Gambito de Caballo - William Faulkner
Gambito de Caballo - William Faulkner
Gambito de Caballo - William Faulkner
Humo
El
otro
mellizo,
Virginius,
permaneci en la propiedad, cultivando
las tierras a las cuales su padre nunca
haba hecho justicia mientras vivi. Se
deca, en verdad, que el viejo Anse,
viniera de donde viniese y como quiera
que hubiese sido educado, no lo haba
sido para agricultor. En vista de ello,
solamos decirnos, convencidos de estar
en lo cierto: sa es la dificultad entre
l y el joven Anse: ver a su padre
maltratar la tierra que su madre haba
destinado para l y Virginius. Pero
Virginius se qued. Sin embargo, no
poda pasar una vida muy agradable.
Ms tarde comentamos que Virginius
sus
rostros
morenos,
aquilinos,
idnticos, los brazos cruzados en gestos
idnticos.
Afirma usted que el asesino del
Juez Dukinfield est presente?
pregunt el presidente del jurado.
El fiscal del distrito mir a todos los
rostros que lo contemplaban.
Estoy dispuesto a afirmar ms que
eso dijo.
Afirmar? repiti Anselm, el
mellizo ms joven. Estaba sentado solo,
en un extremo del banco, con toda la
extensin de ste entre l y su hermano,
a quien no haba dirigido la palabra en
quince aos, mientras observaba a
Nuevamente lo interrumpi el
presidente del jurado. Nosotros lo
habamos escuchado en el mayor
silencio, pero creo que todos
convenamos en que una cosa era
mantener desorientado al asesino, y otra
a nosotros y al jurado.
Debi
hacer
todas
esas
indagaciones antes de convocarnos
dijo el presidente. Aun cuando se
trate de pruebas, para qu sirven si no
capturamos al asesino? Estn muy bien
las conjeturas, pero
Bien
dijo
Stevens.
Permtanme hacer otras ms, y si ven
que no estoy avanzando, me lo dirn y
tranquilo,
especulativo,
casi
un
murmullo.
Alguien trat de impedir que
viniese aqu con el automvil, ese
vehculo tan grande, que cualquiera que
lo viese una vez lo recordara y
reconocera. Tal vez ese alguien intent
prohibirle que viniese en el automvil y
lo amenaz. Slo que el hombre de la
ciudad a quien el doctor West vendi
los cigarrillos no era persona de
soportar amenazas.
Y al decir alguien, se refiere usted
a m dijo Virginius. No se movi, ni
volvi la cabeza, ni desvi la mirada,
fija en el rostro de Stevens. Pero
que se reir de m.
Su rostro estaba muy serio, y
tambin el de Stevens. Pero haba en los
ojos de este ltimo algo vivaz, alerta;
nada de burla, en cambio.
Eso fue hace una semana
prosigui diciendo Virge. Si usted
hubiera abierto la caja para ver si el
humo estaba todava dentro, el humo se
habra escapado. Y de no haber habido
humo en la caja, Granby no se habra
delatado; y eso fue hace una semana.
Cmo saba que habra humo dentro de
la caja?
No lo saba dijo Stevens. Lo
dijo con voz rpida, animada, alegre,
Monje
porque
habra
tenido
amplias
oportunidades para ello. Y ahora haba
asesinado al hombre que lo haba
amparado y, lo comprendiera Monje o
no, lo haba salvado del infierno de la
vida en la crcel; al hombre, sobre el
cual haba volcado toda su fidelidad
perruna y su devocin, y por quien, una
semana atrs, rechaz el indulto. La
razn que tena era que deseaba volver
al mundo de los libres para trabajar la
tierra. Y este cambio se haba operado
en una semana, luego de haber
permanecido durante cinco aos ms
alejado y aislado del mundo que
cualquier monja. S, aceptemos que sta
mintiendo?
Ah! Cmo lo sabr si no lo
intenta? Ambos se miraron. Dice to
Gavin que Terril baj la vista; tena una
mano extendida, y l, to Gavin, vio
cmo los nudillos palidecan lentamente
cuando Terril la cerr.
Aparentemente no hay otro camino
dijo. No hay otro y levantando la
vista, grit, sin elevar la voz ms que la
vez anterior: Pero si llega a votar
contra m y algn da salgo de aqu
Comprende? Cuidado!
Es una amenaza? dijo to
Gavin. Usted, parado ah, con su
uniforme a rayas, esa pared detrs y un
No dijo to Gavin. No
podra.
Con estas palabras se retir. Era
media maana y haca calor, pero
emprendi el regreso a Jefferson
inmediatamente, cabalgando a travs de
la tierra generosa, saturada de calor:
entre el algodn y el trigo, sobre las
tierras de Dios, inmemorialmente
fecundas e indmitas, que sobrevivan a
toda la corrupcin y la injusticia. Y me
dijo ms tarde que estaba contento de
que hiciera calor; contento de sudar, de
sudar hasta eliminar de su ser el olor y
el gusto del lugar en que haba estado.
I
Los dos hombres siguieron el
sendero que corra entre el ro y la
espesa cortina de cipreses, caaverales,
gomeros y zarzas. Uno de ellos llevaba
una bolsa de arpillera que haba sido
aparentemente lavada y planchada. El
otro era un joven de menos de veinte
aos, a juzgar por su rostro. El ro
estaba bajo, con el nivel propio de
mediados de julio.
Tendra que haber estado
pescando, con este nivel de agua
observ el joven.
Siempre que quisiera pescar en
este momento repuso el mayor. l y
Joe tienden la lnea slo cuando Lonnie
tiene ganas, no cuando los peces pican.
De todos modos estarn junto a la
lnea dijo el joven. No creo que a
Lonnie le importe quin los retire.
A corta distancia el suelo se elevaba
ligeramente, formando una punta que se
proyectaba, casi como una pennsula.
Sobre ella haba una choza cnica, de
techo puntiagudo, hecha en parte con
II
Indagacin? pregunt Stevens.
Lonnie Grinnup. El mdico
al grupo rezongando.
Bueno, muchachos. Abran paso.
Con los otros, Stevens sali al aire
libre, al calor de la tarde. Haba ahora
un carro muy cerca de la puerta, que no
haba estado all antes. La puerta trasera
estaba baja, el piso cubierto de paja, y
Stevens permaneci descubierto como
todos, contemplando a los cuatro
hombres salir del molino, cargados con
el bulto envuelto en el acolchado, y
dirigirse al carro. Tres o cuatro se
adelantaron para ayudar, y Stevens se
movi a su vez y toc el hombro del
muchacho; vio nuevamente en el rostro
de ste aquella expresin de asombro
intrigado e incrdulo.
Fuiste a traer el bote antes de
saber que ocurra algo dijo.
Es verdad dijo el muchacho. Al
principio habl tranquilamente. Nad
hasta el bote y luego lo traje remando.
Yo saba que haba algo en esa lnea.
Estaba tirando
Querrs decir que lo trajiste
nadando dijo Stevens.
hacia el fondo de Cmo,
seor?
Que trajiste el bote nadando.
Nadaste hasta l, lo asiste y lo trajiste
nadando.
No, seor! Lo traje remando.
III
No dijo Stevens.
Estaba en Mottstown, capital del
distrito de Okatoba, aquella tarde. Y
aunque era domingo, y aunque no saba,
tranquilos.
De modo que hay otros, adems de
m, pens Stevens, recordando cun a
menudo, casi siempre, hay en los negros
un instinto, no para el mal, sino para
intuirlo inmediatamente cuando est
cerca. Volvi al automvil, apag los
faros y sac su linterna del asiento.
Encontr el camin. Bajo el tenue
haz de luz ley una vez ms el nmero
de la patente que vio alejarse nueve das
atrs colina abajo. Apag la linterna y la
guard en el bolsillo.
Veinte minutos ms tarde advirti
que no debi haberse preocupado por la
luz. Estaba en el sendero, entre la negra
Atrs,
Gavin!
grit
Ballenbaugh.
Retrocede t, Tyler dijo
Stevens. Has llegado tarde.
El joven se enderez. Stevens
advirti que lo haba reconocido.
Pero, por! exclam.
No hay salida, Gavin? dijo
Ballenbaugh. Dime la verdad.
Creo que no. Baja esa pistola.
Quin ms est contigo?
Los suficientes. Baja esa pistola,
Tyler.
Miente! dijo el ms joven.
Empez a moverse. Stevens vio que sus
ojos se dirigan hacia la puerta a sus
luego ces.
Al principio Stevens no comprendi
la intencin de Ballenbaugh. Vio que se
volva hacia su hermano, con la mano
extendida, hablndole con un tono
severo:
ste es el fin del escndalo. Lo
tem desde la noche que llegaste a casa y
me lo dijiste. Deb criarte mejor, pero
no lo hice. Ven. Decdete de una vez.
Cuidado, Tyler! No hagas eso!
No intervengas, Gavin. Si quieres
una vida por una vida, la tendrs.
Segua mirando a su hermano, sin
reparar siquiera en Stevens. Ven.
Tmala y acaba de una vez.
IV
Estaba sentado en el corredor con su
aseado vendaje quirrgico, despus de
la comida, cuando lleg el sheriff por el
sendero del jardn: era un hombre muy
alto, agradable, afable, con ojos ms
plidos, ms fros y ms inexpresivos
aun que los de Tyler Ballenbaugh.
No llevar ms de unos minutos
dijo. De lo contrario, no te habra
molestado.
Cmo,
molestarme?
dijo
Stevens.
Maana
duodcimo
miembro
el
que
malograra su defensa, agricultor
tambin; un hombre de cabellos grises y
escasos; delgado, menudo, con ese
aspecto endeble, desgastado y a la vez
indestructible de los habitantes de las
colinas, que envejecen en apariencia a
los cincuenta aos y que a la larga, sin
embargo, se vuelven invencibles contra
el tiempo.
La voz del to Gavin era tranquila,
casi montona, sin tono declamatorio,
como corresponda esperar en un juicio
criminal, aunque su vocabulario, en
cierto modo, se diferenciaba del que
empleara algunos aos ms tarde. No
encarg:
Di a tu madre que tal vez no
volvamos hasta maana, y que le
prometo no dejar que te peguen un tiro,
ni que te muerda una vbora, ni que te
emborrachen con refrescos Tengo que
averiguar algo.
El automvil avanzaba velozmente
por la carretera del nordeste; to Gavin
tena los ojos brillantes de expectativa,
fijos y ansiosos, pero sin mostrar
desconcierto.
Naci, creci y vivi toda su vida
observ to Gavin en el extremo
del distrito, a treinta millas de
Frenchmans Bend. Afirm bajo
personales.
Mam es quien sabe ms que yo
de este asunto dijo Pruitt. Vengan al
corredor.
Lo seguimos al corredor, donde una
seora de cierta edad, gruesa y de
cabellos blancos, con una capota contra
el sol y vestido de percal y delantal muy
limpios, estaba sentada en un silln de
hamaca desgranando arvejas, dentro de
un recipiente de madera.
El abogado Stevens le dijo
Pruitt. El hijo del capitn Stevens, del
pueblo. Quiere saber acerca de Jackson
Fentry.
Nos sentamos tambin, mientras nos
momento
a
otro
dijo.
Aparentemente ha pasado algo agreg
parpadeando
rpidamente.
Ese
Fentry!
S dijo to Gavin. Por qu
no me lo dijo?
No lo advert yo mismo repuso
Quick, hasta que o comentar que el
veredicto del jurado dependa de un
hombre, y entonces asoci los apellidos.
Nombres? Qu nom? No
importa. Cunteme todo.
Nos sentamos en el corredor del
almacn, cerrado y desierto, mientras
las cigarras chirriaban y se agitaban en
los rboles y las lucirnagas titilaban y
golpear
hasta
la
inconsciencia
peridicamente, por medios deshonestos
y aun honestos, alguna vez, segn la
ocasin, rean cada vez que se detena a
tomar aliento. Por casualidad yo mir
hacia el camino, y all estaba Fentry en
su mula. Estaba inmvil, con el polvo de
treinta millas endurecido sobre el sudor
del animal, contemplando a Thorpe; por
fin se volvi y se alej nuevamente, en
direccin a las colinas, de donde nunca
debi haber salido. Salvo que quizs sea
como ha dicho esa persona, que no es
posible protegerse contra el amor y el
rayo. A la sazn yo no advert nada. No
haba asociado los nombres. Saba que
Memphis.
Y
cada
familia
norteamericana tendra su automvil.
bamos a gran velocidad.
Naturalmente que no murmur
to Gavin. Los humildes e invencibles
de la tierra: soportar, y soportar y
soportar una vez ms, maana, y
maana, y maana. Naturalmente, no iba
a votar por la libertad de Bookwright.
Yo habra votado dije. Lo
habra puesto en libertad, porque Buck
Thorpe era malo. Buck
No. No lo habras hecho dijo
to Gavin, y apoy una mano sobre mi
rodilla, a pesar de que marchbamos
velozmente, el haz de luz amarilla sobre
nunca. Nunca.
Un error de qumica
suegro, dijo:
Ya la he llevado a la casa, de
modo que no pierdan el aliento
dicindome que no deb tocarla hasta
que llegasen ustedes.
Hizo bien en levantarla del polvo
dijo el sheriff. Entiendo que fue un
accidente, segn dijo usted.
Entendi mal repuso Flint.
Dije que la mat.
Y eso fue todo.
E l sheriff lo trajo a Jefferson y lo
encerr en el calabozo. Aquella tarde
entr por la puerta lateral en el estudio,
donde to Gavin me estaba asesorando
en la redaccin de un alegato.
da siguiente.
Y eso es todo? dijo to Gavin.
Eso es todo. Porque ahora es
demasiado tarde.
Para qu?
Ha muerto el que no corresponde.
Suele ocurrir coment to
Gavin.
Por ejemplo?
El asunto del pozo de arcilla.
Qu asunto del pozo de arcilla?
Todo el distrito conoca el pozo de
arcilla del viejo Pritchel. En el centro
mismo de su granja haba una formacin
de arcilla, con la cual la gente de las
inmediaciones
fabricaba
cermica
suelo.
No haba odo hablar de esto
dijo to Gavin.
Todos estn enterados en los
alrededores. En realidad podramos
llamarlo la diversin local. Empez
hace seis semanas. Hay tres hombres del
norte que estn tratando de adquirir la
granja del viejo Pritchel para obtener el
pozo de arcilla y fabricar un material
para construir
carreteras, segn
entiendo. La gente se divierte en ver sus
esfuerzos por comprarla. Aparentemente
los forasteros son los nicos en el pas
que ignoran que el viejo Pritchel no
tiene la menor intencin de venderles
temblorosa:
Fuera de mi casa todos! Fuera
de aqu! pero el sheriff no se movi,
ni nosotros, y despus de un momento el
viejo dej de temblar. Todava se
sostena del borde de la mesa.
Deme mi whisky. Sobre el
aparador. Y tres vasos.
El sheriff trajo un viejo botelln de
cristal tallado y tres gruesos vasos, y se
los puso delante. Y cuando el viejo
habl nuevamente, su voz era casi
tranquila, y comprend lo que sintiera
aquella mujer, la tarde en que le ofreci
volver al da siguiente para prepararle
otra comida.
utilizar su talento.
Y esta vez perdi definitivamente
dijo el sheriff.
Estbamos nuevamente en el estudio.
Ms all de la puerta lateral abierta de
par en par, las lucirnagas brillaban y
danzaban, los grillos chirriaban y las
ranas croaban.
Fue esa pliza de seguros. Si el
agente no hubiera venido al pueblo para
ver cmo trataba de disolver el azcar
en el whisky puro, habra cobrado el
cheque, y desaparecido para siempre en
el camin. En lugar de ello, llam al
agente, y luego nos desafi virtualmente
a que lo descubriramos detrs del
maquillaje y la pintura
El otro da dijiste que elimin a
su testigo demasiado pronto dijo to
Gavin. Pero ella no era su testigo. El
testigo que elimin era el que debamos
hallar debajo de ese galpn de forraje.
Testigo de qu? pregunt el
sheriff. Del hecho de que Joel Flint
no exista ya?
En parte. Pero en proporcin
mayor an, el testigo del antiguo crimen:
aqul en que muri el Signor Canova.
Tena intencin de que se descubriese
ese testigo. Por ello no lo enterr, no lo
ocult ms profundamente, mejor. Tan
pronto como alguien lo encontrase, sera
un rato.
Nada repiti to Gavin. No muy
lejos ladr un perro, un perro no muy
grande, y luego una lechuza vol
silbando hasta la morera y comenz a
llorar, quejumbrosa y trmula, y todos
los pequeos seres peludos estaban
ahora en movimiento: ratas de campo,
comadrejas, conejos y zorros, y tambin
los reptiles, que se arrastraban o se
deslizaban en medio de la tierra oscura,
de esa tierra que bajo las estrellas sin
lluvia del esto era simplemente oscura,
no desolada. se es uno de los
motivos por el cual lo hizo.
Un motivo. Cul es el otro?
Gambito de caballo
I
Uno de ellos golpe. Pero la puerta
se abri en medio de los golpes, girando
mientras los nudillos golpeaban, de
modo que los dos visitantes estuvieron
dentro de la habitacin antes de que
Charles y su to levantasen los ojos del
tablero de ajedrez. Y entonces su to, a
su vez, los reconoci.
Su nombre era Harriss. Eran
simplemente.
Correcto en parte dijo su to.
Pero, dejemos eso. Qu puedo
hacer?
Tampoco esper el muchacho esta
vez. Volvindose hacia su hermana, le
dijo:
Es Stevens. Dselo.
Pero ella no habl. Estaba de pie,
vistiendo un traje de noche y un abrigo
de piel que haba costado ms que lo
que cualquier muchacha o seora en
Jefferson y en el distrito de
Yoknapatawpha podan gastar en tales
prendas, mirando al to con aquella
expresin helada, de terror o de temor, o
S
dijo
el
muchacho,
exactamente con el mismo tono de voz
con que se negara a dirigirse al hombre
mayor con algn ttulo de cortesa, o con
la deferencia que mereca su edad. El
sobrino, Charles, vio que el hermano
miraba a su to tambin: el mismo rostro
delicado de su hermana, pero sin
ninguna ternura en los ojos, que
contemplaban al to sin tomarse siquiera
el trabajo de ser duros: aguardaban,
simplemente.
El capitn Gualdres, nuestro
supuesto husped. Queremos que
abandone nuestra casa y tambin el
distrito.
acostarse.
Lo que le sorprenda era su to,
aquel hombre tan locuaz que, sobre todo,
hablaba tanto de cosas que no le
concernan en lo ms mnimo, al punto
de que la suya era verdaderamente una
doble personalidad: la del abogado, la
del fiscal del distrito que caminaba,
respiraba y ocupaba espacio, y la de la
voz charlatana y locuaz, tan charlatana y
locuaz que aparentemente no tena
conexin con la realidad, y que por
momentos daba la impresin a quien lo
escuchaba, de ser no ya ficcin, sino
literatura.
Sin embargo, dos extraos se haban
II
Sin embargo, stas eran las
personas, los fantoches, los muecos de
papel; sta la situacin, el impasse, el
drama alegrico moral, la demostracin
Es el dinero.
Y esta vez tambin el to repiti las
palabras con voz todava brusca,
concisa, dura, si se quiere:
Dinero? Qu le importa el
dinero a ese muchacho? Probablemente
lo aborrece, se enfurece cada vez que se
ve obligado a llevar una buena cantidad
encima cuando desea comprar algo o ir
a alguna parte. Si fuera solamente el
dinero, nunca me hubiera enterado yo de
nada. No hubiera tenido necesidad de
venir aqu, tan abruptamente a las diez
de la noche, primero con un ucase real,
luego con una mentira, y por fin con una
amenaza, todo ello para impedir que su
siempre
sereno.
No
tienes
inconveniente en que me quede
levantado, no?
Seguramente tendrs una partida
mucho ms interesante, jugando solo, y
por lo menos tendrs la experiencia
novedosa de sorprenderte frente a los
errores de tu adversario.
Muy bien, muy bien dijo su to
. Acaso no te dije ya touch? Por lo
menos distribuye las piezas en el
tablero, vayas a usarlas o no.
Eso es todo lo que supo, entonces.
Ni siquiera sospech algo ms. Pero se
enter rpidamente, o bien lo advirti.
Esta vez oyeron primero los pasos, el
No.
La muchacha se inclin y dej la
colilla del cigarrillo en el cenicero, con
tanto cuidado como si fuese un huevo, o
tal vez una cpsula de nitroglicerina, y
se sent nuevamente, pero sus manos no
estaban ahora apretadas sino que yacan
abiertas sobre su regazo.
Muy bien dijo. Tema esto.
Yo le dije yo saba que usted no
quedara satisfecho. Es una mujer.
Ah! dijo el to.
Yo pens que usted lo descubrira
dijo ella, y su voz cambi
nuevamente, por tercera vez desde que
entrara en la habitacin, no haca an
Basta! Basta!
Pero la otra ya se haba movido,
golpeando el rostro de la muchacha de
Harriss, golpeando el cigarrillo y la
mano que lo sostena, golpendolo con
la mano abierta, y la muchacha de
Harriss se sacudi en el asiento y luego
se qued inmvil con el cigarrillo
quebrado entre los dedos, y un rasguo
largo y delgado en la mejilla; y por
ltimo el anillo, un solitario de gran
tamao, se desliz con un fulgor sobre
su abrigo hasta llegar al suelo.
La muchacha de Harriss contempl
su cigarrillo un instante. Luego al to:
Me peg! dijo.
escenas.
Siempre tratamos de evitar el
derramamiento de sangre murmur el
to.
Derramamiento de sangre
repiti ella. Y entonces olvid su rostro
y la cajita de platino, y desaparecieron
instantneamente
su
aparente
despreocupacin y su impertinencia, y
cuando mir al to, el terror y la
aprensin estaban en sus ojos
nuevamente. Y Charles intuy que,
cualquiera que fueran sus opiniones y
las de su to acerca de las intenciones de
su hermano, ella por lo menos no tena
ninguna duda.
Su pauelo. Se lo lav.
Ah! exclam el to, y la
muchacha de Harriss dijo:
No servir de nada hablar con l.
Usted lo intent una vez, no lo olvide.
No lo recuerdo dijo el to.
No recuerdo haber odo nada, salvo su
voz. Pero tiene razn en cuanto a
hablarle. Tengo una idea de que todo
este asunto comenz porque alguien
habl demasiado.
Pero ella no prestaba atencin.
Y nunca conseguiremos que
vuelva aqu. De modo que usted tendr
que ir all
Buenas noches dijo el to.
Ella no escuchaba.
por la maana, antes de que
pueda levantarse e ir a alguna parte. Yo
le telefonear por la maana, cuando sea
la hora ms oportuna
Buenas noches repiti l.
Se fueron, atravesando la puerta de
la salita, y dejndola abierta,
naturalmente; es decir, la muchacha de
Harriss la dej abierta, pero cuando el
to de Charles fue a cerrarla, la
muchacha de Cayley se haba vuelto a
medias para hacerlo, hasta que advirti
que l estaba ya all. Pero cuando
Charles iba a cerrarla, su to le dijo:
Espera!
III
Y all qued todo. Charles subi a
su habitacin. Se acost, luego de
quitarse el uniforme de aspirante, de
pelarse la cscara, como decan en el
Cuerpo. Era jueves, y el batalln
siempre haca sus ejercicios militares
los jueves. Y este ao era no slo
teniente coronel en el cuerpo de cadetes,
sino que adems nadie dejaba de asistir
a la instruccin militar, porque, a pesar
de ser la Academia una escuela
preparatoria, simplemente un liceo
militar, tena las calificaciones ms altas
del pas entre las instituciones
inconmensurables profundidades de
Rusia, como avanza un estropajo
empapado en agua sucia por el piso de
una cocina. S, su uniforme de sarga de
color pardo era igual al que llevaban los
verdaderos oficiales, pero sin las
autnticas jinetas, sino, en lugar de ellas,
los distintivos de color azul claro de los
cuerpos de adiestramiento de reserva,
que recordaban los de las sociedades
fraternales universitarias, y las inocentes
insignias sin pasado, idnticas a las que
se suele ver en los hombros de un
portero de hotel elegante o del director
de una banda de circo, divorcindolo as
ms an del dominio del valor y del
diecisis.
Si pudiese llegar a Inglaterra de
algn modo, me aceptaran, no? le
dijo entonces.
Diecisis aos demasiado
joven. Y llegar a Inglaterra es un poco
difcil ahora.
Pero me aceptaran si lograse
llegar, no? insisti.
S dijo el capitn Warren.
Pero, mira: hay mucho tiempo. Habr
bastante para todos, y para ms de
nosotros, antes de que esto termine. Por
qu no esperar?
Y
Charles
esper.
Esper
demasiado. Poda repetirse a s mismo
cursos inferiores.
Y eso era todo, aun despus que
hubo visto el caballo. Estaba dentro de
un camin especial cubierto de barro,
detenido en un callejn detrs de la
plaza, cuando pas por all al salir de la
escuela; y haba una media docena de
hombres contemplndolo desde una
distancia decididamente respetuosa, y
slo ms tarde advirti que el caballo
estaba atado en el interior del camin,
no con sogas, sino con cadenas de acero,
como si se tratase de un len o de un
elefante. En realidad, no haba mirado
bien el camin hasta entonces. Ni haba
llegado an a afirmar esto, aceptando
maldiciendo y gritando.
Cerraste la puerta de la oficina?
pregunt su to.
S, to.
Pues vamos a casa a comer dijo
. Durante el trayecto nos detendremos
en la oficina de correos y telgrafos.
Se detuvieron all, y Charles envi
el telegrama a Mr. Markley, exactamente
como lo redactara su to:
Est ahora Greenbury. Recurre
polica por solicitud Jefe Jefferson
caso necesario.
Luego sali y alcanz a su to en la
esquina siguiente.
Por qu la polica, ahora? dijo
que
Y de pronto call, y la pipa qued
inmvil antes de llegar a la boca,
mientras la mano que la sostena tambin
quedaba inmvil en el aire. Charles
haba visto esto antes, y durante un
instante le pareci que lo vea una vez
ms: el instante durante el cual los ojos
de su to no lo vean, mientras detrs de
ellos se delineaba ya con un resplandor
de enojo la frase concisa, irnica, fcil,
a menudo de menos de dos palabras, con
que lo obligara a salir precipitadamente
de la habitacin.
Bueno dijo su to. Qu
caballo?
momento si se necesita o si se ha de
necesitar algn da. Quizs su error
haba residido en tener tratos con un
abogado. De todos modos, segua
tomando cursos de castellano; haba
ledo el Don Quijote, era capaz de
entender la lectura de la mayora de los
diarios mejicanos y sudamericanos y
haba comenzado a leer el Cid. Pero
aquello haba ocurrido el ao anterior,
en 1940, y su to le haba dicho: Pero
por qu? Debe de ser ms sencillo que
el Quijote, porque el Cid trata de
hroes. A pesar de ello no podra
haber explicado a nadie, y menos an a
un hombre de cincuenta aos, aun
tocndolo
ligeramente
y
hasta
magullndolo levemente, pero nada ms.
Una apuesta, entonces dijo su
to.
El capitn Gualdres no se movi.
Un pedido, si usted quiere dijo
su to.
El capitn Gualdres no se movi.
Un favor personal para m.
Ah! dijo entonces el capitn
Gualdres. Pero ni an entonces se
movi. Slo aquella interjeccin,
aquella nica palabra que no era
castellana ni tampoco inglesa por ser
igual en todos los idiomas, que l,
Charles, haba odo.
dijiste?
No mucho repuso el to. Le
dije simplemente ese favor. Y
Gualdres
dijo:
Por
el
cual,
naturalmente, debo agradecerle de
antemano. Y yo agregu a mi vez:
Pero en el cual, por supuesto, no cree
usted. Aunque, tambin naturalmente,
desea conocer su precio. Nos pusimos,
pues, de acuerdo en cuanto al precio, y
yo le hice el favor, y eso fue todo.
Pero qu precio? dijo Charles.
Fue una apuesta.
Una apuesta sobre qu?
Sobre su destino. As lo llamaba
l. Porque si en algo le agrada creer a un
IV
Lleg el sbado, y no haba clase:
todo aquel da sin desafos en el cual
podra haberse sentado en la oficina y
presenciado el pequeo resto que
quedaba, el resumen, lo poco que
quedaba. Por lo menos, as lo crea
Charles, quien aun a aquella hora
avanzada de la tarde de diciembre no
conoca su propia capacidad para
sorprenderse y maravillarse.
En realidad, nunca haba credo que
Supongo
que
cuando
Mr.
McCallum llev el caballo y usted
orden ponerlo en la caballeriza del
capitn Gualdres, dijo a los caballerizos
y a los dems negros que el capitn
Gualdres lo haba comprado l mismo y
deseaba que no lo tocara nadie. Lo cual
no les habr costado mucho creer, ya
que el capitn Gualdres haba comprado
antes un caballo que no dejaba que nadie
tocase.
Max no repuso, en la misma forma
en que no respondiera la otra noche,
cuando el to de Charles mencion que
no se haba enrolado para la
conscripcin. No haba siquiera desdn
apresure.
No tiene importancia dijo el
capitn Gualdres. No necesita
apurarme, no necesita desear poder
apurarme siquiera.
Se fueron en seguida, atravesando la
antesala. Charles y su to oyeron
cerrarse la puerta exterior, y luego los
vieron pasar frente a la ventana del
corredor, en direccin a la escalera. El
to sac del bolsillo del chaleco el
pesado reloj con la cadena y la insignia
de oro suspendida de ella, y lo coloc
sobre el escritorio.
Cinco minutos dijo el to. Que
era todo lo que necesitaba Charles para
estacionado ya el automvil en el
sendero desierto, demasiado ancho,
demasiado liso, demasiado limpio y
rastrillado, aun para una camioneta rural
y un convertible o dos y una limousine y
algn otro vehculo para el servicio
domstico. Su to no esper ni un
instante, sino que baj con rapidez del
automvil y camin hacia la casa
mientras l, Charles, deca:
Yo no tengo necesidad de entrar,
no?
No crees que has ido demasiado
lejos para abandonar ahora? dijo su
to.
Charles baj entonces y sigui a su
V
Aquello ocurri el sbado. El da
siguiente era el 7 de diciembre. Pero aun
antes de salir de su casa, saba que los
escaparates de las tiendas estaban
relucientes de juguetes, papel plateado y
Su to lo mir.
No te agrada la coincidencia?
dijo.
Me encanta. Es una de las cosas
ms importantes en la vida. Como la
virginidad. Slo que, como la
virginidad, tiene valor slo una vez.
Pienso conservar la ma un tiempo,
todava.
Su to lo mir, desconcertante,
fantstico, grave.
Muy bien dijo por fin.
Prueba lo siguiente. Una calle. En Pars.
A unos pocos pasos del Bois de
Boulogne, de nomenclatura tan reciente
que su nombre no es ms antiguo que las
Yo le contest correctamente, a mi
vez. Le dije: Buenas tardes, Mrs.
Harriss. Ests satisfecho?
S dijo Charles.
Era hora de partir. El jefe de
estacin toc su silbato. Mr.
McWilliams no grit ni una vez:
Vamos, muchacho, si piensas venir con
nosotros, como lo habra hecho cinco
aos o aun cinco meses atrs. Slo los
dos chorros impacientes de vapor. Y
todo ello debido, simplemente, al
uniforme que Charles llevaba; debido a
aquel uniforme sin uso que vesta, un
hombre cuyo hbito era hablar en forma
continuada y que no habra advertido
contempornea.
Nacido en el Sur de los Estados
Unidos, Faulkner no lleg a acabar los
estudios y luch en la I Guerra Mundial
como piloto de la RAF. Como veterano
tuvo la oportunidad de entrar en la
universidad pero al poco tiempo decidi
dedicarse por completo a la literatura.
Tras cambiar habitualmente de
trabajo, Faulkner public su antologa
de cuentos La paga de los soldados
(1926) tras encontrar cierta estabilidad
econmica como periodista en Nueva
Orleans. Poco despus comenzara a
publicar sus primeras novelas en las que
reflej ese Sur que tan bien conoca, El