiento enconado y posiciones
irreductibles; por otro, en la sujecin del partido al gobierno y, fundamentalmente, al Ejecutivo.
Segn la oposicin, era Yrigoyen quien proporcionaba los motivos para que la Cmara
se viera obligada permanentemente a defender sus fueros frente al avasallamiento del que era
objeto, y esto era previo a la tarea de legislar. La enumeracin de motivos es conocida: el
presidente no asista a las sesiones de apertura del Parlamento. En los seis aos de su primer
gobierno Yrigoyen no lo hizo nunca y slo en 1918 present excusas a la Cmara por
encontrarse fuera de Buenos Aires. Tampoco concurri durante su segundo gobierno. sta es
una de las diferencias con Alvear que estuvo presente en todos los perodos legislativos de su
mandato. Si bien la ausencia del presidente no impeda el funcionamiento parlamentario, su
presencia era una prescripcin constitucional y la no concurrencia adquiri un fuerte valor
simblico. Conservadores, socialistas y demcrata progresistas coincidan en afirmar que
implicaba falta de respeto, arrogancia y soberbia.
El segundo motivo era el desconocimiento de las facultades de la Cmara para llamar a
su seno a los ministros. El artculo 63 de la Constitucin estableca que cada una de las Cmaras
poda hacer concurrir a su sala a los ministros para recibir las explicaciones e informes que
considerara convenientes. Se trataba del derecho de interpelacin. En los dos perodos
presidenciales de Yrigoyen aument considerablemente el nmero de interpelaciones fracasadas
en relacin con perodos anteriores. Entre 1916 y 1922 en Diputados se presentaron 35 pedidos
de concurrencia de los ministros al recinto parlamentario, se votaron afirmativamente 29 y slo
se realizaron 13. Entre 1928 y 1930 recibieron sancin negativa los 19 pedidos presentados.
En este ltimo perodo, el radicalismo personalista tena mayora absoluta en la Cmara
de Diputados, es decir, es la misma Cmara la que renunciaba a la facultad de interpelar en una
actitud de proteccin al Poder Ejecutivo, a diferencia de los aos del primer gobierno en que la
mayora de los diputados radicales votaba afirmativamente los pedidos de interpelacin. Y esto,
nuevamente, lo separa tambin del perodo alvearista, en el cual se votan afirmativamente las 37
interpelaciones pedidas y se realizan.
El tercer motivo esgrimido es el abuso de la facultad ejecutiva de intervenir a las
provincias en el receso parlamentario. Yrigoyen envi 15 intervenciones por decreto en su
primer gobierno y 2 en el segundo sobre un total de 20 y 4, respectivamente. La conflictiva
relacin entre el Ejecutivo y el Legislativo dio lugar a un debate sobre el lugar de la soberana
que no lleg a poner en cuestin la forma que adoptaba el rgimen poltico. Es decir, la
oposicin colocaba el lugar de la soberana en el Parlamento, representante directo de la
voluntad popular, lo cual no implicaba necesariamente una opcin por el parlamentarismo frente
al presidencialismo. Estados Unidos segua siendo el modelo, aunque se argumentara que el
sistema ingls era ms perfecto. Optar por el rgimen parlamentario -en el planteo conservador-
exiga partidos orgnicos y un nivel de educacin poltica que la Argentina no haba alcanzado.
Para el Partido Socialista era un horizonte futuro.
En este planteo ms general se inscriba la discusin sobre los alcances y lmites de las
facultades de la Cmara para interpelar al Ejecutivo y de ste para intervenir a las provincias en
los perodos de receso parlamentario. Todos los sectores polticos acordaban que la
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interpelacin-acusacin, es decir, el voto de censura o de confianza que implicaba la destitucin
o mantenimiento del gabinete era propio del rgimen parlamentario y no proceda en el caso
argentino. Sin embargo, la oposicin cuestionaba los argumentos -en los pocos casos en que el
presidente da explicaciones a la Cmara por la ausencia de sus ministros- que se fundaban en
que el Ejecutivo puede reservarse la facultad de decidir en cada caso si los motivos eran
pertinentes o no, es decir, distingua entre los estudios, informes o explicaciones que implicaban
un aporte a las leyes por dictarse atendiendo al rol de poder colegislador del Parlamento o se
referan a actos privativos de las facultades constitucionales propias del Ejecutivo.
Interpretando de este modo la facultad legislativa, el Parlamento consideraba que el
Ejecutivo la limitaba, en tanto Yrigoyen sostena que la Cmara abusaba del derecho de
interpelacin con mviles polticos. En cuanto a las intervenciones por decreto, los radicales
sostenan que la Constitucin otorgaba al Ejecutivo, tcitamente, la facultad de intervenir sin
restricciones en los perodos de receso parlamentario -de hecho, las sesiones ordinarias duraban
slo cinco meses- aunque muchos de ellos consideraban abusivo el accionar del Ejecutivo, por
ejemplo, cuando intervena una provincia slo dos das antes de que el Congreso se reuniera. La
oposicin extremaba argumentos para fundamentar que la facultad de intervenir era legislativa.
El grupo personalista esgrima, en ltima instancia, el principio de la supremaca de la
voluntad popular sobre el de la divisin de poderes. Un ejemplo nos permitir clarificar la
posicin. En el perodo legislativo de 1929, la Cmara de Diputados haba aprobado un proyecto
de intervencin a Corrientes y lo comunic al Senado. ste, en el momento de cerrarse el
perodo ordinario de sesiones, no lo haba discutido. El Poder Ejecutivo intervino cuatro das
antes de que se iniciara el nuevo perodo, pero durante siete meses no envi la intervencin.
Slo lo hizo cuando el Senado rechaz el proyecto. La Cmara Alta emiti una declaracin
desconociendo la facultad del Ejecutivo para decretar la intervencin nacional a las provincias
en el receso del Congreso. La bancada yrigoyenista -el partido ya estaba dividido- present un
proyecto de resolucin por el cual consideraba improcedente la actitud del Senado y lo
fundament a partir de la violacin del principio de la divisin de poderes. Sin embargo, en los
considerandos, afirmaba que el Senado no deliberaba siguiendo el ritmo de la "voluntad
democrtica", era "anacrnico", y el Poder Ejecutivo, frente al dilema de no gobernar para
mantener la armona de los poderes o gobernar para mantener la armona con las aspiraciones de
su pueblo, deba elegir la ltima solucin. El planteo del grupo antipersonalista se acercaba ms
al de los conservadores, que consideraban el proyecto de resolucin una "hereja constitucional"
y afirmaban la necesidad de ms Legislativo y menos. Ejecutivo, someter todas las cuestiones al
Congreso y evitar la prepotencia del Ejecutivo.
En todo el perodo de los gobiernos radicales se reiter en el Congreso la propuesta de
reglamentar los artculos quinto y sexto de la Constitucin referidos a intervenciones federales.
Para el sector radical, si haba abusos y arbitrariedades la responsabilidad era del Congreso que
no legislaba. La oposicin sostena que frente a ejecutivos arbitrarios poco serva legislar dado
que la prctica corriente era la violacin sistemtica de los principios constitucionales. Los
ministros de Alvear acudieron al Congreso y disminuyeron las intervenciones por decreto. La
crtica a Yrigoyen por exceso se convierte en una crtica a Alvear por defecto. Si el primero
ejerca una injerencia absorbente que violaba la divisin de poderes, Alvear se abstuvo de
colaborar y coordinar la tarea legislativa dentro del lmite de sus atribuciones.
El avasallamiento a los fueros y prerrogativas del Parlamento motiv entre 1919 y 1930,
en tres oportunidades, el recurso al mecanismo extremo del pedido de juicio poltico al
presidente de la Repblica. Los diputados conservadores Matas Snchez Sorondo, en 1919, y
Alberto Vias, en 1929, lo hicieron a ttulo personal y no como miembros de un partido con la
manifiesta intencin de generar un debate poltico y procesar a Yrigoyen, dado que no contaban
con los dos tercios necesarios para que la iniciativa pasara al Senado. El diputado radical
personalista Diego Luis Molinari present el pedido cuando Alvear, en 1926, clausur las
sesiones extraordinarias del Congreso, retirando todos los asuntos por tratar, entre ellos el
presupuesto, y poniendo en vigencia el presupuesto del ao anterior, por falta absoluta de
sanciones. Al igual que en los casos anteriores, no slo no lo present en nombre del partido,
sino que ste lo desaprob pblicamente.
LA RELACIN NACIN/PROVINCIAS: EL PRINCIPIO FEDERAL
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La doctrina que sustentaba Yrigoyen sobre las intervenciones y sus implicancias
polticas fue una de las cuestiones ms retomadas en los anlisis del perodo. Es bien conocida
la expresin del presidente de que "las autonomas son de los pueblos y no de los gobiernos". Se
fundaba en la idea de que el gobierno tena una misin histrica que cumplir, la reparacin, para
la cual fue plebiscitado. Alcanzada en el orden nacional, deba imponerse en los estados
federales dado que el ejercicio de la soberana es indivisible. As, la reparacin inclua dar a los
estados sus gobiernos "verdaderos". Una vez que stos se hubieran constituido legtimamente
podran ser incorporados a la Constitucin, esto es, sus gobiernos seran amparados y sus leyes
respetadas. De esta forma, en la perspectiva radical, las intervenciones iban a las provincias a
restaurar las autonomas provinciales, es decir, a colocar a los pueblos en condiciones de darse
sus propios gobernantes, que hasta el advenimiento del gobierno radical eran elegidos por
agentes del poder central; a establecer el pleno ejercicio de la vida institucional; a restaurar su
soberana mutilada; a superar el vicio, el desorden y la corrupcin de las costumbres pblicas y
privadas y a restablecer la justicia.
Para la oposicin, esta doctrina someta el cumplimiento de la Constitucin a una
condicin suspensiva. Las leyes regiran y se respetara la autonoma de los estados federales
cuando las intervenciones hubieran generado tantos gobiernos radicales como provincias.
Mientras el radicalismo las crea necesarias y justas, la oposicin las consideraba actos de
violencia, de exclusivismo partidista, jalones en el camino de la unanimidad y en la
construccin de un vasto imperio personal del presidente.
Entre 1916 y 1922 Yrigoyen intervino nueve provincias gobernadas por conservadores
(Buenos Aires, Corrientes, Mendoza y Jujuy, en 1917; La Rioja, Catamarca, Salta y Santiago
del Estero, en 1918, y San Juan en 1919) y diez encabezadas por radicales (Crdoba, en 1917;
San Luis, en 1919; Salta y Jujuy, en 1921 y; Tucumn, en 1917 y 1920; Mendoza, en 1918 y
1920, y San Juan, dos veces en 1921). As, al terminar su primer gobierno todas las provincias,
excepto Santa Fe, haban sido intervenidas y algunas en tres oportunidades.
Las intervenciones a gobiernos conservadores daban respuesta a la ilegitimidad; el
argumento -ya desarrollado- era que sus gobernantes haban sido elegidos en elecciones
fraudulentas y era necesario devolverle la soberana al pueblo de la provincia. Las
intervenciones a gobiernos radicales se hacan a requisitoria de los gobiernos provinciales. Los
motivos eran mltiples pero, en general, respondan a conflictos entre poderes: gobernadores
que clausuraban la legislatura o legislaturas que desconocan al gobernador. Las primeras se
producan por decreto y eran amplias, es decir, implicaban la disolucin de todos los poderes; de
las segundas, cuatro se dieron por iniciativa del Congreso y eran limitadas. Una de las
particularidades de las intervenciones era que se prolongaban, en algunos casos, por espacio de
varios aos, durante los cuales se sucedan los llamados a elecciones seguidos de decisiones de
prrroga. La otra es que, paralelamente a la llegada de la intervencin, el Partido Radical
provincial se divida.
Indefectiblemente, una de las fracciones denunciaba parcialidad en el comportamiento
de la intervencin. El argumento era que el poder federal "montaba su mquina electoral" para
satisfacer a una de las facciones en pugna. En Corrientes, los "sotistas", denominados as porque
responden al liderazgo de Pedro Numa Soto, denuncian en su propio peridico, parcialidad a
favor de los "blanquistas" cuya cabeza era ngel S. Blanco. Finalmente, cuando se llam a
elecciones triunfaron los liberales. En Catamarca, el grupo "reaccionario" liderado por Agustn
Madueo, que responda al presidente Yrigoyen, planteaba en su rgano periodstico El Radical
que la intervencin favoreca al grupo radical orgnico, liderado por Ernesto Acua, apoyado
por el vicepresidente Pelagio Luna y cuyo candidato a las elecciones era Ramn Ahumada,
quien finalmente asumi el gobierno de la provincia. Estos ejemplos se repitieron en el resto de
las provincias intervenidas.
Al iniciar su gobierno, Alvear intent diferenciarse, sin provocar rupturas, de la poltica
intervencionista del perodo precedente.. Dos provincias estaban intervenidas: San Luis y San
Juan. En la primera, se produjo el llamado a elecciones y el gobierno nacional devolvi los
fondos provinciales usados por la intervencin; en la segunda, envi notas al interventor para
limitar sus funciones. El pedido de intervencin a Crdoba del Partido Radical, pendiente desde
el anterior gobierno, fue sometido al Congreso, que finalmente no lo sancion.
Uno de los intentos por modificar la poltica de intervenciones, propiciado por Alvear y
su ministro del Interior, Jos Nicols Matienzo, fue el proyecto de reforma parcial de la
Constitucin, presentado en el Senado en 1923. La iniciativa reduca el mandato de los
diputados a tres aos, estableca la eleccin directa de los senadores y la renovacin total de la
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Cmara. Sustrayendo la eleccin de los senadores a las legislaturas provinciales se intentaba
eliminar uno de los nudos conflictivos de la relacin entre gobierno nacional y gobiernos
provinciales y, por ende, uno de los motivos ms frecuentes de intervencin federal. El proyecto
no fue discutido, y el detonante de la renuncia de Matienzo en noviembre de 1923 fue la
cuestin de las intervenciones federales. En 1923 el Congreso decidi la intervencin a
Tucumn basado en el conflicto de poderes entre el gobernador Octavio Vera y la legislatura. El
ministro imparti instrucciones al interventor Luis Roque Gondra, las cuales puntualizaban el
carcter transitorio y limitado de la misin federal, y le neg el uso de facultades omnmodas.
En la discusin sobre el alcance de las atribuciones conferidas a la intervencin, Alvear apoy al
interventor.
Vicente C. Gallo se hizo cargo del Ministerio del Interior diferencindose de Matienzo.
Volvi a las intervenciones por decreto: Jujuy, gobernada por Mateo Crdova, a fines de 1923,
y Santiago del Estero, cuyo gobernador era M. Cceres, a principios de 1924. En los dos casos,
los grupos radicales disidentes -que ahora eran los yrigoyenistas- y los conservadores reiteran
las crticas que se esgriman contra Yrigoyen. Los conservadores cuestionaban el decreto; los
radicales, la conducta del ministro. El ministro era parcial -planteaban, favoreca en las
situaciones provinciales a una faccin radical en detrimento de otra, con la intencin de cambiar
el signo poltico con vistas a las elecciones presidenciales de 1928. De hecho, las elecciones
presididas por la intervencin dieron el triunfo en Jujuy al antipersonalista Benjamn Villafae,
personaje conocido por su virulento antiyrigoyenismo, que lo llev a escribir libros cuyos ttulos
implican toda una definicin: Yrigoyen, el ltimo dictador, en 1922, El yrigoyenismo no es un
partido poltico. Es una enfermedad nacional y un peligro pblico, en 1927. Tambin en
Santiago del Estero triunf el candidato del ministro, Domingo Medina.
El proyecto de Gallo era intervenir Buenos Aires, bastin del yrigoyenismo, para lo cual
tena apoyo conservador. La negativa de Alvear a apoyarlo provoc su renuncia en 1925 y su
reemplazo por Jos Tamborini. Al finalizar el perodo alvearista los gobernadores de San Juan,
Mendoza, Jujuy, Santiago y Santa Fe apoyaban al antipersonalismo. Crdoba, Salta, San Luis y
Corrientes tenan gobiernos conservadores. En las elecciones provinciales previas a las
nacionales de 1928, en Salta, Tucumn, Santa Fe y Crdoba triunfaron los yrigoyenistas.
Durante el segundo gobierno de Yrigoyen los argumentos de los legisladores
personalistas se extremaron y las posiciones se tomaron ms irreductibles: el pueblo tiene cada
seis aos la libertad absoluta de elegir y el presidente la de mandar. El equilibrio entre gobierno
y pueblo est por encima del principio federal. En el ltimo perodo legislativo de Alvear,
cuando Yrigoyen ya haba ganado la presidencia y los yrigoyenistas haban conseguido mayora
en Diputados, se votaron cuatro intervenciones en cuatro das -incluyendo sbado y domingo-
bajo protesta de la oposicin, a puertas cerradas para sostener el qurum. Cuando Yrigoyen
lleg al gobierno, en 1916, slo tres provincias tenan gobiernos radicales: Santa Fe, Crdoba y
Tucumn. Al final de su mandato prcticamente todas las provincias tenan mandatarios
radicales. De hecho, los cambios en el mapa poltico tienen que ver con la poltica de
intervenciones, aunque slo en parte. El radicalismo contaba con un enorme apoyo popular que
creci -aunque con altibajos- durante todo el perodo.
ADMINISTRACIN Y POLTICA
Previo a la sancin de la ley Senz Pea, el mismo movimiento que pugnaba por la
democratizacin del sistema poltico exiga moralidad administrativa. Ambos procesos eran
pensados simultneamente y la crtica al comportamiento administrativo era indisociable de la
impugnacin a las prcticas polticas. La burocracia se consideraba una fuente de prebendas al
servicio del crculo en el poder; un efecto perverso del fraude electoral; un lugar donde se
pagaban votos y lealtades. Moralizar la administracin equivala a sujetarse a reglas claras,
eliminar la arbitrariedad y las clientelas. Para los impulsores de la ampliacin del sufragio, ste
terminara con los favoritismos, la ineficacia y la ineficiencia.
Ms tarde, ya instaurado el voto secreto y obligatorio e instalados los radicales en el
poder, tal argumentacin se torn falaz. Las crticas a la administracin continuaban y se
mantuvo la imagen de una burocracia estatal subordinada al partido gobernante y puesta a su
servicio, excesiva e inoperante. En todos los sectores polticos dominaba la demanda por la
racionalizacin del aparato administrativo aunque sin traducirse en normas generales de
procedimiento. Cuando los radicales llegaron al poder haba un ejrcito permanente y las
13
agencias estatales -correos, ferrocarriles, establecimientos educativos- se desplegaban por todo
el territorio. No hubo innovaciones en este sentido. Los cambios se limitaron a algunas
iniciativas aisladas de tal o cual ministerio, o de algunas reparticiones pblicas. Lo que s se
renov fueron los elencos administrativos. Los gobiernos electores fueron dejando paso a los
partidos. La pertenencia al crculo de notables que "garantizaba" la capacidad, el mrito y el
talento unidos a una cierta posicin social fue dando lugar a la militancia partidaria a la hora de
designar a los funcionarios y las vinculaciones tradicionales, a los lazos de lealtad y a la
afiliacin a un comit si se trataba de seleccionar a los empleados estatales.
Islas de racionalidad convivan con agencias estatales ineficientes y superpobladas, o
ineficaces por ausencia de personal. Empleados nuevos, recomendados del caudillo influyente,
coexistan con viejos funcionarios de administraciones pasadas. Los empleados rotaban
rpidamente de un cargo a otro y -sobre todo en el interior del pas- los "desalojos" de personal
se producan cuando una fraccin poltica del partido gobernante se impona sobre otra fraccin
del mismo partido. La imagen que traducen la prensa, los partidos opositores y las fracciones
radicales desalojadas sobre la administracin es la de una mquina pesada y lenta, un lugar
donde los partidarios del gobierno tenan asegurada una renta sin mayor esfuerzo -y a veces sin
ninguno-, donde se fomentaba el vicio de la "empleomana", es decir, se alejaba a la poblacin
de las actividades productivas restndoles dinamismo.
Se aluda al exceso de personal reclutado bajo la forma del patronazgo poltico, a la
complicacin de procedimientos, a la superposicin de funciones, al relajamiento de la
disciplina y a la no correspondencia entre jerarqua y salario. Desquicio, anarqua y caos. Esta
descripcin podra corresponderse, con matices, a la de otros aparatos administrativos situados
en tiempos y lugares distintos. Es una especie de lugar comn que identifica patologas y
disfunciones en relacin con un modelo ideal racional y eficiente. Una de las cuestiones ms
subrayadas, no slo en la poca, sino entre quienes analizan los gobiernos radicales, es la
injerencia de la "poltica" en la administracin, y, en este caso, poltica alude al peso de los
comits en la funcin pblica. A partir de lo cual se concluye que es necesaria la separacin de
ambas esferas. Una abundante literatura plagada de ancdotas da cuenta de la prctica del
patronazgo aludiendo a postulantes de empleo que llenan los pasillos de la Casa Rosada,
provocando incidentes, gritos y discusiones.
Sin embargo, hay consenso en reconocer que Yrigoyen, en los primeros aos de su
gobierno, respet las situaciones adquiridas en la administracin manteniendo a todos aquellos
empleados que no tuvieran cuestionamientos en su desempeo y no provoc desalojos forzados.
El criterio partidista imper para la provisin de las vacantes. Si esto es as a nivel del gobierno
nacional no parece haber ocurrido lo mismo en las provincias. Son innumerables los
documentos que dan cuenta de reemplazos masivos de empleados pblicos, situacin que afect
al Partido Radical ahondando sus disidencias internas y resquebrajando sus lneas de autoridad.
La puja por los recursos gubernamentales se transform en un espacio de desencuentros, de
conflictos, y provoc alejamientos e incorporaciones.
La imagen ms grfica de lo que en la poca aparece mencionado como confusin entre
partido y gobierno la da la denuncia de comits que funcionan en las comisaras o de oficinas de
inmigracin constituidas en comit. Y de esta confusin se derivan dos consecuencias: el
radicalismo se perpeta en el poder merced a los empleados pblicos constituidos en "mquina"
electoral y gobierna ineficientemente porque la competencia tcnica no figura entre los
requisitos de acceso a la administracin.
La "mquina" electoral
Las agencias estatales que tenan personal distribuido por todo el pas (Correos, Defensa
Agrcola, Aduana, Consejo Nacional de Educacin) ocupaban el centro de las crticas. La prensa
opositora y los legisladores conservadores, socialistas y demcratas afirmaban que los carteros
asistan a manifestaciones polticas y la correspondencia no se reparta; que los peones de la
Defensa Agrcola cumplan funciones de propaganda en lugares muy alejados de la lucha contra
la langosta y que las patrullas de peones camineros slo recorran el territorio en vsperas
electorales. La afirmacin de que cuadrillas de peones camineros, "policas bravas", receptores
de rentas, directores de escuela y maestros, empleados de la defensa sanitaria y de la defensa
agrcola ("brigadas volantes" o "la otra langosta") ganaban elecciones les serva a los partidos de
la oposicin para explicar sus fracasos electorales y la extendida prctica de la abstencin.
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Los partidos conservadores provinciales (liberales de Tucumn, autonomistas de
Mendoza, Concentracin catamarquea, etc.) y los radicales disidentes, que segn la provincia y
la coyuntura pueden ser los azules, los rojos o los negros, recurran frecuentemente a la
abstencin por "falta de garantas electorales". Las crnicas municipales tambin registraban la
abstencin, justificada por presiones del caudillo local, -"el dueo de la situacin", en el
lenguaje de la poca- asociado al comisario. La abstencin funcionaba como motivo para
demandar, una vez realizadas las elecciones, la intervencin federal. La oposicin explicaba los
triunfos electorales del partido gobernante por la instauracin de la "mquina- (recuadro 4), es
decir, el radicalismo ganaba por las presiones oficiales y la utilizacin de los recursos
gubernamentales. Sin embargo, la mayora de ellos tena clara la insuficiencia del argumento.
Gobierno y partido
En el interior del radicalismo la relacin entre gobierno y partido estaba en debate.
Enfrentado a las crticas de la oposicin sostena que los empleados del "rgimen" eran agentes
electorales, pero a partir de la vigencia de la ley Senz Pea, un empleado de la administracin
radical era un partidario. Fue radical antes de ser empleado y no lo era por serlo. Pero las
crnicas periodsticas registran en las convenciones del partido, tanto nacionales como
provinciales, los planteos de algunos de sus miembros que demandaban la separacin entre
partido y administracin estableciendo la incompatibilidad entre empleo pblico y cargos en el
aparato partidario. De hecho, el principismo y el antipersonalismo montaban buena parte de su
propaganda electoral y fundaban sus disidencias en la confusin partido/gobierno en la etapa
yrigoyenista.
Se les asignaba a los empleados pblicos la decisin en torno a candidaturas. El triunfo
del candidato del presidente, Alvear, en 1922, es atribuido por un sector del partido a la
composicin de la convencin. De 188 miembros, 30 eran empleados pblicos. Adems, uno de
los argumentos del antipersonalismo para enjuiciar a la administracin yrigoyenista es haber
llenado todos los cargos vacantes con sus propios partidarios antes de la asuncin de Alvear
para perpetuar la "mquina".
Yrigoyen justificaba las vacancias en la administracin y el mantenimiento de
reparticiones pblicas acfalas en razones de economa. El argumento ms slido de la
oposicin era que si realmente se quera hacer economa esos cargos deban ser suprimidos del
presupuesto. Este planteo adquiere la forma de un proyecto de ley presentado a la Cmara de
Diputados por el conservador mendocino Raffo de la Reta en 1919.
La ley de jubilaciones (art. 40 inc. 6) estableca que el importe de los sueldos vacantes
deba ingresar a esa caja, pero autorizaba al Poder Ejecutivo a imputarlos a rentas generales en
casos de excepcin. Esta ltima clusula es la que, segn la oposicin, explicaba el
mantenimiento del sistema porque permita nombrar empleados supernumerarios -que no
estaban contemplados en el presupuesto sino que se designaban en acuerdos de gabinete- en las
agencias estatales que, como la Defensa Agrcola, cumplan tareas electorales. Lo cierto es que
meses antes de abandonar el gobierno Yrigoyen provey la mayora de las vacantes: el
administrador de aduana, el presidente y los vocales del Consejo Nacional de Educacin,
subsecretarios de ministerios y numeroso personal de reparticiones autnomas. La cifra que se
manejaba, no confirmada, es la de quince mil designaciones, entre funcionarios y personal
subalterno.
El caso que ocup mayor espacio en la prensa y que fue debatido en la Cmara de
Diputados fue el de Correos. El nombramiento de 4.000 empleados supernumerarios provoc
una andanada de crticas. Este personal fue incorporado despus de una huelga de carteros. El
gobierno haba fijado un trmino para que reanudaran el trabajo bajo apercibimiento de cesanta.
Vencido el plazo se cubrieron las vacantes. Cuando los servicios estaban casi normalizados los
huelguistas pidieron la readmisin y la obtuvieron.
Cuando asumi el gobierno, Alvear, quien siendo diputado haba presentado un
proyecto de ley que implicaba racionalizar la administracin, incluy en su agenda de
cuestiones el tema de la burocracia. Sin embargo, los escasos intentos por modificar situaciones
creadas que partieron de algunos ministerios chocaron con la resistencia del personal
administrativo. En el caso de Correos, la decisin de dejar cesantes a los 4.000 supernumerarios
se transform en la creacin de un turno ms, de tres turnos de ocho horas se pas a cuatro de
seis. En cuanto a la Defensa Agrcola, el ministro de Agricultura de Alvear, Toms Le Breton,
15
intent enviar al interior a numerosos supernumerarios residentes en la capital, enfrentndose a
un mitin en los pasillos del ministerio. En 1925 resolvi la cesanta de setecientos
supernumerarios y les ofreci a cambio planes para adquirir tierras fiscales en fracciones de
entre 25 y 100 hectreas. La respuesta fue escasa pues los empleados se resistan a ir al Chaco,
Formosa o Misiones. Otro tanto ocurri con los intentos por establecer incompatibilidades y
requisitos para el ingreso a determinadas agencias estatales. Educacin es un ejemplo. Los
profesores de enseanza media y normal salidos de la Universidad y nucleados en la Liga del
Profesorado Diplomado, durante el primer gobierno de Yrigoyen, multiplicaron sus gestiones
ante el Congreso, el ministerio y la presidencia para que las ctedras se proveyeran con personal
idneo.
En abril de 1922 se produjo una escalada de huelgas estudiantiles en distintos institutos
secundarios de la Capital y en algunas provincias. Los motivos esgrimidos eran coincidentes, se
trataba de protestas contra directores y profesores incompetentes.
Con el cambio de gobierno, el ministro de Justicia e Instruccin Pblica, Marc,
reglament la provisin de ctedras en los establecimientos nacionales a partir de una prueba de
admisin. El decreto estableca, adems, un rgimen de incompatibilidades entre docencia y
funcin pblica. La reaccin vino de los profesores afectados, que pidieron la suspensin del
decreto por un ao. El ministro se neg pero, vencidos los plazos, fue escaso el nmero de
profesores que cumplieron con las disposiciones establecidas en el decreto.
Los conflictos en la burocracia estatal que se produjeron en la etapa alvearista
estuvieron atravesados por la puja: interna al propio partido gobernante. El antipersonalismo
exiga cambios de personal para desmontar la "mquina" yrigoyenista y cada uno de los
ministros del Interior de Alvear (Nicols Matienzo, Vicente Gallo y Jos Tamborini) esgrimi
estrategias diferentes para dar respuesta a las demandas del partido y a los problemas de la
administracin. Matienzo sostena que mientras estuviera en vigencia la facultad constitucional
por la cual el presidente de la Nacin nombra y remueve al personal administrativo, nada le
prohiba seleccionarlos entre miembros de un comit poltico. La solucin deba venir del Poder
Legislativo, es al Congreso a quien le corresponda producir o no modificaciones. Por su parte,
Gallo pretendi montar un aparato electoral y partidario de alcance nacional que reemplazara la
"mquina" yrigoyenista, interviniendo Buenos Aires, bastin de los partidarios de Yrigoyen, y
aumentando el gasto pblico. En julio de 1925 renunci por falta de aval del presidente. Por
ltimo, Tamborini busc la solucin al conflicto intraburocrtico y poltico en la reunificacin
del Partido Radical. Sus gestiones tambin fracasaron.
Yrigoyen, en su segundo mandato, entre noviembre de 1928 y abril de 1929 dej
cesantes a diez mil empleados de la administracin y recurri nuevamente a las vacancias y
acefalas. Los sntomas de la crisis, que ya comenzaba a sentirse, obligaban a reducir el gasto
pblico. Aquellos que demandaban la racionalizacin de la administracin y el achicamiento del
aparato del Estado montaban ahora su crtica en la arbitrariedad y la ausencia de planificacin
en la medida adoptada.
La intencin de legislar
La solucin al electoralismo y a la incompetencia se planteaba en trminos de
estabilidad y escalafn. Innumerables proyectos de carrera administrativa presentados por
legisladores de todos los partidos polticos circularon por el Congreso sin recibir sancin. En
casi todas las iniciativas legislativas, que tenan como punto de llegada una organizacin ms
eficiente y racional de la administracin pblica, el punto de partida era la experiencia de los
pases que se consideraban ms avanzados. Bsicamente se tomaba como modelo la civil service
reform, ley norteamericana de 1883 que, desde Ohio, fue extendindose gradualmente a todos
los estados para reemplazar el spoils system (sistema de los despojos) introducido formalmente
durante la presidencia de Jackson, en 1829, pero de hecho ya en vigor en el perodo previo. Este
sistema consideraba a los empleos como pertenecientes al partido en el gobierno y cada cambio
de administracin exiga su renovacin. El argumento que lo sostena era que impeda la
formacin de un cuerpo de funcionarios profesionales que pudieran tener excesiva injerencia en
cuestiones polticas. Su reemplazo respondi a la evaluacin de que la administracin era
ineficaz y corrupta y los legisladores argentinos invocarn el mismo problema.
La procedencia poltica de los proyectos presentados en el Parlamento no marcaba
diferencias en su contenido. Tres eran los principios que los orientaban: concurso para el
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ingreso, estabilidad garantizada por tribunales disciplinarios e instancia obligatoria del sumario
y escalafn que contemple capacidad y antigedad. Se reglamentaba de este modo la clusula
constitucional (art. 16, inc. 10) que facultaba al Ejecutivo para nombrar y remover al personal
administrativo. Haba coincidencias en que no implicaba un cercenamiento de atribuciones sino
slo la delimitacin de la nica condicin requerida para acceder a un empleo, la idoneidad.
Algunos de los proyectos contenan artculos especficos referidos a la erradicacin de
los vicios de nepotismo e influencias polticas en la seleccin: limitaban el nmero de personas
de la misma familia en la administracin pblica y prohiban la propaganda o los trabajos
electorales. La eliminacin del rol de agentes electorales de los empleados pblicos fue una de
las banderas del Partido Radical en la oposicin y uno de los temas de los que se hace cargo la
ley electoral 8.871. Su decreto reglamentario extremaba las disposiciones estableciendo
suspensin y exoneracin en caso de reincidencia de los empleados que hiciesen propaganda o
figurasen en comits polticos.
Los proyectos que circularon en el Parlamento entre 1916 y 1930 se sustentaban en la
idea de que la burocracia deba ser tcnicamente neutral, es decir, responder a los titulares del
poder poltico sean cuales fueren. En la prctica, el reclutamiento y la seleccin tuvieron bases
particularistas. Combinaban el clientelismo en la renovacin de las vacantes y la creacin de
nuevos cargos, y el spoils system, en algunos casos provinciales en que cada renovacin
gubernativa provocaba desplazamientos de personal.
El aparato estatal creci. Algunas agencias estatales lo hicieron en funcin de las
necesidades que implicaban el desarrollo y el crecimiento de la poblacin (educacin, salud) y
otras por motivos polticos o electorales.
UN BALANCE PROVISORIO
Mientras los radicales eran un partido de oposicin exigan ajustar la prctica poltica al
texto constitucional. Sus crticas a los gobiernos conservadores (el "rgimen") se centraban en la
transgresin a la norma. El sistema representativo, republicano y federal que estableca la
Constitucin de 1853 deba ser puesto en acto a partir de una real divisin de poderes, el respeto
a las autonomas provinciales y municipales y la ampliacin del sufragio, a lo que agregaban la,
necesidad de moralizar la administracin. El problema resida en la personalizacin del poder y
se superara reemplazando el gobierno de "notables" por un gobierno de las leyes.
Cuando los radicales llegaron al poder esa preocupacin -por lo menos en el plano
discursivo- se traslad a la oposicin, que se hizo cargo de exigir el cumplimiento de la
Constitucin. Desde su perspectiva, el gobierno radical era arbitrario y discrecional. Su
propuesta era hacer ms efectivo el sistema de frenos y contrapesos para evitar la excesiva
centralizacin del poder y producir reformas que garantizaran el lugar de las minoras.
La oposicin partidaria asumi la defensa de los postulados de la democracia liberal
frente al comportamiento del yrigoyenismo, que fundaba su legitimidad en el plebiscito
acordado para llevar adelante una misin, la de restablecer el imperio de la Constitucin aunque
para ello tenga que colocarse por fuera y por encima de las leyes; que justificaba su
excepcionalidad en la necesidad de transitar de un ordenamiento a otro, de fundar una "nueva
era" y que negaba ser un "gobierno de orden comn" para plantearse como "gobierno ejemplar".
Fue Alvear quien en su ltimo mensaje al Congreso, en 1928, contrapuso los hombres a las
instituciones y defendi la premisa de haber hecho un gobierno de orden comn.
La otra gran tensin que recorra la relacin entre gobierno y oposicin era la
imposibilidad conservadora de aceptar el principio de la soberana del nmero, a pesar de que,
en el plano del discurso, se asuman como democrticos. El sufragio universal como
legitimador- del gobierno apareca cruzado por la idea de que la democracia no conceda (al
modo de iniciacin mgica) capacidad para el gobierno, igualdad intelectual y moral; por el
contrario, aceptaba la desigualdad del mrito y de la capacidad. As, todos podan votar pero
deban gobernar los capaces. El atenuante para los gobiernos electores, manipuladores del
sufragio, resida para ellos en que colocaban a ciudadanos "capaces" en los puestos
gubernativos. Y all se fundamentaba su crtica a los gobiernos radicales: era el gobierno de los
incapaces, nueva etapa de la lucha entre la civilizacin y la barbarie.
Para atenuar la tensin, explicaban el progresivo crecimiento del voto radical apelando
a. la inmadurez del pueblo y confiando en que la educacin producira cambios en el electorado.
Era para ayudar, adems, a esos cambios, que proponan introducir modificaciones legislativas,
17
o bien para fortalecer al Parlamento -donde ellos estaban representados- en detrimento del
Ejecutivo, o bien en las leyes electorales para obtener mayor representacin de los partidos
menores. Las posiciones ms extremas planteaban que la ley Senz Pea fue dictada
prematuramente y era necesario derogarla.
Por otro lado, el radicalismo como partido de gobierno, se divida, y en ese gesto la
mitad del radicalismo se converta en el "rgimen" de la otra mitad. Su divisin adoptaba las
caractersticas de un movimiento cismtico y los disidentes se transformaban en herejes y
traidores a la causa. Todos se proponan como los "verdaderos" radicales, herederos de la
tradicin, de los principios originarios, de los smbolos y de los momentos fundantes. Para los
personalistas, Yrigoyen sintetizaba la causa que representaba: visin global del mundo ms que
programa concreto y particularizado. En ese sentido, el radicalismo era una "religin cvica" y
sus militantes y adherentes, sus fieles. El dogma, la creencia, la fe en la causa, estaban por
encima de la razn.
El antipersonalismo era una reaccin al poder personal de Yrigoyen. Proponan al
radicalismo como un partido y, en tanto tal, necesitaba un programa que cumpliera las funciones
del lder, aglutinando las lealtades de sus adherentes. Sus crticas a los gobiernos de Yrgoyen
coincidan con las de la oposicin, lo cual, en determinado momento, los acercaba, polarizando
la lucha poltica entre yrigoyenistas y antiyrigoyenistas. Esto complejiz la trama de los
acuerdos y oposiciones. Los posicionamientos parecan irreductibles y sus enfrentamientos
tenan eco privilegiado en los rganos legislativos, tanto a nivel nacional como provincial.
En la prctica y en relacin con el perodo precedente, a pesar de recurrentes denuncias
de fraude, generalmente no comprobadas, la participacin se ampliaba, las garantas y derechos
individuales se respetaban, la libertad de prensa y de reunin era un hecho, el Parlamento
funcionaba y se mantena la periodicidad de las elecciones. Sin embargo, el clientelismo, la
persistencia de prcticas facciosas, la confusin entre partido y gobierno, el ejecutivismo y la
irreductibilidad de las posiciones de una oposicin que, a pesar de su discurso, no terminaba de
aceptar los cambios que implicaba la ampliacin del sufragio, complicaban la tarea de
fortalecimiento de las instituciones.
En 1930 la defensa de la Constitucin y de sus principios unificaba a todo el espectro
partidario contra el yrigoyenismo y justificaba su derrocamiento. En nombre de la democracia
se produjo el primer golpe de Estado.
BIBLIOGRAFA
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Romero, Luis A., et al. El radicalismo. Carlos Prez editor, Buenos Aires, 1968.
18
Peter H. Smith. Los Radicales Argentinos y la Defensa de los Intereses Ganaderos, 1916-1930.
Desarrollo Econmico. Vol. VII N 25. 1967.
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1
LOS RADICALES ARGENTINOS Y LA DEFENSA
DE LOS INTERESES GANADEROS, 1916-1930
PETER H. SMITH
*
El poder, posicin y conducta del partido radical en la Argentina
preperonista es uno de los temas de la historia poltica del pas ms
frecuentemente discutido y rara vez estudiado. Los trabajos sobre el
asunto estn envueltos en mitos y pasiones. A lo largo de los aos,
los polemistas del partido han proclamado a la Unin Cvica Radical
como un eficaz instrumento de la democracia y de la reforma social
1
.
Los opositores, por lo general izquierdistas y aristcratas, han
alegado que el partido era ineficaz, fraudulento y que se consagraba
burdamente al propio beneficio. Las continuas rupturas del proceso
constitucional han engendrado recientemente en muchos grupos una
nostalgia colectiva que identifica la era 1916-1930 del rgimen
radical con la poca de gloria de la "democracia" argentina. Pero en
tanto abundan las controversias, son pocos y raros los estudios
desapasionados sobre el partido radical, o sobre la poltica
preperonista en general.
Los hechos bsicos del radicalismo argentino son, en general, bien
conocidos. En 1890, cuando el pas se sumi en una breve pero
aguda depresin, la Unin Cvica irrumpi contra la oligarqua
dominante en el famoso Noventa. La revuelta finaliz con un arreglo,
cuando Bartolom Mitre acept cooperar con el gobierno; pero dos
aos ms tarde la fraccin disidente del movimiento constituy la
Unin Cvica "Radical". Conducidos primero por Leandro Alem y luego
por Hiplito Yrigoyen, los radicales boicotearon todas las elecciones
en seal de protesta por los procedimientos fraudulentos, y llevaron a
cabo dos frustrados intentos de revolucin. Despus que el presidente
Roque Senz Pea promulg la ley del sufragio universal en 1912, los
radicales abandonaron su poltica de abstencin, y triunfaron en las
urnas. En 1916, Yrigoyen result elegido jefe del poder ejecutivo en
*
El autor es profesor asistente de Historia en el Darmouth College y desea expresar
su agradecimiento al Foreign Area Fellowship Program por su colaboracin en la
investigacin de este tema.
1
Vase GABRIEL DEL MAZO; El radicalismo: ensayo sobre su historia y doctrina 3
vols., Buenos Aires, 1957.
Peter H. Smith. Los Radicales Argentinos y la Defensa de los Intereses Ganaderos, 1916-1930.
Desarrollo Econmico. Vol. VII N 25. 1967.
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2
las primeras elecciones presidenciales realizadas bajo la nueva ley;
Marcelo T. de Alvear, otro radical, gan las elecciones en 1922;
Yrigoyen triunf nuevamente en 1928. Hacia mediados de la dcada
1920-1930 se produjo una escisin entre la administracin de Alvear
y el ala irigoynista del partido, fracciones conocidas respectivamente
por radicales "antipersonalistas" y "personalistas", a causa de que, se
supone, el grupo de Alvear se negaba a someterse a las exigencias
del caudillo. De todos modos, el dominio radical fue bruscamente
interrumpido por un golpe militar en septiembre de 1930, y el partido
pronto volvi a su poltica de abstencin electoral contra el fraude. A
partir de esa fecha en adelante, los radicales, como grupo, cayeron
en un eclipse temporario.
Como antecedente debe sealarse asimismo que la evolucin
econmica del pas durante esta poca se caracteriz principalmente
por el desarrollo de la exportacin y la importacin. La demanda de
Europa por artculos de consumo -en especial carne y granos - fue
en parte satisfecha por la creciente oferta de la Argentina, que
importaba a su vez productos manufacturados del exterior, sobre
todo de Gran Bretaa. En trminos de produccin, esto significaba
que la mayor parte de la actividad econmica argentina la
efectuaban los sectores "rurales", principalmente la agricultura y la
ganadera, amplios proveedores de la exportacin. Como se muestra
en el cuadro siguiente, la produccin agrcola y ganadera
aventajaba, hasta 1945-1949, a la produccin manufacturera, y la
actividad exportadora-importadora igualaba aproximadamente a la
mitad del producto bruto nacional del pas antes de la depresin.
Cuando los radicales gobernaron la Argentina, desde 1916 a 1930,
gobernaron una economa agropecuaria de importacin-exportacin.
INTERPRETACIONES CORRIENTES
Quiz la interpretacin ms importante de la conducta poltica de
la Argentina a comienzos del siglo XX es la tesis de la "clase media",
acabadamente articulada por John J. Johnson, de la Universidad de
Stanford
2
. Esta interpretacin centra su atencin en la aparicin de
los "sectores medios" del pas, esencialmente grupos urbanos cuyo
2
Political Change in Latin American: The emergence of the Middle Sectors,
Stanford, California, 1958, especialmente pgs. 94-127; la cita de este prrafo est
tomada de la pg. 98.
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3
poder econmico se basaba en la progresiva industrializacin (vase
cuadro 1). Segn la opinin de Johnson, estos sectores desafiaron a
la oligarqua terrateniente, y trataron de reorganizar la estructura
social y econmica adaptndola a su "moderna" perspectiva;
eventualmente trataron de movilizar el apoyo de las clases bajas, y
de ese modo encabezaron un ataque general contra el rgimen
establecido. En la Argentina, escribe Johnson, el proceso comenz en
1892, mediante la formacin del partido radical, desde el comienzo
el partido de los sectores medios, en particular aquellos de (la ciudad
de) Buenos Aires". A partir de esa fecha, prosigue la argumentacin,
esos enrgicos reformadores pretendieron apropiarse del poder de los
grupos gobernantes histricos. Ganaron el control del Estado
mediante elecciones libres en 1916, lo mantuvieron hasta el golpe de
estado militar en 1930, y luego lucharon contra una coalicin
conservadora hasta el advenimiento de Pern. Durante medio siglo el
tema poltico dominante fue el conflicto urbano-rural: la lucha de los
sectores medios en ascenso contra la aristocracia de los hacendados
3
.
La tesis de la clase media
4
ha sido recientemente discutida en un
incitante ensayo de Ezequiel Gallo (h) y Silvia Sigal, basado en un
anlisis de estadsticas electorales y datos biogrficos de lderes
3
Aunque esta interpretacin ha sido dado lugar a una creciente controversia, con
frecuencia se la aplica a la Argentina. Algunos trabajos recientes han sealado la
base de clase media del partido radical y advertido la conducta relativamente
conservadora de Yrigoyen y Alvear, y entonces han expresado sorpresa. En este
sentido, el rgimen de Yrigoyen ha sido a menudo llamado la luz que fall, como
si se hubiera podido esperar legtimamente una posicin reformista de lucha contra
la aristocracia. Ver GEORGE PENDLE: Argentina, 3 edicin, Nueva York, Londres y
Toronto, 1963; JAMES R. SCOBIE: Argentina: a City and a Nation, Nueva York,
1964; y ARTHUR P. WHITAKER: Argentina, ENGLEWOOD Cliffs, N. J., 1964.
4
El concepto de clase social es particularmente hbil para historiadores, por
cuanto los datos sobre todas las consideraciones pertinentes actitudes,
autoidentificacin y status, as como ocupacin y riqueza- son poco menos que
imposibles de obtener. Vase la exposicin en GINO GERMANI: Estructura social de
la Argentina, Buenos Aires, 1955, pgs. 139-147.
Para este estudio he atribuido las caractersticas de clase a grupos e individuos,
de modo amplio, sobre la base de ocupacin, riqueza pertenencia a clubs sociales y
status del nombre familiar, segn lo relativo por informantes. Distingo as entre
tres diferentes estratos: 1) La rica y prestigiosa clase alta u oligarqua; aunque un
descendiente de una familia tradicional haya perdido su fortuna puede todava
pertenecer a este grupo. 2) La clase media. 3) La clase baja o proletariado. La clase
media era, por supuesto, un grupo amplio y diverso. La distincin entre alta clase
media (rica, pero sin prestigio social) y baja clase media (sin riquezas ni prestigio)
es en ocasiones til para anlisis de diferentes patrones de conducta durante otros
perodos de la historia argentina, en especial la poca de Pern. Pero por razones
de simplicidad, y tambin por las dificultades en identificar la pertenencia de los
participantes en poltica a la alta o baja clase media, no se emplear en este
ensayo dicha distincin.
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radicales. Segn la informacin presentada, el partido radical estaba
principalmente compuesto por tres elementos sociales que haban
sufrido diversos tipos de frustracin durante el boom econmico del
pas de fines del siglo XIX y principios del XX. 1) Primero, estaban los
nuevos ricos terratenientes del interior y alto Litoral (en especial
Entre Ros, Santa Fe, Corrientes y Crdoba), que se beneficiaron en
grande con el crecimiento de la exportacin de carne y cereales, pero
cuyo acceso a la aristocracia tradicional, que en su mayor parte
provena de la provincia de Buenos Aires, les era negado. 2) Otro
grupo inclua a miembros de las viejas familias aristocrticas que, de
algn modo, estaban incapacitados para integrarse en el crecimiento
econmico del pas. 3) Luego estaban algunos miembros de las clases
medias urbanas, que participaban del proceso de expansin,
tpicamente como comerciantes, pero que estaban excluidos de las
esferas del poder. En lugar de conectar a los radicales con la
progresiva industrializacin, como lo hace Johnson, Gallo y Sigal
subrayan la conexin del partido con el prspero sector importador-
exportador de la economa nacional
5
.
5
La formacin de los partidos polticos contemporneos: la U.C.R. (1810-1916),
por TORCUATO DI TELLA, GINO GERMANI, JORGE GRACIARENA y otros, en
Argentina, sociedad de masas, Buenos Aires, 1965, pgs. 124-176.
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5
Sin embargo, ambas interpretaciones concuerdan en que el partido
radical se apoyaba en los "sectores medios" urbanos, de una ndole a
.otra, y que estos grupos integraban la base electoral para el triunfo
del partido en las votaciones. (En conjunto, las clases medias -baja y
alta, inmigrantes y nativos - eran harto numerosas; segn un
socilogo, sumaban casi el 33 por ciento de la poblacin nacional de
1914
6
.) Pero Johnson y Gallo-Sigal difieren en sus anlisis de
antecedentes y actitudes: Johnson ve a los radicales de clase media
como tipos urbanos inherentemente opuestos a la actividad
econmica exportadora a importadora y a los oligarcas que la
ejecutaban; Gallo y Sigal ven a los radicales como participantes, en
su mayor parte, en la economa de exportacin a importacin, que
tenan inters en su desarrollo y que estaban presumiblemente
inclinados a defender su hegemona. Hasta ahora ambas
interpretaciones han llegado a una impasse.
Se necesitan evidencias concretas para superarla. La validez de
ambas interpretaciones -o de cualquier otra teora sobre el tema -
slo puede ser probada por un ulterior estudio emprico. En un
esfuerzo para aportar dicha informacin, este trabajo intentar
analizar las actitudes y la conducta de los miembros del partido
radical, en especial de sus dirigentes, y en relacin con un conjunto
particular de cuestiones: el conflicto poltico sobre la industria
7
argentina de la carne, desde 1916 a 1930.
EL PROBLEMA Y SU SIGNIFICACIN
Los conflictos polticos en la industria argentina de la carne
afectaban a factores vitales de la estructura econmica y social del
pas. La produccin de carne alcanzaba a aproximadamente el 10 por
ciento del producto bruto nacional
8
. Exiga constante atencin de los
poderes ejecutivo y legislativo del gobierno nacional. Y debido a su
asociacin con la pampa y el gaucho, era en general considerada
como un smbolo de la patria. Alguien lleg incluso a decir que segn
marchara la carne, as marchara la nacin argentina.
6
GERMANI: Estructura social, pgs. 219-220.
7
El trmino industria est usado de modo indefinido en conexin con la
produccin de ganado y carne; no debe ser confundido con los conceptos de
manufacturacin o industrializacin.
8
ECLA, El desarrollo econmico de la Argentina, E/CN 12/429, Add. 4 pg. 4.
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6
Tanto como cualquier otra actividad econmica particular, la
produccin de carne compendiaba el carcter y desarrollo de la
economa argentina de exportacin a importacin. Entre 1900 y
1942, la exportacin de carne equivala aproximadamente a la mitad
del comercio exterior del pas
9
. Por tanto, las actitudes acerca de la
industria ganadera pueden ser tomadas como ndice bastante
fidedigno de las actitudes ms generales sobre el desarrollo
econmico y la relativa importancia de los sectores industrial y
agrcola-ganadero. A su vez, el contenido y la intensidad de estas
actitudes ayudarn a indicar si los radicales intentaron o no alterar en
algn sentido significativo la estructura econmica existente.
Adems, la cra de ganado llevaba en s fuertes connotaciones
sociales, por cuanto constitua la base econmica para el
mantenimiento y enriquecimiento de la aristocracia del pas. Casi por
definicin, atacar la industria de la carne implicaba oposicin a la
oligarqua reinante; si se hubiera intentado desafiar el statu quo, la
cra de ganado hubiera sido al blanco lgico y principal. Por el mismo
motivo, si bien haba muchos ganaderos de status socioeconmico
"mediano", la proteccin a esta industria indicaba proteccin a la
clase alta
10
. De este modo, el presente estudio no slo atae a la
poltica y opiniones econmicas de los radicales, sino que enfoca a
ilumina tambin sus actitudes sociales.
Los conflictos concernientes a la industria argentina de la carne
afectaban de manera directa los intereses de cuatro grupos
principales, cuyo diferente grado de poder econmico puede ser
ordenado con bastante precisin. 1) El grupo ms poderoso estaba
constituido por, ms o menos, seis frigorficos, en su mayor parte de
propiedad extranjera, que preparaban la gran mayora de carne
para exportar, y grandes cantidades para consumo interno. Su
fuerza econmica derivaba de una serie de convenios sobre
bodegas, conocidos entre los ganaderos como pools, y que
permitan a los frigorficos ejercer enorme influencia en el valor del
ganado argentino. Estos pools tuvieron vigencia durante casi el 90
por ciento del tiempo entre 1916 y 1930. 2) Despus venan los
ganaderos. Aunque al principio formaran un grupo relativamente
9
Sociedad Rural Argentina, Anuario de la Sociedad Rural Argentina, Buenos Aires,
1928, pg. 72; y Junta Nacional de Carnes, Estadsticas bsicas, Buenos Aires,
1964, pg. 20.
10
Por lo general, explcitamente a expensas de los grupos urbanos de clase baja,
tanto en su capacidad de consumidores de carne en gran escala como en su
generalizado deseo de industrializacin.
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homogneo, satisficieron la creciente demanda de ganado de ptima
calidad para el comercio anglo-argentino en carne enfriada, que se
distingue de la congelada o envasada, mediante una divisin de
tareas: los criadores vendan su hacienda ya para el mercado
interno, ya para engorde y su ulterior exportacin; los invernadores,
por lo comn ricos, compraban ganado a los criadores, lo
engordaban en campos de primera calidad y lo vendan despus a
los frigorficos. 3) En tercer lugar, en orden de poder econmico,
estaban los obreros de frigorficos, en especial del proletariado
urbano. Aunque luego con Pern adquirieron gran prominencia, no
constituyeron una fuerza importante en el perodo 1916-1930. 4)
Por ltimo, venan los consumidores, en su mayor parte integrados
por elementos de clase baja urbana
11
.
Las diferencias en la composicin y fuerza econmica de estos
cuatro grupos proporcionan una comprobacin concreta de las
actitudes de los radicales en relacin con el use y distribucin del
poder poltico. En especial, brindan una oportunidad para examinar si
ellos usaron su influencia poltica en un esfuerzo por alterar la
distribucin de la fuerza econmica; si trataron de romper la
supremaca de los intereses econmicos extranjeros; y si, quiz lo
ms importante, intentaron elevar los grupos urbanos de clase media
y baja a costa de los hacendados de la aristocracia.
Mientras que la industria de la carne posee considerable
significacin como tema de controversia poltica, la unidad
cronolgica de este estudio -de 1916 a 1930- tiene en s misma
importancia analtica. Durante este tiempo los radicales tuvieron
firme control del Estado argentino. Hiplito Yrigoyen y Marcelo T. de
Alvear ocuparon la presidencia, y el partido tuvo la mayora en la
Cmara de Diputados, en 13 sobre las 14 sesiones del Congreso
12
.
11
La divisin entre invernaderos y criadores se manifest slo durante parte del
perodo entre 1916 y 1930, en tanto su separacin funcional fue proceso evolutivo
directamente conectado con la produccin de carne enfriada, que empez a
prosperar en 1920. Vase HORACIO C. E. GIBERTI: Historia econmica de la
ganadera argentina, Buenos Aires, 1961, pgs. 186-190; JOS V. LICEAGA: Las
carnes en la economa argentina, Buenos Aires, 1952, pgs. 54-60; y HORACIO V.
PEREDA: La ganadera argentina es una sola, Buenos Aires, 1939, pgs. 23-50. Un
examen ms completo de estos grupos la da PETER H. SMITH: The Politics of
Argentine Beef, trabajo indito, Columbia University, Nueva York, 1966, cap. II.
12
EDUARDO ZALDUENDO: Geografa electoral de la Argentina, Buenos Aires, 1958,
pgs. 226-227. La Unin Cvica Radical control la Cmara de Diputados durante
siete de estos trece aos, incluyendo los perodos de intenso debate sobre la
industria de la carne: 1920-1923 y 1928-1930. La mayora en el ao decimotercero
est basada en cifras que agregan radicales locales (no antipersonalistas) al
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En general los radicales gozaron de gran poder; en el terreno
poltico, eran relativamente libres para actuar segn quisieran. Puesto
que el compromiso poltico no era en absoluto necesario, cabe por
tanto suponerse que, dentro de ciertos lmites, su conducta en
relacin con los conflictos en la industria de la carne proporciona la
ocasin para una certera reflexin sobre sus actitudes fundamentales.
Ese perodo 1916-1930 es tambin significativo porque acontece
mucho antes del tumultuoso levantamiento de la poca de Pern.
Aunque en mi conocimiento el argumento no ha sido vertido an en
la imprenta, los defensores de la tesis de clase media de vez en
cuando arguyen que la conducta hoy relativamente conservadora de
las clases medias en la Argentina se explica por la alienacin
producida por Pern en los sectores medios, antes de mentalidad
reformista. Antes de su dictadura en favor del proletariado, sostienen
ellos, exista una alianza entre la clase media y la clase baja, que fue
quebrada por los desagradables mtodos polticos de Pern. El
argumento es verosmil, pero debe ser. comprobado mediante el
examen de la conducta de los elementos de clase media antes de
Pern.
RECLUTAMIENTO DE LA DIRECCIN DEL PARTIDO
Antes de analizar la reaccin radical frente a especficos
problemas de la industria de la carne, vale la pena examinar primero
los orgenes y composicin de la direccin partidaria. Mientras se
concuerda en general en que los crecientes sectores medios
constituan la mayora de la masa del partido, la cuestin de la
direccin sigue en duda. Johnson indica que los principales radicales
provenan, como sus seguidores, sobre todo de la clase media
urbana. Gallo y Sigal, por otro lado, demuestran en forma
concluyente que algunos de los ms importantes puestos fueron
ejercidos por miembros de la aristocracia tradicional
13
. Sin duda,
haba miembros de ambos grupos entre los dirigentes radicales.
Nuestra tarea presente es estimar su relativo poder a influencia.
nmero de los de la Unin Cvica Radical. No son accesibles datos estadsticos
completos para el Senado, pero los radicales por lo general tuvieron tambin all la
mayora.
13
La formacin de los partidos polticos, en especial pgs. 162-170.
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ste es un punto importante. Si la mayor parte de los altos
dirigentes radicales provenan de la clase media urbana, se puede
legtimamente suponer que formaban un grupo ms o menos
homogneo, situado aparte de la oligarqua y que, presumiblemente,
poda atacar la estructura social existente. Pero si miembros de la
aristocracia terrateniente figuraban en forma prominente entre los
conductores del radicalismo, cabe suponer que los elementos de clase
media del partido haban concertado alguna especie de alianza con
los oligarcas del pas y aspiraban ms a asociarse con la clase alta
que a derrocarla.
Como breve prueba de esta hiptesis, examinaremos en qu
medida estaba representada la Sociedad Rural Argentina entre los
ministros del gabinete de Yrigoyen y de Alvear. El ejemplo es
limitado, pero significativo. Aclaremos que con toda seguridad los
ministerios, ms que el Congreso a otra institucin, proporcionan la
muestra ms simple y segura de efectiva direccin de alto nivel en
cualquier gobierno argentino a principios del siglo XX. A pesar de que
el Congreso iba aumentando su actividad y poder en esos aos, el
poder ejecutivo era an la parte ms poderosa del gobierno.
Como instrumento de anlisis, los ministerios proporcionan
tambin algunas claves para la distribucin y tipos del poder efectivo.
Los miembros del gabinete ejercan influencia en ocho reas
circunscritas -tales como Relaciones Exteriores, Hacienda o
Agricultura - y haba relativamente poca intromisin entre las
distintas esferas
14
. De este modo podemos no slo discernir si los
ganaderos argentinos ejercieron poder en los diferentes gobiernos,
sino tambin descubrir dnde ha sido su influencia ms fuerte.
La representacin de la Sociedad Rural en los ministerios es
particularmente importante, debido al carcter de la institucin:
desde sus comienzos en 1866, fue un club exclusivo para ganaderos
aristocrticos. Limitado por un procedimiento de admisin secreta, el
nmero de sus miembros fluctuaba entre 2.000 y 5.000, rondando
por lo general en los 2.500. La mayor parte eran hombres de buena
familia, que provenan de la tradicionalmente rica provincia de
Buenos Aires. Es significativo, por ejemplo, que aproximadamente el
14
Fallan los intentos de clasificar los cargos del gabinete, con la esperanza de
obtener criterios significativos sobre la distribucin total del poder. Las cifras del
presupuesto, por ejemplo, no sirven de ayuda: Relaciones Exteriores, obviamente
uno de los cargos ms crticos, rinde cuentas de menos gastos que cualquier otro
ministerio en 1914! Vase Tercer censo nacional, lanvantado el 1 de junio de
1914, X, Buenos Aires, 1917, pgs. 390-394.
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10
75 por ciento de los miembros de la Sociedad Rural registraran su
residencia en la ciudad de Buenos Aires, donde est la sede central
de la institucin
15
. En primer lugar, esto significa que eran bastante
prsperos, ya que posean casa en la ciudad adems de estancias;
segundo, sugiere que la mayora de sus campos estaban en alguna
parte prxima a la ciudad capital, probablemente en la provincia de
Buenos Aires. Como cualquier otra institucin particular, la Sociedad
Rural estaba a favor de la aristocracia tradicional.
En general, la Sociedad Rural posea un poder poltico tremendo.
Cinco de los nueve presidentes que gobernaron el pas desde 1910
hasta 1943 pertenecieron a la Sociedad Rural; esto es, ms de la
mitad de los jefes ejecutivos provenan directamente de la
aristocracia ganadera. Y de los 94 nombramientos efectuados para
los ocho cargos del gabinete durante el mismo perodo, no menos de
39 -ms del 40 por ciento - se otorgaron a miembros de la Sociedad
Rural. La influencia de la institucin era patente, especialmente en
relacin con la ganadera y la agricultura. De los 14 nombrados para
el ministerio de Agricultura, 12 pertenecan a la Sociedad Rural; y en
trminos de posesin, la Sociedad control ese ministerio ms del 90
por ciento del tiempo
16
. Adems, era costumbre del gobierno
consultar a la Sociedad Rural en los ms importantes problemas
ganaderos; ninguna decisin poltica importante sobre ganadera fue
jams tomada sin dar a la organizacin al menos la oportunidad de
emitir su opinin.
La influencia poltica de la Sociedad Rural hace importante
determinar cmo consideraban los radicales a la institucin. Se ha
sealado a menudo que las designaciones ministeriales entre 1916 y
1930 recayeron en miembros del partido radical. Pero en s la
participacin de afiliados no proporciona indicacin alguna sobre las
actitudes fundamentales del partido; la cuestin, para nuestro
15
CARL C. TAYLOR, Life in Argentina, Baton Rouge, La. 1948, pg. 399. Vase
tambin Estatutos de la Sociedad Rural Argentina, Buenos Aires, 1927.
16
Debe advertirse que los funcionarios claves del gobierno incluyendo el
presidente, el ministro de Agricultura y otros miembros del gabinete- eran
designados miembros honorarios de la Sociedad Rural mientras duraba el ejercicio
de su cargo. Un procedimiento de enrolamiento tan insinuante tenda
naturalmente a asegurar a la Sociedad una adecuada representacin y odos
benvolos en los altos crculos del poder. Todas mis referencias de miembros de la
Sociedad, aqu en cualquier otra parte, son slo de socios plenos, y no honorarios,
de la Sociedad.
Las nminas de socios han sido tomadas de la Sociedad Rural Argentina, Nmina de
socios, Buenos Aires, 1932, 1939, 1946; las listas anteriores fueron a veces
publicadas en la revista de la institucin, Anales de la Sociedad Rural Argentina.
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11
propsito, es si dicho favoritismo excluy o no a la Sociedad Rural de
su posicin habitual en el poder. Incorporaron Yrigoyen y Alvear a
miembros de la Sociedad en sus gabinetes? O atacaron los radicales
de algn modo a la Sociedad Rural?
Precisamente, los dos presidentes radicales designaron a muchos
miembros de la Sociedad Rural para importantes cargos del gabinete,
tal como lo hicieron los conservadores tanto antes como despus de
1916-1930
17
. En total, Yrigoyen y Alvear nombraron, durante su
mandato, 29 hombres para integrar sus gabinetes, y 13 de ellos
pertenecieron a la Sociedad Rural. Esto significa que
aproximadamente e1 45 por ciento de todos los ministros radicales
fueron miembros de la Sociedad Rural. Esta cifra es de hecho ms
alta que el promedio total de 1910-1943, y esto sugiere con fuerza
que los radicales estaban tan ntimamente en armona con la
Sociedad Rural como estaban los grupos conservadores.
Esta delineacin se clarifica en el cuadro siguiente, que refleja la
proporcin de miembros de la Sociedad Rural en el nmero total de
ministros del gabinete nombrados en las sucesivas administraciones
desde 1910 a 1943. Las cifras muestran el considerable, pero
constantemente declinante, poder de la Sociedad Rural, aun bajo
presidentes radicales. Revelan tambin algunas notables
discrepancias entre las diferentes administraciones de Yrigoyen y
Alvear. La primera presidencia de Yrigoyen, en la cual el 62,5 por
ciento de los cargos del gabinete fueron ejercidos por miembros de la
Sociedad Rural, se manifiesta como fundada claramente en una
alianza con la clase alta; lo mismo puede decirse del rgimen de
Alvear, cuando el propio presidente era un destacado aristcrata.
Pero a partir de 1928, el segundo gabinete de Yrigoyen fue reclutado
casi por entero en los sectores medios urbanos: slo uno de los ocho
ministros perteneca a la Sociedad Rural, y ste era el ministro de
Agricultura
18
. Aunque la evidencia es sucinta, sugiere que los
radicales "personalistas" tendan a apoyarse sobre el ala urbana del
17
El partido gobernante antes de 1916 se conoca como el partido conservador, y
algunas veces por su nombre anterior, Partido Autonomista Nacional (P. A. N.);
despus del golpe de 1930 y de las elecciones de 1932, el gobierno fue controlado
por una coalicin conocida como La Concordancia. Pero, por razones de simplicidad
este trabajo se refera a ambos grupos como conservadores.
18
Juan B. Fleitas, que provena de la provincia de Corrientes, hecho que concuerda
puntualmente con lo sostenido por Gallo y Sigal de que la movilizacin del alto
Litoral contribua a la fuerza del partido radical.
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partido, mientras que los "antipersonalistas" eran apoyados
ampliamente por sus elementos rurales.
Adems, segn se muestra en el cuadro 3, la Sociedad Rural
mantuvo en general el control sobre los mismos ministerios, tanto
bajo los radicales como bajo otros presidentes. Ms an, como en
algunas otras administraciones, un presidente (Alvear) perteneci a
la Sociedad Rural; otro miembro de la institucin sirvi como segundo
vicepresidente de Yrigoyen. El ministerio de Agricultura fue ejercido
por un miembro de la Sociedad Rural durante todo el perodo desde
1916 a 1930; la actividad del gobierno con relacin a la ganadera era
dejada a los mismos ganaderos, ms bien que utilizada como
instrumento de cualquier clase para atacar a la aristocracia.
Relaciones Exteriores, Hacienda y los cargos militares, todos de
importancia, fueron ejercidos de cuando en cuando por miembros de
la Sociedad Rural. En resumen, los radicales no slo designaron a
ganaderos aristcratas para sus gabinetes, sino que, en general,
dieron tambin a la oligarqua las mismas posiciones influyentes que
controlaba bajo el gobierno conservador.
En cuanto a la conduccin de alto nivel, parece razonable concluir
que el gobierno radical se fundaba de modo esencial en una alianza
entre elementos de la clase media urbana y la aristocracia ganadera,
y no en una oposicin a los grupos gobernantes histricos. Una de las
instituciones ms selectas del pas, la Sociedad Rural Argentina,
estuvo altamente representada en los gobiernos radicales. El otro
componente fue reclutado entre los sectores medios urbanos
19
.
Establecido esto, examinaremos ahora la conducta de unos y otros
dirigentes radicales en las condiciones especficas del conflicto.
Cmo reaccionaron en las crisis de la industria ganadera? Lucharon
entre s? Se opusieron los radicales de algn modo a la aristocracia
rural?
19
Este anlisis no discrepa con lo sostenido por Manuel Glvez de que Yrigoyen dio
la mayor parte de los nombramientos de gobierno a miembros de la clase media:
Vida de Hiplito Yrigoyen: el hombre del misterio, Buenos Aires, pgs. 190-193. Mis
observacin es que mientras Yrigoyen, e incluso Alvear, pueden haber designado
para los ms bajos cargos del gobierno argentino a miembros de la clase media,
muchos puestos importantes, en especial del gabinete, continuaron siendo
ejercitados por aristcratas.
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OPOSICIN A LOS OBREROS
La prueba primera de la conducta radical se produce durante la
primera presidencia de Yrigoyen, cuando la direccin de los
frigorficos se encontr, a fines de 1917, en conflicto con la
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14
impaciente posicin obrera. Previendo que los trabajadores queran
organizarse bajo la F. O. R. A. (Federacin Obrera Regional
Argentina), de carcter internacional, los directores de Armour y
Swift comenzaron a despedir a los lderes. En represalia, los
trabajadores convocaron a la huelga el 26 de noviembre, y 11.000
hombres abandonaron el trabajo. Sus demandas, aparte de su
derecho a unificarse, eran claras y no exageradas: jornada de ocho
horas, pago de horas extras, gradual aumento de jornales y salarios,
viticos para viajar a quienes vivieran lejos y feriado en el l9 de
mayo. A medida que los hechos se fueron desarrollando, los
trabajadores de frigorficos recibieron apoyo de los trabajadores
martimos y de la F. O. R. A. Por vez primera en su historia, los
frigorficos enfrentaban la enrgica oposicin de sus fuerzas
laborales
20
.
En estas circunstancias, los estancieros apoyaron rpidamente a la
direccin de los frigorficos. Reunidos bajo los auspicios de la
Sociedad Rural, un grupo de prominentes ganaderos exhort a
Yrigoyen a actuar contra la huelga, por cuanto sta haba paralizado
los embarques y los productores no tenan mercado para su ganado.
Para subrayar an con mayor vigor su demanda, alzaron el espectro
del anarquismo, fuerza considerable en la Argentina desde el
comienzo del siglo, y posiblemente fuente de genuino temor. Desde
su punto de vista, la huelga no era propiamente el resultado de un
simple conflicto entre empleados y empleadores, "sino... obedece a
elementos extraos al gremio obrero, conocidos por la polica como
agitadores profesionales". En conclusin, la huelga deba ser
dominada y los trabajadores obligados a volver al trabajo
21
.
A pesar de recurrir al sentimiento antianarquista, el apoyo de los
ganaderos a los frigorficos estaba esencialmente fundado en
intereses econmicos. Es verdad que su principal motivo era
reanudar, a casi cualquier precio, los embarques, mientras que los
frigorficos queran romper la huelga y mantener bajos los salarios; si
esto hubiera significado una larga lucha, los ganaderos
probablemente habran aconsejado moderacin y una parcial
concesin a las demandas obreras. Pero, al fin y al cabo, su posicin
era por entero racional. Primero, siempre convena a los productores,
20
La descripcin de la huelga est tomada del Departamento Nacional de trabajo,
Boletn del departamento nacional de Trabajo, N 40, 1919, pgs. 66-67, y N 41,
1919, pgs. 56-65.
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15
tanto individual como colectivamente, ganarse el favor de los
frigorficos. Segundo, y ms importante, una victoria de los
empresarios redundara en su propia ventaja, ya que los bajos costos
de trabajo posibilitaban a los frigorficos para pagar elevados precios
por el ganado; por el contrario, salarios ms altos hubieran
significado precios ms bajos para la hacienda. Los intereses de los
ganaderos eran, por ende, opuestos a los, de los trabajadores.
Los radicales respondieron pronto a la presin de los estancieros.
Yrigoyen, celebrado menudo como un modelo ejemplar de la
ascendente clase media argentina, no slo escuch a los frigorficos
y a los ganaderos de la oligarqua: envi a la Marina a romper la
huelga! (Por curiosa coincidencia, como cabe observar en el cuadro
3, el ministro de Marina de Yrigoyen perteneca a la Sociedad Rural)
. Luego retir las tropas, pero slo despus que la F. O. R. A. haba
amenazado con ir a una huelga general en apoyo de los
trabajadores de frigorficos. No obstante, fue sta una decisin
notable: aunque hubiera habido algunos "agitadores profesionales"
incitando a la huelga, movilizar a la Marina fue un acto
groseramente hostil que slo sirvi para intensificar el conflicto.
La posicin antilaboral de la administracin radical durante la
huelga de los frigorficos suministra un precedente significativo de su
conducta durante la infame "semana trgica" de febrero de 1919,
cuando los trabajadores incluso los de frigorficos y la polica
sostuvieron sangrientas batallas en las calles de Buenos Aires. Se ha
sugerido algunas veces que esta horrible experiencia apag el ardor
de Yrigoyen en favor de los obreros, y que podra explicar sus dbiles
posiciones siguientes en relacin con las cuestiones laborales; su
accin durante la huelga de los frigorficos implica, por el contrario,
que l nunca haba sido, en realidad, un celoso defensor de las
reformas laborales. Como representante de clase media, haba
tomado partido por los reyes de la carne y los capitalistas
extranjeros, y no por los trabajadores.
De todos modos, al final, la huelga fue rota -como lo expres la F.
O. R. A.- "por la resistencia capitalista y el apoyo del Estado". Los
trabajadores fueron incapaces de sostenerse contra una coalicin de
esta ndole. Para febrero de 1918, todos haban vuelto al trabajo. La
derrota fue total; su rendicin, incondicional. Combatidos con celo por
21
Anales de la Sociedad Rural Argentina, 1917, LI N 10, diciembre de 1917, pgs.
771-772. En adelante citado como Anales.
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los ganaderos de la clase alta y los radicales de Yrigoyen, los
trabajadores de los frigorficos fueron impotentes
22
.
LA CRISIS DE POSTGUERRA EN LA INDUSTRIA DE LA CARNE
Una segunda prueba concreta de las actitudes de los radicales en
relacin con los conflictos de la industria de la carne se produce
despus de la Primera Guerra Mundial, en la crisis econmica que se
extendi durante los gobiernos de Yrigoyen y Alvear. Durante la
guerra, la fuerte demanda en Europa de carne argentina haba
inducido a los ganaderos a aumentar su hacienda de 26 millones,
ms o menos, de cabezas en 1914, a ms de 37 millones para
1922
23
. El volumen del comercio exterior disminuy en forma aguda
despus de la guerra, y luego retorn al pico de tiempos de la guerra
hacia 1923. Pero la oferta exceda ahora a la creciente demanda, y el
resultado fue, en 1922 y 1923, una rpida declinacin en el valor del
ganado
24
. En el mercado de hacienda de Liniers, el precio de novillos
excepcionales se precipit de 240 pesos en octubre de 1920 a
alrededor de slo 113 pesos en mayo de 1922; en menos de dos
aos, los precios se haban reducido ms de la mitad
25
. La industria
del ganado haba entrado de repente en crisis.
La quiebra de posguerra es particularmente importante por su
oportunidad y carcter. La Primera Guerra Mundial haba destruido
muchas de las habituales rutas comerciales y estimulado en gran
manera la industria manufacturera local (vase en el cuadro 1 los
datos de 1920-24). Con esta naciente industrializacin, el gobierno
argentino, controlado por los radicales, se enfrentaba con una
importante decisin poltica: o bien fomentar el desarrollo industrial o
bien revigorizar la antigua actividad exportadora-importadora. La
22
Departamento Nacional de Trabajo, Boletn N 41, 1919, pg. 63. Como
ilustracin adicional de la debilidad de los trabajadores, una huelga contra el
frigorfico municipal de Buenos Aires tambin termin en una ignomiosa derrota.
Vase la Review of the River Plata, 13 de febrero de 1920, pgs. 423-425; 20 de
febrero de 1920, pg. 493; 27 de febrero de 1920, pg. 567.
23
Junta Nacional de Carnes, Estadsticas Bsicas, pg. 1. Anales, LVII N 18; 15 de
setiembre de 1923, pg. 11.
24
Junta Nacional de Carnes, Estadsticas bsicas, pg. 8.
25
Anuario de la Sociedad Rural Argentina, pg. 261. Aunque la declinacin de los
precios de ganado fue en parte mitigada por una importante baja del costo de vida
entre 1920 y 1923, el descenso del valor real del ganado fue, no obstante, agudo.
Junta Nacional de Carnes, Estadsticas bsicas, pg. 14.
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crisis en la industria ganadera contribua, naturalmente, a agudizar la
necesidad de decidir.
A causa de la creciente demanda internacional de carne enfriada
26
,
la cada en los precios de la hacienda tuvo diferentes efectos sobre
los ganaderos del pas. Los criadores fueron afectados tanto por
saturacin del mercado interno como por el rpido desplazamiento de
la carne congelada (de mediana calidad) del comercio de exportacin.
La posicin de los invernadores era ambigua. Segn La Prensa,
algunos se las ingeniaron para defender su margen de costo-precio y
estaban percibiendo "mayores utilidades que las que obtenan cuando
los frigorficos pagaban elevados precios por novillos
27
. En la ausencia
de una adecuada estadstica, sera razonable, sin embargo, dar por
sentado que otros fueron perjudicados por la sbita cada del valor de
la hacienda.
En virtud de consecuencias tan desiguales, los estancieros
argentinos enfrentaron la crisis con indecisin. Algunos ganaderos
abogaban por una accin gubernamental; otros aconsejaban
paciencia. Esta inseguridad y falta de consenso se reflej claramente
en la cambiante poltica de la Sociedad Rural Argentina. A1 principio
la Sociedad, presidida por Joaqun C. de Anchorena y Ernesto Bosch,
se manifest por el laissez faire. Aunque Anchorena expresara su
preocupacin por la declinacin de los precios, exoner
especficamente al pool frigorfico de toda culpa por la crisis. l y
Bosch, en repetidas ocasiones, rechazaron de plano la conveniencia
de una intervencin del Estado y sostuvieron confiadamente que las
fuerzas del mercado volveran pronto a un equilibrio
28
.
La posicin de no intervencin de la Sociedad Rural experiment
de pronto un cambio total, a fines de 1922, cuando el grupo de
Anchorena y Bosch fue desplazado de la comisin directiva en las
elecciones bienales de la institucin. Presidida por Pedro Pags, un
criador, la nueva comisin cambi en seguida la poltica de la
Sociedad en relacin con la declinacin de los precios. Pags imput
directamente a los frigorficos la culpa por la crisis. "Nuestro comercio
de carne y subproductos", denunci en una oportunidad, "est hoy
entregado en absoluto a nueve empresas frigorficas..." El fraude
comercial ha mantenido sus beneficios en un nivel "monstruoso" a
26
Vase RICARDO M. ORTZ, Historia econmica de la Argentina, 1850-1930,
Buenos Aires, 1964, II, pg. 11.
27
Diciembre 26 de 1922.
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expensas de los laboriosos ganaderos. La nica solucin concebible
para el problema era la intervencin econmica por parte del
Estado
29
. El gobierno argentino, declar, no puede de buena fe
abandonar a los ganaderos a la voracidad de los frigorficos. Se
necesitaba una accin estatal, y sta habra de incluir el
establecimiento de un precio mnimo oficialmente regulado para la
hacienda
30
.
Las demandas de los ganaderos en pro de una accin del Estado
tuvieron inmediato eco en las salas del Congreso, donde se present
un gran nmero de proyectos para proteger a los estancieros
argentinos de las presuntas manipulaciones del trust de frigorficos.
La ms arrolladora de las propuestas fue hecha por un conservador,
Matas G. Snchez Sorondo, en diciembre de 1922: el plan inclua un
frigorfico semiestatal, el control de los frigorficos por el gobierno, la
ampliacin del crdito para ganaderos y un precio oficial mnimo
31
.
Puesto que el partido conservador era el reducto de la aristocracia, la
solicitud de Snchez Sorondo en favor de los ganaderos reflejaba los
intereses bsicos de los que constituan el partido.
Pero miembros del partido radical presentaron tambin muchos
otros proyectos. A principios de 1922, un plan radical procuraba
impedir la compra por parte de los frigorficos de animales
extremadamente pesados. Dicho procedimiento obligaba a los
criadores a guardar su hacienda ms tiempo y acumulaban as costos
de mantenimiento, mientras que los frigorficos obtenan ms carne
de menos animales. Otro grupo de radicales aconsejaba establecer
mataderos regionales y cmaras congeladores en todas las reas de
produccin ganadera, en un intento por aumentar el mercado interno
y otros, y, por implicacin, ayudar a los criadores a liberarse de la
dominacin de los invernaderos y frigorficos. Un proyecto de precio
mnimo fue tambin promovido por Manuel Mora y Araujo -un radical
que perteneca a la Sociedad Rural y que criaba ganado en su
provincia natal de Corrientes -. Otra medida ms importante fue
presentada en julio de 1922 por Mario Guido, abogado radical de la
28
Vase Anales, LV, N 15, 1 de agosto de 1921, pgs. 633-634; LV. N 16, 15 de
agosto de 1921, pg. 640; LV, N 17, 1 de setiembre de 1921, pgs. 649-653.
29
PEDRO T. PAGS, Crisis ganadera argentina, Buenos Aires, 1922, con citas en
pgs. 8 y 20.
30
Anales, LVII, N 2, 15 de enero de 1923, pg. 80.
31
Cmara de Diputados de la Nacin, Diario de Sesiones, 14 de diciembre de 1922,
pgs. 213-215; 15 de diciembre, pgs. 259-260. En adelante citado como
Diputados.
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provincia de Buenos Aires, intentando evitar la discriminacin de
precios proponiendo que los frigorficos compraran ganado sobre la
base del kilo vivo, en lugar de sobre la simple estimacin de la
utilidad potencial de carne
32
.
En una etapa posterior del debate sobre la crisis en el Congreso,
Guido pronunci un discurso que arroja reveladora luz sobre la
actitud radical en relacin con los ganaderos. Aun como abogado
residente en la ciudad, si bien representaba a la provincia de Buenos
Aires, se afan explcitamente en sealar que la "industria madre"
argentina, como l y otros la llamaron, era propiedad no de una
ociosa aristocracia, sino de los animosos grupos luchadores de las
clases media y baja. Iba en ello ms que la suerte de una oligarqua:
la prosperidad, el patrimonio y la independencia de la nacin. Este
sector "democrtico de la produccin ha cado en malos tiempos,
continuaba Guido, debido a las avarientas manipulaciones del pool
frigorfico extranjero. El problema consista no en un exceso de oferta
de ganado, sino en la falta de competencia para los frigorficos. La
proteccin del Estado era, pues, angustiosamente necesaria y
enormemente justa
33
Considerando la cosa, la identificacin que Guido estableca entre
los estancieros argentinos y los sectores medios del pas sonaba a
falso. La funcin del discurso fue, segn parece, justificar ante los
electores de clase media su defensa de los aristcratas ganaderos.
Para lograr su objetivo, Guido us de dos recursos oratorios. Primero,
exager ampliamente el carcter de "clase media" del grupo de
estancieros Segundo, matiz su lgica con un barniz de nacionalismo
"antiimperialista", es decir, una exigencia ideolgica de independencia
econmica nacional. As Guido, en nombre de la independencia y
dignidad de la Argentina, reuna las fuerzas de clase media en
32
Ibid, V, 8 de febrero de 1922, pgs. 80-82; I, 13 de julio de 1922, pgs. 678-
680;I, 14 de junio de 1921, pgs. 619-624; I, 12 de julio de 1922, pgs. 625-629.
Guido haba presentado su provecho en una ocasin anterior: Ibid; IV, 19 de
agosto de 1920, pgs. 281-285. No parece que haya habido entre criadores e
invernadores un desacuerdo mayor o explcito sobre la legislacin propuesta, aun
cuando algunos de sus portavoces hayan aludido especficamente a diferencias
entre ambos grupos. Tal como lo seala Jos Liceaga, la mayora de estos
proyectos soslaya la situacin creada por el divorcio entre el invernador y el
criador... Las carnes, pg. 68.
33
Vase Diputados, VII, 5 de abril de 1923, pgs. 86-105; 6 de abril de 1923, pgs.
109-140. Vase tambin la rplica de Juan B. Justo, Socialista, que caracteriz la
cra de ganado como la industria bisabuela, la industria caduca... Ibid, VII, 20 de
abril de 1922, pgs. 622-640.
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20
defensa de los hacendados del pas. Los radicales, pues, en retrica
tanto como en los hechos, acudieron en auxilio de los estancieros
34
.
Mientras proyectos legislativos eran promovidos en ayuda de los
ganaderos del pas, el gobierno de Yrigoyen tomaba en la crisis una
posicin ambigua. Aunque Toms A. Le Breton, como embajador ante
Washington, haba enviado en 1919 una traduccin del fallo anti-trust
de la Federal Trade Comission del presidente Woodrow Wilson,
condenatorio examen del papel del trust de carne de Chicago en la
regin del Plata, el informe ni siquiera fue publicado. El gobierno
propuso un censo ganadero y, como los precios declinaban, un plan
de crditos liberales para los ganaderos
35
. Como lo haba sugerido la
Sociedad Rural bajo la presidencia de Anchorena y Bosch, se
mantenan peridicas discusiones con los frigorficos para abrir
nuevos mercados, y se envi una comisin a Europa para investigar
esa posibilidad. Ms tarde se despleg un poco ms de energa: en
febrero de 1922 se inform que el gobierno consideraba que la crisis
era consecuencia de la oferta y demanda, y no de un trust frigorfico;
pero, de todos modos, en julio se rumoreaba que el gobierno
proyectaba minar el pool por adquisicin, expropiacin o construccin
de un frigorfico por parte del Estado
36
. Si la posicin de Yrigoyen era,
por lo general, pasiva, tambin fue ambivalente.
Fue el gobierno de Alvear, instaurado en octubre de 1922, el que
tom una accin decisiva. Le Breton fue designado ministro de
Agricultura, y pronto comenz a enfrentar el problema. El informe de
la F. T. C. fue publicado en diciembre en forma de Libro Rojo, el
primero de una serie de investigaciones sobre el comercio de
carnes
37
. A fin de ese ao fue levantado un censo ganadero. En
34
Los proyectos en consideracin intentaban proteger los intereses de slo
aquellos ganaderos que estaban activamente comprometidos con el negocio de
comercio en carnes. Segn el ingeniero Jos Milona, profesor de la Facultad de
Agronoma y Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires, se necesitaba como
mnimo un lote de 200 cabezas para poder subsistir en el comercio; aplicado al
censo ganadero de 1937 este criterio, resulta que haba alrededor de 25.000
ganaderos ocupados con el comercio de carnes, tanto para abastecimiento de
centros urbanos de la Argentina como para provisin de ganado de exportacin. No
obstante Guido proclamaba que sus medidas habran de proteger los intereses de
unos 112.000 ganaderos: Ibid; 1922, VII, 5 de abril de 1923, pg. 89.
35
Ibid, IV, 16 de setiembre de 1919, pg. 711; III, 14 de setiembre de 1921, pg.
566; Review of the River Plate, 15 de julio de 1921, pg. 151; 22 de julio de 1921,
pg. 215; 31 de marzo de 1922, pgs. 779-781; 14 de abril de 1922, pg. 901.
36
Review of the River Plate, 3 de febrero de 1922, pgs. 269 y 273; 28 de julio de
1922, pg. 211.
37
Ministerio de Agricultura, Comercio de Carnes, 3 vols. (Libro Rojo, Libro Verde,
Libro Azul), Buenos Aires, 1922-1923.
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febrero de 1923, el presidente envi dos importantes proyectos al
Congreso; uno era una medida general que estableca la inspeccin
por parte del gobierno del estado de cuentas de los frigorficos, el
registro obligatorio de los mismos en el ministerio de Agricultura y la
venta de toda la hacienda sobre la base del kilo vivo; una disposicin
clave autorizaba al ministerio de Agricultura a clausurar cualquier
frigorfico, virtualmente a su propia discrecin. El otro proyecto
consista en crear un frigorfico nacional en la ciudad de Buenos Aires,
dirigido de manera directa por el Estado; segn el mensaje que lo
acompaaba, su funcin sera reducir los excesivos beneficios de los
intermediarios mediante una intensa competencia, a fin de elevar
tanto el valor de la hacienda como bajar el costo de la carne al por
menor
38
.
Resultara tentador relacionar estas diferentes respuestas de los
dos gobiernos radicales con el tan proclamado contraste entre los
antecedentes de clase media de Yrigoyen y las vinculaciones
personales de Alvear con la aristocracia ganadera. No obstante,
como se muestra en el cuadro 2, Yrigoyen otorg a miembros de la
Sociedad Rural un mayor porcentaje de cargos en el gabinete que
Alvear. Bajo ambos presidentes, el ministerio de Agricultura fue
ejercido por alguno de la institucin. Decir que el gobierno de Alvear
estaba inherentemente ms implicado con los intereses estancieros
que el de Yrigoyen, parece ser, a lo sumo, una peligrosa suposicin.
En cambio, deben sugerirse otras explicaciones. Primero, la
declinacin de precios estaba hacindose ms y ms aguda en la
ltima parte de 1922. Slo entonces fue obvio que la crisis haba
tomado importancia duradera, a Yrigoyen simplemente pudo no
haber tenido 'tiempo para enfrentarse con esta verificacin. Aun as,
el proyectado intento de expropiar o comprar un frigorfico revela una
creciente conciencia del problema. Una segunda consideracin, con
probabilidad ms significativa, se relaciona con la transmisin de la
direccin de la Sociedad Rural de Anchorena y Bosch a Pags. Con
este cambio la Sociedad, principal fuente de consejo a informacin
para el gobierno en asuntos ganaderos, comenz a abogar por la
accin estatal, en lugar del Laissez faire. El grupo de Alvear, sin
duda, respondi, al menos en parte, a las nuevas demandas de la
Sociedad Rural. Es tambin concebible, aunque quede esto como
tema para la especulacin, que la administracin de Yrigoyen, con su
38
Diputados, 1922, VI, 24 de enero de 1923, pgs. 3-9.
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evidente propensin hacia un nacionalismo econmico
39
y su slida
representacin de los intereses ganaderos, tambin hubiera
respondido a estas presiones.
Sea como fuere, el Congreso argentino aprob, hacia mediados de
1923, cuatro leyes en respuesta a la crisis del mercado de hacienda.
stas disponan: 1) la construccin de un frigorfico dirigido por el
Estado, en la ciudad de Buenos Aires; 2) la inspeccin y supervisin
gubernamental del comercio de carnes; 3) la venta de hacienda sobre
la base del kilo vivo; 4) un precio mnimo para la venta de ganado
para exportacin, y un precio mximo para la venta local de carne.
Todos estos planes tenan la explcita aprobacin del gobierno de
Alvear, a excepcin del sistema de fijacin de precios, que el ministro
,de Agricultura Toms A. Le Breton consideraba como bien
intencionado, pero totalmente impracticable
40
. En toda la concepcin
y aprobacin de las leyes que protegieron a los ganaderos de su crisis
de posguerra, desempearon los radicales parte prominente.
BATALLA DEL PRECIO MNIMO
Casi todas estas leyes crearon problemas en su ejecucin, pero
ninguna experiment tanta dificultad como la estipulacin de un
precio mnimo para el ganado. En octubre de 1923, a menos de una
semana de la aprobacin del proyecto en la Cmara de Diputados, el
gobierno de Alvear curs invitaciones a todos los grupos relevantes,
incluidos los frigorficos, a una reunin del consejo asesor que debera
regular los precios bsicos. Alegando que el proyecto era
inconstitucional, los frigorficos se .negaron a concurrir. Cuando no
enviaron su representacin a una segunda reunin, el consejo asesor
decidi seguir adelante y recomend un precio mnimo; en el mismo
da, Alvear firmaba un decreto fijando algunos precios relativamente
moderados para la venta del ganado de exportacin
41
.
39
WHITAKER, Argentina, pgs. 71-73.
40
Cmara de Senadores de la Nacin, Diario de Sesiones, I, 18 de setiembre de
1923, pgs. 530-531. En adelante citado como Senadores.
41
Ministerio de Agricultura, Comercio de carnes: el precio mnimo para la compra
de carne bovina de exportacin, Buenos Aires, 1923, pgs. 130-168. Este informe
fue publicado en respuesta a una demanda de informacin de Juan Ramn Vidal:
Senadores, II, 25 de octubre de 1923, pgs. 216-218; 22 de noviembre, pgs.
475-479; 24 de noviembre, pg. 492.
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Los frigorficos respondieron con decisin y precisin. Al estar
amenazados en sus derechos pblicos, suspendieron toda compra de
ganado de exportacin. El comercio en hacienda ces de repente. Al
parecer, el plan de los frigorficos era imponer a los productores de
ganado de alta calidad, tanto criadores como invernadores, grandes
privaciones econmicas tales que los obligaran a manifestarse contra
la ley de precio mnimo
42
. De este modo, el poder econmico poda
ser usado por los frigorficos para obtener una representacin
indirecta en el sistema poltico argentino.
Pronto lleg la cuestin a un punto decisivo. Cuando los
representantes de los frigorficos rechazaron una medida
conciliatoria, una reunin del consejo asesor termin en abierto
conflicto. Aun cuando la suspensin de la ley fue recomendada por
uno de los miembros del grupo, sus defensores se mantuvieron
firmes. Puesto que los frigorficos estaban dispuestos a explotar a los
ganaderos, con o sin ley, argumentaron, bien podra el Estado
determinar su posicin ahora. Sin embargo, cartas y peticiones
continuaban abogando por la suspensin o derogacin de la ley
43
. La
presin suba rpidamente.
No pas mucho tiempo antes de que el gobierno cediera. El 7 de
noviembre, tres semanas despus de la firma del decreto que fijaba
los precios, Alvear suspendi la aplicacin de la ley por un perodo
de seis meses. La declaracin presidencial, probablemente
preparada por Le Breton, sealaba que la ley slo autorizaba, pero
no obligaba, al gobierno a cumplir sus estipulaciones, que las
condiciones del mercado haban mejorado, y que toda contienda
entre grupos era siempre desagradable. La ms notable de todas las
explicaciones era la que de modo implcito prometa que la medida
no volvera a ser aplicada: dado el estado del mercado, Alvear
esperaba confiadamente que los beneficios econmicos y el aumento
de precios haran "innecesaria en lo futuro" la intervencin del
42
No puede establecerse con suficiente claridad si criadores e invernadores
compartan la misma opinin sobre la ley del precio mnimo. Durante los debates
parlamentarios algunos oradores denunciaron que tal medida favorecera a los
invernadores a costa de los criadores: Diputados, VII, 12 de abril de 1923, pg.
227; y VI, 28 de setiembre de 1923, pg. 831. Pero durante estas deliberaciones,
los criadores parecieron dar a la ley mayor apoyo que los invernadores, aunque
algunas de las ms importantes organizaciones de criadores se opusieron
finalmente al precio mnimo. Ministerio de Agricultura, Comercio de carnes: el
precio mnimo, pgs. 207-241. Vase tambin el comentario de PAGS en Anales,
LVII, N 14, 16 de julio de 1923, pgs. 539-540.
43
El precio mnimo, pg. 207-241.
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24
Estado
44
. Nunca ms, durante los restantes aos de su
administracin, trat Alvear de poner en ejecucin la ley del precio
mnimo.
Los defensores de la ley estaban furiosos, pero eran impotentes.
En el Senado, Juan Ramn Vidal colm de pblico escarnio al
gobierno por no defender la ley
45
. La Capital, principal diario de
Rosario, censur al gobierno por los "antiestatales" procedimientos
que permitan a los frigorficos atropellar sin miramientos la ley, en
forma tan grosera "como un Juan Manuel de Rosas cualquiera
46
".
Bartolom Vassallo denunciaba que la medida haba fracasado a
causa de la incompetencia, descuido y negligencia de Le Breton.
Pedro Pags, presidente de la Sociedad Rural, secundaba estos
virulentos ataques
47
.
Pero todas las recriminaciones fueron vanas. Los frigorficos
haban triunfado. Despus de desafiar al pool frigorfico, la
administracin de Alvear, por instigacin de algunos prominentes
ganaderos, pronto abandon la empresa. La posicin del gobierno
radical en esta cuestin parece haberse basado en un prctico
sentido de la realidad, ms que en un compromiso doctrinario con la
independencia econmica de la nacin argentina.
Hay otro punto significativo. Alvear ni siquiera trat nunca de
aplicar la clusula de la ley sobre el precio mximo, encaminada a
proteger a los consumidores urbanos de la amenaza de un alza en
los precios de la carne. Si los ganaderos perdieron su batalla contra
los frigorficos, los consumidores fueron incapaces de entrar siquiera
en la lid. A pesar de la presencia de un radical en la presidencia, los
consumidores urbanos, de modo especial el grupo de clase baja, no
pudieron tener una voz de peso en los altos crculos del gobierno
48
.
44
Ibid; pgs. 242-244. Debe recordarse que Alvear y Le Breton se haban opuesto
al principio a la ley del precio mnimo; y era probable que estuvieran inclinados a
no ofrecer mucha resistencia a los frigorficos.
45
Senadores, II, 22 de noviembre de 1923, pgs. 466-467.
46
Citado en Anales, LVII, N 22, 15 de noviembre de 1923, pg. 859.
47
Ibid, LVII, N 23, 23 de diciembre de 1923, pgs. 887-889.
48
Hacia ese tiempo fue aprobada una ley general contra el trust, beneficiosa en
parte para los consumidores urbanos, pero el proyecto fue aprobado slo porque
cont con el apoyo de los grupos ms poderosos incluyendo los ganaderos, que
esperaban utilizarla en su lucha contra el pool frigorfico - . La aprobacin de la ley
contra los trust no indicaba en modo alguno un desafo decisivo de los grupos
urbanos de clase baja contra el orden social reinante.
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25
"COMPRAR A QUIEN NOS COMPRA"
Hacia mediados de la dcada 1920-1930 los valores en el mercado
argentino de hacienda haban mejorado, pero muchos estancieros
estaban profundamente preocupados por una disminucin del
volumen de los envos al exterior, en especial a Gran Bretaa. Los
rumores de que el gobierno britnico pudiera fijar impuestos para
carne proveniente de frigorficos no ingleses, o que las importaciones
de la Argentina pudieran restringirse por un sistema de cuotas,
provocaron un dilatado temor de que frigorficos y estancieros
pudieran perder el ms importante mercado de exportacin
49
.
Enfrentados con este problema, los portavoces de los ganaderos
plasmaron gradualmente una nueva solucin: la reorientacin de la
vieja poltica argentina en el comercio internacional.
Desde la fundacin de la Repblica, la Argentina haba mantenido
tradicionalmente una poltica de puertas abiertas. Todos sus tratados
comerciales, comenzando por el pacto anglo-argentino de 1825,
haban incluido una clusula de "nacin ms favorecida". La poltica
oficial haba estado basada, desde haca tiempo, sobre la libertad de
comercio. Mientras que la exportacin haba sido la actividad
econmica ms importante del pas, las barreras arancelarias no
haban sido nunca particularmente altas. En general, la Argentina
haba estado siempre lista para comerciar con cualquiera en cualquier
ocasin y lugar.
Aproximadamente a fines de 1926, los ganaderos, tanto tiempo
beneficiarios y defensores de la poltica de puertas abiertas,
comenzaron a cuestionar con ansiedad la sabidura de esta tradicin.
Hasta el presidente de la Sociedad Rural, Pedro Pags, propuso en
pblico la reconsideracin de todos los tratados comerciales, en
especial de las estipulaciones sobre "nacin ms favorecida
50
". El
sucesor de Pags, Luis Duhau, asumi ms tarde la direccin de una
vigorosa campaa contra la poltica dominante y comenz a promover
un nuevo slogan comercial: "Comprar a quien nos compra". Impreso
en el encabezamiento de toda la correspondencia de la Sociedad
Rural, pronto se convirti en uno de los lemas oficiales de la
institucin. Como se explicaba en los Anales, las condiciones
econmicas haban hecho inevitable tal posicin; la colocacin, tanto
49
Vase JUAN E. RICHELET, Los frigorficos y la conferencia de fletes martimos,
Pars, 1929, pgs. 17-18.
50
Anales, LX, N 18, 15 de setiembre de 1928, pgs. 839-840.
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como la produccin, deban ser ahora de especial incumbencia de los
ganaderos argentinos. Duhau propuso formalmente, en una reunin
especial con el ministro de Agricultura, le reorientacin de la poltica
econmica segn estos lineamientos
51
. La Sociedad Rural aportaba el
peso de su autoridad.
Desde un punto de vista ideolgico, haba una veta de
nacionalismo en esta idea. La poltica de comercio libre y la clusula
de la "nacin ms favorecida", argumentaba Duhau, planteaban a la
Argentina inherentes amenazas a su soberana, por cuanto quitaban
al pas su inalienable derecho de escoger convenientemente entre sus
socios comerciales, en acuerdo con su recproco inters. El resultado
era la sobredependencia en las fluctuaciones del mercado
internacional: sociedades como la Argentina, "si cuentan con su
soberana poltica, econmicamente no lo son
52
". Sin embargo, en la
prctica, el lema significaba que la Argentina deba ligar su economa
a la de Gran Bretaa. Inglaterra era desde lejos el principal
importador de los productos argentinos, en especial carne, y estaba
entre los principales exportadores de artculos al Plata. As, los Anales
argumentaron en seguida que estimular la importacin de Inglaterra
aumentara a su vez la exportacin a esa isla. "Cuanto menos les
compremos, menos nos comprarn
53
". A pesar de su culto
antiimperialista, esta poltica tenda conscientemente a hacer de la
Argentina una especie de colonia econmica de Inglaterra. Se
promova, pues, la dependencia en nombre de la independencia.
En su innocua manera, "Comprar a quien nos compra" pareca
reflejar a la par los intereses de criadores a invernadores, ya que una
reduccin en el volumen de exportacin de carne habra producido
naturalmente perjuicio a ambos. En trminos de mayor alcance, sin
embargo, se favoreca ms a los invernadores -Duhau era uno de los
ms importantes del pas - que a los criadores. Lo que se reclamaba
era reciprocidad econmica con Gran Bretaa: sta era, debe
recordarse, la principal compradora de carne enfriada, de novillos
especialmente engordados en campos de invernada. Mientras que
carne congelada y envasada era enviada en grandes cantidades hacia
Italia, Alemania y Francia, bastante ms del 90 por ciento de la
exportacin de carne enfriada iba slo a Inglaterra. Indirectamente,
el nuevo lema de la Sociedad Rural tenda a promover no slo el
51
Ibid, LXI, N 1, 1 de enero de 1927, pgs. 7-8.
52
Ibid, pg. 8.
53
Ibid, LXI, n 2, 15 de enero de 1927, pgs. 59-61.
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comercio en carne, sino en especial de carne enfriada. Si bien los
criadores no protestaron inmediatamente contra esta implicacin, su
existencia no debi ser ignorada.
Entre tanto, el lema "Comprar a quien nos compra" era promovido
con ansia por los frigorficos. stos se haban dirigido en varias
ocasiones al ministro de Agricultura con respecto a la amenaza de
contraccin del mercado
54
. y encantados recogieron el slogan de la
Sociedad Rural: despus de todo, la carne enfriada era tambin su
mayor negocio. Duhau, ufano, tom nota de esta alianza. Anunci
pblicamente que en esta cuestin los intereses de los frigorficos
coincidan con exactitud con los de los productores, "representados
por nuestra institucin
55
". As, la adopcin de este slogan no provoc
ningn conflicto entre ganaderos, especialmente invernadores, y
frigorficos. Por el contrario, estableci una tcita alianza entre ambos
grupos.
La constante presin de la Sociedad Rural para cambiar la poltica
comercial argentina se reflej en la conducta de radicales y
conservadores. En mayo de 1927, el presidente Alvear mencion en
su mensaje anual al Congreso la posibilidad de cambiar la poltica
comercial del pas
56
Inmediatamente despus de esto, en la Cmara
de Diputados, Gabriel Chiossone, cultivador de caa de azcar en
Santiago del Estero y radical, propuso la revisin de todos los
tratados comerciales internacionales segn el slogan de Duhau
57
.
Pocos meses despus, Daniel Amadeo y Videla, conservador y
prominente ganadero de la provincia de Buenos Aires, propuso un
arancel del 6 por ciento sobre todas las importaciones de los Estados
Unidos a fin de promover el comercio recproco
58
.
En el ao siguiente, y continuando de cerca con el argumento de
la Sociedad Rural, J. H. Martnez, otro conservador, present un
proyecto en la Cmara para que se denunciaran todos los tratados
comerciales existentes, y para que se redujeran en un 10 por ciento
54
RICHELET, Los frigorficos, pg. 43.
55
Anales, LXII, n 8, 15 de abril de 1828, pgs. 491-492. Antes de mediados de la
dcada de 1920-1930, los frigorficos norteamericanos habran desaprobado esta
poltica, por cuanto ellos evidentemente esperaron tener acceso al mercado de los
Estados Unidos. Sin embargo, despus que se impuso una prohibicin
norteamericana a la carne fresca argentina en 1926, apoyaron la mocin de
Comprar a quin nos compra.
56
Vase HAROLD F. PETERSON, Argentina and the United States 1810-1960, Nueva
York, 1964, pg. 355.
57
Diputados, II, 24 de junio de 1927, pgs. 54-57.
58
Ibid, V, 21 de setiembre de 1927, pgs. 19-24. Mencion especficamente el
lema de la Sociedad Rural.
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las tarifas de todos los productos ingleses; puesto que el mercado de
los Estados Unidos estaba cerrado a la carne fresca argentina,
explic Martnez despus, el nico camino para aumentar la
exportacin de carne era comprar a los ingleses en lugar de a los
norteamericanos
59
.
Despus que Yrigoyen reasumi la presidencia en 1928, el
Ejecutivo tom diversas medidas prcticas para llevar a cabo esta
poltica. En 1929 se emprendieron discusiones informales con Gran
Bretaa, y a fines de ese ao se lleg a un acuerdo con el Pacto de
D'Abernon, llamado as por el nombre del principal negociador ingls.
El documento estableca un crdito recproco por 100 millones de
pesos, con el entendimiento de que la Argentina habra de obtener
equipos para los ferrocarriles estatales, mientras que los ingleses
usaran de su crdito para cereales y otros productos,
presumiblemente carne. Debe sealarse aqu que seran los gobiernos
los que haran las adquisiciones: en este sentido, este acuerdo
ambiario fue una curiosa anticipacin del control estatal sobre
transacciones internacionales practicado ms tarde por Pern
60
. De
todos modos, el Pacto de D'Abernon fue muy encomiado por los
intereses comerciales britnicos y la Sociedad Rural
61
. No obstante la
crtica constitucional de que el Ejecutivo no poda hacer tal acuerdo
sin el consentimiento del Congreso, no obstante su manifiesta
violacin de las leyes comerciales argentinas, y no obstante, segn se
pretenda, la mayor ventaja que renda a Gran Bretaa, los Anales de
la Sociedad Rural sealaban su positiva fuerza moral: era, en todo
sentido, el "comprar a quien nos compra" personificado
62
. Aunque el
acuerdo no fue nunca puesto en prctica, y a pesar del carcter
predominantemente urbano de la segunda administracin de
Yrigoyen, la Sociedad Rural continu influyendo en la poltica del
gobierno
63
.
59
Ibid, II, 1 de Agosto de 1928, pgs. 815-816; III, 8 de agosto, pg. 125.
60
El texto y mensaje presidencial estn en Diputados, IV, 4 de diciembre de 1929,
pgs. 249-251. Vase tambin Anales, LXIII, n 20, 15 de octubre de 19229, pg.
807.
61
Vase la Riview of the River Plate, 13 de setiembre de 1929, pg. 13.
62
Anales, LXIII, N 20, 15 de octubre de 1929, pgs. 807-808.
63
El acuerdo fue, al parecer, aprobado por el gobierno britnico y tambin por la
Cmara de Diputados argentina, pero luego la revolucin de 1930 parece haber
suspendido todo compromiso de esta especie, y ms tarde se decidi que el Pacto
de Andernon era inadecuado para las condiciones de la depresin. Review of the
River Plate, 20 de setiembre de 1929, pgs. 19-21; Diputados, IV, 12-13 de
diciembre de 1929, pgs. 439-474.
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FUENTES DEL PODER DE LOS ESTANCIEROS
El carcter espordico de los anlisis precedentes, basados en las
respuestas de los radicales a instancias aisladas del conflicto en la
industria de la carne, hace ahora necesaria una visin de conjunto
sobre la conducta del partido en relacin con los problemas
ganaderos en el perodo 1916-1930. Tngase en cuenta que los
conservadores fueron los ms francos voceros de los intereses
estancieros. Ellos reaccionaron con mayor vigor y velocidad a la crisis
de 1922-23, y Matas Snchez Sorondo y otros se quejaron en
algunas ocasiones de la negligencia de las administraciones de
Yrigoyen y Alvear. El gobierno de Yrigoyen no tom en realidad
ninguna medida decisiva contra la declinacin de los precios de la
hacienda. El plan de recuperacin de Le Breton era innegablemente
menos arrollador que el de la oposicin, y la direccin de Alvear se
opuso de plano a la aplicacin de un precio mnimo. Sin duda, el
fuerte de la representacin ganadera estaba en el campo
conservador.
Aun as, parece justo decir que los radicales dieron gran apoyo a
los estancieros a lo largo de su perodo de gobierno. Yrigoyen
comenz aplastando, de acuerdo con la Sociedad Rural, un
movimiento de los trabajadores de los frigorficos, aunque quizs no
haya sido como resultado de presiones directas. Fracas al no tomar
ninguna accin eficaz para contrarrestar la crisis ganadera de 1922-
1923, pero esto sucedi en parte porque su perodo expir antes de
que el problema alcanzara su culminacin. Termin su mandato en
octubre de 1922, y Snchez Sorondo no introdujo su plan hasta
diciembre de ese ao. Luego, el gobierno de Alvear emprendi rpida
accin tras asumir el poder, proponiendo a impulsando una serie de
proyectos en beneficio de los ganaderos. El nico desacuerdo serio
recay sobre la cuestin del precio mnimo, y aun esta excepcin
confirma la regla: el proyecto fue originariamente propuesto por
Manuel Mora y Araujo, miembro del partido radical.
El grado en que los radicales defendieron los intereses de los
productores ganaderos est claramente demostrado en el cuadro 4,
que representa el origen poltico (de partido) de todas las principales
iniciativas presentadas en el Congreso entre 1916 y 1930 en defensa
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30
de los ganaderos
64
. Las cifras son sorprendentes: los radicales
propusieron enteramente el 60 por ciento del nmero total de
medidas, el doble que los conservadores. Los socialistas, de quienes
casi todas las participaciones positivas concernan al proyecto contra
el trust, y los demcratas progresistas, quedan atrs, bastante lejos.
No obstante la inevitable imperfeccin en clculos de esta ndole, no
pueden quedar en absoluto dudas de que los radicales, como grupo,
estuvieron profundamente comprometidos con la suerte de los
productores ganaderos.
Aproximadamente las tres cuartas partes de todas las propuestas
presentadas por senadores o diputados radicales
65
provenan de
delegados de importantes reas rurales, de fuera de la ciudad de
Buenos Aires. La provincia de Buenos Aires sola suma ms de un
tercio del total de las iniciativas radicales; las provincias ganaderas
del norte (Crdoba, Santa Fe, Entre Ros y Corrientes) contribuyeron
juntas con otro tercio. Desde un punto de vista geogrfico, es
evidente que el partido radical dio amplia representacin a sus
electores ganaderos.
Muchos de estos proyectos provinieron directamente de
propietarios ganaderos. Segn una estimacin cautelosa, casi el 20
por ciento de las propuestas radicales eran de congresales que
pertenecan a la Sociedad Rural Argentina; con toda probabilidad,
otro 20 por ciento provena de hombres que tenan parientes en la
64
Iniciativas incluye proyectos, resoluciones, interpelaciones y demandas, y,
cuando vienen al caso, entendimientos tanto con una poltica comercial general anti
trust, como con la ganadera misma. Las mltiples y variadas medidas se haban
dividido sobre bases proporcionales: si dos radicales y dos conservadores iban
juntos en una propuesta, cada partido se acreditaba la mitad de la iniciativa.
65
Se han omitido en estos cmputos las iniciativas del Poder Ejecutivo, por las
dificultades habidas para atribuir caractersticas regionales, sociales o de ocupacin
a proyectos que bien pudieron haber sido concebidos por todo el gabinete.
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Sociedad
66
. A pesar de la preponderancia de la aristocrtica Sociedad
Rural, aproximadamente el 60 por ciento de los proyectos radicales
presentados por representantes de reas rurales provenan de
miembros de la clase media. Es de presumir que stos eran hombres
en ascenso, directa o indirectamente vinculados con la promocin de
las actividades rurales. Estos voceros de clase media se encargaron,
en particular, de los proyectos en favor de los ganaderos
patrocinados por reas del norte y del alto litoral. De un modo a otro,
los radicales estaban defendiendo sus propios intereses.
En sentido estricto, la escasez de datos hace en extremo difcil
aislar el nmero de propuestas presentadas por congresales
"urbanos". Es muy arduo descubrir si los representantes de provincias
como Entre Ros y Crdoba procedan o no de medios urbanos.
Planteado este problema, estamos obligados a limitar nuestra
exposicin acerca de la participacin "urbana" en la poltica sobre la
carne a la ciudad de Buenos Aires, cuyos delegados contribuyeron
con casi un cuarto del total de las iniciativas radicales tendientes a
proteger a los productores ganaderos. De estos proyectos, ms o
menos el 40 por ciento proceda de aristcratas residentes en la
ciudad, y el 60 por ciento proceda de miembros de lo que podra
considerarse clase media. Segn este ejemplo, parecera correcto
afirmar que los dirigentes radicales de clase media urbana prestaron
apoyo directo a la causa de los ganaderos argentinos.
CONCLUSIONES
Estos informes, en conjunto, indican firmemente que los
dirigentes radicales, reclutados entre los sectores de las clases alta y
media, identificaron sus intereses con los de la aristocracia
ganadera. En ese entonces no plantearon ninguna oposicin de clase
media urbana a los orgullosos reyes de la carne. No promovieron, en
modo significativo alguno, los intereses de los consumidores en
oposicin a los de los productores. No denunciaron que esa
sobredependencia en la exportacin o la crisis de precios probaban la
necesidad nacional de industrializacin. No aplastaron la industria
66
Exceptuando apellidos en extremo comunes (por ej. Garca), puede suponerse
que un diputado o senador cuyo apellido apareca pero no su propio nombre en la
nmina de socios de la Sociedad Rural, estaba probablemente emparentado con
alguien que perteneca a ella.
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ganadera cuando sta estaba en baja, pero saltaron en su defensa.
En resumen, los radicales no inauguraron de ningn modo una era
de conflicto urbano-rural.
Este comportamiento de los radicales puede explicarse de varios
modos. Haciendo caso omiso de la tentacin, no puede sostenerse
satisfactoriamente que el partido haya actuado siempre protegiendo
a la nacin de la expoliacin por empresas extranjeras. Aunque
Alvear fue reacio a poner en vigor la ley del precio mnimo, su rpida
capitulacin frente a los frigorficos puede difcilmente ser
considerada como una expresin de antiimperialismo; ni puede
tampoco serlo una declaracin hecha en 1928 por Emilio Mihura, su
ministro de Agricultura, en el sentido de que el pool frigorfico no
planteaba amenaza ninguna a la prosperidad de los estancieros
67
.
Otras medidas gubernamentales, desde la intervencin de Yrigoyen
en la huelga de 1917, hasta sus esfuerzos para estatuir el principio
de "Comprar a quien nos compra", promovieron activamente los
intereses de los frigorficos. Aunque a menudo el apoyo de los
radicales a los ganaderos inclua su oposicin a los frigorficos, no
parece que sus acciones hayan estado dirigidas por una dedicacin
dogmtica a la ideologa nacionalista.
Se ha indicado asimismo que el rpido crecimiento de la economa
argentina es los aos de posguerra impidi a los radicales interferir
en un "legtimo y verdadero" proceso de desarrollo desde el principio
al fin, expresin de sus deseos de industrializacin de clase media
68
.
Segn esta teora, la proteccin a los intereses ganaderos podra ser
considerada como un singular ejemplo de habilidad de estadista, ms
bien que como una manifestacin de objetivos fundamentales o
aspiraciones. Aunque no puede refutarse totalmente este argumento,
tampoco se sostiene solo. En el mercado de carne, al menos,
ocurrieron ms que suficientes conflictos, crisis y contracciones para
haber justificado o racionalizado una mayor divergencia en la poltica
del gobierno. En esta especial cuestin, la explicacin deber ser
buscada en alguna otra parte.
La explicacin ms promisoria de la conducta del partido radical se
funda en la composicin socioeconmica del partido. Es importante
67
Dispuestos, II, 1 de agosto de 1928, pg. 837. La observacin de Mihura no
puede ser tomada, sin embargo, como un indirecto ataque contra los estancieros,
por cuanto la mayor parte de los ganaderos estaban entonces satisfechos con los
precios en alza de los novillos y consideraban el pool frigorfico como una fuente de
estabilidad para el mercado.
68
WHITAKER, Argentina, pg. 73.
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recordar que la direccin del partido contena un nmero bastante
grande de ganaderos, algunos de origen patricio: Marcelo T. de
Alvear, Toms Le Breton y muchos otros estaban emparentados con
prominentes familias ganaderas. Como se ha visto antes, muchos de
ellos pertenecieron a la Sociedad Rural; tampoco eran todos los
dirigentes del partido de clase media o urbana. Hasta cierto punto,
una aguda distincin social se planteaba entre los elementos de clase
alta en la efectiva conduccin del partido y la masa de sus seguidores
en su mayora de clase media. Debe as suponerse que la
participacin radical en la poltica de la carne puede ser mejor
comprendida a travs de los intereses inmediatos de sus dirigentes.
Adems, es tambin evidente que los radicales de clase media no
consideraban a los oligarcas como a sus enemigos. Primero, como se
muestra en particular en la composicin del gabinete, reclutaron, o al
menos aceptaron, muchos de sus dirigentes de la tradicional clase
alta. Segundo, promovieron activamente los intereses aristocrticos.
Enfrentados con una opcin, los radicales, incluso Yrigoyen, apoyaron
a los estancieros y no a los grupos urbanos de clase baja.
Estas acciones de los miembros del sector medio del partido
radical pueden ser bien explicadas por sus antecedentes y
actividades. En determinado nivel, segn han sostenido Ezequiel
Gallo (h.) y Silvia Sigal, la mayor parte del apoyo al movimiento
proceda de grupos que haban sido movilizados por el desarrollo de
la economa de exportacin a importacin, tpicamente como
comerciantes y abogados. En la poltica de la carne, la elevada
participacin de radicales de clase media de las provincias, aparte de
Buenos Aires, en especial las del Litoral, corrobora la tesis de Gallo-
Sigal. Activados por el crecimiento de la economa rural, la mayora
de los radicales tena inters en el progreso y mejoramiento.
Desafiar a uno de sus pilares fundamentales, la produccin de
ganado, o aun a los oligarcas que la controlaban, hubiera ido en
contradiccin con sus propios intereses. Objetivamente, sus
actividades econmicas los pusieron del lado de los ganaderos. De
este modo, su comportamiento no fue una traicin a los ideales de
clase media, sino una prosecucin de sus intereses.
En otro nivel, el comportamiento de los radicales de clase media,
en especial de aquellos de extraccin urbana, propenda a ser
influido por sus aspiraciones sociales. En una sociedad relativamente
mvil, eran ellos hombres en ascenso. Y lo que muchos parecen
haber deseado era su admisin en los crculos de la oligarqua. Estas
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consideraciones pueden haber sido secundarias a la coincidencia de
los intereses econmicos, y estaban probablemente condicionadas
por ella, pero eran no obstante importantes. Como ejemplo de esta
motivacin: la Unin Industrial Argentina estaba en su mayor parte
compuesta por sectores medios en ascenso y, debido a su nfasis en
manufactura, se planteaba como un posible rival econmico de los
ganaderos; con todo, en 1925, los industriales concedieron el ttulo
de miembro honorario de su organizacin a la Sociedad Rural
Argentina
69
. Tanto por razones econmicas como sociales, los
radicales actuaron en ayuda de la aristocracia.
A causa de estos mltiples factores, no hubo una diferencia
perceptible entre las acciones de los radicales personalistas y las de
los antipersonalistas
70
. El ala de Alvear era probablemente ms
patricia que la de Yrigoyen, sin duda, y tom la mayor parte de las
medidas definidas en favor de los ganaderos. Por otra parte, no hubo
ninguna abierta disputa entre las dos en asuntos ganaderos. Y
durante el perodo conducido por Yrigoyen, el partido se pronunci
claramente en favor de los estancieros; segn el cuadro 4, el
pertinente inters (medido por los porcentajes) fue an mayor que
durante la presidencia de Alvear. Si bien ste adelant la idea de
comercio recproco, fue el gobierno de Yrigoyen el que concert el
Pacto de D'Abernon.
Durante el perodo 1916-1930, la poltica oficial parece haber
respondido en forma directa a las presiones de la Sociedad Rural
Argentina. Exceptuando la discutida suspensin de la ley del precio
mnimo, todas las principales resoluciones -la actitud represiva de
Yrigoyen en la huelga de los frigorficos, sus posiciones pasivas
subsiguientes en la crisis ganadera de posguerra, los esfuerzos de
Alvear por lograr una legislacin efectiva, la temporaria adopcin del
comercio recproco - fueron promovidas por los dirigentes de la
69
Boletn de la Unin Argentina, XXXVIII, n 678, junio de 1925, pg. 75-76.
Incluso esta accin podra interpretarse como una racional prosecucin de intereses
econmicos, ya que la mayor parte de la industria argentina suministraba entonces
servicios y tcnica para sostn de la econmica preponderantemente un ataque
contra la estructura econmica. An en 1935 los productos alimenticios sumaban el
47 por ciento de toda la produccin industrial, mientras que los textiles contribuan
con otro 20 por ciento. Vase datos en ADOLFO DORFMAN, Evolucin industrial
argentina, Buenos Aires, 1942, pg. 67.
70
La generalizacin en esta cuestin se ve dificultada por el hecho de que la
divisin formal entre personalistas y antipersonalistas no se produjo hasta 1926,
aunque el rompimiento comenzara no bien Alvear ocup la presidencia, de modo
que ha sido difcil delinear la filiacin poltica, dentro del partido radical, de los
participantes en el debate sobre el asunto de la carne.
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Sociedad Rural. A pesar del predominio poltico de los radicales,
ambos presidentes accedieron una y otra vez a las demandas de la
Sociedad en asuntos de ganadera. Aunque quiz por diferentes
razones, Yrigoyen y los elementos urbanos del partido parecen haber
apoyado a los ganaderos del mismo modo, si bien no siempre en el
mismo grado, que Alvear y los aristcratas del campo.
Los resultados de este estudio son ms sugerentes que definitivos.
Solos y aislados, los conflictos en la industria de la carne no
proporcionan una prueba terminante de la conducta y actitudes de los
radicales. Por una parte, nicamente un 15 por ciento del total de los
miembros del partido en el Congreso se unieron en defensa de los
productores ganaderos. Por otra, sus acciones en otras cuestiones
importantes, en relacin con temas tales como trigo, petrleo o
trabajo, tambin deberan ser consideradas antes de deducir
cualquier conclusin definitiva. Lo que este anlisis pretende indicar
es, sin embargo, que cualquier identificacin directa del partido
radical con los sectores medios de ndole reformista y orientados
hacia la industria es errada, simplista y,' con gran probabilidad,
incorrecta. En un campo importante, la poltica de la carne, los
radicales argentinos apoyaron evidentemente a la oligarqua
terrateniente y a la actividad exportadora-importadora del pas.
Traduccin de Graciela Sylvestre.
RESUMEN
Se examina la conducta del partido radical, en especial a nivel de
sus dirigentes, en relacin con los conflictos habidos en la industria
argentina de la carne desde 1916 a 1930, es decir, mientras
ejercieron el poder los radicales.
Como la produccin ganadera no slo compendiaba el carcter y
desarrollo de. la economa del pas, sino que tambin reflejaba su
estructura social y poltica, segn lo establece el autor al examinar la
importancia de dicha actividad, el presente estudio enfoca tanto la
poltica y opiniones econmicas del partido radical, como tambin sus
actitudes sociales.
El anlisis, en base a diversos datos disponibles, se va realizando
sobre varias cuestiones que clarifican la conducta de los radicales
respecto de la actividad ganadera argentina: representacin y poder
Peter H. Smith. Los Radicales Argentinos y la Defensa de los Intereses Ganaderos, 1916-1930.
Desarrollo Econmico. Vol. VII N 25. 1967.
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ejercidos por la Sociedad Rural Argentina durante las
administraciones de Alvear e Yrigoyen; y situaciones de conflicto en
la industria de la carne - huelga en los frigorficos, crisis de
posguerra, establecimiento de un precio mnimo, disminucin del
volumen de exportacin -. Todas estas instancias proporcionan una
visin de conjunto, de la que se sugiere -puesto que los resultados de
este estudio, dice su autor, no pueden tomarse como definitivos -
como conclusin que cualquier identificacin directa de los radicales
con los sectores de clase media -de ndole reformista es simplista y
errada, puesto que a travs de diversas situaciones los dirigentes
radicales, reclutados de las clases alta y media, defendieron los
intereses de la aristocracia ganadera y, por consiguiente, no hicieron
nada por alterar la estructura econmica existente. La explicacin
ms verosmil de esta conducta se funda en la composicin
socioeconmica del partido.
SUMMARY
The present paper examines the conduct of the radical party,
specially in regard lo its leaders, during the. conflicts aroused in the
stock raising industry from 1916 lo:1930, that is when the radicals
were in power.
As the stock raising production not only summed up the character
and the development of the country's economy, but also reflected its
social and political structure, as the author states considering the
importance of such activity, the present study analyses the politics
and the economical views of the radical party as well as its social
attitudes.
The author considers, according lo various available. data, several
aspects that elucidate the conduct of the radicals with regard lo the
Argentine stock raising activity: representation and power exercised
by the Argentine Rural Society during the administrations of Alvear
and Yrigoyen; situations of conflict in the stock raising industry:
refrigerating storages strikes, postwar crisis, establishment of a
minimum price and diminution of the exports volume. All those facts
give a general view suggesting -since the results of this study, in the
author's opinion, can't be taken as something definitive - by way of
conclusion that any direct identification of the radicals with the
reformist sections of the middle class is simple-minded and wrong,
Peter H. Smith. Los Radicales Argentinos y la Defensa de los Intereses Ganaderos, 1916-1930.
Desarrollo Econmico. Vol. VII N 25. 1967.
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since the radical leaders, issued form the high and middle clases,
defended indifferent occasions the interests of the stock raising
aristocracy and therefore, haven't doen nothing lo alter the existing
economical structure. The most probable explanation of this conduct
is founded in the social and economical structure of the party.
Universidad Nacional de Quilmes Prismas. Anuario de historia intelectual, No. 2
Desarrollo y desarrollistas
Carlos Altamirano UNQ / UBA / CONICET
1. Despus de Pern
Qu camino deba tomar el capitalismo argentino despus de Pern? El asunto permaneci entre
parntesis mientras el heterogneo frente antiperonista slo tuvo en la mira el derrocamiento del
justicialismo. Pero surgi como una cuestin insoslayable, entremezclada con los diversos asuntos sin
definicin dentro de la coalicin triunfante en septiembre de 1955, no bien se instal el Gobierno
Provisional, encabezado por el general Eduardo Lonardi. Podra decirse que se reanud entonces lo que
Juan Jos Llach ha llamado el "gran debate" sobre el desarrollo econmico nacional, comenzado en los
aos treinta y clausurado, al menos como discusin en la arena pblica, desde 1946.
1
Un informe de Ral Prebisch, que contena un diagnstico sobre el estado de la economa argentina con
recomendaciones de medidas urgentes, fue el motivo y la ocasin para la primera de las controversias
polticas que se libraran en los aos de la Revolucin Libertadora.
2
Prebisch, cuyo prestigio internacional
como analista e intrprete del desarrollo econmico latinoamericano no haba hecho sino crecer desde
1949, cuando se le encomend la secretara de la recin creada Comisin Econmica para Amrica Latina
(CEPAL), haba sido invitado a colaborar con el nuevo gobierno como asesor econmico. El informe que
present al presidente Lonardi a fines de octubre de 1955 fue el primer documento de esa colaboracin y
lo que habra de popularizarse como "Plan Prebisch" pese a los repetidos esfuerzos del secretario de la
CEPAL por aclarar que se trataba de un planteo previo, no de un plan, que slo vendra despus se
convirti en el eje de un amplio debate.
3
Como si no quisiera dejar dudas sobre la necesidad de "desperonizar" la economa, el balance que hizo el
asesor de la herencia recibida fue compactamente negativo. "La Argentina atraviesa por la crisis ms
aguda de su desarrollo econmico", escribi en el comienzo del informe, ms aguda que la que debi
conjurar Avellaneda y que la del ao 90 (p. 11). El documento sealaba varios sectores en que la situacin
era juzgada apremiante y obligaba a adoptar medidas sin demora (como el sector energtico, cuya
capacidad de produccin estaba muy por debajo de las necesidades de la industria, o el estado del sistema
ferroviario, envejecido y descapitalizado), pero ubicaba la raz del problema central, la precaria situacin
de divisas, en la postracin de la produccin agraria: se la haba desalentado, como consecuencia de la
poltica de precios seguida por el gobierno peronista respecto de los productos del campo, quitndole
adems todo estmulo a la modernizacin tcnica de la empresa rural.
Este cuadro deba ser cambiado inmediatamente, aconsejaba Prebisch, comenzando por mejorar los
precios rurales mediante una devaluacin que reajustara los tipos de cambio, artificialmente distorsionados
por el gobierno anterior. Era necesario, adems, facilitar a los productores del campo la importacin sin
trabas de los bienes productivos que requera su actividad, cuando esos bienes no eran abastecidos por la
industria nacional (p. 48). Para Prebisch, que en esto retomaba una frmula ya familiar en el pensamiento
econmico argentino, estimular la actividad agropecuaria era esencial tambin para la industria, dado que
una fuerte produccin rural proveera a la actividad manufacturera local de las divisas necesarias para
adquirir los equipos, las materias primas y los combustibles que su desarrollo requera y el pas an no
generaba.
Si en el exterior la fama del secretario de la CEPAL remita, ante todo, a la produccin de un conjunto de
tesis heterodoxas respecto del desarrollo de los pases perifricos y a los estudios sobre la economa
latinoamericana elaborados por esa comisin de las Naciones Unidas, en la Argentina el nombre de
Prebisch evocaba para un conglomerado numeroso, compuesto de radicales formados en la tradicin
"forjista", nacionalistas y, obviamente, peronistas, el ciclo de gobiernos conservadores que surgieron
despus del golpe de 1930 y se mantuvieron en el poder hasta 1943. Prebisch haba sido un funcionario
destacado de esos gobiernos a los que la mayora de la opinin identificaba con el fraude electoral
sistemtico y la subordinacin de la economa argentina a los intereses del capitalismo extranjero (el pacto
Roca-Runciman era el eptome de una poltica de sujecin a la poltica imperial de Inglaterra). En 1945, el
periodista nacionalista Jos Luis Torres haba bautizado con el ttulo de uno de sus libros, Dcada infame,
esos aos de hegemona conservadora, una denominacin que habra de perdurar y con la cual poda
ligarse el nombre de Prebisch.
Las crticas de su informe preliminar, que provinieron sobre todo de las filas de ese vasto conjunto, no
dejaran de conectar el pasado con el presente al dar cuenta del sentido poltico y econmico del
documento: lo que se pretenda era retroceder, volver a la Argentina agraria, a la Argentina preperonista.
sa fue la tesis del ms popular de los escritos contra el informe, el folleto de Arturo Jauretche El plan
Prebisch. Retorno al coloniaje.
4
La revolucin poltica, sostena Jauretche refirindose al movimiento que
haba derrocado a Pern,
[...] slo tiene por objeto encubrir una contrarrevolucin econmica y social para replantear al pas sobre
su vieja base colonial cuya economa no admite 18 millones de argentinos prsperos y felices (p. 14).
En el "Informe preliminar" de Prebisch se encontraba un cuadro desolador de la situacin econmica
heredada, pero no se trataba sino de un cuadro fraudulento que tena por fin el de justificar la liquidacin
de la Argentina industrial y la vuelta a una "economa basada en la produccin y exportacin de materias
primas a los costos reducidos de una mano de obra abaratada por la desocupacin y la miseria" (p. 119).
Todo esto cuando, por el contrario, lo imperioso era "reforzar el mercado interno y la integracin
industrial que permita independizarnos an ms de nuestro intercambio con el exterior" (p. 116).
5
Independientemente de cmo se juzgara el diagnstico de Prebisch respecto del estado de la economa
argentina en 1955 y aun las medidas que prescriba, no se poda extraer de su texto el sombro programa
antindustrialista que le atribua Jauretche. El asesor econmico del gobierno, por otra parte, que no rehuy
la discusin de sus ideas y mostr buenas dotes para el debate pblico, replic a la acusacin de que
preconizaba una poltica de perfil antindustrial.
6
Pero Jauretche (y no slo l, en verdad, dentro de los
crticos del Informe...) tocaba un punto polticamente sensible al referirse a las consecuencias inmediatas
de las medidas aconsejadas: las principales vctimas del plan seran los trabajadores. Segn lo anticipaba
el propio Prebisch, las soluciones de emergencia que preconizaba, como el reajuste en los tipos de
cambios, provocaran un alza en los precios internos y esto afectara a artculos de consumo popular.
7
Si
para hacer frente a esa suba, continuaba el razonamiento del asesor econmico, se hicieran ajustes masivos
de sueldos y salarios, se alentara nuevamente la espiral de costos y precios y la inflacin se llevara el
estmulo a la produccin rural.
8
Era necesario pagar un precio, en resumen, por el reordenamiento
econmico.
Pero cmo escapar a la conclusin de que eran los asalariados y el conjunto de los consumidores urbanos
los que pagaran ese precio? Y, en consecuencia, cmo evitar que el movimiento triunfante el 16 de
septiembre fuera percibido por los trabajadores tal como Jauretche lo defina, como una revolucin
poltica que abra paso a una revancha de clase? Esta cuestin era materia de preocupacin para las nuevas
autoridades. Porque para stas se trataba de reactivar y reorientar el funcionamiento de una economa en
crisis y, al mismo tiempo, retornar al orden constitucional, sin ignorar a esas masas trabajadoras que Pern
haba incorporado a la arena poltica. Se quera emanciparlas del lder derrocado, pero cmo sustraerlas
de ese influjo si la poltica econmica y social del gobierno no era sensible a sus aspiraciones? El propio
Prebisch haba sealado en su documento que no desconoca la cuestin al referirse a los efectos que
desencadenara la modificacin en los tipos de cambio ("Al considerar este problema tengo presente
aspectos sociales y polticos que no podran desconocerse"), y aunque sostena que su obligacin radicaba
en informar con objetividad sobre el aspecto puramente econmico del problema, admita que los hombres
del gobierno pudieran hacer pesar otros criterios a la hora de tomar decisiones (p. 78).
La preocupacin, obviamente, no era exclusiva del gobierno. Estaba tambin, y aun era mayor, en los
partidos que confiaban en dirigir la Argentina posperonista en el marco del orden constitucional prximo a
restaurarse. En primer trmino en las filas, todava sin fracturas, del radicalismo intransigente,
predominante dentro de la Unin Cvica Radical. Como se hizo evidente en la reunin de la Junta
Consultiva en que Prebisch expuso, a invitacin del organismo, las lneas principales de su documento. El
vocero de las inquietudes de la intransigencia fue en esa ocasin Oscar Alende, quien formaba parte del
grupo de dirigentes radicales integrados a la Junta creada por el Gobierno Provisional. Tras sealar su
satisfaccin porque las explicaciones del asesor econmico disipaban algunas prevenciones (por ejemplo,
la aclaracin de que la orientacin de la poltica econmica no perjudicara a la industria), Alende, dando
algunos rodeos, puso en el centro la preocupacin por los efectos sociales y polticos de un plan
econmico que impona austeridad y sacrificios a los asalariados. Si ese plan era resistido, la revolucin
no deba malograr sus principios originales recurriendo al establecimiento de un "estado gendarme". En
consonancia con el sentido que los intransigentes pretendieron imprimirle a su oposicin a Pern, Alende
reclamar para el movimiento triunfante el carcter de una revolucin popular,
[...] es decir, que la lucha que hemos librado contra el rgimen depuesto tienda a demostrar que la
democracia es superior a la dictadura. Y un gobierno, as sea provisional o defacto, que lo hace en nombre
de "libertad" y de "democracia", debe de inmediato demostrar al pueblo que por ese sistema se hace ms
factible la felicidad del pueblo que por los sistemas dictatoriales.
9
En resumen, tanto el informe de Prebisch como su discusin dejaron ver tempranamente varios de los
temas en torno a los cuales se alinearan las posiciones en la escena pblica: las relaciones entre el pas
agrario y el pas industrial, la funcin relativa del estado y de la iniciativa privada en direccin del
desarrollo econmico, el papel del capital extranjero en la economa nacional, el abastecimiento
energtico (la cuestin del petrleo en primer trmino). Pero, ms importante an es que el debate dej
ver, tambin muy rpidamente, lo intrincadas que eran las relaciones entre la tarea de "desperonizar" la
economa y la de asimilar, como deca Mario Amadeo, "ese vasto sector de la poblacin argentina que
puso sus esperanzas en la figura que dio su nombre al rgimen cado y que, a pesar de sus errores y sus
culpas, le sigue siendo fiel". Porque esa masa, continuaba, "est crispada y resentida".
10
Ambas tareas
aparecan ligadas, pero en la forma de un nudo de exigencias contrapuestas cuya presin habran de
experimentar no slo los gobiernos de la Revolucin Libertadora.
2. "Todos ramos desarrollistas en alguna medida"
Fue dentro de este contexto que hicieron su ingreso las ideas, las tesis y las recomendaciones de poltica
econmica que se reunan bajo el nombre comn de economa del desarrollo. En la Argentina, el trmino
desarrollismo cristaliz con un significado particular, asociado al gobierno de Arturo Frondizi y al
movimiento ideolgico y poltico que lo tuvo como orientador junto con Rogelio Frigerio. Pero lo cierto
es que la idea del desarrollo fue, como en el resto de los pases latinoamericanos, el objeto de referencia
comn para argumentos, anlisis y prescripciones distintas dentro del pensamiento social y econmico
argentino. Dicho de otro modo: despus de 1955 y durante los quince aos siguientes, la problemtica del
desarrollo atrajo e inspir a una amplia franja intelectual, tuvo ms de una vez en funciones de gobierno a
portavoces y expertos enrolados en algunas de sus tendencias, y sus temas hallaron adeptos entre los
principales partidos polticos. A este desarrollismo genrico hace referencia el economista argentino
Alberto Petrecolla, cuando, mucho tiempo despus, recuerda: "Todos ramos desarrollistas en alguna
medida".
11
A partir de los ltimos aos de la dcada del cincuenta el discurso relativo al desarrollo fue como un
universo en expansin. El gobierno de Frondizi, que se puso en funciones en mayo de 1958, fue, sin
dudas, un activador fundamental de esa propagacin, aun cuando lo que se propagara no siempre estuviera
en sintona con el pensamiento gubernamental.
Este desarrollismo que estaba en el aire y remita a un espritu generalizado antes que a un grupo
ideolgico particular, tuvo diversos focos de incitacin, tanto intelectuales como polticos, algunos de
ellos de carcter internacional. Entre estos focos hay que registrar el de la CEPAL, aunque su influencia
no fuera equiparable a la alcanzada en el Brasil o en Chile.
12
Ms all de las reservas que rodeaban el
nombre de Ral Prebisch (la campaa contra el "Plan Prebisch" seguira pesando sobre l como una lpida
durante varios aos) la literatura cepaliana fue un centro de inspiracin intelectual, como lo demostrara la
difusin de algunos de sus esquemas conceptuales por ejemplo, el esquema centro/periferia para describir
e interpretar la configuracin desigual de la economa mundial y de algunas de sus tesis.
Ya en la dcada del sesenta, nuevos hechos de la poltica internacional reforzaron la atraccin por las
cuestiones del desarrollo: la Revolucin Cubana, que a partir de 1960 se erigi en el paisaje
latinoamericano como desafiante ejemplo de solucin radical de los problemas del atraso; el programa de
cooperacin para el desarrollo conocido como "Alianza para el progreso", propuesto por el gobierno del
presidente Kennedy para estimular un camino de reformas alternativo al cubano y, por ltimo, las
encclicas de Juan XXIII, Mater et Magistra (1962) y Pacem in Terris (1963).
"El vocablo 'desarrollo' est hoy en boca de todo el mundo", escriba en 1963 el dirigente de la Accin
Catlica Enrique E. Shaw en un artculo destinado a exponer lo que entenda como el enfoque cristiano
del problema.
13
Y, por cierto, unos pocos datos, tomados de aqu y all, pueden darnos una imagen de la
expansin intelectual del vocablo y de la idea. En 1958 comienza a publicarse la revista Desarrollo
Econmico, que a poco de andar y tras superar un percance poltico, habr de convertirse en el principal
vehculo de la literatura erudita, econmica y sociolgica, relativa al desarrollo. En ese mismo ao, 1958,
se crea en la Universidad de Buenos Aires la licenciatura en Economa, que funcionar, junto con la
carrera de Sociologa, como mbito de transmisin universitaria de la temtica desarrollista. La revista de
esta universidad, editada entonces bajo la direccin de Jos Luis Romero, le consagra a los problemas del
desarrollo el primer nmero del ao 1961. A partir de 1962, la preocupacin por el desarrollo hace su
aparicin tambin en el campo del pensamiento catlico, como se puede detectar en los artculos que la
revista Criterio le consagra al pensamiento de la CEPAL.
14
La cuestin, por ltimo, halla eco tambin en
las filas del Ejrcito argentino, anudada con el tema de la seguridad continental y el atractivo creciente que
ejerce, no slo entre los militares, el proyecto de una modernizacin por va autoritaria. El desarrollo es
uno de los tpicos del clebre discurso en West Point del general Juan Carlos Ongana (1964) y dos aos
despus el general Juan N. Iavcoli expone en el marco de la VII Conferencia de Ejrcitos Americanos la
doctrina de la asociacin entre desarrollo y seguridad. Sin desarrollo, sostendr el entonces el jefe del
Estado Mayor, "la seguridad es utopa".
15
Qu compartan todas las tesis y recomendaciones asociadas a la economa del desarrollo, ms all del
objetivo de la industrializacin y de las esperanzas puestas en ella, sea como base de una economa
nacional menos vulnerable a las vicisitudes del mercado internacional, sea como eje de una sociedad
plenamente moderna? No slo el argumento de que la Argentina deba abandonar el rango de pas
especializado en la produccin de bienes primarios que ocupaba en la divisin internacional del trabajo,
sino tambin el de que ese cambio no sobrevendra por evolucin econmica espontnea. La edificacin
de una estructura industrial integrada, as como el crecimiento econmico en general, deban ser
deliberadamente promovidos: los pases de la periferia no saldran del atraso si confiaban en repetir, con
retardo, la secuencia histrica de las naciones adelantadas. Y el agente por excelencia de ese impulso era
el estado. Haba divergencias en cuanto al alcance, la naturaleza y los campos de la intervencin estatal,
as como en cuanto al papel y los mbitos que se reservaban a la iniciativa privada, pero el criterio
convergente era que la economa argentina slo podra embarcarse en el movimiento del desarrollo
econmico mediante la participacin activa del poder pblico. (La primera exposicin orgnica de la
temtica del desarrollo fue, justamente, El estado y el desarrollo econmico, de Aldo Ferrer, publicado
por la editorial Raigal, cercana al radicalismo, en febrero de 1956.)
Si se entresacaran los temas que aparecieron asociados a esta problemtica de la economa del desarrollo,
se podra extraer la conclusin de que la mayor parte de ellos no eran novedosos. No eran nuevos, en
efecto, ni la preocupacin por dar impulso a la industria, que se haba hecho manifiesta desde los aos
cuarenta, ni la valoracin estratgica de la industria pesada que, como la idea del planeamiento
econmico, fue formulada ya bajo el peronismo. Tampoco era novedoso el diagnstico del atraso de la
estructura agraria argentina, sea desde el punto de vista social, sea desde el punto de vista tecnolgico, o
desde ambos a la vez. Pero era nuevo el discurso. Era nuevo el vocabulario terico, en consonancia con el
hecho de que la economa del desarrollo se haba convertido internacionalmente en un campo
especializado de investigacin y elaboracin intelectual una "subdisciplina de la ciencia econmica",
16
generando un lenguaje analtico propio que hallaba recepcin y propagacin tambin en la Argentina,
sobre todo entre los cultores jvenes del saber econmico (la revista Desarrollo Econmico fue el rgano
por excelencia de este doble movimiento de recepcin y propagacin). Por cierto, algunas interpretaciones
del proceso histrico argentino y algunas tesis, como la teora del deterioro de los trminos del
intercambio en el comercio entre pases perifricos y pases centrales (una de las tesis en que no haba
divergencia entre la mayora de los desarrollistas), eran tambin nuevas. Pero, si dejamos de lado la
circulacin de ese discurso en mbitos especializados, acadmicos o doctos, para considerar la retrica de
su circulacin pblica, lo ms novedoso era la dramatizacin de esos temas, definidos como claves de la
vida colectiva nacional, en el marco de una dramatizacin general del cambio econmico y social. Las
reformas que exiga el desarrollo no eran slo necesarias, eran impostergables y acuciantes, su
cumplimiento apenas si dejaba ya tiempo.
Sera imposible disociar este discurso y la dramatizacin que formaba parte de su retrica del marco
poltico que ofreca el equilibrio emergente de la Segunda Guerra: el ascenso de los Estados Unidos y la
Unin Sovitica a los primeros puestos del poder mundial; la hegemona del primero dentro del mundo
capitalista; la rivalidad entre los dos grandes, los Estados Unidos y la Unin Sovitica, por ganar aliados
en el campo de las nuevas naciones, cuyo nmero creca da a da por efecto de los movimientos
anticoloniales de frica y Asia. Si desde 1949 los estudios de la CEPAL haban introducido a los pases
de Amrica Latina en el cuadro de las regiones dbilmente desarrolladas, la Revolucin Cubana, diez aos
despus, introdujo el subdesarrollo latinoamericano en el cuadro de la revolucin social. Un nuevo tiempo,
pleno de inminencias, acechanzas y posibilidades pareci abrirse entonces para los problemas de los
pases del subcontinente. Qu otro horizonte sino ste tena en mente Jorge Graciarena cuando enunciaba
el dilema "Dos alternativas polticas del desarrollo: cambio gradual o revolucin"?
17
Hasta que lleg, a
mediados de los aos sesenta, una nueva frmula la de la modernizacin por va autoritaria, el
desarrollismo se identific, fundamentalmente, con la alternativa gradualista, reformista, asociada con la
democracia representativa.
Aunque internacionalmente el desarrollo era un tpico del pensamiento econmico desde el fin de la
Segunda Guerra,
18
la literatura que el tema produjo hasta 1955 hall eco y divulgacin amplios en la
Argentina slo despus de la cada de Pern. Esa literatura y su problemtica inspiraran una
reclasificacin de la Argentina en el mapa mundial. Era la Argentina un pas "subdesarrollado", un pas
"insuficientemente desarrollado" o, ms bien, un pas "en desarrollo"? Cul era su grado de subdesarrollo
y cules eran las causas de ste? Aqu tambin los puntos de vista, as como los esquemas y los criterios
para hacer esas distinciones, eran diferentes, pero las divergencias y aun las disputas tenan su contraparte
en la unidad de los interrogantes. Los argentinos conoceran de ese modo una nueva tipificacin de su
sociedad, una tipificacin asentada en ndices como el del ingreso per cpita, la tasa de productividad, el
grado de industrializacin, etc., que la insertaban en un rea de pases a los que estaban habituados a
considerar pobres o lejanos cuando no exticos, algunos de ellos recientemente constituidos como estados
nacionales. En el nuevo mapa socioeconmico, que se ordenaba en torno al eje desarrollo-subdesarrollo, la
Argentina ya no acompaaba, aunque fuera a los tropiezos, la marcha del lote que iba adelante, el de las
naciones industriales, y ni siquiera se aproximaba a aquellos pases con los que en el pasado haba sido
cotejada y que ahora iban incorporndose al grupo delantero como Canad o Australia. Ahora, en virtud
de las falencias de su desarrollo econmico, integraba la heterognea clase de las sociedades perifricas.
En otras palabras, fue por la va de la temtica del desarrollo que la Argentina ingres intelectualmente en
el intrincado conjunto de naciones que no tardara en tomar el nombre de Tercer Mundo.
Cuando el economista liberal Federico Pinedo salga a la arena del debate pblico para atacar la economa
del desarrollo, uno de los flancos elegidos ser ste, el de las unidades analticas que producan nociones
como "pas subdesarrollado" o "en desarrollo". En virtud de una seleccin arbitraria de rasgos, observar
Pinedo, se agrupaba bajo esos conceptos a pases dispares desde el punto de vista social y econmico,
entre ellos la Argentina.
Tanto hemos insistido escribir irnicamente en 1965 en que nos asiste el derecho a ser considerados
como miembros efectivos del club de los pases subdesarrollados [...] que hemos conseguido que otros nos
crean y nos cataloguen como tales.
19
3. De un Frondizi a otro
Si bien, como queda dicho, el discurso relativo al desarrollo tuvo a lo largo de los aos diversos centros de
estimulacin intelectual y poltica, ninguno alcanz, sin embargo, la gravitacin de la prdica y la accin
ligadas a los nombres de Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio. Lo que se registr bajo el impulso de ambos
fue un movimiento ideolgico, una empresa poltica y una frmula, integracin y desarrollo, para dar
respuesta a los dos interrogantes capitales de la Argentina posperonista: qu rumbo deba tomar el
capitalismo argentino? qu hacer con el peronismo, en particular con las masas peronistas?
Es difcil determinar el papel respectivo de Frondizi y Frigerio en la elaboracin de la amalgama
ideolgica que con el tiempo se identificara con sus nombres y con el trmino de desarrollismo, aunque
todos los indicios hacen pensar que el primero fue quien acogi las ideas del segundo. Hasta 1956 el ao
del encuentro con Frigerio y del comienzo de una colaboracin que durar dcadas Frondizi era,
ideolgicamente hablando, el representante poltico ms conspicuo de la conjuncin de laborismo de
izquierda (este filn se resuma en la idea de "democracia econmica"), antimperialismo
latinoamericanista y democratismo poltico que l mismo haba contribuido a definir como bagaje de la
llamada Intransigencia radical. Cuando dio a conocer Petrleo y poltica (1954), su libro ms famoso, la
inflexin de izquierda de ese fondo doctrinario apareci an ms ntidamente formulada.
El libro era un trabajo de historia de las relaciones entre poltica y petrleo, inspirado en la tesis de que el
petrleo estaba en el centro del problema imperialista en la Argentina. Pero no sera el largo cuerpo del
estudio histrico, sino la introduccin, que se reeditar en forma independiente un ao despus La lucha
antimperialista. Etapa fundamental del proceso democrtico en Amrica Latina, como una suerte de
breviario del pensamiento frondizista, lo que habra de atraerle lectores y adeptos (y tambin condenas de
los antifrondizistas de dentro y fuera del radicalismo). Aunque en ese texto introductorio apareca de a
ratos el lenguaje de la CEPAL (periferia, deterioro de los trminos de intercambio, semidesarrollo), el
esquema que rega la interpretacin de los problemas del pas y los de Amrica Latina era bsicamente
marxista. El imperialismo era definido, de acuerdo con esa clave, como etapa del capitalismo, y de
acuerdo con ella se describan tambin las fases del sistema capitalista. En el marco de ese esquema,
donde la Argentina se insertaba como pas dependiente, dominado por una estructura agraria atrasada, el
autor expona las lneas de un programa de transformacin econmica y social que tena sus ejes en la
reforma agraria y la industrializacin, su instrumento principal en el estado y sus actores polticos en tres
"factores de poder", como los llamaba: un partido nacional y popular, las fuerzas obreras y las fuerzas
armadas. "Estos tres factores constituyen hoy, en Amrica Latina, la raz de toda posibilidad de realizacin
y transformacin social."
20
En el clebre mensaje del 27 de julio de 1955, cuando habl al pas como
presidente del radicalismo para responder al llamado a la pacificacin poltica formulado por Pern,
Frondizi reserv un pasaje final de la alocucin a las cuestiones socioeconmicas. Lo que entonces apunt
rpidamente no eran otra cosa que los temas de la Intransigencia radical. Es lo que vuelve a encontrarse en
la declaracin en que fij la posicin de su partido ante el "Informe Prebisch", en noviembre de 1955, y
aun en el mensaje del 1 de Mayo de 1956, donde introdujo, sin embargo, una importante innovacin en el
pensamiento poltico radical al postular una sola central obrera y un solo sindicato para cada rama de la
produccin, como requisito de la unidad sindical.
Si hay que hablar de un primer texto desarrollista de Frondizi, se fue Industria argentina y desarrollo
nacional, folleto que apareci en febrero de 1957, con el sello editorial de la revista Qu.
21
Era un
verdadero manifiesto modernista: "Vivimos una nueva era de maquinismo, produccin en masa,
automatismo fabril y captacin de nuevas energas, que est modificando la naturaleza de todos los
problemas econmicos". La Argentina no poda ignorar ni permanecer al margen de ese proceso. El
objetivo del desarrollo tena, pues, su clave en la industrializacin integral del pas y las fuerzas sociales
de la transformacin seran los trabajadores y los empresarios. En la visin que transmita el texto, el
estado era el cerebro y, en gran medida an, el agente del desarrollo, pero la iniciativa privada cobraba
ahora un relieve que los editores se encargaban de subrayar en la introduccin al texto: "Quienes esgrimen
desaprensivamente el 'estatismo' de Frondizi se sentirn harto sorprendidos por los conceptos de este
trabajo". Si el ahorro nacional era insuficiente, afirmaba tambin Frondizi como al pasar, podra recurrirse
a la colaboracin del capital extranjero.
El laboratorio ideolgico de Qu haba tenido parte en la preparacin del trabajo. Antes de que cobrara
fama como director de esta revista y, sobre todo, como colaborador (cuando no inspirador recndito de las
nuevas ideas) de Frondizi, no era mucho lo que poda decirse de Rogelio Frigerio, si bien un tejido de
versiones y rumores que lo acompaara durante muchos aos se asoci a su nombre desde el comienzo de
su notoriedad. Haba sido militante de Insurrexit, agrupacin universitaria ultraizquierdista orientada por
el Partido Comunista en los aos treinta, tras lo cual tom a su cargo negocios familiares y se convirti en
un empresario afortunado. Mantuvo por un tiempo sus vnculos con el Partido Comunista, integr
despus, aunque slo al comienzo, el elenco de la primera poca del semanario Qu, que se edit de 1946
a 1947, cuando fue prohibido por el gobierno peronista, bajo la direccin de un hombre proveniente
tambin de la izquierda, Baltasar Jaramillo (en esa participacin fugaz Rogelio Frigerio aparece como
subdirector de la publicacin).
A estos pocos datos ciertos hay que aadir la referencia, legendaria entre los "frigeristas", a los grupos de
estudio que integr en los aos cuarenta el futuro doctrinario desarrollista y que constituyeron el ncleo de
la elaboracin originaria de la teora. Como expresin de este perodo inicial quedara el trabajo de Carlos
Hojvat, miembro de esos crculos de estudio, Geografa econmico-social argentina. Somos una nacin?
(Buenos Aires, El Ateneo, 1947). Citado con reverencia por los "frigeristas", este breve volumen contiene,
en efecto, algunas de las ideas que integrarn despus el discurso desarrollista.
22
Ms que su ttulo
anodino, es el subttulo el que anuncia el argumento que est en el centro del trabajo, el de la "cuestin
nacional", para hablar en trminos marxistas (al enumerar los rasgos que definen a la nacin como
categora histrica, Hojvat parafrasea el clebre escrito de Stalin, El marxismo y la cuestin nacional,
aunque sin citarlo). Segn el autor, la Argentina tiene los atributos bsicos de una nacin, pero no lo es
plenamente. La causa de esta deficiencia nacional radica en la base material del pas, en su estructura
econmica, producto de una historia que hizo de la Argentina una sociedad jurdicamente libre, pero
econmicamente dependiente. Desde el siglo XIX hasta el presente la economa argentina se haba
desarrollado subordinada a la de Inglaterra, la potencia cuyos intereses haban obrado en favor de la
independencia poltica de la nacin. En 1947, en un marco internacional enteramente distinto al del siglo
pasado, cuando rivalizan en el mundo dos formas de economa monopolista la de base privada, a cuya
cabeza se encontraban los Estados Unidos e Inglaterra, y la de base estatal, cuya vanguardia era la Unin
Sovitica, los argentinos se encontraban frente a un desafo equivalente al de sus antepasados en el siglo
XIX, aunque ahora se trataba de realizar la nacin constituyndola como comunidad econmicamente
independiente.
El razonamiento, que no era original y que en sus lneas generales era corriente en los aos cuarenta tanto
en crculos nacionalistas como marxistas, se expona acompaado de cuadros y de cifras insertos como
fundamento objetivo de las afirmaciones relativas a la estructura econmica, las clases y los partidos
polticos de la Argentina. Lo que se reencontrar despus en la sntesis desarrollista adems de la tesis de
que un pas puede ser efectivamente independiente slo si cuenta con una industria pesada (Hojvat, op.
cit., p. 88), del objetivo de realizar la nacin organizando a las fuerzas internas interesadas en esa meta y
del empleo de esquemas y nociones extrados del marxismo es la misma certeza de que se enuncian
verdades de hecho, que se manifiestan con la elocuencia de los nmeros y revelan un sentido que se
conoce porque se est en posesin de la ciencia de la historia.
"Quise, en el comienzo de mi labor, mantener a la revista en el plano de la neutralidad informativa que le
imprimiera el talento de su fundador. Pero los hechos me obligaron a adoptar una lnea combatiente."
23
As resuma Rogelio Frigerio, al abandonar la direccin de Qu para incorporarse al equipo de
colaboradores del recientemente elegido presidente Arturo Frondizi, el cambio que sufri el semanario al
transformarse en el rgano de una empresa poltica. Qu haba reaparecido el 23 de noviembre de 1955,
bajo la direccin de Frigerio. Como signo de continuidad con su primera etapa, la publicacin retom en
1955 la numeracin interrumpida en 1947 y en la carta-editorial se anunciaba la voluntad de proseguir el
espritu periodstico que haba distinguido a Qu bajo la orientacin de su anterior director. La
caracterizacin que har la direccin de la propia revista de ese espritu se enuncia en trminos parecidos a
los que se encuentran en la primera poca, haciendo un punto de la objetividad y la neutralidad
informativas. Tras estas declaraciones del comienzo, el lector encontraba un semanario de informacin
general, cuyo centro era la actualidad nacional poltica y econmica, con algunas columnas reservadas a la
actualidad latinoamericana y mundial. Adems, una amplia gama de secciones, no todas permanentes,
daban cobertura a las actividades y materias ms variadas, desde la ciencia y la tcnica a la radio y la
televisin, pasando por el deporte, la educacin, la msica, el hipismo, los libros, el ajedrez, el teatro y las
miscelneas.
Desde 1956 el semanario abandon poco a poco el compromiso inicial de equidistancia comenzando por
la seccin "Carta al lector" (al principio, en plural, "Cartas al lector"), que llevaba la firma "La Direccin"
o, ms usualmente, "El Director", y que haca las veces de editorial poltico, se transform en el vehculo
de un discurso militante que conjugaba nacionalismo e industrialismo y auspiciaba una frmula social y
poltica: el "frente nacional" o "nacional y popular". Alusivamente primero, abiertamente a partir de 1957,
las pginas de Qu asociaron la realizacin de ese frente con la promocin de Frondizi a la presidencia. Y
ste cont desde entonces y hasta su triunfo electoral con la prdica de una publicacin aguerrida, paralela
al radicalismo intransigente, que solicitaba, con arreglo a una versin del frente que le era propia, el apoyo
a su candidatura.
24
El destinatario principal de esa interpelacin era el electorado del peronismo, colocado
en la ilegalidad.
En suma, con adherentes de procedencia heterognea Frigerio constituy en torno a la candidatura
presidencial de Frondizi un polo de influencia ajeno a las estructuras del partido, aunque prximo a su
lder, que difundi y defendi por medio de la revista Qu una concepcin del alcance y los cometidos del
"frente nacional y popular" que se apartaba del nacionalismo de izquierda que identificaba a los radicales
intransigentes. Algunos aos despus, uno de los integrantes del grupo reunido en el "laboratorio" de Qu,
el ex comunista Juan Jos Real, recordar la procedencia de los colaboradores del semanario, en un apunte
rpido e ideolgicamente orientado que dejar entrever, al mismo tiempo, los elementos que se fusionaron
en el movimiento que tendra en Frigerio su principal idelogo y en Frondizi su jefe poltico:
Ciertamente, elementos heterogneos confluyeron a prestar su concurso a la revista Qu. Eran los
peronistas que comenzaban a comprender la razn profunda de la cada del rgimen en 1955; eran jvenes
radicales que comenzaban a comprender, ellos tambin, su error de 10 aos; eran jvenes universitarios
que haban archivado la "parabellum" para ir al encuentro de las masas y que buscaban la superacin de la
reforma del 18; eran antiguos militantes revolucionarios que haban hecho la dolorosa experiencia de 1930
y 1945; eran nacionalistas que entendan ahora el valor de la democracia y de las reivindicaciones
sociales; eran historiadores que intentaban escapar a la antinomia revisionismo-liberalismo; eran
empresarios que saban ya por experiencia que slo podran colmar sus aspiraciones en los marcos del
movimiento nacional.
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El semanario no fue nicamente el instrumento de una estrategia electoral: fue el medio inicial de
propagacin de las ideas que ms adelante se ordenaran sistemticamente en Las condiciones de la
victoria, el primer compendio del desarrollismo frigerista-frondizista.
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En esa etapa primera del discurso
frigerista la palabra clave no sera desarrollo, sino integracin, un vocablo que se declinara en todas las
formas posibles (como "integracionista" fue identificada en un comienzo la corriente que orientaba el
semanario). El trmino integracin tena sentido poltico y sentido econmico, se prestaba para hacer
referencia a unidad nacional, pero tambin a la insercin de la nacin en un mundo que marchaba a la
integracin; aluda a la necesidad de incorporar al peronismo al juego poltico legal, as como a la de
enlazar las diferentes regiones del pas a travs del crecimiento econmico, etctera. Ahora bien, en el
centro de los diferentes registros de la palabra estaba, como en el viejo trabajo de Hojvat, la Nacin,
unidad de esencia que est ms all de sus partes, como un organismo, dotado como ste de una finalidad,
desarrollarse, y, en la etapa presente, desarrollarse como nacin industrial, requisito de su independencia.
4. La empresa nacional del desarrollo
Al igual que para los radicales intransigentes y los intelectuales que Rouqui llama "frondizistas por
razonamiento", para Frigerio la convergencia del radicalismo intransigente y del peronismo que, en
trminos sociales se entenda, ya explcita, ya implcitamente, era la convergencia de la clase media y la
clase obrera representaba tambin el ncleo de la alianza que era necesario promover. Pero no limitaba los
alcances del frente al encuentro de esos partidos ni a la frontera de los partidos polticos. Lo que conceba
como un nuevo captulo del movimiento nacional los captulos antecedentes haban tenido como caudillos
a Yrigoyen y a Pern deba ordenarse alrededor del cometido de arrancar a la Argentina de su deficiencia
nacional convirtindola en una sociedad industrial cuyo crecimiento no fuera el privilegio de una regin,
sino una matriz que se propagara a todo el territorio del pas, integrndolo fsica y culturalmente.
Ningn antagonismo, social o poltico, deba interferir en este cometido que responda al nico y
verdadero antagonismo, el que opona la nacin industrial a la estructura y la mentalidad agro-
importadoras, la estructura y la mentalidad de la Argentina tradicional. "Definiremos al enemigo como el
conjunto de los intereses que extraen beneficio del predominio del sector agrcola y de la debilidad del
desarrollo industrial...".
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Se trata de un enemigo fuerte e insidioso, a la vez externo e interno, con medios
y apariencias mltiples el tpico de la conspiracin antinacional asoma reiteradamente en el discurso
desarrollista. Y se prestan a su juego las izquierdas que ignoran el hecho nacional y predican la lucha entre
obreros y empresarios, como los socialistas y los comunistas.
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La lucha contra el bloque que equivala a
la permanencia del pas subdesarrollado requera, pues, de la formacin de otro bloque, el de la Nacin,
hecho de la convergencia activa de la clase obrera y del empresariado, de la contribucin de corrientes
ideolgicas de procedencia heterognea, aunque amalgamadas por la premisa nacional, de la tradicin
catlica, que era un elemento aglutinante de la identidad colectiva, del Ejrcito, que no slo haba sido un
agente histrico de la organizacin territorial y poltica del pas, sino que era en el presente un actor del
proceso industrializador. Slo la reunin de estas fuerzas permitira encarar la empresa urgente de la hora,
echar las bases materiales de la soberana nacional: la siderurgia, la energa, la qumica pesada...
Durante la campaa electoral, digamos de febrero de 1957 a febrero de 1958, el trmino "frondizismo"
conect significaciones divergentes, en correspondencia con el movimiento zigzagueante del candidato
presidencial, quien fue dejando entrever, dosificadamente, en entrevistas y declaraciones, los elementos de
un programa paralelo al programa oficial de la UCRI, sin renunciar a ste. En las alocuciones de Frondizi,
que cuando era necesario poda animarse evocando la antinomia entre el Pueblo y la Oligarqua o la
Nacin y el Imperialismo, algunos de sus partidarios crean escuchar la vieja msica de la Intransigencia y
la Declaracin de Avellaneda. Era "el antiliberalismo formulado en trminos de izquierda y la posibilidad
de entendimiento con lo popular", segn las palabras de David Vias.
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Para otros, sobre todo para los
recin llegados, Frondizi era ya el jefe de un nuevo movimiento, que se ligaba a la corriente de ideas que
tena su eje doctrinario en la revista Qu y llamaba al pueblo a realizar la hazaa de la nacin industrial.
Frondizi alcanz finalmente el gobierno y asumi la presidencia de la nacin el 1 de mayo de 1958. Poco
ms de dos meses antes (el 23 de febrero) haba ganado largamente los comicios celebrados para poner
trmino al gobierno de la Revolucin Libertadora y reinsertar la vida poltica en un marco constitucional.
Haba llegado a esas elecciones convertido en la principal figura poltica del pas y recibi los votos de
una fuerte mayora, desde los que atrajo por la va de su partido, la Unin Cvica Radical Intransigente, a
los que procedan de un amplio arco de posiciones ajenas al radicalismo y que iban desde el nacionalismo
al Partido Comunista. Pero el caudal de sufragios decisivo provino del peronismo, polticamente
proscripto, cuyo apoyo masivo fue producto de un acuerdo secreto tramitado por Frigerio con Pern.
Frondizi neg (lo hara toda su vida) la existencia de ese pacto con el lder exiliado. No obstante, la noticia
de que la orden de Pern votar por el candidato intransigente provena de un acuerdo no tard en
difundirse, dando alimento a la nada inocente versin de que el presidente electo preparaba el retorno del
peronismo.
La del gobierno result para el credo de la integracin y el desarrollo una prueba malograda. La
experiencia no dur cuatro aos Frondizi fue derrocado a fines de marzo de 1962 y confinado en Martn
Garca bajo la custodia de la Marina y aun mucho antes de ese desenlace la autoridad de su investidura ya
se haba corrodo enormemente, sometida al jaqueo incesante y abierto de unas fuerzas armadas aplicadas
a la vigilancia del presidente. Recelado de servir al juego del comunismo o del peronismo, cedi una y
otra vez a la presin anticomunista y antiperonista, sin desprenderse nunca de la sospecha de que haca al
juego a uno de ellos o a ambos al mismo tiempo. Pero la prueba del gobierno no desgast slo la
investidura, sino tambin, e incluso antes, la credibilidad poltica de Frondizi. Los primeros estragos de su
crdito aparecieron en las filas de quienes lo haban votado en 1958. Aunque conserv la lealtad del
grueso de su partido, la coalicin del 23 de febrero (el "frente nacional y popular") se esfum en poco ms
de un ao, por obra del desencanto que provoc la disparidad entre el programa electoral y el programa
efectivo del gobierno.
Porque el plan de la empresa desarrollista recibi su formulacin pblica definitiva slo cuando Frondizi
accedi al gobierno. Nada, acaso, mortific tanto las expectativas de quienes haban votado al antiguo
lder antimperialista como el papel que ahora asignaba al capital extranjero y que la nueva doctrina
comenzara a practicarse con la poltica petrolera. "En teora puede no hacer falta el capital extranjero y
esto lo sostienen algunos economistas argentinos, que afirman que nuestra tasa de ahorro es suficiente.
Pero creo que esa afirmacin no se ajusta a la realidad del pas ni a las necesidades de un rpido
desarrollo."
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As respondera Frondizi al explicar, ya fuera del gobierno, por qu haba acudido, en gran
escala y contrariando las ideas y la sensibilidad de su partido, a un recurso que todava en su escrito
programtico Industria y desarrollo nacional era considerado slo como un elemento subsidiario. Y en la
respuesta aparecen los dos tipos de razones que se reforzarn mutuamente en la retrica desarrollista.
Unas conciernen a la "realidad" de la tasa de ahorro del pas; otras, a la "rapidez", a la idea de que para
llevar adelante el desarrollo era necesario trabajar frenticamente contra el reloj.
De acuerdo al razonamiento que Frigerio y Frondizi hicieron suyo, aunque estaba lejos de ser novedoso
incluso dentro de las teoras del desarrollo, el gran reto era industrializar un pas que sufra de una aguda
falta de capitales: ni el estado ni el sector privado tenan la posibilidad de generar el ahorro necesario para
financiar las grandes inversiones bsicas (siderurgia, qumica pesada, energa, etc.). Cmo promover
entonces esos rubros que eran la llave de la industrializacin y de la soberana, si no se quera apelar, por
razones polticas y sociales, al mtodo del ahorro compulsivo practicado en los regmenes socialistas?
Mediante emprstitos internacionales y radicaciones directas de capital privado extranjero, es decir,
haciendo uso de la financiacin externa para la construccin de las industrias esenciales y de una
infraestructura econmica moderna. El estado nacional, por su parte, no se limitara a crear condiciones
favorables para la actividad de capitales internos y externos, dejando librada a la espontaneidad del
mercado la localizacin de las inversiones. El estado desarrollista, que era un estado programador, el
cerebro del desarrollo, definira las prioridades con arreglo a la meta por alcanzar: la nacin plenamente
desarrollada. Fijadas stas, el poder pblico obrara mediante los instrumentos legales de la poltica
impositiva, crediticia y monetaria, para estimular y orientar las inversiones hacia los sectores estratgicos.
En suma, la cuestin a zanjar, lo que realmente discriminaba de qu lado se estaba en relacin al
desarrollo nacional, no era el origen de los capitales, sino la utilizacin que se haca de ellos: se los acoga
para reproducir la dependencia externa y la vigencia del esquema agroimportador o para liberarse de su
dominio.
31
Si se queran los fines, se deban querer los medios.
Pero el auxilio del capital extranjero no apareca como un recurso obligado slo por la baja tasa del ahorro
nacional, sino tambin por la velocidad que era forzoso imprimir al cambio estructural. Por qu? Ni
Frondizi ni Frigerio daran siempre las mismas razones para dar cuenta de la necesidad de esa marcha
acelerada. Se ha credo descubrir en esa prisa una razn contingente: la situacin poltica precaria del
gobierno de Frondizi, quien no ignoraba ese hecho al asumir la presidencia y busc por el camino del
ataque rpido a los problemas que consideraba de fondo (petrleo, energa, siderurgia) la creacin de una
realidad socioeconmica en que los problemas polticos heredados se volveran datos del pasado.
Sin embargo, en 1963, cuando el golpe de estado ya haba puesto fin al gobierno de Frondizi, Frigerio
postula, fuera de toda referencia a la situacin argentina y como regla general para todos los pases
subdesarrollados, la necesidad de operar rpidamente: "En esta etapa no hay otro desarrollo que el
prioritario y acelerado" (en cursivas en el original).
32
En 1964, en un artculo destinado a fijar sus
diferencias con las tesis desarrollistas de la CEPAL, vuelve sobre el tema. Contra la idea "conformista" de
una financiacin lenta y gradual del desarrollo, que atribuye al pensamiento cepaliano, Frigerio conecta el
recurso al capital externo con la prisa, prescribiendo que el despegue "debe ser drstico y rpido para que
produzca resultados".
33
No obstante, en los dos casos no invoca las mismas razones para dar fundamento a
la necesidad de imprimir velocidad a los cambios.
Ms all de las circunstancias y la experiencia que pudieron haber reforzado la conviccin de que todo lo
relativo al desarrollo era imperioso, ella iba unida, indisolublemente, a otra: la de una aceleracin indita
del tiempo histrico, un movimiento sin reposo, pleno de inminencias y hecho de descubrimientos
cientficos, inventos e innovaciones tecnolgicas que afectaban al mundo entero, transformando las
fuerzas productivas, posibilitando la conquista del espacio extraterrestre, reduciendo el tiempo de trabajo
mediante la automatizacin. "Velocidad. El tempo de nuestras vidas procede a saltos", escriba uno de los
propagandistas del desarrollismo, Isidro J. dena.
34
Estaba a la vista una era de abundancia, el siglo XXI:
"La transicin se est operando ante nuestros ojos y tenemos el deber de tomar conciencia de ella si hemos
de situarnos correctamente dentro de las coordenadas de nuestro tiempo".
35
Porque en ese tiempo que
marchaba raudamente hacia el futuro no todos iban al mismo paso, al ritmo de los cambios continuos
provocados por avances tecnolgicos siempre nuevos. Y era este ritmo, esta velocidad, la que deba
transmitirse al desarrollo de los pases rezagados, los pases del subdesarrollo, la Argentina entre ellos, si
se los quera hacer partcipes de un porvenir cercano y lleno de promesas. Los sacrificios de hoy se
compensaran maana, en la tierra prometida de la nacin desarrollada. La gradualidad no perteneca a
esta temporalidad.
El cambio era a la vez deseable e ineluctable. Como otras corrientes del pensamiento social y poltico del
siglo pasado y del actual, la doctrina de Frigerio y Frondizi reclam para sus raciocinios los ttulos de la
ciencia, cuyos procedimientos eran identificados, a la manera positivista, con los de la observacin y la
cuantificacin de hechos y tendencias registrados objetivamente.
Analizo las complejas interrelaciones de la economa contempornea como un hecho objetivo,
histricamente necesario, cuyo sentido y direccin es irreversible y cuya nica dosis de aleatoriedad
consiste en la eleccin de los medios para que se desarrolle pacficamente [...].
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Ahora bien, lo que ese anlisis comprobaba como histricamente necesario (y "con la elocuencia neutral
de los guarismos") eran procesos cuyas consecuencias resultaban, a la vez, dignas de anhelo. Qu
detectaba, por ejemplo, la observacin objetiva del cuadro mundial en 1963? Que los Estados Unidos y la
Unin Sovitica terminaran forzosamente por reconocer que la rivalidad en el terreno militar era estril
(las armas nucleares hacan impensable la guerra, que sera de exterminio mutuo) y trasladaran, antes o
despus, la emulacin al terreno econmico, donde competiran tambin, obligados por sus propios
intereses, en la ayuda a los pases subdesarrollados. stos, a su vez, estaban compelidos a salir de su
retraso, a desarrollarse. En pocas palabras: al igual que en la Argentina, en el escenario internacional los
intereses tambin llevaran a la moderacin de las pasiones ideolgicas y polticas.
No se trataba de una evolucin posible, entre otras, expuesta a variar por obra de otro encadenamiento de
las cosas y de otros resultados: esa evolucin obedeca a leyes que el mtodo cientfico permita captar y
formular. Haba, sin dudas, obstculos como los crculos belicistas y las firmas ligadas a la produccin
armamentista en los Estados Unidos, o los clases e intereses vinculados a la produccin primaria en los
pases del Tercer Mundo. No habra drama del desarrollo si ste no tuviera por delante contrastes, trabas,
atolladeros. Pero los obstculos slo podan desviar o detener momentneamente el curso de la necesidad
histrica. sta reanudara su marcha, tarde o temprano.
Empresa voluntarista que se negaba como tal, lo que el discurso desarrollista describa como un proceso
fctico iba en el mismo sentido que aquello que prescriba como finalidad. La "nica dosis de
aleatoriedad" concerna a los medios. Lo cierto, lo positivo era el contenido el movimiento del desarrollo
contra el estancamiento del subdesarrollo que ordenaba la direccin y los fines; lo incierto y aleatorio eran
las formas y los medios. "El nico dilema que existe para nuestro continente, aseveraba Frondizi, es:
desarrollo por va democrtica o desarrollo por va violenta."
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sa era la leccin que arrojaba la
Revolucin Cubana, que slo poda ser interpretada a la luz del subdesarrollo. En este sentido, la
Argentina frondizista y la Cuba fidelista asumiran en la visin del desarrollismo un papel igualmente
ejemplar: enseaban las dos vas, las dos formas, que poda adoptar la respuesta al estancamiento y la
miseria. Mientras en la segunda, la reaccin contra el subdesarrollo haba generado la violencia y la
revolucin, en la primera el crecimiento de las fuerzas productivas se cumpla bajo formas democrticas.
Ahora bien, desde la segunda mitad de los aos sesenta el fondo se disociar de las formas y para Frondizi
y Frigerio la democracia ya no ser la condicin poltica del desarrollo.
5. Breve excursus: progreso y desarrollo o liberales y desarrollistas
En cierto modo, la idea del desarrollo fue un sustituto y una variante de la idea del progreso. Como sta,
contiene una interpretacin del proceso histrico en trminos de etapas sucesivas de mejoramiento
creciente de la vida individual y colectiva. Ambas estn, igualmente, volcadas hacia el futuro y celebran el
avance de la ciencia y de la tcnica. Sin embargo, no son inmediatamente permutables. En ocasin de
destacar los mritos del general Roca, Frondizi compar las ideas de progreso y de desarrollo, as como la
mentalidad de aquella generacin, la del ochenta, y la suya. Qu las diferenciaba? La vocacin
industrialista y el liberalismo.
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En efecto, el pensamiento desarrollista, en cualquiera de sus variantes, no era liberal al menos en el campo
de la economa. Para la mayora de quienes se vieron atrados por la economa del desarrollo, no importa
en cul de sus versiones, el pensamiento econmico liberal sobreviva, pero el presente ya no era su
tiempo: haba sido superado por los grandes trastornos de la economa mundial de los aos treinta y desde
entonces no rega ya ninguna economa nacional. Localmente, la supervivencia de esa doctrina en retirada
slo expresaba la defensa de intereses particulares, ligados a formas tradicionales de propiedad y de
produccin, y, ms en general, a una mentalidad conservadora, resistente a los cambios que requera la
modernizacin econmica. Para algunos desarrollistas (entre los que sobresala Rogelio Frigerio), el
balance histrico del liberalismo en el proceso argentino era an ms negativo. Muchas de las fallas y los
desequilibrios que el desarrollo deba superar tenan sus races en la era de la Argentina liberal.
Los liberales, por su parte, vieron en las teoras desarrollistas slo una nueva manifestacin del "dirigismo
econmico" o estatismo. El mal argentino proceda fundamentalmente de la intervencin del estado en la
economa (sa haba sido la matriz esencial y ms perniciosa del peronismo; la Revolucin Libertadora se
haba mostrado vacilante, sin resolverse a abandonarla enteramente, y la tendencia intervencionista, que
apareca como un fenmeno extendido en el mundo, prosegua en la nueva versin del desarrollismo). En
el prefacio que escribi para la segunda edicin de un libro de Federico Pinedo Porfiando hacia el buen
camino, 1955 publicado poco antes del derrocamiento de Pern, Alberto Duhau fij en la forma de una
consigna que encabezaba el texto lo que para los liberales era la antinomia de la hora: "Un ideal: La libre
empresa. Un solo enemigo: El dirigismo econmico".
39
Si se quera salir del estancamiento y volver a la
ruta del progreso haba que volver a los principios de la iniciativa individual y la libre competencia.
El liberalismo estaba en minora en la opinin pblica argentina y continuara estndolo en las dos
dcadas que siguieron a 1955. Como lo mostraron los resultados cada vez ms decepcionantes de los
esfuerzos por devolver influjo electoral al partido Demcrata Nacional convertido en el depositario del
pensamiento liberal, aunque no todas sus fracciones lo fueran o a alguna coalicin poltica, con
gravitacin nacional, que reuniera la misma conjuncin liberal-conservadora (se fue el sueo de lo que se
llamara Federacin de Partidos de Centro). Nunca enteramente reconciliados con la democracia, la escasa
fortuna de estas empresas polticas los llevara a desesperar, una vez ms, de que las posiciones liberal-
conservadoras llegaran al gobierno por la va electoral. Haba otros medios, sin embargo, para tomar parte
en la direccin del estado o influir sobre la decisin de los gobernantes, y los liberales disponan de esos
medios. Porque si bien se trataba de una minora, no era una minora cualquiera, sino la ms poderosa:
tena ascendiente y guardianes celosos en las Fuerzas Armadas (al menos, hasta 1963), contaba con los
medios de prensa ms reputados y predominaba en las asociaciones patronales ms fuertes.
40
De sus
elencos surgi buena parte de los ministros de economa durante ms de dos dcadas y aun el gobierno de
Frondizi debi encomendar la gestin de ese Ministerio a figuras provenientes de la familia liberal (lvaro
Alsogaray, Roberto T. Alemann).
La crtica liberal a la empresa desarrollista tuvo su rgano ms pertinaz y constante en el diario La Prensa.
"El problema de nuestro desarrollo econmico preocupa a todos los sectores del pas", deca el diario en
uno de los editoriales dedicados a cuestionar la idea de un crecimiento promovido a travs de polticas
pblicas deliberadas. Pero ese consenso, segua el editorial, no se mantena cuando se abordaba la cuestin
de los fines del desarrollo y los medios para lograrlo. A diferencia de los pases donde rega o haba regido
la planificacin (como la Rusia sovitica, los regmenes fascistas e, incluso, algunos democrticos), el
desarrollo en una sociedad libre "depende bsicamente de la iniciativa y del trabajo de los propios
miembros de la comunidad". En la Argentina, por su parte, la teora del desarrollo que se predicaba y
practicaba lo haca depender de la accin del gobierno. ste fijaba, con criterios de dudosa validez, las
actividades que deban ser fomentadas, "facilitndoles recursos y asegurndoles mercados". Se
impulsaban as, en desmedro de todo el pas, industrias artificiales, mientras se descuidaban "las
verdaderas fuentes de recursos de la Nacin", que eran todava "nuestras industrias madres", aquellas para
las que el pas estaba mejor dotado por naturaleza. En el pasado, cuando "la Nacin dependa para su
progreso" no de la planificacin gubernamental, sino de los "planes de desarrollo" de sus habitantes, se
haba transformado, en menos de cuarenta aos, "lo que era prcticamente un desierto en una de las
naciones ms prsperas y progresistas del mundo".
41
Ningn otro diario como La Prensa ilustr tan cabalmente el punto de vista que los frondizistas
consideraban propio del viejo orden, el de la estructura agroimportadora. Para el diario, a su vez, la
empresa desarrollista haba respondido desde sus comienzos a los designios de una ambicin poltica que
acarre consecuencias nefastas: llev a la ruptura deliberada del partido radical, primero, y al acuerdo con
Pern, despus, para buscar la victoria con el apoyo del "partido dictatorial" (uno de los nombres que daba
La Prensa al peronismo). Todos los problemas derivaran de ese nacimiento, obligando a ardides y
maniobras a un gobierno expuesto a todas las presiones por carecer de base popular propia. El diario no
expresara pesar por el golpe de estado que puso fin al gobierno del doctor Frondizi.
42
El desarrollismo frondizista no fue el nico blanco de la crtica liberal. Tampoco escaparon a ella las tesis
de la CEPAL y de su secretario ejecutivo, Ral Prebisch. Quien tom en sus manos el ajuste de cuentas
con el pensamiento cepaliano fue Federico Pinedo, que escribira, en las pginas de La Prensa justamente,
cinco largos artculos bajo el ttulo general de "La Cepal y la realidad econmica de Amrica Latina".
Pinedo aprovech la ocasin que le ofreci el documento que Prebisch haba presentado en la conferencia
del organismo reunido en Mar del Plata en mayo de 1963 para someter a duro juicio las ideas de su
antiguo colaborador. No fue la realidad econmica latinoamericana, sino la realidad econmica de la
Argentina lo que estuvo en el centro de esos artculos polmicos y llenos de irona, el primero de los
cuales tuvo por objeto poner en cuestin la imagen que el texto de Prebisch daba del pas, al insertarlo de
acuerdo con un denominador comn dentro del cuadro continental.
Sin vacilacin puede afirmarse escriba Pinedo que no slo lo que se dice de varios de los diversos pases
no es aplicable a otros, sino que lo que se dice del conjunto latinoamericano tampoco es aplicable a los
pases con los que artificial, si no artificiosamente, se ha formado el conjunto latinoamericano. Por lo
menos en lo que concierne a la Argentina las cifras medias de todo el continente no significan nada. No
son una fotograa de nuestro pas, sino una caricatura.
43
Tras impugnar en notas sucesivas el diagnstico (en lo relativo al rgimen de tenencia de la tierra, la
distribucin del ingreso, el estrangulamiento externo), Pinedo apunt contra los "remedios sugeridos" por
el estudio cepaliano: detrs de todo estaba el viejo enemigo, el estatismo.
Prebisch no respondi al ataque sino mediante un rpido y alusivo pasaje de la introduccin a la edicin
en forma de libro de su trabajo:
Se me ha salido a combatir nuevamente con aquella tesis inveterada del juego libre de las fuerzas
econmicas como elemento propulsor del desarrollo. Y lo ms penoso para m es que esta incomprensin
de los fenmenos del desarrollo econmico y social se manifiesta ms en mi propio pas que en cualquier
otra repblica de Amrica Latina. La confusin de ideas es all lamentable. No se quiere leer, no se quiere
pensar, se siguen repitiendo trasnochados conceptos del siglo XIX sin vigencia alguna con la realidad
actual.
44
El progreso, en suma, ya no llevaba el nombre del liberalismo econmico. Al escribir esas lneas, Prebisch
estaba lejos de imaginar que las ideas, juzgadas no slo por l como ideas decimonnicas, trasnochadas,
cobraran veinte aos despus no slo una nueva vigencia sino que se instalaran en el puesto de mando,
orientando las polticas pblicas de la mayor parte de los pases del mundo, entre ellos las de su pas.
NOTAS
1
Juan Jos Llach, "El plan Pinedo de 1940, su significado histrico y los orgenes de la economa poltica
del peronismo", en Desarrollo econmico, vol. 23, No. 92, enero-marzo de 1984, p. 551.
2
Sobre las vicisitudes y el contexto poltico del documento de Prebisch, vese la serie de artculos que,
bajo el ttulo general "Historia del Plan Prebisch", escribi Julin Delgado entre octubre y noviembre de
1967 en Primera Plana, Nos. 249 a 254, y, sobre todo, el iluminador trabajo de Kathryn Sikkink, "The
influence of Ral Prebisch on economic policy-making in Argentina, 1950-1962", en Latin American
Research Review, No. 2, 1988.
3
Ral Prebisch, Informe preliminar acerca de la situacin econmica, Secretara de Prensa y Actividades
Culturales de la Presidencia de la Nacin, 1955.
4
Aparte del folleto de Jauretche, pueden mencionarse entre las reacciones crticas que inspir
inmediatamente el informe de Prebisch los siguientes escritos: Walter Beveraggi Allende, El dilema
econmico de la Revolucin, Buenos Aires, ed. del autor, 1956; Jos V. Liceaga, Apreciaciones sobre el
Plan Prebisch, Buenos Aires, ed. del autor, 1956; Oscar E. Alende, Problemas fundamentales de la
Revolucin del 16 de septiembre, Buenos Aires, Ediciones Signo, 1956.
5
Todas las citas corresponden a la 5a. ed. de El Plan Prebisch (1955), Buenos Aires, Pea Lillo, 1984.
6
Vase la exposicin de Ral Prebisch ante la Junta Consultiva Nacional, en versin taquigrfica de la 3a.
reunin extraordinaria, Buenos Aires, 18 de noviembre de 1955.
7
Prebisch, Informe..., cit., p. 78.
8
Ibid., pp. 80-81.
9
Vase la exposicin de Oscar Alende en la Junta Consultiva Nacional, 3a. reunin, documento citado,
pp. 31-32.
10
Mario Amadeo, Ayer, hoy, maana, Buenos Aires, Ediciones Gure, 1956, p. 89.
11
Citado en Kathryn Sikkink, "The influence of...", cit., p. 107.
12
Vase K. Sikkink, art. cit. El curso de economa argentina dictado por Hctor L. Diguez en la Escuela
de capacitacin sindical de la Federacin de Empleados de Comercio, y publicado con el ttulo Teora y
prctica de la economa argentina, Buenos Aires, 1958, acaso ofrezca la mejor prueba de la presencia de
ese desarrollismo genrico y, a la vez, de la propagacin de las categoras cepalianas.
13
Enrique E. Shaw, "...y dominad la tierra" (Concepto cristiano del desarrollo), en VV. AA., Concepto
cristiano del desarrollo, Buenos Aires, Ediciones del Consejo Superior de los Hombres de la Accin
Catlica, 1963.
14
"La CEPAL y el desarrollo latinoamericano" (artculo editorial), Criterio, ao XXXVI, No. 1428, 23 de
mayo de 1963; Fernando Storni, "La CEPAL y las ideologas", Criterio, ao XXXVI, No. 1432, 25 de
julio de 1963.
15
Conferencia del general Juan N. Iavcoli, "La interrelacin entre seguridad y desarrollo" (La Prensa, 3
de noviembre de 1966).
16
Albert Hirschman, "Auge y cada de la teora del desarrollo", en El Trimestre Econmico, No. 188,
octubre-diciembre de 1980.
17
Jorge Graciarena, "Dos alternativas polticas del desarrollo: cambio gradual o revolucin", en Revista de
la Universidad de Buenos Aires, ao VI, No. 1, enero-marzo de 1961, p. 5.
18
H. W. Arndt, El desarrollo econmico. La historia de una idea, Buenos Aires, Rei Argentina, 1992.
19
Federico Pinedo, La Argentina: su posicin y rango en el mundo (con ensayos en honor del autor),
Buenos Aires, Sudamericana, 1971, p. 369. Los primeros pargrafos de este trabajo, al que corresponde la
cita, fueron publicados en 1965 en el No. 1.000 de Economic Survey.
20
Arturo Frondizi, La lucha antimperialista. Etapa fundamental del proceso democrtico en Amrica
Latina, Buenos Aires, Ediciones Debate, 1957, p. 94.
21
Arturo Frondizi, Industria argentina y desarrollo nacional, Buenos Aires, Ediciones Qu, 1957.
Frondizi haba expuesto previamente, en octubre de 1956, en una alocucin radiofnica, el contenido de
este escrito (vase Nicols Babini, Frondizi de la oposicin al poder, Buenos Aires, Celtia, 1983, p. 189).
22
Vase, por ejemplo, la mencin que hace del libro Isidro J. dena en Entrevista con el mundo en
transicin, Montevideo, Libreros-Editores A. Monteverde y Ca., 1963, p. 142.
23
Qu, No. 174, 25 de marzo de 1958.
24
Los trminos en que la revista defina en forma pblica su apoyo
a Frondizi aparecen registrados en esta rplica a una declaracin de la UCRI: "El Radicalismo
Intransigente ha hecho pblica una terminante declaracin sealando que Qu no es un rgano oficial ni
oficioso del Radicalismo. Ignorbamos que pesara sobre la revista tal sospecha. Qu es un rgano de un
pensamiento nacional y popular que no se enrola con ningn partido y que celebra coincidir con cualquier
movimiento de opinin, proceda de donde fuere, que ponga el acento en tales postulaciones" ("Panorama
poltico de la semana", Qu, No. 138, 2 de julio de 1957).
25
Juan Jos Real, 30 aos de historia argentina, Buenos Aires-Montevideo, Actualidad, 1962, pp. 186-
187.
26
Rogelio Frigerio, Las condiciones de la victoria, Montevideo, 1959.
27
Rogelio Frigerio, Las condiciones de la victoria, cit., p. 25.
28
"Obreros y empresarios: un solo inters nacional", Qu, No. 100, 11 de noviembre de 1956.
29
David Vias, "Una generacin traicionada. A mis camaradas de Contorno", en Marcha, No. 992, 31 de
enero de 1959.
30
Flix Luna, Dilogos con Frondizi, Buenos Aires, Editorial Desarrollo, 1962, p. 183.
31
Vase Rogelio Frigerio, Crecimiento econmico y democracia, Buenos Aires, Paids, 1983 (1a. ed.,
1963), cap. 4, donde el autor propone esta tesis para todos los pases subdesarrollados bajo regmenes
liberal-democrticos.
32
Rogelio Frigerio, Crecimiento econmico y democracia, cit., p. 76.
33
Rogelio Frigerio, "El camino del desarrollo", Clarn, 20 de septiembre de 1964.
34
Isidro J. dena, Entrevista con el mundo en transicin, cit., p. 41.
35
Ibid., p. 43.
36
Frigerio, Crecimiento econmico..., cit., p. 7.
37
Arturo Frondizi, en Flix Luna, Conversaciones, cit., p. 103.
38
Ibid., p. 152.
39
El ttulo que los propiciadores de la nueva edicin encontraron para el trabajo de Pinedo, uno de los
mejores que produjo el pensamiento liberal despus de Pern, fue ms expresivo: El fatal estatismo
(Buenos Aires, Guillermo Kraft Ltd., 1956). "Es corto y sintetiza bien el mundo en que vivimos", escribi
en el prefacio Duhau.
40
En 1958 la Bolsa de Comercio, la Sociedad Rural y la Unin Industrial se reunieron en una entidad,
Accin Coordinadora de las Instituciones Libres (ACIEL), para luchar contra todas las formas de
intervencin estatal en la economa y la vigencia de la iniciativa privada sin interferencia pblica.
41
"Dirigismo econmico y retroceso en la Argentina", La Prensa, 12 de febrero de 1961.
42
Para el balance de los cuatro aos de gobierno frondizista vase el largo editorial "Ao de profunda
crisis poltica", La Prensa, 30 de diciembre de 1962.
43
Federico Pinedo, "La Cepal y la realidad econmica de Amrica Latina. Artificiosa equiparacin de sus
pases", La Prensa, 18 de junio de 1963.
44
Ral Prebisch, Hacia una dinmica del desarrollo latinoamericano, Mxico, FCE, 1963.
Iglesia catlica y peronismo: la cuestin de la
enseanza religiosa (1946-1955)1
SUSANA BIANCHI
UBA- UNICEN - Tandil
En las ltimas dcadas del siglo XIX, con la resolucin de enfrentar activamente el
liberalismo y el socialismo, los catlicos emergen como un sujeto poltico dispuesto a
plasmar soluciones en las ms diversas reas de la vida social. La Argentina no queda al
margen de este movimiento que, ya en las primeras dcadas del siglo XX, abandona las
posiciones defensivas para resolver ofensivamente lo que considera la cuestin de
fondo: cmo transformar al catolicismo en el principio organizador de la sociedad? A
partir de all, la problemtica de la relacin entre la Iglesia catlico2 y el Estado un
Estado que adems engloba en forma creciente espacios considerados propios de la
sociedad civil - se plantea como la cuestin central.
Catolicismo y peronismo En la Argentina, la ruptura que exista entre el catolicismo y
los sectores populares - sectores que adquieren una presencia cada vez ms notable a
partir de los procesos de industrializacin y crecimiento urbano desde la dcada de
1930 - era reconocida por relevantes actores de la institucin eclesistica. As, en
1945, monseor Emilio Di Pasquo no dudaba en sealar que "... si hay dos trminos
sociales opuestos, si hay dos sectores en nuestros das que se han declarado guerra
implacable, son sin duda el capital y el trabajo. Ahora bien, todo el mundo sabe que el
obrero ha aliado en su mente el capital con la Iglesia, de suerte que el abismo que
separa el capital del trabajo es el mismo que separa a los trabajadores de la Iglesia3.
Dentro de esta perspectiva, el ascenso del peronismo fue considerado como la
posibilidad de instrumentar los aparatos de Estado y su capacidad coercitiva,
fundamentalmente el derecho jurdico y la capacidad de censura, como medio
para establecer la hegemona del catolicismo.
Dicha posibilidad se abra a partir de dos consideraciones. En primer lugar, el
peronismo era visualizado como el proyecto poltico del Ejrcito. La idea de la unidad
entre la Iglesia y las fuerzas armadas tena larga data dentro del pensamiento poltico
catlico: comenz a articularse a partir del momento en que las revoluciones de 1848
sealaron la emergencia de las "clases peligrosas". En ese contexto, Donoso Corts
pronuncia en las Cortes Espaolas su discurso sobre la Situacin general de Europa
(1850). Segn Donoso Corts, los pueblos se han hecho ingobernables, por lo tanto,
contra la "satnica presuncin" del siglo XIX, contra el socialismo y el comunismo, la
Iglesia y los ejrcitos constituyen el nico sostn de la civilizacin contra la
barbarie4. En la Argentina, la idea de esta unidad se haba consolidado en la dcada de
19305. Incluso, los miembros de mayor peso dentro de la jerarqua eclesistica tenan
antiguos vnculos con las fuerzas armadas. Por ejemplo, el obispo de Rosario, Antonio
Caggiano, uno de los principales nexos de la Iglesia con el peronismo, desde 1933
ocupaba el cargo de Vicario General del Ejrcito.
En segundo lugar, la posibilidad de la alianza entre la jerarqua eclesistica y el
Estado peronista radicaba en el amplio arco de coincidencias que presentaban
sus proyectos de sociedad. Tanto la doctrina social de la Iglesia como el
peronismo reconocan la realidad de los conflictos sociales y proponan su
1
superacin a travs de una conciliacin de clases en la que el Estado jugaba un
papel central: por un lado, como mediador en los conflictos, pero fundamentalmente
implementando una poltica redistributiva que tanto el peronismo como la Iglesia
definen como "justicia social".
La unidad Estado-Iglesia se expres en las mltiples manifestaciones de apoyo que
mutuamente desplegaron el gobierno peronista y la jerarqua eclesistica y que
otorgaron a la Iglesia un considerable espacio pblico: la Iglesia catlica, durante los
primeros aos del peronismo, se transform en una presencia constante,
estrechamente vinculada a la poltica oficial. Sin embargo, ni los puntos de
coincidencia, ni las mutuas manifestaciones de apoyo impidieron que, en la
implementacin de las polticas concretas, surgieran una serie de conflictos en torno
al control de ciertas reas de la sociedad civil6.
La definicin de las reas de conflicto
Desde los comienzos del primer gobierno peronista - el general Pern asumi el
gobierno el 4 de junio de 1946 -, algunos de los actores de la institucin eclesistica
comenzaron a observar con preocupacin lo que consideraban avances del Estado
sobre la sociedad civil. De este modo, ya en agosto de 1946, la revista Criterio 7 - a
raz de proyectos gubernamentales de asistencia social - comenzaba a denunciar
interferencias, definidas como "estatismo", en la medida en que implicaban una
reduccin de la esfera de influencia de la Iglesia: "De acuerdo con las enseanzas
sociales catlicas siempre hemos sostenido que las organizaciones del gobierno no
tienen derecho a intervenir en las actividades de las instituciones privadas. Es misin
del Estado ayudar pero nunca absorber completamente al sector privado" 8.
En septiembre de 1946, una encuesta organizada por la Direccin General de la
Inspeccin Mdica Escolar, para realizar una investigacin sobre la "crisis puberal" en
el mbito de las escuelas, tambin era juzgada en duros trminos: "La tradicin
argentina, en plena conformidad no slo con la enseanza catlica sino con toda la
doctrina sociolgica que no sea estrictamente totalitaria (facista, nacional-socialista,
comunista) afirma que los hijos pertenecen a la familia antes que al Estado. El hogar
es, segn todos los socilogos no militantes de la tendencia sealada, la clula social
por excelencia. Cuanto se orienta al menoscabo de la familia realiza una tarea nefasta
[...]. Lo he dicho muchas veces y lo repito una vez ms, ni desde el punto de vista
catlico ni desde el simplemente humano podemos admitir la frmula de Mussolini: el
Estado es un absoluto del cual el individuo y la familia, a manera de simples relativos,
reciben todos sus derechos" 9.
As, ya desde los inicios del gobierno de Pern, comenzaron a definirse las reas en
conflicto entre la Iglesia y el Estado peronista: familia, educacin, asistencia social.
En sntesis, el conflicto se localiza en el control de aquellas reas consideradas claves
para la reproduccin de la sociedad.
El problema de la enseanza religiosa
Generalmente se considera que el amplio espacio que el gobierno peronista
reconoci a la Iglesia catlica tuvo su mayor expresin en el mbito de la educacin,
en particular, en lo referido a la sancin de la ley de enseanza religiosa en las
escuelas estatales. Es indudable que el acceso a la instruccin pblica constituy para
la Iglesia una importante ampliacin de su esfera de accin; sin embargo, en la medida
2
en que sus resultados no cumplieran con las expectativas, tambin habra de
transformarse en un punto de conflicto con el Estado y obligara a un replanteo de las
estrategias catlicas en el campo educacional.
La enseanza religiosa en las escuelas pblicas - que contaba con antecedentes
en varias provincias - era considerada por la Iglesia como un elemento clave en
el proyecto de catolizacin de la sociedad. El gobierno militar, bajo la influencia del
integrismo catlico10, la haba impuesto mediante un decreto en diciembre de 1943.
Pero la Iglesia, con el retorno a la vigencia constitucional, aspiraba a que su
permanencia fuese garantizada por una ley del Congreso.
Incluso, la aprobacin de dicha ley era considerada como una de las condiciones del
apoyo de la jerarqua eclesistica a la candidatura de Pern. En agosto de 1946, la
Cmara de Senadores haba aprobado un proyecto de ley que confera fuerza legal a
todos los decretos dictados por el gobierno de facto. De este modo, la continuidad de
la poltica del gobierno militar quedaba garantizada durante el peronismo y se
aseguraba tambin la sancin legal de la enseanza religiosa en las escuelas pblicas.
Sin embargo, la Cmara de Diputados, por su misma composicin, poda resultar menos
dcil que el cuerpo senatorial para cumplir compromisos pre-electorales. El principal
problema resida no slo en la oposicin de los diputados radicales, sino en la
resistencia que la ley despertaba en los sectores peronistas provenientes del
laborismo.
Ante esto, la jerarqua eclesistica inici una campaa destinada a presionar al
gobierno. Uno de los elementos claves era la publicacin de estadsticas
destinadas a mostrar el alto porcentaje de alumnos que, desde 1944, concurran
a clase de religin en las distintas escuelas del pas11. Para la Iglesia catlica,
esto constitua un verdadero plebiscito, prueba de que los padres - quienes,
segn su perspectiva, tienen la ltima palabra en educacin, en virtud de la "ley
natural" - deseaban la instruccin religiosa para sus hijos. Dichas cifras resultaban,
adems, un claro ndice de las transformaciones de la sociedad argentina: la religin
pareca haber dejado de ser un asunto privado que atae a las conciencias, para poder
aspirar a constituirse en el principio organizador del cuerpo social.
Las expectativas eclesisticas no se vieron defraudadas. Ante la proximidad de
la presentacin de la ley en la Cmara de Diputados, el mismo Pern encomend al
diputado Joaqun Daz de Vivar la direccin del debate parlamentario: l deba ser el
responsable del discurso principal y deba elegir, adems, a quienes lo acompaaran en
dicho debate, marcando sus lneas ideolgicas12. La eleccin de Pern no era
arbitraria. Descendiente de una familia del patriciado correntino, Daz de Vivar haba
llegado al peronismo a travs del radicalismo de la provincia de Corrientes. Sin
embargo, su militancia en las filas del anti personalismo alvearista no haba sido
contradictoria con su pertenencia a grupos nacionalistas, su amistad con filofascistas,
sus conocimientos de tomismo y su firme adhesin al catolicismo integrista. Fiel hijo
de la Iglesia, era uno de los diputados mejor capacitados para la defensa de la ley.
La defensa de la ley
Bajo la direccin de Daz de Vivar, los argumentos de los diputados peronistas13 se
fundamentaron en los principios de un catolicismo integrista hispanfilo que no est
dispuesto a transigir con la secularizacin, sino que, por el contrario, pretende
3
ubicarse como principio organizador de la sociedad. De esta manera, la identificacin
entre hispanidad, catolicismo y nacionalidad, la consideracin de la religin como
fundamento y del liberalismo/ laicismo como elemento de desintegracin del cuerpo
social - principales ejes de los discursos peronistas en la Cmara - permitieron que el
diputado Lasciar pudiera afirmar:
"Nuestra tradicin es Cristo y estar contra ella es estar contra Cristo. Dios es el alma
nacional" (Lasciar, 146). Dentro de esta lnea, la enseanza laica (ley 1420 de 1884)
pudo ser considerada como la ruptura de la unidad hispanidad/ catolicismo/
nacionalidad, "... [hemos] sido vctimas de un percance histrico de muy grandes
proporciones (...) Con Espaa, el catolicismo era el otro gran calumniado; se estableci
la siguiente sinonimia: hispanidad, catolicidad, oscurantismo. Y as comenz, seores
diputados, todo el proceso de descastizacin, una de cuyas
afloraciones ms eminentes fue precisamente, en mi opinin, la ley 1.420. Entre otras
cosas, eso signific la ley que tratamos de modificar: una ruptura violenta con la ms
pura y rancia tradicin argentina" (Daz de Vivar, 12). mientras que la enseanza
religiosa era presentada como el retorno a los orgenes:
"Yo afirmo categricamente, en nombre de la mayora, que entre una tradicin de tres
siglos y medio y otra de apenas sesenta aos, la primera es la verdadera, elaborada a
lomo de centurias, iniciada desde el instante en que el gran navegante hinc su rodilla
en Amrica, para anunciarle al indgena que el eclipse y el rayo eran castigos divinos
lanzados sobre la crueldad, sobre lo sanguinario, sobre la antif" (Guillot, 99).
Pero la enseanza religiosa no era slo recuperar una tradicin. En la medida en
que introduca un elemento de orden social, "... el trabajador argentino se siente
solidario con la enseanza religiosa en las escuelas, amn de apreciar la trascendencia
de la misma en lo que se refiere principalmente a la formacin de la
conciencia y a la jerarquizacin de los sentimientos como factores de orden y
disciplina [...] La enseanza religiosa, al suavizar las asperezas entre los hombres,
coopera eficientemente a destruir todo asomo de anarqua y atropello..." (Lasciar,
148- 149). tena una eficacia contempornea como la ms firme barrera ante al peligro
del comunismo:
"... la escuela del siglo XX, de la posguerra, puede orientar al nio solamente en dos
direcciones: hacia el materialismo dialctico o hacia la catolicidad como paradigma de
la vida. No debemos equivocar el planteo, porque es el nico dilema; no hay
otro. Son las nicas fuerzas antpodas que tienen plena vigencia e historicidad" (Daz
de Vivar, 49).
A estos argumentos - los de mayor peso dentro de la estructura de los discursos -
, se sumaron, un tanto paradjicamente, otros que apelaban a la tradicin izquierdista
de algunos diputados de extraccin gremial y que se expresaba en
la resistencia de la C.G.T. a la sancin de la ley:
"Tengo sobre mi banca, y me he de permitir leer, la carta fechada en lro de agosto de
1942, hace apenas cinco aos, donde el mismo ex diputado socialista Alfredo L.
Palacios, que la firma (...) se lamenta del desconocimiento que de la Biblia y de los
Evangelios tienen los estudiantes universitarios (...) Camaradas diputados que integran
esta bancada y que han tenido origen en el Partido Laborista: esta carta de un
inminente maestro del derecho que fue mi maestro y al que reverencio, de activa
4
militancia socialista, les est diciendo que, sin ningn temor, quienes hayan
tenido ese pasado poltico y esa cultura marxista, pueden votar esta ley..." (Guillot,
114-11 g).
De un modo u otro, la decisin de Pern de que la ley deba ser aprobada determin el
disciplinado voto de la mayora peronista (marzo de 1947). Indudablemente, esto
implicaba para la Iglesia catlica el reconocimiento de un amplio espacio de poder. Sin
embargo, ya no se habran de repetir las condiciones que se haban dado durante el
gobierno militar.
Los problemas de la ley
Las nuevas condiciones ya se registraron en la reglamentacin de la ley (16 de
mayo de 1947). Segn el decreto - firmado por Pern y por el ministro de Instruccin
Pblica, Gache Piran -, de los seis miembros que integraban la Direccin General de
Instruccin Religiosa, el director y cuatro vocales deban ser designados por el Poder
Ejecutivo; el restante "ser designado a propuesta en terna del venerable episcopado
argentino" (art. 1); los programas de estudios, los textos y la designacin de docentes
se efectuaran "previa consulta con la autoridad eclesistica" (art. 3 y 4); pero
estableca explcitamente que dichas consultas seran nicamente "a los efectos del
resguardo de la ortodoxia en la enseanza de la religin" (art. 7). En sntesis, el
Estado peronista conceda a la Iglesia un amplio espacio, pero no estaba dispuesto a
ceder totalmente las formas de control.
As, por ejemplo, si bien la jerarqua eclesistica deba examinar a los futuros
maestros y profesores de religin - lo que abri el campo de la docencia a numerosos
miembros de la Accin Catlica Argentina -, los nombramientos quedaban en manos del
gobierno. Esto ltimo gener controversias con algunos prelados que, como Zenobio
Guilland, arzobispo de Paran, consideraban esta intervencin estatal como una
interferencia indebida en su accin de magisterio. Dentro de esta lnea, Orden
Cristiano denunciaba que la enseanza religiosa haba quedado fuera de la rbita
eclesistica:
"... se trata de una educacin religiosa impartida por el Estado, con sus propios
maestros y bajo su propia direccin"14.
Pero si los conflictos juridiccionales encontraron alguna forma de convivencia15, muy
pronto surgi otro tipo de problemas. Estos radicaron en la clara percepcin de la
Iglesia de los lmites que imponan a su accin tanto la tradicin laica de la enseanza
oficial argentina como el giro que habra de asumir el proyecto educativo del
peronismo.
Los limites de la enseanza religiosa
Muy pronto, los mismos catlicos advirtieron esos lmites y en Orden Cristiano
se expres el temor de que la enseanza religiosa no era garanta frente a los
sistemas heterogneos e hbridos de la enseanza oficial:
"...qu alcance puede tener el curso de catolicismo, si en los de cosmogona, filosofa
y literatura o historia se destruyen las concepciones del mismo?" 16
Sin embargo, el sistema educativo estatal del gobierno peronista no pareca demasiado
dispuesto a ser influenciado en su totalidad por la Iglesia. As, por ejemplo, a pesar de
la circular de la Direccin General de Enseanza Religiosa que recomendaba a los
directores de escuela que "en historia se debe considerar a Cristo como centro de la
5
historia del mundo"17,
esta enseanza mantuvo los contenidos tradicionales de una historiografa de
corte liberal, que presentaba como ejemplos para la juventud a figuras de aristas
anticlericales, como Rivadavia y Sarmiento.
Adems de esto, el gobierno peronista introduca en las escuelas innovaciones
que tambin eran consideradas limitativas del proyecto de catolizacin de la sociedad.
La enseanza de la higiene18, la implementacin de proyectos de tipo sanitarista19 y la
promocin del deporte eran consideradas por la Iglesia como una excesiva
preocupacin por "lo corporal", que poda deslizarse hacia terrenos vedados20.
Mas el principal lmite a la instruccin religiosa se encontr en el mismo carcter que
muy pronto asumi la poltica oficial: los avances de la peronizacin de la enseanza
que se registraron, sobre todo, en el mbito de las escuelas primarias. Como seala
Alberto Ciria, con respecto a los textos escolares, comenzaron a esbozarse dos reas
de nfasis y repeticiones: a) el paralelo entre el peronismo (muchas veces Pern) y
personajes y episodios de la historia liberal o tradicional, nunca la revisionista, y b) la
enumeracin de las conquistas del peronismo en el poder, en todos los terrenos de la
realidad nacional, con especial referencia a la obra de Pern y de Evita en tal
sentido21. Un anticipatorio y buen ejemplo lo encontramos ya en un texto escolar de
1947: "...t ests viviendo en los aos del gobierno del GENERAL PERON, que es como
Belgrano, un patriota cristiano; como San Martn, un libertador preclaro; como
Rivadavia, un genial propulsor del progreso; como Sarmiento, un apstol de la cultura.
Pero hay algo en lo que no tiene antecesor. "Es, como nadie, el DEFENSOR de los
trabajadores y el PALADIN DE LA JUSTICIA SOCIAL" 22.
Segn esta lnea, fueron los principios del peronismo, centrados en la exaltacin a sus
lderes, y no la enseanza de la religin lo que constituy la base de la educacin de "la
nueva Argentina". El proceso de peronizacin de la enseanza se aceler a partir del
momento en que ciertas tendencias que como el texto citado - haban sido producto
de iniciativas individuales, se retomaron, reprodujeron y ampliaron desde las esferas
oficiales. En 1948, la gestin de Oscar Ivanissevich como secretario de Educacin
marc el cambio: sus discursos abandonaron la exposicin de lineamientos polticos
para asumir un fuerte personalismo centrado en la figura del lder.
Dentro de este proceso, el ao 1950 es un momento particularmente significativo23.
El rea de la educacin - que de Secretara haba sido elevada a Ministerio en julio de
1949 - adquiri una mayor relevancia dentro de la poltica oficial, al mismo tiempo que
la peronizacin de la enseanza conoca una considerable profundizacin. Desde la
perspectiva de los opositores, se registraban distintos hechos: la iniciacin de los
cursos primarios con actos de corte partidista; la distribucin del libro Florecer,
editado por el Ministerio de Educacin, en un ensayo de texto "nico"; el otorgamiento
a Pern del ttulo de "primer maestro de la nueva escuela argentina"; la constante
movilizacin para asistir a actos oficialistas tanto del personal docente como de los
alumnos24.
El mayor control sobre la educacin - que, sin negar su filiacin catlica, iba
impregnando con una tnica oficialista -, determin que la enseanza religiosa
ocupase un lugar cada vez ms marginal. En 1950, en un acto con motivo del
aniversario de la sancin de la ley, Pern reiteraba que "nuestro movimiento es
6
cristiano y humanista"25. Pero el mismo acto revela la distinta posicin de la
religin en las escuelas: con exclusivo centro a la figura de Pern, la ley dej de
ser considerada como el reconocimiento de un derecho de la Iglesia - segn la
haban presentado los argumentos integristas de Daz de Vivar para transformarse
en una concesin personal de Pern a los catlicos.
Los lmites a la esfera de accin de la Iglesia tuvieron una clara expresin en la
designacin de Armando Mndez San Martn como ministro de Educacin, en
junio de 1950. El nombramiento preocupaba a la jerarqua eclesistica: el nuevo
ministro - calificado de "masn" - era conocido por sus tendencias anticatlicas.
En efecto, la nueva profundizacin de los contenidos oficialistas en el campo educativo
habr de aspirar a que el mismo peronismo ocupe los espacios de la religin. Si desde
1951 se seala a los nios que "El general Pern, siguiendo el ejemplo de Jess, busc a
sus amigos entre los pobres"26,
muy pronto, las figuras de los lderes sern revestidas de rasgos de sacralidad.
A partir de la muerte de Eva Pern (1952), no slo el Ministerio de Educacin resuelve
que, diariamente, en todas las escuelas, una delegacin de nios debe colocar ante su
retrato una ofrenda floral y leer - al izar o arriar la bandera - una
oracin en su memoria27, sino que en los mismos textos de lectura, la figura de
Eva Pern es dotada de atributos que la homologan a las imgenes de veneracin
catlica.
De este modo, el autoritarismo poltico y la aspiracin a transformar al peronismo en
una forma de religiosidad restaron espacio a la enseanza religiosa, reducida a unas
pocas horas semanales de clase, y se constituyeron en fuertes lmites al objetivo de
instauracin de la religin como principio organizador del cuerpo social. Tal vez haba
lmites ms profundos: la exterioridad de la Iglesia catlica con respecto a las
necesidades y aspiraciones de las clases populares. En este sentido, el auge, durante
este perodo, de ciertas formas de religiosidad popular, como el espiritismo o el
pentecostalismo, revela mejor que nada los lmites del proyecto de catolizacin de la
sociedad28.
El problema de los "profesores de religin"
Desde la perspectiva de la Iglesia, el mayor lmite al proyecto de catolizacin
de la sociedad resida en la mala calidad de la enseanza religiosa, a partir de lo
que se consideraba una deficiente preparacin de los maestros y profesores que
la impartan. El problema era reconocido por la Iglesia desde la implementacin
del decreto de enseanza religiosa por el gobierno militar: "La inesperada implantacin
de la catequesis en las escuelas pblicas, sobre todo las del orden secundario, por
decreto del Poder Ejecutivo sorprendi a la Iglesia con una indiscutible escasez de
maestros bien preparados [...]"29.
De all, la constante preocupacin, durante estos aos, de promocionar libros de
textos con nuevos mtodos didcticos o la organizacin de cursos a cargo del
Profesorado de Religin y Moral. Sin embargo, todos estos esfuerzos parecen
haber dado muy pocos resultados. Aos ms tarde, el fracaso de la enseanza
religiosa se atribuye fundamentalmente al hecho de que quienes estaban mejor
capacitados para encarar la enseanza religiosa en las escuelas pblicas, las
congregaciones religiosas especializadas en educacin, se mostraron
7
indiferentes ante el proyecto y prefirieron permanecer encerradas en sus
colegios privados:
"El Episcopado se encontr teniendo que improvisar casi de la nada, una estructura
que cubriera ese campo y la provisin de profesores de religin para el secundario. El
clero diocesano y el laicado militante realiz un gran esfuerzo, para cubrir el vaco
dejado por las congregaciones educativas"30.
En efecto, hacia 1947, los miembros de las congregaciones religiosas femeninas
y masculinas constituan el 79% del personal eclesistico. Las principales rdenes
masculinas (salecianos, verbitas, jesuitas, maristas) estaban especializadas en
educacin y controlaban los principales colegios privados catlicos. Otro tanto ocurra
con las congregaciones femeninas, que representaban el 66% del personal eclesistico
y que en un 50% se abocaban a tareas educativas31. Sin embargo, en este encierro de
las congregaciones religiosas en sus institutos privados, ms que una explicacin de la
debilidad de la enseanza religiosa, tal vez podemos encontrar el anuncio de una nueva
estrategia de la Iglesia catlica en materia educativa.
Hacia la "libertad de enseanza"
Los catlicos autodenominados "democrticos"32 - minoritarios dentro de la Iglesia -
miraban con cierta reticencia la enseanza religiosa en las escuelas pblicas. Esto no
significaba, sin embargo, que carecieran de un proyecto educativo que tuviera como
objetivo la catolizacin de la sociedad. No obstante, ste no se basaba en la unidad del
Estado y la Iglesia, sino, por el contrario, en asegurar el mximo de autonoma de las
estructuras ideolgicas eclesisticas.
En materia educativa, el proyecto de los catlicos democrticos tena
antecedentes: desde comienzos de siglo, distintas organizaciones laicas haban
bregado por lo que se defina como "libertad de enseanza"33. Empero, el proyecto no
haba tenido demasiado xito y los esfuerzos eclesisticos ms dispuestos a
mediatizar las estructuras del Estado para lograr sus objetivos se haban
concentrado en obtener la sancin de la ley de enseanza religiosa. Sin embargo, - y a
pesar de su posicin minoritaria - los catlicos democrticos iniciarian un movimiento
destinado a lograr que los establecimientos educativos catlicos, principal eje de las
estructuras ideolgicas de la Iglesia, adquiriesen el mximo de autonoma con
respecto al Estado. Incluso, los exponentes de esta lnea, invocando el Artculo 14 de
la Constitucin el derecho a asociarse con fines tiles, profesar libremente su culto,
ensear y aprender -, reconocan tambin el derecho a la libertad de enseanza de
otros grupos religiosos, como protestantes y judos. Empero, este reconocimiento, que
deja de lado el principio integrista de la unidad catolicismo/ nacionalidad, no ocultaba
que, tras el aparente pluralismo liberal, exista una clara confianza en el carcter
disciplinador de las religiones:
"El pas ganar bajo este rgimen [...] Un buen catlico, un buen protestante, un buen
judo ser lgicamente un ciudadano muy superior al catlico, al protestante, al judo o
al liberal amorfo, indefinido, desprovisto de ideas y principios claros en toda
especie"34.
La libertad de enseanza a la que se aspiraba tenla como base la autonoma de los
establecimientos privados para expedir certificados de estudios y ttulos habilitantes.
Para la Iglesia Catlica, muchos de estos establecimientos cumplan un papel clave
8
dentro de sus estructuras ideolgicas: las escuelas normales, que formaban a futuras
maestras, por ejemplo, cumplan un rol central ya que se las consideraba constitutivas
del perfil de quienes seran reproductoras sociales por excelencia35.
Sin embargo, esto no significaba renegar totalmente del Estado: se le reconoca
el derecho a fiscalizar la enseanza, pero fundamentalmente se le reservaba la
obligacin de sostener toda la enseanza, tanto la pblica como la privada, a travs de
lo que se considera "la distribucin equitativa del presupuesto de instruccin pblica
entre la escuela oficial y la privada"36.
El gobierno peronista no constituy un espacio propicio para los alegatos de los
catlicos democrticos. Sin embargo, durante estos aos se habran de registrar
algunos hechos que conduciran a la "libertad de enseanza". En primer lugar, en
septiembre de 1947, se promulgaba la ley que otorga subsidios estatales a los colegios
privados para el pago de salarios a los docentes. Aunque criticada por insuficiente por
muchos catlicos37, la ley result un importante estmulo para la enseanza privada.
En efecto, de 1945 a 1955, la matrcula en los colegios privados primarios ascendi en
un 49% y en los institutos secundarios, en un 60% 38.
De este modo, a pesar de que esta ley result mucho menos controvertida que la de
enseanza religiosa, habr de tener mayores efectos a largo plazo en,el proyecto de
catolizacin de la sociedad.
Adems, a comienzos de 1950 - a pesar de que las relaciones entre la Iglesia y el
Estado peronista comenzaban a mostrar sntomas de deterioro el profesorado
dependiente del Consejo Superior de Educacin Catlica, considerado clave para la
formacin de catlicos docentes para los niveles secundarios y terciarios, fue
incorporado como instituto adscripto a la enseanza oficial39. La importancia de este
hecho - ms cualitativa que cuantitativa - radicaba en el acceso de la Iglesia a la
enseanza superior.
Enseanza religiosa o libertad de enseanza? Los cambios en
poltica educativa
Los magros resultados, segn la perspectiva eclesistica, de la enseanza de
religin en las escuelas pblicas y los conflictos con el Estado - que alcanzan su
punto ms crtico en 1954, cuando se deroga la ley de enseanza religiosa -
llevaron a que el proyecto de libertad de enseanza ocupase un lugar cada vez
ms relevante dentro de las estrategias educativas catlicas.
De este modo, despus de la cada del peronismo - la Iglesia catlica habr de
estar otra vez junto a las fuerzas armadas en el golpe militar de septiembre de
1955 -, los esfuerzos se concentrarn en el establecimiento de un sistema que
asegure a las estructuras ideolgicas de la Iglesia un importante grado de autonoma.
Nuevamente, las expectativas eclesisticas no sern defraudadas. En diciembre de
1955, Atilio dell'Oro Maini, ministro de Educacin del gobierno militar, firma el
decreto por el que se establece la libertad de enseanza, bsicamente a travs del
reconocimiento de las universidades privadas. Tres aos ms tarde, ya en el perodo
de retorno a la normalidad constitucional, la ley ser sancionada legalmente por el
Congreso, durante el gobierno del entonces radical Arturo Frondizi (1958).
Pero la libertad de enseanza no es slo un cambio de estrategia para asegurar
la autonoma eclesistica en el campo de la enseanza, sino que tambin revela
9
un cambio en la poltica educativa catlica. En efecto, a partir de ese momento,
el inters de la Iglesia parece no estar puesto en ejercer su influencia sobre las
escuelas pblicas, de marcada connotacin popular, sino en concentrar sus esfuerzos
en los institutos privados - fundamentalmente en las Universidades catlicas - que se
transformarn en el mecanismo selectivo de una lite dirigente. Sin embargo, los
cambios de estrategias y de polticas no ocultan el mantenimiento del objetivo
integrista: cmo hacer del catolicismo el principio organizador de la sociedad civil.
NOTAS
1. Este artculo forma parte de la investigacin "Las relaciones entre la Iglesia catlica y el Estado
durante los gobiernos peronistas (1943- 1955)", realizada en el Instituto de Investigaciones Histricas
"Dr. Emilio Ravignani" de la Facultad de Filosofia y Letras, con apoyo de la Secretara de Ciencia y
Tcnica de la Universidad de Buenos Aires, 1988-1990.
2. Por Iglesia catlico no me refiero en un sentido restrictivo a la jerarqua eclesistica, ni en un sentido
extenso al conjunto de los catlicos, sino a lo que Gramsci llama "las estructuras materiales de la
ideologa", esto es, "la organizacin material dedicada a mantener, defender y desarrollar el frente
'terico o ideolgico"; Antonio GRAMSCI: Pasado y Presente, Buenos Aires, Grnica, 1974, p. 219
3. Revista Eclesistica del Arzobispado de Buenos Aires, 1946, p. 307.
4. Friederich HEER: "Problemas del catolicismo" en Europa, madre de revoluciones, Madrid, Alianza,
1980, p. 653.
5. Mara Ester RAPALO: La revista Criterio y el pensamiento autoritario en la Argentina (1928-1943),
Informe a CONICET, 1987.
6. Susana BIANCHI: Iglesia catlica y Estado peronista, Buenos Aires, Centro Editor de Amrica Latina,
1988.
7. Segn Carlos CHIESA y Enrique SOSA, la importancia de Criterio consiste en que cumple la funcin de
establecer una vinculacin orgnico-institucional entre la jerarqua eclesistica y los cuadros intermedios
(clero y organizaciones catlicas laicas); en Iglesia y Justicialismo, 1943-1955, Cuadernos de Iglesia y
Sociedad, Buenos Aires, 1983, p. 129.
8. Criterio, 959, 1 de agosto de 1946, p. 112.
9. Gustavo FRANCESCHI: "En torno a una encuesta" en Criterio, 966, 19 de septiembre de 1946, p. 297.
10. Susana BIANCHI: "La Iglesia catlica en los orgenes del peronismo", Anuario, 5, IHES, Tandil, 1990.
11. Segn el decreto militar, los padres podan optar, para sus hijos, entre clases de religin catlica o de
moral. Dentro de los establecimientos secundarios, el porcentaje de alumnos que concurran a clase de
religin representa el 93,47%, siendo el ms alto, 95,79%, el correspondiente a las Escuelas Normales
femeninas. Segn la distribucin por regiones, los mayores porcentajes se concentran en las provincias
del noroeste, tradicionalmente catlicas y con relativamente dbil peso inmigratorio: Catamarca, 99,92%;
Jujuy, 99,78%; Salta, 99,09%, y La Rioja, 98,73%. Los porcentajes ms bajos corresponden a Capital
Federal, 88,35% y
Santa Cruz, 77,22%. "Cifras Estadsticas" en Orden Cristiano, 128, febrero de 1947,2a. quincena, p. 367.
12. Entrevista a Joaqun DIAZ DE VIVAR, realizada en Buenos Aires, el 23 de agosto de 1989, por
Mariano PLOTKIN, a quien agradezco haberme facilitado dicho material.
13. Las principales intervenciones corrieron a cargo de los diputados Joaqun Daz de Vivar, Ral Bustos
Fierro, Csar Joaqun Guillot, proveniente de la Junta Renovadora del radicalismo, y Guillermo F. Lasciar,
diputado de extraccin sindical. Las citas corresponden a La Enseanza Religiosa, Discursos pronunciados
en la Honorable Cmara de Diputados de la Nacin en las sesiones del 6, 7, 12 y 13-14 de marzo de 1947,
Buenos Aires, 1947. Entre parntesis, nombre del expositor y nmero de pgina.
14. "Editorial. Reglamentacin de la enseanza religiosa" en Orden Cristiano, 141, septiembre de 1947, la
quincena, pp. 67-68.
10
15. Los conflictos jurisdiccionales encontraron un informal punto de estabilidad en la designacin, al
frente de la Direccin General de Instruccin Religiosa, de Enrique Bentez de Aldama, colaborador de la
revista Criterio y hermano del presbtero Hernn Bentez - confesor de Eva Pern -, hombre de confianza
tanto de la Iglesia como del gobierno peronista.
16. Orden Cristiano, 133, mayo de 1947, la. quincena, p. 583.
17. Citado por Jos O. FRIGERIO: "Pern y la Iglesia. Historia de un conflicto intil" en Todo es historia,
210, octubre de 1984.
18. La ley 13.039 de 1947 declaraba obligatoria la difusin y enseanza de los principios de la higiene.
19. La Iglesia se opone a la implementacin de la libreta sanitaria en las escuelas primarias por
considerarla una intromisin en los asuntos privados familiares; Criterio, 980, 26 de diciembre de 1946.
20. El cuerpo femenino, fundamentalmente, era considerado por la Iglesia como fuente de pecado.
Incluso, la denuncia de corrupcin que tendrn como objeto la seccin femenina de la UES (Unin de
Estudiantes Secundarios), encontrarn uno de sus ejes en la exhibicin de las jvenes estudiantes en
ropas gimnsticas excesivamente escuetas, segn la opinin de sus censores.
21. Alberto CIRIA: Poltica y Cultura Popular: la Argentina peronista (1946- 1955), Buenos Aires,
Ediciones de la Flor, 1983, p. 219.
22. Domingo IANANTUONI: El Plan Quinquenal explicado a los nios, Buenos Aires, Edicin del Autor,
1947, p. 13.
23. Hay que tener en cuenta que en el ao 50, al mismo tiempo que la poltica econmica redistributiva
empieza a conocer dificultades, los campos de la oposicin poltica se estrechan de manera muy
considerable. A partir de que la reforma constitucional del 49 permite la reeleccin de Pern, el Estado
logra completar la subordinacin de las estructuras de la CGT; los partidos polticos estn rigurosamente
controlados; Balbn, principal lder de la oposicin, est preso; en la Cmara de Diputados la oposicin
queda anulada despus del retiro de 30 diputados radicales; en la Universidad, la FUBA es declarada
ilegal; se refuerza el control estatal sobre los medios de comunicacin. Adems, el 17 de octubre de ese
mismo ao, Pern enuncia las llamadas 20 Verdades, buscando dar un contenido definitivo al peronismo,
bsicamente a travs del mecanismo discursivo de exclusin de los opuestos. En este sentido, el empleo
del trmino "verdades", para definir sus consignas polticas, es altamente significativo.
24. La Nacin, 17 de marzo y 2, 11, 13 y 23 de abril de 1950.
25. La Nacin, 5 de mayo de 1950.
26. Mundo Peronista, 15 de diciembre de 1951, p. 50.
27. Mundo Infantil, N. 149, 4 de agosto de 1952.
28. Susana BIANCHI: "Iglesia catlica y peronismo: el conflicto en el campo de la religiosidad"; ponencia
presentada en las Jornadas del Programa de Poltica y Sociedad, IEHS, UNICEN, Tandil, 15 y 16 de
noviembre de 1990.
29. Gustavo J. FRANCESCHI: "Despus de la sancin", Criterio, 992, 27 de marzo de 1947, p.274.
30. Gerardo FARRELL: Iglesia y Pueblo en la Argentina, Buenos Aires, Patria Grande, 1973, pp. 101-102.
31. Susana BIANCHI: La conformacin de la Iglesia catlica como actor poltico durante los gobiernos
peronistas (1943-1955), proyecto de investigacin, IEHS, UNICEN, Tandil, 1991-1993.
32. Los catlicos "democrticos", tambin llamados "liberales", constituirn la base de la Democracia
Cristiana, que se organiza en partido poltico en 1954.
33. Nstor T. AUZA: Corrientes sociales del catolicismo argentino, Buenos Aires, Editorial Claretiana,
1984.
34. Horacio MARCO: "Posicion catlica ante la ley de enseanza religiosa", Orden Cristiano, 133, mayo de
1947, Ira. quincena, p. 586.
35. Las escuelas normales privadas eran catlicas en su totalidad y haban conocido en las ltimas dcadas
una importante expansin: hacia 1947 constituyen el 61%n del total de los establecimientos normales. Ver
Carlos Pedro KROTSCH: "Iglesia, Educacin y Congreso Pedaggico Nacional" en Ana Mara EZCURRA:
Iglesia y transicin democrtica, Buenos Aires, Punto Sur, 1988, p. 219. Ver tambin Juan Carlos
TEDESCO: "Educacin y sociedad en la Argentina, Buenos Aires, Solar, 1986.
36. Horacio MARCO: "Posicin Catlica...", p. 586.
37. "Hacia el monopolio escolar" en Orden Cristiano, 146, noviembre de
1947, 2a. quincena, pp. 55 y 56.
38. Es importante sealar que si bien estas cifras abarcan todas las escuelas privadas, tanto religiosas -
de distintas confesiones - como laicas, dentro de la estructura de la enseanza privada los colegios
catlicos tienen una primaca indiscutible. Departamento de Estadstica, Ministerio de Educacin y
Justicia, 1945-1955.
39. La Nacin, 13 de abril de 1950.
11
ARGENTINA
La democracia de masas
Tulio Halperin Donghi
Editorial PAIDOS
Coleccin Historia argentina
Buenos Aires
Este material se utiliza con fines
exclusivamente didticos
NDICE
ndice de figuras
POLITICA Y SOCIEDAD
1. ARGENTINA 1943
1. Un sistema poltico en disgregacin
2. Una sociedad que secretamente se transforma
2. UNA REVOLUCION QUE BUSCA SU RUMBO
3. LA ARGENTINA PERONISTA
4. DESPUES DEL PERONISMO
5. LAS EXPERIENCIAS CONSTITUCIONALES BIBLIOGRAFIA
ndice de nombres y lugares
ndice de temas
2
3. LA ARGENTINA PERONISTA
El 17 de octubre la Confederacin General del Trabajo dispuso una huelga general,
dificultosamente impuesta por el sector de dirigentes ms adictos al secretario de Trabajo (los
ms abiertamente hostiles a ste haban ya retirado a sus sindicatos de la organizacin). Esa
orden haba sido anticipada en algunos puntos del pas con movimientos locales en apoyo del
prisionero de Martn Garca, particularmente eficaces en Tucumn. Ahora eran el cinturn
industrial de Buenos Aires y el distrito de frigorficos cercano a La Plata los protagonistas de la
jornada: a lo largo del da una muchedumbre obrera comenz a volcarse en los accesos
meridionales de Buenos Aires, y avanz pacficamente hacia el centro de la ciudad, sin
encontrar resistencia, ni de parte de la polica, que por lo contrario le brind abierto apoyo, ni de
los ncleos de resistentes, que permanecieron en total pasividad. Al mismo tiempo una gestin
de oficiales adictos a Pern lograba obtener del presidente Farrell la orden de traslado del
prisionero al Hospital Militar; luego de largas discusiones entre los jefes militares, el presidente
fue autorizado a liberar a Pern y constituir un gabinete distinto del que finalmente haba
integrado el doctor Alvarez. La buena nueva fue comunicada a la multitud adicta desde los
balcones de la Casa Rosada; los discursos de Farrell y Pern constituyeron la inauguracin de la
campaa electoral que iba a ser la ltima etapa de la revolucin de junio.
Este desenlace desconcert por muchas razones a la oposicin. En primer trmino por
la aparicin en escena de un sector dispuesto a dar apoyo decidido a la tambaleante causa
representada por el gobierno militar; en segundo lugar por la extraccin de ese sector, reclutado
en esas clases populares en las que la oposicin haba encontrado por ms de diez aos su ms
segura clientela poltica. Sin duda, antes que admitir que sus perspectivas, tan seguras en
apariencia, haban quedado sbitamente comprometidas, la oposicin se dedic a negar toda
importancia a lo ocurrido: para ello invocaba no slo hechos ciertos pero menos decisivos de lo
que gustaba de imaginar (como lo era el apoyo oficial que el movimiento del 17 haba
encontrado) sino tambin interpretaciones totalmente fantasiosas, como la propuesta por los
partidos de vocacin obrera que contaba en su seno, para los cuales se haba asistido tan slo a
una tormenta sin futuro, debida a la agitacin ciega y turbia del Lumpenproletariat. Por lo
contrario, la jornada haba contribuido a dividir al pas poltico segn lneas de clase, y por no
advertir la intensidad del cambio y los riesgos que para ella implicaba la oposicin iba a
ahondarlo aun ms con sus sucesivas actitudes.
Al mismo tiempo el retorno al clima electoral impona al frente opositor una
transformacin para la cual no todos sus integrantes estaban preparados: los partidos contaban
ahora ms que en la etapa dejada atrs, y a ello se sumaba la gravitacin cada vez ms abierta de
los organismos representativos de intereses: la Unin Industrial, ms an que la Sociedad Rural,
ocupaba la primera trinchera en la lucha por la democracia: este acceso al papel protagnico era
a su modo un nuevo signo de que el conflicto poltico se estaba transformando en lucha social.
El gobierno se encarg por su parte de facilitar la transicin: a fines de ao impuso fuertes
aumentos salariales y el pago obligatorio del aguinaldo (mes adicional de sueldo), las
organizaciones patronales respondieron con un unnime lock-out que fue considerado tambin
un eficaz instrumento de propaganda opositora. Las oposiciones, en efecto (salvo en este punto
el Partido Comunista) condenaban enrgicamente las generosidades oficiales con el sector
asalariado, en las que denunciaban una segura causa de inflacin; de este modo se precipitaban a
ocupar el lugar en que sus adversarios esperaban verlas ubicadas.
A la vez el plazo electoral cercano (las elecciones deban efectuarse el 24 de febrero)
obligaba a la oposicin a decisiones rpidas y no siempre fciles. En el radicalismo, ncleo
necesario de cualquier frente opositor, segua muy viva la tendencia adversa a toda poltica de
coalicin; el apoyo de los sectores alvearistas a la Unin Democrtica no haca sino agudizar la
hostilidad a ella de sus adversarios internos. Los partidos menores ubicados a la izquierda del
radicalismo (el socialista, el comunista, el demcrata progresista) estaban ganados de antemano
a la poltica de coalicin, pero su podero electoral era limitado, y aportaban a cualquier frente
opositor la hostilidad decidida de la jerarqua eclesistica. El conservadorismo planteaba un
problema delicado: dispuesto a integrarse en la unin opositora, controlaba mal a dirigentes
locales que a menudo se aproximaban de modo abierto al oficialismo, y enfrentaba adems la
hostilidad implacable del radicalismo, que vet su ingreso en la Unin Democrtica. Esta, por
3
otra parte, no se iba a concertar sino para la eleccin presidencial, y aun en ella al servicio de
una frmula exclusivamente radical (era ese el precio de la difcil aceptacin del pacto
interpartidario por el radicalismo). En las elecciones de legisladores y en las provinciales la
propuesta comunista de formar listas nicas fue en casi todas partes rechazada por decisin del
radicalismo, apoyada en este caso por el socialismo, seguro de su mayora en la Capital y poco
dispuesto a compartir los frutos de su hipottica victoria. Ante el fracaso de la tctica por l
propuesta, el partido Comunista gan por lo menos la adhesin del Demcrata Progresista para
la presentacin de listas de Unidad y de la Resistencia destinadas a aumentar sus adhesiones
entre los adictos a esta ltima al identificarse ambiciosamente con ella, pero sin duda no a
acrecentar la gravitacin del frente opositor en el conjunto del electorado: luego de la victoria
aliada comenzaban a llegar, aunque lentamente, a la Argentina los ecos de la reorientacin que
comenzaba a darse entre los vencedores, y por otra parte las reticencias frente al comunismo
haban estado aun antes de ello ms difundidas de lo que el sbito entusiasmo surgido en 1944 y
en 1945 de tantos inesperados rincones poda hacer suponer.
Bajo esos ambiguos auspicios la oposicin se prepar para la jornada de la que se
obstinaba en esperar una segura victoria. A fines de diciembre era proclamada por el
radicalismo la frmula Tamborini-Mosca; sus dos integrantes provenan de las filas alvearistas
(ahora rebautizadas unionistas) y no gozaban de demasiada vasta popularidad. Ya para entonces
otra coalicin (formada por el Partido Laborista, que reuna al squito sindical de Pern, la
Unin Cvica Radical-Junta Renovadora, integrada por radicales disidentes, el Partido
Patritico, en que se refugiaron antiguos conservadores y nacionalistas, y aun otras
agrupaciones menores) haba proclamado la frmula Pern-Quijano. La campaa poda ya
comenzar, y prometa ser muy peculiar. Ambos candidatos recorrieron el pas en ferrocarril; la
mayor parte de la prensa presentaba el avance del Tren de la Democracia como un paseo
triunfal, slo interrumpido por los atentados en los que se invitaba a reconocer el despecho de
un adversario seguro de su derrota; la marcha de la caravana oficialista era seguida por esa
prensa con menos afecto, y apareca puntuada de escndalos polticos, no siempre imaginarios o
magnificados (la disciplina interna de la coalicin peronista era escasa, y hubo casos como el
de San Juan en que sta se deshizo clamorosamente pese a los esfuerzos del candidato por
componerla).
A lo largo de esa campaa la oposicin tuvo tiempo de madurar una nueva imagen del
bloque adversario, cuyo origen se encuentra en los acontecimientos de octubre. Si la candidatura
de Pern segua siendo juzgada tan imposible como antes, si su xito segua siendo por
definicin impensable, ello se vinculaba menos con las tendencias fascistas atribuidas al
candidato que con su escandalosa ruptura con un estilo poltico y no slo poltico en el cual
haban coincidido en el pasado quienes se ubicaban ideolgicamente en posiciones opuestas.
Desde el 17 de octubre, Pern era el jefe de los descamisados, y esta designacin no era tan
slo simblica; muchos de sus adictos haban sido vistos en ese da por las calles privados de
esa prenda, y aunque el jefe del movimiento se neg constantemente a las solicitaciones de la
multitud adicta que lo invitaban a imitarla, se exhiba impdicamente sin saco Estas chocantes
innovaciones de estilo alcanzaron nivel ms significativo en el matrimonio de Pern y Eva
Duarte, quien segn muchos crean haba tenido parte importante en la preparacin de la
jornada de octubre y pareca dispuesta a adoptar un desgarrado estilo de militancia antes que la
decorosa reserva que la tradicin argentina impone a las mujeres ubicadas en la situacin en la
que ahora vena a encontrarse.
De este modo la oposicin adecuaba la perspectiva desde la cual contemplaba el
conflicto poltico argentino al lugar que en l haba terminado por ocupar como defensora del
orden establecido y de las jerarquas tradicionales. Pero no slo de ellas; sectores enteros de la
oposicin (y no slo por cierto los ms conservadores) no se resistan a exhibir como seguro
anticipo de triunfo el espaldarazo que la potencia ahora indiscutiblemente hegemnica le haba
dado; el seor Braden, desde su nuevo cargo de secretario adjunto de Estado iba a prestar un
nuevo y aun ms catastrfico servicio a sus amigos argentinos haciendo publicar en vsperas
electorales un memorndum destinado a la consulta de las dems naciones americanas, en que
evocaba una vez ms los pasados contactos de los crculos gobernantes argentinos con las
potencias fascistas. El Libro Azul (tal como se denomin al singular documento) era incompleto
en cuanto segn admita con sobria franqueza slo inclua los nombres de los pecadores que
an no se haban enmendado de pasadas faltas (ha de suponerse que transfiriendo su lealtad
poltica de modo ms agradable a los compiladores del libro). Aun ms grave era que tena la
4
clara finalidad de influir en la cercana jornada electoral, no tanto por los datos que aportaba
cuanto por la declaracin de hostilidad que implicaba para el candidato oficialista, presentado
como antiguo agente del Eje con una violencia que pareca excluir cualquier posibilidad de
futura reconciliacin. Esa aventura poltica a la que se haba lanzado el seor Braden, que no
necesitaba para alcanzar xito del apoyo de los sectores antiperonistas, cont sin embargo con
l; demasiado tiempo alejada del poder, la oposicin hallaba vigorizante el contacto, no slo de
las agrupaciones de intereses cuyo fervor democrtico resultaba algo inesperado, sino tambin
la de la que, a punto de desvanecerse la solidaridad antifascista, estaba llegando a ser lisa y
llanamente la potencia hegemnica. Al hacerlo, no slo vena a revelar hasta qu punto la crisis
argentina haba debilitado los sentimientos de solidaridad nacional, sino cmo ahora los papeles
se haban trocado, y era el bloque opositor el que vea la situacin desde la perspectiva de una
guerra santa, mientras el heredero del movimiento de junio preparaba minuciosamente un
enfrentamiento electoral.
Esas nuevas actitudes obviamente no favorecan las posibilidades que la oposicin tena
de triunfar en l. De hecho aceptaban as fuera implcitamente como un hecho consumado la
prdida del squito popular que durante ms de un decenio haba sido, pese a la tibieza de su
nimo militante, la principal base poltica de los partidos ahora opositores. Pero no por ello le
proporcionaban nuevas adhesiones reclutadas entre los amigos del orden y enemigos de
novedades, que forman en la Argentina un grupo considerable; ms interesados en matices
ideolgicos Y mejor dotados de memoria poltica que los sectores populares en proceso de
absorcin por el peronismo, muchos de esos amigos del orden no habran de olvidar fcilmente
la trayectoria anterior de la coalicin opositora; no podan ignorar tampoco que en el frente
peronista, si la fuerza electoral vena sobre todo de esas clases populares que siempre les haban
inspirado viva desconfianza, segua siendo determinante la gravitacin de instituciones que,
como el ejrcito y la Iglesia, parecan ofrecer garanta suficiente contra aventuras demasiado
riesgosas. De este modo la reorientacin conservadora de la Unin Democrtica agravaba pero
no siempre compensaba la prdida de adhesiones populares que ya haba venido sufriendo.
El 24 de febrero las elecciones dieron al frente peronista una victoria que el lento
escrutinio tard quince das en revelar completamente: de los 2.734.386 votos emitidos, la
frmula oficialista recibi 1.527.231 y la opositora 1.207.155. La Unin Democrtica slo
obtuvo mayora en cuatro provincias; tres de ellas (Corrientes, San Juan y San Luis) eran
marginales y el voto conservador volcado en esos distritos a la oposicin haba contribuido
all ms que el radical a asegurar la victoria; aun en Crdoba, donde la Unin Democrtica
venci por muy estrecho margen, el aporte conservador, aunque reducido, fue determinante. En
la Capital y en las provincias mayores la derrota de los candidatos opositores se daba por
mrgenes considerables: as en la de Buenos Aires el radicalismo era vencido en la disputa por
la gobernacin por el Partido Laborista, que se presentaba separado de los dems grupos
peronistas y cuyo caudal electoral superaba por otra parte el de todos los grupos opositores
sumados; esa victoria laborista no era tan slo la del denso voto obrero de los suburbios
industriales de Buenos Aires, sino tambin la de macizos bloques electorales antes
conservadores afincados en distritos rurales que encontraban menos inhspito el laborismo que
el radicalismo disidente. Sin embargo la amplitud de la penetracin peronista en el campo no se
deba tan slo a su capacidad de heredar buena parte de la clientela del declinante
conservadorismo: en los ltimos meses de 1945, Pern haba comenzado a proponer soluciones
relativamente radicales para el sector agrario; una propaganda muy intensa, sin adelantar
proyectos precisos de reformas, denunciaba el escndalo de la gran propiedad ausentista, el de la
especulacin en tierras, y declaraba que ellos slo concluiran cuando la tierra dejara de ser un
bien de renta para transformarse en bien de trabajo; esa frmula permita entrever reformas
audaces, la ms modesta de las cuales era la entrega en propiedad de las tierras por ellos
trabajadas a los arrendatarios. No cabe duda de que por lo menos una parte de la adhesin que el
peronismo encontr en las reas agrcolas se debi a las esperanzas que vino a despertar y que le
permitieron realizar avances importantes en algunas zonas como las cerealeras, en las cuales los
partidos opositores en especial el radical conservaban slido arraigo. Menos xito obtuvo el
peronismo en las reas ganaderas; pero si en ellas el Estatuto del Pen no haba cambiado
decisivamente los datos bsicos del equilibrio poltico, su reducida. poblacin limitaba las
consecuencias de ese fracaso parcial.
En el interior el peronismo alcanzaba sus mejores victorias en los oasis de agricultura
moderna del norte; en las tierras menos tocadas por la modernizacin econmica sus xitos eran
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menos marcados y se detenan en los rincones ms arcaicos. En estas regiones el nuevo
movimiento estaba lejos de haber explotado todas sus posibilidades; an no haba tenido tiempo
de erigir, frente a las mquinas de los partidos tradicionales, la que el dominio del Estado le
permitira establecer ms adelante. Los avances que vendran en esas reas marginales y los ms
limitados que alcanzara en la ganadera del Litoral permitiran al peronismo conservar en el
futuro suficientes apoyos rurales, pese a las decepciones que su poltica iba a aportar a sus
adherentes en las tierras del cereal, donde la congelacin de los arrendamientos no sera seguida
de cambios ms esenciales, mientras la poltica de precios iba a privar a los agricultores
propietarios y arrendatarios por igual de la mayor parte de las ganancias de los aos de
posguerra, la sindicalizacin de los peones temporarios afectara con mayor dureza a los menos
prsperos entre los cultivadores. Tantos desengaos provocaron una desafeccin poltica que no
alcanz sin embargo consecuencias demasiado graves para el rgimen: algunos departamentos
rurales de Santa Fe tuvieron gobiernos locales opositores, pero en gran parte de ellos bastaban
las slidas mayoras peronistas de los centros urbanos secundarios para equilibrar las
deserciones en el voto rural.
En las ciudades de la Argentina modernizada, y en particular en Buenos Aires, el voto
se divida ahora segn estrictas lneas de clase; en la Capital el rea ganada por la oposicin
cubra los barrios ms prsperos y se internaba, siguiendo las grandes avenidas, en las barriadas
populares, sin alcanzar a quebrar all las slidas mayoras peronistas, que se hacan abrumadoras
en los suburbios industriales. De las elecciones surga entonces el perfil de un nuevo
movimiento poltico, obrero en las zonas ms dinmicas de la Argentina urbana, identificado
con los sectores asalariados en las tierras de ganadera litoral, genricamente popular y apoyado
en una red de clientelas que repeta en lo esencial la de partidos ms tradicionales en el resto del
pas. Ese movimiento, heterogneo como el pas en el cual surga, tena un elemento esencial de
cohesin en su vigoroso personalismo; haba nacido como el squito de un caudillo que, no slo
en las reas tradicionales sino tambin en las ms modernas, retomaba la funcin de mediador
entre los sectores populares y el hosco y casi abstracto poder del Estado. Los dirigentes
sindicales de tradicin socialdemcrata o sindicalista, y los cazurros polticos provincianos
llegados del radicalismo o el conservadorismo, que haban coincidido en creer que podran
participar de manera decisiva en la orientacin del nuevo movimiento, descubrieron bien pronto
que su capacidad de decisin autnoma era ilusoria. y ello no slo porque el jefe supremo (que
no tena nada de ese candor rayano en la tontera que la mitologa poltica argentina se obstina
en atribuir al sector profesional que dio a la vida poltica a Mitre, Roca y Justo) estaba
firmemente dispuesto a usar todo su poder el que le daba el dominio del Estado, el que le vena
de su arraigo en el ejrcito, el derivado de su alianza con la Iglesia para mediatizar a sus
seguidores y colaboradores inmediatos, sino tambin porque, desde el comienzo, la adhesin
popular tenda a orientarse directamente hacia quien era el lder por antonomasia del
movimiento, y los que se haban integrado en l como jefes de clientelas polticas o sindicales
podan ahora descubrir que haban perdido su dominio sobre ellas, y que su nico futuro posible
era el de funcionarios disciplinados de una mquina que aspiraba a englobar al Estado, al
partido y a los sindicatos.
Ese personalismo apresur la consolidacin del movimiento, y a la vez frustr desde
muy pronto los avances de su institucionalizacin. Hasta qu punto era esto el resultado de una
poltica deliberada? Sin duda las demasiado frecuentes invocaciones de Pern al impreciso
futuro en que su presencia ya no sera necesaria eran de sinceridad poco creble; sin duda iba a
usar una vez y otra su ascendiente personal para eliminar, antes de que se hiciera peligroso, a
cualquier posible rival. Pero, aun sin tomar en cuenta todo ello, el personalismo era una
consecuencia casi inevitable del proceso del que surgi el movimiento peronista.
Ese personalismo permita augurar un rpido retorno al estilo autoritario que el gobierno
militar haba abandonado a lo largo de 1945; el squito popular que el triunfador del 24 de
febrero haba logrado reunir lo consideraba por otra parte un rasgo natural del nuevo orden
poltico, y la insuficiente institucionalizacin, la fragilidad nunca superada del bloque poltico
triunfante, requeran una direccin rgida para salvarlo de las asechanzas que desde l mismo y
desde una oposicin desconcertada, pero enconada por la derrota, se levantaban contra su
hegemona. Desde febrero de 1946 la marcha hacia la dictadura pareca inscrita en las cosas
mismas y fue facilitada en cierta medida por la actitud de las oposiciones, para las cuales la
victoria electoral no haba otorgado legitimidad al gobierno de ella surgido. Luego del primer
desconcierto agravado por el entusiasmo con el cual, antes de conocer el resultado, los lderes
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de los partidos opositores se haban apresurado a proclamar la total correccin del proceso
electoral esas oposiciones parecan templarse para un perodo previsiblemente prolongado de
semiostracismo poltico, y vean sin indulgencia las tentativas de establecer con el nuevo partido
gobernante relaciones menos sistemticamente hostiles; as la adopcin por parte del Partido
Comunista de una lnea ms flexible sirvi para que sus anteriores aliados se disociaran
rpidamente de l (estimulados para ello por otra parte por la evolucin poltica mundial).
La orientacin autoritaria realiz progresos lentos pero constantes a lo largo de toda la
etapa peronista. En 1947 la clausura de los semanarios polticos que haban tenido tan vasta
resonancia dos aos antes marc la primera limitacin importante de la libertad de prensa; en
1951, tras incorporar a la lnea oficialista a la mayor parte de los diarios del pas, la
expropiacin de La Prensa, entregada a la gestin de la Confederacin General del Trabajo,
signific una advertencia precisa a los sobrevivientes; slo La Nacin, con la tirada
estrictamente limitada por el racionamiento oficial del papel, mantuvo una actitud cautamente
independiente A travs de la prensa diaria, como de la radio (sometida a un rgimen de
permisos que facilit su compra por figuras adictas al gobierno) se oa ahora la voz de la
Secretara de Prensa y Difusin, que no slo fijaba la actitud que se deba asumir ante las
grandes alternativas polticas, sino dosaba, en minuciosas instrucciones cotidianas, el grado de
publicidad otorgado a cada una de las figuras del elenco gobernante (tras una tupida campaa de
contumelias, los medios de difusin en manos del gobierno terminaron por cubrir a toda la
oposicin con un espeso manto de silencio). Esa propaganda lograba dar a la vida argentina el
tono de unnime frenes poltico caracterstico de las modernas dictaduras que han hecho del
manejo de la opinin pblica uno de sus ms cuidados instrumenta regni; ese tono era
puntualmente desmentido en cada ocasin electoral, que revelaba la presencia de un irreductible
ncleo opositor integrado por un tercio del electorado, al parecer insensible a los argumentos de
una propaganda ms abrumadora que sutil.
En todo caso la propaganda iba acompaada por un instrumento ms tradicional y acaso
ms eficaz: el empleo masivo de la intimidacin. El peronismo no tuvo que inventar el de las
crceles y torturas como arma poltica; lo encontr en el arsenal de recursos de uso
relativamente frecuente desde 1930; su empleo ms asiduo fue facilitado sin embargo por el
reemplazo del estado de sitio (que tena el inconveniente de haber dado lugar a una compleja
elaboracin jurisprudencial, que limitaba considerablemente el margen de arbitrio dejado al
Poder Ejecutivo) por la novedosa figura poltica que era el estado de guerra interno, instaurado
en 1951. Tampoco fue creador exclusivo de la intimidacin econmica; aqu volvi ms bien a
usos que la preocupacin por la defensa del derecho de propiedad, dominante en la Argentina a
partir de 1853, haba atenuado pero no hecho desaparecer del todo, y para los cuales la
intervencin creciente del Estado en la regulacin de la economa ofreca posibilidades nuevas
que el rgimen peronista no iba a desdear. Ese uso cada vez ms amplio de la intimidacin
requera una magistratura adicta: en 1949 cuatro de los cinco ministros de la Suprema Corte de
Justicia eran sometidos a juicio poltico y destituidos; despus de ello y de una depuracin
menos radical del resto del Poder Judicial el gobierno pudo contar con la docilidad de
sobrevivientes y reemplazantes, salvo inesperadas excepciones que eran corregidas de
inmediato con nuevas destituciones.
El mismo estilo autoritario se impuso aun ms decididamente en el manejo interno del
frente oficialista. Pern comenz aqu por aplicar con extremo virtuosismo la tctica que
consista en dejar aflorar las tensiones internas en el algo improvisado movimiento hasta que,
amenazada la cohesin de ste, poda asumir el papel de rbitro universalmente solicitado. Bien
pronto, sin embargo, todo virtuosismo se hizo innecesario, porque su predominio ya no era
discutido ni amenazado y slo le quedaba ejercitarlo a su guisa. Tanto en el sector poltico como
en el sindical lo usara para promover dirigentes incapaces de constituir en ningn momento una
amenaza para su propio predominio; esa meta orient los esfuerzos por transformar la coalicin
triunfante en un partido unificado: en mayo de 1946 se creaba el Partido nico de la Revolucin
Nacional, en el cual los adherentes surgidos de los partidos tradicionales se encontraban
sobrerrepresentados. Esto motiv resistencias entre algunos de los sindicalistas nucleados en el
Partido Laborista, en particular en el seor Cipriano Reyes, dirigente de los obreros de
frigorfico que desde el 17 de octubre se consideraba lder de sectores aun ms amplios de la
clase obrera. La resistencia de Reyes y de otros dirigentes laboristas contribuy tanto como la
general indisciplina de las filas peronistas a restar eficacia a la nueva organizacin poltica, que
a comienzos de 1949 dejaba el paso a un nuevo partido oficialista, que tom el nombre de
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Peronista, destinado a persuadir a los que se obstinaban en dudarlo de que el apartamiento de l
implicaba una ruptura con el propio presidente. Desde entonces la disciplina del oficialismo,
organizado de modo abiertamente autoritario (segn los estatutos del nuevo partido
corresponda al general Pern designar sus autoridades supremas), slo conoci quiebras
episdicas. El mismo proceso iba a darse en la Confederacin General del Trabajo; en enero de
1947 era aceptada la renuncia del secretario general, Luis Gay, veterano dirigente telefnico,
sospechoso de mantener veleidades de autonoma frente a la autoridad presidencial. Fue
reemplazado por un ex comunista, Aurelio Hernndez, considerado ms dcil, que sin embargo
no iba a permanecer un ao en su puesto: fue reemplazado a su vez por Jos Espejo, cuyo
limitado prestigio y modesta trayectoria en el movimiento sindical constituan garantas aun ms
slidas de disciplina.
Ese aparato poltico y sindical centralizado requera una continua vigilancia; en esta
compleja tarea que hubiera exigido una atencin incompatible con la que por otra parte
impona el gobierno del pasPern cont con el auxilio valiossimo de su esposa: desde su
oficina de la Secretara de Trabajo y Previsin, Mara Eva Duarte de Pern (nombre que se
asign luego de su casamiento, cuando an se hallaba insegura sobre su papel futuro, y que
luego abrevi en el ms contundente de Eva Pern) estaba escasamente limitada en su libertad
de iniciativa por la presencia de un ministro, elegido tambin l por su opaca personalidad. Pero
bien pronto la actualizacin de la lista de rprobos y elegidos dentro del movimiento poltico y
sindical, tarea a la que se consagr con fervor, fue la ms liviana de las que quedaron a cargo de
Eva Pern; las jornadas de octubre no haban agotado la posibilidad de introducir elementos
nuevos en el equilibrio poltico argentino; Eva Pern iba a ocuparse de incorporar ms
slidamente a l los sectores marginales de poblacin, a ese subproletariado urbano, a esas
clases populares de las provincias ms tradicionales para las cuales el nuevo derecho laboral y el
nuevo poder de los sindicatos significaban muy poco. La Obra Social por ella organizada a
travs de la Fundacin que llevaba su nombre, no slo lleg muy eficazmente a ese quinto
estado al cual los avances del cuarto no haban tocado; sus servicios fueron finalmente
utilizados por grupos cada vez ms amplios de poblacin, y contribuyeron a quitar aspectos
importantes de la funcin asistencial de manos de las organizaciones privadas de inspiracin
piadosa y composicin aristocrtica que en el pasado haban recibido del Estado atribuciones y
fondos para ejercitarla. En la Fundacin iban a coexistir, de manera caracterstica en la
Argentina peronista, una arbitrariedad de sabor arcaico, que dejaba caer las gracias desde lo alto
a una multitud edificada y agradecida, y tendencias a la modernizacin que el debilitamiento de
la hegemona de una clase alta muy tradicionalista en su modo de encarar sus relaciones con el
resto del cuerpo social haca posibles: junto con mucha obra intil y mucho derroche suntuoso,
que llev a la Fundacin a parecer en algn momento el instrumento de una forma colectiva y
algo delirante de consumo conspicuo, a esa vasta obra social se deben algunos hospitales de
organizacin inesperadamente eficiente, y las primeras tentativas de introducir entre los
problemas dignos de atencin pblica el de la difcil adaptacin de los migrantes internos al
nuevo contorno urbano. Arcasmo y modernidad eran puestos y muy abiertamente al servicio
de una finalidad poltica; la Fundacin era el lazo de unin entre el gobierno y esos sectores
genricamente populares que el peronismo llam los humildes. No slo el encuadramiento de
los humildes, tambin el de las mujeres figur entre las tareas polticas asumidas por Eva Pern.
Tras dirigir una campaa en favor de la concesin del voto femenino, que de modo nada
sorprendente fue otorgado muy rpidamente por el parlamento, se consagr a organizar la
seccin femenina del partido oficial (que terminara por ser una de las tres ramas de l, junto
con la masculina y la Confederacin General del Trabajo).
El peronismo segua as aplicando la tctica de evocar nuevas fuerzas sociales para
equilibrar las viejas; cuanto menos espontnea era esa entrada de nuevos grupos en la vida
poltica, mayor docilidad mostraban stos hacia quienes les haban asegurado su lugar en ella.
De este modo la ampliacin constante de la movilizacin poltica inaugurada en octubre, lejos
de aumentar las potencialidades revolucionarias del movimiento peronista, las hizo menos
significativas: el partido de sindicatos, que por un momento pareci constituir el ncleo del
peronismo, era diluido en un ms vasto movimiento en el que el peso de las clientelas populares
ms superficialmente modernizadas era numricamente determinante, y en el que a la vez
gracias a la centralizacin de la ayuda social en un organismo formalmente separado de la
estructura partidaria el peligro de disgregacin en beneficio de figuras de prestigio slo local
era resueltamente esquivado.
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El equilibrio as alcanzado dentro del movimiento peronista asegurara a su conductor
una considerable libertad de accin, limitada sobre todo por la necesidad de no volver
bruscamente sobre la redistribucin de ingresos que haba sido el aspecto polticamente decisivo
de su accin econmica. Esa libertad era pagada sin embargo al precio de una constante
ambigedad en cuanto al sentido mismo de su accin, y de las transformaciones que sta
promova en el marco poltico-social en el que haba surgido.
Esa ambigedad iba a ser reprochada con diferencias slo de tono por todos los
sectores vinculados con tradiciones ideolgicas de izquierda, aun por los que se mostraron ms
dispuestos en su momento a prestar apoyo a la experiencia peronista. El reproche es justo?
Notemos en primer lugar que el peronismo no pudo traicionar un programa revolucionario que
nunca fue el suyo; el papel de alternativa sustancialmente conservadora a una hipottica
revolucin social no surge tan slo de un anlisis de su trayectoria realizado con escaso afecto
por adversarios o demasiado exigentes aliados, es el que el propio peronismo, por boca de su
jefe, reivindic orgullosamente para s. Pero el problema puede todava plantearse en otro plano,
en el que el examen puede llevar a algo ms interesante que a un inventario de dudosas culpas y
traiciones. Cualquiera que fuese su orientacin, cualquiera que fuese el sentido de su accin
poltica, las adhesiones y las oposiciones que haba encontrado en su camino hacan del
peronismo el movimiento poltico ms cercano a las bases populares, en las reas modernizadas
tanto como en las tradicionales del pas; slo el yrigoyenismo de la ltima etapa, el de 1928,
haba ocupado un lugar comparable en el marco de la sociedad argentina. Y esas bases mismas,
podan verse indefinidamente satisfechas con una accin que limitaba con cuidado la amplitud
de la renovacin promovida en su beneficio?
El inventario de culpas deja as paso a un conjunto de hiptesis sobre la ndole del
peronismo y sus apoyos. Para muchos de sus crticos, las bases populares del movimiento se
hubieran sentido mejor expresadas por una lnea poltica ms decididamente innovadora, y las
preferencias del jefe supremo por los mtodos autoritarios no slo nacan de peculiaridades de
temperamento y formacin, sino del deseo de controlar mejor esa peligrosa fuente de energas
revolucionarias formada por sus propios adictos. Sin embargo, esta hiptesis encuentra muy
escasa confirmacin en los hechos. La progresiva afirmacin de la autoridad de Pern sobre su
movimiento, si encontr sin duda resistencias, no las hall en portavoces de ninguna corriente
ms radical que la suya propia. Por cierto el giro autoritario priv al peronismo de la posibilidad
de cualquier evolucin espontnea, pero cada vez que esa espontaneidad hallaba, a pesar de
todo, manera de expresarse, se traduca en una tendencia a la disgregacin ms bien que a la
radicalizacin del movimiento. Esto explica en parte que el autoritarismo de la conduccin
poltica haya podido contar siempre, contra las ocasionales rebeliones de dirigentes menores,
con el apoyo de la base, que no se senta identificada con las aventuras estrictamente personales
que esos episodios de rebelda significaban.
Cuando el peronismo se presenta como un movimiento popular ardientemente hostil a
los sectores altos y a la vez esencialmente respetuoso de un orden que asegura a esos sectores
altos el lugar que han alcanzado, est dando entonces expresin fiel a las tendencias que animan
a los grupos populares que le brindan su apoyo poltico. Esos grupos siguen siendo decisivos
para asegurar las sucesivas victorias electorales del movimiento, pero, aunque se las otorgan
cada vez ms categricas, no seran suficientes para garantizar la estabilidad poltica del
rgimen. Junto con los obreros, el ejrcito y la Iglesia son sus apoyos indispensables, tal como
lo admite Pern en los meses finales de 1945, y el ejrcito y la Iglesia plantean problemas y
exigen la adopcin de tcticas diferentes que los sectores populares.
Con la Iglesia el peronismo iba a mantener relaciones agridulces. Sin duda, cumpliendo
promesas electorales, hizo ley el decreto que haba introducido la enseanza religiosa en las
escuelas, y cuid de mantener el signo catlico a la obra de asistencia social cada vez ms
centralizada en manos de la esposa del presidente, y a cambio de todo ello sigui recibiendo
muestras suficientemente claras de benevolencia por parte de la mayora de nuestros prelados.
Pero al mismo tiempo la reforma profunda del sistema asistencial, que si le conservaba su sello
catlico le agregaba uno poltico mucho ms vigoroso, y la politizacin que estaba
imponindose con igual vigor a la enseanza deban crear tensiones nuevas. Por otra parte la
Iglesia no hallaba fcil la opcin entre sus tradicionales apoyos en las clases altas y sus nuevos
aliados; encontraba a la vez penoso e imprudente dar a su aprobacin del nuevo orden poltico la
expresin algo atronadora que ste pareca exigir de sus adictos; no se resignaba en suma a
pasar de aliada a sometida. Los lmites del apoyo eclesistico pudo advertirlos Eva Pern
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durante su viaje europeo de 1947: la recepcin que hall en el Vaticano fue ms corts que
cordial, y el Papa se abstuvo de otorgarle las distinciones que acaso haba esperado recibir
Desde entonces el rgimen y la Iglesia comenzaron a tomar distancia; en 1951 los
confesionarios (a los que se supona que el voto femenino haba hecho ms influyentes) se
abstuvieron de orientar a perplejos penitentes hacia las listas electorales oficialistas, pero ello no
impidi una victoria peronista aun ms amplia que en el pasado. Aunque los enfriamientos y los
acercamientos se sucedieron, los primeros se vieron limitados en sus consecuencias por el hecho
de que el peronismo haba debido reclutar su burocracia y su magistratura all donde encontraba
nimos dispuestos a servirlo, y en ninguna parte los hall ms serviciales, en los primeros aos
de su gestin, que en los crculos catlico-conservadores (o aun catlico-fascistas) a los que la
nueva coyuntura mundial haba dejado sin soluciones polticas a las cuales otorgar su lealtad.
De este modo aun en las etapas en que la cspide del sistema mostraba abierta frialdad a la
Iglesia esta actitud hallaba difcil alcanzar los niveles ms modestos desde los cuales poda
llevar a consecuencias concretas; la alianza de 1944-46 dejaba entonces paso en los hechos a
una separacin de esferas de accin acaso conveniente para ambas partes.
Diferente era la situacin en el ejrcito, cuyos humores no podan ser ignorados y que,
tras haber hecho posible el surgimiento del peronismo haba mostrado frente a l sentimientos
mezclados. Una prudente atencin al equilibrio interno en el cuerpo de oficiales, que aseguraba
la primaca a ciertas cliques (consolidadas a veces por alianzas familiares) demasiado
identificadas con el rgimen para que pudiera partir de ellas iniciativa alguna contra l, la
distribucin de beneficios econmicos que sin alcanzar los niveles de ciertas dictaduras
militares latinoamericanas mejoraron considerablemente la situacin de los oficiales como
grupo profesional, el uso de incentivos del mismo orden para aguzar el celo de los ms adictos
fueron los medios favoritos de control del ejrcito. Al mismo tiempo, la necesidad de conservar
el apoyo militar fijaba ciertos lmites a la libertad de movimientos del jefe del peronismo. Este
siguiendo aqu una vieja tradicin argentina quiso definir su vnculo con el ejrcito no sobre
una base personal o poltica, sino institucional: las fuerzas armadas, al apoyarlo. no hacan sino
cumplir su deber frente al titular de la autoridad legtima, pero ello obligaba a ste a mantener
un mnimo de respeto formal al aparato institucional heredado. No era esto todo, sin embargo:
aun controladas y divididas, las fuerzas armadas eran capaces de ejercer en ciertas situaciones-
lmite un poder de veto imposible de ignorar. El ejemplo ms significativo de ello se alcanz
cuando un movimiento basado en los sindicatos favoreci en 1951 la presentacin de la seora
Pern como candidata a la vicepresidencia de la Repblica. Sin duda los oficiales que osaron
dar expresin al descontento militar ante la iniciativa formaban ya en las filas de los desafectos, y
el que se hizo eco de l ante el gobierno nacional el general Lonardi vio por ello interrumpida
su carrera con un pase a retiro; aun as la seora Pern juzg prudente renunciar a sus
ambiciones ante el hecho evidente de que el cuerpo de oficiales las hallaba totalmente
intolerables.
El ejrcito era entonces a la vez un apoyo y un freno; si su segunda funcin era menos
advertida que la primera esto se deba a que Pern fuese prudencia, fuese coincidencia esencial
con la orientacin de la institucin en que se haba formado eludi casi siempre explorar los
lmites que el apoyo de ella fijaba a su libertad de decisiones.
Esa libertad era con todo muy amplia en el plano estrictamente poltico; apenas si trab
la marcha hacia un creciente autoritarismo, al que slo obligaba a mantener una vestimenta
constitucional por otra parte no muy convincente. La Constitucin misma fue reformada en
1949; se introdujeron en el texto de 1853 agregados vinculados con el derecho social y del
trabajo, un declogo de la ancianidad debido a la seora Eva Pern, un artculo imitado del
modelo mexicano que nacionalizaba el subsuelo, y otro inspirado en estmulos ms inmediatos
que autorizaba la reeleccin presidencial, y que segn termin por admitir un incauto
convencional peronista estaba sobre todo destinado a hacer posible la de Pern. Concluida la
tarea de la Constituyente, comenz la de convencer al presidente de que en efecto presentara
nuevamente su candidatura; a travs, de la multitudinaria campaa pudo medirse el avance ya
realizado hacia el encuadramiento oficial de la opinin pblica en la Argentina peronista. La
victoria electoral de Pern (acompaada de nuevo por Quijano, luego de que la frmula Pern-
Pern sucumbi al veto militar) hizo desaparecer las ltimas ilusiones en cuanto a la posibilidad
de utilizar la va electoral para vencer al peronismo: una mayora sin precedentes se haba
reunido para apoyar una candidatura que marcaba una ruptura abierta con la tradicin
constitucional, y ello ocurra cuando ya la prosperidad en cuya cima el peronismo haba bogado
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tan airosamente entre 1945 y 1949 se transformaba en cosa del pasado. Pero la oposicin,
aunque minoritaria, era tambin ella irreductible, y demasiado numerosa y segura de su lugar en
el cuerpo social argentino para aceptar una indefinida permanencia en las tinieblas exteriores.
Ya antes de las elecciones de noviembre de 1951, en setiembre de ese ao, la revolucin
encabezada por el general Menndez, que sin embargo pudo ser reprimida rpidamente, seal
el fin de la etapa de seguro control del ejrcito por parte del sector oficialista: en 1952 pese a
la severidad de las sanciones impuestas a los complicados el ao anterior fue descubierto otro
movimiento militar, y desde entonces las actividades conspirativas ya no cesaron aunque su
eficacia pareca por el momento problemtica, y el presidente se senta lo bastante seguro de su
poder como para hacer a los a menudo proyectos conspiradores militares vctimas frecuentes de
su irona algo gruesa, este hecho era slo uno entre los que marcaban el comienzo de una etapa
nueva en el equilibrio de fuerzas que haba dado la primaca poltica a Pern.
Sin duda, entre esta etapa y la que quedaba atrs, la continuidad se daba en muchos
aspectos, en particular en la tendencia hacia un autoritarismo creciente: la construccin de un
aparato poltico que al alcanzar su madurez hubiera debido repetir con notable fidelidad las
grandes lneas de los totalitarismos europeos sigui adelante. El sistema de enseanza, que
haba sido depurado de elementos desafectos de modo particularmente espectacular en la
Universidad, varias veces intervenida y privada progresivamente de su autonoma por dos
reformas sucesivas de la ley que la gobernaba fue puesto al servicio del rgimen; la figura
marcial del general Pern y la figura anglica de su esposa esta ltima a menudo envuelta en
nubes delicadamente rosadas comenzaron a decorar los libros de lectura para las escuelas
primarias Slo muy tardamente comenz el rgimen a interesarse en el encuadramiento de
las distintas categoras profesionales en organizaciones de signo oficial; aun en cuanto a la clase
obrera, aunque vigil celosamente la efectividad de los descuentos de salarios con fines
sindicales, no utiliz a fondo las posibilidades que el monopolio sindical de hecho abra para
eliminar a los desafectos de la fuerza de trabajo; frente a las profesiones liberales slo hacia
1953 intent oponer a los colegios profesionales opositores una organizacin adicta la
Confederacin General de Profesionales que ejerci slo limitada presin para ganar
adherentes en esas categoras donde los adversarios eran abrumadoramente predominantes.
Del mismo modo las organizaciones empresarias fueron objeto de un lento asedio. La
Unin Industrial cay vctima de la accin oficial; la Sociedad Rural, por lo contrario, logr ser
respetada, gracias en parte a la adopcin de una actitud cada vez ms circunspecta, que
paulatinamente la llev a participar aunque siempre con mesura en los coros de alabanzas que
acompaaban ahora a las ms nimias decisiones del gobierno. Menos fcil result al rgimen
crear organizaciones empresarias ms sinceramente amistosas: finalmente, tras algunos intentos
fallidos, la Confederacin General Econmica logr reunir adhesiones en ciertos sectores
industriales y comerciales, sobre todo del Interior; menos enjundia alcanz su rama
agropecuaria, que nunca pudo ser rival seria de la Sociedad Rural.
Ese inters tardo por encuadrar en el frente oficialista a sectores sociales reacios a
incorporarse a l, si poda no ser siempre cmodo para los que comenzaban a ser objeto de las
atenciones del rgimen, era tambin en cierto modo un signo de las transformaciones del
peronismo. En 1950-51 la necesidad de ellas se haca evidente: las nuevas tendencias en la
relacin entre los precios internacionales, agravadas por el peso de adversidades climticas,
agotaron las posibilidades de una poltica econmica cuyo instrumento esencial era la
transferencia de recursos del sector rural exportador a la economa industrial y urbana, y que
dentro de esta ltima no poda por razones de prudencia poltica volver sobre los avances que
bajo su gida haba conocido el ingreso de los asalariados. La oposicin vea ahora confirmada
su fe en esa crisis econmica en la que haba credo contra toda apariencia durante los aos de
prosperidad; la bsqueda de culpas comenz de inmediato: Pern habra sacrificado en exceso
el inters rural, eliminando todo estmulo para un aumento de produccin, mientras el aumento
del consumo interno disminua aun ms los saldos exportables; habra carecido de una
deliberada poltica de inversiones, capaz de dotar al pas, durante la breve prosperidad, de la
infraestructura y de las industrias bsicas cuya ausencia segua haciendo extremadamente
vulnerable su economa. A esas crticas se contraponan (o aun se agregaban) las que
reprochaban al rgimen una excesiva timidez en el campo de la reforma social: haba dejado
intacta la base economicosocial de la Argentina rural, contentndose con privarla de los lucros
de una serie de aos excepcionales, y pasados stos se vea forzado, o a una radicalizacin ahora
ms difcil (ya que coincida con una disminucin del bienestar aun para los sectores populares)
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o a la bsqueda de un acuerdo con esos sectores dominantes que habra ignorado pero no
debilitado, en momentos en que ellos estaban en mejores condiciones para mantener sus
exigencias, no slo porque una Argentina de economa ahora ms compleja segua sin embargo
dependiendo de sus saldos exportables tan estrictamente como la tradicional, sino tambin
porque la poltica oficial de precios haba provocado una solidaridad nueva en los sectores
rurales. Si en la dcada del 30 la Argentina rural se haba expresado por medio de muchas voces
discordantes, ahora los grandes terratenientes de la Sociedad Rural Argentina, los ganaderos
medianos de las confederaciones de sociedades rurales, los arrendatarios de la Federacin
Agraria Argentina parecan opinar todos lo mismo; los avances del consumo interno frente a la
exportacin y la disminucin del podero de los frigorficos en cuanto a la ganadera, la
congelacin de los arrendamientos y el rpido olvido de los planes de reforma agraria en las
tierras del cereal haban atenuado las tensiones internas, y la hostilidad (cautamente expresada,
pero muy decidida) se diriga contra el gobierno que haba sacrificado el campo a la ciudad y
subsidiariamente contra el sector asalariado, identificado con la poltica oficial y numricamente
minoritario en la Argentina rural ... Por otra parte el gobierno peronista, obligado a aumentar el
precio interno de las exportaciones, no estaba en condiciones de hacer mucho ms que eso en
obsequio de los descontentos productores rurales: una muy anunciada pero modesta
reorientacin del crdito bancario hacia el sector agropecuario no implic por cierto un decisivo
cambio de rumbo. No fue este el nico aspecto en el cual las dificultades crecientes incitaron al
gobierno, antes que a adoptar una poltica econmica de signo distinto pero de mpetu
comparable con la seguida en su primera etapa, a mostrar una cautela creciente frente a las
opciones que enfrentaba con urgencia cada vez mayor.
Cesada la etapa de abundancia, el gobierno poda advertir ahora que su libertad de
movimientos era limitada: sus crticos de izquierda y de derecha tenan ambos razn; al
favorecer la aparicin de un bloque rural mejor consolidado que nunca en el pasado en torno de
las clases terratenientes, al favorecer tambin la de un bloque urbano formado por asalariados y
una parte de la clase media dependiente, ms interesado en mantener sus acrecidos niveles de
consumo que en contribuir con su sacrificio a cambios ms profundos de la estructura
econmica, el peronismo haba construido el laberinto del que ya no podra salir sin imponer un
nuevo cambio aun ms profundo en el equilibrio poltico del pas. La segunda etapa peronista
iba entonces a ser de perpleja y desazonada experimentacin poltica; puesto que la coyuntura
impone un nuevo equilibrio entre las bases urbanas del peronismo y las demasiado slidas bases
rurales de la economa exportadora, para el rgimen se trata de hallar la frmula que le permita
sobrevivir tomando en cuenta esa circunstancia nueva. Las posibilidades polticas son dos: o una
liberalizacin que permita a las fuerzas conservadoras aproximrsele sin escndalo o un
creciente autoritarismo que le permita emanciparse de su demasiado estricta dependencia de los
sectores populares urbanos; ambas sern recorridas reiteradamente, y en desordenada sucesin,
en esta ltima etapa de gobierno peronista.
Si hay muchas razones para entender el paso a esa etapa final, hay un hecho que no se
vincula con ellas, pero parece marcar el momento de la transicin: la muerte de Eva Pern, el 26
de julio de 1952. De nuevo una muchedumbre, ahora silenciosamente paciente, invade el centro
de Buenos Aires: espera a lo largo de horas el breve momento en que podr contemplar, bajo
cristal y envuelta en los reflejos violceos de una sabia iluminacin, a la que fue a la vez la
Dama de la Esperanza y la Abanderada de los Trabajadores, personificacin del nuevo Estado
por primera vez benvolo a las capas populares, pero a la vez de esas capas mismas, del rencor
acumulado en su largo silencio por un pueblo acaso demasiado manso.
As desapareca la figura que mejor haba encarnado lo que el movimiento peronista
significaba para la mayora de sus seguidores, y tambin de sus adversarios. Sin duda Eva Pern
haba expresado la ambigedad profunda de ese movimiento, y ello no slo a travs de sus
personales actitudes, de su apasionada rebelda contra las pautas heredadas que esconda mal
una implcita aceptacin de esas pautas mismas, sino tambin y sobre todo de la funcin de
intercesora que se haba asignado en el orden peronista, que hubiese sido totalmente innecesaria
si en efecto las masas movilizadas bajo ese signo poltico hubiesen sido tan hondamente
transformadas en el proceso como gustaba de suponerse. Ello no impeda que Eva Pern, con su
oratoria deliberadamente brutal (que le haba ganado, junto con muy vasta popularidad, odios
muy hondos y tenaces) personificara mejor que nadie lo que en el peronismo haba de
literalmente intolerable aun para algunos de los apoyos del rgimen. Su desaparicin pareca
remover un obstculo a la distensin poltica, y abrir para el movimiento peronista un horizonte
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sin duda ms incierto, pero tambin acaso nuevas posibilidades de insercin en el marco
poltico-social argentino.
Sin duda, esa reorientacin haba comenzado ya antes de la muerte de Eva Pern: en
enero de 1951 el gobierno haba debido enfrentar la primera gran huelga realizada ignorando sus
exhortaciones: slo la movilizacin militar puso entonces fin a la paralizacin del sistema
ferroviario nacional. La aparicin de ese hecho nuevo no significaba necesariamente que
sectores significativos de la clase obrera abandonaran su adhesin poltica al gobierno peronista;
aun as era evidente que la nueva orientacin econmica de ste, menos sistemticamente
amistosa para el sector asalariado, lo estaba empujando a modificar, as fuera gradualmente, su
fisonoma poltica. En una primera etapa son sobre todo los avances en sentido autoritario los
que se hacen sentir; en 1951 una reforma de la ley electoral asegura al peronismo ms slidas
mayoras parlamentarias, y los signos externos del mismo proceso se acentan en 1952, con la
elevacin legal de Pern a la dignidad de Libertador de la Repblica, y la de su esposa a la de
Jefa Espiritual de la Nacin; en ese mismo ao de 1952, el segundo plan quinquenal, menos
ambicioso que el primero en sus objetivos econmicos, se ocupa en cambio de dar fuerza de ley
a una determinada periodizacin de la historia argentina y consagrar al justicialismo (nombre
dado al conjunto de principios doctrinarios del movimiento peronista) como Doctrina Nacional.
Al no cesar la resistencia que por lo contrario, con el deterioro creciente del clima
econmico parece encontrar eco ms amplio la represin se hace ms violenta. A comienzos
de 1953 comienzan a escasear artculos esenciales; el 9 de abril aparece muerto Juan Duarte,
hasta das antes secretario privado del presidente y considerado uno de los responsables de la
especulacin que la escasez estaba provocando (se lo acusaba de modo cada vez ms general de
haber organizado una red de mataderos clandestinos, proveedores del mercado negro de la
carne). Pern lanza una violenta campaa de moralizacin de la administracin pblica y de las
prcticas comerciales, apoyada en abundantes prisiones de tenderos y en un nutrido plan de
actos pblicos. En uno de ellos el discurso del presidente es interrumpido por el estallido de
varias bombas; la respuesta inmediata es el incendio oficioso de las sedes de los partidos
opositores y la del Jockey Club; a l siguen detenciones masivas de opositores, seleccionados de
modo algo errtico: la seora Victoria Ocampo, una parte de un equipo campen deportivo, el
decano de los filsofos argentinos, el ms ilustre sobreviviente de la generacin potica del
Centenario, comparten la hospitalidad de la crcel con polticos provectos pero tambin con
personas hasta entonces desconocidas, que ignoran qu ha podido llamar sobre ellas la atencin
del gobierno. El terrorismo cesa al ser descubierto el reducido grupo que se haba lanzado a la
accin directa, y que sufre trato atroz en las prisiones del rgimen. Este, tras haber recorrido
hasta extremos nuevos el camino de la represin, decidi tomar el de la apertura a nuevos
contactos polticos: encontr para ello un primer interlocutor en el doctor Federico Pinedo, que
en la crcel haba descubierto las ventajas de un estilo ms apacible de lucha poltica, y en un
mensaje que el ministro del Interior hizo pblico invitaba tanto al gobierno como a la oposicin
a adecuarse a l. Los grupos conservadores, luego de declaraciones en que el presidente de la
Repblica manifestaba coincidir en el deseo de paz y convivencia con los partidos opositores, se
allanaron a visitar la Casa Rosada: tras recibir la visita de esos caballeros que me han dicho
palabras muy agradables, Pern no se manifest mejor dispuesto a levantar el estado de guerra
interno, tal como le haban sugerido sus visitantes. Es que la iniciativa presidencial no
encontraba eco igualmente grato en todos los sectores de la oposicin. El socialismo tena que
enfrentar la accin de un sector divisionista muy cercano al Ministerio del Interior, y ello no
aumentaba su receptividad a las sugerencias presidenciales; el radicalismo, por su parte pese a
su casi permanente crisis, que apenas necesitaba de estmulos externos constitua el nico
grupo que haba conquistado nuevas adhesiones agitando la bandera opositora: diez aos
despus de la revolucin de junio las clientelas electorales conservadoras y socialistas haban
desaparecido, mientras la radical reuna nuevos apoyos en torno de la que haba terminado por
ser la nica alternativa viable al peronismo; muy razonablemente la direccin radical no estaba
dispuesta a arriesgar su ascendiente sobre esa masa de reclutas recientes mostrando ningn
desfallecimiento en su celo opositor. A travs de la disciplina opositora del radicalismo y el
socialismo, era el aborrecimiento con que sus bases electorales enfrentaban al peronismo el que
se haca evidente; ese aborrecimiento era la manifestacin temprana de un fenmeno que bien
pronto iba a repetirse a escala latinoamericana: la reorientacin conservadora de buena parte de
las clases medias. Esa reorientacin, herencia en la Argentina de la peculiarsima lucha poltica
que se haba planteado a lo largo de 1944 y 1945, conserv en los aos siguientes su plena
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vigencia. Por cierto no haba en el moderado programa de reforma social llevado adelante por el
peronismo nada que afectara decisivamente la posicin de las clases medias (salvo acaso de las
rurales) pero falt, por lo menos en los aos de prosperidad en que el predominio poltico del
peronismo lleg a parecer inconmovible, todo intento serio de ste para adaptar su estilo poltico
a preferencias que razonables o no eran de indudable arraigo en ellas. Ahora, en medio de un
deterioro inocultable de la situacin econmica, no es sorprendente que las clases medias en su
conjunto se mostrasen escasamente receptivas al intento oficial de encontrar un lenguaje comn
con ellas.
A fines de 1953 era ya evidente que la conciliacin haba fracasado; en abril de 1954
una eleccin general (para designar vicepresidente en reemplazo del fallecido doctor Quijano)
mostr que la relacin de fuerzas electorales permaneca estable: uno de cada tres electores era
opositor, y en la Capital las distancias se acortaban. Sin duda, el peronismo no tena mucho que
temer por sus fortunas electorales futuras; sin duda tambin sus mayoras eran comparables con
las ms abrumadoras conocidas en el pasado; aun as el tipo de organizacin poltica a la que el
rgimen se aproximaba cada vez ms slo se justificaba en trminos de unanimidad y no de
consenso mayoritario: el problema planteado por la supervivencia de una oposicin
numricamente importante segua en pie, y con esa pesada hipoteca el rgimen deba encarar un
cambio de rumbo que, a medida que iba siendo postergado, deba hacerse ms radical.
Luego de una estabilizacin econmica emprendida en 1953, al ao siguiente las causas
de desequilibrio que no haban sido eliminadas volvieron a hacerse sentir en todas sus
dimensiones. Ante esa situacin el gobierno trat primero de aumentar el ritmo productivo de la
economa imponiendo un esfuerzo adicional a la fuerza de trabajo. En el Congreso de la
Productividad, convocado a comienzos de 1955 con el masivo acompaamiento de propaganda
que ya se haba hecho habitual para todas las iniciativas del rgimen, las dos entidades
organizadoras la CGT y la CGE alcanzaron un fcil acuerdo, pero sobre trminos algo
inesperados: la razn de la baja productividad dictamin el Congreso se encontraba en el
equipamiento arcaico e insuficiente de la industria, que slo podra ser corregido mediante
nuevas inversiones masivas de capital y adquisiciones igualmente masivas de equipos que era
preciso pagar en divisas. Pero la Argentina de 1955 no poda ya encarar esas tareas nuevas sin
contar con apoyos financieros externos; los das de la independencia econmica (solemnemente
proclamada en 1947 como uno de los aspectos esenciales de la revolucin peronista) estaban
contados. Sin duda ya se haban introducido algunas derogaciones a esa altiva poltica: cinco
aos despus de la repatriacin de la deuda externa, la Argentina haba comenzado nuevamente
a recibir crdito extranjero; en 1953 una ley de radicacin de capitales aseguraba a los futuros
inversores extranjeros la posibilidad de efectuar remesas de sus ganancias (stas haban sido las
primeras vctimas del racionamiento de divisas, consecuencia de las dificultades crecientes en la
balanza de pagos). Pero estos tmidos avances eran insuficientes para corregir el desequilibrio
creciente de la economa argentina: ste deba llevar o a una etapa de creciente deterioro del
nivel de vida polticamente riesgosa o a dosis ms crecidas de la misma medicina que con
mano vacilante el rgimen peronista estaba suministrando ya al pas. Por ese segundo camino se
decidi finalmente Pern, lo que provoc creciente desazn entre sus adversarios. Entre ellos
eran muy pocos los que, con la lucidez de un Federico Pinedo, vean en la poltica econmica la
razn ltima de su disidencia con el rgimen, y estaban dispuestos a atenuarla apenas ste
mostrara claros propsitos de enmienda; acaso no eran muchos ms los que sinceramente se
constituan en vestales de la sagrada llama del nacionalismo econmico (aunque ste empez a
encontrar cada vez ms intransigentes partidarios en las filas opositoras desde que el gobierno
pareci dispuesto a borrarlo discretamente de sus banderas).
Ms bien era el temor de que el camino que el rgimen se aprestaba a tomar le diese no
slo la tranquilidad econmica que necesitaba, sino tambin la respetabilidad internacional que
nunca haba alcanzado del todo y que desde 1953 pareca buscar a travs de un acercamiento a
los Estados Unidos el que explicaba la decisin creciente con que los grupos opositores
enfrentaron la emergencia, resueltos a utilizarla para un enfrentamiento definitivo con el
peronismo gobernante.
Este pareca ahora menos deseoso de eludir el conflicto. A lo largo de 1954 y 1955 fue
solemnemente anunciada la adopcin de una nueva poltica petrolera; por medio de la concesin
de reas de explotacin a empresas norteamericanas el gobierno esperaba atenuar el
desequilibrio en la balanza comercial en el que las importaciones de combustibles haban
llegado a tener una funcin negativa importante y despertar una actitud ms benvola en los
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centros financieros mundiales, capaz de traducirse en una ms amplia corriente de inversiones.
Esa nueva poltica, sin embargo, implicaba una revisin muy importante de principios que el
squito peronista consideraba bsicos, y el gobierno quera medir, antes de implantarla, las
reacciones que ella encontraba entre sus propios adictos. Al mismo tiempo pareci buscar un
nuevo elemento de cohesin poltica en la lucha contra la Iglesia y su influjo en la vida nacional,
que iba a llenar con su ruido y su furia la ltima etapa peronista.
A qu se deba esa sbita explosin de ira anticlerical? Como ya se ha visto, las
relaciones entre gobierno e Iglesia haca tiempo que eran menos ntimas de lo que las
experiencias de 1944-46 hubieran permitido augurar, pero aun as no haba en esa ambigua
relacin nada que permitiese anticipar la posibilidad de un choque violento. Por otra parte Pern
nunca explic claramente las causas del conflicto, ni podra haberlo hecho pues prefera negar la
existencia del conflicto mismo, que en su versin se reduca a la legtima reaccin de los
sindicatos ante la accin individual de algunos eclesisticos excesivamente amigos de la
poltica. Si era posible adivinar tras esa explicacin el temor a una intervencin masiva de la
Iglesia en el mundo del trabajo, es en cambio difcil encontrar elementos objetivos que
justifiquen este temor mismo (aunque se estaban dando episodios de rivalidad entre sindicatos
catlicos y otros de obediencia peronista fuera de la Argentina, en particular en la Colombia de
Rojas Pinilla). En todo caso, del conflicto con algunos eclesisticos se pas insensiblemente al
institucional; la mal adormecida vena anticlerical de una opinin pblica que no se haba
caracterizado en el pasado por su espritu constantemente devoto comenz a ser evocada a
travs de la prensa oficialista, y no falt algn proceso escandaloso que, tocando muy de cerca a
un alto prelado, pareci servir de punto de partida para una campaa moralizadora de la vida
eclesistica modelada sobre la que en Alemania haba tenido a su servicio la elocuencia del
doctor Goebbels. A esta campaa de agitacin (que hizo que muchos eclesisticos hallaran ms
prudente no usar ropas talares fuera de las ceremonias de culto) sigui el lanzamiento de un
conjunto heterogneo de reformas que tenan en comn el oponerse a las orientaciones o los
intereses de la Iglesia. El divorcio absoluto, la equiparacin de hijos legtimos y extramaritales,
la legalizacin de los prostbulos, la supresin radical de la enseanza religiosa en el sistema de
educacin pblica, la eliminacin de las subvenciones a la enseanza confesional figuraron
entre ellos; deba coronarlos una nueva reforma constitucional, que introducira la separacin
entre la Iglesia y el Estado.
La reaccin de la jerarqua eclesistica fue de una moderacin extrema, y consternante
para muchos de sus fieles, que vieron en ella el reflejo de la personalidad algo fatigada del
cardenal primado (otros prelados, que hasta meses antes se haban caracterizado por la
intensidad de su celo peronista, se manifestaban en cambio mejor dispuestos a una lucha abierta
contra el rgimen). Pero esa moderacin que lleg hasta autorizar a los fieles, en previsin de
las presiones a que seran sometidos, a suscribir (con las adecuadas reservas mentales) los
petitorios en favor de la proyectada reforma constitucional era incapaz de gobernar la actitud
de los sectores militantemente catlicos de la opinin pblica, cada vez ms alarmados por una
poltica anticlerical que amenazaba convertirse en antirreligiosa. Los que se tenan a s mismos
por representantes polticos del catolicismo, desde los antifascitas y antiperonistas que vean en
el nuevo giro de la poltica oficial la confirmacin de sus profticas denuncias sobre el carcter
anticristiano del rgimen, hasta los de extraccin nacionalista que haban dado por terminada su
etapa de aproximacin con l y estaban buscando un modo de conservar su ascendiente en la
Argentina posperonista, rivalizaban en la agitacin para mantener despierta esa protesta.
Sin duda, entre los que no haban esperado el conflicto con la Iglesia para situarse en la
oposicin la avalancha de conversos de la undcima hora despertaba sentimientos mezclados;
aun as, reservndose la posibilidad de clarificar en el futuro lo que haba de equvoco en la
solidaridad de una oposicin singularmente transformada por los ltimos desarrollos, no
renunciaban a utilizar las posibilidades que stos parecan brindarles: en junio de 1955 la
procesin de Corpus Christi ofreci a la oposicin y no slo a la catlica la posibilidad de
contarse y expresarse, y el resultado fue en verdad impresionante Es que la ruptura con la
Iglesia no slo daba nuevos reclutas a la oposicin (su aporte en este aspecto fue limitado, y
acaso Pern no se equivocaba cuando subrayaba que su nueva poltica, si alejaba a hombres que
le haban dado til colaboracin tcnica y administrativa, no le restaba adhesiones electorales
dignas de consideracin), aumentaba adems el clima de urgencia y de choque inminente en que
viva el pas desde que el peronismo haba comenzado a buscar un nuevo rumbo. Convencida de
que la que se le abra era acaso la ltima oportunidad de librar abierta batalla contra el rgimen,
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la oposicin encontraba ahora en el alejamiento creciente entre el peronismo y la opinin
catlica un motivo para afrontar con mayor decisin la cercana prueba.
El 16 de junio cinco das despus de la desafiante procesin de Corpus estallaba un
alzamiento apoyado sobre todo por la marina de guerra. Luego de horas de combate en torno del
edificio del Ministerio de Marina y de un bombardeo y ametrallamiento areo del centro de la
capital por los revolucionarios, el gobierno pudo sofocar el reducido ncleo insurgente; esa
noche, tras una concentracin convocada por la Confederacin General del Trabajo cuando an
duraban las acciones areas, las iglesias del centro de Buenos Aires fueron incendiadas; no
resulta difcil comprender que, luego de ver caer a su lado a las vctimas del fuego rebelde,
algunos de los manifestantes hayan visto en esos incendios una justa venganza; aun as, la
espontnea clera de una muchedumbre por otra parte raleada por la prudencia no basta para
explicar la uniforme eficacia que la operacin mostr en todas partes: al da siguiente otras
muchedumbres comenzaban a recorrer, heridas en sus sentimientos piadosos (a veces algo
improvisados), los templos cuyos muros calcinados dejaban ver eliminados por el fuego los
agregados de pocas ms recientes y prsperas los ladrillos pacientemente amontonados por
los albailes del setecientos. Si la situacin hubiera dejado lugar, como en pocas menos tensas,
a los observadores distantes, stos hubiesen podido repetir, como sesenta y cinco aos antes,
que el rgimen no habra de sobrevivir a su victoria sobre la rebelin: en todo caso la quema de
las iglesias, ese acto de puro delirio, amedrent sobre todo al gobierno que (en la hiptesis ms
caritativa) no haba hecho nada por evitarlo. Otros aspectos de la jornada despertaban tambin
alarma entre algunos sostenes ahora indispensables del rgimen: la Confederacin General del
Trabajo haba tomado intervencin directa en el conflicto, y aunque sta no haba sido ni con
mucho decisiva, significaba una novedad que no poda dejar de alarmar al ejrcito, que hasta
entonces haba logrado reservarse el monopolio de la fuerza: el 16 de junio pudo verse cmo
eran distribuidas armas en nmero considerable a los manifestantes obreros, y las sugestiones
sobre la conveniencia de formar milicias sindicales que desde haca un tiempo no escaseaban en
la prensa oficialista, adquiran con ello un sentido ms preciso y amenazante.
Pero los incendios de esa noche marcaron el punto extremo en la singular radicalizacin
ideolgica que el peronismo haba iniciado en el momento mismo en que se aprestaba a hacer
suya una lnea economicosocial decididamente conservadora; al da siguiente de ese hecho
enorme el gobierno comenz a mostrar una moderacin nueva, y tan extrema que se acercaba
por momentos a la atona. Para muchos la explicacin de ese sbito cambio era que Pern haba
sido mediatizado por los dirigentes militares que el 16 lo haban salvado del derrumbe, y que
segn se supona le haban impuesto una estricta tutela. Ahora el presidente prometi poner a
cargo del Estado la restauracin de las recientes ruinas y dej en manos del electorado, cuya
convocatoria era por otra parte postergada, resolver sobre el lugar de la Iglesia catlica en el
aparato institucional argentino. No fueron esos los nicos signos de una actitud nueva: el
ministro del Interior y el de Educacin (estrechamente identificados con la lnea de lucha contra
la Iglesia) debieron abandonar rpidamente el cargo y el pas; el seor Apold dej la Secretara
de Prensa, en la que fue reemplazado por un veterano periodista que se manifest dispuesto a
hacer menos rgido el control de los medios de difusin. La poltica de la mano tendida se
ampliaba para incluir en ella a la vieja junto con la nueva oposicin: el 5 de julio Pern
declaraba rehusarse a ver enemigos en los que ahora llamaba grandes partidos populares, a los
que invitaba a una reconciliacin en la que por primera vez aunque sin ofrecer precisiones
prometa que el oficialismo hara tambin su parte: como prueba de la sinceridad de ese
propsito los jefes de la oposicin fueron autorizados para responder por radio a la propuesta
presidencial. Lo hicieron de manera caracterstica: el doctor Solano Lima, representante del
conservadorismo, formul un llamamiento abierto a todas las fuerzas opositoras, instndolas a
derrocar al gobierno; si no invocaba explcitamente una revolucin militar, era muy sugestiva la
apelacin al ejrcito, al que Pern haba slo recientemente achacado sus pasados servicios a la
oligarqua, y al que el orador conservador invitaba a buscar sus aliados polticos entre los que en
el pasado lo haban tratado con ms constante cortesa Hubiera sido intil buscar cualquier
incitacin subversiva en el texto ledo con voz algo sepulcral por el doctor Arturo Frondizi,
recientemente ungido jefe del radicalismo. Tras asumir el compromiso de realizar en un marco
de libertad la revolucin econmica y social a la que el peronismo estaba renunciando, y de
prometer en nombre de su futuro gobierno un generoso perdn para los colaboradores del
rgimen, el doctor Frondizi fijaba a ste condiciones extremadamente severas, a cambio de las
cuales ofreca tan slo adoptar una lnea de oposicin constitucional. El respeto escrupuloso del
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marco de legalidad del que no quera salir no haca menos grave el pronunciamiento del jefe
radical, que reflejaba la fra decisin de no brindar cuartel al adversario en la hora de su crisis
decisiva.
Ante esa helada recepcin de sus proyectos pacificadores, Pern que acababa de
renunciar solemnemente a su condicin de hombre de partido, cuya incompatibilidad con la de
jefe de la nacin acababa sbitamente de descubrir volvi a actitudes en l ms habituales. La
pacificacin dejaba saldo negativo para el rgimen en lucha por la supervivencia, el frente
opositor ampliado por la poltica anticlerical no haba podido ser desarmado ni dividido por los
tenaces esfuerzos oficiales. De ello se tuvo un nuevo signo cuando el exceso de celo de la
polica poltica cobr una nueva vctima en el doctor Juan Ingalinella, dirigente comunista
rosarino. Fue un diario vinculado con la curia rosarina el que comenz una tenaz campaa para
esclarecer la misteriosa desaparicin de Ingalinella, fue el propio obispo de Rosario quien, en
una muy publicitada visita a la casa del mdico desaparecido, quiso participar a su esposa la
inquietud de la Iglesia ante el episodio y la esperanza de verlo pronto aclarado En esas
condiciones la vuelta del peronismo a la lucha sin cuartel contra la oposicin estaba lejos de
significar la aparicin de un vigoroso espritu de ofensiva; era ms bien el retorno a tcticas
rutinarias y algo fatigadas ante el fracaso de las ms nuevas que la situacin misma haba
impuesto.
El 19 de agosto el Partido Peronista daba por terminada la tregua poltica; doce das
despus una confusa carta de Pern, en que anunciaba su decisin de retirarse del gobierno para
eliminar un obstculo a la pacificacin, serva de prlogo a una nueva concentracin popular
ante la cual el presidente se apresuraba a retractarse y con contradiccin slo aparente llamaba a
sus adictos a responder a la violencia (que se haba traducido en nuevas explosiones de
terrorismo) con la violencia; acuando un nuevo slogan (que en el futuro, a diferencia de lo que
ocurri con los surgidos en etapas ms felices, iba a ser recordado sobre todo por sus enemigos)
invit a matar cinco de stos por cada peronista que cayera en las luchas que se avecinaban. A
ese llamado a la lucha sin cuartel no sigui nada ms importante que una reiteracin muy
frecuente de l por boca del presidente y de los dirigentes de su partido.
En setiembre la inquietud militar se acentu, con altos oficiales prfugos, a los que el
gobierno era incapaz de capturar; aun en esa hora grave la oferta que formul la Confederacin
General del Trabajo de apoyar la accin represiva con milicias obreras fue rechazada en
trminos apenas corteses por el ejrcito. El 16 de setiembre comenzaba el movimiento militar
que pondra fin al rgimen peronista. En Crdoba el general Lonardi diriga las operaciones; las
tropas adictas al gobierno no lograron eliminar el ncleo revolucionario y debieron aliviar su
presin cuando las guarniciones cuyanas se unieron al alzamiento. Mientras otros conatos
militares no lograban afirmar nuevos focos de rebelda en el Interior, la marina de guerra ntegra
se uni al movimiento; si deba abandonar su base de Ro Santiago, conservaba Puerto Belgrano
y lanzaba a la flota hacia el norte; el 19 de setiembre Mar de Plata era sometida a bombardeo
naval y Buenos Aires amenazada de mismo trato si las fuerzas gubernativas no se rendan sin
condiciones; el general Lucero anunciaba en nombre de stas que cesaban la resistencia, y lea
un documento en que el presidente, manifestndose dispuesto a afrontar el necesario
renunciamiento personal, se abstena si embargo de toda dimisin expresa a su cargo. La
situacin qued mejor aclarada al da siguiente cuando Pern se refugi en la embajada del
Paraguay, de la que pas a una caonera de ese pas anclada para reparaciones en el puerto de
Buenos Aires. En ese inseguro refugio se hallaba el 23 de setiembre, cuando de nuevo una
multitud se reuni en la Plaza de Mayo, ahora para escuchar al general Eduardo Lonardi,
presidente provisional de la Repblica Argentina.
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Catalina Smulovitz. La Eficacia como Crtica y Utopa. Notas Sobre la Cada de Illia.
Desarrollo Econmico Vol. 33 N 131. 1993.
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LA EFICACIA COMO CRITICA Y UTOPIA.
NOTAS SOBRE LA CAIDA DE ILLIA
CATALINA SMULOVITZ
1. Introduccin
Es un lugar comn entre las interpretaciones
1
que explican la cada
del gobierno de Illia atribuir su colapso a su escasa legitimidad. Sin
embargo, y en tanto dicha caracterstica lo marc desde el inicio
2
,
cabe preguntarse por qu no cay antes o cmo logr sobrevivir tres
aos. A diferencia de lo que se sostiene habitualmente, el anlisis
comparado muestra que la ilegitimidad de un rgimen no es cause
suficiente para provocar su colapso. Es ms, algunos autores
3
han
sealado que slo cuando la ilegitimidad se combina con la presencia