KEATS John Poemas Completos en Español
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John Keats
(1795-1821)
INDICE
A la soledad
A quien en la ciudad estuvo largo tiempo
A Reynolds
A Reynolds 2
A un amigo que me envi rosas
A una urna griega
Al sueo
Al ver los mrmoles del Elgin
Bien venida alegra, bienvenido pesar
Brillante estrella, si fuera tan constante
Cancin de Folly
Cancin del margarita
De puntillas anduve
Escrito antes de releer El Rey Lear
Escrito en rechazo a las supersticiones vulgares
Esta mano viviente
Feliz es Inglaterra! Ya me contentara
Historia en versos
La bella dama sin piedad
La cada de Hiperin (Sueo)
La paloma
Lamia
Meg Merrilies
Oda a la melancola
Oda a Psyque
Oda a Maya
Oda a un ruiseor
Oda al otoo
Sobre el mar
Sobre la cigarra y el grillo
Sobre la muerte
Ten compasin, piedad, amor!...
Versos a Fanny Brawne
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A la soledad
Oh, Soledad! Si contigo debo vivir,
Que no sea en el desordenado sufrir
De turbias y sombras moradas,
Subamos juntos la escalera empinada;
Observatorio de la naturaleza,
Contemplando del valle su delicadeza,
Sus floridas laderas,
Su ro cristalino corriendo;
Permitid que vigile, sooliento,
Bajo el tejado de verdes ramas,
Donde los ciervos pasan como rfajas,
Agitando a las abejas en sus campanas.
Pero, aunque con placer imagino
Estas dulces escenas contigo,
El suave conversar de una mente,
Cuyas palabras son imgenes inocentes,
Es el placer de mi alma; y sin duda debe ser
El mayor gozo de la humanidad,
Soar que tu raza pueda sufrir
Por dos espritus que juntos deciden huir.
A Reynolds
Dnde hallar al poeta? Nueve Musas,
mostrdmelo, que Pueda conocerlo.
Es aquel hombre que ante cualquier hombre
como un igual se siente, aunque fuere el monarca
o el ms pobre de toda la tropa de mendigos;
o es tal vez una cosa de maravilla: un hombre
entre el simio y Platn;
es quien, a una con el pjaro,
reyezuelo o bien guila, el camino descubre
que a todos sus instintos conduce; el que ha escuchado
el rugir del len, y nos dira
lo que expresa aquella spera garganta;
y el bramido del tigre
le llega articulado y se le adentra,
como lengua materna, en el odo.
A Reynolds 2
Me inspir estos pensamientos, mi Querido Reynolds,
la belleza matinal, Que incitaba al ocio.No haba leido
ningn libro, y la maana me daba razn. En nada
pensaba sino en la mafiana, y el Tordo afirmaba mi acierto,
pareciendo decir...
Al sueo
Suave embalsamador de la rgida medianoche,
que cierras con cuidadosos dedos
nuestros ojos que ansan ocultarse de la luz,
envueltos en la penumbra de un olvido celestial;
oh dulcsimo sueo, si as te place, cierra,
en medio de tu canto, mis ojos anhelantes,
o aguarda el 'As sea', hasta que tu amapola
derrame sobre mi lecho los dones de tu arrullo.
Lbrame, pues, o el da que se fue volver
a alumbrar mi almohada, engendrando aflicciones;
de la conciencia lbrame, que impone, inquisitiva,
su voluntad en lo oscuro, hurgando como un topo;
gira bien, con la llave, los cierres engrasados,
y sella as la urna silenciosa de mi espritu.
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Cancin de Folly
Oh! Me asaltan los ms terribles pensamientos.
Cual la de un ruiseor su voz no sea, acaso,
y no sean sus dientes la perla ms preciosa;
sus pestaas, tal vez, que yo sepa, no sean
ms largas que la antena menuda de una mosca
de mayo, y en sus manos no tenga ni un hoyuelo,
pero s muchas pecas. Ah! Una nodriza loca,
porque anduviera pronto la pequeuela, puede
haber curvado un par de piernas de Diana
y torcido el marfil de una nuca de Juno.
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Cancin de la margarita
Con su gran ojo, el sol
no ve lo que yo veo.
La luna, toda plata, orgullosa, pudiera
ocultarse igualmente en una nube.
Y al llegar primavera -oh, primavera!es la de un rey mi vida.
Echada entre los brotes de la hierba,
acecho a las muchachas bonitas en su paso.
Miro por los lugares donde no osara nadie
y se fijan mis ojos donde nadie los fija,
y si la noche viene,
me cantan los corderos una cancin de cuna.
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Historia en versos
Lo hermoso es alegra para siempre:
su encanto se acrecienta y nunca vuelve
a la nada, nos guarda un silencioso
refugio inexpugnable y un reposo
lleno de alientos, sueos, apetitos.
Por eso cada da nos ceimos
guirnaldas que nos unan a la tierra,
pese a nuestro desnimo y la ausencia
de almas nobles, al da oscurecido,
a todos los impvidos caminos
que recorremos; cierto, pese a esto,
alguna forma hermosa quita el velo
de nuestro temple oscuro: talla luna,
el sol, los rboles que dan penumbra
al ganado, o tales los narcisos
con su universo hmedo o los ros
que construyen su fresco entablamento
contra el ardiente esto; o el helecho
rociado con aroma de las rosas.
Y tales son tambin las pavorosas
formas que atribuimos a los muertos,
historias que escuchamos o leemos
como una fuente eterna cuyas aguas
del borde de los cielos nos llegaran.
Y no sentimos a estos seres slo
por breve lapso; no, sino que como
los rboles de un templo pronto anan
su ser al templo mismo, as la luna,
la poesa y sus glorias infinitas
cual una luz alegre nos hechizan
el alma y nos seducen con tal fuerza
que, haya sombra o luz sobre la tierra,
si no nos acompaan somos muertos.
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hecho su esclavo!
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La paloma
Una paloma tuve muy dulce, pero un da
se muri. Y he pensado que muri de tristeza.
Oh! Qu le apenara? Sus pies ataba un hilo
de seda, y con mis dedos lo entrelac yo mismo.
Por qu moras, t, de pies lindos y rojos?
Por qu dejarme, pjaro tan dulce? Por qu? Dime.
Muy solito vivas en el rbol del bosque:
Por qu, gracioso pjaro, no viviste conmigo?
Te besaba a menudo, te di guisantes dulces:
Por qu no viviras como en el rbol verde?
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Lamia
Hace tiempo, antes de que la estirpe de las hadas
Expulsara a Ninfas y Stiros de los prsperos bosques,
Antes de que la resplandeciente diadema del rey Oberon,
Su cetro y su manto, tapizados de brillantes gemas,
Ahuyentasen a las Dradas y los Faunos
De los verdes campos y prados de prmulas,
El siempre cautivante Hermes dej vaco
Su trono dorado,
Del alto Olimpo secuestr la luz,
De este lado de las nubes de Jpiter, para escapar de la mirada
De este gran constructor, y huy hacia
A un bosque en las costas de Creta.
Pues en algn lugar de esa isla sagrada habitaba
Una ninfa, ante la cual todos los Stiros se arrodillaban,
Ante cuyos nveos pies los lnguidos Tritones echaban perlas,
Mientras en la tierra se marchitaban y adoraban.
Acosada por los manantiales donde sola baarse,
y en aquellas planicies donde ocasionalmente deambulara,
haba entregado deliciosos obsequios, desconocidos para cualquier Musa,
aunque el pequeo cofre de los caprichos estaba abierto para poder
elegir,
Oh, qu mundo lleno de amor se encontraba a sus pies!
Y Hermes pens, y un calor celestial
Suba desde sus talones alados hasta sus orejas,
Que de una blancura plida como el lirio
Entre sus dorados cabellos se sonrojaron como las rosas,
Que caan en encantadores bucles sobre sus desnudos hombros.
De bosque en bosque vol,
Respirando sobre las flores su nueva pasin,
Y siguiendo serpenteantes ros hasta su inicio,
Para encontrar donde esta dulce ninfa teja su secreto lecho:
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Meg Merrilies
La vieja Meg era gitana
y viva en el monte:
era el brezo rojizo su lecho
y al aire libre tuvo su morada.
Negras moras de zarza por manzanas tena,
por grosellas, simiente de retama;
su vino era el roco de blancas zarzarrosas,
tumbas del camposanto eran sus libros.
Las speras quebradas por hermanas tena
y por hermanos los alerces:
y slo en compaa de su familia vasta,
vivi cmo le plugo.
Pas sin desayuno ms de alguna maana
y sin almuerzo ms de un medioda,
y en vez de cenar, fijamente
contemplaba la luna.
Mas todas las maanas, con tierna madreselva
sus guirnaldas teja,
y cada noche, el tejo de la hondonada oscura,
cantando, entrelazaba.
y con sus dedos viejos y morenos
teja esteras de junco,
que daba a los labriegos
al pasar por el monte.
Fue Meg bizarra como la reina Margarita,
y como de amazona era su talla:
llev por capa el trozo de alguna manta roja,
tocse con un msero sombrero.
Que a sus huesos de vieja conceda Dios descanso,
pues muri ya hace tiempo.
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Oda a la melancola
1
No vayas al Leteo ni exprimas el morado
acnito buscando su vino embriagador;
no dejes que tu plida frente sea besada
por la noche, violcea uva de Proserpina.
No hagas tu rosario con los frutos del tejo
ni dejes que polilla o escarabajo sean
tu alma plaidera, ni que el bho nocturno
contemple los misterios de tu honda tristeza.
Pues la sombra a la sombra regresa, somnolienta,
y ahoga la vigilia angustiosa del espritu.
2
Pero cuando el acceso de atroz melancola
se cierna repentino, cual nube desde el cielo
que cuida de las flores combadas por el sol
y que la verde colina desdibuja en su lluvia,
enjuga tu tristeza en una rosa temprana
o en el salino arco iris de la ola marina
o en la hermosura esfrica de las peonas;
o, si tu amada expresa el motivo de su enfado,
toma firme su mano, deja que en tanto truene
y contempla, constante, sus ojos sin igual.
3
Con la Belleza habita, Belleza que es mortal.
Tambin con la alegra, cuya mano en sus labios
siempre esboza un adis; y con el placer doliente
que en tanto la abeja liba se torna veneno.
Pues en el mismo templo del Placer, con su velo
tiene su soberano numen Melancola,
aunque lo pueda ver slo aquel cuya ansiosa
boca muerde la uva fatal de la alegra.
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Oda a Psique
Oh diosa! Escucha estos versos silentes arrancados
por la dulce coaccin y la memoria amada,
y perdona que cante tus secretos
incluso en tus suaves odos aconchados.
So hoy acaso, o es que he visto
a Psique alada con ojos despiertos?
Vagaba descuidado por un bosque sin razn ni cuidado,
y observ de repente, lleno de sorpresa
dos hermosas criaturas que juntas yacan,
sobre la hierba crecida bajo un techo de hojas
que susurran y flores temblorosas y flua
un arroyuelo perceptible apenas.
Entre flores tranquilas, de races frescas y aromticos
capullos, azules plateadas con yemas de prpura,
yacen sosegados en el lecho de hierba;
juntos, abrazadas sus alas,
sus labios no se rozan, mas no se despiden,
separados por las suaves manos del letargo,
y dispuestos a exceder los besos ya entregados
al abrir sus tiernos ojos como auroras de amor:
al muchacho alado conoca,
pero quin eres t, feliz paloma?
Eras t, su fiel Psique!
T, la ltima nacida, y visin ms hermosa
de aquella apagada jerarqua del Olimpo!
Ms clara que la estrella de Febe en su espacio
de zafiros, que Vspero, amorosa lucirnaga
del cielo, ms hermosa, aunque templo no tengas
ni altar de flores colmado
ni un coro de vrgenes con cantos deliciosos
en las hojas de la noche,
ni voz, ni lad, ni flauta, ni incienso dulce
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Oda a Maia
Madre de Hermes! Y siempre joven Maia,
Me ser permitido cantarte como en aquellos das
En que te saludaban los himnos en las costas de Baia?
O habr de convocarte en antiguo siciliano?
O buscar tus sonrisas, como buscaron antao
En las islas de Grecia, los bardos que felices moran
Sobre la hierba florecida,
dejando grandes versos a un pueblo pequeo?
Ah, dame su antigua fuerza, el arco de los cielos
Y unos cuantos odos;
Por ti perfeccionado mi canto morira contento,
Como el de aquellos,
Colmados por la simple adoracin de un da!
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Oda a un ruiseor
Me duele el corazn y aqueja un sooliento
torpor a mis sentidos, cual si hubiera bebido
cicuta o apurado algn fuerte narctico
ahora mismo, y me hundiese en el Leteo:
no porque sienta envidia de tu sino feliz,
sino por excesiva ventura en tu ventura,
t que, Drada alada de los rboles,
en alguna maraa melodiosa
de los verdes hayales y las sombras sin cuento,
a plena voz le cantas al esto.
Oh! Quin me diera un sorbo de vino, largo tiempo
refrescado en la tierra profunda,
sabiendo a Flora y a los campos verdes,
a danza y cancin provenzal y a soleada alegra!
Quin un vaso me diera del Sur clido,
colmado de hipocrs rosado y verdadero,
con bullir en su borde de enlazadas burbujas
y mi boca de prpura teida;
beber y, sin ser visto, abandonar el mundo
y perderme contigo en las sombras del bosque!
A lo lejos perderme, disiparme, olvidar
lo que entre ramas no supiste nunca:
la fatiga, la fiebre y el enojo de donde,
uno a otro, los hombres, en su gemir, se escuchan,
y sacude el temblor postreras canas tristes;
donde la juventud, flaca y plida, muere;
donde, slo al pensar, nos llenan la tristeza
y esas desesperanzas con prpados de plomo;
donde sus ojos claros no guarda la hermosura
sin que, ya al otro da, los nuble un amor nuevo.
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Oda al otoo
Estacin de las nieblas y fecundas sazones,
colaboradora ntima de un sol que ya madura,
conspirando con l cmo llenar de fruto
y bendecir las vias que corren por las bardas,
encorvar con manzanas los rboles del huerto
y colmar todo fruto de madurez profunda;
la calabaza hinchas y engordas avellanas
con un dulce interior; haces brotar tardas
y numerosas flores hasta que las abejas
los das calurosos creen interminables
pues rebosa el esto de sus celdas viscosas.
Quin no te ha visto en medio de tus bienes?
Quienquiera que te busque ha de encontrarte
sentada con descuido en un granero
aventado el cabello dulcemente,
o en surco no segado sumida en hondo sueo
aspirando amapolas, mientras tu hoz respeta
la prxima gavilla de entrelazadas flores;
o te mantienes firme como una espigadora
cargada la cabeza al cruzar un arroyo,
o al lado de un lagar con paciente mirada
ves rezumar la ltima sidra hora tras hora.
En dnde con sus cantos est la primavera?
No pienses ms en ellos sino en tu propia msica.
Cuando el da entre nubes desmaya floreciendo
y tie los rastrojos de un matiz rosado,
cual lastimero coro los mosquitos se quejan
en los sauces del ro, alzados, descendiendo
conforme el leve viento se reaviva o muere;
y los corderos balan all por las colinas,
los grillos en el seto cantan, y el petirrojo
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Sobre el mar
No cesan sus eternos murmullos,
rodeando las desoladas playas,
Y el bro de sus olas
diez mil cavernas llena dos veces,
y el hechizo de licate les deja su antiguo son oscuro.
Pero a menudo tiene tan dulce continente,
que apenas se moviera la concha ms menuda
durante muchos das, de donde cay
Cuando los vientos celestiales pasaron, sin cadenas.
Los que tenis los ojos dolientes o cansados,
brindadles esa anchura del Janar, como una fiesta;
y los ensordecidos por clamoreo rudo
o los que estis ahtos de notas fatigosas,
sentaos junto a una antigua caverna, meditando,
hasta sobresaltaros, como al cantar las ninfas.
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Sobre la Muerte
I
Puede la Muerte estar dormida, cuando la vida no es ms que un sueo,
Y las escenas de dicha pasan como un fantasma?
Los efmeros placeres a visiones se asemejan,
Y aun creemos que el ms grande dolor es morir.
II
Cun extrao es que el hombre sobre la tierra deba errar,
Y llevar una vida de tristeza, pero no abandone
Su escabroso sendero, ni se atreva a contemplar solo
Su destino funesto, que no es sino despertar.
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