El Secreto de Los Cielos - Diego Lopez PDF

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EL SECRETO DE LOS CIELOS

Los brujos han vuelto, y con ellos la crueldad de su magia. No hay reino capaz de enfrentarse a sus dragones y a su vasto poder. Se necesita
una alianza, pero una mano negra parece evitarla instigando guerras y acabando con los mejores lderes. Mientras, los brujos no se conforman
con la conquista. Por qu exterminan? Slo el Divino lo sabe, aunque en Los Cielos nada parece importar. Por qu existe la muerte? Por qu
el dolor? Cul es la esencia del alma y de la magia? Las respuestas las hallar un joven al perseguir a su hechicera ms all de donde nadie
habra podido. Entonces descubrir el secreto de los dioses, y por qu un ngel tuvo que convertirse en el demonio ms abyecto. l deber
enfrentarse a la misma eleccin, y de ella depender el futuro de la humanidad.




2008, Lpez Garca, Diego A.
2013, LULU
ISBN: 9781291411621
Generado con: QualityEbook v0.64
PREFACIO

Sonte, aferrando el talismn, corra desesperado. Odiaba la tnica. Le entorpeca. Los hbitos de su Orden no estaban pensados para huir. Para qu iba a necesitar
un kainum escapar? Aunque podra ser peor. Podran haber sido blancos, y reflejar la luz de aquella luna llena. Seguira vivo de ser as? Lo dudaba. No obstante, el
carmes oscuro no era suficiente. Sus enemigos parecan capaces de seguirlo aunque se hubiera vuelto transparente. Ojal conociera tal poder, pero en ninguno de los
libros del monasterio figuraba.
El sudor amenazaba inundar en cualquier momento los ojos. Las gotas apenas eran desviadas por las cejas para morir en la barba. No perdi un instante en secarlas.
Toda su atencin estaba en aquella carrera, en no detenerse, en elegir la ruta ms impredecible, en no dejar rastro. Por eso tard en darse de cuenta del repentino silencio.
Durante toda la noche haba odo grillos, salpicados con el ulular de bhos y de otros sonidos. Sin embargo ahora slo poda escuchar su propio jadeo. Dnde se
haba metido? Nunca haba visto aquellos ptalos nacarados que alfombraban el suelo. A su alrededor, una espesura inmvil y estruendosamente muda pareca
observarlo. Se detuvo y aguant la respiracin. Entonces capt un rumor. Era apenas un susurro, parecido al repiqueteo de arena sobre huesos, que llegaba desde todas
direcciones. Inaudible si no fuera por aquel sobrenatural silencio.
Un relmpago helado le recorri el cuerpo al reconocer las hojas. El repiqueteo le evoc patitas verdes y angulosas, vientres hinchados y de vivos colores, aguijones
ponzoosos. No poda respirar pensando en sus dueas. Eran las ms rpidas, venenosas, las primeras en acudir, pero no las peores criaturas de aquel infierno vegetal.
Ya llegaban.
No poda huir por all si quera sobrevivir. Pero volver, perder el terreno ganado, acercarse a ellos Contuvo un gemido de angustia. Y si an pudiera? Cerr
los ojos y trat de serenarse, ignorar el dolor de sus piernas y de su pecho, relegar su respiracin convulsa a un rincn de su mente y sumergirse en s mismo. Su aura se
expandi, super la frontera de su cuerpo y percibi el mundo con otros sentidos. Alz el pie derecho, empuj hacia abajo y su cuerpo se elev en el aire. Quiso
repetirlo con el izquierdo. Trastabill. Frunci los prpados y recuper el equilibrio. Subi otro palmo, y otro. Cuando estuvo a una vara del suelo, una suave rfaga de
aire fro bast para deshacer la concentracin. Cay de bruces.
Maldito sea el Divino! Y malditos seis todos los dioses! Ya me habis quitado a mis hermanos. Qu ms queris?
Contuvo un grito. Aporre el suelo con ambos puos y el talismn se le escap entre reflejos de plata. Lo recogi y lo limpi con una manga. Ninguna gema
faltaba. No tena daos. En realidad no poda destruirlo. Ojal, sa sera la solucin. Sbitamente gir la vista a la izquierda. Se haba movido aquella rama? Trag saliva.
Tena que salir de all de inmediato.
Y si arrojaba el talismn en aquella selva letal? Cuntos hombres moriran buscndolo? Muchos sin duda, pero al final lo rescataran. Despus de tantas vidas
sacrificadas no poda conformarse con eso. No. Tena que cumplir su misin.
Sinti un pellizco leve en la rodilla. Vio un bulto. Se le escap un grito al reconocer la criatura intentando perforar la tela. De un manotazo se la quit y frentico
alz la tnica para examinar la piel. No se vea herida ni senta dolor, pero no estaba seguro de que no le hubiera picado. Saba que el veneno de aquellas araas vegetales
superaba al de todas las especies. As que perdi preciosos segundos en apretar pliegues de su piel buscando un diminuto punto rojo. Si exista tena que hallarlo y
hacer brotar la sangre contaminada antes de que fuera demasiado tarde.
Algo cay sobre su capucho, correte hasta el borde y se arroj prendido de un hilo. Las patitas se retorcieron delante de sus ojos balancendose y pugnando por
alcanzar su cara. Sinti tres golpes ms sobre la espalda, y las sombras del suelo llovieron hacia l.
Se quit el capucho y se fustig con l la espalda mientras retroceda brincando enloquecido. Sigui sacudindose incluso cuando ya no quedaba nada sobre l,
seguro de tener arcnidos donde no llegaban sus ojos. Al salir del bosque rod sobre la tierra. Se restreg cuanto pudo la espalda y escrut sus hbitos. Apenas estaba
satisfecho cuando un cuerno son, no muy lejos. No oy los gritos pero los imagin, y tambin los dedos de los jinetes sealndole. As que volvi a los troncos,
arriesgndose otra vez en el bosque.
Sonte corri por aquella frontera entre la vida y la muerte. A la derecha jara y retama, ladridos crecientes, llamas horizontales brotando de teas altas sobre el
tumulto de la caballera. A la izquierda el bosque animado, tumba de sonidos, una tupida masa forestal que emerga de la tierra enmaraada como agujas de espino. El
nico lugar del mundo donde ninguna fauna sobreviva.
Se detuvo un instante completamente exhausto, y jade apoyndose en las rodillas. Su colgante se desliz, bambolendose a la luz de la luna. Ocult los destellos
agarrndolo. Antes, jams haba imaginado una situacin en la que necesitara taparlo. Ni siquiera cuando le encomendaron la misin.
Guardad con vuestra vida el lumen haba dicho el Decano, pues pone el poder de un dios en manos de su portador.
No saba hasta qu punto aquello era cierto. Haba odo rumores. Todos demasiado fantsticos. La primera vez que lo tuvo en la mano sinti la tentacin de
explorarlo con su aura pero se contuvo.
Miedo de ser un dios, Sonte? haba dicho su compaero con una media sonrisa. Una que ya no volvera a ver.
Quin, medianamente sabio, no lo tendra?
Lo dices por el poder.
Lo digo por la responsabilidad.
S, tienes razn. Yo tampoco quisiera ser responsable de cosas tan horribles como el dolor.
Yo no he dicho eso.
Ya, pero todo hombre Cmo has dicho? Ah s!, todo hombre medianamente sabio se hace ese tipo de preguntas. Qu secreto habr tras el dolor? Por qu el
Divino permite el sufrimiento?
A lo mejor el lumen puede darnos la respuesta.
No, no. Ese talismn no llega a tanto nuevamente la media sonrisa.
T lo has probado!
No he podido resistirme. Pero ha sido una decepcin. No pude hacer nada.
Por qu?
Porque se necesitan a varios para usarlo. En lo dems parece igual que los otros talismanes. S, quizs controle ms energa, pero ya est.
Ya deca yo que el Decano exageraba.
S, pero no menta. Ese lumen tiene algo raro.
El qu?
No parece haber lmite en esa energa que es capaz de controlar.
Sin lmite? Puede que Dogantes sea un genio, y que haya construido un talismn estupendo. Pero sin lmite?
Su compaero se haba encogido de hombros. Sin lmite. El poder de un Dios en manos de su portador. Cunto tiempo dedicaste a considerar el peligro que
traas a este mundo, Dogantes? Por qu no te guardaste tu genialidad por una vez?
Se incorpor y continu la huda. Dese una pizca de todo ese poder para volver a volar. Sin embargo ya slo le quedaban sus piernas. Una rama pelada con siete
dedos largos como brazos se abalanz sobre su cuello. Trat de esquivarla arrojndose al suelo, pero no logr ser tan rpido. Sinti la caricia de aquella madera asesina,
la presin sobre su cabeza y al final, el raspado del capucho al serle arrancado. Corri con la angustia escapando en dbiles gemidos al comps de su aliento. No volvi
la vista. No se atreva. Esa vez le haba salvado una prenda. Dudaba de sobrevivir a la prxima.
Sus doloridos pies saltaron de piedra en mata. Devor el aire sin saciar sus pulmones. Degluti polvo a travs de una garganta seca. Mir arriba y dese que aquella
luna se velara, desaparecer entre las sombras, eludir el cerco y al final, obtener las respuestas que aquella maana nadie haba sabido darle.
Lo que no entiendo es qu hacemos tantos aqu. Somos diez kaiyas de guardia cada ocho horas. Por el Divino! Seguro que no han olvidado a ninguno en todo el
ducado?
El talismn lo merece, Sonte. Ya oste al Decano.
No digo que no. Pero quin iba a robarlo?
No lo s. Cualquier loco que sepa algo de magia.
Cualquiera no. No vale un taumaturgo de academia. Ni tampoco una hechicera de aldea. Tendra que ser un kainum. Nadie ms que nosotros sabe utilizar un
talismn. Bueno, en realidad nadie aparte de nosotros domina la magia en serio.
No. Eso no. Un hermano nunca, jams lo hara. Yo no imagino ninguna razn capaz de llevar a uno de nosotros a la traicin.
Pues eso digo yo. Quin?
Nadie le haba respondido, y an se haca la pregunta.
Oy los ladridos ms cerca. No perdi tiempo en localizarlos. Dedic todas sus energas a la carrera. Deposit su esperanza en el tolmo al que se diriga. Qu
habra a la vuelta? Una granja? Un caballo quizs? Con un caballo podra escapar. Escapar?! An le costaba aceptar aquella situacin. Ellos no huan, sino que
eran temidos. No haba ser humano ms poderoso que un kaiya, un kainum guerrero, la lite de la Orden. Era impensable atacar a uno, cmo enfrentar a diez? Quin lo
hara?
Sonte no lo haba visto. No pudo verlo. Ni muchos de los compaeros que murieron aquella noche. Slo sinti su aura, neutra, vaca, sin un pice del odio que
necesita un ser humano para matar. Un demonio? No supo que pudieran existir hasta aquella noche. Surgi de las sombras como un espectro de pesadilla. Fue directo a
por el lumen, sin vacilar, sin esquivar nada ni a nadie. No lo necesitaba. La primera vctima percibi una daga, y nada ms. Atraves su campo ureo y su carne a una
velocidad imposible. La segunda tampoco lleg a dar la alarma. No hizo falta. La ausencia de sus auras estall como una bofetada en las de todos. Reaccionaron con
lgica marcial. Sonte cogi el lumen. Se lanz al cielo propulsado por la fuerza de sus compaeros. Con vertiginosa celeridad atraves nubes, montaas y valles. El aire
se torn vendaval impidindole guiarse con precisin, pero estaba acostumbrado. Bajo l vio catervas de jinetes lanzarse en su persecucin por tierra. Con pavorosa
frecuencia sinti la prdida de potencia motriz en escalones bruscos. Eso slo poda significar que uno a uno sus compaeros se estaban sacrificando. Estaban muriendo
por la misin. Por qu no l? Por qu le tuvo que tocar a l huir con aquella cosa?, se preguntaba mientras apretaba los dientes hasta doler. Con lgrimas en los ojos
continu a pi cuando el ltimo de ellos dej de prestarle su fuerza. Sus rostros llenaron su mente hasta casi detenerla. Pero era un kaiya, un soldado, y se sobrepuso.
Us sus recursos mgicos hasta agotarlos. Despus corri, se top con aquel bosque letal, y ahora trataba de bordearlo.
Alcanz el tolmo, y atisb rogndole al Divino por un caballo. No encontr uno, sino cientos, con sus jinetes armados y sus llamas deshacindose en renglones que
alumbraban su desgracia. Acababan de cerrar el cerco. Adivin que su captura slo era cuestin de tiempo.
Mir el lumen y lo apret con fuerza desmedida. Para qu tanto sacrificio intil? Para qu tanta sangre desperdiciada? Acaso no haba nada que l pudiera
hacer? Nada?
Entre el lodo de la desesperacin una idea se arrastr, aterradora, pero la nica opcin de cumplir su objetivo. En ningn momento consider entregarse, aunque
quizs eso pudiera salvar su vida. Volvi la espalda a esa posibilidad y se intern en el bosque.
Rumor de arena sobre huesos. Tena que apresurarse si quera ejecutar su plan. Se tendi en la tierra y con las ltimas energas expandi su aura. Debajo sinti la
tierra: arena y piedras, agua, vida pequea, presin creciente al descender, la alquimia del nitrgeno quemndose y fluyendo, vibraciones tan lentas que nadie oye pero
llenas de fuerza, y otras sensaciones que era incapaz de comprender. Arriba el aire: humedad, polvo, briznas de vida aletargada colgando en la nada, luz invisible
robando calor hacia el cielo, flujos, friccin y muchas cosas ms. Sigui ampliando su esfera astral y detect miradas de criaturas corriendo a su encuentro. Percibi su
deseo, ntido y salvaje, de eliminar al intruso, de acabar con l.
Ya llegaban.
La angustia amenaz su concentracin. Involuntariamente el aura se repleg. Ech mano de todo su valor para dominarla. Con gran esfuerzo, la esfera astral volvi
a crecer. Abarc rboles y ms rboles hasta dar con uno que se mova. Tena un aura inslita, no posea una frontera definida como la de las personas, sino dispersa,
conectada a todo lo que la rodeaba. No obstante su densidad prometa la inteligencia que buscaba. Abri su mente a ese ser y le entreg su memoria. En ella se vea el
talismn y cmo poda ser usado. Imgenes de aquel bosque devastado en segundos merced al lumen pasaron de una mente humana a otra vegetal. En ese instante el
suelo se abri y una garra formada con races nudosas arrebat el objeto de las manos del kaiya, llevndolo a las profundidades de la tierra.
Sonte se incorpor y se qued sentado. Las copas lloraban ptalos grises que alfombraban el suelo. A la luz de la Luna parecan una lpida interminable. De vez en
cuando una suave brisa los levantaba en remolinos de ceniza que se elevaban ms y ms hasta escapar en el cielo. Su mirada se qued prendida en ellos, libres entre las
estrellas.
Y si corra de nuevo? Y si trataba de volar como antes? Y si?
Las criaturas bajaban en enjambres, como gotas de cera verde resbalando por troncos de mrmol. En lugar de huir, con las manos temblando se arremang,
descubriendo la piel de sus brazos y piernas.
No malgast un segundo en preguntarse quin podra haberles atacado, qu poderosa magia haba usado y cmo haba logrado contar con todo un ejrcito. En lugar
de eso evoc los momentos felices, las emociones vividas, los ratos compartidos con sus compaeros. Al menos se aferr a ellos cuanto pudo, tratando de evitar que las
oleadas de terror lo engulleran. Fue intil cuando, al fin, un mar de araas lo sepult.
CAPTULO I

Los pantanos negros

El rey Orm dixo: Id tmaros mos, e aniquilallos. Que non quede nadi con vida. E quien temeroso del Divino non quisiere tomallas, faced cuentas de que non estaris matando mugieres o nios, sino
bestias. Pues baxo la piel de hommes que han los luos, se asconde un alma ms negra e impa que la dellos kainum.
Crnicas de la Guerra Scula, 398 A.D. ( Annus Divinitum)
(Ao del Divino 1022)
El general detuvo su caballo junto al del prncipe. De los belfos cay una nube de espuma para posarse sobre una mata de romero; en cambio, el garan bayo del
prncipe ni siquiera sudaba. Pareca contagiado del estado de nimo de su jinete, inmvil, ajeno al bullicio de los insectos que despertaba por las suaves temperaturas
previas al ocaso.
Mi seor, no parecis contento. No estis satisfecho con los ejercicios?
Al contrario. Los soldados han trabajado bien. Estas nuevas tcticas parecen prometedoras. Espero que funcionen aun mejor contra esos malditos luos.
Yo tambin lo creo. Entonces?
El prncipe suspir, dudando en responder. Le pareca impropio desahogarse con aquel hombre, o con cualquier otro. Sin embargo lo necesitaba.
No dejo de pensar en mi padre. Vos lo conocis de hace tiempo, Alsagui. Veis normal esa actitud?
No, no es normal en su Majestad. Aunque hay que comprenderlo. Tamaria ha crecido estos ltimos aos gracias a su esfuerzo. Pero llega un momento en el que a
todos los reyes les pesan sus coronas.
Benetas lleva el mismo tiempo que l y no le ocurre lo mismo.
Benetas gobierna, pero no tiene la responsabilidad.
Oficialmente. En realidad mi padre ha compartido con Benetas todo. Compartido. Ahora ha delegado completamente. No parece importarle nada que est ms all
de su palacio.
Dadle tiempo, mi seor. Quizs sea algo pasajero. Adems, no podis hacer nada ms que lo que hicisteis.
Os refers a la discusin verdad? No estoy orgulloso de ello. S que sufre cuando me enfrento y no estoy seguro de que consiga nada.
Siempre habis tenido un genio vivo.
Lo s. Y es mi peor defecto. Ojal tuviera vuestra calma, Alsagui.
A veces ese genio puede ser til. Todo es dominarlo y soltarlo slo cuando conviene.
De momento ese genio me ha enviado aqu. La nica forma que tengo de dominarlo es alejndome de mi padre por un tiempo.
Pues s que os habis alejado.
Lintor sonri ante la puntualizacin. Efectivamente estaban en uno de los confines de Tamaria, en la frontera noroeste del reino, a ms de veinte jornadas de la
capital. El prncipe mir al norte con aprensin. Un bosque de manglares se eriga como una muralla. Bajo sus copas, un ejrcito de sombras acechaba. Nada pareca
moverse all. Ni siquiera las caticas motitas que revoloteaban sobre el herbazal osaban acercarse a aquella oscuridad ominosa.
Los Pantanos Negros dijo Alsagui siguiendo su mirada. Hace muchos aos un general decidi atravesar ese infierno verde. Esperaba sorprender a los luos. No
slo no consigui pasar, sino que adems perdi un tercio del ejrcito. Unos devorados por depredadores, otros entre convulsiones por las plantas venenosas. Desde
entonces los pantanos se consideran la frontera ms segura ante esos odiosos luos.
Lo s, Alsagui. Lo estudi en la escuela de oficiales. Creis que ah dentro habr bosques animados?
Quizs. Nadie ha salido de ah para contarlo. Pero no me extraara. Las leyendas as lo afirman.
Las leyendas tambin dicen que est plagado de criaturas de las guerras arcanas. Y dudo mucho que esas bestias fantsticas estn danzando por ah.
Temo contrariarle mi prncipe, pero hace un siglo s que danzaban. Mi abuelo sobrevivi a aquella expedicin para poder contarlo.
Vuestro abuelo estuvo all! Y qu deca?
Nada agradable, mi seor y se qued callado, con una mirada aprensiva dirigida a los pantanos.
El sol se perda tras las montaas, y aunque el cielo de cobre an resplandeca, las sombras se precipitaban desde los manglares devorando la llanura.
Estoy seguro de que mis odos podrn soportarlo.
El general pareci evaluarlo con la mirada. Luego suspir y dijo:
Est bien. Mi abuelo me habl, entre otros horrores, de esos monstruos verdes. Se parecan a los monos, y eran tan astutos como los lobos, aunque mucho ms
voraces.
Mi abuelo me cont que una vez encontraron un rbol de espino ennegrecido de sangre, y ensartados en l, varios animales. Dos de ellos eran de su misma
especie. A uno, una cra pequea, le faltaban todas las extremidades, y al otro slo un par. Ambos respiraban.
Dices que respiraban? Alsagui asinti. Cmo es posible?
Se ve que aquellas bestias haban aprendido a devorar manteniendo vivas a las presas el mximo tiempo posible. Aquel rbol era su despensa. El suelo estaba
cubierto de huesos; algunos, humanos.
Y cmo es que un ejrcito disciplinado no pudo enfrentarse a eso?
l deca que eran muy rpidas e imprevisibles, mi seor. Pero lo peor de los pantanos no eran las criaturas conocidas, sino las desconocidas. Sus compaeros
desaparecan en el tiempo de apartar la vista. Moran sin gritar, sin un ruido. Slo encontraban de ellos restos de ropa ensangrentada y nunca daban con la causa.
Marchaban por aquel infierno fangoso sin saber si seran los siguientes, conscientes de que no les valdran ni sus armas ni su valor, slo la suerte.
Ojal algn da se lleguen a conocer a fondo esos pantanos y sus criaturas. Descubrirlos sera toda una hazaa. No creis?
Sin duda. Aunque por ahora a m me basta con saber que de ah no saldr nunca un ejrcito luo.
Por eso elegisteis este lugar?
S. No se me ocurre otro ms idneo para ensayar nuevas tcticas militares. Sin embargo nunca se est libre de los espas. Me irritara bastante que esos luos nos
descubrieran.
Vos irritado, mi general? Me cuesta imaginarlo. Nada parece perturbaros jams.
Las espadas de Lucinia se llevaron a mi to y a mi hermano.
Vos tambin? Creo que soy de los pocos tmaros que no tiene conocidos asesinados por luos, y aun as no hay ser que desprecie ni odie ms en este mundo.
Muchas veces me planteo si este sentimiento aprendido es correcto.
Correcto? Mi seor, he combatido con ellos y he visto lo que hacen. Creedme, es ms que correcto.
Quizs. Pero no hay honor en el odio.
Honor? Permitidme mi prncipe: el honor no tiene sitio en la guerra de hoy. Hace siglos que el resultado de una batalla no se resuelve con un combate singular,
como hacan nuestros ancestros. Antes bastaba esgrimir la espada del vencido ante su ejrcito para que ste se sometiese al vencedor. Hoy sera impensable. Ya no hay
honor
Alsagui! Lo habis visto?
Qu, mi prncipe?
Ese destello! All bajo los manglares!
Lintor hizo avanzar su caballo intentando escrutar las sombras.
Un destello? Imposible, se acaba de poner el sol.
El bayo sigui avanzando.
Mi seor, no continuis, os lo ruego. Enviaremos exploradores.
El garan se puso al trote. El prncipe tir de las riendas. Sorprendido, se qued con ellas en la mano; los cabos colgaban recin cortados. Las preguntas se
sucedieron en su mente sin respuesta, pero las detuvo todas para concentrarse en su montura. Apret una pierna contra el costado del animal intentando que girase. El
caballo ignor la seal e inici el galope.
Saltad, Lintor! Saltad! grit Alsagui.
Ya era tarde. Tan rpido como iban, lo ms probable era que se rompiera el cuello. As que hizo todo lo contrario. Se aferr a la silla mientras rezaba por que
aquella carrera no tuviera un final siniestro. Su montura se intern en aquel laberinto sepulcral como si lo hubiera recorrido cien veces. Resultaba increble que no se
hubieran estrellado ya. En vez de eso giraba aqu y all, encontrando siempre espacio por el que continuar. Cuanto ms se adentraban, ms se angustiaba el prncipe
recordando lo que saba de aquel lugar. Cuando el animal tropez desplomndose sobre las races, la hinchazn de sus patas revelaba el efecto de las zarzas venenosas.
Mientras el caballo se debata entre estertores, el prncipe recuper su espada y se lanz a correr por donde haba venido, presintiendo que ya era demasiado tarde.
No bien hubo avanzado unos pasos cuando percibi movimiento a los flancos. Una emboscada? A toda velocidad cambi de direccin y corri rodeando la
trampa. Pero cada vez que intentaba dirigirse a la salida, un par de chillidos o la visin de aquellas criaturas saltando entre las copas de los rboles le indicaban que era
un suicidio. Los depredadores intentaban rodearle y l luchaba constantemente por romper el cerco.
El desesperado relinchar de su caballo le sobrecogi. Su baladro an llenaba la noche cuando las criaturas ya devoraban sus pulmones.
Pronto tendra que parar y hacerles frente, lo saba. Necesitaba un lugar para hacerlo, donde no pudieran rodearle. Y lo encontr. Una plataforma rocosa, casi
exenta de vegetacin, que se plegaba para subir en una pared interminable. Aquellas criaturas se lanzaron a cerrarle el paso. La primera en atacar encontr el acero de
milagro. Lintor se asombr de su suerte. Sus reflejos supieron girar la hoja cercenando la monstruosa cabeza sin dejar de correr. La segunda tampoco consigui pararlo.
Esta vez estaba ms preparado y previno el salto del animal esquivndolo. Ahora las bestias no se ocultaban, corran directamente a por l. Lintor tajaba a diestro y
siniestro, fintaba y giraba constantemente encontrndose, siempre que se detena demasiado, un ataque a su espalda.
Milagrosamente logr alcanzar la roca. Los rboles la rodeaban en un permetro semicircular. Manchas de sangre verdosa empapaban sus ropas. Lintor rez para
que no fuera txica. Las criaturas parecan estar reorganizndose, las vea rebullir entre el follaje sin atreverse a escalar la piedra. l las esperaba, de espaldas a la pared,
con un pual en la izquierda, la espada en la derecha y los dientes apretados.
Entonces, como en una pesadilla, en vez de las esperadas criaturas, otro ser acudi a la cita. Cuando la figura de un soldado luo subi a aquella roca, Lintor no
pudo ver que tambin estaba impregnado de sangre verde, que tambin miraba de soslayo a las criaturas y que tambin jadeaba como l. Slo entenda una conspiracin
contra su vida que iba a rematar aquel brbaro de Lucinia. No pens en nada ms. Alz su espada y con un grito se arroj a la carrera contra el luo.
Dos torrentes de furia se precipitaron entre s. Las espadas subieron y bajaron con terrible potencia para ser desviadas y respondidas con igual mpetu. Ninguna de
las tcnicas clsicas lograba herir al contrario. El prncipe ech mano de sus conocimientos mas avanzados. Sin embargo, por ms difcil o inslita que fuera la argucia, la
defensa lograba superarla.
Mientras, en los lindes de la plataforma, las criaturas vacilaban. Persiguiendo a cada guerrero, dos manadas haban confluido al lugar. Ahora se acechaban unas a
otras disputndose la caza.
Poco a poco el agotamiento se apoder de los guerreros. Por un instante detuvieron la lucha manteniendo la guardia mientras jadeaban. Se estudiaron mutuamente,
ajenos a la lluvia que acababa de comenzar. El agua recorri sus uniformes, formando regueros de sangre roja y verde, mezclndolos en charcos a los pies. El cansancio
haba drenado el odio para dejar algo de espacio a la razn. Por primera vez Lintor pens que quizs aquello no era una trampa del enemigo. Al menos no de este viejo
enemigo. Tambin se percat de la situacin entre sus depredadores.
Parece que te defiendes medio bien para ser un perro soldado luo dijo mientras trataba de contener sus jadeos. No poda permitirse traslucir un pice de
debilidad. Este contrincante estaba a su altura, y esto no era en absoluto frecuente.
T eres oficial verdad?, si no fuera as no me habras durado ni medio minuto contest su oponente en una forzada voz ronca y susurrada.
Y t qu? Tu uniforme tampoco es el de un soldado raso una furtiva mirada a las criaturas le advirti que no quedaba tiempo. Te propongo un trato entre
oficiales: colaboramos para salir de este infierno y liquidamos este combate en cuanto salgamos de los pantanos.
Un trato? Con un tmaro?, solt con sorna. Los tmaros no sabis qu es el honor, y t pretendes que me fe de ti?
Yo tampoco confo en ti. Pero si no aprovechamos la lucha entre esos demonios verdes ninguno de los dos saldr vivo. Eso seguro.
Un leve asentimiento los puso rpidamente manos a la obra. Lintor decidi arriesgarse el primero. Con las armas en guardia gir para dar la espalda a su
contendiente. ste envain su espada y se lanz a escalar el frontal de piedra.
Las criaturas se percataron de que las presas intentaban escapar. Pronto, miembros de ambas manadas se lanzaron en fulminantes saltos hacia sus vctimas. Lintor
verti sus reservas. Movindose sin parar esquivaba mientras acuchillaba con acierto. Los cadveres de las criaturas empezaron a amontonarse, y sus fuerzas a
extinguirse. No vea la ocasin de darles la espalda y escapar. Entonces una piedra rebot unos pasos frente a l. Las criaturas se replegaron indecisas. Lintor no dud y
con la espada en los dientes salt a la pared rocosa. Clavando el pual en las grietas subi con presteza. No pudo evitar mirar hacia atrs un par de veces, en ambas
crey ver una fiera cernirse sobre l, pero en sendas ocasiones un proyectil las fulmin antes de alcanzarle. Al llegar a la cima del talud, la figura lua le esperaba
haciendo girar una honda. Por un instante crey que estaba destinada a l pero al ver cmo lanzaba tras su espalda comprendi que era su salvadora cobertura.
Horas despus, la luz de la hoguera haca bailar los rasgos de los guerreros. La roca parpadeaba a su alrededor en tonos ocres. Un casco invertido reposaba sobre la
retama que crepitaba, y en su interior el caldo burbujeaba con un aroma apetitoso. Era el primer momento de paz en un da al que ninguno de los dos esperaba
sobrevivir. A Lintor se le antojaba aquella cueva diminuta, asfixiante, a pesar de que entre ambos guerreros mediaran ms de cinco pasos. Llevaban una hora en silencio,
y no saba si darle las gracias o desenvainar y acabar de una vez. Necesitaba respuestas.
Mi nombre es Lintor y el tuyo?
Raimano.
Cmo acabaste en los pantanos?
La figura embozada pareci concentrarse en las llamas. Tras una pausa respondi con su voz ronca.
Es muy raro, no estoy seguro. Todo empez con una trampa. Alguien me colg un delito que no comet. Me persiguieron hasta los pantanos. Me di cuenta de
que mi nica salida, si es que se la poda llamar as, era meterme donde slo un loco se atrevera. Y eso hice. Y t?
Tambin mi caso es inslito. Mi garan, al que confiara mi vida, se desboc y se lanz directamente hacia aqu. Muchas veces he estado en situaciones de
peligro y siempre me haba respondido como si fuera mis propios pies. Sin embargo en sta no me obedeci. Pareca embrujado!
Lintor volvi a despertar ese complejo racimo de pensamientos sin solucin. Demasiada casualidad. Daba la impresin de haber una mano negra tras todo, pero,
cmo se puede dirigir la carrera de un caballo desbocado?
Lo mismo me pasa a m. S que hay otros oficiales a los que estorbo, y les vendra muy bien quitarme de en medio. Pero para obligarme a entrar en este infierno,
hace falta, adems de un buen plan, una suerte increble.
Que estorbas a otros oficiales? Eso no es nada extrao.
Y t que sabes?
Lo que todo el mundo. Que sois brbaros. Slo a unos brbaros se les ocurrira inventar un sistema de ascenso por duelos. Por el Divino! Basta con retar a un
oficial para quitarle el puesto. Viendo como luchas me imagino que estorbas a la mayora.
No tienes ni idea.
Me vas a decir que es mentira?
No son duelos. Son combates de uno contra varios. Tantos ms cuanto mayor sea el grado que se reta. Y no es la forma normal de ascender.
Pero en lo dems no me equivoco. Y eso no es de brbaros?
No esperars que te responda.
Y luego est lo de la sucesin. Es verdad lo que dicen de vuestra dinasta real?
Si te refieres a que el prncipe es educado fuera de la corte, s. As es.
Fuera de la corte? Segn dicen, en los peores antros de vuestro reino!
Y qu mejor lugar se te ocurre a ti? Dnde se puede hacer un carcter ms fuerte y ms justo? dijo en su voz susurrante, sin alterarse para responder a la
pasin de Lintor.
Para gobernar no vale la cabeza de un campesino, sino la educacin orientada desde el principio a tal fin. Realmente sois brbaros!
No habis tenido tiranos?
Por supuesto. Pero eso es producto de la naturaleza humana. No se puede evitar.
Si hubierais tenido nuestra historia, seguro que habrais acabado con un mtodo como el nuestro.
Tamaria tambin ha sufrido guerras civiles como la vuestra.
No. La nuestra no fue una guerra cualquiera. La ruina fue tan horrible que nadie aguantaba volver a ser sbdito de nadie.
Entonces, cmo es que ahora aceptis a un rey?
Despus de la guerra el reino era un caos. Los pocos nobles que quedaron se unieron. Ninguno quera otra dinasta que pudiera provocar otro desastre como aqul.
Se decidi que el heredero fuera criado en la regin ms dura del reino, que compartiera con sus vasallos sus penas para as combatirlas y no menospreciarlas.
De qu forma?
Ya lo he dicho. Llevando al futuro rey a ese sitio.
Obviamente. Pero y el padre? Ya no podra ver nunca ms a su hijo?
Si el rey no quiere perderlo puede abdicar en otro que est dispuesto.
Y la seguridad?
El heredero, con un ao de edad, es marcado y sacado del palacio real a un destino secreto. Hasta que no cumpla la edad y se presente en palacio mostrando su
marca, nadie sabr dnde est. Ah tienes la seguridad.
De todas formas ese prncipe necesitar una formacin que es imposible conseguir en una aldea.
Sus padres adoptivos y sus tutores se escogen con cuidado y se les da lo necesario para pasar por herreros, panaderos lo que sea. Durante los primeros aos
todos compartirn con sus vecinos la miseria de una de las aldeas ms pobres del pas. Sin embargo, tendr la educacin necesaria para gobernar.
Eso es del todo insuficiente.
S? Pues as funciona Lucinia desde hace generaciones, y no ha dejado de crecer hasta su esplendor actual. Qu mejor prueba de que el mtodo es bueno?
Esplendor? Ja!
Dime, en los ltimos cien aos cunto territorio habis perdido?
Te refieres a las estriles montaitas arrancadas a base del genocidio de las aldeas que las poblaban?, son esas?
Genocidio de aldeas? los ojos se entrecerraron amenazadores. Ya habis olvidado la masacre de Gabala? Las aldeas montaesas de las que hablas eran refugios
de bandidos armados por vosotros que mataban a todo el que podan emboscar. No les importaba si eran soldados o campesinos. Yo me cri all, y puedo atestiguarlo.
Ambos estuvieron discutiendo horas. Si antes haban puesto el cuerpo al servicio del combate, ahora lo hacan en la conversacin. Descubrieron que posiblemente
los rumores exageraban. El odio que los enfrentaba era el heredado por esa distorsin de la realidad. A ambos les sorprendi algo que reluca soterrado en la discusin,
sus valores eran increblemente parecidos. Sus sentidos del honor y la justicia presidan sus argumentos con igual protagonismo. Un cerebro fro habra derribado
muchos prejuicios esa noche. Pero all haba ms bien dos corazones airados. Al final de la noche sus pensamientos se dirigieron al duelo. Cada finta, cada respuesta, los
momentos en que se sac ventaja, todo era analizado para la ocasin en que sus espadas volvieran a cruzarse. Curiosamente ninguno temi la traicin del otro.
A la maana siguiente apenas se dirigieron la palabra. El desdn con que queran vestir sus gestos defini el ambiente. Tras analizar la situacin llegaron a un
consenso: deban atravesar los pantanos usando las colinas como eslabones de su travesa. Fuera de la humedad y del denso follaje de los pantanos, las criaturas no se
aventuraban. Adems era fcil encontrar refugio entre las rocas y defenderse. Desde las cimas podan trazar el camino. Lo difcil era atravesarlo. En la pasada ocasin
haban tenido mucha suerte. Lintor tuvo a su propio caballo como distraccin y ms tarde la curiosa coincidencia de dos manadas en territorio de la menos numerosa.
Pero, qu pasara si tuvieran que vrselas con una manada completa?
Se impregnaron y camuflaron con las hierbas ms olorosas que encontraron y, haciendo acopio de valor, se internaron en el bosque de sombras. Espalda contra
espalda y en silencio avanzaron. Un ruido los alert y se agazaparon.
Entre la maleza distinguieron una especie de tapir cubierto de de escamas. Cuando el animal se mova, las grietas entre stas se hacan ms anchas. Lintor ya estaba
pensando en cmo aprovecharlo para conseguir el almuerzo cuando vieron moverse a un rbol. Fue muy lento al principio. Despus unos pequeos dardos se
dispararon contra el mamfero que cay fulminado. El rbol revel entonces su verdadera naturaleza. Pausadamente su tosco cuerpo fue segmentndose y descubriendo
patas y cabeza. Su grotesca figura recordaba a una mantis inmensa. Se dirigi hacia su vctima. El cerdo mova los ojos a todas partes y segua respirando, pero no
pareca capaz de mover nada ms. Lintor trag saliva mientras contemplaba a la criatura acercase con paso de caracol. Comenz a comer, sin matarlo primero. Quizs el
mismo veneno que provocaba la parlisis eliminase el dolor, o no. Lo que los ojos inquietos del pobre animal revelaban era su consciencia de que le estaban devorando
las entraas.
Qu ms los amenazaba sin que tuvieran la menor posibilidad de defensa?, se pregunt el prncipe. Un sbito golpe lo crisp. Un dardo acababa de chocar contra
su cota de malla. Mir sin ver nada ms que troncos. Cunto tardaran en descubrir las grietas de sus nuevas presas? Los ojos del tapir abiertos con desmesura no se
le iban de la cabeza.
Ambos se lanzaron a la carrera. Se protegieron con los brazos el rostro, sin apenas ver lo que tenan delante. Y por supuesto sin descubrir el sutil hilo de seda
atravesado entre dos rboles. A ese hilo se uni otro, y otro, hasta que en pocos segundos ambos guerreros se debatan suspendidos en capullos de tela de araa.
La espada de Lintor cay al suelo. Sus furiosos movimientos slo ayudaron a repartir el pegajoso fluido por todo su cuerpo. Sinti una presin creciente entorno a
s. La trampa empezaba a solidificar. La asfixia espole su mente buscando una salida. A travs de la turbia tela glauca vio las sombras de los arcnidos acercndose.
Busc su pual con los ltimos restos de fuerza que le quedaban. Al llegar a la empuadura un velo rojo en la vista anunci la prdida de conocimiento. Abri la boca y
aspir con fuerza, pero en vez de aire la seda le lleg hasta la garganta. Con las ltimas imgenes le llegaron las puntas peludas de unas patas que cogan su tumba blanca
y la gigantesca sombra de su duea. Sinti su cuerpo girar y la oscuridad crecer en tonos grises. Ms seda, pens mientras se ahogaba. Imagin al arcnido acabando
de envolver el capullo. Cunto tardara en secarse? Cunto hasta que las mandbulas perforaran la prisin e inyectaran sus jugos gstricos? Estara consciente cuando
los cidos comenzaran a licuar su cuerpo? La asfixia apag la duda.
Sus reflejos se explotaron al lmite cuando sinti la pegajosa seda a su alrededor. No pens. Slo actu. Guiada por sus aos de entrenamiento y su habilidad cort
patas, esquiv aguijones, desgarr vientres, evit trampas, e hiri todo lo que se puso al alcance de su espada. Cuando atraves aquella guarida de arcnidos, un reguero
de sangre negra y viscosa brillaba tras de s. Observ su armadura moteada de jugos violceos all donde haban intentado picarla. Resultaba increble que no hubieran
acertado en algn hueco donde slo haba tela. Se prometi que sacrificara un buey entero al Divino en seal de gratitud si lograba sobrevivir y llegar algn da a un
templo.
No obstante quedaban muchas criaturas vivas en aquel cubil, con sus pelos erizados, rezumando odio y hambre por sus ocho ojos saltones, dudando si perseguirla
o no. Ms all de ellas, el capullo de seda de Lintor se balanceaba.
No tena motivos para salvarlo. Era ms peligroso intentarlo que continuar sola. Sin duda era algo que estaba ms all de aquel pacto, por mucho honor que tuviera.
Bastaba mirar aquellas gotitas prpura sobre su armadura. Cada una de ellas, una apuesta con la Muerte. Seguro que estaba viva? No. Decididamente no tena motivos
para salvarlo.
Era todo un reino lo que tena que salvar, y a ella, la heredera al trono de Lucinia, se le estaba escapando. Deba llegar a la capital antes de que se agotara el plazo, o
de lo contrario la desgracia caera sobre su patria. No haba alternativas aceptables de transicin a ningn regente. De hecho, ella misma era una sucesora incierta. Si tena
suerte sera la primera reina. La ley no deca nada sobre el sexo del heredero, pero sus enemigos trataran de aprovecharse de ello. Lo saba.
Por eso haba utilizado ese disfraz masculino. Fue idea de sus padres adoptivos pasar por Raimano. Sus padres. Para Nadima eran, en todos los sentidos, sus
verdaderos padres. Result impactante conocer la verdad cuando se convirti en adulta. Record haber despreciado a su padre natural. Cmo se poda abandonar a una
hija? Por ms vueltas que le daba no lograba entenderlo. Quizs fuera el sentido del deber. Si as era, lo llevaba en la sangre. Sera sin duda el mismo sentido que la haba
empujado a realizar tantsimos sacrificios para reclamar el trono. No lo haca por ambicin. Detestaba el poder. Demasiado haba tragado como Nadima la plebeya,
como para ejercerlo. Le repugnaba en realidad. Era la gente, sus amigos, sus vecinos, la sencilla y humilde gente que la rodeaba la que la empujaba a reclamar sus
derechos.
Disfrazarse de hombre haba resultado sencillo. Saba aplicarse el sutil y escaso maquillaje sin necesidad de espejos. Lo difcil haba sido interpretar ese papel. Le
cost meses corregir sus gestos, disimular su voz clara y hablar a la vez con cierta naturalidad. Fue demasiado tiempo. Un tiempo del que ahora se arrepenta. Haba
dejado margen para llegar con seguridad a la ceremonia, pero no haba contado con que sus enemigos la identificaran y la obligaran a huir a los Pantanos. Y los
Pantanos, si no la mataban, le arrebataran el poco tiempo que le quedaba. Lo presenta.
Lo primero que percibi de l fue su mirada. Limpia, sincera. Unos hermosos ojos que deseaban sinceramente matarla. Su espada fue lo segundo que percibi. Y
entonces fue cuando se maldijo por no haber reparado en sus emblemas tmaros. Cmo no le haban saltado a la vista aquellos colores? Los mismos colores de los
asesinos de su pueblo. Cunto dese que no fuera tmaro!
Pero lo era. Y lucharon. Y luego pactaron. Y sin haberlo planeado se encontraba atravesando los pantanos espalda contra espalda. Jams haba estado tanto tiempo
tan cerca de un hombre. Y menos an de un enemigo. Pero su intuicin le deca que de ste se poda fiar. Aunque fue ms bien la pura y simple necesidad la que la
empuj a hacerlo. O eso crea. No saba bien si aquello era cierto o si deseaba que lo fuera. Y lo de aquellas araas la puso aun ms en duda.
Vio cmo algunas de aquellas criaturas dejaban de prestarle atencin y suban hacia el hilo que sujetaba al tmaro. Su capullo blanco detena por momentos su
balanceo. Por qu lo miraba? Debera huir de all, antes de que el resto decidiera darle caza. La siguiente colina no deba de estar muy lejos, y vivira para respirar segura
una noche ms. No tena por qu arriesgar su vida para salvarlo.
Dos arcnidos se posaron sobre el capullo. Uno exhal un bufido amenazador y el otro alz rpidamente sus patas delanteras al tiempo que mova sus mandbulas.
Adivin que la pelea no durara mucho pues un tercero bajaba para unirse al festn. Ya no quedaba tiempo. Quizs Lintor ya estuviera muerto, asfixiado en aquel fretro
de seda. Se imagin salvndolo milagrosamente, quizs slo para morir envenenada. O para verlo muerto tras arriesgarse intilmente. Y aun si todo saliera bien, estara
salvando a un peligroso tmaro para batirse en un duelo a muerte con l al final del viaje. Mereca un reino ser arriesgado por un dudoso pacto de honor?
La paz de la noche se funda con la llama de una hoguera. Un cerco de arbustos los cobijaba del viento. Sobre ellos las ramas de un sauce se mecan sobre un cielo
manchado de jirones grises. No les preocupaba que lloviera, pero el fro les empujaba a pegarse al fuego, donde sus miradas descansaban.
Cul es tu grado? las palabras salieron en un susurro, humildes.
Soy alfrez del tercer ejrcito de Lucinia stas, pronunciadas con orgullo.
Yo capitn de la guardia real de Tamaria minti. Y para mi desgracia te debo la vida. Cmo saliste del capullo? Te vi caer en otra malla como la que me
envolva a m!
Yo no perd la espada en el impulso. Me cost trabajo cortar mis hilos.
Pero la seda te habra detenido ms tarde o ms temprano.
No, si alcanzas el hilo gordo, el que sostiene tu peso y al caer ruedas por el suelo dejando que la tierra te limpie.
Pero haba al menos diez arcnidos del tamao de un lobo, no me creo que se aprestaran quietas mientras me rescatabas.
Catorce en total sin contar las cras. Slo tuve que matar a cuatro y dejar cojas a tres para que me temieran y nos dejaran en paz.
Aquella seguridad lo estaba sacando de quicio y francamente estaba harto de sentir tanta ira sin poderla descargar. Haca unas horas se haba encontrado boca arriba
sobre el suelo, con el pecho ardiendo. Mientras se incorporaba e inhalaba con desesperacin, intent comprender qu pasaba. Se hallaba sobre una desnuda colina,
medio asfixiado, con aquella silueta lua arrodillada junto a l limpindose la boca. Tard unos segundos en recordar sus ltimos momentos de consciencia y un instante
en vislumbrar el resultado. Ahora le debo la vida a un luo, grit en su interior. No conoca situacin ms horrible para su dignidad. Estuvo enfadado toda la tarde.
Poco a poco se fue calmando hasta que al fin, junto al sosiego de la candela, haba reunido la serenidad suficiente como para dirigirle la palabra. Y ahora la estaba
volviendo a perder. Respir lentamente, buscando en el ejercicio la calma. Luego mir fijamente a Raimano y le inquiri:
Por qu?
Que por qu te salv?
S. No lo entiendo. Podras haber dejado que esa pestilente criatura me devorara. Seguro que habras tenido ms posibilidades sin tener que arrastrar mi cuerpo por
la selva hasta la siguiente colina. Sin mencionar que te libraras de un combate a muerte al final de esta aventura. As que... Por qu?
Tenemos un pacto.
Nuevamente esa desquiciante seguridad. Raimano hablaba como si fuera lo ms natural del mundo. Sin duda pareca un hombre de honor, a menos que ocultara algo.
No era cierto que lo necesitase para salir de aquel infierno. Evidentemente debi de ser ms peligroso cargar con noventa kilos de hombre y armadura entre araas
peludas que salir corriendo en la primera ocasin. Entonces repar en sus armaduras. La suya estaba corroda en un lado, donde aquella araa se dispona a morder antes
de perder la consciencia. La de Raimano tambin lo estaba, pero por todas partes.
Qu infierno debi haber cruzado por! Honor? Slo honor? Record las palabras del general: El honor no tiene sitio en la guerra de hoy. Hace siglos que el
resultado de una batalla no se resuelve con un combate singular. Cuando se pona en su lugar, quizs hubiera actuado de la misma forma, pero l era el heredero a la
corona de Tamaria, era distinto. En cambio un vasallo no deba verse obligado por ningn cdigo de la nobleza. Y esto, para Lintor, aada peso a la deuda. Sus valores
hacia Raimano estaban cambiando, y le resultaba difcil asimilarlo.
Cmo es tu tierra?
Yo me cri en un valle entre montaas, cerca de la frontera, ya te lo dije.
S, pero, cmo vivs? Raimano pareci dudar. Lintor sonri. Acaso vuestras costumbres son secreto de estado?
Supongo que no.
Tras meditar unos instantes Raimano empez a describir su aldea. Al principio con reticencia, como si analizara cada dato y su posible consecuencia en manos
enemigas. Despus el relato cobr fluidez. Lintor intervena aqu y all, contando ancdotas propias y contrastndolas con las costumbres tmaras. En varias ocasiones,
ante lo cmico de las historias o las emociones envueltas en los recuerdos, la sonrisa asomaba a los labios de ambos. Tal como aparecan, inmediatamente eran
sofocadas.
Aquella noche no se dedicaron a repasar ningn duelo.
Todos los reyes tienen cadveres bajo la alfombra, Nadima, le haba dicho su padre. Ella no respondi. Tan slo lo mir con desafo. Yo jams, decidi, como
si su voluntad bastase. Quizs sa haba sido la causa. Quizs no quiso tener su primer cadver sin haber tocado el trono siquiera Quizs. De lo que estaba totalmente
segura era que la posibilidad de salvar a Lintor no mereca el terror, la desesperacin, y la angustia que le haba costado.
Sea como fuere, ocurri. Y si en algo se parecan ambos era en aquel sentido del honor. Lintor lo demostr con su actitud. Deambul con los ojos a sus pies,
descargando patadas cuando alguna piedra se pona a su alcance, sin decir palabra. Nadima intua el peso que aquella deuda deba significar. Ella se habra sentido igual.
Despus, la conversacin distendi con alivio la situacin. Ambos confirmaron aquella noche las impresiones de su discusin anterior: el honor, la justicia, la vida y
otros, eran valores muy similares en ambas culturas. La imagen de brbaros sin sentido de la moral ms elemental, estaba ya bastante diluida. Tambin sus respectivos
caracteres se haban dejado traslucir durante el dilogo. Saban que de no ser por su nacionalidad habran sido buenos amigos.
El viaje fue mejorando. Cada vez los tramos pantanosos eran ms cortos, y las islas montaosas ms altas y amplias. A pesar de que raro era el da que no
danzaban con la muerte, la esperanza de salir viva fue cobrando fuerza. No ocurri lo mismo con las expectativas de su coronacin. A pesar de que marchaban tan
rpido como podan, definitivamente estaba fuera de alcance. Sin embargo qu ocurrira si llegaba antes de que un nuevo rey fuera elegido? Qu haran aquellos
facciosos nobles cuando la vieran exhibir en su pie la Marca Real? Nada haba seguro, pero senta que deba conseguir al menos eso.
Dudaba a veces entre continuar o abandonar a aquel guapo tmaro y arriesgarse a atravesar los pantanos en direccin norte. Pero estaba aquel pacto, y el hecho
indiscutible de su ignorancia. Lintor no saba distinguir qu plantas se podan comer y cules no. No saba preparar trampas. No saba seguir el rastro de los animales.
Habra muerto de hambre o envenenado si no fuera por ella. Heda a alta nobleza. Ella despreciaba a aquellos nobles altivos, siempre rodeados de sirvientes para todo, y
que jams haban tenido que valerse por s mismos. Lo nico que Lintor haba demostrado hacer bien era luchar. Nadie la haba puesto tan al lmite como l. Y al final del
camino le esperaba aquel combate. No saba qu era ms peligroso, si cruzar de noche los pantanos o enfrentarse al tmaro con la espada.
Mientras dudaba las semanas pasaban, y as, casi acostumbrada a jugarse la vida da s da no, empez a preocuparse por cosas ms banales. Ech de menos la
trucha con queso al horno que preparaba su madre, su colchn de lana, el espejo de cobre nunca hubo dinero para comprar uno de cristal, y un bao. Habra matado
por un buen bao. Toda el agua que haba visto, o bien era la corrupta de los estanques, o bien arroyos que bajaban de las montaas. Hasta aqul da no haba
encontrado nada lo suficientemente grande como para sumergir su cuerpo hasta aqul da.
Lintor se haba quedado de piedra. Una bella joven acababa de emerger del estanque completamente desnuda. No se haba movido ni un pelo, como si slo pensarlo
pudiera desbaratar aquella visin. Incluso cuando la joven se sumergi en la espesura se sinti incapaz de reaccionar. Era real o imaginaria? Su hermosura se acercaba
demasiado a sus particulares ideales de la belleza como para ser autntica. Tambin podra tratarse de una ninfa o algn demonio jugando con su mente. Pero Lintor era
demasiado escptico para considerar eso.
Tras superar su estupefaccin la persigui. Atraves el denso follaje con dificultad. La maleza le cerr el paso por doquier. No pudo distinguir rastro alguno por el
que decantarse. Pareca que nadie hubiera cruzado nunca aquel lugar. Desesperado registr la zona a conciencia.
Sin xito, la sombra idea de que se trataba de una ensoacin gan peso. Seguramente el sol le haba dado demasiado fuerte en la cabeza, pens. Slo haba una cosa
que le chocaba. Si realmente haba sido producto de su imaginacin, por qu habra de tener una pequea marca en el pie? Por qu habra de inventarse eso?
Intrigado, penetr la espesura encomendndose a la suerte. Encontr el vestigio de una senda. Lintor la sigui con cautela. La vereda se perda y reapareca con
timidez, casi devorada por la vegetacin. Al final, una ruinosa construccin se devanaba por sobrevivir entre la selva. El prncipe se detuvo poniendo todos sus sentidos
alerta. Si aquella mujer viva all, cmo era posible que pareciera tan abandonada?
Con suma prudencia prob abrir la entrada. La puerta casi se desmoron al tocarla. Las bisagras, transformadas en un amasijo informe de puro xido, se
desplomaron a un lado. Dentro, la luz se filtraba en haces dispersos descubriendo columnas de polvo inquieto. Alrededor de ellas, la tiniebla trataba de ocultarlo todo.
Numerosos cadveres de lo que una vez fueron libros se apilaban en anaqueles adyacentes a cada pared, horadados en ms lugares de los que pareca posible,
enmohecidos o simplemente convertidos en montoncitos arenosos. Sobre una larga mesa, el polvo haba esculpido inslitas formas sobre objetos extraos. El techo y las
paredes estaban recorridos por nervaduras que de inmediato le recordaron a la tela de araa donde a punto estuvo de morir. Adheridas a stas, distintas placas exhiban
grabados con smbolos y diagramas ininteligibles.
Qu demonios era aquel lugar? Jams haba ledo sobre una arquitectura parecida. Nunca haba visto objetos como aquellos, y era extrao para unos ojos
acostumbrados a contemplar en palacio las rarezas de medio mundo.
Percibi un movimiento a su izquierda y se agazap alarmado. Al principio no pudo distinguir ms que lo que pareca una hoja ovalada negra, enhiesta sobre una
vitrina. Se acerc cauteloso, y entonces aquella hoja negra se dividi lentamente en dos, articuladas sobre su cuerpo de insecto. Nunca antes una polilla le haba parecido
amenazadora, pero aquellos ojillos azabaches no parecan vigilarle precisamente para huir. Sera venenosa? Despreci el pensamiento y se dirigi a la vitrina. En su
interior haba un objeto en particular que le llam poderosamente la atencin. Pareca de gran valor por su magnfico juego de piedras y gemas engastadas y su posicin
central entre otras joyas. Se trataba de un brazalete de oro labrado con una calidad regia. Al tocar la puerta, varias polillas negras acudieron de la nada para posarse sobre
la vitrina, mirndole. Lintor dud. Por qu le inquietaban tanto unos simples insectos? Deberan huir volando, en vez de acudir. Y qu? Cuntas veces se encuentra
un tesoro? Aquellos pares de ojillos lo atenazaban. Abri la vitrina y sac la joya.
Lintor?
El prncipe reconoci la voz, se guard apresuradamente el brazalete y sali de la casa.
Raimano has visto a la mujer?
Mujer? Hay alguien aqu?
No estoy seguro, quizs sea un espejismo. Es que hace tanto que no veo una que empiezo a descubrirlas sobre cualquier cosa.
Si es una indirecta siento decirte que no eres mi tipo dijo Raimano con sarcasmo y ambos rieron.
Cmo me has encontrado?
Que cmo te he encontrado! Si en vez de un rastro has dejado una va para carros en la maleza. Por qu corras? Por la mujer? Lintor abri las manos y arque
las cejas. Raimano entonces empez a rer sin parar.
Vale, vale. Ven a ver esto.
Raimano sigui al tmaro dentro. Explor con cuidado hasta que vio el primer grabado. Entonces mut su semblante alegre por una expresin completamente seria.
Esto es escritura kainum sentenci con voz grave.
Lintor se qued completamente plido. Realmente estaban en una guarida de brujos? A pesar de que pareca desierta, le cost contener el impulso de salir
corriendo.
Cmo demonios puedes reconocer la escritura de los brujos?
En Lucinia tenemos un monolito de aquella era. En ella est grabada la fundacin de nuestra nacin en varios idiomas. La lengua maldita es una de ellas.
Entonces el polvo de las columnas de luz comenz a hervir, y decenas de sombras aladas emergieron de las tinieblas atravesndolas. Lintor y Raimano salieron con
presteza, y si no corrieron fue por no mostrar cobarda ante una nube de polillas. Anduvieron hasta agotar la zona segura, a un tiro de flecha de los pantanos, y all
acamparon.
Para Lintor el descanso consisti en una tortura alimentada por las ms oscuras elucubraciones. Pareca embrujado! record haber dicho. Y si su caballo haba
sido embrujado de verdad? Tendra relacin con aquella polvorienta guarida? Debera tirar aquel brazalete bien lejos. Era una estupidez conservar algo tan peligroso.
Pero por otro lado no lo sera tirarlo? Haca mil aos que los brujos haban desaparecido; los mismos que aquella casa pareca tener. Quizs lo pueril sera temer de
algo inanimado. Algo que la fortuna le ofreca, tal y como su alma aventurera siempre haba deseado.
No poda decrselo a Raimano. Seguramente le exigira que lo tirase, y no quera arriesgarse a una discusin en la que pudieran acabar enfadados. Ahora no quera
herirlo de ningn modo.
Saba que se acercaba el final de aquel viaje, pues las primeras fortalezas de la frontera se divisaban ya. Sin embargo, a Lintor se le haca ms amargo el futuro que el
presente. Antes slo era cuestin de elegir entre la vida y la muerte propias, ahora se trataba de elegir entre su muerte y la de un compaero. Fuera cual fuese el
resultado slo un amargo dolor lo acompaara. El prncipe era un guerrero, y sin embargo la vida le ofreca un combate sin enemigo.
Al principio sinti ira. Cmo haba sido tan estpida? Por qu arriesgar tanto por un bao? Por otro lado y qu si la descubra? Su disfraz estaba dirigido a los
suyos, no a l. Pero cmo se sentira Lintor? Se tema que nada bien. Si deber la vida a un enemigo haba sido difcil de aceptar, no imaginaba que hara si supiera que
era mujer.
Luego sinti placer. Le gust sentir su mirada los breves instantes en que qued expuesta. Supuso todo un reto despistarlo en la maleza, vestirse a toda prisa, y
aparecer como Raimano llegando a la casa.
De nia haba odo muchos cuentos y leyendas. De todas, las que ms le gustaban eran las de los kainum y su magia. Nada haba que la hiciera sentir tanto miedo
como aquellas historias. Jams habra imaginado que estara en un lugar en el que aquellos seres mticos haban vivido de verdad. Se dijo que no debera temer nada de un
sitio que decididamente pareca abandonado. Pero y si alguno de aquellos objetos tuviera poder? Qu maldicin de entre las decenas que conoca podra caer sobre
ella? Saba que los ermitales mantenan en sus sermones bien viva aquella supersticin contra los kainum. Despus de todo era lo que daba sentido a su religin. Ellos
haban liberado a la humanidad de los archimagos tiranos. No obstante ninguna informacin tena para contrastar sus dogmas. As que, pese a todo por lo que haba
pasado, slo pudo sentir miedo. Miedo de los kainum, miedo del final de aquel viaje, miedo de llegar demasiado tarde a la capital, miedo de los pantanos. Justo en ese
orden.
Lo nico que la abstraa de aquellos miedos eran sus charlas con Lintor. Ya no le pareca tan ignorante. Poda hablar con l de historia, de poltica, del arte del
comercio, de los principios de la oratoria, etc. Y casi siempre la sorprenda con algo nuevo. Algo que ni siquiera su cuidada instruccin haba logrado abarcar. As pues
ella le enseaba a sobrevivir, y l le daba los frutos que slo la nobleza era capaz de alcanzar. Un intercambio que pronto tendra que acabar.
Despierta, Raimano, la he vuelto a ver. Ahora ya s que le encanta el agua. Ven, aprisa, necesito saber si es real. Corre!
Voy, voy.
Se levant trabajosamente y se restreg los ojos. Sigui al tmaro entre el soto tupido hasta el ro, en un punto en el que una cascada caa sobre un estanque del que
partan varios arroyos. En cuanto llegaron se oy un zambullido. Divisaron el estanque a tiempo de ver la columna de agua brotando de la superficie. El prncipe sali
disparado seguido de su acompaante.
La has visto? busc en sus ojos con avidez.
Lo siento, Lintor. Slo he odo el chapoteo.
Ya y supongo que eso no es suficiente.
Cualquier cosa, al caer al agua hace el mismo ruido. Por otro lado la habramos visto nadar.
No necesariamente. Estoy seguro de que se ha ido buceando. Cualquiera de esas salidas est lo suficientemente cerca y no la veramos.
Pero Lintor, de qu vivira una joven en un lugar como ste.
Llevamos ya cuatro das sin cruzar por zona pantanosa. No sabemos lo grande que es esta altiplanicie, podra vivir tal y como nosotros lo estamos haciendo, de
caza y frutos silvestres.
Y cmo habra llegado hasta...? se interrumpi, mirando fijamente al suelo.
... aqu? Tenemos la frontera al lado, seguro que huy de algn saqueo de los poblados limtrofes. Raimano, ya la he visto tres veces y...
Mira al suelo! ataj bruscamente.
Entonces el prncipe tambin las vio. Unas frescas huellas de pies desnudos dejaban su innegable prueba sobre el barro.
Qu? Te convences ahora?
Lintor lo mir sonriente, pero sobre todo senta un profundo alivio. l mismo no estaba seguro de si se trataba de una visin fruto de su mente o una criatura
intangible de las leyendas. Fuera lo que fuese no estaba en su imaginacin. La posibilidad de que aquella mujer fuese real, haca galopar el corazn del tmaro.
Rpido, rodeemos el estanque. Si hay unas huellas de entrada debe haberlas de salida.
Ambos se separaron recorriendo el permetro en sentidos opuestos. Al encontrarse al otro lado Lintor mir a Raimano con esperanza.
Debe de haberse ido buceando por el ro o bien ha sabido ocultar su rastro.
La frustracin empa la cara del prncipe. La haba vuelto a perder. Deseara no haberla visto nunca, no saber que exista si no iba a poder alcanzarla. No le
import el aire de mofa de Raimano por ver que empleaba todo el da en rastrearla. Coloc trampas con rudimentarias alarmas y emple cuanto ingenio pudo para
atraparla. Pasaron das sin resultado y su camarada cambi su actitud impelindole a que desistiera.
Tan guapa es?
Slo quiero otro da ms para buscarla.
Y luego me pedirs otro ms, Lintor. Llevamos aqu ya demasiado.
No me hagas suplicarte. A los nobles no nos sienta bien suplicar.
Todas las mujeres son guapas si estn desnudas.
Esta no. Esta merece la pena.
Y qu hars con ella si la encuentras? Le pedirs su mano o la seducirs en un da? dijo con sarcasmo.
No lo s. Dependera de ella.
Ests obsesionado! A ti lo que te hace falta es un buen burdel. Y tendrs cientos en cuanto salgamos de aqu.
Un da ms, Raimano. Un da.
T haz lo que quieras, yo me marchar maana.
El prncipe senta deseos de dejarle ir, quedarse all hasta dar con la muchacha. Pero tena una responsabilidad con su pueblo. Viajar acompaado era la opcin ms
segura de alcanzar su patria.
Sinti desasosiego, como si una oportunidad nica se perdiera all para siempre. Se pregunt cmo poda ser, slo era una desconocida. No poda haber alterado
sus sentimientos... o s?
Al principio disfrut como una cra jugando con l. Preparaba muy bien la situacin, de modo que siempre tuviera la suficiente ventaja. l jams lograba alcanzarla.
Le encantaba sentirse deseada, y arder con la emocin del peligro de su captura. Arriesg en ms de una ocasin por placer.
Pero luego todo empeor. Tena a Lintor totalmente obsesionado. Saba lo obstinado que poda llegar a ser, cualidad que con ella se estaba convirtiendo en una
tortura. Algo que no deseaba en absoluto para su amigo. Para alguien a quien, en tres meses de experiencias intensas, haba llegado a conocer ntimamente. Lamentaba no
haber sido cazada en alguno de sus juegos. Soaba con lo que hubiera pasado despus, y lo deseaba.
Cada da que haban perdido en los pantanos, haba sido un regalo y una insensatez. Su sentido de la responsabilidad le gritaba que deba llegar a la capital cuanto
antes. Jams haba dejado que su deseo ganara tantas manos a su deber. Tena que marcharse de all. Por eso le neg un da ms a Lintor. Ni siquiera el truco de la piedra
zambullida, las huellas y todo lo que haba preparado para parecer testigo de s misma, haba resultado.
Pero sus palabras la haban conmovido. Y si se abandonaba por completo a sus deseos? Y si mandaba todo al infierno y se quedaba con l? Despus de todo
qu iba a conseguir en palacio? Podra ser el trono o absolutamente nada. Despus de tantas vicisitudes estaba cansada de perseguir una corona que no deseaba.
En la noche podan distinguirse las luminarias del castillo ms prximo, a slo una jornada de donde estaban. Nadima observ la oscuridad del ltimo tramo de
pantanos. Tendra gracia que muriera precisamente all, se dijo. Y luego mir a Lintor, callado, con los ojos atribulados clavados en la direccin contraria. Busc la paz
en las llamas sin conseguirlo, y al final se acost.
A pesar de tener el sueo pesado, una intensa fragancia despert a Lintor. Junto a su lecho, un ramillete de damas de noche yaca recin cortado. Tuvo el impulso
de alertar a Raimano pero sus ronquidos le hicieron desistir. Tena la esperanza de conocer a la autora del regalo y pareca que slo se mostraba ante l.
Sigiloso, sali de la cueva, encontrando otra flor unos pasos ms all. La esperanza lo inund. Tras tantos intentos frustrados, tanta inseguridad sobre la existencia
de aquella muchacha, realmente podra conocerla? Despus de un recorrido nada corto, lleg al pi de unos pedregosos montculos. Entre dos peas, recortada contra la
luna, estaba ella.
No des un paso ms dijo en un susurro.
Lintor slo estaba a unas varas, pero aunque quisiera escalar la piedra, no se senta seguro de poder alcanzarla. Decidi mantenerse abajo.
Quin eres?
Importa eso?
Necesito saber si eres humana u otra cosa. Un hermoso sueo tal vez.
Ella ri, y a Lintor le pareci que su risa llegaba desde el mismo cielo.
No, no soy ningn sueo. Mi nombre es Nadima.
Yo soy Lintor. Puedo subir? Lintor hizo el amago pero Nadima rechaz con un gesto cortante.
Por qu me persigues?
Existe el hombre que fuera capaz de verte y no correr tras de ti?
Ella sonri. l con voz suave sigui:
Djame subir contigo.
Qu quieres de m? dijo con significativa lentitud.
No s si hay algo que no quiera de ti.
T no me conoces.
Exacto. No te conozco. Ni t a m. Pero te deseo ms de lo que he deseado a nadie nunca.
Puede ser. Pero no sera extrao. Soy la nica mujer que has visto en bastante tiempo verdad?
S. Pero si aqu hubiera mil doncellas estoy seguro de que me fijara en ti dijo muy serio.
Y qu haras si te correspondiera?
Uf! No s! Realmente desconozco los plazos y mtodos del cortejo en estos lares, pero transcurrido el perodo correspondiente y si no descubrimos nada que
no podamos sobrellevar... sonri, no s, tres nios y un gato no estara nada mal no crees?
Nadima ri a carcajadas. l hizo lo propio. Cuando los labios se cerraron en una sonrisa, el prncipe continu:
Orte rer resulta gratificante. Tu risa es hermosa y franca lo sabas?
Si tanto me deseas, te quedaras a vivir aqu, conmigo? Lintor dud.
Tengo una responsabilidad que cumplir.
Te refieres a tu amigo?
No slo a l. Soy el prncipe de Tamaria, debo cuidar de un pas.
Nadima pareci sobrecogerse. Durante unos instantes permaneci callada. Luego se rehzo y replic:
Si quieres conquistarme, las mentiras no lo harn.
No es mentira. Ves? Lintor extrajo de entre sus ropas un colgante, al levantarlo hacia la luna, el sello real de Tamaria brill con claridad. Nuevamente Nadima
qued asombrada. Qued callada unos segundos y luego, brusca e intensamente solt:
Y si te dijera que si te quedases aqu conmigo, y olvidases tu reino para siempre, sera tuya?
Seras capaz?
Es posible que, si no en un desconocido, s confe en el honor del prncipe de Tamaria. Slo... es posible. Pero cul sera tu respuesta?
Una rfaga de aire arrebat unas semillas de diente de len que fluctuaron entre ambos. Algunas parecan resistir la brisa.
Tienes idea del sacrificio que me estaras pidiendo?
En un tono amargo, respondi:
S que lo s.
La brisa arreci y las ltimas semillas se desprendieron.
No puedo.
Entonces no valgo lo suficiente para ti.
No lo entiendes. Mi reino no es un regalo, es un deber. He sido educado desde nio para protegerlo y hacerlo crecer. No hay nadie mejor que me sustituya sin que
lo mueva la ambicin. Soy la esperanza de mi pueblo y no puedo caer en el egosmo de tenerte, olvidando la suerte de tanta gente.
Y si te digo que yo soy presa de una maldicin? Una que me obliga a estar aqu, y que significa tambin una carga del mismo peso que la tuya si me fuera
contigo.
Lintor entrecerr los ojos pero ella sostuvo la mirada. Sinti el roce de una semilla sobre su palma vaca. Quiso agarrarla, pero el mismo gesto la expeli.
Acaso el dinero o el poder de un rey no pueden mitigar esa carga?
Lo que pesa sobre m est ms all de tu alcance. Pareci dudar un instante. Qudate aqu conmigo y yo estar a tu lado para siempre.
Lintor trag saliva. Se llev la mano al pecho, como si algo le doliera. Estruj el sello real como si pudiera reducirlo, o eliminarlo. La noche pareca llorar semillas
inasibles. Volaban entre ambos siguiendo la ley del viento. Lintor dej de apretar su sello.
No puedo.
Entonces, adis solt la frase en voz baja, como si se quemara al pronunciarla.
Lintor no pudo comprender cmo poda dolerle tanto. Tan slo haba sido una relacin de encuentros fugaces. No obstante, una bola de angustia se le form en la
garganta cuando se dio media vuelta y se march por donde haba venido.
Nadima baj de la pea en cuanto Lintor abandon el claro. Sus lgrimas le impedan ver con claridad, pero no poda permitirse el lujo de quedarse all. Mientras
corra a toda la velocidad con que podan sus piernas pens en todo lo que haba perdido aquella noche. Ni ms ni menos que lo que ella en realidad deseaba. Nada de
tronos, slo una vida sencilla en un lugar tranquilo con alguien a su lado.
Haba sido Lintor, precisamente l, quien la haba despertado y hecho renunciar a tan quimrica posibilidad. l no renunciara a su deber. Por qu habra de hacerlo
ella? Saba lo que tena que hacer, sin embargo una vocecita le deca que podran haber sido felices all, en aquella pequea meseta aislada del mundo, donde tenan todo
cuanto pudieran necesitar.
Se disfraz apresuradamente y se acost. Lintor lleg poco despus. Lo oy suspirar. A ella misma le cost mucho reprimirse, pero no poda revelar su identidad.
Ya no.
Ya se haban despedido. No quedaban palabras por decir. As que andaban en silencio, siguiendo un desfiladero que apuntaba a un sol moribundo. La luz carmes
tea en sombras y sangre el pedregal. No haba vegetacin. De vez en cuando una tibia calcinada o jirones de tela aparecan entre el polvo. Cuntas batallas se habran
librado en aquel lugar?, se pregunt Nadima. Su mirada subi la ladera sur hasta toparse con la fortaleza tmara en la cima. En el lado opuesto el alczar luo acababa de
abrir la barbacana, y un pelotn de jinetes descenda a su encuentro.
Nos han visto.
Bien, Raimano. ste ser entonces el sitio.
Nadima estudi el terreno. Algo irregular, pero lo suficientemente llano para realizar las tcnicas en las que llevaba pensando todo el da. En la ladera sur, una estela
de polvo bajaba tras sus jinetes. Lintor ya haba sacado la espada y la haca silbar. Ella no tena prisa. En realidad no quera desenvainar. Pero ya no haba marcha atrs.
Se pregunt qu habra sucedido si Lintor hubiera aceptado su propuesta. El mundo se habra olvidado de ellos, habra seguido su curso y ellos podran haber sido
felices. Libres de una carga que ninguno pidi. Disfrutando de la vida sencilla que siempre haban soado. O quizs no. Quizs habran estado lamentndose y pensando
continuamente en qu desgracias estaran asolando sus reinos por su culpa. Por no haber cumplido con su obligacin. Ahora ya era tarde. Jams lo sabra. Haban
tomado el camino correcto, y ste acababa en un duelo.
Los luos fueron los primeros en llegar. Ella mostr su emblema de oficial, y les exigi su derecho a un combate singular. Ellos formaron en lnea y aguardaron.
Lintor hizo lo propio con los tmaros.
En medio de un tenso silencio, los luchadores iniciaron su baile. Las espadas volvan a morderse reconociendo el sabor de un encuentro anterior, uno en el que no
pudieron tragar su bocado, mucho antes, en el corazn de los pantanos. El moribundo sol alargaba las sombras, convirtiendo las figuras en siluetas chinescas sobre un
mar de fuego. El eco del metal restallaba en las laderas del paso acompaando a cada finta, cada estocada, cada tentativa de alcanzar la carne del oponente.
Los asistentes permanecan deslumbrados ante la exhibicin de maestra desplegada. Nunca haban visto tanta tcnica y agilidad. Estaban acostumbrados a las
batallas, donde slo un gesto decida el resultado. El primero en herir sola matar en el segundo tajo. Sin embargo aqu, por ms hbiles que eran los engaos, mejor era la
defensa y pareca que ambos gozasen de una segunda armadura invisible, formada por una espada vidente, que se anticipaba al envite en todos los casos.
Poco a poco la intensidad disminuy. Los ataques se espaciaron. Los jadeos ya no podan ocultarse. La tcnica empezaba a diluirse, haciendo escoger a los
adversarios la ms simple cada vez. En lugar de mantener la guardia, las espadas araaban el suelo con sus puntas.
Sbitamente el tmaro se lanz contra Nadima, a la que no le quedaba ms opcin que esquivar, pero hasta la esquiva era costosa. Lintor pareca llevar esta vez la
ventaja, su oponente no lograba reunir fuerzas para embestirle y slo l haba atacado las tres ltimas veces. Entonces el tmaro cambi la posicin de la espada e inici
unos pasos en zigzag.
Los asistentes contuvieron el aliento. No saban qu se propona, era una guardia arriesgada. Pareca dispuesto a acabar aquel combate en un ltimo lance, uno en el
que an tuviera fuerzas para hacer algo difcil. Y no les defraud.
El primer tajo traz una curva descendente que Nadima apenas pudo esquivar agachndose a un lado. La espada cambi de manos a la espalda del tmaro, ganando
impulso al salir por el otro lado. Lintor ech todo el peso sobre la empuadura al tiempo que se arrodillaba. El movimiento habra partido a Nadima en dos, pero la lua
ya no estaba ah. Si espectacular haba sido el movimiento del prncipe, an ms lo fue el de su oponente al saltar por encima del tajo. Mientras su cuerpo giraba en el
aire rodeando la espada enemiga, la hoja lua lanzaba su propia estocada al cuello.
La sangre brot tumultuosa. El combate haba terminado. Cualquier veterano como los que all estaban poda asegurar que la cartida estaba seccionada, y que a
pesar de los esfuerzos del prncipe por detener aquellos borbotones, no le quedaban ms que minutos de vida.
Los vtores de los luos recibieron a su compatriota con alegra y casi veneracin ante la calidad desarrollada en el combate, mientras los ensombrecidos jinetes
tmaros recogan al prncipe y lo conducan hacia el castillo.
Nadima alz la espada con orgullo, y se dirigi a sus camaradas con pasos cansinos. Ahora tena un fcil camino de vuelta, despus de la habilidad demostrada.
Slo tena que esperar a que aquellos hombres narraran el combate. Luego desafiara a su capitn. Sin duda ste no aceptara el duelo a raz de lo odo. Con el nuevo
rango le sera mucho ms fcil entrar en palacio. Podra ocultar su identidad hasta saber qu hacer.
Los luos alzaron a su compatriota en hombros mientras gritaban y taan sus escudos. Todos haban visto un derroche de destreza genial. Lo que no vieron fueron
las lgrimas, enmascaradas perfectamente en su rostro sudoroso, que Nadima no pudo contener.
* * *
(Paso de Humor, 1022 A.D.)
El silencio irrumpe como un vendaval en la sala. Cada hombre se apresura a ocupar su posicin dentro del damero labrado sobre el suelo negro. Las pisadas del
emperador retumban con ecos singulares, rezumando poder. Los Elegidos inclinan sus cabezas bajo las capuchas con temor y respeto. Para ellos no hay nada ms
grande que servir al emperador. Diez mil hombres clavan sus miradas en el altar. Diez mil vidas al servicio de su dueo. Diez mil almas y una sola voluntad.
A una seal comienza el rito. Las palmas hacia arriba junto a los hombros, los ojos cerrados, la conciencia en vnculo con el emperador, como tantas otras veces.
Slo que esta vez no era un ejercicio.
No muy lejos, una ancestral fortaleza guarda el paso de Humor. Erigida al final de las guerras arcanas, la tradicin exige que se la guarnezca con soldados de todos
los reinos. Es el vestigio de una necesidad de proteccin de otro tiempo, pero ya hace siglos que sobre las estriles tierras occidentales no se ha visto huella humana.
nicamente los prejuicios del pueblo impulsan a los gobernantes a seguir la tradicin, en vez del antiguo temor que an connota la palabra kainum.
Poco a poco, una invisible carga se posa sobre las manos vacas, los msculos responden progresivamente. El emperador pronuncia versos a cuyo comps los
elegidos corean con monoslabos sincopados. Como msicos tmidos que tantean sus sonidos para armonizarse, las voces se van encontrando. El singular director las
percibe en con sus mgicos sentidos para ir repartiendo su cuota de poder.
Arropado en un sinfn de pieles, un soldado patrulla en su turno las desiertas almenas. El viento azota con briznas de nieve su barba. Con los ojos entrecerrados,
deambula abstrado, considerando la estupidez de su tarea. Su mirada se posa en un paso que nadie ha amenazado en mil aos.
El peso virtual sobre las manos aumenta. Las primeras gotas de sudor aparecen. Al ir encadenndose ms voces el estruendo hace retumbar las paredes; parece
que todo fuera a derrumbarse. Las ltimas voces se agregan. Es el punto de inflexin. Cada brujo inicia una elevacin de su canto donde puede ofrecer a su seor el
mximo de su poder.
El soldado no sale de su asombro. Acaba de tener una extraa visin: un ejrcito desfilando por el paso. Sin duda una visin, pero terriblemente real. Cmo podra
venir un ejrcito de donde no hay nada? Y desfilando, como si estuvieran de paseo! An mantiene la cara hundida entre sus manos, derritiendo la nieve que ha utilizado
para despejarse. Al levantar la cabeza aquel ejrcito sigue all, aproximndose a la fortaleza.
Mientras la coral converge en un glorioso final, el aire brilla en fulgores dispersos, las vidrieras trastabillan en sus jambas, las llamas de las antorchas se
inflaman en un revuelto mar de energa libre.
Sutiles grietas se dibujan en los muros de la fortaleza de Humor. El soldado no las ve cuando da la alarma, una a la que sus incrdulos compaeros tardan
demasiado en atender.
Un grito general cristaliza el final. Toda la fuerza disponible acompaa en un gesto unnime a este grito. Todas las manos se alzan en una misma direccin. Las
mangas empapadas descubren entonces los brazos musculosos. Jadeantes, extenuados, los elegidos se desploman sobre el suelo. La sonrisa de satisfaccin de su
seor los colma de gozo. Es el regalo de un rey a quienes apenas se sienten dignos de ello.
La fortaleza se desgaja de la montaa y flota en el vaco. Como si una mano gigantesca la hubiera segado, toneladas de piedra levitan sobre el abismo. Durante un
instante se mantiene a cincuenta pasos de su emplazamiento, suspendida en el aire. El ejrcito puede divisar su silueta recortada contra la luna. Poco despus la mole cae
hacindose aicos sobre el suelo. El ejrcito sortea con facilidad sus ruinas mientras pisa la sangre de las primeras vctimas de la guerra.
El nico soldado superviviente, sobre un montn de nieve, sigue sin asimilar lo que acaba de ocurrir, a pesar de reaccionar a tiempo en un autntico salto de
salvacin. Los brujos haban vuelto. Tena que huir. Tena que contrselo a todos. Pero quin iba a creerle?
CAPTULO II

Los ltimos kainum

Nacer un kainum conocido como Tenkar. Por la inmortalidad vender su alma a Saifel. Se cubrir de pecado y durante siglos sembrar de sangre y cadveres la tierra. Cuando por Orin cruce el
cometa invocar a su dios, y Saifel le oir de nuevo, se alzar y el mundo perecer.
Libro de los Profetas, Ikiriel, 7.12
(Ao del Divino 1007)
Taigo no se resisti. Saba que no tena nada que hacer contra un adulto. El soldado lo encerr en el carromato, donde otros dos nios sollozaban agarrados a los
barrotes. El no llor, pero sus puos se crisparon hasta que los nudillos palidecieron. No apart la vista del soldado que zarandeaba a su madre, un gigantn de dos
varas de altura y casi una de espalda.
Senta la rabia crecer dentro de l de una forma desconocida. Pareca que fuera algo tangible, un fluido ardiente que le suba hasta los ojos, le rezumaba en los puos
y se agolpaba como si fuera a estallar en cualquier momento. Deseaba liberarlo, dispararlo hacia aquel soldado y hacerlo sufrir. Ojal fuera un terrible kainum, como en
los cuentos, y pudiera lanzar una bola de fuego que atravesase los barrotes y lo calcinase.
Su madre suplic con palabras que Taigo no lleg a oir. El soldado le dio la espalda. Ella lo agarr por un brazo. l se gir y le cruz la cara con violencia. Taigo
oy el ruido del guantelete contra la mejilla. La coz de un caballo no habra sonado diferente. Vio sangre y el cuerpo inerte de su madre desplomndose sobre los
adoquines. Desde all no poda saber si respiraba o no, pero no se mova. El gigantn se volvi hacia el soldado del carromato y con una sonrisa solt:
--Ves? As hay que tratar a las rameras. Esa ya no se quejar ms.
Estaba a diez pasos, con su cara sonriente y el guantelete manchado de sangre. Todo el pueblo lo miraba pero nadie osaba hacer nada. Y su madre segua en el
suelo.
--Y t que miras, nio? Agacha el hocico si no quieres otra igual!
Y segua sonriendo.
Y su madre en el suelo.
Taigo sinti su rabia escapar, atravesar los barrotes y devorar el espacio hasta llegar a aquella sonrisa. No saba si era su imaginacin o si realmente aquel hombre
estaba a su alcance. Ni siquiera lo pens. Alz su puo crispado y lo descarg. La fuerza del golpe viaj a travs de aquel mar de rabia y se concentr en el gigantn.
Toda la rabia se disip cuando vi el ojo reventar y convertirse en un reguero rojo. El soldado ya no sonrea. Chillaba, se tapaba la cara y se retorca acuclillado.
La gente lo mir en silencio. A l. Con la misma mirada temerosa que antes dirigieran al gigantn. Taigo baj su puo extendido, como si con aquello pudiera ocultar
lo que haba hecho. Era intil. Todos eran testigos, y los gritos del tuerto no cesaban de confirmarlo. La sentencia la dio el ermital:
--Ka Kainum. Es un kainum!
Neg con la cabeza. l no era ningn demonio. No tena ni idea de qu haba pasado, pero l segua siendo Taigo, el hijo de la molinera. Ya lo haban olvidado? Era
el amigo de sus hijos, el que sola acudir con un bizcocho de limn a los cumpleaos, al que le daba vergenza aceptar comida cuando se retrasaba jugando en sus casas.
No se acordaban?
No.
Poda verlo en sus turbias miradas. Ahora era un demonio con la piel de un nio, con sus bracitos delgados, y sus ojos llenos de miedo; pero un demonio. Y haba
que destruirlo.
Dispusieron la hoguera en el centro de la plaza. Lo ataron a un poste. Sus ojos enrojecidos no tenan ms lgrimas que verter. Intent mantenerse de pie sobre un
montn de lea que cruja constantemente bajo sus pies. Busc ansioso a su madre sin encontrarla. La llam a gritos, pero no respondi. Supo que morira pronto. Se
haba rebelado contra aquella idea, pero tras una hora llorando lo asumi, en la medida en la que poda hacerlo un nio. No tena escapatoria. Slo dese que durase
poco. Tena esa esperanza pues su cuerpecito era pequeo y la hoguera sera enorme.
El ermital se coloc frente a l con un libro en una mano y el bculo alzado en la otra. Aqul hombre que tanto le haba hablado de la bondad y la compasin le
hurtaba la mirada, y cuando la sostena haba culpa y miedo. Oy una letana en palabras antiguas que no entendi. Mientras, sinti un dedo rozar su pecho. No haba
nadie a menos de veinte pasos de l. Cmo era posible? Mir hacia abajo y vio cmo su piel se hunda suavemente sin que nada la tocara. El dedo invisible recorri una
y otra vez el mismo camino.
El sacerdote acab su discurso e hizo una seal. El soldado tuerto encendi una antorcha. Las llamas crecieron en la punta engrasada. Su luz barri las sombras del
ojo hundido cuyos prpados se fruncan en una siniestra sonrisa; el otro lo miraba repleto de odio. El pnico lo asalt y quiso gritar. Pero aquel invisible dedo insista,
cada vez ms rpido. El soldado se acerc. Qu le era marcado sobre su torso una y otra vez? Una letra? No saba leer. Y si era un signo? No lo reconoca. Quizs
fuera un dibujo.
El soldado prendi la paja. Recorri todo el permetro hundiendo aqu y all la tea. Cuando estuvo satisfecho se apart. Una extraa fuerza le hizo girar el rostro en
una direccin determinada. El nio busc angustiado. El humo le irritaba los ojos y el calor le haca sudar. Las primeras llamas brotaron entre la lea. No quedaba
tiempo! Qu es lo que haba en aquella direccin? El pozo! Eso era lo que se le haba dibujado! Asinti mirando al pozo y slo entonces not sus cuerdas
distenderse.
El fuego le arranc alaridos cuando brinc sobre la lea quemndose los pies. Atraves las llamas con el valor de la desesperacin. Salt al suelo y sali disparado.
El pozo estaba cerca. Nadie reaccion lo bastante rpido como para detenerle. Se subi al pretil de un salto, sin saber cul sera su siguiente paso. Quiso agarrar la
cuerda, pero sta cobr vida y esquiv su mano. Algo lo empuj. Grit al caer, incapaz de asirse a nada. Dej de hacerlo al sentir como deceleraba en el aire. Algo lo
sostuvo y lo llev a una oquedad en la pared interna del pozo. Apenas caba y tena que estar muy quieto para no resbalar y continuar su cada. Trat de sacar la cabeza
para ver la luz, pero de nuevo la fuerza miesteriosa se lo impidi. Un dedo invisible le cerr los labios, y comprendi. Se acomod en aquella tierra hmeda y esper.
Se estuvo muy quieto cuando percibi la luz de una antorcha al bajar. Temi ser descubierto, pero la llama pas de largo. Aguz el odo para escuchar:
--Has visto algo?
--Nada.
--De todas formas no ha podido sobrevivir.
--No lo sabemos. Es un kainum.
La otra voz no contest.
--Vamos, t lo viste. Lo vimos todos. Fue brujera.
--Nadie ha visto un kainum en mil aos, y de pronto el pequeo Taigo lo es?
--El sacerdote lo ha dicho. El chaval dej tuerto al recaudador sin tocarlo. Cmo pudo escapar del poste? Y cmo ha logrado desaparecer?
Se oy un suspiro.
--Es por las actas?
--Figrate! Ser el primer alguacil en siglos en dar f de haber visto un kainum. Y encima ha desaparecido. Me matarn a preguntas!
--No te preocupes. Diremos que se ahog. Cierra el pozo.
Taigo se qued completamente a oscuras. Pas horas sin apenas poder rebullirse, con miedo constante a caer. Aunque an tema ms quedarse all para siempre. La
humedad y el fro se cebaron en su cuerpecito desnudo y le cost reprimir la tos. Deba ser medianoche cuando volvi a ver algo de luz. Sinti que le empujaban. Se
resisti sin conseguirlo. Tampoco cay. En vez de eso levit sobre el abismo. Luego not cmo se elevaba, suavemente. Su mirada pas de los pies desnudos rodeados
de oscuridad, al borde del brocal que enmarcaba las estrellas, nicas fuentes de luz. El asombro slo ceda ante la inquietud. Qu demonio o kainum le esperaba fuera?
Qu le pedira a cambio de haberle salvado? Record los cuentos y casi solloz pensando en las maldades que le podra obligar a hacer. Quiso gritar para pedir ayuda, y
se dio cuenta de que ahora estaba solo. Totalmente solo.
Culmin el ascenso y fue posado sobre los adoquines de la plaza. Un hombre lo esperaba. Pos el dedo ndice vertical sobre los labios, luego le tendi un par de
botas y ropa de abrigo. Lo hizo sin dejar de mirar a todas partes.
Se visti en silencio y aprisa. A hurtidillas, con miedo a sostener su mirada, escrut a su salvador. Pareca un hombre normal. Casi se asemejaba a uno de esos
monjes ermitales por la bondad de su rostro. Pero no haba nada sospechoso en l.
Taigo acept la mano que le tendi y se dej guiar por las calles ms estrechas. Pasaron por corrales y establos, saltaron tapias y corrieron por tejados. Finalmente
se perdieron en el bosque, lejos de toda ruta conocida.
Tras una larga caminata se detuvieron en una oquedad rocosa protegida del viento. El hombre encendi una lumbre y se sentaron.
Cmo te llamas? dijo con suavidad.
Taigo solt en un murmullo.
--Yo soy Sanjo. Toma.
El hombre le tendi una manta. l se arrebuj en ella, mirando con temor. Ambos, iluminados por la fogata que acentuaba con sombras bailarinas los rasgos, se
estudiaron. El hombre se abri la tnica y le mostr su torso desnudo:
Dime. Ves escamas, o cuernos, o algn signo diablico en m?
A Taigo se le abri la boca, y no acert a contestar. El hombre, sin esperar respuesta, sac un cuchillo y se cort en el antebrazo. Un hilillo de sangre brot de la
herida. Despus, con estudiada lentitud, le tom una mano y se la apret contra su pecho.
Ves? Respiro como t, sangro como t y tengo un corazn como t. Soy un hombre. No soy ningn demonio.
Pero, pero, me has hecho volar balbuci temeroso.
S. Tengo poderes mgicos. Y qu? He de ser malo por eso?
Taigo mantuvo su mirada asustada.
Crees que una criatura maligna va por ah salvando nios?
Tard en responder:
Por qu todo el mundo dice que sois... mmmh, que sois... ?
Bruuuujos malvaaaados? el hombre gesticul de forma grotesca, distorsionando tanto su rostro que resultaba cmico. Taigo sonri con timidez. Una cosa es
tener un cuchillo y otra muy distinta es ser un asesino, as es la magia, se tiene y se puede usar segn queramos.
El hombre sac del zurrn un par de mendrugos de centeno con pasas y ofreci uno a Taigo que lo agradeci sonrojado. Despus lo atrajo hacia s con naturalidad,
sentndolo a su lado. Juntos, con el fuego entre ellos y las estrellas, prosigui:
Ven, te contar una historia. Hace muchos, muchsimos aos, surgieron los primeros magos. No eran capaces de mucho, porque todo lo que saban consista en lo
que ellos mismos podan descubrir en una vida. Poco despus surgi la Orden de los Kainum, un grupo de magos que decidieron ensear lo que haban aprendido a
cambio de asegurarse de que ese poder se usara para el bien.
Y por qu se llamaron as?
Kainum? Viene de una lengua muy antigua. Significa los secretos del aura. Aunque hay quien lo traduce como la verdad del aura porque con el aura no se
puede mentir sabes?
El aura?
El aura, el alma, el ser astral, todo es lo mismo.
Y qu pas?
Todo fue bien durante siglos, hasta que los kainum se mezclaron en la guerra. Nunca antes lo haban hecho. La orden lo prohiba. Pero esta vez la magia sirvi al
poder y si los tiranos de ahora hacen cosas como quitarles los hijos a sus madres, imagina lo que podan hacer con soldados magos.
Fueron aos terribles, llenos de guerras y en fin de todo. Muri muchsima gente. La magia se us de las peores formas que puedas pensar: hubo plagas, se
extendieron enfermedades, se inventaron torturas que ni los locos podran imaginar. Al fin quedaron unos cuantos brujos, seores de grandsimos territorios, donde la
poca gente que quedaba los obedeca por puro miedo.
Esos hombres que quedaron, que slo combatan por temor a sus seores y que no tenan nada que ver con sus intrigas, odiaban la magia y a los brujos. Se
organizaron y asaltaron las torres de hechicera, confiscando todos los objetos mgicos
Qu es Confizcar? dijo mientras masticaba.
Confiscar?, guardarse, quedarse con algo.
Como robar?
S, ms o menos.
Figue dijo engollipndose con otro bocado.
Bueno. Despus atacaron a sus seores. La magia es poderosa, pero el nmero hizo la fuerza. Era una lucha a muerte entre dos bandos, los magos y los no magos.
Los rucainas y los akai.
Rucainas? No eran los kainum?
La Orden, los kainum, tena entre sus reglas no mezclarse nunca con los asuntos de la gente. As que los magos que desobedecieron esa norma, eran traidores a la
Orden, y pasaron a llamarse rucainas.
Ah, ya! Y los akai eran la gente normal no?
S, los que no tienen poderes mgicos.
Y despus qu pas? dijo con impaciencia.
Bueno, pues ya no existan reinos. Toda la gente normal se uni contra los rucainas. Esto fue el fin de los brujos. Los que no murieron fueron perseguidos hasta
ms all de la cordillera de Jisad, en el lejano occidente.
Ganamos!
Ganaron. Los akai ganaron. Pero esta ltima guerra mat a ms gente de la que se haba matado en toda la Historia. Por eso desde entonces se tiene tanto miedo a
la magia. Y por eso la gente es tan cruel que es capaz de matar a un nio, como t, si tan slo huele a magia. Prejuicios, Taigo, con los que te educaron.
Qu es un prejuicio?
Una opinin que se tiene sin saber lo suficiente. Por ejemplo, t eres malo? Taigo neg con la cabeza.
Pues ellos pensaban que lo eras porque s, porque tienen prejuicios.
Ah! Vale. Y cmo llegaste a ser kainum?
Como yo te podra ensear a ti. Normalmente slo invitamos a entrar en la Orden a adultos, pero tras lo que ha pasado te has ganado esa invitacin.
--Por qu?
--Porque eres el primer nio capaz de hacer magia sin haberla aprendido del que tengo noticia.
Yo puedo ser un un kainum?
Puedes hacer dos cosas. La primera es marcharte; adems te ayudar a encontrar la ciudad ms prxima si quieres. La segunda es ser mi alumno, pero te advierto
que es muy duro llegar a ser mago y requiere una disciplina que muchos adultos no aguantan. Eso s, he de decirte que tienes muy buenas aptitudes.
Pero t no dejars que me vaya no? As, sabiendo yo Quiero decir, ahora que s que que existes, y
Por qu? Recuerda que t mismo eres ya un proscrito. Si te reconocen te perseguirn y te matarn. No lo dudes. Y si hablas de m a otros nadie te creer.
Taigo suspir.
--No s qu hacer.
--Tuya es la eleccin, yo no puedo influirte, pues slo t sers responsable de lo que decidas hoy.
--Si me voy contigo mmmh tendr que hacer algo cosas que?
--Algo malo? Algo perveeeerso y maliiiigno? sonri.
Taigo se mantuvo expectante.
--Es al revs, Taigo. Me tendrs que prometer que no usars la magia contra nadie o no te ensear nada.
--Ah, s?, --suspir aliviado--. Cuando mi madre se entere! --Cort la frase a la mitad y se le borr la sonrisa--. Mi madre?
--Tu madre est bien. Pero ya no podrs volver a verla. Lo sabes no?
--Me --Taigo agach la cabeza y reprimi las ganas de llorar--. Me mataran.
--Lo siento, Taigo le dijo agarrndole el hombro.
Con esfuerzo transform su dolor en suspiros repetidos. Trat de concentrarse en su eleccin. Pero qu eleccin haba en realidad? Ms all de las llamas se
extenda un bosque oscuro donde dudaba de sobrevivir solo. Y la ciudad siempre le haba parecido mucho ms peligrosa. Por otro lado mir a su alrededor: la calidez del
fuego, pan de pasas para cenar, una manta sobre los hombros y sobre todo, no estar solo. Ninguna disciplina, por dura que fuese, le daba ms miedo que la soledad.
Ser tu alumno.
Sanjo le sonri con ojos chispeantes. Taigo crey leer un entusiasmo contenido en sus gestos, pero no estaba seguro. Con nfasis contest:
Soy tu maestro.
Madre?
La angustia acababa de sacar a Taigo del sueo. Abri los ojos y se sinti extrao. No estaban all los muros encalados, ni sobre l la colcha bordada, ni se oa el
entrechocar de la loza y los cubiertos desde la cocina. En su lugar slo estaba el sonido del viento, su caricia glida en el rostro. Sobre su cabeza las telaraas pendan
desde las sombras, arrebujadas entre las grietas de aquella triste oquedad que apenas mereca el nombre de cueva. Todo en ella le pareca amenazador, inhspito. Hasta
los murcilagos que se rebullan en sus nichos, se le antojaban peligrosos.
Madre.
Ahora son como una splica apenas murmurada. Se sinti como si estuviera ms all de un precipicio, con el abismo infinito bajo sus pies, en el instante justo en
el que comienza la cada. La congoja le contrajo la garganta y las lgrimas se le agolparon en los ojos, pero esta vez no permiti que salieran. Los primeros das haba
llorado mucho, pero ya no quera hacerlo en presencia de su maestro. Se avergonzaba. En vez de eso se gir de costado, dndole la espalda, con sus manitas de nio bajo
la cabeza, y se aproxim reptando hacia Sanjo, procurando que pareciera casual, hasta sentir su cuerpo, buscando su calor, deseando en realidad sin saberlo un abrazo
protector.
El kainum no se inmut. Mantuvo su respiracin rtmica y pausada como si siguiera durmiendo, mientras sus ojos tristes observaban las luces del alba. Deseaba
volverse, apretarlo contra su regazo y besarle la frente, decirle que no se preocupara por nada, que l lo acompaara pasara lo que pasase. Pero an no poda.
Sanjo haba pasado casi toda su vida en Silkara, sus errores lo haban expulsado de ella, de sus amigos y familiares, y no haba un solo da en que no pensara en
ellos; sin embargo saba que no poda compararse con su alumno. Taigo haba perdido a su madre, su nico familiar en este mundo, de un modo peor que la muerte,
porque saba que en algn lugar ella estara sufriendo por su ausencia.
Aquel da se levantaron temprano, como tantos otros, y tras el desayuno reemprendieron la marcha. Sobre el sendero apareci una mujer mayor, desaliada,
vestida con sayas descoloridas y gastadas, y con mil objetos colgando por todas partes. Los salud con una ancha sonrisa.
Buenos das nos d el Divino.
Buenos das respondi Sanjo. Taigo se escondi tras su maestro nada ms verla, atisbando por un costado.
Uy! No tendrs miedo de esta anciana, verdad pequen?
Mi hijo es muy callado.
Taigo se sinti extrao de ser llamado as. Sin embargo su maestro le haba dicho que aquello era necesario para no levantar sospechas.
Y muy guapo Vaya que s! Muchacho, con esos lindos ojos no te van a faltar novias, pero vas a tener que soltar un poco ms esa lengua. No querris alguna de
mis baratijas para poder aliviar a esta anciana de su carga?
No, gracias.
Pero si an no las habis visto! Mirad, mirad estos amuletos. Protegen de los bandidos! En todos estos aos nunca me atac ninguno. Y estas trampas para
serpientes? En verano se cazan muchas. Sois piadosos?, en ese caso tengo estos relicarios bendecidos por el mismsimo Moula, el patriarca ermital, con stos ni
demonios ni kainum pueden acercarse en una legua, garantizado!
Gracias, pero no nos sobra el dinero.
Cario, a nadie le sobra. Decdmelo a m! De moza el hambre me empuj a ingresar en el monasterio del Orculo. Figrese! Condenada a vivir en una celda de
por vida con tal de comer! Se me daba bien ver el futuro en las manos, pero gracias al Divino eso no fue suficiente, y aqu estoy. Veo que en este viaje no os acompaa
vuestra esposa.
Sanjo se limit a no contestar, sin cambiar la expresin de su rostro. Taigo en cambio precipit su mirada dolida al suelo. La buhonera pareci comprender y
agachndose un poco se dirigi al muchacho.
Ya no estar ms con vosotros verdad, cario?, dijo en tono dulce. Yo tambin qued hurfana hace mucho. La guerra me quit a mis padres, a mi familia y a
mis amigos. Tuve que buscarme la vida entre extraos. Pero el Divino me envi a buena gente en la que confiar. Me cost mucho hacerlo, porque no quera volver a
perder a nadie que me importase demasiado. Pero lo hice, gracias al Divino, lo hice. Vaya que s! Y ahora tengo un lugar al que volver, y una familia que si no lo es de
sangre s lo es en todo lo dems. T tienes suerte, an te queda tu padre. Aun as, no se te ocurra cerrarte a los dems vale?
La buhonera se volvi hacia su mula, hurg en sus alforjas y al final extrajo un colgante de un pequeo olivino enredado en una espiral de bronce.
Toma, es un regalo para que recuerdes mis palabras.
La buhonera le cogi la mano para depositar en ella el colgante. Sus ancianos ojos recorrieron la palma, y por un instante su cara se crisp. Taigo no la vio, pues su
mirada no se apart de aquel cristal verde mientras llegaba a su mano.
Gracias, seora. Lo recordar.
La buhonera no se movi. Sus ojos se llenaron de tristeza, atados al rostro del muchacho. Suspir y con la voz vaca de la jovialidad de antes, dijo:
Otra cosa, cario. Uno nunca sabe lo corta o desgraciada que puede ser la vida sabes? As que disfruta cuanto puedas de cada da. Vale? S feliz. S todo lo
feliz que puedas ahora! Vale, cario?
Taigo reposaba con las piernas cruzadas y la espalda vertical. No le haba costado acomodarse en aquella ladera mullida de hierba. La vista de un valle cubierto de
rboles se extenda ante l. No haba rastro humano alguno. La luz de la maana resplandeca desde un tamiz de nubes acariciando su piel. Sin siquiera una brisa, nada se
mova en aquel paraje silvestre que pareca an dormido.
Su respiracin era lenta y la posicin equilibrada. Tras tanta prctica era capaz de mantener todo aquello casi sin pensar. Cerr los ojos y se sumergi en s mismo.
Vaci su mente. Su consciencia o, como haba aprendido a llamarla, su alma, empez a expandirse. La percibi como una burbuja que creca cubrindolo todo. Parti de
su cabeza, baj al cuello, despus al pecho. Senta el fluir de su sangre, la contraccin de aquellas innumerables fibras musculares en cada respiracin, cmo penetraba el
aire y se diseminaba por sus pulmones. No conoca su nombre, pero le maravillaba descubrir aquellos tubos que nunca cesaban de ramificarse hacindose ms y ms
finos. Perciba el aire pasando por ellos, calentndose y llenndose de humedad. Notaba la presin en cada latido del corazn y cmo se dilataban y encogan las arterias.
Dentro la sangre se mova siguiendo el ritmo con distinto comps y hasta diferente sabor de los que perciba en las venas. Aunque la palabra sabor se quedaba muy
corta ante la infinidad de sensaciones que detectaba.
No slo captaba la materia, sino tambin las fuerzas que la gobernaban. Era un sentido mucho ms denso en informacin que la vista. De la misma forma, la
iniciacin en su uso implicaba un salto mental tan difcil como a un ciego de nacimiento le resultara una espontnea curacin. Todos los rincones de su cuerpo estaban a
un tiempo en su pensamiento, no atenda a ningn punto en particular sino a todos a la vez, en esto consista la dificultad del ejercicio. Costaba mucho ampliar el
espacio de aquel nuevo sentido.
Ahora atraviesa tu cuerpo, como en los ejercicios anteriores dijo Sanjo.
Sigui expandindose, englobando ahora el entorno de su cuerpo. Nuevos fenmenos fsicos se revelaban a su alrededor: el flujo de calor de la piel hacia el aire, la
carga elctrica en el tejido, la reflexin de la luz en cada superficie, la accin y reaccin de las fuerzas de su peso contra el suelo, las tenues inercias y presiones
fluctuando en el aire, sonidos inaudibles. Muchas eran recibidas en forma de nuevas sensaciones, pero sin saber exactamente de qu se trataba. Era como oler nuevos
aromas; poda discernir las fragancias pero no saber su origen.
Busca la piedra y lleva su peso a tu mano.
Sobre el suelo, a un paso, se hallaba la piedra que Sanjo le haba marcado. Enfoc su mente en aquel pedacito de materia, sin perder la consciencia de todo lo dems,
sinti su nimio peso e imagin que su mano se hallaba debajo de ella. Traslad en su mente la gravedad del objeto sobre la palma de su mano y levant sta con cuidado.
Oy la voz de Sanjo pronunciar en voz baja:
Abre despacio muuuy despacio los ojos.
Le cost mantener la concentracin ante la irrupcin de imgenes en su mente, pero logr mirar conservando todo lo anterior. La piedra flotaba en el aire. Segua
sintiendo su peso en la mano, pero no estaba en ella, sino all, a un paso, suspendida en mitad de la nada.
Lo haba conseguido! Taigo empez a gritar, saltar, rer y finalmente acab por echar a correr monte abajo a toda velocidad. Sanjo reprimi su deseo de imitarle.
Slo dos meses! Dos meses en hollar el umbral de la magia. l necesit ms de un ao siendo de los mejores.
En los das siguientes no hizo falta insistir nada para que Taigo se esforzara. Es ms, Sanjo tena que reprenderle por trabajar demasiado en las horas de descanso.
l mismo necesitaba cesar de vigilar y atender la curiosidad del nio, que no paraba de ejercitar la expansin urea. Le record a s mismo cuando descubri su propio
poder. Cuntas posibilidades por explorar! Igualmente Taigo senta la misma necesidad y empleaba en ella todo su tiempo. O quiz fuera que no tena otra cosa en qu
ocuparlo? Quiz fuera el momento de cuidar otras necesidades.
Sanjo busc un pueblecito adecuado, perdido entre montaas. Se instalaron en una choza que adecentaron en poco tiempo. Se la cedieron: un curandero siempre es
bienvenido entre quienes han de ir a la ciudad a por caros remedios. As, Sanjo actu como un buen padre educando a su hijo entre iguales y, por supuesto, buscando
una gran parte del da para vigilar los progresos de su otra educacin.
Cuando pasaban un tiempo prudencial cambiaban de pueblo. Sanjo saba que una temporada demasiado larga generaba una vinculacin emocional con los lugareos
difcil de romper despus. Por otro lado la probabilidad de ser descubiertos aumentaba con los das. Pero Taigo sufra el desarraigo con mayor fuerza, provocando en l
furibundas reacciones ante las que Sanjo haca gala de toda su paciencia. Saba que el nio recordaba en esos momentos a su madre, la prdida de su familia y de su
entorno para siempre. La amistad con los otros nios y su vida en comn, con los mismos hbitos y problemas que los dems, le llevaban a una ilusoria sensacin de
normalidad. Era un castillo en el aire que Sanjo se encargaba de derruir con la noticia de cada marcha.
Acababa de ocurrir. El nio se haba rebelado y haba discutido con su maestro. Enfurruado haba salido de la casa y Sanjo, inadvertido, lo haba seguido. Taigo
llam a la puerta de uno de los nios de la aldea. ste sali y juntos se marcharon a su fortaleza. As llamaban los infantes a una cueva natural, camuflada tras la
maleza, que les haba dado a ambos numerosas victorias al escondite y motivo para un sinfn de aventuras imaginadas. Taigo jug con su amigo tanto como pudo. Vivi
con intensidad aquella tarde, deseando que no acabara nunca.
El sol se apag y con l su permiso de juego fuera de casa. Llegaba la temible despedida. Entonces Sanjo observ como aquellos dos nios, atravesando el umbral
de la madurez por un instante, daban forma a sus emociones con la solemnidad propia de un sacramento. Se cortaron y unieron las heridas compartiendo su sangre.
Queran que sus almas no se separasen aunque lo hicieran sus cuerpos. Como los hermanos que nunca dejan de serlo a pesar del tiempo y la distancia. Taigo mantuvo la
compostura hasta el ltimo momento. Slo al volverse las lgrimas baaron sus ojos. Sanjo degluti sin lograr apaciguar el dolor que repentinamente se haba adueado
de su garganta. l, y slo l, haba condenado a vivir al nio al margen del mundo.
Taigo deambul hasta su casa. Temi una reprimenda por llegar tarde, pero nada sucedi. Sanjo pareca abstrado ordenando sus medicinas.
Padre, dnde estn los que son como nosotros? No podramos vivir con ellos y as no tener que irnos siempre?
Cuando llegue el momento lo sabrs.
Pero por qu he de esperar?
An no hmmm an no renes los requisitos para ser presentado a la Orden.
Es porque no entreno lo suficiente? Es eso verdad? Si tuviera tanta destreza como t, seguro que no te avergonzaras de m y me presentaras Taigo desvi la
mirada al suelo en un sollozo reprimido.
No es eso, Taigo, se trata ms bien de madurez. Algo que entenders con el tiempo.
Entonces, quedmonos aqu hasta que llegue el momento! suplic.
No es posible, Taigo. Gultro, el leador, sospecha ya de nuestras excursiones. Su hijo mayor nos estuvo siguiendo ayer hasta la falda del monte. Por otro lado
hace das que no viene ningn paciente y no nos queda ms dinero. He retrasado lo inevitable tanto como he podido.
Pues vete t solo! Taigo rompi a llorar.
Sanjo esper paciente. Luego, lentamente se acerc al nio. ste, llorando todava, lo abraz. Sanjo entonces pens en algo que pudiera calmarle, as que decidi
soltar los atesorados secretos de la Orden que tanto obsesionaban a su hijo.
Taigo, cuando te presente a la Orden, conocers a todo tipo de personas. Los kainum procedemos bien del mundo de los akai, como t, o bien del mundo kainum.
Y nuestra Orden es un reflejo de cmo es la gente aqu. Quiero decir, que encontrars las mismas mezquindades y virtudes que entre los akai. Pero he de advertirte: el
poder corrompe. Tanto aqu como en la Orden. Tienes que tener cuidado de aquellos que te miden por tu poder. No lo olvides, y no ensees el alcance de tu poder
mientras no sea necesario. Recuerdas lo que sucedi el primer da que llegamos a este pueblo?
Lo de mi pelea con Kami? dijo el nio an sollozando.
Exacto. Por qu te peleaste?
Ya te lo dije. l me empuj.
Cierto. Por qu crees que lo hizo?
l slo buscaba pegarme.
Si... pero por qu? l nfasis del maestro en estas palabras le hizo recapacitar.
Porque... humm... porque si me ganaba quedara mejor ante los dems.
Muy bien. Kami es alguien que desea el poder. Intentaba pisarte para dejar clara su posicin ante los dems. Kami no dud en aprovecharse de ti por creerte
dbil. As ocurre tambin entre los adultos, slo que la forma de lucha es la palabra y gana quien atrae la opinin de los dems a su favor.
Y cmo es que no os pegis, padre? Sanjo sonri.
Por muy fuerte que sea alguien, siempre habr un nmero de hombres capaz de vencerle. Es ms seguro pertenecer a un grupo que te proteja. De ah la necesidad
de quedar bien con los dems. En caso de problemas puedes contar con amigos.
Y entre los kainum tambin es as?
Es mucho peor, Taigo. El poder mgico define clases entre los kainum. Todos intentan ingresar en las clases superiores y la lucha es cruel. Y ms crueles aun son
los que estn arriba del todo.
Por qu, padre? Arriba ya lo tienen todo.
Porque el poder corrompe, hijo mo. Debes recordar eso. El poder corrompe, da alas al egosmo, y cambia el valor de las cosas. Y de las personas.
A pesar de la vehemencia con que Sanjo pronunci estas palabras, Taigo se le qued mirando, algo inseguro. Sanjo sonri y continu:
No te preocupes, ya lo entenders. El resultado es que entre los nuestros debes ocultar tu verdadera fuerza. Es la parte mala de los kainum.
Cul es la buena? Sanjo despleg una amplia sonrisa. Dulces recuerdos inundaron su mente pulsando algunas fibras de melancola.
Pronto la descubrirs, hijo mo, pronto.
(Ao del Divino 1010)
El corazn de Taigo lata demasiado deprisa para mantener concentracin. Sin embargo haba tenido suerte y le haba dado tiempo de encontrar un escondite
apropiado. Qu mejor sitio que dentro de una roca? Tras explorar con avidez una cima, descubri una oquedad perfecta para ser acondicionada. Era arenisca,
precisaba poca energa. Utiliz sus habilidades para cortar y soldar lascas de roca hasta cubrirse casi por completo. Unos sutiles poros, aparentemente naturales, le
serviran de respiradero. Ya slo quedaba esperar.
Los segundos pasaban con infinita lentitud. Sus nervios traicionaban su capacidad sensitiva. Deba estar alerta, concentrado exclusivamente en su aura, atento a
cualquier posible perturbacin. Aunque esta vez estaba bastante seguro de zafarse de su cazador. Al fin logr relajarse lo necesario. Repleg su fluido astral al contorno
de la cavidad y dej transcurrir el tiempo. Si pasaba el suficiente de seguro se salvara. Pero el miedo flotaba en su mente con sonrisa pcara.
Lo improbable ocurri. Fue el contacto de un aura muy debilitada, lo cual significaba que su perseguidor estaba muy lejos an, pero ya haba sido localizado. Deba
salir de all en seguida. Instantneamente el cascarn de roca se desgaj desplomndose al abismo y Taigo salt al vaco.
Cualquier observador habra visto cmo una grieta se dibujaba en el alto tolmo de arenisca, se extraara de la perfeccin circular de la misma, y se espantara al ver
cmo un ptreo disco caa con imposible lentitud mientras un adolescente emerga tras sta catapultndose al vaco.
Taigo acumul la energa que pudo robar de la piedra y de la altura de su cuerpo para lograr la mxima velocidad posible. Cuando estuvo cerca de las copas de los
rboles volvi a expandir su aura para tomar los apoyos ms prximos y redirigir su inercia. La prctica le permita hacerlo con sorprendente agilidad. Su maestro lo
llamaba el efecto trineo y no haba smil ms acertado. De todas las satisfacciones que la magia le haba comportado, sta, sin duda, era la mayor de todas. Cuntas
veces haba soado con volar?
Ahora que dominaba ese arte comprenda mejor las lecciones de su maestro: Un kainum no puede volar slo con la voluntad, ha de robar la energa de s mismo o
de otras fuentes. Al volar la fuente se aleja. A medida que el aura se estira para abarcar dicha fuente la concentracin se hace ms difcil. La alternativa es usar la propia
fuerza fsica, aunque es ms limitada. Adems de todo eso hay que tocar astralmente algn punto de apoyo.
Taigo alternaba constantemente entre bases donde proyectar la fuerza de sus msculos, y fuentes de energa como la roca desprendida. Al principio resultaba un
ejercicio bastante arduo. Por un lado requera un elevado dinamismo en cuanto a la capacidad de proyectar el aura. Por otro, haba que cambiar constantemente de
proceso a realizar segn la disponibilidad del entorno. Pero cuando al fin lo domin, las sensaciones lo compensaban todo.
Taigo haba tenido la oportunidad de montar a caballo y haba sentido el placer de galopar, de devorar los caminos a toda velocidad. Jams imagin que llegara a
vivir algo que lo superase. Algo como flotar sobre las copas de los rboles y andar en ese segundo suelo verde que se formaba. Algo como surcar el viento,
descubriendo en su azote el vrtigo de la celeridad. Algo como elevarse por encima de todas las cosas, ms arriba que cualquier montaa, baarse en el roco de las nubes
y contemplar su blanco mar.
Ahora toda la habilidad de que era capaz estaba siendo exprimida al mximo para escapar. Cambi de direccin varias veces. Cuando crey que haba despistado lo
suficiente se sumergi en el follaje. Sin perder su inercia atraves las copas de los rboles colocndose a dos varas del suelo. A esa altura se dedic a esquivar los troncos
casi rozndolos. Lo haca para avanzar lo ms rpido posible y porque le encantaba sentir su propio movimiento al pasarlos. Un maravilloso tnel vegetal se despleg a
su alrededor. Todo tipo de colores se precipitaron a su paso. Luces y sombras se alternaron cayendo desde el frondoso techo de hojas sobre el suelo florido. Cuando
encontraba un claro bajaba hasta rozar la hierba. Sentiran al hacerlo los pjaros lo mismo que yo?, se pregunt.
Ahora tena que encontrar un nuevo escondite. Descubri un tronco hueco. Se introdujo y expandi su aura. Sinti la madera muerta, seca, con los hongos
devorndola desde dentro en un proceso tan lento como el propio crecimiento del rbol. En el exterior not la parte viva, la savia filtrndose y ramificndose. Busc una
zona donde la madera fuera especialmente gruesa y libre de carga. Escindi la suficiente y tap el hueco con ella. Pero an faltaba un detalle. Sera muy sospechosa un
rea de madera descubierta sin daar. As que us parte de los hongos del interior y los adhiri a la zona expuesta recin constituida. Se sinti seguro. Aunque tras lo del
ltimo escondite, no del todo.
Tuvo que esperar algo ms, y volvi a percibir aqul aura tentndole, pero esta vez con increble densidad. Cmo era posible? Tras leguas de intensa carrera, sin
sentirla, y escondido bajo el follaje... cmo poda adivinar donde estaba?
An no haba acabado. Sali con la furia de un jabato, decidido a no dejarse coger. Le cost subir hasta las copas de los rboles, pues no contaba con ninguna fuente
de energa que utilizar, as que sus piernas pisaron unos escalones imaginarios, proyect su fuerza sobre el suelo y ascendi. Una vez en lo alto necesitaba saber de
dnde provena aquella aura. Expandi la suya al tiempo que buscaba con la mirada. Se hallaba en un linde del valle que daba a la rocosa falda de una montaa por la
cual, una catarata se despeaba.
Una ola de pnico casi le hace caer al ver el agua. El fluido caa demasiado lento. Tal y como cierta roca que l mismo desprendiera apenas media hora antes.
Estaba all! Taigo se gir para huir a toda velocidad en direccin contraria. Apenas haba iniciado su movimiento cuando sinti una mano sobre su hombro.
Te pill dijo Sanjo respirando con dificultad.
Padre!
Me parece que me estoy haciendo viejo para ciertas cosas.
Cmo lo has hecho? Si ni siquiera sent tu aura durante la carrera! No has podido verme!
Todava soy tu maestro y hay cosas que te faltan por aprender.
Otra vez!, por favor.
Ya te dije que sta era la ltima, van seis veces. Y slo te habas ganado cuatro por tus ejercicios!
Anda, otra, slo otra, por favor, otra ms.
No Taigo, yo ya estoy muy cansado. Pero si quieres puedes volar un rato por ah mientras haya luz. Tienes la tarde libre.
Gracias!
En dos segundos volva a planear sobre jaramagos y margaritas acariciando las puntas con sus manos abiertas. Sanjo lo observ sorprendido. Cmo demonios
poda mantener tanto tiempo seguido la concentracin? Estaba realmente orgulloso de su hijo. Los progresos de los ltimos meses seguan una aceleracin imparable.
Realmente dudaba de qu nivel podra alcanzar cuando por fin fuera presentado. Slo una cosa le preocupaba, el efecto que aquello pudiera causar en l. Se volvera
cruel? Despreciara a los dems? Demasiadas veces lo haba visto en otros. l mismo haba sufrido en el embrujo del poder y gracias al Divino el efecto slo haba sido
aquel exilio que ahora padeca. Deseaba librar a Taigo de aquel mal y no saba cmo.
(Ao del Divino 1011)
Taigo haba vuelto a soar con ella. Sufra. No saba por qu, pero senta su dolor como si fuera propio. Lo perciba en todo su detalle, con demasiada nitidez para
ser un simple sueo. Experimentaba una empata absoluta con aquella hermosa muchacha que abarcaba sus reacciones, sus pensamientos, y toda su personalidad
soada. Sin embargo no lograba comprender la causa de su angustia. Y eso a pesar de que todo el personaje apareca en su mente con un asombroso nivel de detalle.
Aquel realismo inclua un rostro que evolucionaba con el tiempo. No recordaba en qu momento de la niez comenz a verla, pero entonces tambin tena una faz pueril
como l. No la deseaba, como ahora, pero la senta familiar. Siempre la sinti familiar.
Escuch a su padre en la cocina. Se desperez oliendo el apetitoso desayuno que Sanjo preparaba. Como cada maana dedicaron las primeras horas a sus ejercicios
astrales. Esta vez tocaba combate. Utilizaron un claro entre eucaliptos, llano, cubierto de tomillo y jara, alejado de todo poblado. Ambos se dispusieron frente a frente,
a unos cincuenta pasos. Una distancia que daba escaso tiempo para preparar sus armas, pero la velocidad era parte del reto en este juego.
Antes de empezar. Qu se puede hacer contra una bola de fuego? pregunt Sanjo.
Tres cosas. La primera, levantar una barrera; la segunda, concentrar bruscamente el aura en un punto y luchar por su control; y la ltima, esquivarlas.
Muy bien. Listo?
S!
Pues adelante!
Taigo corri hacia el cielo, ganando energa con cada zancada. Sanjo se elev tambin, no tan aprisa, sin embargo a su alrededor aparecieron dos bolas de brillante
luz. Cuando estuvieron a veinte pasos una de aquellas esferas sali disparada hacia el alumno. ste salt hacia el suelo en una trayectoria inclinada. La esfera
desapareci en una vibrante detonacin y su clido eco roz los pies del muchacho. Taigo resisti el impulso de prdida de concentracin. Cuando estaba a punto de
pasar bajo su padre deceler de forma brusca, quedando casi parado levitando a un palmo del suelo. Toda la energa robada la transfiri a un pequeo volumen de aire.
Le cost un enorme esfuerzo mental comprimir tanto el gas. Senta la presin y el calor luchando por escapar de su encierro virtual. Saba que sera ms fcil controlar la
esfera de fuego si le conceda ms espacio. Pero no. Deseaba llegar a la perfeccin de su padre. Cuanta ms pequea, ms peligrosa. Podra moverla con ms rapidez, y
si no lograba su objetivo, al menos el estallido podra aturdir.
La tena. Por un instante se permiti admirar su luz incandescente. La bola ascendi rauda hacia el maestro. ste, sorprendido por la velocidad de Taigo, lanz su
segunda esfera contra la atacante. La explosin no fue homognea. En la fraccin de segundo en que las dos bolas impactaron, dos auras se encontraron pugnando por su
control. Ninguno lo consigui, pero la inexperiencia de Taigo propici que alguno de los chorros de gas ardiente fluyera en su direccin, quemndole levemente el brazo.
Al instante su aura se repleg, e incapaz de levitar cay sobre la hierba. Sanjo se pos a su lado.
Te has hecho dao?
Taigo se puso en pi de un salto apartndose de su maestro.
No, no, no, no! Esta vez no me has tocado. No he perdido. An sigue el combate vale?
Seguro?
S, s, claro que s! dijo entusiasmado.
Sanjo observ a su alumno. Le brillaban los ojos con la pasin del juego. Siempre lo haban hecho. Y siempre haba mostrado muy mal genio cuando perda. Saba
que tena que hacerlo lento, para que Taigo se fuera haciendo a la idea.
Como quieras sonri.
Sanjo se llevo una mano a la espalda y con la otra fue abriendo y cerrando el puo mientras paseaba hacia Taigo con indolencia. ste retroceda mientras buscaba su
concentracin perdida. Se senta bien, excepto por aquella pequea quemadura. Sin embargo era incapaz de expandir su aura.
El maestro se acercaba lentamente, acumulando la energa de su mano en una esfera de luz diminuta. Taigo cerr los ojos con furia, forzando al mximo su
capacidad de concentracin, pero le resultaba imposible con aquel pequeo dolor repiquetendole en la mente.
Pufff!
La insignificante bolita se deshizo sobre su ropa.
Ahora s te he dado no?
Maldita sea! Maldita sea!!
La ira es la pri
S, ya lo s! La ira es la primera venda de la razn. Maldita sea!
Sanjo soport paciente los gruidos y furiosos ademanes de su alumno hasta que se fue calmando
Pero cmo es posible?! Si hace un momento estaba bien y ahora he perdido todo mi poder de golpe!
Basta una leve herida para anular el poder de un kainum.
Pero si la ma era muy pequea!
El dolor reclama la atencin de tu mente, y si tu mente no est en paz, tu aura deja de ser libre.
No hay ninguna forma de, de olvidar el dolor, de cerrar esa sensacin?
Siempre hay drogas para el dolor, pero suelen atontar e incapacitar la expansin urea.
Entonces nadie puede hacer magia con dolor.
Eso es. Aunque hay una excepcin a esa regla.
Cul?
En el instante de la muerte, algunos pueden hacer algo.
Pero, padre, se es el momento de mximo dolor. Cmo puede nadie concentrarse en una situacin como sa?
La verdad, no lo s. Lo nico que puedo decirte es que existen casos probados en los que alguien lo lograba. Muy pocos casos claro. Y siempre era gente especial.
Especial? Cmo de especial? Kainum muy hbiles?
No. Kainum muy comprometidos con alguna causa. Santos. Gente con una fe y una generosidad fuera de lo comn.
Fe? Qu tiene que ver la fe con la magia? En ninguno de los ejercicios que he hecho la he necesitado.
Te equivocas. La fe es un grado de confianza, de certeza de la verdad que uno conoce. T asumiste que expandir el aura era posible, porque lo viste con tus
propios ojos en m. Tenas fe en que lo lograras y eso te ayud a hacerlo. Ms de lo que piensas. Pero bueno, la fe no es algo que se pueda entrenar, as que
concentrmonos en qu es lo que s puedes mejorar.
Maestro y alumno analizaron el combate para realizar ms ejercicios y, lo que a Taigo ms le gustaba, volver a combatir. Sanjo no deseaba exactamente ese
aprendizaje en Taigo, pero saba que era la forma ms eficaz de progreso para su alumno, como lo fue para l y, gracias al cual, lleg a ser un buen mdico. Adems, se
acercaba el momento de llevarlo ante sus iguales, y vala la pena estar preparado para ello.
(Ao del Divino 1015)
Acababan de llegar a un nuevo pueblo. Estaba en fiesta. Las calles olan a hinojo y romero que, recin cortado, las alfombraba. Las muchachas se adornaban el pelo
con jazmines y rean con pcaras miradas. Nios y mayores paseaban disfrazados o con las caras pintadas. Todo era risas y jolgorio a su alrededor.
Llegaron a una plaza donde un grupo de msicos tocaba canciones que todo el mundo conoca. La gente los segua con las palmas, bailando y entonando a varias
voces la meloda. Los porrones y las botas pasaban sin preguntar quin los peda, y pareca que todo el mundo era de una misma familia. Resultaba difcil no contagiarse
de aquel ambiente y Sanjo pronto se encontr entre ellos, sin bailar, pero charlando animadamente e incluso acompaando con palmas a veces la meloda.
Taigo por el contrario se escabull a un rincn. No poda apartar su mente de aquellos otros que no volvera a ver. Haca dos das que se haba despedido de otro
amigo. En otro pueblo como ste. Otra amistad perdida. Ya no quera conocer a nadie ms. Deseaba estar apartado de la gente. Tan slo observar.
Sac los pliegos de su mochila y busc alguno en blanco. Le cost, la mayora eran retratos de ella, esa desconocida que lo visitaba en sueos. Los guard con
cuidado, pos un cartn sobre las rodillas, coloc sobre l el papel y comenz a dibujar.
Se le daba bien. Al principio se limitaba a copiar lo que vea, buscando ser lo ms exacto posible. Pero ltimamente prefera deleitarse en la belleza del detalle.
Como aquella yedra lamiendo las vidrieras de la iglesia ermital, la inmutable sonrisa de un gato ronroneando al sol del atardecer sobre un tejado desnudo, las expresiones
de la gente, sus miradas, sus ademanes. Todo iba ingresando poco a poco en el pliego, mientras su mente vagaba distrada.
Eh, t! le grit un muchacho.
Yo? dijo Taigo extraado.
S t. Nos falta uno para el juego de las cintas. Te apuntas?
Por qu yo? dijo receloso.
Y por qu no? Ellos desconfan de los extranjeros, pero yo creo que nadie es extranjero cuando se le conoce verdad? Vamos, vente, te presentar a los dems.
Taigo se qued mirndole. Lo deseaba. Deseaba entrar en aquel nuevo grupo, conocerlos, convivir con ellos. Le sera fcil. Lo difcil vendra despus.
No, gracias el muchacho se encogi de hombros y se volvi.
Despus vendran las despedidas. Justo cuando ms dola. Dolor. Un dolor que nunca compensaba. Todos se van, pens Taigo. El colgante de olivino se pos
sobre el pliego, estorbando. Iba a apartarlo a un lado cuando detuvo su atencin en l. Disgustado, se lo quit del cuello. Nada dura, buhonera, pens.
Sin embargo, en su dibujo, formando el corro que bailaba alrededor de los msicos, haba un joven que se pareca bastante a l, y agarrada de la mano una muchacha
que se pareca bastante a la soada.
(Ao del Divino 1016)
Padre, necesito el maletn.
Est junto a la puerta. A quin vas a visitar?
A Idilve, la de la fiebre.
Dirs ms bien la que lleva una semana sin fiebre.
Ya, pero me ha pedido que vaya. Tendr que asistirla no?
Si yo tuviera tu edad, me encantara tener que asistirla sonri.
Taigo se ruboriz y se escabull por la puerta. Cuando cruz la plaza mayor recibi las miradas de odio o envidia de cada muchacho que encontr. Pero esos no le
hicieron nada. Los peores lo interceptaron en una calle estrecha.
Adnde te crees que vas, listillo?
Mientras dos bloqueaban la calle, un tercero se le aproxim por detrs.
Me parece que ya lo sabes. Dejadme pasar.
Trat de ignorarles y sortearlos, pero se le echaron encima.
Tch, tch, tch! T no vas a ningn sitio. Te enteras, listillo? T no te vas a acercar ms a Idilve. Ella es para los de este pueblo. Y t no eres de aqu. Y para que
no se te olvide te lo vamos a explicar y con el puo golpe su palma.
Uno de ellos intent agarrarlo por el sayo, pero Taigo lo eludi.
Y qu pensar ella cuando se entere?
Eso no importa, listillo. T ya estars fuera. Que elija a uno de nosotros.
No, a uno de vosotros precisamente no. Ella sabr quienes me han pegado.
Dos de ellos dudaron, pero el cabecilla reaccion rpido:
Imbcil, dentro de un rato no sabrs ni el ao en el que estamos. No te atrevers a decirle nada. Agarradlo, venga!
Taigo tuvo el impulso de usar sus puos. Lo deseaba. Saba que poda con ellos sin necesidad de usar el aura. Ninguno entrenaba a diario como l, ninguno posea
su fuerza. Pero aquella ira no era ms que una chispa, insuficiente para encender aquel ocano de voluntad que senta en su interior. se que slo se agit una vez,
cuando arranc su alma de nio para herir a un soldado. Qu no sera capaz de hacer, ahora que era adulto? Su puo crispado se relaj, sac un frasco diminuto lleno de
un lquido rojo. Lo destap y un olor nauseabundo alcanz a todos.
Alto! Si me tocis os salpicar con esto.
Los muchachos se detuvieron inseguros.
Y qu?
Con que os toque una gota os llenaris de granos por todo el cuerpo. Se apartaron recelosos. Os estaris rascando durante un mes. Cuando se infecten tendris
fiebre y se os llenarn de pus alz el frasco y dieron otro paso atrs. Vuestras caras quedarn marcadas de cicatrices. Ni la ms fea se os acercar.
Mientes! Si fuera verdad no te arriesgaras a mojarte con eso.
Taigo sonri siniestro.
Yo conozco el remedio. Y t?
Entonces, balanceando el frasco arroj unas gotas hacia ellos. Ni siquiera el cabecilla pudo evitar apartarse. Taigo aprovech y los acos con ms salpicaduras. Los
pasos se convirtieron en carrera, y al final los agresores desaparecieron. Habr alguien que no est enamorado de Idilve en este pueblo?, se pregunt.
El zagun de la casa estaba entreabierto y Taigo lo franque sin llamar, como los das anteriores. Subi a la primera planta y golpe la madera.
Adelante son una voz femenina.
Abri la puerta e inspir un aroma de rosas. La luz de la tarde se condensaba en unas cortinas blancas sobre una coqueta ventana. Todo reluca en el interior. El
rostro de un ngel lo recibi con sonrisa pcara.
Cmo ests?
Por qu no vienes y lo averiguas?
Taigo desvi la vista de aquellos ojos inmensos que seducan con un parpadeo, y pos su maletn sobre la cmoda, justo al lado de una mueca de porcelana. La
observ un momento. Su vestidito a rayas, sin una arruga, labios carmes perfectos, como los de su duea, faz exquisita y ojillos preciosos; pero una mirada inerte que le
produca repulsin. No como la mirada anhelante de Idilve.
Extrajo algunos instrumentos y se acerc a la joven. sta se incorpor apartando la colcha. El camisn ajustado acentuaba sus formas de mujer.
Te te auscultar la la espalda.
Ella alz los codos para recoger el pelo y pasrselo delante, por encima del hombro derecho. Brill como un campo de trigo alisado por el viento. Un leve
movimiento del izquierdo, en apariencia involuntario, y la tiranta del camisn cay a un lado. Taigo se qued quieto, observando las lneas, luces y sombras que definan
la figura de la joven.
Sabes? Me encantara dibujarte. Justo tal y como te veo ahora.
Y por qu quieres dibujarme?
Porque toda esa belleza hay que atesorarla.
Siempre me dices cosas bonitas, pero luego no no haces nada.
Taigo rehuy esa mirada. Rode el lecho y aplic el odo a un artilugio que apoy en la espalda de Idilve.
Uy! Esta fro.
Slo es un momento, ya lo sabes.
Siempre te quedas slo un momento. Siempre fro murmur la joven.
Taigo palp el cuello con suavidad. Idilve se gir hacia l, sorprendiendo una mirada que no iba dirigida a su cuello precisamente. Taigo enrojeci y se detuvo.
Perdona yo no debera
Me deseas.
Qu hombre no te deseara?
Entonces, Por qu me rechazas?
Taigo se gir hacia la mueca de porcelana y descans su mirada en aquellos ojos vacos. Por contraste, los de la muchacha ardan.
Idilve, eres preciosa, y ests llena de virtudes. Ves siempre la parte buena de la gente y de las cosas. Tienes una alegra contagiosa y nunca te he visto un gesto
cruel o egosta. La verdad es que, en todos mis viajes, no me he encontrado con ninguna mujer que te supere
Entonces? Qu te pasa?
Taigo la mir sin responder. Le pareci que l era el de los ojos de porcelana. Los de Idilve se tornaron acuosos. Sus labios le temblaron.
Yo s que te pasa. Ests enamorado de otra.
Taigo frunci los prpados, pero no supo negarlo.
La he visto continu Idilve, con la voz compungida. En tus dibujos. Dices que no has visto a ninguna ms bonita, pero me has mentido. Has conocido a otra
ms bonita que yo.
No te he mentido. Nunca me he cruzado con nadie ms linda que t. Lo juro.
Entonces Quin es la de los dibujos? No me dirs que es un sueo?
Taigo desvi la vista. Las cortinas se hincharon y luego cayeron lentamente. No poda ver el aire que las mova, pero saba que estaba ah.
No. No es un sueo.
Has dudado! O sea, que la has visto en un sueo.
Es difcil de explicar, pero no son sueos normales, no
Taigo!, interrumpi Idilve. Te das cuenta de lo que ests haciendo?
El asombro eclips el dolor que se lea en el rostro de la joven. Aquel cambio en el tono llam la atencin de Taigo.
Te has dejado enamorar de un sueo!
Te digo que no es un sueo.
Pero no es real.
Es real. Estoy seguro.
Cmo lo sabes si dices que nunca la has visto?
Taigo abri la boca. No pudo decir nada. La cerr y desvi la vista al suelo.
No puedes saberlo. Y si no existe? Condenars tu vida a no estar con nadie, nunca. Deseando a una mujer que no llegar jams.
Idilve se levant y se acerc a l. Con voz ms suave prosigui:
Yo soy real, Taigo. A m me podras tener.
Idilve le cogi ambas manos, y se las llev a su talle, hacia la espalda. l sinti la presin de su cuerpo, su calor.
Eres sensible y tienes buen corazn. Me haras muy feliz. Lo s. Y yo ira contigo a donde t quisieras
Sus dedos subieron por el pecho de Taigo, el cuello, las mejillas y se enterraron en el pelo.
Tendramos hijos, y nunca nos faltara de nada. Qu ms le puedes pedir a la vida?...
Los labios de Idilve se posaron en los suyos. Se dio cuenta de que estaba viviendo el sueo perfecto de cualquier joven. Tena a una ninfa entre sus brazos y lo
estaba besando con pasin; pero sus labios no respondan, inertes como la porcelana. Idilve se separ y lo mir a los ojos. Vio el brillo de una lgrima justo antes de que
ella girara la cabeza.
Vete, Taigo. No vengas ms.
Se qued quieto, mirndola sin saber qu hacer. Luego recogi sus cosas en el maletn.
Sabes? Ojal no encuentres nunca a esa mujer. Lo deseo por tu bien.
Por mi bien?
Si ests enamorado de ella y an no la has visto, qu pasar cuando la veas? Y si est casada? Y si no te corresponde? Te har sufrir, Taigo. Mejor disfruta de
ese sueo, y reza por no encontrarla.
Cuando Taigo se acost aquella noche tena de todo menos sueo. Se senta enormemente confuso. Qu parte de lo que haba dicho Idilve era cierta? Por qu no
haba sido capaz de abrazarla? Por qu no haba podido aceptar la mejor oportunidad que le haba ofrecido la vida? Por ms que lo intentaba, no encontraba la razn de
sus sentimientos. Quizs porque no la haba.
Las horas transcurrieron dando vueltas en el lecho. Cuando al fin el cansancio le permiti cerrar los prpados, reconoci el placer que adivinaba en el sueo. Le
ilusionaba la posibilidad de otro encuentro. Estaba enamorado de ella? No sabra decirlo. Ansiaba sentirla, enfundarse en su piel y vivir otro da de su vida. Ver sus
preciosas manos doblar la ropa, or su voz en un saludo, su risa, contemplar el mundo a travs de sus ojos. Quizs, con suerte, ella se mirara en el espejo, y as, l
tendra otra vez su rostro. Y ste s que lo atesorara, se le grabara en la memoria solo, sin necesidad de ningn dibujo.
(Ao del Divino 1017)
La inmensidad de aquel mar amarillo lo impresion de veras. Una interminable sucesin de dunas que se difuminaba en la lejana, fundindose con el cielo siempre
despejado y cegador en un horizonte sin fin: el desierto de Haraiez. El aire clido cargado de arena soplaba a rfagas, araando la piel descubierta, obligando a Taigo a
enfundarse aun ms en la chilaba a pesar del calor.
Horas antes se haban aprovisionado de los vveres necesarios para una larga travesa. Sanjo se haba negado rotundamente a comprar un camello, y no era por falta
de dinero. Taigo haba tratado de sonsacarle algo a su tutor, pero ste le haba respondido con evasivas. Estaba acostumbrado al lenguaje enigmtico de su padre, era lo
que utilizaba cuando deseaba ocultar algo. A lo que no estaba tan habituado era a caminar horas y horas seguidas azotado por el helado viento nocturno, ni a dormir bajo
un sol abrasador.
Al cabo de quince das vislumbraron la montaa. Alcanzar su base les cost toda una semana adicional. Taigo procuraba ocultar su desasosiego a Sanjo, sin
embargo ya apenas les quedaban vveres. Su nica esperanza consista en que aquel amasijo de rocas albergara agua, pero la montaa ofreca un aspecto desolador. La
dura piedra blanca surga de la arena perdindose en las alturas y su carcter compacto sugera una desolacin hermana del desierto. Ni en su pelada cumbre, ni en las
grietas de su base se distingua rastro alguno de vida. Qu agua esperaban encontrar all? Taigo, bastante experimentado ya en el arte kainum, dudaba de la existencia de
alguna tcnica para crear agua.
Dos jornadas bastaron para alcanzar la cima. Sanjo inspir profundamente sintiendo la limpieza del aire. Mir a su alrededor y se extasi contemplando la
inmensidad de un firmamento cargado de estrellas. No haba nada en su entorno en muchas jornadas a la redonda. Esa sensacin de absoluta soledad, erguido all sobre el
mundo, lo hipnotiz. Pero no estaban all para eso.
Se concentr sobre la cima como apoyo y, como si de una invisible escalera se tratase, comenz a subir a travs del cielo. Taigo sigui a su maestro. Mientras
escalaban sobre el viento, la mente del muchacho no cesaba de elucubrar sobre su destino. Qu poda esconder aquel inhspito desierto?
Amaneca. Era el momento ms fro del da. El sol no haba salido an pero el cielo aclaraba en el este borrando las estrellas a su paso. Taigo mir hacia abajo, la
montaa se perfilaba como un islote plido en medio de un ocano de arena. Hacia arriba las estribaciones de una inmensa nube. Estaban literalmente en mitad de
ninguna parte. En ese momento Sanjo se volvi hacia su hijo con una sonrisa de satisfaccin en el rostro.
Hijo mo, como ves slo un kainum podra llegar hasta aqu y slo a los de nuestra orden encontrars en este lugar. Cuando entremos habrs de jurar por tu vida
que guardars su secreto.
S padre, pero entrar dnde?
Ahora lo vers. Otra cosa. Recuerda lo que te dije sobre el poder Sanjo entonces adopt una expresin grave, una que Taigo haba aprendido a temer y que su
padre slo utilizaba para las cosas esenciales. A partir de ahora y mientras no te d permiso, slo utilizars un tercio de tu poder. Recurdalo, pues te pondrn a
prueba, y no necesariamente descubrirs cuando Taigo se detuvo un instante antes de responder, como para dar el mismo grado de seriedad a sus palabras.
Lo prometo.
Sanjo sonri. Luego se concentr por un momento para relajarse seguidamente y observar la nube. Taigo no pudo distinguirlo al principio, mas qued estupefacto
al ver aquel enorme cubo descolgarse a toda velocidad desde arriba. Par su movimiento en seco. Entonces padre e hijo se introdujeron en el cubo y al momento ste
comenz a subir. Durante unos minutos atravesaron una niebla espesa. Despus la oscuridad los envolvi por completo. Ante la inquietud de Taigo, el padre le seal
hacia arriba. Un diminuto crculo de luz los esperaba al final del camino.
Al fin emergieron. Una plataforma de piedra albergaba la intrincada estructura de poleas, cuerdas y madera, necesaria para izar el cubo. A sus espaldas, un muro de
piedra marcaba el fin de la plataforma y el principio de la mgica niebla. Ante ellos se extenda un valle tapizado de cultivos, de floridos prados y arboledas. Pareca
sacado de la imaginacin de un pintor. Todo ordenado, sin excesos ni defectos, en un equilibrio diseado y pulido durante siglos. Taigo no sabra decir en qu se
diferenciaba cuanto vea de lo que l imaginaba como el paraso. Realmente estaba en el Cielo?
Pero aquello no era todo. Tan slo era un adecuado aderezo a la maravilla que se adivinaba a lo lejos. Una ciudad de fantasa resplandeca en el centro de aquella isla
volante. Taigo qued inmvil ante la silueta de Silkara, donde ms que edificios parecan haber joyas gigantes.
Sanjo! Dichosos los ojos! Reconocera tu aura aunque pasaran mil aos. Cuntos han sido?, Ocho? No. Diez? Al pie de la plataforma esperaban varios
hombres uniformados. Uno de ellos, alto y de cintura generosa, era el que se diriga al maestro.
Gardi! Veo que te han ascendido! No me digas que ahora simpatizas con esos sinvergenzas de la Concejala.
Qu va, hombre! No he cambiado tanto. Aunque reconozco que tu partida rompi muchas ilusiones.
El rostro del hombretn se ensombreci ligeramente en este punto. Mas slo fue un instante. Dirigi su atencin a Taigo y continu.
Supongo que ste es tu pupilo. Cmo te llamas, muchacho?
Soy Taigo.
Bueno, ya que es la primera vez que visitas Silkara, he de advertirte sobre las reglas, pues conociendo a tu mentor me temo que se le habrn olvidado.
Sanjo intent protestar, invocando al voluble reglamento dictado cada semestre por el Consejo, pero su amigo lo ataj con bromas. Mientras Gardi relataba una
lista de derechos y obligaciones intercaladas con ejemplos cmicos y ancdotas sobre algn despistado que no haba ledo el ltimo edicto, Taigo no paraba de
asombrarse con cada detalle que vea. Para empezar montaron en una plataforma equipada con un gran nmero de asientos mullidos. Pareca un carro, pero sin caballos
ni ruedas. En cuanto montaron levit a una vara y aceler dirigindose a la ciudad. Conforme se iban acercando el flujo de viajeros y mercancas se haca ms denso,
cruzndose con otros de aquellos carros que surcaban el cielo a varios niveles.
En la campia, sobre un pedestal en medio de una hectrea de lechugas, un cristal octadrico acaparaba toda la atencin del campesino. Simultneamente, las
hortalizas eran extradas por una mano invisible a una velocidad asombrosa. Por todos lados se vean hileras de verduras desfilando en el aire hacia sus particulares
puntos de recoleccin.
Llegaron a la entrada sur de la ciudad. Un titnico portal de vidrio, copiosamente adornado, enmarcaba la principal va de la urbe. En derredor de sus imponentes
columnas, destacadas nervaduras lo recubran despegndose aqu y all como ramas en voladizo sobre cuyos extremos adoptaban la forma de flores o capullos. En ellos,
una enorme diversidad de elementos se conjugaba con el vidrio para despertar los sentidos. Desde burbujas de colores hasta gemas fulgentes gracias a espejos
estratgicamente situados, todos contribuan a dejar extasiado al observador.
Taigo mir hacia arriba, a unas cien varas de altura estaba el arco. Sobre la superficie de cristal una exquisita filigrana plateada se posaba aqu y all acompaando
con sus destellos las columnas de luz de colores que bajaban.
Son poemas dijo Gardi.
El qu?
La filigrana. Los mejores poemas de nuestra literatura.
Hablan de Silkara terci Sanjo, la ciudad de la luz, pues aqu la mayora de los edificios son de cristal.
Por qu nunca me hablaste de esto, padre?
Y fastidiarte la sorpresa? dijo Sanjo sonriendo.
En Silkara la magia y el vidrio haban permitido estructuras imposibles. Jams haba visto torres ms esbeltas y altas. Aunque lo que ms le impact fueron los
jardines. A la estudiada colocacin de las plantas, las flores y sus colores, se le aada la disposicin en alturas. La ciudad estaba cruzada de punta a punta por paseos
ajardinados colgantes que se apoyaban en torres y dems edificios con estudiada armona.
El viaje finaliz en el palacio del cabildo. No tuvieron que esperar demasiado hasta ser recibidos. Un bedel les acompa hasta un acogedor despacho en la ltima
planta. El techo y la pared del fondo eran de cristal transparente. En l se haban labrado unos canales por el exterior, lo suficientemente anchos como para albergar
magnficos macizos florales. En el centro del techo convergan todos los canales dando espacio para un frondoso rbol que con sus hojas proporcionaba un agradable
juego de luces y sombras en el interior. Realmente parecan estar en pleno bosque, slo que con la comodidad de un hogar.
Bienvenido, Sanjo.
El magistrado que los recibi era de mediana edad, de ojos pequeos y ademanes lentos. Daba impresin de ser alguien reflexivo y observador. Ofreci una amplia
sonrisa a Sanjo. ste le respondi con un clido apretn de manos.
Espero que as sea, Marnu.
Por supuesto, amigo mo. Tu exilio expir hace tiempo. Por qu has tardado tanto en regresar?
Te presento a Taigo, mi hijo. Taigo, ste es Marnu, un amigo.
Humm, ya veo. Mis saludos, Taigo. Qu te ha parecido Silkara?
Los ojos Taigo se perdieron en cambios bruscos, su boca se abri intentando pronunciar palabra, pero no encontraba la adecuada. Al fin logr expresar:
Es... es... bonita Muuuuy bonita!, seor.
El funcionario ri a carcajadas.
Ya veo que es cierto lo que dijera el poeta: No hay palabras suficientes para Silkara. Es el efecto de siglos sin guerras y con una poblacin constante. Bueno,
necesito llevar este documento a la conserjera kaiya, y ya que no has visto el edificio me haras el favor? Taigo mir a su padre.
Puedes ir hijo, Gardi te acompaar, adems Marnu y yo tenemos que hablar de muchas cosas.
Su voz call, pero en el plano astral el aura de Sanjo continu: Y recuerda lo que te dije. Taigo asinti. Recogi el legajo enrollado del funcionario y sali.
Marnu ofreci una butaca a su invitado y tom asiento frente a l. Mir un instante hacia una vara de incienso y sta prendi de golpe, su aroma se extendi por la
estancia.
As que un hijo. Con veinte aos recin cumplidos, imagino.
Ya conoces la ley.
S, s. Claro. Es que no me hago a la idea de verte como padre. T, un un
Un rebelde? Un delincuente?
Dejmoslo en espritu libre. Siento mucho tu exilio, Sanjo. Yo hice lo que pude por ti.
Lo s, Marnu. S por otros que me defendiste ante el Consejo.
Lograste que te temieran, Sanjo. Y contra el miedo es muy difcil razonar. Vino?
Una pequea jarra vol por la habitacin hasta situarse entre ambos, junto con dos copas ricamente labradas. Sanjo asinti, y una de ellas se llen del lquido
prpura oscuro para posarse volando sobre sus manos. Prob un sorbo y luego cerr los ojos en un largo trago que sabore lentamente.
Muy dulce y suave, la baja fermentacin le da el toque justo. Sanjo hizo girar el licor en la copa. Cuntas cosas he echado de menos de Silkara! Dira que todo
excepto sus problemas. Cmo estn las cosas?
Marnu suspir. Se concentr un instante y todas las cristaleras se tornaron traslcidas. El ambiente perdi alegra pero gan discrecin.
Tus vaticinios eran ms ciertos de lo que imaginabas. Ahora mismo las hordas rucainas deben estar a punto de comenzar la invasin. Y digo deben porque hace ya
dos aos que no tenemos noticias de los territorios occidentales.
Sanjo abri mucho los ojos.
Y los kaiyas infiltrados?
Se ha perdido todo contacto con ellos, y las incursiones por recuperarlo han sido sistemticamente rechazadas.
Rechazadas? Sanjo mir extraado. Un kaiya siempre puede penetrar por un punto alejado de la frontera y espiar desde lejos. Al menos los movimientos
globales de tropas.
Ya no. Hemos perdido a muchos y muy valiosos hombres intentndolo. El Consejo no est dispuesto a arriesgar ms vidas.
Entonces estamos ciegos.
Bueno, no tanto. Tenemos nuestra red dentro de los pases limtrofes. En cuanto se produzca la invasin, estaremos informados.
Marnu, cuando se produzca la invasin ser demasiado tarde.
Es posible. Pero, creme, todo cuanto poda hacerse se ha hecho. No podemos borrar siglos de rechazo de golpe. El problema, como siempre, son los ermitales.
Esos prehistricos radicales son incapaces de ver ms all de sus templos. Huelen a rucainas, kainum, magos, druidas y hasta pitonisas, con el mismo tufo a demonio.
No hay manera de forjar ninguna alianza, por mucho que nos urja!
Prehistricos radicales? De qu me suena eso?
Vale, vale ri. Recuerdo cmo llamaste al Consejo hace aos, y antes estabas en lo cierto. Pero ahora las cosas han cambiado.
Despus de lo que me has dicho, dudo que pueda haber nada bueno que me puedas contar
Seguro? Marnu sonri. Dej una pausa para avivar la suspicacia. Despus continu con exagerado nfasis. Y si te dijera que hace un ao se comenz a
construir un horno isosttico?
Sanjo se sobresalt. Viejos recuerdos afloraron a su mente con una pasin olvidada. Con los ojos completamente abiertos balbuce:
Mi proyecto?!... Pero... No tiene sentido. Precisamente me detuvieron por
Lo s, lo s. Ahora puedo decirte que alguien del Consejo dijo que tenas carisma suficiente como para levantar al pueblo contra ellos. Como te dije, contra el
miedo no se puede razonar.
Sigo sin entenderlo Marnu. Lo nico que he aprendido de mi castigo es que esos nicsos jams renunciarn a su estatus. Pasarn por encima de la ley, los kaiyas y
lo que sea con tal de que sus gemas sigan siendo las nicas. No es lo que hicieron conmigo?
S. Nicsos como t y como yo. Marnu entonces repar en su cuello vaco Y tu colgante?
Se lo di a mi hijo. Yo ya no soy nicso, Marnu. Y t tampoco eres como ellos.
Yo tambin recib una gema de mi padre, as que lo soy.
Para ti los dems no son una raza inferior, Marnu.
En eso tienes razn. Toda la razn suspir.Y sobre la aprobacin de tu proyecto, te dir que fue tambin el miedo lo que impuls el cambio. El hecho de que
los rucainas hubieran evolucionado superando a nuestros kaiyas, nos espabil.
Los rucainas han logrado fabricar cristales?
No. No que sepamos. Pero t eres el experto. Qu crees?
Que necesitaran siglos. No como nosotros. Porque an conservamos los libros verdad?
Los nicsos han intentado quemarlos varias veces, pero an los tenemos, s. se no es el problema.
Sanjo lo mir inquisitivo. Marnu dirigi su vista a una clepsidra ornamental y sta se puso en marcha al instante. Un lquido rojo fluy por su complejo mecanismo
acabando en un sonoro chorro vertical. El molesto sonido esconda las palabras de su dueo, que habl a continuacin entre susurros, detenindose de vez en cuando a
atisbar con el aura a su alrededor.
El problema son los hornos. En dos aos los han atacado tres veces. Los libros se pueden copiar y custodiar con facilidad, pero todo un edificio suspir.
Hemos utilizado a todos los kaiyas, pero slo hemos podido controlar a los nicsos ms poderosos. Los otros, los ms jvenes, vagan sin vigilancia, y en cualquier
momento pueden volver a atacar. Te necesitamos, Sanjo. Recupera tu gema y sala para nosotros.
No puedo, Marnu. Hice un juramento. Os ayudar sin ella.
Sin cristal? No duraras ni un minuto ante un muchacho nicso. Y suelen atacar en pandilla. Pero con ella seras temible. Antes lo eras. Tienes que ayudarnos.
Tienes idea lo que me ests pidiendo? Sabes el asco que siento tan slo de pensar en meterme en esa gema? No lo sabes. T no sabes por lo que he pasado.
Vale, de acuerdo. No lo s. Pero s s que te necesitamos. Tienes que romper tu juramento, Sanjo. Tienes que ayudarnos.
Taigo esperaba su turno frente a la conserjera kaiya. Desde los cmodos sillones del pasillo observaba cuanto ocurra a su alrededor. Fijndose en el color de las
tnicas y en el trato que se daban los que se cruzaban frente a l, ya haba averiguado el rango de los kaiyas.
Primero estaban las de color claro, con el caracterstico escudo en el pecho, utilizadas por miembros jvenes y revoltosos, que slo dejaban de alborotar cuando se
cuadraban ante algn superior, lo cual suceda a menudo.
Despus estaban los grises, donde la edad media era mayor, entre los cuales haba diversos bordados que los escalaban entre s. De vez en cuando alguno se fijaba
en un joven especialmente escandaloso y le soltaba una reprimenda que le haca palidecer.
Por ltimo estaban los de tnica roja. Slo haba visto pasar a uno, seguido de su escolta, y de las formales reverencias de todos los que se cruzaban. Como la luz
de una vela va barriendo las sombras, aquel kaiya iba silenciando bocas a su paso con su sola presencia. Bastante despus de que hubiera desaparecido, Taigo se
descubri encogido en el silln sin saber por qu.
Pero una impresin ms profunda y de naturaleza muy diferente tuvo lugar: ella estaba all.
La sinti antes de verla. Fue como un escalofro, lleno de jbilo y vrtigo a la vez. En cuanto apareci qued hipnotizado, inmvil excepto por una boca que se le
abra lentamente ajena a l. Ella continu acercndose, y un pnico desconocido lo fue invadiendo. Se dio cuenta de que no haba lmite para sus emociones, que crecan
desbordando su alma. No tena ningn control.
Ella lo llenaba todo. No pudo advertir que su tnica fuera gris a pesar de que las de quienes la acompaaban fuesen claras. Ni tampoco de que su edad chocaba con
su rango. Cosas que saltaban a la vista estaban completamente desplazadas por su presencia. El universo entero naca de sus preciosos ojos. Entonces stos le
devolvieron la mirada.
Reaccion como si algo le succionara las entraas, arrugando su cuerpo y obligndole a bajar la vista. Un escandaloso rubor emergi, fue consciente de ello y dese
en parte que se lo tragara el silln. Pero en otra parte una voz gritaba que alzara la cabeza. Con slo pensarlo hundi aun ms el rostro en las baldosas. De qu tena
miedo? Ojal no encuentres nunca a esa mujer, haba dicho Idilve. Te har sufrir, Taigo. Tendra razn? Saba que si se abra a ella, despus no habra proteccin
posible. Y si no volva a verla nunca ms? Nada ms pensarlo levant la cabeza.
Ella segua mirndole. Durante unos largos segundos la tensin de aquella mirada embisti contra su voluntad, cada instante haca ms revelador su gesto, pero
resisti. Ella se desentendi de la conversacin con sus compaeros para prestarle atencin a l. Lo miraba decidida, con una media sonrisa ms que significativa. Y se
dirigi hacia l.
Se sinti como un soldado desarmado frente a todo un ejrcito. Qu deba hacer ahora? Miles de noches haba imaginado esa escena. Miles de dilogos que
conducan sin error a un beso. Pero ahora le pareca que cualquier gesto poda destrozarlo todo.
Taigo se levant lentamente, con aquel vrtigo en las entraas, y las piernas apenas capaces de sostenerle, al borde del temblor. Trat de formar una frase. Los
nervios le hacan proponerlas y descartarlas apenas nacan. La ansiedad amenazaba dejarlo en blanco a la hora de hablar.
Quizs as hubiera sido de no ser por los compaeros de ella, que rompieron el momento con una broma. Dos de ellos haban preparado cartuchos llenos de bolitas
cubiertas de tiza. Desde detrs las arrojaron sin compasin sobre la tnica impecable de ella; era el bautismo de la nueva oficial.
Taigo reaccion sin apenas pensarlo. Lanz su aura tras la muchacha parando decenas de bolas. De repente cay en su error, record las palabras de su maestro, y
dej escapar algunas. De ellas, slo una logr impactar, dejando un rastro blanco sobre la manga. Pero algo mucho ms significativo ocurri entre ambos.
Cuando Taigo lanz su aura para protegerla, no quiso rozarla. Ni siquiera acercarse demasiado. Pero sucedi. Parte de su ser astral, involuntariamente, se estir
para contactar con el de ella. Como si dos imanes pasaran demasiado cerca, por un instante, sus auras se unieron, y se fundieron.
Ya ests llorando otra vez Azuara? Nia estpida, cundo aprenders que tu padre no va a volver? Llevas aqu ya un ao y con tus diez bien cumplidos, eres
tan dbil que an le echas de menos. Deja de llorar y limpia la zahrda o te dar tal paliza que olvidars hasta tu nombre.
Limpio. Cuando obedezco me pegan menos. Si tardo mucho usan su magia y hacen que me duela todo por dentro. Si puedo no lloro, as disfrutan menos.
Limpio. Tengo ganas de vomitar, el olor es insoportable. Pero no es lo que ms duele. Ni siquiera cuando meten esas agujas mgicas en mi nariz y tras mis ojos.
Ese dolor pasa. El peor, el que no pasa, es cuando me quedo sola. Aqu nadie me quiere. Nadie quiere estar conmigo. Dnde est mi pap?
Nos vamos de otro poblado, como tantas veces. Ya no tengo nadie de quien despedirme. Al fin he conseguido no hacer amigos. As no duele. Sin embargo me
siento algo triste cuando veo a los grupos de muchachos bromeando. Cunto me gustara estar entre ellos! Miro a mi padre. Est preocupado. Le sonro y le aprieto
el hombro. l no tiene la culpa.
Lo que sintieron les caus autntico pavor. No estaban preparados para un contacto tan ntimo. Ese pnico fue lo que les separ. Sin embargo, aunque slo durara
un instante, cada uno se llev del otro recuerdos y emociones. Era como si hubieran visto por un instante el corazn de su pareja, al tiempo que abran el propio. Algo
delicioso y aterrador a la vez. Se quedaron inmviles, mirndose el uno al otro.
Entonces apareci aquel kaiya. Lo descubrieron por el silencio. Ella logr reaccionar y volverse a tiempo de hacer la adecuada reverencia. Nerviosa, se volvi y le
susurr:
Tengo que irme. Fuente azul, a las siete.
Y se march presurosa hasta desaparecer por una esquina. l se qued mirando aquella esquina, recreando sus palabras, y deleitndose con su voz. La primera vez
que aquella voz familiar se haca real para acariciar sus odos.
Saludos, pupilo de Sanjo. Tu nombre es... Taigo. Correcto? la voz del tnica roja lo sac de su ensimismamiento.
S, seor respondi inquieto.
Creo que tienes algo para m.
Taigo busc en su zurrn el documento de Marnu y lo entreg.
Te interesara ingresar en el cuerpo y llegar a ser un gran guerrero kaiya algn da?
Taigo se sinti desconcertado con la proposicin. Por un lado lo estaba deseando, all estaba ella! Por otro lado no saba nada de lo que eso significaba.
Humm... no estoy seguro.
Empez a pensar que algo raro estaba sucediendo. No poda ser que alguien de la alta lite militar le estuviera dedicando su tiempo sin ninguna razn. Entonces,
como si hubiera odo sus pensamientos, el oficial se acerc, y le dijo:
Dime una cosa, en realidad pudiste parar todas las bolas verdad?
Pap, te acuerdas de eso que me haca mam?
Qu? Esto?
Pone su boca en mi barriga y sopla. PRRRR! No puedo parar de rer. Le empujo la cabeza pero me coge la mano y me la aparta. Mira fijamente mi costado.
O esto?
No! me rio, no deja de mirar mi costado. No! No puedo parar de rer, se acerca, veo sus dientes. Nooooo! Jajajajajajaja!
Al fin me suelta.
Eso no! Lo del abrazo.
Me coge en brazos. Yo le agarro fuerte el cuello, como haca con mam. Su barba me pincha, pero no me importa. Empieza a dar vueltas y vueltas mientras me
abraza fuerte. Cada vez ms rpido, mi pelo flota hacia atrs. Yo tambin me siento como si flotara. Quisiera estar as siempre, siempre, siempre.
Recuerdos. Ecos de la fusin. Se haba sentido extrao viendo el mundo a travs de los ojos de una nia. Pero ahora no le importaba tanto eso. Taigo estaba
terriblemente nervioso. Jams en toda su vida haba sido tan crtico con su aspecto. Haba elegido un atuendo elegante y formal, con escasos abalorios incluyendo el
colgante que le obsequi su padre. Lo que ocurra era que lo formal para l quedaba definido dentro de un vasto conjunto de culturas y modas diferentes, producto de
toda una vida como nmada. Esto lo alejaba de los cnones de Silkara, dndole un cierto aire extico entre los lugareos.
Azuara. Era el nombre de ella. Lo saba desde su encuentro, o quiz desde antes? Lo haba sentido a travs de la fusin astral. Azuara. Paladeaba sus slabas al
igual que su imagen y que el sabor de su aura. Haba soado con aquel rostro perfecto antes de conocerla. Ahora estaba seguro. Eran aquellos sueos que la mostraban
en cada etapa de su vida, creciendo con l, como una premonicin de la persona con quien estara siempre. Por qu no la haba reconocido al verla? S lo haba hecho,
pero no lo haba aceptado por imposible. Cmo iba a ser real la mujer de sus sueos? Pero lo era. Y tena una cita.
Acababa de llegar a la plaza de la fuente azul. No era muy grande, pero eso s, absolutamente encantadora. La luz del atardecer se filtraba a travs de los jardines
colgantes logrando un entorno suave y confortable. El agua discurra por canales elevados que recorran por doquier el lugar, convergiendo finalmente en una hermosa
fuente central de cristal azul que contrastaba con los tonos marrones y rojizos de su entorno. A pesar de su altura, la fuente emita un murmullo apagado
estudiadamente tranquilizador. Taigo eligi uno de los bancos de vidrio y se dispuso a esperar. Aunque la atmsfera invitaba a la relajacin, la tensin que bulla en su
interior difcilmente se poda sosegar.
Hola Taigo gir la cabeza, pero no haba nadie a su alrededor, sin embargo la voz de Azuara haba sonado muy cerca.
Vienes de fuera verdad? A los kainum que no han vivido en un refugio les suele costar pensar en tres dimensiones.
Taigo cay en la cuenta y mir hacia arriba. Entre los jardines, a unas tres varas estaba Azuara, semioculta tras las ramas. Descendi hacia l, dejando que la luz la
baara y entonces se qued paralizado. Acaso no la conoca? La haba visto aquella misma maana. Pero no pareca la misma persona. Entonces era una kaiya, una
joven de exquisito rostro emergiendo de su uniforme. Ahora
Ahora no haba forma de definirla. La larga falda de terciopelo verde se pos levemente sobre el suelo ocultando sus pies. Taigo tuvo que esforzarse en apartar los
ojos de su busto, donde el terciopelo se ajustaba peligrosamente. Pero cualquier lugar al que mirase le produca un exquisito deleite. Reconoca la perfeccin en cada
lnea, cada sombra y cada detalle. Cuntas veces la haba dibujado? Cuntas veces haba corregido sus rasgos tratando de acercarse a una imagen que se desvaneca al
despertar? Ahora la tena ante s, y en cualquier ngulo en el que la mirase no encontraba error alguno. Ninguno. Aunque hubiera dedicado su vida a ello, no habra
podido dibujarla mejor.
Ella sonrea, no con sus labios, que apenas se movan, sino con los ojos. Bajo ellos, pareci ver un leve rubor O era un reflejo? No pudo decirlo cuando el cabello
largo y moreno ocult por un instante su mejilla, enmarcando los intensos ojos celestes. Se perdi en las grietas de aquellos brillantes hielos azules. Dese sentirlos, y
sin darse cuenta su aura se estaba precipitando hacia las pupilas de ella. Asustado, refren su fluido astral devolvindolo a su cuerpo. Entonces, record que deba
levantarse y decir algo.
Hola... Pues s, soy de... bueno, no soy de aqu... Y t? Naciste aqu?
S. Siempre he vivido en Silkara.
Qu suerte!
No. No creas. No todo en Silkara es maravilloso.
Por ejemplo?
No quiero hablar de eso.
Tan malo es?
Azuara se gir. Su sonrisa azul se apag y Taigo crey que se haba hecho de noche de repente.
Bueno, pues pues no hablemos de Silkara. Taigo abri la mano hacia el banco. Azuara se sent y l lo hizo a su lado. Hay otros refugios kainum como ste?
S dijo recuperando su nimo, no es que haya muchos pero s que los hay. Unos, escondidos entre las montaas. Otros, rodeados de cenagales. En fin, si no
estn protegidos por barreras naturales, lo estn por otro tipo de barreras.
Barreras de otro tipo?
Azuara sonri, esta vez con los labios. Cambi a un tono ms exagerado y continu:
Al norte del viejo imperio hay un lugar maldito llamado Aulantira. Sus ojos se tornaron exageradamente amenazadores. Los montaeses que se atreven a vivir
en los alrededores cuentan leyendas sobre criaturas terribles que gruen entre las sombras. Alz las manos como si fueran garras, y con el gesto una fragancia a damas
de noche lleg al joven, que dese sbitamente devorar aquellos dedos. Se dice que son los espritus malditos de grandes brujos que all murieron. O quizs no del todo,
porque los que se han acercado por error, juran haber visto esqueletos humanos movindose como si estuvieran vivos o cosas peores. Y los osados que han intentado
adentrarse, o nunca ms han vuelto, o lo han hecho enloquecidos de terror ante lo que han visto.
Ja, ja! Lo haces muy bien. Recuerdo un cuentacuentos que sola acudir los das de fiesta. Se llamaba
Se llamaba Acmo, y te encantaba la historia del rey mendigo.
Azuara lo dijo con los ojos entrecerrados, como si estuviera adivinando. Taigo abri los suyos de par en par. Cmo poda saberlo? Nunca se haban visto. Excepto
en los sueos. Entonces record uno.
Tu padre te contaba un cuento todas las noches. T le pedas el de la princesa errante y rara vez llegabas al final.
Me dorma antes sonri. Pero su mirada expres tristeza.
Recuerdo su voz grave, como un susurro suave, y el sueo que sentas al orla.
Azuara se estremeci. Baj el rostro, pero Taigo pudo ver una lgrima.
Tu padre. Ya no est, verdad?
Eso no lo sabas?
No. Slo he soado trocitos de tu vida.
No son sueos. Es es como si me asomara al mundo con tus ojos.
S, es verdad. En ellos me siento diferente. No reacciono como yo lo hara.
Percibi la presencia de Azuara muy cerca, igual que si estuviera a punto de tocarle. Sin embargo ella no se haba movido. Luego su mano cay, y la sensacin
desapareci.
Tu aura. He sentido tu aura, verdad? Ella asinti. Tienes miedo de tocarme con ella. A m me ha pasado lo mismo. Es como si t fueras un precipicio y mi aura
me arrastrara dentro.
Por qu nos pasa esto?
No lo s. All abajo he viajado mucho, y no he odo nada que se acerque. Y aqu?
Slo alguna que otra leyenda, pero dicen muy poco.
Qu dicen?
Casi nada, y slo son leyendas. Azuara desvi la mirada sonriendo.
Cuntamelo, por favor.
Ella se resisti un par de segundos. Cuando lo mir de nuevo, sus mejillas estaban sonrosadas.
Ya sabes. La historia de siempre. Una pareja de enamorados que no logran estar juntos. Cuando al final lo consiguen, su Azuara volvi a desviar la mirada
su amor es tan intenso que sus almas se funden. Pero se no es nuestro caso.
No? se atrevi a preguntar Taigo.
No. A nosotros nos pas sin conocernos. Entonces aquellos hielitos azules brillaron con sbita intensidad y se clavaron en Taigo. Verdad?
l mir a la pupila izquierda, luego a la derecha. Volvi a hacerlo mientras tragaba saliva. Verdad? reson la pregunta en su cabeza. Ella haba detenido su
respiracin en aquella eternidad llamada instante. l tambin, aunque no se dio cuenta. Pero s de que esperaba una respuesta. Sus manos se abrieron indecisas, casi
temblando y respondi:
Su supongo que que tienes razn. Ella baj los ojos. l se mordi el labio inferior con fuerza. Quiero decir, que es cierto lo de que la primera vez no fue
Bueno que fue el mismo da que nos conocimos, en la consejera kaiya, la primera vez que nos que nuestras auras se Bueno, ya sabes. Y entonces el kaiya rojo
Taigo call al or aquella risa cristalina. Sus manos detuvieron las de Taigo, que cay en la cuenta de que no haba parado de moverlas todo el tiempo.
Siempre que te pones nervioso haces eso con las manos.
Ella sonri y le mir los labios, despus pas a los ojos, y su rostro se llen de picarda. Se gir completamente hacia l. Volvi a mirar sus labios. Taigo trag
saliva. Not las pulsaciones en el rostro. El sbito calor. Y sus labios se movieron, fuera de control:
Y Y por qu te hiciste kaiya?
Azuara se detuvo en seco. Por qu haba tenido que decir aquello?, se pregunt. Se torn seria. Por qu no se haba mantenido callado? Azuara se gir a medias
en el banco hasta apoyar completamente la espalda. Se alis la falda y dej reposar las manos sobre los muslos. Bajo ellas, el terciopelo ondulaba entre el color del
bosque profundo y los reflejos de la esmeralda.
Es algo que tengo que, quiero decir, que tuve que hacer. No quiero hablar de ello. El caso es que desde hoy soy una oficial kaiya, y pronto tendr que
marcharme lejos.
Te irs por mucho tiempo?
No. Vamos, espero que no. Nunca he visto el mundo de ah abajo. Cuntame cosas del mundo akai, Taigo.
l le habl de las aventuras vividas en tantos sitios, de parajes donde la Naturaleza haba vestido la tierra de colores, de ciudades repletas de siglos y leyendas, de
grutas con rocas cuajadas de cristales donde al medioda en un determinado lugar se poda incendiar una tea, de extraas gentes que celebraban la muerte y lloraban los
nacimientos, de mercados donde se vendan favores, de sectas sin dioses, de reyes criados entre campesinos, de teatros ambulantes donde la realidad slo era un suspiro
en la vida de sus actores...
Azuara escuchaba atenta sin perder la sonrisa. Sus ojos no dejaban de brillar. A veces, un sabor a eternidad lo impregnaba todo en un momento, como si ella
hubiera estado ah desde siempre. Entonces, un misterioso cosquilleo lo recorra desde la cabeza a los pies, igual que si una anguila elctrica se le hubiera metido dentro.
Taigo no haba conocido nunca antes el amor porque l mismo no lo haba permitido. Sin embargo ahora todo era posible. Se senta como un cntaro de
dimensiones descomunales que Azuara estaba a punto de volcar, arrastrando con l su alma.
El tiempo pas ms rpido de lo que quisieron y el sol baj para convertirse en brasa. El color prpura ba unos segundos la plaza haciendo mejor juego con la
fuente azul. Azuara entonces cogi a Taigo de la mano y ambos ascendieron en el aire para ver al astro sumergirse en el horizonte. Ella busc a su alrededor y un sereno
apareci, puntual como el ocaso. Se dirigi a l y la salud. Azuara le dijo algo, l asinti con comprensin y se march.
Ven, vuela hasta aqu lo apremi.
l obedeci siguindola hasta el centro de la plaza a unas varas sobre el suelo, justo frente a la cspide de la fuente.
Ahora haz una bola de fuego.
Taigo realiz unos forzados ademanes y sobre su mano apareci una bola de fluctuante luz rojiza.
As vale?
S, ves ese plato de cristal? Taigo asinti. Pues lnzala sobre l.
La esfera gnea cruz los pocos pasos que la separaban de la fuente. Una llamarada prendi en la punta. Inmediatamente despus un destello cruz la fuente de
arriba abajo siguiendo las nervaduras vtreas que la decoraban. Era un extrao fulgor, algo ms intenso que una llama normal, y que pareca consumir un filamento en el
interior de las nervaduras. El destello lleg a un nudo y se multiplic en una decena de luces. Cada una se alej del centro, serpenteando entre canales radiales que se
dirigan a la periferia. Conforme avanzaban, volvan a multiplicarse en otros nudos y una vvida estela mantena su fulgor detrs. Ella lo estudiaba sonriente mientras l
miraba asombrado.
Al fin las luces alcanzaron el borde exterior de la plaza. En su vertiginoso discurrir, se haban mantenido sorprendentemente sincronizadas alcanzando cada una su
meta al mismo tiempo. En un momento unas cincuenta luminarias nacieron en una sorda explosin simultnea, inundando con su luz el lugar. Mientras la noche se
enseoreaba del cielo, luces amarillas, rojas y azules se dejaban mezclar sobre la plaza naciendo del vidrio y del fuego.
Haban pasado ya varios segundos y Taigo an estaba boquiabierto. Azuara, a su lado, sonrea sin parar. Juntos volvieron al banco.
Te ha gustado?
Decir que s es demasiado poco.
Ella lo mir con satisfaccin. Los ojos de Taigo an se mantenan muy abiertos. En ese momento un impulso arrastr al joven y se sinti ms espectador que autor
de la frase que pronunci a continuacin:
Aunque no es lo ms bonito que he visto hoy.
La anguila se removi inquieta, y sus descargas movan de nuevo sus manos sin control. Degluti el vaco. Pero su faz permaneci serena, contemplando el rostro
de la muchacha. Pero qu pretendes, hombre?, se dijo. Qu le vas a decir ahora? Y si ella te pregunta...?
Y qu ha sido lo ms bonito?
Azuara sonri seductora. l trag saliva por tercera vez. Su voz no quiso salir. Lanz una sonrisa defensiva y apart la vista. Ella suspir y desvi su mirada.
Entonces l le cogi la barbilla con delicadeza. La mirada firme acompa a una voz segura, nada que ver con el titubeante muchacho de antes.
T. Siempre has sido t.
La noche se llen de silencio. La realidad se resumi en dos rostros y Taigo se aproxim lentamente pero con determinacin para besarla. Los labios de ella se
abrieron. Sinti sus manos subir en una caricia desde los brazos hasta detrs de las orejas. Sus bocas se acercaron. Al inclinarse sobre ella, el amuleto de su padre se
desliz colgando al exterior. Nada ms verlo, Azuara casi salt. Se apart de l mirndolo con dolor y reproche:
Eres nicso!, dijo sealando acusadoramente al amuleto. Un nicso!
Durante unos momentos ninguno de los dos reaccion. Taigo se haba quedado perplejo. Ella se levant horrorizada y literalmente huy volando.
Taigo extrajo su colgante y lo examin. Qu tena aquel objeto que lo hiciera tan terrible? Cerr el puo. Apret y apret hasta doler. Otro tipo de dolor se estaba
adueando de su garganta y nada poda pararlo. Necesitaba respuestas y slo haba una persona a la que preguntar.
Sanjo anduvo sobre el suelo de cristal, ocultando con sus pasos la magnfica escena pica pintada bajo ste. Su tnica se mote de colores al cruzar el pasillo de
vidrios tintados. Pas un dedo por la manija de una puerta sin encontrar rastro de polvo. Qu eficiencia, Marnu!, pens.
Esperaba encontrar una casa abandonada, sucia, y en cambio todo estaba reluciente, acogedor. Incluso haba comida en la alacena. Taigo y l haban almorzado con
apetito. Esperaba haberle enseado al muchacho toda la casa, sin embargo se haba marchado pronto y ahora estaba solo, rodeado de recuerdos. Se llev la mano al
pecho, esperando tocar un colgante que ya no estaba. Taigo, se dijo.
Abri la puerta y una escalera de caracol bajaba dejando un ancho agujero en el centro. Sanjo desech los peldaos de mrmol y se dej caer por el eje. Aterriz
suavemente sobre un pavimento hmedo y fro. Cruz un pasillo abovedado cubierto de cal. Al fondo, toneles agrietados y botelleros vacos se ordenaban junto a las
paredes. En el centro, sobre una mesa, varias damajuanas llenas reposaban sobre un gran balde cubierto de hielo. Abri una y llen una copa de plata labrada. Prob un
sorbo. Dulce y suave, con baja fermentacin. Otro soborno, Marnu?, pens. Mientras volva al saln reconoci que haba sido todo un detalle. Te necesitamos,
Sanjo. Subi al balcn oeste, se apoy en la balaustrada de jade y mir a un sol que ya no hera. Tambin me necesitaron entonces, y no sirvi de nada, se dijo. Pase
sus ojos por el jardn y se vio de nio, saltando por aquel mismo balcn en cuanto empez a dominar sus poderes. Sonri al recordar la cara de su madre, preocupada.
Ahora ya no estaba, ni l estara tampoco si volva a equivocarse. Realmente haban cambiado las cosas en Silkara? El sol desapareci. La copa se acab. Pero sus
dudas continuaron, hasta que el ruido de unos apresurados pasos las disip.
Qu significa nicso?, y qu relacin tiene con este colgante? Taigo adelant la mano abierta, donde una gema brillaba unida a una cadena negra que penda
oscilante.
Te has encontrado con uno? coment Sanjo preocupado.
Con un qu? el muchacho comenzaba a exasperarse. Padre, ya no soy un nio. Hemos pasado por lugares donde muchachos con diecisis aos eran
considerados hombres. Yo tengo ya veintiuno y me sigues tratando como si tuviera diez. No es hora de que comiences a confiar en m?
Est bien, sintate. Ambos lo hicieron sobre mullidas butacas de cuero, aunque ninguno us el respaldo. Empecemos por el colgante. Es un regalo mucho ms
valioso de lo que crees, y al mismo tiempo es un smbolo de tirana.
No me dijiste nada de eso cuando me lo regalaste.
Cierto. An no estabas preparado para conocer su poder. Y me temo que no sabr nunca si lo estars.
Qu poder puede tener un simple colgante?
Mucho. Tanto como para definir a una clase y elevarla ms de lo que nadie debiera.
Te refieres a los nicsos?
S. Es algo que quera que comprobases por ti mismo. Aquellos que heredaron los cristales de la antigua era son los nicsos sobre los que me preguntas. De da las
fuerzas del orden los mantienen ms o menos a raya, pero de noche resulta ms difcil y ellos se complacen en abusar de su poder.
Slo por el placer de la demostracin?
No es eso, Taigo. El tutor ahora enfatiz. El poder en s mismo corrompe. Es algo que crees que les pasa a otros, no a ti, hasta que te toca. Un suspiro, una
mirada al suelo, el instante de un pensamiento y continu. Si crees que un hombre merece un castigo y no hay nada en el mundo que te lo impida, lo hars porque lo
crees justo, y sin darte cuenta te estars poniendo por encima de l. Cuando menos te lo esperes estars actuando como un nicso, jugando a ser el Divino.
No veo que tenga nada de malo buscar la justicia.
Y no lo tiene. Es el hecho de saberte superior lo que realmente es peligroso. Es una certeza que se te mete dentro, y poco a poco crece convirtindote en un
monstruo.
Y qu tiene que ver tu amuleto?
Hace siglos, cuando los kainum an convivamos con los akai, existan maestros de una ciencia que se ha perdido, la alquimia de los cristales. Ese amuleto es uno
de los pocos que quedan.
O sea que esto tiene ms de mil aos dijo observndolo perplejo. No veo cmo un cristal puede hacerme ms poderoso.
Sanjo alz su mano, pero cuando estaba a punto de cogerlo, la detuvo. Cerr su puo vaco y suspir. Luego, sin apartar los ojos del cristal respondi:
Bsicamente hacen sencillo lo difcil. Tareas complejas que necesitan muchsima destreza urea, con los cristales se vuelven simples. Y, por tanto, si utilizas toda
tu capacidad con ellos, cosas que creeras imposibles de pronto estn a tu alcance.
Y cmo funciona, padre?
Un dedo astral del maestro se acerc tmido a la gema. Slo una demostracin, se dijo. Su mirada estaba clavada en la mano del muchacho. Al fin, retrajo su alma
y suspir de nuevo.
No se sabe cmo. Al menos no con exactitud. Pero cuando tu aura entra en el cristal, empiezan a aparecer smbolos, figuras geomtricas sencillas, cosas que tu
mente reconoce y relaciona, y que juntas forman como una palanca para manipular sistemas complejos.
Pero debieron hacerse muchas gemas de esas en aquellos tiempos.
Las guerras y los siglos han dejado muy pocas, que se han heredado de padres a hijos desde entonces.
Y esos nicsos, en qu son superiores exactamente?
Nunca se sabe. Cada gema contiene habilidades especiales. Normalmente tienen decenas de funciones en el mismo cristal. Unas son capaces de proyectar el aura
en una capa muy delgada, con lo que podran cortar cualquier cosa. Otras multiplican el nmero de cosas que su dueo es capaz de mover a un tiempo, como bolas de
energa o armas blancas. Pero en general, todas permiten controlar mucha, muchsima ms energa de lo normal.
Vale, ahora lo entiendo. Ojal los antiguos se hubieran dedicado a hacer otra cosa que gemas de guerra.
No, Taigo, en realidad esos cristales estn pensados para cortar campos de trigo o distribuir las semillas en invierno. Es el nicso el que le da otro uso.
Entonces nosotros somos nicsos?
Yo lo fui.
Sanjo desvi la mirada recordando tiempos de su juventud, con algunos aos ms que su hijo, cuando lo tena todo en Silkara y cuando lo perdi. Algo abstrado
continu:
Como nicso, yo tena derecho a voz en el Consejo de Silkara, un sueldo, esta mansin, etc. Pero en vez de acomodarme en mis privilegios ced a los idealismos de
la juventud. Luch contra los de mi clase, perd, y me cost el destierro.
T solo contra todos los nicsos?
En Silkara todos estamos contra los nicsos. Los nicsos son los nobles. Ms bien tiranos. Nadie ha podido contra ellos en mil aos.
Taigo mir la gema. La cadena oscilaba a la par que su mente. Ahora empezaba a comprender el rechazo de Azuara. Aun as le reprochaba la injusticia de no haber
tenido la oportunidad de defenderse. Inspir, contuvo el aliento y expres con firmeza:
Padre, no creas que no valoro esto. Es algo poderoso, y a la vez, es un tesoro de familia. Pero no quiero ser nicso. No quiero tenerlo. Tmalo, por favor.
Sanjo dej de mirar el colgante para concentrarse en su hijo.
Pero an no conoces su poder. No sabes qu ests rechazando.
No me hace falta saberlo. No quiero ser tomado por ningn tirano.
Sanjo elev las cejas. Esper algn titubeo del muchacho pero no encontr ms que firmeza. Luego sonri, le agarr el hombro y le dijo:
Me siento muy orgulloso de ti, hijo mo. Muy orgulloso.
Taigo ofreci la cadena a su padre, que la miraba sin actuar. Te necesitamos, Sanjo, record. No tuvo que rememorar su promesa, porque ms que una promesa
era un sentimiento. Una aversin visceral asociada a aquel cristal. A todos los cristales en general. Aunque tampoco haba olvidado el placer de aquel poder. Lo deseaba.
Un deseo que le haca sentirse miserable. Te necesitamos, haba dicho Marnu.
Est bien. Cogi la cadena con dos dedos y la desliz en un bolsillo interior de la tnica. Te lo guardar por un tiempo. Pero tarde o temprano lo necesitars.
Esto es Silkara, y aqu hay puertas que slo se abren con esto.
De pronto se levant:
Ven, an no conoces a mis amigos. Iremos a la taberna de Sancos. Si no han abandonado las viejas costumbres los encontraremos all.
Saben ellos que has vuelto?
No, si Gardi no se lo ha dicho. Les daremos una sorpresa.
Pasearon por la ciudad hasta llegar a la taberna. A Taigo le record uno de los teatros de Ratbilia, con un techo tan alto como para dar cabida a dos niveles de
palcos perimetrales, slo que en vez de escenario haba una barra atestada de clientes y camareros, y los palcos eran tan anchos como para albergar holgadamente varias
mesas.
Sanjo? dijo desde un nutrido grupo uno de los parroquianos. Sanjo! Loado sea el Divino!
Al instante todos lo miraron y muchos se levantaron para abrazarle calurosamente. Sanjo respondi a los saludos y les present a su hijo. Poco despus se
hallaban sentados y charlando animadamente.
No haban pasado veinte minutos cuando las puertas se abrieron y un individuo entr. El murmullo de la sala baj un poco, reaccionando al intruso, pero sin decaer
del todo. Ahora pareca un poco forzado, como no queriendo dar importancia a su incmoda presencia. Las miradas parecan huir del personaje, y al andar un vaco se
produca a su alrededor como una gota de aceite que navegase por el agua. Los que lo reconocan se volvan y realizaban una formal reverencia que el individuo
desestimaba con un gesto apresurado. Taigo crey ver el reflejo de algo en su cuello.
Padre, es un nic...? Su padre lo cort en seco con un gesto, asintiendo.
No entiendo qu hace aqu, esto no es normal dijo uno de sus amigos. Sanjo, espero que no se te ocurra intervenir si pasa algo.
Eso, Sanjo terci otro. T ya te sacrificaste suficiente. Por favor, no hagas nada, pase lo que pase.
Al llegar a la barra, el nicso habl con un mozo que al punto asinti y sali hacia las cocinas. Mientras, un beodo tropez derramando la jarra de cerveza sobre el
recin llegado. Al instante un incmodo silencio se adue del lugar. Todas las miradas se volvieron hacia ellos.
Perdn, excelencia!No era mi intencin! bruscamente la cara alegre y desenfadada del hombre se haba transformado por completo. Nadie dira que unos
segundos antes aquel infeliz era dueo de una soberana borrachera.
Arrodllate.
La orden surgi con naturalidad, sin elevar la voz, sin embargo se oy en toda la sala. A una mirada siniestra le sucedi una mal disimulada sonrisa.
Parece que nadie te ha enseado los males del exceso de la bebida.
El infeliz solloz e implor de mil maneras el perdn. Taigo estaba acostumbrado a ver a los soldados propasarse con la villana, y ms de una vez haba sido
vctima de algn atropello, pero aquello le resultaba especialmente violento. En cualquier ciudad los lugareos habran intercedido de alguna forma. Sin embargo all
pareca que un zorro se hubiera colado en un gallinero. Nadie estaba dispuesto a echar una mano a aquel pobre desgraciado. Todos asistan al espectculo en silencio.
Taigo mir suplicante a su padre. ste neg con la cabeza y el joven, impotente, se limit a mirar.
Abre la boca.
El hombrecillo obedeci entre sollozos, pareca aceptar el castigo que fuera, deseando tan slo que terminara cuanto antes. El nicso levant una mano y un barril de
cerveza flot sobre la barra. Otro gesto y el lquido empez a manar en un chorro continuo hacia la garganta de su vctima.
Traga el hombre simul obedecer pero la cerveza se le sala de la boca a borbotones. He dicho que tragues!
Un brillo de ira relampague en sus ojos. El hombre intent obedecerle, pero no pareci bastar. Otro gesto y los ojos del arrodillado se desorbitaron mientras sus
manos se crispaban; sobre su boca la cerveza pareca adoptar la forma de un embudo. Ya no se derramaba, sino que ms bien pareca comprimirse sobre su gaznate. El
lquido man a chorros de su nariz. Cuando el infeliz pareca ahogarse, el nicso cambi su particular tortura. Mientras su vctima tosa luchando por recuperar el aliento,
su cuerpo flot en el aire girando y girando sin parar.
Ahora Taigo comprendi la sonrisa siniestra del principio, lo que aquel miserable pretenda no tard mucho en ocurrir. El pobre desdichado comenz a vomitar de
forma compulsiva, alcanzando a la parroquia.
El nicso dej escapar su juguete que se arrastr a cuatro patas hacia una esquina boqueando. Luego se dispuso a disfrutar del espectculo. Las arcadas se
contagiaban entre la clientela del bar. Los ms sensibles comenzaron a vomitar provocando an ms a los dems. La fatiga y el mareo se multiplicaban con cada nueva
purga. Al poco tiempo era difcil permanecer en aquel lugar sin sentir unas nuseas terribles. El autor sonrea con placer. Taigo no entenda cmo aquella gente no se
rebelaba. Tan poderosos eran?
El mozo dijo algo al nicso que se march visiblemente alegre. Sanjo se acerc entonces para atender a la vctima. Usando su aura realiz un rpido lavado de
estmago.
Gracias, ahora me siento mucho mejor respondi mientras respiraba fatigosamente.
De nada. Se puede saber a qu ha venido ese indeseable precisamente aqu?
No lo entiendo dijo el mozo. Por lo visto quera ver al hermano del cocinero. Pero l me ha dicho que su hermano no tiene ni ha tenido nunca tratos con nicsos.
De todas formas hoy tampoco los tendr, est enfermo y en cama.
El hermano del cocinero Cul es su oficio?
Es kaiya. Patrullaba unas obras.
Las obras de los hornos isostticos?!
S, creo que s.
Pues cuando sala, dijo el agredido le o decir otro menos.
Sanjo trag saliva. Se qued muy quieto, pero sus ojos no cesaban de moverse. Su mano palp la tnica, atrapando bajo sus dedos un bulto pequeo. Te
necesitamos.
Taigo, ve a avisar al puesto de guardia ms prximo.
Y t que hars, padre?
Ir a los hornos. Tratar de retrasarlos.
T solo, padre? Contra cuntos?
No lo s, aunque no suelen reunirse ms de tres o cuatro aventur.
Entonces voy contigo.
No. Es demasiado peligroso.
Ya soy adulto, padre. Recuerdas? Para entrar en una taberna o para decidir dnde debo luchar.
No lo entiendes, hijo. Puede que tomen represalias.
Y no las tomarn de todos modos? No me usarn a m para castigarte?
Sanjo se qued callado unos instantes. Su mano solt el colgante y baj derrotada.
Tienes razn. Baj la mirada al suelo. Tienes razn, no deberamos ir ninguno de los dos.
Se irgui y volvi la vista a las mesas. El espectculo volvi a darle nuseas, pero no por los vmitos, sino por la humillacin. Record el rostro de sdica
satisfaccin del nicso. Siglos y siglos igual; sin una oportunidad de cambio, pens. O no? Era la primera vez que el gobierno de Silkara se les opona. Estaban
divididos.
No deberamos enfrentarnos a ellos, porque podemos perder la vida. Yo lo voy a hacer Taigo, pero no quiero que arriesgues la tuya.
Quiero hacerlo, padre. Es mi decisin. No puedes impedirme que te siga.
Taigo pronunci estas palabras con una vehemencia que no admita rplica. Sanjo medit unos segundos. Te necesitamos, Sanjo, insista aquella voz.
Est bien. Apyate en m y estate atento, voy a ir muy rpido.
Pocas veces haba visto Taigo a su padre estar tan nervioso. Se concentr y hall su aura, ancl mentalmente su cuerpo al de Sanjo, como si fuese una rmora.
Ambos se colocaron en posicin horizontal mientras ascendan. El maestro busc las torres de fuerza que conoca y comenz a utilizarlas para propulsarse.
Los dos kainum volaron a unas varas del suelo, girando vertiginosamente en las esquinas, atravesando la maleza de jardines y plazas, haciendo temblar las
luminarias con su viento. Las tnicas ondeaban con furia y ambos tuvieron que generar una burbuja para protegerse del aire. Taigo hubiera disfrutado si no fuera por la
situacin.
Llegaron a un gran edificio de reciente construccin. Se colaron por una oquedad en la parte superior y se internaron hasta una gran sala donde al fin descansaron.
Sanjo lo gui hasta un escondrijo donde ambos se agazaparon. El maestro requiri con un gesto silencio y a continuacin inici una conversacin teleptica con su
alumno:
Recuerdas que te dije que limitaras tu poder?
S.
Pues olvdalo. Usaremos la tcnica que hemos estado practicando. Es lo ms poderoso que conozco. T limtate a defenderte y evitar que daen la estructura, yo
me encargar de hostigarlos. Esperemos que pronto llegue la guardia.
Taigo se senta por un lado excitado, deseoso de impartir un poco de justicia dando una leccin a aquellos nicsos presuntuosos. O quizs fuera venganza? Sin
nicsos, Azuara estara ahora con l. Pero por otro lado desconoca la fuerza del enemigo. Y si no daba la talla?
En Silkara las fuentes de energa son pblicas continu Sanjo, son los contrapesos que yo he utilizado para llegar hasta aqu. Localzalos en las torres que hay a
nuestro alrededor.
Taigo se concentr y descubri los pesos suspendidos, sigui las cuerdas y hall un sencillo mecanismo que las liberaba. Slo tena que soltarlas y convertir la
energa de cada en lo que l deseara.
Ya est.
Bien, cbrete la cara con la capucha en cuanto lleguen. Debers confiar en tus sentidos ureos durante el combate Taigo se sorprendi.
Padre, ya s que hemos practicado mucho esto, pero me sera ms fcil combatir si puedo verlos.
Hazme caso. Ellos disponen de trucos para romper tu concentracin que desconoces. Tus ojos seran para ellos una ventaja.
Los primeros sonidos llegaron en forma de carcajadas. Seis individuos descendieron hasta el suelo de la sala. Sus tnicas oscuras ocultaban todo excepto los
cristales, que relucan ostentosos en la oscuridad. Antes siquiera de que pudieran concentrarse Sanjo levant la mano y una cegadora deflagracin los desconcert.
Taigo sinti auras extraas araando la suya. El contacto astral le record las primeras palabras de su padre sobre el significado de kainum: la verdad del aura.
Sanjo siempre le haba dicho que con el aura no se puede mentir, cosa que comprob en sus primeros ejercicios de telepata. Sin embargo, aquel hecho cobraba ahora un
nuevo significado. Lo que aquellos nicsos no podan ocultar era su enorme desprecio y su odio hacia ellos. Era una agresividad palpable, que casi quemaba a nivel astral,
y que l jams haba sentido.
Dos decurias kaiyas estn a punto de llegar, si sabis lo que os conviene os largaris de aqu inmediatamente la voz del maestro reverber amenazadora entre los
muros de la amplia estancia. Uno de los nicsos se fij en el colgante.
Cerdo traidor, no mereces la herencia de tu estirpe. T y los que defiendes habis olvidado quin levant esta ciudad hasta el cielo, quin la model y la cuid
todos estos siglos. Esos esos inmigrantes, son los hijos de los que nos echaron del mundo. No tienen derecho a nada. Aprtate!
Inmigrantes? Llamas a quienes mantienen Silkara y te dan de comer, inmigrantes? A quienes trabajan para que t puedas holgazanear todo el da, o conspirar
para destruir sus logros? dijo sealando los hornos.
No te atrevas a compararlos con nosotros. No estn a nuestro nivel!
No, no lo estn. Estn muy por encima. Es ms, no les llegarais a la suela de las sandalias sin vuestros cristales.
Taigo sinti de inmediato un violento ataque para arrebatarle el control de los contrapesos ms cercanos. Las auras enemigas se concentraban para penetrar en su
zona de dominio. No estaba acostumbrado a una focalizacin tan intensa del aura. Son los cristales, se dijo. El aura se comprima en autnticos puales contra los que
costaba oponer la adecuada resistencia.
Por otro lado estaba la batalla misma desarrollndose a su alrededor. No deba descuidar la defensa de su propio cuerpo ni la de los hornos. As pues, con la
capucha bajada, y como en tantos ejercicios practicados en los ltimos aos, expandi una parte de su aura llenando todo el entorno inmediato. Era una tcnica difcil
que consuma casi todo su poder. A cambio, Taigo tena ahora una imagen astral de cada uno de los individuos que haba a su alrededor, as que no poda ser
sorprendido.
Lo primero que descubri fue que en vez de seis eran siete. El sptimo estaba arrebujado en un rincn en actitud pasiva, pero hbilmente emboscado. Los dems se
agruparon por parejas para atacar. Dos para Taigo, dos para Sanjo y los ltimos para destruir los hornos. El joven kainum dese fervientemente que su padre diera
buena cuenta de los suyos pronto, pues cuatro para l slo le parecan demasiado.
Sanjo se mantuvo tranquilo, aunque por dentro estaba desbordado. Como mucho esperaba a tres nicsos por all. Al instante recibi la imagen teleptica de su
pupilo. Ahora eran siete! Ech una mirada fugaz a una sombra entre los arbotantes del techo. Aquella alma desprenda un olor neutro, sin la agresividad de las dems,
pero eso no lo tranquiliz demasiado. No quera pensar en lo que pasara si la patrulla kaiya no llegaba pronto. Saba que tena que darlo todo.
Sanjo entr en la gema. Los viejos smbolos acudieron a su mente e hicieron su funcin como las llaves entran en un cerrojo. Lejanos pesos caan en las torres
mientras magnficas bolas ardientes surgan de la nada. El veterano kainum flot por la estancia haciendo girar las luminosas esferas de fuego vertiginosamente a su
alrededor. Cada una se mova independientemente de las otras y su brillo de un blanco cegador revelaba la enorme energa que encerraban.
Los nicsos retrocedieron.
stos son rojos.
No puede ser, no hay ms que un kaiya rojo ahora en Silkara, y ya debe de estar roncando.
S? Y a cuntos kaiyas conoces capaces de dispersar el aura como se. Por el Divino, la siento en todas partes!
Te digo que no es un rojo.
Callaos de una vez! terci otro. Por buenos que sean, slo son dos. Slo necesitamos un poco de energa para derruir esto y nos vamos. Sigamos el plan!
Taigo sinti cmo unos tentculos agudos y densos como agujas penetraban su campo astral hacia la torre. Era incapaz de oponer resistencia a aquellas puntas
astrales. Ahora bien, si el aura se concentraba en un punto era porque abandonaba otros. As, dirigi su ataque a la base de aquellos tentculos. Cercen algunos, debilit
otros, pero poco a poco los asaltantes fueron ganando terreno acercndose a los mecanismos de la torre. Cuando al final los conquistaron, Taigo cort las cuerdas.
Mientras los pesos se desplomaban al vaco, un muro de hielo se levant cubriendo los hornos. Taigo ascendi colocndose junto al techo, acumulando energa en su
propio cuerpo al tiempo que una esfera cristalina lo rodeaba por completo. Simultneamente dos anillos ionizados aparecieron ante su figura. Las chispas saltando a su
alrededor delataban su enorme poder.
Taigo percibi un intenso cambio en el olor de las auras nicsas. Su inexperiencia le hizo dudar. Era miedo, inseguridad, sorpresa? Quiz las tres, quiz ninguna.
No lo valor. Apenas poda pensar en otra cosa que en mantener la concentracin.
Cada uno de los nicsos procedi a acumular energa para el combate pero Sanjo no les dio tiempo. Las bolas de fuego se precipitaron vertiginosamente sobre sus
objetivos obligndolos a defenderse. Sin energa, los nicsos no pudieron levantar barreras defensivas, y el aura de Taigo descubra sus intentos de controlar las esferas.
Slo les quedaba esquivarlas. As pues, los nicsos comenzaron a volar mientras buscaban desesperadamente la energa suficiente para protegerse.
Sanjo saba que esto durara poco, as que ide una estratagema. A las espaldas de los nicsos comenz a concentrar carga elctrica. stos, atareados como estaban
en levantar sus escudos, no se apercibieron. Entonces Sanjo, en un mismo instante, lanz todas las esferas sobre el ms dbil de los seis, que ante semejante avalancha
no pudo resistir. Cinco de las seis esferas estallaron sobre el tenue escudo del nicso hacindolo aicos, la sexta le dio de lleno en el rostro. La vctima huy gritando de
dolor con la cara quemada.
Pero aquello no fue todo. Dos esferas ionizadas surcaron el aire destellando hacia sendos objetivos. Uno de los nicsos ni se inmut, pues saba que para constituir
un riesgo esas esferas deban rodearlo, no imagin ni por un instante que sus gemelas se acercaban igual de raudas desde atrs.
Dos truenos retumbaron en la sala, y sendos relmpagos describieron su caracterstico camino entre las extintas esferas. El primer chorro elctrico atraves el
cuerpo del desconcertado nicso, dejndolo inconsciente sobre el suelo. El otro adivin la trampa y apenas tuvo tiempo de proporcionar un camino alternativo al rayo,
dejando chamuscado y a jirones todo el costado de la tnica. No pareca herido, pero su aura fluctu insegura, incapaz de la destreza que antes exhibiera su dueo.
El contraataque fue furibundo. Taigo fue dando imgenes a su padre, al tiempo que intervena aqu y all. A veces concentraba puntualmente su aura rompiendo la
burbuja de control necesaria para generar las bolas de fuego, desbaratando las acumulaciones de energa. El efecto era que las bolas estallaban en las mismas narices de
sus creadores, aunque no siempre poda conseguirlo. Por otro lado al tener visin directa de sus auras poda defenderse con relativa facilidad. Percibi la frustracin en
los nicsos, y cmo decidan cambiar de vctima.
Una tempestad de hielo y fuego se desat contra Sanjo destrozando su muro protector. Se vio obligado a huir de un lado para otro intentando esquivar la tremenda
avalancha que se le vena encima. Las deflagraciones se sucedan con relmpagos que iluminaban a turnos la vasta sala. An as, logr alcanzar a uno de ellos. Penetr
con su aura hasta casi tocar el cuerpo de su vctima y al instante un rayo surgi de su mano atravesando el tortuoso canal astral por donde lo hiri dejndolo fuera de
combate.
Pero el cansancio comenz a pesarle, el acoso de los otros tres se le antojaba imposible de eludir. Los nicsos restantes estaban utilizando ahora todo el poder de
sus cristales y nuevas armas aparecieron en escena, como aquellos haces de luz tan concentrada que quemaban. Eran casi imposibles de parar, con lo que haba que
evitar ofrecer un blanco inmvil.
Taigo intent proteger a su padre elaborando para l un consistente muro. Sanjo huy hacia el refugio pero una daga de hielo roz su brazo provocndole un
profundo corte. Su fluido astral se repleg. Ya no poda mantener la concentracin. Se cobij tras el muro agarrndose la herida, consciente de su indefensin. Escuch
los pasos de sus enemigos acercndose.
Vamos a por el otro.
No. Primero vamos a ensaarnos con ste. Que el otro vea lo que le espera.
Es verdad dijo un tercero. Has visto la quemadura de Nalodrian? Levant el puo crispado. Que paguen. Que paguen por su osada!
Se hizo el silencio. Sanjo apenas oa sus jadeos y el roce de sus tnicas. No se atrevi a asomarse. Tampoco le haca falta. Saba que las esferas gneas que
estallaran sobre su cuerpo estaban naciendo ahora. Se arrebuj en su tnica sin poder evitar un sbito temblor. Pens en su hijo, pero su enlace teleptico estaba roto.
Hu Huye, Taigo.
Lo dijo tan bajo que los nicsos no lo oyeron, pero estaba seguro de que el aura dispersa de su hijo captara sus palabras. El resplandor de las esferas creci y Sanjo
pudo ver a su pupilo en el mismo lugar. Maldijo y volvi a musitar:
Hijo mo, no puedes hacer nada por m. Pero s por ti. Huye!
Taigo se mantuvo en su lugar. Las luces se movieron. Sanjo enterr la cabeza entre sus brazos, asumiendo que no servira de nada. Entonces oy las detonaciones.
Cada una ms cerca. Pero no sinti la vibracin en el muro.
Maldito seas! dijo uno de los nicsos.
Es muy rpido. No he podido proteger mi esfera.
Pues vayamos a por l. A ver si piensa igual de rpido cuando es su pellejo el que est en juego.
Cuando Taigo vio la herida de su padre, algo cambi en su interior. Una voluntad profunda y poderosa emergi. Casi sin darse cuenta se encontr en un estado de
concentracin mucho ms intenso, donde mantener su aura expandida le resultaba natural. Era como aquella vez de nio cuando agredieron a su madre. Se sinti as, sin
ms.
Los nicsos dirigieron toda su furia contra l. Las explosiones destrozaron sus defensas y una lluvia de hielo cay desde lo alto. No le import. Le resultaba mucho
ms sencillo desviar sus ataques que enfrentarlos. Aprovech para concentrar su fluido astral entorno a ellos. Debieron notarlo, pues sus auras volvieron a emitir ese
olor y los ataques se volvieron convulsos y desatinados. En parte se deba a la niebla que l estaba generando. La nube artificial lo ocult y creci. Los nicsos la
horadaron con rayos, descargas, dagas de hielo y bolas de fuego, pero no encontraban nunca su blanco.
Taigo lanz sus propios tentculos astrales, que avanzaron hacia sus vctimas. Cada vez que un nicso opona resistencia con su aura, l la rodeaba a la velocidad del
pensamiento. Imagin a los nicsos intentando detener un fluido astral que se les escurra como el agua entre los dedos, sabiendo que cuando alcanzase su piel sera el fin.
Comenzaron a retroceder. Dejaron de atacar para prestar toda la atencin a su defensa. Ya no haba luces de bolas gneas, ni el ruido de ninguna descarga; slo una
tiniebla hmeda que pareca envolverlo todo y el sonido de jadeos nerviosos. Trataron de agruparse, unirse en la defensa. Lanzaron miradas rpidas a la salida. Sin
embargo no parecan capaces de huir. Taigo los hostigaba de tal forma que apenas podan prestar atencin a otra cosa que no fuera su aura. Sus olores astrales se
intensificaron a la par que su sudor y sus temblores. Uno de ellos sali gritando despavorido. Slo dio tres pasos. Cay de bruces, inconsciente antes de tocar el suelo.
Otro se lanz hacia la niebla, golpeando el aire con sus puos. Pronto dej de hacerlo para llevarse las manos a la garganta. Se derrumb sobre sus rodillas, con la boca
abierta, tratando de inhalar un aire que no llegaba. Sus ojos se pusieron en blanco justo antes de desmayarse. El ltimo sufri la misma suerte.
Pero no era suficiente. No para quienes haban amenazado la vida de su padre. Haba odio para mucho ms. Un gesto y los nicsos rodaron como peleles hasta
agruparse. Otro, y las tnicas se desgarraron mostrando los torsos desnudos. An respiraban. No le gust que estuvieran inconscientes. Necesitaba su dolor para saciar
tanta ira. Sus manos se convirtieron en garras y su aura se hundi en la piel de sus vctimas haciendo brotar hilillos de sangre. Y habra continuado de no ser por el
intruso.
Sanjo, no dijiste nada sobre las capacidades de tu pupilo.
La figura emboscada vol desde el techo hasta ellos. Taigo no se movi, pero ante s emergi un muro de un vapor luminiscente en el que saltaban relmpagos
dispersos. El extrao, muy tranquilo, se llev la mano a la altura de la boca, abri la palma y sopl. Una nube de polvo y arena se proyect hacia Taigo. Percibi en su
campo ureo una mirada de partculas y se sinti incapaz de pensar en todas a un tiempo. El polvo lleg a su rostro y no pudo evitar la prdida de concentracin. En
cuanto su ser astral se repleg, el muro de luz se desintegr en un trueno ensordecedor.
Impresionante. Alta volumetra energtica, buena diversidad tcnica, incluso una gil multiplicidad de accin, pero te falta la inestimable experiencia del combate.
Puede ms Saifel por viejo que por diablo sonri.
Pero el joven no le apartaba la mirada. Pareca que todo haba acabado, y que aquel hombre no era ningn enemigo. Sin embargo le costaba serenarse. Slo al sentir
la mano de su padre en el hombro, aquella rabia se disip.
Tranquilo, Taigo, Minios es un general kaiya.
Ante ellos, un hombre alto, enjuto, de nariz aguilea y ojos profundos los saludaba. Slo entonces Taigo repar en el color rojo de su tnica. Con un ademn
Minios arrebat los cristales a los nicsos yacentes, hacindolos levitar hasta su mano.
Jovencito, deberas ingresar en la guardia, te auguro un magnfico futuro.
Azuara, fue su primer pensamiento. Luego vio a los nicsos sobre el suelo, heridos o inconscientes. Sus propias manos an mantenan la forma de garra. Qu
habra pasado si no lo hubiera interrumpido?
Gracias seor, pero con todo respeto, mi vocacin es otra.
No me digas que seguirs los pasos de tu padre y estudiars medicina Taigo asinti. En fin, supongo que tus cualidades tambin sern apreciadas en ese campo.
De todas formas, si cambias de opinin, slo has de pronunciar mi nombre.
Sabais que atacaran esta noche? intervino Sanjo.
S, aunque mis informes hablaban de tres, no de seis.
Por qu no intervino? inquiri Taigo.
Parece ser que no fue necesario me equivoco? y con un gesto abarc a los nicsos. Taigo sospech que en realidad aquel kaiya deseaba medirlo.
Sin rencores? dijo el tnica roja.
T slo hiciste tu trabajo, Minios, espero que sigas siendo igual de fiel al Consejo ahora que los vientos han cambiado.
Por supuesto. En fin, despus de lo que he visto hoy espero que no tengamos que volver a enfrentarnos el general sonri.
Al da siguiente Taigo se dirigi directamente a la oficina militar. En la misma ventanilla en la que estuvo el da anterior le informaron de que Azuara haba partido
en misin reservada. No se la esperaba de regreso hasta dentro de cinco aos. Y no haba medio de que un civil se comunicase con ella.
A Taigo no le qued ms remedio que concentrarse en otra cosa. Ingres en la Academia de Salud y complet la formacin que recibiera de su padre. Pero no
disfrut en absoluto la vida de estudiante. No acudi a las fiestas. No particip en excursiones o aventura alguna. Incluso evit los ratos informales donde sus
compaeros charlaban o jugaban a las cartas. Se aisl, se convirti en un extrao para todos, aunque esa no fuera su intencin. Su padre trat de integrarlo, de ofrecerle
alternativas a tantas horas de estudio, pero sin xito apreciable. En los escasos ratos que lo logr, Taigo reflejaba una profunda melancola que nada, ni siquiera los
intentos del muchacho para despreocupar a su padre, lograban ocultar.
Todo su tiempo lo emple en el estudio. Desde que despertaba hasta que caa rendido por la noche obligaba a su mente a trabajar sin descanso. Sus profesores se
vieron obligados a reconocer su nivel mucho antes de lo esperado y otorgarle la licencia para ejercer la medicina. Taigo entonces cay en la depresin. No le import lo
ms mnimo acabar su formacin antes que ninguno de los mejores mdicos que se recordasen, ni sus elevadas calificaciones. Percibi el final de sus estudios como un
castigo, un abismo al que le obligaban a saltar.
De inmediato solicit trabajar turnos dobles en el Sanatorio Comunal de Silkara, pero se lo negaron, porque su agotamiento levantaba recelo. Era comn encontrarlo
a altas horas trabajando, con unas ojeras que ya no desaparecan, y la mirada turbia. Sin embargo nunca err con ningn enfermo. Repasaba una y otra vez sus
conclusiones e investigaba todas las posibilidades con una minuciosidad enfermiza. Todo ello le cre una fama de xito que no fue suficiente para que le permitieran
trabajar ms.
Entonces Taigo se refugi en la investigacin. Era lo nico a lo que poda dedicar un esfuerzo continuo. Tal y como le advirtiera su padre, tuvo que recurrir a su
condicin de nicso para acceder a los instrumentos de la Academia. Su especial capacidad unida al microscopio ureo le permiti llegar mucho ms lejos que sus
predecesores. Y adems le gustaba. Cuanto ms aprenda mayor era su avidez de conocimiento. Asombr a los ms sabios con sus descubrimientos. Inaugur una nueva
rama de estudio, la micrtica, especializada en aquellos corpsculos de los que estaban hechos todos los seres vivos, y cuyos secretos Taigo haba empezado a desvelar.
Pero los reconocimientos, los premios, sus nuevos remedios, la gratitud de los que curaba, el placer de desvelar los misterios de la naturaleza, todo lo que le
hubiera hecho feliz, todo, se tornaba insulso y aciago ante la insoportable ausencia de ella.
(Ao del Divino 1022)
Ya haba anochecido cuando Azuara entr en la posada. Un aire clido la recibi a pesar de que se trataba de una sala muy amplia. A la derecha estaban las mesas, a
la izquierda una larga barra que delimitaba las cocinas. Algunos huspedes le dirigieron una mirada fugaz, pero a ninguno le llam la atencin. Era lo que deseaba.
Atraves con pasos lentos la estancia. Le pareci una eternidad alcanzar el extremo ms alejado y solitario de la barra. Se vio en un espejo y se entristeci. Saba que su
aspecto envejecido no se deba tan slo a su disfraz. Su cansancio y su angustia afloraban bajo el maquillaje ms de lo que crea. Desliz unas monedas sobre la plancha
de roble y pidi algo para cenar. Luego se sent junto a una mesa apartada, justo en el rincn opuesto al de la barra. Desde all contempl con deseo el fuego de los tres
hogares, cada uno en medio de cada pared. Pero junto a ellos haba gente, y no deseaba hablar. Le resultaba costoso volver a mentir, gesticular con parsimonia, mantener
la apariencia de una edad que no tena. Era el precio de la invisibilidad, sus cinco aos de experiencia por aquellos parajes lo atestiguaban.
Una moza acudi con un cuenco de caldo muy caliente, y el resto de la comanda. Hebras de huevo cocido flotaban en el caldo formando figuras. Azuara no pudo
evitar reconocer en ellas el rostro de Taigo. Sus dedos acariciaron el cuenco. Su mirada recre los ojos, la nariz, aquella boca a punto de besarla. Una lgrima cay sobre
su mano. Sus ojos se cerraron, pero segua viendo los labios, la barbilla, el cuello Entonces el colgante emerga. Brillante, como la pupila de un cuervo. Y caa. Se
arrojaba en un balanceo. Lento, igual que el hacha del verdugo. Se acercaba a ella. Imparable. Se revelaba con la morosidad de una sentencia. Y todo cambiaba. El cuello
ya no era el mismo. Reconoca aquellas arrugas, y casi no tena fuerzas para subir al rostro. No haba representacin de Saifel, de grgola o demonio que superase aquel
rostro. Y aquellos ojos la miraban, la penetraban, alcanzaban sus entraas para triturarlas y quemarlas en miedo lquido. Abri los ojos. La rebanada de pan estaba
estrujada entre sus dedos. Necesit unos segundos para relajar la mano y soltarla. Las motitas blancas seguan flotando en el caldo. Cogi la cuchara y las caz, las trag,
sin importarle si se escaldaba la lengua o no, hasta no dejar ninguna.
Un hombre entr en la posada. Sus ropas estaban desgastadas. Por sus insignias adivin que era un centinela del paso de Humor. Su aspecto era deplorable. Se
derrumb en un taburete mientras con voz cansada deca:
-Los brujos han vuelto! Han vuelto!
Los ms curiosos se acercaron. El centinela comenz a contar su historia. Poco a poco las conversaciones se apagaron hasta que slo se oy su voz. Todo el
mundo se arremolin en torno a su figura excepto Azuara. La narracin le pareci demasiado fantstica para ser cierta, si no fuera por aquel uniforme, y por lo que ella
saba.
-y entonces la fortaleza entera se desplom sobre el barranco. Ni siquiera o sus gritos. -Por un instante se qued callado, con la mirada perdida-. El ejrcito
cruz el paso durante horas. Al principio cont los soldados. Diez mil, veinte mil, treinta mil, hasta que harto y medio helado dej de contar para buscar un sitio
donde refugiarme. Al da siguiente seguan pasando, pero esta vez parecan civiles. Iban cargados de cosas por todas partes. Tuve que esperar otro da entero para
encontrar el paso libre. As, en la noche del segundo da baj. Atraves el paso y llegu al valle de Henedar. Nunca en mi vida haba visto tanta luz de noche. Haba
hogueras hasta donde alcanzaba la vista. Aquello pareca, pareca
La cara del centinela se contrajo en un rictus de horror, pero recobr la compostura.
-Y cmo conseguiste atravesar sus lneas?
-Escal la montaa y rode el campamento escondindome detrs de las rocas. As llegu al lago de Analua. Cort un junco y me met en el agua. Los brujos slo
vigilaban las orillas norte y sur. No fue fcil bucear casi una legua sin que nada ms que el junco asomara del agua, pero el miedo da fuerzas y aqu estoy.
-Qu ms viste en el campamento?
El centinela se volvi ms sombro an de lo que ya estaba. Pareci requerir un esfuerzo para contestar. Con la vista fija en el suelo contest:
-Fue su tamao. Con un tercio de ese ejrcito y sin magia cualquier idiota conquistara todo un reino. Por otro lado no se puede ser idiota para acaudillar a tantos.
As que, -mir nervioso a los presentes, inspir profundamente y prosigui -, si este pas no es su objetivo cuntos lo sern?
-Mejor dicho -replic uno-, cul no lo ser?
Nadie respondi. Todos quedaron silenciosos y cabizbajos meditando sobre sa y otras preguntas. Acaso no habra ningn lugar al que huir? Qu ejrcito se
haba formado jams con semejante dotacin? Quin podra hacer frente a tan poderoso enemigo?
El silencio lo quebr un hombre de mediana edad, elegantemente ataviado, que hasta ahora slo se haba limitado a escuchar:
-Y cmo era su estandarte? Qu haba dibujao? -Habl con acento local, entonando las frases como si cantara.
-Era un rombo con rayas hacia afuera a su alrededor, ms o menos adornado.
-Pos oye, yo soy orfebre, de Ornubal. Y cerca de all vi algo que no lo entend entonces, quiero decir, pero ahora tiene sento. Pas lo menos hace treinta aos.
No s, por ah ms o menos. Por una cabron que me hicieron que no viene al caso, tuve que largarme por un tiempo. Hu como alma que lleva Saifel hacia el paso del
sur. Son tierras vacas, despobls, donde esperaba despistar a Bueno, como digo, no viene al caso.
Anda que te anda, fui a parar al Camino del Destierro, ya sabis, la carretera sa que slo usan los soldaos de la fortaleza sur, quiero decir. Al acercarme o pasos
de mucha gente. Me escond entre las matas, muerto de miedo, pensando que me haban encontrao. Pero al ver los uniformes, me relaj. Eran soldaos de la guardia real.
Y yo me dije: Y qu boiga se le habr perdo a esta gente aqu, donde nadie quiere ni acercarse? Si son lo mejorcito del ejrcito! Entonces descubr que llevaban
a gente importante. Se vea en la ropa: mu rara, pero elegante. Adems, to el mundo sabe que la guardia real slo escolta a la nobleza. Pero, qu hacan all?
Estuve por la zona unos das. A la semana vi una enorme columna de humo. Cuando llegu, no quedaba nadie. Nadie vivo, quiero decir.
Era un barracn mu grande. Bueno, las ruinas de un barracn. Porque slo quedaban las cuatro paredes. Por dentro todo, todito todo, estaba quemao. Y haba
gente muerta. Mucha. Nunca en mi vida v tanta. Por el Divino, qu masacre!
Por la ropa supe que eran los mismos de antes. Esos pobres desgraciaos haban sio conducos a su tumba por la mismsima guardia real. Los haban encerrao en
aqul barracn y les haban prendo fuego.
Pero lo ms raro fue que all en medio haba un trono de piedra, encima sentao un esqueleto y los restos de una capa con los emblemas reales. Pareca que el
mismsimo rey hubiera estao en l, quiero decir. Desde luego fue algo que no quisieron que se supiese, pues al da siguiente vino gente a enterrarlos. Y no slo no dejaron
restos de los cuerpos, sino que reconstruyeron aquel barracn. Lo dejaron como nuevo.
Al volver, supe que el rey segua vivito y coleando, y no me atrev a preguntar ms. Quiero decir que por la boca muere el pez, y este pez ha seguo callao hasta
hoy, hasta saber que, fueran quienes fuesen, sus hijos vienen a vengarlos, pues sus emblemas tenan un diamante con rayos de brillo, justo como el que me has contao.
Todos murmuraron en voz queda. Hablaban de la guerra con miedo y desesperanza. Citaron leyendas de las guerras arcanas, de la ltima vez que el mundo se
enfrent a los brujos. De los pocos que sobrevivieron. De lo mal que estaban ahora las cosas. El viejo imperio se deshaca y ninguna nacin pareca capaz de tomar el
relevo. Quin podra liderar al mundo contra los brujos? Quin podra detenerlos? Todos coincidan en que nunca, en toda la historia, el mundo haba estado tan
dividido como ahora. Nunca tan dbil. Demasiada casualidad. Luego el silencio y las miradas sombras fueron relevando a las palabras.
Azuara se perdi en sus propias meditaciones. Los rucainas haban vuelto, y el mundo no estaba preparado para su magia. Por qu ahora? Tendra algo que ver la
historia del orfebre? Le gustara averiguarlo. En realidad le gustara cualquier excusa que dilatara su regreso a Silkara. Decidi que sta sera lo suficientemente buena para
sus superiores.
Los huspedes se fueron retirando. Aparte de los candiles junto a las puertas, slo qued la luz de uno de los hogares. Junto a l, dos hombres lo alimentaban. Uno
era el centinela de Humor. El otro se llamaba Lusto, o eso le haba parecido or a Azuara. Tena los brazos fuertes como los de un militar, aunque deca ser comerciante.
Pero eran ms gruesos que los de Taigo. S, los de Taigo. Los recordaba muy bien. Se los imagin en torno a ella, abrazndola, acaricindola, llenndola de paz. Saba que
podra tener todo eso. Slo tena que volver.
De pronto no soportaba estar all. Actu ante Lusto y el centinela tomndose su tiempo para salir. Una vez fuera corri hacia el este con todas sus fuerzas. Subi a
una loma y mir al cielo. Slo estrellas en la tiniebla. Saba que era imposible, pero sus ojos buscaron una mancha, una nube diminuta en el horizonte. Su aura casi
escap de su cuerpo, con naturalidad, como si no entendiera qu haca tan lejos de donde deba estar. Se prolong y se estir hasta donde pudo, unos cientos de pasos.
Y all se qued. Un hilo astral colgando hacia Naciente.
Como tantas otras veces, se sinti estpida. No era racional. No era lo que haba decidido hacer. Tena que olvidarlo. Deba centrarse en la misin. Seguir su rutina.
Ahora estaba sola, sin observadores. Le pareci un momento y un lugar perfecto para ejercitarse. As que baj la loma por el otro lado. Volvi la vista atrs un
momento, a la posada. Qu le poda interesar a un comerciante como Lusto de un centinela?, se pregunt. Pero la idea se qued ah, apartada mientras se concentraba y
unas esferas luminosas comenzaban a bailar a su alrededor.
En la posada Lusto escuchaba con atencin:
-Regresar al viejo imperio, mi patria. Cuando llegue har un informe oficial. Espero que para entonces los rumores me hayan adelantado y no me tomen por loco-
dijo el centinela.
-Teniendo en cuenta que fuiste prcticamente deportado a aquella fortaleza, sera lgico que aprovecharas esta oportunidad para desertar. A la luz de lo que nos
has contado es seguro que te darn por muerto. As que, por qu insistes en volver?
El centinela se revolvi incmodo, como si alguien le rozase una vieja herida.
-Tienes razn. Supongo que tantos aos en el ejrcito me han debido de ablandar los sesos, porque a pesar de lo que me han hecho, desertar me sigue pareciendo
muy bajo. Me gusta el ejrcito. Me gusta pensar en que all an hay honor. Aunque haya algunos desgraciados, como los que me mandaron a Humor.
Lusto se acerc, torn su expresin severa y mostr un emblema bordado en oro con el escudo del imperio.
-Reconoces esto?
-La guardia imperial! Sois de la guardia imperial?
-S. Como bien has dicho te costar trabajo hacerles entender lo que est pasando. Por ello te ordeno que informes directamente al general Hardiamo. Solicitars una
audiencia con l y le dirs que te enva Lusto Jiuma. Has comprendido?
-S. S, seor.
-Hay algo de tu relato que an no me cuadra. Cuando estuviste tras las lneas enemigas viste su campamento. Entonces dijiste que te impresion su nmero. Pero
por tu mirada dira que hay algo ms, verdad?
El centinela cerr los ojos y suspir. Se tom unos instantes antes de responder.
-No quera decir nada para no desatar el pnico. Pero vos debis saberlo.
Aquel campamento era normal, enorme, pero nada ms. Tena tiendas, pasillos, defensas, y un espacio grande en el centro donde reunirse. All, varias fogatas
iluminaban lo que hacan. Unos cenaban, otros beban o charlaban, y no faltaba algn msico.
Todo normal menos por una cosa -el centinela acerc entonces el rostro al de su superior y mirndolo con los ojos muy abiertos prosigui-: la comida volaba
por el aire hasta los cuencos de los soldados, las botas de vino iban solas a llenarse en los toneles, los que queran charlar a solas flotaban unas varas por encima del
suelo, dos laudes sonaban sin que nadie los tocase, las rondas las hacan soldados protegidos en esferas de cristal que volaban All todos eran kainum mi seor!
Todos!!
-Shhh! Ms bajo.
El centinela trat de serenarse y continu en susurros.
-En las historias de las guerras arcanas se habla de grupos de magos, decenas como mucho, que mandaban a miles de soldados normales. Pero nunca se ha visto una
infantera completa kainum! Qu se puede hacer contra un ejrcito de brujos, seor?
Lusto sopes, con toda la frialdad que pudo, la nueva informacin, y sin embargo no pudo evitar estremecerse. Las guerras contra los kainum en la antigedad
haban dejado un vasto reguero de leyendas y mitos con que los cuentos de terror se nutran. Si le hubieran dicho que una grieta se haba abierto en la tierra y que miles
de demonios haban escapado por ella sedientos de almas para Saifel, no se habra impresionado ms.
Un grito ahogado apenas se dej or desde las escaleras. Ambos militares se pusieron inmediatamente en guardia. Lusto se dirigi en voz baja a su subordinado:
-Aqu debe haber uno. Ser uno de los huspedes. Te habr odo y
-y una informacin como la que yo llevo no debe llegar ms lejos verdad?
Lusto asinti. Por un instante pareci dilucidar con la mirada bailando en el suelo y el rostro crispado. Luego levant la vista y habl con decisin.
-No creo que sea ms de uno, no se necesita ms para controlar un lugar. Coge mi caballo y huye al galope. Evita lugares como ste, donde pueda haber alguno de
ellos. Cambia tus ropas y no cuentes nada a nadie hasta llegar a Hardiamo. Corre!
-Seor, y vos? No vens?
-Y que nos cace como a perdices? No. Hay ms oportunidades atacndole aqu -dijo Lusto sealando la nica escalera de acceso a las habitaciones-. Y si no, al
menos se consigue tiempo para que el otro escape.
-Pe Pero seor
-Quieres quedarte t?
El centinela neg con la cabeza, hizo un breve saludo y desapareci. Lusto atranc la puerta de salida y arrastr cuanto pudo encontrar contra la misma. Despus
carg una pequea ballesta y se ocult bajo las pieles que cubran el suelo con la mirada fija en las escaleras. Slo le quedaba esperar. Dejar transcurrir sus probables
ltimos segundos de vida en silencio. Un silencio slo roto por gorgoteos ahogados de gargantas cortadas.
El tiempo pasaba con increble lentitud. Pens en subir aquellas escaleras y hacer frente comn con los pocos y adormilados supervivientes, pero y si ya no
quedaba nadie? Y si encontraba a su verdugo en el pasillo cara a cara? Al menos aquella estancia le permitira moverse con soltura. Si su habilidad con las armas serva
de algo, aquel era mejor terreno. Tambin pens en incendiar la posada, pero cunto tiempo tardaran aquellas duras maderas en prender?
Lusto no sabra admitir hasta qu punto la razn le haca desestimar cualquier accin, pues en realidad estaba paralizado bajo aquellas pieles. Aquellos peldaos
crecan colmando todo pensamiento. La tensin amenazaba petrificar sus msculos. Entonces percibi un aire fro, bajando en cascada por las escaleras. Despus vio
una bota posndose en el primer peldao. Cada vez que el grueso tacn haca crujir la madera su cuerpo se estremeca.
En cuanto vislumbr su cuello dispar. El virote cruz la habitacin en un instante, certero hacia su objetivo. Un ruido cristalino marc su final, y su eco reson en
el corazn de Lusto al verlo partido en dos sin haber herido al brujo. Una telaraa de grietas se extenda sobre un escudo transparente que pareca flotar ante su dueo.
ste se detuvo, desliz su mano en el aire y las grietas fueron desapareciendo.
Lusto se enfrentaba a su peor alternativa. Se incorpor con la espada en guardia. Saba que tena muy pocas posibilidades, pero al menos necesitaba sacar tiempo
para que el centinela cumpliera su objetivo, para que su propio sacrificio tuviera algn valor. As que, empleando fuertes dosis de voluntad, control su voz hasta
parecer normal y hablar con el asesino.
-No podris evitar por mucho tiempo que todo esto se sepa.
El brujo lo mir con expresin adusta.
-No te falta valor, lstima que ests bajo un mando que no te merece.
-Y por qu crees que el tuyo s? -el brujo sonri.
-Piensas que no me he dado cuenta de lo que pretendes? -Con lentos ademanes termin de bajar la escalera y se puso a dos zancadas de su vctima, despus, en
tono serio seal la puerta y prosigui-. Tu compaero tambin perecer por mis manos an cuando me permita unos minutos de charla contigo.
El rostro de Lusto se ensombreci. An as, insisti:
-Por qu asesinar a un puado de civiles si la informacin al final se escapar?
-Porque es importante el tiempo que podamos conseguir sin que se filtre. Sin informacin, no se mide el peligro. Sin estimar el peligro no se forjan alianzas. Sin
alianzas, ms fcil ser la conquista.
-En mi bando no matamos civiles si no es absolutamente necesario -replic. El brujo pareci vibrar de clera.
-Qu vosotros no asesinis civiles?!! Por qu crees que estamos aqu?! Yo era nio cuando mi to, jefe de mi clan, se despidi de nosotros, para ir a suplicar
pan a vuestros reinos! Es increble que hayis olvidado semejante masacre, pero al or al orfebre contar la historia como si nadie la hubiera odo jams, lo entend. Es un
acto demasiado cobarde como para afrontarlo, as que qu mejor que ocultarlo? Aqul magnicidio nos hizo comprender que jams habra convivencia posible, as que
ahora os tocar a vosotros vivir unos cuantos siglos en tierras estriles e inhspitas, viendo a vuestros hijos morir de hambre y epidemias
El rucaina ces bruscamente y pareci concentrarse unos momentos, como si hubiera odo algn ruido extrao. Lusto no oy nada pero no desperdici la ocasin.
Arremeti contra su enemigo. La espada rebot todas las veces contra aqul escudo vtreo. El brujo pareci volver a la realidad y extendiendo sus brazos lanz dos
cuchillos que atravesaron la proteccin con absoluta limpieza. Lusto repeli ambas armas con su espada, pero los cuchillos no cayeron al suelo. Mientras el kainum
realizaba sus ademanes, las dagas volaban alrededor de Lusto precipitndose contra su cuerpo una y otra vez. ste no cesaba de esquivarlas pero saba que era cuestin
de tiempo.
Sin embargo el brujo pareca preocupado por otra cosa. Al tiempo que luchaba, las sillas y mesas que Lusto haba arrastrado contra la puerta comenzaron a volar.
Quera huir!, comprendi el imperial. Este convencimiento le dio alas. Con valenta se arroj, en su particular danza de esquiva de puales, hacia el mago, echando todo
su peso en los envites. Entonces el brujo, an dentro de su burbuja cristalina, se desequilibr un poco. Esta pequea distraccin provoc que los puales cayeran.
Aquello pareci irritarle sobremanera, atrayendo toda la atencin sobre el imperial.
Mientras la burbuja cristalina tomaba blanquecina y ms dura, a la espalda de Lusto, en una de las hogueras, las llamas empezaron a arracimarse en torno a una
esfera gnea. El oficial, que comenzaba a sentir los efectos del cansancio, no cesaba de arremeter con todas sus fuerzas contra la proteccin del mago, esta vez sin
resultados. En dos ocasiones se haba parado por un instante y en ambas haba sentido aros de aire helado en torno a sus pies. Comprendi que bastaban segundos para
que el mago lograra inmovilizarle con aquel hielo y que slo el movimiento continuo impeda a su enemigo eliminarle con facilidad.
Lusto se extra de la prdida de intensidad en el combate. As que busc por la habitacin algo que justificara la concentracin del mago. Entonces la vio. Una
enorme bola de fuego atravesaba la estancia directamente hacia l. Salt para esquivarla, pero la gran masa de gas incandescente estall alcanzndole. El oficial vol por
la estancia estrellndose contra una de las paredes. Y el mundo se apag.
Cuando abri los ojos de nuevo crey que estaba en uno de los infiernos de Saifel. Despert con el dolor de las quemaduras, y las contusiones. Luego reconoci
una figura humana. Su rostro le result familiar. Sinti sus dedos cubriendo de aceite la abrasada piel del rostro. Apret los dientes para no gritar.
-El el brujo -dijo entre quejidos.
-Si te refieres a se de atrs, est muerto -respondi Azuara. Lusto se incorpor con dificultad y vio el cadver. Tena las ropas carbonizadas, y yaca en una
postura imposible, con los ojos muy abiertos.
-Qu ha pasado?
-No lo s. O un ruido muy fuerte y cuando acud estaba as. Todo estaba as.
Entonces Lusto repar en la puerta. Estaba reventada por el centro. Un gran crculo de astillas chamuscadas enmarcaba el vaco nocturno. A su alrededor, un
milagro pareca evitar que las tablas que an quedaban no se desmoronasen sobre el suelo.
-Dirase que el Divino ha enviado un dragn para salvarme.
-No. Un dragn, no. Dos brujos, creo. Por lo menos yo vi a dos figuras humanas volando, alejndose hacia el norte, justo antes de entrar. -Azuara se limpi los
dedos y cerr el odre de aceite-. Te dejar cicatriz, pero no se infectar. Eres un agente del imperio verdad?
Azuara le tendi la insignia. Lusto se incorpor mordindose el labio. Suspir y se la guard.
-Hay algo ms que debas devolverme?
Azuara neg con la cabeza. Lusto la observ detenidamente.
-T no eres precisamente una abuela, me equivoco?
-Me llamo Azuara y sirvo a Lucinia. Ante las circunstancias no creo que haya que andarse con rivalidades entre nuestros reinos; as que te propongo que aunemos
esfuerzos para averiguar lo mximo posible.
-Es lgico. Empezar yo. Hace das que no tenemos noticia del paso norte. Despus de lo que he odo esta noche supongo que tambin ha cado.
-Pues yo te puedo confirmar que lo mismo ha debido pasar en la del sur. Slo hay una cosa que necesito comprobar antes de volver.
-La historia del comerciante verdad? Tampoco nosotros tenamos noticia de ninguna masacre en esta zona. Necesito confirmarlo. Cundo salimos?
Azuara mir hacia las escaleras. No necesitaba subir a las habitaciones para ver los cadveres. No haba ms almas en aquel edificio aparte de ellos dos. Si hubiera
estado ms serena quizs no habra salido, habra acabado antes con aquel asesino y ms vidas se habran salvado. Unos rostros bailaron en su mente: la moza que le
haba servido, el posadero, el orfebre
-Qu tal ahora? -respondi.
* * *

-Mira, Taigo, esta mujer est de tres meses, esa de siete y aquella de ocho. Explora los fetos.
Taigo obedeci.
-Ves sus auras? Notas su densidad?
-Vale, padre, reconozco que ante esto es difcil defender mi teora, pero la tuya
-No, Taigo, esto no es ninguna teora. Tan slo te expongo un hecho. No tienes evidencias de que el aura est ligada con esas clulas tuyas.
-Pero, padre, eso de la Cmo dijiste? Mmm auto-conciencia. Es tambin especulacin. A ver, cmo se mide eso?
-Ya s que no podemos usar nmeros. Pero s podemos percibir las diferencias de densidad. Por ejemplo, estos fetos tienen una densidad creciente en sus auras,
pero mucho menores que la de un nio de dos aos. Y un adulto tiene un poco ms.
-Bueno. Supongamos, y es posible, que el desarrollo nervioso tenga algo que ver con el aura, pero por qu crees que la causa sea el grado de conciencia?
-Porque es lo ms lgico. Qu diferencia a un nio de dos aos de uno de seis meses?, por qu se intensifica tanto en esta fase? Si tuvieras mi experiencia, veras
que es en ese periodo cuando un nio se reconoce a s mismo -Sanjo dej una pausa esperando a que su hijo asimilase sus palabras-. Pero es que an hay ms. Vuelve a
explorar esta mujer, pero esta vez rodea el feto con tu aura usando este cristal y fjate bien.
Taigo procedi. Al principio no sinti nada, pero luego, muy tenuemente lo percibi. Era como si un debilsimo ter ureo fluyera desde todas partes hacia la
criatura. Sanjo sonri ante la expresin de asombro de su hijo.
-Lo has sentido, verdad?
-S. Es, es como, como una brisa astral viniendo de todas partes.
-Necesitaba que me lo confirmaras. Para m ha sido tan difcil sentirlo que no saba si me lo estaba imaginando o era real. Qu piensas ahora?
-Dicen algo de esto los antiguos?
-No.
-Ningn libro, ninguna referencia?
-Nada de nada. Parece ser que somos los primeros en detectar ese mar astral en el que estamos sumergidos, del que nacemos y al que supongo que vamos cuando
morimos.
-Es posible. Eso explicara el viento astral saliente de los que mueren. Pero, por qu no haba visto esto antes?
-Porque no tenas este cristal. Y aun usndolo no lo habras visto si no hubieras sabido qu buscar. Quizs por eso nadie se haba dado cuenta antes.
-O quizs sea porque ese mar no haba sido tan denso como ahora.
-Ms denso, dices? Por qu iba estar ms denso ahora?
Taigo se encogi de hombros. A continuacin sugiri:
-Muchas muertes?
Aquella posibilidad les hizo estremecer a ambos. Se estara produciendo una hecatombe en algn sitio? Si as fuera de qu magnitud habra de ser para que ellos
pudieran percibirla?
-Crees que ese mar es el Divino? -dijo Taigo.
-No lo s. Pero si lo fuera, no podramos saberlo.
-Y si intentramos un contacto teleptico? No, no podramos. Demasiado dbil. Tendramos que extender tanto el aura como para cubrir un continente.
-O diluir nuestra aura en ese mar.
-Y nadie puede diluir el aura si no es muriendo.
-No necesariamente. Cuando se buscan candidatos para la orden entre los akai, se buscan auras densas, como la tuya cuando te encontr. Pero las hay mucho ms
etreas, como neblinas que se extienden desde su dueo hacia todas direcciones. Tambin ellos son especiales.
-Especiales? Especiales en qu?
-Aparentemente ven cosas que los dems no podemos. Cosas que van a pasar, o que pasaron hace mucho. La verdadera causa de los problemas de la gente, sus
soluciones cosas as.
-Ecos de la mente del Divino -murmur Taigo para s.
l no poda olvidar otros ecos, los que dejara en l Azuara. Tras aos sin verla, no slo no haba menguado su ansiedad por ella, sino que haba crecido. Quizs
porque se acercaba su regreso. Quizs por efecto de una enfermiza obsesin que no haba sido capaz de controlar.



Azuara se despert sobresaltada. Incorporada a medias sobre el lecho, empez a tomar conciencia de que todo haba sido un mal sueo. Sin embargo, haba algo extrao
en aquel sueo. Jams haba tenido ninguno parecido, excepto los de Taigo, pero esta vez no era l.
Para empezar todo lo vea como si mirara a travs de un cristal verde. Ms que eso, se hallaba en un bosque mgico donde los objetos, en vez de ser iluminados,
dimanaban una suave luz verdosa. Ella corra tan rpido que le pareca estar volando. Senta la necesidad imperiosa de alcanzar algo. Y su celeridad no provena de la
magia, sino de una fuerza muscular increble. Le pareca fcil correr as. No le estorbaban los rboles. A veces los esquivaba; otras arremeta y se partan como si fueran
ramitas a su paso. Estaba disfrutando de aquella sensacin de poder hasta que mir al suelo. En lugar de pies descubri unas enormes garras felinas cubiertas de
escamas. Con esta imagen horrenda se despert.
Completamente desvelada, se pregunt a qu podra deberse aquel sueo. No poda clasificarlo como un juego de su mente. Haba sido vvido, lleno de detalles,
demasiado real.
Los ronquidos de Lusto le advertan que volver a dormir le iba a costar ms trabajo esta vez, pero no era lo que ms tema de la noche. Slo Taigo, envuelto en un
pensamiento sin fin, poda desvelarla del todo. Lo amaba, estaba segura de ello. Y lo odiaba, hasta incluso desear su muerte. Lo que no comprenda era por qu
demonios no poda quitrselo de la cabeza. Cmo poda ese despreciable nicso haberse instalado de aquel modo en su mente? Ni que estuviera enamorada!
Instantneamente sinti arcadas ante aquel pensamiento. Ella no sola volverse atrs en sus decisiones, y con Taigo ya haba tomado una. Haca aos que la haba
tomado, y an as, no lograba olvidarle.
Con esfuerzo, desvi su atencin a los descubrimientos del da anterior. Enterrados en una fosa cercana al barracn haba restos humanos de medio centenar de
hombres y algunos abalorios con el smbolo romboidal que confirmaban la historia del orfebre. Pero Azuara haba encontrado algo ms. Algo que no poda revelar a su
compaero sin delatarse y que daba un giro total al misterio. Mientras Lusto registraba cada palmo de tierra cercano al lugar, Azuara expandi su conciencia explorando
minuciosamente el barracn. Dentro de una de las piedras, con letras de aire, haba dos palabras. En realidad apenas esbozadas, y la ltima a medio acabar, pero legibles.
Slo un kainum o un rucaina habran sido capaces de semejante litografa.
Dndole vueltas al misterio se fue adormilando y aquella pesadilla volvi a emerger. Enfundada en su piel escamosa corra sin cansarse a travs del bosque. De
pronto los rboles raleaban para dar paso a un pastizal muy familiar. Al frente, no muy lejos, poda ver una cabaa. Aquella en la que Lusto y ella dorman.
El desasosiego la despert de nuevo. Sali y busc en la noche. Slo lo que parecan unas lejanas lucirnagas verdes, junto a las estribaciones de la sierra, se atrevan
a robar protagonismo al cielo estrellado.
Azuara se qued petrificada.
El pnico arremeti con sus nervios vacindola de voluntad.
Cmo haba sido tan estpida? Estaba tan acostumbrada a luchar con compaeros que no reconoci el contacto astral de un desconocido.
Decenas de ojos verdes refulgan en la noche avanzando hacia ella. Desde all an eran diminutos, como lucirnagas lejanas, pero Azuara conoca a sus dueos. Un
sueo los haba mostrado en imgenes detalladas. Imgenes propias de una fuga por telepata al contactar con otro kainum. No volvi a sentirla. Ya haba sido
localizada.
Con inusitado esfuerzo logr moverse, luego correr, y finalmente consigui gritar y avisar a Lusto. Poco despus ambos cabalgaban a galope tendido. Su mente
kaiya, apenas poda encajar el descubrimiento. Cmo poda existir eso? Slo en la literatura poda encontrar una bestia con la fuerza de diez hombres, blindada con
duras escamas por todo el cuerpo y con la velocidad de un puma. Pero ni siquiera en las leyendas apareca que semejantes monstruos contasen adems con poderes
mgicos. A qu clase de demonios, literalmente, se estaban enfrentando?
Su mente militar empezaba a emerger: era de importancia vital informar al Consejo. Aquella idea tom relevancia con respecto a cualquier otra consideracin. Ahora
tena un objetivo, unas rdenes que cumplir, y deba poner en ello todos sus recursos. Lusto se convirti en imprescindible. ste, con gran esfuerzo, consigui colocar
su caballo en paralelo y le grit:
-De qu huimos?
-De una partida de caza. Una en la que las presas somos nosotros.
-Quines son? Brujos?
-Ojal slo fueran brujos!
Lusto la mir extraado, pero la expresin de Azuara lo preocup aun ms que sus palabras. El alba clareaba en el horizonte y galopaban por una llanura. Dese
mirar atrs. Saba que la luz y el terreno despejado los desvelara. Pero no lo hizo. En lugar de eso azuz a su montura.
Azuara se desvi por un sendero borroso, desconocido para l. Lusto la sigui mantenindose en paralelo.
-Se puede saber adnde vamos?
-Escchame con atencin. Si quieres salvar tu vida, y la ma de paso, debes hacer cuanto te diga a la mayor velocidad posible, sin preguntar nada.
-Crees que acatar tus rdenes sin ninguna explicacin?
-Despus te lo contar todo si seguimos vivos, claro.
El viaje le haba permitido a Lusto medir a su compaera lo suficiente como para calibrar sus palabras. Azuara le haba parecido calculadora, disciplinada, y en
absoluto alarmista. Por eso, las expresiones de pnico de su rostro al despertarle, lo haban inquietado seriamente. Y las ltimas palabras, le hacan dudar de su
valoracin ms pesimista. A causa de ello sus labios estuvieron cerrados cuando al llegar a una cueva, descubri un rarsimo carro, que ms bien se pareca a un barco
con las velas plegadas. Por eso, no hizo ninguna objecin a Azuara cuando le pidi que cerrara los ojos y que empujara la popa de la embarcacin, ni la obvia pregunta
de por qu estaban haciendo el tonto, perdiendo tiempo en arrastrar un barco de una cueva, en vez de continuar al galope.
Cuando Azuara le dijo que poda abrirlos, el vrtigo le estall. Sus pies corran sobre el aire, a una increble distancia del suelo. Su reaccin instintiva fue saltar al
interior del barco, gritando sin poder evitarlo. Pero en qu demonios se apoyaba aquel barco? Entonces observ a su duea, que pareca en trance mientras miraba
fijamente a popa. Lusto sigui aquella mirada.
Una oleada de fro recorri su cuerpo. Era la misma sensacin que le asalt cuando su saeta se parti en la posada. Galopando sobre el aire, con el mpetu de una
estampida y las fauces abiertas, un centenar de monstruos enormes se aproximaba. Los colmillos afilados como sables, el cuerpo blindado como un cocodrilo, las garras
y la constitucin felinas, y los ojos inteligentes, todo arrastraba al pnico ms primitivo.
La nave tena las velas hinchadas y aceleraba sobre una trayectoria ascendente. Azuara pareca mantener una batalla mental. A unos veinte pasos de la popa
aparecan dardos de cristal que estallaban al impactar en unos crculos blanquecinos que no cesaban de moverse. Lusto continuaba estupefacto, pero el visible
agotamiento de los monstruos y la distancia creciente entre la manada y el barco empezaron a insuflar esperanza.
Media hora despus, apenas se vean a las criaturas y Azuara casi se desplom sobre el suelo, empapada en sudor.
-Bueno, me imagino que ya no te vale mi tapadera de espa lua verdad?
-Supongo que eres kainum, como ellos no?
-S a lo primero, no a lo segundo.
-No. No eres como ellos. Fuiste t la que me salv del brujo de la posada -Azuara asinti-. Por qu? Por qu luchis entre vosotros, quiero decir?
-Nosotros? No hay un nosotros, Lusto. Lo nico que comparto con ellos es la magia. Ellos, los rucainas, son traidores; quebrantaron los votos de mi orden, los
kainum. Se les dio el poder a cambio de lealtad, y nos traicionaron.
-Rucainas, dices, son los que han atravesado el paso de Humor. Los que han estado todos estos siglos en los pramos occidentales, cierto?
-S, eso es.
-Y dnde habis estado los kainum?
-Pronto lo vers. Ahora necesito descansar; disfruta del viaje.
Lusto record el momento en que abri los ojos y descubri el abismo bajo sus pies. Sus dedos parecan querer hundirse en la barandilla de roble. An as,
lentamente, logr asomarse. Las nubes formaban una capa algodonosa unas varas ms abajo, el cielo apareca completamente limpio por encima. A veces, bajo el mar de
nubes, lagos y montaas se dejaban ver a travs de fortuitos claros. Todo diminuto, como si pudiera cogerlo con las manos. Suspir. Su corazn ya no lata tan aprisa.
Acept el viento en la cara con placer. Una bandada de vencejos emergi entre las nubes, subi hasta la altura de la nave y la sigui en paralelo. Se fij en el ms
prximo. Con las alas extendidas planeaba mantenindose casi inmvil frente a l. Lusto alz un brazo. El viento sacudi su manga. Ahuec la palma y jug con la
presin entre los dedos. En un puado de das haba visto la muerte dos veces, haba recreado el infierno en una posada, y ahora estaba en el cielo, volando como un
pjaro. Las preocupaciones, las preguntas, la tensin, todo, fue evaporndose de su mente y diluyndose en aquel ocano de paz. Y sonri.



-Y qu deca la litografa? -dijo Minios. Sus manos entrelazadas servan de apoyo al mentn. La tnica carmes resaltaba sobre el bano de la mesa.
-Deca Tenkar asesino -respondi Azuara desde su silln.
-Ests segura?
-S, seor. Las ltimas letras estaban borrosas, pero lo bastante definidas como para no confundirlas con otras.
Minios desliz sus pulgares hasta las sienes y descans la vista en los grabados de la mesa.
-Seor, no le veo ningn sentido a ese mensaje. Quin puede ser Tenkar para los rucainas?
-Para ellos es un mesas. Aqul que les devolver Oriente. En los ltimos siglos han surgido varios que han proclamado ser ese Tenkar. Pero sus disputas internas
siempre los haban anulado, no pasaban de ser ms que caudillos o profetas efmeros.
-Es curioso que elijan el nombre de aqul que inici las guerras arcanas.
-Precisamente. Para ellos fue Tenkar quien los salv del yugo de la Orden Kainum. Es un libertador al que esperan ver reencarnado de nuevo. -Suspir-. O que
ahora estn viendo -dijo para s-. Azuara, qu crees que pas?
-Me imagino que una delegacin rucaina quiso negociar con los akai. Pero ese Tenkar se adelant y los previno. No le costara mostrarla como una amenaza. Una
vez convencidos aceptaran cualquier consejo para librarse de ella. As que prepararon la trampa. Un actor hara de rey. Recibira a la delegacin con un refrigerio y los
atendera. Una vez dentro slo haba que mantener la puerta cerrada mientras las llamas acababan con todos.
-Pero eran rucainas. Usaran sus poderes para escapar.
-S, eso me desconcert hasta ahora. Hasta saber que haban sido traicionados por otro rucaina. se podra haberles dicho a los akai cmo asesinarlos.
-Por ejemplo?
-No s. Quizs una tarima de madera elevada unos palmos sobre el suelo, dejando un buen hueco ventilado por el que meter aceite ardiendo. El humo anulara sus
poderes rpidamente. O quizs un mecanismo en el techo para que se desplomara sobre sus cabezas. Un veneno en la comida
-Y la litografa?
-Su autor debi reconocer el aura de ese Tenkar entre sus asesinos. Tena que estar all para asegurarse de que todo sala bien.
-Ms bien, de que todos murieran.
Azuara entrecerr los ojos. Saba que su superior la estaba evaluando, pero ella no haba llegado a esa ltima conclusin. As que pregunt:
-Por qu?
-Por lo mismo que los traicion. Esa delegacin eran cabecillas rucainas. Eran su oposicin. Tena que eliminarla por completo.
-Y lo consigui. O sea, que ese hombre lleva treinta aos en el poder.
-En realidad nos da igual quien los gobierne. El problema es que los rucainas llevan treinta aos unidos, sin guerras internas, preparndose para una mucho mayor
que acaban de empezar.
Azuara sinti una desagradable sensacin de vrtigo, mezclada con miedo, como si hubiera un peligro inminente. Era algo casi fsico, que no se deba a las
revelaciones de su superior, a pesar de su gravedad. Entonces se oyeron un par de golpes.
-Adelante -dijo Minios.
La puerta se abri y Azuara dio un respingo.
-Por favor, Taigo, tome asiento.
Pero el aludido no poda sentarse. Era incapaz de reaccionar. Estaba absolutamente paralizado en medio de aquella estancia. Ella estaba all.
-Taigo?
Azuara carraspe al tiempo que indicaba a Taigo el silln con la mirada. Aun as ste tard en sentarse.
-Bien, segn me han comentado eres el mayor experto en, cul era el nombre?, micrtica, no es as? -con no poco esfuerzo el joven prest atencin a Minios.
-Supongo que s, seor.
-La oficial Azuara, a la que segn parece ya conoces -una ola de rubor invadi al muchacho obligndolo a desviar la mirada-, ha tenido un desagradable encuentro
con ciertas humm criaturas, por decirlo de algn modo. -Minios se dirigi ahora a la joven kaiya-. Por favor, descrbenoslas.
Azuara resumi su encuentro con las criaturas y detall lo ms fielmente que pudo su fisonoma. Mientras lo haca, ambos evitaron mirarse, porque cuando
suceda, mil pensamientos enturbiaban sus mentes. Al finalizar, Minios retom la palabra.
-Como podrs imaginar esto no es nada que podamos ir contando por ah. No queremos que cunda la alarma por algo que de momento es lejano. Sin embargo
debemos estar preparados. Qu nos puedes decir de esas criaturas?, es posible que sean experimentos micrticos rucainas?
-No se me ocurre mejor explicacin, pues es imposible que esas bestias sean naturales.
-Por qu?
-Por ser tan grandes y fuertes, necesitarn muchsima comida. Tendran que estar cazando presas muy grandes o en abundancia y que yo sepa no hay ningn sitio
donde las haya.
-Comprendo. Entonces cmo es que existen?
Taigo dud un momento.
-Lo ms probable, es que sobre un hombre sano se practiquen una serie de digamos transformaciones.
-Cunto se tardara en lograr eso?
-Bueno, si han usado hormonas, ayudando con ciruga y sobrealimentacin, mnimo unos seis aos. A eso deberamos aadirle el tiempo de diseo de la
mutacin, que depender de lo avanzados que estn los rucainas en esa tcnica.
-Puntos dbiles?
-No se me ocurren. Aparte de la necesidad de comida, estas criaturas habrn sido pulidas durante aos, eliminando ngulos muertos en la visin, huecos en su
armadura, etc.
-Y sus habilidades ureas?
-Eso no depende del cuerpo, general. Sern iguales a las de cualquier otro rucaina.
-Sin embargo me cost mucho bloquear sus dardos de hielo -a Azuara le supuso un gran esfuerzo dirigirse a l directamente, y sobre todo, sostener su mirada-, y
eso a una distancia a la que ningn kaiya llegara con peligro.
-Su, su fuerza -contest Taigo algo ms nervioso-. Ellos, con su aura, pueden usar mucha ms energa. Tuviste algn contacto astral?
-No, durante la lucha no; slo en el sueo, y era muy dbil.
-Y cuando lo sentiste, y teniendo en cuenta la distancia a la que estaban, diras que un kaiya llegara con menos fuerza?
-La verdad es que era muy dbil, y creo que yo misma podra alcanzar esa distancia.
-Igualmente, en un combate en el que lucharas por alcanzar con tu aura el cuerpo del rival, la destreza sera equivalente a la de cualquiera de esas criaturas.
-Taigo -intervino Minios-, si pusiramos todo un equipo a trabajar contigo, en cunto tiempo estimas que tendramos algo de poder similar?
-Es muy difcil de decir. Diez aos, quince. No s.
Minios qued pensativo.
-Seor, desea algo ms? -dijo al fin Taigo.
-De momento eso es todo. -Luego, se dirigi a Azuara-. Tu tenacidad y sacrificio son encomiables. Mereces una adecuada recompensa. Mientras, descansa y
somtete a examen mdico.
-Si lo deseas, puedo atenderte -intervino Taigo.
-No! -Azuara se dio cuenta del excesivo volumen de voz y lo corrigi al instante-. No, gracias.
-Como desees -contest.
Minios los despidi, y ambos salieron al pasillo.
Azuara aviv el paso, quera escapar, pero all estaba l, volviendo a llenar con su presencia todo su mundo. Tras aos repudiando sus deseos, nada haba
cambiado. Tema que si le dejaba la ms nimia rendija, se desmoronara. Y no estaba dispuesta a consentirlo.
-Azuara -ella apret el paso, l insisti- Azuara, por favor!
La voz era suplicante, cargada de humildad y miedo. Miedo a una sed eterna, a una obsesin sin medida ni freno, a un paraso mostrado y perdido.
A ella le costaba mucho luchar contra sus propios deseos, su alma, fuerzas que haba credo someter con una voluntad de hierro ahora amenazaban hundir su
edificio de convicciones. Con esfuerzo logr encarar a Taigo y reunir el valor suficiente para seguir una vez ms el camino lgico.
-Perdona, pero ahora no puedo hablar contigo. Tengo algo urgente que hacer.
Las slabas sonaron rudas para un alma cansada de sufrir. No era la intencin de quien las pronunciaba, pero no podan caer de otro modo. l no esperaba mucho,
slo necesitaba una respuesta, una salida para aquella situacin, y slo reciba el anuncio de una continua tribulacin.
Azuara se apresur, casi corri. Pero l no estaba dispuesto dejar aquello tal y como estaba. En un instante su cuerpo astral se proyect hacia ella y sus auras se
fundieron.

Hambre. Slo pienso en comer. En cmo esquivar su magia y llegar a la cocina, pero me vigilan. Apenas tengo fuerzas para fregar. Mi brazo se mueve muy lento
y la tos nunca se acaba. Les molesta que tosa. Les fastidia mi lentitud. Y algo ven en mis ojos cuando cesan sus castigos ms rpido que antes. Ya no disfrutan. Creo
que morir pronto. Seguramente eso es lo que ven.
Estn discutiendo con alguien fuera. Fuera. Hace tanto tiempo, que ya no recuerdo el viento en la cara. Creo que he olvidado hasta correr. Un grito. Silencio.
Algo terrible debe haber pasado. Lo veo en sus rostros.
-Azuara, parece ser que tu contrato ha terminado. Fuera de aqu.
Los miro estoica. No s qu nueva tortura se les habr ocurrido pero no pienso seguirles el juego. Ya me queda poco. La tos.
-He dicho fuera! Fuera de una vez, nia enclenque! Ya nos buscaremos alguien que d mejor servicio que t. Vaya cinco aos aciagos!
Vuelo por la estancia hacia la puerta de salida. Alzo mis brazos para protegerme. La puerta se abre. Caigo sobre la calle. La puerta se cierra. Sobre el suelo yace
un hombre manchado de sangre. Pap? PAP!!

Son las dos de la madrugada. Creo. O son las tres? No estoy seguro. Pero lo que s s es que an no estoy lo suficientemente cansado. Vuelvo al cristal. Veo las
dendritas, sus diminutos tentculos buscndose en el agua. Siento sus campos elctricos fluctuar. Las sales que los recubren cambian de sabor. Otra nueva sustancia,
una nueva funcin a catalogar. Cojo la pluma y las describo. Dibujo las clulas. Pero cuando las lneas aparecen slo veo tu pelo. Ya est. Volv a caer. Es tarde para
evitar tu recuerdo. Tu imagen, tu olor, tus gestos se abren paso en mi mente como el agua de un dique roto. Duele. Cmo duele no poder verte! Me digo que ya est
bien, que he de olvidarte. Es lo que dice mi mente. Pero mi corazn no puede creerlo. Te llama. Es un fuego que no logro apagar. Cunto tiempo he de sufrir?
Cunto necesito para poder olvidarte? Quizs no encuentre paz nunca y eso me aterra.
Vuelvo al trabajo. Trabajar. He de trabajar. Me agarro al trabajo para no pensar en ti. He de estar cansado, muy cansado para que no me arrebates el sueo.

l sinti la tensin de ella, como un nfora llena de deseo por l sellada a base de heridas viejas y profundas. Ella conoci su dolor, sus anhelos, y un sentimiento
de traicin por su rechazo.
Ambos disminuyeron su desazn, sintindose mejor al saberse comprendidos entre s. Despus de los sentimientos, afloraron vivencias y pensamientos. Ella vio
los das pasar a travs de los ojos de l. Su bsqueda ftil entre libros antiguos que no decan nada de la fusin astral. Su refugio en el trabajo y llor por l. Las
lgrimas que desde cierto da haba tenido prohibidas a s misma, ahora, corrieron por sus mejillas desatadas.
l vio un alma atenazada por una sombra. Comprimida por un dao sufrido hace tiempo. Penetr aquella sombra y unas imgenes afloraron. Su padre muerto en la
calle, con la cara contrita de sufrimiento. La lluvia gris lavando la sangre de sus ropas. Ella, una nia famlica, desamparada, llorando en una calle vaca. Y tras las
ventanas, cientos de ojos mirando sin hacer nada, ocultndose tras las cortinas, llenos de miedo e impotencia.
Pero la sombra se comprimi, se oscureci estrangulando el vnculo. Se cerr la unin. El aura de Azuara se haba vuelto fra como la piedra. Taigo abri los ojos.
Ella estaba arrodillada sobre el suelo, con las mejillas baadas en lgrimas. Incorporndose lentamente y recobrando su compostura dijo:
-No -al principio son como una splica, como un quejido- por favor, no -ahora se senta ms entera, todas sus emociones volvan a estar en su vasija. Ya
imperaba su voluntad otra vez, y su mente analizaba lo sucedido. Aquello era una violacin, o al menos alguna variante, y eso mereca ira. Ira que impregn el final de la
frase- no vuelvas a hacer eso -las ltimas palabras speras, pronunciadas con autoridad. Y desapareci por un pasillo.
Taigo se qued donde estaba, incapaz de seguirla.
Haba tardado aos en encontrarla, y ahora pareca ms lejos que nunca. Se pregunt cmo poda haberle tocado a l semejante infortunio. Ver, oler y sentir la
felicidad como nadie antes, para ser expulsado despus de aquel edn sin caminos.
Saba que era algo nico. Estaba seguro de ello, pues en el mismo proceso en el que se unan haba un terror soterrado. Algo que ellos haban aprendido a asumir con
absoluta naturalidad pero que en cualquier otra pareja sera imposible. Y este terror consista en que la fusin dilua sus identidades. Algo que estaba ms all de la
muerte. A la muerte la teme el animal superviviente que habita en cada uno. Pero el alma no teme ser destruida. En cambio la fusin si promete la dispersin de la
identidad propia, dentro de otra. Es el fin ms absoluto del ser dejndose devorar por otro. Slo ellos confiaban tanto el uno en el otro como para entregarse
mutuamente a s mismos, ms all de su vida o de todo lo que pudiera tener valor para ellos. No haba nada ms grande ni ms hermoso. Ni desconsuelo mayor que
perderlo.



CAPTULO III

Los Soberanos

Hermanos mos, un ngel me ha visitado. Me revel que los kainum volvern. S, hijos mos, volvern ms poderosos que antes, para vengarse. Su odio tornar los
campos en osarios, y los ros en sangre. Pero guardad la esperanza, pues cuando el cometa llegue a Orin, el Divino se alzar para salvarnos
Extracto del discurso del patriarca Moula I (791 A.D.)



Lintor fue llevado a una celda y depositado con delicadeza en el catre. La sangre lo llenaba todo. El capitn de la fortaleza entr justo detrs. Se puso lvido al verle.
-Sois! Pero si sois!
-S, capitn -interrumpi Lintor-. Y vos, seguramente, sois el nico en esta fortaleza capaz de reconocerme. Algo que no debis revelar.
Seguidamente y dirigindose a los soldados orden:
-Dejadnos solos.
Cuando la puerta se cerr, el prncipe se incorpor con facilidad. Al ver la estupefaccin del capitn, Lintor sonri:
-Vuestro rostro me dice que os han informado mal. No es tan grave.
-Pero, alteza, entend que os haban abierto la yugular.
-Bueno, reconozco que la herida s que es escandalosa, aunque lo que me han cortado es un feo hinchazn provocado por alguna de esas infectas plantas de los
pantanos.
Junto con la sorpresa, un profundo alivio alegr el nimo del oficial. El prncipe sigui:
-Capitn, necesito partir inmediatamente, disponed vuestro mejor caballo y vveres. Ah, y como comprenderis no deseo la menor divulgacin de mi identidad.
-Bueno, alteza, teniendo en cuenta la maestra de vuestro contrincante y a lo que ha tenido que recurrir para tocaros, adems de que vos no estabais en las mejores
condiciones de salud, yo no creo que vuestro prestigio sufra mancha alguna.
-Muy considerado capitn, pero entenderis que no es bueno para la moral de nuestro ejrcito que se sepa que el prncipe fue derrotado, cualesquiera que fuesen
las condiciones, de acuerdo?
-Por supuesto, seor.
-Decid a vuestros hombres que soy Margo, un alfrez enviado en servicio de inspeccin.
-Como deseis, Alteza.
-Vuestra discrecin ser recompensada, capitn. Concretamente vuestro relevo llegar bastante antes de lo esperado. -La sonrisa del oficial pugnaba por alcanzar
ambas orejas. Lintor sonri comprensivo -. Bueno, capitn, dad las rdenes oportunas. Cuanto antes abandone este castillo, antes podr atender vuestro permiso. No
creis?
-S, seor! Inmediatamente. Os enviar a alguien para que atienda vuestras heridas.
-No! No es necesario. Que me traigan unas vendas y una jofaina con agua caliente. Nada ms.
-Como deseis. -El alegre oficial abandon al instante la celda.
Cuando Lintor estuvo solo, termin de desvestirse y con mucho cuidado sac la sanguinolenta vejiga de entre sus ropas. An tena bastante lquido, busc un
retrete y se deshizo del contenido. El envase lo tirara despus, no era bueno dejar pistas.
Sonriendo record lo que le haba costado a Raimano y a l cazar aquel tapir, limpiar las vsceras y llenar la vejiga de sangre, todo slo para montar un espectculo
creble. Y la verdad es que les haba salido bastante bien. Hasta qu punto le habra ayudado con aquella farsa? El prncipe dese que fuera lo suficiente como para
cumplir su deseo de justicia. Descubrir a los culpables de su travesa por los pantanos. Y eso le hizo pensar en sus propios culpables. Quienes deseaban su muerte?
Cmo lo haban hecho?
Un mes despus las botas de Lintor resonaban furiosas en los pasillos del palacio. El suelo de mrmol reflejaba los movimientos de la guardia, que con sutileza se
apartaban del prncipe. La capa caracoleaba en violentas sacudidas. Y a pesar de toda aquella energa, la experiencia le pronosticaba un frustrante desenlace.
Apenas haba transcurrido una semana desde que volviera de los pantanos y el excelente humor con que haba comenzado se tornaba ahora en agrio reproche contra
Vairo, su padre. Mientras atravesaba los largos corredores, se avivaba con los motivos de su furia. La escolta real, apostada a la entrada del torren, se apresur a dejar
paso al heredero de la corona. Arriba, escrutando tras las almenas, el monarca se arrebujaba en un manto de lana prpura con coloridos bordados de figuras alegres. Su
semblante risueo y plcido pareca nutrirse de la magnfica vista.
-Padre! Cmo se te ocurre mandar la guardia real de maniobras? Precisamente ahora!
El rey de Tamaria no se inmut, con la misma expresin en el rostro replic:
-Mira all abajo -Lintor se contuvo con esfuerzo y obedeci-. An est por acabar, sabes? Slo desde aqu puede apreciarse un poco cmo va tomando su forma.
-De qu hablas?
-Del nuevo jardn, por supuesto!, tiene un laberinto de varios niveles, con tneles, pasos elevados y ya he descubierto una salida! -la expresin del monarca
coincida con la inocente alegra de un nio.
-Padre!! Te estoy hablando de la seguridad de tu reino, y t me sales con el nuevo jardn?!
-Por qu te preocupa la seguridad del reino?
-No has odo los rumores?, desde que llegu mi preocupacin no ha dejado de ir en aumento. Primero me entero que habis dejado parte de las tropas al servicio
de sus seores
-Ah, eso!, se le ocurri a Benetas. No me dirs que no es una medida impopular. Ahora los soldados estarn ms contentos residiendo cerca de casa.
-Pero no ves que eso les da poder a tus nobles? Ests facilitando la rebelin!
-No te preocupes, conservamos el control del mayor cuerpo de ejrcito.
-Pero es que eso no es todo. Ha llegado a mis odos, que existe una conspiracin de nobles descontentos con tus medidas populares. Por lo visto, y es que era de
prever, al limitarles los impuestos locales no pueden permitirse su tradicional nivel de vida, y existe una conjura contra la corona. Los traidores se hacen llamar los
caballeros negros. Y ahora dime, padre, cmo demonios pueden circular estos rumores en nuestro mismsimo palacio!?
-Esas cosas se las dejo a Benetas, si no ha actuado ser porque slo son bulos.
-Bulos?! -Lintor contuvo el aliento mirndolo fijamente- Y si te digo -dej una deliberada pausa- que hoy mismo he recibido un mensaje -y exhibi un
papel arrugado- ofrecindome apoyo para derrocarte, firmado por los caballeros negros?
Vairo enarc las cejas, mas sin desviar su atencin del jardn.
-Se lo has dicho a Benetas? -dijo volvindose a medias.
-S!, y no ha hecho ms que despreciar mis alegatos.
-Ves? No ser para tanto.
Lintor se qued con la boca abierta. Conoca a Vairo tanto como para prever un cierto grado de impasibilidad, pero no que llegara a tal extremo. No vea la
amenaza, o ms bien no quera verla?
Mientras el rey, aprovechando el silencio de su hijo, cambiaba de tema y relataba los detalles del nuevo jardn, Lintor centr su atencin en este aspecto
irresponsable de su padre. No siempre fue as. Cuando l era nio recordaba verlo siempre atareado, con gesto de preocupacin y sin parar de dar rdenes a todo el
mundo. Ahora slo era una sombra de aquel gran estadista que fuera en un tiempo. La Historia lo demostraba. Haca quince aos que haba logrado la estabilidad de
Tamaria, con innegable pericia poltica y duras campaas militares cuando no haba ms remedio. All fue donde se fragu su amistad con Benetas. Poco a poco, ante la
paz que sigui y la confianza total en su amigo, el monarca fue delegando en l responsabilidades. En los ltimos aos, Vairo no reciba a nadie. Todos los asuntos eran
desviados a sus ministros con Benetas a la cabeza. De vez en cuando se pasaba por su despacho para sellar algunas leyes y nada ms, a seguir con la preparacin de
fiestas, partidas de caza, excursionesy ahora aquel jardn. Esta lasitud haba exasperado a Lintor. Precisamente por la ltima, haba decidido apartarse de la corte,
partiendo con el ejrcito de maniobras. No quera volver a implicarse. Por eso, haba aguantado hasta el ltimo momento el enfrentamiento contra su padre.
-No vas a hacer nada verdad, padre?
Lintor le haba interrumpido. Pronunci estas frases sin tono de reproche, sino ms bien como una triste aceptacin. Este cambio de actitud alert al rey,
hacindole encararse con su hijo para observarlo detenidamente. Entonces, tomndose su tiempo, como si la respuesta tuviera races ms profundas de lo que
aparentaba le respondi.
-No -Vairo suspir-. Estoy demasiado cansado para tomar otra vez esa carga, y me duele saber que tendrs que llevarla t algn da -cambi sbitamente su
expresin, volviendo a su acostumbrado comportamiento-. Pero no nos preocupemos ahora. Tenemos un hombre de lealtad y capacidad probadas que puede ayudarnos
durante mucho tiempo. As que disfruta el momento, que la vida son cuatro das.
Y continu hablando de sus proyectos y su flamante jardn. La vida de repente se volva maravillosa, cargada de emociones por sentir. Pero bajo esa capa Lintor
haba descubierto a un hombre cansado. Lejos de volver a sentir ira por ello, intent ponerse en la piel del soberano, y preguntarse si l seguira alguna vez sus mismos
pasos. Era muy fcil responder que no a esta pregunta, cuando uno es joven y fuerte y no ha tropezado con ningn fracaso. Pero qu ocurrira ante la responsabilidad
de miles de muertos en una batalla? O ante la pobreza, el hambre, la delincuencia? En definitiva, dnde estara el lmite para un hombre responsable?
Lintor se compadeci de su padre. Se prometi no volver a encararse. l ya haba elegido. Su trabajo consisti en encontrar a alguien de vala para sustituirle. En
Benetas hall lo que buscaba y all dej el relevo.
Pero Lintor tena su propia visin, y las cosas no estaban nada bien. Si sus clculos eran someramente ciertos, el pas estaba siendo empujado a una guerra civil por
muchas manos. Y l no poda esperar a ver el resultado. Muchas veces haba pensado en la posibilidad de enfrentarse a grandes decisiones, a esas en las que se ponen en
juego tremendos sacrificios. En aquellos momentos, mientras el rey mantena su perorata trivial, en la mente de su hijo se estaba fraguando una de esas decisiones, y
simultneamente la tristeza desapareca de su nimo dejando pasar a una esperanza.
- el permetro estar recorrido por setos de adelfas, yo preferira jazmines pero el jardinero insisti mucho en este punto. Dijo que los jazmines romperan la
armona del conjunto.
-Y por qu no lo despides, o le ordenas que ponga jazmines? -interrumpi Lintor. El rey se sorprendi de pronto de sentirse escuchado. Por segunda vez apart
su mirada del jardn para centrarse en su hijo.
-Bueno, l es el experto.
-Pero t eres quien en ltimo lugar tiene la palabra.
-Ya, pero l es quien ha visto ms jardines y por tanto sabe mejor cmo quedarn.
-O sea, que si alguien conoce profundamente las cosas, merece el control sobre ellas ms que el que por derecho lo ostente. No es as?
-Pues, bueno, ms o menos, lo lgico es que s.
-Gracias -Lintor sonri.
El rey lo mir con aire inquisitivo. Gracias por qu? La pregunta no lleg a salir de sus labios. Al establecer relaciones con el tema anterior, slo apuntaba a su
correcta decisin sobre delegar en Benetas. As que qu haba alumbrado la faz de su hijo?
Mientras se sumerga en sus propios pensamientos sus ojos se perdieron en el horizonte. Desde la almena se divisaba una magnfica vista, el cielo haba estado
despejado hasta ahora ofreciendo al rey un paisaje claro y definido. Pero en el horizonte grandes nubarrones se acercaban arrastrados por el viento. Vairo se arrebuj un
poco ms en su capa antes de abandonar su atalaya. Quizs haya que modificar un poco el jardn despus de todo, pens.

* * *

-Este hombre es un impostor!
La frase cay como un rayo en la gran sala. Los congregados, ocultos bajo sus negros disfraces, comenzaron a rodear al supuesto espa. Sus pasos arrancaban
gemidos de la madera vieja que se ahogaban en cortinas pesadas. La tela oscura ocultaba paredes y ventanas, dejando asomar aqu y all altos candelabros. Su pobre luz
temblaba al posarse sobre aquel coro de sombras. Todos saban qu haban de hacer. De ser cierto, aquel hombre no deba salir vivo de all. Mas la duda, por el
momento, les retena de saltar sobre l.
-Qu pruebas tienes? -Respondi con voz tranquila el acusado-. Aqu todos respetamos nuestro anonimato no?, -continu Lintor-. Cmo puedes saber quin
soy?
-Es sencillo -aunque la mscara ocultaba perfectamente su rostro, muchos habran jurado que sonrea. Habl en tono elevado, dirigindose a todos-. Hoy no estaba
prevista la presentacin de nuevos miembros. As que al contar los presentes descubr que haba uno de ms. He hablado con todos, de cosas pasadas, y t eres el nico
que no has sabido responderme con acierto. Y si me equivoco -El enmascarado se acerc amenazante-.Por qu no nos dices a todos cul fue el santo y sea de la
reunin anterior?
La expectacin era sofocante. Los asistentes se concentraban en crculo como cuervos en torno a la carroa. Cada vez ms cerca, ms apretados. El tiempo que
demoraba era en s una respuesta, y una sentencia. Sin embargo, Lintor dej pasar unos significativos segundos. Luego, con el mismo tono tranquilo respondi:
-Es cierto.
El desconcierto rein en la sala. Esperaban cualquier respuesta menos esa. Un balbuceo incongruente, una excusa dbil, un intento de huir habran sido la seal para
caer sobre l sin piedad. Sin embargo la seguridad de aquel individuo los confundi.
-Me habis descubierto. Sin embargo es el nico acierto de vuestra psima organizacin, adems de ser absolutamente casual.
Lintor se permiti una pausa, tena toda la atencin y estaba acostumbrado a controlar audiencias. As que utiliz su mejor tcnica oratoria, dejando espacios
donde lo necesitaba y prestando mayor nfasis en los puntos adecuados. Se dirigi a su acusador y continu:
-Seor, vos sois un noble del norte
-Qu?! Cmo os atrevis?
- vuestra esposa tiene el cabello dorado
-Cerrad esa maldita boca!
- y vuestros dos hijos disfrutan montando
El aludido arremeti contra Lintor. El prncipe, lo esquiv con elegancia y lo zancadille. El noble cay de bruces. La careta se le movi un poco, dejando ver algo
del rostro. La piel estaba lvida. Sus manos temblaban.
- aunque el mayor cay hace poco del caballo y anda un poco fastidiado del tobillo
-Basta! No sigis, os lo ruego! Me estis exponiendo a la horca!
A continuacin el prncipe se volvi contra otro.
-Vos sois del este y os encanta el mar, disfrutis viajando a menudo en vuestro barco. Sobre todo para ver a una linda mujer de las islas Buhanias, de la que vuestra
esposa no sabe nada, an.
-Callad!
Lintor sigui sealando a los presentes, revelando detalles sobre su identidad sin desvelarla del todo. La masa, que haca unos segundos a punto haba estado de
asesinarle, ahora temblaba, se apartaba de l, rezando para no ser descubierta.
No es que el prncipe hubiera descubierto a muchos. De hecho sus investigaciones fueron muy duras para revelar tan slo a un puado de ellos. Sin embargo, los
haba denunciado con una continuidad y una seguridad que impulsaban a creer que los conoca a todos.
-Bien, ahora que he dejado claro que s vuestras identidades, no os torturar ms -el prncipe dej una pausa siniestra, y aadi lentamente- a menos, que a alguno
se le ocurra dudarlo.
Una nueva pausa, pero nadie replic. Lintor prosigui:
-Es evidente que el sistema que habis utilizado hasta ahora es un autntico despropsito, tiene agujeros de seguridad por todos lados. A partir de ahora tendremos
que cuidar la indumentaria en las reuniones que ser igual para todos. El mtodo de captacin tambin ser cambiado
-Disculpe -interrumpi uno- Ha dicho tendremos?.
-Por supuesto. Acaso no habis adivinado an mis intenciones? -El prncipe ri alegre-. Seores, slo me pueden haber movido dos intereses. O bien soy
partidario del rey o bien deseo unirme a vuestra causa. Si mi inters fuera el primero, a estas alturas estaran todos detenidos. Dado que no es as, slo cabe la otra
posibilidad.
Un sordo suspiro de alivio se contagi en la sala. Aquellas palabras no tenan lgica del todo, algunos lo adivinaban. Sin embargo la necesidad de disolver la tensin,
de aferrarse a una agradable esperanza, les impela a aceptar la respuesta.
-Y qu podis aportar a la causa? Con qu recursos contis? Sois noble acaso?
-Slo un noble tendra medios para averiguar lo que s no creis?
Entonces, un hombre que haba permanecido sentado durante todo el episodio, se levant para hablar. Todos los presentes callaron al identificar su voz. Todos
escucharon con respeto.
-Seores, hasta ahora hemos invitado a quienes considerbamos dignos de ingresar en nuestra causa. Sin embargo, he aqu a uno que se ha ganado el derecho por
mritos propios. -El orador hizo una pausa dirigindose al prncipe-. Recibmosle como uno ms y aceptemos su apoyo. Por la causa!
-Por la causa!! -corearon todos.
Rpidamente se acercaron algunos al nuevo miembro, le palmearon la espalda y ensalzaron su audacia. Lintor lo esperaba, era la reaccin natural: haba alguien que
pareca poderoso, y siempre era bueno estar al lado del poder.
Bromas sencillas, elogios, preguntas sobre cmo haba averiguado tanto Todos fueron respondidos con frases amables por parte de Lintor, que igualmente los
necesitaba, pues ahora se avecinaba una batalla ms dura. Consista en recolectar adeptos, atraer miembros a su lado, imponerse en cada opinin expuesta derrotando a
su adversario con palabras seguras y directas. Slo as se alcanzaba el liderazgo. Y slo con l Lintor podra ejecutar su plan.
Mientras alrededor del nuevo miembro se formaba un nutrido corro, el instigador de la conspiracin volva a sentarse. A su lado, el fiel compaero con quien haba
dado vida al movimiento, murmur en voz baja:
-Me temo que va a ser un problema.
-Exacto, tiene capacidad para desbaratar lo que con tanto esfuerzo hemos levantado.
-Quieres que lo elimine?
-No. Demasiado arriesgado.
-Entonces?
-Quiero saber quin es, sus amigos, su fortuna, dnde vive, con quien duerme. Lo de siempre. Busca sus debilidades y sus capacidades. Anota cualquier cosa que le
podamos arrojar a la cara.
-De acuerdo, si realmente es noble, ser fcil.
-Debemos prepararnos para una lucha por el caudillaje. Confirma nuestros apoyos y elige a uno de los ms fieles. Encomindale la misin de unirse a l en todo
cuanto diga, que lo apoye ciegamente, ser nuestro topo.
-Creo que Geroda servir. Le har sentirse importante y sabr traicionarlo cuando llegue el momento.
-Est bien. Otra cosa ms. Debemos acelerar los planes.
-An ms? No s si estar todo listo para la fecha que nos marcamos.
-Pues tendr que estarlo. Cuantos ms das le demos -seal al prncipe- mayor ser nuestro riesgo.

* * *

Nadima segua con su disfraz masculino. Ostentando sus recin adquiridos galones haba logrado acceder a la selecta mesa de oficiales, entre otros capitanes que
haban recibido el honor de ser invitados a la ceremonia de investidura. Acto en el que su progenitor iba a abdicar el trono que a ella le corresponda, sobre un general del
reino. As rezaba la tradicin. Si no apareca el legtimo heredero, el rey deba encontrar al ms capacitado y delegar en l sus funciones. Sin embargo, aquel hombre era,
con mucho, el peor de los candidatos. Tanto como para considerar eliminarlo en una accin suicida. En realidad era el resultado del nico plan que le poda otorgar el
trono. Pero era algo tan temerario que no mereca el nombre de plan. No, no haba venido a morir a manos del futuro tirano de Lucinia. Por qu lo haba elegido su
padre?
Padre. La palabra se resista a asociarse con aquel desconocido. Para ella slo exista un padre. Uno que la haba protegido y querido durante toda su vida. Para
Nadima su nico defecto haba sido siempre la ambicin, el deseo de situar a su nica hija entre la flor y nata de la sociedad lua, a pesar de su humilde situacin. Para
ello se esforz en educarla en todo lo que pudiera necesitar un buen oficial del ejrcito. As se explic el dursimo entrenamiento marcial, y achac ms que comprendi,
los exigentes estudios sobre historia, economa, poltica y todo lo dems. Jams se le haba ocurrido que ella pudiera ser la heredera al trono. Slo entonces comprendi
los esfuerzos de su padre, y a partir de entonces comenz a pensar en el rey de una forma diferente. Quiso saberlo todo de l y de su madre natural, aunque para ella
sus verdaderos padres no eran sino aquellos con quienes haba vivido. No obstante, haba algo indiscernible en su interior, un lazo escondido, una puerta a algo oculto
que slo podra abrirse si lograba conocerlos.
Le costaba imaginar a unos padres desprendindose de su hija, saber que no volveran a ver esos ojos por muchos aos, perderse toda una vida para entregarla a
otros, amputar una parte de s mismos en honor a un deber impuesto. Desde luego no debi haber sido fcil. Y se preguntaba qu quedara de aquel vnculo carnal que
una vez hubo.
Cuando se vio exiliada en los pantanos no tuvo la seguridad de llegar antes de la ceremonia de sucesin, pero tena absolutamente claro que los vera, a sus
progenitores, como fuese. Y ahora estaba all.
La sala del trono era imponente, solemne. Gruesas columnas perimetrales delimitaban un amplio rectngulo de mrmol oscuro, donde los asistentes pululaban en
grupos. Anchos pebeteros labrados en obsidiana iluminaban con llamas altas. En uno de los lados se levantaba una tarima de roble sobre la que descansaba el trono y el
mayor smbolo del poder luo: la Espada de la Justicia.
Nadima record la supersticin asociada a aquella espada. Consista en un hecho comprobado por innumerables acontecimientos a travs de los siglos, y era que,
all donde tomaba parte la Espada, siempre era para bien de Lucinia. Incluso cuando se haba teido de sangre, el destino del pueblo que protega se enderezaba, y los
que la haban seguido siempre haban vencido. Desde entonces la Hoja Sagrada era requisito de todo general en jefe de los ejrcitos luos, ostentando ms que
representando, el poder militar.
-Atencin!, -el maestro de ceremonias anunci con solemnidad-. Su majestad el rey!
Los que estaban sentados se pusieron en pie, los dems dejaron sus conversaciones para girarse hacia la entrada. En medio del silencio apareci Famara, seor de
Agro, rey de Lucinia.
Nadima se reconoci inmediatamente en aquellos ojos: negros como ventanas a un limpio cielo nocturno. Pero la mirada de aquel hombre era triste y cansada.
Algunos nobles lo seguan, muy pocos, hablando entre ellos con la misma expresin en sus rostros. En cambio, en torno al nuevo candidato se arracimaban los
aduladores por decenas. Gracias a esto pudo sentarse a su lado y hablarle.
-Majestad?
La tmida pregunta lleg a los odos de un hombre que apenas respondi sin alzar la vista de ese abismo negro que pareca estar contemplando en el suelo.
-S?
Nadima haba ensayado mil formas de iniciar una conversacin, sin embargo, en aquel momento su mente pareca resistirse a recordarlas. El an rey levant
entonces la cabeza e inquiri de nuevo.
-Qu deseis capitn? -en sus ojos se poda notar un cambio, como si viera a alguien cuyo rostro conoca pero que no era capaz de situar.
-Bueno he venido desde muy lejos para asistir a la ceremonia, y quera ofreceros mi ms sincera y humilde felicitacin por la gran labor que habis desarrollado
durante vuestro reinado. Para m resulta un inmenso honor conoceros.
-Gracias, oficial, pero me temo que mi tiempo de adulaciones se ha terminado -dijo sealando la aglomeracin humana del otro lado de la sala.
-Oh, no, seor! No es ninguna adulacin. En los ltimos veinte aos os habis tenido que enfrentar a la eterna tensin con Tamaria, el expolio de los puertos por
corsarios y piratas y sobre todo a las razias apoyadas por el viejo imperio de los clanes de Las Llanuras. Y no slo las habis combatido con elogiable eficiencia sino que
adems habis logrado reservar los suficientes recursos como para realizar muchas obras pblicas. Si lo comparamos con otros reinados no creo que se pudiera lograr
mayor rentabilidad.
Ahora s que haba conseguido atraer la atencin de su interlocutor. Famara la estudi con atencin.
-Habis hecho los deberes, capitn. La verdad es que me siento orgulloso por lo que hemos conseguido.
-Sin embargo, seor, si yo hubiera ocupado vuestro lugar me sentira cansado y deseoso de descargar en otro semejante peso, y por tanto contento por la
proximidad de la abdicacin.
-Siempre que se cede una responsabilidad se duda de que quien la contine lo har con la misma eficiencia.
Nadima se acerc y en voz baja prosigui:
-Seor, ya que no ocultis vuestro pesar, me pronunciar asumiendo el riesgo. S de buena fuente del carcter de Kridias, y aparte de una inconmensurable
ambicin no existe otro mvil ni mejores pretensiones en su mente. Su reinado se basar en vaciar las arcas pblicas para su disfrute personal, y si desoye a sus
ministros, cosa bastante probable, puede que deshaga cuanto habis construido.
-Sabis que vuestras palabras son suficientes como para condenaros por traicin?
Nadima pens deprisa. Deba encontrar algo para ganar la confianza del rey. Busc en sus recuerdos, en todo lo que sus padres adoptivos le haban contado.
-Tordies siempre deca que slo existe una traicin, la que se le hace al pueblo.
Famara no pudo reprimir la sorpresa. Su viejo amigo Tordies no revelaba sus ms profundos pensamientos ms que a los ms allegados, y esto limpi toda su
desconfianza.
-Creis acaso que no s lo que har Kridias?
-Entonces por qu lo permits?
-Mi joven capitn, hay cosas que no estn en los libros, que se aprenden con los aos. Lo que yo he aprendido es a medir a las personas y a predecir cmo se va a
comportar un grupo. Como bien dices, el poder es el nico objetivo de Kridias. Y para ello cuenta con dos recursos valiosos, su carisma y un olfato para la poltica
envidiable. Si dejara a cualquier otro, sera un desastre.
-No comprendo. Cualquier hombre, con las armas que da el trono, podra desembarazarse de las intrigas de un enemigo conocido.
-Desgraciadamente ste no es el caso.
-Por qu?
-Porque tiene un ncleo amplio de nobles que lo apoyan. De modo que si abdico en alguno de ellos estar dejando la corona en su poder con la salvedad de que me
habr pronunciado en su contra. De esta forma al menos doy mi visto bueno oficial a su reinado, con lo que mantengo alguna influencia.
-Es obvio, pero y si abdicis en alguno de los que no lo apoyan?
El rey levant una copa de vino e hizo bailotear el sangriento lquido, observndola como si viera el mundo a travs de ella, y solt:
-La guerra civil.
Las palabras cayeron como un hachazo en la mente de Nadima. Todo cobr sentido. S, la posibilidad de una guerra civil es peor destino que el de un tirano
desalmado.
-Pero, seor. No hay acaso alguien que os sea fiel? Alguien que podis aconsejar y os obedezca. Con vuestro apoyo quizs podis lograr los suficientes nobles
como para abrumar a Kridias.
-No lo dudo, pero por su naturaleza s que al final nos acabaramos enfrentando en el campo de batalla. Y no estoy dispuesto a sacrificar todas esas vidas.
-Tan estpidos son sus partidarios como para arriesgarse a una clara derrota?
-T no conoces a Kridias. No es general por casualidad. Sera capaz de alentar a una brigada para que se suicidase en masa contra todo un ejrcito. Y por otro lado
yo no tengo ningn argumento de peso para abdicar en nadie ms, ningn motivo que haga dudar a sus nobles. l es el que ha cosechado mayores victorias y tiene mejor
historial. Adems, por linaje, no hay quien le supere.
Nadima volva a considerar aquel plan descabellado. Era la nica posibilidad de romper aquella situacin, aunque ciertamente suicida. Ya la haba estado acariciando
antes. Haba surgido de forma natural, en cuanto supo que no poda aspirar al trono. Sin embargo a ella no la mova ninguna ambicin, sino un extrao sentido del deber
que no saba si odiar o querer. Pero el caso es que estaba ah, y no saba ni poda eludirlo.
Nadima adopt entonces un rictus de gravedad. Su voz son severa:
-Eso no es cierto.
-Cmo?
-An queda el heredero real.
-Acaso no lo sabis? El heredero no ha aparecido.
-Ya. Pero si estuviera aqu
-No, ya es tarde. Aunque estuviera aqu mismo no tendra oportunidad de pasar las pruebas. La ley es clara. El plazo ha transcurrido. La abdicacin es inevitable.
-No. An as, queda una oportunidad -el rey mir inquisitivo-. Una vieja tradicin que versa sobre los mandos y su concesin.
Famara la mir entre el asombro y la incredulidad.
-Ests pensando en matarte?
Nadima se levant despacio. Sinti que la mano le temblaba. La llev al pomo de su espada ceremonial cerrando el puo con decisin. No era momento de dudar.
Su progenitor lo haba dejado claro, no haba otra opcin. Busc a su presa, o quizs a su depredador. El pomposo general sonrea agasajado por los cortesanos. Con los
ojos fijos en l, Nadima avanz en su direccin. Pero no pudo. La mano del rey la retena con fuerza.
-Adnde crees que vas? -Famara se haba levantado y la miraba incrdulo-. Si vas a hacer lo que creo que te propones, no pienso permitir que una sola vida pague
mis errores.
-Un tirano suele segar ms de una.
-Vais a jugar una partida de cartas con la Muerte, donde sta ocupa cuatro sillas y vos slo una. Por qu?
-Porque me temo que soy la nica oportunidad para este pueblo -Nadima se solt, avanz hasta el borde del corro y llam en voz alta- Kridias!
La masa no reaccion al principio, pero ver a un oficial con la espada desenvainada en medio de la Sala del Trono, mereci toda la atencin. Poco a poco las voces
se fueron acallando al tiempo que el interpelado contestaba:
-Capitn, no quiero saber quien ha tenido el mal acierto de consideraros digno para invitaros a esta ceremonia, pero dirigirse a un general del ejrcito de Lucinia de
esa forma es suficiente como para expulsaros. Guardias! -dos oficiales se aproximaron.
-Kridias! -Nadima, usando el formulismo oficial continu en medio del expectante silencio-. En virtud del fuero de oficiales, como capitn del Segundo Ejrcito,
considero que incumpls vuestras funciones con la eficacia debida para con el pueblo luo -todos los presentes estaban boquiabiertos, no podan dar crdito a lo que
estaban oyendo-, reto vuestro cargo de general.
Kridias qued perplejo. Estaba a un paso del trono, celebrando ya lo que era casi un hecho y de repente un jovenzuelo se atreva a retarlo. Retar a un oficial segn
el viejo cdigo significaba enfrentarse a ste y a un escolta de su eleccin por grado. En un capitn sera un escolta. En un general seran tres. Por eso, la promocin a
capitn por el sistema de reto era escasa pero posible, tal y como haba hecho Nadima haba que vencer a dos hombres. Pero cuatro, era casi imposible.
Famara estaba desconcertado. Estaba claro que no poda vencer a cuatro hombres, entonces por qu estaba haciendo semejante sacrificio? Y por otro lado otra
pregunta le acuciaba: quin era aquel capitn? Su imaginacin le insinuaba una respuesta que no poda ser. Y aquellos ojos negros
-Capitn, me estis empezando a enfadar, pero no deseo manchar con sangre mi coronacin. As pues permitir que os marchis y rezad para que no vuelva a ver
vuestra cara.
-General tenis dos opciones: o aceptis el reto o abandonis vuestro cargo.
-Para aspirar al cargo de general, has de tener sangre noble. De quin eres hijo, si puede saberse?
-De Famara de Agro, rey de Lucinia. Te parece suficientemente noble, general?
Algunas carcajadas aisladas se dejaron or, tambin exclamaciones de asombro, pero cesaron rpidamente pues las consecuencias de aquella declaracin no
escaparon a nadie. Sin duda el oficial haba sido hbil. Haba puesto al general en un compromiso. Se arriesgara Kridias a que aquel capitn se sometiera a las pruebas?
No. Era mucho ms seguro eliminarlo.
Famara no saba que pensar. Aquellos ojos eran sus ojos. Pero no poda ser, l esperaba a una mujer. Por otro lado comenz a sospechar las verdaderas intenciones
del reto.
-Brucauno, Anguidarta, acabad con este insolente.
Dos hombres salieron de la mesa de oficiales y acudieron al centro de la sala. Kridias sonri a Nadima y dijo:
-Acepto el reto.
Nadie necesit pensar mucho para averiguar por qu Kridias se contentaba con slo dos hombres cuando poda llamar a tres y participar l mismo. Dos montaas
de msculos, surcadas por ms cicatrices que piel sana, se abrieron paso entre los presentes desenvainando sus respectivas espadas. El rey fij entonces la vista en su
hija, sin saber an si lo era, pero con el corazn en un puo: fuera quien fuese, supona la nica oportunidad para su patria. Desgraciadamente, su paladn no pareca
moverse demasiado bien. Y es que aquellos dos gigantes podan descomponer el nimo de cualquiera.
La retadora retrocedi temblorosa. Cuando los secuaces alcanzaron la distancia de guardia, la espada de Nadima cay de sus manos restallando en los exquisitos
dibujos del suelo.
Famara no pens que pudiera sufrir tanto por alguien que acababa de conocer. Lo que empez como una sombra y creci como una sospecha ahora se
transformaba en siniestra certeza. All delante estaba su hija, con el atuendo masculino de un capitn, a quien acababa de conocer y a quien estaba a punto de perder.
Dese que no lo fuera. Prefera mil veces no haberla conocido nunca que ver cmo la asesinaban con sus propios ojos.
Los dos soldados se miraron por un instante sonrientes. Slo bast eso. Los acontecimientos se sucedieron a continuacin con inusitada rapidez. Nadima, lejos de
perder el control de la espada, haba dejado que la empuadura se posase sobre su empeine. Con un solo movimiento su pi hizo las veces de mano y elevndose ms
all de su cabeza imprimi un vertiginoso giro a la afiladsima hoja cortando el cuello del enemigo ms cercano. Desarmada al quedar la hoja incrustada en su vctima,
sac el pi lanzndolo a la rodilla del otro.
Anguidarta era un veterano soldado del frente sur, acostumbrado a todo tipo de tretas en el campo de batalla, al igual que su compaero. Sin embargo, aquel capitn
haba actuado bien. Lo suficiente al menos como para engaarlos. Pero ahora ya no poda haber ms sorpresas. No obstante, la patada a la rodilla iba muy bien dirigida.
Lo nico que pudo hacer fue retroceder bajando su centro de gravedad para soportar lo mejor posible el golpe. Fue suficiente para Nadima. En un elegante movimiento
recuperaba de nuevo su espada para convertirse en una furia arrolladora. Saba que ahora tena una oportunidad.
Haba arriesgado mucho con aquella treta. Pero si quera vencer en semejante situacin no le quedaba otra. Y ahora tena que eliminar a aquel hombre como fuese
antes de que el general y otro soldado se unieran a la lucha. Anguidarta jams hubiera pensado que la agilidad poda superar a la fuerza con semejante diferencia. Las
estocadas le llovan desde los sitios ms inverosmiles, impredecibles y siempre certeras. En cambio las suyas slo conseguan cortar el vaco. En pocos segundos su
cuerpo sangraba por innumerables lneas. Estaba sumando en esa noche ms cicatrices de las que haba reunido en todas sus campaas.
-Sacha, ven rpido! -la voz de Kridias son a la espalda de Nadima. Le quedaba poco tiempo para acabar con aquel gigante. No era tonto, le bastaba retroceder
mientras esperaba el apoyo del general y de su ltimo defensor.
Mientras oa los pasos acercarse, Nadima embisti en un ltimo intento. Sin embargo Anguidarta resisti. Aunque no lo suficiente. El curtido oficial estaba
acostumbrado a superar en fuerza a sus contrincantes, pero el menudo cuerpo de Nadima lo enga. Un error de clculo que la heredera natural supo aprovechar. La
espada forz la guardia del gigante al tiempo que giraba encontrando el muslo y cortando profundamente. Seguidamente Nadima se lanz rodando para eludir la contra.
Anguidarta lanz un tajo oblicuo que slo la endiablada agilidad de la princesa pudo esquivar. An as la caricia de la espada marc su mejilla con un hilo de sangre.
Cuando Kridias y Sacha llegaron, Nadima ya estaba en guardia. El gigante se levant con esfuerzo agarrndose el muslo con una mano y cojeando visiblemente. La
sangre brotaba a travs de los dedos de forma escandalosa. Sin embargo el duro soldado an era capaz de empuar su espada con la derecha. Con la mirada furiosa y el
apoyo de sus nuevos compaeros se dirigi hacia la muchacha. Los tres hombres avanzaban ahora codo con codo, como si estuvieran en el campo de batalla en
formacin cerrada.
Ahora Nadima saba que no le quedaba mucho por hacer. Tendra que huir alrededor del grupo si no quera ser cazada, y esto no hara ms que cansarla hasta
sucumbir. Estaba perdida, lo saba. Sin embargo, la muerte no era su problema. Desde el principio saba que era casi imposible vencer a cuatro veteranos. La sorpresa le
haba valido para eliminar a uno. Con esto ya haba contado. Pero para vencer a los cuatro, esta carta deba haberle valido doble, y eso la dejaba en su segundo plan. El
plan que le haba hecho temblar al levantarse del asiento. El plan que su padre haba vislumbrado finalmente. Su muerte por la de Kridias. Una vida por el bienestar de
todo un pueblo. Un fro clculo propio de los generales en el campo de batalla. Slo que la vida a sacrificar era la suya.
La lucha continu, hacindoles recorrer la sala. Las temerarias estocadas de Nadima hicieron palidecer a Kridias. Sin embargo se le estaban acabando los recursos y
sus fuerzas comenzaban a flaquear. Los tres hombres vislumbraron entonces el fin de la contienda y mantuvieron en acoso constante a la joven. De repente pararon en
seco los ataques.
-Se puede saber qu estis haciendo, Majestad? -dijo Kridias.
-Impedir que nadie vierta su sangre en mi lugar -junto a Nadima se aproxim Famara, con su cota de mallas y la espada en ristre.
-Pero, no podis! Segn el cdigo
-Segn el cdigo, el rey no puede por accin u omisin alterar los dictmenes de la ley -sonri y continu abandonando el tono formal-. Es como si fuera el viento,
si favorece a uno u otro nadie puede culparlo por su existencia. Eso quiere decir, que haga lo que haga, si el joven capitn logra vencer, suyo es el rango de general.
Las cabezas de los juristas presentes asintieron en silencio. Kridias estaba a punto de estallar de ira:
-Pues entonces nadie puede acusarme de cortar el viento.
Dicho esto se lanz contra el monarca. Famara convirti entonces toda su impotencia y frustracin pasada en violencia contra el general.
Nadima se volc contra los dos restantes. Con energas renovadas y con la nueva esperanza que le proporcionaba su progenitor, volvi a desarrollar su mortfera
habilidad. Adems, Anguidarta, mucho ms debilitado por la prdida de sangre, empezaba a trastabillar.
A un tiempo dos aceros encontraron la carne. Dos gemidos corearon al unsono en la expectante sala. Famara y Sacha. El primero con la mandbula destrozada. El
segundo herido en el corazn, fulminado.
-Padre!! -la voz de Nadima al ver a su progenitor surgi desde lo ms hondo de su ser.
La espontaneidad de la princesa hizo temer la verdad al general, as como tampoco escap a los presentes que murmuraron entre s. Ningn impostor podra haber
reaccionado as. Y eso s que significaba el fin de todas sus ambiciones. No poda permitirlo. Mir a Anguidarta por un instante. Apenas lograba mantenerse en pi,
pero an poda prestarle un ltimo servicio.
A Nadima se le haba partido algo en su interior que hasta ahora no saba que exista. Esa puerta que no haba conseguido abrir, era un mar de preguntas envueltas
en sentimientos. Un conjunto de esperanzas que haban crecido desde que conoci su linaje. Y ahora, la puerta se cerraba con un crujido de huesos rotos. La mirada de
dolor se transformaba en furia. Ya no estaba sacrificndose por su pueblo con la medida de un clculo. Ahora tena que matarlo como fuese.
-Muy buena actuacin, joven. Aunque no resulta una gran prdida. Su psimo juicio no era ms que el colofn a un reinado penoso. Yo me encargar de cambiar
eso.
Nadima no se molest en contestar. Simplemente se dirigi hacia ellos. Sus pasos decididos, la cabeza inclinada, sus pupilas torvas asomando bajo las cejas, la
espada enhiesta, no haba imagen ms amenazadora tras lo visto aquella noche. Sin embargo la furia iba a cegarle tanto como para no prever la trampa que se avecinaba.
Kridias esper el momento preciso y, de un empelln, lanz a su ltimo soldado contra su enemigo. Anguidarta, desprevenido ante la traicin, no pudo hacer nada.
La princesa reaccion clavndole instintivamente su espada. La hoja lo atraves quedando atrapada en las entraas. Tras el gigante salt el general con un tajo dirigido a
la clavcula. Nadima salt en el ltimo momento, con un feo corte diagonal en el trax y abandonando su espada.
Kridias haba sacrificado su ltimo soldado, pero haba desarmado a su oponente. Slo la felina agilidad de la princesa marc la diferencia entre la vida y la muerte.
Aunque no saba qu poda ser peor, pues ahora, con sus manos vacas retroceda ante el general que avanzaba acero en mano.
Mir hacia los presentes buscando un arma, pero Kridias adivin sus intenciones y se coloc cortando el paso. A la heredera se le acababan los recursos y su
enemigo la acorralaba. Mir a su espalda y la vio. La Espada de la Justicia estaba tras de s. Tan slo a unos pasos. Por muy poco, no a la suficiente distancia como para
alcanzarla sin que el general la ensartara por la espalda. De todas formas era una espada ceremonial, dispuesta en un pedestal para la investidura del nuevo rey. Aunque
la consiguiese no le habra servido de mucho pues era demasiado pesada para un duelo.
Mir a los ojos de Kridias. l tambin haba visto la legendaria Espada, y haba percibido el deseo de Nadima por conseguirla. Entonces una idea asom entre la
desesperacin, y se aferr a ella. Una locura, arriesgada, pero qu poda perder?
La princesa se gir hacia el pedestal. El general levant el brazo armado al tiempo que avanzaba reduciendo la distancia. En ese instante Nadima, en vez de correr,
continu inesperadamente su giro, acercndose an ms a Kridias. ste intent tajar de forma precipitada. La princesa, lejos de evitar o bloquear el gesto, agarr el brazo
armado colgndose de l e imprimindole mayor inercia al tiempo que se colaba bajo el cuerpo del general. ste sinti el empuje de unos pies sobre su vientre, perdiendo
todo contacto con el suelo en un giro incontrolado por los aires. Su espalda fue a chocar contra el pedestal de la Espada de la Justicia. sta, al caer, se clav en la
garganta de Kridias, matndolo en el acto.
El silencio se mantuvo en la sala.
Nadie fue capaz de reaccionar, excepto una figura que se lanz sobre el cuerpo del rey abatido, luchando por contener unas lgrimas desacostumbradas a recorrer
aquellas mejillas. Slo su voz se oy, y su grito los paraliz a todos. Si hasta ahora haban visto a un ignoto capitn retar a todo un general, a su rey participar en la
lucha, a un desconocido vencer a la flor y nata del ejrcito luo, a Famara caer antes de poder abdicar, a Kridias morir bajo la simblica espada (con todas las
supersticiosas implicaciones que conllevaba), lo que ahora les llegaba a sus odos confirmaba una sospecha no menos sorprendente. Con una voz cargada de angustia, en
una emocin demasiado autntica para ser simulada, aquel extrao exclam:
-Padre!!

* * *

Azuara paseaba por uno de los jardines colgantes. A su lado caminaba Lusto, que la escuchaba con atencin.
-En los siglos pasados intentamos volver al mundo. Volver a convivir con vosotros. Pero los ermitales siempre nos rechazaron.
-Y no pudisteis ya sabes usar vuestros poderes para?
-No. Los ermitales siguen unos rituales muy eficaces. No podemos usar nuestros poderes en sagrado sin que nos detecten.
-Entonces, qu hicisteis?
-No podamos enfrentarnos a los prejuicios de la gente. As que los rodeamos. Nos presentamos como sanadores, pero con otro nombre. Y nos esforzamos en
darnos un prestigio.
-Aparecisteis como druidas.
-S. As pudimos tratar otra vez con vosotros, los akai. Buscamos a los ms aptos, como se haca antiguamente, y los formamos. En realidad les enseamos
nuestras artes, slo que aplicadas a la salud.
-Son tan buenos como vosotros?
-No. bamos por ese camino hasta que los ermitales nos echaron otra vez el ojo.
-El concilio de brica, verdad? -Azuara asinti-. Nunca entend por qu los ermitales convocaron un concilio nada ms que para aclarar qu se considera magia y
qu no.
-Aquel concilio nos cort ese camino. Pero el general Minios debi contarte todo esto no?
-Slo un resumen, brujita.
Azuara le propin un codazo en las costillas.
-Au! Verdaderamente los kainum sois crueles. Slo por decirte brujita! -dijo sonriendo.
Azuara no respondi. Ni siquiera sonri.
-Sabes?, -dijo Lusto-. En todo el tiempo en que estuvimos all, a leguas de cualquier ciudad, amenazados por los rucainas y sabiendo que se acercaban, nunca te vi
de peor humor que hoy. Y eso que nunca has sido muy risuea que digamos.
Azuara sigui andando, mirando al frente.
-Est bien -dijo Lusto-. Hablaremos de otra cosa. Sabes que soy el primer akai que negocia un trato con los kainum en, por lo menos, mil aos?
-Un trato?
-S. Una alianza. Minios ha retocado los trminos de acuerdo a mis sugerencias. Esperemos que el emperador lo acepte. En realidad no tiene otro remedio.
-Yo no estara tan contenta. No adivinas por qu no hemos enviado a nadie antes?
-No soy tonto, brujita. S que me tomarn por loco. Pero eso no durar mucho. En cuanto lleguen los informes de la invasin rucaina tendrn que creerme.
-Tienes razn. Pero ahora el problema es que todo urge. Hay cosas que hacer ya. Como
- como eliminar a los ermitales?
Azuara lo mir preocupada.
-Eso ha pedido Minios?
-No, brujita. Adems, no sera posible. Nadie puede tocarlos. Ellos dicen lo que est mal y lo que no. Ellos representan el bien. Y lo saben. Por eso son un
problema. No podris ayudar como aliados hasta que ellos estn fuera.
-Entonces cmo?
-Espera!
Lusto se desvi del camino para alcanzar una balaustrada. Apoy los codos sobre el vidrio azul, donde la sombra de los rboles oscilaba. Primero mir hacia abajo.
La yedra que lama sus pies caa en cascada hasta fundirse con la buganvilla del nivel inferior, y sta a su vez con los jazmines de la siguiente, y as hasta siete veces
antes de llegar al suelo. No habra sentido vrtigo de no ver a los transentes lanzarse desde aquel precipicio para flotar suavemente hasta el suelo. Luego alz la cabeza
y palade con sus ojos la ciudad.
-Sabes?, -dijo Lusto-. A veces me parece un sueo a punto de desvanecerse.
-Eso es porque te irs pronto, y temes no volver a verla. Silkara hace eso.
-Puede ser. O puede que sea porque la belleza nunca dura para siempre.
-No todo es bello en Silkara.
Lusto la mir inquisitivo.
-Tambin aqu hay mala gente, Lusto. Yo dira que la peor.
-Por eso te hiciste kaiya?
Azuara lo mir recelosa.
-Siempre adivinas las cosas?
-Tengo un don -sonri, pero Azuara no le sigui la broma-. No, no es cierto. Es que escuch hablar de ti en los pasillos. Dicen que has sido la nica de tu rango en
tocar a un tnica roja en los entrenamientos -Lusto mir a la joven, pero no vio vanidad-. Yo no entiendo, pero por lo que decan era algo casi imposible. As que debes
de estar muy motivada para llegar a ese nivel. Qu te hicieron Azuara?
Ella apart la vista.
-Sabes? A veces el odio es ms malo para el que lo tiene, que para el que lo provoca.
-Sabes t? A veces el odio es lo que te salva, la esperanza a la que te agarras para no caer. Y una vez que lo tienes ya no te lo puedes quitar. Aunque quieras. Y
slo vives para saciarlo. Para acabar con
Azuara apret los dientes y se gir. Tras una pausa, dio un hondo suspiro. Lusto se rasc la cicatriz.
-Perdname, brujita. Slo soy un pobre soldado que quiere ayudar a quien le salv la vida.
Azuara, le sonri con los ojos y le apret el hombro.
-No te preocupes. No tienes la culpa de mis penas. Esas, las van a pagar otros.

* * *

Un ruido lo despert de sus pesadillas. Las ltimas imgenes heran an su mente: cientos de hombres gritando de pnico y dolor mientras se retorcan bajo las
llamas o se despeaban por las murallas.
No haba honor en ello. Era una simple y pura matanza.
Se le revolvan las tripas cada vez que lo pensaba. Slo las palabras del emperador le consolaban un poco.
Es necesario, deca
Esto es una guerra, son ellos o nosotros, deca
Ellos tuvieron su oportunidad y masacraron a nuestros mayores. Entonces recordaba los asesinatos que originaron la guerra y esto le daba fuerzas para
continuar.
Aun as, su lgica le deca que aquello no era tan simple. Por la traicin de un rey estaban condenando a media humanidad.
Con no pobres esfuerzos contena sus pensamientos y se aferraba a las palabras de su seor, luchando por no ahogarse en la inmundicia de sus propios asesinatos.
Y no eran ms que eso. No hay combate justo cuando se es virtualmente invulnerable. Su poder estaba mucho ms all que el de sus compaeros. l no dependa de su
capacidad para mantener el aura fuera un tiempo mximo. La potencia que poda desarrollar no estaba en las escalas que un soldado rucaina tena a su alcance. Su poder
apenas poda imaginarse.
El ruido era de uno de los oficiales de intendencia. Preceda una larga procesin de carros con vveres.
-Seor, dnde los colocamos?
-Los cereales en esos nichos de ah, es la parte ms seca de esta cueva. El resto donde estimis oportuno -respondi.
Inmediatamente el oficial realiz unos simples gestos y los soldados guiaron los carros a los lugares indicados.
-Hoy est despejado, ser un magnfico da para los ejercicios.
-Estupendo, eso permitir probar maniobras ms difciles. Habis preparado la nueva arma?
-S, s. Est todo listo.
Ahora, aquel oficial estaba acostumbrado a su presencia. An recordaba la primera vez que lo vio. No se mostr ni mucho menos tan tranquilo entonces.
Normalmente sus compatriotas mostraban un profundo respeto hacia l. No slo por su poder, sino ms bien por su sacrificio. Slo unos pocos haban logrado superar
el proceso.
Fueron aos muy duros, de intenso dolor fsico. Muchos no pudieron soportar tantos cambios en su cuerpo y se quedaron en el camino. Otros murieron al no
poder controlar la multiplicacin celular. Cuando los descubrimientos de los sabios mostraron las increbles posibilidades, hubo muchos que se alegraron, pero muy
pocos voluntarios como l que pusieran sus vidas en juego. Fue complicado mantener constantemente el experimento bajo control, provocar el crecimiento de sus
msculos y huesos, los cnceres locales, el delicado equilibrio de las hormonas en su sangre. Ahora, por fin, su cuerpo era estable. Y su funcionalidad exceda las
capacidades previstas en el diseo original.
En cuanto los soldados salieron comenz a comer. No le gustaba que le vieran hacerlo. Sus caras eran el espejo de su propia monstruosidad. En una hora haba
devorado casi un cuarto de las provisiones. Ahora se senta mucho mejor. Lentamente sali de la gran cueva. Encontrar cobijos adecuados para su enorme cuerpo
conforme el frente iba avanzando no era nada fcil, sin embargo se iban apaando bastante bien.
Ya tena un mote, y le gustaba: Tragn. Se trataba de una broma de la soldadesca, se mofaban de su voracidad, pero en el fondo saba que ridiculizarle era una
defensa de la mente ante el terror natural que irradiaba. Aceptaba la chanza de buen grado, pues eso le acercaba a los dems. En realidad se senta demasiado solo como
para enfadarse y aislarse aun ms. Los que eran como l no servan demasiado como compaeros. Por un lado el proceso los haba estigmatizado en su personalidad,
volvindolos ariscos, depresivos o en el mejor de los casos, introvertidos. Por otro, las necesidades del amplio frente de batalla les obligaban a estar repartidos. Haba
muchos centauros y hombres lobo. Ms escasos eran los grifos y cclopes. Y podan contarse con los dedos de una mano los pocos que haban logrado acercarse a su
forma. Ninguno con la perfeccin y tamao que l haba conseguido.
Una vez fuera despleg las enormes alas. Las bati para calentar sus grandes msculos y un vendaval barri el valle. Ech una ojeada al campo de pruebas y a
continuacin emprendi el vuelo.
Volar era la nica gratificacin real a sus sacrificios, surcar el viento, or el sordo poder de su fuerza. Se senta como un dios. Aunque su principal arma no eran las
glndulas que le permitan vomitar fuego, ni la superioridad fsica de su cuerpo blindado, sino la capacidad de proyectar toda su fuerza con ayuda del aura. Si un rucaina
poda manejar espadas a distancia, o lanzar cuchillos, l poda lanzar casas enteras. Slo la guardia del emperador poda superar su poder. El poder de un dragn.

* * *

-Ya he visto antes esa mirada perdida.
-No puede ser. No me conoces lo suficiente -dijo Nadima.
-En ti, no. En tu padre, por supuesto.
-Y en qu pensaba mi padre?
-En ti.
-Lo haca a menudo?
-Lo haca siempre.
-Entonces por qu lo hizo?
-El qu?
-Entregarme. A su propia hija. Si me quera, si de verdad le dola separarse de m por qu lo hizo?
-Por la misma razn por la que t te arrojaste contra Kridias, creo. O acaso lo hiciste por ambicin?
-No. Saba quiero decir supuse que iba a morir. Tan slo esperaba llevrmelo a l por delante.
-Le odiabas?
-Nada me haba hecho. Era lo que saba de l. Lo que estaba claro que hara en cuanto tuviera el poder.
-Entonces eres como tu padre. Famara siempre tuvo el defecto de la responsabilidad.
-Defecto?
-Jams ha sido feliz. Creo que el nico momento en que se sinti feliz, plenamente feliz, fue aquella noche.
-Cuando muri?
-Cuando agonizaba.
-No te entiendo.
-Es difcil de comprender. Pero veo que te pareces demasiado a l y no deseo que sufras su mismo destino -suspir-. Imagina cargar con el peso de miles de vidas
sobre tus hombros. Imagina que te duelan ms tus errores que alegren tus xitos. Imagina que renuncias al mayor amor de tu vida y que lo pones en peligro por esa
abominacin llamada estado que no cesa de hostigarte. Entonces te hallars anhelando esa hija entregada, tu mayor sacrificio, tu mirada perdida. Y con los aos te
sentirs, cada vez ms, prisionera de tu responsabilidad. Hasta llegar al punto que Famara lleg aquella noche. Estoy segura de que recibi la muerte como una autntica
liberacin, y a ti, como el mejor regalo al que jams pudo aspirar.
-Gracias, madre. No he credo or mejor consuelo.
-No era mi intencin. Slo quera prevenirte. Si eres como l, no sers feliz con esa corona. Esto no est hecho para vosotros. Huye, abdica, haz lo que sea, pero
escoge ahora que ests a tiempo esa otra vida mejor.
-Alteza! Debis salir ya! -interrumpi el maestro de ceremonias.
El clamor se haca or con fuerza. Nadima mir a su madre carnal.
-No puedo fallarles -dijo.
Con decisin se coloc la corona y se encamin a la larga balaustrada cubierta de terciopelo con los emblemas reales. Un gesto, y miles de gargantas elevaron su voz
amenazando derrumbar la balconada. Con voz potente, Nadima comenz su discurso.
-No hace mucho, cuando acab el plazo de las pruebas de sucesin, me vi extraviada en los Pantanos y cre que todo estaba perdido. Nada me ligaba a esta nacin
ni a un trono que jams quise. Cre que nada poda hacer y me permit desear otro futuro para m.
Slo fue una noche. Entonces alguien me record lo que soy, la sangre que corre por mis venas, y el deber siempre cumplido de los de mi estirpe. Pens en
vuestro destino y trac el mo. Pens en vuestras vidas y arriesgu la ma -el pueblo estall en vtores, obligndola a detenerse. Tras una pausa continu-. De ahora en
adelante ser vuestra leal servidora, igual que lo fue mi padre. Jams habr noches de duda, os lo promete vuestra reina.

* * *
-Hola, Nistalo!
-Buenas noches, mi prncipe.
-Veo que tu estudio sigue quedndote pequeo -Lintor aadi un ademn sealando las interminables estanteras llenas de libros y de extraos objetos.
-Este es ya el tercero que vuestro padre me ha asignado. Es mucho ms grande que los anteriores, pero an as parece que el conocimiento s que ocupa lugar
despus de todo.
-Quieres que hable con l?
-Oh, no!, ya me dio la opcin de instalarme junto a la biblioteca, y aunque la sala es an ms grande, me temo que mis viejas piernas se quejaran de andar
subiendo tantas escaleras.
-Como las de la torre este, recuerdas? Donde me dabas aquellas clases de astronoma.
-Tengo agujetas con slo pensarlo, alteza.
El prncipe ech un vistazo al pasillo, cerr la puerta, tom asiento junto al anciano y en voz baja le habl.
-Nistalo, qu sabes sobre objetos kainum? -El viejo maestro se alert.
-Si supiera algo se me podra acusar de hereja, incluso slo por tener un libro sobre el tema, ya lo sabis.
-S, es cierto. Tambin a m se me podra acusar de hereje slo por tener esto -Lintor sac el medalln y Nistalo se qued perplejo-. Vamos, maestro, si no fuera
por la confianza que os tengo ni se me ocurrira mostrroslo. Qu puede ser?
-No estoy seguro -el sabio us una lupa para escrutar las filigranas ornamentales-, parece ser de elaboracin tarda a juzgar por el labrado exterior. Tendra que
consultar esos libros que se supone que no tengo.
-Es peligroso para el portador?
-Oh, no!, estos objetos son totalmente inertes. Slo en las manos de un kainum podran tener alguna utilidad. Ese miedo a estar encantado es parte de los
prejuicios incitados por los ermitales. Al menos eso creo a juzgar por lo que se supone que no he ledo.
-Uf!, menos mal. Si supieras lo nervioso que me ha mantenido todo el camino
-Ya lo supongo, o debera decir que es de suponer que supondra? -Ambos rieron-. Dnde lo encontrasteis?
-A unas dos jornadas de la fortaleza de Yadn, dentro de los Pantanos Negros.
-Conozco vuestra aventura, pero os lo encontrasteis por el camino, as, sin ms?
-No. All haba una construccin muy antigua en una meseta aislada de los pantanos. Sobre ella haba un pequeo lago interior y la fauna y flora eran mucho ms
amables. Entr en la casa y dentro de una vitrina lo hall.
El anciano escuch con atencin. Luego se concentr en el objeto, pareca un nio con un juguete nuevo, escudriaba los dibujos e inscripciones casi como si
quisiera memorizarlos. Lintor, conocindolo, aadi:
-Gurdamelo por un tiempo. Averigua cuanto puedas de l, por favor, y asegrate de que realmente no reviste peligro.
Al anciano se le ilumin la cara y el prncipe se sinti feliz.

A Nistalo le cost esperar hasta la media noche. Era la hora ms segura. Baj las cortinas y a la pobre luz de un candil, pues no se atreva a encender nada ms,
rebusc entre sus vetustos arcones. Intent no hacer apenas ruido y al final hall lo que buscaba: una vieja reliquia Kainum. No estaba tan labrada y portaba una gema
diminuta. Tampoco se necesitaba ms.
El anciano se concentr y su aura reconoci los smbolos del cristal. Con la misma facilidad que le hubiera resultado coger un vaso, un fino hilo de materia astral se
proyect al otro lado de la gema. Atraves la habitacin, los muros del castillo, y recorri cientos de leguas hasta llegar a Silkara. El general Minios, en una lujosa
habitacin, sinti una presencia que lo sac de su sueo. Se levant con presteza y penetr en una sala contigua donde decenas de gemas similares se disponan en
perfecto orden sobre sus tapizadas paredes. Una de ellas refulga en la penumbra. Minios extendi su aura hacia el cristal y al instante entr en contacto teleptico con
Nistalo:
-Qu ocurre?
-Mi general, creo haber hallado una lumerna.
-Cmo?!
-Una lumerna, mi general, segn la leyenda el maestro Dogantes hizo varias durante las guerras
-S, s, ya s lo que es ests seguro?
-Seor, el grabado no deja lugar a dudas. Adems, me parece que s dnde est el retiro de Dogantes.
Minios perdi la concentracin ante el impacto de la noticia. Tuvo que hacer un serio esfuerzo para volver a conectar con Nistalo. Su cabeza bulla de agitacin.
Haba muchas cosas que hacer y cada segundo que pasara constitua un imperdonable riesgo. Tena que enviar a alguien all. Alguien de confianza, y no iba a ser nada
fcil a tenor de los ltimos sucesos. Estaba seguro de que haba rucainas infiltrados en Silkara, y no tena modo de identificarlos.
Por otro lado una amenaza arcana emerga. Y si apareca el lumen? El origen de las antiguas guerras volvera a estar presente, y una nueva era de sufrimiento
podra asolar la Humanidad.
-Bien, Nistalo, dame los detalles de ese lugar.

* * *

-Lintor, Lintor humm -el rucaina repasaba la larga lista de pases y objetivos-. Tamaria -la luz se hizo al fin en la mente del oficial-. Que el heredero de Tamaria
sigue vivo?!
-Me temo que s, seor. Habamos planeado todo con cuidado: sin riesgos y que pareciera una muerte natural, pero fallamos.
-Y qu pas?
-Segn parece sobrevivi durante tres meses en los pantanos. S que no tenemos disculpa, seor. Pero era muy difcil prever eso.
El rucaina consult un calendario mural, desbordado de anotaciones, que penda de un lateral de la amplia tienda. Seal una fecha.
-Debe lograr una muerte aparentemente natural antes de ese da. Si no lo consigue, tendr que eliminarlo como sea. Entendido?
-S, seor.
-Cmo va la rebelin?
-Mejor de lo que esperbamos, los planes van incluso adelantados, aunque el lder no es el que tenamos previsto.
-Pero es eficiente, sirve para unirlos?
-S, la verdad es que en ese sentido es mejor. Aunque no tenemos ningn control sobre l.
-Da igual. Lo nico que necesitamos es una guerra civil en Tamaria. Colocad a alguien a su lado, que le aconseje, que se convierta en su mano derecha, ser
suficiente.
-Entendido, seor.
Otro rucaina entr, mostrando un rollo de papel diminuto:
-Ha llegado un mensaje de alta prioridad, seor.
Nada ms leerlo abri desmesuradamente los ojos.
-Llvaselo de inmediato a las brigadas especiales. Quiero que enven all a los ms rpidos. Transmite esa orden.
Una mueca de desagrado aflor en la faz del soldado antes de desaparecer.
-Algo grave, seor?
-Es de tu rea. Es probable que se haya encontrado el refugio de Dogantes.
Su interlocutor se qued con la boca abierta. Tras unos instantes acert a expresar:
-Podra estar lleno de gemas! Las ms poderosas de cuantas se hayan fabricado. Incluso el
-S, ya lo s. Todo depende de si llegamos nosotros antes que esos malditos kainum.



CAPTULO IV

La profeca

TRES son los sacrificios que exige el Dios Maldito para volver: la inocencia de un alma bondadosa, la destruccin del amor ms puro, y tantas vidas como granos
de arena hay el desierto. Los tres ofrecer el seor del oeste cuando el cometa cruce Orin, y el Maldito ser libre de nuevo.
Centuria LXXI de Kaumidus el visionario (545-602 A.D.)

VIENE UN DIOS!!
Un Dios se acerca. La nueva estallaba en la calle.
El orculo lo haba dicho y nunca se equivocaba.
Lo que no haba dicho era cul, si el de los Ermitales, el de los Omunodas, o algn dios demonaco como Saifel. Nadie lo saba, pero todos pregonaban que se
trataba del suyo. As pues, el Mercado de Almas de Ratbilia, bulla de excitacin. En las escasas calles que albergaban representacin de los principales credos del viejo
imperio, se congregaba una abigarrada multitud de curiosos y proselitistas ansiando adoradores para su dios. En cualquier otra ciudad los templos estaran diseminados,
pero en Ratbilia, capital del viejo imperio, haba un lugar especial alrededor del cual se concentraban los ms relevantes. El legendario orculo haba llegado a ser el
comn denominador de lo sagrado para los heterogneos sbditos del emperador. Cualquier religin lo suficientemente importante como para pagarse un templo en
Ratbilia lo colocaba en aquel abarrotado barrio que las gentes haban convenido en llamar Mercado de Almas. Y all, en medio de todo aquel gento, Lusto luchaba por
abrirse paso hasta su objetivo.
Le cost subir las escalinatas de un templo. Tras pasar el prtico entr en un bosque de columnas de luz aisladas entre las sombras y el silencio. El contraste entre
la vorgine exterior y el sosiego que se respiraba en aquel lugar le impresion. Se descalz antes de pisar sagrado. Las mullidas alfombras acariciaron sus pies mientras
avanzaba hacia el nico orador de la sala. Se situ en un discreto rincn al borde de los fieles y esper el final de la liturgia.
-Queridos hermanos, el orculo ha hablado. Sus palabras son Viene un dios, demasiado concretas para lo acostumbrado -el orador sonri y algunos lo emularon,
aunque los semblantes ms numerosos mostraban preocupacin-. De todos es sabido que el orculo jams miente, aunque casi siempre se han interpretado
correctamente sus palabras despus de que los hechos sucedieran. Sin embargo veo difcil en qu otra forma se pueden entender stas. Acaso otro dios, uno que no sea
nuestro Maidra, uno que no estaba en este universo va a entrar en l? Acaso Maidra, que ya est entre nosotros, va a venir en forma fsica? Quizs los que no
compartan nuestra fe creen que es su dios (a veces Maidra con otro nombre) el que vendr. O peor aun, una catstrofe, ser que Maidra viene porque todos vamos a
morir?
El orador hizo una pausa. Su voz sonaba conciliadora, como si conociera la solucin a todas aquellas amenazas.
-Nada de eso sabemos. El orculo no ha hecho ms que apuntillar decenas de visiones, profecas y sueos que en estos ltimos meses han estado saltando a la calle.
Luego podemos deducir que algo importante est por suceder. Y aunque no sabemos a ciencia cierta qu puede ser, s que conocemos lo que nos depararn los prximos
das.
Los embaucadores y proselitistas recorrern las calles con el pretexto de la nueva, porfiarn con ms desesperacin que la acostumbrada por aclitos para sus
credos. Los ms radicales emprendern ritos espectaculares, peligrosos ayunos y penitencias extremas. Las sectas prohibidas harn sacrificios sangrientos. E incluso los
moderados alimentarn el temor de Dios. Las gentes, asustadas, atacarn cualquier cosa que crean una amenaza. Y todos estaremos, entonces, en verdad amenazados.
El orador suspir, paseo su mirada por la audiencia y luego prosigui elevando ligeramente su tono.
-Qu debemos hacer, hermanos?, qu podemos hacer entonces? -Otra pausa, y nuevamente un cambio en la voz, ahora ms apasionada- Ahora hermanos es el
momento de demostrar nuestros valores. Ahora ms que nunca se necesitar de nuestra fuerza, de nuestra ayuda, de nuestra caridad. Debemos ser la roca a la que se
puedan agarrar los dems, debemos confiar en Maidra, pues l nos salvar.
A partir de aqu, las viejas consignas, ms o menos comunes a la mayora de las religiones, volvan a repetirse de nuevo. Justo como esperaba. Necesitaba una
religin conservadora, y sta era la segunda ms popular y extendida del viejo imperio. No haba mejor candidata.
Al terminar la ceremonia, se acerc al orador. Tras unas breves palabras, fue guiado por largos corredores hasta un insigne prelado.
-Bien, dice usted que hablan en nombre del emperador, veamos sus documentos -Lusto mostr un legajo con el sello imperial y emblemas militares.
-Y qu puede desear el ministerio de la guerra de unos hombres de paz?
-Seor, lo que hemos de tratar ha de estar en la ms estricta confidencialidad.
El prelado hizo un gesto y los dos novicios que le acompaaban salieron de la sala y cerraron la puerta.
-Y bien?
-Su ilustrsima, lo que he de deciros es difcil de creer, pero debis considerarlo, pues es la razn de nuestra propuesta. -El prelado aguard, con visible inters.
Lusto inspir y solt de golpe: -Los brujos han vuelto. Y son tantos como para someternos a todos.
Hurdama enarc las cejas.
-Cmo podis saber eso?
-Yo vengo de all. Los vi con mis propios ojos.
El prelado estudi al oficial. Busc en su rostro la mentira, o la locura, pero no hall nada de eso. Volvi a mirar el sello imperial. Al final suspir.
-Por el momento, he de suponer que es cierto. Pero no veo que podemos hacer nosotros.
-Antes de expresar nuestra peticin me gustara hablaros sobre lo que os ofrecemos. Estamos dispuestos a concederos todos los privilegios que tradicionalmente
ostentan los ermitales: protagonismo en actos pblicos, derecho a un representante en el Consejo, un oratorio en cada palacio, etc. Incluso otras ideas que se nos han
ocurrido para que prosperis.
-Comprendo.
Lusto extrajo un legajo de entre sus ropas y se lo entreg.
-Aqu estn recogidos los puntos concretos del preacuerdo. Es deseo del Consejo que estudiis sus diferentes apartados en vistas a una prxima reunin. Es de
vital importancia que este acuerdo est ratificado cuanto antes. Si en la prxima quincena no hay consenso retiraremos nuestra oferta.
-Una quincena? Seores, nuestros concilios suelen durar meses!
-Entonces debern recurrir a medidas especiales. Nuestros enemigos no piensan esperar. Advierta su ilustrsima que para nosotros estas son medidas desesperadas.
Debemos forjar un nuevo ejrcito y nuestro principal problema son los ermitales.
-No veo por qu los ermitales se inmiscuiran en lo militar.
-La nica fuerza que puede hacer frente al poder de esos demonios es la de los druidas. Pero desde el ltimo concilio los ermitales cortaron el progreso de la llamada
magia blanca ms all de lo estrictamente teraputico.
-Pero pero los druidas pueden hacer dao con su poder? Crea que su magia vena de la naturaleza, y que sta no poda volverse contra s misma, es decir,
que no se poda herir con ella.
-Ellos podran aprender otra magia. La que necesitamos para defendernos. Pero no pueden practicarla sin ser llamados herejes. Para eso les necesitamos.
El patriarca asinti. Su mano derecha estruj su tonsurado crneo, mientras la izquierda, crispada, no soltaba su colgante. Pase de un lado a otro mientras
murmuraba.
-Entiendo. Entiendo. Pretendis arrebatar el liderazgo moral a los ermitales, para otorgrselo a alguien que cambie los valores. Y pretendis semejante
manipulacin para maana! Os habis vuelto locos? -Lusto no respondi, permaneci de pie mirando al prelado que no cesaba de moverse-. No. No estis locos. Estis
desesperados.
-La situacin lo es, su ilustrsima -dijo Lusto.
El omunoda asinti.
No mucho despus, Lusto se reuni con su superior. En su despacho flotaba el olor a tabaco. Su pipa brillaba amenazando prender en cualquier momento aquella
poblada barba.
-Hardiamo, crees que aceptarn? -dijo Lusto.
-Seguro. Para ellos es una oportunidad nica, y saben que si no es a ellos, acudiremos a otros.
-Slo ellos tienen relevancia como para hacer sombra a los ermitales.
-No te preocupes, aceptarn. Y t me traers la noticia cuando est en Daza.
-Te marchas a Las Llanuras?
-Me envan para negociar con los hicunos.
-Ya, la poltica del buitre de nuevo no? El fuerte explota al dbil.
-Seguro que somos los fuertes? -Hardiamo vaci la pipa con un golpe seco.
La insinuacin dej callado a Lusto, que saba muy bien el delicado equilibrio en que se encontraba su pas. Las revueltas de las provincias perimetrales haban
aumentado ltimamente, agotando los recursos del imperio. Pens que quizs haba una mano negra provocndolas. Un escalofro le recorri la espalda ante la
posibilidad. Ellos podan recurrir a asesinos, espas y agitadores para manipular a las gentes, pero hasta dnde se podra llegar usando el poder de un brujo?

* * *

El fin del invierno se acercaba, aunque la frialdad de la noche an gustaba de colarse hasta los huesos. Eso volva las calles solitarias y peligrosas, y raro era ver
transentes pasada una hora del ocaso. Sin embargo, una figura embozada de pies a cabeza se desliz presurosa por barrios ruinosos donde slo las ratas se sentan
seguras.
La aldaba son nerviosa y la puerta no se abri. Una mirilla s que lo hizo y una voz pidi santo y sea. Fue contestada y al abrirse la puerta varios hombres
armados bajaron sus armas dejando paso.
El embozado atraves puertas y pasillos de aquel vetusto edificio de madera. El suelo cruja la mitad de las veces y las paredes acusaban su vejez exhalando
suspiros ptridos y desnudndose aqu y all con desconchones enormes. Pareca jugar como un nio saltando de tabla en tabla en una danza aprendida. Era un juego
mortal, pues un error podra disparar las trampas ocultas.
Slo al llegar al centro se adivinaba que aqul haba sido antao un pequeo teatro. En la amplia sala donde antes se vertieran lgrimas o risas, hombres serios y
encapuchados conspiraban entre murmullos llenando los peldaos semicirculares. Junto a Lintor se alineaba un amplio grupo de leales que casi alcanzaban el mismo
nmero que el de los afines al otro caudillo. Entre ambos, hombres de opinin libre componan una buena parte de los presentes. Durante meses haban intentado tentar
a ms traidores, pero tras las ltimas semanas estaba claro que haban tocado techo.
-Os habis enterado ya? -el recin llegado se dirigi al antiguo cabecilla.
-Algunos ya lo sabemos, pero otros no. Por favor, compaero, infrmanos a todos. -El hombre, an nervioso por haber llegado tarde, se demor un poco antes de
recobrar compostura y dirigirse a la sala.
-Se han visto grandes contingentes de tropas dirigindose a las colinas de Yadn.
-Qu insignia llevan?
-Al parecer no son tropas regulares, sino mercenarios y jinetes de Las Llanuras.
-Qu extrao! El Jefe de las tribus de Las Llanuras jams haba pretendido la conquista. Les bastaba con sus razias -apunt uno.
-Ahora que recuerdo, el alcalde de Yadn pidi fondos en las cortes hace un ao porque sus murallas estaban ruinosas. Y no les fueron concedidos -dijo otro.
-Pero eso no es lo peor -el recin llegado prosigui-. La psima gestin del rey vuelve a hacer de las suyas. Adems de tener a nuestros soldados ocupados en
intiles ejercicios allende los bosques, Benetas, ante la noticia, ha dado orden a la ciudad de Yadn, de avituallarse en previsin de ser sitiada.
Varios de los presentes saltaron de sus asientos exclamando a viva voz
-Va a permitir que esos brbaros entren en nuestra tierra!!
-Por Maidra, si tenemos un ejrcito cerca! Por qu no lo usa?
-Con lo fcil que sera contenerlos en las navas de Verros!
Mientras toda suerte de improperios se desataba contra la casa real, Lintor realiz una evaluacin rpida de la situacin. La fruta ya estaba madura, era el momento
de canalizar toda aquella voluntad colectiva a travs de una sola voz. El problema es que an no haba resuelto la segunda parte del plan, necesitaba tiempo para
preparar la redada de los insurgentes. Mientras no hubiera atado todos los cabos, la vida de su padre, adems de la propia, corra peligro. Todo se derrumb cuando su
oponente, al otro lado del hemiciclo, se levant y con contagioso entusiasmo dijo:
-Seores. Ha llegado nuestro momento.
Durante la hora siguiente repasaron todos los puntos de un plan largamente debatido y depurado. De cmo iban a ocultar el traslado de las tropas, de cmo iba
realizarse el asalto al palacio real y los centros de gobierno. Y al fin el ltimo detalle, la fecha del golpe. Los nervios y la ilusin se conjugaban ante la perspectiva de una
meta largamente ansiada. Los ms ingenuos se imaginaban una nueva poca de prosperidad para Tamaria; la mayora codiciaban ya altos puestos en la corte o ms
tierras para sus feudos. Habiendo quedado todo dicho, el oponente de Lintor hizo una sea a su mano derecha, que al instante se levant para reclamar la atencin de la
sala.
-Seores, an queda un asunto importante por atender -todos callaron-. Dado que an no podemos revelar nuestras identidades, no podemos conocer la posicin,
rango y mritos de cada uno de los presentes. Por tanto, hasta que podamos reunirnos en asamblea a cara descubierta y decidir sobre el nuevo soberano, debemos elegir
un caudillo provisional que ejerza de general en el asalto y de canciller despus. Para ello propongo naturalmente a quien mejor lo merece, a quien nos organiz y reuni
para ahora obtener el fruto.
Una exagerada ovacin parti de las filas de la oposicin al prncipe. Todos se levantaron como dando por hecho la concesin de tan relevantes funciones. Lintor
esper a que bajara el revuelo, pero no demasiado, para replicar.
-Un momento!, desde cundo, seores, se acepta algo en esta asamblea sin la votacin de todos?
Los exaltados se sentaron de nuevo de mala gana, del resto muchos asintieron dando razn a Lintor. ste prosigui.
-No deseo quitar de ningn modo sus mritos a nuestro insigne colega, pues ciertamente l fue de los primeros en esta rebelin. Pero compaeros, acaso no habra
hecho cualquiera de nosotros lo mismo, tarde o temprano? -El viejo lder se revolva incmodo en su asiento -. Y por otra parte, si an no sabemos quines somos bajo
estos nombres falsos, cmo podramos decidir quin merece nuestra fidelidad?
Algunos aplausos y muestras de aprobacin acompaaron la intervencin de Lintor. Al fin, su natural enemigo en aquella sala se levant para replicar.
-No obstante, todo aquel que tenga experiencia en la batalla conoce de sobras la necesidad de un caudillo. Ya sea bueno o malo, siempre es mejor que la ausencia de
autoridad, o peor aun, que sta se halle dividida.
Una breve pausa hizo lucir aquellas palabras, y antes de que Lintor pudiera replicar, la mano derecha tom la palabra:
-Seores, cualquiera de nosotros comparte al menos los mismos merecimientos que nuestro promotor. Por otro lado lo conocis de ms reuniones que a nadie, y
lleva jugndose el cuello ms tiempo que ninguno de nosotros. En cualquier sitio es costumbre otorgar los parabienes por orden de antigedad. Vamos nosotros a
romper el orden natural sin motivo?, -mirando a Lintor directamente sentenci-: Acaso a alguno de nosotros le consume la envidia o la ambicin lo suficiente como para
pedir para s lo que no consentira a sus iguales?
-Seor, si queris evitar con vuestras palabras que solicite tal merced, os equivocis. Por qu ha de ser la ambicin o la envidia la que mueva a un compaero a
solicitar tal cargo? Acaso a vos no os mueven otros motivos?, -algunas risas ante la irnica insinuacin se oyeron a su lado-. Seores yo solicito el puesto por la misma
razn que a la mayora de nosotros le gustara ocuparlo. Ni ms ni menos porque nos estamos jugando demasiado en esta partida como para permitir que otros
controlen nuestro futuro. No slo est en juego nuestro bien, sino el de todos los sbditos de Tamaria y, si en los prximos das no actuamos con cuidado, podramos
desatar una guerra civil. A m, al igual que a muchos en esta sala, me preocupa confiar mi vida en nadie que no sea yo mismo. Compaeros, somos nobles, somos
caudillos por naturaleza, y es nuestra tendencia natural encabezar la empresa a la que nos unimos. No hay ambicin en ello sino sentido de la responsabilidad!
Aplausos. Lintor notaba cmo se estaba inclinando levemente a su favor la sala. Lo que no percibi fue la sutil sea que hizo su oponente, ni que Geroda, entre las
filas de Lintor asinti con discrecin. El instigador de la insurreccin volvi a dirigirse a la sala
-Seores, nuestro colega ha mencionado algo en lo que estoy completamente de acuerdo: la posibilidad de una guerra civil. A todos nos tranquiliza una votacin.
Pero cuando vayamos realmente a votar por el futuro rey, a quin elegiremos? A quien tiene un exiguo valle y un puado de soldados o a quien gobierna toda una
provincia, quintales de oro y capacidad de convocar a un cuerpo de ejrcito completo? Probablemente el dueo del valle sea leal, diplomtico y sabio. El gobernante
ideal. Mejor mil veces que su rico oponente. Y sin embargo, cualquiera de nosotros con algo de sentido comn sabra elegir al dueo de la provincia. Por qu?
Simplemente porque no querramos vernos arrastrados a una guerra civil.
Es una triste realidad. Quienes realmente ostentan el poder raramente suelen doblegarse a la razn o al derecho. As pues, esta votacin resulta intil si no
peligrosa.
Rpidamente Geroda se levant replicando antes que Lintor pudiera hacerlo.
-Entonces por qu hace unos minutos estabais dispuesto a aceptar el caudillaje?
-Simplemente porque sabra abdicar en quien lo mereciera. No estoy tan seguro de que cualquier otro quisiera hacerlo.
-O sea -Geroda inspir profundamente y alzando la voz un poco ms de lo normal continu-, afirmis que cederais el cargo a quien por ttulo os superase.
-Por supuesto.
-Pues bien, dado que el plan est perfectamente definido hasta el momento del golpe, y por tanto no se necesita general hasta entonces -Geroda mir en
derredor-, propongo que en la sala del trono, una vez descubiertos todos, sea el de mayor rango quien ocupe la cancillera provisional del reino -ahora, mirando a su
verdadero jefe apuntill-. De acuerdo con sus propias palabras sera lo ms adecuado o tiene nuestro querido fundador algo que objetar?
-Nada que objetar, por supuesto. -Despus mirando a la sala continu-. Seores, hay alguien en desacuerdo?
Nadie respondi.
-Pues bien, seores, entiendo que esta reunin ha tocado a su fin. As pues, slo quiero desearos suerte y recomendaros prudencia. Por la victoria!
-Por la victoria!! -respondieron todos.
Lintor maldijo para sus adentros ante la traicin de Geroda. Pero reconoci la maestra de la jugada. De todos modos ya estaba hecho. Por un lado se senta
tranquilo respecto al liderazgo de los insurrectos. Le haca gracia pensar en la cara del fundador cuando revelase a todos su identidad. Sin embargo ahora le preocupaban
ms otras cosas, como la seguridad de su padre. El plan del prncipe no estaba marchando segn lo previsto. Lintor haba enviado un mensajero ordenando el regreso
urgente de las tropas a la capital. La respuesta deba haber llegado hace das qu podra haber pasado?
De pronto, el prncipe se sinti observado. Era una sensacin intuitiva, difcil de definir, pero autntica. Se sinti invadido, como cuando alguien acerca su rostro en
demasa para hablar. Era desagradable, persistente. Descubri que movindose desapareca. As pues, se revolvi nervioso y se despidi apresuradamente. Tena un
objetivo para esa noche y se dispuso a cumplirlo.
Necesitaba saber quin era su oponente, as que ide un plan para marcarlo y seguirlo en el exterior. La cabalgada fue dura, pero el prncipe logr llegar a la ciudad
antes que su presa. No le cost mucho seguirlo al llegar, aunque s le doli presentir el final de sus pasos.
Desde el principio el prncipe haba considerado remotamente la posibilidad, pero sta haba sido arrinconada por sus sentimientos. Aqul hombre de quien ahora
sospechaba haba sido como un to para l. Desde nio lo haba tutelado con el cario y la confianza propia de la familia, porque para su padre, era mucho ms que un
amigo.
Por qu?, se pregunt el prncipe. No haba nadie en todo el reino con quien el monarca hubiera sido ms generoso. Era el ltimo en poder estar a disgusto con
l. El estmago se le encogi cuando la figura desapareci en los aposentos de Benetas. Dentro de sus huellas, muy difuminadas por el polvo, an se apreciaban rastros
de la tinta roja que vertiera el prncipe para marcarlo. Se acerc al soldado de guardia junto al cual haba pasado su oponente. Una pregunta y la temida confirmacin.
Lintor se dirigi furibundo hacia la puerta del ministro, la clera se mezclaba con el dolor enturbiando su mente. Saba que podra pasar cualquier cosa. Fue a
empujar la puerta cuando de pronto descubri su mano armada. Haba desenvainado sin pensarlo! Su razn se sobrepuso y pens en su padre. Jams le creera. Ya lo
haba comprobado sobradamente. Incluso cuando viera las pruebas ante sus ojos, su cansada mente buscara cualquier posibilidad, cualquier excusa que le evitara el
dolor.
No, no poda destapar todo ahora. Necesitaba calcular de nuevo. Medir cada consecuencia, estudiar otras opciones. Camin cansado hacia el patio, contemplando
por ltima vez aquellas huellas sangrientas a la luz tenue de lejanos fuegos. La angustia termin por salir, y algunas lgrimas cayeron sobre las huellas. Por el Divino,
Benetas! T no! Cerr los ojos y recuerdos de aquel hombre emergieron. Cmo se dejaba ganar al ajedrez, su alegre saludo, aquella clida mirada que vala como un
abrazo Se llev las manos al rostro y cerr los ojos.Querido Benetas. Maldito Benetas! Maldito seas, maldito

* * *

Bajo la capucha, el oficial rucaina se maldeca mil veces por su incompetencia. Por qu no habra comprobado el destino del escurridizo tmaro en los pantanos?
No quera reconocer su propio miedo a enfrentarse a los traicioneros monstruos de aqul ptrido lugar. Ahora deba encarar una situacin mucho ms difcil.
Saba que deba acabar con el prncipe, pues a la larga representaba la mayor amenaza para su pueblo. Reuna las mejores cualidades de su padre en los mejores
tiempos. Eso significaba que respondera con decisin y rapidez ante los movimientos de su seor. Y era por eso por lo que se le haba encomendado su misin. Bastaba
con desestabilizar polticamente aquel remoto pas. Un poco de incertidumbre volvera pusilnimes a sus generales y con eso bastaba.
Para ello, alentar la insurreccin de la nobleza haba sido su mejor plan. Las misivas entre los ms desencantados los reunieron de forma annima. Uno de ellos
aprovech pronto la oportunidad para erigirse como lder. No saba quin era, pero tampoco importaba. Bastaba con que alguien estuviera dispuesto a guiarlos.
En cambio, hacia el final, las cosas se haban ido torciendo. La lucha entre los dos caudillos pona en peligro el xito de la sublevacin. l no esperaba que sta
venciera, haba medido bien los dos bandos para asegurar la guerra civil. Sin embargo, el alzamiento poda ser aplastado sin la cohesin de los participantes.
Fue por eso por lo que decidi arriesgarse. Proyect su aura hacia aqul desconocido. Luego, tan rpido como pudo palp astralmente su rostro. Saba que su
dueo lo percibira, y que por tanto deba ser breve. Aunque su vctima se haba movido lo reconoci. Casi salt ante la sorpresa. Jams se le haba ocurrido imaginar
que el mismsimo heredero se encontrase entre los sublevados. Conoca lo suficientemente a Lintor como para imaginar sus intenciones. Si el prncipe estaba all,
significaba que la insurreccin estaba muerta antes de nacer. El prncipe deba morir. Antes era una misin secundaria. Ahora no haba nada ms importante.

* * *

El aire saba a sangre. Abajo, ros de dolor y de tiempo, meros reflejos de un corazn sin carne. Su dueo permaneca con porte altivo, semioculto en la espectral
bruma, pero extraamente familiar para Nadima. En sus ojos refulga el fuego orgulloso del caballero, una voluntad capaz de rechazar a la muerte, y un barco de gloria
para navegar sobre ocanos de sufrimiento. El diseo de su armadura de plata le resultaba conocido, sin embargo no lograba recordar al guerrero.
La especular armadura dio una palmada y el estruendo la expuls del sueo. Abri los ojos de par en par y distingui perfectamente la hoja volando hacia su
garganta. Gir una dcima de segundo antes de que la espada atravesara el lecho. Se puso en pi sobresaltada, intentando distinguir el origen del ataque, pero no vio
nada. No es que hubiera mucha luz, tan slo el resplandor de las luminarias del patio que se filtraba por su ventana, sin embargo suficiente para distinguir a cualquier
intruso. No obstante la habitacin pareca vaca.
Tan abstrada estaba en el punto de donde provena la espada, que no fue capaz de advertir cmo sta se desenvainaba del lecho, sin un ruido, levitando en el aire.
Nadima encendi un candil y se dirigi hacia la pared opuesta con cuidado, buscando una trampilla o algo sospechoso. La espada se orient hacia su vctima ganando
altura lentamente, evitando rozar los cortinajes del dosel, en silencio. Ya slo necesitaba unos segundos para tomar impulso
De pronto, una campana ta en la capilla. Su olvidado sonido sobrecogi a cuantos la escucharon. Jams haba sido usada fuera de festivo en ms de mil aos.
Sonaba a brujera, demonios y muerte. El sonido hizo girar la cabeza de la reina. Entonces la vio. No poda creer lo que sus ojos le contaban, sin embargo all estaba,
volando por la estancia, navegando entre reflejos indiferentes.
La guardia real tard en reaccionar. Les cost recordar el protocolo que slo ejecutaban en ceremonias puntuales. No obstante iniciaron el rastreo de las
habitaciones adyacentes al dormitorio de su reina.
Nadima volvi a tener suerte, desvi la hoja golpendola con el candil. Pero ahora el arma pareca ser manejada de forma diferente, en vez de lanzarse con impulso
pareca como si estuviese empuada por un guerrero invisible.
Un soldado entr en la estancia con cuidado, esperando encontrar tan slo a su soberana dormida. Cuando en cambio la vio luchando con una espada sin dueo,
armada con slo un candil, se lanz en su ayuda. Como no haba enemigo que herir, el soldado trat de bloquear con su armadura los ataques. Instantes despus, ambos
se debatan intentando protegerse de la hoja, que con ms violencia trataba de herirles. Nadima sangraba ya por algunos cortes, y el guardia haba soltado su espada por
intil dedicando todo su esfuerzo en defenderse con sus brazas. De pronto el arma cay al suelo. Otro soldado apareci por la puerta:
-Hemos apresado al brujo, mi reina.
Nadima se visti y acudi a la celda. El brujo estaba atado, desnudo de cintura para arriba, con la piel cubierta de pequeos cortes. Le sonaba aquel rostro, pero no
lograba identificarlo. A su izquierda, el sacerdote consultaba un libro ajado, con los ojos saltando de un prrafo a otro y una mano temblorosa pasando compulsivamente
las pginas.
-Estamos seguros?
-Eso eso dice aqu, majestad. Dice que que con el dolor no puede usar su magia Esto nunca ha pasado. En siglos, majestad -balbuci inseguro.
Dos soldados se mantenan tras la silla, atentos a cualquier movimiento extrao. Ante l, un verdugo con instrumentos de tortura esperaba.
-As que eres un kainum no?
El reo lanz una mueca de repugnancia y espet:
-Kainum? Los kainum son cobardes que no se atreven a salir de sus reglas. Yo soy rucaina -dijo con orgullo.
-Muy bien, rucaina o lo que seas. Te vamos a hacer unas preguntas. T naturalmente podrs mentir, y seguro que lo hars, pero para eso hemos trado a nuestro
experto. l est acostumbrado a descubrir cundo se miente y cundo no. Verdad, Jitagama? -el verdugo sonri, y unos retorcidos dientes amarillos aparecieron. -No te
voy a ofrecer la vida -Nadima pronunci lentamente las palabras-, hoy vas a morir. La diferencia est en la forma. Nuestro sacerdote ha preparado un bebedizo que te
matar de manera rpida e indolora. Jitagama te mostrar la otra forma. T decidirs cul se te aplicar.
-Crees que me asusta el dolor? All de donde vengo estamos acostumbrados a sufrir. Llevamos siglos as por vuestra culpa. Ahora os toca pagar o vosotros. Me
oyes reina akai! Pagaris! Moriris todos!!
Cuando la soberana abandon la celda, el rucaina tena una mirada enloquecida. Esper en un lugar alejado, an as, los gritos que salan de aquella celda amenazaban
instalarse dentro su cabeza. Tras un rato que le pareci durar das, Jitagama apareci salpicado de sangre.
-Majestad, el reo ha muerto -dijo con fastidio.
-Ha hablado?
-Menos de lo que me gustara. Pero lo que le he sacado tiene buena pinta.
-Dime Jitagama, si tuvieras que compararlo con un soldado medio, qu te ha parecido ste?
-Duro, majestad. Slo los fanticos, o los ms leales se comportan as.
-Humm, entiendo. Qu has podido averiguar?
-Trabajaba solo. Una vez acabada la misin tena orden de volver usando sus apoyos en la secta de Saifel.
-Y su misin era
-Debilitar el estado. Provocar batallas, sembrar revueltas y cosas as. Dijo que con Kridias habra sido fcil, y que por eso haba intentado eliminar a su majestad en
los Pantanos Negros.
-Ah!, ahora recuerdo su rostro. Era uno de los agitadores que alent a los aldeanos contra m. No tuve ms remedio que entrar en los pantanos para escapar.
-Dijo que desde la coronacin tena rdenes de asesinar a su majestad a cualquier precio. Que un gobierno fuerte supondra un problema para su ejrcito.
-Su ejrcito? Pero dnde est su ejrcito.
-Dijo que acababan de atravesar la cordillera de Jisad.
-No lo entiendo. En qu les puede interesar nuestra debilidad si estamos al otro lado del mundo?

* * *

Su voz sonaba cansada y ronca. Bajo la manta asomaban los harapos, y ms all poda verse la piel sucia, cubierta de cicatrices, y el ostentoso relieve de sus
huesos. A su lado, sobre el poyete, una escudilla an humeante con los restos de un estofado y algunas migas de pan, atestiguaban una batalla ms ganada al hambre,
esta vez, al borde mismo de la muerte. Era la caridad de un campesino vertida sobre el ms necesitado de los hombres. Y ste, agradecido, comparta su historia. Le
cost algo ordenarla, desgranar de su castigada memoria los sangrientos recuerdos que apenas haba logrado sepultar. Slo fue al principio, despus son como si la
historia tomara el control de su voz, manando cada vez ms natural y coherente.
-ramos veteranos de muchas campaas, y an no s por qu aquella maana sentamos miedo. No el miedo normal, se al que uno se acostumbra, o si no se
acostumbra, al menos se aprende a controlar.
No.
Haba haba algo en el aire. No sabra decir. Como un olor, s, como a rancio, que haca parecer el da ya viejo, ya vivido, aunque acabase de amanecer. Lo ms
seguro es que no oliera a nada, y que simplemente nos lo imaginramos. Pero para nosotros era una sensacin real, algo que nos haca dudar de todo: de nosotros, de
nuestra capacidad, de la suerte de todo en general.
Aun as, nos pusimos en formacin, como siempre.
Los jinetes tuvieron que luchar ms de lo normal con sus bestias, que parecan ver con ms claridad que nosotros el horror que se nos vena encima. Pero all
formbamos, al fin y al cabo, un magnfico y bien dispuesto ejrcito.
Quiero decir, que no es que nos pillaran por sorpresa o mal organizados, ni mucho menos. Slo que flotaba ese mal presagio. Todos lo notbamos aunque a
ninguno se le ocurra decirlo. Me imagino que algo tuvieron que ver los rumores. Se oan historias terrorficas. Pero ninguno nos las creamos. Nuestro oficial, intentando
esconder su propio miedo, dijo lo ms calmadamente que pudo:
-Una partida de brujos ha bajado desde las tierras del exilio. Ya habis visto a los refugiados, huyen de territorios conquistados por esos malditos. Por lo que nos
han dicho son muchos los que han cruzado el paso de Humor. Sin embargo, nuestros exploradores nos han dicho que no vienen ms de mil. Recordad que nuestros
antepasados pudieron con ellos. No sabemos en qu consisten sus poderes, ni si hay una forma determinada de matarlos. Yo slo conozco una, y es meterles esto entre
las tripas -la tropa ri. No porque nos hiciera ni puetera gracia, sino ms bien porque los nervios nos estaban royendo-. Si se les ocurre volar, asaeteadlos. Si lo hacen
muy alto, seguidlos hasta que se cansen y bajen. No queremos que escape ninguno, pues ni uno de los emisarios enviados por su majestad ha vuelto. Esos desalmados
no respetan nada, por lo que no merecen nada. No tengis piedad. -La idea de que estaba en nuestras manos perdonarles la vida nos daba algo de confianza y la
proporcin era de seis contra uno a nuestro favor. Eso nos dio aliento para el combate, aunque dudaba de la firmeza de nuestro valor.
El valle de Meficapria es triangular. La ciudad, donde estbamos nosotros, se encuentra en el vrtice, y el ejrcito se hallaba dividido en tres grandes grupos
dispuestos en la ciudad, y en las montaas de cada uno de los lados. Pues bien, el enemigo se dirigi derecho a la trampa, por mitad del valle, como si fueran de paseo. O
bien no esperaban nada, o peor, les daba igual. An no tenamos ni idea de la concentracin de poder que haba en cada uno de ellos, y al revs, pensamos que no
conocan nuestra fuerza.
A la seal todos bajamos por las laderas atacando desde tres lados a la vez, y sin perder la formacin.
La primera lnea muri degollada por sus propias espadas.
La segunda, mientras luchaba por controlar sus armas, caa en el suelo agarrndose la garganta.
Las lanzas arrojadas se volvan en el aire para ser descargadas con redoblado impulso contra nosotros.
Las flechas se partan contra una especie de pared de cristal que avanzaba con ellos.
Mientras todo esto suceda, varios de ellos surgieron volando por encima de nuestras cabezas, protegidos por una burbuja de cristal, buscando y matando nada
ms que a los oficiales. Comprend que nuestra esperanza de vida poda medirse en minutos, pues sin la disciplina aquello sera un caos.
Pronto avanzbamos pisando cadveres mientras an no habamos hecho contacto alguno con el enemigo. Pero lo peor estaba an por llegar.
Nuestro nmero hizo que la lnea se extendiese de forma natural rodendolos, hasta que hubo ms de uno de nosotros por cada brujo en la lnea de frente, y esto
hizo que aflojaran las bajas. Sin embargo, pareca que disfrutasen con tanta carne de sacrificio, pues se esmeraban con cada muerte.
Las espadas de nuestros compaeros cados flotaban en el aire buscando nuestros cuerpos.
Esferas luminosas se formaban en la nada para disolverse despus estallando en relmpagos asesinos.
A veces uno de nosotros se elevaba en el aire unas varas para morir desmembrado derramando sangre y vsceras sobre nuestras cabezas.
Sentimos las bolas de fuego de las leyendas en nuestra propia carne. Veamos a nuestros compaeros gritar y correr envueltos en llamas, sin poder hacer nada ms
que apartarnos para no arder.
Yo avanzaba junto a Injo, mi camarada de tantas campaas. De pronto una espada cada se levant del suelo rajndole la barriga. Cay de rodillas sujetndose las
tripas. Yo me qued quieto sin saber qu hacer. Al fin se desplom en un charco de sangre. Le o expirar. Aun as, me arrodill junto a l, y comprob que no tena
pulso. Me levant lleno de rabia, decidido a llevarme a alguno de aquellos brujos por delante aunque me dejase la vida en el intento.
Sin embargo Injo se levant.
De su vientre an colgaban sus tripas y la sangre segua desparramndose sobre sus ropas. Su mirada extraviada, sus ojos vacos. Pero su mano agarr la espada.
Y me atac. Pareca una marioneta, pero era Injo, y yo an era incapaz de levantar mi arma contra l. Apenas pude lograr sostener mi escudo para parar sus golpes.
Despus su cara se contrajo y y sonri!
El narrador ocult su rostro entre las manos, e intentando tragar saliva por una garganta incapaz de cerrarse, musit:
-Sonrea. Era cadver. Sus ojos muertos. Su cara entera te gritaba dolor. El dolor que haba debido padecer al final. El peor dolor. Y su boca sonrea. Su maldita boca
sonrea. Sonrea, sonrea
Una mano amiga prest calor sobre su hombro. Un apretn lento y firme que serva para recordar que ya no estaba all. El tiempo haba logrado reducir a recuerdos
lo que su mente era incapaz de aceptar como tales. Un vaso de agua para aclarar la voz y lavar la angustia. Unos suspiros. Un ser que volva a recuperar algo de
dignidad, y el relato continu.
-Jams, en toda mi vida haba visto nada ms espantoso. Y te lo dice un soldado viejo. Logr rehacerme y luchar contra l. Cerr los ojos al lanzarle una estocada.
La hoja entr. Pero no sirvi de nada. De un giro brusco, con la espada entre sus costillas, me la arrebat. Y con aquella cosa clavada se me acerc. Yo retroceda sin
saber qu hacer. Mientras, como si unos dedos invisibles jugasen con su rostro, mil expresiones imposibles se formaban en la cara de mi compaero y hasta alcanc a
escuchar un repugnante gorgoteo en la sangre de su garganta que pareca amortiguar una carcajada de ultratumba. Ca de espaldas temblando de puro pnico. A mi
alrededor o los gritos de terror de otros que parecan correr mi misma suerte. No s cmo no me qued paralizado all mismo. En cambio, mi mano toc la empuadura
de un arma cada. Reaccion cortando su brazo cuando se ech sobre m. Cre que aquella pesadilla haba acabado cuando la espada, sola, con la mano an agarrada, vol
en el aire hacia m.
A contraluz no se poda ver con nitidez el macilento rostro del narrador. Sus ojos plidos, con aire ausente, nunca enfocaban al oyente, sino que parecan estar
viendo siempre algo ms all, no necesariamente de este mundo. Sus arrugas se contrajeron revelando una vejez prematura. El gesto pareca de un dolor imposible,
sentido quizs ms en el alma que en la carne, donde su cuerpo desnutrido y castigado pareca seguir vivo ms por inercia que por voluntad. Su respiracin agitada y
casi convulsa, era un eco de lo ya sufrido. Le costaba descubrir que aquello ya haba pasado y que lo que jams esper, su supervivencia, era ahora un hecho. Una vez
comprendido esto, pudo sosegarse un poco para poder continuar.

All estara ahora, con todos aquellos cadveres si no fuera por un jinete que se desplom sobre cuerpo y arma, enterrndolos bajo su masa.
Mir hacia nuestros enemigos y vi que gesticulaban con movimientos forzados, me di cuenta de que stos se correspondan con los que hacan los cadveres. Me
cost rehacerme de la impresin y comprender que mi amigo no haba vuelto del infierno para obedecer a sus invocadores, sino que slo era un cuerpo muerto
gobernado por aquellos brujos, que en su retorcida mente se las ingeniaban para causar el mximo terror posible.
Pero tambin comprend otra cosa. Todo aquello requera un gran esfuerzo, y el sudor que empapaba sus ropas lo confirmaba. La esperanza me dio fuerzas y
soltando cualquier arma que pudiera servirles sal corriendo dispuesto a matarlos con las manos desnudas.
Las catapultas haban abierto una brecha en su cpula de cristal. All nos lanzamos unos cuantos junto con los restos de la caballera. Logramos atravesar sus
defensas y encontramos unos hombres agotados e incapaces de hacernos frente.
Nos cebamos sobre ellos.
Yo jams disfrut de una muerte. Para m la lucha era un juego donde arriesgas la vida a cambio de dinero. Pero jams sent placer con el sufrimiento de otro
hombre.
Esta vez no fue as.
Estrangul a uno disfrutando con ello. Aquellos seres eran unos carniceros, sin pice de humanidad. Era un odio salvaje que me peda hacer con ellos lo que haba
visto en decenas de mis compaeros.
Pero no dur mucho. Estaban bien disciplinados y relevaron la primera lnea con tropas de refresco. Dejaron de atacar para concentrarse todos en levantar un
nuevo muro. Pareca hielo, pues al tocarlo dola de fro. Cuando se sintieron seguros volvieron a matar. Esta vez no se entretuvieron en provocar el espanto, sino que
fueron rpidos y eficaces.
Entend que aquel cambio estaba planeado. Supongo que para ellos habra sido ms fcil romper nuestra moral, y despus, al dispersarnos, ir cazndonos uno a
uno. Pero la situacin era diferente. Habamos resultado ms audaces de lo esperado y ahora sabamos que podamos matarles.
Logramos romper su escudo un par de veces ms. Pero en cada envite perdamos muchos hombres. En cambio, de los suyos, apenas caan unas pocas docenas.
Sabamos que estbamos muertos. A esas alturas de la lucha no guardbamos esperanzas. Los pocos que quedbamos en pi continuamos embistiendo como
locos. Hasta el ltimo de nosotros lo intent con el resto de su fuerza.
Lo ltimo que recuerdo es un golpe en el casco que me dej inconsciente.
Al da siguiente despert bajo una ordenada pila de cadveres. La sangre empapaba mi cuerpo. Goteaba sobre mi cara y un escalofro me sac de mi aturdimiento.
Tuve mucha suerte de que el peso no cayera sobre mi vientre, pues habra muerto asfixiado. An no haba amanecido y todo era silencio. Con un enorme esfuerzo logr
salir. A la luz de luna que entraba en aquella gruta pude distinguir varias carretas cargadas con cuerpos.
Yo senta que deba de estar entre ellos. No entenda que haca vivo all, con todos los mos muertos y sin un sitio propio al que ir. Pero el miedo me hizo
levantarme e intentar huir.
La salida estaba vigilada. As que me escond en un saliente junto al techo. Desde all los espi. Al alba entraron algunos esclavos. Los brujos atizaron sus ltigos.
Vi como desnudaban a los cadveres, los despellejaban y descuartizaban para echarlos en enormes calderos de agua hirviendo. Luego metan la carne humana deshuesada
y cocida en carromatos que salan en cuanto estaban llenos. El trato con los esclavos era salvaje. Cuando stos no podan continuar -algunos vomitaban, otros
sencillamente eran incapaces de desmembrar a sus propios compaeros-, eran castigados hasta la muerte. Luego sus cadveres pasaban al montn.
Yo pensaba que las leyendas eran exageraciones. Pero estaba descubriendo que aquellos salvajes eran canbales. Qu otras cosas seran entonces ciertas tambin?
Trat de serenarme y no desquiciarme all mismo.
Pas varios das sin comer, estudiando sus costumbres, buscando el momento mejor para escapar. A partir del tercer da dejaron el proceso. Se ve que al pudrirse,
no mereca la pena seguir con aquella carnicera.
No tuvieron piedad con los esclavos. Su ltima tarea fue arrojar los cadveres a la fosa sobre la que fueron seguidamente ejecutados.
He sido mercenario muchos aos y he visto muchas atrocidades en la guerra. Las mayores se hacan con un odio ms o menos justificado, o bien obedecan a un
fin: el escarmiento o el miedo. Pero esos demonios
El mercenario se tom su tiempo para organizar lo que tena que decir. Slo aqu se apreciaba alguna voluntad en su mirada, algo que pareca resucitar el cadver
que llevaba dentro. Quizs la razn final de su supervivencia. Sus palabras sonaban convincentes, meditadas.
-S que no puedo asegurarlo, pero son demasiados indicios como para estar equivocado. En mi vida he asistido a la expansin de ms de un reino. Y ninguna se
desarroll como sta. Por ejemplo, jams he visto a los civiles ir al paso de las tropas. Normalmente stos ocupan ciudades o territorios despus de que el ejrcito
asegure las plazas. En cambio estos brujos llevaban tras de s a todo su pueblo. Lo utilizan para aprovisionar al ejrcito. Viven y duermen en tiendas de campaa, tanto
nios como mujeres y ancianos.
Para qu conquistar entonces tantas tierras? En vez de ocupar las ciudades, las saquean de cuanto necesitan y siguen adelante. Pero sin tomar oro ni joyas, tan
solo comida. Parecen langostas que asolan por donde pasan. No se molestan en cultivar nada. Dejan los campos abandonados, sin esperar a la cosecha ni cuidarlos.
Si no desean la tierra, ni el botn, qu entonces?
Durante todo el tiempo se haba expresado sin levantar la voz, sin apenas gesticular. En cambio ahora movi sus brazos con vehemencia, y sus ojos parecan a
punto de salirse de las rbitas.
-Quieren exterminarnos!!

* * *

No poda dejarla ir. Esta vez no. No estaba dispuesto a esperar otros cinco o quizs ms aos para verla. Necesitaba hablar con ella. Llegar al fondo de todo.
Aclararlo todo. Y si una vez exploradas todas las posibilidades no haba ninguna de que estuvieran juntos, entonces, slo entonces, tendra que asumirlo. Quizs no lo
consiguiera nunca, pero al menos sabra que no haba nada por intentar. Pero aquel tormento, otra vez, no.
Entre Azuara y l se interpona aquel cuartel lleno de kaiyas. As que esper hasta la noche. Rob la gema del microscopio ureo. No le import. Quizs porque en
aquel momento no le interesaba otra cosa que no fuera llegar hasta ella. O quizs fuera porque en realidad no senta ningn peligro. Qu mal poda esperar un nicso de
la justicia de Silkara? Algo, en algn lugar de su conciencia se revolvi inquieto. Un recuerdo de unas palabras de su padre, sobre el poder, sobre su capacidad de
corromper. Un recuerdo interesadamente reprimido antes de emerger.
Eligi la cspide de una torre cercana. Se acomod sobre ella y se concentr sobre la hurtada gema. Un finsimo hilo astral se proyect hacia el cielo nocturno,
atraves el permetro custodiado por los centinelas kaiyas a una altura ms que segura, y desde all se precipit hacia el edificio. Cruz con cuidado el tejado, consciente
del riesgo de contactar con algn extrao. Cada vez que descubra una nueva cmara, se detena para usar las funciones de la gema, viendo y escuchando tal y como si
estuviera all presente. De ese modo fue pasando de habitacin en habitacin, con aquel hilo ureo reptando por techos y paredes, entre silencios, ronquidos, brillos
inquietos en charcos de cera y sombras rectangulares sobre paredes espartanas.
Era un edificio enorme, pero desde un principio fue capaz de sentirla. Azuara tena un olor astral, un dbil resplandor de emociones y sentimientos que refulga en
el vaco ureo, guindolo cada vez con ms nitidez. Era otra de las cosas que slo perciba de ella.
Al llegar a su habitacin estuvo seguro de su presencia, aun antes de usar las funciones para explorarla. Se avergonz durante un instante por invadir un lugar
privado, no obstante jurara que ella tambin lo estaba sintiendo a l, aunque slo una nfima fraccin astral suya estuviera presente. Abri primero el sentido auditivo,
y escuch su respiracin. No era lenta y susurrante como la de las otras habitaciones, sino rtmica y fluida. Estaba despierta. Sera por l? Desde cundo habra
intuido que vena?
Permiti el flujo de imgenes y la contempl en el centro de la habitacin, erguida, con la mirada alerta justo al otro lado de la palmatoria, como queriendo alumbrar
la sutil hebra astral que se haba colado en aquel desierto rincn.
Ya estaba. Lo haba conseguido. Y ahora qu?
Durante unos instantes ambos se quedaron inmviles, contemplndose mutuamente. l sin decidirse a tocarla, o tan siquiera a susurrar una palabra. Ella en actitud
agresiva, sabiendo que tena que defenderse de l, repelerlo, pero sin desearlo en absoluto, anhelando en realidad una caricia de su alma.
Los suaves golpes en la puerta alertaron a ambos, rompiendo el hechizo. Taigo se repleg hacia el techo, manteniendo sus sentidos activos sobre el habitculo.
Azuara abri la puerta.
- General?! -dijo sorprendida.
- Buenas noches. Esperas visita? -dijo Minios observando la vela encendida.
-Qu? Oh! No. Pero, qu hacis vos aqu a estas horas?
-Algo que he de tratar en privado -dijo echando una ojeada al pasillo. Azuara se hizo a un lado invitndolo a pasar. Minios acept la silla que se le ofreca. Ella dej
la palmatoria sobre una mesa pequea y se sent al otro lado-. Tengo una misin muy urgente y pocos a los que la pueda confiar.
-Y confiis en m? -dijo extraada.
-No te conozco, oficial. Pero an recuerdo aquella vez que me rogaste que te enviara al oeste.
-Entiendo. Nadie que quisiera espiar aqu pedira semejante destino no? -Minios enarc las cejas como respuesta-. Bien, cul ser mi misin, seor.
-Debers ir aqu -el general despleg un mapa sobre la mesa. Su ndice se desliz por el pliego hasta la lnea que marcaba la frontera entre Tamaria y Lucinia-. Hay
un pequeo lago sobre una altiplanicie que emerge de los Pantanos Negros. Junto al lago, a corta distancia, encontrars una antigua construccin, rodeada de maleza.
Tienes que registrarla y traer todo lo que encuentres de valor.
-Nada ms? Parece fcil. Dnde est el peligro?
-Como te he dicho, no confo en nadie. Nuestros enemigos pueden haberse enterado ya, y haber enviado a alguien. Tifern ya ha sido avisado y se dirige hacia all,
pero t, a bordo del ngel, puedes llegar antes.
-El capitn Tifern? -dijo con los ojos muy abiertos-. Seor, qu puede haber all tan importante?
-Era el refugio de Dogantes -Azuara se qued boquiabierta-, as que puede haber de todo: libros de tcnicas olvidadas, instrumentos para la fabricacin de los
cristales, los famosos dcuatil, incluso -Minios suspir-, incluso el lumen.
Azuara fue incapaz de moverse durante unos instantes. Luego salt de la silla hacia su armario, y sobre la misma tnica de algodn ligero que usaba para dormir,
comenz a vestirse.
-Si por desgracia llegaras demasiado tarde -prosigui Minios-, espera a Tifern. Supongo que l ya lo sabe, pero, por si acaso, te lo dir a ti. Los rucainas tendrn
que sacar esas gemas atravesando territorio hostil, as que usarn casi con toda seguridad la secta de Saifel como apoyo.
-La secta de Saifel -repiti extraada mientras se anudaba las botas-. Por qu usar una secta perseguida en casi todo oriente?
-Por dos razones. La primera es que los rucainas estn infiltrados entre ellos hace siglos. La segunda es que este ao ser la Pancomunin -Minios se levant
encaminndose a la puerta.
-Claro!, podrn escabullirse entre los miles de peregrinos -Azuara comprob que en su mochila tena todo lo necesario y sigui al general.
-Desde los pantanos Negros, probablemente iran a Daza -continu Minios-. Si all no encontris nada, seguid la peregrinacin desde Nahum-Sala y
Las voces se perdieron tras la puerta, pero a Taigo no le interesaba nada ms. Repleg su hilo astral. Vol hacia el puerto militar tan rpido como pudo. Lo
atraves y se dej caer por el abismo que defina su lmite. La eterna nube que ocultaba Silkara estaba a sus pies. Arriba el cielo del este, brumoso y oscuro. Por all
deba salir el ngel, as que se aplast contra la roca en el borde de aquella isla volante que llamaban el Refugio, donde no pudiera ser visto, y se dispuso a esperar.

* * *

No quera pronunciar esas palabras y sin embargo lo estaba haciendo:
-Amigos, llevamos aos divirtindonos en sus fronteras, verdad, Muca? -dijo sealando a uno de los presentes. El aludido respondi:
-Y sobre todo con sus mujeres! -todos rieron. l mir a otro.
-Y si Muca disfruta en Tamaria, no haces t lo propio en Lucinia, Etanio?
-Las luas son ms fieras pero, si las domas, ms fogosas.
Las carcajadas se duplicaron. l ri tambin, pero no era su risa, aunque los dems no parecan notarlo. Deseaba gritar, advertirles de aquella farsa, pero no poda,
ahora no. Quizs porque en el fondo no le importaba demasiado. Cuando las risas disminuyeron su cuerpo volvi a hablar:
-Se lo merecen!
-S! -gritaron todos.
-Acaso no nos tratan con la punta de sus botas cuando intentamos comerciar en sus ciudades? Sabis a qu precio venden en el interior las pieles que nos
compran a nosotros?
-Usureros! -gritaba uno.
-Malditos avaros! -escupa con rabia otro.
La turba que conformaba su audiencia estaba bastante animada con la cerveza de media maana. Y aunque l no haba probado una gota se senta ms ebrio y
confuso que todos ellos.
-Pues yo digo que ya est bien de conformarnos con sus migajas. Los hicunos somos ms fuertes que ellos, y merecemos ms de lo que tenemos.
En un rincn de su mente, el sabio poltico que una vez haba sido, sealaba el peligro de los disparates que estaba oyendo.
-S! -contestaron.
-Ya basta de asaltar caravanas, y saquear poblachos. Ahora tenemos poder para someter a sus ciudades. Si conseguimos conquistar Yadn en Tamaria y Jamua en
Lucinia, controlaremos el comercio.
Acaso son tan estpidos que creen lo que estn oyendo? No ven lo que va a pasarles?, pens. Saba que aunque conquistasen sendas ciudades, tarde o
temprano volveran a manos de sus soberanos. Ellos no estaban acostumbrados a otra forma de lucha que no fuera sobre sus monturas. No saban vivir en ciudades, y
sobre todo no tenan la cohesin suficiente como para permanecer unidos si las cosas se torcan. Slo eran un puado de tribus, con cabecillas veleidosos.
-Eso! A la mierda sus aranceles! -gritaron con desprecio los que estaban cansados de pagar para entrar en los mercados sin saber siquiera si podran o no vender
lo que traan.
- Todas las caravanas tendrn que pagarnos a nosotros los impuestos, y sin tener que asaltarlas ni jugarnos la vida
Como espectador de s mismo no poda dejar de admirar la maestra con que usaba la oratoria. Prometa lo que deseaban. Sus planes parecan de pronto solventar
todos sus males. Cun borregos pueden ser los hombres cuando se los trata en masa, se lament. Pero todo segua pareciendo como una historia vieja contada por sus
sentidos en vez de viva y presente ante s.
-Bien!
- Venderemos nuestras pieles a su justo precio y ya no se atrevern a insultarnos
Aquellos eran sus amigos, un atajo de brutos que recurran a la rapia cuando no haba ms remedio, pero pacficos si sus estmagos estaban saciados. Buenos o
malos eran sus hermanos de Las Llanuras, compaeros del viento. Y l los haba acaudillado con astucia y prudencia mantenindolos unidos. Hasta ahora.
-Hurra! -vitorearon brindando.
- Y nuestros hijos heredarn un reino poderoso y temido. El reino hicuno. Por la conquista!
-Por la conquista!!
El entusiasmo corra igual que la cerveza. Los cuernos llenos de espuma pasaban de mano en mano, se volcaban sobre bocas barbudas y se clavaban en la hierba.
Para l en cambio, la noticia no haca ms que engrosar un ptrido lago en el que se ahogaba haca ya tiempo. Vea todo turbio, a una distancia inalcanzable para su
voluntad extinta. Saba que se estaba forjando una bacanal de sangre pero no luch, no hizo nada. Incluso cuando vio ante s su cuerno alzar, en un gesto tan antiguo
como su pueblo, en un smbolo que de joven le haca estallar de orgullo, incluso entonces no intent nada.
-Por los hicunos -todas las caras cambiaron. Unas slo un poco, otras se volvan muy serias, pero tras ellas todos beban del mismo sentimiento. Uno expresado en
el brindis de su pueblo. Todos corearon al unsono:

Somos sombras sin edad ni tiempo,
sin ms ley que el valor con la espada,
sin ms dios que el que sentimos dentro.

Slo a nuestra voluntad servimos,
para hallar a la mujer amada
y atrapar en un puo los sueos.

Desde aqu proclamamos al mundo:
no hay trono mayor que nuestra silla,
ni hay imperio ms vasto que el nuestro.

Somos sombras sobre el verde llano,
no podemos temer a la Parca,
pues las sombras mueren en el Viento.

Las jarras sonaron y, tras un largo trago, miles de gotas salpicaron el aire, pues ningn jinete brinda sin hacer su ofrenda al viento. De su ojo escap una lgrima que
rpidamente sec su mano nerviosa. Se dio cuenta de que haba sido suya, extraamente suya pues su cuerpo no le perteneca desde haca rato. Le quedaba algo de
fuerza? Algn sentimiento que no estuviera aplastado por su tristeza? Una chispa capaz de romper los hilos de sus titiriteros?
Tras el brindis vio cmo saludaba a los principales jefes y se disculpaba por tener que retirarse pronto. Dirigi cuantas peticiones y consultas le hacan hacia sus
consejeros, y se escabull con presteza hacia su crcel de pieles.
Una vez dentro, volvi a sentirse completo y a la vez ms preso. Sus ojos volvan a ser suyos, sus manos, todo le obedeca de nuevo. Pero para l consista en
despertar de una pesadilla para caer en otra peor. Deseaba llorar, pero no poda, no haba lgrimas suficientes en el mundo para lavar su dolor. Un dolor ms grande que
l mismo. Por eso, la extraa pregunta era tan natural para l:
-Cundo me dejaris morir?
Tres hombres se agrupaban a la entrada de la tienda. Dos de ellos visiblemente agotados, el tercero contest:
-Pronto.
-Dijisteis que sta sera la ltima vez.
El guardin no respondi. Nuevamente haba sido engaado. Lo sospechaba, pero no tena nada que hacer. No poda rebelarse. Lo haba intentado muchas veces y
siempre estaban pendientes. Casi deseaba pensar en la frustracin de su huda o en las calamidades que le esperaban a su pueblo que en lo otro.
Consider lo que estaba pasando con las tribus de Las Llanuras. Cunto tiempo haba logrado l preservarlas de ser masacradas por un ejrcito disciplinado de
cualquiera de las potencias circundantes. Si se miraba bien, era un autntico milagro que no hubieran sido conquistados o sometidos por el Imperio, Lucinia o Tamaria.
Cualquiera de ellas tena poder sobrado para vencerles. Slo un cmulo de casualidades polticas y su astucia para aprovecharlas les permita sobrevivir independientes.
Pero sus xitos haban fomentado una malsana vanidad que ahora alguien estaba utilizando contra ellos.
Su pensativa mirada se pos sobre la exquisita alfombra y al fin los recuerdos afloraron, un momento temido e inevitable. Era como caer en un torbellino del lejano
mar oriental y sentir la succin de sus aguas fras y profundas. Desear salir, nadando con todas tus fuerzas, y sentir la inmersin a travs del vrtice. Notar tus
pulmones estallar mientras sigue arrastrndote hacia el fondo, y cuando transgredes tu lmite de dolor varias veces, cuando deseas que la muerte te libere de tamao
sufrimiento, saber que no llega ni llegar por mucho tiempo.
Haca tan slo unos meses su esposa y su hijo haban estado sobre esa misma alfombra. Ella apenas poda reprimir su alborozo. Intua por tanto que era algo bueno
pero no poda ni imaginar cunto. Su hijo, con gran satisfaccin le dijo: Tengo un regalo para ti, padre. Alarg su mano y envuelta en pieles estaba La Sagrada Joya. Al
desenvolverla la identific inmediatamente. Nadie la haba visto jams, siempre descrita slo a travs de las leyendas, y sin embargo no haba duda. Sus grabados, sus
gemas, y todo en ella certificaban su autenticidad. Dej caer La Sagrada Joya sobre aquella alfombra. Ya no le importaba aunque fuera el tesoro ms codiciado durante
siglos. l slo tena manos para abrazar a su hijo.
l mismo lo haba intentado en su juventud, y haba estado a punto de perder la vida en aquel bosque animado. Sin embargo all estaba su vstago, su propia carne
y sangre superando al padre, mejor promesa de lo que haba sido l en sus tiempos. Entonces s que tuvo lgrimas, pero stas escanciadas de orgullo. No todos los das
se recibe La Sagrada Joya. Menos aun se conoce a un hroe viviente. Y slo un afortunado puede ser su padre.
Ahora la Muerte se los haba llevado para siempre, dejndolo a l solo, para recibir su merecido castigo. Si grande era el amor por ellos, mayor era el dolor ante su
ausencia. Inconmensurable la agona por saber suya la culpa.
El dolor continuado haba ido destrozando su voluntad, consumindole por dentro y vacindolo de todo lo que una vez haba sido. Ahora slo era un cadver
viviente buscando su tumba. Un despojo humano incapaz de sostenerse.
Se desplom sobre la alfombra, sin poder llorar, con los ojos hundidos y la mirada perdida. Uno de sus carceleros se acerc con un bebedizo. Lo trag sin ms, era
una puerta a la inconsciencia. Tambin a las pesadillas, pero en aquella situacin dara lo que fuera por escapar de la realidad.
En cuanto estuvo dormido los tres guardianes hablaron.
-Cmo ests?
-Un poco mejor, pero me ha pegado un buen susto.
-No es posible! Pero si est bajo mnimos. Ahora mismo tengo ms miedo de que se muera de tristeza que de su resistencia a la posesin.
-No es eso. Si casi he aguantado veinte minutos seguidos.
-Es verdad -interrumpi el tercero-. Hoy, turnndonos los tres hemos superado las dos horas -el otro continu:
-Fue un imprevisto. Haba un fuerte sentimiento oculto en aqul brindis. Por fortuna su alma emergi slo hasta sus ojos. Espero que nadie lo haya notado.
-No te preocupes, esos akai se han comportado segn lo previsto.
-La verdad es que es increble el grado de anulacin que hemos logrado en l. Cuando mi aura entra en su carne, su alma apenas opone resistencia.
-S -dijo el otro con un gesto de repugnancia-, deba de quererles mucho. Esa retorcida trampa que
-No te angusties, Andral, estamos en guerra. Imaginas las vidas rucainas que salvaremos cuando el frente llegue a estas tierras?
-S, ya s que en este sentido los planes han salido mejor de lo esperado. Si estos hicunos se aferran a las ciudades y no huyen a las primeras de cambio, ser una
carnicera. Menos soldados a los que enfrentarse despus. Pero aun as, no podramos matarlo y usar su cadver? Nos cansaramos menos.
-Sabes muy bien que no podemos arriesgarnos. Los gestos no salen tan naturales, y estamos a punto de enviar a miles de hombres a la guerra. No podemos
permitirnos sembrar ni una mnima incertidumbre.
-Cmo va el tema de los tmulos?
-Los sacerdotes de Saifel tendrn pronto una cuadrilla de esclavos lista para enviar.
-Necesitaremos muchos. Por lo que sabemos, los ermitales rompan primero los cristales antes de arrojarlos a los tmulos. O sea, que encontraremos miles de
lascas inservibles. Va a ser un trabajo duro.
-Ya, pero si todo marcha segn lo previsto podremos trabajar a plena luz del da, sin preocuparnos de ser descubiertos.
-T crees que si nos vieran se atreveran a reaccionar?
-No es slo eso. Los kainum se enteraran, y se es nuestro principal peligro, pues adems de expulsarnos de los tmulos, estaramos armndolos con el mismo
arsenal que queremos llevarnos.
-Tienes razn. Nos atendremos al plan previsto.
Fuera, la algazara se dejaba or entre las tiendas. El jbilo a la luz del sol de tantos hombres contrastaba con el pozo de tristeza de un caudillo dentro de su crcel de
piel.

* * *

-Bien, tras los informes obtenidos en los territorios occidentales, cmo resumirais la situacin, capitn Lusto?
-Seor, nos hallamos ante una amenaza difcil de medir. En el mejor de los casos la invasin rucaina acabara antes de alcanzar los lmites del imperio. An as,
estaramos sometidos a su influencia y al capricho de sus imposiciones, dada su evidente superioridad militar. Sin olvidar el problema de los refugiados, que podran
contarse por centenares de miles. Pero sera el mejor y menos probable de los casos.
-Menos probable? No entiendo, capitn. Entre el paso de Humor y el imperio hay suficiente tierra para albergar a diez veces su poblacin, y eso ocupando slo
los valles ms frtiles. Por qu no habran de conformarse con eso?
-Es su forma de actuar, seor. No se parece a una invasin normal.
-No son un pueblo normal. Se trata de una cultura diferente. Se comportarn de forma diferente tambin en la guerra.
-Coincido, seor, pero aun as hay cosas difcilmente achacables a su cultura. Por ejemplo, por qu arrastrar civiles con el frente? En cualquier cultura, al menos
los nios y ancianos son protegidos alejndolos de la lucha. Sin embargo ellos los llevan consigo.
-Eso no demuestra nada.
-Bien, pero no es slo eso. Tampoco cultivan los campos conquistados, dependen exclusivamente del botn para mantenerse.
-Eso es lgico, si tuvieran que mantener una lnea de suministros, la invasin sera mucho ms lenta, como ocurre con nuestros ejrcitos.
-Ya, y evidentemente se trata de la progresin ms rpida de la Historia. Pero si yo fuera su general, y tuviera tanto poder, no tendra ninguna prisa. Es ms, dejara
que el miedo colaborara en la derrota. Adems, es demasiado arriesgado confiar el mantenimiento de mis hombres a lo que el enemigo pueda o no tener.
-Parece como si tuvieran una terrible prisa -terci uno de los consejeros.
-Exacto! Pero no logro adivinar el porqu.
-Puede que teman algo. Un poder que podamos despertar contra ellos.
-He pensado en ello. Pero los ermitales no parecen esconder nada bajo la manga. Hasta ahora se han mostrado impasibles ante los acontecimientos.
-Quizs no tenga que ver con nosotros.
-Os refers a un problema interno? Lo dudo, pues se requiere una unin muy fuerte para lograr lo que han hecho.
-No, capitn, no quera decir eso, slo que sea algo externo
-Hablad claro, consejero, esto es demasiado grave como para temer malinterpretaciones -dijo el ministro-. Cualquier idea debe ser expresada y considerada como
una ms, sin prejuicios, bajo la luz de la lgica ms fra. Pensabais en el orculo?
El consejero, algo aturdido, asinti.
-Es posible que lo que nuestro orculo vaticinara, ellos tambin. De algn modo su invasin puede estar relacionada con ese dios que vendr.
-Ya -intervino otro consejero en tono irnico-. Y qu mejor que un bao de sangre para congraciarse con la nueva divinidad, verdad? Perdonad, pero si es cierto lo
que el orculo anuncia y esos rucainas vienen a por su dios, dar igual. De todas formas tendremos que luchar contra ellos. Deberamos concentrarnos en cmo
combatirlos y punto.
El debate discurri a partir de entonces por otros derroteros. En cambio para Lusto sus pensamientos continuaron dando vueltas a este punto. Y si haba una
conexin entre el vaticinio y la llegada de los rucainas? Sabran los kainum algo de esto? A pesar de considerarse a s mismo alguien racional, no poda dejar de observar
la espectacular revolucin que el orculo haba apuntillado. Demasiadas religiones, sectas dispares, agoreros y profetas coincidan en la inminencia de algo trascendental.
Y esto era extrao en un mundillo donde no eran capaces de ponerse de acuerdo en nada. Probablemente no vendra ningn dios, pens, pero y si ellos lo creen?
Bastara eso. Una fe ciega sera suficiente para arrastrar a una incruenta guerra a miles. Pero hasta dnde?
* * *

Azuara no tard en surgir sobre aquel estilizado navo con sus velas desplegadas. Ya no se senta tan perdida en aquel ocano de aire azabache, como en sus
primeras salidas nocturnas. La gema del ngel tena todas las funciones que pudiera necesitar. Era sus ojos y sus pies cuando todo a su alrededor se volva tinieblas. La
palp con su aura y percibi los puntos cardinales con total nitidez. En vez de la latitud y longitud visualiz un mapa antiguo, cargado de ciudades y fronteras extintas;
sin embargo con las mismas montaas y ros de la actualidad. Seleccion una direccin de avance y las velas comenzaron a moverse. La energa del viento flua de las
velas a cuerdas y mstiles, y de stos, siempre en la forma ptima, a la embarcacin. De ello se encargaba aquella gema diminuta, diseada con complicados clculos
matemticos, en otra era, cuando los kainum an descubran el mundo. Azuara apenas era consciente de cmo su aura se dispersaba entre los mecanismos de la
embarcacin, cmo los accionaba o cunta fuerza deba transmitir. En su mente tan slo haba unas acciones que elegir, y nada ms. Era lo suficientemente sencillo como
para permitirle pensar y concentrarse en otras cosas. Y una de esas cosas era Taigo.
Lo haba sentido aproximarse en la noche. Lo haba sentido y deseado. Cuando lo detect en su habitacin no se atrevi a usar su aura. Tema fundirse de nuevo y
no tener voluntad suficiente para separarse despus. Por eso se qued all, con aquella intil vela iluminando un rincn vaco. Desde entonces no haba podido
desprenderse de su aroma astral. Le llegaba como vaharadas de un perfume intenso desde un lugar imposible. Jams haba percibido nada ms all de su aura en el
espacio astral, hasta que lo conoci.
Como si acabara de escuchar su nombre, volvi la vista atrs. Y lo vio. Al principio crey que era su imaginacin mostrndole lo que ms deseaba, la interpretacin
de una silueta entre la bruma. Luego lo vio moverse, sus ropas sacudindose con violencia en el viento mientras l se acercaba con tesn.
El pnico la inund. Perdi la concentracin y el ngel comenz a caer. Ech mano de las palancas y dems controles manuales para hacerlo planear. Mir atrs.
Nada. La bruma era densa y apenas haba luz. Poda estar a veinte pasos y no verlo. Volvi a concentrarse y recuper el control del barco. Arriba dese. Sus
tentculos astrales se proyectaron lejos, buscando corrientes, y el navo se elev. El aire se torn ms hmedo y fro hasta que las nubes terminaron. Ahora pudo ver la
Luna, y sta se reflej en aquella superficie algodonosa. La escrut con atencin. Casi jurara que haba vuelto a verlo, pero en ningn momento emergi a la luz.
No era suficiente. Desesperada, sigui subiendo. Conoca los peligros de las corrientes a esa altura, pero tema an ms su presencia. As que cerr la barquilla con
su campo ureo y se elev hasta donde apenas haba aire que respirar. Detect una de esas corrientes y se sumergi en ella. El ngel trastabill al entrar. Los mstiles
crujieron y algunas velas se rasgaron, pero una vez dentro volvi la calma. El aire flua suave a su alrededor, como si nada se moviera. Sin embargo, en la gema, el mapa
se deslizaba a una velocidad insospechada. Mir hacia abajo y slo vio espacio vaco. Pero su olor Aquel olor se resista a desaparecer. Ya no saba si se trataba
realmente de l, o de su mente evocndolo con terquedad.
Saba que permanecer tan alto era peligroso. Bastaba un instante de prdida de concentracin, y el aire que conservaba junto a s estallara. Sin apenas oxgeno y
merced a temperaturas glidas caera en la inconsciencia para luego morir. Pero no se atreva a bajar. Con la gema era capaz de estar concentrada ms tiempo del normal,
aunque jams haba exprimido su capacidad tanto como lo estaba haciendo ahora.
Dej sus ltimos esfuerzos para salir de la corriente. La nave volvi a zozobrar con violencia, pero esta vez logr salvar las velas. Cuando sinti el aire denso se
relaj. Su aura se repleg y volvi a usar las palancas para planear. El sol ya haba salido, pero la capa de nubes permaneca. Dedic un largo rato a observar por la borda
de popa. Saba que era casi imposible que la hubiera seguido. No a aquella velocidad. No durante tanto tiempo. An as, presenta que poda aparecer en cualquier
momento desde aquel impenetrable mar blanco. Lo rehuy cuanto pudo, pero a la altura de su destino tuvo que atravesarlo. Arri todo el trapo y el ngel cay como
una piedra. Azuara tuvo que agarrarse para no salir volando. En cuanto cruz la capa de nubes volvi a extender las velas. Al salir, pudo ver la manta verde oscura de los
pantanos salpicadas de escasas islas claras emergiendo aqu y all. Busc el reflejo del agua, y slo en una lo hall tan grande como para provenir de un lago. Pos la
nave en l y la llev a la orilla. Le cost abrirse paso entre la maleza virgen y atar la proa a un rbol.
-Cre que jams bajaras.
Taigo se apoyaba en un tronco, derrumbado ms que sentado, con la cabeza entre las manos y el aspecto de tener una terrible resaca. Azuara apenas supo
reaccionar.
-Cmo? -musit, totalmente incrdula. l se limit a sacar una gema de su bolsillo.
-Permite cerrar el aura en un hilo muy fino. Con l me ancl a tu barco.
-Y con l pudiste entrar en mi cuarto no? -dijo airada.
-Pudor? Azuara, nos hemos visto el alma cada uno, y me reprochas violar tu intimidad?
-Precisamente! Has profanado mi alma!
-No. T has profanado la ma! Lo llevas haciendo toda la vida, invadiendo mis sueos, contaminando mis deseos, obsesionndome con tu imagen. Nada de eso
eleg yo. Nunca pude decidir. No tuve la oportunidad de conocerte y tomar mi opcin. No la tuve! As que tampoco soy responsable de esto.
Ella qued sorprendida por la ira de Taigo. Jams lo haba imaginado as. Ms aun, saba que l no era as. Slo la desesperacin poda llevarlo a comportarse de
aquella forma. La misma desesperacin que a ella la acuciaba. Taigo, prosigui cambiando a un tono suave.
-Azuara, s que tampoco t eres responsable. Esto que nos pasa puede ser un don o una maldicin. Todo depende de la decisin que tomes.
-No puedo decidir no lo comprendes? Eres lo que ms quiero pero tambin lo que ms odio. Eres un nicso! -inmediatamente baj la vista avergonzada por lo que
acababa de confesar. Acaso se haba vuelto estpida? Senta que perda el control de la situacin, as que de nuevo acudi a la ira, y le espet:
-No quiero un maldito nicso en mi vida!
-Ests segura, absolutamente segura, de que no existe ninguna posibilidad, por remota que sea, de que estemos juntos?
-Estoy segura -dijo desviando la mirada.
-Ni siquiera te has parado a pensarlo.
-Llevo aos pensndolo. No necesito pararme. Y me da igual que en estos cinco no haya podido olvidarte. Aunque necesitara cincuenta, jams claudicar ante un
nicso! Entiendes?! As que lrgate, tengo una misin que cumplir -y ech a correr.
Ella, una kaiya, una oficial que haba enfrentado mil peligros all en el oeste, sin amparo de nadie, ahora estaba huyendo de un hombre sin mayor peligro que su
palabra.
No. l no era el peligro, pens. El verdadero peligro provena de ella, de sus propios sentimientos hacia l. Y de esos no poda, no saba huir. Sin embargo se afan
en atravesar aquella tupida maleza, en alejarse de l. Corri esquivando troncos y saltando zarzas. Esper que sus ltimas palabras lo detuviesen y dese lo contrario.
Justo lo que obtuvo. Oy el crujir de la maleza al paso de l, ora cerca, ora lejos, pero siempre tras de s. Alcanz un vetusto sendero y se lanz a la carrera.
Slo pensaba en huir. Por eso no recapacit en la importancia de aquel sendero. Ni siquiera recordaba la misin cuando se top con la casa. Aunque no repar en
sta. Se detuvo por la visin de un enorme grifo de plumas negras junto a la puerta. No tuvo tiempo de reaccionar. Sinti el agudsimo dolor en la cabeza al mismo
tiempo que el sabor de un aura enemiga. Cay de bruces sobre el suelo y a punto estuvo de perder la consciencia. Con toda su fuerza de voluntad reprimi los gritos de
dolor mientras permaneca alerta.
Oy a Taigo desplomarse tras ella. Apret los dientes para no gritar de impotencia, o cometer la estupidez de lanzarse contra un enemigo cuyos poderes ella ya no
comparta. En vez de eso desliz con sutileza su mano hacia una daga y esper.
-Los has matado? -dijo una voz desde la casa.
-Importa? -sta sonaba estridente, apenas pareca humana.
-Vale, da igual. Ya tengo los dcuatil.
-Y el lumen?
-No est. Es lo nico que falta en esa vitrina. No he encontrado nada ms.
-Espera y sos?
Azuara sinti de nuevo el contacto astral extrao recorriendo su cuerpo. Comenz en las botas, y luego fue ascendiendo. Saba que en cuanto llegara al pual estara
perdida. Poda soltarlo, y simular su inconsciencia. O poda probar arrojarlo. Los dcuatil, armas terriblemente poderosas, estaban en juego. Qu deba hacer? El aura
subi vertiginosamente, y su mente militar dej de pensar y actu. La daga vol girando en el aire. El ala del grifo se movi, un destello astral la acompa, y el arma
cambi de direccin. Nadima rod frentica intentando esquivarla. El arma la persigui. Tuvo suerte: fue el pomo y no la hoja lo que golpe con violencia su crneo.
Esta vez el universo se apag.
Cuando abri los ojos tard en cerciorarse de dnde estaba. Descubri que an segua viva, en el mismo lugar, slo que con un dolor horrible en la cabeza. Un
rostro que no esperaba, la miraba a corta distancia.
-Azuara. Has dormido bien?
-Ti Tifern?
Azuara reconoci al capitn ms singular de los pocos con quienes haba servido. Siempre le haba parecido el arquetipo del guerrero, por su complexin fuerte y
elevada estatura, pero al estilo akai, un caballero propio de una guardia real. Hasta llevaba una espada antigua de la que jams se separaba. Aunque, bien mirado, todo en
l sonaba a antiguo, desde su anillo de plata donde la filigrana desgastada emerga de una ptina de xido negro, hasta su perilla pulcra y recortada. Si bien pareca un
hombre del pasado, aquellos ojos oscuros y penetrantes no parecan perderse nada del presente.
-Yo prefiero capitn Tifern, ya sabes, por aquello de mantener el respeto a tu superior y todo eso. Que si no luego hay que recurrir al rollo de los latigazos, y
despus queda uno mal, y nadie te invita a su boda, ni a las partiditas de ajedrez, et ctera.
-Lo, humm -dijo palpndose con cuidado la nuca-, lo siento seor.
-Duele eh? Prima facie, no tienes nada ms que un chichn. Bueno dos, pero con uno de ellos igual podras ensartar una sanda. Lo mismo que l. Quin es?
-Un eh un mdico de Silkara.
-Anda, con personal mdico en las misiones! Pues a m no me han enviado ni siquiera a una pobre fmula. Me bastara con una guapa enfermera. Me quejar a
Minios. Bueno, parece que se nos han vuelto a adelantar esos rucainas verdad?
-S. Fueron dos. Uno de ellos era un monstruo alado. Se llevaron los dcuatil.
-Ests segura? -dijo cambiando a un tono inusualmente serio.
-Eso dijeron.
-Entonces no hay tiempo que perder. Dnde est el ngel?
-Lo dej amarrado en el lago.
-Qudate aqu, ir yo por l. T no ests en condiciones an. Tendrs que reponerte en el viaje. El mdico se tendr que quedar.
-Lo dejaremos as? Slo?
-Es un civil, y nosotros debemos movernos muy deprisa. No te preocupes, aqu no hay nada peligroso. Podr volver por sus medios en cuanto se reponga.
Tifern desapareci por el sendero. Ella se incorpor llevndose la mano a la nuca, donde un serio hematoma comenzaba a abultarse. Se arrastr hasta Taigo. Lo
llam pero no se movi. Tena miedo de tocarlo, pero tema an ms que le hubiera pasado algo grave. Palp su cuello y respir aliviada al sentir el pulso fuerte, an
ms por no perderse en la disolucin astral. Tambin presentaba la misma contusin que ella, pero no pareca peor. Tan slo le estaba costando salir algo ms de la
inconsciencia.
Entonces se sinti extraa. Saba que tena que huir de l, que ahora era sin duda el mejor momento. Pero saber que l no poda hacer nada, tenerlo all a su merced
le resultaba demasiado tentador.
Apart sus cabellos y contempl su rostro. Un rostro con el que haba soado toda su vida. Slo un poco ms maduro ahora. Imposible imaginarlo ms atractivo.
No se dio cuenta de cundo haba empezado a acariciar su piel, extasiada como estaba, observndolo. Sus ojos se detuvieron en sus labios. Cundo haba puesto la
cabeza en su regazo? Los ojos cerrados, el rostro relajado, invitando a todo sin consecuencias. Por qu no?, se dijo, y lentamente, muy despacio, saboreando un deseo
que haba arrastrado media vida, acerc sus labios.
Acaso se estaba comportando como una estpida? Si deseaba besarlo por qu no fundir sus auras? Era sin duda algo muchsimo ms satisfactorio. Entonces
asaltaba aquella maldicin infame: nicso, nicssso, NICSO!!.
Y todo volva otra vez.
Se detuvo a un dedo de su piel, sintiendo su olor, percibiendo la caricia de su respiracin, los dedos enterrados en su cabello negro. Toda su atencin pendiente del
tacto de aquellos labios. Jams tendra otra oportunidad igual. Y aferrndose a esa idea se dio licencia para satisfacer su deseo. Sus labios se unieron.
No pudo decir cunto tiempo estuvo as, disfrutando y atesorando una sensacin que saba que no se volvera a repetir. Unas lgrimas resbalaron por sus mejillas
hasta los labios, an fundidos, sin poder evitarlo.
-Perdone oficial -surgi una voz sobre su cabeza-, puedo entender la fraternitas belli, pero ciertos rucainas nos estn sacando ventaja.
Azuara alz la vista hacia el ngel, que flotaba sobre ella. Luego mir a Taigo, indecisa.
-No hay tiempo, Azuara. Sea quien sea no vale las miles de vidas que se cobrarn esos dcuatil.
Azuara reaccion y subi al ngel. Inmediatamente las velas se desplegaron y la nave aceler hacia los cielos del oeste. Cuando Taigo despert apenas era una
mota en el horizonte. Se palp el chichn con delicadeza, pero le preocup ms aquel sabor ligeramente salado en sus labios. No, no era sangre. Qu podra ser?
Azuara. Su rostro vino de golpe, como siempre, prometiendo su habitual martirio. Pero esta vez era peor. Ya no quedaba esperanza. Ella haba mostrado
claramente su voluntad. Su condicin de nicso estaba por encima de cualquier otra consideracin. Ahora slo le quedaba un camino. El peor. Tena que olvidarla.

* * *

Moula III, mximo pontfice de los ermitales, no cesaba de dar vueltas en su despacho. Las ltimas noticias eran preocupantes. Tras siglos de ayuda mutua la
corona pareca estar decidida a destruirles. Por qu?, se preguntaba.
De lo que no caba duda era que los pasos que estaba llevando a cabo eran sistemticos y deliberados. Para empezar les haba sido arrebatado su protagonismo en
todos los actos pblicos. Ya no podan presidir la inauguracin de las fiestas, ni bendecir los barcos recin botados. No habra ms discursos en los das importantes del
ao. El rey haba prescindido de los servicios de su capelln particular. La nobleza, para no ser menos, haba despedido en masa a esos moscardones impertinentes
como los llamaban. A ellos. Al ltimo susurro de la moralidad para aquellos de cuya conciencia dependan tantos. Ptrida aristocracia, pens. Si pudiera volver sus
corazones justos, la humanidad conocera el paraso en este mundo. Y sin embargo el Divino se negaba a dar el poder a quienes lo merecan. Muchas veces haba tenido
que responder a esa paradoja, y siempre haba contestado: los caminos del Divino son inescrutables. La verdad es que estaba deseando que le llegara su hora para
mirar al Divino a su infinita cara y retarle a que le diera su respuesta. Cmo un dios perfecto, justo y bondadoso poda permitir aquellas barbaridades que sucedan
cada da? Por qu crear el dolor? Esas, y muchas otras incoherencias que crea hallar en la arquitectura de la vida, persistan en un hombre al que los dems consideraban
el paradigma de la fe.
Pero l no ocupaba aqul puesto por eso. Sus iguales le haban elegido por sus capacidades, y l deba poner stas al servicio de los creyentes, de La Comunidad.
As pues, dirigi sus pensamientos hacia los actos de la corona. La eliminacin de la presencia ermital en pblico la reduca en rango al nivel de las dems religiones.
Adems, se privaba al pueblo de la presencia clerical en los momentos importantes. Cmo iban a llegar a las gentes ahora, si stas podran pasar toda la vida sin
conocer a un sacerdote ermital?
Por otro lado estaban eliminando la base de su poder: los fieles. Para ello el estado no cesaba de apoyar sistemticamente a la religin rival, los omunodas.
Conforme los templos de stos se llenaban, los suyos quedaban desiertos y olvidados. La progresin haba sido muy fuerte en las ciudades donde, como si de una moda
se tratase, la poblacin haba cambiado de bando. Dnde estaban aquellos devotos, esos cuya fe proclamaban inquebrantable? Eran los mismos con quienes haban
compartido el pan, su techo, la dedicacin, su sacrificio? De pronto sinti una profunda aversin por la raza humana. Esos tteres veleidosos no merecan ni el aire que
respiraban. La clereca les dedicaba sus vidas y ellos lo pagaban con la traicin. Mil aos protegindolos de un mal que casi los destruye y reciben a cambio desprecio.
Idiotas!. Si fueran ciertos los rumores del oeste, nada excepto ellos podra interponerse.
Pero Moula era Su Santidad, as que pidi mentalmente perdn por sus pensamientos airados, casi distradamente -ms bien, respondiendo a la costumbre-, y
continu con su anlisis. Las respuestas de La Comunidad haban sido prudentes y conciliadoras. Uno tras otro, sus enviados haban parlamentado con los ministros del
imperio. La corona haba actuado con astucia, sin negar en ningn momento las peticiones, dando esperanzas, mientras el tiempo corra a su favor. Hace meses, una
palabra de Moula podra haber destronado al emperador. No habra sido difcil buscar un noble ambicioso, inventar algo escabroso, y dar a los sacerdotes las rdenes
oportunas para que en todos los plpitos del imperio se informase a la poblacin de las adecuadas calumnias. Sin duda habra una guerra civil, pero el nmero de fieles
aseguraba la victoria. Se habra cambiado el trono por mucha sangre, pero podra haberse hecho. Hoy ya era demasiado tarde.
Cul haba sido su error? Acaso no lo haba visto venir? S, pero no lo esperaba. La Comunidad y el imperio eran una sociedad simbitica natural. Sin los
ermitales, el estado habra tenido que sofocar innumerables revueltas. Era la respuesta de la gente cuando los impuestos la asfixian y ve cmo su esfuerzo le es
arrebatado por los recaudadores imperiales. Los ermitales apaciguaban su ira hablndole desde los altares, evitando un bao de sangre que no les hara ms que cambiar
de amos. Por otro lado el mismo emperador deba su ttulo al Patriarca, y la necesidad de su consentimiento haba disuadido a ms de un rival al trono. Estas realidades
haban provocado la ayuda recproca durante mil aos, qu haba cambiado ahora?
La situacin poltica no revelaba ningn factor relevante. Slo la invasin por occidente pareca importante. Pero para Moula era algo que contradeca an ms la
actitud del estado. Pens en la revelacin del orculo, pero no hallaba relacin alguna que explicase nada. Record el ltimo concilio, que pona lmites a la progresin de
las artes druidas, pero esto eran asuntos de religin, que a su juicio no tenan inters para el estado.
El maduro patriarca pas horas releyendo informes, consultando expertos y considerando hasta las posibilidades ms extremas, sin determinar la causa. Haba una
nica posibilidad evidente: que los invasores occidentales estuvieran detrs de todo. Pero su experiencia le deca que tal cosa era imposible. Infiltrar espas, asesinar a un
individuo concreto, robar documentos importantes, eran cosas factibles, pero conseguir que cientos de personas actuaran repentinamente a tu favor, no. O al menos eso
crea.
Cuando su lgica llegaba a un callejn sin salida, sus sentimientos buscaban en otro lugar la solucin. Y stos se circunscriban exclusivamente a los ermitales.
Moralmente no poda reconocerlo ya que deba amar por igual a toda la humanidad. Pero conforme el plan se dibujaba en su mente busc cmo justificarlo. As que
pens: quines son los aristcratas sino piratas del pueblo? Merecen mi preocupacin? Lo justo es que sean sacrificados por una vez en bien de los dems. Y el
estado est atentando contra La Comunidad, que es la voz del Divino en el mundo. Y del pueblo, los que no asisten a nuestros templos son herejes, que han renegado de
su fe. Luego si El Divino slo me ofrece una va, ser porque deba seguirla, y conmigo los que hayan elegido el buen camino. Y con esto en su conciencia se dispuso a
realizar el mayor sacrilegio de todos. Despus de todo no era tan absurdo. Su plan segua la lgica de un poltico. Slo haba que observar a los poderes rivales, y si uno
lo amenazaba, acudir a los otros. Sencillo.
Mientras bajaba las oscuras escaleras la aprensin lo atenaz. Para ahuyentarla pens en el poder, en las posibilidades que se le ofrecan, en la cantidad de
problemas que podan ser solucionados. Deba aprovechar bien la ocasin y extraerle el mximo jugo. Aunque era muy arriesgado, y por supuesto dependa de su
habilidad como negociador. Todo sea por la Comunidad, pens.
Una puerta chirriante dio paso a estancias castigadas por el olvido, donde multitud de libros y objetos dorman en estanteras sorprendidas de ser visitadas tras
tantos aos. En aquel lugar sin ventanas, la luz de la vela era sistemticamente asediada por la oscuridad, seora del lugar por derecho de costumbre. No poda ser de
otra forma, pues el Mal que haba all dentro deba ser separado del mundo por inviolables muros de piedra. Moula respir un aire que le supo a pecado, arrepentido
casi de caer en la tentacin del poder maligno encerrado tantos aos en aquella sala. La educacin clerical luch contra su lgica, hacindole dudar. Evit tocar nada,
sintiendo una repugnancia irracional si rozaba cualquier cosa. No vio telaraas, ni insectos; all no haba nada vivo ms que l. Le pareci estar bajando al mismsimo
infierno. Todo sea por la Comunidad, pens de nuevo.
Saba que a partir de ahora su alma estaba en peligro. Reuniendo unos quintales de conviccin ech a andar entre los estantes palmatoria en mano, en pos de aquello
que buscaba. El polvo lo esconda de su vista, pero al fin lo encontr. Le cost tocarlo, pero saba que no poda hacerle dao, se al menos no. Lo limpi y lo coloc
sobre una exigua mesa. La superficie de cristal reflej la llama de la vela. Observ un momento fascinado el objeto. Para l era una prueba palpable de lo que decan las
Escrituras, un objeto demonaco que ahora se dispona a usar.
Cerr la puerta por dentro, temeroso de que pudieran sorprenderle. Despleg un mapa y abri un libro de hojas amarillentas y quebradizas. Con cuidado
seleccion la pgina y se dispuso a seguir el ritual. Se trataba de una ceremonia compuesta de invocaciones -de las que l ignoraba su inutilidad- y ejercicios de
concentracin -lo nico que realmente activaba el objeto-. l no era kainum, pero conoca un truco. Se hiri las manos y dej que la sangre empapara la bola. No lo saba,
pero la frontera de su alma se dilua en las heridas, como si dudase de seguir a la sangre viva ms all del cuerpo, hasta el cristal. Para l, la sangre era un smbolo de la
ms negra y corrompida brujera, el modo de vincularse al demonio. Tras varios intentos consigui que funcionara.
l esperaba ver a alguien sobre la superficie esfrica, en cambio sinti una presencia. No tena idea de quin poda ser, pero si el ritual era correcto, saba dnde se
encontraba. Quiso comunicarse, y aunque su voz qued confinada en aquella sala, sus pensamientos atravesaron valles y montaas hasta su interlocutor.
-Hay alguien? -se sinti ridculo pero no haba previsto el modo de iniciar aquella conversacin. La respuesta lleg como un eco reverberando dentro de su cabeza.
-Quin eres? -la pregunta son ofensiva para alguien acostumbrado a recibir el apelativo de Su Santidad. Pero el xito de la comunicacin le alegr hacindole
casi perder la concentracin.
-Mi identidad slo le ser revelada a tu superior. Necesito hablar con alguien representativo de tu pueblo.
-Representativo?! Soy general rucaina y si ests usando una esfera slo puede ser porque
-Soy Moula III -interrumpi el clrigo-, patriarca de los ermitales, y deseo proponeros algo
Dud un instante, advirtiendo que era la ltima oportunidad para detener aquello. Mas rechaz el arrepentimiento por tercera vez, pensando: Todo sea por mi
Comunidad.

CAPTULO V

La insurreccin

UTILIZAD el aura con sutileza: cambiad el texto de los documentos, sabotead una cincha, emponzoad ligeramente una copa de vino, robad pequeas cantidades de
oro, etc. Cosas que no llamen en demasa la atencin, pero que unidas sirvan a vuestros fines. Evitad eliminar a los grandes lderes, es mejor ayudar a rivales
ambiciosos. Pero si no lo consegus, no lo dudis, la discrecin es opcional; la misin, obligatoria.
Circular rucaina 135.29. (1016 A.D.)

Era una noche sin luna y la lluvia repiqueteaba sobre las tejas del callejn. El agua gris caa sobre la capa negra del prncipe, a quien no pareca importarle. Su mirada
se perda en el lejano punto desde donde deban venir sus mercenarios. Su mano crispada sobre la empuadura de su espada pareca querer estrujarla junto a sus
preocupaciones. Haba hecho cuanto haba podido hasta aquella misma noche. Ya era demasiado tarde, slo le restaba esperar. Pero se le antojaba que nada era bastante.
No senta suficiente control sobre lo que se avecinaba, y asuma que eso era algo imperdonable en el heredero de la corona. Despus de todo, si aquello sala mal, sus
errores se cuantificaran en miles de vidas. Era la peor de las posibilidades: la guerra civil. Antes prefera a un tirano que ver su pueblo baado en sangre. Por eso haba
decidido mantener la farsa hasta el ltimo momento. Si la rebelin prosperaba de forma aplastante, si no vislumbraba el modo de desbaratarla, entonces l no revelara su
identidad, simplemente huira dejando la nacin a su poderoso usurpador. Ahora bien, si vea clara la posibilidad, sacrificara cuanto fuera necesario para aplastarlos a
todos.
Como buen estratega, su plan era mltiple. En primer lugar haba enviado varios emisarios al ejrcito que estaba de maniobras. Y no slo a su general, pues quizs
perteneciera a la sublevacin, sino a todos los oficiales que conoca y en los que confiaba. No obstante, an no haba recibido ninguna respuesta.
En segundo lugar, tras los acuerdos de la ltima asamblea, el caudillo sera el de mejor linaje, y se saba ganador en rango a cualquiera de los rebeldes, en concreto de
Benetas. Sin embargo lo conoca lo suficientemente bien como para temer cualquier argucia inesperada. As pues, como ltima alternativa si todo sala mal, su propio as
en la manga consista en contar con el mayor nmero de soldados cuando todos estuvieran en la sala del trono. Se haba gastado hasta la ltima moneda en contratar los
mejores mercenarios. Incluso haba logrado sobornar algunos de los rivales. No obstante, eran muchos los nobles insurrectos, y cada uno de ellos dispona de su
particular fortuna; no poda estar seguro de superarlos a todos.
Aparte haba otros asuntos que le corroan. La preocupacin por su padre no cesaba de asaltarle. Haba intentado apartarlo de palacio con mil excusas, sin embargo
la ilusin del monarca en su caprichoso jardn haba sido ms fuerte. Al prncipe no le haba quedado ms remedio que dejar el destino de su padre en manos de su
escolta, a la que haba prevenido convenientemente para asegurar la huda en el momento oportuno. Era un plan sencillo y seguro, sobre todo porque el punto de fuga
coincida con el que Lintor haba de asaltar. Sin embargo, siempre estaban los imponderables.
Por ltimo estaba el tema de Yadn. En todas las alternativas iba a ser muy difcil defender la estratgica ciudad. Sin duda, las tropas reales iban a ser necesarias en
los prximos das, fuera cual fuese el bando ganador.
A la hora convenida cientos de soldados salieron desde sus escondrijos a las calles de la capital. Sus rostros serios y mudos, ocultando sus armas y hasta sus
nervios bajo amplias capas oscuras. Intentaron ser silenciosos pero tantos pasos no podan evitar un sordo murmullo, un clamor de amenaza para quien supiera
escucharlo. No obstante no hubo oyentes, y si los hubo, no se atrevieron a demostrarlo. Adems la lluvia ayud evitndoles a los curiosos, y la falta de luna era un
factor calculado.
En esa misma noche, en varios puntos del pas, siniestros grupos de mercenarios partan igualmente hacia sus objetivos. Mas el palacio era el punto vital del que
dependa todo. De nada serva secuestrar generales o interceptar emisarios si el palacio lograba resistir. Por eso, eran varios los grupos asaltantes, de los cuales Lintor
slo comandaba uno.
El plan se fue desarrollando conforme a lo previsto. Las murallas se tomaron sin incidentes, los guardias de la puerta fueron sustituidos hbilmente, sin alertar a los
del interior. Una vez dentro la resistencia fue mnima. El sigilo y la minuciosa planificacin mantuvieron a los defensores ignorantes del ataque durante ms tiempo del
esperado, evitando que la guardia del interior cerrase las puertas y convirtiera el asalto en una carnicera.
Los distintos grupos aseguraron posiciones y apresaron a los defensores. Una vez todo despejado, los responsables fueron a la sala del trono, felicitndose entre s
por la rpida conquista, aunque incapaces de relajarse. Ahora slo les quedaba esperar. La mayora de los presentes tenan su vida pendiente del xito de la rebelin, y
las noticias del exterior no venan.
Poco a poco los correos fueron llegando. Con cada objetivo conquistado, el corazn de los rebeldes se relajaba un poco ms, y sus esperanzas de victoria crecan.
En cambio Lintor se hunda. La peor de las opciones se cerna sobre l.
Su rival entre los insurrectos se haba sentado en el extremo de la sala que contena el trono, sin usarlo. Seguro que est desendolo, pens Lintor. Cunto
tiempo has estado envidiando al rey, Benetas? Cuntas falsas sonrisas mientras trazabas tu plan para ocupar ese trono, traidor? Ojal pudiera atravesarte aqu
mismo! De pronto pens que sera interesante hacerlo. Seguramente la impresin le dara los segundos suficientes para quitarle la mscara ya cadver y gritar a todos
que era un infiltrado. Podra salir bien y, si no, tampoco importaba demasiado. Slo deba acercarse a l lo suficiente. Sin embargo ahora haba muchos rodendole.
Tendra que esperar al final, al momento en que todos revelaran sus identidades. Ah podra encontrar una excusa para acercarse y, aunque le costara trabajo admitirlo,
vengarse.
Las ltimas noticias confirmaron la toma de todos los puntos vitales de la capital. Tambin aseguraban que no haba ninguna fuerza militar cercana. Lintor
abandon las esperanzas sobre el ejrcito movilizado. Lo nico que le hizo sonrer bajo su mscara aquella noche fue la ausencia del rey. Al menos eso ha salido bien,
pens.
Por otro lado haba logrado reunir un gran nmero de mercenarios. No los suficientes para luchar contra todos y tener garantizada la victoria, pero ste no era su
plan. A una orden, sus soldados penetraran en la sala del trono y mataran a todos los presentes, mientras un grupo de retaguardia se ocupaba de resistir en los pasillos
y puertas a las dems fuerzas mercenarias. Pero, y el reino? A raz de las noticias la rebelin haba tenido xito en la capital, aunque no sabran nada del resto hasta
maana. Deba arriesgarse?
Lintor sali al patio e inspir el aire fro de la madrugada, buscando un alivio que no encontr. Uno de sus soldados se le acerc:
-No ha habido contacto en la muralla, seor. Deseis que nuestros hombres sigan esperando all?
-El rey no ha aparecido?
-No, mi seor. O sigue escondido o ha huido por otro sitio, pero no por el nuestro.
Dnde poda haberse ocultado?, se pregunt. Entonces la solucin se apareci en su mente como una respuesta sencilla. Antes de que pudiera reaccionar una
voz lo sorprendi desde atrs:
-Alguna nueva? -Lintor no se volvi. Tampoco tuvo que hacerlo pues un grupo de soldados se acerc respondiendo:
-S, seor, hemos concluido el registro del palacio. Hemos mirado sala por sala, registrando cada palmo del edificio. Y no hemos hallado al rey.
En la mente del prncipe arda la respuesta. Slo haba un sitio que su padre conoca mejor que nadie, y donde poda haberse ocultado. Pero haba otro hombre que
lo entenda mejor que l mismo. La voz de Benetas replic con seguridad:
-Registrad los jardines. Dividos en parejas que entren al mismo tiempo por todas las entradas. Ese jardn es un laberinto, y ser arduo de registrar, pero estad
seguros de que hallaris caza -Lintor herva de clera. Benetas poda haber dejado huir a su padre, sin embargo lo estaba condenando a muerte-. Creo seor, que es el
momento de revelar nuestras identidades, o tenis miedo de descubrir cun bajo es vuestro linaje? -dijo con sarcasmo.
Lintor se mantuvo de espaldas, su mano se desliz hasta su espada. Dud unos latidos. Cuando se gir ya no estaba. Pens unos segundos intentando calcular con
frialdad. Simplemente no poda. As que se dirigi a su soldado, que an aguardaba, y le dijo:
-Reunid a todos los hombres de acuerdo al plan. Concentraos junto a la entrada tanto como os sea posible sin llamar la atencin de los dems. A la seal, ya sabis
lo que habis de hacer.
Dicho esto se dirigi a la sala. All donde tantas veces haba visto presidir a su padre, ahora iban a elegir un jefe. Uno cuya primera orden sera probablemente el
magnicidio. Con cada paso la ira creca y se agolpaba en sus msculos como una tormenta a punto de estallar.
Una vez reunidos todos en la sala, se dispusieron en crculo, de modo que todos pudiesen verse unos a otros. No hizo falta que ninguno hablara, todos saban que
haba llegado el momento. Uno a uno fueron quitndose las mscaras, la mayora eran personajes importantes de la vida poltica Tmara, de los que se esperaba la
traicin. No obstante hubo algunas sorpresas, aunque escasas. Tambin haba algunos desconocidos que fueron clasificados rpidamente como ricos comerciantes vidos
de ttulos nobiliarios. No contaban por tanto en la liza jerrquica.
Mentalmente cada uno de los presentes anotaba el linaje y rango de cuantos iban descubrindose, calculando el vencedor. Lintor esper hasta el ltimo momento.
Cuando slo quedaban l mismo, su rival y su fiel adltere.
En medio de la expectacin y el silencio el prncipe avanz lentamente, con parsimonia, evitando parecer amenazador. Cuando estuvo a pocos pasos, los justos
para poder atacar sin dar tiempo a la defensa, se detuvo. Con la vista fija en el rebelde dijo en voz alta:
-Vamos, Benetas, descubre tu rostro.
Lintor haba previsto quitarse la mscara y usar su gesto y la sorpresa del valido para atacarlo. Benetas se quit su mscara, sorprendiendo al prncipe, pues no era
el caudillo a quien esperaba, sino su fiel mano derecha. Aquello era imposible. Qu le podra haber prometido aquel misterioso desconocido que no tuviera ya Benetas
como valido?
-Veamos vuestro linaje, seor, dudo mucho que podis superar al mo -dijo el embozado.
Lintor se dio cuenta de que su nuevo objetivo se situaba un paso detrs de Benetas. Sus posibilidades de eliminarle se haban reducido a la mitad. Mas, aunque lo
consiguiera, slo estara otorgando el trono a Benetas. De modo que desech la idea y decidi descubrirse. Un clamor de sorpresa surgi de los presentes.
-Soy yo quien duda mucho de la precedencia de vuestro linaje, seor.
-Te equivocas, hijo.
Entonces, aqul a quien Lintor haba estado a punto de matar, descubri su rostro para horror de todos los presentes, pues era el mismsimo rey. Inmediatamente,
el gran trono de madera, con su plataforma incluida, se desliz a un lado, y por la abertura empezaron a entrar soldados en tropel. Lintor los reconoci, pertenecan a
aquel ejrcito con el que tanto haba insistido en contactar. Los nobles ms cercanos a la puerta, vindose ajusticiados inminentemente por sedicin, decidieron sacar sus
armas y probar suerte, llamando a gritos a sus mercenarios. Ninguno acudi, pues estaban demasiado ocupados huyendo de cientos de soldados que haban surgido de
los jardines como por arte de magia. A por esos nobles desafiantes se lanz el grueso de los soldados mientras un pequeo grupo rodeaba al rey, a Lintor y a Benetas. El
resto de rebeldes permaneci donde estaba, paralizado, intentando asumir su funesto destino.
El universo haba cambiado por completo para el prncipe. Para alguien que haba consumido todos sus recursos, sacrificado su fortuna, y puesto en juego la vida
tan slo por una dudosa posibilidad de salvar su patria, ste era un final demasiado perfecto para ser cierto. Y no se equivocaba, pues an no haba acabado la noche.
De pronto el rey empez a contorsionarse, llevndose las manos al cuello e hincando las rodillas. Seguidamente Lintor sinti como si unos dedos invisibles le
presionasen la garganta. Reaccion igual que su padre, cayendo de hinojos sobre la alfombra roja.
Entonces, uno de los presentes desenvain su espada, y sin dirigirse a nadie en particular, comenz a lanzar mandobles al vaco.
En la otra punta de la sala, otro individuo pareca sincronizarse en una extraa danza a do, slo sus gestos, el esfuerzo y la violencia de los movimientos, les
induca a todos a pensar que estaban combatiendo.
La confusin era total. Los soldados no saban qu hacer para defender a su rey.
En ese momento se oy un taido extrao, de una campana lejana y oxidada, una que slo sonaba cierto da del ao en el que los ermitales recordaban a todos cmo
avisaban del peligro de los kainum. No hizo falta ms para hacer comprender a los presentes qu tipo de danza estaban contemplando. Nadie quiso o supo reaccionar.
Todos quedaron como espectadores de una leyenda aterradora que se manifestaba en el mundo real y a la que no podan dar crdito.
No result extrao que nadie moviera un dedo en los pocos segundos que dur el combate. El hecho de que, al morir uno de los contendientes, el prncipe y el rey
empezaran a respirar aliviados, mantuvo a los soldados a la expectativa. Estaba claro que el vencedor haba defendido a su monarca, pero no dejaba de ser un brujo. Era
algo que tuvieron muy presentes aquellos que se apartaron del camino del desconocido hacia el trono. No se acerc demasiado. Los soldados agradecieron no tener que
moverse. Todos estaban tan quietos que parecan un coro de estatuas mudas. Slo se oa el crujido de las botas del brujo al moverse, el roce de su espada con el suelo al
hacer una sumisa reverencia, y luego su voz.
-Majestad, perdonad mi descortesa, me presentara si eso sirviera de algo, pero me temo que todos en esta sala me recordarn como un kainum, aunque no lo sea.
He de deciros algo importante. Los rucainas han vuelto. Son los mismos brujos de las guerras arcanas, con los mismos poderes, aunque con otro nombre. Regresan desde
occidente para conquistarlo todo. Prueba de ello es se que acabo de matar y cuya misin era debilitar vuestro reino y preparar as el camino a sus hermanos. Lo estn
haciendo en todas partes. No ser el ltimo y yo no estar aqu para protegeros. Tomad medidas, os lo ruego, y preparad a vuestro pueblo para el amenazador futuro
que nos aguarda.
Una rpida inclinacin de cabeza fue su despedida y con paso decidido se retir hacia la pared ms cercana. Nadie os cerrarle el paso. El rey le grit:
-Esperad. Necesitamos saber ms. Cunto tiempo nos queda?
-Nadie lo sabe, majestad. Y no hay nada que pueda deciros que os sirva. Adis.
Una extraa niebla lo envolvi. Creci a su alrededor, densa y fra. Se extendi hacia la pared, rept sobre ella, cubri tapices, la alta ventana y hasta casi toc el
arco que la limitaba. Cuando se disip, aquella mezcla de brujo y salvador haba desaparecido. Poco a poco el temor se fue disipando y los presentes fueron asimilando
la situacin. Los soldados prosiguieron sus detenciones. Las puertas se abrieron y la abundancia de uniformes dej clara la victoria del rey.
-Ests bien, padre? -Lintor presentaba moratones en torno al cuello, l mismo se llev las manos a la dolorida garganta.
-S, eso parece.
-Ha faltado poco.
-Lo ves, Benetas? -dijo el rey con orgullo-, saba que era l.
-Jams imagin que dominaras tan bien la oratoria muchacho -dijo el ministro-. Estuviste a punto de desbaratar nuestros planes y llevarte a esa pandilla de rebeldes
a tu bando. Pero cmo demonios supiste que yo estaba entre ellos?
-Fue en la ltima reunin -dijo el prncipe-, al salir me coloqu delante de mi padre y dej caer tinta roja en el suelo. Sin embargo, debiste de pisarla t. Luego segu
tus huellas.
-Muy astuto.
-Si es que tiene a quien salir -dijo Vairo y todos rieron.
-Pero cundo planeasteis todo esto?
-Hace aos. Sabamos que las medidas que necesitaba el estado iban a generar rebeldes. Era cuestin de tiempo que se organizaran y atacaran. En cuanto vimos los
primeros indicios, decidimos dirigir nosotros mismos la insurreccin.
-Y me podis explicar dnde se pueden esconder tantos hombres?
-Recuerdas las obras del jardn? -dijo Vairo con una sonrisa pcara-. En realidad eran las obras de un tnel.
-Pero por qu no me lo dijisteis?
-Nos jugbamos mucho, Lintor. Yo deba representar un papel, y tus enfados ayudaban a darle toda la credibilidad que necesitaba. Me dola tu ira, pero estbamos
muy cerca del desenlace. -Lintor no pareci muy convencido, pero el rey estaba de un humor inmejorable-. Bueno, esto hay que celebrarlo, mi hijo me ha echado un
pulso de poder y casi me gana -el rey le palme el hombro.
-Y lo de Yadn? -insisti Lintor.
-La mitad del ejrcito que movilizamos debe estar ya dentro de sus murallas -seal Benetas-. Ms que suficiente para defenderla mientras nos preparamos aqu
con la otra mitad.
-Benetas, yo envi unos veinte emisarios a ese ejrcito.
-Lo sabemos. Todos los mensajes llegaron. Aunque no tenamos idea de quin los mandaba.
-Conozco bien a esos oficiales. Me encantara ir con ellos a Yadn. Puedo acompaar a Alsagui, padre?
Vairo lo mir pensativo.
-No. Alsagui te acompaar a ti. Ya es hora de que asumas el mando de un ejrcito.
-S prudente Lintor -dijo Benetas-. Los superars en nmero, pero no te confes.
-De dnde vamos a sacar tantos soldados?
-De la frontera norte.
-Y los luos? Podran aprovechar para atacarnos.
-Imposible -neg Vairo-. Ellos tambin han sido atacados por los hicunos y su nueva reina est sacando las tropas de nuestra frontera. As que nosotros podemos
hacer lo mismo.
-La propia reina Nadima ir al frente su ejrcito -dijo Benetas-. Har lo mismo que t, expulsar a los hicunos y perseguirlos para dar un escarmiento. Ten cuidado
Lintor, es difcil, pero podrais encontraros en Las Llanuras.
-Benetas -dijo el rey-, si usa la mitad de la habilidad que en esta rebelin, sern los luos quienes tendrn que tener cuidado.
Los tres rieron. Lintor empez a sentir un poco de calma. De pronto todo se solucionaba. Y no slo eso, haba recuperado a su padre. Ya no era aquel hombre
derrotado que haba contemplado en la torre, sino era de nuevo el voluntarioso estadista que conoca. Volva a sentir orgullo por l y por s mismo, al demostrar sus
propias capacidades. Slo quedaba un asunto por tratar.
-Creis que la invasin de brujos es cierta? -pregunt el prncipe.
-La verdad es que no tiene mucho sentido, porque cuntas jornadas hay de aqu al paso de Humor? Estamos muy lejos de influir en su conflicto, sea el que sea -
dijo Benetas.
-Entonces, para qu asesinarnos?

* * *

El maldito rucaina no para de mover sus puales alrededor del cuello de ese desdichado. El pobre est paralizado de miedo. Aunque creo que teme ms por el
muchacho del suelo. Ser su hijo? Por las edades podra, pero fsicamente no se parecen. El joven tiene los ojos verdes y el pelo rubio, el mayor oscuro, aunque la
sangre que mana de su labio roto podra ser la misma que la del mayor. Despus de todo qu, si no la familia, podra reunir a dos seres tan dispares en este desierto
verde? Llevo horas persiguiendo al rucaina por este montono mar de hierba y precisamente tenamos que dar con estos dos viajeros. Al menos est herido. Tifern
no debi ordenarme perseguirle. El capitn ahora est solo. Cmo le ir con los otros? Debo volver. l no podr con todos. Necesita mi ayuda.
-Los dcuatil -le espeto. Uso la voz de mando, grave y fra. Debo quebrar su confianza pareciendo segura-. Dnde estn los dcuatil?
-Yo no los tengo, escoria. Y por m nunca los tendrs.
l juega al mismo juego, pero no logra engaarme. Percibo el terror, sabe que est perdido, no puede usar su poder.
-Los dcuatil -repito mientras proyecto mi aura buscando sus inquietas muecas.
-Si siento tu repugnante alma sobre m, lo matar.
-Por qu habra de importarme?
-No tenis un cdigo, kaiya? No os creis mejores? Qu somos los rucainas sino traidores? Traidores al cdigo. No usars tu poder contra los akai. No
lo venders. No hars nada sin el permiso de tu mentor Reglas, reglas, reglas Como si con ellas pudieras evitar la envidia de los akai, su miedo, su odio, las
guerras
-Tratas de ganar tiempo?, -me acerco, mi aura ms densa, ms fcil su control-. Tu herida no sanar antes de que te coja.
-No tengo nada para ti.
Me aproximo. No dudo. Si dudo lo sabr. Sabr que esa vida s que me importa. Pero los dcuatil valen por muchas ms. Si no dudo quizs lo suelte.
-Dnde estn?
-No lo s.
Proyecto mi aura sin detener el paso. l se la debe imaginar, cercndole, acechndole. Por eso no cesa de moverse. Debo apresurarme. Tifern me necesita.
-Seguro que se te ocurren un par de sitios.
-Aunque te los dijera jams sabras si son falsos.
Debo controlar sus muecas. Si lo inmovilizo podr evitar una muerte innecesaria. Mi aura se filtra bajo la hierba enraizndose en toneladas de tierra fra y
hmeda. Mis garras astrales se lanzan a por sus muecas. l forcejea. No puede liberarse. Nadie puede mover las toneladas de tierra a las que est vinculada mi
aura. Pero si puede mover sus piernas. Si puede empujar con ellas a su rehn contra los puales. Lanzo otra garra astral a su cuello y aprieto canalizando la fuerza
de mis brazos. l se envara, pero no se detiene. Su rodilla se clava en los riones de su vctima.
No!
Canalizo ahora la fuerza de todo mi cuerpo. Demasiado tarde. La sangre tie los puales y mana a borbotones, como la vida que se escapa. Siento el viento
astral de un alma angustiada estallar y desvanecerse. Horrorizada me doy cuenta que es la del rucaina. Su cuello est roto. Yo lo he roto. Dioses qu he hecho! Otra
brisa astral, esta vez dulce, la de un alma bondadosa.
Un error, dos vidas. No puedo cometer ms. Debo volver con Tifern.
Corro.
No mires atrs, me recuerdo. Es un error, ya lo sabes. El impulso es ms fuerte y vuelvo la vista. El rucaina yace desmadejado sobre la hierba, su rostro
marcado por la angustia. La misma que yo siento. La misma que impregnaba su alma cuando estall. El muchacho aparta los cabellos ensangrentados del otro
cadver. Sus ojos claros. Esos ojos acuosos y verdes. Esos ojos verdes
Corro. Sigo corriendo. No deb mirar atrs. Ahora esos ojos me perseguirn siempre. Como los otros

Taigo se despert. Tard un poco en darse cuenta de que no haba sido l el sujeto de aquel sueo. Azuara. Siempre Azuara. Sera la cercana la causante de
aquellas vivencias compartidas? Cmo podra cortarlas? Cmo podra romper todo vnculo con Azuara?
Dese que aquella vetusta construccin, que haba albergado al mayor experto de toda la historia kainum, tuviera la respuesta. Quizs algn libro que hablara de la
vinculacin astral, la misma que haba necesitado Dogantes para sus dcuatil. Sin embargo nada haba a la vista ms que polvo y restos intiles.
Sali de la casa desilusionado y regres al lago. El ngel no estaba. Por qu haba esperado lo contrario? Azuara haba sido clara. Ella prefera vivir aquel infierno
toda una vida a sucumbir a sus deseos. Haba tenido aos para meditarlo y no iba a dar otra respuesta. l no pareca poder influir en aquella respuesta. Y sin embargo
sus ojos seguan escrutando la orilla del lago. Vanas esperanzas cuando todo estaba ya decidido: tena que olvidarla.
Pero no poda. Nunca podra.
Por qu soportaba l aquella maldicin? Qu haba hecho para merecerla? No haba sufrido ya bastante? Perdi a su padre cuando apenas tena uso de razn.
Perdi a su madre cuando ms la necesitaba. Tuvo un nuevo padre, s, pero a costa de perder la vida de un adolescente normal. Perdi a muchos amigos en aquel
interminable camino. Y cuando se cans de despedirlos se encontr con el vaco de la soledad.
A pesar de todo estaba seguro de que habra sido feliz as. Sin formar una familia, sin grandes amigos, sin aquellas cosas sencillas que tanto deseaba. Saba que
habra sido feliz dedicando su vida a aquello para lo que verdaderamente vala, y que adems le gustaba: la investigacin.
Pero no. Azuara no lo permitira. Aquella maldicin le obligara a vivir un infierno para el resto de su vida.
Por qu? No lo mereca.
Entonces todo en l se sublev. Maldijo a su desconocido padre por haberlo engendrado. Su aura estall convirtiendo toda su energa en un viento infernal que
giraba en torno a l arrancando ramas y matorrales. Maldijo al Divino por su injusticia. Su ira se extendi al remolino incendiando cuanto en l haba y convirtindolo en
un torbellino de fuego. Y maldijo a aquel nicso que tortur a Azuara. Cmo lo odiaba! Lo odiaba con la misma hiel despiadada y salvaje que haba percibido en el alma
de Azuara. Sera capaz de asesinarlo? Por un momento lo imagin ante s, grit, y el torbellino de fuego se convirti en una lanza que golpe con violencia la superficie
del lago. El agua estall en un giser de vapor, ceniza y gotas que cayeron llenando de lgrimas negras su rostro.
Se derrumb sobre la orilla legamosa sin importarle aquel barro pegajoso y fro. Dese desvanecerse, enterrarse en aquella tumba de lodo y desaparecer. Su aura
penetr en el suelo, hundindose junto a sus deseos. Su mente se inund del sabor a fango, de fro, humedad y oscuridad, de la presin de toneladas de tierra, agua y
pequeos guijarros. Ninguno ms gordo que un dedo excepto aquella extraa piedra. Resaltaba no slo por su tamao, sino por su forma claramente rectangular. La
explor con atencin. Estaba poco profunda y era hueca! Con algo en su interior.
Cuntos siglos llevara aquello hundindose en el cieno? Antes debi estar en la superficie, quizs mil aos atrs. Estaran all los secretos que buscaba?
Inmediatamente se afan en extraer aquel ptreo tesoro. Tard horas en conseguirlo. En plena oscuridad tuvo que arrastrar la pesada losa hasta la vieja casa pues no
se atreva a abrirla a la intemperie.
Busc la habitacin ms resguardada. An as, el ruido del viento y los sonidos de la noche penetraban con facilidad a travs de aquellos despojos que una vez
fueron puertas. Sopl sobre el suelo para rescatar una superficie limpia sobre la que descansar. Mala idea. La nube le hizo toser y escapar de all para poder respirar de
nuevo. Tuvo que usar de nuevo el aura, a pesar de lo fatigado que estaba para poder acondicionar la habitacin. Se acomod en un rincn rodeado de amasijos de cera
rescatados por toda la casa. Us hebras de su ropa para fabricar las mechas. Al encenderlas, su luz se reflej en un suelo de adularia, iluminando las nervaduras vtreas
que cubran las paredes. Su trazado era similar a las de las hojas secas que se vean a travs del techo.
De nuevo recurri a sus tentculos astrales para abrir la piedra. La clida luz lami la cubierta cuarteada de un libro. Con cuidado, manteniendo un sello astral
alrededor del volumen, procedi a abrirlo por la primera pgina. La superficie amarillenta apenas se oscureca all donde una vez hubo letras. La tinta marcaba senderos
que se desdibujaban y reaparecan aqu y all. La textura del papel se asemejaba al cuero viejo, lleno de cicatrices entrecruzadas. Para colmo, la lengua antigua se
expresaba aqu con giros y estructuras desconocidas para Taigo. Sin embargo no se desalent. Letra por letra, persiguiendo el surco cuando no haba tinta y usando el
contexto cuando no haba palabra, fue traduciendo con mil trabajos el texto:
Tras dedicar mis dos vidas, si es que as puede llamarse a la segunda, a enmendar mis errores sin conseguirlo, he decidido abandonar. Ms que una decisin es
una derrota. No soporto este estado ms tiempo. Resulta un sacrificio imposible eludir la muerte continuamente. Es una sed continua que va minando mi voluntad da a
da, mes a mes, dcada a dcada. An as, voy a dedicar un ltimo esfuerzo a escribir mis experiencias. Slo para que vosotros, que habis de continuar buscando el
lumen y a Tenkar tengis siempre una referencia que seguir.
Todo comenz con el estudio de las auras vinculadas, ese extrao don que slo tienen unos pocos y que se manifiesta como telepata espontnea o incluso sueos
donde uno ve y siente lo que est haciendo el otro. Descubrir la esencia de esto fue lo que me llev a la fabricacin de los dcuatil y por ltimo al lumen.
Taigo se detuvo. Es Dogantes! Su capacidad astral estaba al lmite. El cansancio le embargaba, pero ahora no poda dejar de leer.
En mi experiencia he conocido a muchas buenas personas. La mayora lo somos, en general no deseamos el dao a nadie y ayudamos cuando podemos. Sin
embargo, en muy escasas ocasiones la bondad emerge como un faro brillando por encima de los dems. Muy pocas personas han causado esta impresin en m.
Tenkar fue una de ellas.
Conoc a Tenkar antes de las guerras, cuando an se comportaba como un ser humano. Al principio slo vi en l otro ratn de biblioteca como yo. Su mesa sola
ser un caos de libros de alquimia y anatoma amontonados. Cuando se cansaba sola pasear y charlar con el primero que se encontraba. Si no te haca rer con sus
chistes, siempre te dejaba un eco de su contagioso optimismo.
Pero eso slo era el exterior. Cuando lo conocas en profundidad, cmo pensaba, de qu se preocupaba y qu estaba dispuesto a dar, entonces era cuando te
sentas afortunado de conocerle. El primer indicio que tuve de ello fue el bibliotecario. Alguien extremadamente severo en cuanto al silencio y al orden dentro del
recinto. Tenkar atentaba contra todo ello con sus bromas y sin embargo se lo perdonaba todo.
Ms tarde lo vi trabajar en el hospital. Utilizaba su optimismo como una medicina ms con los enfermos. Los afortunados de sentir su aura la describan como
una esmeralda fulgente en la oscuridad irradiando su luz clida y esperanzadora, una grata experiencia que el color de sus ojos siempre les recordaba. Jams daba
una batalla por perdida a la muerte. La combata sacrificando su descanso, su sueo y hasta su propia salud. Cuando as la ganaba, sus notas engrosaban las
asignaturas de estudio de los futuros mdicos. Cuando las perda, sufra la baja de sus pacientes con el mismo dolor que sus familiares.
Nunca comprendi la muerte. Pero lo que realmente aborreca era el dolor. Ningn filsofo pudo nunca darle una explicacin mnimamente satisfactoria sobre el
sufrimiento. Por eso, ninguno de los que lo conocimos, entendimos jams su cambio.
El divino sabr qu le pas, pero s s que todo empez con el lumen. Unos dicen que anhelaba el poder en algn lugar oculto de su alma. Otros, que fue una
necesidad de venganza. Otros, que descubri la forma de huir del dolor que tanto le obsesionaba, y que no dud a la hora de pagar el precio: su alma por la
inmortalidad. Otros que un demonio lo posey. Ninguna de las primeras resulta coherente con el Tenkar que conoc, y a pesar de de mi escepticismo casi me rindo por
la ms inverosmil, la ltima. Aunque resulte absurda, al menos explicara su inmortalidad.
Sea como fuere, de lo que s estoy completamente seguro es de los siguientes hechos. l inici la ruptura del pacto kainum-akai. l instig el cisma de los rucainas
dentro de la orden. l estuvo detrs del intento de robo del lumen, y por lo que sabemos, desde entonces ha estado detrs de cada una de las guerras y desastres que
han acontecido en los ltimos doscientos aos.
No tiene sentido. No parece querer el poder, tan slo la destruccin. De hecho lo tuvo. Lleg a ser el ms poderoso de los tiranos rucainas. Pudo haber escogido
entonces someterlos y construir un imperio. Pero en vez de eso permiti y favoreci la alianza de los ms dbiles y busc mantener la guerra a toda costa
El cansancio le replegaba el aura. No poda seguir. Rendido guard el libro y se ech all mismo. Cerr los ojos y vio el rostro de Azuara. Cundo dejara de pensar
en ella? La fuente de su tormento, su dolor. Su maldita Azuara su amada Azuara.

* * *

-Alto!, -el oficial se puso delante de Moula, bloqueando junto a un grupo de soldados la procesin que discurra como cada ao por la calle del Penitente-. Seor,
no tenis autorizacin para realizar este acto.
Algo de inseguridad se apreciaba en su voz. Era comprensible, despus de todo se estaba enfrentando al sumo pontfice ermital, ataviado con el lujo propio de un
emperador de almas, con miles de seguidores hostiles a sus espaldas, y aunque no quera reconocerlo, dudaba de si el Divino estaba all, mirndolo, ponindolo a prueba
delante de Su Santidad.
-Es costumbre en este lugar desde hace siglos. Cmo no bamos a estar autorizados? -dijo Moula con voz serena.
-Segn la ltima ordenanza todas las expresiones religiosas han de quedar confinadas en los lugares habilitados para el efecto -recit de memoria-, es decir, templos
y recintos sagrados. En ningn caso la va pblica.
-Os aseguro oficial, que no hay lugar ms sagrado, que aqul en el que los fieles oran. Y como podis or, estamos rezando.
-No, no. La va pblica no es lugar sagrado.
-Pero oficial, quin puede decir lo que es sagrado y lo que no? Acaso algn emperador decidi que el Monte de las Plegarias era sagrado? No son las autoridades
religiosas las que mejor saben de esos asuntos? Pues yo represento a millones de fieles, y os aseguro que ste es un lugar sagrado -dijo con una plcida sonrisa.
El oficial se levant el casco para rascarse la cabeza mientras sus ojos se movan nerviosos de un lado a otro.
-Yo no s -lanz un hondo resoplido y en una voz ms cordial sigui-. Mire, no voy a discutir. Yo slo sigo rdenes. Y stas son de no dejarles pasar. Si habla
usted con el gobernador y l le concede un permiso
-Pero qu rdenes son prioritarias, las del hombre o las del Divino? -Moula elev la voz-. Qu valor tienen unas rdenes que se oponen a la voluntad del Divino?
La muchedumbre se comprima, se pegaban unos a otros, intentando ver. Al mismo tiempo, con pequeos pasos iba avanzando lentamente. Parecan una ola a
punto de romper. El oficial grit a sus hombres:
-Preparados para cargar!
Al instante los soldados se dispusieron en formacin. Pero ste era el momento que Moula estaba esperando. Alzando la voz para que le oyesen los fieles exclam:
-Aquellos que tengan fe en el Divino, no temern, pues es El Creador quien los protege! -y diciendo esto, ech a andar.
Entonces, cuando el oficial intent dar la esperada orden, sta no sali. Los soldados estaban atentos a su jefe, prestos a actuar, pero nada ocurri y los creyentes
comenzaron a pasar entre ellos, sortendolos con recelo, pero escapando al bloqueo. El oficial intent varias veces abrir la boca, gritar, pero simplemente no pudo.
Senta como si le sujetasen la mandbula. Sin embargo l lo interpret como que sus msculos no quisieron responderle. Y este inverosmil acto de sublevacin por parte
de su cuerpo slo poda deberse a un motivo.
No saba que excusa dara a sus superiores, pero los que sin duda se enteraran del asombroso evento seran los soldados y sus allegados. Ah nacera un rumor que
se propagara como la peste. Y en varias reuniones saldra a la luz que misteriosas circunstancias haban sucedido tambin en las otras ciudades donde Moula haba
predicado. Todo tal y como ste, cuidadosamente, haba planificado. A esas alturas nadie poda pronosticar que el estratgico periplo del pontfice acabara en el
Mercado de Almas, ni que los milagros iran siendo cada vez ms espectaculares e innegables.
Pero para el astuto ermital, an era demasiado pronto para mostrar su poder, haba que ir despacio, sembrando primero para asegurar despus la cosecha. Al
principio interesaba ms la expectacin, la incertidumbre. Lo otro poda alertar a sus enemigos y obligarles a actuar. Y esto no interesaba. Record cuando las tornas
estaban al revs, y l mismo haba sido vctima del suave progreso de los omunodas. Ahora le tocaba a l.
La procesin transcurri sin ms incidentes, y al anochecer el patriarca se dirigi a sus aposentos. Una vez all, cerr puertas y ventanas y esper. Sobre su mesa,
una tosca pila de papeles aguardaba. Ms cartas de dicesis con problemas de refugiados de guerra, adivin. Tambin decidi que deba recriminar a sus secretarios y
redefinirles la palabra urgente, y que en esa categora no entraban aquellas misivas.
Tres hombres ataviados con las tnicas ermitales entraron en la estancia. Respetuosamente se inclinaron ante Moula.
-Seor, traemos noticias de Palacio.
-Informad.
-Seguimos la lista de funcionarios que su ayudante nos proporcion. En estas semanas hemos logrado sorprender varias conversaciones en el Ministerio de
Defensa, as como documentos vinculantes cuyo resultado os entrego -e inmediatamente ofreci un legajo enrollado-. Es una relacin de los generales, altos consejeros,
ministros y magistrados que hasta el momento hemos descubierto implicados en la trama.
Moula despleg el rollo enarcando las cejas con visible sorpresa al reconocer algunos de los inscritos.
-Habis descubierto ms detalles?
-S, seor. Adems de lo consabido, el estado pretende apoyar a los druidas con oro. Se construirn centros de formacin, se promulgarn decretos para facilitar la
incorporacin, instruccin y prctica de nuevos druidas. Los omunodas cuidarn de convencer al pueblo del prestigio de este oficio, y se implicar en la gestin de los
nuevos templos de sanadores, ofreciendo en un principio los propios.
-Humm as que ste era el verdadero objetivo.
Pero para qu necesita el imperio a los druidas?, se pregunt.
-Eso parece. Todo lo que hemos descubierto apunta a que el estado desea apoyar a esos sanadores.
-Pero seguimos sin saber la causa. Qu ocurre? Acaso las rdenes dadas a los ermitales de palacio no se han cumplido? No han colaborado todo lo que debieran?
-Oh, no seor!, ellos han interrumpido las ceremonias que nos habran descubierto y nos han guiado a donde les hemos pedido sin preguntar. Han ayudado en
todo lo posible.
-Entonces?
-Es la cantidad de espacio para buscar. Slo somos dos, y son demasiadas personas a seguir y lugares a explorar.
-Est bien, est bien. Esta vez no os perdis en los detalles -dijo sealando la lista-, centraos en los individuos de mayor responsabilidad y buscad en ellos las
respuestas. Recurrid a lo que creis necesario siempre y cuando vuestros actos no dejen rastro. Haced lo que sea, pero no volvis hasta descubrir lo que busco.
Al instante dos de los tres visitantes se inclinaron y salieron. Entonces el patriarca se dirigi al tercero.
-Habis actuado eficientemente, soldado.
-Gracias, Su Santidad. Simplemente segu vuestras instrucciones. Pedisteis que no fuera llamativo ni evidente, lo justo para dejar pi a una explicacin razonable.
-Decid a vuestro superior que me ha complacido vuestro servicio. Aquel pobre oficial se estar preguntando ahora si fue un espasmo casual o la voluntad divina -
dijo sonriendo. Se levant y extrajo un pequeo cofre que entreg al visitante-. Decidle tambin, que si mi satisfaccin contina en esta lnea puedo ser muy generoso.
-Gracias en nombre del pueblo ruca
-Shhh! -reprendi el patriarca.
-Perdn, seor!, quera decir, gracias en nombre de mi pueblo.
-Igualmente, emisario. El prximo milagro ser en Tanujia, dentro de un mes, pero me gustara teneros a vos o a vuestro relevo un poco antes.
-Eso no depende de m, pero transmitir vuestros deseos.
-Partid con mi bendicin -y el ltimo hombre sali.
Moula casi dio un respingo por dentro ante su rutinaria frase. Le sala automtica, era la que usaba para despedir a cualquiera. No obstante su mente le record que
acababa de bendecir a un demonio.

Cuando el rucaina se sinti lo suficientemente lejos de cualquier poblado, abri el cofre y descubri la pulida esfera de cristal. Extendi su aura y comprob su
autenticidad. Inmediatamente la utiliz para contactar con su general:
-Seor, confirmo con esta comunicacin la entrega. El patriarca est cumpliendo su parte del trato.
-Muy bien. Qu habis averiguado en el palacio?
-No mucho ms de lo que sospechbamos. Podemos confirmar la existencia de un pacto entre la corona, los omunodas y los druidas.
-Algo ms?
-No, toda la corona est implicada. El emperador no sabe nada, adems de muchos nobles. El actual valido es astuto y ha sabido informar slo a aquellos a quienes
era necesario.
-Perfecto, ms fcil nos ser el cambio. No slo parecer coherente la actitud de nuestro candidato, sino que si lo hacemos lo suficientemente bien lograremos que el
mismo Moula d la orden.
-No s, mi seor, parece un hombre calculador, quizs no caiga en la trampa.
-No ves lo que ha demostrado al pactar con nosotros? Toda su capacidad analtica est al servicio de sus valores, y el ms elevado de stos es su queridsima
Comunidad. Har lo que sea por ella. Incluso dar la orden de asesinar al actual primer ministro.
-Todo eso si confa en la informacin que le demos.
-No hace falta. Nuestras piezas estn bien colocadas en el tablero.
-No entiendo, seor.
-Moula ya conoce a Naudral. Sabe que es de confesin ermital, y que a pesar de la fuerte influencia omunoda en la capital, no ha cedido. Por otro lado no hay otro
candidato con el suficiente abolengo como para aspirar al puesto. Adems, gracias a nuestra labor en la sombra, encabeza un grupo de nobles que le apoyaran en una
candidatura al puesto de primer ministro.
-Es cierto, seor. Segn los rumores, si no fuera por el apoyo del ejrcito, el actual valido habra sido destituido.
-Slo nos falta una pieza para completar el rompecabezas, que es el mismo que Moula est contemplando ahora. Para l tambin habr una nica solucin.
-Entiendo, seor.
-Ests haciendo una valiossima labor, oficial. No imaginas la cantidad de vidas rucainas que salvas con tu misin -minti. Estaba acostumbrado a hacerlo. Saba que
de nada servira revelar la terrible verdad que slo algunos oficiales de alto rango como l compartan. Slo tema no motivar lo suficiente a sus subordinados-. Sers
debidamente recompensado.
-Gracias, seor.

* * *

Lleg la noche y sendos kaiyas acamparon. Daza an quedaba lejos y estaban demasiado fatigados para seguir gobernando el ngel. Azuara fue a por agua mientras
Tifern se encargaba de la lea. Dio un buen paseo hasta encontrar un arroyo. Llen dos odres y al volver distingui el resplandor de una candela. La silueta de Tifern
se recortaba a contraluz, sentado con la espada en su regazo. Pareca estar hablando con alguien, pero no haba nadie ms junto al fuego. El capricho del viento quiso
llevarle sus palabras, alcanzndola donde normalmente no llegaran, como parpadeos de un susurro distante.
-No no puedo ya s que es ms importante, pero no sabemos dnde est slo indicios, como siempre No s cmo aguantas, hermano y si
abandonaras? no, yo tampoco sabes que mi nico objetivo es liberarte ya viene?
Tifern volvi el rostro, y la mir. Azuara guard la compostura, como si no pasara nada. El kaiya volvi su atencin a la espada, repasndola con un pao.
Azuara se pregunt con quin estara hablando su capitn. Estara usando una gema para hablar con Minios? Si as era, no le cuadraban las ltimas palabras. Minios no
podra haberla detectado. Aquel enigma pronto fue olvidado, pues su atencin caa sin poder evitarlo en el recuerdo de unos labios probados y perdidos.
Trat de concentrarse en la cena. Del ngel sac dos tortas de centeno, moras rojas, una barra de queso y lo necesario para hacer algo de caldo. Mientras lo
preparaba, no cesaba de dar vueltas a la imagen de Taigo entre sus brazos. Cansada, intent distraerse conversando:
-Capitn, cmo son exactamente esos dcuatil que buscamos?
-Nadie lo sabe, Azuara. Slo podemos suponer que se parecern a esto. -Su mano se introdujo por la abertura del pecho y un colgante se balance brillando a la luz
del fuego.
-Eres nicso!! -la frase le son desagradablemente familiar a Azuara. Volva a ser sorprendida por quien menos prevea. Aquello no era ningn cristal comunicador,
sino una poderosa gema rodeada con el tpico ornamento nicso. Al instante se llev las manos a la boca, angustiada por la irreverencia.
-Tranquila, estoy acostumbrado -sonri Tifern.
-Pero, no lo entiendo
-El qu? Que un nicso acepte rdenes en el ejrcito? -sonri-. No lo oculto, pero tampoco voy pregonndolo por ah. Como te imaginars, mis mejores amigos no
estn entre ellos.
-Vos no sois como ellos. No sois
-Soberbio, arrogante, cicatero?, -dej una pausa-. Espero que no.
-Seor, pero Vos? Vos asists a sus reuniones?
-S, como la mayora, suelo asistir.
-No lo entiendo seor. Si participis cmo podis luego codearos con nosotros? O al revs cmo podis estar siquiera con ellos?
-Es sencillo -Tifern hizo una mueca-. Bueno, quizs no tanto. Slo utilizo esas reuniones para enterarme de cosas.
Azuara mir a su superior con desasosiego.
-Azuara -dijo con tono conciliador-, no hay nada que puedas decirme de los nicsos que me irrite. Adelante.
-Yo -la indecisin persista en sus ojos huidizos-. Yo espi una de sus reuniones.
Aunque la cara del capitn segua inmutable, dirase que una sombra haba velado su rostro.
-Por qu lo hiciste? No creo que la curiosidad te bastase para jugarte as la vida, me equivoco?
-No -la joven oficial mir el suelo, sin saber si responder o no. Opt por continuar-. Fue despus del asesinato de mi padre
Los ojos de Azuara estaban ahora clavados en su interlocutor. Su voz era oscura, de una frialdad hiriente. Continu:
-Buscaba venganza, necesitaba identificar al responsable. Descubr que en vez de a un nicso, deba matarlos a todos.
-Entiendo -Tifern no se dio por aludido-. Era cuando an no habas ingresado en el cuerpo verdad?
-Tena trece aos.
-Tu padre se llamaba Ejenauca cierto?
-S! -Azuara lo estudi-. Estuvisteis all?
-No, pero al regresar de una misin me lo contaron. No te voy a mentir, de haber estado no habra podido impedir nada. Ellos te utilizaron como rehn para
doblegar a tu padre. Te entregaron al ms sdico de ellos para hacerle dao. Infamias como esa solan cometer todos los meses. Pero gracias al Divino eso parece estar
cambiando.
-No me importa si ahora ya no pueden andar con la impunidad de antes, siguen siendo unos canallas.
-Es cierto, la mayora lo son.
-La mayora? Slo la mayora? Perdone capitn pero si se vive entre lobos, no se puede ser cordero. Yo lo vi. Lo vi en los hijos de aquella familia. Cmo se
transformaban en en -Azuara suspir con una mueca de asco-. Yo lo vi, capitn.
Tifern la observ con calma. Ella mantuvo su mirada desafiante.
-T no eres una nicso, en el sentido de lo que para ti eso significa verdad? -Azuara lo mir fijamente sin comprender.
-No. En ningn sentido lo soy.
-Ests segura?
Azuara entrecerr los ojos.
-Por supuesto.
Entonces Tifern se desprendi de su colgante y se lo arroj. Ella salt como si temiera contaminarse con el contacto de aquel objeto.
-Nos quedan algunas jornadas an para llegar a Daza. Hasta entonces debers entrenarte y utilizar la gema.
-Pero capitn, yo no puedo usar esto! -dijo apartndolo de s con dos dedos.
-Eres buena, Azuara, pero te recuerdo que en el ltimo combate te hirieron. Y por esa herida se nos han vuelto a escapar. Esto no puede volver a ocurrir. Los
dcuatil estn por encima de cualquier cosa, incluso de nuestras propias vidas. Velis nolis, tendrs que usarlo. Es una orden.
-Pero y vos?
-Yo tengo esto -dijo mostrando la empuadura de la espada. Engastada, una gema muy similar a la del colgante brillaba con reflejos escarlata.
-Pero, seor, ya solo queda uno y
-No. No creas que esa criatura alada es lo peor a lo que podemos enfrentarnos. Ni mucho menos.
-Cree que hay ms rucainas por aqu?
-No es que lo crea, es que estoy seguro. De dnde crees que viene la secta de Saifel?
-Los adoradores de Saifel son rucainas?
-No, todos no. Pero estn infiltrados entre sus sacerdotes y utilizan la secta para sus propsitos.
-O sea, que es posible que nos enfrentemos a muchos.
-De todos modos no creo que sean demasiados. Adems nuestra misin no ser vencerlos, sino robarles las gemas.
-S, seor.
Azuara guard el colgante con disgusto, evitando su contacto como si se tratase de una rata muerta. No saba qu hacer con aquello, y le horrorizaba pensar en el
momento en que su aura hubiera de entrar en aquella cosa. No estaba del todo segura de que su capitn le hubiera dado aquel objeto slo por el peligro.
En seguida dirigi su atencin a Taigo. Y si l no asista a aquellas reuniones, como haba insinuado Tifern? Y si llevaba aquel colgante por casualidad, como le
ocurra a ella? La idea de haberlo rechazado injustamente le daba autntico pnico. Entonces, la pregunta se le escap de los labios:
-Conocis a un nicso llamado Taigo?
-Taigo? No, no me suena. A qu familia pertenece?
Azuara record una cara, pero no su nombre. En sus sueos Taigo siempre se haba dirigido a l como padre.
-No sabra decirle. Su padre es mdico, y hasta hace cinco aos que regresaron a Silkara han estado viajando de pueblo en pueblo.
-Un nicso fuera de Silkara? -dijo extraado. Como Azuara pareca segura, arque las cejas y continu-. O ests equivocada, o tengo un hijo del que no tena
noticia. No sera el que besaste? Es para preguntarle si su madre an sigue interesada
-Por favor, capitn
-Est bien, est bien. Pues no, definitivamente no conozco ningn nicso que haya abandonado la sacrosanta Silkara. Excepto Sanjo, claro.
-Sanjo? Quin es Sanjo?
Tifern la mir extraado, como si fuera imposible que alguien de Silkara no conociera aquel nombre, pero contest:
-Sanjo fue un rebelde a la jerarqua nicsa que pag su audacia con el exilio. Por lo que s de l, jams volvera a usar una gema, usque ad mortem. Y si tuviera un
hijo, no creo que le enseara a usarla.
-Pero si la tiene!
-T debas de ser muy pequea entonces. Sanjo estuvo a punto de revolucionar Silkara. Ha sido el quinto que casi lo logra en todo un milenio. Los nicsos an le
odian. Para muchos otros es sinnimo de derrota. Pero para aquellos que saben ver, Sanjo removi los cimientos de Silkara lo suficiente como para que nada volviera a
ser igual. Ahora, al fin hay un cambio -Tifern inspir profundamente, para soltar un largo suspiro-. Sanjo dijo que no volvera a usar su gema hasta que todo kainum en
Silkara tuviera la suya.
-Y lo cumpli?
-Estoy seguro. Era un hombre de principios, por eso no creo que para l la gema tenga ms valor que como reliquia familiar. Quizs por eso se la dio a su hijo.
-Hace aos que la tiene, debe de saber usarla -Y si no, no importa, est con ellos, pens-. Debe de haber ido a las reuniones -Vive con ellos, respira su ptrido
ambiente-. Tendr amigos nicsos -Est con ellos, disfrutar con sus mismas crueldades-. Pensar y sentir como ellos -Es uno de ellos!.
-Te equivocas.
Azuara lo mir con los ojos muy abiertos. Trag saliva y dud en preguntar:
-En qu?
-Si no lo conozco es que nunca ha tenido contacto con ellos.

* * *

Taigo se despert bien entrada la maana, hambriento y sin nada que llevarse a la boca. Careca toda posesin excepto aquel valioso volumen. As pues, tena que
regresar a Silkara. Enfund cuidadosamente el libro en un retal extrado de su tnica y comenz a andar sobre el aire para salvar los traicioneros Pantanos Negros. El
fuerte viento del este le ayud mucho, ahorrndole varias jornadas de vuelo. Cansado, tuvo que atravesar las montaas a pie. Lleg a Las Llanuras al caer el sol. Sobre el
mar de hierba, arrebolado con caprichosas rachas de viento, distingui con claridad una figura. No pareca armada, as que se acerc. Era un muchacho, con la cara
enterrada entre sus brazos, sentado sobre un pequeo montculo de tierra, la nica superficie que no estaba cubierta de hierba. A su lado haba dos mochilas muy
cargadas y sus manos colgaban manchadas de barro.
-Hola, viajero, a dnde vas?
El muchacho levant la vista con sorpresa. Taigo vio sus ojos verdes, enrojecidos de haber llorado, sangre seca en el labio y enseguida record el sueo de Azuara.
Comprendi quin deba de estar bajo aquella tierra.
-Vamos a Voy a Nahum-Sala.
Taigo se compadeci del muchacho. Casi senta como una responsabilidad propia su desamparo. Poda continuar solo. Sin duda llegara ms rpido a Silkara. Es
ms, deba ser rpido para entregar el libro al Consejo, y devolver cierta gema. Deba? Qu eran aquellos deberes comparados con su sufrimiento? Necesitaba
solucionar sus problemas, y si aqul libro o aquella gema podan ayudarle, los dems tendran que esperar. Egosmo? No. Justicia. Con l y con aquel pobre muchacho.
As que se ofreci.
-Hay que ser valiente para andar por estas tierras solo. Yo tambin voy all, y sera ms prudente cruzar Las Llanuras en compaa. Los hicunos no suelen tener
ningn sentido de la moral. No te parece?
-Vale -contest. Luego, como haciendo un gran esfuerzo aadi-: No viajaba solo. Aqu descansa mi -un hondo suspiro-. Ayer muri aqu mi Guardin.
-Lo siento. Qu pas? -Taigo pens que si no preguntaba parecera extrao. El muchacho suspir y con angustia en su voz respondi:
-Vinieron unos unos guerreros. Nos nos usaron en su lucha y y l
No pudo seguir. Volvi a enterrar el rostro entre sus brazos y sus sollozos escaparon sin poder evitarlo. Taigo se sent junto a l y le coloc una mano en el
hombro. Cuando se hubo calmado prosigui en tono amable.
-Lo conocas hace mucho no?
-Hace cuatro das.
Taigo evalu al muchacho. Deba de haber pasado mucho tiempo aislado del mundo para conservar tanta sensibilidad.
-Me llamo Taigo. Y t?
-Chaoro.
-Por qu lo has llamado Guardin?
-Es una tradicin de mi pueblo, Druna. Cada generacin un Peregrino es enviado por el Eremita a la Pancomunin. El Eremita es mi maestro y yo soy el Peregrino.
Un Guardin es elegido para acompaarme.
-Vivas con tu maestro?
-S. El eremita es muy bueno. Me adopt cuando era muy pequeo.
Taigo sinti lstima. Ningn nio deba criarse sin otros con los que jugar. Imagin la existencia de Chaoro aislado en la montaa.Yo nunca tuve amigos duraderos,
pero al menos los tuve, pens.
-Deberamos alejarnos de aqu y buscar algn sitio para dormir. De acuerdo?
-Vale. Slo traes eso? -dijo sealando el fardo con el libro de Dogantes.
-Me temo que s.
-Entonces coge la mochila del Guardin. Es tuya.
-Eres muy generoso.
-No, no era ma. Mi maestro dice que las cosas no son de nadie, sino del que realmente las necesita.
Echaron a andar y un vencejo revolote sobre ellos.
-Hombre, el que faltaba -dijo Chaoro. El vencejo se pos sobre el hombro del Peregrino. ste le acarici con el ndice suavemente su cabecita y, por primera vez,
sonri.
-ste es Tori. Es muy tmido, pero nunca falla a la hora de la cena.
Buscaron un lugar abrigado del viento y encendieron un pequeo fuego donde calentar comida. Chaoro no estuvo muy hablador. Taigo intent animar al muchacho,
pero ambos estaban demasiado cansados para otra cosa que dormir.

* * *

El sol arda sobre la sotana, cociendo a fuego lento cuanto haba en su interior, pero Moula no haba podido encontrar otra cosa. Si su madre le viera vestido con su
atuendo habitual, le podra dar un sncope. Haca ya muchos aos que haba tomado la decisin de no revelar su cargo a la familia. Esta sana ignorancia le haca sentir
protegidos a los suyos y al mismo tiempo le otorgaba un escape a las reverencias y formalidades cotidianas.
Tambin era un escape a sus problemas. Haba uno que le tena angustiado, y sobre el que no encontraba solucin. Un enemigo de su Comunidad. Un astuto valido
que cerraba todos los caminos que l abra. Pero ahora no quera pensar en eso, sino en el final de aquel familiar sendero.
Siempre que reconoca los rasgos de su pueblo natal, su mente brincaba atrs en el tiempo. Ola el viento y los aos se superponan en su memoria, dando un
sentido precioso a cada imagen que reconoca. Recordaba los campos donde haba correteado tantas veces, anticipando cada recoveco y cada loma segn las encontraba,
engranando en su mente como un rompecabezas sobre huellas antiguas cargadas de sabor. Al pisar los adoquines y recorrer aquellas calles blancas, imagin a los
habitantes ocultos bajo aquellos muros de cal, atisbando tras las rejas de hierro y preguntndose No es se el hijo de Azoifa, el sacerdote?. Y a pesar de los aos, se
le antojaba ver las caras sin cambios, tal y como las recordaba.
Al llegar a la plaza, como cada vez, volvi a rememorar el momento en que decidi su carrera. Fue all donde una vez un alto prelado visit el pueblo, y se lo recibi
con todos los honores. En su mente infantil, aquel ermital dej para siempre una marca, una piedra angular sobre la que asentara todos sus planes. Cuando intentaba
escudriar cules haban sido sus reacciones ante aquel evento, no se senta capaz de definirlas. Sin embargo, s que poda asegurar la fuente de su impresin. sta no se
basaba en los extraos atuendos o las deslumbrantes joyas, sino en la absoluta devocin que haba percibido en la gente. Y una extraa risa se dej or en el fondo de su
mente, creciendo entre secretos y olvidos, insolente.
-Moula!!
Cien besos y abrazos cayeron en tropel desde la diminuta anciana que acababa de descubrirle. Tras la sonrisa y sus ojos hmedos, l poda sentir un cario que
ningn nmero de besos podra jams saciar.
-Madre tuvo un presentimiento anoche -intervino Dakil, su hermano- y a que no sabes qu hay de comer?
Moula se regocij, casi arrepentido por la sombra de una gula feroz.
-Migas?
Su hermano asinti y una risa franca sali de su boca por primera vez en mucho tiempo. Hablaron de muchas cosas, todas intrascendentes, y Moula dese que el
da no se acabara nunca.
No siempre haba sido as. An poda recordar cundo y cmo se fue de casa. Era en la rebelda de la juventud, cuando senta aquella necesidad imperiosa de ser
respetado. Pero todo aquello estaba ya sepultado en el pasado.
-Hola! Alguien necesita los servicios de un humilde druida por aqu? -una voz extraa son en la entrada.
-Adelante, Saagua, mira, ste es mi hermano.
-Encantado de conocerte -salud. Moula sonri en respuesta-. Tambin has descubierto que este lugar debe de ser santo? Esas migas de tu madre slo pueden
venir del cielo.
Todos rieron. Saagua era un fornido hombretn entrado en la cuarentena, barbudo, de sonrisa ancha y rizada melena. A sus ojos pequeos no pareca escapar
nada, pero sin intimidar en absoluto. Se mostr franco, optimista, con una alegra interior contagiosa, y a Moula le cay bien inmediatamente.
-Aqu tienes a un mrtir por la causa del pueblo -dijo Dakil.
-Bah! No le hagas caso -dijo Saagua.
-Consigui que todo el pueblo se pusiera en jarras ante el mismsimo gobernador.
-Consegu diez latigazos en plena plaza pblica. Eso es lo que consegu.
-S, pero la verdad es que ahora estn construyendo un nuevo acueducto.
-Ya, pero no es lo que pedamos.
-Pero si es la primera vez que veo a un gobernador soltar una moneda en este pueblo!
-Tiene razn -terci Moula-. Yo tampoco recuerdo que el gobernador hiciera nada aparte de mantener los caminos.
-Fui un loco. No s qu habra hecho si el castigo hubiera alcanzado a alguien aparte de m. No habra podido perdonarme.
-Te lo he dicho cien veces. T no nos pediste que te siguiramos. Fue decisin nuestra hacerlo. Eso s, despus de que t plantases cara. Eso no lo hace cualquiera
verdad, Moula?
Moula asinti. No pudo evitar meditar la pregunta. l no era un idealista como Saagua. Su heroicidad se teja en la sombra. Su sacrificio no era impulsivo, sino
meditado, calculado framente y asumido en sus costes. No es acaso eso ms duro, mucho ms difcil que dar rienda suelta a la conciencia de qu es justo y qu no, y
andar de frente, sin remordimientos, con una visin estpidamente ntida de la vida?, pens. l en cambio tena que contender con una maraa incierta de grises, de
valores relativos, y lo peor, con consecuencias mucho ms importantes que unos latigazos. Y la extraa risa volva a cantar, entre notas de irona y sarcasmo, vestida
de seda y perfumes atroces, escondiendo la verdad ms all de la mentira.
-Y qu haras si fueras el patriarca?
La pregunta surgi as, natural, la tpica pregunta de sobremesa, en esas conversaciones relajadas en las que todos saben cmo se arregla el mundo. Saagua tard en
responder.
-Yo creo que la abolira -dijo mientras su mirada se perda unos tres pasos ms all de la taza que sostena-. S, abolira la estructura completa de la Comunidad.
-Tan mal te cae el prroco de este pueblo? -dijo Moula bromeando.
-Uy, qu va! Es una magnfica persona. Al igual que la mayora de los ermitales. Gente sensible hacia los dems. Es ms, deberan seguir haciendo lo mismo.
-Pero si acabas de decir que eliminaras la Comunidad.
-No, que la abolira. Es decir, acabara con la institucin misma. Con las jerarquas, los concilios, la normalizacin de su doctrina.
-Pero eso equivale a destruirla.
-Yo creo que no. No es el principal objetivo de la Comunidad propagar una conducta, una moral que se basa en la fe en el hombre, en su bondad interior?
-Por supuesto.
-Pues yo propongo que eso mismo se inculque desde el ejemplo individual, tal y como sucedi en sus principios. Sin toda esa pompa que le quita autenticidad.
-No creo que funcionase. Al principio era una moda, una revolucin en una tierra feraz, que esperaba esa semilla. Si no hay un pastor para ese rebao, en dos
generaciones desaparecera.
-Puede ser, pero no merece la pena el intento? Es acaso mejor lo que sucede ahora?
-Si los ermitales no estuvieran, otros ocuparan su lugar. De hecho est sucediendo.
-Ya. Pero eso a m no me vale. Si fuera el patriarca no podra contemplar las cosas y no hacer nada.
-Aunque supieras que estaras destruyendo algo para nada?
-Nunca se puede estar seguro de que sea para nada. Para m, mientras exista la posibilidad, he de luchar por intentarlo.
-Y si fracasas?
-Pues no ves que he fracasado y tengo todava remordimientos por haber puesto en peligro a medio pueblo?
Todos rieron. Para Moula volva otra vez esa visin simplista. Lo correcto y lo que no, y una lucha contra viento y marea incluso contra s mismo si era necesario.
Saagua era as. Sola caer bien o fatal, con l no haba trmino medio. Moula se senta cmodo con l. Saba que para bien o para mal, era un hombre sincero, alguien
ntegro, digno por tanto de toda confianza. Pero para el patriarca su actitud era de una irresponsabilidad enorme, imposible de asumir cuando de uno dependen tantos.
Saagua sera el tpico rey capaz de dar su reino para evitar una nica muerte, o de llevar a todo su pueblo a un sacrificio absoluto, si lo crea necesario. Admirables
hroes o terribles sanguinarios para la Historia, excntricos polos de una realidad llena de complejidades e incertidumbres donde el resto de los hombres, los sensatos, se
debata.
Su Comunidad era el legado de muchas generaciones, a quien l se deba, quien le haba dado la razn de su vida. Su misin era protegerla, mimarla y hacerla
florecer. S, saba que haba problemas que Saagua tuvo la delicadeza de omitir, pero que en sus razones quedaban implcitamente insinuados. Haba sacerdotes que
transgredan sus votos, arzobispos avariciosos, cardenales corruptos como la nobleza con la que se codeaban. Lo peor era la prdida de la alegra, de ese juvenil
sentimiento de hermandad que una vez abri el corazn de los hombres y que dio sentido a su existencia. S, lo saba, pero cmo poda siquiera considerar abolirla?
Haba mucho bien en la sagrada institucin como para destruirla por unas cuantas manzanas podridas.
De pronto, sus pensamientos le llevaron a una clara solucin de algo que haba estado considerando mucho tiempo. Ahora vea ms sencilla la situacin, y lo que
deba hacerse. No le gustaba jugar con vidas, pero ya haba llegado el momento. All mismo decidi que en cuanto volviera a la ciudad, contactara con el general de
aquellos brujos y dara la orden. No saba cunto le costara, pero era algo que deba hacerse. Si en el camino de su Comunidad se interpona un ministro, aunque fuese el
mismsimo valido del rey, ste deba ser apartado -o eliminado-, mxime cuando contaba con un sustituto ms que adecuado dispuesto a garantizar los derechos de su
Comunidad.
Por un momento pens en el nuevo peso que iba a cargar sobre su conciencia. Era la vida de un hombre y el dolor sobre aquellos que le amaran. Moula no era
insensible, y se entristeci por su vctima condenada. Otra mancha en su ya oscura alma, otro sacrificio por su Comunidad, pens.
La Hipocresa, en un rincn de su mente, rea a carcajadas, subida al silln imponente de una soberbia olvidada; despertada ha tiempo, cuando un adolescente
quiso ser admirado por todos en el centro de una plaza.

* * *

La batalla haba sido todo un xito. No tanto por la pericia de Lintor o sus generales, como por la indisciplina de los hicunos. Eran guerreros valientes, pero sus
jefes carecan de la coordinacin propia de los ejrcitos civilizados. Adems era la primera vez que sitiaban una gran ciudad y la inexperiencia les iba a costar cara.
El prncipe saba que esta vez no bastaba con vencer en una batalla. Si quera eliminar la amenaza por unos aos deba asestar un golpe ejemplar. Deba neutralizar
sus caudillos, despojarlos de sus caballos, destruir su moral hasta los cimientos, y eso no era tan fcil.
La mayora de las tropas enemigas eran jinetes, mientras que de las suyas, dos tercios eran infantes. An as, se las ingeni muy bien, aprovechando la sorpresa y
el terreno para embolsar al invasor.
Miles de hombres fueron apresados. Lintor tuvo que prescindir de la mayor parte de su infantera para dominar aquella masa. Con el resto de caballera y tropa
ligera acos al enemigo hacindolo retroceder hacia Daza. Sus generales haban estado tan ocupados en aprovechar las oportunidades tcticas que apenas se haban dado
cuenta de lo mucho que se estaban acercando a la frontera lua. Cuando empezaron a sospecharlo ya era demasiado tarde.
Todo comenz al amanecer. Lintor haba reunido a los escuadrones ms adelantados para cargar sobre un reducto de fugitivos cuando descubrieron que su nmero
era superior a lo esperado. Pronto sus mensajeros advirtieron que se deba a la afluencia de jinetes del norte. No en nmero suficiente como para temerlos, pero s como
para necesitar refuerzos antes de atacar.
Las tropas tmaras poco a poco fueron llegando, reunindose con el cuerpo principal y volviendo a conformar el slido ejrcito que abandonara Yadn das antes.
En lo alto de una larga y suave colina los soldados fueron componiendo una tupida lnea en perfecta formacin.
En el valle, miles de hicunos desmoralizados y derrotados caminaban con sus monturas sin prisas por huir. Nadie saba si por pura extenuacin o porque les daba
igual todo. Eran hombres que haban compartido un efmero sueo, una ilusin de gloria, de riquezas y poder, y ahora el infortunio les haba despertado con las manos
vacas, la sangre de sus compaeros y la sombra de la muerte a la espalda. Se sentan hundidos, desorientados, sin ms objetivo que su propia supervivencia.
Lo intrigante para los tmaros era que por el norte seguan llegando pelotones espordicos con la misma actitud que los dems. La causa no tard en aparecer. La
caballera lua apareci al otro lado del valle, pisando los talones a los ms lentos o ms valientes. Empujando al fin y al cabo a la fuerza enemiga en la misma direccin.
Al llegar sus generales detuvieron la marcha. Al igual que a los tmaros la situacin les haba pillado por sorpresa, y no saban muy bien qu hacer.
Un extrao silencio se apoder del lugar, a pesar de haber decenas de miles de soldados congregados. Los hicunos no se apresuraron a huir. Se daban cuenta de que
muy pronto all podra armarse un buen espectculo, y si haba suerte tendran su venganza. Aunque todava estaban lejos de reorganizarse.
El optimismo de la victoria ya no acompaaba a los soldados de ningn bando. Ya no haba confianza en sus msculos agotados. El sol agonizante ya no se
reflejaba en sus armaduras manchadas de sangre y polvo. El viento levantaba espordicos remolinos, como si quisiera limpiar el tablero de un juego macabro. El miedo
devoraba corazones a cientos, creciendo como las sombras en aquel atardecer.
Los generales y oficiales de mayor rango se debatan angustiados, pendientes de cada nuevo informe, buscando la solucin a una situacin sin salida.
Aparentemente los ejrcitos parecan igualados, pero lo cierto es que ninguno de los dos bandos poda calcular la profundidad de las lneas enemigas con razonable
aproximacin. Si huan perderan la ventaja de la posicin y se arriesgaran a ser atacados por la espalda. Si atacaban sin duda habra una carnicera con funesto resultado,
pues del derrotado no quedara nadie para contarlo. En cuanto al vencedor le esperara una espantosa huida por una tierra sin refugio, acosado por miles de hicunos
vengativos. Mientras, transcurra el tiempo, un tiempo precioso para los hicunos que intentaban reorganizarse.
-Seor, si hemos de atacar hemos de hacerlo ya, antes de que caiga la noche y perdamos el control -dijo uno de los generales tmaros.
-Alsagui -habl el prncipe-. Qu opinas?
En medio de los nerviosos oficiales, el veterano general destacaba por su asombrosa calma.
-Seor, s que nunca es bueno ser derrotista, pero aunque venzamos, que lo dudo, muy pocos de nosotros conseguirn sobrevivir.
-Es lo que yo pensaba.
-Seor por qu no una retirada ordenada? -dijo un joven oficial. Lintor no tuvo que responder, Alsagui lo hizo por l.
-Una retirada siempre supone un alto nmero de bajas, y estamos demasiado lejos de ningn lugar que nos pueda proporcionar una adecuada defensa.
-Malditos hicunos!, para una vez que iban a recibir su merecido les sonre la fortuna -terci otro oficial.
Lintor miraba a los luos mientras su caballo no cesaba de moverse. Qu poda hacer? Los segundos pasaban, y los hicunos se agrupaban. No quedaba tiempo.
Haba que actuar, y haba que hacerlo ya. Todos lo miraban expectantes, angustiados. Nadie pareca tener una solucin. Qu poda aportar l? Qu saba l que no
supiesen los dems? El saba cmo pensaba un luo. Haba estado conviviendo con uno durante bastante tiempo como para conocerlos.
-Recuerdas lo que me dijisteis una vez del honor, general? Dijisteis que hace siglos que el resultado de una batalla no se resuelve con un combate singular.
-S, mi seor, os dije que ya no hay honor.
-Dijisteis que bastaba esgrimir la espada del vencido ante su ejrcito para que ste se sometiese al vencedor.
-S, mi seor. Tambin os dije que hoy sera impensable. Y menos con esos luos. Quin responde del honor de los luos?
El prncipe mir al ejrcito de Lucinia, luego a sus propias filas, llenas de caras preocupadas. Cuntas vidas pendientes de mis errores!, pens.
-Bien, seores -dijo el prncipe con seguridad-, parece ser que slo nos quedan nuestras tradiciones.
-Cmo? -dijeron varios al unsono.
-S, seores, mi ltima orden ser que respeten las buenas tradiciones tmaras. Ha quedado claro?
Todos se miraron entre s sin comprender. Entonces Lintor se coloc el yelmo y abandonando sus filas se dirigi hacia los luos. Al adivinar las intenciones del
prncipe un oficial exclam:
-Est loco!
-No, no lo est. Pretende evitar nuestras muertes con la suya.
-Pero no servir de nada! Los luos no tienen honor! Acaso crees que esos cerdos aceptarn el resultado de un combate singular?
-A ellos tambin les viene bien evitar la lucha. Deben estar igual de cansados que nosotros, pues se ve que llevan persiguiendo a los jinetes todo el da.
-Y confas en que se retiren si el prncipe gana? Y si pierde?, te volveras y daras la espalda al enemigo?
-No lo sabemos. Nadie lo sabe. Pero al menos es una oportunidad.
-Es un valiente! -dijo un oficial con orgullo.
-No, no lo es -dijo otro con una ancha sonrisa-. Es simplemente el mejor espadachn del mundo, y sabe que va a ganar.
Pronunci estas palabras ms con deseo que con conviccin. Sin embargo bast para que una chispa de esperanza prendiese en tantos corazones desalentados.
-Eso! A por ellos, prncipe!
Todos estallaron en vtores y gritos de nimo. El prncipe pas entre sus filas mientras stas le hacan un ltimo regalo. Dejando el clamor de miles de voces atrs,
lleg al linde del valle y esper. Los luos deban enviar un guerrero. El honor lo exiga. Y ste no tard en aparecer. A lo lejos poda ver las lanzas levantndose por su
paladn. Tambin se oan los gritos, ms lejanos que los de los suyos, pero igual de fervorosos. Lintor se ajust la armadura nervioso y esper.

-Mi reina, no lo hagis! Yo mismo me ofrezco voluntario! Tened en cuenta el bien del reino. Qu sera de ste sin vos?
-General, os agradezco la oferta, pero no puedo complaceros. Ya habis recibido vuestras rdenes.
-Su majestad, an podemos hallar otra solucin.
-Cul, oficial? Hemos perdido muchos hombres en la conquista de tres valiosas ciudades. Sus murallas nos darn seguridad durante aos. Hemos de arriesgar eso?
Vais a decirles a las familias de los cados que sus muertes fueron intiles? -ninguno se atrevi a replicar.
-Compaeros, creis que un tmaro es mejor que tres buenos guerreros luos? -la alusin de la reina a su ascensin al trono alivi la tensin que sus hombres
sentan, hacindoles rer-. Ateneos a mis rdenes, respetad la tradicin y no pasar nada.
Algunos generales miraron a los jinetes de Las Llanuras, una turba herida, pero numerosa y, desde luego, ansiosa de venganza. Ahora incluso el regreso poda
resultar peligroso. Seguro que no pasara nada?, pensaron muchos.
La reina pas ante sus filas enarbolando la Espada de la Justicia. Sus gritos volaron al cielo y sus corazones volvieron a sentir confianza. Aquella espada significaba
el buen destino, la fortuna para Lucinia. Y eso era algo que los tmaros no tenan.

La luz sangrienta volva a baar a dos guerreros que lucharon no haca mucho en una frontera lejana. Ahora vestan mejores armaduras, tenan ms espectadores y
ms responsabilidad sobre sus hombros, pero los mismos deseos de supervivencia. En aquella ocasin fueron actores, en esta, seran guerreros.
Los dos paladines espolearon a sus monturas y stas devoraron la tierra.
Desde la posicin de los hicunos, poda verse con inigualable perspectiva la gloriosa accin. Dos estelas de polvo que corran buscndose como dos amantes. Las
dilaciones del duelo haban permitido que algunos, los ms perjudicados, partieran hacia Daza. El resto, un numeroso contingente, permaneca expectante, como las
hienas que acechan a la presa herida.
Lintor desenvain su espada, sintiendo el aire cortado en ella. Reflejos carmeses fulgan all donde no haba sangre coagulada. An quedaba espacio para mucha
ms, y sin duda estaba dispuesto a colmarla. Si era posible en el primer envite, el ms fiero y el ms peligroso.
Nadima la irgui ante s. La sopes liviana, como si estuviera viva. La reina se sinti extraamente acompaada, algo o alguien que no comprenda estaba con ella.
Desde su yelmo cerrado slo sus ojos asomaban, al igual que su enemigo.
Los soldados estaban mudos. Slo se oa el galopar de los dos caballos sobre la tierra desnuda.
El primer choque podra haber sido definitivo, en cambio no fue as. Los dos guerreros no llegaron a rozarse. En vez de eso Nadima desvi su montura y fint el
golpe. Lintor maldijo por la oportunidad perdida y volvi a la lucha.
El acero mordi acero y sus ecos atravesaron el valle. La habilidad de los espadachines volvi a asombrar a sus espectadores, y el combate pareca equilibrado. Pero
la reina percibi algo extrao, era una sensacin que vena de su espada y se extenda como una alarma general a todo su ser. Algo no andaba bien.
-Parece que te defiendes medio bien para ser un perro soldado luo -le increp.
-Raimano?! -dijo Lintor receloso.

Los tres ejrcitos vieron estupefactos cmo los contendientes se quitaban el yelmo en mitad de la refriega. Nadie pudo or sus palabras. Los segundos pasaron, y la
lucha no se reanudaba. Al fin, los contendientes intercambiaron sus espadas e iniciaron el galope hacia sus ejrcitos. Sin detener la marcha Nadima lleg a las filas
tmaras al mismo tiempo que el prncipe a las luas.
Los infantes levantaron las lanzas ante la reina, que fren cinco pasos antes.
-Od, Tmaros! Habis jurado lealtad al portador de esta espada! Si es verdad que os queda honor, seguidme!
Y al trote, la reina recorri la lnea dirigindose hacia los hicunos.
Los oficiales no saban qu hacer. Miraban con asombro a Nadima, y con ms sorpresa an a la espada. Deba seguirla, eso deca la tradicin y esas haban sido las
ltimas rdenes del prncipe. Pero era una lua. Cmo iban a seguir al enemigo? Luego miraron a lo lejos, donde su seor pareca estar haciendo lo mismo en el otro
lado. Todo resultaba lgico, pero absolutamente inconcebible.
De pronto se oy una sonora carcajada. Era Alsagui. En ausencia del prncipe era quien ostentaba la jefatura de aquel ejrcito, as que todos le miraron.
-Ser posible? -murmur-. No tiene ni treinta aos y ya ha conseguido lo que ningn tmaro en siglos, nada menos que aliarse con los luos.
Despus, consciente de la atencin de todos exclam para que pudieran orle:
-Tmaros! Hagamos honor a nuestra espada y barramos a esos jinetes para siempre! Por la victoria!
-Por la victoria!! -corearon.
Y dos monstruos de metal y carne se precipitaron ladera abajo sobre unos sorprendidos jinetes que jams imaginaron esta respuesta.
Aquella noche muchos se rindieron incapaces de seguir huyendo. Otros se dispersaron, buscando refugio en la noche. Los ltimos, los nicos ya capaces,
galoparon hacia Daza, su ltimo refugio.

* * *
A la luz del sol, la gema resplandeca con innegable belleza. El rucaina explor un fallo en su simetra y lo hall en una esquina truncada. Se concentr y su aura
penetr el material reconociendo formas y relaciones entre ellas. Or para que aquella pequea lasca que le faltaba no fuera fundamental en sus funciones. Y as fue:
-Otra!! -exclam contento.
Sus dos compaeros corrieron a su encuentro.
-No me lo puedo creer
-Ha sido suerte, pero podramos estar otra semana sin encontrar nada.
-Venga, hombre!, an podamos descubrir ms. Quedmonos otra semana.
-Ya conoces las rdenes, debemos marcharnos con la siguiente peregrinacin. De lo contrario estaremos desprotegidos.
-S, adems tenemos suficientes para destruir Silkara.
-Y t qu sabes? Que haya pocos nicsos no significa que no guarden ms de una gema cada uno.
-Aunque as fuera, nosotros somos mucho ms numerosos.
-Bueno, da igual, tenemos que irnos. Qu hay del anciano?
-Le acabo de dar una pcima. Es lenta, pero la menos dolorosa que he podido preparar. Morir antes de esta noche.
-Entonces vmonos.
Los tres rucainas montaron en el carro y partieron. En una de las yurtas, un anciano, otrora caudillo de los hicunos, espiaba febril a sus carceleros. Tras arduos
esfuerzos haba logrado vomitar parte del bebedizo. An as, su extremo estado de debilidad le haca temer por el xito de su ltima empresa.
Cuando los rucainas desaparecieron de su vista desenterr la Sagrada Joya y mont a caballo. Con esfuerzo consigui atarse a la silla, pues saba que no estaba
en condiciones de cabalgar. Gui su caballo hacia Druna y lo espole.
Antes, se habra regocijado pensando en el premio, aquel tesoro prometido por el Eremita. Ahora sin embargo, no le importaba. Senta cmo los miembros se le
adormecan y luch por desentumecerlos. Era un esfuerzo intil, lo saba. El veneno, aunque escaso, estaba haciendo estragos en un cuerpo que ya no poda ms. Pero
deba lograrlo. La hazaa de su hijo no poda quedar en el olvido. l se lo deba, y aunque cien infiernos se desatasen sobre l, lo conseguira.
Y as fue, a medias, pues lleg a su destino. Pero cuando entr en la cueva, el Eremita no estaba para recibirle, y por tanto no pudo emplear su ltimo aliento en
pronunciar el nombre de su hijo. Slo se desplom, casi cadver, sobre el fro suelo, con las manos agarrotadas sobre la Sagrada Joya, un pseudnimo de un objeto
ms conocido en la antigedad como el lumen.

CAPTULO VI

El viaje

SLO somos seres castigados por la Comunidad Divina. Mas no para siempre. Cuando el cometa llegue, un ngel alado bajar del cielo con la Sagrada Joya. Un
demonio lo enfrentar, y su lucha ser terrible. Pero al final la Luz despertar en nosotros, y Dios renacer para librarnos a todos del dolor.
Anuario de Msticos (1001 A.D.)



Tenkar consigui su inmortalidad sin ayuda de cristales. Lo sabemos porque una vez fue herido de muerte y an as resucit. Yo no he descubierto cmo. Tan slo he
podido fabricar una gema para atar un alma, la ma, a este mundo, y al precio de un sufrimiento constante. Pero no he conseguido reencarnarme en un cuerpo como
l. La ventaja es que en esta forma soy mucho ms poderoso en el plano astral. Por el contrario, necesito a alguien que me comunique con el mundo fsico. Sin l no
tengo energa para hacer casi nada.
Tenkar por su parte no parece mostrar poderes adicionales a los de cualquier kainum. Sin embargo era, y es, un genio en el manejo del aura. Si a eso le
aadimos dos siglos de experiencia, resulta un kaiya prcticamente imbatible en combate singular. Por eso debe ser atacado siempre en grupo, y no ser destruido
hasta conocer su secreto. Para ello he diseado una nueva gema, mi ltima creacin y lo ms vil que he hecho jams. Os la dejo junto a los dcuatil. Con ella espero
que podis someterlo y obligarlo a revelroslo todo.
Por ms que lea, Taigo no encontraba lo que deseaba. Nada haba en aquel libro arcano sobre cmo romper el vnculo astral con Azuara. Dogantes se afan en
recopilar toda la informacin posible sobre su ltimo enemigo, y las mejores tcnicas de combate de las guerras arcanas. En toda la Historia jams se haban alcanzado
conocimientos militares tan avanzados como entonces. Deseaba forjar una legin de guerreros de lite, los ms poderosos kaiyas que el mundo hubiera conocido para
poder acabar con ese demonio llamado Tenkar. Pero nada dej sobre los dcuatil o el lumen. Quizs por sentirse culpable de haberlos creado.
Taigo desesper. Nuevamente acudi a l aquella rabia contra todo, aunque cada vez la enfocaba ms contra quien consideraba responsable de su desgracia. No
conoca su nombre, tan slo su rostro, visto mil veces a travs de los sueos de Azuara. Aquel nicso no mereca vivir. Se dio cuenta de la inmoralidad de su
planteamiento. No era suyo, sino de ella. Azuara eligi ser kaiya por l. Aquel odio inmenso que la corroa tom la forma de un plan oscuro contra aquel nicso. Taigo
haba percibido algo de esto por sus contactos astrales pero no conoca los detalles de aquel plan. l jams habra siquiera imaginado matar a nadie antes de sufrir aquel
tormento, pero ahora su desesperacin le obligaba a considerarlo todo.
Qu dira ella si le llevaba su cadver? Despus de todo asesin a su padre. Lo mereca. Mereca algo ms que la muerte, pues el dolor que haba causado no poda
pagarlo con su miserable vida. Ojal tuviera el poder para hacerlo. No poda entrar en una guarida de nicsos l solo y esperar salir vivo.
O s?
Volvi a abrir el libro por la pgina de tcticas. Ante s tena todo el poder que necesitaba. l tena una gema como los dems nicsos, estaba naturalmente dotado, lo
saba -a pesar de los esfuerzos de su padre por ocultrselo-, y aquellas destrezas marciales eran un sueo para cualquier kaiya. El poder corrompe, volvi a or la voz
de Sanjo. Pero desech rpidamente aquella idea. No era justo que l y Azuara vivieran un infierno de por vida y aquel nicso disfrutara del paraso en Silkara. No, no lo
era. Pero matar l
Un plan se fue configurando en su mente. Cada maana, se entreg a la prctica de aquellas avanzadas tcnicas kaiyas. Dispona de un buen rato para ello, mientras
Chaoro haca sus extenuantes ejercicios y su meditacin. El muchacho tena motivos para estar delgado y fibroso, un cuerpo de guerrero si no fuera por aquella
malformacin, una pequea joroba en la parte alta de su espalda. Entre los ejercicios y la meditacin la marcha estaba resultando lenta.
Chaoro se repuso de su prdida mostrando entonces su encantadora personalidad. Por un lado se mostraba tremendamente parlanchn, carente de ningn sentido de
la dignidad u orgullo sobre su persona, y absolutamente frvolo. Por otro, haba momentos en que sentenciaba con una frase verdades profundas como tumbas,
percibindose en l la sabidura propia de un filsofo o de un hombre de mundo.
A Tori, el vencejo, pareca gustarle esconderse bajo sus ropas apareciendo por una manga, por el cuello o entre los botones del pecho. Chaoro se preocupaba de
alimentarlo, le encantaba acariciarlo, y aunque lo dejaba volar libre la criatura siempre volva con l.
-A dnde vamos? -dijo Taigo.
Chaoro ronroneaba como un gato mientras acariciaba con el ndice suavemente la cabecita del vencejo. ste cerraba los ojillos con placer.
-Bueno, el sagrado llano de Dara-Jonai es el final de mi camino. All se celebra siempre la Pancomunin. Pero es el camino de lo que pienso disfrutar. Ya sabes: que
si lagos azules, que si las vistas, que si ciudades monumentales, que si lindos salteadores de caminos
-Ya. T mfate de los salteadores. Para los hicunos nuestras vidas no son ms valiosas que sus caballos.
-No te preocupes, basta con que cantes bien.
-Que cante bien?
-Claro, no llevamos nada de valor, slo lo justo para el camino. Si nos quitan eso, t cantas y yo paso el sombrero.
Taigo sonri. Se dio cuenta de que haca mucho tiempo que no sonrea. Quizs, aos atrs, incluso habra redo. Contest:
-Pues me temo que pasaremos hambre.
-Slo hasta Nahum-Sala.
-Qu nos salvar all?
-Los aclitos de Saifel nos acogern.
Taigo sinti un escalofro. Desde nio haba odo leyendas terribles acerca de la secta de Saifel. Adems, recordaba la conversacin del general con Azuara, y saba
que alguna relacin haba con los rucainas. Chaoro capt su preocupacin.
-No te preocupes. Nos tratarn como a prncipes. Eso s, tendrs que asumir el papel de Guardin.
-Y qu he de hacer?
-Nada difcil. Traerme el desayuno, lavarme la ropa, informarme de los chismes de la secta, la manicura, los masajes No. Para los masajes mejor bscame a una
masajista. Joven, guapa y que no sea de Yadn.
-Veamos, qu les pasa a las de Yadn?
-Bueno, mi maestro conoci a una de all. Segn me cont, lo tent pero supo renunciar a los placeres mundanos y alcanzar un estado superior del espritu. Muy
sabio mi maestro, pero -y entonces adoptando un aire dramtico continu- no dejes que me pase lo mismo!
-Tranquilo, me parece que voy a declinar el puesto.
-Cachis! Casi picas. Bueno, entonces te tendr que decir la verdad. El Guardin slo ha de llevarme sano y salvo hasta Nahum-Sala. Despus puede quedarse si
quiere como invitado.
-Y no tendr que participar en ceremonias ni nada de eso?
-Nada que no quieras hacer. Lo prometo. Aunque hay algunas muy bonitas, como por ejemplo despus de las comidas est la fiesta del estropajo. Dicen que si
consigues ver tu reflejo en la marmita comn, alcanzars la perfeccin de tu espritu. Pero lo dudo. Despus de tantas peregrinaciones, la marmita ha ido engordando y
ahora nadie sabe si es de metal o de barro. Eso s, da un gustito a los potajes que nadie ha conseguido igualar en ninguna otra olla.
-Para m que eres un poco glotn.
Entonces Chaoro imit a la perfeccin la pose paternalista de un ermital de aldea y dijo:
-Sgueme, hermano mo, y te ensear el camino del paladar, el amor a la miel, los secretos de las especias y recibirs la recompensa del paraso en la lengua.
-Imitas muy bien -de nuevo sonri-. Pues mira, sera la nica religin a la que me apuntara.
-No crees en ningn dios?
-He viajado mucho y he visto de todo. Difcilmente se puede creer en un poder superior benigno cuando se han visto tantas desgracias.
-En la peregrinacin no hay desgracias. Slo paz y alegra. Y buena comida. Muy buena comida. Verdad, Tori? -dijo al vencejo, que acababa de volver a su mano.
Los ojos de Chaoro se quedaron fijos y el pjaro huy volando. Sus msculos se contrajeron y su cuerpo tembl. Taigo saba muy bien qu estaba pasando. Haba
tratado a otros pacientes de epilepsia en Silkara. Rpidamente proyect su aura para separar sus dientes e introducir un trozo de cuero.
Taigo se pregunt entonces qu hacer. Se compadeci del muchacho. Haba decidido acompaar al Peregrino hasta Nahum-Sala pero Chaoro lo necesitaba. El
muchacho deseaba que lo siguiera ms all. Y si haba rucainas en la secta? Ms aun, y si apareca Azuara?
Azuara. Su nombre incendiaba de dolor cada rincn de su alma. Ella era el problema que deba resolver y slo tena una esperanza encuadernada haca mil aos para
hacerlo.

* * *

El noble se arrodill y le bes la mano. Era una antigua costumbre, ya en desuso, que le record el poder que debieron tener sus predecesores. Sin embargo,
Naudral, seor de Onotama, haba sido educado en la tradicin y se deba a ella.
-Su Santidad -salud el caballero. Era un hombre maduro, de gestos enrgicos y mirada penetrante. Tena el porte de un general.
-Sentaos, por favor.
El noble acept la silla. No estaba acostumbrado a lugares tan incmodos, pero la discrecin de la cita no dejaba eleccin, y aquel austero monasterio era ideal.
-Ante todo os agradezco enormemente vuestra asistencia.
-Para m es un honor serviros. Pero debo deciros que vuestra misiva me inquiet bastante. Contadme. Qu es eso tan importante que atae a mi futuro?
-Es un asunto delicado. Veris, yo no entiendo de poltica -minti-, pero lo que he de deciros concierne a la vuestra.
-Mi situacin es fcil de resumir -se explic-. Slo soy un noble ms que mantiene los derechos que hered de sus padres.
-S, por vuestro confesor, que sois un noble piadoso y justo, que sigue fielmente los preceptos de la Comunidad. Y que como vos ya no hay tantos nobles como
debiera.
-Tenis razn. Hay muchos que ya han olvidado las tradiciones que nos hicieron fuertes. Temo en verdad por el futuro de un imperio gobernado por nobles
decadentes.
-Yo tambin temo, pero por su fe.
-Comprendo. A nadie escapa el giro que est dando el gobierno contra la Comunidad. Y todo para apoyar a esos omunodas. Es una vergenza.
-Esta situacin va a llevarnos a todos al abismo -el noble asinti-. Vos y yo tenemos una responsabilidad con los nuestros. La ma es velar por sus almas.
-Y la ma por su bienestar. Pero no comprendo
-Tengo entendido que vuestra visin es compartida por otros nobles.
-Es cierto, pero somos minoritarios en el Consejo Imperial. No podemos hacer nada.
-Correcto -suspir el patriarca-. No pesa mucho el voto de un noble en el Consejo. Aunque claro, esa cmara no representa el poder real
Naudral entrecerr los ojos estudiando al patriarca. Tras una pausa dijo:
-El poder real est ahora mismo demasiado equilibrado.
-No si vos contaseis con la Comunidad.
-Debo entender que -a Naudral le costaba sacar aquellas palabras, pero Moula le sostena la mirada en franca complicidad- que en el hipottico caso de una
rebelin armada, vos nos darais vuestro apoyo oficial?
-Exacto, siempre y cuando restauraseis todos los privilegios de la Comunidad antes de este reinado.
-Por supuesto.
-Evidentemente esto ahora no es posible, pues la reaccin de los fieles no garantizara an la victoria, aunque ya desnivela de por s la balanza de fuerzas -Naudral
asinti-. Sin embargo, sabris que los nmeros estn cambiando.
-Es cierto. Se habla de que habis hecho milagros, y ltimamente estn ms llenos los templos.
Moula asinti.
-Pues bien, aunque no puedo revelaros lo que el Divino nos tiene dispuesto, s se me permite deciros que habr eventos ms impactantes que los pasados, y que
una nueva corriente sacudir a creyentes y paganos devolvindolos al rebao. Entonces nuestras filas sern suficientes.
-Cundo ser esto?
-Muy pronto. Dejo a vuestro criterio elegir el momento adecuado, pero debe hacerse antes de que acabe mi peregrinaje en el Mercado de Almas, que ser al final
de la primavera.
-Entonces slo dispongo de unos meses.
-S. Vos sabris de las artes de la guerra mejor que yo, pero vuestra tierra es la ms prxima a la capital. Si preparis una fuerza armada no demasiado numerosa,
podis atacar el gobierno y tomarlo sin derramar apenas sangre. Contis con toda la informacin que mis sacerdotes y monjes puedan proporcionaros.
-Eso es fcil, el problema vendr despus.
-No os preocupis, para entonces la Verdad acampar en los corazones del pueblo y nadie se atrever a cuestionar mi autoridad. As podr coronaros de manera
legtima.
Naudral de despidi del patriarca con un nuevo brillo en los ojos. Moula se entreg a la lectura de un montn de cartas que solicitaban auxilio ante los nuevos
refugiados. Unas pedan personal, otras recursos, y las ms desesperadas autorizacin para denegar el asilo. Sin embargo su mente estaba muy lejos de todo aquello.
An quedaba otro paso que dar. Haba ciertos hombres que haba que eliminar y l, el Patriarca, paradigma de la paz, lo iba a ordenar.

* * *

La tienda central se hallaba circundada por las guardias reales, que se separaban en dos hileras claramente diferenciadas: los tmaros al sur y los luos al norte. Tras
ellos se agolpaban los soldados que no tenan tareas asignadas, o sea la mayora, murmurando sus miedos y esperanzas, an tensos por el combate. En general
semejaban dos masas humanas separadas por un ro de tierra vaca, en el centro del cual destacaba la amplia tienda rodeada de antorchas.
-Me dijiste que con aquel combate simulado en la frontera podras escalar a puestos altos, pero no imagin que llegaras a general, Raimano.
Lintor acababa de entrar. Nadima ya esperaba dentro. La sonrisa se dibujaba en el rostro de ambos, tras tanto tiempo volvan a verse de nuevo. Nadima se levant,
ya no usaba el maquillaje del lago, pero la sangre y el polvo proporcionaba una mscara ms que suficiente. De todas formas ya no poda ocultar su identidad, ni
tampoco lo deseaba.
Los dos se abrazaron con entusiasmo. El prncipe crea reconocer a su amigo bajo aquellos ojos brillantes. Se sentan eufricos por la victoria, pero ms an por
haber evitado la lucha entre sus ejrcitos. Quizs por eso an temblaba l, y quizs por eso Nadima no pudo evitar besarlo.
Fuera, a medio estadio de la tienda, tres tmaros conversaban:
-Por las barbas del Divino! Yo no lo entiendo y t?
-Bueno, el prncipe ha dicho que juntos estamos ms seguros
-Seguros?! Y una mierda! Lo entendera si hubiera peligro de ataques hicunos. Pero despus de la paliza que han recibido hoy, no creo que queden muchos con
ganas de dar guerra.
-Es verdad. Ahora mismo me preocupan ms a los luos que los hicunos.
-Quizs sea por eso. Qu mejor manera de controlar a esos malnacidos que pegndonos a ellos?
-Ya!, pero yo no creo que esta noche pegue ojo
-Reina?!!
Todos volvieron la cabeza hacia la tienda real. La voz era claramente de Lintor, y deba haber sido muy fuerte para poder llegar a sus odos.
-Los luos tienen una reina?
-Ni idea.
-Parece que estn discutiendo.
-Espero que no, a estas alturas no me apetece otra batalla.
-Lo ms seguro es que pacten una retirada y se acab.
-Humm!, sera una lstima desperdiciar la oportunidad.
-Qu oportunidad?
-Cul va a ser? Daza. Jams hemos llegado tan lejos en Las Llanuras. Y ahora sera tan fcil.
-Y para qu quieres t conquistar Daza, si puede saberse?
-Qu por qu? Por qu se alista uno en el ejrcito?
-Por el deber. Defender la patria y todo eso no?
Los otros dos estallaron en carcajadas.
-S, s y igualito que yo. Por el beber.
-Por el botn y por las mujeres! Hombre! Pero de dnde has salido?
-T la del lago?!!
Nuevamente la exclamacin atraves la tienda, y las risas se cortaron.
-Para m que slo vas a visitar las mujeres de Daza en tus sueos.
-O en otra vida, porque como esto se complique
-Bah! Si estuviera pensando en que voy a morir todo el da no sera capaz ni de formar por las maanas. Yo siempre digo que cuando el Divino quiera llevarme, me
llevar. Ni antes, ni despus. As que para qu calentarse la cabeza.
-Pues el orculo ha dicho que un dios vendr pronto.
-Bah! Tonteras.
-El orculo siempre ha acertado. Por lo menos hasta ahora.
-El orculo siempre ha encontrado una explicacin ms o menos digna a sus profecas. Veremos a ver qu se inventan para sta.
-S, eso es verdad en algunas que eran muy vagas. Pero no en las otras que han sido muy directas, como sta.
-Y qu? Pongamos que es verdad. Si se te presentase el Divino aqu delante qu le pediras?
-Las mujeres de Daza?
Todos rieron. Estaban cansados y nerviosos. No obstante, aquella charla compulsiva no lograba relajarlos del todo. Menos an cuando aconteca algn cambio. En
esta ocasin, las lonas se abrieron, y tanto Lintor como Nadima llamaron a sus oficiales de mayor rango para que entraran.
Todos estaban expectantes, intentando escudriar en la mirada de sus caudillos el estado de la negociacin. Su futuro dependa de aquellas dos figuras que con un
rostro deliberadamente estoico esperaban en la puerta a sus subordinados. Los generales entraron. La reunin no dur mucho, pero a todos les pareci eterna. Cuando
salieron sus expresiones no parecan haber cambiado, pero sus planes sorprendieron a todos. Al amanecer partiran hacia Daza.
La orden en ambos campamentos fue la misma: ni una palabra, ni un mal gesto, ni siquiera una mirada. Todos saban que si no se cumpla, la mitad de ellos no
volvera jams a su casa. Aquello les convenci ms que ninguna voluntad de paz. Y esa noche, por primera vez en mucho tiempo, tmaros y luos compartieron un
mismo cielo sin que corriera la sangre.

* * *

-Mira, Chaoro -dijo Taigo con voz orgullosa mientras de cada mano penda una liebre revoltosa-. Mi padre sola decir que me podra haber ganado la vida de
trampero.
-Y yo de ermital, que se come mejor y no hay que ir de excursin a donde al Divino se le cay la yesca. Qu vas a hacer con eso? -Tori asom entre dos botones
del pecho.
-Qu quieres que haga?, un enorme y sabroso estofado -dijo Taigo relamindose los labios-. Sujeta -pidi, y le tendi uno de los animales a Chaoro.
Inesperadamente ste solt a la liebre, que desapareci en cuestin de segundos entre la maleza.
-Qu haces?!! -a Taigo slo le falt insultar, pero se contuvo. Era incapaz de daar, ni siquiera verbalmente, a alguien como Chaoro. Tori desapareci hacia la
barriga.
-Bueno, yo creo que con una sobra -dijo muy tranquilo-. Y sa -y seal la maleza por donde se haba fugado la otra liebre- tiene pinta de princesa. Has visto a un
rey liebre cabreado? Se le ponen los ojos ms rojos, les sale espuma en la boca y un nuevo diente que pone: slo para humanos. Te imaginas un ejrcito de liebres
clamando venganza? Dicen que no hay nada peor que morir rodo
-Pero Chaoro -interrumpi Taigo con tono acusatorio-, que nos podamos haber hartado, por una vez
-Con una es suficiente no?
-S, pero si tienes dos
-Mi maestro dice que el hambre es el alimento del alma. En Druna hay un ermital que debe tener el alma ms canija que la pata de una cigarra coja.
-Con lo difcil que es cazarlas! -Taigo insisti-. Estas liebres son un manjar exquisito de la naturaleza. No podemos desaprovecharlas.
Chaoro fij los ojos en l. Su expresin se torn seria y con un tono dolido:
-De verdad mataras por placer?
-Es un animal.
-No se debe daar gratuitamente a ninguna criatura capaz de sentir dolor.
-Es un mandamiento de tu religin?
-No, es una consecuencia lgica natural. Mi maestro me ense cmo se puede llegar a ella de mil formas. Acaso t lo dudas?
Taigo sonri. No lograba aceptar que alguien ms joven que l le intentara inculcar valores morales a estas alturas.
-No. Es un pensamiento vlido. Pero y la otra la libero tambin?
-Ni se te ocurra! No ves lo canijo que estoy? Adems, sa es una perdida. Ya la estoy viendo de juerga todas las noches inflndose de veinte tipos de hierba
distinta y acabando en un agujero diferente cada madrugada. A la olla por viciosa!
-Entonces, slo el sufrimiento necesario. Pero, si t y tu maestro pensis as, cmo es posible que congeniis con los adoradores de Saifel?
Chaoro entrecerr los ojos sin comprender.
-Bueno, segn tengo entendido, es partidaria de los sacrificios humanos, entre otras cosas -dijo Taigo.
-No, no es as. El sacrificio no es ni ms ni menos que una opcin para sus Iluminados. Ellos voluntariamente deciden hacerlo. No hacen dao a nadie.
-Sin embargo, otras religiones opinan que la vida es un bien sagrado.
-Ellos creen que el mundo est maldito. Que es el Infierno. Para ellos el Creador es cruel al imponernos el sufrimiento, y Saifel, su enemigo, el nico que puede
devolvernos al Paraso. La secta, como t la llamas, pretende la unin de todos los hombres bajo su fe y contra el Creador.
-Por qu se quitan la vida?
Tori apareci por una manga y se recost en la mano.
-Los iluminados, son tan sensibles ante la oscura realidad que les rodea que prefieren unir su alma a Saifel y prestarle as su poder, huyendo por otro lado del dolor
del mundo. Yo me lo estoy pensando desde que se nos acab el bizcocho. Cmo puedes soportar la vida sin bizcocho? Esas migajas dulces y aromticas Mmmm!
A que s Tori?
Taigo sonri. Chaoro rascaba suavemente bajo el ala mientras el animal se quedaba muy quieto.
-Saben exactamente cuntas vidas hacen falta para que Saifel los libere? -dijo el guardin con irona.
-No. No lo saben. Pero dicen que s pueden medir como aumenta el poder de su dios. Y por lo que s lo esperan muy pronto.
-Y si estn equivocados? Despus de todo, nadie puede demostrar nada de eso.
-Bueno, en sus ceremonias puedes sentir el dolor del mundo. Eso suele ser suficiente para convencer a muchos. Claro que eso no demuestra quin es el
responsable, si el Creador o el Hombre -y observando la suspicacia de Taigo aadi-, o el propio Saifel.
-Entonces, qu piensa tu maestro?
-Jams me lo dijo. Lo que s dijo es que hay verdades a las que un hombre ha de llegar por s mismo.
-Pues yo no he llegado a ninguna. No creo en ningn dios y menos an me atraen las religiones, que venden la salvacin a cambio de sumisin. O sea, que segn tu
maestro, cada uno ha de tener su verdad diferente.
-No -sentenci Chaoro-. Si es la Verdad, ha de ser nica -Tori vol y Chaoro lo sigui con la mirada.
Taigo pens en lo que haba dicho sobre los adoradores de Saifel. Se le antoj que aquella ceremonia deba de poner en contacto el aura con aquella matriz astral que
lo rodeaba todo. Sentir el dolor del mundo. l no haba captado eso, lo que s poda percibir era la notable densificacin que haba experimentado ltimamente. Dudaba
de que la nueva del orculo fuera cierta, pero por lo que l senta, algo muy poderoso podra estar a punto de nacer.

* * *

El general Hardiamo, con su pipa incrustada en la barba, oteaba desde una almena de Daza, tambin llamada la corrupta. No se le ocurra sobrenombre ms
acertado. Le pareci natural para aquella encrucijada a muchas jornadas de cualquier punto civilizado, con el monopolio de cualquier tipo de comercio y sin ms
cortapisa que los sobornos a los funcionarios locales. Saba por experiencia que, en una tierra estril y dura, la moral sola ceder su puesto a la supervivencia; y en Daza,
para el ms mezquino de los deseos, siempre haba un vendedor dispuesto a satisfacerlo.
Hardiamo odiaba aquella misin. Se senta como el buitre dispuesto a repartirse el banquete con el len sobre los despojos de su vctima. Slo que an no saba
quin era el len y quin la vctima.
Inspir profundamente. Casi poda oler la sangre desde all, aunque saba que era imposible. Sus ojos exploraban el horizonte, imaginando ms que divisando las
nubes de polvo propias de miles de jinetes en el fragor de la batalla. Sus odos le vertan ecos de dolor y furia, reflejos de la sinrazn humana volviendo a sembrar de
huesos la tierra. O era su imaginacin? Quizs era eso. Su mente conspirando con toda aquella informacin para dar sentido a aquel cielo sangriento. Saba de las
derrotas continuas de los hicunos a manos de los tmaros y luos. Supona que tarde o temprano los eternos enemigos se encontraran y entonces
-An nada? -dijo Tauco detrs. El general neg con la cabeza sin perder de vista el horizonte.
-El alcalde est nervioso. Por un lado sabe que los posaderos estn haciendo su agosto, pero por otro no le hace ninguna gracia ver tantos soldados paseando por su
ciudad.
-Estn listos? -dijo tras extraer la pipa y dejar que calentara su mano.
-S, mi general. A una seal tomaremos el control. De todas formas no creo que sea necesario.
-Tauco, si hubieras visto lo que yo, no te fiaras ni de tu sombra.
-Ya, pero qu puede pasar? Lo ms probable es que esos luos y tmaros intenten retirarse de forma organizada si son inteligentes. Con lo cual volvemos a la
situacin inicial, ratificaremos nuestro pacto con esta gente y volveremos a casa.
-Pase lo que pase hemos de anticipar quin ser el vencedor, y lograr que estas puertas estn abiertas para ellos.
-An as, no creo que sea necesaria la fuerza. El alcalde no es tonto, y no opondr resistencia.
-Pronto lo veremos
Sobre el camino un jinete anunciaba su llegada con una dbil estela de polvo. Sendos hombres contemplaron en silencio la figura que se aproximaba a galope
tendido. En cuanto la distancia fue suficiente el soldado imperial, realiz unos gestos que, para Tauco, se salan de lo comprensible, pero ante los cuales Hardiamo
reaccion de inmediato:
-Ves?, hay que estar preparado para lo improbable. Recuerda el plan. Los primeros en llegar sern los hicunos en retirada. Yo estar con el alcalde -y devolvi la
pipa a aqul extremo de su boca de donde apenas se separaba.
-S mi general.
Mientras Hardiamo sala presuroso, Tauco se dirigi a sus subordinados indeciso. No estaba tan seguro de lo que acababa de ver luos y tmaros peleando
juntos?!, pens. Pero haba recibido rdenes, y ya no era necesario meditar. Eso sera ms tarde. Cuando los vencedores compartieran la mesa con sus insospechados
anfitriones. Sin duda agradeceran no tener que asaltar la ciudad, aunque claro, sta jams habra podido resistrseles. Tauco aplic su visin militar a la nueva situacin a
largo plazo, pensando en los intereses del imperio, y maldijo por lo bajo mientras pensaba: Adis a la frontera del este.

* * *

Taigo aprendi las nuevas tcnicas con rapidez. En tan slo unos das percibi cmo haba duplicado su poder. Sin duda la prctica lo hara crecer an ms, pero el
salto cualitativo que haba dado era ms que suficiente como para luchar solo contra otros nicsos. Al menos como los que enfrent junto a su padre. Y si aquellos eran
los ms dbiles? No tena forma de saberlo. Pero tampoco le importaba. Era preferible morir en el intento que vivir aquella tortura continua. Y se vea tan capaz
Al fin, Guardin y Peregrino alcanzaron la comitiva de Saifel. sta consista en un centenar de tiendas de campaa arracimadas en torno a un riachuelo. Los
emblemas de la secta lucan por doquier, tanto en estandartes como en la indumentaria. Solan exhibirlo en bordados de tela o cuero que ataban sobre su frente o como
brazalete. La morfologa y el color de los signos variaban entre ellos, adivinndose una jerarqua.
Taigo se senta algo inquieto, a pesar de las explicaciones de Chaoro no lograba ver del todo a la secta como algo inofensivo. No slo los prejuicios lo perturbaban,
tambin la certeza de que all habra rucainas. Mientras no exponga mi aura no habr problemas pens, y algo ms ufano encar la entrevista con el sacerdote de
mayor rango. ste se hallaba atareado sobre una mesa llena de pergaminos. Su emblema era de marfil y lo portaba sobre la frente, Taigo dedujo que cuanto ms claro
fuese el color mayor era el rango sacerdotal. Pareca de edad avanzada, demasiada al menos para un viaje de la magnitud a la que se enfrentaba. Su semblante rebosaba
serenidad y su mirada profunda pareca ver mucho ms de lo que decan sus palabras. Al verles, una beatfica sonrisa se dibuj en su rostro y les invit a tomar asiento.
-Paz y esperanza para los cados -salud.
-Y justa recompensa por soportar el peso de la Verdad -respondi Chaoro.
-Qu os trae a mi casa, hermano?
-Me presento a vos como el humilde Peregrino. Mi maestro el Eremita os enva saludos.
-Ah!, os esperbamos. Y este debe de ser vuestro Guardin verdad? -la mirada pas a Taigo quien asinti respetuoso-. Bien, bien. Cmo se encuentra vuestro
maestro?
-Sin contar los achaques de la edad, sigue como siempre. Lo conocis?
-S, s. Es difcil olvidar a alguien cuyas palabras iluminan como soles, incluso a veteranos en el oficio de guiar almas como yo. Tenis nuestra hospitalidad durante
la Peregrinacin -hizo sonar una campanita y prosigui-: En seguida vendr un asistente que os dar cuanto necesitis, pero antes
Mir significativamente a Chaoro. ste se limit a hurgar en su bolsa de viaje hasta encontrar un cofre metlico pequeo que deposit sobre la mesa.
-Muy bien -sonri satisfecho el sacerdote-, vuestro tesoro estar bajo segura custodia en nuestras manos. -Un joven con un emblema oscuro apareci entonces en
la entrada-. Ahora descansad y reponeos de vuestro viaje, Zebensui os atender. Maana, a medioda celebraremos una ceremonia de revelacin. Me agradara que
asistierais, aunque por supuesto sois libres de no hacerlo. Despus hablaremos. Me agradar escuchar a vuestro maestro a travs de su alumno.
-Ser un honor complaceros, Voz de Saifel.
Y con una reverencia se despidi.
Zebensui les asign una tienda particular, cosa que Taigo agradeci profundamente, pues no saba cmo deba comportarse entre aquellos sectarios. Lo que no le
gust tanto fue el amuleto que deba lucir en todo instante. Consista en un emblema tallado en aguamarina celeste, incrustado en un soporte de cuero que se ataba a la
frente. Mientras Taigo se echaba el flequillo todo lo posible para ocultar el smbolo, inquiri:
-Qu rango es el celeste?
-El de los Iluminados. Nadie hay por encima de ellos, con lo que tienen cualquier privilegio que soliciten. Incluido el pastel de nueces y pasas Mmmmm! -dijo
Chaoro relamindose.
-Cualquier cosa?
-Todo lo que est en sus manos te lo darn. Bueno, los dedos no. Las uas, puede. Y lo de debajo de las uas, mejor no lo pidas.
-Entonces, nos hacen un gran honor no?
-Es una antiqusima tradicin, y como no quiero quedarme sin pastel de nueces pienso portarme muy bien y t?
-Por supuesto. Aunque al no conocerlos es posible que haga algo inapropiado
-No te preocupes, eres el Guardin. No se espera nada de ti. Todo lo que debas saber se te dir cuando llegue el momento. Mientras, s bueno. Es decir, no te
lleves a los novicios a la taberna -Chaoro lo pens un momento y prosigui- sin avisarme y menos a la taberna donde pare la Voz de Saifel
Taigo sonri. Chaoro le caa ms que bien. Desde aquel hermano de sangre que hizo en su niez, jams haba topado con ninguna persona con la que se encontrara
tan cmodo. En l haba encontrado una largamente anhelada amistad y sobre todo una distraccin para su dolor. Un dolor con nombre de mujer que le acechaba en la
soledad, en cualquier momento en que su mente no se hallase ocupada, y que amenazaba acompaarle para el resto de su vida.

* * *

Moula llevaba un da completo orando frente a la entrada de aquel lugar sagrado. El hermoso prtico esculpido sobre la piedra de la montaa, otrora digno de
admiracin, se esconda de la vista tras el denso follaje. Al otro lado, ocupando una gruta natural, se hallaba La Cmara del Perdn, o as llamaban los ermitales a la
capilla que all haban instalado. En otro tiempo las antorchas haban alimentado un sinfn de reflejos en los cristales de cuarzo que revestan la pared. Ahora, sus
maravillas languidecan en su sepulcro de olvido, separadas del mundo por una pared de ladrillo donde antes haba una puerta. Ya nadie recordaba por qu ni cundo se
haba cerrado, pero s su simblico significado. Era el lugar de donde manaba el perdn del mundo, un fluido divino que lavaba el alma de los arrepentidos, convirtiendo
la ira en paz y la distancia en comunin. All los hombres aprendan a perdonarse unos a otros, a veces incluso a s mismos. Y era el lugar elegido por el patriarca para su
prximo milagro.
A esas alturas el rumor de los milagros haba corrido por doquier. Fieles y curiosos haban acudido. Unos oraban junto al patriarca, guardando respetuosamente la
distancia, igualmente arrodillados. Otros venan a mirar.
As pues, a esa hora de la tarde cientos de personas rodeaban el lugar, hablando en voz baja o callados, con la mirada fija en el hombre y en el portal. Moula
repasaba mentalmente el plan. Durante todo ese tiempo, dos rucainas haban permanecido ocultos en una casita anexa, realizando su labor. No pudo evitar una furtiva
mirada a la casita mientras se levantaba, crey ver una cara conocida pero la multitud la ocult. Centenares de rostros buscaban los suyos con avidez, atentos. Entonces
comenz su discurso. Haba sido diseado para la ocasin, pues saba que los que ahora tena ante s seran sus futuros apstoles. Esta sera la primera vez en que el
milagro resultara evidente, y su ltima escala hacia El Mercado de Almas. Tena cada palabra, cada gesto y entonacin debidamente ensayado y memorizado para que
surgiera de forma automtica.
- Hermanos, el Divino se revela de formas misteriosas, pero aqu y ahora se nos presentar de tal modo que hasta los incrdulos carecern de valor para negarlo
Bajo su mirada errtica, sin dirigirse a nadie en particular y s a todos a un tiempo, Moula busc aquella cara junto a la casita. Mientras su cuerpo y su voz
respondan como un ttere bajo los hilos de abundantes ensayos, l se sorprenda de descubrir a su propio hermano entre la muchedumbre. Se haba alzado y sentado
sobre el alfizar de la alta ventana para poder verle. Apenas llegaba a contemplar su rostro pero casi poda adivinar una sonrisa. Le habra reconocido?
-y es en esta hora hermanos, cuando ms se nos necesita. Debis ser fieles a vuestro deber y no separaros de la empresa, pues de vuestro testimonio dependern
las almas de muchos
Entonces Dakil le hizo un gesto, uno muy particular suyo y cuyo significado conoca bien. Le saludaba y le daba nimos. No pareca sorprendido. Desde cundo
sabra que era el Patriarca?
-En estos tiempos convulsos os sentiris atados por falsas lealtades a unos gobernantes que os mienten! Intentan manipularos y dispersar vuestra fe en pos de
falsas deidades paganas. Y hasta los reyes han de claudicar ante el Divino y nuestra Verdad!
Moula se sinti increblemente alegre, no saba bien -o no quera saberlo- de dnde proceda su felicidad. Pero comprender que aquello que haba ocultado durante
tanto tiempo a los suyos, de repente, poda compartirlo con su hermano lo aliviaba y llenaba a un tiempo de jbilo. Acaso no era un insano orgullo?
-Y ahora comprobaris que cuanto os digo es cierto. Arrepentos de corazn y el Divino abrir la capilla para que sintis de nuevo la pureza en vuestras almas.
Arrepentos!
Entonces la pared se desprendi del arco para quebrarse en mil pedazos ante la atnita mirada del pblico. Sin embargo, a este xito le acompa el peor testigo.
De un descuidado golpe, Dakil abri el ventanuco en el momento crtico. Desde donde Moula estaba poda ver el asombro de su hermano al relacionar los ademanes de
dos brujos con la cada del muro.
Dakil salt de la ventana y corri entre la muchedumbre, arrollando casi a su amigo Saagua. Tras dar unos pasos, cay de rodillas, llevndose la mano a la garganta.
Saagua comenz a realizar ademanes que Moula identific al momento. El patriarca estaba sencillamente paralizado. Sus secuaces haban estado a punto de matar a su
propia sangre. Y el individuo que menos poda esperar, su enemigo, estaba librando una batalla a muerte por su hermano. Saagua pareca estar condenado. Si no lo
mataban los rucainas, que le superaban en nmero, seguramente lo hara la muchedumbre al identificar la hereja. De momento sta no pareca apercibirse de los sucesos,
simplemente se hallaba obnubilada por la cada del muro, y ms an por el hecho de brotar luz del interior. La llama de las antorchas invitaba a entrar. Milagro!,
murmuraban.
Moula no saba qu hacer. Mientras su hermano corra y corra alejndose, Saagua caa de rodillas, con todos sus msculos tensos. No poda soportar aquello. Es
un brujo, pens. Por qu sacrifica su vida por la de mi hermano?
De pronto sinti un leve tirn en la manga. Un ayudante le sac de su ensimismamiento. Record de pronto que all haba una masa silenciosa esperando una
palabra de quien consideraban ya un hombre santo. Moula tena previsto otro discurso y otra lnea de actuacin. Pero quiso salvar a aqul hombre.
-Entrad! Entrad ahora hermanos! Entrad todos y recibid la bendicin del Divino!
La gente se movi hacia la capilla. En pocos segundos la muchedumbre ocult de sus ojos al druida. No saba si aquello podra salvarlo o no. Slo que, a tenor de lo
que decan los antiguos escritos, al menos supona una oportunidad. Al instante se desentendi de la masa y anduvo lo ms rpido que pudo hacia la caseta. Deba
pararles si an estaba a tiempo.
Qu estaba pasando? Era el responsable de casi matar a su hermano? Deba eliminarle para que no revelara lo que saba? Y el druida? Deba haberles dejado
matarlo tambin? Su mente racional le deca que s, que todo sacrificio deba hacerse por el bien de su Comunidad. Pero era sencillamente incapaz de matar a su propio
hermano. Sin embargo, acaso no estaba dispuesto a engendrar una guerra civil para deponer a un emperador hostil? Cuntos deban sacrificar a hermanos, padres e
hijos para el bien de su amada Comunidad?
Le dola terriblemente la cabeza. La tensin era demasiada, el peso excesivamente pesado para unos hombros ya cansados de soportarlo. Descubri sorprendido
que en sus manos haba sangre, eran sus uas las que haban abierto las heridas en un momento de furia contra s mismo. Ya no haba paz, ni claridad de espritu. Ya no
se senta un mrtir silencioso salvando al mundo. Ya, sencillamente no saba quin era, ms que un hombre miserable con las manos manchadas de sangre.

* * *

La luna brillaba demasiado aquella noche. Azuara la mir a travs de la ventana mientras escuchaba las canciones de los ltimos borrachos antes del amanecer.
Pareca que el universo se conjuraba contra ellos y su misin. Precisamente el da elegido, toda Daza se haba llenado de soldados, a cientos, que buscaban en una jarra de
vino la vida que tantas veces haban estado a punto de perder.
-No te preocupes demasiado por la discrecin. Esta noche est en juego algo mucho ms importante -dijo Tifern.
-No podemos retrasarlo un da ms?
El kaiya neg con la cabeza.
-Tempus fugit, Azuara. Maana llegar la caravana y comenzar la peregrinacin. Entonces ser mucho ms difcil.
Solt un hondo suspiro y asinti. Apret con fuerza el cristal de Tifern. Haba aprendido a manejarlo y se senta enormemente poderosa. Se pregunt qu clase de
rucainas les esperaban. Seran mejores que los que ella ya haba enfrentado? Seran numerosos? Y si los superaban?
Embozados, abandonaron la posada y atravesaron las calles hasta llegar al recinto del templo. Ascendieron hasta el borde del alto muro. Al otro lado, un patio
desierto los recibi. Haba casi cien pasos hasta el edificio principal. Los recorrieron sin tocar el suelo, sin emitir un sonido, atentos a cualquier centinela, pero no
descubrieron ninguno. Azuara quiso usar su aura para abrir la puerta, pero Tifern la retuvo. En silencio seal una rendija por donde se filtraba un hilo de luz. Un ruido
muy amortiguado les lleg del otro lado. El kaiya desenvain su espada, la hizo girar y unas esferas de luz emergieron. Ella percibi cmo el pulso se le aceleraba. Haba
que desplegar el aura y eso alertara al enemigo. Inspir profundamente, agarr la gema y cre sus propias bolas gneas. Su fluido astral barri el edificio completo a una
velocidad vertiginosa.
-Tercera a la derecha -susurr.
Tifern movi su espada y la puerta se abri de golpe. Un vigilante en el pasillo empez a gritar, pero un gesto de Azuara lo dej inconsciente. Ambos kaiyas
corrieron hasta la tercera puerta y entraron. Mientras la sombra de un grifo desapareca por la salida opuesta, las siniestras caras de sus guardianes se iluminaban con
esferas de fuego crecientes. Tifern se lanz a la carrera como si no existiesen. Las luces que lo seguan estallaron a su alrededor, destrozando sillas, incendiando muebles
y alfombras y arrojando dos de los rucainas contra las paredes, uno herido y el otro inconsciente. Azuara trat de seguirlo por el pasillo flanqueado de llamas que su
superior haba dejado. No le fue tan fcil. El resto de enemigos la acos. Ella lanz dos esferas hacia el techo. Una lluvia de cal y madera enturbi toda la sala,
permitiendo la confusin necesaria para avanzar. Cuando de nuevo sali al patio Tifern ya haba alcanzado a su presa. El rucaina alado se haba posado en el muro,
pero en lugar de volar cay herido sobre el suelo.
-Los dcuatil, dnde estn? -oy decir a su capitn.
La criatura no respondi. La espada gir sobre su cabeza y un alarido inhumano llen el patio.
-Dnde?!
Azuara se concentr en el umbral que haba cruzado. Tena que retener los rucainas el mximo tiempo posible. Lanz el resto de esferas sobre el dintel de la ltima
puerta. Pero no llegaron a impactar. La pared no se vino abajo y la salida no qued bloqueada. Cont hasta ocho auras rucainas concentradas tras aquella pared.
Recogan energa y la transformaban preparando un ataque masivo contra ella. Sinti los tentculos astrales atravesando las paredes para buscarla, horadar sus defensas
y herirla.
Meses antes habra salido despavorida. Siempre hua. Siempre daba gracias por conseguirlo. Esta vez, no.
Avanz hacia la puerta, deshacindose de las amenazas astrales como de una leve niebla. La cruz, y con ella sus esferas brillantes. Y un infierno se desat.
Toda la energa acumulada se liber en una explosin ensordecedora. El techo vol en astillas. Los muros se agrietaron. La sala se cubri de llamas y escombros.
Slo cinco rucainas quedaron, mirndola desde el interior de sus esferas defensivas. Dudaban, retrocedan, buscaban una escapatoria con bocas temblorosas.
Cuntas veces haba sido al revs? Por una vez eran ellos los que desesperaban. Sus odiados verdugos se volvan vctimas. Su aura vol a la velocidad del
pensamiento, concentrndose y movindose sin parar. Atac a todos a un tiempo, sin darles opcin de tomar la iniciativa, y penetrando cada vez ms en su espacio,
acercndose ms y ms a sus cuerpos fsicos. Poda percibir el pnico en sus auras y se pregunt qu captaran ellos. Veran acaso la crueldad de un nicso tal y como
ella la sinti tantos aos?
Al fin lleg a la carne hiriendo con eficacia all donde poda. Sus enemigos caan impotentes, y con cada herido una presencia astral desapareca de la lucha,
acelerando su victoria. Cuando el ltimo cay, se detuvo.
All estaban. Los rucainas temidos, los asesinos de compaeros cuando ella estuvo de misin en el frente. Tena todo el poder para hacerles pagar, la oportunidad y
sobrados motivos. Sin embargo no movi un dedo. Se limit a contemplar aquellos rostros aterrados. Arrebatado su poder, no poda verlos ms que como meros
soldados como ella, esta vez en el bando perdedor. Era incapaz de hacerles dao. Y eso la hiri ms de lo que hubiera nunca imaginado.
No era un nicso? No tena ese cristal de poder? Entonces deba corromper su alma. Deba comportarse como ellos. Los nicsos habran disfrutado torturando
aquellos hombres. Les habran matado slo por una mirada insumisa. Y all estaba ella, que haba sufrido aos en aquella guerra sorda, a punto de perder la vida en ms
de una ocasin, y sin embargo apiadndose de sus vidas.
Despus de todo, los cristales no hacan a las personas, tal y como ella haba asumido siempre. Y ese error de juicio le hizo pensar en Taigo, y en cunto se haba
perdido por su estupidez.
-Los dcuatil no estn aqu. Vmonos -sinti el pensamiento de su capitn.
Tifern corri hacia el muro. Azuara an estaba paralizada. Sus ojos no parecan querer desprenderse de aquellos rucainas heridos. Al fin despert a la realidad y
ech a correr. Pero su angustia subi desde el estmago hasta la garganta, quedndose all en un doloroso nudo que no terminaba de estallar.
Desaparecieron por los callejones de Daza tan sutil y rpidamente como haban llegado. Esperaron en un lugar concreto por si aparecan perseguidores. Cuando
estuvieron seguros regresaron a sus alojamientos.
Azuara aquella noche no pudo dormir. En su crcel de congoja slo haba espacio para un deseo autodestructivo demasiado voraz para perdonarse. Lo sucedido
aquella noche le haba abierto secretos que su inconsciente le haba ocultado. Bajo todos los oscuros sentimientos y conflictos que la atormentaban haba miedo. Un
terror lquido que empapaba cada pensamiento y que jams haba logrado dominar. Soterr aquel miedo en lo ms profundo de su ser. Rechaz a Taigo por ser nicso
para evitar enfrentarse a aquel miedo. No poda soportar la idea de que con el tiempo y aquel cristal se volviese como ellos. No obstante, la prueba que necesitaba haba
sucedido aquella noche. La demostracin de que la crueldad no est en el linaje o en la posesin de una gema, sino en la persona. Tifern era el mejor ejemplo. Ella misma
tuvo su excusa para ejercer el poder y se abstuvo. No estaba en su naturaleza. Por qu dudar de la de Taigo?
Ella, una kaiya, acostumbrada al sufrimiento, no pudo soportarlo ms, y por primera vez en muchos aos, llor. Llor como una chiquilla, desconsoladamente, con
la cara hundida en su jergn de paja, sabiendo que ni todas las lgrimas del mundo podran lavar sus errores. Sus descomunales y abyectos errores.

* * *

-Seor, debo prevenirle -dijo el rucaina-. Si domina nuestras artes, y a pesar del dolor, puede atacar en un instante de concentracin. Es peligroso.
-Gracias, pero esto es necesario -dijo el patriarca.
-Nosotros intentaremos protegerle. Pero como ya le he dicho, en cualquier momento
-Entiendo. Haced lo que debis. Yo por mi parte asumo el riesgo. Traedle ahora.
La improvisada sala de interrogatorios presentaba un aspecto ruinoso. Los ojos de Moula vagaron por la lgubre estancia. La humedad haba hecho su trabajo
durante aos, y a pesar de los remiendos practicados aqu y all, las manchas y grietas resurgan amenazando desmoronar todo el mortero.
Moula no senta la presencia de nimo suficiente como para soportar la mirada del hombre al que deba interrogar. No obstante, tena que hacerlo. Decidi tratar el
asunto de la manera ms fra posible, aunque dudaba de conseguirlo.
De improviso lanz un puntapi a la pared con furia. Se agarr el crneo con ambas manos mientras repasaba las razones que movan sus actos. Las repiti como
oraciones, intentando limpiar con ellas su culpa. Una culpa en realidad inexistente desde su punto de vista. Todo el rompecabezas volva a encontrar su sitio. Su mundo,
l mismo y su misin volvan a estar claras. Slo haba algo que rompa sus esquemas: por qu aquel druida haba sacrificado su vida?
Eso no cuadraba.
Los manchados con el poder no arriesgaban sus vidas por nadie. Los que abismaban en ritos impos, contaminndose con energas oscuras y emulando a su
Creador, no podan ser buenos. Si por l fuera, todos los druidas estaran desterrados con el resto de brujos; pero su fama de sanadores les haba ganado el corazn de
las gentes, y contra eso era ms difcil luchar.
Se sent a esperar y mir la oscura puerta con ansiedad. Si todo estaba tan claro por qu se senta tan inquieto?
Record aos ya lejanos en los que no sufra por la duda. Rememor aquellas tardes estivales con su hermano en el monte, ebrios de juventud y de ilusiones.
Acudi a su pensamiento una en particular, sobre un cerro que dominaba el pueblo y su valle.
-Cuando termine el verano y acabe la faena, me ir de aqu -dijo Moula mirando las montaas lejanas.
-S, s, ya lo has dicho otras veces -sonri Dakil, ironizando.
-No, de verdad! Esta vez lo hago.
-Si? Y adnde irs?
-No s. Pero aqu no hay futuro. Tengo que probar suerte. Ven conmigo!
-No, yo no.
-Por qu? De qu tienes miedo?
-Miedo yo?
-Pues por qu no?
Dakil tard en contestar. Se puso serio, ms que de costumbre.
-Mira, justo antes de que el sol se ponga es cuando ms me gusta esto. Se dira que el pueblo ha estado ah siempre, y que por un momento todo es perfecto.
Aunque est todava mejor en la Fiesta de La Victoria, con los balcones vestidos de telas de colores, las mscaras de hueso de rata, la plaza grande alfombrada de
amapolas y el dragn de bano en el arco mayor. Todos iremos vestidos de bonito a la plaza, a ver a las muchachas, y a escapar, si podemos, del baile. Aunque cuando
el vino corra, ya nos dar igual y entonces nos reiremos de todo. Seguro que Eudorio har como siempre alguna trastada. Como el alguacil nos tiene mana tendremos que
salir corriendo con l, aunque no hayamos hecho nada. Qu te apuestas a que acabamos como el ao pasado escondindonos en el cementerio? -Moula ri asintiendo-.
Hay momentos en los que los ves a todos como en una gran familia. Como si entendieras por un instante todas sus penas y alegras, y sabes que lo mismo les est
pasando a ellos. Y luego est nuestra familia. Imagino a madre preparando tortitas, con su sonrisa ancha pensando en nosotros. Padre es severo, y ya sabes qu carcter
tiene cuando se enfada, pero cuando te pone su mano en el hombro es igual que cuando madre te abraza. Y no hay mejor sitio en el mundo que junto a la chimenea
escuchando a la ta Urdana contando historias.
-S, te entiendo. Me ests contando todo lo bueno que hay aqu. Pero y si nos estamos perdiendo algo mejor all fuera?
-sa es precisamente nuestra diferencia.
-Cul?
-A ti te duele lo que podras tener. A m, lo que dejara atrs.
Ahora, aos despus, envidiaba el conformismo de Dakil. Lo sencilla que hubiera sido su vida de elegir el camino de su hermano!
Unos cansados gemidos lo sacaron de su ensimismamiento. Saagua apareca arrastrado por los dos rucainas. Haba sido castigado a conciencia, cargado de
contusiones y heridas visibles. Todo concordaba con lo que decan los libros: nada como el dolor para evitar la concentracin de los kainum. Los improvisados verdugos
lo colocaron sobre un taburete bajo, y se situaron a cada lado.
El castigado druida levant lentamente la cabeza, receloso de nuevos golpes. Cuando encontr la faz del patriarca sus ojos adquirieron una intensidad extraa.
Moula no saba si de ira, incredulidad o compasin, pero le costaba mucho sostenerla.
-Por qu estabais all?
-Tu tu hermano quera comprobar quin eras.
-Cmo lo descubri?
-Hace un mes fue a la capital, para comprar algunas cosas. Estuvo presente en el tercer milagro -Saagua recalc la ltima palabra, con sarcasmo.
-Por qu lo acompaaste hoy?
-Soy su amigo, aunque eso parece ser incmodo para ti.
-Por qu no me pregunt directamente cuando estuve en casa?
-No lo s. No me lo dijo.
El patriarca qued pensativo y antes de que continuase, Saagua se anticip:
-Tanto te gusta el poder que te alas con tu enemigo?
Aquello doli. Ms de lo que el druida fue capaz de percibir. Sin embargo Moula prosigui como si nada.
-Cmo te hiciste druida?
-Un maestro me tom a su servicio cuando era joven.
-Siempre ha sido as?
-No entiendo.
-Un maestro, un aprendiz?
-No, a veces uno ensea a varios.
-Pero por qu ahora sois tantos? Hace una dcada erais escasos, y vuestra ciencia limitada. Sin embargo ahora parece que os habis reproducido como la espuma,
y vuestros poderes sanan ms dolencias que antes. A qu se debe?
-Somos ms desde que la gente solicita ms nuestros servicios -minti el kainum con una respuesta ensayada-. Esto es porque como bien decs hemos mejorado
ltimamente.
-Me ests diciendo que de la noche a la maana, todos sois mejores, sin ms.
-Pues s.
Moula mir a uno de los rucainas y no hizo falta ms. Un gesto y la cara de Saagua se crisp en una mueca de dolor, como si le estuviesen retorciendo las
entraas. Con un hilo de voz aadi tras unos segundos:
-Preguntadle a ellos si si es mentira - jadeaba y se sostena apoyndose en uno de los brazos, pero a pesar del dolor se filtraba una cierta seguridad en sus
palabras. Moula mir a los rucainas, y estos negaron con la cabeza, no sin antes titubear un poco. Estaban mintiendo? Menta Saagua acaso? No estaba seguro, pero
aquel druida no pareca dispuesto a dar otra respuesta.
-Pasemos a otra cosa. Qu relacin tenis con los omunodas?
Tard en responder, como si calculara la respuesta. Tras un suspiro dijo:
-Para mejorar nuestro arte debemos incumplir las estpidas directrices de vuestro ltimo concilio -a pesar del evidente dolor que an deba sentir, se notaba una
rabia contenida-. Por eso apoyamos a vuestros rivales ms directos en el dominio de la moral pblica. Una moral que veo que segus a pies juntillas -y lanz una sonrisa
despreciativa.
-Y el imperio, tiene algo que ver?
-El imperio da los privilegios que los omunodas desean para participar en este pacto comn.
-Entiendo lo que ganis vosotros, y tambin los omunodas. Pero qu saca el imperio de todo esto?
-No lo sabis, patriarca? Tan ciego estis o es que tenis una retorcida versin rucaina de la realidad?
En esta ltima frase su cara se crisp por un segundo, como si acabara de pincharse con un alfiler. Una advertencia?, se pregunt Moula.
-Contadme vuestra versin -invit el patriarca.
Ahora Saagua call. Mir de reojo a sus guardianes, visiblemente tensos y atentos. Tras unos segundos de inseguridad y cabeceo nervioso se tranquiliz. Mir
directamente al patriarca, y de pronto, toda la actitud cnica y hostil que haba mostrado se diluy en una extraa sonrisa. No pareca alegra sino serenidad. Moula
jams podra olvidar aquel rostro. Reflejaba una paz imposible en alguien sometido a aquel tormento. En ese mismo instante sinti un dolor sobre el pecho. Pero el
patriarca no lleg a abrir la boca cuando los dos rucainas actuaban al unsono, y el cuerpo de Saagua, con aquella extraa expresin, se desplomaba sobre el suelo.
-Se encuentra bien? -dijo uno de los verdugos. Moula se toc el pecho sintiendo slo unos leves araazos en la piel.
-S, creo que s -respondi.
-Se lo dijimos. Era muy peligroso. A pesar de todo lo que le hicimos sac fuerzas para proyectarse.
-Gracias, habis sido muy eficaces. Podis retiraros.
Los dos rucainas ofrecieron una leve inclinacin y se marcharon. All qued Moula, solo con el cadver y con sus pensamientos. An se tom su tiempo en
estudiar aquel rostro propio de un mrtir. Extraamente no se contorsion al acercarse la muerte.
Cuando se desvisti qued estupefacto. Las heridas dibujaban un mensaje, una direccin. Por qu haba actuado as? Saba que morira por intentarlo. Entonces,
qu le haba movido al suicidio? Pens en los rucainas. Quizs les temiera a ellos. Desde luego durante el interrogatorio haban ocurrido cosas que no poda explicar, ni
tampoco especular. Qu estaba pasando?
La respuesta sin duda estaba en aquel mensaje, pero tambin poda ser una trampa, y estaba claro que no tena a nadie en quien delegar. Deba arriesgarse? Qu
demonios!, si tras toda aquella aventura le sorprenda la muerte, sera un alivio sin duda alguna, pens. Decidi ir al da siguiente. Hoy an le quedaba otra batalla que
librar.
Lleg a las escaleras de caracol que bajaban al stano. Empez a descenderlas pero no pudo. Se sent y se sostuvo la cabeza entre las manos, apretndola ms de lo
necesario. Tras una larga pausa suspir. Se levant y continu su camino. Lleg hasta una celda. Un monje acudi con la llave, la gir tres veces y la puerta se abri. Lo
despidi con un gesto y entr en la celda. Dakil lo esperaba de pie. Estuvieron unos segundos mirndose.
-Siento que hayas presenciado todo esto, pero creme, hay razones de peso para hacer lo que he hecho -dijo Moula.
-Y Saagua? -el patriarca mir al suelo negando con la cabeza. Dakil apart la vista a un rincn, ocultando la emocin que ya le escoca los ojos-. Tambin me
matars a m?
-Saagua era un druida, deberas elegir mejor a tus amigos.
-Ese druida me salv la vida! Ha dado la suya a cambio. T, que me tienes aqu prisionero, te crees mejor?
Moula cerr los ojos y crisp su rostro un instante, luego mir a su hermano y suspir. No quiso contestarle de inmediato. O quizs no pudo. Abri las manos
ante s, como buscando en ellas la mejor respuesta.
-Sabes que ese amigo tuyo utiliz poderes prohibidos?
-Prohibidos?, -ironiz Dakil-. Prohibidos por ti, quieres decir, verdad? Ah claro!, perdona, olvidaba que eres el patriarca, y por tanto el que mejor sabe lo que
est bien y lo que est mal.
-Idiota! Acaso la Historia no te ha enseado nada? -se levant airado-. Por qu demonios crees que hubo una guerra? No una cualquiera, no, una que se
recordara durante siglos y que casi acaba con la humanidad. Lo sabes?! -Dakil qued callado, haca tiempo que no vea a su hermano enfadado, aunque esto no lo
amedrant. Esper pues a que acabase de exponer unas razones, pero no lo hizo:
-Pues si no lo sabes, deja que haga mi trabajo y utilice todo lo que est en mi mano para evitarla.
-Incluso usar la brujera?
-Lo que sea necesario.
-Ests seguro?
-Por supuesto.
-Sabes? Conoc a un hombre igual que t. Deca que se avecinaba un gran peligro y que debamos estar preparados para cuando llegara. Tema a esos brujos al igual
que t. Incluso se crea tan seguro como t. Pero su solucin era totalmente opuesta a la tuya.
-Te refieres a Saagua?
-S. A cul de los dos debo creer?
-Yo confiara en mi hermano.
-Yo confiara en quien dio su vida por m y jams contradijo su palabra. No en quien pacta con su enemigo, mata a sus amigos y defiende con hipocresa lo que l
mismo no es capaz de mantener
-Basta!!
Fue a por su hermano. Apart un taburete con tanta rabia que lo destroz contra una pared. Dese abofetearlo. Dese hacerle pagar por sus palabras, pero se
contuvo. Pens en hablarle de los omunodas, del imperio, de pactos secretos y de alianzas contra la Comunidad. En vez de eso agreg:
-No he venido a darte explicaciones. Slo a informarte de tu situacin. Pasars algunos das aqu. Cuando las cosas cambien, que ser muy pronto, sers libre.
Hasta entonces no te preocupes, no te faltar de nada -y se dirigi a la salida.
-Excepto la libertad.
-Si hubieras sido ms comprensivo, esto no sera necesario -ya en la puerta se volvi hacia l-. Pero tu tozudez no me deja otra opcin. Fuera tengo an enemigos,
y tu relacin conmigo plantea inseguridades que no puedo permitirme -aunque la voz sonaba an airada el tono haba bajado.
Llam al monje que haca de carcelero y al fondo del pasillo se oy el tintinear de las llaves acercndose. Mientras llegaba se volvi hacia su hermano:
-Si hubieras venido conmigo habras ganado mucho. Tu vida habra sido muy cmoda al frente de una abada o como alto funcionario en algn lugar de mi influencia.
Sin embargo tu testarudez ha sido siempre tu problema. La misma que ahora te impide comprenderme fue la que me disuadi de ofrecerte nada. Habras rechazado
cualquier propuesta que te apartase de tu estrecho mundo verdad?
No esper respuesta, encarando ya la puerta que se abra. Sin embargo Dakil, en tono tranquilo, como meditando para s mismo, replic:
-Cuando te fuiste te llevaron dos cosas: ilusin y ambicin. Entonces no saba cul de las dos era la ms fuerte. Ahora te miro y veo que una no existe. La otra la
otra ha debido pudrirte el alma.
Cerr la celda con un portazo y sali presuroso. Subi las escaleras de dos en dos, empujando el suelo con toda su energa. Tena que alejarse de all. Escapar.
Acaso tena su hermano razn? Moula record su vertiginosa carrera sacerdotal, y en los mil y un tropiezos que tuvo en ella. Siempre se ayud de su racionalidad para
salvarlos, y en ellos, un trocito de su inocencia se perda. l jams lo llamara corrupcin, sino aprendizaje. El corazn haba que dejarlo muy lejos en las consideraciones
importantes. Era una leccin que le haba enseado la vida, y que un campesino como su hermano jams podra compartir.
No obstante senta desasosiego. Le dola el desprecio de Dakil. Sus palabras le hacan dudar. Quera refugiarse en su templo de verdades y lo hallaba dbil e
inseguro. An haba informacin que se le escapaba y que senta fundamental: por qu se sacrific Saagua?, qu buscaba el imperio?, por qu dudaron los rucainas?
El patriarca apret con desmesurada fuerza el libro que llevaba entre manos, como si agarrara un tronco en un naufragio. Estaba encuadernado en terciopelo
prpura y grabado con letras doradas. Desprenda un olor a incienso, impregnado tras aos de uso en la liturgia. Moula se concentr en l. Evoc la paz de los templos,
el silencio, la luz de las velas, aquella serenidad que tanto necesitaba. Despus, record a los fieles agradecidos. Las obras de caridad. La alegra percibida en sus
semblantes. Y sobre todo revivi el cario y la admiracin con que le agasajaban. Era el fruto del poder al servicio del bien. Nuevamente todo volva a la calma, todo
volva a estar en su sitio. El norte apareca claro en el horizonte. Y ese norte, como siempre, era su Comunidad.

* * *

-No es slo una ceremonia? Por qu tienen miedo? -dijo Taigo.
-No te has dado cuenta? Somos cuarenta y siete. En una tienda cerrada. Sin ventilacin. Y despus de las galletas de centeno de esta maana todos hemos
almorzado alubias con salsa prpura. No s si veremos a Saifel, pero el infierno fijo.
-Tienen miedo, Chaoro. Me dijiste que no habra sangre. Ni sacrificios de ningn tipo.
-Sangre, no s. Pero con tanta vela y tanta alubia me temo que va a haber ms de un sacrificio -Taigo arrug el ceo-. Es broma. Tienen miedo porque la experiencia
es fuerte. Ya te lo dije. No hay ningn dao a nivel fsico, en absoluto, aunque a otro nivel Pero no tienes por qu hacerla.
Taigo dud. No tena otra cosa interesante que hacer, aparte de sus ejercicios astrales. Saba que stos ya no eran necesarios. Dominaba las nuevas tcnicas a la
perfeccin. Pero para ejecutar su plan deba llegar a Silkara. Y an quedaban muchas jornadas. Qu mejor para aplacar su ansiedad que una nueva experiencia?
-Dijiste que podra ver a un dios.
-S, si tienes el valor de llegar al final. No todos lo consiguen.
-Qu les pasa a los que llegan al final?
-Depende de cada uno. La mayora lloran. Aunque hay otros que se lan a palos con algo. Dicen que una vez hubo uno que se fue a la leera y se li a hachazos
toda la noche. No hizo falta cortar nada en una semana. Y al amanecer, el to se li a llorar como un ermital gordo el da de ayuno.
-Llorar? Yo no -dijo con conviccin. Hace tiempo que se me agotaron las lgrimas, pens.
Un tintineo son y todos los aclitos callaron. Se cogieron de las manos formando una nica cadena en espiral que comenzaba en el iluminado. ste, sentado en una
ctedra baja, rodeado de volutas de incienso, fue dando las instrucciones necesarias para llegar al trance. Para Taigo todo sonaba demasiado familiar: el control de la
respiracin, la relajacin, la concentracin Pero en un momento dado aquellas instrucciones divergan de lo conocido. Y se dej llevar.
Su consciencia fue hundindose en las abisales aguas del Ser Interior. Ya no ola el incienso. Ya no senta la alfombra bajo sus pies desnudos, ni el peso de su
cuerpo sobre los talones. Todo lo que vea era al iluminado, rodeado de velas, las nicas luces en la enorme tienda que se desdibujaba en las sombras. Sus manos,
entrelazadas con sus compaeros, haban olvidado el sentido del tacto para transmitir emociones. Todas las sensaciones fsicas se diluan como el humo al ascender
fuera de la luz. Slo se oa el susurro del iluminado, guiando sus pasos hacia un terreno desconocido, una noche del alma que slo se poda atravesar con la ayuda del
grupo. Se senta parte de una poderosa corriente. Al tiempo, una sensacin de vrtigo se adueaba de su ser.
Todo era nuevo y estremecedor. No saba si arrojarse o rechazarlo. Pero no vea nada que lo atara. Se crea libre de abandonar aquello cuando quisiera. Quizs por
eso se abandon a la corriente. Su flujo lo arrastr lejos de aquella tienda, de su propio cuerpo, de todo lo que poda llamar realidad.
No era capaz de discernir nada en aquel vaco, ninguna referencia a la que agarrarse. Le pareci que as deba de ser la muerte, una nada infinita y terrible. Slo la
presencia del grupo le proporcionaba el valor para continuar. Aparte de dicha presencia poco poda percibir, salvo una sensacin de estar al borde de un precipicio. Era
como si el centro de su ser, si es que haba alguno, fuera empujado progresivamente hacia sus propios lmites, amenazando de un momento a otro traspasarlos.
Entonces, el Iluminado golpe un plato de bronce y su sonido catapult la consciencia del grupo muy lejos de all, a lo que llamaban el Corazn de Saifel. En aquel
lugar sin tierra ni aire, una niebla viva fulga como el sol. Si haba algo que mereciera el apelativo de dios, sin duda era aquello. Millones de pensamientos inaprensibles
pululaban por aquella matriz infinita. Conceptos, recuerdos e ideas parpadeaban como estrellas. Y la energa que lo mova todo estaba hecha de sentimientos.
Sentimientos de todo tipo proliferando, naciendo y muriendo, mezclndose y destilndose por doquier. Aquellos sentimientos tenan dueo. Parecan provenir de
personas que se reflejaban en aquel dios. Una entidad que despeda un olor general. Una mezcla media de todo lo que all haba. Y si haba una palabra humana para
describir aquello sta era sufrimiento. Una amalgama de tristeza, injusticia, ira, y dolor. Ocanos de dolor.
Era imposible no contagiarse de aquel dolor. Lo comparta, porque era el dolor de sus semejantes y el suyo propio. Tambin estaba all. La ausencia de Azuara
era su gota particular en aquel ocano. Una entre muchas que heran, lo invadan y lo desbordaban. Hasta que no pudo ms y sali del trance.
Vio la tienda turbia hasta que se dio cuenta de que estaba llorando. Lloraba por el mundo. Lloraba por aquel dios condenado que pareca cargar con los errores de la
creacin. Era como or un cuento triste, de esos que emocionan. Pero en vez de uno, or millones. La trgica historia de la humanidad, sin final feliz, condenada a una
eternidad de sufrimiento.
A su alrededor los aclitos sollozaban. Y se abrazaban. Compartan su tristeza, y l sinti el impulso de unirse a ellos. En lugar de eso se levant y casi huy de la
tienda.
Qu era Saifel? Un artificio de aquel iluminado? El aura no miente, record. Entonces, un dios rebelde al Creador, como decan? Esa era una interpretacin de
la que se poda dudar. Pero de Saifel no. Aquel dios o lo que fuera era real, igual que su oscura visin del mundo. La humanidad sufra
Por qu?
Anduvo hasta perder de vista el campamento. Corri, pero eso tampoco lo seren. Slo sus ejercicios astrales podan agotarlo. Busc un lugar alejado de cualquier
camino, oculto de miradas casuales, y denso en vegetacin. Lo encontr, y en l descubri un tesoro inesperado.
Inmediatamente explor con su aura en derredor, pero no hall ninguna presencia. Se dio cuenta de que aquel lugar era el nico de sus caractersticas en varias
jornadas a la redonda. A lo lejos, al norte, las luces de Daza iluminaban el horizonte. Cerr los ojos y aspir. Pero el olor que buscaba no estaba en el aire sino en el
vaco astral. S, ella deba de estar en Daza, y no haba otro lugar donde esconder el ngel. Descendi y se sent en la cubierta. Explor la gema y descubri su sencillo
manejo. Cmo se castigar en Silkara el robo de un navo?, se pregunt. Seguramente igual que el microscopio ureo, y menos que lo que pienso hacer.



CAPTULO VII

La Cumbre

UNA Pitia no debe relacionarse con los dems ms all de lo imprescindible. La clausura debe ser estricta. Una Pitia no debe mirar su destino, ni el de los que la
rodean. Una Pitia debe librarse del odio y renunciar al amor.
Extracto del reglamento del Orculo, cap. 2

El consistorio de la ciudad era con diferencia el edificio ms lujoso de Daza. Tras una fachada de mrmol, imponentes estatuas y frisos de lapislzuli, se adivinaba
un palacio digno de un rey; reflejo sin duda de un nivel de vida que su alcalde pretenda proteger a toda costa. Por ello todos sus esfuerzos se volcaron en sus visitantes,
y all donde antes haba compartido mesa con los jefes hicunos, ahora sentaba a la nobleza de sus enemigos.
El corazn del palacio consista en un atrio delimitado por una columnata rectangular. Bajo los arcos se situaba la guardia real de Tamaria y Lucinia con su mejor
uniforme. En el centro, una larga mesa de cuarzo pulido reflejaba la luz de fanales distribuidos por el permetro. En el lugar de honor se sentaba Hardiamo, rompiendo el
protocolo a peticin de sus insignes invitados: Nadima, a su derecha, y Lintor, a la izquierda. A continuacin, una larga ristra de generales y altos oficiales llenaban la
mesa con el alcalde al fondo.
La noche era agradable, y su techo de estrellas regalaba la vista de los comensales que disfrutaban de una oppara cena. Una vez pronunciados los pesados
discursos y rotas ya las formalidades, el ambiente invitaba a una charla animada donde todos participaban con locuacidad.
Lintor observ cmo los otrora recelosos oficiales no reparaban tanto en si les estaba dirigiendo la palabra un tmaro o un luo. Le sorprendi lo que unos cuantos
das de convivencia podan hacer. Saba que aquel odio no se haba olvidado, pero al menos era un buen comienzo.
Cuando no se senta observado miraba a Nadima hurtadillas, esperando que no se diera cuenta, sin conseguirlo. No haba podido dormir mucho desde que se
encontraron. Necesitaban hablar con ella, a solas, pero hasta entonces no haba tenido oportunidad. Slo aquella vez, en la tienda, pero fue todo muy breve. Tenan que
evitar la lucha entre sus ejrcitos, y planificaron con rapidez. Los siguientes das fueron similares, siempre rodeados de oficiales. Aquella noche pareca ser la primera de
verdadera distensin. Nadie lo buscara. Pero cmo escabullirse de all? Dnde podran hablar a solas?
-Cmo lo habis conseguido? -l y Nadima miraron a Hardiamo sin comprender-. Me refiero a esto -y con la pipa seal la mesa-. Llevis siglos en una guerra sin
fin. Hace poco nadie habra apostado por semejante desenlace. Y sin embargo ahora mismo estoy viendo luos y tmaros compartiendo la cena.
Tanto al prncipe como a la reina la impresin que les haba causado el general era la misma. Pareca alguien clido, risueo y sencillo, aunque con un cierto grado de
carcter. An as, tras esa barba descuidada, iluminada espordicamente por su pipa y su ancha sonrisa, el brillo de unos ojos veteranos adverta que all haba algo ms.
Una retorcida astucia quizs, capaz de sorprender en el momento ms inesperado, que provocaba cierto recelo en sus interlocutores.
-La verdad general es que cuanto ms lo pienso, ms me doy cuenta de que si no hubiera sido por nuestros enemigos jams habramos llegado a esta situacin -
respondi Nadima.
-Os refers a los -carraspe y continu en voz ms baja-, los brujos?
La reina asinti.
-Es cierto -continu Lintor-. Tanto a Su Majestad, como a m, nos tendieron emboscadas que acabaron juntndonos.
-S, me han informado sobre un increble viaje a travs de los Pantanos Negros. Y de ms cosas. Pero hablemos de vuestra hazaa. Cmo ha sido posible? Para
pacificar dos naciones enemigas, no basta con la unin de sus caudillos.
-No, no basta. He acariciado planes para acabar con nuestro conflicto -dijo Nadima-. Pero duraban dcadas.
-Supongo que lo que no estaba en vuestros planes era la incursin de los hicunos -Hardiamo baj un poco la voz y con aires de complicidad continu-. O s? En
tal caso me gustara saber cmo pudisteis provocarlos.
-Sois muy suspicaz, general!, -ri Lintor-. Aunque bien sabis que de ser cierto jams lo admitiramos.
-Por supuesto. Pero si hubierais tenido que hacerlo, cmo lo habrais logrado?
-Si hubiramos tenido que hacerlo -Hardiamo tena los ojos clavados en la reina, que dej una larga pausa aposta, tentando la paciencia de su oyente-, habra
sido una autntica temeridad. Lo ltimo que queramos entonces era un enfrentamiento entre nuestras tropas. Y la situacin pareca estar diseada para ello.
-Yo dira ms bien que diseada para el exterminio de los hicunos, pero en fin, comprendo vuestro recelo.
-Despus, slo aprovechamos la situacin -dijo Lintor.
-Di ms bien que sobrevivimos a ella.
-S, era muy arriesgado, pero entendimos que era la mejor salida posible -dijo con cierto orgullo el prncipe.
-Y funcion!, -acab Hardiamo-. No creo que en todos los anales del viejo imperio, ni de la mayora de las naciones civilizadas que conozco, a nadie se le haya
ocurrido nada tan audaz.
-O tan irresponsable -reprob Nadima.
-Ja!, bueno, dejemos los calificativos para los historiadores. Lo importante es que estis bien, habis salvado a vuestros soldados y habis conquistado Daza.
-General, sobre Daza -comenz Lintor levantando un dedo. Hardiamo le interrumpi.
-Veis aquella sabandija?, -y con un gesto del mentn apunt a su anfitrin-. Lleva aos saqueando a nuestros mercaderes, viviendo mejor que vosotros y que yo,
y sin dormir mal por las noches por culpa de las decisiones que a nosotros nos atormentan a diario. Miradlo, ahora mismo est esperando a que nos vayamos y le
dejemos seguir con su papel de sanguijuela.
Aunque en sus palabras se notaba el desprecio, la cara de Hardiamo no deca absolutamente nada. Lintor y Nadima miraron al alcalde que al sentirse observado les
devolvi entonces una reverente sonrisa al tiempo que alzaba su copa. Los tres dignatarios respondieron a su vez en corts sincrona.
-Seguramente adivina que disputaremos sobre su ciudad, y si no, se encargar l mismo de instigar la cizaa. Lo nico que necesita es la ausencia de autoridad -
Hardiamo suspir-. Sabis?, odio la poltica. Tal y como yo lo veo, el imperio no puede costear una guardia permanente en Daza. Por otro lado os la habis encontrado
con las puertas abiertas, y eso debe valer algo. As que, qu os parece si me garantizis un trato igualitario de los comerciantes del imperio a los vuestros y me pagis
cuatrocientas piezas de oro?
-Cuatrocientas piezas al ao?
-No. Slo una vez. Vamos, es un regalo!
-S, eso parece -dijo Lintor sorprendido.
-Lo es, si no hay segundas partes -aadi Nadima.
-No las hay. Redactad vos misma el acuerdo.
-No luchis mucho por vuestro imperio -apunt extraado Lintor-. Por qu?
Entonces la mirada del general se ensombreci, hacindole parecer ms viejo de lo que en realidad era.
-Alteza, -y la voz son algo apagada y grave- cuando se es joven se tienen ideales y fuerza a travs de ellos. Sin embargo los aos te van mostrando el lado oscuro
de las cosas y poco a poco las vas evaluando con mayor moderacin -su mirada se perdi en algn lugar de la mesa-. El imperio ya no es lo que era. Ya nadie quiere estar
en l. Todos se afanan en demostrarlo y se sienten indignados del aciago da en que fueron conquistados. Los nobles insisten en desligarse de la casa real y hacen todo lo
que pueden para debilitarla. El emperador hace tiempo que abandon la lucha y todo inters por su pueblo. La verdad, no le culpo. Pertenezco a su familia y lo he visto
cambiar. Sus validos se turnan en el poder cada pocos meses, aumentando la inestabilidad con sus cambiantes decisiones. La fragmentacin es inevitable en una o dos
generaciones como mucho. Slo espero que no haya guerra civil en el proceso. Por eso os ofrezco este pacto. No deseo que el Imperio malgaste una sola vida
disputndoos esta remota ciudad en el futuro -alz la vista y los mir a los dos, luego sonri y pos sus manos grandes sobre los hombros de cada uno-. Hacedme caso:
no conquistis demasiado.
Poco a poco los comensales se fueron retirando. Lintor observ a la guardia. Ellos no se irn, pens con amargura. Mir a Nadima, luego al cielo y habl:
-Ojal pudiramos pasear por Daza con la libertad de nuestros soldados. Seguro que ellos le estn sacando partido a una noche como sta.
-Tienes razn. No hace demasiado fro, se oye el bullicio en las calles y bueno, me temo que nuestra escolta lo silenciara -dijo ella.
-Os atrevis a cierta aventurilla? -Terci Hardiamo-. Tiene su riesgo, pero insignificante para los Viajeros de los Pantanos Negros.
Lintor y Nadima se miraron.
-Contadnos -dijeron al unsono.
Hardiamo les llev a una pequea pero suntuosa sala del palacio. Ideal para una agradable noche de tertulia. Dejaron la escolta en la puerta y el imperial les ofreci
unas toscas tnicas de uso comn que les ocultaban por completo sus atuendos.
-Desde el primer da que llegu, me ocup de buscarlo. Saba que tena que existir en algn sitio. En todo palacio que se precie, lo suele haber. Sin embargo ste me
cost tres das encontrarlo -y una sonrisa pcara asom bajo la barba.
Hardiamo se dirigi a la chimenea y hurg en algn lugar elevado dentro de la campana. Seguidamente propin un puntapi a la pared lateral y sta cedi con un
crujido, abatindose a la izquierda y dejando un estrecho tnel a la vista.
Poco despus, los tres nobles se hallaban en la mejor taberna de Daza, lo suficientemente tiznados de holln como para confundir a cualquier soldado que los
conociera. Aunque dada la embriaguez de los mismos, era dudoso incluso que reconocieran a sus esposas.
El lugar era amplio, con una bulliciosa clientela que aseguraba la discrecin. Los vinos no es que fueran excelentes, pero s suaves, y se servan muy fros en
porrones de vidrio o botas de cuero. Hardiamo elogi los orejones con nueces y miel que servan como aperitivo. Los mezcl con trozos de queso viejo para aumentar
su dulce sabor.
Las paredes de piedra estaban cubiertas de todo tipo de objetos curiosos, desde emblemas militares de pases extintos, hasta armas rituales de sectas olvidadas.
Uno poda pasar toda la noche reconociendo aquellos objetos y seguir sorprendindose al da siguiente descubriendo otro nuevo. No obstante, haba abundancia de
reliquias sospechosamente kainum, prohibidas sin duda en cualquier sitio civilizado, pero no en Daza. Esto les recordaba a los extranjeros que aquella haba sido en otro
tiempo una tierra frtil, mucho ms poblada, y punto de partida de las guerras arcanas. Ahora, el territorio de Las Llanuras slo era un cementerio de ciudades olvidadas
y ruinas mudas.
Unos braseros mantenan caldeada la estancia, y el tro con ms poder de Daza tom asiento en una humilde mesa de madera, desportillada del uso y no exenta de
grabados groseros e insultos contra el alcalde.
La tertulia fue distendida, informal, entre ancdotas pasadas y elucubraciones del futuro. Pero para Lintor el tiempo pasaba lento, arrastrndose con la indolencia
del humo de Hardiamo, alejando la ocasin de estar a solas con Nadima. Ya se haba librado de la escolta. Ahora faltaba el general, pero no podan dejarlo solo. De
pronto un imperial acudi a su mesa.
-Hard!
El general se llev enrgicamente el ndice a los labios.
-Shhh!! Lusto!, queris que toda Daza sepa dnde estoy? Cmo me has encontrado?
-Muy fcil. Si no estabas en palacio, slo tena que preguntar por la taberna ms popular de la ciudad.
-Ves?, la gente como t es la que me da mala fama -ri-. Altezas, ste es el coronel Lusto.
-A vuestro servic -Lusto interrumpi una automtica reverencia pasando a la estupefaccin.- Que sois?!
-Shhh!! Lusto, que nos aguas la fiesta -recrimin el general.
-Hardiamo, altezas, jams entender la aversin de la nobleza por la imprescindible escolta. Permtanme recordarles que estar aqu es peligroso!
- Bah! Aqu ninguno tenemos enemigos -sonri con sarcasmo y prosigui-: An!
Los cuatro continuaron la tertulia hasta que Nadima se levant para marcharse. Lintor inmediatamente se ofreci a acompaarla, despidindose de los imperiales.
Pasearon por las calles de Daza, bastante solitarias a aquellas horas. Ahora que tena la oportunidad, Lintor no saba cmo plantear el asunto. En las otras
ocasiones Nadima se haba mostrado cordial, cercana hasta cierto punto, pero haba esquivado todo intento del prncipe por abordar un tema que le formaba un nudo en
la garganta.
Nadima se senta inquieta, como siempre que se enfrentaba a un problema al que no vea solucin clara. Haba decidido ser sincera con Lintor, al menos, hasta
cierto punto. La cuestin era que el prncipe iba a forzar seguramente ese punto. Por un lado haba evitado inconscientemente la actual situacin. Por otro, se senta
cansada de esperar. Quizs fuera bueno que aquello se zanjara aquella noche, pens.
-Por qu me ocultaste tu identidad?
-Ya lo sabes.
-No. Creo que en el fondo no lo s. Quizs tu recelo se justificara al principio. Pero hacia el final del camino, cuando tu y yo nos habamos salvado la vida tantas
veces, ya no tena sentido.
-Bueno, quizs te lo habra dicho si no me hubieses sorprendido bandome en el lago.
-Y por qu iba a ser eso un obstculo.
-Qu por qu? Lintor, an recuerdo lo que me dijiste cuando era Raimano. Parecas tan obsesionado!
- que te asustaste -termin el prncipe.
Sus pasos se ralentizaron, temiendo llegar demasiado pronto a su destino. Se detuvieron en un cruce. A la izquierda, faroles de hierro proyectaban sus sombras
temblorosas sobre paredes de cal y adoquines en una calle ancha y larga que se alejaba de sus aposentos. La tomaron casi sin pensarlo.
-Te divertiste verdad? -dijo Lintor.
Nadima no pudo reprimir una sonrisa. Pero no dijo nada.
-Venga admtelo. Jugaste conmigo como un gato con un ratn. Debiste disfrutar mucho -dijo el prncipe en tono jocoso.
-Al principio s. Despus slo hice lo que cre necesario para que no te volvieras loco.
-Eso fue lo de la piedra en el lago. Muy ingenioso.
-Gracias. Pero entonces ms bien sufra por ti.
Los faroles se interrumpieron. Un murmullo de grillos se acrecent anunciando jardines. A izquierda y derecha; el muro de cal dej de alzar casas para esconderse
tras una cortina de jazmines que llegaba hasta casi el suelo, donde un gato rayado de grises se acicalaba. Tambin ola a flores aquella vez, record la reina.
-Y lo de la ltima noche? -dijo Lintor con dulzura. Las manos de la reina se crisparon. Sinti la mirada del prncipe, pero no se la devolvi. No se atreva.
Mantuvo el paso y sus ojos en los arbustos.
-Te refieres a cuando te di a elegir entre tu reino y yo?
-S.
Nadima adopt un aire pomposo y cmico y dijo:
-Te refieres a cuando elegiste una vida de efmero lujo y vanas comodidades reales en vez de la felicidad eterna ante la mera cercana de mi presencia?
Lintor sonri con los labios, pero su expresin se torn triste.
-No bromees, por favor.
Ella lo mir un instante y baj la vista al suelo. Desde el borde de su tnica, la punta de sus botas emerga y desapareca, a un ritmo mucho ms lento que el latido
de su corazn.
-Sent que debas dejar todo aquello atrs -minti-. Que necesitabas despedirte de alguna forma.
-Entiendo -respondi Lintor apesadumbrado.
Continuaron caminando. Los grillos callaron y slo se oan los suspiros del prncipe. La reina sinti una bola en la garganta. Cundo se acabara la calle?, se
pregunt. Se arrepinti de haberla tomado. Pero tambin se arrepinti de sus palabras. El no me eligi cuando deba, se consol.
-Nadima, sientes algo por m?
Un escalofro la oblig a detenerse. Inmediatamente reanud sus pasos. Necesitaba pensar y los latidos pasaron. Trag aire de una boca seca. Por un instante sus
ojos brillaron y miraron a Lintor. Y despus qu?, se pregunt. Ms latidos. El brillo se apag.
-Nada ms que amistad -fue su respuesta.
Lintor enterr la vista en aquellos sucios adoquines, grises, duros y fros. No se daba cuenta, pero apenas respiraba. No mova ms msculos que los precisos al
andar. Sinti como sus ojos se tornaban acuosos. Luch por evitar la vergenza de una sola lgrima. De pronto sinti un codazo y una mano agarrarle el hombro, tal y
como haca Raimano.
-Eh! -Nadima le gui un ojo-. Seguro que me viste hermosa porque haca meses que no veas a una mujer -sonri.
Lintor aplast con la espalda los jazmines y Nadima se aproxim ms de lo normal. Se estar dando cuenta?, se pregunt l.
-Cuando vuelvas a Tamaria habr cien doncellas de buena cuna entre las que escoger, y te aseguro que ninguna tendr callos en las manos como yo.
Las caras de ambos distaban apenas un palmo y aunque Nadima sonrea como si no pasara nada, a Lintor le pareci irresistible. Sus cuerpos quedaron ocultos por
las cortinas de flores. Un reflejo dorado riel en aquellos ojos negros. Lintor la bes. Nadima lo agarr por la nuca y se apret contra l. Lintor la rode con sus brazos y
sus ojos se cerraron.
Ambos se habran quedado all toda una vida. No obstante, un espantoso alarido lo redujo todo a unos breves segundos. Salieron del arbusto para descubrir el
origen del sonido. Miraron hacia el final de la calle y slo vieron una alta tapia.
-No es se el templo de Saifel? -susurr Nadima.
Sus pensamientos iban del reciente beso al horrendo sonido. En realidad aquel beso no estaba para nada en sus planes, estaba fuera de su control. Y despus
qu?, se record.
-S, es se. Shh! Escucha!
Tras la tapia se repiti el alarido, luego un trueno amortiguado, y despus silencio. Dos figuras aparecieron sobre el borde. Inmediatamente se lanzaron al suelo,
pero en vez de matarse, deceleraron hasta posarse suavemente, sin un ruido.
Kainum!, grit una alarma interior en ambos y se agazaparon de nuevo en los jazmines. Nadima observ que uno de los brujos portaba una espada idntica a la
suya. Entonces sinti un extrao escalofro, que parta justo del punto donde colgaba su arma. Al instante, uno de los encapuchados alz la cabeza en su direccin. Por
un segundo se qued all clavado, esperando. Despus, aparentemente sin descubrir a la reina, continu su huda.
Mientras aquel par de individuos desaparecan de la bocacalle, una algaraba de voces pareca crecer en el templo. Nadima y Lintor se volvieron y echaron a correr.
Slo se sintieron a salvo cuando llegaron al palacio.
-Lintor, dijiste que al brujo lo mat un hombre con una espada que slo henda el aire. Recuerdas esa espada con detalle?
-Apenas. Slo la vi a cierta distancia.
-Dime, se pareca a sta?
La reina mostr la suya. Lintor ya la haba visto muchas veces, pero nunca se haba fijado en los detalles.
-Pues creo que s. Tena una gema exacta a sta, quizs variaba un poco el grabado, no lo s, pero tena el mismo estilo. Es importante?
-No estoy segura
-Deberamos enviar un destacamento a ese templo.
-Ya los has visto. Unos soldados ebrios nos servirn de poco, y esos brujos habrn desaparecido. Tengo que encontrar al de la espada.
Lintor se mantuvo silencioso mientras la guardia personal los escoltaba hacia sus habitaciones. Por un lado se encontraba eufrico, esperanzado por lo que acababa
de ocurrir. Por otro tema la resolucin de la reina. La conoca lo suficiente como para predecir que si decida algo, nada, ni sus propios sentimientos, podran impedirlo.
Y con sus palabras ya le haba comunicado esa decisin.
Nadima estaba terriblemente confundida. Saba lo que deseaba y lo que no, y el prncipe estaba en ambos lados. Haba tenido la oculta esperanza de que aquellos
sentimientos hubieran pasado o al menos diluido en los largos meses tras su separacin. Aquel beso le haba demostrado que estaba por completo equivocada. Qu
deba hacer?, se preguntaba mientras la despedida se acercaba.
-No deseas hablar, verdad? -dijo Lintor, con voz suave.
-Lo que tena que decir, ya lo he dicho.
-Y lo que tenas que hacer tambin?
-No voy a negar lo que siento por ti. Pero sabes tan bien como yo que no puede ser. T mismo lo dijiste aquella vez en el lago: antes que nosotros est nuestra
gente. Tenas razn. Ellos an no estn preparados para aceptarlo y menos an debemos arriesgar todo lo conseguido por nuestro capricho.
El prncipe la mir con ojos de esperanza y su voz son ms como una splica que como una sentencia:
-Si de verdad se quiere siempre existe la manera.
-Te refieres a mantener una relacin en secreto verdad? Y despus qu? Qu excusas encontrars para desplazarte a Lucinia?, o quieres que traslademos la corte
a las montaas de la frontera?
El prncipe busc una razn que le permitiera mantener sus ilusiones. De pronto escuch la puerta de la habitacin de la reina cerrarse, y con ella un mundo de
anhelos.
Lintor se dej llevar con pasos abatidos hasta sus aposentos. Se desplom sobre un divn pegado a la alta ventana de su habitacin. Por ella poda ver las estrellas
de una noche sin luna. Oscura como lo que senta, o quizs predeca, porque lo que Nadima le haba dicho no era ni ms ni menos que lo que l llevaba pensando desde
que ella se revel.
Sus ojos se arrastraban de una constelacin a otra, reconocindolas sin pasin, un ejercicio mecnico heredado de su instruccin, un intento de distraccin fallido. El
gran problema segua all, y no haba solucin.
El dolor aflor en forma de ojos acuosos, diluyendo los luceros igual que las ilusiones. Ojal no fuera reina! Ojal le hubiera dicho que s, aquella noche en los
Pantanos! Deseos vacos cuando el deber se los negaba.
Algunas estrellas desaparecieron. Lintor se limpi los ojos, intentando contener la angustia, pero aquellas estrellas no volvieron a aparecer. De pronto se dio cuenta
de que una silueta que las tapaba. Alguien se descolgaba sobre su ventana.
Dio un salto y desenvain su arma. Estaba a punto de llamar a la guardia cuando reconoci aquel rostro. Los ojos estaban enrojecidos como los suyos pero su
mirada era decidida.
-Me ha costado evitar a los centinelas.
Nadima se arroj contra el prncipe y lo bes.
-Pero qu haremos despus? T tenas razn en todo.
-No s qu pasar despus. Es del ahora del que no pienso arrepentirme.
La pasin se desat entre los dos y vivieron la noche como si en ella se resumiese toda su vida. No queran pensar en el amanecer y lo que significaba. Slo
deseaban estar juntos y celebrar su amor con la mayor intensidad posible. Aunque en el fondo, en lo ms profundo de su ser, saban que aquello slo servira para hacer
an ms dolorosa la despedida.

* * *

-Traes malas noticias verdad? -dijo Hardiamo cuando estuvieron a solas.
-Como siempre y a mi pesar, aciertas.
El coronel se removi incmodo, intentando encontrar las palabras adecuadas.
-Desembucha, compaero, dudo que a mis aos puedas herir mi sensibilidad -y sonri. Sin embargo Lusto no pareci aliviado. El general entonces se incorpor
sacndose la pipa y prestndole toda su atencin.
-De eso se trata, Hardiamo. Te conozco y s que esta situacin no te va a gustar nada, porque esta vez tendrs que involucrarte.
-De eso nada. Fui convenientemente apartado, recuerdas?, -el general dejaba traslucir unas notas de irona en su voz-. Nada de lo que ellos te digan podr hacerme
cambiar de opinin.
-Es que ahora no se trata de ellos, sino del pueblo.
-Qu quieres decir?
-Naudral ha unido a los feudos tradicionalistas, y han formado un ejrcito. Moula, el patriarca, ha dado instrucciones a sus sacerdotes, que no cesan de alabar la
insurreccin.
-Ya habamos previsto algo as, pero no tienen la suficiente fuerza.
-Te equivocas, ahora mismo marchan hacia la capital unos quince mil infantes y tres mil jinetes. Ratbilia no tiene defensa posible.
-Cmo?!
-No estamos seguros, pero tenemos suficientes indicios para creer que se ha aliado con rucainas.
-Los ermitales con los rucainas? Eso es impensable.
-Entonces sus milagros son obra del Divino? La verdad lo dudo mucho.
-Qu milagros?
-Es cierto, te fuiste cuando l acababa de comenzar su peregrinaje. Lleva unos meses haciendo milagros aqu y all, ganndose al pueblo; con lo cual ahora mismo no
sabemos qu culto est ganando, si el de los ermitales o el de los omunodas.
-Qu dice Aridrian?
-Aridrian ha muerto. Lo asesinaron hace tres semanas. Llevo cabalgando sin parar desde entonces. Estoy casi seguro de que han sido rucainas, y que los ermitales
han ayudado.
Hardiamo qued en silencio, con gesto preocupado. Luego pregunt:
-Quin es ahora el nuevo valido?
-Nadie ha solicitado el puesto. Nadie quiere enfrentarse a Naudral.
-Y mi primo? Slo tiene que huir de la capital y hacer valer su ttulo de emperador. Un poco de negociacin con los otros nobles y podr reunir un ejrcito cuatro
veces superior a se.
-Eso es precisamente lo que queremos de ti. El emperador ahora no es ni la sombra de lo que era. Acudimos a l, pero segn sus propias palabras no quera saber
nada de poltica.
Hardiamo se removi incmodo en su asiento. Por primera vez en toda la noche pareca no ser dueo de la situacin. Sus ojos pasaban de un punto a otro de la
mesa mientras sus dedos no cesaban de frotar la pipa. Al fin alz la vista y con voz pausada pregunt:
-Sabes lo que me ests pidiendo? -por la mente del general pasaron en un momento mil futuros posibles, todos ellos manchados de sangre.
-Lo s. Pero es necesario.
Hardiamo mordi la pipa. Un resplandor rojo ilumin rasgos tristes.
-Sabes Lusto, l no siempre fue as -dijo refirindose al emperador-. Al principio luch como cualquiera por lo que consider ms justo. Sin embargo las intrigas, el
juego sucio, el chantaje emocional, todo eso poco a poco lo fue socavando -Hardiamo pronunci las siguientes palabras con especial vehemencia, mirando directamente a
los ojos de su amigo-. No dejes que a m me ocurra lo mismo.
-Entonces vas a
-Partiremos maana mismo.

* * *

Correr por la espesura, buscando en el follaje un inseguro refugio. Pensar en sus dos hijas, dos angelitos que le llenan el corazn con una sonrisa, y se
preguntar si las volver a ver. Desertar de una batalla sin honor ni sentido, donde minutos antes habr tenido en sus manos la vida de un rucaina herido por sus
compaeros, y que no habr sido capaz de segar. Huir del mismo rucaina, ya restablecido, y huir tambin de un horroroso sentimiento de culpa por las vidas
desperdiciadas de sus compaeros. l slo es un buen hombre, alguien incapaz de daar a otro ser humano. Quedar inmvil al descubrir los ojos de su antigua
vctima. Cuando sta le corte el cuello su agona no ser precisamente corta
El rucaina sentir nuseas al hacerlo, pero cada vez las soportar con mayor indiferencia. Nunca estuvo tan cerca de la muerte, pero tanta carnicera le har
odiar su propia vida. De unos ojos que pierden cada vez ms humanidad a otros que luchan por un ltimo aliento, apenas podr discernirse cul est ms cerca de la
muerte
Cientos de hombres gritarn de dolor mientras el fuego los consume con tenaz indiferencia. La piel burbujear y se desprender bajo las ropas ardientes,
mordiendo los nervios con insoportable tormento. Ser la primera andanada de bolas gneas sobre el ejrcito aliado
Aitami despert del trance de forma brusca, como siempre. Deseaba vomitar, llorar, gritar, expulsar de s todo aquello por cualquier medio, pero saba que no era
posible. Descubri en su puo tembloroso un trozo de su camisn. Tampoco era la primera vez. Su cuerpo mostraba cicatrices autoinflingidas hace tiempo.
Sin embargo nada de esto la preocupaba ya. No habra ms viajes al futuro, ya no era necesario. Demasiado lo haba escudriado ya, buscando una lnea extrema a
donde poder conducir el presente. Y no exista.
Para ella, la Sagrada Pitia, la Voz del Orculo, slo quedaban dos caminos. Uno en el que se le permita saborear el mundo en paz por un tiempo, como a los dems
seres humanos. Otro en el que salvara a miles de desconocidos que jams sabran de su existencia. Pero en ese otro, un aroma de hinojos era barrido por una lluvia
copiosa, y el cielo nocturno se tapaba con un manto negro aterrador.
-No -suplic-. No! -grit. Sbitamente se levant. Golpe y destroz cuanto se hallaba en su habitacin. Sigui gritando y negando. No quera saber. No quera
estar atada a ningn destino. No quera esa certeza. No quera aquel manto negro. Un manto negro del que ella se reconoca responsable.
An recordaba las palabras de su predecesora: Hay una lnea que jams has de cruzar: nunca te mezcles en el destino de los hombres o sufrirs. La curiosidad
intentar tentarte, el amor de los que te rodean tambin, pero no debes ceder. Por eso nos mantenemos excluidas al mundo, para sobrevivir a nuestro don.
Sin embargo Aitami haba cometido el pecado de amar. Haba concebido una hija, y haba sido castigada dos veces por ello. La primera al reconocer el mismo don
en su hija, la segunda era aquel manto negro.
Desde que Nayuru naci, siempre haba sabido cul era la tentacin, y lo que no deba hacer. Pero su amor por Nayuru era demasiado fuerte y la primera vez que
enferm no pudo evitar mirar en los lugares prohibidos: los caminos que dependan de su propia eleccin. Descubri entonces su poder para alterar el destino natural,
como lo llamaba su antecesora. Sin poder evitarlo, comenz a escudriar su propio futuro, las consecuencias de sus elecciones. En ese momento perdi su libertad.
Adems, su hija posea el don. Estaba condenada a ver y compartir el dolor de su madre. Aquello fue lo que le hizo tomar la decisin. En el fondo saba que no
haba otra para ella. No podra vivir sabiendo que lo haca a costa de tanta gente. Pero hasta ahora se haba negado a aceptarla.
Por fin, agotada de golpear muebles se sent sobre su lecho y rompi a llorar. Slo le quedaba el aroma de hinojos, la copiosa lluvia y aquel pavoroso manto negro.

* * *

Haca mucho que haba anochecido. Demasiado para que alguien aporrearse a aquellas horas la puerta. Caitafe dud en abrir. Desde que aquella ciudad se hallaba
bajo el mando de Naudral nadie estaba seguro, mucho menos l. Abri la mirilla. La lluvia brillaba recortando la silueta de un hombre maduro, encapuchado, de rostro
desconocido.
-Qu queris?
-Por favor, dejadme entrar -mir hacia atrs con angustia-, me enva Saagua.
-Me temo que no conozco a ningn Saagua -minti con prudencia-. Pero si no deseis mojaros pasad.
Caitafe se hizo a un lado temiendo en cualquier momento que un tropel de soldados entrase. No fue as. Slo aquel hombre, que no cesaba de estudiarle al igual que
l. El extrao entr en el saln y se acomod distrado en un silln junto al fuego. Lo hizo con indiferencia, como si estuviera acostumbrado a un trato preferencial.
Aunque Caitafe se molest un poco no lo seal, se limit a sentarse enfrente.
-Desgraciadamente no dispongo de demasiado tiempo. Cada minuto que pase aqu es un riesgo.
-Para vos o para m?
-Para todos. No creo que me hayan seguido, he tomado mis precauciones. Pero no tardarn en notar mi falta. Y sta provocar sospechas que no interesan.
-An no me habis dicho a qu habis venido.
-Busco informacin.
-Qu deseis saber?
-Por qu el imperio est tan empeado en apoyar a los omunodas y a los druidas?
-Cmo? De qu estis hablando?
-Esperaba una reaccin como sta. Ya digo que no dispongo de tiempo. Slo puedo ser directo y apelar a vuestro sentido comn. No es suficiente con deciros que
quien me condujo aqu fue Saagua?
Caitafe no se inmut. Aquel hombre se descubri entonces el pecho. Sobre l, esbozado en cortes superficiales estaban las seas de su casa. Lo que ms le
sorprendi fue reconocer la letra de Saagua.
-Necesito saberlo. Vais a decrmelo o no?
-Os lo hizo l?
-S, no poda comunicarse de otra forma conmigo, as que me envi a vos.
Caitafe suspir.
-Est bien. Necesitamos a los druidas para poder luchar contra los rucainas.
-No lo entiendo. Hasta para el imperio es demasiado arriesgado. Permitir el desarrollo de la magia en territorio propio es permitir un poder no controlado.
-S. Por eso hasta ahora no haba sido posible.
-Hasta ahora?
-Hasta que los rucainas no han mostrado sus verdaderas intenciones.
-Qu intenciones?
-Nadie entiende el porqu, pero est claro lo que pretenden. Basta observar las caravanas de refugiados y escucharlos.
Moula frunci el ceo.
-S, es difcil entenderlo. Pero hasta ahora estn destruyendo todos los territorios que conquistan. Su avance es imparable. No desean una tierra en la que vivir.
Parece que lo nico que quieren es matarnos a todos.
-Eso es imposible -los latidos de Moula empezaron a cambiar de ritmo, al igual que su respiracin. No puede ser, se dijo. Pero record las pilas de splicas de
refugiados que desestimaba cada maana.
-Ya. Pero es cierto. Las autoridades se han esforzado para que no cunda el pnico. Sin embargo creo que en eso se equivocan. Todo el mundo tiene derecho a saber
lo que se nos viene encima.
-Y por qu no contar con no con los ermitales, acrrimos enemigos de los rucainas y de todo lo que suene a brujera?
-Acabis de decirlo.
-El qu?
-Enemigos acrrimos de la brujera. No se puede contar con los ermitales para permitir soldados que usen la magia.
Los nudillos de Moula se volvan blancos, aunque l ignoraba la presin con que aferraba la madera. Cmo no lo haba imaginado?, se pregunt.
-No se necesitan soldados brujos para acabar con otros brujos. Eso ya lo demostr la Historia.
-Os refers a las batallas arcanas en las que quedaban unos pocos archimagos contra el resto del mundo? Segn dicen las leyendas, primero lucharon entre s, y no
transmitieron ms sus artes. Ahora estamos hablando de ejrcitos enteros compuestos de brujos, y con disciplina militar. Llevan ms de cien jornadas recorridas desde
las montaas, y hasta ahora, nadie les ha parado.
-Es imposible!
-S?, decdselo a los refugiados.
-No han recurrido a La Comunidad. Se podra convocar la Sagrada Alianza.
-La Sagrada Alianza? Contdselo a Naudral, a ver si estara dispuesto a soltar sus conquistas por la Sagrada Alianza.
No. No lo hara. Es ambicioso. Por eso lo eleg, pens el patriarca. Sus ojos brillaron febriles. Su cara pareca congestionada.
-Por qu no le planteasteis esto al Patriarca?
-Conocis a Moula? De verdad cree que el patriarca ms conservador de los ltimos siglos, el que ha luchado por parar los progresos de los druidas tantos aos,
se, cree que habra escuchado nada de esto? Ahora mismo, con sus supuestos milagros y su integrismo radical est destruyendo la ltima defensa del imperio.
-Pero la Comunidad
-La Comunidad es la peor amenaza para el pueblo.
Moula dio un respingo ante aquellas palabras y se levant dejando caer la silla al suelo. Pareca estar a punto de saltar sobre su interlocutor. En vez de eso, se lanz
hacia la puerta, se sumergi en la lluvia y desapareci.

* * *

Furtivamente, igual que sali, Nadima regres a sus aposentos justo antes del alba. Necesitaba dormir las pocas horas que le restaban antes de sus obligaciones
matinales. Cay rpida y profundamente en el sueo, mas ste dist mucho de ser sosegado.
Apenas traspas el umbral onrico y como si hubieran estado esperando con urgencia, unas familiares brumas se abrieron paso hasta su mente subconsciente, y
tras ellas la figura caballeresca y misteriosa que antes la salvara con una palmada, volva a aparecer.
Desde aquella vez, la reina haba vuelto a soar con el guerrero en varias ocasiones. En ningn momento le habl, no le haca falta, sus vivos ojos transmitan mucho
ms en una sola mirada. Y su significado variaba en cada sueo, que siempre suceda cuando haba de tomar decisiones trascendentales. Algunas veces, un gesto del
caballero haba hecho a la reina replantearse la eleccin de un colaborador, o las rdenes que deba dar a alguien. La mayora, en cambio, eran miradas de aprobacin que
reconfortaban a Nadima en resoluciones difciles que ya ella haba tomado.
En esta ocasin todo fue diferente. La actitud del paladn era perentoria, imperiosa, aunque manteniendo el respeto y la cortesa debida a una reina. Seguidamente la
bruma ocult al sujeto para deshacerse de nuevo mostrando un lugar. Nadima lo reconoci como Nahum-Sala. Era extrao conocer el nombre de un sitio como si lo
hubiera sabido toda la vida, y sin embargo tener la seguridad de que era la primera vez que lo oa.
Vio las ruinas desde muy alto, como si fuera un pjaro. De pronto la visin se extendi vertiginosamente, como si ella misma se estuviera cayendo hacia Nahum-
Sala. Las mltiples tiendas dispuestas sobre las ruinas crecan a sus ojos a un ritmo frentico. Las gentes, apenas distinguibles desde tan lejos, ahora se hacan cada vez
ms definidas. Nadima crey que iba a estrellarse cuando de golpe todo ces. Par a un paso de uno de los viandantes, al que reconoci en seguida. No fue por el rostro,
que por primera vez vea completo, sino por la magnfica espada que llevaba semioculta a su espalda.
Ahora Nadima se encontraba por primera vez segura de que aquel ser que la visitaba en sueos estaba relacionado de alguna forma con el smbolo de su pueblo: la
Espada de la Justicia. No saba si era algn ngel guardin o la espada misma. Lo que importaba era que su fin siempre haba sido velar por Lucinia. Mas esta vez no
pareca estar tan claro.
Tras mostrar lo que quera, el caballero pronunci sus primeras palabras. Sonaron profundas y ubicuas. Estaban cargadas de fuerza, de carisma, como si fuera
imposible dudar de ellas:
-Bscalo. Miles de vidas dependen de ello.
Y bruscamente despert.
-Que lo busque? -murmur.
Slo haba silencio. Rayos oblicuos caan sobre la Espada de la Justicia, colgada de una pata del dosel.
-Yo? -insisti. Pero el arma continu inerte.
Cerr los ojos y slo oy sus pensamientos. Cmo voy a abandonar a mi ejrcito en esta situacin?, se pregunt. Estaban alejados de su pas, en una ciudad
brbara que apestaba a brujera, y conviviendo con antiguos enemigos. No obstante, saba que sera posible si Lintor permaneca all. Poda confiar en l, y tambin
poda confiar en sus generales que a pesar de sus sentimientos saban ver las posibilidades de la paz.
-No debo -suplic a la hoja, que segua indiferente.
No quiero!, pens. Suspir al recordar lo que haba ocurrido esa misma noche, tan slo unas horas antes. Poda ocurrir maana, y toda la semana. Cunto
tiempo podra quedarse? Un mes? Cinco? En algn momento tendra que volver, pero cada noche entre los brazos de Lintor
Bscalo, record. Y si se quedaba una semana? Miles de vidas, haba odo. Y un da, slo un da ms? La voz haba sonado imperiosa, la imagen clara. Un
lugar y un momento. Era ste un deber o slo un sueo que poda rechazar? Qu hara l? Lintor eligi. Te rechaz recuerdas?, se dijo.
Se levant. Agarr la espada con las dos manos y la lanz furiosa contra el lecho. S. l eligi su deber. Ahora me toca a m. Sigui arrojando unas alforjas, una
capa, varias mudas, una bolsa con monedas
Temi enfrentarse a sus generales. Cmo iba a explicarles su partida? Pero an ms a Lintor.
Lintor
Lanz una furiosa patada a la cama y el dosel tembl. Luego se agarr a la madera, dejndose resbalar por el fuste hasta quedar arrodillada en el suelo. Y solloz.

* * *

Aqu arriba todo es fro y tinieblas. El viento ondea mi capa. Me ato la mscara negra y subo la capucha. Me dejo caer. Conforme atravieso la nube, la claridad
aumenta a mis pies, y sigo acelerando. La niebla se abre y veo las calles de Silkara serpenteando en un dibujo de luces de colores mucho ms hermoso que cualquier
mapa, por lo que no me resulta difcil encontrar mi objetivo. Me desplazo al tiempo que las casas crecen y ya puedo distinguir la mansin.
Terror. No puedo evitar sentirlo a pesar de que slo est en un sueo. O no es un sueo? Y si es Taigo? Da igual. Siento autntico pavor al reconocer el lugar. El
odiado lugar en el que me torturaron y en el que mataron a mi padre.
Decelero y encauzo la energa a las esferas. Son tan pequeas que apenas se ven. An recuerdo cunto admiraba a mi padre por conseguir aquellas bolas no ms
gruesas que un brazo. Y en aquel combate logr mover ocho en diferentes direcciones a la vez. Recuerdo el miedo en aquellos nicsos al ver tanto poder. No puedo
evitar sonrer. Diez, veinte, treinta, al llegar a cuarenta esferas comienzo a sentirme ofuscado y he absorbido la mitad de la energa. Empleo la otra mitad en dotarlas
de carga elctrica, rotacin
Me relajo. No es real. Definitivamente es un sueo. No puede ser otra cosa. Nadie, ni siquiera los generales kaiyas pueden hacer eso. No puede ser l. Sin embargo
parece tan real
Detecto un aura extraa y la lucha comienza. Son muchos, ms de los que imagin, aunque no siento miedo. stos no son nicsos, tan slo los guardianes. Pero he
de ser rpido, o los otros vendrn y no podr quitarle su gema. S, convertirlo en un kainum normal, que sufra el infierno de no ser superior, con eso me basta, y
espero que eso le baste a Azuara.
Sus dedos astrales me roban algunas esferas que estallan llenando el aire de relmpagos y detonaciones. Pero no importa, me sobran las que tengo para
anularlos. Lo difcil es liberarlas lo suficientemente cerca para herirles pero no matarles. No soportara matar. Ella s. Ella se hizo kaiya. A los kaiyas les ensean a no
dudar. Pero ella jams lo habra aprendido si no hubiera sido por ese maldito nicso.
Oh s! Claro que lo matara. Llevo toda la vida desendolo, imaginando cmo hacerlo. Y en este sueo lo volver a hacer. Porque es slo un sueo.
Uso cinco esferas para destruir el tejado. Dentro una lluvia de vidrios rotos inunda la casa. De los siete nicsos con que esperaba enfrentarme siento dos bajas
astrales. Las otras cinco auras se proyectan como cuchillas densas, buscando mi cuerpo. Apenas puedo defenderme. Podra lanzar una lluvia de fuego y
probablemente matarlos a todos.
Hazlo! Lo merecen. No son hombres, sino demonios. Hazlo!!
Pero no. Para m no existe esa opcin. Saco dos tarros y los arrojo al interior. Oigo cmo se rompen, y oigo el zumbido de un centenar de abejas recin liberadas.
Decenas de pequeas auras interfiriendo cualquier despliegue astral. Obtengo un breve respiro hasta que los veo surgir desde las ruinas de su casa, escalando en el
aire. Conforme van apareciendo me empleo a fondo con ellos. No pienso. Tan slo ejecuto una danza astral mecanizada a base de entrenamiento. Juego con su deseo
de vivir. Desde el momento que intentan defenderse estn perdidos, pues sus mentes no pueden seguir la velocidad de la ma. Uno a uno van cayendo. Pero tres no
salen.
Las abejas se dispersan y el tiempo pasa. No puedo esperar. Entro. Ellos son tres, pero yo controlo ms energa. Mis esferas me preceden y una lluvia de fuego y
relmpagos se libera conforme la lucha de auras las hace estallar. Se me acaban las armas, as que lanzo todo lo que tengo sobre los dos ms prximos. Las
explosiones rompen sus defensas. Uno es arrojado lejos, inconsciente. El otro huye gritando con parte de sus ropas en llamas. Pero el ltimo, el odiado, usa su gema
con eficacia, logra llegar hasta mi brazo y veo mi piel saltar desgarrada.
Nooo!! Es un sueo, slo un sueo. El brazo no duele. Si fuera una vivencia dolera. Es un sueo, debo tranquilizarme, pronto despertar. Slo es un sueo
Grito y caigo de rodillas, mientras espero que no desee matarme rpidamente. Es un nicso. Y ste en especial disfruta con el dolor. Acierto, no me toca mientras
pasea a mi alrededor.
-Quin eres?
Reconozco la voz y me encojo. Ya no es capaz de hacerme nada, verdad? No puedo evitar fruncir mis ojos cerrados, ni el temblor de mi mandbula. Es imposible
que me alcance, verdad? Mi corazn se acelera y siento un vaco devorando mis entraas. Me digo que slo es un sueo, pero no puedo evitarlo, no puedo, no puedo
-No recuerdo tu rostro, ni tampoco tu aura. As que quin te enva?
-Azuara, hijo de perra -me yergo. No me teme. Sabe que estoy herido-. Me enva Azuara para que respondas por la muerte de su padre.
-Eres un poco insolente para estar a punto de morir, no te parece? Pero no te preocupes, no morirs. Aunque desears hacerlo -mira los escombros de su casa-.
Te prometo que desears hacerlo. Disfrutar contigo al mximo.
Sonre. Sus diminutos ojos me miran semihundidos tras sus prpados superiores, la punta de una larga lengua brilla bajo un labio arrugado y lo repasa con
parsimonia.
Aprieto mis prpados, pero mis ojos ya estn cerrados. No soporto esa mirada. Ni siquiera en un sueo. Demasiado bien s lo que significa. El pnico me hace
sudar. Quiero huir, despertar. Tengo que despertar!
-As que esa chiquilla intil sobrevivi. Supongo que ahora ser toda una mujer. Pues entonces la encontrar y gozar de ella de un modo que no poda hacer
cuando era nia. Je, je!
No puedo ms. Proyecto mi aura como un relmpago y le arranco la piel de su brazo, igual que l hizo con el mo. l grita de dolor y retrocede espantado. No lo
entiende. Cmo iba a adivinar que cort mis nervios? Pocos mdicos sabran hacerlo. Y slo uno muy loco se arriesgara. No me importa si pierdo la sensibilidad
para siempre. Slo importa ella.
Oh!, Taigo Qu te has hecho? Yo no lo merezco. Qu te he obligado a hacer? No. Esto no puede estar pasando. Es un sueo. Slo un mal sueo. Deseo destruir
a ese demonio ms que nada en esta vida, pero no a costa tuya. Demasiado dao te he hecho ya.
Me encuentro demasiado cansado, debo reservar mi capacidad astral para huir. As que empuo un trozo de vidrio y se lo pongo en el cuello.
-Dame tu gema hijo de perra, o te mato.
-No! Nooo!!
Siento mis ojos hmedos de lgrimas. Cuntas veces he imaginado esto! Estar sucediendo de verdad o slo es un sueo? Mtalo Taigo! Mtalo!
Se agarra a la gema y cierra los ojos. Escucho voces en el exterior. Debo huir ya. Hinco el vidrio en su cuello y un hilillo de sangre brota.
No merece vivir. Mtalo, Taigo! O te atraparn. No debes dudar.
-La gema! Ya!
Mtalo!!
-Nooo!! -Se agarra desesperado. No consigo arrebatrsela.
Siento como si pasara de ser espectadora a actriz, y por un instante esa mano armada es ma. Hundo el vidrio hasta el fondo. La sangre mana a borbotones. Sus
odiados ojos se quedan fijos, sin brillo. Un viento astral repugnante se libera.
Percibo un profundo horror, y tambin desconcierto, ambas sensaciones ajenas a m. Como la mano, que tambin deja de ser ma, y temblorosa, se abre dejando
caer el vidrio cubierto de sangre. Oigo un grito proferido por mi boca y el sueo se corta. Me despierto en un charco de sudor. Yo tambin estoy temblando.

* * *

-Reljate. Y recuerda: veas lo que veas, no temas, no te estar ocurriendo a ti.
La voz de Aitami sonaba tranquilizadora. Las velas y la mirra ayudaban a crear un clima de paz en el interior de la tienda. El rumor de la clepsidra dejaba suaves
ecos para la joven que recostada sobre un divn mantena los ojos cerrados y la respiracin pausada. Bajo aquellos prpados un movimiento casi febril revelaba un
profundo esfuerzo.
Nayuru luch contra su propia excitacin intentando seguir las instrucciones de su madre. sta trataba el tema de modo desapasionado, en cambio su hija apreciaba
su don con entusiasmo. An no conoca su precio.
-Sigo viendo vidas, acontecimientos concretos, me arrastran
-Ten calma hija ma, en la paz de tu interior encontrars la fuerza. Deslgate de esos destinos, que no te afecten.
Aitami, senta la fragancia de su hija en el aire. Cualquiera lo habra descrito como un olor. Pero ella saba que no era as. Cuando le pregunt sobre ello a su
predecesora, le respondi que era sabor del alma cuando la Pitia sale y ve. Ahora su hija estaba diluida, esparcida fuera de su cuerpo, formando parte de cada vida de
este mundo y al mismo tiempo de sus destinos.
-Mmmmh No No consigo-el ceo fruncido y los movimientos convulsos amenazaban sacarla del trance. Aitami entonces decidi cambiar de tctica.
-Cntrate en un destino, slo uno.
-Vale. Lo tengo -Nayuru se tranquiliz un poco. Eso s le resultaba fcil. Ya lo haba hecho otras veces.
-Ahora recorre su futuro, sin detenerte en nada en especial, como un cuento que conoces de punta a cabo, y repasas mentalmente en conjunto -Aitami, de un
vistazo comprob que su hija haba recuperado el control.
-S, madre, lo he aislado.
-Bien. Acrcate muy despacio hacia el presente, y recuerda, aljate cuanto puedas de esa vida, s que es difcil, pero ah est la clave: mantn tus emociones lejos
de lo que ves.
Nayuru qued en silencio durante un tiempo. Sigui los consejos de su madre hasta que una extraa sensacin de vrtigo la amenaz.
-Hay algo siniestro ah. Cuanto ms me acerco ms me atrae y me aterra. Qu hago, madre?
Aitana cogi la mano de su hija con suavidad. sta se sinti instantneamente reconfortada y segura.
-Nada te puede pasar. Slo avanza despacio, deja que la fuerza del Tiempo te envuelva. Sobre todo no luches, abandnate y pronto comprenders.
Nayuru se aproxim poco a poco al presente. El destino que estaba siguiendo naca all. Se le antoj como un vrtice de magma turbulento. A un tiempo terrible y
fascinante. Tema calcinarse si se acercaba, pero su madre, la Voz del Orculo, haba pronunciado las palabras que necesitaba; ella no era ya de carne y no tena nada que
temer.
Poco a poco comprendi qu era aquello que miraba. Su terror naca de presentir millones de vidas, con todos sus xitos y desgracias pendiendo exactamente de
aquel lugar. All donde el Tiempo se hace real, pues el futuro an no ha nacido y el pasado ya ha muerto.
Su mente entr en aquel magma ardiente y se quem. La viveza de su calor casi la saca del trance, mas su entereza y entrenamiento lo impidieron, si no fue la
fascinacin del descubrimiento, porque aquello que tanto la asustaba, no era sino ella misma.
El Tiempo no era una lnea tal y como ella lo conoca. Por vez primera descubri su verdadera naturaleza. Se maravill al ver infinidad de destinos posibles,
naciendo de forma paralela y enmarandose en el futuro, coincidiendo en partes que no variaban y otras que s. Y la causa de tal diversidad no era otra que su capacidad
de cambiar las cosas.
-Ves ahora el bosque? - dijo Aitami.
-Es verdad!, es como un gran bosque enmaraado. Es es inmenso!
-S. se es el poder que se nos ha otorgado, y tambin nuestra maldicin.
-No lo entiendo, madre.
-Ya lo entenders, hija ma. Ahora ya sabes tanto como yo. Nada hay de este arte que yo pueda ensearte. Despierta.
Nayuru sali del trance y se incorpor.
-Me siento mareada.
-Es normal las primeras veces. Despus te acostumbrars -su hija sonri ms tranquila-. Bueno, el ltimo paso ya lo has dado. Ahora, vmonos a celebrarlo.
Nayuru se senta cansada, hubiera preferido dormir. Sin embargo Aitami se mostr muy animada, y contagi a su hija. Ambas pasearon por la joven feria de
Nahum-Sala, llena de tenderetes, acrbatas, cuentacuentos, quiromnticos, trovadores y el ms heterogneo pblico que pudiera ser visto en el mundo civilizado.
Disfrutaron de todo cuanto pudieron, aprovechando cada instante y cuando sus fuerzas no dieron para ms, volvieron a su tienda.
A la maana siguiente Nayuru descubri que su madre haba salido. Decidi entonces explorar aquel nuevo mundo que se le haba revelado. Expandi su conciencia
ms y ms hasta abarcar allende el horizonte de lo conocido. Luego se dirigi a aquel lugar que haba visitado el da anterior, y volvi a reconocer su bosque. Lo recorri
con un vistazo general, como el que pasea por el campo y admira el conjunto de su paisaje. Entonces descubri algo en lo que no haba reparado antes. Mir hacia arriba
y le sorprendi cmo las ramas se enmaraaban aunndose en una determinada direccin. Como si un tornado soplase y absorbiese sus formas hacia un foco concreto.
Slo escasas ramas parecan resistir aquella imaginaria fuerza. Nayuru se dirigi hacia aquel extrao vrtice de destinos. Eligi uno, una vida larga que le llevara cerca de
all. Y su mente mir a travs de otros ojos, que no eran ni suyos, ni de este tiempo:
Caminar por la espesura, buscando en el follaje un inseguro refugio. Pensar en sus dos hijas, dos angelitos que le llenan el corazn con una sonrisa, y se
preguntar si las volver a ver. Huir de una batalla sin honor ni sentido, donde minutos antes habr tenido en sus manos la vida de un rucaina herido por sus
compaeros, y que no habr sido capaz de segar. Huir del mismo rucaina, ya restablecido, y huir tambin de un horroroso sentimiento de culpa por las vidas
desperdiciadas de sus compaeros. l slo es un buen hombre, alguien incapaz de daar a otro ser humano. Quedar inmvil al descubrir los ojos de su antigua
vctima. Cuando sta le corte el cuello su agona no ser precisamente corta
Escap al dolor de la muerte. Ella saba que poda ser demasiado intenso, y que haba que evitarlo a toda costa. Aquella vida haba acabado, pero no importaba,
ahora tena otra, una que duraba ms que la anterior y que por tanto se acercaba an ms al vrtice:
El rucaina sentir nuseas al hacerlo, pero cada vez las soportar con mayor indiferencia. Nunca estuvo tan cerca de la muerte, pero tanta carnicera le har
odiar su propia vida. De unos ojos que pierden cada vez ms humanidad a otros que luchan por un ltimo aliento, apenas podr discernirse cul est ms cerca de la
muerte
Nayuru sufri con cada alma que exploraba pero no dej de navegar por aquel vasto mar del Tiempo. Cuando lleg cerca del final el horror la expuls del trance.
Daba igual no haberlo alcanzado, Nayuru ya haba visto lo suficiente como para entender que aquello deba ser evitado a toda costa.
Volvi a relajarse, no sin esfuerzo, e intent penetrar en aquellas otras ramas del destino, eran extraos caminos que aunque no estaban exentos de desgracias,
prometan mejores venturas para la Humanidad. As que Nayuru se lanz hacia el presente, buscando qu actos seran necesarios para dirigir el tiempo por aquellos
cauces. Lo que descubri la hizo gritar:
-Madre!
Aitami entr en la tienda sin prisas, con un delicioso desayuno en una bandeja y con una expresin sosegada que contrastaba con la crispacin de su hija.
-Tranquilzate, hija ma.
-Tranquilizarme?! Pero, madre!..
-Ya lo he visto, Nayuru. Y t tambin. As que ya sabes lo que he de hacer.
-Pero madre, no puedes! Tiene que haber otra solucin, otro camino.
-Ya los he explorado todos, hija ma, y no lo hay. Ya te dije que este don lleva consigo una maldicin. Las Voces del Orculo han vivido siempre en clausura. As
no se dejaban tentar por sus seres queridos. Era una forma de evitar ver su propio futuro. Yo incumpl aquella norma contigo. Y ste es mi castigo.
-No puede ser. No puede ser! Algo habr que yo pueda hacer! Quizs no has tenido en cuenta que yo tambin puedo intervenir -dijo Nayuru en tono de
splica.
-De hecho, este futuro que he previsto necesita de tu ayuda. Sin ti no ser posible. Y an as hay puntos dbiles en la lnea que estn borrosos y que pueden verter
en ese oscuro infierno que debemos evitar. Pero no est en nuestras manos, son caminos que corresponde a otros elegir.
-Madre No, madre. No!
Nayuru se ech sollozando en brazos de Aitami que la estrech con fuerza y que no pudo evitar sus propias lgrimas.

* * *

Bajo la lluvia y en noche cerrada era difcil distinguir las calles. Mas si hubiese sido pleno da, Moula no habra caminado mejor. Se tropezaba con cualquier cosa, se
dejaba rebotar por las paredes como un borracho. Pero su embriaguez provena de las palabras que acababa de or. Ojal pudiera borrarlas de su memoria. Entonces todo
estara bien. Pasara lo que pasase l no tendra la culpa de nada, pues actuaba segn sus conocimientos, y stos le marcaban un camino claro.
Pero no era as. Por ms que lo desease no poda negar lo que haba odo. Y todo lo que haba hecho trasgrediendo las normas, todo aquello propio de los hroes,
ahora lo volvan el ms abyecto ser.
Busc desesperadamente algo que contradijera lo escuchado. Algn resquicio que justificase su mundo anterior. Pero no lo encontr. Las innumerables quejas de
sus dicesis acerca de los refugiados eran la mejor prueba.
Escuch voces que le sonaron vagamente familiares. Estaba demasiado cerca de su residencia y no deseaba ser descubierto, as que se ocult en las sombras de un
oscuro callejn.
-Pero qu has hecho?!
-No haba eleccin. Saba demasiado.
-Podamos haberlo devuelto a su celda.
-Y dejar en otras manos su libertad? Era una amenaza y tarde o temprano debamos eliminarla. Crees que l habra dado la orden?
-No estoy seguro.
-Yo s. Jams la habra dado. Y este muchacho tena capacidades ureas. No habramos podido vigilarlo siempre.
-Quizs tengas razn. Su fuga nos da una excusa para justificar
-Justificar qu? Vas a decirle al patriarca que te has cargado a su hermano? Ni se te ocurra. Djalo estar. Slo sabr que se ha fugado y nos enviar para que le
encontremos. Nosotros fingiremos buscarle hasta que la coronacin de Naudral se haya consumado.
-Tendremos que ocultar el cuerpo hasta entonces.
-Ser fcil en una noche como sta.
Dos figuras cogieron el cadver de Dakil y ascendieron en el aire. Los relmpagos dibujaron en el cielo sus siluetas tres o cuatro veces antes de desaparecer.
Moula se postr con unas terribles arcadas. Nada haba en su estmago, pero se senta lleno de una inmundicia insoportable. No poda llorar porque no era capaz
de perdonarse. Deseaba gritar, pero saba que eso no le aliviara. Vomit. Gimi ahogadamente. Volvi a vomitar. Ara los adoquines hasta mancharlos de sangre. Se
golpe contra las paredes con furia. Aunque por ms que castigaba su cuerpo, no dola ni remotamente cerca de lo que sufra su alma.

* * *

Desde el alba los carromatos no haban dejado de llegar a Nahum-Sala, dejando una permanente estela de polvo que poda divisarse desde varias leguas de distancia.
Un buen reclamo para los bandidos que por el contrario poco podan hacer. Esta vez la caravana se haba casi duplicado por la Peregrinacin, y adems los rumores de
que los imperiales la acompaaban haban corrido como el viento. Este ao no habra fortuna para los saqueadores, pero s para los buhoneros y mercaderes, que ya
esperaban a sus abundantes clientes.
Las tiendas se fueron montando junto a las ruinas, extendindose en un gran crculo compacto. En conjunto pareca un pequeo y efmero pueblo. Tras montar y
asegurar la custodia de sus tiendas, los viajeros acudan a los pozos, llenaban sus odres de agua y aprovechaban para curiosear por el mercadillo. Aunque todos
esperaban impacientes a la noche.
Taigo reposaba a la sombra de unas ruinas apartadas. Para cualquier transente parecera que dormitaba. En realidad, llevaba toda la maana reparando sus nervios.
Haba necesitado slo unos minutos para cortarlos y saba que tardara das en conectar de nuevo los ms importantes. Su brazo tena mal aspecto. Lo vend con hojas
de salvia y rez para que no se le infectara. Entonces una voz lo sac de su trance.
-Saba que eras capaz de muchas cosas, pero no de la de adorar a Saifel.
-Padre! Pero cmo es que ests aqu?
-Ahora te contar, pero primero dime qu significa eso -dijo sealando con disgusto la insignia de su hijo.
-No te preocupes padre. No he cado en ninguna secta.
-Entonces?
-Slo soy un invitado. Igual que un amigo al que acompao.
-Un amigo? -Sanjo se sorprendi. Haca mucho que no oa esa palabra en boca de su hijo-. As que un amigo que no pertenece a esa secta -Taigo asinti-. Vale,
pero ten cuidado.
-S, padre.
Si t supieras, padre, pens. Qu dira si conociera todo su poder? Seguramente nada. Se sentira derrotado y culpable por haber adiestrado a un A un
asesino. La palabra cost en salir. S, un miserable asesino. Eso es lo que soy. Pero no poda decrselo. Por nada del mundo le hara sufrir.
- Hijo mo, nunca te lo he dicho, pero hace aos que estoy preocupado por ti. Desde el segundo da que estuviste en Silkara te volviste algo triste. Y estas sectas se
aprovechan precisamente de esa tristeza. No importa tu razn ni tu madurez, porque hablan directamente al corazn. Ten cuidado con ellas, Taigo.
-Descuida, padre.
Sanjo suspir y continu:
-Bien, acompame, tenemos que buscar algo. -Sac un mapa y lo estudi-. Creo que es por ah.
-Qu quieres encontrar?
-Este edificio. Es posible que hallemos una gema muy valiosa bajo estas ruinas.
-Y tus hornos? La ltima vez que te vi estabas clasificando todos los libros sobre las antiguas artes que los nicsos no haban logrado destruir.
-Precisamente en ellos descubr esta pista. Recuerdas la historia de cmo comenzaron las guerras arcanas?
-S, padre. Fue con el robo del lumen. Se perdi en unos bosques animados no?
-Eso es. Por lo visto el Consejo orden construir una especie de brjula para encontrarlo. Lo hicieron con el mximo secreto. Ni siquiera Dogantes estaba al tanto.
Enviaron a sus creadores aqu, a Nahum-Sala, con la intencin de reunirse con un grupo de kaiyas para buscarlo. Al menos eso es lo que dice el libro de registros que
encontr.
-Y qu pas despus?
-Las fechas coinciden con una gran batalla que asol esta ciudad.
-Entonces esta ciudad perteneca a la Orden?
-No exactamente. En todas las grandes ciudades como sta, sola haber centros de reclutamiento. A ellos acudan quienes queran probar sus habilidades y llegar a
ser kainum algn da. All es adonde vamos.
-Mira, padre!, nuestra escritura -dijo Taigo sealando un prtico en cuyo arco haba unos smbolos desdibujados por el tiempo. Taigo ley: Slo el que en paz
entra, en paz puede salir.
-Ni se te ocurra entrar ah.
-Por qu?
-Creo que los llamaban conclios, y si se an funciona podras quedarte encerrado para siempre.
-Eran trampas para la guerra.
-No, ms bien para evitarlas. En los ltimos aos de las guerras arcanas, los rucainas que quedaban eran muy poderosos. Sus bastones llegaban a tener decenas de
gemas incrustadas, con lo que acercarse para parlamentar era muy arriesgado. As que construyeron los conclios.
-Cmo funcionan?
-Al entrar mueves un mecanismo que bloquea la entrada. Slo as puedes acceder a un largo pasillo que acaba en una mesa de asamblea. Para poder salir, los
parlamentarios deben empujar a un tiempo las palancas de salida. Si alguno mora los otros no podran salir jams.
-Supongo que los pasillos deban ser muy largos, para que el aura no pudiera alcanzar el mecanismo de la otra salida.
-S. Adems el bloqueo se realizaba con piedras muy pesadas, para que no pudiesen ser levantadas por un rucaina solo.
-Como en las celdas de bito.
-S, otro lugar terrible que se usaba para ajusticiar kainum. Pero basta de hablar de horrores arcanos. Mira, creo que es ah.
Ambos entraron en un gran recinto rectangular delimitado por un muro irregular. Padre e hijo sortearon grandes cascotes que emergan de la arena. Agradecieron la
sombra del alto muro, las solitarias columnas y los fragmentos de arcadas. Se sentaron en el centro y se dedicaron a la exploracin aurea del lugar. Al poco, con cierto
entusiasmo, Sanjo pidi a su hijo que le ayudase a excavar. A no ms de un metro, extrajeron una oxidada caja con restos de un rico repujado. En su interior una gema de
fulgor azulado yaca incrustada en un disco giratorio donde podan apreciarse signos distribuidos con simetra. Sanjo la situ sobre la palma de su mano y cerr los ojos
para concentrarse. Inmediatamente la gema gir sola, detenindose en distintas direcciones y brillando con diferentes intensidades. Sanjo arque las cejas y frunci los
labios.
-Funciona?
-No. Ya no.
-Por qu? Es un cristal. No puede deteriorarse.
-No ste. Es especial. Lo hicieron inestable para que pudiera detectar un nico objeto entre todos los de este mundo.
-Pero ha marcado sitios concretos.
-S. Mientras funcionaba se orient hacia el lumen. Supongo que una de las marcas que hay aqu registradas es la verdadera. Habr que comprobar una por una.
-Y eso si el lumen no ha sido movido desde entonces.
-Correcto. Puede que esto dejara de funcionar incluso antes de ser trasladado aqu, con lo que todas las marcas tendran una referencia equivocada.
Taigo recapacit, pensando en el poder que se le atribua al lumen. Entonces mir a su padre y dijo:
-Y de verdad deseas encontrarlo?
Sanjo no respondi en seguida. Saba muy bien a qu se refera su hijo. Quizs la amenaza rucaina no era nada en comparacin con la posibilidad de un tirano
invencible en algn futuro no muy lejano. Suspir y dijo con absoluta conviccin:
-Me temo que no nos queda ms remedio.
-Tan mal estn las cosas?
-Ya sin los dcuatil, las probabilidades de victoria rucaina eran de cuatro a uno, segn Minios. Dependemos de una sublevacin interna entre ellos para ganar
tiempo y tener alguna oportunidad.
Taigo conoca muy bien a su padre como para calificarlo de pesimista. Estas conclusiones le hicieron meditar en el poco tiempo de vida que podra quedarle y en el
psimo uso que estaba haciendo del mismo. Meti la mano en un bolsillo y tent los recin adquiridos cristales. Ahora tena que encontrarla.

* * *

Es primordial que llegues a la Pancomunin y participes en la ceremonia. Slo entonces sabrs el porqu de las cosas, dejars de ser Peregrino y sers Maestro.
Entonces podrs decidir libremente tu destino record Chaoro.
Libre. Cunto deseaba ser libre! Pero era un sentimiento anquilosado, antiguo, que pareca generado ms por costumbre que por aquella obligacin. Despus de
todo qu hara si fuera libre? Probablemente lo mismo que estaba haciendo ahora: viajar, conocer gente, aprender cosas, y disfrutar de los amigos.
As que en el fondo era casi completamente libre. Slo una cosa se le peda. Slo una. Realizar aquella ceremonia. Y la verdad es que lo deseaba. Senta una terrible
curiosidad, una imperiosa necesidad de saber qu se esconda tras ella.
No obstante, l no sola preocuparse por el maana. Viva el momento. Y en aquel momento era tan slo el Peregrino. Uno de tantos que haba dejado por unos
meses sus obligaciones para realizar un viaje vital, en el cual aprender del mundo y sobre todo de s mismo. Chaoro ri descubrindose pensando como lo hara un
Maestro.
Su maestro. La figura del anciano se le vino a la mente cargada de detalles. Su rostro plido, con suaves arrugas y las manchas de la edad, su mirada benevolente,
ojos verdes como los suyos, aunque algo glaucos -decidi-, manos nudosas de gesto lnguido Llegara algn da a ser as? Por qu la vejez? Por qu el sufrimiento?
Qu mosca le habra picado al Divino para inventar el dolor? Y nuevamente se sorprendi de pensar como un filsofo.
Los aromas de la noche le despertaron el apetito, si es que ste alguna vez dorma. Las tripas rugieron y Taigo, a su lado, sonri. Lo haba odo. Delatado por su
estmago. Como para dedicarse al espionaje! Quizs le fuera bien descubriendo el avituallamiento del enemigo. Un leve rumor, dos jornadas; un burbujeo, media; un
rugido, nos atacan! Mejor an, podra dedicarse a eliminar sus provisiones. Mmmmh! Ya lo estaba viendo! Misin: acabar con las tortas de centeno y pasas. El queso
y el salmn curado objetivos secundarios.
-Perdices con mieeel! Sabrosa perdiz a la mieeeel!
La voz de la mujer sonaba entre tantas que reclamaban la atencin del pblico sobre sus tenderetes. Nahum-Sala de noche era una feria con lo ms diverso de los
dos mundos, el brbaro y el civilizado. De los buhoneros a los grandes comerciantes mil productos se exponan provenientes del viejo imperio y de ms all. Y para
alegrar la noche taumaturgos, malabaristas, adivinos y actores exhiban sus dones.
-Perdices a la mieeeel! ltima hornadaaaa! -la mujer entr en un tenderete que haba dispuesto aprovechando el cerramiento de unas ruinas.
-Hace siglos, y no exagero, que no pruebo ese plato! -dijo Chaoro.
-Cmo no vas a exagerar? -replic Taigo.
-Porque estoy seguro de que en esta vida an no lo he probado.
-Y en la anterior?
-Estoy convencido de que tal sabor no podra olvidarse ni an despus de muerto.
Taigo sonri y ambos se dirigieron al lugar. Se alert al sentir una fuerte sensacin conforme se acercaba que conoca muy bien. Recel del curioso elenco de
individuos fornidos y aparentemente ociosos que rodeaba el puesto. Una escolta?, se pregunt. Cuando levant el toldo la descubri.
Azuara ya tena la vista clavada en la entrada antes de que apareciera. Sus ojos saltaron al brazo, descubriendo inmediatamente la venda, y en ella se quedaron,
paralizados al igual que su duea. No pudo reparar en Chaoro, que la miraba con aprensin.
Aunque Taigo slo dedic su atencin a ella, tambin vio a su padre. Casi sin darse cuenta tena un plato en la mano y se hallaba sentado junto a una dama de
rasgos norteos, inseparable de una ostentosa espada. A su lado reconoci a Hardiamo, mxima autoridad de aquel campamento y general del imperio, lo cual explicaba
la escolta de fuera. Otros tres desconocidos, completaban la reunin.
Sobre los comensales flua un extrao silencio, como si un conjuro los obligase a estar callados y pendientes de la tendera que pareca ajena a semejante atencin. Al
servir al ltimo, se sent en la presidencia de la mesa y habl:
-Muy bien. Ya estamos todos.
Aquella mujer no se pareca al resto de tenderas en nada. Sus gestos refinados, su voz meliflua, su rico lxico, todo en ella desmenta aquel disfraz plebeyo.
Manejaba las palabras con delicadeza, como si las observara antes de pronunciarlas y cada una de ellas tuviera mucho ms significado que el aparente. Tena una mirada
triste, y pareca estar acostumbrada al pblico.
-Algunos habis venido aqu por la comida, otros citados. A los primeros espero no defraudaros -y gui un ojo a Chaoro, que pareca estar devorando el ltimo
manjar de su vida-. A los segundos, descansad, pues aquello que escrib es falso. Era simplemente lo necesario para que acudieseis.
Tifern crisp el puo por un instante lanzando despus una pelota de papel al fuego. Chaoro susurr a Taigo:
-Hay que tener mal gusto para no acudir por esto -dijo sealando su plato, ya medio vaco.
-Primero las presentaciones. Para que nadie falte a sus juramentos, las har yo -y se levant.
Nadie se haba atrevido hasta ahora a interrumpirla. No sabran decir si era el magnetismo y la tensin que aquella mujer mantena, o el miedo a lo que pudieran
revelar de ellos mismos.
Rode la mesa detenindose en cada uno de los presentes:
-Sanjo. Maestro entre los kainum y que se halla en una bsqueda peligrosa.
Tifern. Guerrero entre guerreros. Adems de ser un kaiya formidable, su poder emana de su espada. Y preso de ella es su destino.
Azuara. Oficial kaiya. Aunque ahora sufre ms por mujer que por soldado.
Zonzama. Un kainum que primero fue kaiya, luego rucaina, y que al fin abandon el frente llevndose la culpa a la espalda.
Lusto. Capitn imperial y principal arquitecto akai de la alianza con los kainum.
Hardiamo. Aspirante a un trono que jams dese, pero que siempre debi haberle pertenecido.
Nadima. Seora de Lucinia, y su ms sacrificada servidora, incluso en sus sueos.
Taigo. Kainum, mdico y guerrero. No s en cul de las dos facetas es mejor. Adems es el Guardin de Chaoro, el Peregrino. La misin de Chaoro es de
importancia capital en la Pancomunin para la llamada al Dios que vendr. Los privilegios de ambos dentro de la secta os sern de ayuda inestimable a todos.
Aunque al principio pareciera imposible, dirase que la expectacin haba aumentado. Nadie se atreva a perderse ni un solo gesto de aquella mujer. Nadie, excepto
Chaoro, que cada vez que senta que no lo miraban, rebaaba con un trocito de pan el cuenco de Taigo.
-Y quin sois vos? -dijo Lusto. La mujer sonri y los mir con desafo:
-Adivinadlo. Uno de vosotros lo sabe.
-Slo podis ser un rucaina -dijo Tifern, que ya tena la mano en la espada-. No puede ser de otro modo, pues el poder que exhibes no es conocido entre los
kainum y no hay otro grupo que haya experimentado con estas artes.
Sanjo mir a Tifern al tiempo que posaba su mano sobre el brazo armado, y neg con un gesto.
-El sabio Sanjo tiene razn. No soy rucaina. Como todos vosotros soy ms bien su enemigo.
-Sois kainum entonces -dijo Lusto.
-No. Mi poder nada tiene que ver con los suyos.
-Sois un ngel, un semidis, un demonio -dijo Nadima con estupor. La mujer ri.
-Nada de eso. Ojal! Soy tan humana como vos, majestad.
Entonces Chaoro, que con la boca llena no haba podido hablar hasta entonces, dijo con absoluta seguridad:
-Sois la Voz del Orculo.
-Exacto -confirm la mujer.
-Cmo lo has sabido? -dijo Taigo boquiabierto.
-Es fcil. Nadie puede leer el pensamiento. As que para poder decir todo eso haba que saberlo de otro modo. Cul mejor que conocer el futuro?
-Muy bien, Peregrino. Tal y como dicen los escritos eres tan impredecible en tus dones como yo.
-Es cierto que vendr un dios? -dijo Lusto.
-Qu dios y de parte de quin estar? -dijo Nadima.
-Seores, cada palabra que pronuncio afecta al futuro. Por ello no puedo decir lo que s, sino slo lo que necesitis saber. Un dios emerger en este mundo dentro
de poco. El cundo depende de vosotros. El lumen es una llave para alcanzarlo, y todos sabis en qu manos no debe caer. Hasta encontrarlo hay una guerra que no se
puede perder. Debis ayudaros para conseguir vuestros fines y slo as evitaris el desastre. Por eso era necesario revelar vuestra identidad y eliminar la barrera de los
secretos. Slo as existe una oportunidad.
Nuevamente volvi a circundar la mesa, dirigindose a cada uno en particular. A Sanjo:
-Sufrirs una dursima prueba, en la que te vers en manos del enemigo. Cuando ests desesperado abre tu mente a lo imposible.
A Tifern:
-Ten cuidado con aqul a quien persigues, porque como tantos otros, incluso t puedes caer en su embrujo. Recurdalo cuando creas estar viendo la luz del Divino.
Lucha, y el Destino compensar el tesn de tu estirpe.
A Azuara, bajito y al odo susurr:
-Hay una ltima puerta en tu alma que slo ahora podrs franquear. Atrvete y descubre la vida que hasta ahora te ha negado tu miedo.
A Zonzama:
-brete a ellos y confales tus secretos, pues no hay ms traicin que la que se hace al bien comn.
A Lusto:
-No te separes de tu amigo y general, tu buen juicio le ayudar en su tenebroso camino.
A Hardiamo:
-Cuando lluevan piedras del cielo encontrars a tu mejor aliado. Confa en l, usa su poder y sigue sus consejos.
A Nadima:
-Aprende de l -dijo sealando a Tifern- cuanto puedas, y sigue como hasta ahora los designios de tu espada, pues su poder supera al mo, y por su filo libraris
de la muerte a muchos, incluso al que t ms quieres.
A Taigo:
-El odio te envolver. Pero si surge la oportunidad escucha a tu enemigo, slo as alcanzars el Divino Secreto que la Muerte nos esconde a todos.
A Chaoro:
-Tu filosofa te hace inmune a mis palabras, pero tu candidez, joven sabio, te hace vulnerable a la traicin. Gurdate de quienes crees tus amigos porque los dcuatil
estn en tu camino y la alianza podra perderlos para siempre.
Ninguno pudo evitar memorizar cada frase. Qu garantizaba la veracidad de aquellas palabras? Acaso haber acertado cosas increbles implicaba seguir a pies
juntillas los designios del Orculo? La mayora de los presentes tena la suficiente madurez como para no dejarse seducir con facilidad. Estaban habituados a leer entre
lneas y buscar una segunda intencin. Pocos dudaban del poder adivinatorio de la mujer, lo que les repela era la posibilidad de ser manipulados para algn oscuro fin
que no pudieran siquiera imaginar. Pero y si fueran ciertas?
-Da igual lo que hagamos, si el Destino ya est escrito -apunt Hardiamo.
-No. Yo no escribo el destino. Slo posibilito ciertos caminos y cierro otros, como cualquiera. El futuro final se labrar con las elecciones de todos.
-Cuntas posibilidades tenemos de triunfar? -dijo Lusto.
-Pocas, no os voy a mentir. Se precisan grandes sacrificios por parte de muchos, entre ellos, los vuestros.
-Entonces qudate con nosotros y srvenos con algo ms que lo que nos has dicho -dijo Nadima.
-No lo s todo, slo un poco se me ha revelado. Y la parte que me es posible ofreceros ya es vuestra. Adems, no me queda tiempo -dijo con tristeza-. Debo
marcharme a una ltima cita. Ahora tenis mucho en que pensar y de lo que hablar -el Orculo levant la vista y dirigi una ltima mirada a cada uno de ellos, casi como
si fueran familiares muy queridos a los que no volviera a ver en mucho tiempo. Finalmente agreg: -Ha sido un placer conoceros. Adis -y se march.
La tienda qued silenciosa como una tumba. Ninguno se atrevi a hablar, pero tampoco a marcharse. Al final Hardiamo dijo:
-Seores, no s cmo esta mujer saba tanto de nosotros, pero por muy espectacular que haya sido no pienso asumir sus palabras como ciertas, as, sin ms. Sin
embargo s que es verdad que el imperio se halla amenazado y que este encuentro puede ser una oportunidad nica para defenderlo. As que os sugiero que abandonis
vuestra discrecin y digis todo aquello que pueda ser til.
-No es slo el imperio el que est amenazado -dijo Nadima, intentando no quedarse atrs en estoicismo con respecto al imperial, aunque ambos tuvieran la piel de
gallina de saberse rodeados de brujos-. Por lo que ha ocurrido en Lucinia y Tamaria, dira que todas las naciones estn en peligro.
-Es cierto -apuntill Zonzama-, como rucaina saba que esta guerra no acabara hasta exterminar a todos los akai. A todos los sin-magia. Incluidas mujeres, nios
y ancianos.
-Eran vuestras rdenes?
-Era la consigna que nuestros sacerdotes no paraban de proferir: No dejis semilla del mal en la tierra, o maana la mala hierba acabar con vuestros hijos. Es lo
que cree mi, lo que creen los rucainas.
-An te sientes rucaina?
-Si os soy sincero, ya no s qu soy.
-Eras kaiya -dijo Tifern-. Qu te hizo cambiar de bando?
-Fue por la ceremonia de conversin. Fui capturado y sometido al proceso.
-Ceremonia de conversin? Acaso operan sobre tu cerebro? -dijo Sanjo.
-Para nada.
-Entonces cmo lo hacen?
-En la ceremonia ellos abren sus auras a ti.
Todos los kainum excepto Taigo y Azuara se encogieron en un instintivo gesto de repulsin. Abrir as su intimidad!, pensaron. Entendieron que convertan
mostrando la verdad de sus almas. El aura jams miente, recordaron. Pero qu verdad puede haber tan poderosa como para cambiar lealtades?
-Entonces no destruyen tus recuerdos, luego podras usar tu lgica para deshacer lo que sea no? -dijo Azuara.
-No. Es extrao, lo s. Pero es igual que cuando alguien te convence de algo, slo que a una escala muy superior.
-Cmo pueden entregarse as, sin intimidad alguna?
-No lo s. Slo que una vez ejecutado tus sentimientos cambian, y aunque tu razn te diga que te has pasado al enemigo, no sirve de nada. Tu lealtad ya ha
cambiado.
-Entonces qu te ha hecho desertar ahora de ellos?
-No es que la conversin haya dejado de hacer efecto. En parte sigo sintindome rucaina. Desert por otra cosa.
Zonzama trag saliva. Su cara se crisp en una mueca de repulsin y dolor. Continu:
-Es que estaba cansado de matar. No poda seguir con aquella carnicera. Por eso hu. Y an sigo huyendo.
-Hars lo que te ha pedido el Orculo? Sabes que les estaras traicionando.
-Traidor es una palabra que me describe muy bien. Traicion a Silkara, cuando delat a los mos los asesin. Entonces cre que obraba bien. Despus pas de
asesino a genocida. An ahora me resulta imposible calcular cuntas vidas akai he quitado. Y tambin pens que actuaba bien, hasta que ya no pude ms.
-Luego la conversin no te destruye. En el fondo sigues siendo t.
-S? Y quin soy? El kaiya asesino de rucainas o el rucaina asesino de kaiyas? O peor, el genocida de akais? -Zonzama respiraba agitado y tragaba saliva-.
Quines sern mis nuevas vctimas? A qu bando he de servir?
-Pues sirve a todos -la respuesta sorprendi a todos, pero Sanjo continu tras una breve pausa-. El Orculo jams ha favorecido a ningn grupo o nacin. Sus
predicciones siempre se orientaron a favorecer el bien comn. Si le haces caso, estars obrando en bien de todos, sin bandos.
Zonzama, an afectado pareci considerar aquellas palabras.
-Est bien. Supongo que no importar si hago esta guerra ms justa. De acuerdo: os dir lo que s. Aunque temo no lograr nada ms que desmoralizaros. Vuestro
exterminio est planificado desde hace ms de treinta aos.
-Sin esperanza o con ella, no creo que ninguno de nosotros est dispuesto a morir sin luchar. As que cuntanos. Qu sucedi hace treinta aos?
-Fue el final de las guerras tribales. Un profeta uni todas las tribus, y orient el hambre endmica de los rucainas hacia las frtiles tierras akai. A pesar del odio la
razn se impuso, y una delegacin con los ms insignes representantes de cada tribu concert una reunin pacfica con un noble vecino. Slo buscaban comprar un
pedazo de tierra para establecerse y en vez de eso recibieron una emboscada donde todos murieron. Entonces comenz todo.
Los sacerdotes prepararon al pueblo, encendiendo el odio donde antes haban predicado la paz. Los hombres se hicieron soldados, disciplinando la mente en las
artes mgicas. Los elegidos iniciaron su metamorfosis, transformando sus cuerpos en criaturas ms rpidas, ms fuertes, menos vulnerables, y sobre todo ms temibles.
Cientos de guerreros fueron adiestrados para infiltrarse entre los akai, acceder a puestos de poder y provocar la cizaa y el caos, preparando el terreno para la gran
ofensiva. Se estableci un da para sta, y todos los recursos fueron administrados hasta su agotamiento. Los silos se vaciaron. Las tierras se sobreexplotaron hasta
dejarlas estriles. La caza se hizo masiva, hasta extinguir las manadas. Todo se hizo pensando en el gran da, y una ingente generacin de guerreros fue criada a expensas
de todo para lograr la venganza.
-Venganza? Slo buscan eso?
-Los sacerdotes dicen que los akai nunca nos dejarn vivir tranquilos. Que mientras envidien nuestro poder, la convivencia es imposible. Que mil aos de historia lo
han demostrado. As que slo queda una solucin: que no haya ms akai.
-Tambin podais haberos suicidado y acabar con el problema -dijo Nadima.
-Calmaos majestad, l est aqu para ayudar verdad? Y nosotros para buscar soluciones. Por ejemplo, y si acabamos con vuestro emperador? Un ataque sorpresa
concentrado en un punto sera factible.
-Primero tendrais que acabar con su guardia personal. Un grupo rucaina especialmente entrenado para actuar en sintona y acumular el poder. Ellos destruyeron las
fortalezas de los pasos. Pueden desviar ros, levantar vientos huracanados, provocar aludes, destruir murallas, lanzar rayos
Casi todos los presentes quedaron helados ante la descripcin. Nadima pregunt:
-Es eso posible?
Tifern le respondi:
-Es muy difcil coordinar tantas almas en una misma voluntad. Hasta hoy slo el lumen era capaz de tal cosa, una reliquia perdida al principio de las guerras. Pero
supongo que con mucha disciplina y el suficiente tiempo es posible aunar ese poder.
-Qu otras armas tienen los rucainas?
-Adems de la guardia estn los especiales.
-Los especiales?
-Los rucainas perdieron la ciencia de los cristales, pero hallaron una nueva: la alquimia del cuerpo. Los logros han sido espectaculares.
Los kainum y Lusto saban lo que Zonzama estaba intentando decir, pero Hardiamo y Nadima escuchaban expectantes sin saber si habra algo ms capaz de
desbordar aquella noche su capacidad de asombro.
-Qu logros?
-Aprendieron cmo organizar el crecimiento de cada rgano, miembro y tejido del cuerpo, y sobre todo cmo lograr un equilibrio de todo. Al principio lo utilizaron
para crear guerreros ms giles, fuertes y veloces. Mejoraron los sentidos y la resistencia al dolor. Despus fueron incorporando otras mejoras.
-Quieres decir que los especiales son superhombres? Bueno, siempre habr un nmero de soldados que los equipare.
-No slo eso. Esas mejoras no son humanas. Fueron copiadas de otras criaturas de la naturaleza.
-Qu han copiado?
-Alas, corazas, pas, garras, colmillos, veneno de todo. Los especiales son monstruos con alma y poderes rucainas. Lo peor es que la mayora han buscado
adrede un aspecto aterrador que impacta en la moral del enemigo. Lo he visto muchas veces.
Hardiamo y Nadima se quedaron de piedra. Mil imgenes volaron por sus mentes descubriendo que todas las criaturas de las leyendas y fbulas que conocan
podran estar vivitas y coleando entre las filas del enemigo.
-Cuntos hay de esos?
-Es difcil decirlo. Los hay muy variados. Desde los dragones, que no hay ms de cuatro o cinco, pero que valen por medio ejrcito, hasta los hombres lobo, que
superan el centenar. Hay diversas variantes pero en total no creo que haya ms de quinientos.
-No s cmo vamos a combatir eso -dijo Nadima con aire derrotado.
-Majestad -terci Tifern- an hay otras cartas en esta baraja. Qu ms conoces, Zonzama?
-Aparte del ejrcito mismo, no hay ms que yo sepa.
-Sabes algo de Tenkar?
-Tenkar, el esperado, el profeta que uni las tribus. Entre los rucainas es el nombre del mximo cargo religioso. Tambin es el nombre que aparece en una profeca,
un mesas que habr de llegar, ascender a ser divino y librar al mundo de sus miserias. Por qu lo preguntas?
-Tenkar es nuestro verdadero enemigo.
-Pero no es real. Slo un mito.
-Te equivocas. l es quien est detrs de todo. No es casualidad que fundara esa religin entre los rucainas. Su mano estuvo tambin en los sucesos de hace treinta
aos. Si de esta era logramos salir vivos, ese demonio volver a preparar otro conflicto. Est en este mundo desde las guerras arcanas, y en cada generacin se reencarna.
Momento en el que es ms dbil. Y si alguno de los presentes sabe algo de l debe decirlo.
Taigo trag saliva. Debera sacar el libro de Dogantes. Hablar de l a todos, pero entonces descubriran las tcnicas, y en Silkara se enteraran de quin haba
asesinado a cierto nicso. As que call.
-Cmo sabes todo eso?
-S que suena fantstico. Podis creerme o no. Como dijo Hardiamo todos estamos poniendo mucho en juego aqu, pero yo no puedo revelaros nada ms. Tengo la
capacidad de destruirle, pero lamentablemente no la de hallarle.
-En fin, ya que estamos para compartir informacin, os dir lo que a m me toca -terci Nadima-. Hace unos das, en Daza, escuch a unos hicunos que hablaban de
una profanacin de lugares sagrados. Unos tmulos abiertos en mitad de Las Llanuras.
-No sern los tmulos de los ermitales? -dijo Sanjo alarmado.
-Bueno -se anticip Zonzama-, ahora que lo mencionas, he odo de un plan para expoliar los antiguos tmulos de la guerra.
-Qu tienen de valor?
-Los ermitales destruyeron miles de gemas y las enterraron. Lo que no saban es que al partir las gemas no siempre se destruye su esencia y hay ciertas
posibilidades de recuperar parte de su funcionalidad. Si lo que o es correcto, ahora mismo deben de estar atravesando el desierto con lo que hayan podido salvar.
-Son muchos?
-No lo s. Sin embargo no creo que sean ms de cuatro o cinco. Para los rucainas esto es territorio hostil, y por tanto es necesario pasar desapercibidos.
-Dioses! Hay ms sorpresas? -dijo Nadima mirando a Zonzama en tono acusador.
-Me temo que hay dos ms, majestad -dijo Tifern-. Una es la de los dcuatil. Otra poderosa reliquia que han robado recientemente nuestros enemigos. Por eso
estamos aqu, intentando descubrir si alguno de estos peregrinos la esconde.
-Y la otra?
-La otra por supuesto es el lumen. Aunque de esa nada se sabe.
-Bueno -terci Sanjo-, por eso estoy yo aqu. Segn unos documentos recientemente encontrados, podra estar en esta regin. Si tenis alguna informacin que me
pueda ser til os lo agradecer. -Taigo se dio cuenta de cmo su padre ocultaba prudentemente lo descubierto aquella misma tarde.
-Y qu hacen exactamente?
-Los dcuatil fueron los predecesores del lumen. Bsicamente hacen lo mismo. Su poder reside en la capacidad de controlar varias auras por un solo mago. Pero
los dcuatil estn limitados en el nmero de stas.
-No entiendo mucho de magia, pero es esto tan relevante?
-Mucho. En la magia la calidad suele prevalecer sobre la cantidad. Si tuviramos los dcuatil, entre cinco y diez kainum podran componer un arma terrible.
Estaramos a la altura de esos dragones.
-Y con el lumen?
-Con el lumen todos nuestros problemas estaran resueltos. Para el lumen no hay lmite de nmero ni de gnero. Los akai tambin podran servir para aunar su
fuerza al portador del lumen.
-Y quin controlara despus a ese portador?
-Aj! Ese fue el motivo de las guerras arcanas.
-Claro, sera como enfrentarse a un dios.
Por la mente de todos pasaron las profticas palabras del Orculo. Un dios vendr. Sera esa la definicin de Dios para el Orculo? Un simple hombre con un
enorme poder? O quizs, como teman ms profundamente, sera el lumen una puerta a una dimensin desde donde un dios autntico podra penetrar a este lado del
universo?
Durante las siguientes horas estuvieron debatiendo. Hardiamo y Tifern hablaron del plan de los druidas, la lucha contra los ermitales a favor de los omunodas.
Lusto expuso la delicada situacin poltica y Nadima le prometi su apoyo. La unin de Tamaria, Lucinia y el viejo Imperio forzara al resto de naciones a la alianza.
A corto plazo haba otras cosas que atender. El lumen sera asunto de Sanjo. Las gemas de los tmulos de Hardiamo y sus soldados, que partiran al da siguiente
para registrar los oasis de Haraiez. Nadima aprovechara su tiempo con lo que Tifern pudiera ensearle de su espada. El resto permaneceran con la peregrinacin,
usando sus poderes para buscar los dcuatil. Todos se reencontraran en Dabetio, ciudad prxima a Ratbilia, pero an libre del poder del usurpador Naudral. Dabetio
estaba muy bien comunicada, y desde all podran contactar cada uno con las fuerzas a las que representaban.
Todo qued atado y dispuesto. Como si aquello solucionara el problema. Pero en el fondo, y tras lo odo a Zonzama, nada, absolutamente nada, les pareca
suficiente contra aquel descomunal enemigo.

* * *

-Y esa ltima cita?
-De modo que eras t -dijo el Orculo.
-Crea que lo sabas.
-No. Slo puedo ver parte del futuro. Saba que alguien vendra a por m. Pero desconoca su cara.
-Bueno, sta es la cara y el cuerpo que ahora ocupo. El pobre ni siquiera sabe que estoy en l. Tras tantos siglos y tantos cuerpos mi identidad fsica autntica est
algo perdida -dijo con sincero pesar-, supongo que es el precio de la inmortalidad. Sabes que no deseo hacerlo, verdad?
-S.
-Podra evitarlo,, al menos temporalmente.
-Cmo? Con la ceremonia de conversin?
-S, as la llaman. Sera con tu consentimiento, claro.
-No, no podras aunque yo cediese.
-Por qu?
-Por la misma naturaleza de nuestros dones. T puedes confinar tu aura y controlar lo que hay bajo ella. Yo me disuelvo en la del mundo para conocer su futuro.
Tu aura se concentra, la ma se dispersa. Aquello que has hecho a muchos, no funcionara en m.
-Si pudieras ver lo que yo vi, tal vez comprenderas. Y tal vez serviras a mi causa. Llevo siglos intentndolo y jams he estado tan cerca como ahora. Estoy tan
cansado
-Entonces por qu continas?
-Cre que lo sabas.
-Puedes estar equivocado. Has pensado en ello? -su interlocutor sonri.
-Mil aos dan para pensar en muchas cosas.
-A m, en mi corta vida en cambio slo he podido llegar a una contradiccin.
-Me intrigas, adivina. Respecto a qu es esa contradiccin si puede saberse.
-Respecto a ti.
-No soy tan interesante. Pero escuchmosla.
-Ha habido en la historia muchos cabecillas. De todo tipo. Todos ellos necesitaron el apoyo de quienes comandaba, usando razones o uniendo sentimientos, al
menos en un principio, y dirigiendo su barco con inteligencia y carisma. Claro que ha habido locos, o tontos, que llevaron a todos a la desgracia, pero o bien heredaron
su liderazgo o bien se aprovecharon de otros ms desesperados que ellos mismos.
-Estoy de acuerdo.
-Lo que t ests consiguiendo es el mayor dislate de todos los tiempos, y sin embargo te siguen. Cmo?
-No me ha sido nada fcil, creme.
-Pero ningn loco podra jams realizar lo que t has conseguido. De modo que debes estar muy cuerdo y decidido para armar todo esto. Entonces, cmo es
posible que alguien cabal pretenda tamaa insensatez?
-Quizs no sea una insensatez, lo has pensado? -dijo con cierta irona.
-Y si ests equivocado? No habra crimen capaz de superar el que t ests cometiendo.
-Los ermitales s que cometieron crmenes en nombre del bien durante dcadas, con sus tribunales contra la hechicera. Miles de inocentes murieron bajo tortura
durante todos esos aos. Ellos tambin eran gente cabal y actuaba en nombre del bien. Y s, estaban equivocados. Sin embargo ellos hicieron lo que tenan que hacer. A
sus ojos era peor el peligro de los kainum que el de matar inocentes.
-Pero como has dicho, estaban equivocados. La razn o los sentidos pueden ser engaosos.
-Yo estoy muy seguro de lo que hago -y entonces cambi a un tono ms acusado, marcando los espacios y acentuando la pronunciacin-, porque lo que s no fue
deducido por mi razn, ni percibido por mis sentidos.
-Entonces cmo?
-El aura no miente, adivina. T mejor que nadie lo sabes. Igual que sabes que vendra a buscarte. Y tampoco t te has equivocado.
Aitami llev los ojos a sus pies. Reconoci que l tena razn. Saba que slo le quedaban las palabras. Y las us:
-S lo que persigues, pero no creo que valga ese precio. Demasiadas vidas, demasiado dolor.
-Ah s? Y cul es la alternativa? Me gustara saber cul has visto en tu futuro, adivina -dijo con un leve sarcasmo.
-No puedo decrtela, podra variar las tendencias del Destino -Aitami aguant la respiracin. No quera que el aire atravesara su nariz.
Tenkar la mir pensativo. Al cabo continu:
-Si te mato, puede que sirva a tus planes. Si no, constituyes el nico poder relevante para impedir mis objetivos. La mejor opcin era la alianza, pero renuncias a
ella.
Aitami no pudo ms y aspir. Oli a hinojos. Aterrada desvi la vista al cielo. Las primeras gotas comenzaron a caer.
-Slo tienes una salida -el valor pareca vacilar en sus acuosos ojos. Haba decidido preservar su dignidad ante aquel ser, y estaba a punto de perderla. La lluvia se
volvi copiosa. As que con voz vacilante suplic-: Por favor, no me hagas sufrir ms. Que sea rpido.
-No te preocupes, s cmo hacerlo sin dolor.
El aura entr como un cuchillo en su nuca. Sinti la calidez, una luminosa y atractiva esmeralda lata en aquel fluido astral que cort sus nervios con decisin
asesina. Tambin percibi el sufrimiento por hacerlo. El corazn dej de latir y los pulmones de respirar. Sin embargo no doli. Slo sinti pnico cuando aquel cielo
lluvioso se vel con un aterrador y definitivo manto negro.

* * *

La reunin acab rompindose en dilogos aislados y retiradas discretas. Taigo aprovech una mirada para mostrar cierta gema de modo que slo Azuara pudiera
verla. Su cara se crisp de angustia y sali presurosa. Taigo qued desconcertado, sin comprenderla. Esperaba al menos su curiosidad, una oportunidad de dilogo.
Tard en reaccionar pero la sigui.
Azuara atraves el rea poblada y se perdi en la vaca llanura. Senta a Taigo detrs, pisndole los talones y necesitaba escapar, esconderse. An no haba sido
capaz de digerir las palabras del Orculo. A qu ltima puerta se refera?
Pero ahora no poda pensar. Tena que huir. Ver aquella gema lo confirmaba todo. La muerte de aquel nicso no haba sido ningn sueo, sino real. No slo haba
dado a Taigo cinco aos de sufrimiento, sino que adems le haba obligado a mutilar su cuerpo, a transgredir sus propias normas y le haba convertido en asesino.
Aunque ella haba sido la verdadera asesina. La culpa la estaba desgarrando. l no la mereca, no a un ser tan indigno como ella. Tena que evitarle. Su mente an era un
caos que jugueteaba con los despojos de su alma. Necesitaba tiempo. Necesitaba pensar.
Se desliz por el aire como una anguila, volando a ras de tierra, tronchando las espigas en una carrera arriesgada. La oscuridad era casi absoluta. Slo el aura le
permita percibir los accidentes del terreno antes de que se presentaran, lo cual no era suficiente a la velocidad a la que iba. En varias ocasiones un rbol solitario o unas
zarzas frondosas le dieron un buen susto. Sin embargo Azuara aceleraba ms y ms, buscando las cotas ms bajas para convertir su altura en celeridad, y desaparecer.
Encontr un arroyo. Lo sigui hasta dar con una cascada. Pas tan cerca que las salpicaduras le dieron y sus gotas heladas amenazaron sacarla de su trance. No
obstante, empapada y todo pudo continuar e incluso aprovechar la fuerza del agua para acelerar un poco ms.
Sigui el cauce cuanto pudo. Utiliz su energa hasta llegar al lmite de su concentracin. En el lugar ms frondoso se desvi. Estir sus artes hasta su completa
extenuacin mental y cuando ya le fue imposible recurrir a ellas, corri con todas sus fuerzas. Cuando las punzadas de sus msculos agotados la vencieron, se resign a
andar. Por fin, tambaleante, se dej caer en la hierba. No le preocupaban los depredadores que pudiera haber. Ni los hicunos. Tan slo poda pensar en l.
A pesar de la vertiginosa huda poda sentir su aura cerca. No le haca falta expandir la suya para percibir eso, y era una de las cosas que ms la aterraba. Por qu
quiso el Divino que esto le pasase con l? No poda negar que lo deseaba de una forma visceral, casi salvaje, por encima de toda razn y de su propia voluntad. A veces
se sorprenda soando con l, imaginando sus besos y abrazos.
Pero ante aquel deseo se interponan los escollos de su maltrecho ser: un poco de orgullo herido, un deseo de control imposible, unos prejuicios agonizantes pero
insepultos, y sobre todo una abrumadora culpa imposible de lavar.
El aura de Taigo se haca ms y ms intensa, revelando su proximidad. Ella casi poda notar el olor de su alma, su clida promesa, un aroma embriagador que le
arrastraba como una poderosa droga fuera de s. De pronto rompi a llorar y a su llanto se le uni el cielo en una lluvia copiosa, cuyas nubes tapaban la luz de las
estrellas. La oscuridad era absoluta. Azuara lo perciba muy cerca, as que intent sofocar sus sollozos, consciente de que l podra orlos. Su aura era tan intensa que no
saba en qu direccin poda hallarse, as que se qued muy quieta, observando la impenetrable tiniebla mientras la lluvia la empapaba.
Ms que su presencia tema el contacto de su aura, algo probable si l la utilizaba para detectarla. Sin embargo nada de esto sucedi. Quizs l estuviera tambin
cansado, pens, y no podra usar su poder. Quizs le era imposible encontrarla sin un pice de luz. Quizs se cansara. Quizs
Un relmpago destell y la silueta de Taigo se recort ntidamente sobre el cielo. Estaba delante de ella, a un paso, mirndola.
Azuara no pudo reprimir un grito. No saba que le produca mayor inquietud, si la facilidad para encontrarla o el tiempo que llevaba all, observndola. De pronto
ya no pudo ms, y rompi en un llanto desatado.
l, muy despacio, como si se tratara de una figura de cristal, la recogi en sus brazos, y la llev hasta una oquedad en una pea prxima. Luego recogi lea y
encendi una hoguera. Azuara lo observ sin reaccionar, manteniendo sus sollozos y esperando. Taigo se acurruc junto a ella y desvi su mirada hacia el fuego.
-Sera mucho ms fcil si permitieras el contacto de nuestras auras. Pero s que prefieres las palabras, verdad?
Ella asinti. Comenzaba a calmarse pero an emita suspiros profundos. Su cabeza era un autntico caos, pero todos sus sentidos estaban puestos en l.
-Empezar por lo que s, o ms bien creo saber, y t me corregirs si me equivoco.
Ella lo mir con desazn, como si an no hubiera decidido si deba hablar o no, o si tan siquiera podra. Las palabras de Taigo sonaban esmeradas, casi
condescendientes, como si temiera herirla con una slaba inadecuada.
-Para ti soy un nicso. Supongo que en realidad lo soy, aunque nadie me pregunt nunca si quera serlo o no. No tuve ni idea de lo que era eso hasta que te conoc. Y
no comprend lo que significaba hasta despus, cuando lo vi a travs de tus ojos.
Azuara temblaba, aunque apenas era consciente de ello. Slo de que estaba junto a l. Por fin estaba con l. Su voz, su tono, el calor y la proximidad de su cuerpo,
la sola presencia de su ser la arrastraba a una irracional alegra. Cundo haba perdido el control?, se pregunt.
-Antes -muy despacio, se fue sobreponiendo hasta acertar a responder-, cuando nos conocimos, s.
-Quieres decir que ya no existe esa barrera?
Azuara dud unos instantes antes de responder.
-No estoy segura. Cuando llevas toda una vida creyendo algo, resulta muy difcil opinar lo contrario. Aunque lo sepas -de pronto, hablando con l, senta que la
tupida maraa que tena en su interior, se iba deshilando.
-Y cundo lo supiste?
-Hace unos das.
-Por qu no me has buscado? -de pronto Taigo repar en algo ms desconcertante an-. Por qu has huido esta noche de m?
El tono de Taigo era exigente y suplicante a la vez. Azuara desvi la vista y se crisp intentando ahogar sus sollozos. No lo consigui. Entre jadeos y suspiros, y
en voz tan baja que a l le cost comprender, respondi:
-Porque porque cuanto ms me daba cuenta de mi error ms culpable me senta por haberte rechazado.
Taigo quiso consolarla en sus sollozos abrazndola. Entonces Azuara dio un respingo y se zaf, separndose completamente de l.
-No! Mira lo que te he hecho!, -dijo sealando su brazo-. Lo que te he obligado a hacer! Y si esos nicsos te hubieran matado?
-Lo sabes! -dijo sorprendido-. Lo viste -adivin.
-S! Soy horrible! No merezco nada! Ni a nadie Vete!, vete por favor..
Hundi su rostro entre sus brazos y rompi a llorar.
-A dnde quieres que vaya?
-A donde sea! Busca a otra mejor que yo.
-Qu busque a otra?
-S!, a cualquiera.
-No te das cuenta que no puedo! -ahora Taigo gritaba. Ahora era su ira, su ms profunda desesperacin la que tomaba la palabra-. Todos estos aos lo he estado
intentado de mil formas. No buscar a otra, ja! -dijo con feroz sarcasmo-, sino tan slo olvidarte. Qu digo olvidarte!, dejar de pensar en ti constantemente. Slo eso!
Los dioses saben que hace tiempo que slo les suplico paz. Ya slo quera encontrar un poco de paz! Y no he podido.
Azuara dej de llorar impactada por el cambio de humor de Taigo. Saba que no era normal en l.
-Qu es lo que necesitas? -dijo l ya ms sosegado-. Perdn? Slo es eso? Pues te perdono.
-Slo? Dices slo? Cmo llamaras a alguien que convierte la bendicin ms cara de este mundo en una autntica maldicin? Ni el ms sdico verdugo alcanza al
dao que he podido hacerte yo.
La expresin de Taigo se torn perturbadora. La mirada se le qued fija, con sus ojos brillantes intentando taladrar los de ella.
-Azuara -su nombre son como un ariete derribando murallas. Ella se sinti sbitamente en peligro-, te perdono.
Se estaba acercando, o era slo una ilusin? No saba qu hacer, ni qu responder. Mientras, sin darse cuenta, en aquella pequea oquedad de roca, estaba
retrocediendo.
-No puedes perdonarme! Eso eso no se puede perdonar -dijo mirando al suelo. Luego, levantando la vista, aadi-: Adems, yo no merezco ese perdn.
-Me da igual -dijo l acercndose-. Te perdono.
La tensin volvi a subir en su interior. Busc qu responderle. Pens en el juramento a su padre, otra vez en su culpa. De pronto se vio a si misma desde fuera.
Qu estaba haciendo? Estaba buscando razones para huir de l, para rechazarlo nuevamente. Pero por qu? Su ser entero le peda a gritos que abrazase a aquel
hombre. Sin embargo ella se senta asediada, vulnerable. Por qu?
Entre las voces de su interior, a su mente acudieron las palabras del orculo. Una ltima puerta. S, haba algo que an no se atreva a franquear. Concentr
sus esfuerzos en ello. Qu ocurrira si aceptaba a Taigo? Cul era ese temor? Entonces se dio cuenta. Lo que ahora tema era la voracidad de aquel amor. No era un
sentimiento normal. Azuara expona literalmente su alma. Aquella disolucin mutua que experimentaba con Taigo, significaba una entrega sin garantas de su propia
identidad. No slo compartan sentimientos y recuerdos, sino que aqul amor hambriento amenazaba unirlos a ambos mas all de s mismos, destruyendo en el camino
los seres de los que parti. Y sin embargo ansiaba hacerlo. Descubrir esa voluntad interior, supona la mayor amenaza a la que se haba enfrentado.
Mir a Taigo con la misma intensidad con que l lo haca, y le pregunt:
-Daras tu vida por m?
-Yo no tengo vida que dar, pues la perd aquella noche en Silkara, y desde entonces te pertenece.
-Daras tu alma por m?
Ella pens que l dudara. Cualquiera lo hara. Pero su respuesta fue inmediata, incluso con cierto tono de extraeza:
-An lo dudas?
Azuara sonri. Su faz cambi por completo, barriendo la angustia que se haba anquilosado en ella durante aos.
-Entonces -la frase comenz en sus labios, pero stos no la acabaron.
Se abalanz sobre Taigo agarrndolo con todas sus fuerzas y besndolo con pasin. Ms all de ese beso sus almas se fundieron, y mientras an existan dos
identidades independientes, un mensaje se abri paso de la una a la otra:
-entonces te entregar la ma.

CAPTULO VIII

El traidor

LOS ermitales mal uern los anillos e colgantes, ass que incrustad las gemas en el cinxo das espadas, tal facen los nobles. A la vista e sin temor podris levarlas.
Muy pocos podrn su alma a las gemas atallas, mas femos conoscido que non son las nicas capaces de abitallas.
El legado de Dogantes. Primer Maestre (256 A.D.)



-Les dijiste t lo de los tmulos?
-No. La reina lua ya lo saba, as que yo les dije que haba escuchado algo de una operacin a travs del desierto de Haraiez.
-Y crees que se lo han tragado?
-S. Ya han hecho planes para ir a buscarlos.
-Es raro. Lo ms lgico es lo que en realidad hemos hecho, utilizar la Peregrinacin como apoyo. Yo dudara.
-Ya, pero el Orculo les ha hecho confiados. Yo mismo me qued impresionado cuando me desenmascar.
-Siempre habr eventualidades que no podemos controlar. Slo podemos aprovecharlas. As que, quin ir a buscarnos al desierto?
-Hardiamo. Es lo lgico. l con sus hombres puede batir los oasis con rapidez.
-No podra ser mejor. Esto retrasar su llegada al Imperio y facilitar nuestros intereses all.
-Cre que no debamos dejarle partir vivo.
-Eso sera demasiado arriesgado. No somos muchos y lo que transportamos vale ms que un eventual caudillo.
-Pero y lo que saben?
-Sin duda han de morir. Pero esperaremos a que parta el general. Entonces atacaremos.

* * *

Una bolsa de perlas azules, codiciadas por la alta sociedad imperial, que pagan hasta doscientos gramos de oro por perla; en el mar oriental slo cuestan la vida de
un par de esclavos al mes. Unos patucos de lana para beb, bordados hasta la perfeccin por unas manos cariosas, las de su padre, un buhonero que apenas gana para
poder traerle otra cosa. Un cofre de ludano negro, sin duda para las prostitutas de Ratbilia, algunas necesitan ms motivacin que las palizas y las amenazas para seguir
en esos antros. Una flor de Cumbre, sumergida en alcohol y cerrada en un prisma de cristal sellado, un original smbolo de eternidad para una novia con suerte. Un pual
con letras de venganza talladas en la hoja, junto al colgante con un mechn de pelo en su seno; no hace falta ms equipaje para alguien que slo busca la muerte. Una
reliquia con sangre de mrtir
-Lusto? -Taigo fue expulsado de su estado de concentracin al reconocer el rostro del imperial.
-Ests con tu tarea?
-S. Llevo registrando equipajes y peregrinos toda la maana, as que agradezco la interrupcin. Y el general?
-Hardiamo ya se ha ido.
-No os dijo el Orculo que?
-S. Pero hay algo que me inquieta. No quera dejaros solos.
-Solos? Pero s, menos Hardiamo, todos los presentes en la cena del Orculo vamos a dormir en la misma tienda.
-Cuantos ms mejor. Y a l no le har falta hasta que nos veamos en Dabetio.
Deberamos montar guardias.
-Supongo, pero esto de registrar bultos con el aura es muy cansado. No podramos establecerlas maana?
-Est bien. Y el Peregrino?
-Ups! Ya ha debido de terminar sus ejercicios!
Taigo se incorpor, se despidi con un rpido ademn y cruz a paso vivo el mercado. Se diriga hacia el rea de la secta cuando reconoci el rostro de Chaoro en
una de las tiendas. Sudaba copiosamente subido a una de las vigas mientras anudaba con cordel de esparto la conjuncin de dos gruesos troncos.
-Chaoro! Qu haces ah subido? Podra darte uno de tus ataques.
-Hola, Taigo. No te preocupes. El Orculo me dijo que alguien me iba a traicionar. O sea que vivir hasta entonces. Y como an no ha pasado
-Por favor, Chaoro, baja.
-Bueno. Que conste que me bajo porque acabo de terminar.
De la gruesa tela de arpillera que divida la tienda en dos, surgi una mujer de mediana edad, delgada y con aspecto cansado pero sonriente. La acompa una
vaharada de un dulce aroma que les hizo salivar a ambos. De su mano penda una cesta de mimbre cargada de pasteles variados.
-Toma lindsimo!, -dijo dirigindose a Chaoro-. Con esto no puedo pagarte ni de lejos tu trabajo, pero algo es algo, cario. Esta maana estaba arruinada, y ahora al
menos puedo recuperar los costes, con ayuda del Divino. Gracias por todo.
Chaoro mir los pasteles uno por uno, como si quisiera memorizar su aspecto y deducir su sabor. Pero no cogi ninguno. Ni siquiera alz la mano para coger la
cesta.
-De nada, Seora. Y-trag saliva con evidente angustia, dudando por unos instantes- y gurdese eso para los clientes.
-Cmo? -dijo sorprendida la mujer. Taigo tampoco sala en s de su asombro.
-Es que me conozco, seora. Y como coja uno voy acabar con esa cesta antes de que diga amn. La piel se me volver dulce. Las mozas me olern. Me saldrn
novias que me matarn a lametones. Ya estoy viendo mi epitafio: Aqu yace el chupao. As que no, gracias. Ha sido un placer serviros, seora. Adis.
Y sin mirar atrs ech a andar dejando a la mujer asombrada. Taigo lo sigui sin dejar de estarlo menos, y al cabo de una calle pregunt:
-Jams pens que vivira el da en que te viera rechazar comida.
-Lo s. Y no se te ocurra decrselo a los de Saifel, eh? A ver si van a pensar que no necesito comer tanto y empiezan a darme lo que a los dems -alz la mano y el
vencejo cay del cielo para posarse en su dedo-. Me ha costado mucho labrarme mi fama para lograr mi merecida doble racin. Despus de todo soy el nico de la
comunidad de Saifel que an est creciendo. Verdad Tori?
-Pero, por qu la has rechazado?
-Ya la oste. Despus del destrozo de anoche apenas le queda gnero para compensar las prdidas. Esa cesta le haca ms falta a ella que a m. Adems, esa mujer
tiene edad de ser suegra. Y con las suegras hay que quedar bien siempre. No es ningn consejo, es pura supervivencia. A propsito, os quedan muchos peregrinos que
revisar? A Tori no le agrada el gento -un bulto nervioso se escabull por la manga del Peregrino.
-Pens que acompaaras a los aclitos de Saifel durante la peregrinacin.
-S y no. La mayor parte del camino la har con ellos, pero mi maestro me dio una lista de lugares sagrados que he de visitar.
-Te refieres a esas ermitas y monasterios perdidos en las montaas?
-Noooo!! -dijo Chaoro abriendo los ojos con desmesuraNi que fuera un asceta de sos. Me refiero a mesones, salas de bao, casas de apuestas, lupanares
-Vale, Chaoro -dijo sonriendo-. Pero hay muchos lugares santos en las montaas
-No voy a visitarlos todos. Pero como el Orculo dijo que los dcuatil estaran en mi camino, -Chaoro sac un papel de su mangaaqu tienes. Mi maestro me
hizo memorizarlo. As no puedo decir que perd el papelito. Muy sabio mi maestro, y muy clibe el pobrecillo.
-Gracias. Aunque no nos separaremos. Iremos adonde t vayas, y exploraremos aquellos que estn a tu alrededor.
-Cre que tenais que buscar los dcuatil en todos los peregrinos.
-Eso es imposible Chaoro. Son demasiados. Y menos ahora que Tifern se ha ausentado. Slo somos cuatro para registrar a miles.
-Y no podis lanzar un conjuro de esos, con su heptgono en el suelo, sus garabatos arcanos, las velitas y sobre todo su doncella en el centro como el Divino la
trajo al mundo? Mira que si hace falta buscar doncellas, yo me sacrifico.
-Siento decirte que esos conjuros no existen -dijo sonriendo-. La nica pista que tenemos es la que nos dio el Orculo. As que slo probamos suerte explorando
donde t ests.
-Vamos, que si me marcho a un burdel sufriras el suplicio de tener que palpar con esa aura tuya las
-Ja, ja, ja! Vale, vale, no sigas.
Rea. Al fin poda rer.
Sinti como ella se acercaba, mucho antes de verla. Se despidi de Chaoro y se fue a su encuentro. Sus auras, a pesar de estar cansados, volvieron a fundirse por
unos instantes, justo antes de abrazarse largamente.
-Estoy deseando verte libre, pero no tenemos suerte con esos cristales.
-La tendremos -dijo ella en un susurro-. La merecemos.
-Merecerla? No s si merezco nada despus de haber matado.
Azuara se apart y lo mir a los ojos.
-No fuiste t. Lo hice yo. Ya te lo dije. No debes arrepentirte de nada.
-Supongo que tienes razn, pero por culpa de esa muerte no podremos volver a Silkara jams.
-Quin sabe? Dentro de unos aos nadie recordar tu aura. Adems, a m no me importara pasar el resto de mi vida aqu abajo, mientras est contigo.
Ella se dio la vuelta, le agarr las muecas y las cruz sobre su vientre.
-Viviramos en un pueblecito akai.
-Podramos ganarnos el pan con la medicina, como haca mi padre.
-Como haca el abuelo tendremos que decir -y lo mir con picarda.
-Hijos? -sonri-. No lo haba pensado. Una criatura tuya y ma. Una nia. Me gustara una pequea Azuara correteando por todas partes.
-Sera una casa akai. Mmmm! Tendra que usar todo mi ingenio para hacerla hermosa y acogedora.
-Eso. Una casa. Donde sea, pero una casa. No soportara que mis hijos fueran de pueblo en pueblo
- ni que se sintieran aislados como t. Lo s. No te preocupes. No nos moveramos. Y seramos muy felices.
Volvieron a abrazarse con fuerza, sintiendo sus cuerpos apretados y descubriendo el tacto de la piel como si siempre fuera la primera vez.
-De verdad se puede confiar en Tifern? -Dijo Taigo preocupado.
-Creo que s. l sabe lo que me pas. Conoce al canalla que asesin a mi padre. Aunque descubra que t lo lo atacaste, no creo que tome represalias.
-Sospechar. No es normal que alguien te pida un juramento a cambio de un libro arcano.
-Pues se lo dar yo.
-No es tonto. Adivinar quin te lo ha dado.
-Entonces no se lo entreguemos.
-Tenemos que hacerlo. He de hacerlo. Hay demasiada informacin valiosa en l. En cuanto vuelva, si jura no revelar mi nombre, lo har.
-No te preocupes. Todo se arreglar. Ya lo veras.
Azuara sbitamente se gir, recordando algo.
-Sientes esto? -Y lo bes en un prpado.
-S.
-Y esto? -Ahora lo hizo en los labios, pero con exquisita suavidad.
-Mmmmm! se me ha gustado.
-Pero bueno. Si ests perfecto! Y yo angustiada con eso que te hiciste.
-No toqu los nervios faciales. Slo de cuello para abajo. An me queda bastante por reparar.
Ella lo mir angustiada.
-Si yo no te hubiera rechazado -Trag saliva-.Si yo hubiera
-No te tortures -dijo l-. Lo pasado no puede cambiarse. An tengo la gema del microscopio ureo. No pienso devolverla hasta estar seguro de haber hecho todo lo
posible.
-Y cunto es todo lo posible, Taigo? Tu piel jams me sentirs como yo a ti. No puedo perdonarme eso. Y la gema. De esa te culparn a ti. Eras el nico que
usaba ese cacharro. Te buscarn
La llen de besos, desde la frente hasta la clavcula, apretndola con pasin, hasta borrar del todo sus rasgos de angustia
-La piel no es nada comparada con el aura, ya lo sabes. Y la gema, dudo que la echen en falta. Como dices, slo la usaba yo. Aunque la devolver pronto.
-Cmo? No puedes pisar Silkara.
-Se la dar a mi padre. l la llevar. Me echar una regaina y ya est.
-No. Te mirar con tristeza. Sentirs su decepcin y t sufrirs por ello.
-Por el Divino! Lo conoces mejor que yo.
-Son los sueos, tus vivencias. Ya sabes.
-No ests triste.
-No quiero estarlo. Aunque me siento rara al sonrer. No te pasa?
-S. Han sido tantos aos
-Tanto tiempo angustiada
-Sin verte, sin esperanzas de
Ahora fue ella quien lo call con un beso en los labios. l la correspondi y la paz volvi por un instante a sus corazones.
-Ves lo que digo? Nos lo merecemos -dijo ella.
-S. Hay que pensar que todo saldr bien.
-Eso. Ya vers como encontramos los dcuatil.
-Y entonces sers libre.
-Estoy segura. No podrn negarme eso. A otros kaiyas los han licenciado por mucho menos.
-S, -la mirada de Taigo se detuvo en su oreja-. Los dcuatil -cmo poda ser tan hermosa aquella parte de su cuerpo?-. Es lo nico que necesitamos -decidi que
deba hacerse escultor slo para inmortalizar aquella perfeccin-. Nuestra libertad.

* * *

Nadima se movi inquieta. En el sueo algo la reclamaba. Y no era una llamada extraa. Como en cierta ocasin, una neblina familiar se desgajaba para presentar una
forma humana plateada. En esa ocasin estuvo a punto de morir. Por eso su reaccin fue tan rpida. Despert y cuando abri los ojos volvi a encontrarse con acero
afilado. Se mova lentamente, acercndose. Esta vez era un pual pequeo, pero igual de mortfero que aquella espada que una vez la amenaz. Bastaba su beso en un
lado del cuello para vaciar de vida a su vctima.
-Armas! -grit, al tiempo que se levantaba.
Aunque no haba perdido de vista en ningn momento aquella arma, por el rabillo del ojo capt un fugaz movimiento. Al desviar la mirada, lo que sus ojos le
revelaron la llen de espanto. Incluso en aquella oscuridad brillaban los puales que, con mortal indiferencia jalonaban los cuerpos de sus compaeros, suspendidos en el
aire. Frente a s, uno de ellos se acababa de incrustar en Lusto, que se agitaba con violentos espasmos.
-Armas!! Despertad!!
Se refugi tras su manta enrollada al brazo, mientras buscaba una defensa ms digna. Los puales siguieron lloviendo, encontrando la carne de sus adormiladas
vctimas. Lo hacan de forma consecutiva, primero sobre Taigo, despus sobre Sanjo y Azuara. Cada uno de ellos estuvo despierto como para ver la sonrisa metlica de
la muerte ante sus propios ojos, y slo tuvieron la oportunidad de hacer un brusco y ftil gesto antes de la invasin del acero en su carne. Taigo, por ser el segundo
apenas se movi. Los otros, al tener ms tiempo de reaccin, pudieron apartarse un poco. Lo suficiente como para reducir algo el tamao de la herida, pero no para salir
indemnes.
Nadima, a esas alturas saba lo suficiente como para no esperar ayuda de un kainum herido. Slo Chaoro y ella parecan haber salido ilesos. No quedaba nadie a la
altura de aquel brujo asesino que lo enfrentase.
La reina escudri la oscuridad en derredor, buscando algn movimiento en las sombras. Slo el mortecino fulgor del exterior, apantallado por la tela de la tienda, se
filtraba para alumbrar indefinibles formas, sin ms contorno que el que la imaginacin escoga trazar.
En un rincn de la tienda la luz pareci precipitarse, formando un jirn de niebla luminosa que temblaba buscando su forma. Su color cambi rpidamente al rojo,
hacindose cada vez ms brillante e intenso. El nuevo foco ilumin gradualmente su entorno. Al principio slo surgieron unas manos, que no cesaban de agitarse
apretando con fuerza el vaco. Cada gesto alimentaba la luz, y con ella se perfilaban las mangas, la tnica y la capucha del asesino. Cuando la reina reconoci su rostro
qued petrificada.
-Traidor! -murmur.
Zonzama continu con sus dramticos ademanes hasta crear una pulsante bola de fuego. Un gesto y la esfera se dividi en dos. Aprovech la sorpresa para
lanzarlas contra Chaoro y la reina.
Nadima reaccion tarde y mal, arrojndose al suelo en un desesperado intento por esquivarla. Chaoro corri hacia la salida, pero qued paralizado justo antes de
atravesarla. Sbitamente las esferas estallaron. Una espantosa bofetada de calor sacudi a sus vctimas, que se sintieron baadas por un caldero de aceite hirviendo. Sin
embargo la distancia no haba sido la adecuada e igual de rpido que sintieron la quemazn, el efecto se disip, dejndolos aturdidos pero ilesos. Sobre sus cabezas, los
candiles que haba colgados prendieron al instante y la onda de choque esparci parte del aceite sobre el suelo, regndolo de fuego, chispas y luz. Incluso el grueso
tronco que sustentaba la tienda luca una mancha de llama azulada en el centro.
Con aquella luz Nadima pudo ver el cuerpo de Zonzama partido en dos sobre un charco de sangre. Mir a su alrededor, sorprendida, buscando a su salvador.
Tifern entr con su espada desenvainada, levant del suelo a Chaoro, que aturdido trataba de apagarse pequeas llamas de su ropa. Decididamente Zonzama estaba
ms interesado en acabar con l que con ella. Por qu? Los dcuatil, pens. Sin Chaoro, la profeca del orculo no se cumplira y los dcuatil no podran ser
encontrados.
-Majestad!, el candil! -pidi Tifern.
La reina, saliendo de su estupor, obedeci. Sanjo se debata sobre unas sbanas rojas luchando por no caer en la inconsciencia. Una mano apretaba su cuello sin
poder contener la sangre que escapaba entre los dedos. La otra se afanaba en alcanzar algo de un montn de enseres mdicos desparramados a su lado. Tifern cogi una
bola de algo similar a la cera. En cuanto la reina le acerc la llama, el kaiya derriti unas gotas del ungento sobre la herida, ocluyndola de inmediato.
-Mi hijo! -dijo en un susurro. Su mano cay mientras sus ojos pugnaban por no hundirse tras los prpados.
Azuara se precipit sobre Taigo.
-No lo toques! -rugi la voz de Tifern.
-Pero, Tengo que quitarle ese cuchillo del cuello!
-Has visto la sangre?
Azuara se dio cuenta entonces de que apenas haba unas gotas sobre el lecho.
-No, no puede ser -balbuci mirando el profundo corte de la hoja.
-Alguien est usando el aura.
-S, pero quin?
Tifern cerr un instante los ojos. Despus los abri con desmesura.
-Tiene que ser l -dijo el kaiya.
Azuara comprob de nuevo la herida. El pual se haba incrustado profundamente. Era sencillamente imposible mantener la concentracin adecuada con una herida
as. Al menos para ella. Sin embargo la respiracin, su ritmo y las facciones relajadas correspondan a un trance. Sera por los nervios seccionados? Record que no; all
s que tena sensibilidad. Entonces se dio cuenta Azuara de lo cerca que haba estado de matarlo. Si l era quin impeda a su sangre salir a borbotones, deba de estar al
lmite de su capacidad de concentracin. Habra bastado un roce en la piel para desbordar sus sentidos y sacarlo de su estado.
Tifern puso su mano abierta a un palmo del cuello y cerr los ojos. Sorprendido volvi a abrirlos, para mirar a Azuara, que pareca en trance.
La kaiya no tena un dolor muy fuerte, aunque saba que no haca falta mucho para privarla de su poder. Sin embargo era Taigo. Tena que salvarlo. De inmediato
aisl el dolor en su mente, lo arrastr lejos de su conciencia, en un imaginario cajn oscuro donde no pudiera molestarla. No fue nada fcil, pero lo consigui. Su aura
rpidamente se proyect hacia el muchacho, conectando con l en la herida.
No hubo fusin esta vez. Todo lo contrario. Conforme Taigo perciba el avance de Azuara, rpidamente retraa su ser astral cuerpo adentro, entregndole el control
de la zona afectada. Ella se sorprendi al ver cmo l haba hundido la arteria alejndola del pual, permitiendo el flujo de sangre. A ella le fue ms fcil trabajar, pues no
tena que preocuparse si la sangre atenuaba su riego. Retir el pual muy despacio, y conforme la hoja iba abandonando su cuerpo, fue cegando los espacios vacos,
uniendo las paredes arteriales y la piel. No era experta en las artes curativas, con lo que al finalizar dej una fea cicatriz tpica de quemadura, orlada de una hinchazn
prpura. Pero funcion.
-Y mi padre? -pregunt angustiado.
-Est bien. No te preocupes. Ahora descansa.
Taigo se palp su herida.
-Auuu! Te voy a tener que ensear un poco de histologa -dijo Taigo incorporndose con la mano en el cuello.
Azuara lo abraz con todas sus fuerzas.
-No protestes. Te acabo de salvar la vida no? -dijo con ojos enrojecidos.
-As os ensean a curar en el ejrcito? -protest con sorna.
-Me has dado un buen susto. Cmo has podido concentrarte?
-Igual que t -dijo apuntando a la herida de ella-. Hace unos meses me habra sido imposible. Sin embargo ahora
-Tienes razn. Tambin yo me siento cada da ms capaz. Ser por?
Azuara se interrumpi al darse cuenta de cmo todos los dems se haban concentrado silenciosos en un lado de la tienda. Angustiada se acerc al pequeo corro en
derredor de Lusto. Su cuerpo yaca inerte sobre el suelo.
-Lusto! Lusto!! -dijo arrojndose sobre l. Sus manos lo agitaron, pero sus sentidos astrales le decan que aquel cuerpo estaba vaco. Se incorpor y lo mir con
tristeza. Taigo la abraz; saba que haba convivido varias semanas con el imperial. Azuara no derram lgrimas, pero ni sus ojos se despegaron del cadver ni sus labios
pronunciaron palabra en mucho rato. Los dems hablaron entre murmullos, consternados.
-Por qu lo atacara a l primero? No lo entiendo -dijo Nadima.
-Quizs fue el azar -contest Taigo.
-No lo parece. Detrs de l atac a los kainum, dejando por ltimo a los akai.
-No fue el azar, sino ad valorem. l deba ser el ms importante para ellos -dijo Tifern.
-Por qu? -insisti la reina.
-Temo que la respuesta a esa pregunta la hallaremos cuando entremos en el Imperio.
-El Orculo se lo advirti -record Taigo.
-No lo recuerdo bien. Qu le dijo? -pregunt Nadima
-Que no se alejara de Hardiamo. Si Lusto la hubiera obedecido
- ahora estara vivo -acab la reina.
Nadima volvi a repetirse las palabras del Orculo, como si de no hacerlo pudiera olvidarlas. Mir al otro cadver. Junto a l estaba el Peregrino. Con el fatuo
resplandor apenas poda ver su expresin, pero lo delat el brillo en sus ojos y sobre las mejillas. Le puso una mano en el hombro y le dijo:
-De verdad sientes algo por quien ha estado a punto de matarte?
Chaoro se limpi una lgrima y con la misma mano seal a Zonzama. Los prpados estaban desmesuradamente abiertos, los ojos parecan a punto de saltar, la
boca abierta con la lengua asomando cada. El puo cerrado all donde el torso se interrumpa en un tajo atroz. El resto no se poda mirar.
-De verdad no lo compadeces?
Nadima pens en lo que deba haber sufrido. Por un instante se vio a s misma en su lugar, y no pudo evitar deglutir. Se dio cuenta de que con ese gesto acababa de
responder al Peregrino.
-Me gustara saber si hay algn sacerdote o filsofo capaz de darme una razn, una con sentido, que explique la necesidad del dolor.
-No la hay -dijo el Peregrino-. Ni sacerdote, ni dios.

* * *

-Su eminencia, seguro que desea recibirles? El mdico ha sido muy explcito.
-No haca falta
Un ataque de tos interrumpi al Patriarca. Largos segundos de un gorgoteo que no pareca acabar nunca. El asistente esper asustado. El patriarca no se ahog,
aunque la flema lo intentaba. Despacio, fue recobrndose mediante trabajosas inspiraciones, que sonaban como el ronroneo de un gato. Al cabo continu:
- No haca falta ningn mdico para decirme cmo se cura un resfriado.
-Perdonad que insista, pero su, su
-Mi aspecto verdad? Ya lo s. No temis y dejad pasar a esos secretarios. Deseo hablar con ellos a solas.
El asistente baj de la tarima algo reticente. Conoca a su superior desde haca tiempo y jams lo haba visto tan demacrado. Sus pasos sobre la alfombra granate no
se oyeron. En el pasillo invit a dos desconocidos a que entraran y se alej. Nada ms hacerlo, cerraron cuidadosamente la puerta.
-Qu hay de Dakil? -odiaba hacer la pregunta, pero saba que era mejor mantener las apariencias.
-No ha habido suerte, santidad.
-Est bien. Dejadlo por ahora y concentraos en el prximo milagro.
-Qu deseis concretamente?
-Debe ser algo visible por todos aunque no necesariamente espectacular. La plaza mayor de Ratbilia es muy grande y estar especialmente concurrida.
-Nos ser difcil ocultarnos.
-Sin embargo esta vez la discrecin es ms que prioritaria. Debo advertiros que quizs haya kainum o druidas que intenten interponerse o desenmascararnos.
-Podemos hacerlo ms elaborado, de modo que ellos, por ms atentos que estn no puedan anticipar la accin. Y por otro lado sta, sea muy rpida.
-Os lo dejo a vuestra imaginacin. Pero no tardis demasiado, mi discurso ha de estar acorde.
-Tenemos tiempo no? Quiero decir que an debis reponeros.
-No! -dijo en tono expeditivo-. Mi enfermedad es un contratiempo secundario. Si es necesario viajar en litera. Pero el momento del discurso lo marcarn las
circunstancias. Vamos al paso de Naudral y de mis fieles. Cuando Ratbilia est pacificada y el clima popular est lo suficientemente caldeado, entonces apareceremos.
Un poco antes y nuestro esfuerzo tendr escaso fruto. Un poco despus y los omunodas y sus aliados nos echarn a patadas. ste ser un evento que har historia,
pues ser el punto de inflexin. Y eso, est ya muy cerca.

* * *

La luna llena converta las dunas en un mar de plata y sombras. Cualquier jinete poda divisarse con bastante distancia, mas aparte del pequeo grupo del general,
no pareca haber nadie. Frente a ellos, una montaa rocosa adverta que estaban en el centro de Haraiez.
-Maldito viento -mascull Hardiamo sin soltar su pipa apagada.
El oficial que oteaba a su lado el horizonte no se atrevi a replicar. Conoca bien a su general, y si maldeca era porque tena un humor de perros. No era para
menos. Llevaban tres semanas explorando aquel ocano de fuego y arena sin encontrar nada. Lo haban intentado todo, sin mayor recompensa que la piel quemada, la
boca reseca y una sensacin de prdida de tiempo espantosa.
Hardiamo, sin saber por qu, levant la vista al cielo. Miles de luceros le devolvieron la mirada desde todas partes excepto de una. Sobre la montaa, la silueta
oscura de una nube pareca haber estado ah siempre. A punto estuvo de bajar la vista cuando un atisbo de relmpago lo retuvo. Una tormenta? En pleno desierto?
Y qu?
-Al infierno! Nos vamos. Da la orden.
-Y esos brujos?
-O han usado sus artes para eludirnos, o algo peor -Hardiamo mir con gesto de fastidio hacia la nube. Los relmpagos no slo no dejaban de brotar, sino que
adems persistan. Jams haba odo de ningn relmpago permanente.
-Peor?
-Lo peor que puede suceder en cualquier alianza es que haya traidores. Y por lo visto en esta los hay.
La incandescencia no cesaba. Incluso pareca crecer. Un rumor extrao comenz a llegar a sus odos. Era un sordo repiqueteo, parecido al granizo pero menos
cristalino.
-Crees que estarn an vivos? -dijo el oficial refirindose al grupo.
-Eso depende del lado del que est el Orculo -y Hardiamo azuz a su montura.
Pareca que estaba lloviendo, o granizando, pero le sorprenda descubrir que casi poda ver las precipitaciones. Y eso era muy extrao de noche, por mucha luz de
luna que hubiera. El grupo sigui a su general hacia la montaa y todos pudieron ser testigos de unas palabras que Hardiamo ya haba odo, y que jams termin de
creerse, hasta ahora:
-Estn lloviendo piedras! -dijo el oficial.
Las palabras del Orculo se encendieron como el fuego en la mente del general. Alcanz el cuerno y lo hizo sonar tres veces. Todas las patrullas repetiran la seal
y galoparan hacia all. Pero pocas llegaran a tiempo de ver lo que ellos.
Al acercarse a la montaa pudieron ver cmo caan desde piedras pequeas hasta enormes peascos que estallaban con violencia. Los cascotes obligaron a los
espectadores a detenerse a una distancia prudencial.
Despus oyeron gritos. Desaforados. Proferidos desde el horror ms absoluto. Los experimentados soldados los reconocieron. Los haban odo antes en el campo
de batalla. Solan apagarse con el sordo impacto de una lanza, o el susurro metlico de la espada. En cambio, los de ahora, cesaban de golpe. Dejando nada ms que
silencio.
No obstante, esos no eran los peores. Estaban los otros. Otros que no eran humanos. Ni animales. Ni de nada que pudieran imaginar. Eran aullidos de gargantas
descomunales gritando desquiciadas por ltima vez. Aquellos gemidos se despeaban sobre las rocas rebotando en mil ecos antes de cesar en un brusco impacto.
Vieron los cadveres. Reventados, aplastados, desmembrados. Informes masas de escasa apariencia humana sobre crteres de arena ensangrentada. A unos
trescientos pasos contemplaron una bestia similar a un lobo gigante envuelto en llamas, aullando y retorcindose en el aire mientras se precipitaba hacia el suelo. El
impacto fue ms violento que el de las vctimas humanas. Se acercaron a comprobarlo, porque no podan creer que aquello fuera real. Y sin embargo all estaba,
despertando mitos, avivando leyendas y terrores primitivos.
La lluvia de carne y piedra arreciaba. Cada vez ms seres caan gritando. Cada vez las peas eran ms abundantes y grandes. Sin salir de su asombro, pudieron
apreciar cmo una isla de piedra emerga bajo la nube. Lo haca lentamente, o quizs caa como cualquier otra roca, solo que su tamao la haca parecer pasmosamente
lenta.
Hardiamo logr reaccionar a tiempo, espoleando su caballo con viveza. Aquello salv a su grupo, que escap de un peligroso xtasis contemplativo. No por ello
dejaron de ver cmo aquella isla caa. Al principio lentamente, como si algo la retuviera. Luego, en diferentes puntos se agrietaba y enormes pedazos se desgajaban
adelantando al cuerpo principal.
Cuando impactaban sobre la montaa o sus alrededores el estruendo era ensordecedor, y una nube de arena ocultaba por un momento sus restos. Al asentarse,
podan distinguir las ruinas de fantsticos palacios de cristal.
En el cielo la isla segua cayendo. Descubrieron que aquella incandescencia era un mar de llamas que devoraba su superficie. En torno a sta y sobre la misma, un
enjambre de diminutas figuras pululaban. Entre ellas, continuamente relampagueaban luces rojas y azules.
La lluvia de cuerpos pareci cesar. Fue justo cuando lo que quedaba de isla decidi por fin no demorar ms su inevitable fin sobre la montaa. El enjambre de
figuras se alarg vertiginosamente hacia el este, llevando en su punta las deflagraciones. El cuerpo principal sin embargo se dirigi hacia ellos. Eran personas, la mayora
exhaustas, aterrizando sobre el desierto abatidas. El general y sus compaeros respiraron aliviados al descubrir que ninguna de aquellas bestias las acompaaba.
El oficial mir a Hardiamo inquisitivo. ste le dio rdenes que extraaron a su subordinado, pero que no tard en obedecer. El general y una reducida escolta
avanzaron hacia los supervivientes mientras el resto de los jinetes se dispersaba al galope en diferentes direcciones.
Conforme se acercaban, Hardiamo pudo comprobar las caras de los que an respiraban. Lejos del alivio por seguir vivos, slo vea furia y tristeza. Aquellos brujos
parecan haberlo perdido todo excepto la vida. Ms lejos, desde las ruinas, se oan gritos y llantos desconsolados.
-General, parecen civiles -apunt su oficial-. Si son civiles no sobrevivirn en este desierto.
-A menos que los ayudemos.
El oficial quiso replicar, pero se abstuvo. Hardiamo lo comprenda. A l mismo le resultaba difcil tratar con brujos.
Un hombre con tnica carmes se acerc. No les sonri, ni siquiera alz una mano. Se detuvo ante ellos, con el rostro derrotado y los brazos cados.
-Imperiales? Disculpad pero qu hacis en mitad de Haraiez?
-Eso mismo me estaba preguntando yo. Soy Hardiamo, oficial del Imperio.
-Hardiamo?, el general? -una leve luz asom en sus ojos.
-S.
-Mi nombre es Minios.
-Ah! Lusto me habl de vos. Entonces ste era uno de vuestros refugios, supongo.
Minios asinti y su mirada cay en la arena. Hardiamo descabalg y encendi su pipa. Se acerc al kaiya y pronunci con voz suave.
-Es mucho lo que se ha perdido?
-Ms de lo que podamos permitirnos.
-Esto est muy lejos del frente. Asombra que hayan podido llegar tan lejos.
-Han sido fuerzas de lite rucainas -y su mirada se desvi hacia los restos de uno de aquellos lobos gigantes-. Saban dnde golpear. Fueron derechos a por los
talismanes que sostenan la ciudad.
-Al menos podris contar con mis hombres para evacuar a toda vuestra gente.
-Es verdad. Debera estar contento, y dar gracias al Divino por vuestra presencia. Sois el nico aliado akai capaz de ayudarnos y estis aqu, increblemente estis
en el lugar y en el momento en que ms os necesitamos. Es un milagro! -Hardiamo pens en el Orculo-. Pero -Minios se gir hacia las ruinas y elev las palmas con
impotencia. Los pedazos de Silkara brillaban entre la arena. La perfeccin de sus edificios ahora slo era una sugerencia sobre unas grietas grotescas. Sus jardines
pendan inclinados dejando a la vista vigas incompletas y celosas astilladas. Las llamas brillaban por doquier, exhibindose a travs de las paredes transparentes,
fundiendo el vidrio para retorcerlo y cebndose en las enredaderas- no puedo
Minios se dirigi a los suyos. Al poco estaban todos rebuscando entre las ruinas vasijas, agua y prendas para soportar el clima del desierto. No haba tiempo para
nada ms antes de que saliera el sol. Ni siquiera podran enterrar a sus muertos, aunque a ms de uno le hubiera gustado estar entre ellos.
Silkara yaca quebrada, como los corazones de aquellos que haban sabido amarla, o ms bien se haban dejado atrapar por su embrujo. Un hechizo sobre
hechiceros. Una trampa de almas sobre su tumba de cristales rotos, para acompaarla como amantes fieles a las eternas arenas del recuerdo.

* * *

Tifern lea en la tienda mientras esperaba a Nadima. Las palabras de una lengua muerta se deslizaban ante sus ojos mientras su mente saltaba a otras cuestiones.
Haba hecho bien dejando partir solo a Sanjo o debera haber enviado a uno de sus hombres con l? No temi por su salud. Cuando se despidieron aquella maana
pareca plenamente recuperado. Y desde luego era un hombre capaz. Minios haba elegido bien. Sin embargo, si Tenkar andaba detrs del lumen
Tenkar. Siempre Tenkar. Haba visto los signos en el templo de Saifel. La nueva hgira haba comenzado. l acudira. Pero esta vez lo cazaran. Tras tantos siglos,
lo haban conseguido una sola vez, y lo dieron por muerto. sta, lo destruiran para siempre.
Taigo apareci con un bulto bajo el brazo y lo sac de su ensimismamiento.
-Recordad, yo no os he dado esto, lo encontrasteis vos.
-Tranquilo, ya lo he jurado y no olvido mis juramentos. Pero dime, dnde se supone que lo he encontrado?
-En la casa de Dogantes.
Tifern entrecerr los ojos y luego mir el objeto. Lo desenvolvi con cuidado y su cara se llen de asombro y de placer.
-El original! Es el original de mi! -se interrumpi bruscamente-. Lo has ledo, verdad?
-Habla de Tenkar, y tambin tambin habla de
-Tcnicas de combate. Lo s, Taigo.
-Cmo lo sabis?
-No puedo decrtelo todo. Como te he dicho, suelo cumplir mis promesas. Pero s puedo contarte que an hay muchos que seguimos lo que Dogantes inici. Hay
ms copias de este manuscrito de las que imaginas, pero ste, el original, lo perdimos hace siglos. Gracias, Taigo. Pero por qu el juramento?
-Perdonad, pero espero que nunca lo averigis. Disculpadme.
Taigo se march al tiempo que Nadima apareca, secndose la cara y con la respiracin agitada. Tifern observ a Taigo pensativo, luego mir el libro, lo envolvi
de nuevo con un cuidado exquisito, y entr en la tienda tras la reina. Ella se tumb y cerr los ojos como tantas otras veces, y l se sent a un lado, esperando. Su mente
vag pensando en Taigo y en el libro, imaginando qu podra haber obligado al muchacho a obrar con tan severa discrecin. La voz de la reina lo distrajo.
-Y cmo es que t no puedes contactar con ella?
-Es una cuestin de intimidad. Yo soy un completo desconocido, t sin embargo me has contado que
-Ya, ya. Seguro que es la nica forma? -dijo la reina algo cansada.
-S -respondi con paciencia Tifern.
-Es que llevamos nueve das con esto de la meditacin y sigo sin sentir nada.
-Patientia prima virtus est.
-La paciencia es la mejor virtud, ya lo s.
Nadima sudaba copiosamente tras el intenso ejercicio fsico. En la penumbra de la tienda, comenz a sosegar su respiracin y relajar sus msculos. El corazn an
le lata ms rpido de lo necesario, lo cual provocaba un curioso efecto. Se senta ms viva, sustancialmente ms despierta y activa de lo usual. El contraste con un
cuerpo que pretenda aletargar se haca ms intenso a medida que profundizaba en la meditacin.
Fue siguiendo los pasos que le enseara Tifern uno a uno, jalonando cada etapa con mayor presteza de la habitual. Al fin lleg a ese punto del que hasta ahora
nunca haba pasado. Era un terreno desconocido para ella, un lugar hermano de los sueos donde poda ver sin abrir los ojos. Logr mantenerse consciente mientras
interactuaba en aquella nueva realidad. Lo primero que intent fue coger aquella espada, y no pudo. Record entonces los consejos del kaiya, y simplemente dese estar
junto al arma. En vez de eso, se encontr de golpe ante una puerta. Nuevamente trat de mover sus manos para abrirla, sin conseguirlo. Se disgust consigo misma y
volvi a intentarlo sin ms instrumento que su voluntad. Esta vez funcion.
Entonces apareci l.
Era tal y como lo recordaba en sus sueos. Su armadura especular. Sus facciones surcadas por el dolor. Con una mueca de sonrisa pretendi emitir un clido saludo
desde donde la tristeza pareca reinar.
-Mi seora? -sinti Nadima, ms que oy. Estaba segura de que no haba palabras en el aire, sin embargo poda leer con claridad los pensamientos de aquel ser
como si fueran suyos.
-Si? -respondi en un pensamiento.
-Por fin, mi reina. Pues vos sois la prometida para dar paz a mi alma.
-Prometida?
-Llevo siglos encerrado en esta crcel de metal. Es mi penitencia, mi sacrificio por Lucinia. Con vos al fin descansar.
-No os entiendo.
-Hace siglos vend a mi pueblo por esta espada. Era ambicioso y pens que una vez que lograra el poder, cambiara todo, y subsanara las heridas que por l
infligiera. Sin embargo no fue as, y vi a mi gente sufrir la tirana, el saqueo, la esclavitud y mil muertes mientras yo slo tena un pedazo de acero vaco. Esta espada.
Un instrumento poderoso si alguien se sacrifica en l, pero que slo puede servir por amor a su dueo. Demasiado tarde lo comprend.
-Azdamur! T eres Azdamur -dijo de repente Nadima, sorprendida de descubrirlo-, el rey maldito -el caballero asinti-. Pero entonces llevas -Nadima no lleg a
acabar la frase.
-Demasiado tiempo demasiado tiempo lleva llamndome la tumba. Mi deseo de descansar me quema las entraas como fuego lquido y an as, no siento que
mi deuda haya sido pagada.
-Entonces la supersticin que rodeaba la espada era cierta?
-Durante todos estos siglos hice cuanto pude por Lucinia. Desde aqu puedo ver con claridad cosas que ni los ms sabios intuyen, pero mi poder est limitado a lo
que alcanzo desde esta hoja. T eres la primera persona con la que me comunico y segn me cuenta el Destino, la que mi libertar.
-Cmo? Quieres que destruya la espada?
-Nada de eso. Adems, mis intervenciones como sabes han transformado el arma en un smbolo. Lo necesitars para reinar. Para escapar de aqu slo basta mi
deseo.
-Entonces, por qu permaneces?
-Porque mi poder unido al tuyo se precisa para salvar Lucinia de un ltimo y mortal peligro. Ser mi ltimo sacrificio por vosotros. Slo entonces podr
perdonarme.
-Ese peligro es la amenaza rucaina?
-S. Hemos de desarrollar nuestra coordinacin para que esta espada llegue a servir con su mximo poder cuanto antes.
-Pero yo debo regresar a Lucinia. No puedo ausentarme ms de lo necesario.
-Lo s. Habrs de confiar en m y dejarme guiarte a travs de las encrucijadas del destino, golpeando a nuestro enemigo donde nadie ms que nosotros puede. Y
para eso queda muy poco tiempo.
-Acaso puedes ver el futuro?
-S.
-Entonces deberamos decrselo a estos kainum aliados y
-No. Mi poder es local. Presiento circunstancias relacionadas conmigo o los mos, ya estn ocultas en el espacio o en el tiempo. Puedo prevenirte de cualquier
peligro que te aceche a ti, mi reina, pero en los dems mi visin se diluye.
-Entonces qu utilidad tendr aqu, lejos de Lucinia?
-Debemos atacar a nuestro enemigo ahora, pues cuando alcance nuestras fronteras ser demasiado tarde.
-Pretendes que t y yo solos, nos enfrentemos a miles?
-Nos infiltraremos entre ellos y los atacaremos en sus puntos ms dbiles. Confiad en m, mi reina. Dejadme limpiar mi alma, os lo suplico.
Nadima deseaba volver junto a Lintor, aportar su esfuerzo a una nueva Lucinia. Pero la realidad era que no estara viva de no ser por Azdamur y que no habra
nacin en la que vivir si aquellos rucainas continuaban avanzando.
-De acuerdo. Tan slo espero que no manches la ma.
Fuera, Tifern esperaba. La reina tard un tiempo en abrir los ojos.
-Y bien? Al fin has contactado no?
-S.
-Qu es? -Nadima qued sorprendida por la pregunta.
-Querrs decir quin es no? -ahora fue Tifern el sorprendido-. Azdamur. Un rey maldito, pero su historia no importa ahora.
-Qu te ha dicho?
-Quiere que nos infiltremos entre los rucainas y los ataquemos.
-Nos?
-l y yo. Seremos el cmo dijo? buthum? no, buthus inter funali?
-El escorpin entre las araas. Esa expresin s que es antigua.
-Es suya. Lleva siglos deseando actuar. Necesitamos tu ayuda.
-Siglos?! -Tifern dej la boca abierta, tard unos segundos en continuar-. Siglos -murmur-. Est bien, majestad, os ayudar.
-Sabes si sufre mucho?
-No es exactamente dolor, no como lo conocemos nosotros. Ojal lo fuera, al dolor te acostumbras.
-Entonces?
-Imaginad todos los deseos que podis sentir en vuestro cuerpo: la sed, el hambre, la fatiga, el sueo, todos. Sumadlos y an estaris lejos de la ansiedad que un
alma siente por alcanzar el descanso.
Nadima entrecerr los ojos, crispando la expresin en una mueca de espanto.
-S, majestad. Sin duda es un ser muy especial. Y vos no habris de serlo menos pues los ejercicios que os esperan ahora os harn parecer balad los anteriores

* * *

Odiaba el asqueroso sabor de aquel brebaje. Tambin odiaba su color ambarino, y hasta su aroma floral le hera como el ms pestilente efluvio de zahrda.
Se hallaba hundido en su silln de piel, hastiado de su suave textura y magnfica artesana. La mejor pieza de los peleteros de Daza se converta para l en una celda
donde se encerraba todo su aciago mundo.
Odiaba aquel cielo que arda con el sofocante sol de sobremesa. Su luz derrotaba a unas espesas cortinas que apenas lograban mantener la penumbra. Sus ojos
quedaban cautivos de aquellas manchas de luz que con lentsima parsimonia iban recorriendo la habitacin, arrastrando consigo al tiempo, y muriendo con el rojo sangre
del ocaso.
Cmo odiaba las tardes!
Era el nico momento del da en que estaba desocupado, y por tanto, indefenso ante sus pensamientos.
Las maanas eran otra cosa. Sus deberes le proporcionaban una excusa para trabajar. Desde la madrugada ya estaba maquinando nuevos ejercicios para las ociosas
tropas. Analizaba la marcha de cada disposicin: los expolios de armas a las tribus prximas, la construccin de la nueva carretera y sus puestos de guardia, la
constitucin de una red de informadores entre los hicunos, el fortalecimiento de las relaciones con los nuevos cabecillas
Pero aquellas insoportables tardes caa en su silln, incapaz de dormir a pesar de aquel brebaje e incapaz de dominar una mente que se precipitaba en sus lacerantes
recuerdos. Unos recuerdos en los que estaba ella, y que aquella estancia vaca no haca ms que gritar su ausencia. Cada objeto que lo rodeaba le evocaba a Nadima, su
reina. Y l los odiaba por ello.
De pronto unos golpes sonaron en la puerta.
-Adelante! -tron. Un soldado entr temeroso.
-Mi seor, hay nuevas preocupantes.
-Espero por tu bien que lo sean tanto como para tener que molestarme -el soldado trag saliva pero continu:
-S, mi seor. Su alteza recordar los rumores sobre robos de ganado que ha habido ltimamente.
-Esa es la noticia? -dijo Lintor en tono amenazante.
-No del todo, mi seor -el soldado sudaba-. Entonces no informamos de los rumores.
-Qu rumores?
-Bueno, ver su alteza, entonces nos parecieron ridculos y cuentos de vieja. No podamos informar de lo que parecan supersticiones
-Basta de rodeos! Qu rumores soldado?
-Monstruos, alteza.
-Monstruos?
-S. Algunos decan haber visto un monstruo por la noche, que acechaba en la oscuridad. Unos decan que pareca un guila gigante. Otros que era mitad reptil,
mitad murcilago. Otros que era tan grande como una casa, y otros que como una catedral. En fin, no parecan coincidir hasta hoy.
-Qu ha ocurrido hoy?
-Bueno seor, el capitn me ha mandado a m para informaros pues fui el que estuvo ms cerca. Estbamos reconociendo la sierra nordeste, buscando un buen sitio
para la nueva lnea de atalayas. Y entonces todos lo vimos.
-El qu?
-Pues a la bestia, el monstruo o lo que sea. Dudo que esa cosa tenga nombre.
-Descrbemela.
-Efectivamente tiene alas, y garras y su piel parece escamosa. De tamao yo dira que es ms alta que una casa de tres pisos, y si contamos la cola es casi tan larga
como el consistorio. Tiene cuatro patas y una cabeza con un cuello bastante largo. La apariencia en general es de una mezcla entre guila, murcilago y lagarto. Sobre
todo se parece a ste ltimo.
-Algo tan grande debe necesitar mucho alimento.
-S seor, la vimos comer. Devor una vaca entera en menos de cinco minutos. La observamos bien, pues desde donde estbamos la criatura no poda vernos.
-Qu hizo despus?
-Se meti en una cueva. Parece ser que descansa all.
Lintor apoy su cabeza sobre sus manos entrelazadas en gesto pensativo. Luego respondi:
-Muy bien, soldado. Haced un mapa lo ms preciso posible del lugar donde se halla esa cueva. Incluid en l los lugares desde donde se puede acceder sin ser vistos.
Realizad tambin un informe, vos y vuestros compaeros, donde reflejis los posibles puntos dbiles del monstruo. Y llamad a mi ordenanza.
-S, alteza.
Su semblante haba pasado de hurao a preocupado. Jams se haba odo hablar de monstruos vivientes como aqul. As que de dnde haba salido aquella bestia?
Mientras le daba vueltas agradeci tener al fin problemas que le dieran un poco de paz.

* * *

El ataque de Naudral fue sorpresivo y violento. Nadie lo previ, hasta que fue demasiado tarde. Ratbilia, la capital del imperio, fue tomada en una noche; y
purgada, mutilada de sus prebostes, a lo largo de treinta sangrientos das.
Ratbilia, la ruidosa, ahora era la ciudad de los susurros, la de las conversaciones a media voz, la de los sollozos solitarios en la noche. Ratbilia, la bulliciosa, ahora
pareca dormida, presa de una pesadilla donde sus calles se desangraban, sus plazas apenas se poblaban de da, y donde nadie se atreva a salir de noche. Ratbilia, la del
mercado de almas, se haba quedado sin sacerdotes, pues la mitad de ellos descansaba bajo tierra y la otra mitad an no haba dejado de huir. Ratbilia, la ciudad del
placer, se hera de gritos, espadas ensangrentadas y entrechocar de armaduras.
Cuando al fin las purgas cesaron, nadie se acostumbr a la nueva normalidad. Pareca una paz de mentira, una nueva trampa perpetrada por el horror que se haba
acomodado en sus corazones.
Y entonces lleg Moula. Lo hizo cuando tantos clamaban buscando seguridad, paz, un baluarte ante el sonido metlico de los soldados y sus ojos sombros. No
pasa nada, deca su mirada. Todo sigue como siempre, prometa su sonrisa. Pase arropado por la multitud en las horas ms activas de la maana, contagiando risas
y loas apasionadas, pisando las flores que le arrojaban.
S, pens Moula, todo est saliendo de acuerdo al plan. Se senta como el timonel de un descomunal navo que avanzaba a todo trapo aplastando las olas. Olas
de sangre vertida por su mano y sus palabras. Con toda la intencin. Con todo el conocimiento. Y por tanto, con toda la culpa.
Una vez instalado en sus aposentos hizo llamar al capelln de palacio. Un hombre obeso y de ojos saltones se arrodill para besar su anillo. Volvi a incorporarse
con esfuerzo y acept el silln que se le ofreca. Un asistente se acerc con dos tazas de mosto caliente en una bandeja. El capelln lo rechaz educadamente, pero sin
sonrer ni una vez.
-Ni siquiera habis mirado los pasteles -observ Moula-. Eso no es normal en vos, capelln.
-Sois muy observador, Santidad. Despus de estos das espantosos, no soy el mismo.
-Habis temido por vuestra seguridad?
-Oh, no! Siempre supe que a m no me ocurrira nada. Pero lo que he visto a mi alrededor
La mirada del capelln cay al suelo, sus ojos saltones brillaron hmedos. No pudo evitar un profundo suspiro.
-Por favor, comenzad desde el principio, con la toma de Ratbilia.
-S, Santidad. Fui de los primeros en entrar en el alczar una vez asegurado. Fue horrible Santidad. Haba sangre por todas partes. Y cadveres. Aquellas caras
Pero lo peor eran los gritos de los moribundos. Se le metan a uno en la cabeza y se repetan sin parar -el capelln se detuvo un momento, con otro hondo suspiro-.
Confieso que a veces me pregunto cmo el Divino puede permitir todo este sufrimiento.
-l nos hizo libres. Nosotros somos los responsables.
-S, s, ya s, Santidad. Pero a veces me pregunto si si no s quizs
-Volved a vuestro relato, por favor.
-Por supuesto, Santidad. Bien, deca que aquello era un horror, y sin embargo los soldados de Naudral sonrean. Gritaban de alegra.
-Es natural. Haban sobrevivido a la batalla.
-Ya. Pero tambin es natural orinar sobre los cadveres? O ensaarse con un prisionero gritando Sufre, escoria pagana!? Mataron a muchos que ya haban sido
desarmados. Haba odio, Santidad. Y tambin, cmo lo llamara? Fervor? No
-Fanatismo?
El capelln arque las cejas.
-Eso no es correcto decirlo de nuestro credo, Santidad. Pero se era el sentimiento.
-Lo visteis tambin en Naudral?
Los ojos del capelln se fueron de un lado a otro mientras su cabeza oscilaba.
-Mmmm sus gestos decan que s. Palmeaba a sus soldados, les sonrea y todo eso. Pero para alguien que lo conoce como yo creo que no participaba de eso,
Santidad.
-No se puede decir que a Naudral le falte fe.
-No creo que sea por eso. l conoca bien a muchos de los que ha matado. Cada vez que acuda a la capital tuvo que conversar con ellos y me imagino que alguno le
caera bien. No creo que le haga feliz matar amigos.
-Pero no poda reflejar esa tristeza verdad?
-No. Y si lo conozco bien, le tuvo que costar fingir. Naudral es un hombre ambicioso, pero moral. Debe tener un elevado sentimiento de culpa por todas esas
muertes. Estoy seguro. Quizs ahora le parezcan muy caras sus conquistas. Incluso que dude de si merece la pena continuar.
-Continuar. Ahora no puede volverse atrs -dijo Moula convencido. Le falt aadir que era una de las cosas por lo que lo haba elegido, pero no era algo que
pudiera compartir con el capelln-. Y cmo es que fuisteis de los primeros en entrar?
-El propio Naudral me llam para que hiciera de testigo. Unos soldados me escoltaron hasta un despacho de palacio. All estaba el emperador, acurrucado en un
silln y rodeado de soldados. En cuanto me vio pronunci las palabras de cesin de poderes y firm todo lo que le pusieron por delante. Fue muy triste, Santidad. Ya
sabis, no haba ninguna espada en el cuello del emperador, y no puedo testificar que hubiera ningn otro elemento de coaccin, pero no dejaba de temblar, no se atreva
a alzar la vista, y ni siquiera lea los papeles que le daban para firmar.
-Naudral no es el primero que se hace proclamar valido de esa forma.
-O emperador. Y un emperador tradicionalista y creyente resultara muy valioso para la Comunidad no creis Santidad?
-Naudral no se ha proclamado emperador.
-Por supuesto. Slo el Patriarca, es decir, vos, podrais coronarlo.
Si el capelln hubiera sonredo, habra sido una insolencia y una acusacin demasiado descarada para ser tolerada. Pero no. No haba sonredo ni una sola vez.
Aquel hombre pareca haber olvidado sonrer. Y por ello Moula se sinti aun ms culpable.
* * *

No mucho despus Ratbilia fue sitiada. Frente a la entrada se erigi una lujosa tienda. Una isla de luz entre sombras nocturnas, sembradas de ojos hambrientos de
esperanza. Una que dependa de los dos hombres que en el interior hacan bailar los dados de su futuro:
-Debes abandonar. Si intentas el asalto habr una masacre. Este castillo es inexpugnable, siempre fue rendido por hambre. Y esta vez el tiempo corre a mi favor -
dijo Naudral.
-A tu favor? Eres t quien est sitiado -respondi Hardiamo apuntndole con su pipa nueva.
-Sabes que no puedes mantener el sitio. Tu fuerza viene de los veleidosos feudos perimetrales, con los que seguramente habrs negociado una mayor autonoma. La
ma, viene de los centralistas, que conforme vean que aguanto, se sentirn ms tentados de unirse a mis filas.
-Un magnfico cuadro. Casi me haces desear estar en tu bando, a pesar del hambre y de una peligrosa poblacin que en cualquier momento puede volverse en tu
contra. -Naudral sonri.
-Muy bien, las piezas estn puestas en el tablero. Y tu primera jugada ha sido esta reunin. Qu deseas Hardiamo?
-No todas. An falta una pieza.
-No te tires faroles, no dar crdito a nada que no confirmen mis fuentes.
-No es ningn farol, y tus fuentes seguro que te han advertido ya -Naudral entrecerr los ojos inquisitivo. Ante su silencio Hardiamo prosigui-. Estoy hablando
de la amenaza rucaina, los brujos del oeste.
-Ja! Me vas a salir con una de brujos! Y pretendes que me trague esa trola? S, nos han llegado refugiados del oeste. Por all debe de haber algn tirano carnicero
que est infundiendo el terror en las gentes. Pero quin puede creer las palabras de la turba asustada?
-No son cuentos Naudral. Adems, no tienes por qu creerme. Dispones de los informes en la casa ministerial. Cualquiera de los oficiales a los que hayas
capturado te habr hablado de ellos.
-Qu casualidad! Me hablas del nico edificio que fue sospechosamente incendiado durante la conquista y cuyos responsables o bien murieron en el incendio o
bien se suicidaron heroicamente por su imperio. Una informacin que debas aprovechar segn veo. Pero poco me conoces si crees que me puedes engaar.
Hardiamo se qued en silencio por unos instantes. No dej traslucir ninguna emocin, pero pregunt:
-Dime, cmo se suicidaron?
-Unos se arrojaron sobre su espada, otros desde un tejado, otros se ahorcaronetc.
-Y no te result sospechoso?
-S, s. Ya hemos pensado en eso. No es habitual elegir esas formas de suicidio a menos que se est desesperado. Eso significa que existe un secreto demasiado
terrible para ser revelado. Es algn arma poderosa Hardiamo? Si se trata de eso, y est en Ratbilia, no dudes que la hallaremos.
-No es ningn arma, estpido. Tu ciudad est plagada de brujos, y han aprovechado la confusin de la batalla para eliminar a aquellos que estaban al tanto.
-Al tanto de qu?
-Acaso creeras algo de lo que te dijera?
-Por supuesto que no. Pero tengo curiosidad de hasta dnde ha llegado tu imaginacin.
-Est bien. Lo que te voy a contar se lo puedes preguntar a cualquier refugiado. Contrasta sus historias y vers que todas coinciden en lo fundamental. Los brujos
han vuelto. Se hacen llamar rucainas, pero siguen utilizando la misma magia prohibida, slo que en estos siglos la han mejorado. Ahora no son unos cuantos brujos con
un ejrcito mercenario bajo su poder. Ahora todos son brujos. Adems estn unidos y disciplinados en una jerarqua militar. An nadie sabe lo que quieren, pero hasta
ahora no han hecho ms que masacrar todo lo que encuentran a su paso. Tras ellos slo dejan campos incendiados, y estn avanzando ms rpido de lo que ningn
ejrcito lo haya hecho jams.
-Suponiendo que lo que dices es cierto, qu propones?
-Un imperio unido que pueda encabezar una alianza.
-Un imperio fuerte y unido lo que una vez soamos recuerdas Hardiamo? Lo que nunca dijimos era quin estara sobre el trono.
-Yo soaba un imperio mejor, no con el de los recuerdos de nuestros padres, y sobre todo no con un regente ilegtimo.
-Vamos Hardiamo. Qu te duele? Qu no hayas tenido la audacia de haberlo intentado t antes? S, lo admito. Me agrada verme sobre el trono. Y ahora qu?
Piensas liderar una guerra slo por eso?
-La guerra no la inici yo. Fuiste t quien la desencaden, y fuiste t quien provoc el cargo que ahora ocupo. Pero no voy a continuarla por discutir quin se
sentar en el trono. Ni t ni yo. Pactaremos un Consejo elector y que otro lleve las riendas.
-En serio crees que voy a trocar todo lo que he arriesgado y conseguido para cederlo ahora? As, por las buenas?
-Lo que has conseguido hasta ahora es un montn de muertos y poner tu cuello bajo el hacha del verdugo. Lo que yo te ofrezco es mucho ms que una salida.
-Cuando sea mi verdugo el que amenace tu cabeza te recordar estas palabras.
-Si seguimos as, lo que pasar seguro es que morirn un montn de buenos soldados que se echarn de menos cuando llegue el verdadero enemigo. As que qu
hace falta para que aceptes la paz?
-Es fcil: la regencia.
-Aunque no la mereces, ni ests en situacin de exigirla, creme: yo la aceptara. Pero estoy convencido de que los feudos que acaudillo no. As que eso es
imposible.
-Aceptaras? Tan desesperado ests?
-Tan desesperada es la situacin.
Por primera vez en todo el rato Naudral dud. Pero no esper demasiado antes de responder con gravedad:
-Si no tengo el trono, morir en el intento.
-Tan poco te importa la gente? Ni el hecho de que aunque lo consiguieras, duraras el tiempo que los rucainas tarden en pisar tu frontera?
-Si me has mentido significa que algo ocurre como para estar tan desesperado que me supliques la paz. Quizs haya insurrectos en tus aliados, o quizs los mos
estn ganando. Como estoy cercado no puedo saberlo, pero s que es una oportunidad que he de aprovechar.
-Y si es cierto?
-Es la opcin ms improbable. Y en el caso de que aceptase algn Consejo elector como dices, t y yo estaramos disputndonos el poder entre bastidores, y yo
me estara arrepintiendo de no haberlo solucionado cuando tena la ocasin, o sea, ahora. Eso, si un oportunista no nos quita de en medio antes.
-Eres un terco ambicioso! Te estn manipulando para que nos desangres en una absurda guerra y t les sigues el juego!
Naudral sonri ante el insulto. Era raro ver a Hardiamo exaltado, as que muy mal deban irle las cosas. Su primera tesis ganaba fuerza y su mente no haca ms que
especular con las expectativas. Hardiamo por su parte haba abandonado del todo su tono conciliador del principio, casi humilde y ahora sonaba autoritario y
amenazador:
-Tienes una semana.
-Una semana para qu?
-Para que interrogues a esos refugiados si te da la gana y para que lances una oferta mejor. Si no, preprate para un asalto como jams has visto.
-Preprate t para contar las tumbas de tus muertos.

* * *

El ballestero tmaro acariciaba el escorpin mientras intentaba controlar su miedo. Existen muchos tipos de miedos. De entre todos, el ballestero crea que el miedo
a la muerte, aqul que se saborea en el albor del combate cuando se est en primera lnea y se ven a cientos de guerreros gritar enloquecidos mientras se abalanzan contra
uno, se, con diferencia, era el peor. Pero an no haba vivido este da para descubrir lo equivocado que estaba. No conoca esos oscuros rincones que las leyendas y
cuentos labran en las mentes infantiles ni cmo sobreviven aletargados. No saba hasta qu punto los rumores odos hasta ese da haban ido acrecentando aquel terror
atvico. Pero lo peor era la incertidumbre, el no tener idea de cuntas formas de horror era capaz aquel ser demonaco, ahora absolutamente real. l no tena demasiada
imaginacin, pero daba igual. La vasta coleccin de tormentos posibles se quedaba corta al lado de la inimaginable, la inasible.
La frialdad de la noche no era nada comparada con el glido escalofro que se haba instalado en su interior. Un temblor se adue de sus enguantadas manos y
rpidamente las pos sobre algo, para que su compaero no lo descubriera. Era luo. Un tmaro y un luo agazapados bajo una lona, al mando de una ballesta
descomunal e intentando cazar un monstruo imposible. Qu clase de plan era ese?, pens. Mir de soslayo a su compaero y comprob que estaba tan paralizado
como l. Si fuera tmaro ya le habra propuesto desertar, pero no, era luo. Seguro que aquellas cabezas pensantes de sus mandos lo haban ordenado as a posta. S,
muy listos esos cabezas pensantes, se dijo, que nunca urden planes en los que estn ellos delante de un monstruo.
Un ligero viento lo sac de sus pensamientos y observ a travs de la rendija. Las reses se movieron nerviosas en su corral. Llevaban as toda la noche. Seguro que
no estaban acostumbradas a oler tanto miedo. Sin embargo esta vez escrut con ms atencin el cielo. Al principio no descubri nada. Despus se fij en la ausencia de
estrellas en una zona determinada. Cuando la luz de la luna perfil las alas de la criatura ya la tena casi encima.
Se qued bloqueado, completamente paralizado, mientras aquel monstruo enorme posaba sus fuertes patas suavemente sobre el suelo. El terreno se hundi como si
fuera barro bajo su peso. Pleg las alas con elegancia y naturalidad. Con una de las garras delanteras cogi una res.
El ballestero estaba como en un sueo, o mejor dicho, una pesadilla. Su pnico le haba dejado de piedra. Quizs se habra quedado as de no ser por los mugidos
desesperados de la res, que les hizo reaccionar tanto a l como a su compaero.
La disciplina y el entrenamiento gobernaron la ejecucin de la maniobra. Rpidamente giraron y apuntaron el arma hacia donde suponan que se encontraba el
corazn de la bestia. Dispararon y las cuerdas impulsaron una saeta descomunal.
El monstruo detect el movimiento de los soldados pero cuando se apercibi del disparo era demasiado tarde. Apenas le dio tiempo a girarse un poco, recibiendo
en un hombro lo que iba encaminado a su pecho. Mas cuando todos esperaban que el formidable proyectil atravesase de parte a parte el cuerpo de la bestia, no hizo
sino incrustarse levemente. La fuerza del impacto fue absorbida por las escamas, y resultaba difcil evaluar el dao ocasionado.
Lo que ocurri a continuacin fue extrao y confuso para los que estaban emboscados, pero absolutamente lgico para Lintor, que desde una atalaya observaba
atentamente.
Una extraa nube de polvo se levant en la plaza rodeando y ocultando a la criatura. Dos bolas de fuego surgieron de aquella nube para impactar de lleno en los
otros dos escorpiones que quedaban. Despus, cuando ya no quedaba defensa posible para los atacantes, en vez de descargar una venganza sangrienta sobre ellos, cogi
a dos reses y se march volando.
El prncipe no esperaba aquel comportamiento. As que azuz a su cabalgadura y parti raudo. Dudaba de si llegara a tiempo pero tena que intentarlo. Agradeci
la buena marcha del camino real y sobre todo la lnea de puestos de guardia en activo. Cambi de caballo en cada puesto manteniendo el galope en la mayor parte del
camino, y en apenas hora y media lleg a la cueva. Temi lo que encontrara all, pero la suerte pareca haberle sonredo.
La criatura an no haba entrado en su guarida, yaca tendida a la entrada, comiendo desapasionadamente sus presas.
Era el momento de hacer lo que haba pensado, lo que su intuicin le deca que deba hacer. Sin embargo, ahora no pareca nada fcil.
Quizs, si Nadima estuviera all, su estado de nimo hubiera sido otro, ms sosegado, menos temerario sin duda. Pero tras meses sin su presencia era capaz casi de
cualquier cosa. Y sta, de salir bien, sin duda mereca la pena.
Mientras cabalgaba al descubierto intent darse nimos con todas las razones que parecan cristalizar en aquel descabellado plan. Haba estudiado durante semanas
el comportamiento del monstruo, los detalles de cada avistamiento, y sobre todo lo ocurrido aquella noche. Todo pareca encajar, deba de estar relacionado. Sin embargo
a cada paso que lo acercaba a la inmensa criatura lo haca ms consciente de su extraordinario poder y de su absoluta inseguridad, y todo se replanteaba de nuevo en su
cabeza.
Cuando estaba a unos doscientos pasos la bestia lo mir, provocando una ola de pnico en el prncipe, no obstante ste continu. Pronto el caballo oli la sangre o
quizs percibi el miedo de su seor, y Lintor tuvo que doblegarlo con serios esfuerzos para que continuara avanzando. Sus ojos estaban clavados en los de la criatura,
esperando en cualquier momento que sta lo atacara.
Pero nada de eso sucedi.
Cuando lleg a unos treinta pasos se detuvo. Era lo ms que poda acercarse sin daarse el cuello de mirar tan arriba. Ante s, una autntica montaa de msculo y
hueso vestida de escamas le sonrea con unos colmillos imposibles de ocultar. Le pareci la sonrisa sempiterna de un reptil: inexpresiva, imprevisible, aterradora. Sobre
aquellas fauces sangrientas haba unos ojos inquisitivos que daban alguna esperanza al prncipe. ste desenvain su espada lentamente, fulgiendo con la escasa luz que
poda absorber de las estrellas.
Dentro, en la caverna, dos voces humanas murmuraban tanteando el umbral de lo audible.
-Qu demonios est haciendo?! -dijo uno de los soldados.
-No lo ves?, enfrentarse l solo al monstruo.
-Eso es imposible!
-Nada es imposible para el heredero de Tamaria -dijo el soldado con orgullo.
-Veo que la estupidez tampoco -ante el amenazador gesto de su compaero el luo rectific-. Perdona, pero es que eso no es valenta, sino temeridad. O crees que
una espada puede ms que esta ballesta.
De pronto el prncipe dej caer la espada. El monstruo apenas se inmut, quizs por la curiosidad o porque simplemente no le importaba. Entonces Lintor tron.
-Soldados, desarmad el escorpin y salid fuera!
Los aludidos quedaron estupefactos, sin saber cmo reaccionar. Seguro que era a ellos?, pensaron. Despus de todo el prncipe no haba dejado de mirar otra cosa
que no fuera la faz de aquella bestia. Casi como si les hubieran ledo las ideas, el prncipe los seal y aadi:
-He dicho fuera!!
El tono y la vehemencia de los gestos del prncipe los sacaron de dudas, y en pocos segundos haban destensado el arma y huido del lugar. Esta vez la criatura s
pareci reaccionar. Su enorme cabeza baj de las alturas hasta situarse muy cerca de Lintor. ste, que hasta ahora haba mantenido su honrosa compostura, no pudo
evitar perderla ante la proximidad de aquellos temibles colmillos. Entonces, aquellas fauces se abrieron y una voz asombrosamente grave surgi:
-No temas, tu valor te ha ganado la vida por esta noche. Quin eres?
-Soy -el prncipe dud un instante-, mi nombre es Lintor. Y el tuyo?
-Mi nombre, mi nombre -dijo la criatura pensativa- ya casi lo he olvidado, quizs porque hace ya tiempo que lo perd, junto a lo que una vez fui -en aquellos
ojos de reptil el prncipe crey adivinar un gesto de tristeza-. Llmame simplemente Dragn, lo prefiero. Pero respndeme cmo has adivinado que no te atacara?
-Llevamos estudiando tu comportamiento varios meses. Tus cazas han sido selectivas, en lugares diferentes, siempre de noche. Eso indicaba inteligencia, pues un
depredador de tu capacidad no habra temido ser descubierto.
-Tambin el lobo es inteligente.
-S, pero esta noche no heriste a ninguno de mis soldados. Slo destruiste las mquinas. Despus, a pesar de tu herida, no mostraste furia ni recelo. Y con toda
tranquilidad cogiste tu cena y te fuiste. No conozco ningn animal que acte as.
-No conoces a ningn animal como yo.
-Ya. Decid que mereca la pena el riesgo.
Dragn lo estudi con detenimiento.
-Yo dira que tienes un problema, o que ests tremendamente aburrido de la vida, lo cual es un problema tambin. Pero vamos al grano. A qu vienes?
-Quiero hacerte una proposicin.
-Y bien?
-Bsicamente t necesitas comida. Y a m me vendra muy bien tu ayuda.
-Mi ayuda para qu exactamente?
-Bueno, tus cualidades encajan perfectamente en el ejrcito.
-No.
-No?
-He dicho que no.
La rotundidad de Dragn dej a Lintor bloqueado.
-Significa eso que piensas seguir robando ganado?
-Ahora que te tengo aqu, no necesariamente. Podemos negociar.
-Negociar con qu?
-Bueno, he visto que ests haciendo una gran calzada.
-El camino real?, s.
-Yo podra acelerar muchsimo su construccin. Puedo llevar grandes piedras en vuelo y por tanto elevar grandes pesos a lugares inaccesibles. Tendrs las mejores
atalayas en cuestin de semanas.
-Trabajars en el camino a cambio de comida?-el prncipe no daba crdito a aquellas palabras. Tener a un monstruo de pen!
-No. Adems de la comida debers atenderme una tarde de cada dos.
-Atenderte en qu?
-En charlar. Llevo demasiado tiempo sin hablar con nadie. Es lo que ms echo de menos desde que me fui.
-Desde que te fuiste de dnde? -Dragn sonri.
-Si accedes puede que algn da te lo cuente.
En el corazn de Lintor se abri camino un inesperado optimismo. La idea de Dragn le entusiasmaba. No slo haba logrado un pacto con l sino que adems
lograba ocupar las odiosas tardes en algo que realmente le distrajera.
-De acuerdo -dijo sonriendo.
Los colmillos de Dragn brillaron una vez ms en una turbadora sonrisa. Hasta ahora no haba sido posible contrastar la anterior expresin de su rostro, que pareca
normal en l. Aquella, denotaba tristeza y rabia, como si hubiera una afrenta o una culpa que an no haba podido perdonar. Ahora en cambio mostraba su descomunal
dentadura, hasta el punto que el prncipe dud si sera el prximo bocado.
-Hasta maana entonces -y la criatura se intern en su refugio.

* * *

Taigo volva del pozo, con dos odres llenos de agua. Chaoro apareci a su lado, con el vencejo acurrucado en una mano, y el ndice de la otra rozando con mimo su
espalda.
-Es verdad que los vencejos no pueden ser domesticados, que siempre estn volando? -dijo Taigo.
-Quin te ha dicho eso?
-La Voz de Saifel. Dijo que el Peregrino suele tener algo sobrenatural, inusual, y me habl de tu mascota.
-Tori no es mi mascota, es un glotn oportunista y friolero, que ha tomado el hostal ms calentito de Las Llanuras verdad, pilln?
-Cmo te las apaas para que siempre vuelva contigo?
-Pues vers, la mosca verde y la polilla es su plato preferido. Se la corto en taquitos y le entremeto unas alitas de liblula al punto de sal. Con las patas formo un
crculo, que la presentacin hay que cuidarla. A m me ha tentado ms de una vez, pero an no he dado con una salsa que le pegue.
-No te atrevers!
-Qu te apuestas? El otro da gan una. Consegu que un iluminado paseara cargado de velas por todo el campamento. Pareca una capilla mvil.
Taigo no pudo contener la risa. El Peregrino era al nico a quien, hasta los ms respetados sacerdotes de Saifel, le consentan todo. Daba gusto verlo como siempre
y no compungido. La muerte de Lusto y Zonzama lo afectaron, y mientras estuvo atribulado era como si el sol no brillara. Taigo se sorprendi de hasta qu punto
Chaoro, su amigo, poda influir en su estado de nimo. Su amigo palade Taigo. Pero todos se van recuerdas?. Pensamientos oscuros que desech rpidamente.
Al fin llegaron ambos a la tienda. Nadima, Tifern y Azuara conversaban junto a ella. Taigo le dio los odres a la reina, que los coloc en las alforjas en su caballo.
-Gracias Taigo.
-Suerte en la empresa, majestad -dijo formalmente Tifern.
-Yo tambin os la deseo a todos. Y recordad que cuando esto acabe os espera un banquete de reyes en Lucinia.
-Mi seora, contar los das a la puerta de vuestro palacio con mi tenedor de las grandes ocasiones. Era de un afamado ermital y se nota por su alta capacidad de
carga y un equilibrado perfecto -dijo Chaoro y todos rieron.
La reina alz la mano mirndolos por ltima vez y luego dirigi su montura hacia el oeste. Tifern entonces se dirigi hacia Azuara y Taigo.
-Yo tambin me marcho. Me llevo el ngel, pero os dejar esto.
Taigo recogi un libro.
-Es una copia de eso que por lo visto yo encontr -sonri-. Est traducido y es mucho ms legible que el original.
-Por qu? -inquiri Taigo.
-Porque os quedaris solos buscando esos dcuatil, y si dais con rucainas debis de dominar las tcnicas que aqu aparecen.
Taigo reprimi una sonrisa.
-Son esas mis rdenes, seor? -dijo Azuara.
-Aunque los dcuatil no estuvieran aqu, no significa que ellos no utilicen la caravana de la peregrinacin ms adelante. Ser su refugio ms probable conforme se
acerquen al frente. Necesitamos kainum entre los peregrinos. Pauci vero electi -suspir-, pocos sois los elegidos. En fin, tus rdenes son acompaar a Chaoro y a Taigo
hasta Dara-Jonai, y seguir explorando a cada nuevo peregrino. Yo contactar con vosotros de vez en cuando.
Azuara lo esperaba, pero an as no pudo evitar la sonrisa.
-Gracias, capitn.
-No me las des. Estaris solos y si os descubren tendris que aparoslas por vuestra cuenta. Suerte!
Dio media vuelta y se march.
-Pues la Voz de Saifel ha dicho que nos disolvamos -terci Chaoro.
-Cmo?
-S, es por la situacin de guerra. Ha disuelto a los peregrinos instndolos a encontrarse ms all de Ratbilia. Yo creo que es una conspiracin para cepillarse el
jamn a solas.
-Sin duda -ironiz Azuara-. Entonces preparemos nuestras cosas para la marcha y nuestros tenedores para esta cena.
-S, habr que aprovechar la buena cocina mientras podamos -dijo Taigo.
-Para m que sois un poco glotones no? -dijo Chaoro con gesto preocupado.
Taigo y Azuara rieron. Se sentan verdaderamente felices, ajenos a la guerra, al peligro de su misin y al oscuro futuro. Como si toda la realidad se resumiera en
aquel trocito de mundo y aquel momento. Un lugar seguro y un tiempo feliz. Sin percatarse de una mirada llena de odio que los vigilaba. Una mirada que tema los
colgantes que Taigo portaba, y que calculaba, y esperaba

* * *

-Estamos todos aqu reunidos, no para hablar de la toma de Ratbilia, sino de algo mucho ms importante.
Hardiamo se hallaba de pie, atrayendo la atencin de los numerosos seores que all se congregaban. Todas las facciones de la alianza tenan su representante y a
esas alturas todos estaban al tanto de la situacin. Incluida la participacin de los kainum, que aceptaban con recelo. Algunos no ocultaban la incomodidad que les
produca la presencia de Minios. Pero despreciar un aliado semejante a aquellas alturas era una estupidez, y todos lo saban.
-Esta guerra es importante, pero no por quien la gane, sino por las vidas que se pierdan. Cada soldado ser oro contra nuestro verdadero enemigo, que desde el
oeste avanza. Este enemigo lleva dcadas planeando nuestro fin, infiltrado entre nosotros, eliminando los lderes que ms necesitbamos como Neng el rey prudente o
Namin el conquistador. Ha instigado la sedicin en pases clave como Tamaria y Yelde. Ha ayudado a alcanzar el poder a incompetentes como el rey Maigarabo, o a
tiranos como estuvo a punto de conseguir en Lucinia con Kridias. Por eso, aqu y ahora, aceptado por todos los presentes como caudillo de esta Alianza y por tanto
futuro emperador si el Divino nos trae la victoria, os digo que abdico, os vendo mi imperio.
Un revuelo de murmullos revolote por la sala. Todos prestaban atencin al general. ste les arroj en la mesa varios legajos.
-Ah tenis el precio. Es una extensin de la alianza. Un compromiso de cada uno de los firmantes a mantener la alianza contra los rucainas. Todas sus clusulas
estn orientadas a blindar la sumisin, he dicho bien, sumisin, de todos los pueblos a este estado mayor, est compuesto por quien sea. Esto constituye una cesin de
nuestro poder a cambio de que ninguno de nosotros sea imprescindible. Aqu quedan atadas nuestras voluntades, las ltimas para los que perezcan. Ellas nos
sobrevivirn y quedarn como herencia para los que nos sucedan. Slo as existe esperanza de supervivencia.
-No lo entiendo general. Si la realidad es tan negra como la presentas qu necesidad hay de ese compromiso? La misma amenaza nos obligar a estar unidos.
-Si? Entonces por qu estamos luchando entre nosotros?
-Es obvio que Naudral no est al tanto de la situacin.
-T lo has dicho. Y os puedo atestiguar que es cierto. Cmo puede Naudral, un avezado militar, ignorar algo tan obvio? La respuesta es simple. Existe una mano
negra operando entre nosotros. Los rucainas estn ms infiltrados de lo que imaginamos. Y por eso somos vulnerables. Cada da que pasa ellos avanzan y nosotros
perdemos tiempo y efectivos.
-No exageris, general Hardiamo?
-Pregntale a Gorn, a ver que le cuentan los refugiados de nuestro enemigo.
-Es cierto, no es slo que no sabemos su nmero, aunque lo estimamos en ms de un milln de soldados. Es que hasta ahora, nadie ha podido vencerles. Ni siquiera
sabemos si los que se les han enfrentado han podido causarles bajas.
-Est bien, no nos perdamos en los detalles. Ya habr tiempo de compartir la informacin. Ahora os pido que leis estos documentos y meditis. Maana espero
contar con todas vuestras firmas, y que el Divino nos proteja.

* * *
Moula se hallaba en mitad de la Plaza Mayor de Ratbilia, subido a una elevada tarima de madera elegantemente revestida con el prpura litrgico y las enseas de
La Comunidad. Tres varas ms abajo, junto a sta, los dos rucainas esperaban atentos al discurso.
-Hermanos, vivimos bajo una terrible amenaza. Y para combatirla he aqu que yo os llamo.
Los ojos del mximo pontfice recorran pausadamente la multitud. Lo haca con ademn de orador experto, cautivando las miradas. Aunque no todas. Haba
algunas inquietas, que parecan estar escudrindolo todo. Era normal. Se esperaba un milagro. Y aquellos deban ser algo ms que escpticos.
-Os llamo porque La Comunidad os necesita en su hora ms oscura desde hace siglos. Para combatir este peligro es precisa la unin de todos y cada uno de los que
se precien de ser ermitales. Tanto seglares como clericales Todos!
Aquellas miradas saltaban, se detenan, observaban y luego, por unos segundos, se cerraban. Moula los imaginaba expandiendo sus auras, tocando cualquier
oquedad sospechosa. No haba solucin, los rucainas seran detectados, pero tendran tiempo?
-Os llamo para formar un puo unido, uno donde entremos todos los seguidores del Divino y de su pureza. Que vengan todos los que puedan caminar y tengan
conciencia. Que se queden los hipcritas y los faltos de espritu; no habr excusas para los que falten a esta llamada.
Lo haban planeado meticulosamente. Se acercaba el momento y los dos rucainas, vestidos con sus tnicas monacales, se ocultaron entre los pliegues de la tribuna.
El milagro estaba prximo, necesitaban concentrarse fuera de los ojos de la multitud y all estaran a salvo. Al menos momentneamente. Moula se acerc al borde de la
plataforma, una fugaz mirada al suelo le hizo tragar saliva. Cerr los ojos y pronunci las palabras
-Yo os llamo a la!

Eran pocos, pero suficientes. Caitafe haba distribuido a sus hombres, los pocos druidas que no haban querido huir, lo ms cerca posible del pontfice. Haba que
evitar el milagro y, si era posible, desenmascarar al Pontfice. Mas slo haba que contemplar las caras de los oyentes, hipnotizados por Moula, para comprender el
peligro de semejante accin. Para Caitafe, los ltimos acontecimientos estaban llevando al pueblo a un integrismo opuesto a los intereses generales de supervivencia. Y
esta situacin haba que combatirla a cualquier precio, incluida su vida. Esa certeza le daba la fuerza moral para asesinar al sumo pontfice, pero ya era demasiado tarde.
Nada como un asesinato para disparar una reaccin ms fantica si cabe. Las opciones por tanto estaban claras, lo difcil era ejecutarlas. Los druidas tenan una sola
orden: combatir a los rucainas. Todos se hallaban en contacto teleptico intermitente, atentos al supuesto milagro. Lo que jams imagin Caitafe, fueron sus propios
actos aquel da.

La exclamacin, la seal esperada. Moula ya se hallaba sobre ellos, con el pie en el borde mismo de la plataforma. Sendas auras se proyectaron hacia arriba,
ejerciendo una leve presin sobre el pie del patriarca, que inseguro iniciaba su paso hacia el vaco. Mientras su cuerpo levitaba ante la impresionada multitud las
palabras del sumo pontfice caan como un jarro de agua fra sobre los rucainas, que por unos momentos no supieron reaccionar. Si no hubiera sido por el esfuerzo de
concentracin, quizs habran sido ms rpidos y todo hubiera terminado de otra forma. Pero ya era demasiado tarde.
Su primer impulso fue retirar sus auras para dejar aquel traidor se descalabrarse sobre la multitud. Pero no era suficiente. El milagro ya haba sucedido. Y aquel
genial orador sabra minimizar el incidente y sacar partido de su levitacin.
Moula ya no serva, se haba vuelto un enemigo, un obstculo para los intereses rucainas. Haba de ser eliminado. Pero nuevas auras aparecan sobre ellos,
rodendolos, atacndolos. Carecan de destreza y agilidad, pero eran numerosas, demasiadas para obviarlas. Haba que huir.
Cuando abandonaron por la parte ms alejada de la plataforma su escondrijo, asistieron estupefactos al espectculo del patriarca avanzando en el aire sobre la
multitud, un mar de voces exaltadas y manos alzadas apiadas. Loas y bendiciones saltaban como mil colores de las bocas de sus aclitos. Sin embargo, poco a poco, se
fue imponiendo la ltima jaculatoria, el fragmento final de la misma: Guerra Santa!

Caitafe no poda creerlo: la invocacin a la guerra santa. Aquello significaba lo contrario a aquella persecucin que hasta ahora haban sufrido. Era la llamada a todos
los estados del momento a una alianza sagrada contra un enemigo definido. Caitafe no tena idea de por dnde discurrira el futuro de los druidas, pero lo que estaba
claro era que aquella alianza era importante. Adems, Moula estaba llamando a todo el clero a filas, al combate. Eso aliviara la presin sobre la sociedad y sobre ellos
mismos. Todos estos pensamientos corrieron por Caitafe con la misma celeridad con que el patriarca comenzaba a caer. Como militar, estaba acostumbrado a las
decisiones rpidas, y sin pensrselo dos veces export su aura hacia Moula. Nadie not su estado de concentracin. Todos estaban extasiados contemplando aquel
nuevo y definitivo milagro.

* * *

-Qu dice aqu?
- y as el malvado kainum pereci y la luz volvi a brillar en aquel lugar para siempre.
-Te lo dije, esas leyendas siempre acaban igual.
-S, pero lo importante no es el final, sino la argucia que utilizan los hroes.
-Tienes razn, el ingenio siempre es instructivo. Pero lo malo de las viejas leyendas son los personajes.
-Los personajes? Qu tienen de malo?
-Son simples. El malo siempre es perverso y cruel. As, porque s. Eso no ocurre nunca en la vida real.
-Bueno, era un kainum
-Y t que sabes de ellos! Slo tienes la versin que vuestra Comunidad transcribi, rebosante de odio tras unas terribles guerras, en unos legajos milenarios. Es
eso un punto de vista imparcial?
-Ah!, y t s lo tienes no?
-Bueno, digamos que conozco la otra versin de la historia.
-Y qu versin es esa?
-Es una versin mucho ms creble. En esta los malos no son malos porque s, sino porque sienten miedo. Has visto alguna vez lo que una persona normal es
capaz de hacer cuando siente miedo?
-Uno har lo que sea necesario hasta sentirse seguro. No creo que eso sea una maldad.
-Y un genocidio?, el asesinato de masas indefensas consideras eso una maldad? -el prncipe mir con aprensin a su interlocutor, llevaba muchas tardes con l
como para distinguir sus estados de nimo, y ste no era el habitual-. La otra versin cuenta como los akai, aquellos que no tenis magia, temieron de los kainum.
Estos haban servido a la sociedad hasta entonces como una institucin ms, sin usar su poder ms que para ayudar all donde pudiese. Sin embargo el miedo estaba ah,
latente, esperando la chispa que lo prendiera. Entonces hubo un incidente, una demostracin de lo que la magia poda hacer si se usaba con otros fines. sa fue la chispa.
Lo dems fue cuestin de tiempo. La sociedad se dividi en dos, los que defendan la convivencia en paz y los radicales: los padres de vuestra Comunidad.
Primero empezaron asesinando en la noche. A todos los que podan, que vivan aislados o no saban nada de lo que estaba pasando. Luego a plena luz del da, en
grupos grandes para enfrentar su cobarda. Los kainum entonces tuvieron que abandonar sus votos, para poder defenderse y pasaron a asociarse y ser conocidos como
rucainas. Cada vez que se defendan, la Comunidad creca en adeptos, y lo que comenz como una cadena de asesinatos se convirti en una guerra civil.
sta acab varias generaciones despus. Pero la victoria no bast al Consejo de la Comunidad. El miedo era tal que ordenaron perseguir y exterminar a todo aqul
que mostrase los signos de la magia.
Los rucainas huyeron durante aos, atravesando todo el mundo conocido hasta llegar a la tierra del fuego. Un lugar tan extenso e inhspito que nadie se atrevi a
registrar.
-Nunca se me haba ocurrido verlo as.
-Es normal. La historia siempre la escriben los vencedores.
-Eres rucaina?
Los reptiles ojos se apartaron del prncipe. Suspir, y todo el aire de la cueva se agit. Las pginas del libro se corrieron. Lintor cerr el libro y lo dej sobre una
roca, al lado de su cojn.
-Lo fui.
-Por qu has dejado de serlo?
-Todo a su tiempo, Lintor. Por ahora te contar que una vez fui un hombre, como t. La magia me transform. Y luego, digamos que no pude permanecer por
ms tiempo con ellos.
-Hay ms como t?
-Demasiados.
-Entonces
-S, el poder de los rucainas es imparable. Nada hay en vuestro mundo que pueda enfrentarlos. Queda poco tiempo, amigo mo. No lo malgastes.

* * *

Junto a la puerta principal de Ratbilia dos hombres luchaban. A pesar de que sobre ellos descansaban los ojos de dos ejrcitos, nadie poda escuchar lo que entre
jadeos y rechinar del acero, se decan.
-Deja de retroceder y lucha de una vez.
-Para qu, para que me mates?
-Si sabas que no podas vencerme por qu me retaste?
-No haba otra solucin. Habra sido un desastre una alianza falsa donde dos ejrcitos enemigos se presentasen juntos contra los rucainas.
-No ha sido una decisin muy inteligente.
-Al revs. Estoy convencido de que ha sido la ms inteligente de mi vida.
-Y tambin la ltima.
Naudral embisti con furia. Hardiamo no lleg a esquivar del todo y otro fragmento de su ya maltrecha armadura salt por los aires. Le quedaba poco, lo saba.
-Hazme un favor.
-Cul?
-No intentes imponer tu modelo de imperio de golpe. Provocars una guerra civil. Ve poco a poco.
-Es tu testamento?
-Considralo un consejo de un viejo camarada de armas.
-Y qu hay de aquello que dijiste, que tus aliados nunca me aceptaran?
-No lo harn, pero si yo desaparezco no les quedar a nadie a quien apoyar. Todos son demasiado ambiciosos como para ceder a un igual.
Naudral lo mir con ojos tristes, su antiguo compaero de armas jadeaba ante l abatido, a punto de caer de puro cansancio. Hasta ese momento lo haba visto
como un extrao, alguien muy diferente del muchacho con el que una vez comparti adiestramiento y diversin. Slo ahora volvan a chispearle los ojos como entonces,
como aquellas veces en las que le haba vencido en el ajedrez. Aquella mirada apareca siempre que saba que haba hecho la mejor jugada posible. El zorro de Hardiamo.
As lo conocan ya entonces.
Tras l, sobre la muralla, contempl a sus soldados. Representaban el arduo trabajo de aos, combinado con una fortuna excepcionalmente favorable que acababa
de volverle la espalda con la llamada de Moula. Todo lo que haba conseguido estaba all. Un ejrcito disciplinado y eficaz. El mejor que poda pagar con las rentas de su
pueblo. Su gente. Qu sera de ellos en adelante?, se pregunt. Cul sera su mejor futuro posible? Ante s estaba la respuesta.
Hizo acopio de todo su coraje y descarg un ltimo golpe. Hardiamo gir, apart la hoja enemiga e incrust la propia en el vientre de Naudral. ste no cay, sino
que a duras penas consigui mantenerse en pie mirando a su oponente con furia.
-Imbcil, acaso ya no recuerdas ni tu primera leccin de esgrima? O ests tan gordo que no eres capaz de levantar la hoja hasta el corazn?
-Po por qu? -balbuce Hardiamo asombrado.
-Porque como siempre, grandsimo patn, tienes razn. Eres el ms apropiado para liderarlos. Ahora soy yo quien no tiene salida.
-Demonios, s que la tienes. Rndete y ya est!
-Para qu. Si muero al menos me quedar mi honor. Si me rindo slo me quedar toda una vida para avergonzarme. Mtame de una vez.
-No puedo.
-Maldita sea no ves que estoy sufriendo? Librame!
La hoja cercen la cabeza limpiamente. Un rugido ensordecedor clam desde las filas del general. Era la mejor de las opciones posibles. Habra sido mucho ms
difcil para Naudral obtener el respeto y la autoridad de ellos, la fuerza ms numerosa, que a Hardiamo, emperador por derecho, la de los sublevados. Minios se lo haba
advertido, y a pesar de todo, haba rechazado su propuesta de usar su magia.
Haba sido honrado y el desenlace el mejor de los posibles. Slo un hombre haba pagado el precio de la necesaria unin. Sin embargo la mirada del general haba
perdido su brillo. La partida, volva a estar abierta.

CAPTULO IX

Buscando al Divino

TRAICIONAR es la peor clase de egosmo. Quitas a quien sin pedir te ha dado. Desprecias su regalo. Atacas su honor, su vida. Manchas los tuyos de pecado, por un
inters privado e incierto. Slo hay un fin supremo, la Verdad de Tenkar, y slo un castigo para quienes la traicionen.
Libro de jaculatorias rucaina. Cap. 4-12



(Siete meses despus)

-Seguro que por aqu atajaremos, Azuara? -Pregunt Chaoro-. No debo perder al Custodio.
-Ya, no ser que no quieres perderte la cena?
-Basta que uno se interese un poquito por el sustento y ya lo tachen de glotn. A ver, qu otro detalle aparte de mis palabras te pueden hacer pensar
remotamente en alguna relacin entre mi esculida y humilde persona y esa debilidad humana conocida como gula? Dime, a ver.
Taigo y Azuara no pudieron aguantar las carcajadas a las que Chaoro acab por unirse.
-Tranquilo Chaoro, llegaremos con tiempo -dijo cuando se calmaron-. Tan importante es ese objeto para ti?
-Lo necesitar en la Pancomunin. Tras esa ceremonia quedar investido del grado de Maestro.
-Es peligrosa esa ceremonia? -pregunt Taigo.
-No en el sentido fsico. T ya la has sentido a pequea escala. Esta ser multitudinaria. Espiritualmente, mucho ms intensa. A ti no te va a gustar Tori. Mucha
gente y mucho ruido pequen -el ave lo mir con sus ojillos negros piando como si lo comprendiera.
Taigo sinti un escalofro. S, la haba sentido, y conmocionado. Dudaba de si habra sido capaz de resistirlo plenamente. No habra secuela fsica, claro. Pero el
dolor
-Cunto de intensa?
-Depende de la cantidad de participantes, pero unas cien veces ms intensa -Taigo trag saliva.
-Y lo hars voluntariamente?
-Lo dices por el dolor? No slo hay dolor, tambin se gana algo a cambio.
-Qu? Qu puede compensar tanto tormento?
-Es difcil de definir, una mezcla de comprensin, fraternidad, fuerza vital, y bueno t no la sentiste?
-Mi meditacin no fue completa -dijo evasivo.
-La verdad es que tengo algo de miedo, pero para m es el fin del camino, la liberacin de mis compromisos. Excepto el de Nadima claro, ese banquete no me lo
perdera por nada del mundo.
-Crees que podra encarnarse un Dios en esa Pancomunin? -dijo Azuara.
-No lo creo. Pero, por lo que yo s de mi maestro, no hay en el mundo ningn otro evento de mayor magnitud mstica que ste.
-O sea, que si el Orculo tiene razn, ser ah donde se presente.
-Es una posibilidad. Deberamos hacer recuerdos de madera para la ocasin y venderlos a un mdico precio. Recuerdo de Dara-Jonai cuando l vino. Yo Le vi.
Yo le compr esto a uno que Lo vio.Mis amigos fueron a Dara-Jonai, Lo vieron y slo me trajeron esta birria de recuerdo. Nos vamos a forrar! Qu imagen
tendr? Bueno, les hacemos varios brazos y piernas y luego, segn la forma que tome se los cortamos. Nos vamos a forrar!!
-Tifern no debi enviarme sola. Si esa posibilidad se hace real, necesitaramos todo un batalln de kaiyas.
-l lo sabe, yo se lo dije la noche del Orculo -dijo Chaoro.
-Y qu te respondi?
-No dijo nada. Slo me pregunt acerca del rito y nada ms.
-Quizs s ha tomado medidas -terci Taigo.
-Bueno, nuestra misin es recuperar esos cristales y ya veremos qu ocurre con la Pancomunin -sentenci Azuara.
Para regocijo de Chaoro, al caer la tarde avistaron la comitiva de Saifel, tal y como haba dicho Azuara. Se unieron al grupo y volvieron a sus anteriores hbitos. Por
la maana Azuara y Taigo se dedicaron a registrar peregrinos, y Chaoro busc como siempre un lugar apartado para sus ejercicios y su meditacin. Un lugar del que no
volvi.

* * *

Vinieron desde Tamaria, Gundia, Natrs, y hasta del archipilago de Teiln. Vinieron de todas partes, y de todas las clases. Vinieron del campo y de la ciudad, de
las asociaciones de comerciantes y de los gremios de artesanos, de la nobleza y de la plebe. Vinieron a morir siguiendo la llamada.
Vinieron por miles, con la ilusin de la fe, con el regocijo de saberse hermanos ante la muerte, con el miedo ante el dolor, con la nostalgia de lo perdido, con el amor
y la buenaventura de sus familias, con el orgullo del caballero y por la gloria de los mrtires.
Vinieron porque se lo peda el Divino, a travs de su voz en el mundo, el Patriarca. Vinieron sin ms esperanza que el servicio, sin buscar ms recompensa que ser
fieles a sus valores.
Al principio llegaban sin ms compaa que el sol del camino y su inquebrantable fe, parcos de impedimenta y confiados en el amparo al peregrino. Despus su
meta los iba uniendo, en pequeos grupos al principio, donde compartan las ancdotas de la travesa, sus venturas y desventuras, y pocas veces, como si fuera un
secreto muy bien guardado, en voz queda, hablaban de su miedo.
A su paso por el viejo Imperio las comitivas hacan paradas en las iglesias donde eran bendecidos. Las gentes salan a recibirlos en los pueblos pequeos, les hacan
fiestas y los animaban con efusin.
En cada parada aumentaba su nmero. Al principio se formaban grupos de individuos sueltos que se adheran. Despus eran estos grupos los que se encontraban,
unindose en hordas difciles de organizar. Al fin, los caminos se convertan en ingentes ros humanos en constante flujo.
El bullicio los alegraba regalndoles seguridad y alborozo. Pero conforme se acercaban a su destino otros ros de rostros cenicientos se cruzaban con ellos. Eran los
refugiados huidos de los territorios ocupados. Miradas tristes llenas de desesperacin y derrota que infundan desnimo en cuantos las observaban. Como Moula, que
ataviado con su tnica prpura vigilaba desde la cima de una colina todo aquel trfico humano. Bajo l y a su alrededor, miles de tiendas se disponan en un frustrado
damero de abigarrados colores y formas. Era el campamento principal, pero no era el nico. Casi todas las localidades prximas al frente soportaban su descomunal
nmero de invitados. La abundante clereca haca lo posible por organizar el flujo de vveres y dems elementos necesarios para sustentar aquella masa humana.
-Creo que no debera comentroslo ilustrsima, pero sabis que ser un sacrificio? -coment el militar, un noble local que ya haba combatido con los rucainas y
haba vivido para contarlo.
-Todos estamos en manos del Seor -sonri con ojos tristes.
-No me habis entendido. Esto ser un desastre, una masacre.
-Yo slo entiendo de almas hijo mo, y stas ya estn salvadas.
-Pues Por qu han de morir?
-Por las otras. Las que debemos proteger exigen esta guerra. O quieres que tus hijos, si se les permite vivir, sea en la esclavitud de esos demonios, nadando en su
infamia y rodeados de mal y crueldad por todas partes?
-Si vos entendis de almas, yo de armas, su ilustrsima. Estos hombres no tienen disciplina, no han educado sus instintos para la lucha. Cuando llegue el momento
el pnico se cebar en ellos. Su ilustrsima, vos no habis visto el miedo como yo. Dejadme hablaros de l. Es como una plaga o una enfermedad virulenta. Basta ver los
ojos de un hombre para contagiarse. Eso y salir corriendo es todo uno. Y aunque superes diez veces al enemigo, una vez desencadenado, de nada te sirve. Slo ves correr
a tus hombres mientras el enemigo, como si fueran espigas en un campo de trigo, siega sus vidas a placer. Este enemigo es experto en eso. Y si ha sido capaz de
utilizarlo en soldados profesionales, qu no har entre estos simples civiles?
-Simples civiles? -hasta ahora Moula se haba mantenido impasible, con su dolosa y dulce expresin que ltimamente lo caracterizaba. Sin embargo esta vez
asom la ira, rarsima e inesperada en l-. Simples civiles?! Estos hombres han recorrido medio mundo para venir aqu. No los han parado ni las cumbres nevadas ni
los largos desiertos. Han dormido en el suelo. Han comido lo que han podido mendigar, Han sufrido sed y agotamiento. Han luchado contra el fro, los saqueadores, la
enfermedad y hasta el miedo. Y todo para qu? Para venir a jugarse la vida aqu. Estos hombres son de todo menos simples. Son lo mejor que ha criado esta tierra.
Estn ms motivados que cualquiera de esos soldados, que slo luchan por unas monedas. De modo que no menosprecies lo que contemplas.
-Pero, seor, el enemigo
-El enemigo ya fue vencido una vez. Y volver a serlo. La Comunidad ha desempolvado todo su saber, y lo est poniendo a su disposicin. Todas las antiguas
tcnicas de lucha que un da desterraron del mundo a esos malditos se estn entrenando cada da, en cada campamento. En vez de dudar del valor de estos hombres
deberais intentar remediar las carencias que denunciis y procurar que el da de la batalla puedan dar lo mejor de s mismos. Al igual que estn haciendo los asesores
militares de que disponemos.
-La disciplina no se ensea en unos das.
-Pues remediadlo, buscad la solucin o la medida que atene al mximo ese peligro. Ayudad en vez de predicar la derrota.
-Su ilustrsima, si tuviramos ms tiempo
-Crees que no he intentado conseguirlo? La eleccin del lugar y del momento ha sido cuidadosamente estudiada para ello. Una vez marcados, ya no hay vuelta
atrs.
El noble baj la cabeza por primera vez.
-Tened fe, y haced lo posible. El Divino no permitir que tanto sacrificio no se vea recompensado.
-S, ilustrsima.
El noble se alej meditabundo.
-Sabes que tiene razn. Por qu no le dices la verdad?
-Qu quieres que le diga? Que la batalla es necesaria para quitar a todos estos fanticos del medio? Que los herejes druidas son la esperanza del mundo y la
religin su ruina?
-Bueno no as exactamente, pero l lo habra entendido.
-S, lo habra entendido y ya estara derrotado. Prefiero hacerles creer que existen posibilidades, al menos lucharn con esperanza.
-Esperanza, An queda algo de fe en vos, patriarca?
-He traicionado a mi Dios, a mi familia, y ahora lo har con toda esta gente. No hay infierno suficientemente grande ni eterno para consumir mi alma, si es que
existe. Mi vida es una inmensa mentira Y me preguntas si creo en l?
-Supongo que ya no tiene sentido.
-T lo has dicho.
El sol se pona extinguiendo el da. Moula deseaba que para l llegara el ltimo, uno que pusiera fin a su atormentada existencia. No saba cuntos hombres haba
enviado por su mano hacia la muerte, y sin embargo an deba arrojar muchos ms, cientos de miles ms. Quera que los das pasasen lo ms rpido posible, o mejor,
que el tiempo se detuviera all mismo y se cristalizara en aquel precioso atardecer. Pero a la luz sucedi la oscuridad, y el fro nocturno lo llam a la insoportable soledad
de su tienda.

* * *

Lintor traspuso el umbral de la cueva y dej un tiempo para que sus ojos se adaptaran a la suave luz del interior. Ya haba dejado de impactarle la visin de Dragn,
aunque no poda dejar de admirar su enorme figura enroscada. Mientras se acercaba intent prepararse para lo que tena que decir. No era nada fcil. Le hubiera gustado
tratarlo con camaradera, pero saba que eso no resultara. Inspir con fuerza y habl:
-Siempre te sorprendo durmiendo.
-No duermo. Necesito varias horas diarias para mantener mi forma. Mis clulas no estn Bueno, no lo entenderas. No sueles venir a esta hora Qu pasa?
-Dragn, necesitamos tu poder -los ojos de Lintor miraban ceudos, con determinacin.
-Si vas a pedirme que luche, olvdalo.
-Las cosas han cambiado. Hardiamo ha logrado la alianza. Estamos unidos! Y todos debemos contribuir para salvarnos.
-Nadie va a salvarse.
-Eso crees? El patriarca ha formado un ejrcito de millones. Nunca se haban enfrentado tantos.
-Sern millones de cadveres entonces.
-Ya s que se enfrentarn a un poder inmenso, y tambin a seres como t. Por eso te digo que te necesitamos. Sabes lo que subira la moral tu presencia entre
nosotros? Slo con verte duplicaras nuestra fuerza.
-Ya te lo dije, no entrar en vuestro conflicto.
-Nuestro? Crees que cuando acaben con nosotros te dejarn tranquilo? Quizs puedas huir, pero estars condenado a hacerlo para siempre.
-Cualquier cosa ser mejor que matar.
-Crees de veras que no haciendo nada ests librndote de esa responsabilidad?
La inmensa criatura se incorpor. Su enorme cabeza subi hasta casi rozar las estalactitas, a casi quince varas del suelo. Lintor tuvo que doblar hacia atrs
completamente su cuello para poder ver cmo asomaban lentamente sus colmillos. Saba lo que significaba. Era lo que estaba buscando. No podra sacar nada de l sin
sacarlo antes de sus casillas. Y sin embargo, a pesar de aquella terrorfica visin, no sinti miedo. La voz potente de Dragn reverber cargada de irona:
-Muy bien, tomar partido. Veamos, hay dos bandos. Si ayudo a uno morirn millones y probablemente yo mismo. Si ayudo al otro morirn esos mismos millones
menos unos cuantos de miles de rucainas, y seguramente me salvar. Ea! Me voy a entrenar -dijo con sorna. Y se dispuso a salir de la cueva visiblemente disgustado.
Pero Lintor se puso delante.
-Ponte en mi lugar. Toda esa gente depende de m. Qu haras si fueras yo?
-No te das cuenta? El problema estriba en que no existe solucin. Da igual si os quedis esperndolos en vuestras casas que si vais en un gigantesco ejrcito. Ellos
no pararn hasta eliminaros. Y cuentan con poder suficiente como para lograrlo.
-Esa es tu respuesta?, quedarnos de brazos cruzados?
-Lo que intento decirte es que no tengo respuesta.
-Maldita sea! Y como no tienes respuesta, te relajas aqu tan tranquilo, a comer y beber del esfuerzo de unos hombres por los que no piensas mover un dedo.
Pues yo no puedo hacer eso!
-Es cierto, hace tiempo que acab mis servicios. Maana mismo me ir.
-Perfecto. Pues vete -y sali a zancadas grandes.

* * *
Sinti cmo la cuerda se hunda en su piel con una fuerza desmedida. Era imposible liberar sus muecas, y muy probable que, sin circulacin, se gangrenaran. Not
como se le hinchaban las manos, y el pulso martilleaba dolorosamente. A aqul rucaina le importaba poco. Quizs fuera algo insignificante comparado con lo que le
esperaba, temi Chaoro.
Desde que lo ataron a aquella silla, amordazado y encapuchado, slo haba recibido golpes. Por emitir sonidos, ya que no poda gritar, recibi patadas en el
abdomen. Por forzar sus ligaduras, algo parecido a una barra casi le parte un brazo. Hasta por moverse, su cabeza cobr el gesto en puetazos. As que no se atreva a
hacer nada. Tan slo respiraba y esperaba. Contena sus sollozos y esperaba. Contemplaba expectante su propio dolor en aquella cruel oscuridad esforzndose en no
hacer nada.
Una mano tir de la capucha y liber la mordaza. Sigui sin ver nada, aunque inmediatamente reconoci el olor a sangre en un aire cargado y pegajoso. El rucaina
encendi un brasero y unas cuantas velas. Su luz bast para iluminar el rincn donde se encontraba, atestado de cuchillos, hachas pequeas, ganchos de colgar, y dems
utillaje de carnicero. En cambio, tres pasos ms all la luz era devorada en un bosque de pedazos de carne colgados de vigas negras. De vez en cuando se oan las gotas
de sangre reventando sobre la fra piedra o sobre charcos coagulados.
La primera bofetada le arranc un grito. La segunda le dobl la cabeza hacia atrs, estirando su cuello al lmite.
-A ver, esto va a ir as, mierdecilla. Te voy a hacer una pregunta. Si no me gusta tu respuesta
La tercera hizo tambalear la silla.
-Esto es slo una muestra. La cosa ir subiendo -dijo mirando los cuchillos-, mierdecilla.
- Bor? Bor qu? Qu te he hecho? Bor qu me golbeas? -dijo Chaoro con su labio hinchado.
-T no preguntas mierdecilla. T respondes y escupes sangre. A ver Cul es vuestro itinerario?
Hasta que fuera secuestrado esa maana, Chaoro era apenas consciente de que pudiera tener enemigos. Por qu iban los rucainas a desear su itinerario? Para
evitar que diesen con los dcuatil? Para matar a Taigo y Azuara y robarles sus gemas? Sea lo que fuere podra significar la muerte de sus amigos, y eso, l, era incapaz
de hacerlo. Sin embargo aquel rucaina lo castigaba con saa, con una enorme ira contenida.
-No me golbeas bor eso -se sorprendi de estar diciendo aquello, pero logr sobreponerse al dolor, y sobre todo, al enorme miedo que senta.
-Ah no? -la mano abierta estall sobre su mejilla
-Me desbrecias bara no verme como soy.
-Un mierdecilla akai?
-Un ser humano, como t.
-Filosofa de santn, mierdecilla? Un akai, eso es lo que eres.
-Igual que t si hubieras nacido un boco ms al este.
-Pero no nac aqu, mierdecilla. Y tuve que sobrevivir en la asquerosa miseria, como el resto de mi pueblo. Mi padre me daba de comer araas nauseabundas e
insectos repugnantes, mientras aqu nadabais en la abundancia.
-Yo soy hurfano. No me hubiera imbortado comer lo que fuera con tal de haber conocido a mis badres. Bas aos en las calles mendigando hasta que me recogi mi
Maestro.
-No te atrevas a compararte, mierdecilla!
-Bor qu?
-Por que vosotros matasteis a Zonzama. Vosotros matasteis a mi hermano!!
Esta vez el puetazo lo dej sin sentido.

* * *

Como un general, Moula montaba con atuendo de guerra. Nada de las pesadas armaduras de acero, sino cuero endurecido por todas partes, y en su cinto toda clase
de armas arrojadizas, ms una espada corta. Se senta la mar de extrao con todo aquello pero simul costumbre. Esto produjo el deseado efecto en los hombres, que con
mayor entusiasmo y alegra rebullan en sus filas.
Areng a sus tropas, los bendijo y despus, con un gesto deseado por todos excepto por l mismo, los envi a la muerte. En su interior lo saba, y cuando los vio
marchar bajando las colinas, gritando para ahuyentar su miedo y enarbolando sus armas como si su poder significase algo ante el enemigo, ocult su rostro para que sus
lgrimas no las detectara nadie.
No obstante muchos las vieron, y en su fanatismo las interpretaron como lgrimas de orgullo por la fe y el valor demostrado. El mismo fanatismo que se
transformaba en ardor guerrero, en una furia incombustible que se precipitaba desde todos lados hacia el disciplinado enemigo.
Ya desde el amanecer haban visto a los rucainas avanzar en perfectos rectngulos alargados. En su retaguardia haba muchos ms y tras ellos extraos grupos
heterogneos de informes criaturas los acompaaban. Era un ejrcito enorme. Sin embargo nada comparable al nmero de soldados akai. Y ellos saban que deban
aprovechar eso.
Desde el principio, las fuerzas de Moula se haban segmentado en grupos pequeos para contender con el problema de la organizacin, y haban avanzado por los
flancos intentando rodear al enemigo sin presentar batalla. Lo hostigaron desde todas las posiciones, intentando atraerlo y dividirlo sin xito. Fue entonces cuando se
orden la carga absoluta. Desde todas las posiciones los akai acometieron al enemigo lanzndose con furia pero no todos a un tiempo.
La eficacia rucaina se dej ver con terrible dureza. Los cadveres se apiaban en macabros montones. En aquellos lugares donde se llegaba al contacto cuerpo a
cuerpo, intervenan los monstruos. Cclopes, hombres lobo, grifos, hidras y las ms escalofriantes criaturas desbarataban con pavorosa presteza cualquier brecha
abierta.
Pasaban los minutos y las horas, y pareca que toda la sangre vertida corresponda a un solo bando. Moula contemplaba todo esto desde la cima junto a las
reservas, que tambin juzgaban con apesadumbrada inquietud el resultado de la batalla.
An as, el valor de los hombres era inaudito, pues a pesar de aquella devastacin los grupos se mantenan unidos, pululando por el campo de batalla sin huir,
atacando y retirndose continuamente, causando pequeos daos y sin dejar de hostigar, tal y como decan los antiguos escritos.
Y efectivamente, pareca que aquello tena efecto, pues cada vez se rompan las defensas enemigas con mayor facilidad. Pero el coste era tan elevado que todo
apuntaba al desastre.
Moula entonces hizo algo que sorprendi a todos. De su rostro se vaci toda aquella angustia y sufrimiento que pareca formar parte de su carcter y slo qued
una sonrisa. Por primera vez pareca haber paz en sus ojos. Y con jbilo espole su caballo y se lanz hacia la batalla.
Al principio, los que le rodeaban no reaccionaron, viendo como aquella llamativa capa prpura se precipitaba hacia el grueso del enemigo. Pero el miedo y la
desesperanza que haba comenzado a conquistar el nimo de aquellos soldados se transformaron con aquel simple gesto en temeridad. Y al contemplar ante s al hombre
ms santo sacrificndose por ellos, apareci la furia.
Idntica cadena de sentimientos se desat en cuantos contemplaban a su patriarca cabalgar, espada en alto, hacia su enemigo. Y como si de una nueva llamada se
tratase, todos los que en el campo prximos a l haba, se unieron al grupo concentrando su ataque en el mismo punto.
Cuando aquella masa humana impact con unos rucainas cansados e incapaces ya de concentrarse, se invirtieron los papeles y de genocidas pasaron a vctimas. Ya
no importaban cuantos monstruos se enviasen al lugar, pues adems de escasos y cansados, ya no infundan el temor suficiente. Las pilas humanas que rodeaban al
enemigo se convirtieron en trampas mortales donde no haba posibilidad de supervivencia, y aquellos que huan exportaban su pnico a los cuadros que an no haban
sido rotos, desmembrndolos.
Entonces, cuando ya no haba escudos mgicos que los protegiesen, surgieron los descomunales escorpiones para acabar con los monstruos. La espantada fue
terrible para ellos, pues no haba lugar a donde huir. Los rucainas que an eran capaces de mantener la calma usaron sus poderes para elevarse en el aire, entonces se
encontraban con cientos de dardos contra los que ninguna proteccin era suficiente.
En un ltimo intento las escasas fuerzas de refresco penetraron en el campo para organizar una retirada ordenada. An as, aquel da murieron muchos rucainas, y
la batalla, increblemente, fue ganada.
El campo era una inmensa tumba de cuerpos insepultos. Aqu y all el suelo no haba podido absorber tanta sangre y la exhiba en rojos charcos dispersos. Las
caras plasmaban el ltimo segundo de sus vidas llenas de terror. No obstante entre aquellos rostros haba uno, ataviado con una capa prpura, que mostraba una plcida
sonrisa.

* * *

Lintor cabalg alejndose de Daza, buscando un lugar apartado donde nadie le molestase. Se alej de los caminos internndose en la homognea llanura. Iba sin
escolta, saba que era arriesgado pero necesitaba soledad para pensar.
Se senta estpido Por qu haba tenido que enemistarse con Dragn? Le exasperaba su falta de compromiso, s, pero mejor tenerlo como amigo que como posible
enemigo. Aunque ms que su error estratgico le dola en lo personal. Tras meses de convivencia le haba llegado a tomar verdadero aprecio.
Abstrado en estos pensamientos estaba cuando divis al frente, cortndole el paso, la figura de una mujer. Resultaba enormemente extrao, teniendo en cuenta que
estaban en mitad de ninguna parte. Qu ira a hacer all, exactamente en ese lugar? Mantuvo el paso acercndose a ella. Era joven, pareca haber estado llorando aunque
ahora mantena un rostro sereno.
-Saludos alteza, llevo tiempo esperndoos.
-Y cmo sabas que vendra aqu?
-Por una maldicin, la de ver el futuro.
-No veo mal alguno en conocer las desgracias y cmo evitarlas.
-Ojal fuera as. Ojal hubiera mil caminos y slo unos pocos pasaran por la desgracia. Pero cuando se acerca el fin del mundo los caminos se agotan, y slo queda
un sendero tortuoso. Y lo poco que promete, depende de las caprichosas elecciones de otros.
-Y ahora querrs intervenir en las mas verdad?
-Claro alteza.
-Por qu llorabas?
-Tanto se nota? -Lintor asinti. Nayuru mir en derredor-. Son Las Llanuras. Cada vez que estoy aqu recuerdo los ltimos das con mi madre. Fue la sagrada Pitia
antes que yo.
-Pitia? Decs que sois el Orculo?
-S.
-Pues sabed que lo ltimo que se espera de un noble como yo, es que sea crdulo. Jams he dado pbulo a las profecas y supersticiones con las que me he
cruzado, y hasta ahora siempre he acertado Y esperis que confe en vos slo por la forma de encontrarme?
-Lo nico que tengo para convenceros es mi presciencia, y ya la he empleado encontrndoos aqu. Slo os pido que me escuchis. Lo que pase despus depender
de vos.
-Est bien. Os oir.
-Primero debis reconciliaros con Dragn. l lo desea, sois su nico amigo en este mundo, pero tiene su orgullo. No lo hiris. No le obliguis a matar. l ser el
mejor transporte para vos y vuestra preciada carga cuando llegue el momento. Despus debis ir a Nlbeda.
-A Nlbeda? Ja! Ests loca! Igual puedo ir a la tierra del fuego, que casi pilla de paso.
-Que Dragn os lleve. Volando no os llevar ms de seis das.
-No pienso ir al confn del mundo porque una Pitia acertara dnde posara hoy mi pi.
Nayuru lo mir pensativa.
-Est bien, est bien. Era el mejor camino. No para vos, pero s para la mayora de la gente. Y el ms seguro. Pero si os falta motivacin hay alternativas -suspir-.
Id a Aitote. Ella estar all dentro de treinta y siete das.
-Quin?
-La reina Nadima -dijo con una leve sonrisa-. Tendris muy poco tiempo juntos, pero vuestra presencia all ser vital. El futuro de un valioso hombre depende de
ello.
Lintor se qued mirndola muy serio. Pero no dijo nada.
-Ese brazalete es muy peligroso. Fue diseado para cazar a un demonio. Debis desprenderos de l.
-Algo ms? -dijo con sarcasmo.
-No permanezcis aqu ni un minuto. Un grave peligro os acecha. Jams abandonis vuestra escolta mientras estis cerca de Daza. Habis entendido?
-Perfectamente -continu condescendiente.
-Muy bien, adis.
Y se march. As, sin ms. Sin volver la mirada atrs. Sin comprobar si le haca caso o no. Esto es lo que ms fastidi a Lintor. Se le ocurran rocambolescas
explicaciones para cuanto haba odo de esta mujer, pero no era normal que se despidiera sin pedir nada a cambio, o sin asegurarse de que se haca lo que solicitaba. Crea
conocer a las de su calaa, siempre profetizaban un gran peligro y una forma de evitarlo. Y siempre, ese remedio llenaba su bolsa. Lo que variaba era el procedimiento
para lograrlo. Pero ahora no adivinaba ninguno que encajara con el comportamiento de aquella muchacha.
Mir en derredor y no hall ms que vaco. Qu peligro poda amenazarle all? Daza no estaba lejos, y ningn caballo poda correr ms que el suyo. Decidi
quedarse un buen rato. Si no se equivocaba, no pasara nada y se librara del fraude. Si se equivocaba bueno, al menos tendra la prueba que necesitaba.

* * *

Undupe lleg el ltimo, con su casco emblemtico bajo el brazo y su larga capa caracoleando tras sus vivos pasos. Slo un silln quedaba libre, esperndole.
Un rpido vistazo a su entorno catalog inmediatamente aquel lugar como la sala principal de un templo. Altsimas columnas disputaban al mismo cielo un espacio
donde sostener una cpula de piedra oscura. Bajo ellas, pequeas vidrieras dejaban pasar comedidos chorros de luz que estallaban sobre las columnas dejando en el
interior slo una claridad dbil y suave. Undupe sonri al descubrir la intencin. El emperador siempre elega como cuartel general aquel lugar que hiciera al visitante
sentirse inferior. Los templos eran sin duda los mejores para eso.
Ocup su asiento no sin antes saludar con un gesto a sus compaeros. No los apreciaba en absoluto, pero saba que no era bueno permitir que un general rucaina te
guarde rencor por un insignificante saludo.
-Qu te ha retenido Undupe?, no sueles ser impuntual -dijo Yone, comandante del frente sur.
-Slo unos cuantos akai indecisos. Pretendan huir por donde no deban, pero ya est solucionado.
-T siempre tan sentimental -terci Jama, general del centro, en tono despreciativo-, seguro que has preferido esperar a que escapen en vez de una rpida y
eficiente aniquilacin.
-Si huyen fomentan el pnico, y el pnico es la mejor arma de la guerra. Segn tengo entendido t ya lo has comprobado -contest con irnica sonrisa.
-Estpido!, yo no me he enfrentado con seoritingos y aldeanos del tres al cuarto, sino con lo mejor que el enemigo ha podido ofrecernos, el ejrcito ms
numeroso y motivado que jams hayamos visto. Y te aseguro que mi derrota se ha cobrado su precio en vidas.
-Y en moral.
-Lo dices por la prdida de Dragn? Ah te equivocas!, Dragn desert mucho antes de esa batalla. Si sta ha tenido algn beneficio ha sido precisamente que
ahora hay menos deserciones. La venganza es un buen estmulo.
-Mmmmm!, ya me habra gustado estar all, Jama -dijo Iraya, general de las fuerzas especiales-. Qu magnfico espectculo para contemplar! -Undupe no pudo
evitar el familiar estremecimiento que le recorra el cuerpo al escuchar aquella voz. Su tono era tranquilo, suave y hasta casi sensual. Pero las palabras estaban cargadas
de crueldad. Se adivinaba una insana avaricia por el lado oscuro del ser humano, los peores vicios y obscenidades inimaginables. Lo peor de todo es que aquella mujer
tena el poder necesario para cumplirlos.
-No fue ningn placer, creme. Los malditos mantuvieron su disciplina a pesar de todos mis esfuerzos.
-Los pobres soldaditos akai!, con su dbil valor intentando atenerse a las rdenes. No puedo creerlo! De todas formas eso los hace ms atractivos, cuando la
desesperacin al fin derrota su nimo, sus ojos ah que lindos ojos!..
-Iraya, ests como una cabra -dijo Jama con sorna, aunque era la pura verdad segn pensaba Undupe. Ellos dos se caan bien en el fondo, los una el comn
desprecio por el enemigo.
Entonces, desde las sombras son el cadencioso paso del emperador. Todos callaron al instante. Su autoridad era tan real e invisible como aquella ominosa
penumbra desde la que llegaba. Su figura apareci a contra luz, alta, de magnfico porte y siempre oculta bajo la capucha de plata.
-Creo que ya estis todos al corriente de los sucesos en el frente central. Era algo que esperbamos tarde o temprano. No debis desanimaros, era simplemente el
ltimo manotazo de un gigante moribundo que se ahoga en su propio barro. Con esa batalla ellos han perdido a sus fanticos y nosotros hemos aprendido todos los
trucos que les quedaban en la manga.
El emperador los observ uno a uno, con pausa. A continuacin habl:
-Jama, escoge a los guerreros ms valerosos, los que estuvieron en peores dificultades, tendrn su merecido descanso como asesores en los dems ejrcitos. Quiero
que todos estis preparados para esas nuevas tcticas.
-Yone, segmenta un tercio de tu ejrcito y envalo hacia el norte.
-Un tercio!, pero mi seor
-No te preocupes. Tus rdenes no sern las de avanzar como hasta ahora, sino slo de mantener la posicin. Te limitars a pequeas escaramuzas que los
mantengan asustados y en permanente huida.
Undupe, t hars lo mismo.
Iraya, suspende por el momento todas las actividades especiales y concentra a todos tus efectivos. Te reunirs con Jama en el centro cuanto antes. Quiero que los
dos asestis tal golpe a nuestro enemigo que su victoria palidezca en su memoria. Est claro?
-S, mi seor -respondieron ambos al unsono.
-No avancis demasiado. No debis permitir que se rompa el frente entre nuestros ejrcitos. Slo necesitamos un golpe moral contundente. Despus proseguiremos
como antes, avanzando de forma coordinada, y barriendo todo a nuestro paso. Alguna duda?
Undupe levant la cabeza, pero no se atrevi a hablar.
-Entonces, loado sea Tenkar.
-Loado sea Tenkar -respondieron todos con mecnico formalismo-, y que su luz nos gue a la justicia.
-Podis marcharos.
Todos se levantaron de sus asientos como espoleados por un resorte. Todos excepto Undupe. El emperador lo advirti y esper a que los dems se hubieran
marchado.
-S, Undupe?
-Mi seor, he estado pensando en los ltimos acontecimientos y hay algo que me inquieta.
-Alguna amenaza inesperada?
-No, mi seores, cmo decirlo?,es el futuro prximo.
El emperador se sent en un silln prximo, baj su capucha y en tono amistoso dijo:
-Podis hablar con franqueza, Undupe, no os preocupis por las palabras elegidas, slo decidme qu os inquieta.
-Est bien, mi seor. Se trata de adnde nos lleva todo esto. No parece lgica nuestra accin.
-Debemos destruir a los akai. Mientras ellos existan nosotros estaremos amenazados. Ya lo sabes.
-Mi seor, a m no me valen esas razones. Entiendo por qu escogisteis a los otros, pero yo slo me atengo a la razn. Y sta me dice que esto es una masacre sin
sentido.
-A los otros?
-S, a los otros. Jama ha perdido a su familia en las guerras, para l todos los akai son asesinos que merecen la muerte. Yone es una fantica religiosa, luchar hasta
la muerte si un sacerdote le dice que es lo que est bien. Iraya es una psicpata, disfruta matando, para ella vuestras rdenes son un placer. Francamente no entiendo
por qu me elegisteis para general.
El emperador sonri.
-Y dime por qu mis razones no te satisfacen?
-En primer lugar esto no es ms que una masacre, el exterminio sistemtico de quienes slo han cometido el pecado de nacer en el sitio equivocado. Y en segundo
lugar he hecho cuentas. Simples cuentas. Si calculamos las bajas que hemos tenido hasta ahora y extrapolamos el resultado a cuando lleguemos al ocano quin
quedar para celebrar la victoria?
-Si has hecho bien los clculos seremos unos cuantos.
-S, pero an nos queda la amenaza de los kainum y los druidas y no sabemos cmo responder su poblacin civil cuando no tengan a dnde huir. Si a eso le
aadimos el cansancio y la baja moral de nuestros soldados habr un punto de indeseable equilibrio.
-Qu sugieres entonces?
-Pues deberamos dejar de afanarnos en mantener la lnea de frente. Qu nos importa si unos civiles invaden lo conquistado? No suponen ninguna amenaza. Esto
nos permitira concentrar nuestras fuerzas y limitarnos a destruir sus ejrcitos. Si doblegamos sus fuerzas y conquistamos algunas capitales emblemticas no tendrn
ms remedio que claudicar ante nosotros. Esto bastara para mantenerlos bajo control, y nos permitira escoger un territorio donde asentarnos y prosperar. Qu
demonios! Incluso ahora mismo podramos pactar y acabar con esta masacre.
Nuevamente el emperador sonri.
-S, seguramente es lo mismo que yo hara. Pero hace ya mucho. Me hubiera conformado con cuatro o cinco valles frtiles donde emigrar -luego mir a Undupe al
que la duda lo mantena atento-. Te escog por tu inteligencia y por tu alto sentido del honor. Saba que jams contravendras una orden por insensata que te pareciese.
Undupe arque las cejas sorprendido.
-Entiendo.
-Bien, ahora supones un problema. Antes habra fingido indignacin por tu insolencia y te habra rebajado de grado, o algo peor -hubo una terrible pausa para
Undupe-. Pero te necesito. Has demostrado ser el mejor manteniendo la moral de nuestros soldados, que es el factor clave de esta guerra, y tambin eres el que menos
bajas has tenido.
Entonces el emperador puso su mano en la cabeza de Undupe. Durante unos segundos ste se estremeci. Su rostro reflej lucha y su mano aferr la empuadura
de su espada. Sin embargo sus ojos no se abrieron y el arma no fue desenvainada, pues el emperador, en palabras tranquilas repuso:
-Si deseas conocer, has de permitirlo.
Entonces el general se relaj. Sus ojos se cerraron pero tras sus prpados el movimiento persista como si estuviera soando. Su cara gesticul como si un gran
pesar se depositara sobre sus hombros. Finalmente el emperador separ su mano.
Undupe abri los ojos, pero en ellos slo poda verse el horror.
-Siento haberlo hecho Undupe. A veces la ignorancia es el mejor regalo que el Divino puede otorgarnos. Ahora ya sabes que no me quedaba opcin.
-No no hay otra solucin?, -el emperador neg con la cabeza-. Siempre cre que la ceremonia de conversin requera a varios.
-Para transmitir la verdad, slo hace falta un alma.
-S. Ahora lo s.
Undupe se agarr la frente con ambas manos apoyando los codos en las rodillas. El emperador le agarr el hombro.
-Cuando el secreto me fue revelado, yo tambin dese no haber nacido.

* * *

Dselo. Deltalos. Dejars de sufrir le deca la vocecilla. Traicionar a Taigo y a Azuara? No, nunca. Pero si lo hiciera, a lo mejor mora. A lo mejor el rucaina
decida matarlo por fin. S, morir! No ms torturas!
Nunca imagin que fuese tan difcil morir. A sus pies su propia sangre no dejaba un retazo de suelo limpio. Las salpicaduras manchaban hasta bien alto las paredes
de aquel rincn. Todo era rojo hasta donde poda ver. Estoy esturreado ji, ji!. Aqul era el quinto lugar que visitaba. Todos los dejaba igual. Lo de decorador lo llevo
en la sangre ji, ji, ji!. Pero por qu no mora? Cunta podra perder sin dejar de respirar?
Deltalos insista la voz, pero l slo pensaba en morir. Lo haba intentado. Una vez se balance en la silla a la que estaba atado hasta hacerla caer. Apunt al
pico de un escaln, y lanz su cabeza all con todas sus fuerzas. Despert con un enorme chichn, y desde entonces el rucaina fijaba la silla.
Otra vez, cuando su torturador le estaba hurgando con el cuchillo en la enca, logr sorprenderlo con un movimiento brusco, encauz la hoja en un orificio nasal y
baj violentamente la cabeza. Pretendi hincarse el arma hasta el cerebro, pero no lo consigui. Habra funcionado de todas formas, pues empez a sangrar a borbotones.
S, esa vez pudo haberse desangrado. Mas como siempre perdi la consciencia, y como siempre volvi a despertar, en el mismo rincn sangriento, y con un aura que
heda a ira curando su nariz destrozada.
Chaoro no saba nada del fluido astral, pero perciba la presencia invasora en su piel, cargada de un odio que quemaba. Y cuando la usaba para torturar Se orin
encima nada ms pensarlo.
Dselo, clamaba la voz. Has soportado ms de lo posible. Era verdad. Cuntas veces haba cruzado esa lnea que l crea superior a su capacidad? Uno est
obligado a cruzar esa lnea slo una vez, al expirar. Pero cuntas veces lo tendra que hacer l por sus amigos?
-No te voy a dejar morir tan fcilmente mierdecilla. Te alimentar y te cuidar aunque no quieras. Vivirs hasta que me digas lo que quiero saber.
-Ya ya lo he dicho.
-No. Llevas das mintindome, mierdecilla. Y estoy harto de llevarte y traerte de un sitio para otro, akai. Sabes lo que me cuesta encontrar un lugar como ste?
Aislado, solitario, escondido Cuesta mucho. Y cuando los encuentro no puedo quedarme demasiado. Es arriesgado. Igual que trasladarte, mierdecilla.
-Bues mtame de una vez.
-No, mierdecilla. An tengo que arrancarte tu secreto. Y lo har. Seguir como hasta ahora, tras los peregrinos, avanzando hacia mi gente. Y tus amigos caern.
Vaya si caern!
-Ellos no son imbortantes.
-El orculo no dijo eso mierdecilla. Ellos tienen tu itinerario. Yo vi como se lo dabas. As que pueden encontrar los dcuatil. Adems, ellos tambin tienen que
pagar. Pronto no estar solo, y sus gemas no les servirn.
El rucaina dej los alicates en la bandeja, soltando el premolar. Ahora haba tres dientes sanguinolentos juntos. Chaoro, con la cabeza firmemente atada lo vea elegir
el cuchillo. Saba que deseaba usar el fino. Con se podra llegar ms al nervio, pero dudaba. Otro movimiento brusco y quizs muriese. As que escogi el de hoja ancha.
Mientras se acercaba desvi los ojos del arma y los fij en la bandeja. Al lado de sus dientes una veintena de finas rodajas redondas se amontonaba. Eran dos de sus
dedos. Ayer fue cuando le amput los otros dos? No, record. Ayer fueron las uas y una oreja. El rucaina acerc el taburete cuchillo en mano. Dselo! Deltalos!
clamaba la voz. Sin embargo el Peregrino ri:
-J, j! Ya s como escabar, j, j, j!
El rucaina lo mir sorprendido.
-Cmo? -pregunt receloso.
-Bor bartes. En el cubo de la basura j, j, j!
El rucaina le dio dos bofetadas, pero no logr borrar la sonrisa de su cara.
-Me voy a gastar un bastn en begamento jaaaa, ja, j, j, j!
El torturador se levant del taburete, mirndolo entre airado y confuso. La risa de Chaoro se transform sbitamente en un llanto desconsolado. Algo estridente,
excesivamente dramtico, pero con autnticas lgrimas corriendo por sus mejillas.
-Bero no he numerado las bartes! -Clam desesperado-. Cmo me voy begar sin saber el orden? -Dijo sin dejar de llorar.
Y dentro de Chaoro la vocecita se apag. Esta vez para siempre. Puede que lo torturasen, puede que lo matasen, incluso puede que se volviera loco. S, loco. Pero
nunca, jams, delatara a sus amigos.

* * *

Lintor escuch las palabras sin poder precisar de dnde venan. Estaba solo, en mitad de la llanura vaca, an el sol no se haba puesto, y sin embargo era incapaz
de ver a nadie. Desenvain la espada y se aprest a la lucha.
-Haces bien en protegerte aunque no te va a servir de nada.
Entonces mir al nico lugar al que jams habra atendido: el cielo. Y all estaba. Era un hombre de mediana edad, sin nada que destacar en su aspecto o
indumentaria, nervudo, fibroso. Con una placida sonrisa detuvo su vuelo unos pasos frente al prncipe.
-Llevo mucho tiempo buscndote. Deb eliminarte hace tiempo. Pero la fortuna parece sonrerte.
-Buscndome?, querrs decir buscando un momento donde atacar a traicin, como ahora.
-Traicin? Esa es la palabra que usan los dbiles. Yo lo llamo combate uno contra uno. Injusto por supuesto, como injusta es la lucha del ratn contra el gato. Pero
por eso los gatos campan a sus anchas y los ratones han de esconderse.
-Eso es lo que quieres que hagamos, no? Pretendes que nos escondamos los millones que somos en las tierras de fuego y os dejemos a vuestras anchas aqu
verdad?
-Evidentemente seris muchos menos cuando acabemos. No me mires as, yo no tengo la culpa de pertenecer a una raza superior.
-Yo tampoco tengo la culpa de
-No te atrevas a proclamar tu inocencia, akai. Mi to muri asesinado por los vuestros en la bsqueda de la paz que ahora tanto deseas. Vosotros llevis la vileza en
la sangre. La misma con la que hace mil aos masacrasteis a los nuestros, mujeres y nios dicen los escritos, sin compasin; la misma con la que corrompisteis la
nobleza de los antiguos kainum y los arrastrasteis a vuestras disputas. Fuisteis vosotros. Siempre fuisteis vosotros.
-Y por todos esos pecados, yo, precisamente yo, he de pagar.
-Sabes de sobra tu peso en la alianza. Hubiera sido mucho mejor antes, evitar su formacin, pero an estoy a tiempo de avivar vuestros odios. Tamaria y Lucinia
no deben integrar la alianza.
-Y qu crees que pasar cuando acabe todo? Sois iguales que nosotros, la misma crueldad mostris cuando nos asesinis sin piedad. Os descompondris en
decenas de reinos y lucharis entre vosotros.
-Qu pretendes prncipe? Ganar tiempo? Nadie vendr a ayudarte -sonri.
-Para tener tan alta talla moral, pareces disfrutar con esto.
-Se nota? A ti te ocurrira lo mismo si llevaras aos planeando esto. Bueno, no te har sufrir ms.
Lintor alz su espada. Inmediatamente el prncipe sinti una asfixiante presin en el cuello. Solt la espada sin poder evitarlo. No oy el golpe del arma al caer.
Espantado, la vio elevarse lentamente ante s, adoptando la posicin en la que la esgrimira un soldado para decapitarle.
Record entonces cuanto haba ledo de los kainum. Imagin el aura de su enemigo proyectada hacia su cuello obligando al aire de alrededor a convertirse en una
horca mortal. Bati los brazos en derredor, intentando romper el vnculo astral, y lo consigui. Justo un instante antes de que la hoja iniciase su ataque definitivo.
Se agach, pero no lo suficientemente rpido. La punta de la espada abri un surco en su crneo del que pronto comenz a manar la sangre en abundancia. El dolor
era terrible, pero Lintor se sobrepuso. De inmediato se lanz a por la espada. Esta se movi en el aire esquivndole, pero el prncipe la agarr por la misma hoja con las
manos desnudas, apretando con fuerza las palmas. El rucaina forceje, y ms llagas se abrieron en las manos del tmaro, empapando de sangre sus manos y el brazalete.
El prncipe contempl ante s una extraa niebla de fatuos colores. Sin embargo aquel vapor se superpona sobre la visin convencional sin ocultarla. Poda ver
perfectamente su espada a pesar de que aquella extraa niebla era particularmente densa en su empuadura. Sera el aura del enemigo? No tena tiempo de elucubrar, as
que directamente gir echando todo su cuerpo alrededor del arma, cortando aquella niebla y echndose a rodar sobre el suelo. Sinti la espada libre, suelta entre sus
dedos.
El rucaina solt una maldicin, pero en absoluto pareca preocupado. Lintor no lo pens dos veces. Agarr el arma por la empuadura y girando con violencia la
arroj tan lejos como pudo.
-Ja, ja, ja! Est siendo ms divertido de lo que crea. De verdad crees que necesito un arma para matarte?
El brujo inici entonces una serie de movimientos enrgicos. Ante l, una esfera luminosa comenz a brillar. Lintor vea como aquella niebla extraa lata alrededor
de la bola. Hasta poda percibir el flujo de aire hacia la misma, calentndose y comprimindose continuamente. Entonces, de improviso, igual que vino, su nueva
capacidad desapareci. Volvi a ver el mundo tan slo con sus ojos de siempre. Por qu? Qu le estaba pasando?
La esfera segua creciendo en tamao e intensidad, su color pasaba del rojo vino al anaranjado. El prncipe sinti que tena que hacer algo de inmediato o estara
fulminado en breves instantes. Corri hacia el rucaina desesperado. ste, con un ademn lanz la esfera liberndola en el mismo cuerpo de su enemigo.
Lintor sali despedido varios pasos. La esfera desgarr sus ropas, quem su piel y contusion pecho y abdomen. No lo mat, pero lo dej inconsciente, yerto
sobre el suelo.
El rucaina avanz cauteloso hacia l. Le bast una exploracin urea para saber que no finga. En pie junto a l se dispuso a matarlo cuando un brillo le atrajo la
atencin. Estudi detenidamente aquel brazalete. Puls un resorte y una pieza de cristal engarzada en oro se desprendi pasando a su mano. La explor con su aura y
sus ojos se abrieron con desmesura. Volvi al brazalete y observ que una segunda gema estaba manchada de sangre.
-Por eso viste mi aura -murmur para s.
Recapacit durante unos instantes. Luego sonri. Asegur bien el cierre sobre el brazo del prncipe y se incorpor. Mirndolo dijo:
-Desears haber muerto.

* * *

Apareca siempre de noche, como una diablesa etrea, para llevarse sus vidas. Si la vean sola ser para morir. Si la oan, ya era tarde. Jams lograban tocarla. Lo
haban intentado con magia, fuego y acero, y nada la alcanzaba. Pareca que su cuerpo repeliese cualquier ataque, anticipndose por rpido que fuera, y saliendo siempre
indemne.
Pocos podan sospechar que aquella negra espada tuviera un alma encerrada en su interior. Y menos an que pudiera ver el futuro. Un futuro que transmita a
Nadima obligndola a moverse entre la victoria y la muerte con pasos vertiginosos y precisos.
Sus objetivos solan ser emplazamientos rucainas en puestos avanzados. Aldeas aisladas que haban tomado inadvertidamente. Servan de centros del poder rucaina
infiltrado en los reinos akai. En ellos entraba y sala en menos tiempo del que le daba a su enemigo apercibirse de los estragos causados. Para cuando se organizaban en
una fuerza eficaz, ella ya haba desaparecido sin dejar rastro alguno.
No mataba al azar, jams. Siempre se trataba de altos oficiales rucainas cuyos conocimientos o vala eran esenciales. A veces atacaba incluso cuarteles muy bien
protegidos para asesinar tan slo a un hombre. Lugares en los que haba estado muy cerca de perecer. Pero siempre la fortuna -o ms bien Azdamur- le garantizaban
otro da de vida a la reina lua.
-Azdamur, siempre va a ser as?
-A qu os refers, Alteza?
-Matar. Siempre matando sin arriesgar.
-S que hay riesgo, mi reina, basta un segundo de duda, una indicacin ma mal interpretada y estaris muerta.
-No me refiero a eso. Ellos no tienen la menor oportunidad. Cuando les mato y an estn durmiendo me siento una asesina, no una salvadora de nadie.
-Sin embargo lo sois. Cada rucaina que matis significa miles de vidas salvadas.
-No hay honor en esta forma de lucha.
-Acaso s lo hay en la guerra?
-Cuando dos se enfrentan, ambos se juegan sus vidas. Ah est el honor.
-Esa es una filosofa muy propia de nobles que han vivido siempre protegidos del mundo en sus castillos. No de vos, que habis visto el otro lado de la guerra. El
que viven los civiles que estn en medio. Qu significa el honor para una mujer violada, para un nio hurfano o para el que le arrebatan todo?
-Yo ahora no puedo ver esas vidas que se supone que estoy salvando. Slo veo a los infelices que he de matar, indefensos. Y slo s que me siento sucia y
asqueada cada noche que asesino.
-Ojal pudieras ver el tiempo como yo lo veo mi reina. Ojal pudieras ver esas familias que salvas de la desgracia, y todo el bien que haces a costa de tu
angustia.
-No mi angustia, Azdamur, mi alma. A costa de mi alma.

* * *

Chaoro mir el techo de paja. La luz del sol alanceaba la choza sumida en la penumbra. Ya ha pasado un da, pens. Con sus ojos irritados volvi escudriar el
cadver. El hedor del rucaina le llegaba desde el suelo. Los insectos lo cubran por todas partes, pero an poda distinguirse el lugar de la mordedura. Dos puntitos
negros en medio de un gran bulto morado, junto al hombro. A su lado una colorida serpiente yaca con la cabeza destrozada. La enviara el Divino? Para qu? Para
librarle del dolor? De la muerte no, eso seguro. Senta la lengua estropajosa. La sed le provocaba nuseas. Y se senta tan cansado
Pero pronto terminara todo. Una pequea tortura final, aquella insoportable sed. Nada comparada con lo que haba pasado. Podra morir deshidratado, pero no era
la nica alternativa. Aquella misma noche, el olor haba atrado a las alimaas. Haba odo gruidos, y el rascar de patas y colmillos en la puerta. No estaba seguro de que
aquella desvencijada madera soportara una embestida decidida. Por otro lado las ratas s haban entrado. De momento parecan ms interesadas en el cadver que en l,
pero en cuanto descubrieran lo atado que estaba, quizs cambiaran de opinin. Las moscas no hacan distingos, y sus heridas parecan igual de sabrosas que las del
rucaina. As que ya deban de estar infectadas. Como la gangrena de su mano izquierda, haca horas que no poda sentirla. De todas formas mir la serpiente agradecido.
Aquello, al fin, acabara de una vez.
Ms all de aquel infierno de insectos, y del insoportable hedor, oy el sonido de un pjaro, e imagin el mundo como era antes de aquel infierno. Un lugar
hermoso y agradable, un paraso si no existiera el dolor. Entonces percibi una presencia clida, reconfortante. Estaba por fin muriendo? Reconoci en aquella
presencia a Taigo, cargada de preocupacin y cario. Pero tan pronto como la sinti desapareci. Se haba vuelto loco al fin? Quizs. Ojal estuviera loco. Ojal
pudiera abandonarse en aquellos espejismos.
La puerta se abri y Taigo entr por ella corriendo. Su experta mirada recorri las heridas y sus dedos tomaron el pulso. Sus ataduras se liberaron, y sinti que
volaba fuera de aquel hedor y de aquella choza. Cerr los ojos a la intensa luz y Tori revoloteaba a su alrededor Qu bello sueo!, pens. Pero se equivocaba.
Das ms tarde an dudaba de si estaba realmente vivo o no. Haba asumido tan profundamente la muerte que todo le pareca irreal. Taigo dedic das de esfuerzo,
usando sus gemas, hasta lograr recuperar su mano. No pudo reponer sus dedos, pero acab con la gangrena y an poda manipular objetos.
-Sabes lo que ms me fastidia.
-Qu? -dijo Taigo.
-Los dientes. Estuve a punto de cantar lo juro! Cuando pens que jams podra limpiar las costillas de cordero como antes, el sol se puso en mi alma.
-No te preocupes -sonri Taigo-. Tendrs unos dientes postizos. No notars la diferencia, te lo garantizo.
-Cmo me encontrasteis?
-Fue Tori -dijo Azuara-. Llevbamos das buscndote, desesperados. No queramos abandonar el ltimo sitio donde te vimos. Entonces apareci Tori y nos gui
hasta ti.
-Rescatado por animales. Verdaderamente el Divino me ha salvado.

* * *

(Ao del Divino de 1005)

Cuando Yeray entr en la orden, no imagin que sera uno de los elegidos. Ni siquiera saba qu significaba eso. l slo era un muchacho de familia pobre que, ante
las perspectivas que le ofreca la vida, pens en el monasterio como solucin a sus problemas. Super un examen e ingres como novicio. Estuvo a prueba tres aos,
durante los cuales aprendi extraos ejercicios espirituales. Descubri que aquello se le daba bien. Su progreso destacaba entre los dems y pronto fue propuesto para el
siguiente grado. Slo los elegidos tenan acceso al ms profundo conocimiento de la orden, adems de los cargos de mayor poder. l no despreciaba los ascensos, pero lo
que ms le motivaba era la curiosidad. Su propia experiencia con los ejercicios le provocaba una serie de interrogantes que necesitaba aclarar. As pues, deseaba
fervientemente ser uno de los elegidos. Y lo consigui.
Lo primero que realiz fue la ceremonia del ttem. En ella, su mente viaj por aquel mar desconocido donde lo soado, lo real y lo que podra serlo, se fundan en
una tormenta de sensaciones ingobernable. Su viaje fue dirigido con la ayuda de otros monjes, y al final todo cristaliz en una experiencia animal.
Primero sinti la caricia del viento. Lo notaba bajo los brazos. Le resultaba extraa la posicin de la mueca y ms aun las dimensiones distorsionadas de todos sus
miembros. Perciba su deformado cuerpo como si fuera ste el nico real, el que hubiera utilizado toda la vida. Y a pesar de la omnipresente naturalidad, saba que no le
perteneca.
Despus se hizo consciente de lo que vea con sus nuevos ojos. Estaba cayendo a ras de un tronco y su cuerpo se hallaba cubierto de plumas. Cuando estaba a una
vara del suelo sus alas -definitivamente no eran brazos- se abrieron rozando casi la maleza del suelo, avanzando a gran velocidad sin apenas batirlas. Su vista se fijaba en
su presa, cada vez ms cerca de sus garras. El follaje se deslizaba vertiginosamente en los flancos, mientras sus odos captaban el silencio que puede encontrarse en el
bosque profundo. Senta la excitacin de la caza, la inminencia del momento, su corazn latiendo con fuerza. Y le gustaba.
En aquella ceremonia descubri el animal con el que tena ms afinidad, su ttem: el azor. No le sorprendi. Era como si le recordasen algo que ya saba.
Despus siguieron ms ejercicios. Aos de formacin. Aunque nunca le aclaraban para qu. Saba siempre los objetivos a corto plazo pero no lograba descubrir a
dnde conduca todo. Y aquella curiosidad alimentaba su determinacin.
Una vez estuvo preparado busc su animal hermano. No poda ser comprado ni criado. Deba ser un animal salvaje y que libremente quisiera estar con l.
Pas varios aos en los bosques, armado con tan slo un cuchillo, cazando como un animal, sintiendo los olores en el aire, los sonidos de la noche, el miedo ante los
lobos, el placer de la depredacin.
Pasados unos meses no quedaba en l ningn rastro de civilizacin, excepto por los ejercicios espirituales que continuaba realizando. Todas las maanas, asista al
nacimiento de la luz desde el lugar ms elevado que poda encontrar. All llamaba a su alma animal, su compaero en el mundo.
Al fin ste le respondi.
Un magnfico ejemplar se le acerc. Al principio tmidamente. Se pos en una rama para observarle. Era tan curioso como Yeray y como era de esperar, el animal
se sinti seguro a su lado. Su entrenamiento le permiti captar con claridad las emociones de la criatura, igual que si viera la cara de una persona.
l le ofreci parte de su caza y el azor acept. Sin duda as habra comenzado el arte de la cetrera; claro que l deba de ir mucho, muchsimo ms all.
A los regalos de l, el azor le responda descubrindole las mejores piezas con su visin privilegiada. Poco a poco su simbiosis iba creciendo y hacindose ms
slida. Pronto un lenguaje de chillidos se hizo natural entre ellos, aunque muchas veces una sola mirada bastaba para comprenderse. Tras meses de convivencia se forj
un entendimiento mutuo profundo, hasta intuir esos elementos de los que estn constituidos los sentimientos. Si el azor fuera humano dirase que saba como Yeray
pensaba. Y viceversa.
Sus distancias tambin se redujeron y Yeray tuvo que cubrirse hombros y brazos para evitar los araazos del ave, que gustaba de posarse sobre l.
Les encantaba jugar juntos. Unas veces Yeray corra entre los rboles con un trozo de cuero atado a un largo cordel y el azor disfrutaba cazndolo. Otras, ambos se
tiraban desde las rocas hacia una poza y compartan el vuelo hasta casi la zambullida.
Cuando Yeray crey que era el momento dio el siguiente paso. Se relaj y comenz sus ejercicios de meditacin como cada maana, pero esta vez con un objetivo
muy diferente. El azor lo miraba curioso. Baj uno a uno los escalones de su consciencia hasta llegar al ms profundo. Ahora tena ante s un abismo desconocido en el
que tena que zambullirse si quera lograr su objetivo. Pens entonces en todos los vnculos que haba en su mente con el azor. Sus vivencias, sus sentimientos, todo lo
que pudiera llevarle hasta l.
Y lo que tanto deseaba sucedi.
Se vio a s mismo desde la rama donde el azor sola dormir. Despus, tal y como ocurriera en aquella ceremonia tanto tiempo atrs, volvi a sentir el viento bajo las
alas, y el mundo visto con otros ojos, como si su propio cuerpo fuera el del azor. Sin embargo no slo era eso. La misma identidad del animal estaba unida a la suya. La
comunicacin era instantnea y los sentimientos se transmitan sin poderse evitar. De ese modo el azor sinti la alegra de su hermano humano, y sus deseos de
conseguir aquello. Y Yeray descubri el placer del animal nadando en su mente, accediendo por primera vez a esa tercera garra que tenan los humanos: su inteligencia.
Yeray descubri el efecto de alabear las alas en la direccin, lo sencillo que resulta planear cuando el viento sopla suave y constante, y la importancia de estudiar
bien a una presa antes de atacarla.
La curiosidad del animal hall ocanos de respuestas, y tambin la frontera de preguntas a las que aqul humano se enfrentaba sin solucin. Pero lo ms
emocionante fueron las experiencias: nadar en un estanque, galopar sobre un caballo, descubrir mundos imaginarios en un libro y la msica, qu maravillosa le pareca
la msica!
Yeray abri los ojos entonces. Sendas conciencias recibieron el impacto del amanecer visto a travs de cuatro ojos. Yeray se incorpor tambalendose, su cuerpo se
inclin hacia delante, y vio sus brazos extendidos a modo de alas mientras caa de bruces sobre el suelo. Ambos sintieron el dolor en su cara humana, pero la risa en la
conciencia de Yeray se extendi de forma inmediata hacia el asustado azor, contagindolo rpidamente. Fue extrao ver a una rapaz riendo, y esto les hizo an ms
gracia.
Les quedaba un largo camino que recorrer. Yeray adivinaba el esfuerzo, pero era necesario, pues deban aprender a moverse con sus conciencias unidas. El azor lo
saba. Y el consentimiento del animal a compartir el destino elegido por el humano era la recompensa de Yeray a todos sus esfuerzos.
Cuando estuvieron listos partieron hacia el monasterio. Fueron recibidos calurosamente y atendidos como hroes, cosa que no haba sucedido en todos los aos
desde que Yeray ingresara. Segn supo despus, eran pocos los que alcanzaban su logro.
La mxima autoridad del monasterio lo cit a media noche, cuando todos dorman, en el claustro. Distingui su silueta bajo el alto prtico, junto a unos troncos
apilados. Atraves el enlosado de pizarra y slo se oy el susurro de sus pasos.
-Acrcate, Yeray -El reflejo de la luna riel en la hoja metlica de la espada ceremonial. El abad la sostena en su mano derecha inusualmente desenfundada.
-Qu sabes de los kainum?
-Supongo que lo que todos, su ilustrsima. Hay muchas leyendas, pero me imagino que eran magos que en algn momento se corrompieron, provocando guerras
que casi acaban con la humanidad.
-Es bastante correcto, pero hay mucho ms. Sabas que nuestra orden se fund en la era de las guerras arcanas?
-S, su ilustrsima. Somos al menos tan antiguos como los ermitales. Siempre me choc que, a pesar de ello, no tuviramos libros de aquella poca.
El abad sonri.
-S que los hay, pero no estn en la biblioteca. Yeray, lo que has dicho es muy cierto, los kainum eran una orden como la nuestra, que abandon sus votos
pudrindose con el poder. Pero ese paso no fue casual. Y aquello que lo provoc entonces, nos ha estado amenazando siempre. Nuestra orden fue fundada con el
objetivo de perseguir y destruir esa amenaza. Desgraciadamente hasta ahora no lo hemos conseguido.
Tus ejercicios te han entrenado para hacerte receptor de un elevado poder, del que yo soy la llave. Pero este poder slo puede ser otorgado a quienes se
comprometan con la causa.
No te voy a engaar, si aceptas tu vida consistir en errar por el mundo en una bsqueda incesante que slo hallar paz con la eliminacin de esa amenaza; como
te he dicho, ninguno de nosotros lo ha logrado en estos mil aos. Estars siempre sujeto a la disciplina de la orden. Tu nica recompensa ser saber que tu servicio se
extiende a toda la humanidad, pues es a ellos a quienes ests salvando, aunque probablemente jams lo sepan.
No puedo decirte ms, salvo que lo medites bien y que no te dejes arrastrar por una vana curiosidad, pues lo que se te puede revelar slo produce pesar y
preocupacin continua para el resto de la vida.
Yeray qued inmvil. Qu terrible secreto poda necesitar tantas medidas de seguridad? De qu forma podra el mundo estar amenazado? Mir la espada del abad
y pregunt:
-Qu ocurre si rechazo?
-No te preocupes, an eres libre de elegir tu camino. Tu poder se reduce a una enorme capacidad de comunicacin con tu animal hermano, nada peligroso. Podrs
abandonar la orden, o seguir en ella en el rango en el que ests ahora. T decides. Pero has de saber que son pocos los que consiguen lo que t has logrado.
-Puedo preguntar en qu consiste ese poder?
El abad no respondi, simplemente le entreg su espada. Yeray se consideraba un hombre fuerte, no obstante le cost un trabajo terrible levantar aquella arma.
-Intenta partir aqul tronco con un solo golpe -dijo el abad. La pila llegaba hasta la cintura. El ltimo tronco era grueso, de los que un leador experimentado
conseguira partir tras varias decenas de hachazos.
Yeray levant la espada con enorme esfuerzo por encima de su cabeza, luego, aprovechando el peso de la hoja y sumndola a toda la fuerza que pudo reunir asest
un terrible tajo. La espada qued incrustada en la madera a slo un dedo de la superficie, como era de esperar.
-Ahora, atcame -ante la sorpresa y confusin de Yeray, el abad continu-. Te lo ordena tu abad! Coge esa espada y atcame!
El discpulo reaccion entonces, sacando la espada trabajosamente y lanzando un tajo a su superior. Yeray esperaba que el abad esquivara el previsible
movimiento. En cambio se qued inmvil, observando cmo la hoja ganaba velocidad hacia su cuerpo. Cuando el filo estaba a punto de tocar la clavcula, toda la espada
se par en aire. El cambio fue tan brusco que Yeray not como si la empuadura le hubiese golpeado la palma de la mano, y la hoja vibr con sonido metlico.
Un gesto brusco por parte del abad y la espada vol hacia su mano. El discpulo no daba crdito a lo que estaba viendo. Era su superior un kainum?
-Observa.
El abad movi la hoja vertiginosamente, como si fuera una pluma, a unos diez pasos del tronco. Dibuj una lnea en zigzag sobre el aire. Al instante el tronco se
separ en tres trozos.
-Es increble!
-S, es un poder asombroso. Pero igualmente poderosos son aquellos que hemos de combatir. Tambin hay un dolor espiritual que pesa sobre todo aquel que tiene
este poder, como una pequea maldicin, pero no puedo decirte ms.
-Abad, soy necesario?
-Muchsimo. Somos pocos y nuestro enemigo poderoso. Cada hermano que comparte este poder resulta imprescindible. Te necesitamos, Yeray.
-Debo pensar en todo para decidir.
-No esperaba menos. Las pruebas para entrar en la orden medan tu honradez y capacidad de compromiso. Y sacaste buena nota. Pero he de decirte que se
avecinan aos difciles, y el tiempo apremia. Medita bien tu decisin. Puedes retirarte.
Yeray se inclin y volvi a su celda. Mientras su cabeza daba vueltas sobre todo lo visto y odo, un instinto desarrollado en los bosques y alimentado con las
experiencias de un azor le sealaba algo ms. Haba detalles en los movimientos del abad, su olor, su mirada, que le incitaban a dudar de si haba estado hablando con un
hombre o con otro animal.
El abad sali del edificio y subi a un promontorio cercano. Se sent y contempl la luna. Mientras acariciaba la exquisita empuadura, no pudo reprimir un salvaje
aullido. Entre lobos era la costumbre cuando un nuevo hermano se acercaba.

* * *

-Veo que al fin recobras el conocimiento. Gracias al Divino tus costillas no estn fracturadas.
La voz profunda despert a Lintor. Al igual que un inmenso dolor en vientre y pecho. Se mir. La capa de ungentos apenas poda ocultar el extenso moratn
-Debera estar muerto. Cmo he llegado aqu?
-Exacto, deberas estar muerto. De no tenerme a m de niera, te aseguro que lo estaras.
-Me seguiste?
-No exactamente. Me tuviste cabreado un buen rato. Mejor dicho, an lo estoy. Y despus ca en que quedaba un asunto pendiente. Deb llegar justo antes de que
esos hicunos te rematasen. Supongo que los espant.
-Hicunos?
-Quin si no te iba hacer eso?
-Aaaaaah! -grit mientras se incorporaba. Anduvo tambaleante, pero logr mantenerse en pie. Alz la cara a las alturas y espet-: Ves? Si ests dispuesto a
luchar por m, es que puedes hacerlo.
-El qu?
-Matar.
-No mat a tu enemigo. Salv tu vida, s. Siempre estar dispuesto a proteger, pero no matar si puedo evitarlo.
-Slo lo espantaste.
Dragn mantuvo un hosco silencio, una advertencia de que volvan a terreno peligroso. Lintor dese luchar con ms argumentos, ridiculizar su postura, cuestionar
su juicio y sus valores. Entonces record a la Pitia. Consider esta cuestin desde un punto de vista externo, como vera a dos amigos discutiendo. Se dio cuenta de que
l haba sido el orgulloso. No habra reaccionado como Dragn. Seguramente se habra enfurruado sin dar su brazo a torcer, y mucho menos habra ido en busca de su
amigo. Decidi abandonar el tema. Ms suave inquiri:
-Cul era esa cuestin que debas plantearme?
-El libro de leyendas, por supuesto. No estaba claro si me lo diste como prstamo o como parte de mi salario. Si he de marcharme debo saber si me pertenece.
Lintor sonri. Le agarr una de las escamas de la pata como si achuchara el hombro de un amigo.
-Lo siento, grandulln. No deb hablarte de esa manera.
Lintor le cont lo sucedido con la Pitia y le aclar que no fueron los hicunos los responsables de sus heridas sino otro rucaina. Dragn le respondi que cuando
estuviera bien, podran planear ese viaje a Aitote; no es que se fiara de la Pitia, pero con cautela podran averiguar si deca la verdad sin exponerse a una trampa.
Recomendndole reposo la bestia alada sali al exterior.
-Bienvenido a la noche de vuestra gloria, Alteza.
-Eres t Maldito brujo! Dnde est AAAH!
Dolor. Intenso, ardiente. Ascenda desde su mano izquierda hacia su brazo.
-Ms respeto a tu amo, akai, o paladears las puertas del infierno!
-Dragn! DRAAAAH!!
Esta vez el dolor lleg al hombro. Senta como si se lo aplastase la rueda de un molino. Le dola todo: cada centmetro de piel, cada msculo, cada porcin de hueso;
todo a la vez. Se qued sin aliento, incapaz de pensar o seguir gritando.
-Si hablas de m o de tu brazalete, sufrirs. Si intentas buscar ayuda, sufrirs. Si haces cualquier cosa que levante sospechas o desobedeces mis rdenes, sufrirs.
-Ests bien? -retumb la voz de Dragn.
Lintor relaj algo la crispacin de su rostro, abri los ojos y encontr la mirada preocupada de su amigo. Era el momento, si hablaba rpido quizs Dolor, no
demasiado intenso, slo era un aviso. Se senta incapaz de soportar otra vez aquel castigo.
-S s, estoy bien.
-Parecas desesperado. Por qu me llamabas?
-Dile que irs a Ratbilia en cuanto te repongas, que necesitas ver a Hardiamo.
-Es que -dolor, quemazn intensa, otro aviso- es que tengo que ver al general Hardiamo.
-An no ests en condiciones de viajar. Es urgente?
-Dile que s.
-Ms o menos -dolor-. S. Ms bien s.
-Entonces yo te llevar, pero esperars hasta que ests en condiciones.
Dragn desapareci. Lintor se senta furioso. Se le ocurri una idea. Dirigi su vista al techo y suspir; mientras, llev su mano derecha al brazalete, buscando
distradamente el cierre. Enormes oleadas de puro sufrimiento inundaron su brazo. A punto estuvo de caer inconsciente.
-Todo lo que t ves yo lo veo. Todo lo que oyes yo lo oigo. Cada movimiento que haces yo lo percibo. No puedes engaarme. Asmelo akai. Debes ir aceptando
que ya no eres un hombre sino un esclavo. Un arma con la que mataremos a tus amigos. Especialmente ese dragn traidor. Y no podrs hacer nada por evitarlo.

* * *

Nadima mantena los ojos cerrados, aunque no era necesario, la venda le impeda ver. Sin embargo, en su escenario astral, Azdamur le mostraba el entorno: un
tronco inclinado, otro horizontal, y al final su objetivo. Subi despacio, se vea extraa dentro de aquel mundo casi onrico. Pero funcionaba, ganaba seguridad cada vez
que sus pies comprobaban la solidez de aquellos troncos imaginarios. Era la dcima vez que lo intentaba, y esta vez no dud, ni se cay. Atraves ambos troncos y
parti la pia en dos con su espada.
-Felicidades, mi reina. Creo que ya estis preparada.
Nadima clav la espada junto al fuego y se sent al otro lado. No era necesario, pero le resultaba ms cmodo mirarla mientras hablaba.
-Pues yo sigo creyendo que sera mejor sin venda.
-No es solo la oscuridad, alteza. He previsto situaciones que pueden desconcertaros, y que seran fatales. Os la pondris, majestad?
Nadima no respondi.
-Huelo la ira en vuestra alma, mi reina.
-Me vas a decir que tambin ves mis pensamientos, Azdamur? Seguro que te encantara controlarlos tambin -mascull.
-No. Slo los deduzco de vuestras reacciones. De las que veo en los posibles futuros. Podra equivocarme, pero no lo creo.
-Prueba.
Hubo una pausa. Azdamur no sola hacerlas. Siempre saba la respuesta adecuada. Esta vez pareci dudar.
-Pensis que deseo convertiros en mi marioneta, que trato de acostumbraros a obedecerme, a no pensar, y que la venda es un escaln ms para conseguirlo.
Pensis que de hecho ya lo sois, que podrais estar asesinando a inocentes y que quizs lo mejor fuera arrojarme al mar. Lo nico que os contiene es que no imaginis
una motivacin para m. Qu puede desear un muerto de los vivos? Alguien que perdi a todos los que odiaba o quera hace siglos. Alguien que sufre cada segundo
que pasa encerrado en su cristal. Alguien alguien que os salv la vida.
Nadima contempl la espada al otro lado de las llamas con los ojos entrecerrados. Si fuera Lintor ya la habra pateado o arrojado al fuego con la esperanza de
chamuscar a su inquilino. Pero ella no hara nada tan intil, aunque lo deseara. Slo escrut los reflejos de las llamas contenidos en la hoja, con los dientes apretados.
-Y cmo impedirs que te arroje al mar, Azdamur?
-No puedo. Igual que no podra convertiros en mi marioneta jams, mi reina.
-Ah no? Ves mi futuro, percibes lo que siento y adivinas lo que pienso. Con mucho menos he visto manipular a la gente a placer.
-Hay gente a la que se puede manipular. Vos no sois de ese tipo. La prueba est en que cuanto ms me obedecis ms cerca estis de abandonarme.
Durante unos momentos la reina no se movi.
-Que aciertes con eso no va a persuadirme.
-Lo s. En realidad nada de lo que diga lo har.
-Ya no controlas el futuro?
-Hay veces que lo veo con nitidez, igual que una hoja bajando por un ro: se sabe dnde poner la mano para cogerla. Otras veces el ro est agitado y el que la
hoja est al alcance slo depende de lo que ocurra en los remolinos. Vos sois uno de esos remolinos, majestad.
Nadima suspir. Las llamas estaban ms bajas y la noche ms fra. Cogi la manta y se cubri con ella hasta la cabeza. Rode con los brazos sus rodillas dejando
slo su rostro descubierto.
-Cuntame Azdamur. Hblame de las personas que vamos a salvar, del sufrimiento que evitaremos
-Entonces?
-S! Me pondr esa maldita venda.
Azdamur le habl mientras las llamas se apagaban. Nadima logr sosegarse hasta coger el sueo, pero no durmi demasiado bien.
Dos horas antes del alba se enfund en sus prendas negras y se dirigi hacia el cubil del enemigo. A quinientos pasos se puso la venda, aunque no se esmer
demasiado en la lazada. Entr desde el cielo, sin que sus pies tocaran ms que aire. Ningn ruido aparte de su respiracin. Sigui el itinerario que le marcaba Azdamur,
uno en el que los centinelas jams posaban su mirada. Pas junto a ellos, casi rozndolos muchas veces, pero siempre inadvertida. Tras tantos ensayos, a cada
indicacin de Azdamur la reina responda como si de una mquina se tratase.
As penetr en los aposentos de los oficiales. Recorri sus pasillos y cruz estancias hasta llegar a una muy concreta, como otras veces. Nadima vision el
dormitorio, la cama y sobre ella una pia. Muy hbil Azdamur pens. Alz la espada sobre su cabeza. Iba a bajarla cuando la venda se solt. Desde las mantas slo
sobresala una cabecita cubierta de pelo fino con mejillas sonrosadas, y cuatro dedos diminutos agarrados al borde. La silueta de su cuerpo estaba perfectamente
enmarcada, como si alguien acabara de acurrucarlo. No poda tener ms de cinco aos.
-Un nio -musit.
-No hay tiempo, majestad.
-Qu es esto, Azdamur? Me has engaado!
-Ya es tarde. Ahora debis huir.
-Me has traicionado!!
-Huid, mi reina!!
Nadima qued paralizada, con la espada alzada, incapaz de reaccionar. No poda percibir que tras de s se estaba librando una batalla astral entre Azdamur y tres
rucainas. Slo sinti un fuerte golpe en la cabeza antes de caer inconsciente.

* * *

Haca poco que se haba marchado el sol y ya se haca notar el fro. La candela crepitaba entre los tres amigos. Chaoro silbaba algo alegre mientras con sus seis
dedos tallaba un trocito de madera. Era una pirmide con un ojo central en cada cara. Azuara ley lo que pona en la base:
-Yo Lo vi y no tena los ojos as. De veras piensas vender eso? No estoy segura de que aparezca ningn dios pero y si tiene justo esos ojos?
Chaoro mostr otras figuras. Una de un hombre barbudo sentado en un silln que pona Yo Lo vi y no tena barba. Otra de una figura antropomrfica con cabeza
de perro suscriba Yo lo vi y no andaba de lado. Otra de un individuo sentado en la posicin del loto deca Yo Lo vi y el tercer ojo no estaba ah.
-Har unas cuantas por cada religin, y en cada una negar algo. Como mucho tendr que tirar la que no acierte. A que soy listo, Tori? -el animal pi en respuesta
desde su hombro.
-Hay muchas religiones. Tendrs tiempo?
-Con el tiempo que gastis vosotros en vuestros arrumacos, yo montar cuatro tenderetes.
Taigo mir al suelo ruborizado.
-Puedes hacer algo ms por l -transmiti Azuara.
-No soy capaz de regenerar dedos nuevos. Esa ciencia la tienen slo los rucainas.
-Se merece mucho ms.
-Lo s.
-Sabes por qu no lo encontramos muerto?
-A qu te refieres?
-A que no habl. Aquel maldito rucaina debi torturarle semanas, y sin embargo l no le dijo nada. Si no, se habra desecho de l.
-Cuando terminemos esto intentar
El aura retrocedi y la conexin qued interrumpida.
-Estoy especialmente cansada hoy, Taigo.
-Tienes razn. Hoy ha habido casi el doble de peregrinos para registrar. Si seguimos as nunca llegaremos a todos.
-Es increble. Y esto slo son sectas pequeas. No comprendo cmo puede haber tanto crdulo. Uy!, perdona, Chaoro.
-No te preocupes. Desde el punto de vista de ellos, t eres la ingenua. Tu credo es la ausencia de dioses.
-Jams haba contemplado lo que pienso como una religin.
-Y muy extendida, por cierto. Sobre todo entre vosotros.
-Qu quieres decir?
-Bueno, eso de que todas las cosas tienen su causa natural. Los magos podis verlo, no?
-S. Mis artes me permiten ver los procesos. Causas y efectos. Siempre es igual.
-Claro -terci Taigo-. Si comprimes el aire se calienta, si empujas algo se acelera. Son leyes. No hace falta ningn dios. Bastan esas leyes para que el mundo
funcione perfectamente.
-Eso de perfectamente
-En la parte material, s. Es una mquina sencilla aunque inmensa y muy variada. Crece y se mueve sola. Todo se equilibra de forma automtica y nunca falla nada.
Es muy hermosa, eso hay que reconocerlo
-Pero?
-El fallo somos nosotros -dijo Azuara.
-Eso creo yo -dijo Chaoro-. Todo estara bien si no furamos conscientes.
-No veo qu se ganara con eso -dijo Taigo.
-No nos daramos cuenta de nada. Seramos poco ms que preciosas mquinas de la naturaleza. En una mquina el dolor no sera ms que otra palanca.
-Y con la consciencia? -inquiri Taigo.
-La consciencia hace del sufrimiento algo cruel, algo injustificable.
-Es eso lo que piensas?
-Es lo que piensan algunos. Lo llaman el pecado original, el pecado que comete el hombre por ser consciente, por enfundarse en un cuerpo y en un universo
hecho slo para ser contemplado.
-Vamos, por no estar invitados.
Los tres rieron.
-S, bueno, un da de estos os hablar de la paradoja del Divino. Pero ya es la hora de la cena. A quin le toca hacer la sopa?
-A ti! -dijeron Azuara y Taigo a un tiempo.
Entonces Chaoro los mir con picarda y empez a enumerar con sus dedos
-Veamos: la cacerola, el agua, el fuego, la sal, la yerbabuena, el hueso Uy!, no puedo contar ms de seis ingredientes. Tendris que hacerla vosotros!
Estaban a punto de protestar cuando Chaoro empez a temblar entre convulsiones. Taigo le coloc una rama entre los dientes y trat de sujetarlo.
-Es un ataque. Se le pasar pronto.
Azuara le ayud, y con mirada triste dijo:
-No se merece esto. No es justo. Nadie con su bondad debera sufrir tanto.

* * *

La celda de Yeray estaba cargada de mapas y misivas por todas partes, y eso a pesar de ser la ms grande del monasterio, como corresponda a su abad. Eran las
que no caban en el scriptorium, y seguan llegando sin cesar. Yeray se afanaba en anotarlo todo y llevar al da la informacin. Jams en todos aquellos aos haba tenido
tanta actividad. Pero no le pesaba. Al fin y al cabo era un escape. Cuando se detena a pensar un poco en su responsabilidad no poda evitar el miedo. Por qu haba
aceptado aquel cargo? Mejor an, por qu dijo que s a su antiguo abad? No poda decir que no fue advertido, pero la curiosidad pudo ms, y el terrible secreto de
Tenkar le fue revelado.
Mir hacia la ventana, y ech de menos la figura del azor. Sola posarse en el alfizar mientras trabajaba. Haca cuatro aos que haba muerto y an recordaba todos
los detalles. Sus chillidos, sus ojos abiertos y hasta el araazo de sus garras. Mir su brazo vaco de cicatrices y no pudo ms. Cogi su espada y pos la mano sobre la
gema de su empuadura. Slo bastaba eso para poner su aura en contacto. Cmo ests hermano cazador? Desde aquella gema el aura del azor le contest en un
chillido astral, un latido de emociones y pensamientos que lo decan todo. Sufra. No deseaba estar en aquella crcel de cristal. Pero lo soportara. Lo seguira haciendo
por l. Porque Yeray lo necesitaba. Porque tenan que cumplir una misin. Acabar con la amenaza, con un demonio llamado Tenkar.
Yeray volvi a sus papeles. Haba que coordinar los esfuerzos de toda la orden. Haba que encontrar al demonio, y en aquellas cartas estaban las pistas para
hacerlo. Para acabar con la amenaza y poder liberar a su azor.
-Mi seor abad, otra carta del Gran Maestre, esta vez con un paquete.
-Un paquete?, -dijo Yeray-. Dejadme ver.
El abad extendi su aura hacia el fardo, y ste vol hasta posarse sobre sus manos. Lo desenvolvi y sus ojos se abrieron desmesurados.
-El original!
-Perdn, abad?
-El libro de Dogantes original. El que escribi el primer maestre. Venid y vedlo, hermano.
El aludido acudi y lo toc fascinado. Era el libro que ambos haban estudiado. El que se haba copiado siglo tras siglo en aquel mismo monasterio. El que daba
sentido a aquella orden.
-Dice en l cmo hacer nuestras gemas?
-No lo creo. Nuestros libros fueron copias exactas de ste. Y las gemas las hizo el primer maestre, el discpulo de Dogantes. Slo existen las que l hizo.
-Por qu no nos describi cmo hacerlas? Sabemos poderosas tcnicas kaiyas, sabemos utilizar las gemas, Por qu no fabricarlas?
-Dogantes jams pens que los animales pudieran usarla sin tanto sufrimiento. Y ya sabis que para un ser humano es mucho ms duro habitarla.
-Y la carta del Gran Maestre?
-Colocadla en ese estante, con las dems.
-An no las habis ledo?
-Tifern slo usa las cartas para las cosas que no son urgentes, hermano. Y todas stas s que pueden serlo -dijo sealando la abarrotada mesa-.
-Entiendo.
-Buscad un cofre adecuado para el libro, por favor.
El hombre asinti con una rpida reverencia y sali de la celda. Yeray examin con deleite el libro. Mil aos, pens. Ya era hora de que acabara la caza. Y desde
luego estaban en el mejor momento para hacerlo. Tenkar haba completado un ciclo. Saban que poda estar reencarnndose, y que se era su momento ms dbil. Pero
dnde podra estar? Yeray volvi a sus mapas y a sus cartas. Encontrarlo a partir de aquellas pistas era lo mejor que en aquel momento poda hacer.

* * *

Hay salida ante la tortura?, se pregunt Lintor. La respuesta era simple: no. No la haba. Todo ser humano tiene su lmite. Lo saba desde la escuela de oficiales. Y
sin embargo, a pesar de haber rebasado haca tiempo el suyo, segua cavilando la cuestin. Le daba vueltas y ms vueltas buscando un resquicio, un nuevo modo de
enfrentar el dolor. Meras entelequias para alguien que ya haba sido domado como un vulgar animal.
-Muy bien, Lintor, aqu me tienes. Qu es eso tan importante que slo puedes comentarme a solas? -dijo Hardiamo.
El prncipe odi que al final se presentase la ocasin. La haba estado buscando desde haca das, esperando siempre que algo fallara, pero slo era cuestin de
tiempo.
En todos esos das, no haba hecho ms que luchar con aquel insuperable dolor. Pero tras tantas rebeliones vanas, el sufrimiento lo fue condicionando.
Aquellos rucainas haban hecho muy bien su trabajo. Y l, an sabiendo exactamente qu se proponan, no haba podido evitarlo. Los pasos haban sido de libro.
Primero pequeas ordenes sencillas, que no implicaban dao a nadie pero que lo iniciaban en el camino de la sumisin. Despus otras ms y ms difciles, siempre
abusando del dolor; hasta llegar a un punto en el que daba igual lo que hiciera, siempre el premio era ms y ms sufrimiento. La mente se desintegraba, incapaz de
razonar, pues todas sus respuestas causaban la misma e insoportable tortura. El resultado era una caja vaca, una marioneta incapaz de otra cosa que traducir las rdenes
en actos con la esperanza de no sentir dolor esa vez. Slo cuando los rucainas percibieron ese estado, lo enviaron al general imperial.
-A la ventana, recuerda el plan.
El prncipe descorri las cortinas sin pensarlo. El aire entraba con suavidad. Una hermosa vista desde la ms alta alcoba de la torre sur. Unas setenta varas de altura
sobre un suelo adoquinado.
-Hay algo que debo mostrarte -Hardiamo se acerc confiado.
Lintor se rebelaba. Aquello no era un simple asesinato. Saba perfectamente las consecuencias. Hardiamo no tendra fcil sustituto. La Alianza peligrara. Y eso
siempre significaba muertes. Las de muchos soldados y civiles. Todas iniciadas en aquel punto. A partir de su propia mano.
-Distrae su atencin al horizonte. Sigue el plan.
Como un espectador ms, contemplaba sus propios actos. Vea sus labios moverse y hablar, soltando aquellas frases memorizadas, indicando al general un punto
indefinido del horizonte.
Maldito dolor! Cmo romper aquel hechizo? Cul era la solucin? Ellos oan lo que l oa, vean con sus ojos y sentan cada movimiento de su cuerpo. Slo
necesitaban el tiempo de comprender que una accin no era deseada para infligir su castigo. El instante de un pensamiento. Demasiado poco. No haba solucin.
-Mtalo Ahora!
El instante de un impulso. Demasiado poco para comprender que no iba dirigido contra el general. Demasiado rpido incluso para que ste lo salvase, a pesar de
estar al lado. Cuando los rucainas enviaron su dolor, dejaron inconsciente a Lintor, pero ya era tarde. Su cuerpo inerme se precipit desde una altura mortal al vaco.
De haber estado consciente, no habra temido a la muerte, ni siquiera al dolor que le esperaba hambriento desde el ptreo suelo; ms bien habra suspirado de
satisfaccin al sentirse, por fin, libre.

* * *

Nadima se despert en una habitacin vaca. Slo paredes de piedra y un techo elevado. La escasa luz le llegaba desde la nica entrada, una roosa reja de hierro
que daba a un pasillo en penumbra. Le dola horrores la cabeza. Se toc con delicadeza un chichn que le lata. Un movimiento delat al hombre que la observaba,
sentado tras la reja con la mirada muy fija. Se mantuvo as un tiempo, observndola en silencio, antes de hablar.
-Tenkar dice que el Divino est en nosotros, con una parte de l en cada una de nuestras almas. Dice que se es nuestro mayor don y nuestra peor maldicin,
aunque eso ltimo no lo entiendo. Los sacerdotes dicen que los magos somos los elegidos, los favoritos, los que gozamos de ms luz de l, por eso podemos trascender
nuestro cuerpo. Dicen que vosotros, los akai, sois inferiores, animales pensantes. Siempre lo he credo. Dime, animal pensante, por qu ibas a matar a mi hijo? Por
qu no a m que soy tu verdadero enemigo? -Nadima no contest-. Dime por qu queras matar a mi hijo!! -y golpe con furia la reja de hierro que los separaba.
-Al igual que t segua rdenes.
-Matar nios indefensos? Eso son rdenes? Claro, vosotros no sabis lo que es amar a un nio. Vosotros los tenis por docenas. No tienes ni idea de lo que nos
cuesta a nosotros dar de comer a los nuestros, en una tierra donde escasea hasta el agua. No sabis lo que es sufrir vindolos pedir comida y no tener nada que llevarles a
la boca. Eso es a lo que nos condenasteis durante siglos. Ahora merecis vuestro castigo.
-Qu quieres de m, rucaina?
-Qu quiero de ti? -La mirada furiosa se transformaba ante los ojos de Nadima en un profundo dolor-. Has estado a punto de matar a mi hijo. A mi hijo!!
El rucaina lanz un puo al aire y la reina sinti un brutal golpe en el rostro. Cay de espaldas sobre el suelo semiinconsciente. Oy a su agresor alejarse con paso
enrgico de la celda.
Curiosamente no sinti ira por el golpe. No deseaba devolverlo. Senta que lo mereca. Que haba sido una irresponsable. Que deba haber desconfiado de Azdamur
mucho antes, y no convertirse en su marioneta. De cuntos haba sido asesina sin saber si lo merecan o no? Quiso destrozar algo, pero no tena fuerzas para golpear.
Mucho menos para levantarse. El dolor la mantena all desmadejada, espectadora de su penosa situacin.
Los pasos de dos hombres se acercaron lentamente. Aunque senta sus voces en la distancia alcanz a entender:
- Lo habas visto as alguna vez?
- A nuestro jefe? Nunca.
- Es por el cro. Realmente si llegan a matarlo,
-Habra sido un serio problema para todos.
-Por qu?
-No lo habra soportado. Habra cado en la locura o la desesperacin. A saber qu ordenes habra dado a toda la unidad en esas condiciones.
-T crees?
-Estoy seguro.
-Bueno, lo habran relevado del alto mando no?
-No podran, Sabas que es primo del general Jama?
-Lo haran, al final lo haran, seguro.
-Ya, pero tendran que justificarlo mucho, y mientras, toda la unidad estara paralizada.
-No, si al final hubiera sido ms beneficioso que lo hubieran matado a l y no a su hijo.
-Desde luego. Entonces lo sustituiran y listo.
-Cundo la mataremos?
-A la prisionera?
-S.
-Calculo que dentro de unos cinco das como mucho.
-Por qu esperar?
-Tendrn que analizar su ataque, cmo pudo entrar sin que nos diramos cuenta y todo eso. Est claro que ella es akai, sin embargo se luch con el aura de un
kainum al que no se ha encontrado an.
- Cinco das de guardia.
-Pues mira, mejor que estar en el frente no?
-Y que lo digas.

* * *

-Dnde dijo la Sagrada Pifia que estaba la reina Nadima?
-Pitia, Chaoro. Sagrada Pitia.
-No, no, no. He dicho pifia, porque hacernos llegar el mensaje a travs de terceros es para pifiarla bien. Y, si no, que lo diga la profesional A que tengo razn
Azuara?
-Es verdad, si lo llegan a pillar los rucainas, estaramos todos muertos.
-Bueno, segn la Pif el Orculo, es aquella casa de all.
Taigo seal una de las casitas de la aldea montaosa en la que se encontraban.
-Hay tres centinelas en la puerta -dijo Taigo.
-Bueno. Hasta ahora el Orculo nos ha servido para llegar hasta aqu sin ser vistos. Pero en adelante tendremos que valernos de nuestros recursos para liberarla -
dijo Azuara.
-Pues no s cmo. Si todo el poblado est ocupado por rucainas, basta una voz de alarma y
-Cierto Taigo, pero fjate, no llevan ningn uniforme. Son avanzadillas de infiltracin, por eso visten como nosotros. Eso lo podemos usar. Debemos acercarnos lo
ms posible hasta ellos y atacarlos por sorpresa.
-Es arriesgado.
-Me gustara saber qu dice ahora el Peregrino sobre solucionar las cosas sin violencia. Chaoro? Chaoro!
El Peregrino haba echado a andar sin ningn intento de ocultarse. Anduvo como el que pasea por su pueblo a la tienda del lechero. Azuara apremi a Taigo y se
aproximaron lo ms posible a los centinelas sin ser vistos. Cuando Chaoro lleg, los rucainas lo miraron extraados.
-Oigan, buenos seores, Es ste el cuartel secreto de los rucainas? A que s? Que digo yo, que no es tan secreto. Pues hay una sagrada Pifia por ah soltando
papelitos con vuestra direccin. Y si no miren esto.
Chaoro abri la caja y sopl. Los centinelas estaban tan pasmados que no advirtieron la treta. La pimienta penetr hasta la garganta hacindoles estornudar y toser
compulsivamente. Taigo y Azuara, que estaban atentos, lo tuvieron muy fcil para dejarlos inconscientes.
-Chaoro, vaya susto nos has dado!
-Pero ha funcionado no? Y sin matar a nadie.
-Lo que has hecho era muy arriesgado.
-Ya, estaba arriesgando mi vida a cambio de una posibilidad de ahorrar cuatro. Me salen las cuentas.
-No te entiendo, Chaoro Cmo no les guardas rencor despus de lo que te hicieron?
-S, Azuara. Pero entre ellos estaras si hubieras nacido ms all de Humor. E igual que ellos asesinaras en nombre de alguna razn extraa.
-Qu quieres decir con eso?
-Que la nica forma de no equivocarse es no haciendo sufrir a nadie sea donde sea que ests.
-Y si matar a alguien supone salvar la vida de muchos? -la voz de Nadima son desde una habitacin de la casa. Los tres atravesaron el pasillo hasta la celda de la
reina.
-No lo provoquis majestad -terci Taigo-, no s en qu es ms diestro, si en vaciar una mesa de viandas o una mente de certezas.
-No, si a este paso voy a coger un complejo de ermital de narices -se quej Chaoro-. Lo mismo consigo que renunciis a vuestras herticas prcticas de brujera e
iniciis el camino de la santidad y la gastronoma.
-Las bromas luego. Salgamos de aqu cuanto antes -dijo Azuara.
Liberaron a Nadima y escaparon por el mismo camino por el que haban venido. Era el itinerario ms seguro, sobre todo al zambullirse en el bosque de la ladera,
donde la vegetacin los ocultaba. Sin embargo fue all donde se vieron sorprendidos. Nadima se puso rgida al reconocer al padre de su fallida vctima. Mostraba una
expresin abatida, vaca de ira o triunfo. Taigo y Azuara desplegaron deprisa sus auras. Sorprendentemente no encontraron a nadie ms.
-Ninguna de las auras que estoy sintiendo pertenecen a aquel con quien luch aquella noche. Dnde est ese compaero asesino tuyo? -increp a Nadima.
-Por qu crees que iba a decrtelo?
-Est bien, est bien. Basta con que se lo digas a l tambin. Al igual que a tu jefe y a quien sea.
-Decir qu?
El comandante rucaina dud un instante, suspir y la mir muy fijo.
-Este es el trato que os propongo: mantendr mi unidad parada, suspender todas las acciones en marcha y no iniciar ninguna nueva. Al menos mientras est al
mando. Supongo que es suficiente no?
-A cambio de qu?
-Mi hijo. No quiero que nadie lo toque. Aceptar tu superior?
Nadima no poda creerlo. Era absurdo. Pero por eso mismo sonaba autntico. Le crey.
-Es un trato aceptable pero cmo sabremos que lo acatas?
-Tampoco yo sabr si volveris a intentarlo. Slo s lo que har. Har lo que he dicho porque aumenta la esperanza de vida de mi hijo. Ahora bien, y escucha
atenta akai, si mi hijo vuelve a estar en peligro me convertir en vuestra pesadilla. Os perseguir hasta destruiros. Utilizar todos los recursos de que dispongo para
encontraros y haceros pagarlo caro. Y a se que te acompaa tambin. Es bueno, lo sabemos, pero t dile que recuerdo el sabor de su aura. Jams lo olvidar. Y no
descansar hasta asegurarme de que arde en el infierno, junto a ti y junto a todos los que hayan tenido que ver con la idea de matar a mi hijo.
Sac la espada de Nadima y la arroj al suelo.
-Espero no verte jams, akai, ni a ninguno de vosotros. No es un deseo, es una amenaza.
Y se perdi en la maleza.
-Debe de estar loco para actuar as -dijo Taigo.
-Crees que cumplir ese trato? -terci Azuara.
-Creo que s, que lo har -respondi Nadima.
-Algo es algo.
-Exacto, y yo ya he hecho mucho por aqu. Vuelvo a casa. Recordad nuestra cita.
-No creo que Chaoro lo olvide, alteza.
-El qu, la comid estooo la celebracin? Jams osara despreciar a su majestad semejante invitacin -y acab con una pomposa reverencia.
-Gracias por el rescate una vez ms, y hasta pronto.
Nadima se separ del grupo, avanz entre maleza virgen hasta llegar a un arroyo. Lo sigui hasta una catarata que se despeaba sobre un lago profundo. Un buen
lugar, pens. Mir en derredor: ninguna figura humana a la vista. Sac la espada y la mir con desaprobacin.
-Hasta nunca, Azdamur -y arroj la espada al lago.

* * *
CARTA DE TIFERN A YERAY - I
Ratbilia, 14 de Abril del ao del Divino de 1022

Saludos Gran Maestre:

Ya s que an no posees el ttulo, pero debes ir acostumbrndote. Ojal jams tengas que usarlo. Tras siglos persiguindole creo que al fin estamos ms cerca que
nunca. Llega nuestro tempus gloriae, Yeray.
Me alegra contarte que mi hermano no es la nica alma humana ligada a una gema. Es increble, Yeray, l lleva seis aos atado a mi espada y no s cmo lo soporta;
pero Azdamur, as se llama, ha aguantado siglos! Su poder no es como el nuestro, su alma es de las dispersas y eso me recuerda mis investigaciones.
Como sabes me he pasado todos estos aos entre templos y bibliotecas. Cuando ms cerca se estuvo de Tenkar en el pasado fue gracias a lo que se descubri sobre
las sectas. Por alguna razn el Mil Veces Maldito las prefiere para ocultarse. Los dispersos han formado parte de ellas, y a lo largo de todos estos siglos han hecho
sus propios progresos. Sabas que en la Pancomunin hay una unin de almas no muy distinta a la del lumen? Y sin gemas!
Los dispersos son tambin responsables de las profecas. Hay muchas que coinciden con la ltima del Orculo. Las ms benvolas hablan de un cambio de etapa
lato sensu. Pero qu pasar con la antigua? Qu nos pasar a nosotros? El fin del mundo? Acaso Tenkar lograr su objetivo?
Queda muy poco para que llegue el cometa, y mis estudios me han revelado recursos que podramos utilizar para encontrarle y destruirle. He de moverme deprisa
para poder usarlos. Tengo que liberar a mi hermano de su tormento como sea. l no descansar antes de acabar con ese demonio. Ojal logres encontrarlo antes que yo.
No sabes cunto anso la llamada.
Buena caza, hermano.
Tifern.

* * *

Un cielo nuboso. Brillante en algunos sitios donde tenues lneas de luz se derramaban como gigantescas cortinas de raso; oscuro en otros, amenazante. Un viento
hmedo y fro en el rostro, suave y constante. Una sensacin de ingravidez que se iba y vena, caprichosa. Eso era el paraso? se pregunt Lintor. Lo ltimo que
recordaba era su tentativa de suicidio, cuyo final le fue privado de su consciencia por un huracn de dolor insoportable.
Respiraba. An no estaba seguro de poseer un cuerpo en ese ms all, pero estaba respirando. Se incorpor y vio las escamas que tena por suelo. Demasiado
familiares.
-Ya has despertado? -ronrone la voz de Dragn.
El gigantesco cuerpo de la criatura se mova con suavidad y gracia en aquel ocano de aire y nubes. Apenas mova sus enormes alas para mantenerse volando.
-Me imagino que te preguntars qu haces vivo an. Y la verdad, yo an me pregunto a santo de qu se me ocurri ocultarme en el tejado del castillo ms bullicioso
del Imperio a plena luz del da
Lintor sinti un enorme vrtigo interior. A medida que la realidad se iba recomponiendo en su mente, un terrible miedo lo fue engullendo.
- Pero, compaero, lo cierto es que andas un poco raro ltimamente. Mi intuicin acert y gracias a que estaba all pude rescatarte.
Valor. Necesitaba valor para bajar la vista a su brazo. No sabra si poda soportar saber que estaba all, que an segua teniendo ese brazalete. La muerte era
preferible a eso, y ya la haba elegido una vez. No se vea capaz de hacerlo una segunda. No era tan fuerte.
-He estado pensando que necesitas un buen descanso, un viaje de recreo, no lo llamis as los nobles?
Estaba. All estaba el maldito brazalete. Definitivamente no haba despertado en ningn edn, sino en el mismsimo infierno. Se sinti dbil de pronto,
descorazonado.
-Puedes elegir el lugar. S, s, ya s que para m va ser un poco complicado el tema del avituallamiento. Pero no te preocupes. Un poco de dieta no me har dao.
Y si los rucainas le haban dado por muerto? Rpidamente ech la mano al cierre del brazalete. Oleadas de dolor surgieron al instante de su mueca.
- Se puede saber qu haces, akai? Mantente quieto y deja hablar a ese desertor.
- Quizs, con un poco de suerte, encontremos a esa reina lua de la que nunca hablas. Por qu ser? -Dragn lade la cabeza mirndolo de reojo mientras su
particular sonrisa ampliaba la visin estremecedora de sus infinitos colmillos.
-Escucha, compaero, no s qu diablos te impuls a saltar por aquella ventana, pero yo mismo he estado a punto de hacer algo parecido y s que no hace falta
demasiado para llegar a eso. Lo que s s es que siempre existe la opcin menos mala, y que es slo cuestin de tiempo aceptarla
Claro que lo saba. Su muerte era la menos mala. Pero aunque fuera capaz de volver a reunir el valor para lograrla, necesitaba la ocasin. Y aquellos rucainas no lo
permitiran. Ahora menos que nunca.
-No te pido que me cuentes nada, slo que te repongas de acuerdo?
- Dirigos a Dara-Honai. Vamos, akai, habla!
- DaraHonai
- Hombre, si tiene lengua! Dnde has dicho?
- Dara-Honai, all es probable que est Nadima.
- Muy bien. Sin problemas, Dara-Honai. Recto hacia el oeste.

* * *

Nadima bajaba a largas zancadas por un sendero solitario. De pronto se detuvo y volvi la vista atrs. Debera haber roto la gema, pens. Puede que se quede
ah para siempre, sufriendo. Pero no es eso acaso lo que deseo?. Mir hacia el suelo, pero su mente record aquel lago oscuro, entre paredes verticales que se perdan
bajo la superficie. Igual ya es imposible recuperarla, pens. Ya se las apaar Azdamur metindose en los sueos de alguien. Otro sicario para sus oscuros
propsitos.
Pero no eran tan oscuros. Matar a aquel nio habra funcionado. La reaccin de su padre lo demostraba. Si ella pudiera ver esas vidas que salvaba, si pudiera sentir
que aquellos a los que ejecutaba deban ser sacrificados sin ninguna duda quizs Y entonces volva a ver la cara de aquel angelito, a unos palmos de su espada. Le
daba igual lo que dijera aquel espectro maldito, los nios no pueden ser asesinados. No por su mano. No bajo su mando. No volvera a por Azdamur por nada del
mundo.
-A dnde vais majestad?
Nadima peg un respingo. La voz sala de un costado. Entrecerr los ojos para descubrir la silueta de una joven sentada a los pies de un rbol, y casi
completamente oculta tras los arbustos.
-Dnde est vuestra espada? -dijo levantndose y aproximndose a la reina.
-Cmo sabis?
-Soy la hija del Orculo. Mi madre os dijo las palabras no lo recordis?
-S. Las recuerdo. Me dijo que aprendiera de Tifern y que siguiera los designios de esa maldita espada, pero no pienso
-Dijo sigue como hasta ahora los designios de tu espada, pues su poder supera al mo, y por su filo libraris de la muerte a muchos -y el ltimo fragmento lo
repitieron ambas al unsonoincluso al que t ms quieres.
-Se refera a?
-S, majestad. Mi madre se refera al prncipe Lintor.
Nadima crisp los puos, trag saliva y su mirada salt de un lado a otro. Despus se enfrent a la pitia.
-Los nios no deben ser asesinados.
-Las madres tampoco. Yo perd a la ma la misma noche que habl con vosotros. Lo hizo a sabiendas de que si os avisaba, morira.
-Lo siento. Lo siento por ti, y por ella. Pero yo no puedo matar nios. Por muchas razones que me mostris, yo no asesinar nios.
-Pues no lo hagis.
-Entonces qu me ests pidiendo.
-Recoged esa espada y salvad a vuestro futuro esposo.
A Nadima le dio un vuelco el corazn. Futuro esposo. Pero eso no era posible. O s lo sera? Quera preguntarlo, pero no quera dejarse embaucar por aquella
muchacha.
-Majestad, por favor. Lintor va a morir, si vos no lo impeds. Salvadlo, por favor. No lo estaris haciendo por vos, ni por l, sino por todos, por toda la
humanidad.
-Y si Azdamur me pide?
-Negociad con l. Haced lo que queris. Sois libre de hacer despus lo que queris, pero salvadnos a todos. Os lo suplico!

* * *

A la suave luz de la tarde, heraldos de muerte bajaban como ptalos dorados desde nubes nada lejanas. Slo sus alas no espantaban pues todo lo dems estaba
concebido para lo contrario. Garras afiladas como espadas, msculos sobredimensionados, escamas metalizadas, todo estaba concebido para otorgar una eficacia mortal
a aquella estirpe de monstruos de la cual Dragn era su mximo exponente.
Lintor fue el primero en verlos. Era natural, no haba parado de otear el horizonte, incapaz de avisar a su amigo, sabiendo que se dirigan a una trampa.
Cuando Dragn los vio, el cerco ya estaba cerrado. Se concentraban en tres grupos. Dragn busc el escape que presentaba la orografa ms abrupta, y se lanz a la
mxima velocidad que le permitieron sus alas. Slo el grupo ms lejano se lanz en viva persecucin. Los otros dos se limitaron a seguir la direccin de su vuelo,
asegurando el cerco y reduciendo poco a poco la distancia.
Dragn divis un desfiladero, un arriesgado rincn donde retrasar la muerte. Se precipit entre sus angostas paredes cuya anchura apenas superaba la envergadura
de sus alas. Algunos grifos y esfinges lo siguieron, no muchos debido a lo angosto del paso. El resto se limit a seguir a su presa desde arriba, al acecho. Pero el
encuentro era inevitable y cuando la distancia fue suficiente las primeras chispas asesinas atravesaron la distancia entre cazadores y presas. Ardientes esferas gneas,
raudas pas de hielo y cegadores relmpagos surgieron. Los estallidos arrancaban lascas de las paredes, tronando a lo largo de todo el can. A pesar de la lluvia de
piedra y fuego Dragn no osaba salir de la hoz. Arriba slo haba ms espacio para ellos, para atacar desde ms puntos a la vez. Sin embargo en aquella ratonera,
tampoco estaba la salvacin, tan slo un poco ms de tiempo, y l lo saba.
De pronto el desfiladero se estrech aun ms, haciendo imposible el vuelo natural. Dragn de improviso hizo un rizo brusco cayendo en la vanguardia de sus
perseguidores, us su aura para realizar rpidas incisiones de defensa, pinchando las acumulaciones de energa ms prximas. Tras mltiples relmpagos y
deflagraciones diversas el monstruoso lagarto impact de lleno con sus enemigos. Pareca un len sobre una manada de hienas. Lanzando zarpazos, dentelladas y
coletazos, dio cuenta de media docena de monstruos en unos segundos para reiniciar su marcha antes de que los dems pudieran reaccionar. Ni una herida.
Impresionante, pens Lintor atado a su lomo, pero intil. El cerco se estrechaba. Las ms veloces criaturas ya los haban sobrepasado y preparaban su emboscada
delante.
-Ahora akai, clava tu espada.
Lintor saba lo que pretendan. l no poda matarlo. Su espada slo abrira una insignificante herida en su compaero. Pero bastaba para eliminar su capacidad
urea. Dragn ya no podra repeler ningn ataque astral.
Desenfund su espada. Mir las escamas del lomo y sus grietas. Dragn apenas se apercibi del gesto, concentrado como estaba en el combate.
-Clvala, akai.
Lintor se qued inmvil, con la hoja enhiesta. Sinti una punzada de dolor
-Ahora!
Lanz la hoja con toda la fuerza de que fue capaz con su brazo armado. En el ltimo segundo, de nuevo el instante de un pensamiento, desliz su antebrazo sobre
la escama. Mano, mueca y brazalete salieron volando despedidos. Dragn sinti un impacto sobre una de sus escamas, y el calor de la sangre del prncipe por todo su
lomo. Tambin detect una dbil efusin astral muy prxima, agresiva y desconocida, partiendo de un brazalete muy familiar, pero que se alejaba rpidamente hacia el
suelo. Piezas de un rompecabezas del que ahora no se poda ocupar.
Abajo, su aura detect lo que pareca una gran cueva. Un poco ms de tiempo de vida y una tumba ms oscura para su insignificante esperanza. Mir delante.
Desde el fondo del desfiladero decenas de monstruos avanzaban en lneas compactas cubriendo toda la seccin de la garganta. Arriba poda ver todo tipo de alas
ocultando el escaso cielo que las paredes del can enmarcaban. Y saba que detrs no se dejaran sorprender una segunda vez.
Se precipit sobre la gruta que se abra al pie del desfiladero. Convirti su inercia de descenso en una descomunal bola de fuego que lanz sobre sus perseguidores.
Hiri a muchos, aunque no pudo saberlo. Slo era una distraccin para penetrar en la gruta y derrumbar las rocas de su entrada. Se adentr hasta estar fuera del alcance
ureo enemigo.
Lintor yaca sobre el lomo, sangrando a chorros y presa de una fuerte conmocin. Dragn sell la herida. Manipul los nervios de la mueca para que cesara el
dolor. Repar algunos vasos sanguneos y estimul ciertas glndulas. El prncipe no tard en notar los efectos y recuperarse. Se mir el mun y sonri.
-Yo no me alegrara, has perdido una mano y estamos a punto de morir -dijo la voz cavernosa.
Pero Lintor no poda dejar de sonrer. Dragn, algo exasperado, le dijo:
-Bien, ahora tenemos algo de tiempo. Se puede saber qu infiernos ha pasado?

* * *
CARTA DE TIFERN - II
Yadn, 23 de Septiembre del ao del Divino de 1022



Saludos Gran Maestre:

Cmo ser un Dios? Con amor y fe. La fe da existencia, definicin. El amor da la fuerza, el poder. Te has dado cuenta de que slo las sociedades antiguas eran
politestas? Creo saber por qu. Imagina un mundo joven, donde todo el afecto y la fe del mundo se reparten entre unos miles de almas. In illo tempore, cualquiera poda
acaudillarlas, embaucarlas, complacerlas. La adoracin de media humanidad estaba a tu alcance. Y con ella, quizs, la divinidad.
As creo yo que nacieron los viejos dioses, esos de los que slo quedan sus estatuas. Ahora olvidados, pero en un tiempo adorados, y mientras fueron recordados
en sus altares pervivieron y se manifestaron entre sus fieles. O eso dicen sus libros sagrados.
Y ahora? Muchas almas. Demasiados deseos contrapuestos. Slo el mar astral, esa intuicin de que hay algo ms, promete la existencia de un dios. Al desaparecer
sus manifestaciones, los dioses antiguos mueren en una idea superior, ese ser omnipotente y creador del universo.
Hoy da las sectas no luchan por qu dioses son ms poderosos o mejores, sino ms autnticos. Se niega la existencia de otros dioses o se asume que se trata del
mismo pero con otros nombres.
Me preocupa la simplicidad con que todos estos indicios encajan con las motivaciones del Maldito. Y si desea ser un dios? Necesita el exterminio de los akai
porque no tienen fe en l, ni la tendrn nunca. Adems, eliminar tantas almas dejar en las que resten la capacidad para erigir sus dioses. Ser Tenkar el dios
profetizado?
Acierte o no, creo haber hallado un medio para arrebatarle su objetivo. An es slo una idea, una esperanza que va cobrando forma. Necesito trabajar an mucho en
mis libros, estudiar los smbolos, encontrar los puntos unin con cada secta para poder seducirlas. Y he de darme prisa si quiero llegar a la Pancomunin. Tempus
fugit!, hermano.

Que tengas buena caza, Yeray
Tifern.



* * *

-Cul es la paradoja del Divino, Chaoro?
-Bueno, del Divino, de Saifel y de cualquiera dira yo.
-S, pero se sacerdote pareca referirse a un problema concreto.
-Es fcil. El paradigma de cualquier Dios supremo es el dolor. Si es Dios, ha de ser perfecto. Si es perfecto su obra ha de serlo tambin. Y el dolor no tiene sitio en
un mundo perfecto. Sin embargo existe, esa es la paradoja.
-Los ermitales lo explican como el precio del libre albedro.
-Y los omunodas como una deuda de pecados en vidas anteriores -terci Azuara.
-S, para la mayora de las religiones el dolor es un tipo de moneda. De ah el sentido de la penitencia.
-Has dicho la mayora, y t?
-Yo creo que por si las moscas no hay Divino, ahoguemos las penas en unas buenas jarras de hidromiel.
-Anda, si resulta que al final vas a ser ateo!
-Ateo yo? Y quedarme fuera de los doscientos posibles parasos conocidos? Ni de broma! Adems, con la de papeletas que tengo de morir casto y puro, mejor
que alguna religin de las que tienen hures en su paraso acierte.
Todos rieron. Azuara intervino:
-A m, la verdad, podra con el dolor cotidiano. Pero el de la muerte, ese s que me aterra.
-Como a todos.
-En algunas de las sectas tienen una explicacin hermosa aunque no por eso ha de ser cierta.
-Cul Chaoro?
-Dicen que la muerte es el momento en el que perdonamos al mundo por sus ofensas, y ste nos perdona a nosotros por las nuestras. Tanto amor no cabe en
nuestro ser, que ha de crecer para albergarlo, dejando su pequeo cuerpo en este mundo.
-Bonita justificacin para la disolucin del aura en la muerte, eso de crecer para albergarlo. Pero, y el dolor?
-Perdonar es asumir una injusticia, ah est el sufrimiento.
-Justicia. Quizs a m me bastara con eso. Que cada uno recibiera lo que merece.
-Y que los buenos y justos no sufrieran nunca?
-Exacto.
-Quizs la justicia exista y simplemente no somos tan buenos como pensamos.
-O quizs no seamos libres para ser buenos.
-Uf! Demasiada filosofa para m. Yo soy prctica. Ojal alguien descubra la verdad y la suelte sin rodeos!
-Segn los escritos hubo uno que la consigui.
Taigo y Azuara se miraron extraados.
-Y qu dijo?
-Algunos dicen que la verdad result tan terrible que su mente no pudo soportarlo y se volvi loco. Otros que fue su, su mezquindad. Que no pudo evitar la
tentacin de usar un poder tan enorme. Pero el caso es que desapareci sin contar lo que haba averiguado.
-Entonces, cmo se sabe que descubri esa verdad?
-Porque con slo la meditacin se volvi inmortal. Eso dice la leyenda, vamos.
-Tenkar?!
-Quin sabe.

* * *

Lintor, con el mun vendado, miraba a su amigo con aprensin. Segua sintindose culpable a pesar de comprobar, al contarlo todo, que no pudo hacer nada en
ningn momento para evitarlo.
-Sabes? Al principio de tu historia me he cabreado mucho.
-Te he traicionado.
-No! No contigo -se apresur a aclarar-. Despus de todo eres el nico amigo que he tenido en aos. Cabreo contra ellos, por la tortura que te han hecho pasar -
cambi el gesto a aqul amargo tan caracterstico con el que Lintor lo conoci-. Ahora slo siento tristeza, pues yo mismo he sido verdugo de muchos ms. As que no
tengo ningn derecho a odiarles.
-Te equivocas.
-En qu?
- No digo que no tengas las manos manchadas de sangre. Pero t al contrario que ellos elegiste. Desertaste. Has puesto en riesgo tu vida con tal de no seguir
haciendo lo que ellos hacen.
-Gracias Lintor, pero poco valor veo en eso.
-Ah s?
El prncipe dej una pausa y a continuacin asever con firmeza:
-Si todos tuvieran tu coraje y honestidad, no habra tiranos. No podran existir.
Las palabras quedaron en el aire unos segundos, para ser rotas con unos estruendos que llegaban desde el fondo de la galera.
-Estn despejando la entrada. Pronto se acabar todo. Temes a la muerte?
-Temerla? Claro, cmo no? Pero es un miedo que ahora domino. Antes la tema por el dolor, pero he sentido tantas veces el mximo que ha pasado a un segundo
lugar. Y t?
-Antes de desertar, lo que ms me dola era la soledad. Despus, ese dolor se hizo mucho peor. Tanto como para no desear la vida. Y ahora que me la van a quitar,
me doy cuenta de que prefiero perderla acompaado que vivirla solo.
El prncipe agarr el borde de una escama como si fuera el hombro de un amigo. La punta de la cola de Dragn empuj con torpeza al prncipe, en respuesta.
-Dragn, soy un guerrero. No puedo quedarme aqu parado esperando como una oveja al matarife.
-Vamos a por ellos?
-S.
-Pues ya que vamos, iremos por donde ms podamos sorprenderlos. He detectado una galera estrecha por donde podra salir si rompo algunas estalactitas, y no
creo que ellos hayan calculado esa posibilidad.
-Por qu no?
-Son demasiado slidas para su fuerza. No saben hasta qu punto llega la ma. Adems, con mi aura vamos a convertir esa espada intil tuya en un buen arco. Lo
ataremos a tu mun. Usando mi veneno en las flechas
-Ah! Pero an tenemos alguna esperanza?
-No, no creo.
-Nocrees? Me basta esa duda. Una posibilidad por pequea que sea es suficiente para luchar con coraje.
-Pues yo me convertir en la venganza de mis antiguas vctimas. A por ellos!

* * *
CARTA DE TIFERAN - III
Onotama, 3 de Agosto del ao del Divino de 1023



Saludos Gran Maestre:

Qu fcil ha sido, Yeray! Omnia vincit amor. Al final todos los hombres se rinden a la calidez del amor en todas sus formas. Un apretn en el hombro. Unas
palabras de aliento. Una sonrisa. Es algo que todos sabemos pero que pocos medimos adecuadamente.
Estudi la mayora de las sectas, sus principios y su liturgia. Me arm de recursos para entrar en sus comunidades, ser aceptado e incluso admirado. Pero al fin fue
el amor el que los fue rindiendo.
He tenido muy poco tiempo para ser familiar al mayor nmero de peregrinos posible. Creo que bastara con ser la figura ms conocida de la Pancomunin. Un
punto de referencia comn a la mayora.
Us sus smbolos: desde los atributos de un mesas hasta nombres cabalsticamente afortunados. Como habrs imaginado mis artes kainum fueron la base de ciertos
milagros. Unas veces bast con una aparicin teatral. Otras, las mejores, usaba mis poderes de forma sutil, hacindoles titubear sobre si mi naturaleza era humana o
divina. Me di cuenta que era ms efectiva una duda que la certeza. La duda atrapa sus pensamientos, consume sus argumentos y se convierte en una ventana siempre
abierta a la fe. Despus slo necesitarn una seal, una que recibirn en el momento ms oscuro de la Pancomunin. Cuando todos se baen en el mar del dolor, yo
estar sobre las aguas.
La Ceremonia est cerca y sinceramente no s en qu acabar todo esto. Lo mismo me fulmina un rayo divino que aprendo a lanzarlos ad libitum. Una posibilidad
como sa bien vale mi alma. Slo temo encontrar al Maldito all. Qu irona! Nos pasamos generaciones buscndolo y al final casi deseo evitarlo. Dijiste que todas las
seales apuntaban a esa zona, as que espero veros a todos pronto.

Feliz caza, hermano.
Tifern.



CAPTULO X

La Pancomunin

EN el pasado Tenkar se rode de los suyos para protegerse en sus reencarnaciones. Lo descubrimos y lo matamos una vez, pero no destruimos su cuerpo. Logr
resucitar y aprendi la leccin. Ahora, cuando ha de reencarnarse se aleja de cualquier conocido y se transforma en alguien que ignora su verdadera identidad.
XXIII Maestre de la Orden del Espectro. 799 A.D.

-Recordad, en cuanto acabe la ceremonia, nos largamos. As que no desempaquis demasiado -dijo Azuara.
-Seguro que los cogeremos?
-Nadie ir hacia el oeste menos ellos. Bastar con que nos apostemos en el camino y los veremos pasar. Es lo que yo hara: aprovechar la proteccin de los
peregrinos hasta aqu, y luego huir hasta el frente por la ruta ms corta.
Taigo se senta extrao. Probablemente fuera el menos religioso de los peregrinos, pero no poda dejar de sentir un gozo creciente a medida que penetraban en la
llanura. Cada rostro que encaraba saludaba con una sonrisa y una mirada que pareca decir t tambin has venido, hermano. Era una fiesta. Una celebracin de la
concordia y la heroicidad de sobrevivir a la hegemona de la Comunidad. sta era una verdadera comunidad. Todos compartan. Todos aceptaban en clida armona la
llegada de los extraos, que abandonaban tal categora de inmediato. Aqu slo haba amigos. Era la fraternidad de los librepensadores de culto, los experimentadores del
espritu, los filsofos de las verdades divinas. Era el da de la Pancomunin, la ltima segn muchos, y en ella se entregaran sin reservas a los dems.
Desde la entrada al valle poda apreciarse lo abigarrada y extensa de aquella multitud. Mil atuendos, monturas, tiendas y personajes vestan la llanura de formas y
colores. No haba orden aparente en aquel caos humano, excepto el local que cada congregacin mantena en su zona. Nadie organizaba nada. All estaban prohibidas las
jerarquas. Cualquiera era bienvenido como un igual. Slo la experiencia y la costumbre hacan viable semejante anarqua.
El venerable gua de los aclitos de Saifel se dirigi al lugar que siempre ocupaban. En menos de una hora todas las tiendas y enseres estaban dispuestos. Taigo
estaba acostumbrado a la diligencia con que actuaban los sectarios, pero no pudo evitar quedarse asombrado ante la celeridad con que montaron este nuevo campamento.
-Es por la Pancomunin. Han de darse prisa si quieren estar listos.
-Pero dijiste que sera maana.
-Al amanecer. Pero la celebracin arranca desde la madrugada.
-Bueno, si an no es medioda.
-Todos quieren reponer fuerzas para esta noche. Y sabes lo que significa eso?
-Que dormirn una buena siesta?
-Aj! Y qu precede a la siesta?
Taigo no tuvo que contestar. A la sonriente cara de Chaoro respondi la llegada de un ayudante anunciando un almuerzo temprano. Y eso hicieron. Si bien en la
mayora fue ms bien frugal, en el caso de Chaoro no pudo decirse lo mismo. En lo que s que coincidieron todos fue en esa extraa siesta. Lo que por la maana pareca
un da de feria, por la tarde, desde las horas ms fuertes de sol se convirti en un trmulo tapiz de ronquidos y suspiros. Resultaba extrao aquel silencio a aquellas
horas del da. Mas era la calma que preceda a la tempestad.
Al caer el sol comenz la actividad. Cada secta se preparaba a su manera. Unos se desnudaban y se pintaban completamente el cuerpo. Otros recitaban
interminables letanas de ajados libros sagrados, de orgenes y autores ya olvidados. Los haba que preparaban instrumentos exquisitamente labrados para conducir
elixires secretos dentro de sus cuerpos. Cada cual preparaba su particular camino al xtasis de la Pancomunin.
Los de Saifel, al igual que muchas de las otras confesiones, usaban el castigo fsico del cuerpo para facilitar la liberacin final del alma. Unos se sometan a ejercicios
repetitivos, destinados a controlar y alcanzar la absoluta extenuacin. Otros reproducan luchas simuladas, cargadas de simbolismo, y que servan a la vez de vehculo
mental en la va que marcaba su particular doctrina. La mayora, sin embargo, sola acudir a la danza.
Conforme avanzaba la madrugada diversos cnticos y ritmos iban llenando el aire, y con ellos, la masa lata aqu y all en un baile heterogneo. Cada confesin
mantena su disciplina y su perfecta coreografa particular. Pero de un grupo a otro los ritmos variaban, la forma, la meloda, todo. Era como asistir a varios espectculos
completamente diferentes en el mismo lugar. Sin embargo poda percibirse algo en comn. No era nada fsico, ms bien ambiental, emocional. Taigo senta un deseo
irrefrenable de moverse, de seguir cualquiera de los sonidos que despertaban sus instintos. Era algo primitivo y trascendental a un tiempo, imposible de definir.
El baile coordinaba sus cuerpos y sus espritus. Sus cuerpos deban ser dormidos, agotados, apartados en lo posible de sus mentes. Sus espritus deban percibir la
colectividad, unirse a ella, abandonar el ser animal y cotidiano que solan habitar para trascender y elevarse en aquella atmsfera cargada de incienso.
Quedaba poco para el alba y la catarsis se acercaba. A pesar de la diversidad, lentamente los ritmos se haban ido fundiendo. Sin ser consciente de ello, aquella masa
lata con un nico pulso, perfectamente sincronizado en todos sus puntos.
Con las voces haba sucedido lo mismo. Poco a poco los tonos haban ido convergiendo en una misma escala tonal. Despus fueron desapareciendo las disonancias.
Luego tnica y dominante coparon en diversas octavas la excelsa belleza de un acorde perfecto. Pareca un coro de voces unidos por un mismo director, aunque ste
jams haba existido. Finalmente un nico mantra en una misma vocal reverber en todas las paredes y rocas de aquel valle, llenando el aire, arrastrndolo todo en un
nico sonido, en una nica voluntad.
Fue entonces cuando amaneci.
Los rayos del sol acariciaron las palmas abiertas y elevadas de la muchedumbre. Sus ojos al mundo ms all del mundo, se abrieron. Sus conciencias se expandieron
en un aura densa y colectiva, inmensamente mayor que la que en cada grupo hubieran podido experimentar.
Taigo esperaba ver las expresiones de sufrimiento, del dolor de Saifel visto a travs de aquella gigantesca lente emocional que conformaba la multitud. Sin embargo
slo vea rostros de paz, serenos, incluso de gozo en algunos.
-Azuara, voy a entrar.
-Puede ser peligroso.
-Ya lo s, pero no puedo perdrmelo. Lo hars t?
-No lo necesito. Ese xtasis trascendental que veo ah, ya lo tengo yo contigo.
-Lo s. Pero quiero saber qu estn sintiendo.
Taigo se concentr y se lanz al mar de almas que burbujeaba en derredor. Aquellas auras no se disolvan como l lo haca con Azuara. Slo se tocaban. Pero jams
haba imaginado el efecto del calor combinado de millares de contactos. Pareca como si lo que su alma siempre hubiera deseado estuviese all, con ellos. Todas las
necesidades, preocupaciones y deseos se disolvan en esa infinita paz, alegra y serenidad de la Pancomunin.
S, era hermoso. Taigo se regode en la experiencia por un instante ms, y luego descendi. Abri los ojos.
-Ya ests aqu? Ellos parecen estar disfrutando todava.
-Y as es para ellos. Tenas razn, faltabas t.
Azuara sonri y se fundieron en un beso.

* * *

-Qu deseis, Altsimo?
-Ha surgido un narsiakada. Puedo kadiar sido identificado. Yakruba nar actuar rpido.
-Mi seor, no os entiendo, os encontris bien?
-No, nekos, nada bien.
Tenkar pareca confuso. Se concentr y habl despacio, como a un nio.
-No me queda tiempo. Preparad el Gilkia ya.
-Gilkia?
-Mmm sere seremo
-Ceremonia?
-S, s, eso.
-Algo ms que informar al emperador, mi seor?
-Hmmm, algo, s, qu era?
-Dijo algo de narsiakada y de ser identificado. Lo recuerda?
-Ah s! Hay que distraerlos, estoy en peligro.
-A quines?
Tenkar se esforzaba, pero no lograba encontrar las palabras. De forma natural pensaba en trminos de una lengua muerta, y la actual se le escurra de la memoria.
Pero tena que comunicarse con aquel mensajero antes de que fuera demasiado tarde. Con un dedo traz el dibujo de una espada con una gema en la empuadura.
-l lo entender.
El soldado recorri con atencin las lneas del dibujo. Cuando estuvo seguro de poder reproducirlo con fidelidad asinti. Tenkar respir aliviado y lo despidi.

* * *

El sol ya se haba sepultado al otro lado de la montaa, donde la mayor parte de las fuerzas especiales rucainas estaban a punto de penetrar en la gruta. En este
lado, un exiguo grupo se apostaba junto a una de las salidas, guareciendo sus fantsticos cuerpos como podan del fuerte viento y la lluvia:
-Parece que va a haber tormenta. Con esos relmpagos tan cerca no me gusta volar.
-Pues preprate porque pronto acabar todo. Y nosotros no habremos hecho nada.
-La verdad, me alegro de no hacer nada.
-No te crea un cobarde.
-No es miedo. l me ense muchas cosas. Tengo buenos recuerdos suyos.
-Igual que todos. Pero es un desertor. No podemos
-Viene!!
-Qu!? Por aqu!?
-S, s!
-Ya conocis las rdenes. Lo ms importante es retenerlo. Usbarama, avisa a los otros. Rpido!
-De verdad crees que no podremos con l? Somos quince!
-Es bastante fuerte. Si llega al cuerpo a cuerpo
-Quince auras contra una. Si an est vivo es precisamente porque ha mantenido la distancia de ataque astral.
-Tienes razn, en el plano fsico podra hacer algo, pero si luchamos lo suficientemente cerca sin que nos toque morir sin remedio.

Dentro de la gruta Dragn reptaba por la galera tan rpido como poda. Le cost derribar las estalactitas iniciales, pero despus supo aprovechar su energa de
cada para romper las siguientes. As, actuando en cadena logr despejar el camino de salida con presteza. Las ltimas estaban bajo campo ureo enemigo.
-Ya nos han detectado, Lintor. Preprate.
El prncipe aprest su arco de acero, el cadver de una bella espada. Apenas vea nada en aquel pozo de sombras, pero de vez en cuando apagados reflejos surgan
del arma y del lomo de Dragn. Acero contra escamas, qu ridculo!, pens. Le habra gustado un final para su vida ms glorioso, pero no poda elegir. Su actitud s.
-Pienso contar mis bajas, y me apuesto una semana de servidumbre a que no eres capaz de triplicarlas.
-Una semana relatndome leyendas antiguas? Ja! Se te va a secar la lengua. De acuerdo, acepto.
-Dragn.
-S?
-Ha sido un honor conocerte.
-Si esto es el final, no hay nadie mejor que t con quien desee compartirlo.

Los dos primeros ni siquiera la vieron, slo sintieron su espada penetrando en los intersticios de sus escamas. Nada fatal, slo una rpida y leve herida para pasar a
la siguiente vctima.
El tercero y el cuarto oyeron la voz de alarma al tiempo que sentan los aguijonazos de la reina lua en sus desprotegidas alas.
El quinto la vio, y crey que un simple zarpazo la destrozara. Se equivoc. Salt hacia el nico lugar donde esquivaba el ataque y a su vez lo hera.
El sexto y el sptimo le cerraron el paso en actitud defensiva mientras los rucainas heridos la atacaban desde atrs. Entonces tuvo lugar una extraa danza donde la
reina lua se mova en un bosque de garras y fauces afiladas, saltando y girando a una velocidad vertiginosa. Cmo consigui herirlos y eludir el cerco es algo que
despus no pudieron explicar.
La fortuna se acab cuando los que quedaban se encerraron en una glida esfera vtrea y lanzaron sus auras. Azdamur no poda con tantas y Nadima sinti una
presin fsica en su cuello. La reina se debata desesperada intentando alejarse hacia un lugar indicado por Azdamur de aquella ladera. Se afanaba moviendo sus brazos
alrededor de los puntos en los que senta la presin, pero eran demasiados.
Entonces una lluvia de rocosos proyectiles surgi de la cueva partiendo las esferas e hiriendo a tres de sus portadores. Los cinco restantes enviaron una rfaga de
bolas de fuego al interior de la gruta. Los rucainas decidieron entonces que Nadima no era tan importante como la nueva amenaza y la dejaron alejarse por aquella pared
casi vertical mientras se agrupaban junto a la entrada de la caverna.
La pared de la montaa tembl, luego se agriet y por ltimo un alud de piedra y polvo descubri un monumental orificio por el que sali Dragn. Sus
sorprendidos enemigos, dispuestos desde el principio entorno a la entrada natural, no haban previsto semejante posibilidad, quedando ahora a un lado en vez de
rodendolo. Dragn haba intensificado su aura precisamente en aquella zona, engandolos, y surgiendo justo bajo Nadima, que salt a su lomo de forma inmediata.
Lintor a punto estuvo de disparar sobre aquella sombra que caa sobre l, pero en el ltimo momento la reconoci:
-T!! Cmo es posible que?
-Despus -dijo llevndose el ndice a los labios-. Ahora aydame a sujetarme a tu espalda.
Siguiendo la estela de Dragn, cinco esferas incandescentes redujeron distancias. Nadima esgrimi su espada y una de las esferas se volvi contra uno de los
rucainas dndole de lleno, Dragn pudo estallar otra, las tres restantes impactaron en su muslo derecho arrancndole un atronador alarido, y privndole de su capacidad
astral.
-Arriba Dragn! Busca la tormenta! -grit Nadima.
-Prefiero morir luchando que partido en dos por un rayo.
-Confa en m! Qu puedes perder?
Dragn dud. Los tena ya casi encima y llegaba el momento del cuerpo a cuerpo. Por el rabillo del ojo vio como sus perseguidores oscilaban merced al viento
racheado mientras que l lograba mantener mejor el vuelo por sus grandes dimensiones. Decidi que si no lo alcanzaba un rayo el viento podra ser su salvacin. As que
ascendi con toda la potencia que le permitieron sus alas, aprovechando las corrientes como slo l era capaz de hacerlo. Crey que podra, que aquellas densas nubes
oscuras estaban cerca, que la lluvia y la oscuridad los ocultaran, que quizs sera posible el milagro.
La luz de un relmpago se reflej en las escamas de sus enemigos descubrindolos cuando ya era tarde. Sinti los colmillos sobre sus extremidades, abdomen y
cuello. Not cmo le desgarraban las escamas y llegaban a su piel, destrozndola. Se revolvi en el aire usando dientes, garras y cola para defenderse, sin dejar de subir
siempre que poda. Pero eran sencillamente demasiados.
La lucha era feroz. Lintor disparaba sin cesar apuntando a los escasos lugares vulnerables de aquellos monstruos. Nadima blanda su espada enviando toda la
energa de la que era capaz a su dueo. Dragn aplast el cuello de uno con sus mandbulas, quebr la columna de otro con sus garras, abras a un tercero con el fuego de
sus glndulas e incluso escupi veneno a los ojos cuando encontr la oportunidad.
Sin embargo ellos lo estaban destrozando. Sangraba por todo su cuerpo. Al dolor de sus heridas se le aada el de las bolas gneas que no cesaban de llegar. Slo su
lomo se hallaba indemne gracias a la accin de Lintor y su compaera, pero no era suficiente.
Se senta agotado, desesperado, hasta el punto de parecerle ms sencillo abandonarse a la muerte en vez de seguir en aquella batalla perdida. Dedic sus ltimos
esfuerzos a ascender, olvidndose de aquel enjambre abominable que se le adhera y le devoraba a travs de cien heridas sangrantes. Busc un rayo ejecutor, deseando
perecer arrastrando consigo a sus enemigos.
Y sucedi.
Se sinti envuelto en una ola de luz furiosa y cegadora. La brutal detonacin lo ensordeci. El silencio y el aturdimiento aportaron una extraa sensacin de
irrealidad a los siguientes acontecimientos. Como en un sueo, los rucainas se paralizaron y se fueron desprendiendo de su cuerpo lentamente, cayendo al vaco inermes.
Sus ojos abiertos, de mirada vaca, y sus cuerpos puntualmente carbonizados. Slo tres mantenan su vuelo, alejados, y no parecan tener ninguna intencin de acercarse.
Dragn sigui ascendiendo, sumergindose en las nubes, hasta que la niebla se hizo tan densa que no lograba ver ni sus garras. Despus se dej arrastrar por las
corrientes, aleteando de vez en cuando, dejando pasar tiempo y leguas. Deba estar sangrando a mares, sin embargo no senta ms que una extraa aura alrededor de su
cuerpo.
-Ha sido Azdamur -grit Nadima para hacerse or en aquel viento-. l ha guiado el rayo y est ahora intentando hacer algo con tus heridas.
-An no puedo creerlo -dijo Dragn-. Estamos vivos!
-Azdamur dice que ms adelante en esta direccin encontrars un silo abandonado. Hay trigo suficiente para que te repongas y ellos no nos encontrarn -dijo
Nadima.
Dragn asinti y repuso:
-Dnde est ese Azdamur? Es suya el aura que nos ayud durante el combate?
-S. l reside en esta espada. Puede ver parte del futuro.
Dragn enmudeci asombrado. Para el prncipe no era sino otra fantasa ms, convertida en real como todos los sucesos que haba vivido en los ltimos das.
-Entonces por qu no intervinisteis antes?, -terci Lintor-. Habra sido ms fcil evitar la trampa.
-Fue culpa ma. Me sent traicionada y lo abandon. Tir la espada a un lago.
-Qu te hizo regresar por ella?
-En mi camino de vuelta encontr a la hija de la Pitia. O ms bien ella me encontr y me dijo -Nadima se qued callada mirando la cabeza de Dragn.
-Qu? Qu te dijo? -la apremi Lintor.
-Que si recuperaba la espada y volva a escuchar a Azdamur, te salvara la vida.
Lintor vio como sus ojos brillaban. La conoca. No soltara una lgrima. Pero sus ojos lo estaban intentando. Se fundieron en un largo abrazo.
-Sabes? Azdamur dice que tenemos algo de tiempo ahora.
-Tiempo para nosotros? -Lintor entrecerr los ojos.
Nadima le solt una mirada pcara, y respondi:
-S.
Dragn sonri. Pareca que iba a volver a sentirse slo, pero esta vez no le importaba.

* * *

Aquella taberna no era demasiado grande, sin embargo la escasez de mobiliario y parroquianos la hacan parecer enorme. En un rincn, un cliente solitario pareca
haber perdido su reino en la jarra desportillada que no cesaba de girar. El recin llegado no se atreva a reconocerle.
-Tifern?
Los ojos abandonaron la jarra, y la faz del kaiya cambi su expresin.
-Gran Maestre! Gaudeamus! Me alegro de verte.
-Yeray, an soy slo Yeray, y ojal sea as por siempre. Tienes un aspecto espantoso!
-Hombre, muchas gracias -dijo con una media sonrisa, pero en aquella sonrisa haba ms tristeza que irona.
-Recib todas tus cartas. Me tienes en ascuas. Qu pas en la Pancomunin?
-Maldita Pancomunin! -su labios se curvaron en una mueca de disgusto, y exhal un hondo suspiro-.Debera haberos citado a todos all entonces y no ahora.
Tena una corazonada. Saba que estara all -agarr la jarra con las dos manos, apretndola.
-Tenkar? Te enfrentaste a Tenkar?
-Enfrentarme? Ese fue mi peor pecado. Toda una vida dedicada a encontrarle y matarle y y -sus manos soltaron la jarra-, sencillamente no pude.
-Por qu? Qu pas?
Tifern lanz un hondo suspiro, pos los ojos en sus dedos vacos y narr:
-Todo empez bien. Esper a que la mayora llegara al clmax, antes de expandir mi propia aura. Cuando lo hice naufragu en una tempestad astral. Millares de
auras trataban de tocar al resto en una maraa de hilos pulsantes. Otras se comportaban de esa forma que ningn kainum puede. En vez de moldearse, se disolvan en el
aire llegando a todas partes a la vez.
Contact primero con mis elegidos. Ya sabes, aclitos de varias sectas con los que trab amistad. Su respuesta astral me conmovi. Sent la alegra de mi presencia
entre ellos, y sin oposicin los acaudill dentro de aquel mar astral. A travs de ellos llegu a sus amigos. Aunque algunos no me conocan, sentan la llegada de un
bloque unido, una corriente astral irresistible que yo encabezaba.
Me llen de gozo ante la entrega de tantos, tanto que cre que iba a reventar. No me vea capaz de soportar tanta alegra. Vea el mundo con mil miradas. Te
imaginas el placer de saberlo todo? Sus voluntades se aunaban en la ma, y sent el poder de un ejrcito de kaiyas en una sola mano. Estaba subiendo los peldaos de la
divinidad. Y entonces me encontr con l.
-A Tenkar? Lo viste?
-Al principio no lo reconoc. Estaba preparado para enfrentarme a otros guas. Actu con l como con otro cabecilla cualquiera. Intent disputarle sus almas.
-Cmo?
-Deba ganrmelos igual que los anteriores. Tena para ello dos armas: el grupo que lideraba y yo mismo. Tena que utilizar mi carisma, el atractivo que poda
ofrecer como camarada, mi calidez, mi capacidad de entrega.
-Eso suena casi a una prostitucin.
-Cierto. Lo difcil era que no deba serlo. No funcionaba as. Con el alma no se puede mentir. Tena que ser autntico. Deba entregarme a esos desconocidos como
si fueran hermanos. O lo haca, o jams conseguira mi objetivo.
-Ser un dios.
-S. Al principio costaba llegar a tanta generosidad. Pero en cuanto el lazo se estableca, senta la fuerza de una amistad autntica, un nuevo hermano que quera y
que me corresponda. Cada unin era un riesgo, una doble corriente en la que era difcil controlar cul de los dos sentidos prevaleca. En ms de una ocasin estuve a
punto de perderme en la admiracin de ese nuevo hermano. Pero a ellos no les importaba quin condujera el navo, estaban demasiado gozosos de haber logrado subir a
l.
-Y Tenkar? Funcion eso con su grupo?
-Pude integrar algunos miembros. Muy pocos. Comprend que no abandonaran a su lder. As que me fui a por l.
-Cundo supiste que era Tenkar?
-Estaba demasiado centrado en mi objetivo para adivinarlo. Fue un error imperdonable. A punto estuve de entregarle todo lo que haba conseguido. l sera ahora
Tifern trag saliva. Su expresin volvi a ser la de antes. Mirada perdida, faz triste. Una tristeza desacostumbrada a dibujar su rostro.
-Yeray, he viajado mucho, y visto a mucha gente. He tenido el privilegio de conocer a verdaderas joyas humanas: sin orgullo, generosas, incapaces de la ms mnima
crueldad, cariosas, bondadosas en extremo, con una pasin por la vida contagiosa, personas a las que era muy fcil querer. Bien, pues Dara-Honai estaba llena de ellas.
Y sin embargo logr atraerlas a m y no al revs, lo cual resultaba increblemente tentador. Pero Tenkar
Yeray rememor lo que saba sobre el Maldito y una cita acudi a su boca.
-Dicen los escritos su aura es clida como el beso de un nio, su color verde esmeralda como la serenidad del mar, su textura electrizante, cargada de energa. Es un
demonio con piel de ngel
-Es ms que eso. Es amor puro. Un calor sobrenatural con el que todos desean fundirse. Es
Tifern volvi a interrumpirse. Era difcil adivinar por la expresin sus sentimientos, pero pareca congoja, incluso culpa.
-Y qu hiciste?
-La tentacin me desbord y estuve a punto de entregarme. Slo el recuerdo de los escritos me detuvo. Al identificarlo pude reaccionar. Mis sentimientos eran
muy fuertes. Imagin mil excusas para hacer lo que realmente quera. Me dije que no poda ser l, nadie tan bello poda ser causa de tanto mal. Deseaba con todas mis
fuerzas unirme a l. De hacerlo, todo mi grupo lo habra hecho conmigo. Pero la certeza de quin era me hizo rechazarlo. Replegu mi aura y romp mis contactos. S
que ellos lo sentiran como una traicin, pero era necesario. El amanecer creca y l no tendra tiempo de pescar aquellas almas ahora que estaban heridas. No alcanc la
divinidad, pero me asegur de que l tampoco.
-Entonces, por qu esa angustia?
-Porque an no s si hice bien.
-No lo entiendo.
-T lo sabes. Con el alma no se puede mentir. An no entiendo cmo puede enmascarar tanta mezquindad bajo un manto tan puro. Y si estamos todos
equivocados, Yeray? Y si hay una razn para tanta desgracia?
-Lo dices en serio?
-Llevamos siglos persiguindole, pero nadie se ha molestado en saber por qu lo hace. Y si persiguiera un bien mayor?
-Qu bien puede superar al genocidio?
Por un instante en los ojos de Tifern fulgi el brillo dbil de una duda, pero se apag inmediatamente
-Tiene que ser un demonio, lo s, pero me siento un traidor. Me aterra la posibilidad de que me equivoque. Incluso si fuera el Maldito me pregunto si no habra
sido mejor darle aquello que quiere, quizs todas sus crueldades terminaran entonces.
-No lo merece Tifern. Todas las vidas que ha segado lo reclaman.
-Lo s compaero -dijo acariciando la empuadura de su espada-. Creme que lo s. Por eso vamos a acabar con l de una vez por todas.
-Es fiable su localizacin?
-No ms que otras veces, pero lo suficiente como para arriesgarse.
-Ya, el problema es que est donde est.
-No te preocupes, ser un ataque rpido y sorpresivo. No espero demasiadas bajas si estamos todos.
-Eso es lo que me preocupa y si se trata de una distraccin para que no rastreemos como otras veces?
-Crees que tenemos un traidor?
-O que lo han engaado. Si no nos hubiera avisado precisamente ahora, estaramos barriendo todos los caminos que llevan al lugar de la Pancomunin.
-Puede ser, pero con lo que sabemos no tenemos alternativa. Hay que arriesgarlo todo a la opcin ms probable.
-Muy bien. Pues entonces llenemos el estmago y preparmonos para la noche, que me temo va a ser muy larga.

* * *

Agazapados en la maleza observaron al grupo. Azuara dijo en susurros:
-Son todos rucainas.
-Cmo lo sabes? No han enseado hasta ahora sus poderes -dijo Taigo.
-stos no se comportan como fanticos.
-Ch!, iluminados o devotos, un poco de respeto -terci Chaoro.
-Pero Chaoro, si ni siquiera compartes del todo sus creencias.
-Ya, pero cantan Saifel vive en ti a cuatro voces, lad y zanfoa que da gusto.
-Vale Chaoro. T te quedars aqu. Espera montado y listo para partir al galope. Sgueme Taigo.
Esperaron hasta la mitad de la segunda guardia, cuando los centinelas estaban habituados a un entorno sin cambios y an faltaba mucho para el relevo. Haban
estudiado bien el campamento, y descubierto los lugares ms apropiados para espiar. Tras un pequeo vuelo rpido y silencioso ocuparon sus escondrijos y
expandieron sus auras hacia cualquier lugar capaz de albergar los dcuatil. Tras registrar todos los enseres varias veces no hallaron nada.
-Seguro que los tienen ellos?
-No. No estoy segura. Pero es lo ms probable. Es nuestra esperanza de libertad, Taigo. Tenemos que hacer lo posible.
-Est bien, pero estoy al lmite. Deberamos descansar y continuar luego.
-No Taigo. Se pueden marchar en cualquier momento. Hay que seguir.
-Y si nos descubren? No tendremos reservas para luchar.
-Si se nos escapan y alcanzan su ejrcito
-Vale, vale
Taigo volvi a la tarea. No quera volver a mirar en los mismos sitios, as que pens en dnde los escondera l. Entonces despleg su aura bajo tierra,
profundizando debajo de cada tienda. Y los encontr. Estaban al fondo de un agujero muy profundo, tapado con un arcn descomunal de roble que le serva de lecho a
uno de los rucainas.
La noticia lleg a Azuara justo cuando uno de los guardias se despertaba por su contacto astral. Azuara no lo detect, pues retir su aura un instante antes.
-Necesitamos energa para levantar ese arcn, y desde aqu no podemos movernos -transmiti Taigo.
-Deslzate hasta el exterior del campamento.
-Qu hars t?
-Conectar contigo para que me transfieras energa y desde aqu los sacar.
-Buen plan. Pero estoy muy cansado. Utiliza el mtodo ms rpido. No veo la hora de largarnos.
-Entonces elevar el arcn. Dame toda la energa que puedas, yo tambin estoy agotada y an tengo que volar de aqu.
El guardin se incorpor, totalmente desvelado. Le daba vueltas y ms vueltas al ltimo sueo que haba tenido. Era un sueo estpido, donde no ocurra nada, y
por eso mismo resultaba inquietante. No haca ms que ver un cielo estrellado, parcialmente oculto por unos rboles. Pero aquella imagen pegajosa pareca ocultar un
terrible secreto, algo que estaba pasando por alto y en lo que no caa.
Taigo flot hacia los rboles. Una vez fuera del alcance de la vista de los centinelas pero lo suficientemente cerca de Azuara, Taigo comenz a amasar energa.
Senta que se le escapaba como a un principiante. Le dola la cabeza y tema en cualquier momento perder la concentracin.
El guardin decidi abandonar su tienda. Ofuscado como estaba por el extrao sueo, intent despejarse con el aire fresco de la noche. Se sorprendi al darse cuenta
de que aquella imagen onrica era la misma que la que estaba presenciando al salir. Las mismas constelaciones, en la misma posicin qu poda significar aquello?
Taigo conect con Azuara, en cuanto ella estuvo lista, una ola de energa se canaliz hacia el arcn. ste se elev sutilmente, ganando poco a poco el escaso palmo
que necesitaba para evadir los cristales.
Entonces el guardin cay. Slo tuvo que echar un vistazo en derredor para localizar los rboles, aquellas ramas cuya configuracin se haba quedado impresa en su
mente. Quien quiera que sea deba estar all. Inmediatamente dio la alarma y se lanz a la carrera sobre el lugar donde Azuara yaca. Ella casi perdi su concentracin por
lo inesperado de los gritos, pero a pesar de su agotamiento logr mantener el vnculo con los cristales y sacarlos de su escondrijo.
Cuando el guardin descubri a aquella hermosa joven inmvil dud en atacarla. Si ella se hubiera incorporado, o tratado de huir, l habra reaccionado sin pensarlo.
Pero no fue as. Y aquellas dcimas de segundo fueron suficientes para apoderarse las gemas. Azuara dej caer el arcn absorbiendo su energa para volar. Pero los
centinelas ya estaban listos, y en cuanto descubrieron la intrusa proyectaron sus auras sobre ella. El primer efecto fue el corte de su vnculo con el arcn, con lo que
apenas se haba alejado cuando ya no tena nada con lo que propulsarse.
Azuara se vio astralmente rodeada, manteniendo a duras penas su integridad y aquel angosto canal que la mantena unida a Taigo. Intent correr sobre el aire, pero
una hoz astral enemiga seg sus apoyos y a punto estuvo de herirse contra el suelo. Cada vez esas auras eran ms densas y numerosas. Supo que slo le quedaban
segundos. As que con su ltimo esfuerzo, envi las gemas a Taigo y una orden expeditiva.
-Huye!!
l no pudo reaccionar. Mientras sostena los dcuatil entre sus manos, miraba cmo ella era capturada, herida e inmovilizada. Era como si le hubieran arrebatado la
vida ante sus ojos y estuviera contemplando su propio cadver. Completamente enajenado, observ cmo los dems rucainas volaban a su encuentro.

No muy lejos de all Chaoro escuch los ruidos. Extraos sonidos que se acercaban ms y ms hacia l. Mir en su direccin para no ver nada ms que el bosque.
Bruscamente surgi un resplandor. Tan fugaz que apenas poda aseverar que lo haba visto. Despus otro. Una rfaga rpida. Esta vez, a contraluz, haba podido
distinguir una silueta corriendo Era Taigo? Apareca y desapareca tras los troncos corriendo en zigzag. No tard en ver tambin a sus perseguidores. Y sobre todo a
sus temibles bolas de fuego.
Chaoro despreci los enseres que haba esparcidos en su eventual campamento y mont con presteza asiendo tambin las riendas de las otras dos monturas. Iba a
iniciar el galope hacia su amigo cuando distingui las gemas brillar en la noche. Volaban hacia l. Sorprendido, las guard inmediatamente y mir a Taigo que ya se
hallaba lo suficientemente cerca como para poder distinguirlo.
-Huye al punto de encuentro! Yo los retendr lo que pueda!
La deflagracin a sus pies interrumpi la conversacin. No haca falta nada ms. Chaoro inici la cabalgada de regreso a la mxima velocidad.
Tras l las detonaciones se sucedan. Pero no mir. Toda su atencin estaba en guiar al caballo por donde ms rpido pudiera alejarse. Una indecisin podra ser
fatal. Por eso no volvi el rostro cuando oy el alarido de Taigo y tampoco vio como la ltima esfera le daba de lleno en una pierna, eliminando toda esperanza de huida.

Dos das despus, entre las ruinas de la fortaleza de Guibarra, un esplndido banquete para cuatro estaba servido con la pompa de un almuerzo de gala. Mas slo
un comensal repasaba con la mirada sus manjares.
-Veamos: el picadillo de lechuga y tomate del huerto abandonado, el conejo asado, que pill comindose la lechuga del huerto, y que no sufri cuando le intent
indicar amablemente que abandonara el lugar con el garrote. El racimo de uvas, debidamente despoblado de abejas, con la hbil tcnica de dejarse picar, muy buena
Chaoro -dijo mientras miraba cierta picadura en la mano-. El cuenco de miel de la linda abejita, y de la madre que la pari, y de sus hermanas y familia poltica. La rana
que lanc contra las abejas en legtima defensa desde el estanque en que me sumerg, frita con tomillo, ajo y perejil. Las dos carpas que se me metieron en los pantalones,
con las aviesas intenciones de hacerme salir a base de cosquillas, mientras sus aliadas zumbonas esperaban afuera, con jamn y aceite. Queso pan y bizcocho de las
provisiones, que a este paso no creo que duren ms de otra semana.
Se frot las manos, indeciso sobre qu lanzarse primero. No bien acababa de agarrar una pata de conejo, cuando el galopar de un caballo lo puso alerta. No tard en
identificar a Taigo, e inmediatamente se relaj, aunque no pudo sentir tristeza ante el frustrante deber de compartir la mesa.
-Vaya prisas! Te persigue el ejrcito rucaina con su emperador en cabeza y sus monstruos con cara de no haber comido ms de un yogur en doce das? -Chaoro
mir a su espalda-. Y Azuara? -Taigo neg con la cabeza, con evidente pesadumbre.
-La tienen prisionera. Debemos irnos. He concertado con Tifern un nuevo punto de encuentro. l nos ayudar a rescatarla.
-Por qu no usasteis esto?, -dijo cogiendo la bolsa de los dcuatil-. No eran tan poderosos?
-Lo son, pero hay que practicar un tiempo para poder utilizarlos. Y hacen falta otros kainum.
Taigo se sent, con los codos en las rodillas y apoyando la frente sobre la punta de sus dedos. Chaoro jams lo haba visto tan atormentado. Se aproxim y le
apoy la mano sobre el hombro, apretndolo levemente.
-Dara cualquier cosa por ella, cualquier cosa -murmur el kainum.
-Dicen que todo en este mundo tiene remedio. A veces difcil, pero el remedio existe. Si se te ocurre algn plan, espero que no me lo ocultes por que sea demasiado
arriesgado para m vale? Adems, entre los buenos amigos no hay secretos verdad? -dijo sonriendo.
Taigo no respondi. Incluso pareci sentirse ms herido que confortado con aquella generosa y sincera invitacin. Enterr su cara crispada entre las manos en
hosco mutismo. Chaoro, comprensivo, desisti de intentar animarlo y lo dej estar en silencio.

* * *

Era una noche fra y de viento caprichoso. Sobre el camino, el grupo asemejaba una serpiente de abigarradas escamas, decidida y sigilosa. De improviso, todos
desenvainaban sus espadas al cielo, y un sordo coro de reflejos acompaaba un estallido sobrenatural ms all de los mundanales sentidos. En ese extrao lugar, slo los
ojos que saban ver podan deslumbrarse al esplendor de una espontnea estrella a la que seguir. Al poco, un nuevo jinete apareca por el borde del camino y se una al
grupo, que no dejaba de crecer.
Como sombras en la noche, los caballeros del espectro cabalgaban. Apenas eran una veintena, meses atrs, cuando salieron de Ratbilia; ahora pasaban de
trescientos. Sus ropas eran variopintas, diferentes en forma y en color, de orgenes tan dispares como sus dueos. Unos usaban chilabas, otros tnicas, otros capas y a
pesar de todo parecan los dedos de una misma mano. Quizs fuera porque casi todos gustaban de colores discretos y oscuros. O por la espada que llevaban cada uno a
la espalda. O por el cmplice silencio slo roto por los cascos de los caballos. De cualquier forma una nica voluntad poda leerse en los ojos de todos, como si una sola
mente los gobernase.
Yeray cabalgaba al frente, junto a Tifern. Senta el aura de su azor ansiosa de accin y de ganar por fin su libertad. Saba que su enemigo no los poda igualar, pues
qu rucaina, por hbil que fuese, poda superar la unin de dos almas? La una prestaba su fuerza reservando su aura para s, en un escudo denso y difcil de penetrar.
La otra, era insuperable en un mundo donde llevaba aos existiendo. Aos robados a la Muerte, que no cesaba de reclamar con sufrimiento su deuda.
Muchos durmientes prximos al camino, soaron aquella noche con una estampida de variopintos animales rugiendo con furia largos aos contenida, deseando
descargarla con un enemigo que al fin se haca visible. Lo incomprensible del sueo era aquella manada, pues entre sus filas haba animales que parecan humanos, y
humanos que parecan animales. Slo dos figuras se apartaban de la norma. Una era el hombre que pareca liderar aquel grupo. La otra infunda espanto con slo
contemplarla. En unos rasgos indefinibles y etreos se desdibujaba un rostro casi humano con el dolor reflejado en todos sus rasgos, mezclado con un brillo de
esperanza y todo contenido en una voluntad inquebrantable.

Los rucainas del puesto de guardia se hallaban tranquilos, sin esperar nada inusual. Despus de todo el frente quedaba lejos de all. Adems, qu podan temer
junto a la guardia del emperador? De todo lo que en su vida haban visto, nada poda equiparar semejante poder.
Sin embargo aquella noche algo cambi en el ambiente
Al principio notaron el silencio. Pensaron en un depredador. Pero aquel silencio resultaba demasiado ominoso para un simple depredador. Qu poda acallar todos
los ruidos del bosque?
Los ms templados no dudaron en proyectar sus auras en la negrura de aquella masa de hojas, y cuando contactaron, replegaron sobrecogidos su alma como si
hubieran tocado un hierro al rojo. Cuando sus compaeros preguntaban, no se atrevan a responder. Sin embargo no hizo falta. Sus sentidos ureos no hacan ms que
confirmar un miedo visceral que les sacuda todo el cuerpo. No necesitaban expandir su ser astral para percibir una abominacin espectral, una incongruencia con las
leyes de la naturaleza, un ejrcito de cadveres vivientes, dispuestos a cambiar eterna agona por un poder mortfero y salvaje.
Saban que el miedo era su peor enemigo, que deban vencerlo si queran combatir. Pese a ello, no muchos lo consiguieron. Sobre todo cuando el sordo rumor de
cascos comenz a crecer sin medida.
Su disciplina les hizo formar en piquete bloqueando el camino. No sin esfuerzo elevaron sus defensas: muros de hielo y bolas de fuego empezaron a crecer en torno
al grupo iluminndolo con fatuos carmeses. Al fin los primeros jinetes se hicieron visibles a doscientos pasos.
No lleg a haber contacto. No hizo falta. Las arcanas espadas surgieron de sus fundas brillando de modo imposible en la tiniebla. Entonces el hielo se desmoron en
grava, las esferas gneas estallaron en aire, y doce rucainas cayeron despedazados como si hubiera sido obra de depredadores.
En el viejo monasterio que la guardia imperial haba elegido para alojarse, la voz de alarma se extendi. La sensacin de peligro creci con la incertidumbre.
Somnolientos y desprevenidos, acudieron presurosos a formar en el patio. Su seor, rompi todo protocolo en un vano intento de apresurar la ceremonia. Su propio
nerviosismo al detectar la cercana y velocidad del enemigo, la indisposicin y la rotura de formalidad en los esquemas entrenados, mengu en gran medida el poder con
que habitualmente contaba. Adems, el emperador ya no tena la capacidad imaginativa pertinente para adaptarse al nuevo enemigo. Ahora no se trataba de una masa
humana esttica, sino de un blanco reducido y rpido. Slo se le ocurrieron las tcnicas de siempre.
A medio camino entre el monasterio y los jinetes, una esfera roja comenz a brillar. Parti de un punto para convertirse en pocos segundos en una inmensa bola de
cegadora luminosidad. Su color pas del rojo al amarillo y despus al blanco. Un kainum habra palidecido al evaluar el terrible poder destructor que se esconda en su
interior.
Los jinetes no se inmutaron. Tifern dio una orden y todos alzaron sus espadas por encima de sus cabezas. Otra voz y un centenar de auras se proyectaron sobre
un punto de la esfera. Inicialmente el aire escap en forma de llama hacia el suelo, vaporizando al instante una infortunada alberca cercana. La potencia del escape
desestabiliz la esfera con tanta violencia que el emperador perdi su control. Al desaparecer el aura que la confinaba, todo el gas se liber de golpe sacudiendo el aire
con una terrible detonacin. Los jinetes abrieron su formacin, an as varios fueron derribados por la onda de choque.
El emperador an tuvo tiempo para realizar un par de ataques ms, pero por su celeridad apenas llegaron a un poder equivalente de una veintena de hombres, y
adems careca de un blanco agrupado sobre el que atacar, pues los caballeros espectrales rodeaban el monasterio precipitndose desde todas direcciones.
Varias brechas se abrieron en los muros como cartn desgajado. La piedra no era obstculo para el filo de un alma atormentada. Otros caballeros prefirieron volar
sobre los muros, atacando desde las alturas.
En el patio los sorprendidos rucainas se dispusieron en crculo y disolvieron su unin mental. Cada uno por su lado intent defenderse como pudo de su ms
prximo atacante. Tenan la ventaja del nmero, pero no de la calidad. Todos esperaban aguantar lo suficiente como para que la alarma atrajera a los refuerzos. Sin
embargo la situacin amenazaba resolverse mucho antes.
Aquellos espadachines se movan como demonios, imprimiendo una energa brutal en cada golpe, era el fruto de aos de entrenamiento exigiendo a sus cuerpos un
poco ms cada da. Toda esa fuerza era convertida en un torrente de poder astral, utilizado con mortal eficacia por los espritus de las espadas.
La aparente imbatibilidad de aquellos guerreros hizo cundir el desconcierto y el pnico en los primeros momentos. Pero a la guardia del emperador no le caba huda
posible, as que se enfrentaron con resignacin a la muerte, echando todo lo que saban o podan en aquel ltimo lance.
Tifern, a la cabeza del ataque se abra paso con inexorable empuje hacia el emperador. A su alrededor la guardia rucaina se apiaba con ms densidad que en ningn
otro sitio, sin embargo nada poda frenar a aquel demonio entre los hombres. Una siniestra estela de carne y sangre segua al maestre de los caballeros del espectro, tanto
ms caudalosa como concentrado e intil era el ataque hacia su persona. Un halo de explosiones gneas y relmpagos cegadores lo rodeaba como si una invisible barrera
lo protegiese. A su lado sus enemigos parecan tteres de cartn buscando con torpeza la tijera que los librara de sus hilos, para precipitarse desmaados sobre el suelo
encarnado.
En el plano astral era donde realmente poda observarse la desigualdad del combate. Para Tifern todos los ataques eran percibidos con mayor nitidez con que sus
ojos podan ver a sus enemigos, su hermano le transmita la informacin con la misma eficacia con que se coordinaba con l para atacar.
Sus ojos apenas se desviaban de los de su objetivo, el emperador, que desesperado no cesaba de gritar sus rdenes en un caos que las engulla con indiferencia.
Durante un fugaz instante sus miradas se encontraron, revelando que el fin de aquella batalla les corresponda slo a ellos.
As, el caudillo rucaina abandon el centro de la formacin para encarar a su amenaza. Sus hombres, al verle, cesaron los ataques contra Tifern. ste detuvo sus
pasos y lo estudi con detenimiento. Algo no cuadraba.
Era l, el emperador. Todos los signos lo sealaban. De eso no caba duda. Pero ninguno de los signos de Tenkar estaba en l. Ni sus ojos, ni su mirada. Aunque
todos esos eran subjetivos. Bast un leve contacto ureo para ratificar la desesperante verdad. No estaba aquella calidez de la que tanto hablaban sus libros. La que l
mismo haba sentido en la Pancomunin. Ese ser definitivamente no estaba all.
A Tifern le bast ese segundo de certeza para decidir. No le import que la muerte del mximo lder de los rucainas estuviese al alcance de su mano. Aqul era un
cabecilla pasajero ms, y sus hombres demasiado valiosos para sacrificarlos con l. Haba sido entrenado y educado para acabar con un nico enemigo. Y ese enemigo no
estaba all.
Alz su espada con violencia y la hoja cant con un silbido aterrador. Sus enemigos se agazaparon en instintiva defensa, pero aquel gesto no estaba dirigido a ellos,
sino a sus camaradas. Todos captaron la orden de retirada al unsono, y como un nico cuerpo iniciaron un rpido repliegue.
La accin fue tan sbita y coordinada que cuando los rucainas reaccionaron la mayora haba abandonado el lugar. Tifern y unos pocos an plantaban batalla en el
interior del recinto atrayendo toda la atencin e imposibilitando el contraataque.
Mas ahora las tornas estaban al revs. Ahora eran los caballeros los rodeados y la guardia del emperador no estaba dispuesta a dejarlos marchar. Mientras unos los
hostigaban, otros en la retaguardia concentraban su energa, entre ellos el propio emperador fundiendo su poder con cuantos se le unan. La amenaza se volva demasiado
terrible para despreciarla, sin embargo Tifern no huy hasta que todos sus caballeros hubieron abandonado el recinto. Ningn rucaina se atrevi a atacarle directamente
hasta que slo qued l. Entonces una lluvia de fuego se precipit sobre su cuerpo. El gran maestre aguard, rasg con el aura de la espada algunas esferas, hacindolas
estallar. Al tiempo se protegi con la propia aprovechando la fuerza de la explosin y catapultndose al exterior, ganando una cmoda distancia para poder huir.
Estaba a punto de alcanzar su montura, cuando la ltima de las esferas, la del emperador, deton. Tifern sinti el abrasador espaldarazo de la onda de choque y
rod por el suelo como una pelota.
Estaba perdido. Lo saba. Herido no era ms que un ratn cojo entre gatos hambrientos. An as, el dolor no era lo suficientemente fuerte como para inmovilizarlo.
Silb a su montura, que haba trotado espantada ante la explosin, y sta acudi obediente. Le cost escalar hasta la silla, pero una vez sobre sta volvi a sentir la
esperanza.
Cabalg por una de las rutas de escape, agradeciendo no hallar centinelas en ellas. Ansi encontrar algn camarada que lo socorriera, pero ningn caballero se cruz
en su camino. Esto lo reconfort en parte, pues significaba que la mayora haban podido huir. Al menos su sacrificio haba sido til.
Las voces a su espalda le hicieron sentir un nudo en el estmago. Lo estaban siguiendo, y por lo tanto slo era cuestin de tiempo que lo encontraran.
Desvi a su caballo del sendero, internndose en la espesura. Ira ms lento y por lugares desconocidos, pero no tena otra. Su caballo se quejaba, herido por las
zarzas y azuzado sin compasin por su jinete. Pero pareca que las voces se apagaban y el silencio esperanzador de la noche se tragaba su propia sombra.
Entonces el caballo se neg a avanzar. Un profundo barranco le cortaba el paso. Intent concentrarse y expandir su aura, pero el dolor de su espalda lo haca
imposible. Mir a izquierda y derecha y el terreno se volva abrupto e impracticable a caballo. Estaba en una encerrona, as que volvi grupas buscando como rodear
aquellos obstculos.
En el ladrido de los perros ley su sentencia de muerte. Comprendi al instante que nada poda hacer para evitar su captura. No poda consentirlo. Sus enemigos
no deban tener acceso a sus conocimientos bajo tortura. As que descabalg, espant a su caballo y se dirigi al barranco. Desenvain su espada y mir la hoja con una
sonrisa.
-Al fin sers libre, hermano.
Apoy la empuadura sobre el borde del barranco y la punta de la hoja sobre su pecho. Rez para que el ro que discurra ms abajo fuera profundo y calcul su
posicin para que al suicidarse su cuerpo inerte se precipitase al abismo. Si el cadver era arrastrado por la corriente les sera difcil encontrarlo. Aunque poco le
importaba que descubrieran su cuerpo. Era la espada lo importante. Aquel sable posedo por su propio espritu deba reservarse para los suyos. Aline la punta con sus
costillas, para que penetrara profundamente. Se alz para caer con todo el peso de su cuerpo.
Los perros ladraban cada vez ms cerca. Quedaba muy poco tiempo. Tan slo unos segundos para despedirse del mundo. Un mundo al que haba intentado salvar
dedicando su vida. Ahora le dedicara su muerte.
Las manos crispadas sobre la hoja, ensangrentadas, asegurndola. Los ojos fijos en donde deba chocar la empuadura. La cara, una mueca de furia y pnico. Los
dientes apretados. Un grito para reunir valor que reson en el abismo. Con un grito quiso despedirse el ltimo Gran Maestre de los caballeros espectrales.
* * *



-Dime, cmo va ese plan? -dijo Chaoro.
Silencio.
-Si el plan consiste en estar callado, tiene que ir avanzadsimo.
-Perdona Chaoro. Debera estar aqu, y no lo estoy. -Todos se van, pens Taigo. Tarde o temprano l tambin se ira, se dijo. Pero en vez de calmarse
apret con fuerza los dientes.
-Ella estar bien. Tranquilo. Parece como si masticaras la angustia.
-An no te he dicho nada, nada de lo que pas. No puedes saberlo.-Nada dura, buhonera. Se llev la mano al pecho como si an portara aquel colgante de olivino
y le estuviera quemando.
-Ella est viva. Y si est viva habr alguna solucin.
-Eso me reconfortara, de no ser por
De improviso, varios soldados rucainas salieron de la maleza. Casi antes de verlos Chaoro sinti la presin de sus auras por todo el cuerpo, y los bocados de los
caballos tiraron hacia abajo obligando a los animales a postrarse. Chaoro trat de saltar y escapar corriendo. Sin embargo, tras unos segundos de forcejeo, se vio
totalmente inmovilizado por auras extraas. Mir sorprendido cmo a Taigo no le ofrecan el mismo trato.
-Lo siento, Chaoro, era ella o t -dijo sin mirarle a los ojos.
La expresin del Peregrino pareca la de un nio, cargada de ingenuidad, incapaz de comprender algo para l imposible. Luego su mirada se carg de tristeza. Dirase
que eran los ojos de un anciano cansado de ser defraudado una y otra vez. Trag saliva antes de decir:
-Al entregarle los dcuatil no me estars traicionando slo a m. Te das cuenta de eso?
-S. Soy consciente, pero no puedo evitarlo.
l no respondi, en actitud sumisa se dej guiar por sus captores. Taigo se pregunt qu deba de estar sintiendo. l sufri por nosotros, nos protegi, record.
Mir los pequeos muones de sus dedos y se estremeci. Qu infierno habra atravesado por no delatarlos? Y aunque no lo hubiera hecho, era su amigo!
Casi no poda respirar. Saba que mereca mil muertes por lo que haba hecho. Pero estaba dispuesto a sufrirlas todas por ella.
-No te preocupes, kainum, tendrs tu premio. Ella te espera al final de esa cueva -dijo sealando un monte cercano.
-S, y est viva -espet otro-. Al menos por ahora.
-Dijisteis! -inici Taigo encolerizado.
-No temas, kainum. Nosotros s que cumplimos las promesas. No es cierto Gorn? -dijo con irona el primero
-Por supuesto. No como otros.
-Adelante, eres libre, como prometimos.
-Yo que t me apresurara
-Djalo, Gorn, un traidor no merece consejos.
Taigo vol hacia aquel monte siniestro donde la boca de una caverna hera su falda. Sus dientes cnicos asomaban en la penumbra, goteando en un comps fnebre.
Una lengua adoquinada, salpicada de escalones aqu y all, se internaba en la oscuridad. Taigo lo sigui, tentando la roca labrada cubierta de polvo. Un fatuo resplandor
le gui hasta una sala circular. De las paredes surgan ptreos brazos descarnados, vestidos a trozos por jirones de algo indefinible y pegajoso, ocultando lucernas de
llama trmula entre sus dedos huesudos. Por encima de ellas pareca que las sombras devorasen su luz, densas y profundas como la montaa en la que moraban. Debajo,
unos sillares elevados, labrados en la misma piedra, circundaban la sala casi por completo, exceptuando la entrada y una enorme puerta de piedra situada al otro
extremo. Cuando Taigo ley las inscripciones esculpidas ha siglos que regaban el lugar, cay de rodillas, sbitamente dbil.
-A Azuara? -pregunt al vaco, esperando una respuesta imposible, pues nadie haba en aquella sala capaz de orle.
Anduvo arrastrando los pies, ajeno a los movimientos de su cuerpo al acercarse a aquella puerta, sumido en la angustia e implorando a todos aquellos dioses en los
que jams haba credo que all no estuviera ella.
-Azuara? -repiti casi en un sollozo.
Cuando la piedra detuvo su cuerpo, su alma se proyect ms all de ella, de forma natural, siguiendo la inercia de su voluntad, anhelante de una respuesta que no
deseaba conocer.
Y la encontr.
All estaba ella. Tras tres varas de dura roca en una crcel diseada para kainum. Se trataba de una celda de bito: los lugares de ajusticiamiento kainum, diseadas a
prueba de habilidades ureas en tiempos en los que las gemas eran corrientes.
-Hola, amor mo -respondieron unas palabras desprovistas de sonido y cargadas de angustia y miedo-. Cmo me gustara sentir tus abrazos ahora mismo!
Taigo gimi, con la garganta crispada.
-No llores. No quiero malgastar el poco tiempo que nos queda.
-No. No! Tiene que haber una salida!
-No la hay, Taigo. No he hecho otra cosa ms que pensar en ella durante estos dos das, y no la he encontrado. Esto est muy bien diseado para evitar cualquier
fuga.
-Podramos cortar la roca y
-Son tres varas de roca, Taigo, hace falta una energa que ni t ni yo juntos podramos lograr antes de que yo
-No! Que no!! Cmo se levanta esta puerta?! Tiene que haber alguna forma de hacerlo!
-Sube por la presin del agua. Pero el depsito tarda meses en
Taigo no escuch, o ms bien no deseaba escuchar algo que sencillamente era incapaz de aceptar. Su aura se concentr en el primer palmo de piedra, intentando
cortarla, pero no lograba reunir la fuerza suficiente. As pues redujo su campo de accin hasta que fue tan diminuto que el esfuerzo de todo su cuerpo logr su objetivo,
y un guijarro no mayor que un garbanzo abandon la pared. No haca falta calcular demasiado para descubrir que Azuara tena razn.
-No!
Taigo trep en el aire como si lo estuviera asesinando. Se sumergi en las sombras ascendiendo sin encontrar el techo. Al fin su cabeza tent un fajn de la bveda,
a sus pies se vea un pequeo crculo de luz. Sigui movindose, retorcindose en la oscuridad arrancando energa de su cuerpo. Tendones y venas amenazaban salirse de
la piel mientras esferas luminosas surgan a su alrededor. Gotas de sudor se precipitaban en una larga travesa hacia el suelo escapando de una atmsfera cargada de
chispas, remolinos y rugidos ahogados. Cuando Taigo slo tuvo fuerzas para respirar, se dej caer al vaco. Igual que aquella vez en Silkara, las esferas se multiplicaron
a medida que descenda. Se protegi en el tnel, cerrndolo con un muro de hielo. En la sala, se desataron mil infiernos. Todas las esferas estallaron a la vez, y un trueno
terrible reson en la cmara. El muro de hielo se quebr, y Taigo fue arrastrado junto a los pedazos muchos pasos tnel adentro.
Los ecos fueron muriendo en una nube de polvo agitado hasta que slo se oy su tos. Tuvo que respirar a travs del cuello de su tnica. Trat de incorporarse en
mitad de la tiniebla y el dolor lo tumb. Palp su muslo derecho y sinti la humedad clida de la sangre. Habra gritado de dolor en cualquier otra parte, pero no aqu.
Aqu se arrastr. Se arranc las esquirlas de hielo clavadas en su carne. Rept sobre los escombros. Tent una mano ptrea, an caliente. Se quem con una lucerna,
pero tampoco le import. El lquido oleoso chorre por el antebrazo abrasando la piel. Pero l sigui avanzando. No poda verla, pero s sentirla. Se apoy en otro codo
y su cuerpo se desliz sobre la grava. Cada guijarro que aplastaba era un susurro de esperanza. Cada palmo que avanzaba era la ausencia de una puerta. Hasta que la
encontr. Sus dedos la recorrieron en toda su herida. Un socavn de unos palmos. Nada remotamente prximo a lo necesario para salvarla.
-No, No! NOOO!! -y Taigo se derram en una lluvia de golpes sobre la piedra. Su frustracin lo consumi en una hoguera de dolor en el que sus puos
ensangrentados slo eran las chispas. Mientras sus nudillos seguan desnudndose de piel y carne, su garganta gritaba y gritaba como si le estuviesen abrasando las
entraas.
Haba traicionado a un amigo, un ngel que vala por ciento. Haba condenado a la humanidad entregando las gemas. Haba vendido su alma por conseguir a Azuara.
Y ahora arda en su propio infierno.

* * *



-Seguro que es aqu? -digo Dragn.
-Eso dijo Azdamur -respondi Nadima.
Sobrevolaban una quebrada en la penumbra de la luna en cuarto menguante. Sus miradas se concentraban en el borde del barranco.
-Ya lo veo! Pero qu diablos est? Agarraos rpido!
Lintor, que ya de forma natural se aferraba a las escamas del Dragn, se aplast e intent encajar la punta de sus botas. Uno de los pies no lo consigui y vio flotar
la mitad de su cuerpo hacia el cielo. La sensacin de vrtigo se le prendi en el estmago y no pareca acabar. El viento lo oblig a entrecerrar los ojos, pero an pudo
distinguir a Tifern a lo lejos lanzndose en un grito contra su espada.
Lintor haba aprendido de los kainum en este tiempo lo suficiente como para saber que la distancia era uno de los lmites a su poder. Se pregunt si Dragn sera
capaz de alcanzarlo desde tan lejos y mantenerse en vuelo al mismo tiempo.
La respuesta la hall al verse en cada libre. Hasta entonces slo haba sido un picado vertiginoso. Ahora las alas ondeaban relajadas, al igual que el resto del cuerpo
de Dragn. Lintor sinti el impulso incontrolable de gritar, sin embargo temi sacarlo de su estado de concentracin. As que su grito qued en una nota ahogada en el
vendaval creciente.
Tifern not como la empuadura de su espada rebotaba antinaturalmente en la roca y sin poder evitarlo todo su ser se precipitaba al vaco. Por unos instantes la
sorpresa y el alivio cundieron a un tiempo. Pero no necesit ms que eso para darse cuenta de que no poda dejarse morir despeado. Deba controlar el instante de su
muerte para que la transferencia fuera posible, de lo contrario no poda garantizar que su alma alcanzara la gema. Entonces sinti aquella aura extraa, an dbil pero
creciendo en densidad, y frenndolo.
-Malditos rucainas! -grit. Desesperado esgrimi su espada rasgando el aire all donde senta el aura extraa. Libre de nuevo sinti la aceleracin vertiginosa hacia
el suelo.
-Tifern, no!
Slo entonces gir el rostro hacia el cielo. Una sombra monstruosa, inconcebible, se acercaba rauda hacia l. Volva a sentir el aura salvadora, cada vez ms firme.
Pero an poda morir. Alz la espada de nuevo, preguntndose si aquellos monstruos rucainas tambin eran capaces de emular voces ajenas.
-Tifern soy yo, Nadima, mrame!
Slo entonces pudo apreciar la pequea silueta de la reina a lomos del dragn. Pero quizs fuera demasiado tarde.
Asi la espada en su regazo y se encogi en una bola, intentando facilitar su rescate. Por tercera vez sinti el aura de Dragn. Su cuerpo deceler y curv su
trayectoria hacia el ro. El aura se haca cada vez ms densa, la presin sobre el cuerpo de Tifern aument, frenando cada vez ms violentamente, pero su trayectoria
continuaba impactando en el ro. Cuando Tifern crey zambullirse, vio el agua deprimirse en un gigantesco radio a su alrededor, como si estuviera inserto en una esfera
del tamao de una casa. En la frontera de dicha esfera el agua estallaba en violentos chorros orlados de espuma que escalaban con furia las paredes de piedra. Un instante
ms y Dragn surgi rompiendo la burbuja de agua con un nuevo pasajero a su lomo.

* * *

-Gorn, no habr peligro de que la salve?
-No te preocupes, Domio, explor esa tumba a conciencia. Hoy se har justicia.
-Magnfica idea la del prior eh?
-S, esa trampa kainum nos ha venido perfecta, venganza sin faltar a la palabra.
-Qu habramos hecho sin ella?
-Mentirle, qu si no?
-Y el honor rucaina? -dijo Domio con la sonrisa irnica esbozada.
-Los traidores pierden su derecho al honor.
-Muy hbil. Con semejante habilidad dialctica deberas haber entrado en el priorato y no pringarla aqu como escolta.
-Y t con semejante capacidad de observacin deberas haberte metido a dicono y tampoco estaras aqu.
-Yo clibe? Antes muerto.
Ambos prorrumpieron en sonoras carcajadas que no escaparon a los odos de Nadima.
-Por qu no los hemos salvado, Azdamur?
-Era
-S! Ya lo s! No lo digas ms! Estoy harta de tu era necesario! Dime algo que me consuele de toda esta inmundicia.
-l ahora est encauzado en su camino. Si su amor es tan grande como parece, millones de muertes se habrn evitado.
-S. Evitemos el dolor. Eso est muy bien. Slo que para hacerlo hemos de causarlo a mares.
-Tranquilzate. Ahora viene una parte fcil.
-Eso espero. Estoy deseando arrebatarles esas malditas gemas.
-Los dcuatil estarn a nuestro alcance en unas pocas horas. Limtate a seguirlos.
Nadima se preguntaba si aquella angustia que senta se parecera o sera al menos una sombra de la que padeca Taigo. La responsabilidad de sus actos la abrumaba.
Haba decidido confiar de nuevo en Azdamur, al menos mientras no le pidiese que usara la venda. Pero eso no la libraba de convertirse de nuevo en asesina. Un ttere
que adeudaba la vida de su prncipe al titiritero.
* * *

Como un candil que poco a poco se apaga, el cuerpo de Taigo se fue agotando. En l ya no quedaba fuerza para golpear su magullado cuerpo contra aquella pared.
Ni tampoco aliento para gritar, llorar o pronunciar nada que no fuera la sombra de un lamento. Desmadejado sobre aquel muro maldito, el alma de Azuara lo encontr.
Con una voracidad desesperada sus esencias astrales se disolvieron la una en la otra.
Esta vez no hubo intercambio de ideas, sino un arrollador flujo de sentimientos entre ambos que colorearon un ro astral turbulento. En l afloraron sus vivencias y
aquellas tantas veces soadas que ya jams tendran. Sus planes, sus ilusiones perdidas, muestras de un mundo que iba a desaparecer y que esbozaban un sufrimiento
imposible de dibujar por completo.
Pero su mutuo deseo los fue aproximando, disolviendo el uno en el otro, mientras sus pensamientos brotaban sin poder ser descritos del todo con palabras

ESTAMOS JUNTOS
JUNTOS MARCHAMOS
YA NO SOMOS DOS. UNA DE NUESTRAS DOS VIDAS SE APAGA.
ESTALLAMOS,
CRECEMOS. ABARCAMOS EL TODO. UNIDOS A NUESTRO VERDADERO SER
SOMOS
la palabra del viento, el prpura de mil nubes de otoo, la luz en la mirada de un nio, el destello del primer beso, la sonrisa de las montaas, el sabor de la msica, las
lgrimas de la novia, la energa, el amor, la risa, los dems, el universo, la vida
SABEMOS
quin envenen al rey Luna, porqu oscila una peonza, qu se siente al nacer, el secreto de las palabras, aquel libro nunca escrito, cundo empez el Tiempo, qu suean
las ballenas
CONOCEMOS
la alquimia del cuerpo, la tcnica del actor perfecto, la materia oscura, el porqu de los deseos, fotosntesis, entropa
PERO SLO QUEREMOS UN PORQU. SLO NOS DUELE UNA VIDA QUE NO PUDO SER. ESCARBAMOS EN LA MEMORIA DEL MUNDO,
AHORA NUESTRA, Y RECORDAMOS.
HAY UN CAUSANTE. SABEMOS SU NOMBRE, SU PODER, Y LO QUE PRETENDE
Y SABEMOS CMO DETENERLE.
yo
Yo
Yo, Taigo.

Taigo se vio sobre aquel suelo fro, jadeando trabajosamente. Haba dejado de respirar? Su corazn haba dejado de latir? No sabra decirlo, pero lo pareca. Se
senta como si acabara de morir y de nacer a un tiempo.
Su primera idea clara fue que ella ya no estaba all, lo haba dejado para siempre. Languideci sobre el muro en un sollozo que no pareca tener fin, dejando que
aquellas lgrimas amortiguasen las punzadas que senta en sus entraas.
Pens en quitarse la vida all mismo. Era tan fcil. Ni siquiera el dolor de la muerte lo disuada. Ya lo haba experimentado, y tambin la liberacin que suceda
despus. Senta que su sitio estaba ms all de esta vida, junto a ella. Pero algo se lo impeda. Algo que haba trado consigo del otro lado. Una razn lo suficientemente
poderosa como para que su alma aceptase aquel regreso.
Todo aquel dolor se transform en ira. Detrs de todo aquel sufrimiento, el suyo particular y el de millones de seres, haba un responsable. Un ser de este mundo,
al que haba de enfrentar contra su culpa. Saba quin era, y cmo hallarlo.
Taigo se convirti en un instrumento de venganza. Igual que todos aquellos conocimientos robados de un instante en el seno del Saber Absoluto, instrumentos.
Pequeos esbozos de la vasta realidad, pero inteligibles para su pequea mente, escogidos para poder jugar su papel en este mundo. Puertas de un poder jams antes
contemplado en un kainum.
Con amargura vio ahora las mil soluciones a su antiguo problema, y cargado de rabia redujo a escombros en un segundo aquella odiosa puerta de piedra. Recogi
entre sus brazos el cuerpo de Azuara. Devor con mirada marchita sus ojos abiertos y vacos, intentando retener en su mente cada detalle de ella. Pero hasta el calor de
su cuerpo lo abandonaba. Todo en aquel cadver resultaba una caricatura grotesca y a la vez espantosa del ser que una vez alberg. Su gesto agnico, la languidez de sus
miembros, la palidez de su piel repugnantes reflejos de la ausencia de vida. Sin embargo l no pareca capaz de separarse de aquello, ni tampoco de ningn objeto que
supiera a Azuara.
Si la razn an gobernara la voluntad de Taigo, la habra abandonado en vez de abrazarla. La habra sepultado en lugar de llevarla al pico ms alto, a muchas
jornadas de all, y preservarla en una tumba de hielo sobre un lecho de nieves perpetuas. Pero en l las emociones haban desbordado a una mente que slo utilizaba la
racionalidad como instrumento. Otro simple instrumento.
Ahora slo haba un objetivo, conocido como Tenkar, y mil instrumentos para destruirlo.

* * *

Tifern y Dragn se mantenan apartados a una distancia corts de Lintor y Nadima, que se despedan.
-Otra vez te vas, sin que me hayas hecho comprenderlo.
-S que lo comprendes, lo que pasa es que no quieres aceptarlo.
-Y qu hay de malo en no aceptarlo? Ah fuera hay miles que se han sacrificado mil veces menos que t y que yo por sus semejantes. Merecemos ser felices. Lo
merecemos ms que nadie. Que sean otros los que lleven el peso por una vez.
-Crees que no lo he pensado?
-Me vas a decir que tu sentido de la responsabilidad te lo impide?
-A ti tambin te lo habra impedido. Recuerda que fui yo la primera que te propuse abandonarlo todo y vivir juntos, y fuiste t quien me rechaz.
-No es justo. Ests hablando de nuestra aventura por los pantanos. No era lo mismo.
-S que lo era. Volviste porque no podas desprenderte de tus obligaciones. Lo sabes. Ahora me toca a m. No me lo pongas ms difcil.
Lintor suspir derrotado.
-Cundo dice ese condenado espritu que volveremos a vernos?
-Dentro de unos meses, cuando el frente llegue hasta Daza. Cudate hasta entonces, te necesitaremos.
-Estar deseando acudir en tu ayuda.
Ambos se fundieron en un abrazo que ninguno deseaba acabar. Despus anduvieron hacia sus compaeros. Tifern y Lintor montaron en Dragn. Nadima le arroj
una bolsa al kaiya.
-Ah van los dcuatil -Tifern los guard-. Azdamur me pidi que te recalcara una cosa, me dijo que t sabras lo que significa: Rene a tus caballeros en la batalla
y resgurdalos tras el frente. Lucha slo con la guardia del emperador. Si lo haces as, el que persigues morir. Te sirve?
-Si acierta, mucho ms de lo que imaginas.
La ltima mirada de la reina fue para Lintor. Ambos se esforzaban por mantener la compostura, no haba lgrimas en sus ojos pero parecan a punto de salir.
Dragn emprendi el vuelo, manteniendo la altura justa para rozar las copas de los rboles. Nadima volva a encontrarse sola de nuevo. Pero esta vez, esa soledad
le resultaba excesivamente dolorosa. Una lgrima se atrevi a recorrer su mejilla. Apenas lo hizo, la reina se recrimin por ello con dureza. Se ci su mochila y
emprendi el camino. Azdamur le haba dado un nuevo objetivo, y por haber podido salvar la vida a Lintor ella volvera a ser su marioneta.

* * *

-Bienvenido, Chaoro -dijo el Prior.
-Bienvenido? Querrs decir bien cazado.
-Lo siento. No nos queda mucho tiempo. La lucha est alcanzando su cnit, y tus conocimientos son crticos para acabar bien el proceso.
-Pues ests listo si confas en mis conocimientos porque no tengo ni idea de qu proceso ests hablando.
-An no, pero recordars.
El sacerdote lo gui hasta un divn, situado en el centro de un gigantesco sarcfago de piedra, cuya parte superior se hallaba suspendida sobre sus cabezas. No se
opuso a tumbarse en l, intrigado por saber dnde terminaba todo aquello.
-Tengo que reconocer que hacis crceles muy originales. -El sacerdote sonri.
-Tu humor es algo que siempre me ha sorprendido.
-Siempre? Parece como si me conocieras de toda la vida, y eso que jams te he visto.
-Y si te dijera que te conozco desde hace aos? Seguro que no puedes recordar nada de tu infancia, ni siquiera de dos aos atrs. Verdad? Tan slo recuerdas
haberte despertado en una extraa cueva, con una serie de precisas instrucciones escritas con tu propia letra. Instrucciones que has ido siguiendo hasta llevarte aqu.
-Cmo sabes todo eso?
-Si deseas saber eso, y todo lo dems, tendrs que utilizar esto.
Entonces el sacerdote coloc la gema que l tan bien conoca sobre un soporte especficamente diseado para ella. Desde aquella posicin yacente, el soporte se
acoplaba para descansar sobre su frente.
-El proceso es largo y complejo, segn nos dijiste. Por eso este lugar est diseado para facilitar esa tarea y protegerte mientras la culminas.
-Qu debo hacer?
-No lo s. Slo t sabes cmo se usa esa gema. No te preocupes, te daremos todo el tiempo que necesites hasta descubrirlo. Adis para siempre Chaoro.
-Espera! No irs a encerrarme, verdad?
-No, si no es necesario. Eso slo se utiliza en caso de grave amenaza.
-Y cmo escapar si lo cierras y os pasa algo o?
-T sabrs cmo abrirla cuando recuerdes.
-Y si no lo s, o se me ha olvidado, o?
En ese momento un ayudante se acerc a decirle algo en voz baja. El sumo sacerdote asinti y cambi de expresin.
-La ceremonia debe comenzar ahora. Slo debes saber que te dejaremos libre cuando pronuncies tu verdadero nombre -dijo en tono expeditivo.
Chaoro se encontr a solas con aquella cosa fra en la frente, sin saber muy bien qu hacer. Sin embargo, como otras veces, una vaga intuicin le marcaba el camino
a seguir, un camino que pareca haber recorrido infinidad de veces sin saberlo, como si de una experiencia aprendida en un sueo olvidado se tratase.
As su aura se desliz sobre el cristal, sin sorprenderse demasiado. Le result una experiencia nueva y vieja a la vez. Al principio no lograba entender todos
aquellos smbolos que se volcaban sobre su mente. Se esforz y trabaj con ellos intentando entender su significado, pero por ms que lo intentaba ms extrao le
pareca. Se angusti comprendiendo que si no lograba descubrirlo, jams saldra de aquel nido de fanticos. Y esta angustia empeor ostensiblemente la situacin. Su
frustracin le hizo desistir, hasta que una nueva idea se le ocurri. Y si en vez de estudiar esos smbolos los contemplase en conjunto? Entonces de pronto todo tuvo
sentido. Habra sido incapaz de explicar cmo, o por qu, pero el caso es que ahora perciba aquel objeto como un instrumento sencillo e intuitivo de manejar. No tena
tampoco la menor idea de qu haca, tan slo lo contemplaba como una inmensa caja negra de la que sobresala una manivela que haba que girar. As, como no haba otro
camino, lo hizo.
Al principio se asust y par. Lo primero que sucedi, fue la recepcin del recuerdo de un asesinato. Se vea a s mismo matando a otro ser humano: el Orculo. Se
horroriz ante la visin y la repugnancia le oblig a detenerse. Pero hubo algo que le hizo continuar. Se daba cuenta que recordaba tanto los actos fsicos como sus
propias emociones. Y una de ellas era de terrible pesadumbre. Aquello le estaba comunicando con ese otro ser desconocido que tomaba las riendas de su cuerpo cuando
l no estaba. Eran las ausencias que tena con sus ataques. Por qu la haba matado si no lo deseaba? Quin era se, y cmo haca para usurpar su cuerpo?
Haba tantas preguntas. Aquel asesinato le vaticinaba terribles respuestas, pero no poda resistirse a conocerlas. As que continu girando aquella temible manivela.
Y RECORD.

* * *

El Sumo Sacerdote respir tranquilo. l ya estaba all. Y la preciada carga de su memoria tambin. El resto era cuestin de tiempo. Y una vez que hubiera
recuperado sus recuerdos Saifel sera liberado.
Por eso exhiba una sonrisa de complacencia en su rostro mientras descansaba en su asiento de piedra. Poco poda esperar ms de la vida que ser el ltimo
Custodio. Aunque eso pronto no tendra importancia tampoco. Tan slo sera una ancdota dentro de la vastedad de Saifel.
Recibi el aviso teleptico antes de que de forma automtica saltasen las protecciones. A lo largo del laberntico tnel que conduca a la Sala del Recuerdo, enormes
puertas de piedra se deslizaron sobre sus guas clausurando el lugar. Cul ser la amenaza?, se pregunt. Pero no temi. Eran pocos, pero en aquel lugar podran
soportar el ataque de todo un ejrcito kainum durante el tiempo suficiente para la resurreccin.
Mantuvo el contacto ureo para sentir a travs sus subordinados. Slo pudo ver una mota brillante sobre el horizonte. Pareca viajar a una velocidad superior a
todo lo conocido, y vena directamente hacia ellos. Cuando estaba a unos cientos de pasos y pareca que iba a impactar, deceler bruscamente. Pudo vislumbrar una
figura humana tras una esfera de fuego justo antes de que un atronador estampido cortase el vnculo. Trat de contactar con otros pero su delgada extensin urea slo
rozaba cadveres u hombres inconscientes. De pronto hall al responsable. Su aura se repleg al instante, como una tortuga que esconde la cabeza ante el peligro. Jams
haba sentido un aura tan densa, excepto la de su seor por supuesto. Pero adems de aquella densidad estaba ese odio terrible, una emocin tan desmesurada que
quemaba con solo olerla. No le pareca posible que un alma albergara tanta rabia, y conoca suficientes casos como para saberlo. Una ira semejante significaba
determinacin, voluntad inquebrantable. Y hasta en el combate sin auras eso haca temblar a cualquiera.
Pero l no era cualquiera. Era el ltimo Custodio, elegido entre la lite rucaina para desempear su papel. Puede que a sus compaeros los cogiesen desprevenidos
pero la sorpresa no sera un aliado contra l. Adems, an haban numerosas puertas que derribar, y eso dara el tiempo necesario, pens.
Brum! reson en la sala. Aunque el ruido proceda del pasillo, pareca propagarse por techos, suelos y paredes. Ha cado la primera?, no, debe estar golpendola
con algo, pens. Mientras pasaban los minutos imagin a sus hombres tras cada puerta, defendindola en su particular batalla astral.
Bruuummm!!, se oy ms fuerte y ms cerca. Pero eso era imposible! No haban pasado ni cinco minutos y ya haba derribado otra. Aunque pensndolo bien,
era igual de imposible que volar a aquella velocidad. Sera una criatura enviada por los Jueces? S, razon, debemos estar tan cerca que envan un demonio. Reuni todo
el valor de que fue capaz y se dispuso a enfrentarse a una entidad superior. Rez a Saifel todas las frmulas que supo para no flaquear mientras iba escuchando los
muros de roca desplomarse con pasmosa frecuencia.
Y al fin lleg el momento.
En cuanto su aura pudo presentar batalla lo hizo, con la nica misin de defender las puertas que restaban y su propia vida. No necesitaba ms. Era el modo en que
ms tiempo poda ofrecer a su seor. Pero todo result intil.
Slo en la ltima puerta, aquella sobre la que l mismo se apoyaba, la contienda dur unos segundos ms. Quizs fuera porque al estar ms cerca su propia aura
resultaba ms densa. Sin embargo, empujar el manto astral enemigo equivala a liberar cantidades incontrolables de energa, que heran sin remedio la piedra que los
separaba. Pronto las grietas comenzaron a crecer, terribles chasquidos amenazaban acabar con el inevitable desenlace, y l se senta incapaz de postergarlo. No obstante
su voluntad de sacrificio no lo abandon, y permaneci luchando hasta que la ltima puerta salt convertida en polvo y grava.
Semienterrado entre los escombros an se senta capaz de moverse y respirar, pero imposibilitado de usar sus artes. Tena contusiones por todo su cuerpo, y el
dolor de su pierna izquierda le adverta del peso que la aplastaba. An as, su cabeza y torso emergan de aquella montaa de tierra, y al abrir los ojos apenas pudo
distinguir ms que formas en una niebla de polvo. Sinti pnico al reconocer la figura de su enemigo emergiendo desde el tnel.
Le hubiera gustado reunir el valor para insultarle, escupirle o humillarle. Habra sido un digno final para su vida. Pero aunque quizs lo habra podido hacer con
cualquier otro, ahora no pudo. No sabra decir por qu. Si hubiera visto sus ojos habra dicho que su mirada, pero el polvo apenas le dej distinguir su silueta. Si hubiera
odo sus palabras, habra dicho que su voz, pero no dijo nada. Lo nico que poda decir era que su presencia hipnotizaba como la luz a los insectos.
Slo se haba sentido as con el Maestro. Pensar en l le hizo mover el rostro hacia el sarcfago ante el que aquel ser se haba detenido.
Un gesto de su mano y la losa de granito de cientos de toneladas se elev hasta incrustarse en su posicin original.
-Maldicin! -se oy en la sala.
El ltimo Custodio sonri. Su Maestro ya no estaba all. l mismo haba participado en la excavacin del tnel de fuga. Y otra buena noticia: el color de la gema
indicaba que la transferencia de sus recuerdos haba sido completa.
Su esperanza slo se nubl cuando aquel ser penetr en el tnel y comprendi que la caza no haba hecho ms que comenzar.

* * *

Nadima subi la loma y se detuvo. La pendiente bajaba en un talud pronunciado que desapareca bajo la masa de rboles. Ms all se vea un lago. An faltaba para
el ocaso, pero el sol ya no haca dao. Sus rayos oblicuos baaban el valle. Ni gota de viento. Slo se oan los pjaros.
-No veo ningn puesto rucaina.
-No lo hay, majestad.
-Qu hacemos aqu entonces?
-Hasta ahora no he podido mostraros el resultado de lo que hacemos, mi reina. Y eso ha desgastado vuestra confianza en m.
-An no he olvidado a ese nio, Azdamur.
-Lo s. Vos no veis los otros nios que morirn por se. Slo veis lo que os pido que hagis. Como por ejemplo con vuestros amigos.
-Sabas que iban a capturar a Azuara. Por qu no lo evitaste?
-Por esto.
Un estampido la alarm. El cielo estaba claro, sin nubes, no poda ser un trueno. Observ mejor y se qued paralizada. Sobre lo que antes haba sido una perfecta
alfombra de rboles, ahora haba una raya. Era como si un dedo divino la hubiese trazado all, de golpe. Sbitamente una explosin arroj rocas y rboles enteros por los
aires. Mientras un crculo de vegetacin se carbonizaba en silencio ante sus ojos, sin humo ni llamas, una esfera de luz creca en su centro. Ahora pudo ver la diminuta
silueta de un hombre recortada sobre aquella bola luminosa. Nadima crey reconocerla, pero no estaba segura.
-S, alteza, es Taigo.
Otra figura surgi volando en direccin al lago, y la esfera sali disparada persiguindole. Se desintegr en otro estallido atronador. Esta vez en la orilla del lago.
Una nube de polvo ocult sus autores. Por unos segundos, calma absoluta. Hasta los pjaros haban callado. El agua del lago comenz a agitarse. Ora aparecan unas
enormes burbujas de vapor, ora sta se congelaba formando placas de hielo. Fuertes corrientes se formaban en su superficie en sbitos remolinos.
Taigo emergi volando sobre su superficie. Estaba protegido dentro de una especie de esfera de cristal. A continuacin tres procesos se dieron a un tiempo. Por un
lado la superficie del lago comenz a helarse, por otro toda la vegetacin en las orillas se ennegreci hasta quedar en cenizas, y por ltimo una esfera de fuego gigantesca
creci sobre l.
Nadima no pudo evitar encogerse, dudando de si estara a salvo a pesar de la enorme distancia. Su boca se abri sin poder evitarlo mientras aquella esfera creca y
creca irradiando una luz ms intensa que la del sol. Se parapet tras una roca sin dejar de mirar, ni de recordar que ningn rucaina de los que hubiera visto haba exhibido
semejante poder.
Taigo recorri la superficie, como si la explorara. A veces un chorro de fuego lquido se escapaba de aquella esfera, hacindola oscilar con violencia, pero se cortaba
rpidamente y volva a crecer. Otras, un claro se abra en el hielo, pero inmediatamente l acuda para volver a cerrarlo. Entonces, cuando apenas quedaba ya superficie
lquida, la segunda figura surgi del lago. Emergi como una flecha, envuelta en agua y hielo y se precipit sobre la esfera gnea. Nadima vio la luz de un relmpago crecer
en todas direcciones. Poco despus, una terrible detonacin casi ensordece sus odos. Se agazap instintivamente tras la roca y sinti una bofetada de aire clido.
Despus oy el sonido de la lluvia. A ella slo la tocaron unas gotas. Cuando volvi a mirar, una nube de polvo, agua y ceniza cubra el centro del valle. Poco a poco se
fue aclarando. Cuando se disip no pudo distinguir ninguna figura humana, ningn movimiento. La paz volva al valle. Un valle ahora herido, con algunas hectreas
calcinadas, dos nuevos crteres y un lago congelado.
-Ha ha terminado? -acert a decir Nadima.
-No. Ni mucho menos. Ahora se distanciarn el uno del otro. Taigo tendr que buscarlo y perseguirlo.
-Cmo se ha vuelto tan poderoso?
-Eso no lo s, mi reina. Tan slo vi trozos del futuro. Y esos trozos me dijeron que slo dejando que lo capturasen llegara a ser lo que ahora es.
-El otro es
-Tenkar, el genocida. Hasta ahora no haba nadie capaz de vencerlo.
Nadima suspir. Extrajo la espada y la deposit sobre su regazo. Mir largamente la gema. La toc, aunque no lo necesitaba para sentir el alma de Azdamur.
Repar en su olor. Haba algo en l que, por su continuidad, haba llegado a ignorarlo. Pero era intenso, permanente y antiguo. Era el aroma de la culpa. Ningn otro
sentimiento llegaba a brillar en aquella alma atormentada. Ah tienes su motivacin, pens Nadima. Luego mir el valle herido.
-Est bien. Te has ganado unos puntos, Azdamur. Pero nada de nios.
-De acuerdo, mi reina.

CAPTULO XI

La ltima batalla

MUCHAS veces me he preguntado por el secreto del Divino, la verdad que justifica nuestro sufrimiento y que escapa a nuestro intelecto. Slo una razn vislumbro
tras aos de filosofa: es un pago. Quiz el pecado original exista, y sea algo que hemos olvidado. Quiz sea la libertad, quiz la conciencia
Hukia Egoumpra. Telogo Ermital. 461 A.D.
(Diez meses despus)
En el mercado de Druna un panadero desconfiaba de su cliente. ste mostr su moneda. El panadero la examin receloso. Le pareca improbable que alguien con esa
facha pudiera llevar algn cobre. La chilaba descolorida y polvorienta contaba muchos das al sol de los caminos. Sobre sta, una capa gruesa y rada cubra un gran bulto
a la espalda. En definitiva no se diferenciaba en nada de los innumerables desposedos o desertores que mendigaban y robaban en el territorio aliado. El panadero entreg
dos barras de las ms grandes del puesto y olvid pronto al extrao. ste atraves la muchedumbre de la plaza para atravesar el prtico del templo. Lo que antes haba
sido la casa de la Comunidad, ahora, como testamento de Moula III, era refugio de los desesperados. Esquiv las mantas de un par de mendigos y se sent junto a un
tercero.
-Aqu tienes -dijo al tiempo que le entregaba el pan y una orza de huevos en salsa de guisantes.
-Gracias, Altsimo.
-No me las des an, mi voracidad es ms realidad que mito. As que no s cunto quedar para ti.
El rucaina ri.
-Aunque slo fuera compartir una migaja siempre sera el mayor honor para m.
-Bueno, bueno, t saca el queso y la fruta y cuntame cmo est la cosa.
-No muy bien, mi seor. La moral es nuestro mayor enemigo. Hemos reclutado aliados en los reinos perifricos en nmero ms que suficiente para la gran batalla.
Pero nuestros hombres
-Estn cansados de matar. Es natural, nuestra humanidad es nuestra debilidad.
-El emperador me pide que os transmita la urgencia de vuestra presencia. Slo el Altsimo puede volver a encender la llama en tan cansados corazones.
-Lo s. Pero an no es posible.
-La batalla es inminente, mi seor. Estamos a slo dos jornadas de Daza.
-No os preocupis, estar all para entonces. Pero estad preparados, tras de m vendr otro al que deberemos enfrentarnos juntos.
-Es se que os persigue verdad?
-S. Pero no es l quien me preocupa. Se sabe algo del lumen?
-Nada, mi seor.
-Est bien. Buscar aqu por ltima vez y luego volver con vosotros, si stas lo permiten -dijo sealando a su espalda. Una pluma blanca yaca sobre el suelo.
-Ah, mi seor! Lo olvidaba, ahora entiendo vuestro apetito. Estn ya acabadas?
Tenkar alz un dedo. Mientras Tori volaba hasta posarse en l sonri al comprobar que volva a tener la mano completa. Regenerar cuatro dedos no le haba
resultado ni la mitad de difcil que crear sus alas. Su aura recorri la anatoma del vencejo, examinando cuidadosamente el tamao de las arterias y el tono muscular.
Realiz unos clculos y los compar con sus propias alas.
-An me falta un da de crecimiento, ms o menos.
-Rehusar pues acompaaros en esta comida, necesitaris
-Nada me fastidiara ms que inflar an ms el mito de mi gula.
-Pero seor
-No te das cuenta de que cada vez me invitan menos a cenas y ms a infusin con galletas? Infusin con galletas! Un da de estos ser slo infusin o agua.
Las risas retumbaron en la penumbra del templo, y Tenkar comprendi la irona. Se estaba cobijando en el cubil de su enemigo, precisamente aqul que le haba
desbaratado sus planes mil aos atrs. Ahora, los ermitales haban desaparecido, y estaba ms cerca que nunca de su objetivo. Tras tanta muerte y tanto dolor, no poda
fallar.

* * *

-No recuerdo haber visto a nadie con esas seas, pero todos los desarrapados que han pasado por aqu van hacia el este. Ninguno va hacia Daza, de eso puede estar
seguro.
Taigo se dio cuenta de que el granjero estaba tenso, temeroso. l no llevaba armas, sin embargo llevaba la mirada de un asesino. Y eso que slo haba podido ver su
rostro enmarcado en la capucha. Qu habra pensado si hubiera visto las protuberancias seas de su crneo? No habra entendido que eran el lugar perfecto para alojar
sus gemas, protegerlas y desde donde poder usarlas. Qu habra hecho si hubiera visto sus negras alas de murcilago? l no haba dispuesto como su enemigo de aos
para hacerlas crecer, ni de un modelo del que fijarse. Haba buscado las del quirptero ms grande compatible, y las haba trasplantado con complicados ajustes
biolgicos sobre su espalda. Le costaba mantenerlas y hacerlas crecer. Cubrirlas resultaba engorroso. Pero eran un recurso valiossimo en el combate. Todo ello lo haca
parecido a Bueno, no le importaba lo que pareciese. Slo le importaba una cosa: cazar a ese demonio. Y ste se le escurra constantemente.
En seis meses haba estado a punto de destruirlo en tres ocasiones, y en todas ellas inventaba una nueva treta con la que zafarse. Cada vez ocultaba mejor su rastro,
pero era cuestin de tiempo encontrarlo. Siempre haba pistas que seguir, y cuando no quedaba nada estaba su olor. Era muy costoso, horas de concentracin y un
avance muy lento. Pero siempre se poda continuar. Enderez su caballo por aquel camino. Le sonaba. A dnde poda dirigirse?
La respuesta estall en su mente a la par que espoleaba su caballo. Slo haba un sitio de inters en aquella direccin, el pueblo junto al que se conocieron, Druna.

* * *

Tras un largo y aciago ao de bsqueda infructuosa, Sanjo estaba hastiado. Haba recorrido de arriba abajo Las Llanuras. Se haba internado en lugares hostiles
como los Pantanos Negros. Incluso haba sobrevolado un par de bosques vivientes. Todos los posibles lugares marcados en aquella brjula urea haban sido revisados
varias veces. Pero no hall rastro alguno del tesoro arcano.
Y mientras todo esto ocurra las malas nuevas no cesaban de llegar. Vea a los refugiados atravesando el mar de hierba. Oa sus tragedias y se enteraba del inexorable
retroceso del frente. Los rucainas estaban ya all, y l an no haba acabado su misin.
Siguiendo los pasos de una antigua leyenda de los hicunos lleg a Druna. En ella le dijeron que era cierta, que el Eremita prometa cierto tesoro a cambio de la
Sagrada Joya, pero que no se le haba vuelto a ver desde la salida del Peregrino. No obstante decidi visitar su morada.
El hedor revelaba la presencia del cadver mucho antes de traspasar la puerta. Sanjo no quiso arriesgarse y explor la zona con su aura. Tras asegurarse de que no
haba peligro entr. Abri unas gruesas contraventanas encajadas en la roca. La luz inund el lugar descubriendo una espartana vivienda donde, excepto por aquella
singular biblioteca, bien podra haber sido la celda de un monje. Sobre el suelo, un cuerpo con prendas hicunas aferraba algo entre sus brazos.
Cuando Sanjo lo extrajo su corazn se aceler. El lumen?! Una leve exploracin astral lo confirm. De pronto le entraron ganas de abrazar a aquel putrefacto
despojo. Se contuvo, pero no de gritar y de saltar con todas sus fuerzas. Acarici la gema como si fuera un beb. Pronto habra una gran batalla, y all estaba la
salvacin. Pero qu haca all el lumen? Quin sera ese Eremita que estaba tan interesado en conseguirlo?
Mir a su alrededor. Le llam poderosamente la atencin aquella enorme estantera repleta de libros. Sus ojos bailaron entre los ttulos reconociendo obras
antiqusimas, supuestamente perdidas. Haba todo tipo de temas, pero abundaban especialmente las crnicas y los tratados histricos.
En un lado del estante, haba un cofre completamente chapado en oro. Careca de bisagras, en su lugar haba una presilla en cada uno de sus cuatro lados. Al abrirlas
Sanjo descubri que los bordes aplastaban un material muy similar al cuero, manteniendo el contenido completamente hermtico. Era un manuscrito, en hojas
amarillentas y tinta difusa, con un texto lleno de arcasmos, pero de cuidada caligrafa. Careca de ttulo y autor. Todas estas singularidades empujaron a Sanjo a leerlo:
Estas confuso, te sientes perdido, y con la impresin de que tienes algo que hacer, una tarea por completar, y un peligro sobre ti y sobre otros muchos. Ni
siquiera recuerdas tu nombre. Utiliza uno cualquiera, que suene extrao. No ser el verdadero, pero si sigues todas estas instrucciones, ya lo recordars. Lo ms
importante es que debes seguir as, sin saber nada. Podras leer el otro manuscrito, y enterarte de todo, pero perderas la valiossima proteccin de la ignorancia. Tus
enemigos son poderosos y la experiencia asegura que sta es la mejor forma de protegerte.
Saldrs al mundo como el Peregrino, y hablars a los dems de m como tu Maestro. Ya s que no me conoces, as que imagnate a ti mismo dentro de sesenta aos
e invntate lo dems. Cuanto ms real parezca este ficticio personaje mejor. Dirs que tu Maestro dice esto y aquello, que es as o as, y le dars autenticidad. As nadie
sospechar de ti. Dirs que eres hurfano, y que tu Maestro te recogi en la calle, mientras mendigabas. As despertars compasin, una poderosa aliada. Dirs que tu
Maestro te ha mandado hacer la Peregrinacin hasta Dara-Jonai, donde participars en la Pancomunin. En el pueblo te espera tu Guardin, un gua que te llevar hasta
Nahum-Sala, donde sers recibido con honores por los aclitos de Saifel. Te presentars a su lder y le entregars el cristal que hay sobre la cama. Cudalo en extremo,
porque en l est todo lo que necesitas.
Tendrs ataques parecidos a la epilepsia. No te preocupes, no ests enfermo, tan slo es cuando t dejas de ser consciente y dejas que el verdadero Maestro
emerja. Pero todo eso lo comprenders despus. Es primordial que llegues a la Pancomunin y participes en la ceremonia. Slo entonces sabrs el porqu de las cosas,
dejars de ser Peregrino y sers Maestro. Entonces podrs decidir libremente.
A continuacin segua una lista detallada de lo que se esperaba del Peregrino. Sanjo cogi el siguiente libro y ley con avidez:
Te llamas Tenkar
Sanjo inspir con fuerza de forma involuntaria. Chaoro es?, dej de preguntarse para seguir leyendo.
An no ha ocurrido, pero en alguna reencarnacin has estado a punto de olvidar tu nombre. Otro nombre que estimular tu neonato cerebro es el de Elidara. Ella
es la razn de todo recuerdas? T eras mdico, y muy bueno. Estabas a punto de casarte con Elidara cuando todo ocurri y el gran secreto nos fue revelado
-Bienvenido a mi casa.
-Cha Chaoro?
Sanjo reconoci los rasgos del muchacho, pero haba algo nuevo en su mirada, algo que no concordaba con el Chaoro que conoca. Lo que ms chocaba era su
cuerpo, haba crecido enormemente; algo imposible en el tiempo que haba transcurrido sin verlo. Su saya caa suelta desde un trax ancho y a su espalda llevaba algo
grande y cubierto de arpillera que colgaba hasta el suelo. Tuvo que agacharse para traspasar dintel de la entrada. Se acerc al cadver y comprob el significativo hueco
entre sus brazos. Luego mir a Sanjo.
-Ya has ledo esos rollos? Entonces deberas saberlo.
-Este galimatas? Apenas he empezado a leerlo -dijo mientras apretaba el lumen contra sus riones. Estaba tenso, calculando la forma de esquivarlo y escapar.
No pudo evitar estremecerse al percibir un movimiento en la espalda del gigante. Pareca que aquel bulto estuviera vivo. Entonces Chaoro gir la cabeza.
-Ya viene. Estar aqu dentro de poco. Djame verlo, por favor.
-El qu?
-El lumen. Hace tanto, tanto tiempo
Sanjo de un impulso se dirigi a la entrada.
-Chaoro, he de irme.
-Tenkar, por favor -dijo levantndose y bloqueando con su cuerpo la salida-. Mi verdadero nombre es Tenkar. Lo sabes. Lo has ledo. Y s que ah detrs escondes
el lumen. Entrgamelo por favor.
Sac el objeto. En el instante en que Tenkar pos sus ojos sobre las gemas, Sanjo lanz furiosamente su aura. El gigante no se movi, pero en el espacio astral la
lucha acab en un segundo. Un leve rasguo en su antebrazo sangr, y Sanjo maldijo frustrado.
-Lo siento -dijo Tenkar, posando en l sus dolidos ojos verdes.
Su nica treta haba fracasado. No tena capacidad astral. Estaba en inferioridad fsica. No poda destruir el lumen. Qu puedo hacer? Oh, Divino, aydame!!
Qu puedo hacer?!, implor en silencio.
-S que te parecer imposible, pero hay una razn para todo -dijo Tenkar-. Una razn para el dolor de este mundo, y una razn para que yo sea un genocida.
Lentamente, alz la mano para posarla sobre la cabeza del Sanjo. ste slo movi su nuez, abajo y arriba. La saliva no pas. El resto de su cuerpo estaba rgido.
Imposible, haba odo. Un recuerdo se infiltr en la vorgine de pensamientos que bulla en aquel instante, uno que deca: Cuando ests desesperado abre tu mente a
lo imposible. La ltima frase del Orculo para l. Sinti el aura de Tenkar, fulgiendo en un verde vivo, cargado de calidez y promesas, increblemente tentadora.
-l viene. Ya llega. Me queda poco tiempo, y necesito que comprendas. Por favor, permtelo

* * *

Acababa de anochecer cuando Taigo divis las luces de Druna. Lleg a galope tendido a la entrada del pueblo, pero no se meti en l. El olor de Tenkar lo gui hacia
las montaas. La intensidad de su aura revelaba su proximidad. Taigo abri sus negras alas de murcilago y se elev en el aire. Encendi unos cientos de bolas gneas y
las agrup bajo su cuerpo. Su luz lo envolvi en granates y carmeses mientras ascenda. La oscuridad era casi total, as que redujo su iris a una rendija vertical y capt
nuevos colores. Dos figuras borrosas lo esperaban suspendidas en el cielo. Taigo se lanz como un halcn sobre ellas, pero una voz familiar lo detuvo:
-Alto, Taigo! Tienes que escucharme!
La rabia, apenas atemperada por la fatiga de la bsqueda, asomaba en sus ojos. Sin embargo, all estaba su padre. Quizs el nico ser capaz de contener su deseo
asesino hacia aquel demonio, que impasible, lejos de huir, esperaba con sus blancas alas abiertas.
-Lo proteges, padre? Tienes idea de quin es? -casi morda las palabras al pronunciarlas. Sanjo le habl despacio, buscando en su propia experiencia todos los
recursos para sostener una conversacin con su hijo.
-Ms que t.
Taigo desvi la atencin hacia su presa. Las esferas luminosas se desplegaron rodendole. Sin embargo Sanjo prosigui intentando mantener su atencin.
-S lo que quiere: la destruccin completa de la humanidad. Pero dime, cmo podras explicarlo?
-Qu te ha hecho, padre? Ha manipulado tu mente? No podr con la ma, te lo aseguro. Aprtate y djame terminar
-Espera, hijo! Si no puedes creerme, atiende a la razn. Al menos te ense eso.
-Qu razn puede justificar esta masacre?
-Estamos sobre Nahum-Sala. Bajo tus pies hay un conclio. An funciona. Deja que te expliquemos, no tienes nada que perder.
-En eso tienes razn. Todo lo que tena ya lo he perdido.
-Y en el vaco que ha dejado slo te queda ira, la primera venda de la razn recuerdas?
Taigo mir a Tenkar, luego a su padre. El viento ondeaba las tnicas de los tres magos suspendidos en el cielo. La luz de cientos de esferas gneas los rodeaba. A
diez pasos Sanjo protega a Tenkar con su cuerpo y su aura. Nada amenazador los acompaaba.
-Recurdame cmo funciona? -mascull.
-El conclio tiene varios tneles largos que llegan a una cmara central. La entrada de cada tnel tiene una puerta de granito macizo. Para abrirla hay un mecanismo
que la conecta con las dems. Una vez que entremos slo podremos salir si activamos todos a un tiempo el mecanismo. Si alguno de nosotros muere, moriremos todos.
Taigo mantuvo la ferocidad en la mirada. Las amenazadoras esferas de energa se alejaron del grupo y estallaron a cientos de pasos. El cielo se llen de luz y pareci
que una tormenta de fuego se hubiera desatado sobre el grupo. Aunque fue efmera. El viento caliente dej de azotar sus ropas y todo volvi a la calma.
-Est bien. Entrar. Pero no esperes que cambie, padre.
Los tres se dirigieron a sus respectivas entradas. Taigo jal de una palanca. Un rumor de agua se escuch en el interior y una gran mole de piedra comenz a
deslizarse ocluyendo la entrada. Eran puertas idnticas a las de la celda de Azuara. Ser una trampa para ti, demonio, pero no para m, se dijo.
Cogi una antorcha de la entrada y la encendi. El aire ola a rancio y una fina capa de polvo cubra por completo el ptreo suelo. Junto a la entrada, los rastros de
un cadver insepulto languidecan. Contigo tambin intentaron razonar verdad?, pens. Pues yo tambin razonar con l, y despus, sta ser su tumba.
Taigo comenz a caminar, y mientras recorra el largo pasillo no dejaba de dar vueltas a las tcnicas que haba usado su oponente y cmo contrarrestarlas. Apenas
haba dedicado unos minutos a considerar la posibilidad de que las actuaciones de Tenkar estuvieran justificadas. Y si lo estaban?
El tnel pareca devorar la luz, escondiendo sus secretos en la tiniebla. Taigo necesit usar sus capacidades astrales para explorar y asegurarse de la ausencia de
trampas. Haba aceptado porque ste era un inmejorable escenario para la lucha, pues Tenkar no podra escapar. En el fondo, saba que ningn razonamiento del mundo
poda apaciguar el odio abrasador que llevaba dentro. Pero, y si lo haba?
Cuando alcanz la sala central ellos ya haban llegado. Estaban sentados en dos sillares de piedra contiguos, de los doce que rodeaban una enorme mesa circular de
aguamarina. La luz de las antorchas perimetrales la hacan brillar y revelaban sus patas de turmalina negra emergiendo en ngulos arbitrarios de forma dispersa. Tenkar
se mantena con aquella insoportable faz serena, como un rey indolente sobre su majestuoso trono. No saba si era alguna tcnica psicolgica para desmoralizarle o que
realmente crea tenerlo todo controlado. Sanjo en cambio estaba visiblemente preocupado, ansioso por hacerse entender. Taigo maldijo para sus adentros. Tena la
esperanza de que su padre se hubiera quedado fuera. Su plan de luchar all con Tenkar quedaba abortado.
-Y bien? -dijo con desdn.
-Escchale, hijo mo -dijo Sanjo-, slo escchale. Si luego juzgas que no ha cambiado nada, haz lo que debas.
-Cmo puede justificarse el Diablo?
-Cmo puede justificarse el Divino?, -terci Tenkar-. Recuerdas nuestras conversaciones cuando yo era Chaoro? Acaso te parece ste un mundo justo, digno de
un Todopoderoso infinitamente bondadoso y sabio? Mrate a ti mismo Has hecho otra cosa aparte de sufrir y odiar hasta convertirte en un demonio ebrio de
venganza?
-De eso no tiene la culpa el Divino, sino t -contest con rabia.
-Crees que yo siempre fui as? Por el amor del Divino, Taigo! Yo era Chaoro! Era incapaz de hacer dao a nadie. Pero lo que me pas -Tenkar mir a Sanjo.
Luego, lanz un hondo suspiro y continu-. Est bien. Te contar mi historia, aunque slo sea por contentar a tu padre. Preferira el contacto ureo, pero tu odio lo
hara imposible.
Tenkar se incorpor un poco, apoy sus codos en los brazos del silln y sus ojos vagaron por el suelo, como si all, amontonadas en el polvo de siglos que lo
cubra, estuvieran las palabras precisas. Sus ojos verdes se volvieron tristes y en sus labios se dibuj una pizca de amargura, algo que chocaba por completo con la faz
siempre risuea de Chaoro. Inspir profundamente y comenz su relato:
-Todo fue por Elidara. Ella fue el medio por el que descubr lo que s. Mi Elidara Nos formamos como kainum en la misma ciudad, aunque al principio no
coincidimos. Era dos aos ms joven que yo y cada promocin ocupaba un edificio distinto. Pero incluso entonces la senta. Sin conocer su nombre, sin haberla visto
nunca, saba cmo era.
Todos los alumnos tenamos un tutor. Yo me libr del mo un ao antes que la mayora. Ya entonces era capaz de curar a ms enfermos que mis maestros, y eso
me vali la emancipacin. A Elidara le cambiaron el suyo poco antes de cumplir la edad. Su nuevo tutor, cuyo nombre no pronunciar, ha sido el nico ser al que he
llegado a odiar de verdad.
-T no sabes lo que es odiar -mascull Taigo con los ojos entrecerrados.
Tenkar lo mir pensativo.
-Es cierto, no s odiar. Por ejemplo no te odio, y eso que has intentado matarme varias veces. Aunque lo que ms me doli fue que me traicionaras cuando era
Chaoro.
-No tuve eleccin!
-Claro que la tuviste. Y escogiste. Pero no te odio por ello. Te comprendo. Igual que comprendo a todos los que me han torturado y asesinado en estos mil aos.
No les odio a ninguno. Pero a ese otro En fin. Volvamos a Elidara.
An recuerdo el da que la conoc. Cuando Elidara lleg a las puertas del Seminario intu su presencia sin verla. Su aura me llamaba, me atraa, y ella senta lo
mismo. Nos encontramos en el jardn del claustro. Reconoc su rostro al instante, como si lo hubiera visto toda la vida. No es que nos enamorsemos; fue mucho ms
que eso. Nuestra esencia astral se disolva la una en la otra. Era algo aterrador y delicioso. Me daba de forma absoluta y al mismo tiempo reciba un gozo ms all de lo
imaginable. Alcanzamos el paraso, y sin embargo, lo perdimos.
Para una mujer no hay maldicin ms terrible que la hermosura. El nuevo maestro de Elidara tambin se enamor de ella. l no saba que nosotros ya
compartamos nuestras auras cuando nos sorprenda mirndonos. Sospechaba que nos gustbamos, pero crea que an tena su oportunidad.
Intent seducirla de mil formas. Le regal joyas, la llev a lugares insignes, atenda cualquier deseo que pudiera adivinar en sus conversaciones, se anticipaba a sus
necesidades consiguiendo cosas o favores, abus de su poder para pasar con ella ms tiempo del debido. Ella deca que ya se cansara, y acallaba mis celos con un
torrente de besos. A m me bastaba uno slo para olvidarlo todo. Imbcil de m, que no logr darme cuenta del peligro.
Menospreci a aquel hombre. Nunca imagin hasta que punto estaba obsesionado con Elidara. De haberlo sabido jams habra cometido el error de advertirle. La
noche anterior a mi nombramiento como miembro del Consejo, fui a verle. Le ped que otorgase la emancipacin a Elidara, pues haca meses que haba cumplido la edad.
l se neg. Entonces le notifiqu mi ascenso y que lo usara para apartarle de ella. Hiciera lo que hiciese se quedara sin su pupila al da siguiente.
Su aura se abalanz sobre m. Atac mis puntos vitales, sin ningn comedimiento, usando toda la energa que pudo. Me sorprendi, a punto estuvo de matarme.
Pero logr herirle. A pesar de quedarse sin capacidades astrales, no par. Me tir de todo mientras maldeca y se pona rojo como una brasa. Como no lograba darme, se
lanz contra m. Pareca un animal: ruga ms que gritaba, echaba espuma por la boca y los ojos se le abran como si estuvieran a punto de saltar de su cara. Congel el
aire alrededor de brazos y piernas hasta inmovilizarle. l forceje completamente fuera de s. Grit y me amenaz hasta enronquecer. Y as lo dej cuando me fui.
Pude haberlo denunciado, pero sent lstima. Aquella reaccin me asust, pero no lo suficiente. Nos previnimos de lo que aquel enajenado pudiera hacer esa
noche, pero no de lo que hara despus.
El da siguiente fue especial. Dogantes hizo su demostracin al Consejo, y Silkara naci esa maana. Todos quedamos deslumbrados. Elidara y yo lo vimos como
un broche mgico al inicio de nuestra vida juntos. Lo celebramos en nuestra casa nueva, comprada esa misma maana. No repar de qu caja sac ella las copas, ni
record si habamos comprado o no esa botella. Estaban all, entre otros bultos, y tenamos mucho que celebrar. Elidara bebi primero. Apur todo el mosto de golpe.
Cuando yo me estaba sirviendo ella comenz a sentir el dolor. Dej mi copa y toqu su vientre. Mi aura lleg a su estmago y sent cmo el veneno pasaba a su sangre.
La hice vomitar, pero no fue suficiente. Intent cuantos remedios se me ocurrieron, pero su cuerpo mora, se me iba.
Tenkar dej de hablar. Agach la cabeza para ocultar su rostro. Con el dorso del pulgar barri la mejilla hmeda. Suspir hondamente y continu:
Nuestras auras se unieron. Percib a un tiempo su alivio por tenerme y el dolor y el pnico ante lo que se avecinaba. Su desesperanza se uni a la ma. La angustia
se ceb en ambos y casi no podamos respirar del horror. Ella empez su agona fsica y el deseo de unin se hizo asombrosamente fuerte. Nos disolvimos ms y ms,
hasta que slo qued un minsculo ncleo en donde permaneca nuestro ms ntimo yo. Entonces su cerebro no pudo ms y se ahog. Los dos sentimos la muerte, y
los dos la cruzamos.
-No -exclam Taigo con debilidad-. No puede ser
Por el tono se adivinaba que lo deca ms como un deseo que como una afirmacin. Sus dedos estaban blancos de la fuerza con que aferraba la voluta de piedra que
remataba el silln.
-Ya s que parece increble, hijo mo. Pero djalo terminar -dijo Sanjo.
Tenkar pareca abstrado. Como si no hubiera habido interrupcin continu:
-Nuestras almas estallaron, y as regresaron al Divino. l recuper con nuestra muerte una parte de s que se haba encarnado en nuestros cuerpos. Descubrimos
que Maidra, Saifel, el Divino o simplemente, Dios, consiste en el conjunto de todo ser consciente de este mundo.
Dejamos de pensar, de describir el universo en trminos de tiempo y espacio, y de golpe lo entendamos todo. Donde quiera que mirsemos, sentamos las
respuestas. Causas y consecuencias, esencias y apariencias, realidades y posibilidades, el saber absoluto se abra en nuestro interior, el interior de Dios.
All, nuestra desgracia se convirti en preguntas. Por qu tenemos que sufrir? Por qu existe la muerte? Por qu la injusticia?
Por qu?, por qu?, por qu?
La respuesta nos vena en forma de otro sentimiento. Uno cargado con un dolor ms viejo que el tiempo, lleno de impotencia y desesperanza. Y con l vena una
historia. Algo que ocurri antes de la Creacin. Una historia compleja e inasible como los dioses que la protagonizaron, pero cuya esencia en palabras es la siguiente:
Hubo una era en que la voluntad bastaba para crear. As los dioses alumbraban, tan slo queriendo, cualquier universo que imaginasen. Varios dioses se alarmaron
ante una creacin particular. Era la primera realidad con seres capaces de albergar conciencia de s mismos. La posibilidad de estos seres para sufrir, para ser a su vez
creadores y otras, inquiet a muchos dioses. Sus voluntades sumadas sometieron la de Dios, nuestro Dios, y lo condenaron. El castigo, como no poda ser de otro
modo, fue perfecto.
Cual es el mejor modo de controlar un universo transgresor? Qu mejor que sea un dios el que viva esta realidad para juzgarla? Quin mejor que el que desea
este universo para hacerlo?
As fue como Dios fue encarcelado y despedazado en su propia creacin. l se disolvi en nosotros, millones de partes de su ser habitando en cada criatura con
conciencia suficiente como para albergarle. El aura, nuestro ser astral, nuestra alma, no es ms que un pedazo de Su esencia. Por eso con ella podemos controlar la
materia, porque obedece a su Creador. Kainum, la verdad del aura, es un lema para revelar que el aura no miente, porque Dios no puede mentirse a s mismo, y en el
fluido astral somos un nico ser. Al nacer vamos incorporando dicho fluido al mismo ritmo al que nuestra conciencia crece. Al morir el alma regresa a la matriz divina,
un resto de Dios en trnsito, un purgatorio sin otra salida que el infierno de este mundo. Un resto incapaz de reclamar a sus otras partes y librarse de su castigo. An
as, con poder suficiente como para iluminar el futuro para pitias y profetas lo suficientemente sensibles.
La condena se extiende hasta que perezca el ltimo de nosotros. Por eso estaremos sufriendo en el mundo hasta su fin. Por delante nos esperan milenios de dolor
y muerte.
Entonces quisimos saber cmo evitar este infierno. La respuesta fue terrible. Slo haba una solucin, espantosa, aunque no tanto como la realidad. Y necesitaba a
alguien que la llevase a cabo. Esa necesidad me separ de l, de Elidara, y me arroj de nuevo a mi cuerpo. Al hacerlo perd el saber absoluto. Mi mente no fue capaz de
retener ms que en una porcin de la experiencia, igual que no se puede agarrar la luz, pero s sentir su calor. Ese calor, esa huella de la Verdad, lo que puedo recordar, es
lo que te he contado.
-Y cul es esa solucin? Matar a todos los akai? Convertir el mundo en un infierno para que el Divino renuncie a su universo? -dijo Taigo con sarcasmo.
Tenkar tom aire y suspir hondamente. Mir a Taigo con profunda tristeza y continu:
-El genocidio absoluto es el nico camino. Cuando todas las criaturas conscientes mueran, slo entonces, l ser libre. Todos seremos libres de este infierno
terrenal.
-Eso no puede ser cierto. Es imposible!
-S que es una visin parcial, como parciales ramos nosotros y nuestra forma de pensar. Pero no hay mentira ni falsedad en esa visin. El aura no miente, y el
hecho de que todos los dems secretos que arranqu funcionasen, lo demuestra.
-Y ya est? T, que te dedicabas a curar, te pasas a genocida sin ms?
-S. Ya s que soy una paradoja. Por un lado nac mdico, mi sensibilidad ante el dolor de los dems me llev a dedicarme a combatir la enfermedad y la muerte. Por
otro lado, esta misma sensibilidad me obliga a ser coherente con lo que s y a aniquilar a todo ser humano sobre la faz de la tierra.
-A todos menos a ti, claro.
-Crees que quiero vivir, que deseo hacer lo que hago?
-Acaso no lo has demostrado? Hasta ahora no te has dejado matar, que yo sepa.
-Te equivocas, Taigo. Desde el da en que me arrebataron a Elidara slo existo para sufrir. No te imaginas la repugnancia que siento de m mismo cada vez que
arrebato la vida a alguien. Me contemplo como si fuera el asesino de Elidara. Siento la muerte de cada ser recordando la que yo mismo sufr. Pero al mismo tiempo no
puedo olvidar que cada ao que pasa sin que cumpla mi misin, miles de seres en todos los lugares de la tierra padecen hambre, dolor y enfermedades para acabar en el
mismo final. No puedo eludir esta responsabilidad. Ojal encontrase a alguien ms capaz que yo para delegar esta misin.
-Ya. Pero en mil aos no has encontrado a nadie tan capacitado como t -dijo sonriendo.
-Hasta hace unos meses no.
Tenkar se qued mirando fijamente a Taigo, como esperando una respuesta. Sin embargo, ste se mantuvo en silencio y baj la vista. Sanjo intervino:
-Cuntale por qu eres ms capaz. Dile de dnde viene tu poder, tu inmortalidad.
-De la muerte volv con algo ms. No tengo un conocimiento absoluto pero s una intuicin acertada de cmo funciona todo. Cuando investigo en un campo no
yerro, es como si ya hubiera andado el camino correcto antes y slo me quedara recordarlo. As avanc en medicina lo suficiente como para aprender a restituir mi
cuerpo y mi mente. Por un lado regenero mi cuerpo casi al completo, dejando una parte de mi cerebro para mantener mi conciencia. La otra parte la ocupa una
conciencia renacida, sin recuerdos, la forma natural en que vine al mundo, lo que t conoces como Chaoro. Los ataques epilpticos no eran ms que transiciones entre
mis dos identidades. Pero las neuronas viejas han de ceder paso a las nuevas y hay un instante de mxima debilidad, donde los recuerdos transferidos a un cristal deben
serme devueltos. Esto sucede en la Ceremonia de la reencarnacin, el primer sitio donde me atacaste.
-Pero no has usado ese poder para matar a la gente. Te has regodeado en provocar guerras y sufrimiento en vez de exterminar como decas.
-Sabes cuntas personas hay en el mundo, Taigo? No soy tan poderoso como para poder acabar con la humanidad matando de uno en uno. Intent robar el
lumen, pero fall. No me qued otra que operar tras el teln manejando mis hilos. Explot la naturaleza humana provocando las guerras kainum. Tras ellas alent a los
akai a rebelarse contra las torres de hechicera. He provocado plagas y todo tipo de epidemias. Pero jams he conseguido reducir el nmero de personas hasta aqul en el
que puedo bastarme a m mismo para acabar mi misin.
Hasta ahora.
Nunca he estado tan cerca como ahora. Y no puedo dejar escapar esta oportunidad. No podemos dejarla escapar.
-Y por qu se supone que he de creerte.
-Porque yo lo atestiguo -intervino Sanjo-. l ha compartido su aura conmigo, y he sentido sus experiencias a travs de la ma. El alma no puede mentir, ya lo sabes.
-Cmo puedes estar seguro de eso, padre? Si lleva en este mundo mil aos quizs ha aprendido algo que nosotros no sabemos.
-He aprendido muchas cosas -dijo Tenkar-. La experiencia me ha dado la virtud de medir a los hombres. Con unos gestos y pocas palabras puedo predecir lo que
har o cmo reaccionar. Tambin he aprendido a liderar a las masas y vaticinar sus movimientos. Pero no soy ningn dios, y no puedo alterar las leyes del universo. El
alma no miente Taigo, y me parece que t lo sabes por experiencia propia o me equivoco?
Taigo apret los dientes. Deba creer a Tenkar o satisfacer su venganza? Contempl la posibilidad de ayudar a su asesino a acabar con el mundo y una mueca de
aversin acudi a su cara. Una imagen de Azuara acudi a su mente, y lanz una mirada asesina a Tenkar. Y si todo era cierto? Sus ojos cayeron a la mesa, mirando de
un lado para otro. Tenkar entonces rompi el silencio:
-T has sentido igual que todos como el aura matriz creca a tu alrededor. T igual que todos has crecido en tus habilidades sin entrenarlas. Qu crees que es eso
sino el efecto de la guerra? Has sido mdico y has podido sentir cmo fluye el aura hacia los fetos y cmo se desprende en la muerte. Has podido sentir por empata el
dolor de los nios al nacer, sabes que ese dolor trasciende el fsico a qu se debe? Yo te lo dir. Es la condena que siente el alma al ser encadenada de nuevo. Est
sufriendo el castigo de los dioses. Morir para nacer de nuevo en un ciclo sin fin, transportando la ltima sensacin de su vida anterior, el dolor de otra muerte, al
principio de cada nueva vida. Estuviste con los aclitos de Saifel, donde contactbamos con el verdadero Divino, el Dios que somos todos, y percibiste su
Taigo golpe con ambos puos la mesa, mientras negaba con la cabeza y resoplaba de forma entrecortada.
-Todo son interpretaciones! Yo puedo inventar otras.
-No. Son hechos. Y lo sabes. Es doloroso, injusto. Nadie mejor que yo lo comprende. Pero no se puede negar la verdad.
Taigo se estruj la cabeza con las manos, movindose como un animal encerrado.
-Siempre existe una explicacin alternativa. Quizs percibiste algo, s. Pero como t dijiste la mente humana no puede abarcar la del Divino. Slo te quedaste con
un pedazo de la verdad, y no hay nada ms engaoso que una verdad a medias.
-T!, -dijo Tenkar levantndose de un salto y sealando a Taigo con el dedo-. T has estado all! Por eso tienes tanto poder.
Taigo levant la vista y su rostro fue para Tenkar como un cartel escrito con letras gigantes.
-Claro, Azuara. Vosotros estabais muy unidos. No saba que tanto. Cuando fue condenada accediste de algn modo a su celda y te ocurri exactamente lo mismo
que a m. Por eso tienes tanto poder, te llevaste del Divino las armas para vengarte. Pero entonces -Tenkar lo mir extraado-. Cmo es que no viste lo que yo?
-Quizs porque ests equivocado.
-Imposible. Los conocimientos que has usado para combatirme lo demuestran. Si aquella fuera una fuente de mentiras no habran funcionado.
-Yo pregunt lo que necesitaba: un culpable y algo para ajusticiarle. T preguntaste una solucin para los males del mundo, y no la hay. Por eso obtuviste la nica
respuesta que existe: muerto el enfermo se acab la enfermedad.
-De verdad crees eso, Taigo? No crees que te engaas para poder justificar tus deseos? No estars condenando a toda la humanidad por tu venganza personal?
Taigo anduvo con el rostro congestionado y los puos cerrados. Respiraba trabajosamente, con la boca semiabierta y rozando sus incisivos de tanto en tanto.
-No sabes nada. Has asesinado a miles sin preguntarles si para ellos esto era un infierno o no. No tienes idea de si hay un beneficio al final de este camino. Has
juzgado y has emitido tu sentencia. No tienes derecho a hacerlo por la vida de los dems.
Tenkar suspir, su faz cambi de expresin, ahora pareca abatido, cansado. Su aura se hundi bajo el suelo de piedra sin que ninguno pudiera percibirlo,
concentrndose. Sanjo tom la palabra:
-Hijo mo, no hace falta preguntarle a la gente si quiere morir. Todos conocemos esa respuesta. A todos nos aterra la muerte. Por esa misma razn sabes que nadie
querra nacer. Hay que evitar esta cadena de vidas. Y slo ahora tenemos una oportunidad de lograrlo.
-Slo os fijis en el dolor. Por qu no meds la felicidad? Yo pude haber sido inmensamente feliz con Azuara. Yo habra pagado cien muertes por vivir una vida
con ella. Pero t decidiste por m! -dijo sealando a Tenkar como si pudiera matarlo con el dedo-. T, que no pudiste tener la tuya, nos niegas la felicidad a todos.
-Qu felicidad, Taigo? Si la humanidad fuera feliz, cul sera el olor de su aura? T participaste en la Ceremonia del Dolor. Dime, qu sentimiento predominaba
en el Divino?
Mientras deca esto, su aura se dividi en dos brazos y serpente bajo tierra rodeando a sus contertulios. Taigo abri la boca y la cerr varias veces, cada vez ms
congestionado. Agarr la mesa como si fuera a levantarla. Pareca a punto de estallar. Entonces, con voz grave y separando las palabras con significativos silencios
replic:
-T no puedes decidir por la humanidad.
-Entonces por qu no me matas ahora mismo?
Taigo mir a Sanjo un instante, no quera volver a ver a su padre como escudo. As que con ira dijo:
-Salgamos fuera, tendrs tu oportunidad.
-Te equivocas. sta es mi oportunidad.
En ese instante el aura de Tenkar penetr como un cuchillo en el bulbo raqudeo de Sanjo y Taigo, que cayeron fulminados.
No hubo agona, ni gritos, ni la desesperada mirada de quien no es capaz de asumir que va a perderlo todo. Slo el sonido de dos cuerpos inertes desplomndose
sobre el suelo.
Y luego silencio.
Un fro y largo silencio.
Tenkar tard en levantarse. Cogi una de las antorchas y se aproxim al cuerpo de Sanjo. Se acuclill y le cerr los ojos. Luego fue al de Taigo e hizo lo mismo. Se
qued contemplndolo, sin fijarse en sus alas negras o en sus cuernos, sino vindolo como lo haba conocido.
-Me habra encantado que hubieras podido conmigo, Taigo. Me habras liberado de esta carga maldita. O mejor, que me hubieras escuchado. T eras el nico capaz
de relevarme. El nico
Tenkar se sec una lgrima con el pulgar. Se levant y recorri el pasillo norte. Avanz por l hasta la mitad. Luego concentr su aura y la extendi bajo el suelo en
un ngulo determinado. Busc angustiado e intent recordar con esfuerzo lo que hizo novecientos aos atrs, cuando particip en el diseo y construccin de aquel
lugar. Trabaj como uno ms, compartiendo los planos y la supervisin con otros veinte rucainas. Le cost ocultar la instalacin de su propia puerta trasera. Entonces
necesit socavar el poder rucaina para que la insurgencia akai prosperara. Reuni a los caudillos en el conclio y los asesin. De ellos eran los cadveres que haba en la
entrada de los tneles. Su plan tuvo xito, demasiado xito. El caos que supuso entre las filas rucainas fue suficiente para que los akai los derrotaran. Sin embargo calcul
mal, y el desequilibrio de fuerzas fue al final desproporcionado, desapareciendo una vez ms la posibilidad de hallar un fin a la humanidad. Esta vez no cometera el
mismo error.
Tras unos minutos explorando al fin encontr la gema. Era un cristal de enfoque simple, que permita alargar el aura varias veces su distancia normal,
concentrndola en un fino haz. Tenkar haba enterrado durante la construccin varias de estas gemas, disponiendo un circuito a travs del cual su aura poda llegar a una
vlvula central.
La enorme mole de piedra rod dejando entrar un torrente de luz en el tnel. Tenkar sali, respir profundamente intentando limpiar sus pulmones del viciado aire
interior. No sinti alegra, ni placer por estar libre. Tan slo era un paso ms del plan.
Una gran batalla estaba a punto de acontecer. No importaba quin venciera. Lo nico que realmente importaba era mantener el equilibrio y el odio. Perpetuar la
lucha hasta que no quedaran supervivientes para contarlo.
Abri su tnica dejando su torso desnudo al sol. De su espalda quit la arpillera y surgieron dos alas blancas que extendi al instante. Llevaban mucho tiempo
plegadas, creciendo de forma acelerada, siguiendo el diseo de las de Tori, y hasta entonces no haba podido utilizarlas. Ahora el tiempo apremiaba y no deseaba
consumir sus poderes intilmente. Haba un mundo que destruir y un Dios que salvar.

* * *

Luchar contra la muerte era como tratar de retener el agua entre los dedos. Por ms voluntad que se tuviera las gotas se escurran sin poder remediarse. Taigo sinti
la llamada de forma vertiginosa en el mismo instante en que Tenkar le seccion la nuca. Deba haber muerto, como su padre, sin ninguna agona ni dilacin. Sin embargo
su voluntad era poderosa. Tena un deseo muy superior al normal en su corazn. Deseaba justicia para su dolor, y ste era ms grande que l mismo.
Mientras sus pupilas comenzaban a dilatarse, todo su ser desesperaba revolvindose contra la realidad. Su alma se rebel y luch contra un universo que ejerca de
forma inexorable sus leyes. Su razn, que se extingua, ansi una solucin y recordando lo que ocurriera con Zonzama, la encontr.
Usando su aura bombe sangre en su cerebro. Era lo nico que necesitaba en esos primeros momentos, un soporte vivo para su alma. El lquido atraves sus
pulmones, oxigenndose con aire forzado por el mismo arte que intentaba desesperadamente mantener aquel cuerpo lejos de la Parca.
Al principio slo lograba retrasar su final. Se mantena a conciencia en una agona indefinida donde la derrota le devoraba el terreno. Pero su voluntad no tena
lmites. Slo necesitaba pensar en Azuara un segundo para llenarse de fuerza. Y as, usando la energa qumica de su propio cuerpo, su aura activ los procesos
orgnicos esenciales para mantener nicamente a su cerebro vivo.
Poco a poco fue habitundose a aquel horrible estado, lo suficiente como para pensar en el siguiente paso. Us todos sus recursos mdicos para ir conquistando
rganos, delegando en ellos sus funciones al tiempo que ejerca un control astral de los mismos. No era fcil, algunos se hallaban ya parcialmente necrosados y deba
focalizar sus esfuerzos en multiplicar sus clulas vivas retirando las daadas. Era un proceso horriblemente lento, y no por ello dejaba de sentir dolor. Mientras todo
esto se realizaba, escudri la herida de su nuca, refundiendo nervios y liberando hormonas regeneradoras por doquier.
An quedaba mucho trabajo por hacer, tardara horas en estar completamente restablecido. Hasta entonces su agona se extendera en aquella lucha sin cuartel entre
la muerte y su voluntad. Record el texto de Dogantes, cuando deca que una vez se le dio por muerto. T tambin pasaste por esto, demonio?, se pregunt.
Entonces me convertir en uno peor que t para derrotarte.

* * *

Desde las murallas de Daza poda divisarse perfectamente el campo de batalla. Como una tumba a cuyo ausente cadver se le presentaran los respetos, dos
inmensos ejrcitos se alineaban en la llanura. El uno compacto, en formacin, y menos numeroso a pesar de que sus efectivos pasaban del milln. El otro disgregado en
infinidad de heterogneos grupos ms o menos apiados junto a un frente comn. Daza pareca una isla urbana en medio de aquel mar de gente armada que se extenda
hasta el horizonte. Slo destacaban las torres de hechicera, sobre plataformas rodantes, diseadas para abastecer de energa los escasos kainum que entre ellos se
encontraban.
Hardiamo vaci su pipa golpeando la cazoleta sobre la almena. Junto al general, innumerables caudillos paseaban nerviosos por el adarve. Saban que all se lo
estaban jugando todo. Aquella no era una batalla por el control de una ciudad, ni por unos territorios, ni tan siquiera por la coronacin de una determinada dinasta. No.
Era la lucha por la supervivencia. Pura y simple supervivencia. La propia y la de sus familias, sus amigos, su gente. En sus corazones haba ira, venganza por los
muertos, pero todo quedaba relegado ante la autntica y profunda desesperacin. Por eso muchos eran incapaces de mantenerse quietos, intentando evadir a travs de
sus enrgicos movimientos la tensin que los embargaba. Slo unos pocos permanecan serenos. Hardiamo era uno de ellos.
-General, las palomas han llegado -el oficial traa un manojo de diminutos rollos. En casi todos se lea Posicin alcanzada y listos o algo similar.
-Bien, ya los tenemos rodeados -coment Hardiamo.
-No pareces nervioso -dijo uno de los caudillos.
-No lo estoy.
-Y cmo es eso? Todos estos das parecas estarlo.
-Exacto. Todo lo que podamos hacer ya se ha hecho. Ahora ya no nos queda nada ms que esperar el resultado.
-No te preocupa que no hayan atacado an?
-La verdad es que eso juega a nuestro favor. Ellos no tienen vveres.
-Ya lo s. Pero ellos tambin lo saben y no creo que sean tontos. No logro imaginar una causa que los mantenga ah.
-Prefiero concentrarme en lo que s sabemos y s controlamos.
-En eso es donde todos hemos puesto nuestro empeo. Las torres de hechicera estn preparadas, los bueyes han funcionado bien en las pruebas, trasladndolas a
buen ritmo. Los kainum dicen que con la fuerza de las bestias tendrn energa suficiente con la que atacar. Sern nuestros arietes en esta endemoniada formacin. Los
druidas han sido distribuidos. Las oleadas han sido ensayadas para asegurar el ataque constante en las primeras dos horas, a partir de ah todos entraremos en combate.
-Todos a los que an les quede moral para intentarlo.
-Ellos ya saben que slo estarn eligiendo una entre dos formas de morir: luchando o huyendo. Tienes esperanza en esos dcuatil?
-Tanta como desconfo de sus monstruos.
-En eso hemos hecho lo que se ha podido. Los soldados han visto los dibujos y conocen sus puntos dbiles, aunque dudo que cuando las vean en realidad no huyan
despavoridos -el hombre call un momento, retomando el hilo de sus pensamientos-. A qu demonios estarn esperando? Al Divino?
Entonces, desde el mismo centro de la lnea de frente, una diminuta figura se desliz hacia el espacio vaco. Desde aquella distancia era difcil distinguirla pero
pareca una mujer. Sola, andando como si de un paseo campestre se tratase, avanz hacia las lneas rucainas.
-Parece ser que hay alguien que quiere encontrarlo antes -coment Hardiamo.

* * *

En torno al montculo se congregaban el emperador, su guardia, los mximos representantes religiosos y el estado mayor del ejrcito. Lo esperaban. Lo necesitaban.
l era la respuesta ante aquella absurda paradoja en la que estaban todos embarcados. Y al final se present. Con sus hermosas alas nveas cay del cielo portando el
lumen entre sus manos.
Desde la muchedumbre surgieron las exclamaciones regadas de esperanza, jbilo, y hasta desbocado frenes. Al principio aleatorias, desacompasadas y
altisonantes. Despus homogneas siguiendo un ritmo natural donde sus miles de voces encontraban el desahogo de la pasin que cargaban.
-TENKAR!! TENKAR!! -gritaban.
Vieron a su mesas, un ngel entregado al mundo directamente desde el cielo por unas hermosas y elegantes alas blancas. Su atractivo fsico no era ms que un
decorado perfecto para depositar su fe, un molde para el rostro abstracto de Saifel, su Dios.
Tenkar saba que su mejor arma era su carisma. En aquel cuerpo juvenil, dos ojos verdes llameantes atraan la atencin sin apenas proponrselo. En sus pupilas
brillaban la madurez y experiencia de siglos combinadas con una pasin intacta. Deslumbraba como un afamado actor lo hara en un teatro, atrayendo sus miradas,
dejndolos expectantes de cada gesto y cada palabra.
Se pos con suavidad, sin apenas levantar polvo, majestuosamente. Inmediatamente el emperador se postr a sus pies. Pero Tenkar no lo permiti, cogindolo de
los brazos e inclinndose l a su vez. Un gesto perfectamente calculado para su pblico, el primero de una corta ceremonia de bienvenida.
Despus Tenkar sobrevol sus tropas, arengndolos e infundiendo valor. Los gritos suban en oleadas. La masa se agitaba con slo verlo. Aqu y all saltaban
relmpagos de colores y espirales de fuego para festejar su presencia. Roz sus dedos alzados con las alas e incluso se pos all donde detect mayor desnimo. No se
detuvo hasta ver las sonrisas. Cuando regres al puesto de mando, su ejrcito pareca una fiesta. Nada que ver con la muchedumbre abatida de antes. El emperador, con
el alivio reflejado en su rostro, se acerc:
-Es el lumen?
-S, pero no vamos a usarlo.
-Entonces, por qu arriesgar tanto por conseguirlo?
-No podamos dejar que ellos lo encontraran. A nosotros no nos va a ser necesario.
-No s qu decirte. Me preocupa un poco la fuerza de esos dcuatil y an no sabemos dnde se han situado esos caballeros espectrales.
-Deja una fraccin de las fuerzas especiales para contenerlos. Por lo dems hay algo inesperado?
-No. Todo va de acuerdo a los planes.
Tenkar sinti un extrao escalofro. Tras cientos de aos y tantos intentos, jams haba estado tan cerca de conseguir su propsito. Le aterraba que hubiese algn
factor oculto, algo inesperado. Sin embargo jams haba contado con tantos recursos como hasta ahora. Finalmente inspir profundamente y dijo:
-Entonces empecemos.
El emperador levant su bculo y cientos de trompetas sonaron. El estruendo fue ahogado de inmediato por el de millares de botas iniciando su paso. La ltima
batalla haba comenzado.

* * *

-Muchacha! Muchacha, vuelve!! -el soldado, estupefacto como todos, fue el primero en reaccionar. Dado que la joven no pareca orle se atrevi a correr tras ella
abandonando el abrigo de sus compaeros. An faltaban varios estadios para estar al alcance rucaina, pero en aquellas condiciones, dar un paso en aquel espacio vaco
era como nadar en un ocano abisal.
-Muchacha a dnde crees que vas? -dijo al alcanzarla.
-Djame, por favor.
-Acaso quieres suicidarte?
Ella pareci considerar la respuesta.
-S.
Pero el soldado no pareci convencido. Decidi que lo mejor era traerla con los dems y all ya veran. As que la agarr y la forz a regresar. En ese momento ella
pronunci su nombre.
-Raoco -el soldado la mir a los ojos sorprendido. Recibi una mirada furiosa, profunda y vehemente-. Quieres saber tu futuro?
Slo ante estas palabras el soldado repar en el colgante de la joven. Era el smbolo del Orculo. Y de golpe entendi quin era y lo que en realidad le preguntaba.
Quera saber si morira aquel da?, dentro de unas horas quiz?, si sufrira horriblemente?
-No! No, por favor! -dijo con voz dbil, al tiempo que la soltaba.
-Sabia decisin -y se alej rpidamente. Nadie ms intent detenerla, y menos cuando se enteraron de quin era.
Aitami, la ltima Pitia, se perdi entre las ondulaciones del terreno, buscando el sitio adecuado. Uno que slo ella poda conocer y que estaba en el mismo centro de
la batalla que se avecinaba. Sigo tu camino, madre, pens. Es estrecho y peligroso. Pero el ltimo que nos queda.

* * *

Todo aquel da haba estado inundado de miedo. Desayunaron con miedo, se miraban con miedo, espiaban el horizonte con miedo y hasta esperaban cada segundo
con miedo. Por eso todos sintieron una oleada de puro pnico cuando el momento esperado se volvi real. Oyeron las trompetas y escucharon el sordo fragor de las
pisadas.
Ya venan.
Observaron las filas moverse con absoluta disciplina, manteniendo una lnea perfecta, avanzando al mismo ritmo desde el primero hasta el ltimo, devorando
terreno con paso firme.
Los oficiales tragaron saliva y lanzaron sus arengas, largo tiempo preparadas. Montaron en sus caballos y gesticularon con enrgicos aspavientos, intentando as
sacudirse de aquel pegajoso miedo que lo impregnaba todo. Cabalgaron a lo largo de la lnea con sus voces casi estridentes, conjurando sus lemas de guerra con la
suficiencia de un veterano, como si exclamando pudieran someter la fatalidad. As que miles de gargantas expelieron su miedo en temibles proclamas y exageradas
amenazas. Sus aullidos se mezclaron en el aire en un estruendo que encendi los corazones como las brasas de una hoguera. Recordaron su ira, su orgullo, y aquello por
lo que estaban luchando, su pueblo, su familia, sus vidas. El calor de la multitud les infundi valor y les dio seguridad. Esa falsa seguridad necesaria para que un hombre
cuerdo se lance hacia su tumba.
Pero funcionaba.
Era absurdo, pero siempre funcionaba.
Al menos durante los breves minutos que lograron desterrar al silencio. Ese silencio reflexivo capaz de devolverles a la realidad. Una, en la que se encontraban
avanzando con armas absurdas hacia un enemigo contra el que no exista defensa.
Pero lo hicieron.
Lo hicieron los hombres de la primera lnea, que saban que su probabilidad de supervivencia era insignificante. Lo hicieron los de la segunda, a pesar de contemplar
ante s monstruos cuya sola visin derrotaba el nimo. Y lo siguieron haciendo batalln por batalln, pisando los cadveres de sus hermanos y directos hacia su propia
muerte.
Lo hicieron porque tenan que hacerlo. Trascendiendo todas sus emociones quedaba esa fatalista resolucin en sus mentes. A ellos les haba tocado aquella suerte,
y deban afrontarla con lo mejor de s mismos, pues despus ya no habra nada.
As pues los dos gigantescos ejrcitos se enfrentaron, y su choque fue terrible. Esta vez no hubo una espantada rpida como en otras ocasiones, ni tampoco una
efmera carga suicida. Esta vez el combate fue continuo y de una atrocidad inimaginable.
La orden a los rucainas era asesinar, eliminar el mayor nmero de soldados posibles. Ya no utilizaron sus tcnicas para infundir pnico, o para desarmar o
neutralizar al enemigo. Ahora haba que exterminarlo. Aqu, sus fuerzas especiales nadaron en sus instintos ms salvajes, convirtindose en autnticas bestias
sanguinarias retozando entre montaas de carne humana agonizante. Apenas utilizaban sus poderes. No les haca falta. Su energa se encauzaba mejor usando sus armas
naturales que las astrales. Adems, el pnico que infundan era mejor escudo que sus escamas. A travs de las lneas rucainas todo tipo de criaturas fantsticas se
precipitaban sobre su enemigo aniquilando cuanto encontraban a su paso. En cuanto se fatigaban volvan igual de raudas para protegerse entre los suyos, sin dar tiempo
a la respuesta.
Las torres con los dcuatil eran la contraposicin en el bando aliado. En torno a ellas, chispeantes luces fulgan y giraban en el aire, de pronto se precipitaban sobre
el enemigo para desaparecer con terrible estruendo. Eran bolas gneas, esferas congelantes y rayos que ningn escudo rucaina lograba contener. Ningn aura poda
repeler el denso fluido astral combinado de varios kaiyas unidos por su dcuatil. Era por esto que haban sido elegidos como objetivo de las fuerzas especiales aladas,
capaces de mantener un ataque constante desde el aire. Dragones menores, grifos, grgolas y todo tipo de innombrables criaturas sobrevolaban las torres acechando.
Frente a ellas, los restos de los nicsos utilizaban sus gemas para defenderlas, robando energa del ncleo de la torre para conducirla ms lejos que nadie con sus cristales.
Tras aquella atmsfera de fuego, hielo, relmpagos y proyectiles, ms all de las lneas de retaguardia dos armas reservadas buscaban la ocasin de encontrarse: los
restos de la guardia del emperador y los de los caballeros espectrales. De vez en cuando intervenan donde crean necesario, sin cansarse demasiado, sin exponerse en
exceso, trasladndose all donde crean que podan encontrarse para acabar su cuenta pendiente.
A pesar de todo, en la mayora de la lnea de combate los rucainas segaban su campo de vidas como si de trigo se tratase, lenta, impasible e inexorablemente. Los
grupos se lanzaban oleada tras oleada sobre la lnea arrojando todo lo que tenan, concentrando a veces sus fuerzas donde pensaban que podan abrir brecha. Pero esto
suceda con escasa frecuencia. Unas cuantas bajas rucainas que rpidamente eran cubiertas por los compaeros de las filas posteriores. Su disciplina les permita relevar
su lnea de ataque en las mismas narices del enemigo, sin poder ste evitarlo, y sufriendo el castigo de sus poderes de modo continuo.
Sin embargo, ocasionalmente, junto a las torres mviles o en lugares aislados ocurra lo impensable. Cuando demasiados rucainas caan a la vez, la estructura se
descompona y se volvan vulnerables. En esas ocasiones los akai actuaban como un banco de piraas sobre una res muerta. Con una voracidad que superaba con creces
a la de su enemigo penetraban en el cuadro y exterminaban en minutos a todo el bloque rucaina. Era como si la desesperacin y la sed de venganza acumulada en toda la
lnea de frente se concentrara sobre aquellos desgraciados. Esto era lo que ms preocupaba a los generales de ambos bandos. Todos saban que en el momento en que
uno de los dos ejrcitos se contagiara del pnico provocado en alguno de sus puntos. La batalla estara perdida.
Jams tal caudal de almas haba fluido al otro lado. La densidad urea era perceptible hasta en los mismos akai, pero especialmente por la sagrada Pitia. Sobre una
elevada roca, sita en mitad del campo de batalla poda ver a su alrededor los vientos de la muerte. Ella sufra la huella que cada ser dejaba al abandonar su cscara de
carne. Por eso se hallaba desmadejada sobre aquella roca, ajena de toda amenaza a pesar de estar en el lugar ms peligroso del mundo. Parecera que por eso mismo, por
su apariencia inofensiva, o porque simplemente todos tenan alguien a quien enfrentarse en aquel infierno, nadie la toc. Claro que ella no haba elegido aquel lugar de
forma fortuita. Saba que estara a salvo, o por lo menos que exista cierta esperanza de estarlo. Era uno de aquellos hilos del telar que le mostrara su madre. Una
posibilidad entre muchas de las que poda elegir el destino. Ahora le tocaba a ella, y su eleccin no era nada fcil.
Se concentr en aquel maremgnum de dolor que apenas poda soportar, sac fuerzas de ese mismo dolor, cerr los ojos y salt de su roca echando a correr.
Mientras esferas de fuego, jabalinas, descargas elctricas y mil avernos se cruzaban a su paso, ella avanz eligiendo cada salto y cada paso en funcin de lo que el
camino profetizado le dictaba.

* * *

-Ah!? -dijo Dragn sorprendido-. Ests loco!
-Estoy seguro -dijo Lintor muy serio-, de eso y de que debemos salir ya.
-Pero, Lintor Ah debe de estar el mismsimo emperador! No sobreviviremos ni treinta segundos.
-S lo que te estoy pidiendo. Pero lo que he odo dentro de mi cabeza ha sido claro. No s, t entiendes ms de estas cosas que yo.
-Ojal ese Azdamur hubiera contactado conmigo. No comprendo del todo eso de la incompatibilidad de su aura Y si se equivoca?
-Con el mensaje me lleg la terrible sensacin de que o hacemos esto ahora mismo o el desastre ms absoluto suceder. Por esta posibilidad yo estoy dispuesto a
jugarme la vida, pero todo est en tus manos.
Dragn lo pens un momento, mir el cielo y contest:
-Vamos, sube. Si nos lanzamos con el sol a la espalda tardarn un poco ms en descubrirnos. Y amrrate bien, en cuanto vea a tu reina y la coja no pienso ser nada
delicado en la huida, si es que salimos de all.

* * *

-Ahora! -dijo Azdamur.
Nadima sali disparada, agarr el lumen y sigui corriendo. Cerr los ojos, tal y como le dijo Azdamur. Era la nica forma de no perder los preciosos segundos de
sorpresa al verse ascender por el aire perseguida por cientos de rucainas. stos tardaron en reaccionar pues no era comprensible que uno de ellos robase la poderosa
reliquia. Adems, todos estaban demasiado concentrados en la batalla como para prestar atencin a otra cosa. Cuando al fin uno de ellos acert a dar la orden, Nadima
llevaba varias varas de ventaja. Nada que no estuviera al alcance de la mayora. Cientos de bolas gneas se encendan mientras otros optaban por lanzar sus etreos dedos
astrales hacia su vctima.
-Adis Majestad! -sinti la reina.
Una onda astral parti de la espada para perderse en el infinito. En ese breve instante cambi el curso de aquella caza. Durante un nico segundo ningn rucaina
cercano pudo moverse, ni tan siguiera respirar; sus auras se desplomaron sobre sus cuerpos frustrando todos los ataques y hasta el aire se detuvo. En ese mismo
segundo, toda la energa robada a su entorno inmediato fue transferida al cuerpo de la reina que sali catapultada a una velocidad vertiginosa, ms all del alcance de
cuantos la contemplaban desde el suelo. Fue el ltimo tributo de Azdamur, lo mejor que poda aportar aprovechando el instante de la muerte. A partir de ah, la reina y
el lumen viajaron por el aire en cada libre.
Incluso Dragn era incapaz de crerselo cuando vio venir hacia l aquel cuerpo disparado. Maniobr de modo que Lintor pudiera recibirla entre sus brazos.
Inmediatamente gir y bati sus alas con furia, intentando no ver el infierno que se estaba desatando tras de s.
La reaccin de los rucainas no se hizo esperar. El mismo emperador acudi con parte de su guardia para intentar un ataque desesperado. Una inmensa bola de fuego
surc el cielo como una flecha. Dragn no estaba al alcance de sus auras, con lo que aquella masa de gas incandescente qued libre antes de tocarle. El ardiente fluido
estall en una sonora detonacin cuya onda de choque s alcanz a los fugitivos. Jinetes y montura salieron despedidos separndose en el aire y precipitndose sobre la
infantera rucaina que avanzaba.

* * *

Bajo la tierra, en aquel sepulcro de granito al que llamaban conclio, reinaban las tinieblas. Pero la sombra ms lbrega de aquella tumba resida en el nico corazn
que an lata. En l haba una ira que ni siquiera la muerte haba podido borrar.
Taigo se acerc al cadver de su padre. Acarici por ltima vez su rostro. Unas lgrimas de unos ojos incapaces ya de llorar, cayeron sobre aquel polvo voraz. Igual
que el dolor que representaban era engullido por aquella ira siniestra que no haca ms que aumentar. Era una ira que quemaba, que anulaba el pensamiento y que peda
sangre. No le preocup estar condenando a toda la humanidad con su venganza. No poda pensar ahora en las palabras de su padre o en las razones de Tenkar.
Torrentes de ira se encauzaron en su nuevo poder. Mientas millones de minsculos tomos se transformaban en otra cosa, todo su calor robado se concentr en un
bola gnea tan caliente como el sol, que ascendi desde los tneles hacia arriba transformando en gas la roca. Cuando Taigo la liber, Nahum-Sala explot dejando un
inmenso crter, y los tneles abiertos al exterior.
No necesit hacer lo mismo para volar, pues a su alrededor haba suficiente energa. Ahora saba dnde buscarla y cmo extraerla. Le resultaba tan fcil! Su cuerpo
aceler y aceler en el aire, hasta que a Taigo le pareci que estaba sumergido en agua y le cost mantener el escudo que lo protega de la friccin. Un estampido
atronador lo segua, como un funesto pregonero de su poder, y en derredor el aire herva emitiendo un resplandor incandescente que le dificultaba la visin.
Tuvo pues, que conformarse con aquella velocidad. Pero no le preocupaba. Saba que lo encontrara. Ahora aquel demonio no tendra a nadie que le importase lo
suficiente para sacrificar. Ya no habra nada capaz de detenerlo.

* * *

Tifern contempl cmo Dragn caa como una piedra sobre el centro de la formacin rucaina. Lo descubri por la espectacular detonacin. Slo la guardia del
emperador tena tanto poder. Era el indicio que los caballeros del espectro estaban esperando. Agazapados muy cerca del centro de aquel inmenso ejrcito, penetraron
con sus cabalgaduras hacia ese punto. Al acercarse al frente observaron como Dragn recuperaba trabajosamente su vuelo y cmo rescataba de su cada a Lintor y
Nadima. La alada criatura a punto estuvo de entrar bajo el alcance de los rucainas que ocupaban el suelo. Sin embargo estaba visiblemente tocado y volaba con enorme
esfuerzo. An le quedaba mucho para rebasar el frente y su trayectoria actual vaticinaba el desastre.
Pero lo que a lo caballeros ms le impact, fue la figura alada que los persegua, encabezando a otras muchas. Aquella en particular ostentaba todas las seales con
las que haban sido advertidos. Entendieron que aquella sera su ltima batalla y que para bien o para mal les liberara. As que, sin abandonar sus caballos, invocaron a
las almas de sus espadas, y stas respondieron otorgando su poder. Una horda de jinetes galop en el aire por encima de la infantera rucaina, hacia aquel dragn fugitivo
que se debata entre el cielo y el infierno, perseguido por la lite rucaina.
Hardiamo comprendi que algo importante se estaba dirimiendo. Por otro lado, estaba conteniendo sus ansias de pasar a la segunda fase de su plan. Saba que tena
que esperar lo suficiente. Demasiado tarde y sus tropas careceran de moral; demasiado pronto y las rucainas estaran an lo suficientemente frescas como para repeler
el ataque. No obstante, como buen general, saba aprovechar las oportunidades, y sta era sin duda una de ellas.
Las trompetas sonaron y, como estaba previsto, todos los efectivos de la primera lnea echaron el resto. La segunda ola se sum a la primera aumentando la
presin. Detrs, varias columnas con tropas que an no haban combatido iniciaron su marcha hacia el centro, hacia la sombra de Dragn. Los mejores druidas,
dispuestos entre ellas, lograron romper las defensas ureas. Al mismo tiempo, decenas de onagros, escorpiones y catapultas dispararon sobre los puntos de ataque.
Al principio el efecto fue el deseado y aquellas columnas se comportaron como puos penetrando en las lneas enemigas. Sus cuadros se desmoronaron y hubo una
carnicera espantosa. Pero la guardia del emperador y las mejores tropas se encontraban justo detrs, guardando el puesto de mando de aquel inmenso ejrcito. En
cuanto se percataron del desastre acudieron en auxilio de sus hombres con todo lo mejor que podan ofrecer.
Ocanos de sangre brotaron en aquel escaso segmento del frente donde la esperanza de vida de ambos bandos no llegaba a un suspiro. Dragn vea su punto de fuga
oscilar, ora acercndose ora alejndose por el empuje rucaina. Tras de s, los caballeros del espectro luchaban contra sus perseguidores intentando dar caza a Tenkar que
pugnaba por evitarlos y recuperar el lumen.
Entonces apareci Taigo.
Lleg como una saeta incendiaria, acompaado de un ruido ensordecedor. Deceler bruscamente para encontrar su objetivo. Una vez descubierto se detuvo. Mir
arriba, y una nube tormentosa emergi de la nada llenando de sombras todo a su alrededor. La bruma gris creci y entre sus volutas destellaban siniestros relmpagos.
Sobre Taigo se form una esfera que brillaba como el sol.
Nadie excepto Tenkar lo identific, mas cuando el primer rayo cay sobre las lneas rucainas, estuvo claro de qu lado luchaba. Toda la reserva rucaina se elev en
el cielo para enfrentar a su nuevo enemigo.
Pero nunca lo tocaron.
Intentaron trabar combate astral, llegar a su cuerpo con el aura aprovechando la superioridad del nmero. Pero cada vez que lo intentaban, desapareca a una
velocidad imposible. Despus lo buscaban en el horizonte, en el cielo, o bajo sus pies, sin descubrirlo. Slo saban que haba vuelto, por la lluvia de fuego y muerte que
le preceda. Cuando divisaban su vertiginosa figura, ya se haba acercado lo suficiente a su Mesas para atacarlo. Observaban con espanto cmo un rayo era guiado hacia
su objetivo sin poder hacer nada. Respiraban aliviados cuando Tenkar a duras penas lograba evitarlos. Pero todos se aturdan con el estampido, y cuando se
recuperaban, ya haba vuelto a desaparecer.
Tenkar olvid el lumen y se concentr en la nueva amenaza. No para l, sino para el plan. Taigo era un desequilibrio en aquella guerra, y eso no poda consentirlo.
Saba que para derrotarlo deba sorprenderlo, bajar su guardia urea lo suficiente como para penetrar en ella. Y slo tena un arma para conseguirlo: su propio sacrificio.
En el siguiente ataque lo esper relajado. Sinti el aura de Taigo a su alrededor para guiar otro rayo, pero esta vez no luch por contenerla. Desde el principio slo
se preocup de proyectar la propia.
La descarga atraves sus nveas alas y su abdomen.
Taigo sinti el aura de Tenkar entrar en sus vsceras y destrozarlas en un instante.
Los dos cuerpos cayeron sobre el suelo. El de Taigo an respiraba tras el duro choque. Deseaba abandonarse, morir, regresar con Azuara. Pero poda hacerlo?
Haba muerto Tenkar?
Oy el estremecedor ruido de un impacto, y el suelo tembl. Vio una nube de polvo cubrir el cielo. Mir hacia un lado y descubri la montaa de carne de lo que
pareca un dragn. Sus escamas, ennegrecidas en gran parte, se interrumpan aqu y all descubriendo enormes heridas sangrantes.
Y Tenkar?, se pregunt. Mir al otro lado y reconoci el cuerpo de la reina Nadima reventado sobre una pila de cadveres. Junto a ella, un hombre con ricos
ropajes yaca agarrando su mano con los ojos inmviles abiertos. Apret los dientes y sigui buscando. Dnde ests demonio?. Oy un gorgoteo de sangre en sus
pulmones. No morir antes que t demonio. Y con un esfuerzo infinito se oblig a reparar su cuerpo, pero sta vez no vea como. Los daos eran enormes.
Entonces sinti el viento astral del alma de Tenkar, al fin liberada. Sonri. Se relaj. Ya slo le quedaba reunirse con Azuara. Dej a su cuerpo agonizar, esperando
la muerte y as estaba cuando apareci la Pitia. En sus manos portaba el lumen y lo puso sobre su cabeza.
-Taigo, concntrate. Tienes que hacerlo. Slo t puedes explotar su verdadero poder.
Los ojos se le cerraban. S, deseaba la paz. Haba luchado ms all de sus fuerzas. Necesitaba morir, volver con ella. Por qu tena que esforzarse? Ya no le
quedaba voluntad.
-Dja -se interrumpi, escupi sangre-, djame.
-Taigo, debes salvar a los dems. No lo dejes en una simple venganza. Azuara no te lo perdonara.
Fue lo ltimo que le oy decir antes de que aqul rucaina cercenase la cabeza de Aitami. Sinti su viento astral, cargado de splica, dolor y miedo. Sinti otro, y
otro, y miles ms, con el mismo dolor y angustia. Qu he hecho?. Encontr las alas blancas y vio el rostro de su dueo. Chaoro qu te he hecho?. Ahora que la
venganza estaba saciada se sinti vaco y las palabras que oy en el conclio emergieron de nuevo. Slo hay una solucin. El aura no miente.
Oy los gritos a su alrededor. Percibi el sufrimiento en aquel mar astral revuelto, ntido y abismal. Cuntas Azuaras han de morir an?. Sinti la culpa.
Quin quedar ahora para acabar tu misin, Tenkar?. l saba que no poda. No lograra resucitar a ese maltrecho cuerpo. Qu he hecho?.
Sobre su frente an reposaba el lumen, manchado de sangre de la Pitia. Sinti los espasmos de la muerte de nuevo. Su cuerpo se renda, todo se acababa. No!.
Volvi a intentar lo que hizo en el conclio. Pero ahora sus pulmones estaban destrozados. No poda oxigenar la sangre con facilidad. NO!. El corazn dej de latir. Su
cerebro se fue apagando. Cuando su conciencia se deshizo, su ser astral estall. Pero en ese breve instante en que falleca, su aura lleg hasta aquel objeto. Partiendo de
sus gemas, el fluido astral de Taigo se expandi abarcando su mundo, y en l se fundieron los de los dems. Toda la materia astral se colaps sobre el lumen. El tiempo
se detuvo.
Y un Dios surgi.

EPILOGO


En la cabina del airbus son la voz del comandante anunciando el inminente aterrizaje. Haba sido un vuelo muy largo y los pasajeros aplaudieron la noticia. Todos
lo hicieron excepto uno que, con ojos apasionados, intent atraer la atencin de quien hasta ahora le haba hecho de narrador:
-Y qu pas entonces? Qu pas?!
El aludido termin de engullir un canap de salmn y queso. Entrecerr los ojos de placer al regarlo todo con vino dulce. Luego contest:
-Dgamelo usted.
-Cmo?
-Dgame, qu podra haber pasado? Naci un nuevo Dios o despert aqul que ya exista? Si fue as, pudo liberarse de su maldicin o Tenkar se equivocaba? Al
menos dgame un final posible.
-Pero entonces no ha terminado an su novela?
-Me temo que no. Se me han ocurrido diferentes desenlaces, pero ninguno me atrae demasiado.
-Yo pensaba que ustedes los escritores empezaban sus historias a partir del final.
-No necesariamente. Por ejemplo ha estado usted entretenido?
-S hombre, s pero
-Pues entonces el relato ha cumplido su objetivo.
-Ya, ya. Pero me deja un mal sabor de boca eso de que no tenga final.
-Bueno, es que an no lo he descubierto.
El pasajero le lanz una mirada inquisitiva.
-Quiero decir que an no he encontrado uno que me guste. De todas formas Estos canaps estn buensimos! -Dijo mientras daba otro bocado-. De todas
formas tengo que elegir uno pronto. La novela tiene que salir antes de Mayo. El ttulo ser El secreto de los cielos, y si est verdaderamente interesado no tiene ms
que buscarlo en internet.
-Vale. Lo har. Me tendr en vilo hasta entonces.
Apareci una azafata para recordar el uso de los cinturones. Ambos se los abrocharon y comprobaron por la ventanilla cmo se extendan los flaps. El novelista
mir con disgusto el carrito que se llevaba los aperitivos.
-Sabe? Si no fuera porque ha puesto usted la trama en un entorno fantstico, yo dira que el mundo ha estado buscndose la catstrofe desde que naci.
El novelista arque las cejas con inters.
-S, s. Basta repasar la Historia. Est llena de batallas. Fjese en el Medievo por ejemplo. Cuntos murieron entre la peste y las guerras? Quizs exista algn
Tenkar en este mundo deseando destruirlo.
-Cree que podra existir un ser as?
-No un personaje como el de su novela. Sino una especie de espritu. Una conciencia colectiva. Quizs slo sea el lado oscuro del ser humano, pero tomado de
forma general. Ya me entiende.
-Creo que s le entiendo. El mal -dijo con una leve sonrisa-. Pero no creo que las guerras medievales pudieran acercarse siquiera al fin de la humanidad.
-Hummm. Es posible. Sabe? Esa otra idea, la del Dios dividido y condenado en sus criaturas, resulta sugerente. Explicara bastantes cosas.
-Quin sabe. Lo mismo esta historia ocurri alguna vez.
-No entiendo. Quiere decir antes de ahora?
-S, claro. Si alguna vez Dios volvi a integrarse quin sabe qu pudo hacer?
-Pero si Tenkar tena razn, entonces estara deseando librarse de su crcel mundana. Vamos, que este mundo no volvera a existir.
-Quin sabe lo que pasa por la mente de un Dios?
-Bueno, si es la unin de todas nuestras voluntades, est claro que no deseamos sufrir.
-A lo mejor existe un premio, algo que no sabemos o no podemos comprender hasta que dejamos de vivir.
-Bah! No me gusta esa lgica. Con esas razones basadas en en lo lo inasible, todas las religiones justifican las miserias del mundo. Me gusta confiar en mi
inteligencia, quiz no alcance para derrotar a una supercomputadora al ajedrez, pero s para comprender las reglas del juego, y las reglas del juego de la vida son injustas,
no hace falta ser un Dios para comprender eso.
-Ya entiendo por qu te gusta el argumento de este relato.
-Claro. Es una explicacin coherente.
-Y si fueras Tenkar Lo haras?
-El qu?
-Destruir a la humanidad.
-Uff!! Difcil cuestin. Tendra que estar muy seguro.
-Si lo estuvieras. Lo haras?
El pasajero percibi en la mirada de aquellos ojos verdes una intensidad especial. Como si de su respuesta dependise mucho ms que satisfacer la mera curiosidad.
Se tom su tiempo en responder.
-Hummm. Sabra que tendra que hacerlo, pero dudo de que fuera capaz.
Mientras el avin tomaba tierra, el novelista divag. Guerras medievales? Ridculo. En cambio la crisis de los misiles s que haba estado cerca. Muy cerca.
Al recordar aquella historia le sorprendi lo bien que recordaba su vida anterior. Todo lo que le era posible de aquellos mil aos. La batalla en cambio supona un
punto y aparte. No recordaba haber muerto en el viejo mundo. Ni siquiera estaba seguro de haber nacido en el nuevo. La laguna mental desapareca con un primer
recuerdo de s mismo, ya adulto, andando sobre un lugar llamado Mohenjo-Daro, haca varios milenios.
Habra sido al fin el Divino invocado por el lumen? Habran sido todos alguna vez un nico ser? De ser as, qu habran decidido?
Una vez so algo extrao. Volva a pasear con Elidara, sobre un prado de flores, y se encontraban con Azuara, su hija pequea y Taigo, que le sonrea sin rencor.
Dragn volva a ser humano, y Lintor, con su mano recuperada, desposaba a Nadima en un banquete real, el banquete que prometi la reina. Era un mundo perfecto, sin
sufrimiento, retocado por las almas que desearon quedarse con el poder de un dios al fin libre. Era un sueo o un recuerdo? Pareca demasiado perfecto para ser un
recuerdo, y estaba demasiado lleno de vvidos detalles para ser slo un sueo.
Sea como fuere, la respuesta era aquel mundo en el que se encontraba ahora, grande, distinto, y la terrible cuestin de por qu otra vez. Otro castigo para el
Divino? O para l? Pudiera ser, pero lo dudaba. Quizs algunas almas vieron algo valioso en el mundo del dolor. Quizs era l el encargado de cerrar esta nueva era. Ni
idea. Las nicas verdades a las que al final poda agarrarse eran aquellas que tena prendidas del alma. Y esas slo le dejaban un camino a seguir.
S, a punto haba estado de lograrlo con la crisis de los misiles, pero no hubo suerte. El mundo siempre haba sido demasiado grande para l y su objetivo. Sin
embargo ahora la tecnologa le ofreca nuevas posibilidades.
De nuevo, tena mucho trabajo por hacer

MAPA OCCIDENTAL



MAPA ORIENTAL


Personajes Relevantes

AZDAMUR: Antiguo rey de Lucina.
Azuara: Oficial kaiya de Silkara a las rdenes de Minios.
Benetas: Valido de Vairo, rey de Tamaria.
Chaoro: o El Peregrino. Aspirante a Eremita en Druna.
Hardiamo: General del Imperio.
Dakil: Hermano de Moula.
Lintor: Heredero del trono de Tamaria.
Lusto: Oficial de la Guardia Imperial con funciones de espionaje.
Minios: General kainum.
Moula: Mximo pontfice de los ermitales.
Nadima: Heredera al trono de Lucinia.
Naudral: Seor de Onotama, lder natural de la faccin ms centralista y conservadora de la nobleza imperial.
Raimano: Nombre falso atribuido al oficial luo de los Pantanos Negros.
Sanjo: Padre adoptivo y maestro de Taigo. Buen mdico.
Saagua: Druida amigo de Dakil
Tenkar: Mesas del pueblo rucaina.
Taigo: Aprendiz de Sanjo.
Tifern: Capitn Kaiya amigo de Minios.
Vairo: Padre de Lintor, rey de Lucinia.
Zonzama: Rucaina desertor.

Trminos de inters

Akai: Humanos sin aptitudes mgicas.
lumen: Artilugio mgico capaz de concentrar un poder en principio ilimitado.
Caballeros del Espectro: Orden monstica guerrera dedicada a exterminar a un determinado ser.
Dcuatil: Gemas predecesoras del lumen
Kainum: miembro de la orden homnima, constituida por magos sujetos a sus votos y beneficiados con sus avanzados conocimientos en la magia.
Kaiya: Kainum especializado en artes militares e integrantes de los cuerpos de seguridad de la orden.
Nicso: Kainum poseedor de gemas. Los nicsos conforman la casta dominante de Silkara por el poder de sus gemas.
Rucaina: Magos herederos de los Kainum que desertaron de la orden en el origen de las guerras arcanas.

NDICE

PREFACIO.. 5
CAPTULO I: LOS PANTANOS NEGROS 10
CAPTULO II: Los ltimos kainum 35
CAPTULO III: Los Soberanos 104
CAPTULO IV: La profeca 129
CAPTULO V: La insurreccin 163
CAPTULO VI: El viaje. 194
CAPTULO VII: La Cumbre 221
CAPTULO VIII: El traidor 263
CAPTULO IX: Buscando al Divino 299
CAPTULO X: La Pancomunin 348
CAPTULO XI: La ltima batalla 383
EPILOGO.. 410

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