Teorías de La Vida-RECIO
Teorías de La Vida-RECIO
Teorías de La Vida-RECIO
TEORAS
DE LA VIDA
Jo s L u is G onzlez; R ecio
sntesis^
A
ndice
Prlogo .......................................................................................
11
17
19
41
48
64
84
.........................................................................
99
99
Teoras de la vida
2 .2 . L a tradicin herm tica en O riente y O c c id e n te .....................
2 .2 .1 . L a T abla de E sm eralda, 107. 2 .2 .2 . In iciad os euro
peos, 109.
2 .3 . La filosofa qum ica de la naturaleza: P a ra c e lso ......................
2 .3 .1 . L a agnica va de la lgica y la m atem tica, 115. 2 .3 .2 .
Q um ica, m stica y lenguaje privado, 118.
2 .4 . H istorias naturales, bestiarios y herbarios ................................
2 .5 . El m dico del E m p erad or .............................................................
2 .5 .1 . C ontra los usos en los teatros anatm icos, 128. 2 .5 .2 .
Los ensueos de la observacin, 131.
104
113
123
127
135
.................................................................
189
Indice
4 .3 . El C aballero de L a m a r c k ................................................................ 215
4 .4 . C harles D arw in : descendencia con m odificacin, seleccin
natural y d iv e rg e n c ia ....................................................................... 2 3 2
4 .4 .1 . G alera de notables Victorianos, 232. 4 .4 .2 . 18 37-1858:
la bsqueda en la som bra, 2 4 6 . 4 .4 .3 . El origen de las espe
cies, 2 6 0 . 4 .4 .4 . Seleccin a rtificial, 2 60. 4 .4 .5 . Variacin
en la n atu raleza, 2 6 2 . 4 .4 .6 . L a lucha p o r la existencia, la
seleccin sex u al y el relojero ciego, 2 6 4 . 4 .4 .7 . Los enojosos
silencios de la estratigrafa, 2 7 9 . 4 .4 .8 . D ificu ltades y refor
m as en el p rogram a darw iniano, 2 8 0 .
B ib lio g r a f a ...........................................................................................................
291
Prlogo
Il
Teoras de la vida
otras. Las especies de cierto perodo podran haberse visto sustituidas por espe
cies nuevas, pero en ese caso el tiem po hubiera m arcado sim plem ente un orden
correlativo y no hubiera actuado com o condicin de una autntica dinm ica
transform adora. E n el contexto cultural al que pertenece el evolucionism o darw iniano, la pregunta que exiga respuesta era la de si haba existido una verda
dera transm utacin. D arw in contest afirm ativam ente a esa pregunta y acep
t un com prom iso terico firme con el supuesto de que la organizacin biolgica
era organizacin en el tiem po, ligada al tiem po, som etida al tiem po.
La poca en que la anatom a com parada y la fisiologa quisieron ser depen
dientes de un orden ledo sobre las relaciones espaciales em pezaba a q uedar
atrs. Pero la filosofa m ecnica, en efecto, haba guiado los pasos de la m or
fologa y la sistem tica durante el siglo XVII y gran parte del XVIII; a la vez que
los principios rectores de la actividad biolgica se haban identificado con las
leyes del m ovim iento. A hora bien, las leyes fsicas, que quedaron constituidas
co m o m od elo h egem n ico en el curso de la R evolu cin C ien tfica, eran en
ltim o trm in o teorem as geo m tricos: p rin cip io s cin em ticos y m ecn icos
con seguidos bajo el supuesto de la perfecta correspondencia entre el espacio
fsico y el espacio de la geom etra euclidiana. El fundam ento del orden n atu
ral era el orden en el espacio, la relacin en el espacio. El tiem po de la m ec
nica quedaba apresado en las fronteras de su conceptuacin geomtrica. C o m o
variable o com o coordenada perm ita la perfecta determ inabilidad del estado
de cualquier sistem a fsico hacia el p asado o hacia el futuro. Sin em bargo, la
relacin que se expresa en cada ley m arca el carcter del tiem po; el tiem po obe
dece a la ecuacin, y no la ecuacin al tiem po. Por ello, no hay reducto de la
naturaleza que escape a los dictados del orden espacial. L a configuracin espa
cial de las form as anatm icas se entenda decisiva, puesto que determ inaba su
funcin. El movimiento fisiolgico haba de ser m ovim iento en el espacio, m ovi
m iento local. L a sistem tica era investigacin de la estructura visible, y el con
tinuo geom trico se haca m anifiesto en la p roxim idad sin lm ite de los rasgos
m orfolgicos. El preform acionism o, en fin, vea a la relacin espacial com o el
prin cipio absoluto de la em briognesis, pues, en realidad, no exista genera
cin de form as: el desarrollo q uedaba convertido en sim ple am pliacin tridi
mensional. Descartes haba conseguido im poner su program a para toda la cien
cia n atural. L a m ateria se resolva en p u ra exten sin y, en co n secu en cia, el
n acim iento de la com plejid ad a partir de porciones de m ateria, sin diferencia
cu alitativa algun a, tena que obedecer a su d isp osicin espacial, a un orden
geom trico. L a organizacin b iolgica era organizacin en el espacio, ligada
al espacio, som etida al espacio.
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Prlogo
E sta nueva on tologa cartesiana p ara el m u n d o corpreo rom pa con un
largusim o perodo presidido p or la sustancializacin de la naturaleza y de la
vida. A s fue, p orq u e el m arco categorial que la n ocin de sustan cia defini
con anterioridad para las ciencias naturales haba ofrecido un a representacin
m uy diferente de los seres anim ados. La ju stificacin del orden en la d in m i
ca terrestre y celeste, pero tam bin en la arquitectura an atm ica de los orga
n ism os o en sus poten cias y facultades repo sab a sobre la eficacia fu ndan te y
ltim a de la sustancia o, precisndolo m s, de las form as sustanciales. Lejos de
la opcin que el m aterialism o habra de hacer, asim ilando el rgim en estruc
tural y funcional de los seres vivos a la distribucin local a la ordenacin espa
cial-, la etapa en que la form a rein com o soporte entitativo prim ario del m un
d o inerte y del m u n d o vivo tran sfera las razones del orden b io l g ico y del
orden del cosm os al universo inm anente de la sustancia, de cada sustancia. L a
form a es el p rin cipio sostenedor, en su especificidad esencial, de la diversidad
taxonm ica, de la regularidad ontogentica y del entero repertorio de las fun
ciones orgnicas. E l alm a -fo rm a del vivien te- no es slo causa de la con for
m acin estructural de los organism os; lo es, no m enos, de las actividades m ara
v illo sam e n te a rtic u lad as que stos realizan . E n la m ecn ica, las causas del
m ovim ien to operarn externam ente al m vil; dentro de la din m ica sustancialista, el m ovim iento fisiolgico hallaba su explicacin sobre todo en las cau
sas form ales y su n tim a proyeccin teleolgica. El principio teleolgico tuvo
un p od er de sed u cci n tan d eterm in an te en este perodo que nos hace pre
guntarnos si no sera adecuado llamarlo m ejor perodo o poca de la finalidad.
N o obstante, su com pen etracin con los p rin cipios form ales, con las form as
sustanciales, fue la que hizo posible el im perio de la filosofa aristotlica de la
naturaleza. L o s fisilogos de Jo n ia, A lcm en de C ro to n a o los m dicos hipocrticos reconocen en la naturaleza un gobiern o teleolgico cuya contextura
no son capaces de desvelar. L a din m ica natural expresaba un orden som eti
do a fines, pero en bu sca de races m etafsicas m s firm es y m ejo r definidas
que las que brin daba la prim itiva idea de naturaleza. A ristteles explica en el
segu n d o libro de la F sica que la naturaleza es fo rm a antes que n in gun a otra
cosa. R epite tam bin en sus tratados biolgicos que la m orfo lo ga es anterior
a la fisiologa, porque la form a es el prin cip io de las actividades vitales. Para
l, la organ izacin b iolgica era organizacin en la form a, ligada a la form a,
som etid a a la form a.
Las p gin as que siguen a esta breve in troduccin analizan algunas de las
teoras de la vida que el pensam iento occidental ha produ cido desde los pita
gricos hasta D arw in . El lector no tiene en sus m anos, sin em bargo, una his-
Teoras de la vida
toria de la biologa. El exam en en detalle de las teoras biolgicas form uladas
entre la sab id u ra p itag rica y el tran sform ism o del siglo X IX ob ligara a un
enfoque m u y diferente del practicado y no perm itira, sin duda, las om isiones
que en el ndice son tan manifiestas: de Digenes de A polonia a M endel, pasan
do por figuras tan sobresalientes com o las de C elso, Servet, C esalpin o, W illis,
Boerhaave, Haller, M ller, Blum enbach, Bichat o H aeckel. Lo que se intenta
en los cuatro captulos que com pon en el libro es algo distinto; lo que se ensa
ya es un recorrido a travs de ese d ilatado trayecto histrico, to m an d o co m o
gua las tres soluciones al problem a de la organizacin que acaban de ser des
critas. L a perspectiva ad o p tad a debe considerarse un a m s entre las m uch as
posibles, pero ha sido elegida porque resulta especialm ente apta para satisfa
cer el principal objetivo que se persigue: explorar ciertos dom in ios de la crea
cin terica donde interactan los elem entos filosficos y cientficos del con o
cimiento biolgico. Franois Jacob, en la clsica y magistral Lgica de lo viviente
(1 9 7 0 ), evala tam bin la conexin de los aspectos cientficos y filosficos de
las teoras de la vida, alcanzando el estado casi actual de la biologa. Sera dif
cil resum ir todo lo que el autor de la presente ob ra ha apren dido leyendo al
gran bilogo francs; si bien, puesto que su form acin es filosfica, ha p rocu
rado subrayar algo m s los problem as filosficos en litigio. D u ran te aproxi
m adam ente veintids siglos -lo s que van del siglo V a. C . al siglo X V II- las teo
ras b io l g icas d ep en d ieron de la im p o rtan c ia co n ced id a no a la estructura
visible prim er epgrafe de la obra de Jaco b , sino a la estructura inteligible, si
cupiera llam arla as. La biologa de la form a, sin agotar las fuentes de inspira
cin on tolgica y terica que fueron m ovilizadas durante tan tos siglos, goz
de un predom inio que se har presente incluso en los trabajos de W illiam H arvey. L o s cap tu los p rim ero y segu n d o centran su aten cin en esta etapa, no
slo relevante p or su duracin, sino im prescin dible para com prender lo que
supuso el advenim iento de las nuevas teoras supeditadas a la ordenacin espa
cial. Se parte en el prim er captulo de la im pron ta holista y finalista que tuvo
la m edicin a griega y del significado que la teora platnica del alm a p u d o ter
m in ar adquiriendo para los vitalism os posteriores. Es A ristteles, pese a ello,
com o naturalista y com o filsofo de la biologa, la figura m s destacada de esta
fase del pensam iento biolgico. E n gran m edida la biologa de la form a es la
biologa de A ristteles, asu m ida luego p or la biom edicin a galnica y conver
tida desde entonces en tesoro doctrinal in m odificado de O ccidente y O rien
te. L a tradicin herm tica -q u e conjugar fuentes de inspiracin tan diversas,
segn se explica en el captulo segundoadquiere su auge definitivo gracias a
que la teora del cam bio sustancial expuesta en el D e generatione aristotlico
14
Prlogo
h a llegado a los alquim istas rabes. El d om in io tcnico de la naturaleza es en
la alq u im ia el dom inio tcnico de la fo rm a o, si se prefiere, el d o m in io de las
tcnicas de tran sm u taci n que estn am p aradas por la teora aristotlica del
cam bio (deform a) sustancial. T odo ello hace que el nuevo vigor alcanzado por
el aristotelism o en el siglo XIII signifique la reaparicin plena de un sistem a de
pensam ien to que, no obstante, se haba m an ten ido vivo y operativo en G ale
no y en la teora alqum ica de la m ateria.
L a erosin del sustancialism o com enz a gestarse, con todo, en ese m ism o
sig lo : tuvo un an u n cio lim itad o y parcial en la filo so fa de la n aturaleza de
G rosseteste y R oger Bacon . Pero la ciencia de la form a em pez a ser interpe
lad a d esp u s p o r la fsica del mpetus y la n ueva a n ato m a en los sig lo s XIV
y XV; vivi an el espejism o de su inalterabilidad pese a la publicacin del D e
revolutionibus de C o p ern ico y el D e fa b rica de Vesalio en el siglo XVI; y perdi
su inigualada influencia secular en la Revolucin Cientfica, cediendo a la filo
sofa geom trica de la naturaleza el lugar de privilegio que haba ocupado des
de la antigedad. Se abra para las teoras de la vida la poca d o m in ad a p o r el
realism o espacial. Al anlisis de esta geom etra biolgica, a la que se entrega
ron D escartes, Borelli, Stenon o Baglivi, entre m uchos otros, y que prevaleci
en la an atom a, la fisio lo ga, la sistem tica o las teoras de la gen eracin, se
d ed ica el cap tu lo tercero. El ltim o cap tu lo se sit a en el nuevo horizonte
contem plado por los bilogos y naturalistas, cuando el papel del tiem po com o
orden en el encadenam iento de los procesos fisiolgicos o com o condicin de
las transform aciones en la filogen ia- em pez a ser percibido con claridad. Los
orgenes y consolidacin de la biologa celular, el avance del program a experi
m en tal en fisiologa y el m ultiform e debate en torno a la tran sm utacin son
sus apartados prim ordiales.
L o dicho h asta aq u debe ser co m p letad o con dos observaciones finales.
L a preponderancia en determ inada etapa histrica de alguna orientacin onto
lgica, m etod olgica o program tica no suele anular las dem s tradiciones de
investigacin rivales -in c lu so en las fases de triunfo ostensible de un proyec
to terico-. Ello es un hecho de sobra co n ocid o, no obstante, por la historia
y la filosofa de la ciencia poskuhn ian as. Y, en segundo lugar, la convivencia
su p e ra en ocasion es la coexisten cia m s o m en os pacfica, para llegar al sin
cretism o. Por volver a la ejem plar obra de Jaco b , la idea de in tegracin y el
m ism o trm ino integrn que viene a resum ir en ella el paisaje conceptual de
la b io lo g a co n te m p o rn e a- tienen ecos in con fun dibles de las voces organicistas que se escucharon en el Liceo.
r5
1
La teora de la vida en la cultura
grecolatina: biologa, medicina
y filosofa
Teoras de la vida
do de un proceso ciego en el que slo se conservan las com b in acion es m ate
riales fo rtu itas que satisfacen un m u tu o requerim ien to (aquellas que poseen
algun a eficacia biolgica, diram os hoy).
Sem ejante im agen naturalista de la vida pronto encontr su contrapunto
en el seno m ism o de la filosofa griega. Si los prim eros ensayos m ecanicistas
vieron la m orfognesis biolgica com o un proceso hijo del tiem po dentro del
cual los anim ales adquiran una conform acin arm oniosa, pero fruto del azar,
en Platn culm ina una idealizacin de la vida que exigir entender com o atemporal to d o lo que gen u in am en te vive; que trasladar el autn tico vivir a un
m b ito no-natural, no-m aterial, n o-sensible. El padre y p rogen ito r del un i
verso decide hacer a ste lo m s sem ejante posible a su m odelo; y, puesto que
el m odelo es un ser viviente eterno ( Timeo, 3 7 d), procura que el m un do sen
sible lo sea tam bin en algn grado. El m un d o ideal es eterno, en efecto, pero
la eternidad no p uede otorgrsele a lo que p o r ser generado tiene un prin ci
pio; p or eso el dios crea cierta im agen m vil de la eternidad: la que llam am os
tiempo {Timeo, 3 7 d -38 c). El universo y las criaturas que en l viven im itan
aqu ella form a de vid a m s elevada, liberada del tiem po, que pertenece a las
realidades inteligibles. Por otra parte, los cuerpos an im ados que hallam os en
el m u n d o que nos rod ea estn con stitu id os segn un p lan co ncebido p o r el
hacedor eterno. N o hay lugar para la actuacin del azar, porque to d o lo que
m anifiesta un orden es produ cto del diseo. Incluso la m utab ilidad o la pre
cariedad on tolgica que caracterizan al universo m aterial han contado con el
concurso de la divin idad con la eficacia de un p rin cipio concertador exter
no, para que los seres que aquel universo acoge nazcan con una organizacin
propia, y la conserven despus.
La tercera estrategia terica que los griegos idearon para enfrentarse al pro
blem a de la din m ica de la naturaleza gir en torno al reconocim iento en ella
de un rgim en teleologico interno. E n los prim eros tericos de la physis en
los prim eros fisilogos-, en la m edicina pitagrica o hipocrtica, y de m anera
m uy especial en la fsica aristotlica, la ju stificacin del orden natural se vin
cul a la existencia de una tram a teleologica considerada inequvoca y ad m i
rable. D ebem os a Aristteles la transform acin del finalism o inarticulado que
presidi las posiciones de sus antecesores en un finalism o de gran depuracin
categorial, m uy sugerente desde el pun to de vista de su capacidad explicativa,
ap o y ad o p o r el registro o b servacion al d isp o n ib le, erigid o felizm ente sobre
im portantes races ontolgicas, y llam ado a tener un enorm e eco en las cien
cias de la vida. L a incorporacin de la filosofa de la naturaleza de A ristteles
a la m edicina de G alen o, en el siglo II d. C ., elev el sustancialism o, el predo-
18
i .i
19
Teoras de la vida
arte de curar se convierte en un a actividad racional, som etid a a firm es co m
prom isos m etodolgicos y tericos, adqu iriendo el carcter de una profesin
altam en te estim ad a y prestigiosa? L an E n tralgo , en su H isto ria de la m edi
cina, sugiere cuatro razones: la viva cu riosid ad del griego ante el espectcu
lo del m u n d o ; el gu sto p o r la expresin verbal de lo ob servado ; la co n cep
cin n atu ralista de la div in idad , y un a creciente actitu d vital liberada de la
religin tradicion al (Lan E n tralgo, 1 9 7 8 : 4 5 ). H a sta que estas cuatro races
se afirm aron con suficiente vigor, la p rctica m d ica slo tuvo un valor pretcnico: fue un a prctica san ad ora b asad a en el uso de los recursos m ed ica
m en tosos, q u ir rgicos y dietticos que brin daron la tradicin y la experien
cia cotidian a, un ido to d o ello a u n a con cepcin m gico-ritual del proceder
del terapeuta.
El ejercicio de la ciruga est recogido en los textos h om ricos, don d e se
relatan los cuidados que se aplican a los hroes picos para curarles las heridas
sufridas en el cam po de batalla: tras serles extrada la flecha o la lanza que les
h a h erido, la zon a d a ad a era lavada, tratad a con drogas calm an tes y fin al
m ente cubierta. El phrm akon, p or su parte, se im aginaba com o un rem edio
que actuaba a travs del hechizo y, p or ello, capaz de restaurar m ilagrosam en
te la salud del cuerpo o del espritu enferm o. L a diettica, por ltim o, englo
baba la prescripcin de bebedizos y alim entos, el em pleo de baos, as com o
la utilizacin de la palabra para tranquilizar al paciente durante las curas. Las
diferentes dolencias son entendidas, en realidad, co m o pertenecientes a tres
posibles orgenes: el traum tico, el am biental y el divino-punitivo. El m dico
griego tena que discernir a cul de estos tres dom in ios perteneca cada pade
cim iento cuan do se d ispon a a tratarlo. Poda despus recurrir a los ensalm os
y encantam ientos, a los remedios naturales o a la com binacin de unos y otros.
D etrs de sem ejantes prcticas existan, sin duda, un co n ju n to de creencias
anatom ofisiolgicas que sirvieron para la interpretacin de las distintas enfer
m edades, y que nacieron de la observacin directa, de los conocim ientos ate
sorados en la ciruga de cam pa a o del exam en de cadveres (Lan Entralgo,
1978: 4 8 -5 0 ). El grado de refinam iento en los conceptos an atm icos que se
em plean en las obras de H o m ero es en algun os m om en tos n otab le, a la vez
que las elem entales nociones fisiolgicas presentes en la Ila d a y la O disea nos
hablan de una preocupacin clara por las funciones orgnicas. Se piensa, por
ejem plo, que la vida del h om bre perdura m ientras el alm a reside en la zona
del diafragm a y el corazn -re g i n que disputar la capitalidad fisiolgica al
cerebro en algunas teoras griegas sobre la vida. Tal es, en sntesis, el pan ora
m a que ofrece la m edicina hom rica.
20
21
Teoras de la vida
nida en el interrogatorio quedaba subordinada a los datos em pricos resultan
tes de la exploracin clnica, pues son los sntom as que se hacen presentes en el
cuerpo los que expresan en prim era instancia la prdida de la salud. E n tercer
lugar, los datos reunidos capacitan al terapeuta para concluir su diagn stico,
m ediante la form ulacin de un a explicacin racional que perm ita entender el
cuadro clnico en su conjunto. El objetivo que dicho diagnstico satisfaca era
doble: conseguir la citada explicacin del m al y establecer un pronstico. Este
ltimo tuvo singular im portancia en la medicina griega y constitua -d ice Lan
una de sus m xim as aspiraciones (1 9 7 8 : 117). N aturalm ente, un pronstico
certero acrecentaba el prestigio del m dico, y posea por ello un significado social
indudable. Pero, adem s, un pronstico correcto haca posible orientar m ejor
el tratam iento. Por si esto fuera poco, no debem os olvidar que el pronstico de
m uerte obligaba a la no intervencin del m dico, con lo que la labor predictiva quedaba vinculada, adem s, a la esfera de lo m oral.
L a teraputica que se aplica en el perodo ya tcnico de la m edicina griega
conserva las dim en sion es farm acoterpica, d iettica y q uirrgica que hem os
encontrado en la tradicin mdica anterior. El phrm akon ha perdido, sin embar
go, su aspecto m gico, y se entiende ejecutor de un m od o de accin exclusiva
mente fisiolgico. Se trata la mayora de las veces de plantas que el m ism o m di
co prepara para su administracin, y que operan en virtud de su propia dynam is,
hasta restablecer el equilibrio en la physis del enferm o. Por lo que se refiere a la
diettica racional, no sabem os si naci con la m edicina pitagrica o es anterior
a ella. G oz, en cualquier caso, de gran respeto com o procedim iento terapu
tico, y se extenda no slo a la prescripcin de ciertas norm as alimentarias, sino
tam bin a lo que hoy llam aram os un rgim en de vida saludable. Posea, por lo
tanto, no ya una funcin teraputica inequvoca, sino una clara dim ensin pro
filctica, asim ism o. Los remedios quirrgicos fueron los m s reconocidos en la
m edicina tcnica, y los que desde perodos anteriores se haban elaborado con
m ayor precisin. L a ciruga lleg, de hecho, a un considerable grado de efecti
vidad en lo tocante a la reduccin de fracturas y al tratam iento de determ ina
dos problem as oftalm olgicos y tocoginecolgicos.
El ejercicio de la m edicina en G recia fue una actividad libre. N o era pre
ciso poseer ttulo o reconocimiento institucional alguno para ejercerla. El m di
co ofreca sus servicios y, a travs de los xitos o fracasos que cosechaba en su
labor, obtena el reconocim iento o la reprobacin de sus conciudadanos. E xis
tieron, con to d o, centros don de se llevaba a cabo u n a enseanza organ izada
de las tcnicas m dicas. E n C rotona, C n id o , C o s y otros lugares encontram os
escuelas m uy antiguas donde se com binaba el adiestram iento terico y la prc-
22
23
Teoras de la vida
as. Puede hablarse, as, de una leyenda pitagrica, edificada ms sobre la influe^_
cia que el crculo pitagrico iba a ejercer, que sobre un conjunto detallado de
noticias respecto a su fundador en las que con certeza se pueda confiar. El cas0
de la sabidura biom dica no es una excepcin. Existen testim onios que acred_
tan que la m edicin a p itagrica tuvo un gran reconocim iento en Grecia y si^
colonias. Sabemos, adems, que dicha fama alcanz su culminacin en la influerv
cia ejercida sobre la m edicin a hipocrtica. Sin em bargo, poco ms podem os
hacer que im aginar o recom poner h ipotticam ente cules fueron los ncleos
tem ticos y los principios tericos que se pusieron en juego en el desarrollo de
los conocim ientos pitagricos sobre la vida, la salud y la enfermedad.
Parece que el alm a fue co n sid erad a p rin cip io de la v id a y prin cipio ^\
m ovim iento. Creyeron, los pitagricos, en la existencia de un alma csm ic^
a la que hicieron responsable de la m edida, las relaciones segn una razn y?
en definitiva, la arm ona que descubran en el universo. D el alm a del cosm as
nacan las particulares almas de los seres vivos que, a su vez, se entendan so m ^
tidos a un desarrollo ontogentico interpretado en trminos preformistas. Con,,
tam os con dos fuentes que poseen un especial valor a la hora de reconstruir
las doctrinas biom dicas de la escuela: los textos de A lcm en de C rotona
quien se supon e vinculado o al m enos prxim o al p itago rism o-, y en mayo^
m ed id a todo el Corpus Hippocraticum , en el que figuran opsculos de adm L
tido origen pitagrico, entre los que cabe destacar el fam oso Juramento:
Juro por Apolo mdico, por Asclepio, H igieay Panacea, as como po^
todos los dioses y diosas, ponindolos por testigos, dar cumplimiento er^
la medida de mis fuerzas y de acuerdo con mi criterio a este juramento y
compromiso:
Tener al que me ense este arte en igual estima que a mis progenitor
res, compartir con l mi hacienda y tomar a mi cargo sus necesidades si 1^
hiciere falta; considerar a sus hijos como hermanos mos y ensearles est^
arte, si es que tuvieran necesidad de aprenderlo, de forma gratuita y sit\
contrato; hacerme cargo de la preceptiva, la instruccin oral y todas la^
dems enseanzas de mis hijos, de los de mi maestro y de los discpulo^
que hayan suscrito el compromiso y estn sometidos por juramento a la ley*
mdica, pero a nadie ms.
Har uso del rgimen diettico para ayuda del enfermo, segn mi capa-v
cidad y recto entender: del dao y la injusticia le preservar.
No dar a nadie, aunque me lo pida, ningn frmaco letal, ni har seme^
jante sugerencia. Igualmente tampoco proporcionar a mujer alguna u\\
pesario abortivo. En pureza y santidad mantendr mi vida y mi arte.
24
^5
Teoras de la vida
fecha de su nacimiento. Aristteles, en un texto discutido (M etafsica, I, 5, 986 a),
afirm a que an era joven cu an do P itgoras lleg a la vejez es decir, su vida
transcurre a lo largo de siglo V a. C ., sin que se puedan fijar con exactitud los
m om en tos de su nacim ien to y su m uerte-. Sea co m o fuere, bien co m o p ro
m otor, bien com o receptor, no hay d u d a de que A lcm en encarna el espritu
de la ciencia pitagrica. D e l conservam os algunos fragm entos posiblem ente
textuales, y cierto nm ero de fuentes indirectas en don de se hace m anifiesta
su posicin frente a im portantes cuestiones biolgicas:
Alcmen define en primer lugar la diferencia entre [...] hombres y ani
males. El hombre, en efecto -dice, se diferencia de los otros [animales]
slo porque comprende; los otros, en cambio, sienten pero no compren
den, de modo que el entender y el sentir son distintos, y no lo mismo, como
sostiene Empdocles (recogido en Eggers, 1978: 250; Diels y Kranz -en lo
sucesivo D K -, 1968-69, 24 A 5).
De ese modo [o sea, segn la teora de algunos pitagricos de que los
principios de las cosas son parejas de contrarios] parece que pens tambin
Alcmen de Crotona, fuera que l tomara de ellos esa teora o ellos de l...
Alcmen, por cierto, expuso doctrinas semejantes a las de ellos. Dijo, en
efecto, que la mayora de las cosas humanas estn [contrapuestas] en pare
jas; aunque al enunciar las oposiciones no lo hizo determinndolas, como
aqullos, sino al azar: por ejemplo, blanco-negro, dulce-amargo, buenomalo, grande-pequeo; y as acerca de las dems [parejas de contrarios], las
dej sin determinar, en tanto que los pitagricos expusieron cuntas y cu
les eran las oposiciones. Pero se puede hallar algo semejante entre l y ellos:
que los contrarios son los principios de las cosas (recogido en Eggers, 1978:
250; D K 24 A 3).
Su pen sam ien to q u ed a expresado con m ayor precisin , no obstante, en
este otro texto:
Alcmen dijo que el mantenimiento de la salud se debe al equilibrio
[isonoma] de las fuerzas: hm edo, seco, fro, caliente, am argo, dul
ce, etc.; y que, en cambio, el predominio de una sola produce la enfer
medad. En efecto, el predominio [monarcha] de una sola de Cada [pare
ja de fuerzas contrarias] es destructivo. Y la enfermedad sobreviene a cau
sa del exceso de calor o fro, as com o, en cuanto a la ocasin, de la
abundancia o carencia de alimento; y en cuanto a la ubicacin, en la san
gre, en la mdula o en el cerebro. Tambin pueden sobrevenir por cau-
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Teoras de la vida
tica cuya fu n cion alid ad y p od er de in sp iracin terica reaparecer co n stan
tem ente en el posterior desarrollo de las disciplinas experim entales, de la fsi
ca a la psicologa, pasando por la qum ica, la geologa y la biologa. Se ha sea
lad o m s a rrib a q u e la m e d ic in a g rie g a e lab o r co n frecu en cia m o d e lo s
inspirados en la teora poltica o que, en sentido inverso, dichos m odelos fue
ron transferidos a sta desde las ciencias biom dicas (Sm ith , 1977: 6 9 ). U n
m odelo an algico es cualquier ob jeto m aterial, sistem a o proceso destin ado
a reproducir de la m anera m s fiel posible, en otro m edio, la estructura o tra
m a de relaciones del original. [...] El m odelo analgico com parte con su ori
ginal no ningn conjunto de rasgos ni una proporcionalidad idntica de m ag
n itudes, sin o, de fo rm a m s abstracta, la m ism a estructura o con figuracin
de relacion es. A h o ra bien , la id e n tid ad de e stru ctu ra es co m p atib le co n la
variacin m s gran de de con tenido, y de aqu que las posib ilidades de co n s
truir m odelos analgicos sean infinitas (Black, 1966: 2 1 9 -2 2 0 ). Pues bien,
el m od elo isonmico de A lcm en se atiene a cada una de estas exigencias: es
un a estructura ideal que reproduce en el d om in io de la organizacin fisio l
gica los vectores y relaciones de la organizacin sociopoltica. La correspon
dencia no se da en la naturaleza de las m agn itudes, sino en la con figuracin
de las relaciones, y, en sum a, lo que se hace es in troducir un tipo de len gua
je, sugerido p or una teora conocida, en un m bito nuevo de aplicacin. A lc
m en com prendi que la ciencia no consiste en la sim ple recoleccin de datos.
E n ten d i que era necesario d otar de interpretacin a lo observado desde una
ap u esta terica. Es la teora la en cargad a de ilu m in ar la experiencia. F in al
m ente, estuvo convencido de que el uso de un m odelo le perm ita articular
su p rop u esta explicativa. Por todo ello, pueden serle aplicadas estas palabras
de M ario Bunge, referidas a la relacin teora-realidad en el m arco de la cien
cia con tem p orn ea: la ciencia se hace, un p oco p o r todas partes, tal co m o
los fsicos la han hecho desde G alileo, a saber, plan tean do cuestiones claras,
im agin an d o m o d elo s co n cep tu ales de las cosas, a veces teoras generales, e
in ten tan do siem pre ju stificar lo que se p ien sa y lo que se hace ya sea p o r la
lgica, ya p or otras teoras, ya p or experiencias ilum inadas por teoras (B u n
ge, 1972: 11).
i , i . 2.
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Teoras de la vida
los textos que se acaban de reproducir (Eggers, 1978: 127). T odo invita a pen
sar que Loen en tiene razn, y que sobran los argu m en tos para no to m ar en
serio la p osib ilid ad de u n a au tn tica an ticipacin en A n axim an dro del evo
lucionism o biolgico, segn hoy lo entendem os. A naxim andro im agina, sim
plem ente, un a biognesis p rodu cida en el curso del tiem po y otorga a los fac
tores am bien tales cierto p rotagon ism o dentro de ella. H a y que reconocerle,
de cu alq u ier m o d o , el h ab er co n je tu ra d o q u e la d in m ica n atu ral era su s
ceptible de una traduccin filogentica, opin in que no aparece en los textos
atrib u id os a H erclito, d on d e la luch a de con trarios, la co n stan te co n secu
cin y ru p tu ra de arm o n as alu d en a las ten sion es o p u estas que m ovilizan
to d a la realidad. A s es, en efecto, p orq u e las ideas de H erclito, que reapa
recern en posteriores concreciones del evolucionism o filosfico, e incluso en
revisiones filosficas del evolucion ism o biolgico, son ajenas a lo que cabra
llam ar el estricto universo de d iscu rso del b i lo g o (vase M o n d o lfo , 1 9 6 6 :
19 2 -2 0 4 y 2 3 1 -2 8 4 ).
Las cuestiones zoogn icas vuelven a suscitarse con genu in a especificidad
en la co sm ogo n a de Em pdocles. C o n ceb id a com o una dim en sin particu
lar de los ciclos csm icos, le gnesis biolgica es descrita atendiendo tanto al
hecho de la evolucin com o a sus principios causales. Las objeciones de L oe
nen - a l m enos en p arte - no podran aplicarse ya al relato zoognico de E m p
docles. E n l, los m ecanism os que rigen el cam bio evolutivo son expresam en
te delineados, y an ticipan to d o lo germ inalm ente que se quiera la actitu d
antiteleolgica que, tras un enorm e parntesis histrico, renacer en el trans
form ism o del siglo XIX. C o n resolucin, Em pdocles adelanta un m odelo basa
do en las presiones selectivas. L o hace con tan ta radicalidad que se entiende
que stas se ejercen sobre variaciones a l azar:
Aquellos seres en los que ocurre todo como si se produjera en vista
de un fin determ inado, han sobrevivido, por estar convenientemente
constituidos por obra del azar. En cambio, aquellos en los que no ha sido
as, se destruyeron y se destruyen... (recogido en La Croce, 1979: 2 1 2 ;
D K 31 B 61).
Y en sus Com entarios a la F sica de Aristteles (371, 3 3 ), Sim plicio de Sici
lia nos advierte que, segn Em pdocles:
[...] durante el imperio de la Amistad nacieron primero, en forma fortui
ta, las partes de los animales como cabezas, manos y pies, y luego se com
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Teoras de la vida
animales respiran o no. Y cuando habla de la respiracin por la nariz con
sidera que se est refiriendo al principal tipo de respiracin... Y expresa que
la inspiracin y la expiracin se producen a causa de que existen ciertas
venas en las que hay sangre, pero sin embargo no se hallan colmadas de
ella. Dichas venas poseen poros hacia el aire exterior, ms angostos que las
partculas del cuerpo, pero mayores que las del aire. Y puesto que est en
la naturaleza de la sangre el moverse hacia arriba y hacia abajo, al trasla
darse ella hacia abajo penetra el aire y se produce la inspiracin, mientras
que al dirigirse hacia arriba el aire es arrojado fuera y se produce la expira
cin. Compara lo que aqu sucede con las clepsidras:
De este modo todos los seres inspiran y expiran: en todos ellos se extienden
a lo largo de la superficie del cuerpo tubos de carne vacos de sangre, y en sus
bocas, abundantes conductos perforan los ltimos extremos de la piel de parte
a parte, de tal modo que la sangre es albergada, a l tiempo que se obtiene un
libre acceso para el ter. Entonces, cuando la delicada sangre se retira de all, el
ter hirviente irrumpe con furiosas olas, y cuando ella salta fuer-a, se produce
la expiracin. Tal como cuando una muchacha juega con una clepsidra de bri
llante bronce: Cuando coloca su esbelta mano sobre la boca del tubo y la sumer
ge en la masa del agua plateada que retrocede, nada de lluvia penetra en el
vaso, sino que es apartada por el volumen de aire que presiona desde dentro
sobre los abundantes orificios, hasta que ella deje de contener la abundante
corriente. Entonces, por el contrario, a l retroceder el soplo areo penetra una
cantidad equivalente de agua. D el mismo modo, cuando el agua se halla en la
profundidad del bronce estando cubierta la boca o poro por la carne mortal, el
ter exterior que presiona por entrar retiene la lluvia controlando su superficie
sobre las puertas de la criba estrepitosa, hasta que ella suelte su mano. Enton
ces, a l revs de lo que antes ocurra, a l avanzar el soplo areo una cantidad
equivalente de agua emprende la retirada. Y lo mismo sucede con la delicada
sangre que se agita a lo largo de los miembros cuando volviendo sobre sus pasos
se retira a l interior, a l punto desciende la corriente de ter, precipitndose en
oleadas, pero cuando aqulla salta hacia fuera, enseguida se expira una canti
dad semejante (recogido en La Croce, 1979: 214-216; D K 31 B 100).
El texto revela, co m o puede apreciarse, la in ten cin de E m p d o cles de
orien tar su m ecan icism o hacia explicaciones m ecan o m rficas. L a ad o p ci n
de m od elo s p rop o rcio n ad o s p or la tecn o loga de cad a poca ser un a co n s
tan te en la h isto ria de la cien cia, q u e d esm ie n te la h a b itu a l v isi n seg n
la cu al la cien cia p u ra siem pre elab o ra ideas q u e d esp u s la tcn ica ap lica.
A la luz de la im p ortan cia que el filsofo de A grigen to con cedi al sistem a
cardiovascular, no es extrao q u e co n cib iera un a fisio lo g a cardiocn trica.
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Teoras de la vida
tan te tiem p o, a un con greso sobre reduccin en bio lo g a (Bellagio, 1 9 7 2 )
p ro clam ab a que to d o el tran scu rso de sucesos de la h istoria de la b io lo g a
puede representarse esquem ticam ente com o un con flicto con tinuo entre las
interpretaciones de A ristteles y D em crito esto es, vitalista u holstica ver
sus m ecan icista de los fen m en o s vitales (A yala, 1 9 8 3 : 2 5 -4 4 ). L o n ico
que cabra precisar - a l m argen de la inexactitud que su p on e ver en A ristte
les a un vitalista es que las dos estrategias tericas m en cion adas estaban ya
presentes en las co sm ogo n as de E m p ed o cles y A n axagoras. L a barrera que
fren el im pulso m ecanicista que E m ped ocles, Leu cipo y D em crito im p ri
m ieron a la filosofa natural fue el sistem a aristotlico. L a m en talidad m ec
nico-analtica y el atom ism o encontraron un hecho para el que no tenan ju s
tificacin slida: la com pleja organizacin presente en la naturaleza y de form a
especial en la n aturaleza-viva. D esd e la h iptesis m ecanicista, la estructura,
la co n fo rm aci n an at m ica de las p lan tas y anim ales ten a que rem itirse al
azar com o causa, tena que equipararse a un prod u cto de la ciega necesidad.
Para un naturalista com o A ristteles fam iliarizado con la observacin an a
tm ica, la ordenacin form al y funcional m anifiesta en los organism os cons
titu a un hecho avalado p or la experiencia. Por ello, pens que slo la inge
nuidad o el alejam iento de la observacin podan conducir al desconocim iento
de los fines incardinados en la naturaleza. N i la divulgacin del m ecanicism o
por parte de E picuro ni el D e rerum n atura de Lucrecio ni las pequeas b io
grafas de los antiguos atom istas, escritas p or D igen es Laercio, servirn para
llam ar la atencin sobre la virtual com peten cia del m ecan icism o com o alter
nativa al finalism o aristotlico.
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Teoras de la vida
zando y despreciando todo eso, intenta investigar con otro mtodo y otros
esquemas, aunque asegure que ha descubierto algo est equivocado y se
engaa a s mismo, ya que esto es imposible (recogido en Garca Gual, I,
1983: 138-139).
Las n oticias que poseem os sobre la figu ra de H ip crates no son m uch o
m s abundantes que las que nos han llegado sobre A lcm en de C rotona. C abe
aventurar que naci en la isla de C o s alrededor del ao 4 6 0 a. C ., y que, tras
recib ir u n a p rim e ra fo rm a ci n d e su p ad re, fue d isc p u lo de H e r d ic o de
Selim bria, y tuvo con tacto con G o rgias y D em crito. M u ri en L arisa hacia
el ao 3 8 0 a. C . E xista una tradicin m dica en C o s anterior al nacim iento
de H ip crates, pero es l quien la sistem atiza y proyecta hacia el futuro, para
que adquiera un a influencia in igualada dentro de la cultura clsica. L a colec
cin de textos h ipocrticos com pren de cincuenta y tres tratados que se refie
ren a tem as m u y diversos: tica m dica, anatom a, fisiologa, patologa, tocogin ecologa, oftalm ologa, ciruga, p ediatra... El co n ju n to origin al de obras
que dio lugar al Corpus H ippocraticum proviene de la biblioteca de C o s. Son
los textos en d on d e se desea conservar las doctrinas del m aestro tam bin de
la trad icin a n te rio r-, y p rop o rcio n ab an la base de la form acin del futuro
m dico. Los escritos m s destacados se redactaron entre el 4 2 0 y el 35 0 a. C .,
coin cidien do, p o r consiguiente, con el perodo de tiem po en que transcurre
la vid a de H ip cra te s - a u n q u e los hay tan to anteriores co m o p o ste rio res-.
M s tarde, a m ed iad o s o finales del siglo III a. C ., en la B iblioteca de A lejan
dra se fo rm la coleccin que, bajo su com n con tenido cientfico-m dico,
reuni, atribuyn dolos a H ip crates, gran nm ero de textos an n im os o de
au tor d u d o so que en m uch os casos p rocedan de escuelas m dicas ajenas al
h ip ocratism o . sta es la fuente de lo que en la actu alidad con ocem os co m o
el C orpus H ippocraticum : un a co leccin tan p ro b le m tica que h a llevado a
fillogos e historiadores desde la tesis inicial, segn la cual la m ayor parte de
los tratad o s fu eron co m p u esto s p o r H ip crates, a la m s reciente q u e pre
tende que el m dico que dio n om bre a la escuela es posib le que no escribie
ra ninguno (vase G arca G u al, 19 8 3 : 9-6 1 ). D e cualquier form a, el co n ju n
to de la coleccin perm ite hablar de un hipocratism o que se hace explcito en
un a an tropologa, un a fisiologa, un a p atologa, una tcnica diagnstica, una
con cepcin de la vida, un os usos teraputicos y un sen tido d eon tolgico de
la p rctica m d ica co m p artid o s p o r los m d icos h ip o crtico s fuera q u ien
fuese el an n im o autor de cada volum en . E n sntesis, la m edicin a hipocrtica guard u n a d ob le relacin con la filosofa: d epen d en cia categorial p o r
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Teoras de la vida
m tico, con una teora sobre la vida y sus estados funcionales o disfuncion a
les. A lcm en haba sido conocedor ya de esa bipolaridad necesaria. Pero -c o m o
ha p o d id o verseno faltaron quienes quisieron im pon er al estudio del cuer
po hum ano y de los procesos que en l tenan lugar un rum bo puram ente espe
culativo, rom pien do la interaccin entre teora y observacin que com enzaba
a ser tan frtil. L a m edicina hipocrtica vino a reaccionar contra tales desvia
ciones y a recordar la obligatoriedad del respaldo em prico para cualquier teo
ra. Se entendi que un a explicacin bien fu n d ad a slo p o d a con seguirse a
partir de un a propuesta terica y su confirm acin observacional. W erner Ja e
ger ratifica en su P aid eia que con este giro renovado hacia el em pirism o y la
m in uciosa observacin [...], el cam p o de la m edicina com o un arte in depen
diente se deslinda definitivam ente de la filosofa de la naturaleza, despus de
haber alcan zado el rango de ciencia con ayuda de sta (Jaeger, 1974: 7 9 9 ).
Puede decirse, as, que el grupo hipocrtico reclam un criterio preciso de acep
tabilidad para las hiptesis y explicaciones que fueran a em plearse en el ejer
cicio de la m edicina. Sus m iem bros saban que los datos de la experiencia eran
slo signos, seales o sntom as que requeran una interpretacin terica, aun
que reconocieron que sin prestarles atencin no caba conocim iento cientfi
co alguno.
O rgan icism o y finalism o son, en el plano ontolgico, las notas que carac
terizan a la literatura hipocrtica. El organicism o -p le n o de funcionalidad en
A lc m e n - llegar a G alen o, en el siglo II d. C ., con dos im portan tes refren
dos: la m edicina hipocrtica y la biologa de A ristteles. Salud y enferm edad
fueron para los h ipocrticos estados del organ ism o en su conjunto, irreducti
bles al estado o la accin de sus partes. D e tal actitu d es de la que P latn se
m uestra adm irador, y en ella es don d e percibe el eco pitagrico que se aprecia
en la tradicin hipocrtica. Son la form a, la proporcin, el principio estruc
tural los responsables del m antenim iento de la vida:
FED R O .Qu quieres decir con esto?
S C R A T E S.- Que, en cierto sentido, tiene las mismas caractersticas
la medicina que la retrica.
F E D .- Qu caractersticas?
S C .- En ambas conviene precisar la naturaleza, en un caso la del
cuerpo, en otro la del alma, si es que pretendes, no slo por la rutina y
la experiencia sino por el arte, dar al uno la medicacin y el alimento que
le trae salud y le hace fuerte, al otro palabras y prcticas de conducta,
que acabarn transmitindole la conviccin y la excelencia que quieras.
FE D .Es probable que sea as, Scrates.
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Teoras de la vida
se, pero admiran la naturaleza que, a pesar de carecer de conciencia, pro
cede de un modo absolutamente teleolgico. [...] La ciencia antigua no lle
gaba a una conclusin clara en cuanto al modo de realizarse los procesos
teleolgicos en el organismo, pero s afirmaba decididamente la existencia
del hecho como tal (Jaeger, 1974: 811-812).
H abra que insistir en que, pese a no haber practicado la diseccin, pese a
que trab ajaron con u n a fisio lo ga rud im en taria y un a p a to lo g a en extrem o
sim plificadora, a pesar de que acudieron a esquem as etiolgicos elem entales y
a que no hicieron contribuciones apreciables a la farm acopea, los m dicos hipocrticos lograron que el con ocim ien to aplicado quedara am parado p o r unas
lneas tericas conscientem ente trazadas y asum idas, sujeto a una organizacin
exclusivam ente racional y obligado a un control observacional constante. Son,
en definitiva, los prim eros cientficos de que tenem os noticia, com o ha reco
nocido Ben jam in Farrington (acom paados, sin duda, por los prim eros m ate
m ticos y astrn om os griegos):
Con la escuela hipocrtica se inicia la ciencia en su sentido ms estric
to. N o podemos esperar muchos hallazgos concretos. Los mdicos hipocrticos no tenan termmetro ni microscopio, ni estetoscopio; tampoco
tenan ningn conocimiento anatmico ms all de la observacin anat
mica superficial. Sus conocimientos fisiolgicos fueron en consecuencia
casi nulos, porque no conocan las funciones de los rganos internos y no
tenan medios para analizar los productos de desecho del organismo vivo
excepto mediante el sentido del gusto. Sin embargo, a pesar de ser escasos
sus conocimientos, merecen el calificativo de cientficos. En sus escritos
hallamos una concepcin de la medicina basada claramente en la observa
cin del cuerpo humano en estado de salud y enfermedad, en la experien
cia y en la recogida de datos. Son conscientes de que el saber mdico slo
puede aumentar lentamente a lo largo de generaciones, y establecen una
tradicin de enseanza de los resultados acumulados por la experiencia.
Defienden este saber de la supersticin, de la que son vctimas los hombres
cuando la razn es sacudida por el miedo a la enfermedad y a la muerte.
Todava ms notable es que defiendan dicho saber de base observacional y
emprica contra las intrusiones de los filsofos, que vienen con sus acaba
das concepciones sobre la naturaleza del hombre procedentes de la espe
culacin cosmolgica. [...] Por tanto, por vez primera se hace una clara dis
tincin entre una ciencia de carcter observacional y emprico, y la
especulacin que se ocupa nicamente del material inaccesible al mtodo
experimental (Farrington, 1971: 75-76).
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Teoras de la vida
d em o strativ a o, p o r expresarlo m ejor, la n aturaleza, d eb id o a su frag ilid ad
on tolgica, no es susceptible de con ocim ien to cientfico, de legtim a teora.
E s de aqu de d on d e nace esa im presin de inform e provisional que en oca
siones prod u ce el dilogo: no es que Platn no crea en la im agen del m u n d o
que nos p rop on e; es, m s bien, que la precariedad del m u n d o fsico im pide
un con ocim ien to autn ticam en te definitivo.
C u en ta T im eo que el hacedor quiso, al crear el universo, que ste llegara
a ser verdaderam ente un viviente con alm a y razn. C o lo c, en efecto, el alm a
en su centro, para luego extenderla hacia todos sus confines (vase Timeo, 30
a-b y 3 4 a-b). Es m s:
Cuando su padre y progenitor vio que el universo se mova y viva como
imagen generada de los dioses eternos, se alegr y, feliz, tom la decisin
de hacerlo todava ms semejante al modelo. Entonces, como ste es un ser
viviente eterno, intent que este mundo lo fuera tambin en lo posible.
Pero dado que la naturaleza del mundo ideal es sempiterna y esta cualidad
no se le puede otorgar completamente a lo generado, procur realizar una
cierta imagen mvil de la eternidad y, al ordenar el cielo, hizo de la eterni
dad que permanece siempre en un punto una imagen eterna que marcha
ba segn el nmero, eso que llamamos tiempo. Antes de que se originara
el mundo, no existan los das, las noches, los meses ni los aos. Por ello,
plane su generacin al mismo tiempo que la composicin de aqul. stas
son todas las partes del tiempo y el era y el ser son formas devenidas del
tiempo que de manera incorrecta aplicamos irreflexivamente al ser eterno.
Pues decimos que era, es y ser, pero segn el razonamiento verdadero slo
le corresponde el es, y el era y el ser conviene que sean predicados de
la generacin que procede en el tiempo, pues ambos representan movi
mientos, pero lo que es siempre idntico e inmutable no ha de envejecer
ni volverse ms joven en el tiempo, ni corresponde que haya sido genera
do, ni est generado ahora, ni lo sea en el futuro, ni en absoluto nada de
cuanto la generacin adhiere a los que se mueven en lo sensible, sino que
estas especies surgen cuando el tiempo imita la eternidad y gira segn el
nmero... (Timeo, 37d-38 b).
C read o el universo, la n aturaleza h ab a de estar p o b la d a p o r tan tas cla
ses de vivientes com o el intelecto puede d escu brir en el m u n d o ideal. Pues
to q u e all h ay ciertam en te cu atro - l a de los dio ses celestes, la de los a n i
m ales que su rcan el aire, la de los an im ales a cu tico s y la de los an im ales
terrestres, el cread o r hizo en p rim e r lu g ar los a stro s, q u e so n seres vivos
d iv in o s e in m o rtale s. D e sp u s, de acu erd o con el relato te o g n ico tradi-
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Teoras de la vida
Los rganos del abdom en , y el hgado en especial, colaboran tam bin en
la consecucin del equilibrio que la inteligencia debe im prim ir a las acciones
del hom bre; equilibrio requerido no m enos para la salud:
Entre el diafragma y el lmite hacia el ombligo, hicieron habitar a la
parte del alma que siente apetito de comidas y bebidas y de todo lo que
necesita la naturaleza corporal, para lo cual construyeron en todo este lugar
como una especie de pesebre para la alimentacin del cuerpo. [...] Cierta
mente, a esto mismo tendi un dios cuando construy el hgado y lo colo
c en su habitculo. Lo ide denso, suave, brillante y en posesin de dul
zura y amargura, para que la fuerza de los pensamientos proveniente de la
inteligencia, reflejada en l como en un espejo cuando recibe figuras y deja
ver imgenes, atemorice al alma apetitiva (Timeo, 70 d-71 b).
El d u alism o platn ico ten a que abordar, co m o tendrn que hacerlo los
dualism os posteriores, el problem a de la interaccin alm a-cuerpo. L a orienta
cin cerebrocntrica de la fisiologa de Platn perm ite incluso hallarlo co n
cretado en el problem a de la relacin m ente-cerebro. A ello obedece el que la
configuracin espacial del sistem a nervioso consiga tener un valor tan sin gu
lar en el plan m orfolgico que se expresa en la anatom a hum ana. El dios for
m la m d u la y a co n tin u acin im p lan t y at a ella las distin tas partes del
alm a. H izo esfrica a la parte que albergara la razn y la denom in cerebro,
para situar en las regiones inferiores con fo rm a cilindrica el alm a m ortal.
Los vnculos psicofsicos acaban im poniendo, as, com ponentes espaciales, no
al alm a que carece por naturaleza de ellos, pero s a su eficacia operativa sobre
el cuerpo. H ay un espacio privilegiado para la conexin psicofsica, y ese lugar
resu lta id en tificad o con el sistem a n ervioso. C o m o acabam os de sealar, la
cuestin reaparecer en posteriores m entalism os, perm aneciendo abierta para
la ciencia y la filosofa m odernas a partir del lugar central que ocupa en el Tra
tado d el hom bre de Descartes.
E n torno a la m dula qued luego constituido el resto del cuerpo. E n pri
m er lugar, fue creado el esqueleto y la cubierta sea que deba proteger las par
tes blandas - e n especial el cerebro y la m d u la-. D a d a su fragilidad y rigidez,
el tejido seo necesitaba ser preservado de posibles da os para lo que fueron
ideados los m sculos, as com o tener a su disposicin elem entos anatm icos
que contribuyeran a la flexin y la extensin de los m iem bros pro p sito al
que sirven los ten d on es-. L a m usculatura cum ple, adem s, una fu ncin term orreguladora, puesto que posee p or su m ism a naturaleza una hum edad cli
d a , que en verano p ro p o rcio n a al cuerpo el fr o ap rop iad o, m ien tras que en
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Teoras de la vida
Pocas figuras en la historia de O cciden te han ejercido un a influencia tan
determ inante y p rolon gada en el pensam iento sobre la vida com o Platn. En
los dilogos p lat n ico s vem os aparecer elem en tos y n otas culturales que las
an tiguas civilizaciones de B ab ilo n ia y E gip to, el orfism o o la filosofa preso
crtica ya haban identificado con los procesos vitales. Sin em bargo, el filso
fo ateniense los vincula a un sop orte on tolgico, el alm a, que, aun que haba
estado tam bin presente en la anterior especulacin sobre la vida, slo con l
y desde l se convertir en el centro de un m o d o de entender los seres vivos
que se dejar sentir en gran parte de los vitalism os posteriores. El alm a in m or
tal, prxim a a lo divino, hace posible que la vida llegue al m un do sensible, al
m u n d o corpreo. Pero la vida est relacionada en su sentido m s propio con
ese otro m u n d o no m aterial que la filosofa del discpulo de Scrates ha con
vertido en fundante y primario: el m undo de las ideas. D e l adquiere sus carac
teres esenciales. El alm a, prin cipio de vida, hace vivir al cuerpo que dom in a;
es espritu; es sim ple y carece de partes; es fuente de m ovim iento de las fu ga
ces realidades materiales, y lo es con una capacidad dinam izadora que nada tie
ne que ver con el im pulso m ecnico, puesto que tal poder m ovilizador se ejer
ce de m anera inm anente. E sta oposicin entre la m ateria y la vida es, a la vez,
deudora y reform adora de la filosofa natural de los m ilesios. D eudora, porque
Platn con tin a creyendo en un universo an im ado, poseedor de alm a; refor
m adora, porque los prim eros fsicos creen en una vitalidad que la m ateria posee
p or s m ism a -n acien d o de ella m ism a -, habindose convertido en Platn en
una vitalidad que la m ateria recibe y que no le pertenece. El anlisis de los prin
cipios, probablem ente por influencia pitagrica, ha adquirido una m ayor depu
racin y den sid ad especulativa, aun que lo que interesa destacar es que vida y
materia se han tornado regiones ontolgicas cuyas respectivas definiciones incor
poran una contraposicin insalvable: la esfera de lo vital se nos m uestra caren
te de determinaciones materiales; el m un do corpreo es un m un do que en sen
tido estricto no vive. H ay en todo ello una consecuencia de im portancia. En
el anim ism o in corporado a algunas doctrinas cosm olgicas anteriores, don de
la naturaleza entera tiene vida d on d e existir y estar vivo se co im plican, lo
que aparece com o un dato desconcertante es la m uerte, la ruptura de aquella
m utua im plicacin, sustituida p or la presencia de entidades materiales que han
dejado de vivir. C u an d o , p or el contrario, se im pon e com o cierta la presencia
ante n osotros de un m u n d o m aterial inerte, cu an do no to d o est vivo ya, es
cuando la pregunta p or el principio que hace que ciertos seres no slo existan,
sino que vivan, cobra su sentido pleno. Los seres vivos se convierten entonces
en objeto de explicacin y sus principios en m otivo de teora.
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47
Teoras de la vida
cales y que, aunque se dedicaban a los fenmenos celestes, pensaban por sim
pleza que las demostraciones ms firmes de estos fenmenos se producan
por medio de la visin. La especie terrestre y bestial naci de los que no prac
ticaban en absoluto la filosofa ni observaban nada de la naturaleza celeste
porque ya no utilizaban las revoluciones que se encuentran en la cabeza, sino
que tenan como gobernantes a las partes del alma que anidan en el tronco.
A causa de estas costumbres, inclinaron los miembros superiores y la cabeza
hacia la tierra, empujados por la afinidad, y sus cabezas obtuvieron formas
alargadas y mltiples, segn hubieran sido comprimidas las revoluciones de
cada uno por la inactividad. Por esta razn naci el gnero de los cuadrpe
dos y el de pies mltiples, cuando dios dio ms puntos de apoyo a los ms
insensatos, para arrastrarlos ms hacia la tierra. A los ms torpes entre stos,
que inclinaban todo el cuerpo hacia la tierra, como ya no tenan ninguna
necesidad de pies los engendraron sin pies y arrastrndose sobre el suelo. La
cuarta especie, la acutica, naci de los ms carentes de inteligencia y ms
ignorantes; a los que quienes transformaban a los hombres no consideraron
ni siquiera dignos de aire puro, porque eran impuros en su alma a causa del
absoluto desorden, sino que los empujaron a respirar agua turbia y profun
da en vez de aire suave y puro. As naci la raza de los peces, los moluscos y
los animales acuticos en general, que recibieron los habitculos extremos
como castigo por su extrema ignorancia. De esta manera, todos los anima
les, entonces y ahora, se convierten unos en otros y se transforman segn la
prdida o adquisicin de inteligencia o demencia ( Timeo, 90 e-91 c).
El papel del tiem po en la organizacin biolgica, sealado ya por algunos
presocrticos (com o ha pod id o verse, Em pdocles fue una figura destacada en
este aspecto), se convertir siglos m s tarde en una cuestin capital, tanto para
la b io lo g a fisio l gica co m o para la bio lo g a evolucion ista. E n el sen o de la
reflexin platnica sobre la vida, la tem poralidad queda instaurada en la acti
vidad y en el orden biolgicos com o efecto de las determ inaciones de la m ate
ria y de la generacin del alm a. N o s encontram os lejos, p o r tanto, de aquellas
concepciones que, pese a sealar un a frontera infranqueable entre el m bito
de la m ateria y el m bito de la vida, harn de la duracin el ncleo de la vita
lidad (H enri Bergson ha sido su portavoz m s cualificado).
1 .3
C o n una frase que gustan citar tanto los historiadores de la ciencia com o los his
toriadores de la filosofa - Linneo y Cuvier han sido mis dioses aunque de m ane
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49
Teoras de la vida
E n qu grado estas afirm aciones pueden aplicarse a la biologa m odern a
es algo que no se pretende valorar en este m o m en to - e l propio Von W right
las realiza en el contexto de u n a teora de la accin h um ana. Interesa recor
dar, no obstante, que Aristteles ha sido uno de los pocos filsofos que adqui
ri su fo rm aci n filo s fica sobre u n a previa ed u caci n b io m d ica (Jaeger,
19 4 6 : 3 8 6 -3 8 7 ; R oss, 19 5 7 : 1 0 -1 1 ; D rin g , 1990: 19-20; G otth elf, 1987:
9 -2 0 ); y que, en tal m ed id a, la trad icin aristotlica de la que V on W right
habla surgi sobre el fondo de u n a m anera de entender la vida. E s lgico, a
la vista de to d o ello, que D arw in m an ifestase su adm iracin por quien estu
vo tan m agn ficam en te d otad o p ara la observacin de la naturaleza y para la
creacin terica.
N in g u n a biografa de A ristteles pasa p or alto su pertenencia a un a fam i
lia de m dicos (su padre, N ic m aco , m dico de gran renom bre, m uri sien
do A ristteles an pequeo). E n aquel am biente fam iliar y profesional se des
pert su inters por la observacin de los seres vivos. A dem s de la influencia
hipocrtica en lo referente a la fisiologa y la anatom a h um anas, sabem os con
seguridad que la biologa terica del Liceo se apoyaba en un am plio conjunto
de conocim ientos sobre la vida anim al, que con posterioridad fue am pliado a
la bo tn ica p o r T eofrasto (Teofrasto, 1988). A ristteles m en cion a alrededor
de quinientas especies anim ales en su obra biolgica y, pese a que en algunos
casos se trata de alusiones poco relevantes, en otros el grado de exactitud en la
descripcin es tan grande que hace pensar com o indica R ossen un a dilata
da dedicacin personal a esta clase de trabajo. E n aquellos puntos en que care
ca de un conocim iento directo busc inform arse donde pudo: con los p asto
res, los cazad ores en gen eral y, en p articu lar, los cazad ores de p ja ro s, los
boticarios y los pescadores del m ar E g eo (R oss, 1 9 5 7 : 16 5 ), de lo que hay
noticias num erosas en la H istoria de los anim ales y en Sobre la generacin de los
animales. C o m o una prueba m s del alto valor atribuido p o r la biologa aris
totlica a la experiencia y la descripcin, baste recordar que en ella se recono
ci el carcter m am fero de los cetceos, se hizo distincin entre peces cartila
ginosos y seos, se sigui el desarrollo em brionario de aves o se discrim inaron
las cuatro cavidades del estm ago de los rum iantes (H istoria de los animales, I,
2-5; 11,17, 5 0 7 a 3 1 -5 0 8 a 7). T odo ello perm ite hablar de una extensa erudi
cin biolgica que fue recogida, adem s de en las dos obras que se acaban de
citar, en otros im portantes tratados com o Sobre las partes de los anim ales, Sobre
el movimiento de los anim ales o los Parva naturalia, y que cu lm in a en la siste
m atizacin terica del p rob lem a de la vid a que se lleva a cabo en el tratado
Acerca del alm a.
jo
Ji
Teoras de la vida
gnero entiendo, por ejemplo, las aves o los peces, y puesto que ellos estn
sujetos a diferencias con respecto a su gnero, as hay muchas especies de
peces y aves (Historia de los animales, I, 1, 468 a 5-25).
A rist teles p ro p o n e tam b in otra je ra rq u iz a ci n p o sib le , b asad a en el
desarrollo alcanzado p or cada anim al en el m om ento de su nacim iento; hecho
que h aca d ep en d er de la c a n tid ad de calor v ita l que p u e d e su m in istra r la
h em b ra de cad a especie. D e acuerd o con este otro criterio de clasificacin ,
estim que los vivparos con stitu an el gru p o b iolgico m s elevado, al que
pertenecan los m am feros y el hom bre. Los ovparos, por su parte, se encuen
tran en el segun do lugar de la scala, y en el ltim o h allam os aquellos an im a
les que en su opininni siquiera se generan a partir de un huevo, por ejem
p lo , los in sec to s q u e so n c o n sid e ra d o s v e rm p a ro s, los m o lu sc o s y los
zo o fito s -a d m iti n d o se sin vacilaci n la gen eracin esp o n tn ea para estos
d os g ru p o s finales (Sobre la generacin de los anim ales, II, 1). Tal em pe o
taxon m ico estuvo perfectam ente co ord in ado con la lgica categorial y con
la on tologa. L a an ato m a co m p arad a y la sistem tica q uedaron in co rp o ra
das al resto de la filo so fa n atural y, desde ella, al resto del universo terico
aristotlico. D e otra parte, la clasificacin de las especies naturales no d e p a
r una im agen com partim en tada e inerte del m un do vivo. Sin superar el fijism o, desde luego, la biologa aristotlica nos presenta un a naturaleza abierta,
d in m ica e interdependiente, en la que se hace m anifiesto el equilibrio de los
seres y de los procesos. B ren tan o - ta n buen co n oced or del filsofo g rie g o llam a la atencin sobre el hecho de que en la cosm ovisin de ste no encon
tram os un m u n d o que se asem eje a un a m ala tragedia resuelta en m eros ep i
sod io s, sino un orden que nace de la cooperacin de todas las cosas entre s
(Brentano, 1978: 122).
53
Teoras de la vida
4. Cuanto ms rica es en sangre pura una parte del cuerpo, tanto ms sen
sible es.
5. Falta de sangre en el cerebro.
6. El corazn como centro de los vasos sanguneos.
7. El corazn como lo primero que se mueve, y en la muerte, como lo lti
mo. El embrin se genera bajo el influjo del calor vital; luego, lo fro
produce la generacin del cerebro.
8. El sntoma fisiolgico ms claro en las sensaciones de placer o dolor es
la actividad creciente o decreciente del corazn.
9. La circunstancia de que los peces y otros animales inferiores poseen odo
y olfato, aunque para estas impresiones sensibles no tengan en la cabe
za ningn rgano claramente reconocible (Dring, 1990: 834-835).
El calor vital es responsable, asim ism o, de los cam bios sustanciales im p li
cados en la digestin, de los procesos regenerativos, del crecim iento y hasta de
la longevidad. N o se ha de pasar p o r alto, sin em bargo, que el calor resulta ser
un instrum ento del alm a, verdadero principio de los seres vivos: la vida y la
posesin del alm a envuelven un cierto calor. N i siquiera el proceso de la diges
tin , al que se debe la n utricin de los an im ales, tiene lugar en ausen cia de
alm a o de calor, ya que es el fuego el que todo lo h ace... (Acerca de la ju v e n
tu d y de la vejez, de la vida y de la muerte, y de la respiracin, X I V (V III), 4 7 4 a
2 5 -2 7 ). O , dicho de m od o m s con tun den te: el fuego es to m ad o p or alg u
nos com o la causa de la nutricin y del crecim iento, puesto que slo l entre
los cuerpos o elem entos se nutre a s m ism o y se hace crecer; de aqu nace la
idea de que en las plantas y los anim ales l es la fuerza operativa. En un senti
do, ciertam ente es causa concom itante, pero no l;f causa principal; sta es m s
bien el alm a (Acerca del alm a, II, 4, 4 1 6 a 10-14).
Aristteles se nos m uestra, en otro orden de cosas, com o un gran estudio
so de los procesos relacionados con la reproduccin y la m orfognesis. D esde
su concepcin tripartita del alm a, crey que los fenm enos vitales tenan que
ver con la reproduccin, la nutricin y el desarrollo; con la sensacin y el m ovi
m iento local; o con la actividad intelectual. N o obstante, no dud en conce
der el carcter de fu n dam en tales a los p rim eros. Ju zg a que la reproduccin
puede ser espontnea, a partir de un solo padre o a partir de padres con sexo
diferente. Q u e d a reservada la reproduccin asexual para las plantas y algunos
anim ales inferiores, correspondiendo la reproduccin sexual a los anim ales que
h allam os en los grupos taxon m icos m s elevados aquellos, por otra parte,
cuya fisiologa y h bitos era m s interesante co n ocer-. A ristteles est espe
cialm en te in teresado en establecer cul es la ap ortacin de cada p ro g en ito r
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Teoras de la vida
todos los animales sanguneos, pues es el primer principio tanto de las par
tes homogneas como heterogneas... (Sobre la generacin de los animales,
11,4, 739 b 32-740 a 19).
Llegar a saber cul es la naturaleza del sem en y de dn de procede una vez
establecido que interviene en un proceso tan im portantese convierte en cues
tin capital. A ristteles p ien sa que deriva de un excedente de las sustan cias
nutritivas que los seres vivos in corporan a su organ ism o por m edio de la ali
m en tacin . El excedente del alim en to se convierte prim ero en sangre - o en
un fluido anlogo, si se trata de anim ales no san gu n eos-. D espus, en senti
do p rop io, es con la sangre excedentaria con la que se produ ce el sem en. El
flujo m enstrual en la hem bra se origina tam bin a partir de la sangre no nece
saria ya para nutrir las estructuras corporales. N o term in a convirtindose en
sem en debido a que en las hem bras el calor vital es m enor que en los m achos.
A h ora bien, ese m ayor grado de elaboracin inherente al sem en invita a A ris
tteles a im aginar que aqul acta en la generacin com o vehculo de la cau
sa form al del hijo, m ientras que la m adre aporta los elem entos m ateriales, la
m ateria:
El macho no emite semen en absoluto en algunos animales, y en los
que lo hace ste no es parte del embrin resultante; en la misma manera a
como ninguna parte material va del carpintero a la materia [...] sino que la
figura y la forma son conferidas a la materia por medio del movimiento
que l pone en marcha. [...] De modo anlogo, en los machos de aquellas
clases de animales que emiten semen, la naturaleza usa el semen como ins
trumento y como poseedor de movimiento en acto... (Sobre la generacin
de los animales, II, 22, 730 b 10-21).
L a etern id ad de la fo rm a q u ed a garan tizada para los seres an im ad o s del
m u n d o sublun ar a travs de los ciclos reproductores perm anentem ente reno
vados. Los individuos mueren, la form a de la especie perdura. Por ello la repro
duccin es un captulo tan crucial de la fisiologa. A hora bien, cul es la razn
de la diversidad de sexos?; por qu se dan los sexos en la organizacin biol
gica y en la econ om a general del m un d o vivo? A pun ta D rin g que A ristte
les da sentido a la diferenciacin sexual en el contexto y lm ites de su im agen
del m un do (1990: 8 42). Los acontecim ientos de la naturaleza m anifiestan una
tendencia siem pre presente hacia la perfeccin, hacia la realizacin de la for
m a; y esta tendencia se hace depender de m od o habitual de dos co m p o n en
tes: form a-m ateria, realidad-posibilidad, alma-cuerpo, motor-movido, producir-
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57
Teoras de la vida
segn puede apreciarse, de la epignesis im aginada por Aristteles. Pero la for
m a -h a y que insistir en e llo - posee su soporte m aterial, fsico, que en este caso
vuelve a ser el calor innato del p n em a contenido en el sem en. L a resonancia
aqu de las antiguas nociones jnicas sobre la vida parece indudable. Los rga
nos y sistem as van configurndose en un proceso m orfogentico presidido por
la intervencin del pnem a: elemento con la m ism a capacidad vi tal i7 .adora que
h ab a con ceb id o A n axim en es, pues in cluso es respon sable de la generacin
espontnea: A lgunos anim ales y plantas nacen de form a espontnea en la tie
rra y en el agua, porque en la tierra existe agu a y en el agu a p n e m a, y en el
pnem a hay siem pre calor vital, de tal m o d o que en cierto sentido to d o est
lleno de vida (Sobre la generacin de los an im ales, III, 11, 7 6 2 a 1 8 -2 0 ). El
alm a carece de com posicin m aterial y no puede identificarse con ningn ele
m ento; sin em bargo, se sirve de un instrum ento fisiolgico elemental, el pne
m a, y de su cualidad fsica prim aria: el calor vital. Si ahora nos preguntam os
cm o llega el alm a al embrin, Aristteles contesta recordndonos que es nece
sario d istin gu ir sus diferentes poten cias y su m od o de presencia en los seres
vivos (Acerca del alm a , II, 3). El germ en vivo co m o lo est desde el prin ci
p io - ha recibido del progenitor m acho el alm a nutritiva y el alm a sensitiva,
que van ejerciendo sus capacidades configuradoras y dinam izadoras de m ane
ra gradual prim ero el alm a nutritiva y despus el alm a sen sitiva-: pues un
anim al no llega a ser al m ism o tiem po anim al y hom bre y caballo o cualquier
otro anim al particular; porque el fin se desarrolla en ltim o lugar, y el carc
ter peculiar de la especie es el fin de la generacin en cada individuo . N o obs
tante, si bien las potencias del alm a que estn vinculadas a procesos fisiolgi
cos tienen su desarrollo com o efecto del im pulso transm itido por el padre, el
alm a intelectiva es divina, y n in gun a actividad corporal tiene conexin con
ella (Sobre la generacin de los anim ales, II, 3, b 2-28).
JS
59
Teoras de la vida
biologa aristotlica. Form a y sustancia son, en realidad, las categoras en que
p o r prim era vez el organ icism o halla un sop orte firm e, articulado y preciso
dentro de la tradicin biom dica griega. E l orden del ser vivo com o estructu
ra y la arm ona funcional de los fenm enos vitales quedan vinculados a la inter
pretacin de la naturaleza com o prin cipio form al. L a m ateria, en su ser in de
term inado, es organizada teleolgicam ente por la causa form al. Pero la form a
no es slo el prin cipio de la actualidad esttica del organism o, sino que posee
un estatuto dinm ico: es un proyecto de desenvolvim iento, un fin inserto en
lo indeterm inado y, p or tal razn, el prin cipio p or excelencia del orden n atu
ral. A s q ueda expresado en la Fsica: ... la form a verdaderam ente es natura
leza m s bien que la m ateria, porque de un a cosa se dice con m ayor propie
d ad que es lo que es cuan do ha alcanzado el acto (Fsica, II, 1, 139 b 6). Por
otro lado, la u n icid ad de cada organ ism o est perfectam en te recogida en la
idea de sustancia. Aristteles habla de que toda sustancia se nos m uestra com o
algo individual ( Categoras, 5, 3, b 10). A dem s de ser el ncleo de la visin
aristotlica de la naturaleza en su con jun to, la categora de sustancia se revela
llena de fecun didad para la biologa terica, y acta com o centro organizador
de la concepcin del m un do anim ado.
L a ju stificaci n del orden en los m o v im ien tos n aturales co n stitu y un
logro no alcan zado h asta entonces. E n la ciencia y la filo so fa prearistotlicas el orden biolgico no h ab a hallado un con cepto con n otas d e fin id a ssobre el que reposar. E s a travs de esa especial cap acid ad m otriz de la su s
tancia - q u e le hace susceptible de originar no slo el cam bio, sino el cam bio
d irigid o a un fin co m o q u ed an resu eltos los p ro b lem as de la in tegracin
orgn ica y de la d ireccion alid ad fisio l gica q u e m an ifiestan to d o s los seres
vivos. L a su sta n cia acab a co n v irtin d o se de este m o d o -d e sp u s de ser ya
fu n d am en to lgico y on tolgicoen el sujeto natural de un a d in m ica que
afecta p or igual a las entidades fsicas y a las entidades biolgicas. L a h o m o
gen eid ad y la co n tin u id ad en la im agen aristotlica del un iverso, el eq u ili
brio y la conexin entre el Libro IX de la M etafsica, las Categoras, la Fsica
y los tratados biolgicos resultan, en sum a, adm irables. Se trata de una h om o
gen eidad presidida, d om in ad a p or las causas form al y final. L a nueva ciencia
galileana y la m ecn ica de D escartes se apartarn de la filosofa de la natura
leza que rige los tratados cientficos de A ristteles, debido a que, en su p ro
psito de in staurar una concepcin un ificada de los m ovim ientos naturales,
ste edific un a fsica categorialm ente biolgica. Su teora en torno a las sus
tancias que son susceptibles de m ovim iento es una indagacin sobre la razn,
el orden y la lgica del m ovim iento natural, pero ilu m in ada p o r la razn, el
6o
61
Teoras de la vida
explicacin cientfica. U n proceso natural queda explicado slo si se ha hecho
m anifiesta la cudruple concurrencia de las causas m aterial, form al, eficiente
y final. Atender de form a exclusiva a la materia y al agente es tanto com o renun
ciar a u n a com pren sin cabal del m ovim iento, que siem pre aparece ligado a
un a causa form al y final. E l orden de la naturaleza est regido por la teleolo
ga y, debido a ello, la necesidad a que se ven sujetos los cam bios naturales es
un a necesidad hipottica, condicional, no absoluta: supuesto el fin, se hacen
necesarios ciertos elem entos m ateriales m ediadores, pero ni la causa m aterial
ni la causa eficiente justifican o hacen necesarios los fines (Fsica, II, 9; H intikka, 1973). E n el tratado Sobre las partes de los anim ales puede leerse:
[...] el modo de necesidad y el modo de razonamiento son diferentes en la
ciencia natural y en las ciencias tericas [...], porque en estas ltimas el pun
to de partida es lo que es, mientras que en las primeras es lo que ha de ser.
Porque es lo que ha de ser -salud, por ejemplo, o un hombre- lo que, debi
do a que es con tales o cuales caracteres, requiere necesariamente la pre
sencia o la produccin anterior de tal o cual antecedente y no es tal o cual
antecedente el que porque existe o ha sido producido, vuelve necesaria la
existencia actual o futura de la salud o del hombre. N i es posible tampoco
recorrer la serie de antecedentes necesarios hasta un punto de partida del
cual se pueda decir que, existiendo desde la eternidad, haya determinado
su existencia como consecuencia de ello (I, 1, 640 a 1-8).
Aristteles deja claro, por lo tanto, que es el fin o la fo rm a plenam ente aca
bada, en acto, el p un to desde el cual la investigacin sobre cualquier proceso
natural debe em prenderse; porque es esa form a en acto la que hace inteligible
todo proceso, y no el proceso fsico o biolgico el que d a razn de su fin. A ris
tteles est convencido de que el gran error que han com etido E m pdocles y
D e m crito con siste en que, una vez ad m itid as y recon ocidas las causas efi
cientes y m ateriales, ignoran por com pleto las form ales y finales. C o m o fil
sofos de la naturaleza, olvidan la dim en sin m s notoria de los seres n atu ra
les, ya que las estructuras que stos poseen slo pueden entenderse por referencia
a sus funciones. A h ora bien, hablar de sistem as funcionales en trm inos aris
to tlicos no es sin o h ablar de su stan cias organ izad as p o r la causa final. U n
m iem bro o un rgano m uertos tienen la m ism a estructura que un m iem bro
o un rgan o vivos, pero no los recon ocem os co m o d o tad o s de vida, puesto
que no pueden desarrollar sus funciones. L a teleologa aristotlica deja un lugar
a las im perfecciones o errores de la naturaleza. Sem ejantes desvos de la fina
lid ad obedecen a que en ocasion es la naturaleza tiene que actuar sobre una
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63
Teoras de la vida
vivos, es responsable de esa organizacin; el alm a no es el cuerpo, pero no se
d a sin el cu erp o (Acerca del alm a, II, 2, 4 1 4 a 2 0 ). L a vid a no h a de abrirse
paso contra la oposicin de la m ateria inerte, com o ocurrir en algunos vita
lism os m odernos. D e este m odo, el bilogo antirreduccionista de nuestro pre
sente cientfico tiene en A ristteles un destacado antecesor (Mayr, 1982: 76).
L a organizacin biolgica es, para Aristteles, algo que pertenece a la form a del
ser vivo, y que es irreductible a su co m p o sici n m aterial, si bien resulta, asi
m ism o , inseparable de esta ltim a. L o s organ ism os poseen los prin cipios de
su autogobierno, incluso de su autocuracin o, segn lo expresara el experto
actual en ciberntica, poseen capacidades funcionales autorreguladoras. L a dis
tan cia entre este ltim o y A ristteles q u e d a m arcad a - c o m o h a su brayado
Sm ith (1 9 7 7 : 1 3 3 -1 5 0 )p o r la adhesin a una m etafsica diferente. E s claro
que la biologa del Liceo logr establecer una concepcin de la vida que, asen
tad a sobre el con ocim ien to em prico, apareca llena de sugerencias tanto te
ricas com o m etatericas; y ello convierte a A ristteles no slo en el principal
naturalista del m un d o clsico, sino, igualm ente, en el m s antiguo filsofo de
la biologa.
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Teoras de la vida
do n om b rar a A ristarco de S am o s (siglo III a. C .) e H ip a rco (siglo II a. C .).
A ristarco adelant u n a con cepcin h eliocntrica del sistem a solar, que con
testaba el tradicion al geocentrism o y que fue ardientem en te co m b atid a por
A rqum edes. H iparco, p o r su parte, determ in la posicin y el brillo relativo
de aproxim adam ente ochocientas estrellas, calcul el tam a o de la L u n a y su
distancia a la Tierra y am pli los m todos m atem ticos de la astronom a. H ay
que aadir, sin em bargo, que la p osib ilid ad de establecer los recursos instru
m entales de la astron om a geom trica al m argen de la co sm o lo g a perm iti
que la estructura del universo aristotlico se m antuviera intacta, en lo esencial,
h asta el R enacim iento. L a separacin entre cosm ologa y geom etra del cielo
cu m pli, de hecho, un a doble funcin : garantiz el avance de la astron om a
alejan d rin a co m o clculo au t n o m o , fructferam ente predictivo, y liberado
-g ra cia s a su inspiracin p o sitiv ista- de vnculos fsicos o m etafsicos; y ase
gur que el cosm os hom ocntrico del D e celo m antuviese su vigencia y con
sagrase la escisin entre los m u n d o s su b lu n ar y supralun ar, cuyas fronteras
on tolgicas eran im prescin dibles para la filosofa natural y m s en concreto
para la d in m ica de Aristteles.
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Teoras de la vida
res, es decir, en una ciudad egipcia recin fundada, sin tradicin y, por
ello, al menos inicialmente, exenta de prejuicios y por aadidura no gober
nada por egipcios (Kudlien, 1972: 154).
La im agen que Kudlien presenta de la recin creada Alejandra resulta vero
sm il. U n a ciudad joven, con gran fuerza creadora, liberada de prejuicios, anti
dogm tica, receptora de cientficos con la m ejor form acin, y que florece en el
lugar adecuado, en el m om ento adecuado. Im pulsar la constitucin de una ana
to m a basad a en la diseccin era con d icin im prescindible para que la teora
fisiolgica pudiera hallar un suelo firm e sobre el que levantarse. Los hipocrticos y todos aquellos que haban estudiado en el Liceo em pleaban en la anato
m a h um ana conceptos provenientes de la observacin de anim ales, cuando no
abiertam ente im aginarios. L a d octrin a hum oral equivala, p o r tal razn, a un
esquem a funcional que reposaba sobre una m orfologa m uy precaria. Esta caren
cia fue entendida p or H erfilo y el resto de los prim eros m dicos alejandrinos
-Je n o fo n te , E u d em o o E ra sstra to - co m o decisiva. N o cabe d u d a de q u e el
posthipocratism o del siglo IV a. C . haba preparado el terreno para una revisin
en profun didad de las viejas actitudes de la escuela de C o s, pero las innovacio
nes revolucionarias llegaran un siglo m s tarde, afectando en grado sem ejante
a las tcnicas de exploracin anatm ica, a la form acin de conceptos y a la refle
xin sobre las posibilidades y lm ites del conocim iento cientfico.
L a p o sici n ep iste m o l gica de H erfilo ha sid o an aliza d eten idam en te
p o r H ein rich von S tad en (1 9 8 9 : 1 1 5 -1 3 7 ). L a d escribe co m o u n a actitu d
con nfasis en tres perspectivas que en principio podran parecer no del todo
com patibles. Existen an tiguas referencias a H erfilo que lo encuadran den
tro de los que han sido llam ados m dicos racionalistas, es decir, m dicos que
concedieron gran valor a las explicaciones causales as co m o a la co n stru c
cin terica, frente a los empricos, p ara quienes el cien tfico deba practi
car la observacin pasiva, y tena que eludir las teoras basadas en elem entos
o factores invisibles. G alen o atribuye a H erfilo la o p in i n de que el descu
brim ien to de las causas que operan en el o rg an ism o no p u ed e con segu irse
slo m ediante la diseccin, sino que exige la realizacin de inferencias a par
tir de los fen m en os:
Algo debe aadirse a lo ya dicho; algo que, al igual que otras cosas que
aparecen como resultado de la diseccin, es desconocido incluso por los
grandes filsofos, y que es el momento de mencionar, partiendo de las cosas
escritas por Herfilo [...]. Pues Herfilo [cree] que las facultades que nos
controlan no se descubren simplemente observando partes [de nuestra ana-
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Teoras de la vida
C ab ra hacer una lectura de estos diferentes testim onios bajo el supuesto
de que H erfilo fue m od ifican d o a lo largo de su vid a la valoracin de lo que
el conocim iento cientfico es capaz de proporcionarnos. Equivaldra a una ju s
tificacin gentica o biogrfica de su posible escepticism o, al que habra lle
gado tras etapas en las que m ostr un m ayor optim ism o epistem olgico. Pare
ce preferible, no obstante, seguir el criterio de von Staden, quien cree que no
hay bases para aceptar una evolucin intelectual sem ejante, y s para ensayar
una visin de la ciencia heroflea que salve la com patibilidad de los fragm en
tos reproducidos. Segn este m od o de enfocar la cuestin, es im portante adver
tir que H erfilo usa el trm ino fenmeno con el m ism o sentido que tiene den
tro de los tra b ajo s b io l g ic o s d e A rist tele s; y el trm in o hiptesis co n la
conviccin de que las explicaciones causales no pueden ser verificadas hasta
extrem os en los que dejen ya de ser conjeturas. H abra que entender, as, que
n unca cam in p or la va del escepticism o. D efendi el carcter provisional de
las exp licacion es causales, y es aq u d o n d e se separa de A ristteles; pero las
em plea y llega a construirlas con la ayuda de enunciados nom otticos que for
m ula sin titubear (Von Staden, 1989: 121). Se halla, por lo tanto, m uy lejos
de reconocer los ecos peyorativos que resuenan en la concepcin hipocrtica
de las hiptesis, segn aparece sta recogida en el tratado Sobre la medicina an ti
g u a (I, 13, 15). Piensa, p or el contrario, que una explicacin causal hipottica
perm ite con ciliar el m todo ob servacion al con la aspiracin a elaborar p ro
puestas tericas.
H acer de H erfilo un em prico, en el sentido q u e tal rbrica tiene d en
tro de la m ed icin a h elen stica co n fin am ien to en la experien cia pasiva, en
los datos p ro p o rcio n ad o s p o r la h istoria y la an aloga, as co m o rechazo de
la e sp e cu la ci n cau sal, la d ise cci n o la e x p e rim e n ta c i n - es m a n ifie sta
m ente in apropiado. Los em pricos rechazaron la an atom a y la fisiologa por
entender q u e am bas im p licab an la in terven cin activa contra la naturaleza.
Se lim itaro n a observar los efectos que p ro d u ca la ad m in istraci n de d ro
gas: un m o d o de actu acin coherente con su deseo de no rebasar la in d u c
cin y la tran sm isi n de lo ap arecid o en el m ero contem plar. M u y al co n
trario , H e r filo siem p re p e rsig u i elevarse desde la esfera de lo em p rico
h asta el d o m in io de lo tcnico. A l h acerlo, perm an eci fiel a los ideales de
la m s au tn tica trad icin m d ica griega. V on Stad en su p on e, adem s - u n
su p u esto cuyas g aran tas no sean q u iz tan firm es co m o las que respaldan
sus otros a rg u m e n to s-, que esta p rim era gen eracin de m d icos ale jan d ri
nos com parti una postu ra com n p o r lo que concierne a los criterios m eto
d o l g ico s que d eban co n d u cir cu alq u ier in vestigacin ; y, p u esto q u e E ra-
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Teoras de la vida
El hgado no es completamente similar en todas las criaturas, sino dife
rente en anchura, longitud, espesor, altura, nmero de lbulos, y en la irre
gularidad, tanto de su parte frontal donde es ms grueso, como de las
partes circulares, en la zona superior, donde es ms delgado (Galeno: De
anatomicis administrationibus, 6, 8; K, II, 570-572).
El h gad o h aba sido no slo en la tradicin biom d ica, sino en to d a la
cultura griega desde la literatura h om rica h asta la filosofa ateniense, un
rgan o con enorm e p ro tag o n ism o -fisio l g ic o , desde luego, pero con gran
papel tam bin en las artes adivinatorias y la m itologa. N o se h aba alcanza
do, a pesar de todo, un conocim iento de su organizacin que superase la p ro
yeccin analgica de los conocim ientos adquiridos en la anatom a anim al. A s
se hace patente en el tratado h ipocrtico Sobre la naturaleza de los huesos (I),
don d e el an n im o autor atribuye al hgado h um an o cinco lbulos. Las co n
clusiones de H erfilo nacen, p or el contrario, de un con ocim iento de p rim e
ra m an o, basad o en la diseccin; con ocim ien to atento a la arquitectura an a
tm ica, pero no m enos a las relaciones con aquellos otros rganos que rodean
al hgado y con los vasos sanguneos a los que est conectado. Al concretar las
observaciones del insigne an atom ista de la antigedad sobre la an atom a del
abdom en, ninguna historia de la biologa olvida m encionar tam poco que an
d en o m in am o s duodeno a la parte inicial del intestino delgado, con servan do
la versin latina del nom bre que l le dio (dodekadaktylon: con una lon gitu d
de doce dedos).
En la vieja disputa sobre el centro rector de las funciones orgnicas, H er
filo retom en parte el cam in o de la fisio lo ga sicilian a y aristotlica. Se ha
m encionado ya la orientacin cardiocntrica que Em pdocles y Aristteles dan
a sus teoras fisiolgicas. Es im portan te entender que la capitalidad funcional
del cerebro o el corazn se haban defendido, en general, desde la conviccin
de que cada uno de estos dos rganos era, respectivam ente, el origen del que
naca el sistem a vascular. L o im portante es que, elegida una u otra opcin te
rica, el cuadro fisiolgico global queda enorm em ente con dicion ado (G alen o
defender m s tarde que el ncleo del sistem a vascular es el hgado). C o m o ya
se ha sealado, Aristteles haba sostenido que el corazn posee tres cavidades
en nuestra especie (Historia de los animales, I, 17, 4 9 6 a 4-27), y que de l par
ten los vasos san gun eos fo rm an d o un rbol con doble tronco. Fue un error
con bastante probabilidad corregido por D iocles de C aristo, quien describe ya
las dos aurculas, aunque en el seno de la doctrina que otorgaba capacidades
cognitivas a este rgano considerado prim ordial. T am bin en el captulo de la
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Teoras de la vida
p o - durante los inicios del siglo III a. C ., en Alejandra, se debi clara
mente a la excepcional situacin que all se dio. La combinacin inusual
del patronazgo macedonio de la ciencia por parte de los Ptolomeos, con
la presencia de cientficos inquietos como Herfilo, y una nueva ciudad
en donde los valores tradicionales no fueron entendidos por principio
como superiores [...] hizo posible que se superaran los viejos impedimen
tos... (Von Staden, 1989: 141).
Si se p o n e ah o ra la m irad a en E rasstrato , se en cu en tran , ciertam en te,
algun os rasgos com un es con la person alid ad cientfica de H erfilo. T am bin
es l un co n su m ad o an atom ista, capaz de describir las vlvulas cardacas, la
epiglotis, los vasos quilferos, o de establecer la diferencia entre nervios sen
sitivos y m otores. N o obstante, a su destreza com o an atom ista su m a tres vir
tudes com plem en tarias: su au d acia intelectual, su inters por la fisio lo ga y
su dedicacin al trabajo experim ental. L a prudencia epistem olgica de H er
filo - l a que le situ a no m u ch a d istan cia del p o sitiv ism o - es su stitu id a en
Erasstrato p or la defensa de un finalism o que vuelve a descansar en la nocin
de physis, pero descargada del aparato terico de la teleologa aristotlica. L a
p osicin del fisilogo alejandrino -ten d e n te al ato m ism o y el n eu m atism o le hace rechazar los p rin cip ios form ales de la filo so fa natural del Liceo, as
com o la visin organ icista del ser vivo asociada a la teora h um oral. Se trata,
p ues, de un finalism o que com o h iptesis o n tolgica sirve para garantizar el
sentido de la organizacin vital, pero que nace de la conviccin sim ple segn
la cual la n aturaleza sigue un plan en la gnesis y en la con servacin de los
seres que crea. E s m s: la naturaleza en ocasiones p rodu ce estructuras in ti
les (el bazo, p o r ejem plo); y el cientfico, a travs de la razn y el experim en
to, supera con su con ocim ien to a la physis: a las capacidades que sta posee
para restablecer la salud perdida en la enferm edad. El calor externo es la cau
sa que desencadena los m ovim iento vitales, entendidos com o procesos de des
p lazam ien to de co rp scu lo s en el in terio r del o rg an ism o . Por lo dem s, la
fisiologa de Erasstrato est construida sobre la idea de que las venas, las arte
rias y los nervios son los elem entos an atm icos que soportan , ju n to con los
rganos m s im portan tes -h g a d o , p ulm on es, corazn y cereb ro- el co n ju n
to de actividades vitales que tienen lugar en el cu erpo h u m an o . Se trata en
los tres casos venas, arterias y nervios de tu b o s h uecos p o r los que circu
lan, respectivam ente, sangre, espritus vitales y espritus anim ales. T odos estos
co n d uctos se sup on an divididos un a y otra vez, h asta separarse en ram ifica
ciones im perceptibles para el ojo h um an o que llegaban a cualquier p un to del
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Teoras de la vida
te ltim o del tejido elem ental de las partes blandas, as co m o e lparnkhym a
se con ceba com o el p rod u cto de la co agulacin y tran sform acin de la san
gre en las regiones no fibrosas de las visceras. L a presencia de vasos invisibles
que unan las venas con las arterias en los cordones triples estaba supeditada,
en definitiva, a convicciones irrenunciables; pero no lleg a m odificar el con
tenido bsico de un a fisiologa que, en lo fundam ental, entenda los sistem as
arterial y venoso com o unidades funcionales separadas.
Las arterias que llegan al cerebro con ducen los espritus vitales h asta l.
Erasstrato estudi con detalle la estructura del encfalo y situ en el cerebelo
y las m eninges el centro director de la actividad p sq u ica (hegemonikn). Es
all, en la fina red arterial del encfalo, don d e se produce la conversin de los
espritus vitales en espritus animales. Encontramos, en resumen, cuatro m om en
tos principales dentro de la fisiologa erasistrtea: la transform acin en el hga
do del alim ento en sangre; la constitucin del parnkhym a visceral a partir de
la sangre; la transm utacin, en el interior de los pulm ones, del pnem a am bien
tal en espritus vitales; y, para term inar, la form acin de los espritus anim ales
en el encfalo -q u e con posterioridad circularn por los n erv io s- m ediante un
proceso de refin ad o de los esp ritu s vitales. Se trata de u n a fisio lo ga co n s
cientem ente alejada, segn se ha sealado, de las cualitativas dynameis, y orien
ta d a hacia un a co n cep cin del ser vivo con claros acentos corpuscularistas.
C o m o p a t lo g o , finalm en te, rechaz tam bin E rasstrato la in terpretacin
holista de la enferm edad, prefiriendo im pulsar un enfoque analtico, favora
ble al origen local de las entidades m orbosas:
Est fuera de duda que, partiendo de la anatoma pura, lleg a for
mular clnicamente la idea de un saber anatomopatolgico, cuyo conte
nido pensaba aplicar con provecho a la teraputica y sobre todo a la tera
putica quirrgica. Haba observado, por ejemplo, en las autopsias, que
el hgado de los enfermos que haban muerto de ascitis estaba endureci
do. Sobre esta base lleg a la conclusin de que la ascitis no era una enfer
medad humoral, consistente en la alteracin de un determinado humor,
en este caso de la flema, en todo el cuerpo, sino una dolencia relacionada
etiolgicamente con una determinada viscera, es decir, con el hgado. En
consecuencia, pens que deba abandonarse la teraputica causal de la asci
tis, consistente en la puncin del derrame, que se haba empleado hasta
entonces y seguira emplendose posteriormente, y sustituirla por otra
aplicada al hgado. De esta forma recomend para tales casos nada menos
que el acceso por va quirrgica hasta el hgado y la aplicacin en su super
ficie de medicamentos emolientes (Kudlien, 1972: 158).
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1 .4. 2.
Cuerpos y alm as
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Teoras de la vida
cia, slo l puede actuar en con form idad con la naturaleza. N o s encontram os,
pues, ante la necesidad de una indagacin fsica a la que Z en on de C itio (3362 6 4 a. C .) y sus continuadores concedieron especial im portancia, y cuyos resul
tados tericos quedaron recogidos en las nociones de fuerza y m ateria, con un
acento no m en os d estacab le en el n eu m atism o. Fu e un a fsica que ilu m in
sobre to d o la orien tacin doctrin al de la escuela m dica de los n eu m tico s,
au n q u e in fluy p od erosam en te en to d a la cu ltura b io l g ica rom an a, com o
p on en de m anifiesto estos com entarios de Ilse Jahn:
La idea estoica de las capacidades [...] de los animales puede reducir
se en ltima instancia, a la distincin entre los distintos tipos ds. pnema.
En oposicin a Teofrasto y rechazando decididamente la opinin de Estratn, pensaban que no se puede atribuir a los animales la posesin de racio
cinio. Los animales y las plantas habran sido creados a causa del hombre
y representaran las formas inferiores de existencia en comparacin con la
superior [...]. Las plantas simbolizaran el crecimiento, en tanto que los
animales dispondran adems de la capacidad de moverse, de cuidar de la
conservacin de su propio organismo, tener conciencia del propio yo [...].
Este instinto de conservacin, como muchas otras cosas que caracterizan
a los animales, son tambin comunes al hombre, pero sin embargo las
similitudes entre animal y hombre son de naturaleza externa, pues las pro
piedades de los animales no son, por su esencia, comparables con la acti
vidad razonadora del hombre, sino que han de verse tan slo como los
preliminares de las correspondientes cualidades y actividades del hombre
(Jahn, 1989: 77).
Im portantes perspectivas tericas asociadas al antiguo neum atism o (la doc
trin a de las sim p atas csm icas, la an aloga m icro cosm os-m acro co sm os) re
aparecen en esta escuela m dica de los neumticos, inspirada en la filosofa estoi
ca, y m u y especialm en te in flu id a p o r P osid on io de A p am e a (135-51 a. C .)
- u n a de las m s destacadas figuras de la Stoa m ed ia-. El fu ndador del grupo
n eum tico, A teneo de A talia (siglos I a. C .-I d. C .), que fue discpulo de Posi
don io, se sirvi de la divisin del pn em a en sus diversas form as (innato, an
m ico...), segn la haban establecido los estoicos, asignando a cada una de ellas
un especfico valor funcion al. L a fisio lo ga n eu m tica q u ed organ izad a en
torn o al papel central desem peado p or el corazn, y de m anera fu n d am en
tal a la accin fsica que el calor innato, presente en el ventrculo izquierdo,
ejerca sobre el pn em a. E sta creencia en la p repo n deran cia fisiolgica de la
actividad cardaca condujo, no obstante, a una interpretacin errnea del m eca
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Teoras de la vida
discpulo del ya citado Asclepades, llevar al m undo rom ano el conjunto de las
doctrinas m etdicas: la clasificacin de las enferm edades en agudas y crnicas,
la existencia de una sintom atologa aplicable a todas las enferm edades -b asa d a
en las nociones de contraccin, atona y la m ezcla de una y o tra-, y una posi
cin filosfica que serva para declarar injustificable cualquier explicacin ana
tm ica o fisiolgica y causal en generalde las enfermedades.
L a llegada a R o m a de la escuela n eu m tica tiene lugar en el siglo I d. C .
M agn o, de posible origen griego pese a su nom bre, es el prim er representan
te destacado que encontram os; y Areteo de C apadocia, quien consigue la ple
na introduccin de la ciencia m dica griega en el Im perio. A reteo encarnar,
adem s, un proyecto de acercam iento al cristianism o apoyado en la con cep
cin neum tica del alm a y en el equilibrado com prom iso que el n eum atism o
anterior h aba establecido entre la m edicina del cuerpo y del alm a. La filoso
fa estoica perm ita, en efecto, subrayar la m ayor dignidad ontolgica del alm a
respecto del cuerpo, pero haca posible, igualm ente, declarar al cuerpo im pres
cindible para aqulla.
T am bin los ecos de la escuela escptica llegaron a R om a. C o n sigu ieron
extender en ciertos crculos la idea de que el con ocim ien to de la naturaleza,
de la vida o de las causas de la enferm edad era inalcanzable. N o faltaron los
terapeutas que aban don aron la m edicin a para seguir las doctrinas de Pirrn,
adoptando una actitud de la que incluso G aleno participara en una breve eta
p a de su juventud. L a proliferacin de escuelas, la diversidad de juicios clni
cos, la p lu ralid ad de m arcos filo s fico s, de sistem as tericos y de actitu des
m etodolgicas sem braron la confusin, hasta convertirse para algunos en m oti
vo que ju stificab a el aban d on o de cualquier intencin cientfica. A un q u e la
figura de G alen o desm iente la hiptesis de un estancam iento generalizado de
los saberes biom dico s, parece indiscutible que el escepticism o que H erfilo
supo traducir en prudencia epistem olgica, en investigacin an tidogm tica y
abierta a una revisin perm anente, se apoder de algunos m edios intelectua
les rom anos, volcan do en ellos su vertiente m s paralizadora. Por esta razn,
G aleno em prender la bsqueda de un espacio m etodolgico para la teora de
la vida en el que pued an encontrarse patrones de in dagacin firm es, asenta
dos en la observacin m eticulosa o en la deduccin vlida. L a lgica aristot
lica ser requerida para que colabore con la m edicina, al tiem po que la m ate
m tica ser vista com o parte fundam ental en el proyecto de form acin reglada
que determ inadas escuelas m dicas definirn para el m dico rom ano. L a geo
m etra se pens aplicable a la m ecnica de la locom ocin y al tratam iento q u i
rrgico de las lesiones en huesos o articulaciones; al tiem po que la aritm tica
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Las p gin as dedicadas en el tratado a la an atom a h u m an a y del resto de
los anim ales vuelven a tener el sello de u n a influencia aristotlica confesada,
si bien h a d esap arecid o cu alquier p ro p sito terico que p u d iera orien tar la
com prensin de los detalles que estn sin em bargo m eticulosam ente presen
tados m uchas veces en el plan o descriptivo.
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Teoras de la vida
en cu en tran : E l buen mdico h a de ser tam bin filsofo, Sobre el arte mdico,
Sobre el uso de las partes, Sobre la diseccin del tero, Sobre la bilis negra, Sobre
el m ovim iento de los msculos, Sobre las facu ltad es naturales, Sobre el semen,
Sobre la dificu ltad de la respiracin, Sobre las causas de las enfermedades, Sobre
el pronstico, Sobre el mtodo teraputico... (Vase una am p lia enum eracin en
G arca Ballester, 1972a: 2 1 8 -2 2 0 .)
i .j . i .
Ms all de la teora
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Teoras de la vida
cim iento de sus signos aparentes, sino de su especfico carcter, de su natura
leza esencial. Por lo tanto, es preciso aadir una ltim a nota a sus conviccio
nes m etatericas: el conocim iento cientfico es con tem plado por G aleno des
de u n a perspectiva realista, que se op o n e de m an era resuelta a la valoracin
positivista del m ism o realizada p or el principal representante en aquel m om en
to de la astron om a: su co n tem p o rn eo C la u d io P tolo m eo (c. 100-c. 170).
i . j . 2.
La forma
Por prim era vez en la historia de la m edicina occidental la an atom a hum ana,
gracias a G alen o, adquiere el rango de saber orgnico, de conocim iento siste
m tico. E s lcito afirm ar, as, que los prim eros autnticos tratados de esta dis
cip lin a p rovien en de sus in v estigacion es, de su trab ajo. Y, au n q u e no sera
correcto ver en G aleno un m orflogo puro, es patente que las disecciones ana
tm icas constituyeron una parte im portan te de su quehacer cientfico. G ale
no entiende la diseccin, y el conocim iento anatm ico en general, com o con
dicin necesaria, im prescindible en la prctica m dica. Se im pon e a s m ism o,
p o r ello, la tarea de co m p letar la lab or de A ristteles en an atom a. L o h ar
sobre todo con un propsito: confirm ar la capacidad orden adora de la n atu
raleza, m anifiesta en la estructura de los seres vivos. Saba que el escolasticis
m o y las referencias a la autoridad no tenan cabida en un dom in io tan p ro
picio a la observacin directa; era consciente de que la apelacin a los sentidos,
es decir, la realizacin p rctica de diseccion es y el aten im ien to a ellas co m o
fuente de con ocim ien to m orfolgico era lo nico en que basar un program a
de revisin crtica del saber m o rfo l gico an tig u o (G arca Ballester, 1972a:
22 5 ). G aleno conoci directam ente, pues, la anatom a hum ana, aunque pare
ce que p or lo general disecaba anim ales. Las disecciones de cadveres h u m a
nos han dejado de ser tan habituales com o lo fueron en el prim er perodo ale
jan d rin o . A un as, no cabe d u d a de que co n oca la arqu itectu ra interna del
cuerpo h um ano, ya p or disecciones que l m ism o pudo realizar, ya por aqu e
llas a las que p u d o asistir.
Las dos obras galnicas con m ayor contenido anatm ico son Sobre los p ro
cedimientos anatm icos y Sobre el uso de las partes. L a prim era de am bas, ade
m s de un a gua para la diseccin, es propiam ente pese a su ttulo un tra
tado de anatom a. El segundo escrito encierra una porm enorizada exposicin
de lo que cabra denom in ar an atom a fisiolgica, esto es: un a descripcin de
las estructuras orgnicas desde la perspectiva de las operaciones que desem pe
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Teoras de la vida
pues, se ocu p a de los rganos gracias a los cuales las potencias del alm a vege
tativa pueden ejercerse. Parte, as, de las poten cias com u n es al h om bre y los
dem s seres vivos, hasta llegar a las m s diferenciadas y exclusivas del ser hum a
no. D e acuerdo con este criterio, co n tin a sus obras an atm icas con la des
cripcin de los rganos localizados en el abdom en. M as, puesto que la diges
tin y asim ilacin de las sustancias alim enticias requieren la intervencin de
los espritus vitales, habrn de ser tenidos en cuenta tam bin aqu los rganos
de la respiracin y de m od o general los de la cavidad torcica.
E n virtu d de la lgica interna que g u a la exposicin galnica, en tercer
lugar son descritos los elementos anatm icos vinculados a las funciones estric
tam en te anim ales o, lo que es lo m ism o , aquellas partes del organ ism o que
tienen que ver con la sensacin y la locom ocin . Por fin, se estudian las vas
de co m u n icacin existentes en el cuerpo h u m an o , esto es, se recorre la d is
posicin de las venas, arterias y nervios, con sigu in dose de esta m anera una
ltim a im agen de la integracin, de la organizacin global, del plan a que est
sujeto el cuerpo del hom bre. O rden teleolgico que descansa en la nocin de
eidos y que es con cebido por G alen o de nuevo desde un a perspectiva aristo
tlica:
Una vez visto el orden descriptivo que presenta Galeno y si aceptamos
como definicin de anatoma la descripcin cientfica de la forma del cuer
po humano, inmediatamente hemos de aclarar lo que entenda por forma
el anatomista del siglo II d. C. Contestamos con ello a la pregunta sobre
cul era la idea de Galeno cuando, como anatomista, quiere presentar en
su conjunto la contextura del cuerpo humano. Galeno vea la forma del
animal segn lo que los griegos entendieron por eidos, as su descripcin
anatmica pretender expresar [...] la figura del animal vivo en la plenitud
de su movimiento vital. De ah que se ocupe de los rganos y funciones
que expresan y realizan dicha plenitud: digerir, respirar, mantener el calor
vital de sus partes, sentir, moverse, pensar (Garca Ballester, 1972a: 230).
Es necesario, para term inar, a adir algo m s. L a m o rfo lo ga de G alen o
inclua errores im portantes. Se trataba de errores derivados de sus fuentes de
inform acin o del m todo esencialista y deductivo que en ocasiones practic.
D en tro de los que tendram os que incluir en el prim er grupo, destacan la atri
b u ci n a la m an o h u m an a de la estructura m u scu lar p ro p ia de la m an o del
m acaco, o la idea de que el rin derecho se halla localizado algo m s alto que
el izquierdo. E n lo que se refiere a los errores originados en el empleo de n ocio
nes heredadas que G alen o no valor crticam ente y desde las que procedi
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Teoras de la vida
form al en A ristteles-, cualquier separacin entre funcin y estructura apare
ce com o algo artificioso. Sustancialism o, organicism o y finalism o son, en resu
m en, los apoyos sobre los que creci la teora galnica de los m ovim ientos vita
les. C o n tales supuestos era posible construir una fisiologa que, sin dejar de
estar atenta a la observacin em prica, se conform ara com o un saber deducti
vo: toda parte, to d a actividad adquiere su sentido por el fin que cum ple en la
organ izacin general del ser vivo. C o n o ci el m dico de M arco A urelio el
m todo experim ental? C o m o cualquier cientfico de cualquier poca, G aleno
cum pla con la invencin de hiptesis -a te n d a al prim er m om ento del m to
do h ip ottico -d ed u ctivo - desde com prom isos on tolgicos que establecan el
repertorio de entidades bsicas que p od a tom ar com o existentes. Eran co m
prom isos que lim itaban su capacidad de creacin terica, pero sim ilares a los
que dirigen siem pre el trabajo del cientfico (si exceptuam os el del positivista
m ilitante). C o n esa frontera la im puesta por la on tologa de base que acep
ta b a-, entendi la investigacin com o bsqueda de las causas a que obedecen
las regularidades m anifiestas en la experiencia.
Ju n to a dichas n otas con stitutivas, la fisiologa galnica in co rp orab a un
reducido sistem a de con ceptos prim arios. Las sustan cias elem entales agua,
aire, fuego y tierra-, con sus cualidades especficas y tendencias espontneas,
son los p rin cipios que p articipan en los procesos de la naturaleza. C a d a una
de ellas es portad ora de propiedades que luego se hacen presentes en los cuer
p o s de los q u e fo rm an parte. L o s h u m ores so n algun o s de dich os cu erpos.
R esultan de la m ezcla de los cuatro elem entos segn determ inadas proporcio
nes. E n la sangre pred om in a el aire y, debido a ello, es de naturaleza caliente
y hm eda; en la bilis amarilla, el fuego, y es por eso clida y seca; la bilis negra
es de naturaleza seca y fra, porque contiene prim ordialm en te tierra; y la fle
m a, en la que abunda el agua, es fra y hm eda. Los hum ores, com o haba ocu
rrido en la m edicina hipocrtica, valen de fundam ento a la consideracin holista de la bioorganizacin, ya que en su con tin uo flujo interactan de m anera
ordenada, h aciendo que renazca perm anentem ente el equilibrio exigido por
las funcion es vitales. C a d a un a de las partes del organ ism o est v in cu lada a
cierto hum or, que de m odo constante extrae de la sangre venosa, y que asim ila
poco a poco para regenerarse.
El alm a con tin a siendo, sin em bargo, el principio p o r excelencia de los
seres vivos. D e acuerdo con la vieja teora de las localizaciones, sus tres dim en
siones se relacionan con el cerebro, el corazn y el hgado. Pero lo m s im por
tante es que en G aleno el concepto de alm a adquiere un a m arcada orientacin
hum oralista:
92
93
Teoras de la vida
rias; y, finalm ente, un espritu an im al, producido en el cerebro y difundido por
los nervios. G alen o d ud , no obstante, de la existencia del pnem a n atu ral y,
segn prestem os atencin a un a u otra de sus obras, explica la generacin de los
espritus anim ales, bien a partir de los espritus vitales que llegan al cerebro por la
red arterial o, directam ente, com o resultado de la transform acin en el cerebro
del pnem a csmico que a l fluye desde los bulbos olfatorios.
E l calor in n ato aparece, tam b in , co m o un a co n d ici n necesaria para la
vida, la sensacin, el m ovim iento y la actividad racional. E s el m otor prim or
dial del organism o: un agente biolgico que descansa en la estructura h u m o
ral de los anim ales, y que, en aquellos que poseen sangre, queda ubicado en el
corazn. D esd e el corazn, el p u lso arterial lo reparte p o r to d o el cuerpo, y
gracias a su presencia, y a la del aire am biental que ingresam os al respirar, se
consigue la digestin de los alim entos.
Para concluir este breve recorrido p o r la fisiologa de G alen o es obligada
un a exposicin, aun que sea esquem tica, de su fisiologa especial. El estm a
go recibe los alim entos, inicindose en l un proceso de digestin que term i
nar en el h gado . E n ese p roceso de refin ado intervienen rgan os co m o la
vescula biliar, el bazo, el intestino y el aparato urinario. Llegado al hgado, el
quilo, m ateria nutritiva resultante de una prim era coccin, es som etido a otra
de la que se originar la sangre. E n el hgado nacen dos sistem as venosos: uno
que lleva la sangre al corazn y otro que la distribuye por las zonas perifricas:
El humor preparado en el hgado para la alimentacin del animal, una
vez liberado de los productos residuales consecuencia de la coccin com
pleta por el calor natural, sube rojo y puro a la parte convexa del hgado,
mostrando en su coloracin que ha recibido y asimilado una parte del fue
go divino, como dijo Platn. All es recibida por una gran vena -la cavaque se dirige a la parte superior e inferior del animal. Es como un acue
ducto lleno de sangre de donde parten numerosos canales, unos pequeos,
otros grandes, que se distribuyen por todas las partes del animal (Galeno,
K, III, 272-273, citado en Garca Ballester, 1972a: 243).
L a sangre llega al corazn a travs de las venas cavas -in g re sa en l p o r la
aurcula derech a-, pasa luego al ventrculo derecho -d e sd e donde cierta can
tid ad cruza el tabique o septum interventricular, penetrando en el ventrculo
izquierdo, y el resto es enviado a los pulm ones. La aireacin de la sangre veno
sa contribuye a la propia nutricin de los pulm ones. L a vena pulm on ar (deno
m in ad a arteria venosa) con duce el pn em a con tenido en los p ulm on es h asta
la aurcula izquierda; aire que a continuacin desciende al ventrculo izquier
94
95
Teoras de la vida
teados. G alen o saba que los dim etros de las arterias y las venas pulm onares
eran m enores que los de las venas cavas y la arteria aorta. Ello p u d o hacerle
pensar que la circulacin a travs de los pulm on es no p od a proveer de su fi
ciente sangre al ventrculo izquierdo, necesitndose un a com u n icacin , con
ese fin, entre la parte derecha e izquierda del corazn. A sim ism o, la in fluen
cia que ejercan sobre el gran cientfico la tradicin fisiolgica y los co m p ro
m isos filosficos y culturales a que no p u d o sustraerse le hicieron creer en una
conjun cin de los m ovim ientos respiratorios y del corazn:
96
97
Teoras de la vida
m s com pleta esterilidad en lo que se refiere a la b sq u eda de nuevos p atro
nes de explicacin. El deseo de entender la naturaleza que h aba an im ado la
filo so fa de los m ilesio s, la astro n o m a p itag rica, la m ed icin a h ip ocrtica,
la b iologa aristotlica o la fsica alejan d rin a parece eclipsarse; es ocup acin
de un tiem p o co n clu id o. L a H isto ria de los an im ales de C la u d io E lian o (si
glo III d. C .) nos d a la m edida de los intereses ahora vigentes. L a obra quiere
ser un a im itacin de la H isto ria n atu ral de Plinio, pero acaba con vertida en
un a recopilacin de curiosidades, fbulas y relatos destinados al deleite litera
rio del lector o a cum plir un papel m oralizante. G alen o pareci prever la lle
gad a de esta p oca som bra para la ciencia natural. E n E l m ejor mdico ha de
ser tam bin filsofo escribe:
A s pues, al verdadero m dico se le encuentra am igo de la prudencia,
de la m ism a m anera que com paero de la verdad. Y as, debe practicar el
m todo racional gracias al conocim iento de cuntas son todas las enfer
m edades que hay, segn aspectos y clases, y debe asum ir la indicacin de
los remedios de cada una.
Este m ism o m todo - la experiencia- tam bin explica la propia natu
raleza del cuerpo, la naturaleza de los prim eros elementos que estn todos
por entero mezclados entre s, la de los elementos perceptibles en segundo
lugar, que precisamente son llamados com puestos hom ogneos, y la terce
ra adem s de stas, la constituida por partes orgnicas. Pero tam bin es
necesario que aporte el conocim iento de cul es para un ser vivo la utili
dad de cada una de las partes dichas y cul la eficacia real de esa utilidad
(Galeno, 1987: 121-122).
2
El divino arte de los alquimistas
y el viraje metodolgico durante
el Renacimiento
99
Teoras de la vida
co m o en el m u n d o m u su lm n . L a trad icin alq u m ica tiene unos orgenes
m uy rem otos. P u do nacer en E gip to, si bien su apogeo suele fijarse entre el
ao 800 d. C . y la segunda m itad del siglo XVII. L a palabra alquim ia deriva
del n om bre rabe al-k im iy, y ste co n bastan te p ro b ab ilid a d de la p alab ra
griega yv \\xia, que signific fusin, m ezcla o m ixtura. Para valorar con rigor
el protagon ism o que la sabidura herm tica alcanz en la cultura europea, no
debe olvidarse que p o r ella se interesaron figuras tan relevantes com o R oger
B acon, T om s de A quin o o Isaac N ew ton . Pese a su lejana ascendencia egip
cia, fueron la difusin de la fsica aristotlica y el proyecto de encontrarle apli
caciones tcnicas los factores que m s contribuyeron a vertebrar los viejos y
nuevos elem en tos program ticos que h ab a logrado reunir. L o s alquim istas
buscaron los secretos del control tcnico de la m ateria con el auxilio terico
de una fsica - la de Aristteles, que, conjugada con nociones e im genes neoplatnicas, les perm iti ver el m un d o m aterial co m o un m un do vivo. Inten
taron hacer ciencia aplicad a de la filosofa natural aristotlica, dn d ole una
interpretacin propia. Por tal razn, lo que se llam el divino arte se nos m ues
tra heredero directo -e n la poca de su cu lm in aci n - de la filosofa y la cien
cia greco-alejandrinas. Sobre las races prehelnicas de las prcticas alqum icas, E . J . H o lm yard -a n tig u o presidente de la Socied ad para el E stu d io de la
A lq u im ia y la Q u m ica P rim itiv a- escribe:
Los comienzos del cultivo de la alquimia son diversos. Cuando los hom
bres empezaron a cultivar el suelo y a guardar el ganado, en lugar de ser
meros cazadores, empezaron a edificar ciudades, cambiando as su mane
ra de vivir e inaugurando lo que se llama revolucin urbana. Com o con
secuencia de esta revolucin las comunidades podan pagarse artfices espe
cializados con los ahorros procedentes de las cosechas, a cuyo cuidado
estaban los obreros agrcolas, y hacia el ao 3000 a. C ., como muy tarde,
oficios tales como la metalurgia, los tejidos, la carpintera y la construc
cin, as como las tinturas y el manejo de los pigmentos, estaban ya per
fectamente establecidos y discriminados. El arte de escribir y de grabar se
haba inventado tambin, probablemente en Mesopotamia, de donde pro
cede uno de los primeros documentos conocidos, una tablilla de arcilla,
que data aproximadamente del ao 3600 a. C., en donde se hace el balan
ce de los gastos llevados a cabo para erigir un templo.
Durante los tres mil aos que pasaron, sobre poco ms o menos, has
ta que la alquimia aparece de manera claramente definida en las dos cen
turias anteriores al nacimiento de Cristo, la acumulacin de elementos tc
nicos fue progresando y algunos de los logros alcanzados por los viejos
io o
2 .1
.i . M etafsica ap licad a
101
Teoras de la vida
ratione de Aristteles que estos elem entos pueden transform arse unos en otros
gradualm ente. El fuego puede convertirse en aire, el aire en agua, el agua en
tierra y la tierra en fuego, tran sm u tan d o, as, sus propiedades respectivas. El
resto de las sustan cias estn com pu estas de dichos elem entos prim igen ios, y
sus m utuas diferencias descansan tan slo en la proporcin de agua, aire, fue
go y tierra que poseen -tal es la naturaleza prim aria de su fo rm a sustancial carac
terstica, precisam ente:
Es evidente, entonces, que las parejas de cualidades elementales sern
cuatro: caliente y seco, hmedo y caliente, y luego fro y seco, y fro y hme
do. Se atribuyen segn un orden lgico a los cuerpos de apariencia simple:
fuego, aire, agua y tierra... (Acerca de la generacin y la corrupcin, II, 3, 330
a 30-330 b 5).
Dado que antes determinamos que la generacin de los cuerpos sim
ples es recproca, y que a la vez es manifiesto a la percepcin que estos cuer
pos se generan [...], debemos explicar cul es la modalidad de su cambio
recproco, y si todos ellos pueden generarse a partir de todos, o si esta posi
bilidad la tienen unos cuerpos simples pero no otros...
[...] En consecuencia, es manifiesto que, en general, todos ellos por natu
raleza pueden generarse de todos, y no es difcil ver cmo esto ocurre en
cada caso particular. Efectivamente, todos procedern de todos, pero habr
Agua
Fro0
Hmedo
Aire
Tierra
Seco
Caliente
F i g u r a 2 .1 .
102
Fuego
103
Teoras de la vida
van a cabo de la dinm ica geolgica y la em briognesis biolgica, piensan que
los m inerales sufren en el seno de la tierra un desarrollo m orfogentico sim i
lar -a u n q u e m uch o m s le n to - a la ontognesis de los seres vivos. B asado en
ese m odelo, el alquim ista intentaba im p rim ir m ayor celeridad al curso n atu
ral de las transform aciones. L a p ied ra filo so fal no era sino el supuesto agente
capaz de m u ltip licar la velocidad de sem ejante trnsito, llevndolo a su tr
m in o con enorm e rapidez; era represen tada co m o el ferm ento que p erm ita
abreviar el ciclo m etablico de los m etales, an ticipando la obtencin de sus for
m as m s nobles: el oro y la plata.
L a alq u im ia fue, de cualquier m anera, una realidad cultural con in n um e
rables aristas, cada una de las cuales lo suficientem ente com p leja com o para
merecer un estudio particularizado. Lo que se quiere destacar, en este m om en
to, es que quienes se llam aron a s m ism os hijos de Hermes preservaron casi die
cinueve siglos un a visin de la naturaleza en la que resultaban un ificados los
p rin cipios activadores y sostenedores del orden universal; orden universal en
el que la m ateria y la vida resultaban convertidas en realidades indiscernibles.
Sem ejante nivelacin no elim inaba la estructura jerrquica del universo, pero
p ro d u jo tres con secuen cias: a ) la in co rp oraci n del m odelo aristotlico del
cam bio a la m ineraloga y la m etalurgia; b) la creencia en la uniform idad din
m ica de toda la naturaleza; y c) una teora biolgica de la materia, m odelo inver
tido de las posteriores teoras fsico-qum icas de la vida.
2 .2
104
105
Teoras de la vida
cuales veintids se ocupaban de problem as alqum icos p rop iam en te-. Prest
una atencin especial a la experim entacin -co n sid eran d o la reproducibilidad
del experim ento una necesidad b sica-, y form ul el principio de que en una
reaccin qum ica intervienen cantidades definidas de cada sustancia. D e otra
parte, consigui el perfeccionam iento de ciertas tcnicas com o la destilacin,
la calcinacin, la sublim acin o la evaporacin; describi los caracteres de los
cidos, y fue capaz de sintetizar cidos diferentes ntrico, ctrico y tartricoen los alam biques que l m ism o cre en su laboratorio. M aestro consum ado en
la obtencin de aleaciones, introdujo procedim ientos para prevenir la herrum
bre, em ple el dixido de m anganeso en la fabricacin de vidrio y estableci la
capacidad del agua regia para disolver el oro. Sus obras fueron traducidas al latn
a lo largo de la E d ad M edia, destacando entre ellas el tratado K itab al-K im ya,
traducido por R oberto de Chester, en 1144, con el ttulo de E l libro de la com
posicin de la alqu im ia.
E n lo que atae a la estructura de la m ateria, Jab ir conserv la teora aris
to tlica de los cu atro elem en tos, au n q u e la co m p let en diversos aspectos.
D efen di, p or ejem plo, que los m etales poseen dos naturalezas externas y dos
naturalezas internas: el oro tendra, as, las cualidades de lo caliente y lo h m e
do externam ente, a la vez que sera fro y seco internam ente. Estuvo conven
cido, adem s, de la influencia de los planetas en la form acin de dichas su s
tancias, y defini el esquem a genealgico de los cuerpos m etlicos que adopt
to da la alquim ia clsica: la d octrin a del azufre-m ercurio. A partir de Jabir, los
alquim istas supon drn que cualquier m etal deriva de la com binacin del azu
fre poseedor de un a naturaleza caliente y secay el m ercurio de naturaleza
fra y h m ed a-. N o obstante:
Hay que hacer una advertencia sobre el carcter del sulfuro y del mer
curio, partiendo de los cuales supona Jabir que se hacan los metales. Jabir
saba muy bien que cuando el sulfuro ordinario y el mercurio son calenta
dos juntamente el producto conseguido es una sustancia ptrea no met
lica; de hecho Jabir describe este autntico experimento y dice que el sli
do resultante es cinabrio. El sulfuro y el mercurio que componen los metales
eran, pues, no las sustancias conocidas comnmente por estos nombres,
sino sustancias hipotticas en relacin con las cuales el sulfuro y el mercu
rio ordinarios no eran sino las aproximaciones ms conocidas.
La razn de la existencia de diferentes clases de metal estriba en que el
sulfuro y el mercurio no son siempre puros, y que no se unen en la misma
proporcin. Si son absolutamente puros y se combinan en el equilibrio ms
natural y completo, entonces el producto es el ms perfecto de todos los
106
2 . 2 . 1 . La Tabla de Esmeralda
1 07
Teoras de la vida
cin y la gracia de D ios se entendieron im prescindibles para culm inar la G ran
O b ra, p o r lo que la alq u im ia esotrica y exotrica llegaron a hacerse indisociables (Klossow ski, 1989: 7-30). Este hecho justifica igualm ente la oscuridad
del lenguaje alqum ico. O scu rid ad que no obedece al uso de im genes, m et
foras, com paracion es o analogas - q u e cualquier lector puede sin dem asiado
esfuerzo interpretar tras pocas horas de lectu ra-, sino que con frecuencia tie
ne su origen en la im p o sib ilid ad de saber si nos en con tram os ante un frag
m en to que nos gu a hacia la virtud, hacia la ob ten ci n de cierta sustan cia o
que nos revela la ntim a naturaleza de alguna entidad. Valga com o ejem plo del
sincretism o entre todas estas posibles vertientes, el texto quiz nuclear del divi
no arte, la T abla Esm eralda:
Yo no hablo de cosas ficticias, sino de aquello que es cierto y verdadero.
Lo que est debajo es semejante a lo que est encima, y lo que est enci
ma es semejante a lo que est debajo, a fin de que se cumplan los milagros
de una cosa.
Y todas las cosas fueron creadas por una palabra de un Ser; as, todas
las cosas se originaron por adaptacin de esta cosa nica.
Su padre es el Sol, su madre la Luna; el viento la lleva en sus entraas;
su nodriza es la Tierra.
Es el padre de la perfeccin en todo el mundo.
El poder es vigoroso cuando se cambia en tierra.
Separa la tierra del fuego, lo sutil de lo tosco, acta con prudencia y
discernimiento!
Asciende con la mxima sagacidad de la Tierra al cielo, y luego, otra
vez, desciende a la Tierra y une en un conjunto los poderes de las cosas
superior e inferior! As obtendrs la gloria de todo el mundo, y la oscuri
dad volar lejos de ti.
Tiene ms fortaleza que la propia fuerza, pues conquista todas las cosas
sutiles y puede penetrar en cuanto es slido.
As se cre el mundo.
De aqu surgieron las maravillas que hoy se hallan establecidas.
Yo soy, pues, el llamado Hermes Trismegisto, porque poseo las tres par
tes de la filosofa del universo.
Lo que yo tena que decir concerniente a la operacin del Sol est ya
dicho (Serratosa, 1969: 28).
L a astronom a, la m edicina y la filosofa rabes tuvieron perm anente con
tacto con el herm etism o. Al R azi (siglos IX-X), Al M ajriti (siglo X) y A idam u r
al Jild ak i (siglo XIV) son otros cientficos de enorm e prestigio que escribirn
1 o8
109
Teoras de la vida
R oger B acon (c. 1 2 1 4 -1 2 9 2 ) fue un o de los prim eros filsofos europeos
que se interes por la sabidura hermtica. D istingui entre una alquim ia espe
cu lativa y u n a alq u im ia prctica. S o stu v o q u e a la p rim era pertenecan los
m todos de obten cin de cualquier sustancia a partir de los elem entos, y cre
y que eran procedim ientos slo conocidos por los rabes. Pens que a la alqui
m ia p rctica se entregaban, a su vez, quienes - s in con ocer los fu n d am en tos
tericos estaban fam iliarizados con las operaciones tcnicas necesarias para
prod u cir gem as o m etales preciosos. Por lo dem s, B acon tuvo una idea del
sign ificad o de los experim entos alqum icos m uy enraizada en la m en talidad
deductivista de la poca. N o los entenda com o instrum entos para un trabajo
inductivo posterior, sino com o instancias confirm atorias de conclusiones que
se han deducido con anterioridad a partir de prin cipios universales e incues
tionables. Sus p un tos de vista respecto a la constitucin de los m etales d ifie
ren m uy p oco de los que suscribieron los dem s alquim istas: acept la teora
del azufre-m ercurio, y se m antuvo prxim o a las concepciones m s d ifu n d i
das acerca de la transm utacin. Pero lo que quiz m s interese destacar es su
percepcin de que en la alquim ia se hacan explcitos con especial claridad los
caracteres biologizantes que posea la teora aristotlica de la m ateria.
B acon encarn la abierta disposicin a revisar los argum entos basados en
la autoridad. Los cam inos de la razn y sobre todo de la experiencia son co n
cebidos com o las autnticas vas que conducen al conocim iento. L a experien
cia ha de constituir el soporte esencial de to d a investigacin, pues slo en ella
encuentra el h om bre un con tacto directo con la verdad tan to natural com o
sobrenatural. C on vien e distinguir, no obstante, entre la experiencia externa y
la experiencia interna. A la prim era nos llevan nuestros sentidos, que nos acer
can a la naturaleza, sus ob jeto s, sus p rop ied ades o sus p rocesos; la segu n d a
depen de de la ilu m in aci n que nos ap roxim a a las verdades sobrenaturales.
Por todo ello, aun siendo B acon m uy crtico con el alcance de la lgica aris
to tlica co m o in stru m en to p a ra d escu brir verdades naturales, im p o n e a su
interpretacin del conocim iento h um ano una im pron ta sin du da apriorstica.
L a verdad se da de m anera in m ediata en la intuicin em prica, pero la ilum i
nacin es la garanta final de lo que hallam os en la experiencia. Los rasgos que
la doctrina de la ilum inacin asigna a la experiencia interna son la base desde la
que resulta tratada y caracterizada la sensibilidad externa. Bacon rene y ela
bora filosficam ente, as, las dos rutas p or las que transitaban los entregados
a la gran obra: la de las operaciones tcnicas asentadas en la experim entacin
y la del m isticism o. A q u se encuentra el m otivo del sin gular enraizam iento
que tena el conocim iento alqum ico: p o r una parte, era p rom otor de la b s
IIO
Ill
Teoras de la vida
du d a que el enigm tico personaje conoca bien los postulados alqum icos jabirianos, m as no es m enos cierto que algunos de los aspectos centrales de las teo
ras de Jabir no son nunca m encionados. A sim ism o, dada su com posicin inter
n a y sistem aticidad, los libros de G eber parecen haber sido redactados p o r un
erudito de la Pennsula Ibrica. E n L a investigacin de la perfeccin explica de
este m od o la tarea a que se enfrenta el alquim ista:
Esta ciencia trata de los cuerpos imperfectos o minerales y de la mane
ra de perfeccionarlos [...].
Lo que perfecciona a los minerales es la sustancia argentive mercurio
y el sulfuro proporcionalmente mezclado por una larga y bien templada
coccin en los senos de una tierra limpia, espesa y estable que conserve su
humedad radical y no corruptora y que se haya hecho sustancia slida fusi
ble por la debida ignicin y maleable [...].
Encontramos ahora que los modernos artfices nos describen cmo
debe usarse una piedra, tanto para lo blanco como para lo rojo; y nosotros
lo tenemos como verdadero, porque en cada elixir que se haya preparado,
ya sea blanco o rojo, no hay ms que argentive y sulfuro y ninguno de ellos
puede obrar sin el otro. Por cuyo motivo esta piedra es llamada la de los
filsofos, aunque se extraiga de muchos cuerpos o cosas [...]. Y como todos
los cuerpos metlicos estn compuestos de argentive y sulfuro, puro o impu
ro, por accidente y no innato en su primera naturaleza, por tal motivo, con
la preparacin conveniente es posible sacar tal impureza. Pues la expolia
cin de los accidentes no es imposible; por consiguiente, el final de la pre
paracin consiste en quitar lo superfluo y suplir las deficiencias en los cuer
pos perfectos... (recogido en Holmyard, 1970: 169-171).
Todava en el siglo XVII las referencias categoriales de que se haba dotado
el pensam iento herm tico seguan inm odificadas. Las regiones de la naturale
za m ineral, vegetal, anim al, h um an a y c sm ica m antenan conexiones, sim
patas o afinidades p rofu n das. T od as las actividades, to d as las propen siones,
todas las form as naturales eran sostenidas p or la intrincada m alla de ideas reli
giosas, filosficas y cientficas en la que haban dejado sus hilos la religin egip
cia, el pensam iento popu lar griego, la filosofa ateniense, la ciencia alejandri
na, el estoicismo, el neoplatonismo, el cristianismo, el islam ism o, el naturalismo
m gico del R enacim iento, la cbala o el neopitagorism o. En el contexto de la
presente obra lo que interesa subrayar es que el Timeo platnico y el D e generatione de A ristteles fijaron en la corriente alqum ica dos asunciones fu n da
m entales, an operativas en el siglo que conocer la constitucin de la ciencia
m odern a: la conviccin de que el universo era una realidad viva; la seguridad
112
2 .3
T heoph rastus B om bastus von H ehenheim es una de las principales figuras del
herm etism o renacentista. l m ism o se dar el nom bre de Paracelso conside
rndose m s grande que C e lso - y llegar a encarnar la m ayor parte de los m oti
vos in sp irad ores de la cu ltura alq u m ica de su poca, a la que convertir en
una nueva filosofa de la naturaleza dispuesta a oponerse no slo a la incipiente
filosofa m atem tica, sino tam bin al aristotelism o. E n Paracelso confluyen las
corrientes m s crticas y revisionistas de su siglo y las posiciones m s anquilo
sadas del an im ism o m edieval. D eb id o a esta doble dependencia, ha sido con
113
Teoras de la vida
siderado por num erosos historiadores un espritu innovador que m odific los
p un tos de apoyo de la m edicina, al em pezar a liberarse del galenism o d ogm
tico; a la vez que un nm ero n o m en or le ha visto co m o un sim ple y oscuro
charlatn que inici la dem olicin de la antigua teora m dica sin ofrecer nada
slido a cam bio. N aci en M ara Einsiedeln -lo ca lid a d prxim a a Z ric h - el
ao 1493, don de su padre se h aba establecido com o m dico. Tras una infan
cia y una juven tud dedicadas a la observacin de la naturaleza - y en las que se
ha fam iliarizado con las propiedades de las plantas y los m inerales, con el sig
nificado m stico de los nm eros y con el ejercicio terapu tico-, estudia m edi
cina en la Universidad de Ferrara. N o hay constancia del grado acadm ico que
all obtuvo, pero sus obras dan testim onio de un acabado conocim iento de la
m edicin a antigua. A un siendo cierto que en 1 5 5 2 le encontram os desem pe
ando labores de cirujano militar, y que en 1526 -e sta n d o ya establecido en
E stra sb u rg o - no se inscribe en el grem io de los m dicos, tales datos no per
m iten asegurar que careciese del ttulo de d octor en m edicin a. Existe algn
in d icio , p o r el co n trario, de que las razones que le hicieron rom per co n las
norm as o usos habituales, que entonces excluan cualquier intervencin m anual
del m dico, fueron su personalidad inconform ista y su deseo de unir la cien
cia m dica y las tcnicas quirrgicas.
El segun do perodo de la vida de Paracelso est m arcado por la b squ eda
infructuosa de un lugar donde establecerse. Sus estancias en Salzburgo, Estras
bu rgo y Basilea concluyen siem pre con enfrentam ientos -a lg u n a s veces con
sus pacientes, otras con las instituciones m unicipales o acadm icas, y siem pre
con los m dicos y boticarios. E n la ltim a de estas ciudades inicia sus clases
en la universidad (15 2 7 ) quem an do el Canon de la m edicina de Avicena. Tras
distintos incidentes, las autoridades de la Facultad de M edicin a acaban proh i
bin dole el acceso al aula y le retiran la prerrogativa de proponer can didatos
al ttulo de doctor. H acia el m es de octubre de ese m ism o ao, los estudiantes
- a l principio entusiasm ados con la actitud rebelde de su profesor- le han vuel
to la espalda com o el resto de sus am igos. D espus de sem ejante agitacin en
las actividades docentes, y de haber sido engaado por un enferm o que se nie
ga a pagarle, en febrero de 1528 decide m archarse de la ciudad sin recoger sus
pertenencias. C o n otros protagon istas, en otros lugares, Paracelso haba vivi
d o y vivir m s tarde disputas sim ilares. Es m s: su etapa en Basilea es la n i
ca que, pese a todo, le proporcion una ocupacin estable si exceptuam os la
que al trm ino de su vida obtuvo en Salzburgo-, U n a vez que abandon Basi
lea, y hasta que recibi esta ltim a oferta de trabajo, tuvo que peregrinar con
tinuam ente por Suiza, Baviera, Boh em ia y A ustria, sufriendo los altibajos por
114
115
Teoras de la vida
La filosofa popular del comienzo de la Edad Moderna mostraba poca
comprensin para el Platn histrico, para el culto griego cuya disciplina'
espiritual estaba por encima de toda fantasa y de toda extravagancia. Para
aquellos hombres significaba Platn un superhombre, un misterioso mago
y tesofo, en cuya filosofa slo vean una variedad de los misterios de los
pitagricos, de los sacerdotes egipcios [...] una doctrina esotrica anloga
al ocultismo y la hechicera. Paracelso slo tiene de comn con Platn la
disposicin de espritu. N i emplea la terminologa platnica, ni evoca nin
guna de las obras de Platn, ni conoce su teora de las Ideas, ni sus ideas
sobre el saber innato, ni sus teoras religiosas y polticas. Paracelso slo pue
de ser llamado un platnico en cuanto era un realista mstico [...] un intuicionista, que trata de representar la realidad por medio de imgenes intui
tivas, aquella realidad que slo puede ser sentida por el espritu creador,
nunca definida analticamente por la lgica (Radi, 1988: 73-74).
R especto a su m od o de ap roxim acin a la naturaleza, es im portan te des
tacar que P aracelso y sus c o n tin u ad o res repiten que desean gu iarse p o r la
observacin y la experiencia. L a h u id a del criterio de autoridad, co m o crite
rio valorativo dentro de la investigacin de la naturaleza, es un rasgo que se
m an ifie sta con gran d ete rm in aci n y q u e estuvo a co m p a ad o p o r el co n
v en cim ien to de q u e la leg alid ad m atem tica ni rige ni ord en a ni atraviesa
esencialm ente los fen m en os csm icos con viccin inversa, pues, a aquella
que, recon ocin dose tam bin p itag rico-p lat nica, inspirar la nueva fsica
y que abrir p aso a la cin em tica y la m ecn ica m od ern as. Paracelso co n
d en a el em pleo de la m atem tica co m o va form alizadora del con ocim ien to
fsico o biolgico; deplora lo que llam a m todo lgico-geom trico, que curio
sam ente iden tifica con A ristteles y G aleno. L a m atem tica no nos in trod u
ce en las claves on tolgicas del universo y carece, asim ism o, de legitim id ad
p ara convertirse en p lataform a sobre la que p u ed a descansar la creacin te
rica. P roporcion a tan slo abstracciones que, superpuestas de m an era artifi
cial al m u n d o de la experiencia, facilitan un in justificable d o g m atism o con
tra el que hay que luchar. L a filosofa q u m ica ha de opon erse con fuerza a
este fo rm alism o espurio tan frecuente en las escuelas m edievales. Es con tra
la d iscu si n ociosa, la dialctica b an al, la lgica y la m atem tica utilizadas
co m o salvocon du ctos para la especulacin alejada de las in m ediatas realida
des naturales, con tra lo que Paracelso desea prevenir. Puesto que slo puede
brin dar m od elo s abstractos de la naturaleza y sus regularidades, la m atem
tica term ina siem pre perdiendo suelo firm e: n un ca pod r convertirse en in s
tru m en to seguro de investigacin:
116
117
Teoras de la vida
Para Paracelso significa la experiencia la entrega sin prevenciones a las
impresiones de la Naturaleza, significa tanto como intuicin. La Naturale
za es quien nos ensea el arte de la medicina [...], no la razn (Radl, 1988:
78-79).
L lam a la aten cin , este suizo singular, sobre la n ecesidad de hacer de la
alquim ia el nuevo fundam ento de la filosofa natural. L a alquim ia es un saber
pegado a la tierra, nacido de la observacin directa y que faculta al estudioso
para desarrollar una visin csm ica unificada, de la que no escapan ni los astros
ni los cuerpos terrestres ni el h om bre. R ed u ccio n ism o q u m ico que p o d ra
haberse convertido en una audaz anticipacin del valor que la qum ica iba a
cobrar en la biologa contem pornea, de no haber estado en conexin con la
astrologa y las dem s races esotricas de la tradicin herm tica. Porque Para
celso cree en un a qum ica m stica y cualitativa, o cu p ad a en el con ocim ien to
sim ptico y pregnante de entidades espirituales:
[...] cualidades como el sabor dulce y amargo de las frutas son considera
das por Paracelso como entes especiales. [...] Su medicina est edificada
toda sobre la idea de que la enfermedad vive como un ente especial (exis
tente desde el origen del mundo) que se desarrolla en el cuerpo, como una
especie de parsito que sale de grmenes preexistentes. El mismo elemen
to (por ejemplo, el azufre) es distinto en la madera, en el cuerpo humano,
en los metales, en las rocas. En cada fuente sale a la superficie un agua espe
cial, cualitativamente distinta de todas las dems (Radl, 1988: 87).
ii8
119
Teoras de la vida
rgano o regin del cuerpo h um ano. E n dicha conexin se apoya el co n oci
m iento y el sentido de cualquier fenm eno natural. Es notable que, tras defen
der supuestos de esta ndole, hable m al de4a astrologa o que, despus de m ani
festar su escepticism o sobre la m agia, p rop on ga usar el m oh o que ha crecido
en la calavera de un ahorcado para curar heridas, aplicn dolo a la espada que
las ha causado. Paracelso quiso sustituir la agnica im agen de la naturaleza que
ante l p on a la E d ad M edia; procur escapar del d ogm atism o institucionali
zado, pero no p u d o dejar de ser un hom bre inm erso en las tensiones cultura
les del R en acim ien to , en las co n trad iccion es de las q u e nacera la p r x im a
Revolucin Cientfica. Su teora de los tres cuerpos prim arios - tria p rim a : sal,
azufre, m ercurio es, de hecho, d eudora y a la vez correctora del pensam ien
to alqum ico. O bedece a una idea de naturaleza que ha sido preservada por los
alquim istas, pero que adquiere ahora una significacin y poder explicativo dife
rentes, no ya por la consideracin de la sa l com o elem ento prim ario - l a alq ui
m ia ya haba hecho de la sal el tercer principio constitutivo de to da sustancia
con an terioridad-, sino porque Paracelso entiende la trada en un sentido an
m enos m aterialista que el que se asign a al azufre o el m ercurio en la alquim ia
tradicional. Sal, azufre y m ercurio son, antes que cualquier otra cosa, princi
pios activos, fuerzas presentes en la m ateria:
Observad ahora cules son las tres cosas que llamamos engendradoras
del estado de enfermedad.
El Sulfuro, o Azufre, no estimula o incrementa el dao que puede pro
ducir, a menos que sea de naturaleza Astral, es decir, a menos que una chis
pa de fuego se le una, en cuyo caso se desarrollar de un modo masculino,
bajo la excitacin de la chispa, pues nada hay de ms viril que consumirse
en el fuego. Por eso, cuando una enfermedad se declara con este origen,
habr ante todo que llamar al Azufre por su propio nombre y a continua
cin determinar cul es la operacin masculina en la que se desarrolla.
Existen muchos azufres: as la resina, la goma, la trementina, la grasa,
la manteca, el aceite, el aguardiente... son otros tantos azufres. Algunos pro
vienen de la madera, otros de los animales, otros del hombre y algunos, en
fin, de los metales como el aceite de oro, de plata, de hierro, o de las pie
dras, como el licor de mrmol, de alabastro, etc. Asimismo, se produce de
algunas semillas, como tambin en muchas otras cosas, designadas todas
por sus nombre particulares.
Cuando sobre cualquiera de estas cosas cae el fuego, nico astro ver
dadero como su nombre indica, se realiza la primera parte de una opera
cin que llamaremos: materia pecante.
120
121
Teoras de la vida
de ciencia, la p osib ilid ad del d om in io tcnico. Paracelso quiere ser un refor
m ador, un revolucionario. Q uiere rom per con la lnea doctrinal de la cu ltu
ra acadm ica, y p rocura hacer del em pirism o la gua m etodo l gica de la que
em erja su filosofa q um ica. Sin em bargo, los resultados de esa em presa, de
esa bsqueda liberada de los prejuicios del dogm atism o de escuela, estn deter
m inados p or un espiritualism o religioso que constituye el cim iento y el teln
de fo n d o sobre los que se construye su visin del m u n d o , y antes su p ro p ia
con cepcin de la experiencia:
Paracelso tiene en su haber todo un conjunto de observaciones y doc
trinas perfectivas que nadie puede arrebatarle. Fue un gran mdico que
alcanz xito all donde sus contemporneos fallaron, y esto, precisamen
te, a travs de una actitud expectante y medidas activas. Sus ideas sobre la
enfermedad en general son, en algunos aspectos, similares a nuestros con
ceptos modernos. Su consagracin a la qumica en pro de la utilizacin
mdica de los minerales y los metales, y la amplitud con que enriqueci la
farmacopea, no tuvieron precedentes. Igual podra decirse de sus descrip
ciones de enfermedades y su intuicin sobre sus causas.
Sin embargo, la medicina como tal no constituye el vnculo [de sus
plurales actividades]. Constituyelo ms bien una visin filosfica del hom
bre en el universo. Tal visin est plenamente integrada en la medicina y
en los estudios de la naturaleza, incluso en sus ms pequeos detalles: el
diagnstico, el pronstico y la terapia vienen determinados, en ltima ins
tancia, por las correspondencias que Paracelso encuentra en todos los obje
tos, en todos los reinos de la naturaleza, y particularmente en el micro
cosmos del hombre (Pagel, 1972: 117-118).
El herm etism o -lig ad o a corrientes neoplatnicas de gran influen cia- pasa
a ser en el siglo XVI el cauce por el que discurren aquellas lneas de pensam iento
que im aginan un universo-vivo. L a filosofa qum ica de Paracelso pretende cul
m in ar en esta p oca su reduccin an im ista de la m ateria. M s tarde se co n
vertir en el germ en del vitalism o que term inar p or dom in ar la teora b iol
gica a finales del siglo XVII, y que entronca ya con el pensam iento rom ntico
y la N aturphilosophie. Paracelso recibi las enseanzas de dos personalidades
que m oldearon de m anera decisiva su concepcin del cosm os: Ju an Trithem io,
A b ad de S p o n h eim , y S ig m u n d o Fger. A l prim ero debe lo prin cipal de la
direccin m stico-rom ntica de sus ideas, el m enosprecio por la lgica, la vene
racin por la Sagrada Escritura, as com o sus vnculos con la astrologa, la m agia
y los fundam entos populares de la ciencia. M as por grande que sea la influen
122
2 .4
Al m argen del proyecto iatroqum ico de Paracelso, el estudio de los seres vivos
carecer durante el R enacim iento de un p rogram a terico firm e que sirva de
altern ativ a al g alen ism o. N o pued e n egarse que el restitu ido aprecio p o r la
observacin en an atom a fue una n ota presente y destacada de la poca. Pero
no debe olvidarse la gran distancia que existe entre las dos obras m s im p or
tantes de C o p rn ico y Vesalio m s un si se tiene en cuenta que el D e revolutionibus y el D e hum ani corporis fab rica se publicaron el m ism o ao (1 5 4 3 )-.
123
Teoras de la vida
Es cierto que C oprnico no p u d o sustraerse por com pleto a la influencia de la
astron om a ptolem aica, pero es verdad, asim ism o, que la astron om a heliosttica y su interpretacin realista -p rob ablem en te sin pretenderloforzaron el
nacim iento de una cosm ologa y una fsica nuevas. N a d a de esto encontram os
en la an atom a de Vesalio. L a diseccin perm ite poner a la vista detalles m or
folgicos unas veces d escon ocidos y otras olvidados. Sin em bargo, en uno y
otro caso la interpretacin funcional que se hace de esos detalles siem pre per
m anecer en los lm ites del sistem a galnico. Slo a principios del siglo XVII,
cu an d o W illiam H arvey p u b liqu e el D e m otu cordis (1 6 2 8 ), em pezar a vis
lum brarse la posibilidad de m odificar con xito el sustrato terico que duran
te tanto tiem po desde la A lejandra de H erfilo y Erasstratoha servido de
soporte a la teora fisiolgica. Sem ejante renovacin encontrar en el R enaci
m iento una etapa slo preparatoria, porque incluso H arvey - a quien hay que
situar fuera ya de los lm ites cronolgicos estrictos del m ovim iento renacen
tista- se halla en una disposicin intelectual paralela a la de C oprn ico: inau
gura los incipientes ensayos del m ecanicism o en fisiologa desde u n a concep
cin general del organism o aristotlico-galnica, al igual que el cannigo polaco
h aba p uesto en m archa la revolucin astron m ica m anteniendo firm es co m
prom isos con la dinm ica de Aristteles.
E n la ciencia del R enacim iento confluyen factores com plejos que se aun a
ron en un m ovim iento renovador, pero que inclua tam bin elem entos pura
m ente tradicionales. L a d in m ica cultural de los siglos XV y XVI fue, p ro b a
blem ente p or ello, fruto de un a tensin entre tradicin y reform a. El culto a
la observacin co m o fuente de con ocim ien to convivi con el m isticism o; el
ideal de la form alizacin m atem tica no excluy las preocupaciones estticas;
la m ag ia y la alq u im ia p udieron conciliarse con el espiritu alism o religioso y
con las in n ovaciones de las artes m ecn icas. L a astron om a, la din m ica, la
anatom a, la botnica o la fisiologa se vieron afectadas por este com plejo im pul
so reform ador, pero slo la teora del m ovim iento (astronm ico o de los cuer
pos terrestres) inici la va hacia la ciencia m oderna, que haba de llevarle a su
culm inacin en los P rin cipia de N ew ton (1 6 8 7 ). N o es posible atender aqu
a las distintas interpretaciones que se han hecho de las circunstancias internas
o externas que fueron activadoras de la Revolucin C ientfica en el seno de la
cin e m tica y la m ecn ica, a u n q u e existe un asp ecto q u e hay q u e destacar:
la nueva fsica fue capaz de determ inar un m bito de objetividad diferente al
definido p or la fsica de A ristteles. L a constitucin de dicho m bito de refe
rencia para la ciencia natural trajo consigo un alejam iento expreso de la cate
gora aristotlica de sustancia y la acotacin a travs de la distincin entre cua
12 4
125
Teoras de la vida
orden alfabtico. Pronto em piezan tam bin a elaborarse recopilaciones con
carcter m s m on ogrfico, com o la de C aiu s (1 5 1 0 -1 5 7 3 ) sobre perros o las
de W otton (1 4 9 2 -1 5 5 5 ) y Penny (1 5 3 0 -1 5 8 8 ) sobre insectos. Paulatinam en
te, la in gen u id ad va sien d o su stitu id a p o r la co m p araci n an atm ica m in u
ciosa, con el hallazgo de hechos relevantes no tenidos en cuenta h asta enton
ces. A finales del siglo XVII las pub licacio n es europeas dan cu en ta ya de los
anim ales encontrados por las expediciones a Sudam rica y las Indias O rien ta
les. N av egan tes y d escu brid ores han p asad o a convertirse en un a fu en te de
inform acin de prim era m an o para el tratadista, cada vez m s ajeno a las fan
tsticas narraciones de sus predecesores.
La atencin que se comenz a prestar al estudio de las plantas no fue menor.
A s lo atestiguan la creacin de un a ctedra de botn ica en Padua, y las suce
sivas inauguraciones de jardines botnicos en Florencia, Bolonia, Pars o M ontpellier. C o n las excepciones de T eofrasto y D ioscrides, el m undo clsico no
haba hecho ninguna aportacin destacada a este captulo de la biologa. Entre
los siglos VI y XIV los herbarios fueron en esencia resm enes que se ocupaban
de las propiedades teraputicas de las plantas. Las ilustraciones que solan acom
p a ar al texto posean un co n so lid ad o v irtu o sism o , m as siem pre prevaleca
sobre cualquier consideracin m orfolgica o funcional el inters p or los efec
tos que cada p lan ta p ro d u ca co m o d roga. S in olvid ar las ap licacion es que
pudieran tener los distintos extractos de hierbas, la botn ica em pieza a orga
nizarse durante el R enacim iento com o una ciencia interesada por la vida vege
tal en s m ism a. Los tratados sobre plantas entran en un a nueva era de la m ano
de Brunfels (1 4 8 9 -1 5 3 4 ), B o ck (1 4 9 8 -1 5 5 4 ) y Fuchs (1 5 0 1 -1 5 6 6 ). Sus her
barios ven la luz los aos 1530, 1539 y 1542, respectivam ente. Estam os ante
trabajos m uy lim itados desde el p un to de vista de su contenido terico, pero
que presentaban ilustraciones tom adas del ejem plar en vivo, capaces de des
pertar enorm e curiosidad. D ioscrides m antuvo su influencia, no obstante, a
lo largo del siglo XV I, gracias en parte a la puesta al d a y el com en tario que
M attioli (1 5 0 1 -1 5 7 7 ) hizo del D e m ateria m edica. Fue un com entario (1544)
que lleg a conocerse tanto co m o el texto origin al q u e glosaba. Las ltim as
ediciones incorporaron adem s un apndice en el que se daba cuenta de ins
trum en tos y tcnicas de destilacin asunto con claro inters en la alq u im ia
m edieval, que q ued ab a coordin ado con las m s recientes y m s lejanas lneas
de desarrollo de la botnica (D ebu s, 1978: 4 4 -4 5 ).
P ru eb a de la exp an sin y p o p u la rid a d q u e los h erb arios tu vieron en el
R enacim iento es el nm ero de plantas que se logr catalogar. Partiendo de las
aproxim adam ente quinientas especies que recoga la ob ra de D ioscrides, en
iz
2 .5
La anatom a, por su parte, haba m ostrado los prim eros indicios de revitalizacin desde los prim eros aos del siglo XIV. E n 1308, la R epblica de Venecia
establece un estatuto que perm ite la prctica anual de disecciones, al que siguen
los que dictan las ciudades de M ontpellier (1 3 4 0 ) y B o lo n ia (1 4 4 2 ). M on di110 (c. 1 275-1 3 2 6 ) es la figura m s destacada del m om ento. Su A nathom ia, de
1316, aunque perm anece fiel a la m orfologa galnica, ser una obra de con
sulta respetada durante m uch o tiem po. A partir de 1368 en Venecia, y desde
1388 en F loren cia y 1 4 0 7 en Pars, las leccion es de a n ato m a h u m a n a van
hacindose cada vez m s regulares. Transcurrido un siglo, Berengario da C a r
p (1 4 6 0 -1 5 3 0 ) -n o m b r a d o cated rtico de an ato m a de la U n iv ersid ad de
B o lo n ia en 1 5 0 2 asegura haber disecado m s de d oscientos cuerpos. T en e
mos constancia de que en aquellos das Leonardo est ocupado tam bin en sus
nvestigaciones anatm icas - le asiste com o ayudante A ntonio della Torre, m s
tarde profesor en Padua. D ie kleine Chirurgie, pub licada en 1528 p or Paracelso, y D e dissectionepartium corporis hum ani (1530), tratado escrito por C h ar
les Estienne, son prueba, asim ism o, de la atencin que se presta a las tcnicas
de diseccin. L a obra an atm ica de Leon ardo -d e sc o n o c id a p o r sus con tem
p o r n eo s- no p u d o ejercer n in gun a influencia en la evolucin in m ediata de
127
Teoras de la vida
las ciencias m orfolgicas. Los trabajos de Berengario d a C arpi enlazan direc
tam ente, p or ello, con los de A ndreas Vesalio (1 5 1 4 -1 5 6 4 ), sin haber recibi
do la influencia de los d ib ujos o estudios del genio florentino. H o y sabem os
que Leon ardo realiz pacientes e im portan tes estudios sobre la an atom a y la
fisiologa del ojo y del corazn, sobre el vuelo de las aves o sobre la disposicin
y estructura de los huesos y las articulaciones, pero ninguno fue conocido por
los m aestros an atom istas del siglo XV I. E ntre ellos, el m s destacado fue sin
d u d a Vesalio, autor con m enos de treinta aos del libro con m ayor repercu
sin en la subsiguiente evolucin de las ciencias de la vida: D e h um ani corporis fa b ric a lib ri septem -p u b licad o , com o se anticip m s arriba, el m ism o ao
que el D e revolutionibus de C oprn ico.
2 .5 . 1
Las an atom as que Vesalio ha presen ciado desde tem p ran a edad dejan en l
una ju stificad a insatisfaccin. El barbero m an ipula los cadveres con tosque
dad, m ientras algn asistente a la diseccin lee un texto tradicional p lagado
de errores, a la vez que el anatom ista seala las estructuras que, de acuerdo con
el viejo m an ual, se van haciendo visibles. La torpeza de los tres se alia con la
ign oran cia de todos cuantos asisten a la leccin. Sin em bargo, una ilim itada
arrogancia perm ite hablar a los presentes de cuestiones que nunca han inves
tigado, y que apenas han pod id o m em orizar tras leerlas en los libros de otros.
El joven Vesalio pide al m dico que sus m anos sustituyan a las del rudo bar
bero; pide tam bin que el an atom ista desvele con su instrum ental quirrgico
todava ru d im en tario - lo que la vieja doctrina ha m antenido oculto duran
te cientos de aos. El prefacio al D e fa b ric a es, ciertam ente, una enrgica lla
m ad a a la observacin cuidadosa, a la huida del prejuicio dogm tico, al con
tacto directo con la organizacin del cuerpo h um ano objetivos, los tres, que
la obra del cientfico flam enco cum pli con creces:
[Fue este divorcio entre teora y practica] el que introdujo en las escue
las el detestable procedimiento en virtud del cual alguien lleva a cabo la
diseccin del cuerpo humano y los dems presencian el recuento de sus
partes, estos ltimos como cornejas en lo alto de sus grandes sillas, graz
nando con egregia arrogancia cosas que ellos nunca han investigado. [...]
Los primeros ignoran tanto el lenguaje que son incapaces de explicar sus
disecciones a los espectadores y omiten lo que deberan poner de mani
128
129
Teoras de la vida
En 1537 Vesalio regresa a Lovaina sin haberse graduado an. Carlos V inva
de la Provenza y la situacin del estudiante flam enco se hace delicada, habida
cuenta de que su padre haba sido boticario de M argarita de Austria prim ero, y
m s tarde del Em perador. En febrero de ese m ism o ao publica su tesis para la
obtencin del grado de Bachiller Parfrasis sobre el noveno libro de Rhaze's, si
bien no se conserva p rueba docum ental en la universidad que acredite la gra
duacin. L o s pocos m eses que Vesalio perm anece en la ciudad term inan con
una agria disputa tras la que decide viajar a Padua. D esde 1514 se ha em peza
do a discutir en Pars respecto a la concreta vena que debe ser pun zada en las
sangras. L a cuestin tena gran importancia, dada la aceptacin general de dicho
procedim iento com o remedio teraputico. El ncleo de la polm ica estaba avi
vado por dos posiciones irreconciliables: la de quienes pensaban que la incisin
haba de practicarse en una vena del m ism o lado del cuerpo en que se localiza
ba la dolencia -p u n to de vista hipocrtico, que Vesalio asu m ir-; la de aquellos
otros influidos por la m edicina rabeque consideraban necesaria la puncin
en un a vena del lado opuesto del cuerpo. Jerem iah Drivre (15 0 4 -1 5 5 4 ) fil
sofo y m dico que goza de gran respeto en la Universidad de Lovaina, y que ha
publicado dos obras sobre la aplicacin del citado tratam iento, es abierto par
tidario de este segundo m odo de entender la tcnica teraputica. H om bre beli
coso en extrem o, lograr que la carrera de Vesalio no pueda desarrollarse en la
institucin que le haba recibido com o estudiante en 1528.
L a Universidad de Padua posee un inigualado prestigio en Europa. L o tie
ne no slo en el m bito de las disciplinas hum ansticas, sino tam bin en el de
las m aterias estrictam ente cientficas. E n ella encontr Vesalio el clim a inte
lectual prop icio p ara las aspiraciones acadm icas y profesionales que su pas
natal le im peda culm inar. C asi desde su fundacin en 1222, la universidad
haba em pezado a ju gar un papel de creciente im portan cia en la vida intelec
tual [del continente]. La profunda influencia de Pietro d A b a n o (1 2 5 0 -1 3 1 6 ),
que lleg incluso a D an te, tuvo su co n tin u idad en la que ejercieron G en tile
da Folign o, G io rg io Valla, E rm olao Barbaro y A lessan dro Benedetti (1 4 6 0 1 5 2 5 ), y prepar el cam in o para la aparicin del h u m an ism o m dico en los
com ienzos del siglo XVI. A su vez, el desarrollo de un espritu crtico crecien
te iba a convertir a la Facultad de M edicina en la mayor gloria de Padua (Saunders, 1973: 16). El m es de diciem bre (1537) obtiene Vesalio el ttulo de D o c
tor en M edicin a cum ultim a dim inutione, es decir, con la m xim a calificacin.
Al da siguiente es n om brado Profesor de C iru ga -tie n e veintitrs a o s- por
el Senado veneciano. Entre las tareas que co m po rta el n om bram ien to figura
la enseanza de la anatom a. D esd e ese m om ento la fam a del joven p rofesor
130
2 .5 . 2
. L o s ensueos de la observacin
131
Teoras de la vida
hagan m an ifiestos al observador, al an atom ista d ispuesto a som eter al ju icio
de la in form acin em prica con trastada la vieja m orfo lo ga aristotlico-galnica. D e otra parte, por prim era vez una obra de an atom a in corporaba ilus
tracion es m in u cio sas que se co rresp on d an con las exp licacion es del texto.
Fueron las ilustraciones el rasgo autnticam ente revolucionario del D e fa b r i
ca, advierte C ro m b ie en su H istoria de la ciencia, y aade:
Ningn dibujo anatmico puede compararse con ellas, excepto los
no publicados de Leonardo; los dos son la prueba ms brillante del arte
naturalista. Sin embargo, las ilustraciones del D e fabrica van ms all del
mero naturalismo; la asombrosa serie que representa la diseccin de los
msculos es a la vez una exhibicin detallada de las relaciones entre la
estructura y la funcin de los msculos, tendones, huesos y articulacio
nes. [...] N o se ha determinado definitivamente de quin era la obra de
las ilustraciones del D e fab rica y del volumen compaero, del Epitome
(publicado con l en Basilea en 1543), pero es prcticamente cierto que
salieron del taller de Tiziano y que entre los artistas que trabajaron en ellas
bajo la supervisin del maestro se encontraba el mismo Vesalio (Crom
bie, 1974, vol. II: 244).
Tras su n om bram ien to com o m dico im perial, la ctedra de an atom a de
la U n iversidad de Padua ser o cu p ad a sucesivam ente por R ealdo C o lu m b o ,
G ab rielle Fallop io y Fabricius de A cq u ap en den te, quien co n sigu i la c o n s
truccin en la ciudad del prim er teatro perm anente para la prctica de disec
ciones. N in g u n o de los tres se apartara del culto a la nueva autorid ad en el
m to d o : la ob servacin , la in sp eccin directa. Pero si bien es cierto que en
1543 q ueda con firm ada la co n solidacin de un nuevo rgim en m eto d o l gi
co, igualm ente lo es que la teora biolgica perm anece anclada en los princi
pios del m s estricto galenism o. D eb u s lo recalca con estas palabras: cuando
volvem os la m irada [desde las ilustraciones] al texto, encontram os la esperada
fu n d am en taci n galnica. C o m o otros h um anistas m dicos [Vesalio] busc
vidamente en los antiguos textos errores menores. Ello era escolasticismo acep
tad o y no afectab a a la e stim a gen eral que se tena p o r los viejos m d ico s
(D ebus, 1978: 6 0 ). La teleologa y el organicism o siguen siendo las dos pers
pectivas ltim as e inevitables para anatom istas y fisilogos. Si los hechos des
cubiertos contradicen la teora de G alen o, no se d u d a en negarlos o en recu
rrir a explicaciones a d hoc. El falsacionism o ingenuo puede encontrar en este
episodio de la historia de la ciencia un m otivo de reflexin, porque Vesalio lle
g a refutar en sus disecciones la existencia de poros que com unicaran los ven
132
133
3
Exploradores de otros mundos:
los naturalistas
de los siglos XVII y X VIII
135
Teoras de la vida
de Inglaterra, o el zar Pedro el G rande. N o cabe d u d a de que haca falta cier
ta valenta para negarse a prestar las lentes, y obligar a viajar a H olan da a quien
quisiera ad m irar aquel m u n d o m icro bio l gico -in c lu id o s los m onarcas rei
n an tes-; co m o tam bin era im prescin dible para entregarse a una labor cien
tfica que p o d a con ducir a p risi n (D o m b ey fue encarcelado en M ontserrat
p or las autoridades espaolas, tras serle requisada un a parte de las coleccio
nes de vegetales que h aba p o d id o reunir en A m rica del S u r). D e cualquier
m od o , lo que parece in d iscu tible es que los siglos XVII y XVIII heredaron el
inters, nacido ya en el R enacim iento, p o r am pliar h asta don de fuera posible
los d ato s y hechos con los que se iban a con struir las h istorias naturales. Se
aadi sim plem en te la exigencia de aban d on ar el m arco reducido del co n o
cim ien to m s in m ediato. H a b a que salir del V iejo C o n tin en te y h ab a que
superar el horizonte de lo d ad o en la m era experiencia ordin aria, para p ro
longar la observacin h asta los territorios del m icro cosm os viviente. C o n la
m ism a rap id ez con que llegaron a E u ro p a los nuevos especm en es, se hizo
patente la necesidad de p on er orden en el nm ero cada vez m ayor de form as
orgnicas descubiertas. Ello con dujo a que la taxonom a se convirtiera en una
actividad cientfica de gran relevancia, a la que haba que dotar de categoras
q u e su p erasen las p o sib ilid a d e s de las viejas clasificacio n es aristo tlicas o
m edievales.
Fue as com o la ciencia de la Ilustracin term in traduciendo el orden lgi
co-racional que su p on a presente en la naturaleza co m o aquella con tin u idad
de form as que paso a paso se ib a expresando en la sistem tica. L a naturaleza
co m o un todo con stitu a un vasto sistem a de especies m inerales, vegetales y
anim ales. Encontrar y explicitar la afin idad m orfolgica de las especies de un
m ism o gnero, o la diversidad an atm ica de los distintos gneros, significaba
desentraar el plan arquitectn ico que presida la organizacin natural. Por
ese m otivo, los m useos y los jardin es b otn icos no fueron slo gabin etes de
cu riosid ad es. Proliferaron p orq u e no se d u d de que sem ejan tes tareas des
criptivas y sistem atizadoras eran cam inos de acceso a la explicacin, tanto del
reino de los m inerales com o de la poten cia d iseadora expresada en la co m
posicin de los organism os.
Si nos preguntam os p o r las coordenadas culturales desde las que se acer
caron los m dicos o los naturalistas al estudio de las estructuras y los fenm e
nos biolgicos, la respuesta es que cam inaron con rapidez desde la ciencia de
la fo rm a hacia la ciencia de la organizacin espacial. U n a tradicin de investi
gacin en la que el universo iba a ser representado com o un continuo espacial
de relaciones m atem ticas, don de los cuerpos se m ovan cum plien do prin ci
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Teoras de la vida
jo s co m p ro m iso s y las frm ulas interpretativas que la fisiologa h ab a em pe
zado a adquirir desde su lejano perodo alejandrino.
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Teoras de la vida
arriba, del corazn hacia la cabeza; que las situadas en lugares bajos, que
impiden el reflujo hacia los brazos, pues todas se hallan dispuestas a modo
de que resulte contrariado y se suspenda todo movimiento de la sangre que
pudiere haber de las venas mayores a las menores (Harvey, 1965: 181-182).
A h ora bien, qu cam in o segua en ese caso to da la sangre que transpor- ;
taban las venas cavas, una vez que haba llegado a la aurcula derecha?; y m s
im p ortan te an: qu cam in o to m ab a la sangre que las arterias pulm onares
haban hecho llegar a los pulm ones? L a contestacin a estas dos preguntas equi
vala a desentraar el curso de la circulacin pulm onar. H arvey llev a cabo
gran can tidad de experiencias encam inadas a co m pro bar la aceptabilidad de
sus revolucionarias conjeturas. Basten com o m uestra dos ejem plos: las p u n
ciones y ligadras en vasos, y el clculo del volum en de sangre que el corazn
b o m b eab a en u n id ad es diferentes de tiem po. A l p u n zar en la aorta y en las
arterias pulm onares, observ que la prdida de sangre se p rodu ca despus de
cada contraccin ventricular. Ello sugera que la sangre era bom beada p o r el
corazn hacia las arterias. C o m o al ligar distintas venas p u d o determ inar que
la sangre se acum ulaba en el extrem o m s alejado del corazn, el contenido de
una y otra clase de vasos, as com o la direccin del flujo sanguneo, aparecan
cada vez m s claros:
[...] cuando se secciona o se punza una arteria cualquiera, la sangre es expul
sada con mpetu a travs de la herida, en el momento de la tensin del ven
trculo izquierdo. De igual manera, si lo que se corta es la vena arteriosa
-arteria pulmonar-, se ve que la sangre sale de ella con mpetu en el momen
to en que el ventrculo derecho se pone tenso y se contrae. [...]
Por todo eso se hace manifiesto, en contra de los dogmas corrientes,
que la distole arterial se verifica en el mismo momento que la sstole del
corazn, y que si las arterias se llenan y distienden es porque la contraccin
de los ventrculos introduce en ellas sangre (Harvey, 1965: 122-123).
Si se pone una ligadura apretada hasta donde el sujeto pueda tolerar
la, lo primero que se observa es que ms all de la ligadura, es decir, hacia
la mano, no pulsa arteria alguna ni en el carpo ni en ningn otro sitio. Al
mismo tiempo que se observa que inmediatamente por encima de la liga
dura la arteria va quedando ms y ms elevada a cada distole, que pulsa
con mayor fuerza, y que se hincha contra la propia ligadura, como si inten
tara hacer pasar por la violencia el flujo interceptado y de restablecer el trn
sito impedido. En suma, en esta porcin la arteria parece ms grande y ms
repleta. Por ltimo, la mano conserva su color y su apariencia y slo al cabo
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Teoras de la vida
Los datos obten idos necesitaban integrarse, pues, en un a propu esta te
rica que el galenism o ya no p o d a brindar; con firm aban, en realidad, lo que
H arvey en ten d i co m o exp licacin in evitable: el m o v im ien to de la sangre
ten a, s, un so lo sen tid o , pero ten a tam b in un carcter co n tin u o y cir
cular:
As fue como empec a pensar que podra verificarse una especie de
movimiento como en un crculo, cuya verdad luego he podido comprobar:
la sangre sale del corazn y es lanzada por el pulso del ventrculo izquier
do a las arterias, que la llevan a las partes y a todo el cuerpo; la sangre del
ventrculo derecho es llevada del mismo modo por la vena arteriosa a los
pulmones. La sangre regresa por las venas a la vena cava, hasta llegar a la
aurcula derecha, y del mismo modo, la que regresa de los pulmones pasa
al ventrculo izquierdo por la arteria llamada venosa y contina en la for
ma antes indicada (Harvey, 1965: 156) (figura 3.1).
Vena pulmonar
Arteria pulmonar
Sangre
Vena cava
F ig u r a 3 . 1.
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Teoras de la vida
poco verificado com o la existencia de los orificios galnicos en las paredes del
corazn. M as si la capacidad predictiva de un a teora m ide de algn m od o su
fecundidad, hay que reconocer que el program a fisiolgico alentado por Harvey pronto cosech un gran xito: en 1661, M arcello M alpighi ve con el micros
copio los vasos que unen venas y arterias cuya existencia el m dico britnico
haba p ostu lad o-. L a observacin de los capilares en los pulm ones de una rana
verificaba la hiptesis m s audaz de cuantas H arvey form ul.
E sta irrupcin del m ecan icism o en la biologa del siglo XVII tuvo un sig
nificado revolucionario in d u d ab le. A u n q u e q u ed ab a lim itad a a la fisiologa
cardiovascular, reinauguraba un m arco terico del que las teoras de la vida se
h aban ap artad o d u ran te m uch os siglos o, si se prefiere, en el que el p en sa
m iento biolgico nunca se haba asentado con seguridad, si excluimos el m eca
nicism o im aginativo de Em pdocles y los atom istas griegos. N o hubo en aquel
m om en to otra cuestin fisiolgica don de el espritu de la R evolucin C ien t
fica se dejara sentir con m ayor claridad y mejores resultados. C onfun didos por
nuestra actual perspectiva cientfica, p o d em o s sentir la ten tacin de afirm ar
que el m ecanicism o haba elegido un sencillo problem a de m ecnica de flui
dos para hacer su aparicin en la teora biolgica. N o nos daram os cuenta, en
ese caso, de que la principal novedad que encerraban las ideas de H arvey con
sista precisam ente en convertir cierto movimiento fisiolgico en un problem a
de h idrodinm ica.
C o n vien e a ad ir ahora, a pesar de to d o lo dicho, q u e H arvey no fu e un
bilogo mecanicista, p or sorprendente que pueda parecer. H arvey es un pione
ro de la fisiologa m oderna, un avanzado del m todo experim ental, el artfice
de la traduccin m ecnica de un proceso fisiolgico central; pero sus concep
ciones ltim as sobre los seres vivos albergan un inequvoco y confesado finalism o: en ellas se perciben perm anentem ente las som bras de Aristteles y G ale
no. A unque no acept de form a acrtica la biologa aristotlico-galnica, nunca
crey que sta debiera alterar la orientacin general en que se fundaba. C u an
do al final de su vida se ocupa de problem as em briolgicos, la form acin aris
totlica que ha recibido en Italia aflora en cada pgina que escribe. H arvey est
convencido de que la generacin an im al escapa a to da explicacin que no se
vea asistida p or las ideas de fo rm a y de fin . O curre as porque la ontogenia sin
tetiza y expresa la naturaleza teleolgica del com pleto m u n d o viviente. El D e
generatione an im alium (Exercitationes de generatione anim alium , publicado en
A m sterd am el a o 1 6 5 1 ) term in a siendo, en sntesis, u n a loa de la filosofa
natural peripattica. Pero incluso el D e motu cordis contena explicaciones con
m arcado acento finalista, com o las que se referan, por ejem plo, al com etido
r 44
145
Teoras de la vida
que tendra enorm es consecuencias en la filosofa y en la ciencia posteriores,
pero fue incapaz, en general, de aplicarlo con xito a la solucin de problem as
b io l g ico s d efin id o s. El p ro g ra m a cartesiano defen d a u n a reduccin de la
m ateria a la extensin y de la fsica a la m ecnica. L a ausencia de logros inm e
diatos en la aplicacin de este proyecto a la teora de la vida se debi a que las
nociones fsicas y qum icas con que poda contar no perm itan un anlisis ade
cu ado de las estructuras y procesos caractersticos de los seres vivos. C u an d o
el filsofo francs pensaba en m quinas animales no p od a concebir algo dem a
siado alejado de los autm atas de un carilln (Sm ith , 1 9 7 7 : 221 y ss.). Esta
clase de lim itaciones no resta originalidad, con todo, al ncleo de su estrate
gia fundam ental, que podra describirse as: unificar la explicacin de los fen
m en os de la naturaleza, estableciendo que son regidos p o r u n a sola clase de
principios o leyes. El hecho de que la fsica y la qum ica no estuvieran enton
ces preparadas para desarrollar el sustrato que las ciencias de la vida necesita
ban es una cuestin diferente, puesto que el principal valor de la apuesta car
tesian a rad ica en su fu n ci n h eu rstica, en el ru m b o q u e m arcar a la
investigacin posterior.
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147
Teoras de la vida
vocar la dilatacin, vaporizacin y sutilizacin de la sangre que con ti
nuam ente gotea por el tubo de la vena C av a en el interior de su conca
vidad derecha; desde aqu se exhala al pulm n; desde la vena del pulm n,
conocida por los anatom istas com o Arteria venosa -v en a pulm onar-, pasa
al interior de la otra concavidad, desde donde se distribuye por todo el
cuerpo.
La carne del pulm n es tan esponjosa y blanda, y se encuentra refri
gerada de tal m odo por el aire de la respiracin, que al ir saliendo los vapo
res de la sangre por la concavidad derecha del corazn e ir penetrando en
su interior por la arteria que los anatom istas han llam ado la Vena Arterio
sa arteria p u lm on ar-, van espesndose all y convirtindose inm ediata
mente en sangre; luego, desde all, caen gota a gota en la concavidad izquier
da del corazn... (A-T, X I, 121-124. En la edicin espaola de G . Quints
-cu ya traduccin reproducim os en lo sucesivo-, 1980: 51-54).
148
a o rta
a rte ria p u lm on ar
ven a s pu lm on a res
v lv u la s de
la a r te ria pu lm on ar
a u rc u la izq u ie rd a
vena ca v a su p e rio r
v lvu la s de la a orta
v lv u la q u e c ie rr a
el o r ific io a u rcu la
v e n tric u la r
a u rcu la derech a
vena ca v a in fe rio r
v e n trcu lo izq u ie rd o
v e n trcu lo derech o
F i g u r a 3 .2 .
1 49
Teoras de la vida
nico que p o sib ilita al cerebro a la epfisis actuar sobre los m sculos. C ad a
grupo de m sculos est com un icado con su correspondiente grupo an tagn i
co, pudien do, as, discurrir los espritus anim ales de un m sculo flexor a uno
extensor o viceversa:
A medida que tales espritus penetran en las concavidades del cerebro,
se van progresivamente introduciendo en los poros de su sustancia y de los
nervios; tales espritus, a medida que penetran o tienden a ello en mayor o
menor cantidad, segn los casos, tienen fuerza para variar la forma de los
msculos en los que se insertan estos nervios, dando lugar al movimiento
de todos los miembros. Sucede esto de igual modo que acontece en las gru
tas y en las fuentes de los jardines de nuestros reyes, ya que la fuerza con
que el agua brota al salir del manantial basta para mover distintas mqui
nas o incluso para hacerlas tocar algn instrumento o pronunciar algunas
palabras, segn estn dispuestos los tubos que distribuyeron el agua por los
circuitos.
En verdad puede establecerse una adecuada comparacin de los ner
vios de la mquina que estoy describiendo Descartes pretende estar des
cribiendo una mquina que simula el cuerpo hum ano- con los tubos que
forman parte de la mecnica de estas fuentes; sus msculos y tendones pue
den compararse con los ingenios y resortes que sirven para moverlas; los
espritus animales con el agua que las pone en movimiento; su corazn con
el manantial y, finalmente, las concavidades del cerebro con los registros
del agua (A-T, XI, 130-131. Edicin espaola, 1980: 61-62).
La condicin fundam ental para que la explicacin cartesiana fuera veros
m il era que co m o ya haba defen d id o la fisiologa pregalnicalos nervios
perm itieran el paso de los espritus, esto es: que tuvieran la form a de conduc
tos huecos. N aturalm ente, as se m antiene en el Tratado del hombre-.
En cada uno de estos pequeos tubos los nerviosse encuentra una
pequea mdula, compuesta de varios filamentos muy finos, procedentes
de la propia sustancia del cerebro y cuyas extremidades se insertan, por una
parte, en la superficie interior del mismo, que est orientada hacia sus con
cavidades y, por la otra, en las pieles y carnes en las que se insertan tales
tubos. Pero, puesto que esta mdula no sirve para mover los miembros, me
basta por el momento con que conozcan que no llena los pequeos tubos
que la contienen de modo tal que los espritus animales no dispongan de
suficiente espacio para pasar fcilmente desde el cerebro a los msculos...
(A-T, XI, 133. Edicin espaola, 1988: 64).
150
fe
151
Teoras de la vida
Despus de esto, si deseamos comprender cmo puede esta mquina
ser excitada por los objetos que impresionan los rganos de los sentidos,
de modo que mueva de otras mil formas todos sus miembros, debe pen
sarse que los pequeos filamentos que, como he explicado, provienen de
la parte ms interna del cerebro y componen la mdula de sus nervios, estn
compuestos de tal manera en todas las partes que sirven como rgano de
algn sentido, que pueden ser muy fcilmente movidos por los objetos de
los sentidos; asimismo, aunque no sean movidos sino con una pequea
intensidad, tiran en ese instante de las partes del cerebro de donde provie
nen y, por el mismo medio, se provoca la abertura de las entradas de cier
tos poros que estn en la superficie interna de su cerebro, A travs de los
mismos, los espritus animales situados en las concavidades del cerebro se
ponen rpidamente en movimiento para dirigirse por esos poros hacia los
nervios y los msculos, que sirven para realizar en esta m quina movi
mientos en todo iguales a los que nosotros estamos naturalmente inclina
dos cuando nuestros sentidos son estimulados de igual forma (A-T, XI,
141. Edicin espaola, 1988: 70).
152
153
Teoras de la vida
Las figuras form adas sobre la superficie de la gln dula pineal constituyen,
por su parte, el correlato m aterial de las ideas:
Ahora bien, entre todas estas figuras no considero a las que se impri
men en los rganos de los sentidos exteriores o en la superficie interior
del cerebro, sino nicamente a las que se trazan en los espritus sobre
la superficie de la glndula H glndula pineal, lugar en el que resi
de la imaginacin y el sentido comn, como a las que debemos conside
rar com o las ideas, es decir, com o las form as o imgenes que el alma
racional considerar inmediatamente cuando, estando unida a esta mqui
na, imagine o sienta algn objeto (A-T, XI, 176-177. Edicin espaola,
1988: 98).
E ste m od elo causal en el que es patente que se descarta la accin a d is
ta n c ia - sirve tam bin para dar cuenta de la m em oria. L o s poros de la super
ficie del tercer ven trcu lo registran la h uella que en ellos h a dejad o la sali
da de espritus an im ales p o r la accin de los estm u los externos a travs de
la m du la de los n erv io s-; se van ensan ch an do, y tan to ellos com o las redes
n erviosas, en p rin cip io d isten d id as, ad o p tan cierta co n fo rm aci n o co n fi
guracin al ser atravesados p or los espritus anim ales. E sa d isp osicin no se
pierde aun d esp u s de haber cesad o el estm u lo , y en cu alq u ier m om en to
en que los espritus se escapen p or las zonas ensanchadas, la epfisis ve cons
titu irse sobre su su p erficie la zo n a de b a ja p resi n co rre sp o n d ie n te a un a
idea:
[...] en segundo lugar, debemos pensar que los espritustienen fuerza
para ensanchar un poco estos poros, as como para plegar y disponer de
distintas formas las pequeas redes que encuentran en sus trayectos, rea
lizndolo segn las diversas maneras en que se mueven y segn los di
metros de los tubos por los que fluyen. De modo que tambin trazan figu
ras que se relacionan con las de los objetos, pero esto no acontece con tanta
perfeccin ni facilidad como sobre la glndula H, sino poco a poco y de
modo cada vez ms perfecto, segn que su accin sea ms fuerte y per
manezca durante ms tiempo o bien se produzca con mayor frecuencia.
Esto motiva que tales figuras no se borren tan fcilmente, sino que se con
serven de tal forma que, por su mediacin, las ideas que estuvieron en
alguna ocasin en esta glndula pueden volver a formarse en la misma
mucho tiempo despus sin que sea necesaria la presencia de los objetos a
los que se refieren. En esto consiste la memoria (A-T, X I, 178. Edicin
espaola, 1988: 99).
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Teoras de la vida
propsito de acciones corporales que causen alguna alteracin en sus rga
nos, como, verbi gratia, si se le toca en alguna parte, que pregunte lo que si'
quiere decirle, y si en otra, que grite que se le hace dao, y otras cosas por
el estilo; sin embargo, no se concibe que ordene en varios modos las pala
bras para contestar al sentido de todo lo que en su presencia se diga, como
pueden hacerlo aun los ms estpidos de entre los hombres; y es el segun
do que aun cuando hicieran varias cosas tan bien y acaso mejor que ningu
no de nosotros, no dejaran de fallar en otras, por donde se descubrira que no
obran por conocimiento, sino slo por la disposicin de sus rganos, pues
mientras que la razn es un instrumento universal, que puede servir en todas
las coyunturas, esos rganos, en cambio, necesitan una particular disposi
cin para cada accin particular (A-T, VI, 56-57. Edicin espaola de M.
Garca Morente -cuya traduccin reproducimos, 1937: 64-65).
D escartes d eja claro, en sum a, que el m bito del alm a racional est libe
rado de los p rin cipios que im p on e el orden espacial, rector de las sustancias
m ateriales, de su m od o de ser, de su m od o de operar. L a geom etra y la m ec
nica se han hecho dueas de las actividades que corresponden al alm a vegeta
tiva y al alm a sensitiva; pero hay un reducto de la vida no som etido a las leyes
de las relaciones espaciales. Pudo apreciarse en un captulo anterior que Pla
tn eligi com o nota esencial de lo autnticam ente vivo su independencia res
pecto del tiem po. D escartes im agin a un futuro desarrollo de la fisiologa pre
sidido por el anlisis geom trico: eso quiere ser la iatrofsica. Pero reserva a la
vida m ental un estatuto privilegiado y a salvo de ligaduras espaciales.
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Teoras de la vida
Es preciso, aun as, m atizar el sentido de esta contraposicin singular. D es
cartes no acepta, desde luego, la interpretacin dinam ista de los m ovim ientos
fisiolgicos. El calor innato no es un a cualidad irreductible de la vida animal.
C alo r y m ovim iento son fenm enos que poseen un a ju stificacin m ecnica.
Por eso concluye el Tratado del hombre con la siguiente advertencia: el fuego
que arde en el interior de n uestros corazones tiene la m ism a n aturaleza que
aquellos otros que existen en los cuerpos inanim ados (vase A-T, X I, 20 2 ; edi
cin espaola, 117). Las funciones de la m quina an im al van a depender siem
pre de la d isp o sici n de sus rgan os, de un a anatom a-geom trica que se ir
detallando en la nueva biologa m ecnica. Es decir: no hay que pensar que en
la citada m qu in a acten prin cipios diferentes de los que rigen el resto de los
procesos fsicos. N o se trata, en definitiva, de un regreso al sustancialism o gal
nico que haca del calor vital una m anifestacin prim aria del alm a. D escartes
to m a de G alen o algunas ideas relacionadas con las m odificacion es del volu
m en del corazn y explica el sig n ificad o m ecn ico de tales m odificacion es;
aunque, al hacerlo, confunde las que han de entenderse com o fase activa y fase
pasiva de los m ovim ientos del rgano. E n realidad, ya se ha sealado que no
concibe propiam ente un a verdadera fase im pulsora o activa. C o m o resultado
de to d o ello, puede afirm arse q u e H arvey no es m ecanicista, a pesar de que
com pleta m ejor que D escartes el anlisis m ecnico del m ovim iento de la san
gre, y D escartes no em plea nociones vitalistas, aun cuando acuda al concepto
de calor innato.
El obstculo m s firm e a que se enfrentaba la fisiologa cardiovascular car
tesiana era de carcter fsico. Si haba que acudir al m odelo causal del choque,
pareca claro que ste se ajustaba m uch o m ejor a la explicacin de la distole
cardaca que de la sstole, pues de qu fo rm a p o d a ser entendida la sstole
ventricular en trm in os m ecnicos? D escartes no con sidera que el calor sea
una cualidad prim aria. C o m o ocurre con las restantes cualidades, el calor debe
c o n sistir en un m o v im ien to de p o rcio n e s de m ateria [E l m undo, A -T , X I,
7 -1 0 ). L a co n tracci n del corazn y su fu n c io n am ie n to co m o un a bo m ba
hubiera exigido que una accin externa lo com prim iese. A hora bien, el filso
fo acepta dos hechos que se le antojan incuestionables: que ese m ovim iento de
partes que llam am os calor vital es interno al rgano; y que, por prin cipio, el
m ovim iento cardaco no puede ser un autom ovim iento. Cree, en consecuen
cia, que debe adm itirse que el calor -c o m o m ovim iento de partes de m ateriaocasiona la expansin de la sangre y sta la dilatacin del corazn. Se ha dicho
en ocasiones que D escartes entiende el corazn com o una m qu in a trm ica.
N osotros diram os, por el contrario, que la gran dificultad con que tropieza su
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Teoras de la vida
pusieron Aristteles y Galeno. Descartes, por su parte, inaugura de form a cons
ciente la nueva era de la fisio lo ga m atem tica, pero tiene que enfrentarse a
p roblem as que no puede resolver con los con ceptos y prin cipios de que dis
pone. Su m ecanicism o biolgico, su termomecnica, estaban obligados a estruc
turarse en un esquem a causal dem asiado elem ental. L a biologa geomtrica no
fue, sin em bargo, una orientacin com pletam ente unificada. A unque D escar
tes y el resto de los iatrom atem ticos com partieron la idea de una naturaleza
gobernada p o r leyes m ecnicas, pron to se escindieron entre quienes sostenan
una teora de la m ateria com o m era extensin, y quienes adivinaban im pres
cindible el recurso al co rp uscularism o. D efen der un a u otra perspectiva era
m u y relevante, debid o a que no arm o n izaban de igual m an era con la iatroqum ica, llam ada a jugar un gran papel en la futura fisiologa. El principal obs
tculo para D escartes no fue la explicacin de los m ovim ientos voluntarios del
hom bre, que p od a atribuir al alm a com o causa. El autntico problem a se sus
cit en el ncleo m ism o de la m ecn ica del m ovim iento fisiolgico. H arvey
top con dificultades no m enores, si bien pu d o darles solucin m anteniendo
la consistencia de su concepcin aristotlica de la vida.
160
161
Teoras de la vida
personaje, decidido defensor de causas, instrumentos y razones mecnicas en
todo fenmeno de la vida, fue definido por M. L. Patrizi, fisilogo en Bolo
nia, en uno de sus discursos acadmicos, como el astro mayor de la fisiolo
ga experimental del siglo XVII (Busacchi, 1972: 256).
162
163
Teoras de la vida
vacin y en el anlisis racional. N o d u d de que el m todo m atem tico-expe
rim ental era el cauce en el que deban nacer las propuestas tericas: ...es un
iatrom atem tico que se sirve tanto de la qum ica co m o de la m ecnica, con
siderando a am bas som etidas a leyes m atem ticas. A dm ite, en efecto, la exis
tencia de fenm enos qum icos, m as reducindolos a fenm enos fsicos y apli
cndoles los p rin cipios de la m ecnica, porque el cuerpo h um ano, tanto en
su estructura com o en los efectos dependientes de la misma, procede con nm e
ro, peso y m edida (Lan E n tralgo, 1972: 2 6 1 ).
3 .5
164
165
Teoras de la vida
cia de alm a racional, sino la inexistencia en ellos de rganos adecuados para
la fo nacin :
Entre los animales, unos aprenden a hablar y a cantar; retienen melo
das, y captan todos los tonos, con la m ism a precisin que un msico.
Otros que no obstante muestran ms talento, como el mono, no pueden
conseguirlo. Por qu ocurre as, sino a causa de un defecto de los rga
nos de la palabra?
Pero es este defecto de conformacin a tal punto insalvable, que no
se le pueda aplicar remedio alguno? En una palabra, sera completamen
te imposible ensear una lengua a este animal? N o lo creo (La Mettrie,
1983: 217).
A quel exiliado en la corte prusiana no era slo un diletante ingenioso, inca
paz de apreciar los problem as que plan teaba una propu esta reduccionista de
tanto alcance. E n la m etafsica cartesiana la esfera de los procesos cognitivos
m antena a salvo su auton om a respecto de la actividad fisiolgica del cerebro.
Las ideas, en cuanto contenidos m entales, tenan la capacidad de desencade
nar determ in ad os procesos n eu rolgicos, m as no se iden tificaban con ellos.
Inm erso en su apuesta naturalista, La M ettrie deba ofrecer una interpretacin
del conocim iento en donde las ideas con los caracteres a ellas atribuidos por
D escartes- perdieran su antiguo papel:
Esta similitud real o aparente de las figuras es la base fundamental de
todas las verdades y de todos nuestros conocimientos, entre los cuales es
evidente que aquellos cuyos signos son menos simples y menos sensibles
son ms difciles de aprender que los dems, por cuanto requieren ms
talento para abarcar y com binar esta inm ensa cantidad de palabras,
mediante las cuales las ciencias de que hablo expresan las verdades de su
competencia [...].
Todo este saber, con el que el viento hincha el globo del cerebro de
nuestros orgullosos pedantes, slo es pues un gran montn de palabras y
de figuras, que forman en la cabeza todos los vestigios por los cuales dis
tinguimos y recordamos los objetos [...]. Estas palabras y las figuras que
son designadas por ellas, se hallan de tal modo unidas en el cerebro, que
es bastante raro imaginarse una cosa sin el nombre o el signo que le es
atribuido.
Yo me sirvo siempre de la palabra imaginar, porque creo que todo se
imagina, y que todas las partes del alma pueden ser justamente reducidas
a la sola imaginacin, la cual las constituye todas; y que as el juicio, el razo
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167
Teoras de la vida
glos X IX y X X , p orq u e esos fu n d am en to s se p rop u sieron en parte co m o una
co n testacin a las cu estion es que p lan teab a la gen eracin, y co m o u n a res
puesta al viejo debate entre preform istas y epigenetistas. El desarrollo em brio
nario era p ara los prim eros sim p le crecim ien to de un an im al que p osea ya
la fo rm a del a d u lto ; los seg u n d o s estab an co n v en cid o s de que exista una
autn tica em briogn esis, que co m p o rtab a la p au latin a creacin del ser vivo
llam ado a nacer. E sta an tigua d isp u ta entre los defensores de la teora de epigentica y los valedores de la teora de la p reform acin se agudiz en el pen
sam ie n to b io l g ico de los sig lo s XV II y XV III. D u ran te d o scien to s a os no
h u b o h om bre de cien cia d estacad o que no to m ara p artid o en la discusin .
L o s experim entos, las p ruebas, o los argu m en tos esgrim idos a favor de una
u otra tesis, se sucedieron sin in terrupcin , en un a controversia de la que el
h istoriad o r, el fil so fo de la cien cia o el cien tfico p u ed en ob ten er im p o r
tantes enseanzas.
Tom ando com o punto de partida el estado actual de la gentica y la em brio
loga, habra que considerar am bas hiptesis igualm ente m eritorias, o igual
m ente pueriles, desenfocadas y fantsticas. Meritorias, tal vez, puesto que ambas
escuelas form ularon algunas conjeturas razonables la preform ista tena m oti
vos para rechazar que un a m ezcla sem inal indiferenciada pudiera dar lugar a
la com pleja organizacin inherente a los seres vivos; y la epigenetista conside
r inaceptables las fabulaciones alim entadas por las teoras de la diseminacin
germ in al o del encaje, que sern com en tadas en las prxim as p g in as-. Pero
desen focadas, asim ism o, si aten dem os al hecho de que cualquiera de las dos
concepciones con duca a un callejn sin salida: eran p oco m s que alegoras
fabricad as con un m aterial terico y ob servacional precario en extrem o. La
eclctica valoracin que parece ob ligad o hacer de un a y otra teora obedece,
en resum en, a que pertenecan a un estadio, dentro de su m b ito de aplica
cin, equivalente al del estudio del calor antes de Black, al de la qum ica antes
de Boyle o al de la geologa antes de H u tton .
168
169
Teoras de la vida
de clarificar el debate con d ato s an tes in accesibles, los d escu b rim ien to s de
L e e u w e n h o e k g l b u lo s san g u n e o s (1 6 3 7 ), in fu so rio s (1 6 7 5 ), bacterias
( 1 6 8 3 ) - eran utilizados con rapidez p or los gru pos en con flicto, adaptad os
a sus singulares expectativas, y recogidos com o hechos que confirm aban indis
tin tam en te sus p osicion es. El creciente registro observacion al no con stitua
un buen juez al que se pudiera apelar en busca de un dictam en neutral. C u al
quier n oticia surgida en la lente del nuevo in stru m en to ptico naca ya car
gad a de teora. Al caso le son aplicables no slo el plan team ien to de fondo,
sin o in cluso la literalid ad de las lneas que dan com ien zo a los Patrones de
descubrimiento de N . R. H an so n :
Consideremos a dos microbilogos. Estn observando la preparacin
de un portaobjetos; si se les pregunta qu es lo que ven, pueden dar res
puestas distintas. Uno de ellos ve en la clula que tiene ante l un agrupamiento de materia extraa: es un producto artificial, un grumo resultante
de un tcnica de teido inadecuada. Este cogulo tiene tan poca relacin
con la clula in vivo, como la que pueden tener con la forma original de
un jarrn griego las rayas que sobre ste haya dejado el pico del arquelo
go. El otro bilogo identifica en dicho cogulo un rgano celular, un apa
rato de Golgi [...].
La controversia contina. En ella est involucrada toda la teora de las
tcnicas microscpicas; no es un problema obviamente experimental. Pero
afecta a lo que los cientficos dicen que ven. Quiz puede tener sentido
decir que ambos observadores no ven la misma cosa, no parten de los mis
mos datos, aunque su vista sea normal y los dos perciban visualmente el
mismo objeto (Hanson, 1977: 77-78).
L o s so rp ren d e n te s seres q u e L e e u w en h o e k vea en sus p re p a ra cio n e s
alim en taron m s la co n fusin , p ues cul era su origen?, de d n d e p ro ce
dan? L a vida m icroscpica de los in fu sorios guardab a tantos secretos com o
la vida de los anim ales directam ente observables. Eran aquellos organ ism os
efecto de la m era agregacin de m olculas inertes o crecan a p artir de gr
m enes depositados p or padres sem ejantes a ellos? El prob lem a de la genera
cin resulto trasladado, am pliado al continuo biolgico que em pezaba a explo
rarse, pero en los red u cid o s d o m in io s del p o rta o b je to s se g u a sie n d o tan
desconcertante com o en las regiones que pob lab an los macroorganismos. En
el nuevo orden fenom nico, las relaciones de la m ateria con la vida - a u t n
tico foco de la polm ica sobre la generacin espontneaguardaban silencio,
ocultan do sus m isterios.
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XVII y XVIII
171
Teoras de la vida
mas, p orq u e el in d ivid u o se en con trab a preform ado desde su fase germ inal.
N o h ab a generacin en sen tido estricto; slo am p liacin espacial, aum ento
de tam a o. L a teora p refo rm ista co n segu a, as, resolver el p ro b lem a de la
m orfognesis, aducien do que jam s sta tena lugar.
G iuseppe A rom atari (1 5 8 7 -1 6 6 0 ) -preform ista, am igo de H a r v e y - decla
raba en su Epstola sobre la generacin de las plan tas (1 6 2 5 ): ...estim am os que
el p ollo se halla delin eado en el h uevo y no que sea fo rm ad o p o r la gallina
(citado en R ostand, 1979: 18). A rom atari pens que - a la m anera de las plan
ta s - los anim ales tenan su sem illa caracterstica, en la que el futuro organis
m o aparece esb ozad o a escala reducida. A ll agu ard a el agran dam ien to p ro
porcional de sus partes que precede al nacim iento. R esultaba im prescindible
eso s con firm ar la existencia de sim ientes en las diversas especies; pero la
bsqueda del huevo -c o m o Cyril D . D arlin gton la ha llam ado (1966: 3 2 -3 3 )pronto cosech un xito resonante con el descubrim iento hecho por de Graff.
L a hiptesis ovista p as a ser un a hiptesis generalizada, que obtuvo con rapi
dez la aprobacin de M arcello M alpighi (1628-1694), del holands Jan Sw am
m erdam (1 6 3 7 -1 6 8 0 ) y de N iels Stenon. Los tres convinieron en que el hue
vo tena carcter de germen universal; que el progenitor hembra, por ese motivo,
contribua m s que el m acho a la reproduccin; y que el papel de ste queda
ba lim itad o a estim ular el crecim ien to del p equ e o an im al con tenido en el
germ en m atern o. M alp ig h i em pren de u n a serie de in dagacion es, centradas
tam bin en la form acin del pollo, para consolidar el preform ism o ovista por
m edio de prolijas observaciones. C o m o es habitual en la historia del con oci
m iento h um an o, en sus experiencias hall signos inequvocos de lo que h aba
previsto encontrar, es decir: de la presencia en el huevo de un adulto m iniaturizado. A s lo hace pblico en Sobre la form acin del pollo en el huevo (1672).
Los ovistas pronto fueron contestados, a pesar de todo, por quienes haban
sido capaces de observar con el m icroscopio al hom bre preform ado en los ani
m lculos del sem en. H artsoeker (1 6 5 6 -1 7 2 5), Leeuw enhoek y otros, sin aban
don ar el pi'eform ism o, estn seguros de que el germ en proviene del padre. El
huevo tiene a lo sum o una fu ncin receptora o de soporte n utricio, pero no
guarda en su interior el supuesto hom nculo. L a teora de la preform acin se
escindi, pues, dan do lugar a dos versiones: la anim alculista y la ovista, am bas
respaldadas p o r los hechos. Pero un factor aadido vendra a com plicar todava
m s este p an o ram a -c o n fu so ya de p o r s - , cu ando se ju zg im prescin dible
saber cul era la procedencia de los grm enes. Volvieron a suscitarse dos cri
terios opu estos, que polarizaron las opin ion es y crearon u n a nueva divisin.
Segn la hiptesis de la diseminacin, existan grm enes de todos los anim ales
17 2
J 73
Teoras de la vida
revelan los seres vivientes a travs de principios fsico-qum icos tan poco ela
borados, que la reduccin resultante supon e m s un a reduccin a l absurdo que
un a autntica reduccin terica. Si la epignesis se inclina hacia un a propu es
ta vitalista, se hace notar entonces que in troduce inevitablem ente conceptos
pseudocientficos. B on n et percibi, en sntesis, todas las insuficiencias laten
tes en el p rogram a epigenetista. D e haber extendido su certera censura a las
concepciones m orfogenticas que l respald, hubiera tenido que declarar inso
luble el prob lem a de la generacin.
C o n tem po rn eo de C harles Bonnet, Lazzaro Spallanzani (1 7 2 9 -1 7 9 9 ) es
quiz el preform ista con m ayor destreza experim ental. En m uchos sentidos el
abad Spallanzani fue un investigador m oderno, que intent poner sus habili
dades de observador inteligente al servicio de las ideas que defendi. El inter
cam bio de opiniones que sostuvo con Jo h n Toberville N eeedham (1713-1781)
-clrigo londinense que crea poseer pruebas favorables a la tesis de la genera
cin e sp o n t n e a - perm ite apreciar aquellas dotes en to d o su vigor. El rasgo
m s interesante de los trabajos que realiz sobre la gen eracin an im al es su
m aleabilidad en cuanto instancias confirm atorias. Spallanzani estudi la repro
duccin de los batracios asunto del que se haban ocupado, entre otros, Sw am
m erdam y el insigne fsico R aum ur (1 6 8 3 -1 7 5 7 )-. A l iniciar sus observacio
nes no se co n oce an de qu fo rm a tiene lugar la fecu n d aci n ni cul es la
actuacin del m acho. Se sospech a aun que no ha p o d id o com probarse que
despus del desove ste deposita el sem en en los huevos, producindose as la
in sem in acin fuera del cuerpo de la m adre. Para con trastar dicha h iptesis,
Spallan zan i repite u n a prueba origin al de R aum ur. C o lo c a al m acho unos
peque os pantalones de tafetn que im pediran al licor esperm tico, de exis
tir, llegar a la hem bra. En efecto, com pru eba que bajo tal lim itacin los hue
vos no so n fecu n d o s, y localiza ad em s en la tela de los p an talo n es el h asta
entonces hipottico fluido sem inal, que R aum ur no haba logrado ver. A con
tinuacin, m uestra que si se im pregnan los huevos vrgenes con semen, no tar
dan en desarrollarse y engendrar renacuajos. Spallanzani con tina su investi
gacin, dirigida ahora hacia las propiedades del lquido em itido por los m achos.
Establece que conserva la capacidad fecun dadora durante un da; que la pier
de al ser calentado o al ser filtrado reiteradam ente; que tres gotas conservan su
poder gensico al disolverse en veintids litros de agua; por ltim o, que es pre
ciso que haya con tacto directo con el huevo para que la fecundacin se p ro
duzca -d escartn d o se con ello la hiptesis del au ra sem inalis-. E s decir, Spa
llanzani posee un a singular pericia para em plear el razonamiento experimental.
M aneja con destreza notable los recursos que tiene para dialogar con los hechos
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Teoras de la vida
em bargo, el epigen etism o encontr tam bin p rop agan distas de altura, entre
los que destac sobre to dos los dem s un m dico berlins: C asp ar Friedrich
W o lff (1 7 3 4 -1 7 9 4 ).
Las principales tesis que W olff sostuvo estn contenidas en la Theoria generationis, de 1759, y en la m em oria Sobre la form acin del intestino en el polluelo, que apareci dentro de los Informes de la Academ ia de Ciencias de San Petesburgo (1 7 6 8 -1 7 6 9 ). W olff escrut con m inuciosidad el desarrollo del intestino
en em briones de pollo. Busc con atencin la presencia de un conducto diges
tivo preform ado, convencindose de que en la em briognesis iban aparecien
do estructuras que antes no existan. El intestino del em brin se desarrollaba
con to d a claridad a travs de un proceso generador, y no slo de crecim iento.
Bastaba seguir el curso em briogentico del polluelo para confirm arlo. Pero las
observaciones de W olff, adem s de proporcionar evidencias contrarias al preform ism o, remitan el problem a de la generacin a su pun to de partida; paten
tizaban que h ab a un proceso de form acin an p o r explicar, y que la teora
de la preform acin sim plem ente lo eluda:
Al resucitar en toda su amplitud el problema del desarrollo orgnico,
al dar un resumen, en definitiva exacto, de la marcha de los acontecimien
tos que conducen a la constitucin de un nuevo organismo, al subrayar la
importancia del transformarse orgnico y revelar ciertos procedimientos
de metamorfosis vital, sustituyendo as una concepcin puramente estti
ca de la generacin por una concepcin dinmica, bien puede afirmarse
que W olff creaba la ciencia positiva del desarrollo (Rostand, 1979: 68-69).
El epigenetista alem n choc con la firm e resistencia de los preform istas,
com o era de esperar. L a Theoria generationis contena prin cipios m uy vuln e
rables. D esech ad a la realidad de seres vivos preform ados en estado germ inal,
d eba explicar de qu m an era se p ro d u ca la gen eracin , au n q u e sin pod er
apoyarse en la n ocin de germen, que se entenda vin cu lada a la teora de la
preform acin. A l descartarse toda ordenacin inicial, la constitucin del futu
ro o rg an ism o q u e d ab a co n vertid a en un p roceso en el q u e a p artir de su s
tan cias n o-organizadas se fab ricab an in trin cad os rgan os y sistem as. W o lff
pien sa que debe determ in ar cul es la causa rectora que dirige el desarrollo,
pero en el m om en to de especificar su con dicin se refiere a una fu e rz a ocul
ta o vis essentialis. C o n cep to sem ejante era un blanco fcil para los d etracto
res del epigen etism o. B on n et criticar sin reparo lo que considera un a h ip
tesis m etafsica, y von H aller la co m en tar con displicencia. A m b o s ven en
W o lff al m ejo r de los epigen etistas, sin que esto les im p id a creer que reen
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177
Teoras de la vida
es necesario sino el desarrollo y el crecimiento de sus partes para aparecer.
Los animales tienen un estado similar, pero es antes de este estado cuando
sera necesario saber lo que eran. En fin, qu certeza se tiene de la analo
ga entre las plantas y los animales?
En cuanto a la segunda cuestin, si el sistema del desarrollo hace a la
Fsica ms luminosa de lo que ella lo sera admitiendo nuevas produccio
nes, es cierto que no se comprende en absoluto cmo en cada generacin
un cuerpo organizado, un animal, se puede formar. Pero se comprende
mejor cmo esta serie infinita de animales contenidos los unos en los otros
habra sido formada al mismo tiempo? Me parece que se hace aqu una ilu
sin y que se cree resolver la dificultad alejndola. Pero la dificultad per
manece igual, a menos que no se encuentre una mayor en concebir cmo
todos estos cuerpos organizados habran sido formados los unos en los otros
y todos en uno solo, que en creer que no son formados sino sucesivamen
te (Maupertuis: 1985: 161-162).
E l d eb ate en to rn o a la gen eracin no resu lta an alizable p o r m ed io de
esquem as verificacionistas o falsacion istas dem asiado rgidos. Las relaciones
que las teoras de la p refo rm aci n o de la ep ign esis g u ard an con sus res
pectivos sop ortes observacionales escapan a la idea de con firm acin o refu
tacin, co m o acuerd o o desacu erdo sim p le con los d ato s em pricos. Puede
interpretarse, de hecho, que u n a y otra h ab an sid o , bien verificadas, bien
falsadas. E n realidad, las bases em pricas se hicieron tan m ovedizas, que toda
con trastacin experim ental origin ab a crecientes equvocos. L o s grm enes y
h o m n cu lo s fo rm a b a n p arte de las region es de la exp erien cia p o r las que
deam bulaban los preform istas, quienes haban logrado ver aquellos seres nfi
m os con el m icro sco p io . L o s epigen etistas tran sitaban , al con trario, p o r un
m u n d o sin grm enes cuya existencia se entenda co m o un a hiptesis infalsable, p u esto q u e los an im ales p reform ad o s siem pre se p o d an con ceb ir de
tam ao m enor, en caso de no ser o b se rv ad o s-, pero no tenan inconvenien
te en recurrir a fuerzas ocultas, esenciales o form ativas para dar cuen ta de la
creacin de estructuras ex novo. Las apoyaturas finalistas y espontanestas del
epigen etism o no eran un a buen a carta de p resen tacin, ciertam ente, en un
m om en to en el que la filosofa m ecn ica p osea u n a m arcad a p rep o n d eran
cia cultural. E n la con troversia se enfren taban , p o r otra parte, dos o rien ta
ciones tericas con valor fu n dam en tal: la que pen sab a la organ izacin de la
naturaleza en cu an to sujeta a las leyes del orden e sp a c ia l- p re fo rm ism o -; la
q u e h aca d ep en d er aq u ella o rg an izaci n de los p rin cip io s im p u lso res del
orden en el tiempo epigen etism o:
178
3 . 6 .3
179
Teoras de la vida
de m anifestar alguna fertilidad, exiga esta parada previa en la sistem tica reno
vada del siglo XVIII, m as parece claro q u e los im pulsores de la taxonom a no
pod an adivinarlo y que trabajaron con otros objetivos); b) una parte con si
derable de los zologos y los bo tn ico s creyeron que en sus categoras taxo
nm icas q uedaba expresada la real diversidad de las plantas y anim ales descri
tos, es decir: aun percibindose con intensidad creciente que la parcelacin de
la naturaleza en grupos poda obedecer a la proyeccin de criterios creados por
el naturalista, el realism o convivi con el n om in alism o y los sistem as natura
les coexistieron con los artificiales. E n resum en, haba que poner orden en el
planeta, s; pero leyendo en la m ed ida en que ello fuera posibleel sistem a
que la naturaleza m ism a haba dispuesto. U n sistem a es un haz com plejo de
relaciones, de m od o que com prenderlo obliga a detectarlas, describirlas, em pa
rentaras. D ich o de otro m odo: entender un sistem a es tanto com o establecer
los prin cipios que rigen su razn interna, y a ese com etido dirigi sus esfuer
zos la taxonom a de la Ilustracin. Los tratados anteriores sobre plantas haban
sido preparados con objetivos em inentem ente prcticos. N o se persegua en
ellos exponer la organizacin de conjunto presente en la naturaleza, por m edio
de la agrupacin de los vegetales a travs de analogas m orfolgicas. L a m eta
era presentar un catlogo de especies cuyas propiedades m edicinales resulta
ran conocidas. El Siglo de las Luces m odificar esta situacin y har diversifi
carse los intereses del botnico:
[...] la botnica estaba representada potencialmente de dos maneras: pri
mero, como botnica general, en el marco de la asignatura propedutica
de la fsica [...], unida con la mineraloga, la zoologa, la cosmologa, etc.,
impartidas en las facultades de filosofa, y, en segundo lugar, como ciencia
especializada, en el marco de la teora de los medicamentos de las faculta
des de medicina, unida en este caso a la administracin y el cuidado cien
tfico de los jardines botnicos. Estas colecciones vivas [...] planteaban
cada vez mayores exigencias de conocimientos de las especies, de su nomen
clatura, su agrupamiento, sus necesidades vitales y su reproduccin, segn
iban introducindose cada vez ms plantas de otros pases. Ya a principios
del siglo XVIII se haba hecho imposible que una sola persona asumiese estas
tareas junto con las disciplinas mdicas, que a su vez se vean obligadas a
resolver exigencias clnicas y tericas especializadas cada vez ms numero
sas. As, muchos mdicos prefirieron dedicarse a esta botnica especiali
zada y a la direccin de jardines botnicos y han sido conocidos por la pos
teridad menos como mdicos que como botnicos (como, por ejemplo,
Linneo) (Jahn, 1989: 234).
180
181
Teoras de la vida
br tres principios que se asum ieron sin ninguna vacilacin en las ciencias de
la vida: el de la plen itud del universo, el de con tin u idad natura non fa c it saltusy el de gradacin escalonam iento jerrquico en un a scala naturae(Jahn,
1989: 2 3 2 ). Franois Jaco b ilustra la firm e huella leibniziana en los sistem ti
cos con este prrafo de L a lgica de lo viviente:
Entre dos seres de formas distintas, aunque semejantes, la diferencia es
mnima, de tal modo que no podra ser menor -dice Robinet- sin que
uno fuese precisamente repeticin del otro, ni mayor sin dejar una lagu
na . Estos dos seres no pueden estar ms prximos. El paso de uno a otro
no admite ni intermediario ni vaco. Si entre dos seres cualesquiera dice
Charles Bonnetexistiese un vaco, cul sera la razn del paso de uno a
otro? Entre el grado ms inferior y el grado ms elevado de la serie de los
seres, existe as pues un nmero infinito de intermediarios. El conjunto de
los seres supone una serie continua, una cadena ininterrumpida que vemos
-dice Bonnet- serpentear sobre la superficie del Globo, penetrar en los
abismos del Mar, elevarse en la Atmsfera y hundirse en los Espacios celes
tes (Jacob, 1986: 46).
L a proyeccin de tal afin idad estructural sobre el tiem po tardar, p o r su
parte, algunas dcadas en producirse e invitar a una concepcin gradualista
de las tran sform acion es. Sin em bargo, la em presa racionalizadora del orden
natural que se activa en siglo XVIII conserva una destacadsim a deuda aristo
tlica. A quella influyente geom etra universal m ovi a interpretar los organis
m os com o m quinas, si bien, al igual que los relojes, cualquier m quin a tena
que ser co n siderada fruto del diseo se dejara ste en m an os del C reador o
de la naturaleza- L a teleologa tiene un papel m uy notable, por ello, en el cua
dro de con jun to a que se llega. L o conserva, en consecuencia, no nicam ente
dentro de la m o rfo lo ga idealista de G o eth e (1 7 4 9 -1 8 3 2 ) y la Naturphilosophie, sino en el anterior em peo taxonm ico ilustrado. N adie se enfrentar con
tan ta decisin al problem a planteado com o K an t (1 7 2 4 -1 8 0 4 ), cuando en la
C rtica del ju ic io (1 7 9 0 ) em p ren d a el an lisis de la fin alid ad . E s cierto que
la teleologa m etafsica constituye el autntico m bito en que se trata y se desea
dar respuesta a la cuestin de la finalidad natural, pero no lo es m enos que el
planteam iento y la solucin kantianos recaen inm ediatam ente sobre las claves
epistem olgicas del conocim iento, tanto de los organism os com o de la n atu
raleza en cu an to sistem a orgn ico de entidades y leyes. E n el inicio de to d a
indagacin cientfica juzgam os, p ostu lam os siem pre que la naturaleza es una
u n id ad ordenada e inteligible. El entendim iento no predispone esa sistem ti
182
18 3
Teoras de la vida
la afinidad citada en general conexin). Puede hacer surgir del seno mater
nal de la tierra, que acababa de salir de su estado catico (por decirlo as,
como un gran animal), primero, criaturas de forma menos final; de stas,
a su vez, otras que se formaron ms adecuadamente a su lugar de produc
cin y a sus relaciones unas con otras, hasta que esa madre creadora mis
ma, endurecida, se haya osificado, haya limitado sus partos a determina
das especies, ya en adelante no diferenciables, y la diversidad permanezca
tal y como se haba repartido al fin de la operacin de esta fructuosa fuer
za de formacin. Pero debe, sin embargo, en definitiva, atribuir a esa madre
universal una organizacin, puesta, en modo final, en todas esas criaturas,
sin lo cual la forma final de los productos del reino animal y vegetal no es
pensable en modo alguno segn su posibilidad (Kant, 1977: 80).
Sem ejantes hiptesis eran p ara K an t - a s las califica l un a audaz aven
tura de la razn. N o obstante, la finalidad natural aban don ar el dom in io de
las condiciones del conocim iento, para retornar con el pensam iento rom n ti
co, con la anatom a com parada de G oethe y de los Naturphilosophen, a las enti
dades naturales m ism as. A parecen stas, entonces, ajustadas a un plan com n
del que son diferentes concreciones; distintas y graduales form as de organiza
cin. N o es extrao, com o escribi Cassirer, que G oeth e quedara deslum bra
do p or la filosofa de Kant:
Fue partiendo de la Crtica delJuicio precisamente como Goethe y Schi-cada cual a su modo y por su cam ino- descubrieron y fijaron sus ver
daderas relaciones interiores con Kant [...].
Lo que a Goethe le cautiv en la Crtica delJuicio no fue solamente el
contenido, sino tambin la arquitectura, la disposicin material de la obra.
Es esta peculiar disposicin arquitectnica la que, segn l, hace que le deba
una poca extraordinariamente alegre de su vida. Vi reunidas aqu mis
aficiones ms dispares, tratados por igual los productos del arte y de la natu
raleza, mutuamente iluminados los juicios estticos y los teleolgicos...
(Cassirer, 1974: 320-321).
11er
L a tensin produ cid a entre una ciencia que deba llevar al lm ite la expli
cacin m ecn ica de los fen m en os de la naturaleza, y la d ificu ltad - t a l vez
im p o sib ilid a d - de prescindir del concepto de jfin en los ju icios sobre los seres
vivos as com o en la idea de un a naturaleza en cuanto sistema de leyes, fue
percibida p o r K an t en todas sus prolongaciones filosficas y cientficas. E n el
debate entre los seguidores de D escartes y de Leibniz se h ab a desatado ya esa
18 4
XV///
m ism a an tin om ia. Lo cierto es que los taxon om istas del siglo XVIII encarna
ron un a d oble depen den cia: trabajaron en el seno de la filosofa m ecn ica y
sirvieron a un a an atom a con struida sobre la h egem on a del orden espacial y
las form as geom tricas; pero no pudieron prescindir de la eficacia explicativa
de la fin alid ad en el m o m en to de pensar la n aturaleza co m o to talid ad orde
nada. Lin neo, el m s destacado de todos, fue fiel a esa doble inspiracin.
C ari von Lin n (1 7 0 7 -1 7 7 8 ) naci en R ash ult (Suecia). E stu d i m edici
na en las universidades de L u n d y U psala, aun que obtuvo el ttulo de doctor
en H o lan d a (1 7 3 5 ), don de conoci al gran Boerhaave (1 6 6 8 -1 7 3 8 ). Ese m is
m o ao p u b lica el System a n aturae, y el sigu ien te los Fu n dam en ta botan ica.
D espus de viajar p or Inglaterra y Francia, regresa a Suecia en 1738 para ejer
cer en E sto co lm o la m edicina, h asta que en 1741 to m a posesin de la C te
dra de B o tn ica de la universidad de U psala, destino acadm ico que conser
var h asta su m uerte.
Linneo nunca form ul una teora sobre los fenm enos de la vida ni siquie
ra un b o sq u ejo de ella. E n l no h allam os un a co n cepcin de los procesos
biolgicos co m o las que fueron capaces de elaborar Stahl (1 6 6 0 -1 7 3 4 ) o el ya
citado Boerhaave. A lo m s que lleg fue a un a interpretacin de la vida ins
pirada en su pied ad religiosa. V io la naturaleza com o una obra de D io s, cuya
m ano gua todo cuanto en ella acontece, y estuvo en todo m om ento m s pr
xim o a la ciencia natural aristotlica y de C esalpino -m d ico y director del jar
dn botnico de la U n iversidad de Pisa (1 5 1 9 -1 6 0 3 ) que a la nueva ciencia
de G alileo, a la fsica de N ew ton o la q u m ica de Boyle en el System a N atu
rae habla todava de los cuatro elem entos de A ristteles com o las ltim as sus
tancias constitutivas del universo. Si hubiera que elegir la person alidad con
quien m ejor se com pen etr y de quien recibi m s estm ulos para su trabajo,
h abra q u e citar a Peter A rted i (1 7 0 5 -1 7 3 5 ), sueco co m o l, co m pa ero en
U p sala y entregado co n entusiasm o a la clasificacin de los peces. La Ictiolo
g a de A rtedi obra que Lin neo consigui que se im prim iera cu ando su am i
go m uri con slo treinta aosutilizaba las categoras de gnero y especie reco
nocidas am bas por A ristteles-, pero aada las de clase y orden. Las clases tenan
que estar b asad as en la co n co rd an cia de p artes esenciales y no secu n darias
(com o, p or ejem plo, el tam ao). A rtedi entendi que los peces form aban una
de estas clases, en virtud de la analoga de form a que presenta su cuerpo. C ada
clase resulta a con tin uacin dividida en rdenes, los rdenes en gneros y los
gneros en especies. T al es la nom enclatura que aparece igualm ente en el sis
tem a de Linneo para toda la naturaleza. Se divide a sta en los tres reinos habi
tuales an im al, vegetal y m ineral, y a cad a un o de ellos en clases, rdenes,
185
Teoras de la vida
gneros y especies. El p un to de p artid a va a ser, com o lo haba sido tam bin
para el taxon om ista britnico Jo h n R ay (1 6 2 7 -1 7 0 5 ), la idea de especie. Las
especies son grupos naturales reales ello sirve para alejar toda presuncin favo
rable a la hiptesis de las generaciones equvocas; las especies son inm utables,
constantes -creer Linneo en la prim era m itad de su v id a-. T oda virtud crea
dora de la naturaleza, to d a esp o n tan eid ad gen eradora desaparece cu an do el
n aturalista observa con atencin los procesos de repro du ccin y desarrollo.
Sobre el fondo que m arca la concepcin m ecanicista de los fenm enos, que
da descartada la posib ilid ad de una accin im previsible que engendre vida o
n oved ad orgn ica. E n la n aturaleza op eran p rin cip io s de con servacin : los
m ovim ientos vitales, m orfogenticos, estn som etidos a un determ inism o tan
severo com o el que rige los m ovim ientos locales. H ablan do con propiedad, no
existe m orfognesis alguna, com o se h a explicado en el apartado anterior.
E l reto prim ordial a que se enfrenta el taxon o m ista es, p o r tanto, definir
los caracteres que sirven p ara el recon ocim iento de las especies. L o s avances
que se haban produ cido en la investigacin de la sexualidad de los vegetales
facilitaron que Linneo eligiera los rganos que intervenan en la reproduccin
com o elem entos clasificatorios bsicos. A s lo hace en el System a naturae y en
su Flora lapponica (1 7 3 7 ). Situarse en los caracteres pertenecientes a las facul
tades del alm a vegetativa reproduccin , en este caso con ceda al esquem a
taxon m ico, a las observaciones y com paracion es, una generalidad m xim a,
p uesto que to d o s los seres vivos poseen alm a vegetativa y se reproducen. El
m todo linneano contina luego ascendiendo hacia los gneros, los rdenes y
las clases, h asta configurar un sistem a m ixto: un sistem a a la vez natural y arti
ficial, dado que pese a descansar en el supuesto de que las especies y los gne
ros son grup os reales -existen tes en la n aturaleza-, los rdenes y las clases se
concede que consisten en el agru p am ien to llevado a cabo p o r el sistem tico
m ediante reglas que l fija: la obra de la naturaleza es siem pre la especie y el
gnero; la de la cultura casi siem pre la variedad; del arte y la naturaleza, la cla
se y el orden -a firm a en la Philosophia botanica, de 1751 - . E s decir: clases y
rdenes no han de entenderse com o categoras con u n a definitiva im plan ta
cin real, m as tam poco son por com pleto arbitrarias, debido a que estn conec
tadas a caracteres reales co m p artid o s p o r los gneros. Por otra parte, lo que
convierte a la especie en una referencia privilegiada es que, adem s de poder
ser reconocida atendiendo a las analogas m orfolgicas, m anifiesta su presen
cia real y su con stan cia en la naturaleza a travs de la sucesin de las genera
ciones. D en tro de esta reflexin sobre el significado natural o artificial de las
secciones que se trazaban en el continuo de los grandes reinos, no faltaron -q u e-
18 6
187
Teoras de la vida
obra de D io s - d ir en su Genera p lan taru m de 1 7 6 4 - se detiene en las espe
cies originarias que han dado lugar a los grandes grupos; despus estas plan
tas genricas han sid o m ezcladas p o r la naturaleza, de don de han procedido
tantas especies de un gnero com o existen en la actu alidad (citado en R adl,
1988: 265 ). Es decir, la m ayor parte de las especies son, as, producto del tiem
po. El concepto de conservacin - ta n determ inante en la ciencia natural ante
riorcom en zaba a ser sustituido p or el de creacin de orden en el tiempo, por
el de transformacin. L a vida sobre el planeta em pezaba a ser con tem plada en
la segunda m itad del siglo XVIII com o una vida con historia.
188
4
El horizonte del transformismo
y los principios histricos
de la organizacin biolgica
Teoras de la vida
L a cien cia que em pez a ocuparse de los procesos de tran sform acin ha
sido llam ada p or Prigogine ciencia del devenir (Prigogine, 1994: 2 2 4 ) - o p o
nindola a aquellas otras que p od ran denom inarse ciencias de la form a y de
la fu n ci n -. Su tarea capital consisti en dar una interpretacin a la din m i
ca y la organizacin naturales que contara con la realidad del tiem po; en situar
las form as y las leyes en un universo abierto. E sta tem poralizacin de la natu
raleza irru m p i con fuerza en el p en sam ien to fd o s fco y cien tfico del si
glo XIX; afect a las teoras sobre la Tierra y sobre la vida; se hizo presente tan
to en el m aterialism o com o en el idealism o; se in trod u jo en el m icrocosm os
del desorden m olecular, y se dispuso a con quistar el m acrocosm os en la cos
m ologa del siglo XX.
L a geologa adopt el uniform ism o con el objetivo de hallar una concilia
cin entre la realidad del tiem po y la ley causal. El catastrofism o de C u vier
(1 7 6 9 -1 8 3 2 ) h ab a im p ed id o la co n stitu ci n de u n a autn tica ciencia de la
T ierra, dad o que colocaba los agentes geolgicos m s all de la observacin.
L a hiptesis uniform ista encar, as, el problem a central que planteaba el cono
cim iento de una naturaleza con historia: el problem a de la clase de leyes que
caba esperar en un m un do don de el determ inism o clsico em pezaba a m os
trarse com o una excepcionalidad regional. Los agentes geom orfolgicos, des
de entonces, explicaran - a travs de su accin p ro lo n g ad a y co n stan te - los
cam bios de form a, pero no operaran com o causas de conservacin, sino com o
causas transform adoras.
L a biologa evolucionista, p o r su parte, tuvo que recusar de m anera con
ju n ta la ciencia de la form a y la ciencia de la organizacin espacial. El vitalis
m o se h aba in troducido en la fisiologa general de finales del siglo XVIII, y el
finalism o diriga an el relato filogentico de Lam arck en la Filosofa zoolgi
ca (1 8 0 9 ). D arw in liberar a la biologa de los principios del orden geom tri
co. El m un do de los seres vivos no es el m un do de la repeticin de las form as,
sino el de su creacin. U n m un d o en el que se dan form as y leyes, pero en el
que las leyes no pueden com pon er un p an oram a determ inista. Popper llam
al darw inism o program a metafsico de investigacin (Popper, 1976: 167-180),
al quedar disuelta en la teora darw iniana la identificacin entre lo explicable
y lo absolutam ente predecible. L a estructura lgica de la explicacin y la pre
diccin son idn ticas, es cierto, en un universo determ in ista. N o obstante,
Popper es un a figu ra con inters p ara el p erod o m s p rx im o de la ciencia
natural, porque l m ism o ha term inado viendo en la indeterm inacin el ele
m en to defin id or de un universo abierto. D arw in fue portavoz de esa m ism a
perspectiva, y adelant la n ecesidad de entender que la existencia de co n d i
1 90
191
Teoras de la vida
y el control m ediante el experimento una de las aspiraciones m s definidas de la
iatrom ecnica, los citlogos darn slidas e im previstas races a la m orfologa, y
proveern a la fisiologa de un enfoque presidido por el m todo experimental.
Fisiologa cada vez m s dependiente tam bin del estudio de los vnculos y rela
ciones tem porales, de la secuencia de los fenm enos, de la m icrocronologa que
rige las funciones celulares y la actividad bioqum ica.
192
193
Teoras de la vida
lista, puesto que al hacerlo crean m antenerse en los estrictos lmites del m to
do experim ental (G onzlez R ecio, 1990: 85).
En las prim eras dcadas del siglo XIX, la an atom a m icroscpica y la fisio
loga estuvieron som etidas, as, a una interesante p olarid ad . D e un lado, se
busc la h om ologacin epistem olgica para am bas con el resto de la ciencia
natural; de otro, algunos investigadores juzgaron ilusoria la com pleta traduc
cin fsico-qum ica de los fenm enos anatom ofisiolgicos -e n efecto, la fibra,
el teji4 o o la clula con stitu an com p lejas un idades estructurales con difcil
reduccin a los co n cep tos de la fsica o la q u m ica. La fuerza vital serva a
aquella doble perspectiva, porque qued ab a p ostu lada com o un a fuerza equi
parable a las otras fuerzas existentes en la naturaleza, pero que ejerca su accin
desde el interior del organismo y resultaba irreductible. El vitalismo convivi, desde
luego, con claros enfoques reduccion istas dentro de la biologa celular, m as
signific en m uchas de sus presentaciones un esfuerzo por introducir a la cito
loga en el dom in io de las ciencias epistem olgicam ente m aduras.
Las observaciones inconexas, las huidas especulativas que desde haca tiem
po proliferaban dentro de la m orfologa m icroscpica o de la fisiologa anim al
y vegetal, rodearon, es cierto, la labor de am bos investigadores; pero, tras ver
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195
Teoras de la vida
cigacin de Schleiden es la vertiente din m ica que las clulas presentan, y no
la m era exploracin descriptiva que h aban p racticado anteriores m icroscopistas.
En otro orden de cosas, hay un aspecto de la posicin epistem olgica de
Schleiden que m erece ser com en tado. Influido p o r el am bien te n eokantiano
que ha co n ocido en Jen a, con den a el vitalism o en cuanto doctrina m etafsi
ca que tom a p artid o sobre la esencia de los fen m enos vitales. Cree, Schlei
d en , que el m to d o de la b o t n ica no p u ed e ser sin o el m to d o in d u ctiv o
m odific, de hecho, el ttulo de su obra Principios de botnica cientfica (18421843), que pas a llamarse a partir de la tercera edicin L a botnica como cien
cia inductiva (1 8 4 9 -1 8 5 0 )-. A bo gab a, en realidad, p o r elim inar de la ciencia
n atural los p ro n u n ciam ien to s on to l g ico s, p ara co n stru ir un a teora de las
plantas en don de el m odelo m ecnico de explicacin tan slo expresara la for
m a del co n o cim ien to b io l g ico y no el carcter ltim o de los pro ceso s del
m undo vegetal. C abe decir, por tanto, que Schleiden confiaba en el valor heu
rstico del m ecan icism o , aun que estab a seguro de que la fsica o la bio lo g a
no pod an penetrar m s all de la regin de los fen m en os, o liberarse de las
condiciones universales constructivas de la ciencia. U n a posible reduccin de
las teoras biolgicas a teoras fsicas equivaldra, to d o lo m s, a u n a redefi
nicin de los trm in os biolgicos a partir de trm inos fsicos, pero m an ten
dra al bilogo tan alejado de las races de la vida com o lo estaba antes. Schlei
den h ub iera suscrito, en defin itiva, estas p alabras de H em p el, escritas cien
aos m s tarde:
el m ecanicism o queda quiz m ejor interpretado no com o
una tesis o teora especfica acerca del carcter de los procesos biolgicos, sino
com o una m xim a heurstica, com o un principio gua de la investigacin. A s
en ten did o, el m ecan icism o recom ien da al cien tfico q u e persista en la b s
q ueda de teoras bsicas fsico-qum icas de los fen m enos biolgicos, y que
no se resigne a pensar que los con ceptos y p rin cipios de la fsica y de la q u
m ica son incapaces de dar cuenta adecuadam ente de los fenm enos de la vida
(H em pel, 1976: 155).
En el transcurso de una cena con T h e o d o r Schw ann - q u e tuvo lugar en
Berln, el ao 1 8 3 7 , Sch leiden da a con ocer a su co m p atrio ta el resultado
de las observaciones e investigaciones que ha llevado a cabo sobre la fo rm a
cin de las clulas vegetales. Sch w an n no tarda en recordar que l tam bin
ha visto en las clulas de la cuerda dorsal de algunos anim ales ese cuerpo que
oye ahora d en o m in ar citoblasto. Pron to co m pren de el valor revolucionario
que tendra una generalizacin de las hiptesis de Schleiden a la totalidad de
los seres vivos. D o s aos despus ven la luz sus Investigaciones microscpicas-.
196
197
Teoras de la vida
la sustan cia en que tiene lugar la form acin de las clulas: una sustan cia que
existe en el interior de stas o en el espacio que las separa. El origen de las clu
las de los tejid os anim ales, sostien e Schw ann, no se halla en el citob lastem a
interno, sino en el que aparece en los espacios intersticiales. Es preciso hablar
cree err n eam en te- de un exten dido p redo m in io de la form acin exgena
en el caso de las clulas anim ales. L a gnesis em pieza con la aparicin del n u
clolo y la sucesiva precipitacin de m ateria granulosa, que determ ina la sn
tesis del ncleo y la m em b ran a nuclear. Sigue luego la form acin y depsito
en torno al ncleo de un a sustan cia diferenciada del citoblastem a, y despus
el desarrollo de la m em bran a celular, que, poco a poco, aum en ta su distancia
al ncleo p or la adicin de m olculas nuevas. Sim ultneam ente crece el lqu i
do interno rodeado p or la m em bran a y, m s tarde, el ncleo puede transfor
m arse en un a vescula, acrecentar su tam a o o desaparecer pien sa, in cu
rriendo en un nuevo error.
D e esta m anera -se g n Sch w an n -, la generacin de las clulas en los teji
dos anim ales se corresponde en sus m n im os detalles a excepcin del lugar
en que se encuen tra el b lastem a origin ario con la p ro p u gn ad a p o r Schleiden p ara las clulas vegetales. U n proceso sorprendente afirm arque ob e
dece a fuerzas ciegas, a leyes que en nada difieren de las que operan en el m un
do inerte:
Una vez creadas y mantenidas en su integridad, estas fuerzas pueden
perfectamente, de acuerdo con sus inalterables leyes de la ciega necesidad,
crear combinaciones que muestran, incluso, un elevado grado de adecua
cin individual. Pero si la fuerza inteligente, tras la creacin, se presenta
nicamente como mantenedora, no como inmediatamente activa, puede
ser totalmente abstrada del terreno cientfico-natural [...]. Las fuerzas de
la materia [viva], sin embargo, no tienen por qu ser explicadas mediante
las conocidas leyes fsicas, apelando, por ejemplo, a la electricidad o simi
lares, sino que actan como dichas fuerzas (Schwann, 1839: 226; citado
en Albarracn, 1983: 75).
Schw ann no pien sa que las causas fsico-qum icas que intervienen en los
fen m en os de la vida hayan de ser las m ism as con las que la fsica y la q u
m ica de aquel m om en to trab ajab an ya. Q u e d a precisam ente y en sen tido
co n trario- un im portan tsim o cam po de indagacin abierto, para que la cito
loga b u sq u e las autn ticas fuerzas -fsic o -q u m ic as, si bien an d esco n oci
das que activan los procesos plsticos y m etablicos presentes en la fo rm a
cin celular. H e a q u el p ro g ra m a de in v estigacin q u e Sch w an n lega a la
198
199
Teoras de la vida
'
L a citologa iba a ser una ayuda crucial para satisfacer estos nuevos intere
ses. Tras la publicacin de los trabajos de Schleiden y Schw ann, la teora celu
lar se vio m o d ificad a con rapidez p or las ap ortacion es con tin u as de un cre
ciente nm ero de bilogos. Jaco b H en le (1 8 0 9 -1 8 8 5 ) discute la existencia de
los n uclolos, antes de que se form e el ncleo. Poco despu s, M ax Schultze
(1825-1874) niega que pueda hablarse de una pared celular en el sentido supues
to por los botnicos. Jan Purkinje (1787-1869) y H u go von M ohl (1805-1872)
logran en los aos setenta im plantar la nocin de protoplasm a, descartndose
con ello que el contenido celular sea una sustancia am orfa. C o n anterioridad,
en 1 8 4 1 , R o b e rt R em ak (1 8 1 5 -1 8 6 5 ) h aba refutado con clu yentem en te la
hiptesis de Schw ann sobre la pretendida generacin exgena de las clulas en
el citoblastem a intersticial de los tejidos anim ales.
200
201
Teoras de la vida
La medicina ms actual ha definido su mentalidad mecnica; su obje
tivo es el establecimiento de una fsica de los organismos. H a mostrado que
la vida no es sino la expresin de una suma de fenmenos, cada uno de los
cuales tiene lugar de acuerdo con las leyes fsicas y qumicas usuales -es
decir, de modo mecnico. Niega la existencia de una fuerza vital o sana
dora de la naturaleza, de tipo autocrtico (Virchow, 1849; citado en Albarracn, 1983: 198).
A pesar de ello, el concepto de fu erz a vital ir introducindose en su fisio
loga h asta adqu irir un innegable p rotagon ism o. Puede adm itirse, entonces,
un p aulatin o acercam iento del au tor de la Patologa celular h acia posicion es
vitalistas hacia la idea de que la vida tiene com o m s propio todo aquello que
le separa del m un do de la m ateria y de sus leyes-? O igam os al m ism o Virchow:
Si algn da se consiguiera cosa que, como es bien sabido, no ha sido
hasta ahora el casoconcebir la vida en su conjunto como un resultado
mecnico de las conocidas fuerzas moleculares, no por ello habramos de
dejar de dar un nombre especial a la peculiaridad del modo como se mani
fiestan estas fuerzas moleculares, ni de diferenciarlas de otras manifesta
ciones externas. La vida seguira siendo siempre algo especial, aun en el caso
de que pudiera llegar a conocerse en sus ms mnimos detalles su origen
mecnico (Virchow, 1855; citado en Albarracn, 1983: 199).
V irchow encarna, en sntesis, esa especial perspectiva que en el siglo XIX
ve los fenm enos orgnicos bajo lo que podra llam arse, ju gan d o con los tr
m inos, el mecanicismo vitalista o el vitalismo mecanicista tesis de la que se ha
hablado ya. Tal actitud supuso el intento de conciliar el m odelo causal im pe
rante en otras ciencias con la presuncin de que la econ om a biolgica posea
sus leyes mecnicas especficas: principios fsico-qum icos, distintos de los cono
cidos, que seran descubiertos en el futuro, y que sostenan la organizacin de
la m ateria viva.
4 . 2 .3
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Teoras de la vida
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Teoras de la vida
Quiero ser franco con el lector. A mis xitos de entonces contribuye
ron, sin duda, algunos perfeccionamientos del mtodo cromo-argntico,
singularmente la modificacin designada proceder de doble impregnacin;
pero el resorte principal, la causa verdaderamente eficiente, consisti quin
lo dijera!- en haber aplicado a la resolucin del problema de la sustancia gris
los dictados del ms vulgar sentido comn [...].
Dos medios ocurren para indagar adecuadamente la forma real de los
, elementos de este bosque inextricable -la red neuronal-. El ms natural y
sencillo al parecer, pero en realidad el ms difcil, consiste en explorar intr
pidamente la selva adulta [...].
El segundo camino ofrecido a la razn constituye lo que, en trminos
biolgicos, se designa mtodo ontognico o embriolgico. Puesto que la sel
va adulta resulta impenetrable e indefinible, por qu no recurrir al estu
dio del bosque joven, como, si dijramos, en estado de vivero? Tal fue la
sencillsima idea inspiradora de mis reiterados ensayos del mtodo argn
tico en los embriones de ave y de mamfero. Escogiendo bien la fase evo
lutiva, o ms claro, aplicando el mtodo antes de la aparicin de la vaina
medular de los axones (obstculo casi infranqueable a la reaccin), las clu
las nerviosas, relativamente pequeas, destacan ntegras dentro de cada cor
te; las ramificaciones terminales del cilindro-eje dibjanse clarsimas y per
fectamente libres; los nidos pericelulares, esto es, las articulaciones
interneuronales, aparecen sencillas, adquiriendo gradualmente intrinca
miento y extensin; en suma, surge ante nuestros ojos, con admirable cla
ridad y precisin, el plan fundamental de la composicin histolgica de la
sustancia gris. Para colmo de fortuna, la reaccin cromo-argntica, incom
pleta y azarosa en el adulto, proporciona en los embriones coloraciones
esplndidas, singularmente extensas y constantes (Ramn y Cajal, 1981;
69-70).
Las conclusiones a que haba llegado podan resum irse en estos trm inos:
1.a Las ramificaciones colaterales y laterales de todo cilindro-eje acaban en
la sustancia gris, no mediante red difusa, segn defendan Gerlach y
Golgi con la mayora de los neurlogos, sino mediante arborizaciones
libres, dispuestas en variedad de formas [...].
2.a Estas ramificaciones se aplican ntimamente al cuerpo y dendritas de
las clulas nerviosas, establecindose un contacto o articulacin entre
el protoplasma receptor y los ltimos ramsculos axnicos. De las refe
ridas leyes anatmicas desprndense dos corolarios fisiolgicos:
3.a Puesto que el cuerpo y dendritas de las neuronas se aplican estrecha
mente a las ltimas raicillas de los cilindro-ejes, es preciso admitir que
206
4 . 2 .4
207
Teoras de la vida
h ab a em p ezad o a trab ajar al lad o de M ag en d ie (1 7 8 3 -1 8 5 5 ): la figu ra m s
destacada de la fisiologa francesa de aquel m om ento. E n 1853 se doctora en
ciencias, y al ao siguien te es n o m b rad o titu lar de la C ted ra de Fisiologa,
que ha sido creada para l en la Sorbon a. Poco despus suceder precisam en
te a M agendie com o profesor en el C olegio de Francia, y m s tarde ser n om
b rad o director de la seccin de F isio lo g a G en eral en el M u seo de F listo ria
N atural de Pars. D entro de los casi doscientos trabajos cientficos que llega a
publicar se o cu p a de innum erables problem as fisiolgicos, pero su con tribu
cin a la fisiologa destac en cinco dom in ios m uy definidos: el estudio de la
actuacin del pncreas en la d igestin ; la explicacin de la funcin glucognica del hgado; la investigacin de los procesos que intervienen en la regula
cin de la tem peratura del cuerpo h um ano; el esclarecim iento del com etido
del medio interno concepto que l introduceen la conservacin de las co n
diciones necesarias para la vida de las clulas, y, por ltim o, la presentacin de
los prim eros trabajos que dieron lugar al nacim iento de la toxicologa. Tenien
d o to d o esto en orm e im p ortan cia p ara la h istoria de las ciencias biolgicas
-p u e s los resultados obtenidos por Bernard m ostraban la eficacia del m odo en
que entenda y practicaba la fisiologa, su aportacin m s destacada a las cien
cias de la vid a consisti, sin em bargo, en establecer las condiciones m etod o
lgicas precisas sobre las que d escan saba su labor; en defin ir las exigencias a
que deba som eterse la creacin terica, y en fijar la naturaleza del m arco epis
tem olgico dentro del cual la investigacin experim ental p od a ser aplicada al
exam en de la din m ica fisiolgica. Bernard no fue quien por prim era vez hizo
experim entos en fisiologa. H a p od id o constatarse en los anteriores captulos
q u e los m d ico s ale jan d rin o s, G a len o o H arv ey ap licaro n tcn icas ex p e ri
m entales con reiteracin y llegaron a im portantes conclusiones con su ayuda.
L o que B ern ard b rin d a la fisio lo g a fue un a ju stifica ci n p o rm en o rizad a
-rigurosam ente argu m en tad a- de la absoluta necesidad de instaurar en ella un
enfoque experim ental; y puso en m archa este program a didctico rodeado por
corrientes de pensam iento que eran abiertamente hostiles a los distintos supues
tos que im p licaba. L o era en especial el vitalism o de los h istlogo s que for
m aban el G ru p o de M ontpellier.
D esde Paracelso, la teora de las funciones biolgicas contaba con una tra
dicin de investigacin que Ju an B autista van H elm on t (1 5 7 7 -1 6 4 4 ) contri
buy decisivam ente a conservar en la poca en que se p rod u jo el nacim iento
de la ciencia m oderna. Form aba parte de la visin de la naturaleza que, tom a
d a en su integridad, supon a un a recusacin global de las notas incorporadas
a la im agen del universo-m quina. Tradicin fisiolgica que creci en el seno
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Teoras de la vida
estm ulos de su entorno de un a m anera enteram ente im predecible, espontnea
e in dependiente de las con dicion es o leyes fsico-qum icas; tesis que C lau d e
Bernard com batir sin descanso en todas sus obras, y contra la que p roclam a
r la necesidad de edificar una autntica fisiologa cientfica.
L a fisiologa experim ental p or l con cebida vena a retom ar el am bicioso
plan de la biologa m ecnica del siglo XVII, trasladndolo a la qum ica biol
gica. El rum bo que D escartes y los discpulos de G alileo quisieron m arcar a la
biologa haba q uedado bloqu eado cu an do sta intent asentarse en una fsi
ca incapaz de sostenerla. Bernard cuenta dos siglos despus, sin em bargo, con
un par de aliados de enorm e valor: los progresos en la qum ica anim al y la teo
ra celular. A un as, tuvo que enfrentarse no slo al poderoso m ovim iento vitalista, sino tam bin a los excesos que el positivism o provoc en su pas. En efec
to, la filo so fa p o sitiv ista de C o m te (1 7 9 8 -1 8 5 7 ) ejerci u n a in flu en cia en
m uch os casos determ in an te sobre los investigadores franceses. C h arles Philippe R obin (1 8 2 1 -1 8 8 5 ), prim er profesor de H istologa de la U niversidad de
Pars, lleg a estar tan con dicion ado p o r sus ideas positivistas, que considera
r la in vestigacin m icro sc p ica p oco fiable, y ver la m o rfo lo ga citolgica
com o un peligroso ensayo especulativo - d e races m etafsicas in du dab les-, que
en n ada iba a facilitar el avance de la ciencia. Para R obin, un a teora que pre
ten da haber encontrado las reales unidades estructurales de los anim ales y las
plantas en la esfera de lo m icroscpico contravena dos m xim as centrales del
positivism o: se alejaba del suelo firm e que brinda lo directam ente observable;
y se ofreca com o respuesta a la verdadera constitucin de los seres vivos. Ser
C lau d e Bernard, precisam ente, el encargado de abrir un cam ino para el acer
cam iento entre la teora celular y el enfoque experim ental en fisiologa. C o n
frecuencia se han hecho sem blanzas del m dico francs que lo presentan com o
un abanderado del positivism o. A dem s de las expresas declaraciones an tip o
sitivistas que realiz a lo largo de su vida (vase, por ejem plo, Bernard, 1885:
184; 1945: 180), el carcter m ism o de la labor que realiz m uestra con niti
dez que su actitu d ep istem o l gica reviste m atices m u y co m p lejos, que des
bordan un rtulo tan esquem tico. Bernard convoc a la consideracin fun
cion al de la clula, m ostr que el estud io de las actividades celulares era un
objetivo alcanzable en el m arco de la investigacin experim ental, y entendi
que la clula constitua un elem ento m orfolgico fundam ental. N eg tan slo
que la p regu n ta p o r el carcter esencial de los procesos biolgicos fuera un a
pregunta frtil o til. Tuvo que alejarse, en definitiva, tanto del vitalism o -q u e
converta en inviable el estudio experim ental de los fen m en os fisiolgicos,
por considerarlos espontneos e imprevisibles- , com o del positivism o - q u e vea
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Teoras de la vida
El vasto panoram a de los fenm enos de la vida recom ienda, en sum a, que
la in vestigacin fisio l gica p arta de un anlisis d o n d e se revelen las c o n d i
ciones m s sim ples en que tales fen m en os se produ cen. Los elem entos his
tolgicos y su m ed io caracterstico definen el espacio biolgico m s sim ple
don d e p ued en darse las operaciones, las p ropiedades y las leyes que el fisi
logo debe indagar. El organ ism o co m p lejo no es sino un sistem a-integrado
de organ ism os au t n o m o s sim ples, pero su bo rdin ados al co n jun to m orfo l
gico y funcional. E sas unidades vitales que son las clulas estn relacionadas
entre s p or la actividad que desem pean. L a explicacin de los procesos b io
lgicos ha de realizarse en el m b ito celular, porque es all don d e en con tra
m os el escenario m s sencillo en que se hacen presentes. A su vez, la actu a
cin clnica sobre los m ism os su m od ificacin en los estados pato l g ico s
requiere, en consecuencia, diseos experim entales en los que la terapia se lle
ve al terreno citolgico e h istolgico. L a q u m ica de los tejidos y las clulas
es vista p or Bernard, en con clusin , co m o el ncleo de este nuevo proyecto.
Por eso, delim itado el lugar prim ario en que la vida se nos m uestra, no debe
m os olvidar que su preservacin dep en de tanto de la fo rm a de las un idades
elementales en que est vertebrada, com o de la secuencia, de la delicada microcron ologa, d el encadenam iento ordenado en el tiem po que liga a la actividad
qum ico-fisiolgica.
C laude Bernard pertenece, por otra parte, a la clase de cientficos que con
vierten en m otivo de reflexin los m todos que em plean o las garantas epis
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Teoras de la vida
El diseo del experim ento p on e a prueba la sutileza del fisilogo y p o si
bilita la obten cin de datos reproducibles. El objetivo ltim o equivale siem
pre a la form ulacin de una ley, porque slo as la fisiologa tendr la capaci
d ad explicativa y predictiva requ erid a p ara llevar a un co n trol cln ico de la
actividad biolgica. C ap tar las relaciones existentes entre los fenm enos vita
les y las condiciones necesarias de su aparicin es la m eta final del investigador.
L a espontaneidad e im predecibilidad - q u e la escuela de Bichat haba elevado
al rango de n otas esenciales de la vida, obstaculizando la constitucin de una
fisiologa cientficaquedan desenm ascaradas com o prejuicios injustificables:
'
[...] hemos dicho en otro lugar que nuestra razn comprende cientficamente lo determinado y lo indeterminado; pero que no debe admitir lo
indeterminable, porque esto no sera ms que admitir lo maravilloso, lo
oculto o lo sobrenatural, que deben ser desterrados de toda ciencia experi
mental de modo absoluto [...]. Sin duda existe en la ciencia un gran nme
ro de hechos brutos que todava son incomprensibles; y no digo que deban
desecharse intencionalmente, sino que deben ser guardados en reserva,
como hechos brutos, sin introducirlos en la Ciencia, es decir, en el razona
miento experimental, antes de que sean precisados en sus condiciones de
existencia por un determinismo racional. De otro modo, nos veramos a
cada instante detenidos en el razonamiento, o conducidos inevitablemen
te a lo absurdo (Bernard, 1976: 200).
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Teoras de la vida
nuevos. A s parecen confirm arlo los vacos estratigrficos, en los que se desva
nece toda continuidad en las form as fsiles, toda variedad de transicin. Cuvier
no aventura ninguna hiptesis sobre la naturaleza del proceso generador de las
especies n uevas, si bien sus d iscp u lo s acabarn su p o n ien d o que ob edece a
sucesivos actos creadores, a creaciones sucesivas (Tem plado, 1976: 95). L o que
s quedaba patente, en to d o caso, era la p osibilidad de un a zoologa del pasa
do, de una paleontologa cientfica, y se es el gran instrum ento que las corrien
tes transform istas sabrn aprovechar pocos aos m s tarde. N o tard en ela
borarse, sin embargo, una concepcin alternativa al catastrofismo. El gradualism o
y el actualism o haban sido orientaciones tericas nacidas casi con la geologa
m ism a. Jam es H u tto n (1 7 2 6 -1 7 9 7 ) - u n o de los fu ndadores de esta ram a de
la ciencia natural- las haba adoptado en su Teora de la Tierra (1785). Es C har
les Lyell, sin em bargo en una obra que tendr profundas repercusiones: P rin
cipios de geologa (1 8 3 0 -1 8 3 3 ), quien se encargar de convertir al actualism o
y al gradualism o en las coordenadas rectoras de las ciencias geolgicas. N u es
tro plan eta, segn Lyell, ha estado so m etid o a lentos, a pequeos procesos de
m odificacin acu m u lativ a p ro d u cid o s p o r agentes sim ilares a los q u e vem os
operar en la actu alidad. Las m ism as causas que inciden hoy sobre el estado de
la Tierra son las que han provocado todas las transform aciones de pocas pasa
das. A h ora bien, si la actividad ssm ica y volcnica, o los diferentes tipos de
erosin y sedim entacin, iban a ser reconocidos com o los m otores de la m or
fognesis geolgica, era preciso concederles un tiem po de actu acin m ucho
m ayor que el otorgado a los agentes caractersticos del catastrofism o. El tiem
p o geolgico apareca, por consiguiente, com o enorm em ente prolon gado: bas
tante m s de lo que se haba podido im aginar hasta entonces. El aspecto actual
de la T ierra resultaba ser fruto de un a lentsim a y gradual m odificacin.
Ju n to a todo ello, los Principios de geologa contienen un detallado exam en
de la teora de Lam arck, a la que se considera insostenible. C onviene subrayar
que la obra de Lyell fue leda con gran atencin por D arw in, y que, de diver
sos m od o s, ejercera una notable influencia sobre el autor de E l origen de las
especies. E n este m om ento interesa sealar, sim plem ente, que el im presion an
te acrecentam iento del tiem po con tem plado por la geologa era una pieza cla
ve en el rom pecabezas de la tran sform acin orgnica, y que la ciencia de la
p o ca em p ezar a extraer de l tod as las sugerencias im p lcitas y las co n se
cuencias tericas que posea.
L a cu lm in aci n del tran sform ism o predarw inian o est co n ten ida en las
obras de Lam arck, quien empieza a divulgar sus ideas hacia 1800 (leccin inau
gural del curso que im parte sobre invertebrados, publicada un ao m s tarde
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Teoras de la vida
anim ales las siguientes clases: infusorios, plipos, radiados, gusanos, insectos,
arcnidos, crustceos, anlidos, cirr p od o s, m oluscos, peces, reptiles, aves y
m am feros. El p rofun do conocim iento que ha adquirido sobre los invertebra
dos queda de m anifiesto en esta clasificacin, que pocos naturalistas, a esa altu
ra del siglo, habran pod id o com pletar tan porm enorizadam ente en lo referi
do a las clases anteriores a los vertebrados (Tem plado, 1976: 92-93). Las familias
estaran sujetas a idnticas transiciones lineales, y slo al llegar a los gneros y
especies cabra reconocer ram ificacion es m s abu ndan tes de carcter lateral
(cabe m atizar que en las consideraciones finales de la Filosofa zoolgica, y en
la in trod uccin a la H isto ria n atu ral de los an im ales sin vrtebras, se m uestra
partidario de un a ram ificacin de m ayor generalidad).
L am arck com pleta en am bas obras su teora sobre las causas de la evolu
cin, fijan do en prim er lugar dos leyes: la del uso y el desuso de los rganos y la
de la h eredabilidad de los caracteres adqu iridos (Filosofa zoolgica). Eran con
cepciones que, no obstante, form aban parte ya de la cultura cientfica, y cuya
paternidad no puede atribursele. E n la H istoria n atu ral de los anim ales sin vr
tebras les an tep o n d r dos m s, d an d o a las cuatro la siguien te form u lacin :
La vida, por sus propias fuerzas, tiende continuamente a acrecentar el
volumen de todo cuerpo que la posee, y a extender las dimensiones de sus
partes hasta un trmino que establece por s misma.
La produccin de un nuevo rgano en un cuerpo animal resulta de la
aparicin de una nueva necesidad, que contina hacindose sentir, y de un
nuevo movimiento que esta necesidad hace nacer y mantiene.
El desarrollo de los rganos y su fuerza de accin estn constantemente
en razn del empleo que se hace de ellos.
Todo lo que ha sido adquirido, trazado o cambiado en la organizacin
de los individuos, durante el curso de sus vidas, es conservado por la gene
racin y transmitido a los nuevos individuos que provienen de aquellos que
han sufrido estos cambios (Lamarck, 1969, vol. I: 181-182).
T om adas en con jun to, las cuatro leyes pretenden dar cuenta tanto de las
pequeas transform aciones sucesivas com o de la evolucin en un sentido glo
bal. L a prim era ley atiende a la organizacin ascendente que se da en la filo
gen ia. L a se g u n d a y tercera se refieren a la actu aci n de las circu n stan cias
am bientales. Y la cuarta, p o r ltim o, garantiza la transm isin de las ventajas
adaptativas que el anim al adquiere en el transcurso de su vida. A hora bien, las
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Teoras de la vida
pueden asum ir un papel activo en la configuracin estructural -h ech o con o
cido, pero al que deban atribuirse consecuencias que alcanzaban no slo a las
pequeas variaciones con estrechos lm ites, sino a grandes cam bios, fruto de
las variaciones acum uladas. Slo el p rolon gado tiem po que resulta necesario
para que se produzcan dichos cam bios es responsable de que la influencia de
las acciones sobre los rgan os que las ejercen haya p asad o desapercibida en
toda su m agnitud.
A parece despu s la n ocin de u n a scala b io l g ica casi unilineal y ascen
dente, que se presentara con un curso todava m s regular, de no ser por la
m ultitud de influencias a que se ven sujetos los seres vivos. Lam arck cree que
la m ateria viva tiende de m anera espontnea a com poner una com plejidad cre
ciente -p rim e ra ley-. Las circunstancias del m edio hacen que, aun que no se
pierda esa lin ealid ad en el avance co n tin u o hacia form as m s co m p lejas de
organizacin, el trayecto filogentico no se m anifieste en su regularidad origi
nal. C o n to d o , lo que a q u se llam an circun stan cias am bien tales no actan
directam ente com o agentes m odificadores. Es precisa una m ediacin que que
da aclarada en los siguientes trm inos reproducidos en su integridad, dado
el inters del fragm ento:
En efecto, ser evidente que el estado en que vemos a todos los ani
males es, por una parte, el producto de la complejidad creciente de la orga
nizacin que tiende a formar una gradacin regular, y, por la otra, que es el
de las influencias de una multitud de circunstancias muy diferentes que
tienden continuamente a destruir la regularidad en la gradacin de la com
posicin creciente de la organizacin.
Aqu se hace necesario que explique el sentido que yo concedo a estas
expresiones: Las circunstancias influyen sobre la form a y la organizacin de
los animales, es decir, que al volverse muy diferentes cambian, con el tiem
po, esta forma e incluso la organizacin por medio de modificaciones pro
porcionadas.
Seguramente, si se tomasen estas expresiones al pie de la letra, se me
atribuira un error; pues sean cuales sean las circunstancias, no operan direc
tamente sobre la forma y sobre la organizacin de los animales ninguna
modificacin.
Pero grandes cambios en las circunstancias producen grandes cambios
en las necesidades de los animales y cambios iguales en las acciones. As, si
las nuevas necesidades se vuelven constantes o muy duraderas, los anima
les adquieren nuevos hbitos, que son tan duraderos como las necesidades
que los han hecho nacer. He aqu algo que es fcil de demostrar, y que ni
siquiera exige explicacin para ser comprendido.
22 0
E n los vegetales la accin del am bien te se ejerce con m ayor inm ediatez,
pero incluso aqu, p o r cercana que sea tal accin, no dejan de existir niveles
m ediadores. E n sen tido estricto, las circunstancias del entorno operan sobre
los movimientos vitales de la planta sobre su fisiologa, y son stos, despus, los
que m o ld ean la estru ctu ra del vegetal. T o d o se op era p o r los cam b io s que
provienen de la nutricin del vegetal, de sus absorciones y sus transpiraciones,
de la cantidad de calrico, de luz, de aire y de h u m ed ad que recibe habitual
m ente, y de la superioridad que ciertos m ovim ientos vitales pueden adquirir
sobre los d em s (L am arck, 19 7 1 : 1 8 0 -1 8 1 ). D e ello resulta que, al ser tan
cam biantes las circunstancias am bientales sobre la superficie de la Tierra, las
form as vegetales y an im ales tien den co n stan tem en te a variar, con in depen
dencia de su p rop en sin esp o n tn ea a m od ificarse, adqu irien do un a m ayor
com plejidad. Lam arck introduce en este pasaje de la Filosofa zoolgica las leyes
sobre el uso y desuso de los rganos y sobre la h eredabilidad de los caracteres
adquiridos. U n a vez fijadas, y habiendo aludido -b ie n es verdad que sin m ucho
detenim ientoal tipo de alteraciones del am biente que pueden provocar cam
bios en las necesidades de los seres vivos, procura ilustrar con ejemplos su visin
de los m ecan ism os transform adores:
La luz no penetra en todos sitios, en consecuencia, los anim ales que
viven habitualm ente en los lugares a los que no llega no tienen ocasin de
ejercer el rgano de la vista [por lo que] se hace evidente que el em pobre
cimiento y la desaparicin del rgano [...] son resultados de una falta cons
tante de ejercicio [...].
[Por el contrario] la materia del sonido penetra en todas partes, atra
viesa todos los m edios e incluso la m asa de los cuerpos ms densos: de esto
resulta que todo animal que form a parte de un plan de organizacin en el
cual el odo entra esencialmente siempre tiene ocasin de ejercer este rga
no en cualquier lugar que habite [...].
221
Teoras de la vida
Entraba en el plan de los reptiles, como de los dems animales verte
brados, tener cuatro patas dependientes de su esqueleto. Las serpientes debe
ran en consecuencia tener cuatro patas [...], sin embargo, al haber toma
do la costumbre de arrastrarse sobre la tierra y de esconderse bajo las hierbas,
han hecho que su cuerpo adquiera una longitud considerable [...] como
consecuencia de los esfuerzos siempre repetidos para alargarse, para poder
pasar por espacios estrechos [...].
Si algunas aves nadadoras, como el cisne y la oca, cuyas patas son cor
tas, tienen sin embargo un cuello muy alargado, es porque estos pjaros, al
pasearse sobre el agua, tienen la costumbre de sumergir la cabeza dentro
tan profundamente como pueden para coger larvas acuticas y diferentes
animlculos... (Lamarck, 1971: 192-197).
El m od elo de L am arck est lejos de ser un m odelo sim ple, pese a lo que
p u d iera parecer a prim era vista. C o m o habr p o d id o constatarse, la idea de
un a composicin creciente de la organizacin, fu n d ad a en la m era espon tan ei
d ad de la m ateria viva, ju ega un papel im portante dentro de su sistem a. Sin
em bargo, es un principio que se p ostu la sin m s especificaciones ni apoyatu
ras: es un d o g m a dentro del m un d o conceptual de la Filosofa zoolgica. Pero
existe an otro prin cipio que slo en contadas ocasiones cobra una form ula
cin explcita. Lam arck defiende con reiteracin que las circunstancias am bien
tales p rodu cen necesidades nuevas, y que a stas el organ ism o responde con
nuevas acciones. M as lo que no siem pre form u la es su pretensin de que la
voluntad del anim al cum ple una funcin prim aria en este encadenam iento de
causas. Lo que m ueve a un anim al a realizar una accin cualquiera es su volun
tad. Las voliciones anim ales son el nexo entre las necesidades a satisfacer y las
acciones em pren d id as para cubrirlas. Y es esa prep o n deran cia decisiva de la
voluntad que luego se expresar fisiolgicam ente en la afluencia de flu id o ner
vioso- la que se erige en segundo principio de la filo so fa que hay en la Filoso
f a zoolgica, y la que torna m s sofisticada la posicin de su autor:
M s tarde intentar demostrar que, cuando la voluntad determina a
un animal a una accin cualquiera, los rganos que deben ejecutar esta
accin se ven conducidos a ella por la afluencia de fluidos de sutiles (del
fluido nervioso) que se convierten en la causa determinante de los movi
mientos que la accin de que se trata exige. Una multitud de observacio
nes constatan este hecho que ahora no sabramos poner en duda.
De esto resulta que las repeticiones multiplicadas de estos actos de
organizacin fortifican, extienden, desarrollan, e incluso crean los rga
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Teoras de la vida
As, pues, todo concurre a probar mi afirmacin, a saber: que no es la
forma, ni del cuerpo ni de sus partes, la que da lugar a las costumbres y a
la manera de vivir de los animales, sino que son, por el contrario, las cos
tumbres, la manera de vivir, y todas las dems circunstancias influyentes
las que, con el tiempo, han constituido la forma del cuerpo y de las partes
de los animales. Con nuevas formas han sido adquiridas nuevas facultades,
y poco a poco la naturaleza ha logrado formar los animales tal como los
vemos actualmente (Lamarck, 1971: 207).
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Teoras de la vida
interesa d estacar dos. Las form as orgn icas no siem pre han sido las m ism as
sobre el planeta; han aparecido form as nuevas que representan variaciones suce
sivas sobre tipos ideales -gen erad as p o r la naturaleza o su C re a d o r-, pero sin
darse transform aciones continuas a partir de especies anteriores: era la trans
cripcin realista de las series m orfolgicas con que trabajaba la N aturphilosoph ie. El com etido del tiem po se hace sentir en esta clase de narracin, pues la
naturaleza, ju e g a en el tiem po con la an atom a anim al o vegetal. Pero caba otra
clase de relato en el que los cam bios graduales y continuosse suponan acu
m ulados, partiendo de transform aciones sufridas por conjuntos de individuos,
y que conducan de unas especies a otras a travs de variedades de transicin.
E n este otro enfoque el m otor de las m odificaciones se localiza en las relacio
nes de los seres vivos con su entorno, es decir, en un plan o donde la actividad
fisiolgica resulta cardinal y d on d e el tiem po no es adm in istrado o goberna
do p or la naturaleza, sino la naturaleza y sus acciones p o r el tiem po. C o m o se
habr adivinado, Lam arck se entreg a este segundo gnero de narracin. D ebe
sum arse a todo lo dicho un m atiz ltim o: adem s de com partir con algunos
de sus co n tem p o rn eos la tesis del d ob le p rim ad o de la te m p o ralid ad , que
actuaba tanto en el m bito fisiolgico com o en el filogentico, no p u d o pres
cindir de la teleologa, en cuanto garanta del ajuste que crey im prescindible
entre la accin de las circunstancias am bientales sobre los organism os y la reac
cin de stos. Las causas finales ju stifican el perm anente xito de las ad ap ta
ciones. N o es que la adaptacin se convierta en un tem a m enor en el seno del
tran sform ism o lam arckiano (com o se ap u n ta en R use, 1983: 31), lo que en
verdad sucede es que el recurso a la finalidad hace de las adaptaciones un hecho
que pierde todo carcter problem tico, que se explica m ediante el supuesto de
que los organ ism os poseen las capacidades ad ap tativ as aseguradas por el finalism o. E n definitiva los anim ales y las plantas se ad ap tan porque tienen poten
cias adaptativas.
G eorges C uvier m antuvo tam bin acusados com prom isos con la teleolo
ga, al creer en un equ ilibrio perfecto entre la estructura del organ ism o y el
m edio, que cualquier cam bio rom pera. N o p od a adm itir, sin em bargo, n in
gn proceso transform ador que alterase la estrechsim a arm ona entre la orga
nizacin y el entorno -a d e m s de considerar cientficam ente insostenibles las
gen eracion es esp o n tn eas y la h ered ab ilid ad de los caracteres a d q u irid o s.
C o m o en Lam arck, las causas finales desem pean un papel de prim er orden
- y a que son el fundam ento de la ad ap taci n -, m as no estn puestas al servi
cio de un proceso transform ador ascendente y gradual hacia expresiones reno
vadas de acom od acin a las con dicion es am bientales. L a inexistencia de for
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Teoras de la vida
tan da tan grande p ara la ciencia... En Saint-H ilaire tenemos un fuerte alia
do para un largo perodo de tiempo que est por venir... el tratamiento sint
tico de la naturaleza, introducido en Francia por Saint-H ilaire, ahora ya no
puede continuar parado. A p artir del momento presente la mente dom inar a
la materia segn las investigaciones fsicas de losfranceses. Se vislumbrarn las
grandes reglas de la creacin del misterioso taller de D ios! H abra que excep
tuar todo lo que constituye intercambio con la naturaleza si, en virtud del mto
do analtico, nos ocupramos simplemente de partes individuales misteriosas
sin sentir el aliento del espritu, que prescribe a cada parte su direccin y orde
na, o sanciona, toda desviacin por medio de una ley inherente.
He trabajado en este gran asunto durante cincuenta aos... a l principio
estaba solo... Pero despus hall espritus adeptos en Sommering, Oken, D alton Carus y otros hombres igualmente excelentes. Y ahora Godofredo de SaintHilaire. .. Este acontecimiento posee un valor increble para m; y esjusto que
me regocije de haber asistido a l menos a la victoria universal de una materia
a la que he dedicado mi vida y que, ms an, es la ma propia par excellence (reproducido en Smith, 1977: 309-310, de Goethe, 1892: 2 de agos
to de 1830).
L a otra figura con una clara actitu d antitransform ista durante gran parte
de su vida que, no obstante, Darw in conseguira m odificar-, y con una influen
cia decisiva en el m undo acadm ico y cientfico, fue -c o m o ha quedado dicho
C h arles Lyell. A travs de su p rofesor de geo lo ga y m in eraloga en O x fo rd
W illiam Buckland (17 8 4 -1 8 5 6 ), Lyell ha podido conocer en detalle la inter
pretacin catastrofista que C u vier hace de la h istoria de la T ierra, de la que
obtendr argum entos para com batir el transform ism o lam arckiano en sus P rin
cipios de geologa. Lyell es, pese a ello, el gran im pulsor del actualism o, el uniform ism o y la teora del equilibrio dinm ico, que tras distin guir com o proce
sos bsicos de la m orfogn esis geolgica los fen m en os acuosos e gneos, ve
en cada grupo dos m om entos com pensatorios peridicam ente repetidos: fen
m enos de erosin y sedim entacin, dentro de los procesos acuosos; fen m e
nos volcnicos y ssm icos, dentro de los procesos gneos. Lyell llev la teora
del equilibrio din m ico a la historia de la vida, y pens que en ella se daban
perodos sucesivos de extincin y de creacin de especies. Supuso que el m ovi
m iento aleatorio de los continentes originaba profu n dos cam bios clim ticos.
Al no poder emigrar, o no poder com petir con otros grupos biolgicos, m uchas
especies se habran extinguido, para ser sustituidas por otras que han sido crea
das m ediante leyes naturales. El D ios de Lyell era -c o m o puede apreciarse- un
D io s leibniziano. U n D ios sabio y previsor que no necesitaba recurrir a inter
22 8
229
Teoras de la vida
cficos. Ellas exhiben los mismos fenmenos una y otra vez, lo que indica
ciertas relaciones fijas e invariables entre las peculiaridades fisiolgicas de
la planta y la influencia de determinados agentes externos. No ofrecen fun
damento [aquellos cambios] para poner en cuestin la estabilidad de las
especies, sino que, al contrario, representan ms bien la clase de fenme
nos que, cuando son debidamente comprendidos, pueden ofrecer algunas
de las mejores pruebas para identificar las especies, y para demostrar que
los atributos que originalmente les fueron conferidos perdurarn, mientras
cualquier descendiente del grupo original permanezca sobre la Tierra (Lyell,
1984: 35).
As, pues, a partir de las razones ya detalladas, en este captulo y en los
dos precedentes, extraemos las siguientes consecuencias, en relacin con la
realidad de las especies en la naturaleza:
Primero, que existe capacidad en todas las especies para acomodarse,
en cierta medida, al cambio de las circunstancias externas [...].
Segundo: [...] las mutaciones as inducidas estn gobernadas por leyes
constantes, y la capacidad de variar forma parte de caracteres especficos
permanentes.
Tercero: algunas peculiaridades adquiridas -de forma, estructura e ins
tintoson transmisibles a la descendencia; pero ello se refiere tan slo a
aquellos atributos y cualidades que estn ntimamente relacionadas con las
tendencias y propensiones naturales de las especies.
Cuarto: la entera variacin del tipo original [...] puede habitualmen
te tener efecto durante un breve perodo de tiempo, despus del cual no se
puede obtener mayor desviacin [...].
Quinto: la aversin a una unin sexual entre individuos de especies
distintas impide la mezcla de especies [...].
Sexto: de las consideraciones anteriores se sigue que las especies tienen
una existencia real en la naturaleza, y que cada una fue dotada en el momen
to de su creacin de los atributos y organizacin por los que ahora es reco
nocida (Lyell, 1984: 64-65).
D u ran te las tres prim eras dcadas del siglo X IX el tran sform ism o sufri,
por lo tanto, una severa reprobacin que parti de dos voces con enorm e auto
ridad en el con tin en te europeo y en las Islas B ritn icas: la de C u vier y la de
Lyell. R use ha descrito m u y bien la situ acin creada aten dien do a sus ver
tientes cientficas, filosficas y teolgicasen L a revolucin darw in ista (1 9 8 3 ),
que se ha citado ms arriba. D arw in estuvo som etido, ciertamente, a la influen
cia de un contexto sociocultural bastante diversificado y com plejo, algunos de
cuyos aspectos se intentar explicitar a continuacin. Era im prescindible, sin
230
231
Teoras de la vida
sentido. Los cataclismos y revoluciones del catastrofismo se aproxim aban m ucho
m s a una crnica o narracin m tica y discontinua. Las estructuras geolgi
cas y biolgicas deban empezar a ser entendidas com o m odos de organizacin
creada en el tiem po, com o resultado de leyes capaces de generar form as n atu
rales antes inexistentes es decir: com o produ ctos de un a dinm ica geolgica
o biolgica que, som etida a principios inalterables, originaba novedad-. Segn
se an ticip en las prim eras p gin as del presente captu lo , el grad u alism o de
Lyell y el tran sform ism o darw in ian o fueron algunas de las respuestas que la
co m u n id ad cientfica acert a form u lar ante la pregunta p o r la clase de leyes
que cabra esperar en un universo con historia. El Caballero de Lam arck haba
intentado dar una contestacin a ese m ism o interrogante.
4.4. 1 .
232
233
Teoras de la vida
ta de los hechos m atiz decisivo que afianzara las credenciales epistem olgi
cas de la seleccin natural darw iniana, com o causa de un proceso de transfor
m acin inobservable a escala hum ana. Finalm ente:
f ...] el carcter necesario de las leyes fundamentales de la naturaleza deri
va de su relacin con aquellas ideas que son condiciones necesarias a prio
ri del conocimiento emprico objetivo. N o especific [Whewell] la natu
raleza de esta relacin, aparte de apelar a la nocin de que tales leyes
ejemplifican la forma de las ideas. Sin embargo, mantena que esta ejemplificacin aparece gradualmente en el desarrollo histrico de las ciencias.
Es una cuestin de clarificacin progresiva de la relacin de las leyes induc
tivas ms generales con las ideas bsicas de las ciencias. Whewell estaba muy
seguro de que la obra de Newton estableci el carcter necesario de las leyes
generales de la mecnica (Losee, 1976: 137).
En lo correspondiente a cuestiones geolgicas, W hewell no acept el actualism o de Lyell, reserv sin titubeos un lugar para la actuacin de causas des
con ocid as en la h istoria de la T ierra y ad m iti la p o sib ilid ad de ju stificar el
registro fsil acud ien d o a fen m en os no-naturales. L as opin ion es que m an
tuvo respecto a la organ izacin de los seres vivos, y la ad ap taci n que stos
m uestran al m ed io en que viven, se fu n d aron en su adh esin al argu m en to
teleolgico del diseo -a rg u m e n to presente con an terioridad en la teologa
natural britnica (vase N ew ton , 2 0 0 1 ), de acuerdo con el cual la arm ona y
com plejid ad de las form as biolgicas, o las leyes naturales, no pueden ser fru
to del azar, y han de obedecer a un diseo inteligente. Se trata de una prue
ba de la existencia de D io s cuya versin d ecim on n ica h ab a q u ed ad o esta
blecida en la N a tu ra l Theology de W illiam Paley (1 7 4 3 -1 8 0 5 ), p u b licad a en
1802, pese a la crtica de que haba sido objeto -p o c o s aos antes ( 1 7 7 9 )- en
los D ialogues Concerning N atu ral Religin de D avid H u m e (1711-1776). W he
well no slo aceptaba el argum ento del diseo, sino que particip activam en
te en su divulgacin, al ser elegido para la redaccin de uno de los ocho B rid
gew ater Treatises tratados a cuya edicin el octavo conde de Bridgewater haba
destinado en su testam ento cierta sum a de dinero. Pese a que acept el encar
go de probar el Poder, la Sab idu ra y la B ondad D ivin as m anifestadas en la Crea
cin a partir de razones astronm icas, W hewell centr su razonam iento en el
diseo admirable de los animales y las plantas. Los matices con que pudo acom
paar su traduccin de la teleologa kantiana, h asta hacerla efectiva m s all
de las condiciones del conocim iento, no pueden desarrollarse aqu, pero lo ver
daderam ente im portante es que las causas finales adquieren un protagon ism o
234
3
2
5
Teoras de la vida
datos obten idos p or su padre - q u e haba descubierto el planeta U ran o y reu
nido datos de gran im portancia sobre las estrellas dobles y las nebulosas, entre
1 8 3 4 y 1838 estudi en el C a b o de B u en a Esperanza el cielo observable des
de el h em isferio austral. C o m o astrn om o, con tinu y am pli, p o r tanto, el
trabajo de su progenitor. Pero Jo h n H erschel se interes, asim ism o, p o r otras
ramas de la ciencia, haciendo aportaciones de altura en cada una de ellas des
de la ptica a la fotoqu m ica, p asan do p or la fo to g rafa-. Su perfil biogrfico
es, as, el de un cientfico profesional, libre de las ataduras docentes a que estu
vo som etido W hewell. N o obstante, la obra que con seguridad m s extendi
su influencia sobre la cultura cientfica del siglo X IX fue, com o en el caso de
Whewell, un obra de filosofa de la ciencia: A Prelim inary Discourse on the Study
o fN aticralP h ilo so p h y (1 8 3 0 ), en la que estn recogidas reflexiones sobre la
induccin, el m tod o hipottico-deductivo, la experim entacin o la naturale
za de las leyes y teoras de la ciencia experim ental. D arw in sinti por Herschel
u n a ad m iracin y un respeto in d u d ab les - h a c ia finales de 1838 h ab a ledo
dos veces el Prelim inary Discourse, com o haba hecho con los tratados de W he
w ell-, lo que no le im pidi m antener su auton om a de criterio cuando h ubo
de separarse de las opiniones que H erschel defendi sobre cuestiones geolgi
cas o biolgicas.
E n el D iscurso P relim inar se trazaba ya una clara frontera entre el contexto
de descubrim iento y el contexto de ju stificaci n que rodean a la actividad cien
tfica. Q u e d a b a explicitado, con ello, que los p aso s seguidos p ara llegar a la
form ulacin de un a teora, y la posterior aceptabilidad de la m ism a, eran asun
tos d istin tos (H ersch el, 1 9 8 7 : 144 y ss.). U n exigente recorrido de carcter
inductivo y una hiptesis audaz pueden llegar a tener igual valor, si sus con
secuencias deductivas son confirm adas. E n tal m edida, el paso de las observa
ciones a las leyes y teoras puede cum plirse por una doble va: puede basarse
en la generalizacin o puede conseguirse por m edio de la invencin de conje
turas. D e cu alq uier m o d o , to d a in d agacin cientfica se debe iniciar con la
divisin de los fenm enos com plejos en sus elem entos sim ples, para construir
desde stos la explicacin de que se trate (H erschel, 1 9 8 7 : 8 5 -1 0 3 ). El paso
siguiente, la form ulacin de enunciados sobre las regularidades naturales, pue
de con ducir al hallazgo de dos tipos distintos de leyes: correlaciones de p ro
p ied ad es o secu en cias de aco n tecim ien to s a la p rim era clase perten ecera
la ley de Boyle; a la segunda, la ley galileana de cada de los graves-. Las teo
ras son establecidas, por su parte, gracias al ascenso in ductivo desde leyes o
teoras de rango menor, o en virtud de hiptesis con la capacidad de poner en
relacin prin cipios ya conocidos, conservndose ese protagon ism o co m parti
236
237
Teoras de la vida
cial del hom bre en el universo, nunca dej de creer que la seleccin natural no
era equiparable a una causa verdadera.
D uran te su estancia en C am bridge - 1 8 2 7 - 1 8 3 1 - , D arw in se relacion de
un m o d o especial con dos profesores: A dam Sedgw ick (1 7 8 5 -1 8 7 3 ) y Jo h n
Stevens H en slow (1 7 9 6 -1 8 6 1 ). Sedgw ick, que inici su labor com o profesor
de geologa en el Trinity College sin un a autntica preparacin cientfica, ter
m in convirtindose en uno de los m ayores especialistas en geologa aplicada
del R ein o U n ido. H en slow fue responsable, a su vez, de un autntico renaci
m iento de la b otn ica en la U n iversidad inglesa. D e l parti la recom enda
cin que perm iti a D arw in ser elegido n aturalista del Beagle, tras renunciar
al puesto el propio H enslow y su cuado, el reverendo Leonard Jenyns (18001893). E n la cercana com unidad universitaria de O xford, enseaban el ya m en
cion ado W illiam B uckland -p ro feso r de geologa con quien haba estudiado
Lyelly Badn Powell (1 7 9 6 -1 8 6 0 ), m atem tico brillantsim o, encargado de
la C ted ra de G eom etra, experto en calorim etra, ptica e historia y filosofa
de la ciencia, que particip de m anera m u y activa en el debate a que se entre
g la sociedad victoriana sobre la con ciliabilidad entre los prin cipios de la fe
y de la cien cia m ostrn d ose favorable a un a in terpretacin no literal de la
Biblia, capaz de arm onizar la religin con las hiptesis tran sfo rm istas- (para
un retrato m s detallado de todas estas figuras del entorno de D arw in, vase
D e Beer, 1963; Cardw ell, 1972; R use, 1983, y Castrodeza, 1988b).
A ntes de presen tar el con ciso esbozo biogrfico de C h arles D arw in que
p on d r fin a este apartad o, es forzoso aludir a dos person ajes m s con in dis
cutible influencia, p or m otivos diferentes, en la ciencia y la sociedad britni
ca de aquella etapa: Richard O w en (1804-1892), especialista en anatom a com
parada, y R obert C h am bers (1 8 0 2 -1 8 7 1 ), autor de los Vestiges ofth e N atu ra l
H istory o f Creation (1 8 4 4 ), obra que, aun careciendo de verdaderos argum en
tos cientficos a favor de la evolucin biolgica, contena una vehemente defen
sa del tran sform ism o, en un m om en to en el que la tesis de la transm utacin
de las especies apenas era tenida en cuenta tras el ocaso de las ideas de Lamarck.
R ichard O w en inici su educacin universitaria en la Edinburgh M edical
School (1 8 2 4 ), com plem entndola con estudios de anatom a en un centro pri
vado de prestigio: la Barclay School. E sta ltim a daba a sus alum nos una for
m acin abiertam ente antimaterialista que dej una huella profunda en el joven
O w en. Siguien do los consejos del director, Jo h n Barclay, y gracias a su ayuda,
em pez a trabajar com o asistente de Jo h n Abernathy, quien en aquel m om en
to presida el Real C olegio de C irujanos institucin en la que consigui licen
ciarse el ao 1 8 2 6 -, Pronto se le destin al equipo que ib a catalogar la Colec
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239
Teoras de la vida
editados durante esos diez aos, algunos fueron adquiridos y ledos por A bra
ham Lincoln, la propia reina V ictoria, Ben jam in D israeli, W illiam G lad sto
ne, A rth ur Sch openh auer o Jo h n S tuart M ill. Las reacciones que desencade
n incluyeron el aplauso de ciertos crculos, que vean en l -c o n independencia
de su solidez cientficala apertura del pensam iento a un panoram a que mere
ca la pena explorar; pero tam bin la condena m s inequvoca y firme de quie
nes juzgaron que traicionaba al genuino espritu cientfico y socavaba los cimien
tos de la religin. Se hicieron todo tipo de suposiciones sobre quin lo haba
escrito algunas de ellas sealaban al m ism o Darw in. E n 1884 quedaron con
firm adas oficialm ente las que haban atribuido su paternidad a R obert C h am
bers, im portante editor, con suficiente prudencia y buen juicio para im aginar
el escndalo que la obra ocasionara y las consecuencias negativas que ello ten
dra en su prspera em presa editorial. Cham bers era un autodidacta que cono
ca las teoras de B u ffon y Lam arck, aun que estaba atrado al m ism o tiem po
p o r m u ltitu d de cam p o s de la cien cia y la cu ltura -g e o lo g a , historia, etn o
grafa. Su intencin al escribir los Vestiges segn confesara m s tardeno
era tan to p ro p o n e r una h iptesis ap o y ad a en la clase de pruebas que p o d a
esperarse de algn naturalista experto, co m o plantear en los m edios cientfi
cos la necesidad de no dar p or m s tiem p o la espalda a la posib ilidad de una
evolucin de los seres vivos sujeta a leyes naturales. L a aparicin del libro en
1844 tendra una im prevista utilidad para Darw in: prepar a la opinin publi
ca victoriana de cara a la futura aparicin del transform ism o cientfico, y per
m iti a su principal propagandista anticipar las objeciones -tam b in ataques
a que se iba a enfrentar. Al historiador de la ciencia, la publicacin de los Ves
tigios le sirve de testim onio con tun den te para confirm ar que las ideas evolu
cionistas eran ya un patrim on io com partido por algunos sectores de la socie
d ad britnica.
L a obra se inicia con un a apelacin a la pertinencia de los razonam ientos
basados en el p rin cipio de analoga -a q u e l principio que el D iscurso P relim i
n ar de H erschel convirti en til instrum ento para la creacin de hiptesis.
Si la teora de Laplace -so b re el origen del sistem a so lar- reconstrua la histo
ria planetaria acudien do a la exclusiva eficacia de leyes naturales, era perm isi
ble aventurar que el origen de la vida, y su posterior desarrollo, haban estado
sujetos a un conjunto de leyes propio, pero igualm ente natural. Cham bers pre
cis, no obstante - e n las E xplanations que acom paaron a la edicin del tex
to de 1 8 4 5 - que aun que su transform ism o biolgico encontraba una apuesta
equivalente en la teora de K an t-Laplace, el aban don o de la hiptesis co sm o
lgica no afectaba en n ada a la verosim ilitud de las tesis por l propuestas. A
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Teoras de la vida
la obra de Cham bers, vase Ruse, 1983: 131-152, y Castrodeza, 1988b:
87, 2 1 7 -2 2 4 .)
C o m o caba esperar, el atrevido texto de aquel naturalista aficionado y an
nim o fue objeto de agrias crticas, que en lo esencial reproducan las que haba
su frid o L am arck . W hew ell, H ersch el, S ed gw ick y T h o m a s H u xley (1 8 2 5 1895) escribieron am pliam ente en contra de las ideas contenidas en los Vestiges Whewell incluso un libro: Indications ofth e Creator (1845). Pero las rpli
cas q u e se h iciero n m s p o p u la re s fu ero n las red actad as p o r H u g h M iller
(1 8 0 2 -1 8 5 6 ), p rim ero en la revista W itness, despu s en sus Footprints o fth e
Creator (1 8 4 7 ), y finalm ente en el Testimony ofth e Rocks (1856). M iller ge
logo y telogoobjet que el registro fsil era incom patible por com pleto con
la aventura trasform ista a que se h aba entregado C h am bers - a quien conoca
sobradam ente, puesto que haba sido Cham bers el editor de sus primeras publi
caciones sobre geologa.
D arw in, para terminar, ley el libro con inters y sim pata, pero con distanciam iento. C rey que el proceso de tran sm u tacin expuesto en los Vesti
gios estaba desprovisto de un a autn tica explicacin causal, que su perp o n a
sobre las leyes naturales un m arco teleolgico n otorio, y que era portador de
las im precisiones o sim plificacion es inherentes al trabajo de un am ateur. La
obra, sin em bargo, no careca de valor a su ju icio, sobre todo p o r las fu n
cion es que p o d a cum plir, p ues p o n a de m an ifiesto q u e el p ro b lem a de la
transform acin m ereca ser valorado com o un problem a central de la biologa
que afectaba a la to talidad de sus ram as; obligaba, p o r ese m otivo, a esta
blecer vnculos entre lneas de investigacin aparentem ente alejadas, y volva
a convertir en o b jeto de debate - t a n t o en los m edios popu lares co m o espe
cializadosla posibilidad de una m odificacin de los organism os a lo largo del
tiem po en un m om ento en el que D arw in no albergaba ninguna du da sobre
el hecho de la evolucin.
C harles D arw in el quin to entre seis herm anosnaci en Shrewsbury, el
12 de febrero de 1809. Perdi a su m adre cuando slo tena ocho aos y asis
ti durante su infancia a dos escuelas de la localidad para cursar los estudios
prim arios, sin que obtuviera de las clases que recibi ningn beneficio -seg n
dira despus. El padre del futuro bilogo era un m dico acom odado, y sus
abuelos, E rasm u s D arw in y Jo siah W edgw ood, haban sido m iem b ros de la
Roya l Society. Las colecciones de conchas, minerales o insectos, los experimentos
de qum ica que preparaba su herm ano E rasm us y la curiosidad por la vida de
las aves ocuparon los m om entos de ocio de aquel nio a quien una de sus tres
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Teoras de la vida
paara en el viaje que iba em prender, con objeto de contin uar la recogida de
datos cartogrficos en Sudam rica que haba iniciado entre 1828 y 1830. En la
carta H en slow an im ab a a D arw in a p articipar en la expedicin , porq u e a su
entender nadie cu m p lira co m o l las tareas que se esperaba asignar a quien
cubriera el puesto. L a actitud del gran botnico deja ver que los tres aos pasa
dos en C am brid ge haban convertido al desorientado estudiante de E dim bur
go en un alum no atrado por la historia natural, y m erecedor de la confianza de
sus profesores D arw in, que conoca ya en esas fechas el Prelim inary Discourse
de Herschel, haba decidido dedicar su vida a la investigacin cientfica-. Tras
vencer la oposicin de su padre, parti de Inglaterra el 2 de diciem bre de aquel
m ism o ao. A su vuelta, trabaj en prim er lugar en la catalogacin de los espe
cmenes que haba reunido. C on t con la ayuda de Ow en para estudiar los fsi
les, con la de Josep h H ooker (1 8 1 7 -1 9 1 1 ) para las colecciones de plantas, con
la de Jo h n G o u ld (1 8 0 4 -1 8 8 1 ) -b rillan te o rn it lo g o - para las aves, con la de
G eorge W aterhouse (1 8 1 0 -1 8 8 8 ) para los m am feros, reservndose para s lo
relativo a la geologa. A partir de 1838, y bajo la direccin de Darw in, apareci
en sucesivas entregas la Zoology o f the Voyage o fH .M .S . Beagle, donde los dis
tintos expertos daban a conocer las investigaciones realizadas.
El ao 1838 es n om brado, asim ism o, secretario de la G eological Society y
tam bin el ao de su prim er contacto con la obra de T h o m as M althus (17661834) A n Essay on the P rin cipie o fP op u lation (1 7 9 8 ). Poco antes (1 8 3 7 ) ha
retom ado un cuaderno de notas R ed Notebook que h ab a iniciado durante
el periplo alrededor del m u n d o, y com ienza a plasm ar en l algunas conside
raciones tran sform istas. E n 1 8 3 9 con trae m atrim o n io con su p rim a E m m a
W edgw ood y publica el Jo u rn al ofResearches into the N atu ra l H istory an d Geology ofth e Countries Visited during the Voyage o fH . M . S. Beagle round the World.
Entre 1 8 3 7 y 1 8 4 4 sus ideas en torn o a la posible transm utacin de las espe
cies se han ido consolidando y han quedado recogidas en dos escritos: el Sketch
de 1842, y el Essay, de 1844 -a m p lio trabajo de 231 pginas que anticipa algu
nas de las hiptesis que recoger E l origen de las especies-. D e 1842 es tam bin
The Structure a n d D istribu tion o f C o ral Reefs, y de 1844 las G eological Observations on the Volcanic Islands. A n publicara otra obra sobre cuestiones geo
lgicas en 18 4 6 : Geological O bservations on South A m erica. E n el perodo que
va de 1 8 4 6 a 1 8 5 4 , D arw in em prende un lab orioso y detalladsim o estudio
sobre los cirrpedos (subclase de los crustceos inferiores que incluye entre otras
especies a los percebes), cuyos resultados em pieza a difundir en 1851: A M onograph o fth e Sub-class C irripedia, w ith Figures o f a ll the Species. A n im ad o p o r
Lyell y H ooker, a finales de 1856 com ienza a redactar un resum en de su teo
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n atu ral -c o m o criba negativa de lo no-adaptado- era, pues, parte de las creen
cias in corporadas a la ciencia natural en la que D arw in se form ; y no lo eran
m enos la aceptacin de una herencia de los caracteres adquiridos, el supuesto
de que la adaptacin tena un carcter esttico -v en a garantizada teleolgicam en te, y la idea de que las especies co m o los in d iv id u o sslo vivan un
perodo de tiem po lim itado. Pero el deslizam iento desde el gradualism o com o
m arco geodin m ico a su correspondiente im agen biolgica se inici con rapi
dez; as lo m uestran estos apuntes pertenecientes al cuaderno B:
Introduzcamos en un cierto lugar a una pareja procreadora y dejemos
que se multiplique lentamente sin estar sujeta a ningn tipo de depreda
cin, de tal modo que se den nuevos cruces entre la descendencia; quin
podr predecir el resultado? D e acuerdo con esto, ciertos grupos distintos
de animales, que se mantengan separados en distintas islas, deben acabar
diferencindose entre s, si la separacin entre los mismos dura lo suficiente
y estn sometidos a circunstancias ambientales muy parecidas. En la actua
lidad observamos este hecho con las tortugas y los sinsontes de las Gal
pagos, el zorro de las Malvinas y el zorro chileno, la liebre inglesa y la irlan
desa (De Beer et al., 1960-1967, B: 7; citado en Ruse, 1983: 212).
El aislam iento, privado de com petencia, estableca un m arco m uch o m s
conciliable con la hiptesis de una variacin gradual. D arw in em pez de este
m od o un lento, titubeante, neutralista y provisional cam ino hacia el transfor
m ism o, m antenindose fiel a Lyell com o gelogo, pero intentando revisar los
pronunciam ientos de ste en terreno biolgico. C o m o se habr podido obser
var, el hallazgo de una virtual respuesta al desafo lanzado por FitzRoy y G o u ld
- e n lo referente a la fauna de las G a l p a g o s- da su pleno sentido al fragm en
to citado. L a geologa de Lyell ofreca adem s sugerentes causas para el aisla
m iento geogrfico o las migraciones com o los ascensos o descensos de am plias
zonas de la corteza terrestre; instauraba un contexto adaptativo m ucho m s
din m ico - e n el que la teleologa se haca m enos probable, lo quisiera Lyell o \
no; diversificaba las condiciones am bientales en el planeta, perm itiendo con
cebir una evolucin multilineal, y, m ediante ella, converta en dudosa - e n con
tra de las convicciones direccionalistas del gelogo escocsla nocin de p ro
greso en la filogenia. D arw in an ota otra vez en el cuaderno B:
Es absurdo decir que un animal es superior a otro; pensamos que aque
llos que tienen la estructura cerebral y las facultades intelectuales ms desa
rrolladas son los ms superiores, pero si nos fijamos en cambio en los ins-
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En la pgina 119, D arw in haba hecho el nico com entario laudatorio que
dedicara al transfbrm ista francs adop tan do despus una actitud de eviden
te distanciam iento, si no de acusado rechazo:
Lamarck fue el Hutton de la geologa [biologa], estaba en posesin de
muy pocos datos claros, pero juicios atrevidos y muchos tan profundos en
prever consecuencias (sic), estuvo dotado de lo que se puede llamar el esp
ritu proftico de la ciencia. La mayor dotacin de genialidad sublime (Dar
win escribe el cuaderno de forma entrecortada y telegrfica. Citado en Castrodeza, 1988b: 173).
L a herencia de los caracteres adquiridos queda integrada, asim ism o, en este
segundo cuadro transm utacionista - y nunca dejar de estar presente en el evo
lucion ism o darw in ian o-. U n a vez aceptado el hecho de que la m odificacin
de los hbitos p o d a ocasionar cam bios en la estructura supuesto que, com o
el de la heredabilidad de los rasgos adquiridos, puede hallarse en autores ante
riores a L a m arc k - se procura garantizar la conservacin de las novedades m or
folgicas generadas. C o n tar con u n a teora de la herencia pareca en tal m edi
d a m u y necesario, p or lo que D arw in habr de acudir a los conceptos que al
respecto estn disponibles aquellos das: ley de la herencia p o r m ezcla ad q u i
sicin de caracteres que son interm edios respecto a los que poseen los proge
nitores; ley de los hbridos tendencia de stos a la esterilidad y a regresar a la
form a de los progenitores iniciales-; la que podram os denom inar ley de la esta
b ilid ad de los caracteres -c u a n to m s se afiance un carcter en la constitucin
an atm ica m s se tran sm itir-, y, p or ltim o, ley de la depresin orgnica - lo s
cruces con san gun eos producen esterilidad e in dividuos in adaptados, p o r lo
que la reproduccin conservadora de las variaciones deba producirse en los
lm ites com pren didos entre el um bral de la esterilidad de los hbridos y el de
la co n san gu in id ad m u y p ro n u n ciad a (C astrodeza, 19 8 3 : 6 9 -7 6 , y 1 9 8 8 b :
186). H acia el verano de 1838, D arw in crea, por todo lo dicho, en la extin
cin ocasion ada p or la seleccin negativa; en la capacidad de los hbitos p ata
m oldear las form as orgnicas sin utilizar, desde luego, la n ocin lam arckiana de volun tad an im al, en la herencia de esas nuevas form as adquiridas por
m edio de las leyes que se acaban de m encionar; en el papel que el aislam ien
to p od a cum plir com o factor conservador de la variacin, y en cierta com pe
tencia no-intraespecfica, resultado d la geodin m ica lyelliana. H ab a em pe
zado a preguntarse p or el origen de las variaciones, com o lo atestigua el que
aceptara la explicacin basad a en el uso y desuso de los rganos-, se in fo rm ab a
sobre la actuacin de los criadores, en lo que tena que ver con la obten cin
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251
Teoras de la vida
citada y comentada en muchas de las obras principales que Darwin lea,
como, por ejemplo, el tratado de Bridgewater de Kirby y la N atural Theology, de Paley. Este ltimo autor, adems, intenta optimizar el supuesto
pesimismo de Malthus arguyendo que los males de este mundo lo son slo
en apariencia, porque todo va encaminado hacia una buena causa. Paley
transcribe en su obra la tesis de Malthus con toda la crudeza con que se
expone en el original, pero concluye, tras detalladas deliberaciones, que, en
definitiva, el aumento de poblacin es bueno, porque garantiza la perpe
tuidad de la especie e incita a mejorarla. En cuanto al exceso de fecundi
dad, Malthus dice lo que escriba Kirby, y bastante ms, de tal modo que
la lucha por la existencia resultaba ser parte del orden preestablecido para
mantener la armona de la naturaleza en su estado actual y esperar, como
apuntara el mismo Malthus, una mejora gradual y progresiva de la socie
dad humana (Castrodeza, 1988b: 194).
A un a pesar de que las fu n cion es ejercidas p o r el aislam ien to y el uso o
desuso de los rganos perm anecen com o claves explicativas de la especiacin
jam s sern ab an don ad as-, el principio de la seleccin natural pasa a ser des
de estos m om entos el ncleo central del program a darw iniano. M althus haba
m ostrado que no todos los in dividuos pueden sobrevivir, d ad a la escasez de
los recursos dispon ibles, y que, en tal m edida, exista una feroz com petencia
entre ellos. C u alq uier ventaja, capaz de traducirse en un a victoria en el co m
bate p o r los m edios de subsistencia, equivala a un a victoria en la con tienda
p or la supervivencia que, a su vez, era con dicin del xito reproductivo y de
la tran sm isin a la descendencia del rasgo ven tajoso de que se tratara. E n el
cuaderno N , pgina 42 , hallam os las siguientes lneas escritas el 27 de noviem
bre (1 8 3 8 ):
Una accin habitual tiene que afectar de algn modo el cerebro de tal
manera que se transmita a la descendencia esta idea es anloga a la del
herrero que tiene hijos con los brazos fuertes... El otro principio es que'iQS
hijos vengan al mundo con los brazos fuertes por casualidad y sobrevivan
as mejor que los dbiles; este principio se puede aplicar a la formacin de
los instintos independientemente de los que se forman por hbito... (cita
do en Ruse, 1983: 220).
E s cierto -c o m o Ruse m atiza al referirse a este fra g m e n to - que aunque la
aplicacin de las ideas de M alth us al estado general de naturaleza p roporcio
n aba el m ecanism o evolutivo que D arw in estaba buscando, un m ecanism o es
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253
254
255
Teoras de la vida
evolucin, idea que probablemente se vio apoyada por su trabajo sobre los
percebes. El aislamiento como factor de especiacin perdi importancia y
Darwin propuso otra idea que denomin el principio de la divergencia [...].
Darwin no era un aficionado desconocido como Chambers, sino que
formaba parte de la comunidad cientfica, era un producto de Cambridge
y un buen amigo de Lyell, y conoca muy bien el temor y la aversin que
la mayora senta hacia el evolucionismo. Las dudas que pudiera tener acer
ca de esa sensacin se vieron despejadas por la publicacin de los Vestiges
en el mismo ao que escribi su Essay [...].
Tena Darwin miedo? Por supuesto que no. N o poda haber conse
guido lo que hizo sin su formacin que estaba slidamente anclada en la
comunidad cientfica. Pero tambin a causa de su formacin no poda sobre
pasarse [... ] uno de los elementos bsicos de esta historia se apoya en cmo
Darwin, antes de la publicacin del Origin, se rode de una nueva comu
nidad cientfica por medio de la cual podra dar salida a su evolucionismo
(Ruse, 1983: 234-235).
Por su parte, C arlos C astrod eza resum e las cuestiones que D arw in tena
que abordar, subrayando que, en prim er trm ino, le era preciso conseguir un
soporte em prico adecuado para su teora. Puesto que las pruebas basadas en
la experiencia resultaban claram ente dbiles, quiso paliar esa insuficiencia con
la introduccin de la analoga entre la seleccin artificial y la seleccin n atu
ral. L a lectura de algunos estudios (de Sebright y W ilkinson) - q u e frente a la
op in in co m n concedan a la accin selectiva de los criadores, ganaderos y
horticultores un poder casi ilim itado para alejar a las plantas y los anim ales de
los tip o s origin ales de los que p r o c e d a n - parece que m arc un cam b io de
direccin en la credibilidad que D arw in com enz a otorgar a la co rrespon
dencia entre la seleccin artificial y la seleccin natural:
[...] se observa que Darwin ha pasado de concebir la analoga como la per
ciba su entorno, es decir, como dos manifestaciones que tienen poco que
ver la una con la otra (lo artificial con lo natural) a otra concepcin en que
ambas manifestaciones tienen exactamente la misma base biolgica donde
lo normal y lo anormal se confunden con lo biolgicamente posible. Tam
bin es muy interesante observar que Darwin no parece haber llegado a esa
conclusin de un modo, digamos, gradualmente racional, sino que a fuer
za de utilizar las variables implicadas ha dado con una combinacin que le
ha resuelto su problemtiea experimental [...] y donde, a todas luces, las
ideas de Sebright, Wilkinson, Malthus, entre otros, han sido decisivas (Cas
trodeza, 1988: 236).
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Teoras de la vida
d o n e s (D arw in, 185 9 , reim p. 1968: 2 5 8 -2 5 9 ). L a respuesta darw iniana vol
va a tener un carcter an algico, p orq u e se in sp iraba en la actuacin de los
ganaderos, que conseguan el afianzam iento de ciertos caracteres pertenecien
tes a algunas fam ilias seleccionndolas p ara la reproduccin.
Por ltim o, a la vez que sus reflexiones transform istas avanzaban, D arw in
necesit arm onizarlas con los desarrollos experim entados por la em briologa.
Le fue inevitable tener en cuenta las ideas que Karl Ernst von Baer (1972-1976)
dio a conocer en su ber Entwicklungsgeschichte der Tiere (1 8 2 8 -1 8 3 7 ), y que
O w en divulg am pliam ente en Inglaterra. Von Baer consigui que los em bri
logos aceptaran com o establecida la doctrina de que en la ontogenia eran reca
pituladas las form as em brionarias de los anim ales pertenecientes al m ism o plan.
Al igual que Cuvier, m antuvo que haba cuatro planes estructurales en el reino
anim al: el de los radiados, el de los m oluscos, el de los articulados y el de los
vertebrados, siendo stos independientes entre s, y no im plicando las series de
un m ism o plan -v erteb rad o s, p or e je m p lo - una sucesin p or transm utacin
en el tiem po. E n otras palabras: la em briologa de von Baer perm aneca ajena
al transform ism o, porque entroncaba con la representacin de la naturaleza y
los seres vivos derivada de la N aturphilosophie. Las series m orfolgicas conside
radas venan a m ostrar el orden lgico de las creaciones naturales, m as no un
orden real de descendencia continua a partir de antepasados com unes. D entro
de este m arco ontogentico existan dos supuestos que D arw in no p od a pasar
por alto: a ) que la em briognesis est som etida a un a rgida invariabilidad, y b)
que la naturaleza prom ueve la divergencia de los seres vivos -b ie n entendido
que, en el caso de von Baer, sin que haya evolucin-. El prim ero de am bos con
tradeca una de las hiptesis em pleadas por D arw in en sus cuadernos de notas,
a saber: que la variabilidad era inversam ente proporcional a la edad del indivi
duo -resu ltan d o m xim a, p or ello, en el desarrollo em brion ario-. El segundo
exiga ser esclarecido - d a d o el reconocim iento general de que g o zab a- en los
mrgenes de accin atribuibles a la seleccin natural. El bilogo britnico bu s
c respuestas a las dos cuestiones, integrndolas, una vez encontradas, en E l ori
gen de las especies. Sin describir las fases por las que discurri su pensam iento,
las conclusiones a las que se vio conducido fueron stas: incluso aunque las eta
pas de la on togen ia estn sujetas a un a gran variabilidad potencial, las varia
ciones se heredan justo en el m om ento de la vida en que han resultado favora
bles a los antepasados; pero, puesto que durante el desarrollo em brionario no
tiene sentido im aginar una lucha por la existencia, en su transcurso no hay de
hecho variaciones. L a consecuencia im plcita en sem ejante frm ula argum en
tativa es la de que el grado de variabilidad en cada m om ento de la vida est regu
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Teoras de la vida
ker h ab a in iciad o en 1 8 5 6 la redaccin de una colosal o b ra sobre la evolu
cin . E sta b a co n ceb id a, sin em b argo , co m o un m ero resum en de sus ideas
transform istas, y de ella tena term inados diez captulos en 1858. A unque D arw in co n o ca el artcu lo que W allace h ab a p u b lica d o en 1 8 5 5 , q u e d des
concertado por la perfecta coincidencia entre sus tesis y las que su com patriota
expona en el que acababa de recibir. Puso al corriente de lo ocurrido a Lyell
y H ooker, llegndose a un acuerdo con W allace para presentar en la Linnean
Society, de m an era sim ultnea, un trabajo de D arw in sobre la variacin en la
naturaleza, la seleccin y la co m paracin entre las razas dom sticas y las ver
daderas especies, el artculo de W allace, y un a carta de D arw in al m dico y
botn ico estadoun iden se A sa G ray (1 8 1 0 -1 8 8 8 ) -e sc rita en 1 8 5 7 - don de le
expona sus pun tos de vista sobre las especies. C o m o se indic m s arriba, la
lectura de estas co m u n icacio n es tu vo lu g ar el 1 de ju lio de 1 8 5 8 . D arw in
entendi que no p od a dem orar m s la presentacin pb lica del con jun to de
sus ideas. E n m arzo de 1 8 5 9 tena co n clu ido E l origen de las especies, si bien
h ubo de esperar hasta el m es de noviem bre para verlo publicado.
4 .4 . 3
T ien e inters recordar que en el co n texto h istrico dentro del cual D arw in
publica E l origen de las especies conviven posiciones fijistas tradicionales, con
cepciones que adm iten la p aulatin a aparicin de las form as orgnicas -p e ro
que no entraan la aceptacin del transform ism o, teoras sobre una din m i
ca biolgica presidida por creaciones especiales, e hiptesis favorables a la trans
m utacin de los seres vivos, com o las de Lam arck o C h am bers. E n ese entor
no filosfico y cientfico, dentro del que estaban representadas posiciones que
sin d u d a cabra m atizar con m ayor detalle, el trabajo que D arw in se im puso
fue aislar los m ecanism os que perm itiesen entender - b a jo la perspectiva gradualista de L y ell- cm o una especie poda haber tenido su <)rigen en otra, es
decir: los m ecan ism os responsables de la aparicin de form as sucesivas, pero
bajo una estricta con tin uidad de descendencia.
4 .4 .4
. Seleccin artificial
z 6o
261
Teoras de la vida
sas de variabilidad [...]. Algo puede atribuirse al uso y el desuso [...]. Sobre
todas estas causas de cambio, estoy convencido de que la accin acumula
tiva de la seleccin, ya sea aplicada rpida y metdicamente, ya de modo
inconsciente y con mayor lentitud, pero con ms eficacia, es con mucho el
factor predominante (Darwin, 1859/1968: 99-100).
4 .4 . 5
. V ariacin en la naturaleza
262
263
Teoras de la vida
las variedades de toda especie. N adie piensa que las especies de un gnero estn
igualm ente alejadas las unas de las otras - s e da por cierto que pueden agru
parse en subgneros o grupos m s peque os, de fo rm a que parecen reunirse
com o satlites alrededor de un a especie d eterm in ad a-. D e m an era perfecta
m ente similar, las variedades constituyen grupos de form as desigualm ente rela
cionadas entre s, y que parecen girar alrededor de especies-m adre. Puede, sin
duda, percibirse que las diferencias que separan a las especies de los gneros
son m uch o m s p ron u n ciad as de las que se dan entre las variedades de un a
especie, pero el p rin cipio de la divergencia de los caracteres -q u e D arw in an un
cia ser expuesto m s tard e - perm ite entender por qu las diferencias tienden
a acrecentarse poco a poco (1 8 5 9 /1 9 6 8 : 111-112). E n sntesis, dentro del esta
do de n aturaleza las variaciones in dividuales se generan constan tem ente, se
acum ulan , y originan la aparicin de variedades, subespecies y especies, tra
zando un a transicin continua y gradual.
264
265
Teoras de la vida
truccin de aquellas que son perjudiciales. Pueden aparecer variaciones con
un a significacin neutra, porque no sean ni tiles ni perniciosas, es cierto; en
ese caso, q uedan aban don ad as co m o elem entos fluctuantes sobre los que no
opera la seleccin natural -seg n ocurre, por ejem plo, en algunas especies poli
m orfas-. R esultaba im prescindible a Darw in, de otra parte, deshacer cualquier
equvoco respecto a la naturaleza del m ecanism o que propona. Por este m o ti
vo, en posteriores ediciones a adi el siguiente com entario:
Varios autores han entendido mal o puesto reparos al trmino seleccin
natural. Algunos hasta han imaginado que la seleccin natural produce la
variabilidad, siendo as que implica solamente la conservacin de las varie
dades que aparecen y son beneficiosas al ser vivo en sus condiciones de vida
[...]. Otros han objetado que el trmino seleccin implica eleccin cons
ciente en los animales que se modifican, y hasta se ha argido que, como
las plantas no tienen voluntad, la seleccin natural no es aplicable a ellas.
En el sentido literal de la palabra, indudablemente seleccin natural es una
expresin falsa; pero quin pondr nunca reparos a los qumicos que hablan
de las afinidades selectivas de los diferentes elementos? [...] Se ha dicho que
yo hablo de la seleccin natural como de una potencia activa o divinidad;
pero quin hace cargos a un autor que habla de la atraccin de la grave
dad como si regulase los movimientos de los planetas? Todos sabemos lo
que se entiende e implican tales expresiones metafricas, que son casi nece
sarias para la brevedad (Darwin, 1988: 130-131).
El enigm a de la adaptacin era llevado a un nuevo universo de discurso.
A l tam bin se trasladaba el problem a general de la organizacin. El con tor
no de tal universo quedaba establecido p or las variaciones individuales, el grad ualism o, la seleccin natural y el tiem po: un tiem po ya no iterativo y conser
vador, sino con stan tem en te renovador. N i las teoras de la vida co n stru idas
sobre la capitalidad de las form as ni las que prim aron la interpretacin espa
cial de la organizacin lo haban conocido. E n el prim er captulo se dijo, y es
pertinente recordarlo ahora, que frente a Aristteles - p a r a quien la form a de
la especie explica el origen, el fin y la naturaleza del ca m b io -, D arw in p ro p o
ne que sea el cam bio en el tiem po -p riv a d o del con curso de la fin a lid a d - el
encargado de justificar el origen de la fo rm a, el origen de las especies. N o caba
refundacin m ayor de la teora biolgica. L a m orfologa geom trica y la fisio
loga m ecnica procuraron definir un m arco conceptual en el que las leyes de
la vida afloraran com o parte del d eterm in ism o que rega el universo-m qui
na. Se pens que la legalidad natural haba de alcanzar tam bin a los seres vivos.
2 66
267
Teoras de la vida
es la muerte del competidor que no ha tenido xito, sino el tener poca o nin
guna descendencia. La seleccin sexual es, por lo tanto, menos rigurosa que
la seleccin natural. Generalmente, los machos ms vigorosos, aquellos que
estn mejor adaptados a los lugares que ocupan en la naturaleza, dejarn
mayor progenie. Pero en muchos casos la victoria no depender del vigor,
sino de las armas especiales exclusivas del sexo masculino [...].
Entre las aves, la pugna es habitualmente de carcter ms pacfico.
Todos los que se han ocupado del asunto creen que existe una profunda
rivalidad entre los machos de muchas especies para atraer por medio del
canto a las hembras. El tordo rupestre de Guayana, las aves del paraso y
algunas otras se congregan, y los machos, sucesivamente, despliegan sus
magnficos plumajes y realizan extraos movimientos ante las hembras que,
colocadas como espectadoras, eligen finalmente el compaero ms atrac
tivo (Darwin, 1859/1968: 136-137).
En el fragm ento se distingue, as, entre la seleccin sexual dependiente de
la fuerza com bativa de los m achos y la que est asociada a la eleccin que rea
lizan las hem bras. Pese a que en los Notebooks hay registradas algunas an ota
ciones sobre la seleccin sexual, y la Z oonom ia y otras lecturas que D arw in
p u d o haber efectuado se refieren a ella, lo enteram ente original es la form a en
que vuelve a em plearse la analoga con la seleccin artificial. W allace, por su
parte, adem s de rechazar este ltim o tipo de salto analgico, se m ostr poco
partidario de aceptar la seleccin derivada de las elecciones de las hem bras. En
cualquiera de los casos, el objetivo perseguido por D arw in es abrir m s cana
les a la preservacin de las variacion es, y con esa m ism a m eta se o cu p a acto
seguido de los efectos que produce el aislam iento aquel m ecanism o que con
sider crucial en sus prim eras m editaciones transform istas.
E n las zonas aisladas podem os supon er que las condiciones tanto orgn i
cas com o inorgnicas se mantienen constantes. Tal hecho facilitar que la selec
cin natural se vea provista de unas variaciones sobre las que actuar bastante
u n iform es, y q u e co n d u zca a un a m o d ifica ci n de los in d iv id u o s tam b in
hom ognea. El aislam iento previene, p or otra parte, los cruces con m iem bros
de la m ism a especie que pudieran h abitar las zonas lim trofes, evitndose las
consecuencias niveladoras que ello tendra para las diferencias nacientes. Pero
puede concebirse todava otro resultado a adido y de gran alcance: la reclu
sin en un rea -fav orecid a p or cam bios clim ticos o barreras n atu rales- difi
cu lta la inm igracin de organ ism os m ejor adaptad os que pudieran com petir
con los seres autctonos; stos, a travs de los cam bios que experim entan, tie
nen m ayores probabilidades de ocupar aquellos lugares que van apareciendo
268
El horizonte del transformismo y los principios histricos de la organizacin biolgica
en la econ om a de la regin, y de acum ular pausadam en te libres de co m pe
tencia con form as exterioreslas innovaciones estructurales o de otra clase que
les encam inen hacia la con stitucin de una variedad o un a especie. Sea com o
fuere, y aun habiendo reservado un puesto al aislam iento dentro de los m eca
n ism os que intervienen en la transform acin de los seres orgnicos, la verdad
es que D arw in no considera ya que sea un a con dicin ineludible. Sus opin io
nes al respecto se han m od ificad o con el transcurso de los aos. A lgo sim ilar
ha ocurrido en lo que concierne a la n ocin m ism a de seleccin natural. La
incidencia de un a seleccin natural negativa no deja de reconocerse - e n este
cap tu lo cu arto de E l origen en con tram os un pargrafo d e d icad o a la extin
cin, Sin em bargo, el viejo concepto de seleccin no es el que el autor de la
obra ahora em plea, puesto que a estas alturas de su vida intelectual no le caben
dudas de que la seleccin natural acta tan slo a travs de la conservacin
de las variaciones en algn sentido ventajosas, que consecuentem ente perdu
ran (1 8 5 9 /1 9 6 8 : 153) - s in que deje de ser cierto, dentro de una lgica m alth usian a, que en la m ism a m ed id a en que las form as favorecidas aum en tan,
las m enos aptas desaparecen-. E sta parte del libro se cierra con la form ulacin
del prin cipio de la divergencia, que, com o se h a explicado ya, exigi a D arw in
m ostrar que el increm ento de la variacin com portaba ventajas en la lucha por
la existencia, razn por la cual era seleccionado.
Los cuatro siguientes captulos se ocupan, respectivam ente, de las leyes de
la variacin, las dificultades de la teora, el instinto y el h ibridism o. H ay des
pus dos m s sobre cuestiones geolgicas que se resumirn en la prxim a sec
c i n -; y la obra concluye con un estudio de la distribucin geogrfica -re p ar
tido entre los captulos undcim o y duodcim o; un anlisis de las afinidades
m u tu as, y de p roblem as m orfolgicos, em briolgicos o relacionados con los
rgan os rudim entarios -ca p tu lo d ecim otercero-, y un resum en de conjunto
que se ofrece en el captulo decim ocuarto.
Es fcil com pren der que la variabilidad potencial y las variaciones que de
h echo se p resen tan en los org an ism o s so n un p u n to cru cial en el esq u em a
tran sm u tacio n ista de D arw in . Sin variacin no son viables las p au tas tran s
fo rm ad oras que con cibe, si bien slo con las m odificacion es individuales el
p roceso evolutivo no ten dra lugar esas m odificacion es han de ser tran sm i
sibles a la d escen d en cia y h an de estar som etid as a los d ictad o s de la selec
cin n atu ral-. E n to d o caso, la p osicin nuclear que ocu pa la variacin en el
p ro g ram a darw in ian o es incuestion able, p o r lo que su deten ido exam en a lo
largo de tres captulos prim ero, segun do y q uin toparece com prensible. El
q ue no se h aya tratad o de las causas de la variacin h asta ese captulo q u in
2 69
Teoras de la vida
to no im p lica que se las considere casuales -ad v ierte D a rw in -, si p o r ello se
e n ten d iera que estn d esp rovistas de causas. L a in d e te rm in ab ilid a d de los
agentes que inducen las variaciones se refiere a la dificultad que encontram os
p ara asignar a cada variacin particular su causa especfica, y no a una in de
term in acin real. A lgun os n aturalistas sostienen que los pequ e o s cam bios
estructurales depen den de ciertas funciones caractersticas del aparato repro
ductor, pero E l origen da p rio ridad a la actu acin de las con dicion es de vida,
siem pre que stas operen sobre una especie a lo largo de varias generaciones
sucesivas. C u an d o cierta leve variacin aparece in corporada a un ser vivo, no
p od em os saber en qu m edid a hay que atribuirla a las fuerzas selectivas o a
la accin directa de las con d icio n es am b ien tales. N o ob stan te, la co n stata
cin de que b ajo con dicion es diferentes se produ cen variaciones sim ilares, y
de que en con dicio n es de vida com u n es se origin an variacion es desiguales,
invita a relativizar el papel de la accin directa de las condicion es del m edio
y a pensar en un a p rop en sin a variar o casio n ad a p o r causas que son to d a
va descon ocidas (1 8 5 9 /1 9 6 8 : 1 7 3 -1 7 5 ).
E n el m odelo terico planteado, el uso y el desuso son retenidos, asim is
m o, com o cauces para la transform acin. M uchas veces incluso, al preguntar
nos por esta o aquella m odificacin en la m orfologa, no podem os establecer
qu se debe atribuir al hbito, qu a la seleccin natural de m odificaciones congnitas (sic, 1 8 5 9 /1 9 6 8 : 182) y qu al efecto com bin ado de am bas cosas. Las
fuentes de variacin resultan ser diversas, pues. Existen variaciones en la estruc
tura desencadenadas directam ente por las condiciones de vida; las hay prove
nientes del uso y desuso de los rganos; cierto nm ero puede producirse com o
consecuencia de caractersticas propias de los rganos reproductores; algunas
tal vez deriven de causas an desconocidas, y h asta han de reconocerse v aria
ciones correlativas -e sto es: variaciones surgidas en determ inados rganos com o
consecuencia de la m odificacin de o tro s-. L o decisivo es que todas son com
patibles con el trabajo de la seleccin natural: C u alquiera que sea la causa de
cad a p eq u e a diferen cia en la prole respecto de sus padres - y u n a cau sa ha
de existir para cada variaci n -, la acum ulacin estable de tales diferencias a
travs de la seleccin natural [...] perm ite a los innum erables seres esparcidos
sobre la superficie de la T ierra luchar con los dem s, y hace sobrevivir a los
m ejor ad ap tad os (1 8 5 9 /1 9 6 8 : 2 0 3 -2 0 4 ).
D arw in se p ro p u so en la prim era edicin de la ob ra dar respuesta a las
dificu ltad es con q u e su teora se enfren taba. C o n p o ste rio rid ad a ad i un
cap tu lo nuevo -O b jecion es diversas a la teora de la seleccin n a tu ra l- en el
que p rocu r respon der a las ob servacion es y rplicas que h ab a d espertado
270
271
Teoras de la vida
272
luz tal vez sea un a cuestin tan insondable com o el origen de la vida; pero pen
sar que un nervio sensitivo se haya convertido en sensible a la luz no es entre
garse a n in gn exceso especulativo. C o n sid eran d o que el n m ero de form as
vivientes en la actualidad es extrem adam ente pequeo, si lo com param os con
las que han existido algun a vez, pod em os entender que la seleccin natural
haya convertido un aparato sim ple, form ado p or un nervio revestido de p ig
m en to y cubierto de un a m em bran a transparente, en un in strum ento ptico
tan perfecto com o el posedo p or cualquiera de los m iem bros de la clase de los
artrp o dos (1 8 5 9 /1 9 6 8 : 2 1 8 ).
L o s problem as que planteaba a D arw in la explicacin de los instintos han
sido ya sealados, y tam bin se h a reseado el reajuste que produ jeron en su
hiptesis central. D en tro de E l origen, el anlisis del instinto m erece to d o un
captulo, al que sigue otro -o c ta v o - que se ocupa del h ibridism o. Las leyes de
la herencia con que p o d a contar eran un a ayuda lim itada o h asta en algunos
casos un obstculo. H a b a que m ostrar que el cruce entre variedades no siem
p re produca descendencia o m estizos fecundos -h ech o que garantizaba la pre
servacin de la novedad orgnica expresada en las variedades, ponindola a sal
vo de la herencia interm edia, Pero, al m ism o tiem po, la viab ilidad del cruce
entre variedades o especies con tribua a brin dar una am pliacin de las m o d i
ficaciones posibles sobre las que p od a actuar la seleccin natural. Se acentua
ba, adem s, a travs de ello, el principio fundam ental de la con tin u idad, alia
do im p re scin d ib le del cu ad ro filogen tico d arw in ian o . D e sd e la co m p leta
esterilidad, hasta la m xim a fecundidad, D arw in reconoce una secuencia inin
te rru m p id a de grados. E n con clu sin , cree que puede aceptarse el prin cipio
general de u n a m arcada sem ejanza entre la descendencia originada por el cru
zam iento de especies - h b r id o s - y la proveniente del cruzam iento de varieda
des m estizos. Piensa, asim ism o, que si se defiende la teora de las creacio
nes especiales en lo que concierne a las especies, admitindose que el nacimiento
de las variedades se rige p or leyes de la naturaleza, se incurre en una incohe
rencia notable (1 8 5 9 /1 9 6 8 : 2 8 8 ).
L o s d os captulos que tratan de la distribucin geogrfica pretenden hacer
m anifiesto que las leyes que intervienen en la sucesin de las form as en el tiem
po son sem ejantes a las que determ inan las diferencias en las diversas regiones,
es decir: en el espacio, en el reparto geogrfico. Vuelve a instaurarse, por con
siguiente, un confesado balance gradualista de los acontecim ientos, que aho
ra D arw in transfiere a la disem inacin regional: as com o no hay rupturas o
vacos en las series m orfolgicas tem porales, tam poco cabe im aginarlos en la
colonizacin progresiva de nuevas tierras aunque no se hayan conservado los
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Teoras de la vida
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eran no slo com patibles, sino previsibles a la luz de los patrones de transm u
tacin que propona. Parte, con ese fin, del supuesto que caba esperar, y que
tiene precisas consecuencias m orfolgicas y taxonm icas: la sistem tica p u e
de aspirar a construir sistem as naturales de clasificacin, si ad op ta com o prin
cipio orientador la hiptesis de que la disposicin de los grupos es una d isp o
sicin genealgica. Linneo haba repetido que es el gnero el que da los caracteres
a sus especies m iem b ros, y no los caracteres los que hacen al gnero. A s es
-a a d e D a rw in -, porque en las clasificaciones se pone en ju ego algo m ucho
m s profu n do que la m era sem ejanza estructural. E s posible, en efecto, esbo
zar un sistem a natural, dad o que la co m u n idad de descendencia - n ic a cau
sa conocida de la sem ejanza de los seres orgn ico s- es el enlace [...] que, aun
que de m anera parcial, nos revelan nuestras clasificaciones (1 8 5 9 /1 9 6 8 : 399).
D e m o d o m s enftico, concluye pocas pginas despus:
Todas las reglas anteriores, as como las conquistas y dificultades en la
clasificacin, se explican, si no me equivoco, adoptando el punto de vista
que nos dice que el sistema natural se basa en la descendencia con modifi
cacin; que los caracteres considerados por los naturalistas como ejemplos
de una verdadera afinidad entre dos o ms especies son aquellos que se han
heredado de un antepasado comn, ya que toda clasificacin verdadera es
genealgica; [y] que la comunidad de descendencia es el enlace oculto que
los naturalistas han estado buscando inconscientemente (Darwin,
1859/1968: 404).
B ajo este criterio co m u n idad de descendencia es posible distin guir las
reales afinidades m orfolgicas de las sim ples an alogas que pueden haber teni
do su causa en la adaptacin. L a sem ejanza que presentan el cuerpo y los m iem
bros anteriores de los m am feros acuticos con los de los peces se justifica por
la ad ap taci n a con d icion es am bien tales sim ilares. T en ien do en cuen ta que
slo los caracteres que expresan vnculos genealgicos tienen im portancia para
la clasificacin, se entiende que - a u n siendo vitales para el anim al o la p lan
t a - los naturalistas no presten atencin a dichos elementos anlogos. E n senti
do contrario, la sem ejanza observable entre los variados m iem bros de la fam i
lia de las ballenas tiene que estar causada p or la herencia y la descendencia a
partir de un an tepasado com n. C a b e reconocer entre los m iem bros de una
m ism a clase, p o r lo tanto, lo que habitualm ente se denom in a u n id ad de tipo,
y q u e sign ifica que en las diferentes especies que incluye la clase los rganos
son homlogos (el im plcito interlocutor de D arw in es O w en en este m om en
to) . N a d a hay con m ayor im portan cia para la historia natural que los hechos
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Teoras de la vida
revelados por la an atom a com parada. L a m ano del hom bre, la pata del caba
llo, la aleta de la m arsop a y el ala del m urcilago responden a un patrn n i
co, con los huesos distribuidos en las m ism as posiciones. Saint-H ilaire haba
d estacad o aos antes el gran sign ificad o de esta co in ciden cia en la posicin
relativa y las conexiones de las partes h om ologas. D arw in aade sim plem en
te que tales detalles se explican m uy bien con su teora. Son el resultado de un
proceso de seleccin de m odificaciones sucesivas, de variaciones que han sido
ventajosas y que han pod id o im plicar, adem s, variaciones correlativas:
En cambios de esta naturaleza habr poca o ninguna tendencia a m odi
ficar el patrn original o a la transposicin de las partes. Los huesos de un
m iem bro pudieron acortarse o ensancharse en alguna m edida, y quedar
envueltos en una gruesa membrana, cumpliendo alguna funcin; o en una
extremidad pudieron aum entar de longitud sus huesos y la m em brana que
los une hasta un lmite en que pudieron servir de ala; sin embargo, en toda
esta gran cantidad de m odificacin no habr tendencia a alterar la estruc
tura de los huesos o la conexin relativa de las partes. Si suponem os que el
antiguo progenitor - e l arquetipo, com o puede llam rsele- de todos los
mamferos tena sus m iem bros construidos segn el plan actual, con inde
pendencia del propsito al que sirvieran, podem os percibir inmediatamente
la plena significacin de la construccin hom ologa de las extremidades de
toda la clase (Darwin, 1859/1968: 416).
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4 .4 . 7
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Teoras de la vida
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Teoras de la vida
Creo que los anim ales descienden de, a lo sum o, cuatro o cinco pro
genitores, y las plantas de un nm ero igual o menor.
L a analoga me em pujara a dar un paso ms, y a creer que todos los
anim ales y plantas han descendido de un solo prototipo; pero la analoga
puede ser un gua poco fiable. Sin em bargo, todos los seres vivos tienen
m ucho en com n, en su com posicin qum ica, en sus vesculas germ ina
les, en su estructura celular, y en sus leyes de crecimiento y reproduccin
(Darwin, 1859/1968: 454-455).
H ay grandeza en esta visin de la vida [...] originalm ente otorgada a
unas pocas formas o a una sola; y que, desde un comienzo tan simple, mien
tras el planeta ha ido girando de acuerdo con la inexorable ley de la grave
dad, se hayan desarrollado y se estn desarrollando infinidad de bellas y
maravillosas form as nuevas (Darwin, 1859/1968: 459-460).
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Teoras de la vida
cuenta la can tidad de energa dispon ible y la p roporcin en que era em itida,
p od a calcularse un lm ite m xim o para la edad del astro en el c m pu to no
entraba, por desconocida, la energa derivada de las reacciones nucleares-. Pues
bien, de acuerdo con estas prem isas, Kelvin argum ent que la edad del Sol no
superaba los 3 0 m illones de aos: un valor p oco com patible con el m ecanis
m o de transform acin biolgica en que se basaba la teora de Darw in. L a actual
biologa evolucionista cuenta con u n a edad solar que ron da los 4 .6 0 0 m illo
nes de aos -calculados m ediante la datacin radiactiva de meteoritos, T h o m
son estaba equivocado, y D arw in d isp on a de un tiem po geolgico y biolgi
co m uch o m ayor del que se atrevi a considerar real. Sin em bargo, n un ca lo
supo; y el respeto que senta no slo p o r L ord Kelvin, sino especialm ente por
la fsica com o ciencia fundam ental le aconsej no volver a introducir escalas
tem porales en las posteriores ediciones de su obra. N in g u n a otra rplica pro
d u jo en el n aturalista britn ico un im p acto equiparable. A s se lo con fes a
W allace en una carta de abril de 1869 (los puntos de vista de T h o m so n sobre
la reducida ed ad del universo m e han ocasionado durante algn tiem po una
de m is aflicciones m s dolorosas ; D arw in, F. (ed.), 1969, vol. III, 115). T odo
lo que p u d o hacer fue guardar silencio y con fiar en u n a rectificacin fu tura
que viniese de la propia fsica.
A la dificultad planteada por la dism inucin del tiem po disponible para que
las variaciones se produjeran, fueran seleccionadas, y se acum ularan despus, se
uni un a objecin -e sta vez m ucho m s p ron osticable- que pona en cuestin
el m an ten im ien to o la m era tran sm isin de las m odificacion es a travs de la
herencia. E n 1867, el ingeniero Fleem ing Jen kin (1 833-1885) public dentro
de la North British Review una m eticulosa recensin de E l origen -titu lad a T h e
O rigin o f Species- , en la que arga que la herencia interm edia constituye una
barrera perm anente para la transm isin de las variaciones, dado que tiende a
neutralizarlas: si slo uno de los dos progenitores que intervienen en la repro
duccin .sexual posee el nuevo rasgo, la m ezcla del m aterial hereditario am orti
guar de in m ediato la variacin, haciendo que en pocas generaciones p u ed a
desaparecer. Parece que D arw in fue consciente de esta dificultad antes de que
Jenkin la form ulara, y, asim ism o, parece que el problem a le condujo a destacar
la im portancia de las pequeas variaciones frente a los cam bios bruscos. Su rpli
ca puso en ju ego cuatro hiptesis: cuanto m ayor sea el nm ero de individuos
que integran un grupo, m s probabilidades existen de que surjan nuevas varia
ciones; el uso y desuso de los rganos y la herencia de los caracteres as adqu i
ridos instituyen un canal evolutivo poderoso; la aparicin de variaciones expre
sa una propensin a variar que suele materializarse en el aumento de su frecuencia;
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Teoras de la vida
bles, y equiparables a los que acaecen en el estado salvaje. Las objeciones que
acusaban de antropom rfica a la nocin de un proceso selectivo conducido por
la naturaleza surgan tan slo de equvocos, que invitaban, quiz, a sustituir
los trm inos, pero que no p od an tom arse co m o verdaderas im pugnacion es.
E s interesante volver la m irada ahora al clim a filosfico que rode a D arwin. C u an d o , en 1859, p u d o adquirirse la prim era edicin de la obra en que
eran expuestas sus hiptesis sobre la transm utacin de las especies, los textos
m s influyentes de la filosofa de la ciencia britn ica circulaban desde haca
tiem po entre los especialistas, y puede decirse que em pezaban a form ar parte
de la cultura cientfico-filosfica oficial. El Prelim inary D iscourse on the Study
o f N atu ral Philosophy, de Herschel, haba aparecido en 1830; las obras de Whewell H istory o fth e Inductive Sciences, y The Philosophy o f Inductive Sciences
haban sido publicadas los aos 1837 y 1840, y el System o f Logic de M ili (1843)
se haba adelantado diecisis aos a la prim era edicin del libro de D arw in. Es
innegable que los criterios m etod olgicos y epistem olgicos con sagrados en
todas estas obras fueron m otivo de constante reflexin para el naturalista Vic
toriano, y que le preocup m ucho respetarlos. El crdito de toda su labor inves
tigadora y de la teora que propona se ju gaba tanto en terreno filosfico com o
cientfico. N o d eja de ser significativo que las dos citas con que se abre la pri
m era edicin de E l origen sean stas:
Pero, por lo que se refiere al mundo material, podemos, al menos, lle
gar hasta aqu: podemos apreciar que los hechos ocurren no por interven
ciones aisladas del poder divino, ejercidas en cada caso particular, sino
mediante la institucin de leyes generales (Whewell, Bridgewater Treatise).
Para concluir, por consiguiente, que nadie, por una pobre idea de sobrie
dad o una mal aplicada moderacin, piense o mantenga que el hombre
pueda buscar demasiado o aprender demasiado en el libro de la palabra de
Dios, o en el libro de las obras de Dios -teologa o filosofa-, sino ms bien
procuren los hombres un progreso ininterrumpido o perfeccionamiento en
ambas (Bacon, Advancement ofLearning).
L a actitud filosfica de fondo que in spiraba los p un tos de vista de W h e
well, H erschel y M ili no era hom ognea. M ili atacaba en su Sistem a de lgica
-d e sd e firm es convicciones em piristas el idealism o de la filosofa de la cien
cia w hew elliana; y W hew ell con traatac en 1849, redactando su On Induction, with especial reference to M r. J . S tu arts M ili System o f Logic. Herschel con
cierta lejana y desde su gran p restig io - se m ostraba en general partidario de
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tuvo sus ideas. Darw in haba pedido a Lyell que le transmitiese todos los com en
tarios que H erschel hiciera, y ste en su prim era reaccin com ent que la teo
ra de la seleccin natural pareca ser equivalente a la ley de las cosas que p asan
porque s. A lgo m s tarde - e n la edicin de 1861 de su Physical Geography o f
the G lob e- sosten a: N o p o d em o s aceptar el prin cipio de la variacin arbi
traria y la seleccin natural com o una explicacin suficiente, p er se, del p asa
d o y presente del m un d o orgnico (recogido en H ull (ed.), 1972: 2 9 ). H ers
chel no crea que fuera posible prescindir de la finalidad, puesto que el m undo
de la vida necesitaba de una accin con tin ua e inteligente que lo guiase. Si se
entendiera que las variaciones estn dirigidas y quedara a salvo el lugar excep
cional que o cu p a el hom bre, podra darse m ayor credibilidad a las teoras de
D arw in. T odava m atiz m s sus observaciones en una carta a Lyell, del 14 de
abril de 1863, m ostrn dose partidario de un a evolucin discontinua, depen
diente de grandes variaciones som etidas a leyes naturales, capaces de transfor
m ar un a especie en otra, pero en las que se actualizaba el diseo y la ad ap ta
cin (Ruse, 1983: 3 1 1 ).
M ientras W hewell fue director del Trinity College no se perm iti que nin
gn ejem plar de E l origen de las especies estuviera dispon ible en los anaqueles
de la biblioteca del colegio. Tal actitu d era en gran m edida previsible. W he
well perm aneca fiel a la geologa catastrofista, adm ita la actuacin de causas
desconocidas en la historia de la Tierra, pensaba en la posibilidad de justificar
el registro fsil acudien do a fenm enos no-naturales, y aceptaba las creacio
nes especiales. D irigindose a un profesor de teologa escribe:
Todava creo que al trazar la historia del mundo hacia sus orgenes,
en la medida en que las ciencias paleontolgicas nos permiten hacerlo,
todas las lneas de conexin se detienen pronto en orden a una explica
cin del comienzo por causas naturales; y la ausencia de cualquier con
cebible comienzo natural deja paso a, y mueve a pensar en, un origen
sobrenatural. Ni siquiera las especulaciones del seor Darwin modifican
esta conclusin, porque incluso cuando ha acumulado un vasto conjun
to de hiptesis, todava hay un vaco inexplicable al principio de sus series.
A ello debe aadirse que la mayor parte de esas hiptesis estn lejos de
haber sido probadas por los hechos. N o se puede aducir un solo ejemplo
de una especie nueva que se haya generado en la forma que sus hiptesis
suponen, mientras que Cuvier s podra hacerlo. Es ms, l Darwinest
obligado a reconocer que las especies actuales de animales domsticos son
las mismas que existieron en los primeros tiempos de la historia del hom
bre (recogido en Hull, 1989: 30).
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W hew ell se o p u so abiertam ente, pues, al tran sform ism o darw iniano. Es
probable que D arw in adivin ara cul iba a ser su reaccin, pero no d u d en
enviarle su libro en cuanto fue editado. A l m argen de la brecha que separaba
las posiciones geolgicas y biolgicas de am bos, D arw in respetaba y se serva
de las reglas m etod o l gicas de W hew ell. L a hiptesis de la pan gn esis p u d o
ser con cebida p o r el naturalista de Shrew sbury com o el m ecanism o que satis
faca la exigencia de la vera causa que tanto Herschel com o W hew ell pedan a
to da teora cientfica, y que a su p rom otor pareci necesaria para ju stificar la
transm isin de las variaciones (Ruse, 1983: 294). A sim ism o, el argum ento que
acuda a la con currencia de in du ccion es, com o prueba de la evolucin, est
claram ente in spirado en los criterios de W hew ell; y la insistencia en el valor
probatorio de lo observado en el estado dom stico, considern dolo generalizable al estado de naturaleza, responde a la influencia de H erschel.
Jo h n Stuart M ili contribuy a m inar an ms la credibilidad de la teora de
D arw in. Partiendo del distinto carcter que poseen el contexto de justificacin
y el contexto de descubrim iento, alegaba en las ediciones del System ofL ogic
posteriores a E l origenque en ste jam s se penetraba dentro del dom in io de
las pruebas, es m s: que su autor nunca haba pretendido probar cosa alguna.
Por tal razn, no poda detectarse transgresin de los patrones inductivos, pues
to que D arw in no h ab a ab an d o n ad o en ningn m om en to el m b ito de las
hiptesis (M ili, 1961: 3 28). Ese m bito se corresponda con el m arco propio de
la form ulacin de conjeturas, m as no rozaba la esfera de su validacin. Frente
a N ew ton , capaz de ofrecer con stan tem en te soporte in du ctivo a sus teoras,
D arw in estaba m u y lejos de hacerlo. E n resum en, la explicacin m s racional
de las ad ap tacio n es -se g n M ili- deba acudir a la idea de creaciones inteli
gentes. D avid H ull est convencido de que los tres filsofos de la ciencia desem
pearon un papel n ad a desdeable en la recepcin de que fue objeto el p ro
gram a terico transm utacionista. D arw in se habra visto atrapado en m edio de
una gran polm ica que se proyectaba sobre temas esenciales para ellos: la dife
rencia entre los argum entos inductivos y los deductivos; entre la form acin de
conceptos y el descubrim iento de leyes, o la relacin entre las fases de inven
cin y las de p rueba (H ull, 1989: 3 1 ). C o m o en el caso de las objeciones que
le llegaron de la fsica, no tuvo m s rem edio que asim ilar el rechazo expresado
por voces de autoridad tan grande para l. W illiam H opkins (1793-1866) ge
logo, fsico y m atem tico que enseaba en C a m b rid g e - se su m en 1860 al
ban do de los que apreciaban una sim a insalvable entre la ciencia new toniana y
los ensayos especulativos de D arw in, desprovistos de cualquier corroboracin
experimental lo hizo en un artculo que titul Physical Theories o f the Feno-
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Teoras de la vida
m ena o f Life (vase C astrodeza, 1988: 2 3 8 -2 4 1 )-. Finalm ente, el esencialism o de races p latn icas, representado en H arvard por L o u is A gassiz (18071873), m antuvo activa una oposicin m ilitante y tenaz, no ya contra la teora
de la seleccin natural, sino contra el hecho m ism o de la evolucin.
Las pginas dedicadas en el presente captulo al problem a de la tran sm u
tacin se iniciaron con un acercam iento a las actitudes antitransform istas de
C u vier y Lyell. Falta tal vez responder a una pregu nta obligada: cm o reac
cion Lyell ante la teora gradualista de la transform acin orgnica, construi
da en aspectos tan decisivos con herramientas conceptuales que l m ism o haba
p rop o rcio n ad o ? E n la dcim a ed icin de los Principies o f Geology (1 8 6 8 , 2:
4 9 2 ) se atrevi a escribir: Tena razn L am arck al su p on er la existencia de
un desarrollo progresivo y que los cam bios ocurridps en el m un do orgnico se
pued an haber visto ocasion ados p or unas m odificacion es graduales e im per
ceptibles de form as anteriores? M r. D arw in, sin dem ostrar esta posibilidad [...],
la hace parecer m u y convincente (citado en Ruse, 1983: 30 6 ). Pero Lyell, en
realidad, estaba poco convencido. N o tarda en m atizar enseguida que la apa
ricin de especies queda inexplicada por la teora de la seleccin natural; que
si bien D arw in pone en m anos de leyes naturales la creacin de grupos biol
gicos, tal p o sib ilid ad es com p atible con un diseo inteligente, con un curso
filogentico que avanza hacia el hom bre; y que ni las causas finales ni las macrovariaciones pueden ser excluidas. Q u iz la historia de la vida deba ser con ta
d a en trm inos evolutivos, pero com pon iendo una narracin presidida p or el
ascenso direccional, el saltacion ism o y la teleologa. T ran scurridos casi cu a
renta a os desde que p u b lic la p rim era ed icin de los P rin cipios, Lyell no
h aba m od ificad o en exceso el sentido ltim o de su posicin original. El que
la fo rm acin de especies d epen diera de actos especiales de creacin o de un
con curso ejercido en el diseo de leyes naturales an u dadas a la fin alidad no
era m uy diferente. Es ms, en m edio de la aparente disociacin entre los supues
tos gradualistas de su geologa y la orientacin saltacionista de su biologa, pue
de descubrirse la coherencia de un hilo conductor inesperado: la teologa natu
ral que acom pa aba a su teora del equilibrio dinm ico. El D ios de la geologa
lyelliana haba previsto la regulacin de la dinm ica geolgica a travs de leyes
naturales; el D io s de su b iologa no ten a p or qu intervenir tam p o co en la
consecucin de cada logro adaptativo, porque las leyes naturales por El dicta
das servan a ese propsito. E n uno y otro caso se trataba del m ism o D ios Leibniziano. El D io s de N ew ton, Bentley o Paley actuaba sin cesar, recom ponien
do el orden csm ico. En un transform ism o gradualista, donde han de recrearse
constantem ente las adaptaciones, p o d a contarse con su om n ipoten cia, pero
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