Alteridad - Dominguez Morano
Alteridad - Dominguez Morano
Alteridad - Dominguez Morano
Pero este
proceso de des-ilusin que habra que valorar muy positivamente en
cuanto liberacin de los engaos del pasado moderno, ha generado tambin
una situacin desilusionada y desconfiada respecto a cualquier tipo de
proyecto colectivo que pretenda aglutinar voluntades. Y de ah tambin, a
una exaltacin del individualismo y a un acrecentamiento de las
dimensiones ms narcisistas de la personalidad que operan como una gran
dificultad para la creacin de vnculos. La alteridad est difuminada.
Uno de los rasgos que caracterizan la mentalidad post-moderna es, en
efecto, el del rechazo ambiental existente respecto a cualquier tipo de ideal
o proyecto transformador. Han pasado los tiempos se nos dice de las
Grandes Palabras. El clima que respiramos es el de un desencanto
generalizado frente a lo que fueron las grandes promesas de tiempos
pasados, como fueron los de la razn, el progreso, la revolucin, o, incluso,
la democracia.
Como seala G. Lipovetsky, pas la poca conquistadora que crea en el
futuro, en la ciencia y en la tcnica. Ya nadie cree en el porvenir radiante de
la revolucin y el progreso, la gente quiere vivir enseguida, aqu y ahora,
conservarse joven y no ya forjar el hombre nuevo.
Todo ello conlleva una gran dificultad para experimentar compromisos, la
apertura a la realidad, la relacin y el vnculo. Porque el valor supremo ya no
es lo que nos supera, sino lo que encontramos en nosotros mismos. Poseer
una capacidad para comprometerse supone, ciertamente, disponer de una
aptitud para abrirse a la alteridad trascendiendo el encapsulamiento
narcisista infantil del que es testigo todava el adulto inmaduro, el neurtico
o, sobre todo, el psictico. Todos ellos encuentran una dificultad ms o
menos seria para salir de su propia realidad mental, entrar en contacto,
descubrir la alteridad y poder, por tanto, comprometerse con algo que no
sea su propia interioridad magnificada.
Parece, en efecto, que pasaron ya los tiempos de las maysculas: el
Pueblo, la Revolucin, la Amnista, la Democracia o la Libertad,
hasta la droga pareca estar impregnada de mayusculidad en los lirismos
que se entonaron en torno al L.S.D. El hecho es que pocas maysculas nos
restan en estos tiempos de desencanto, si no son las que se apropian la
literatura del corazn y el deporte. Basta asomarse a la pantalla de TV para
constatar hasta qu punto esto es as.
El hecho es que en nuestra sociedad occidental se han multiplicado de
modo inimaginable las posibilidades de elegir y, al mismo tiempo, se van
viendo escandalosamente reducidas las capacidades para comprometerse,
para vincularse con las personas, las ideas, los proyectos o las instituciones.
Nunca, en efecto, tuvimos a nuestra disposicin tantas posibilidades para
optar en todos los terrenos de la existencia. Desde la de elegir una pareja
segn nuestra opcin afectiva ms singular (asunto que si bien hoy nos
resulta como lo ms evidente y natural, no nos debe hacer olvidar que
durante siglos la pareja era elegida en funcin de intereses econmicos o
polticos de la familia), la de elegir una carrera universitaria u otra (las
universidades han proliferado y las posibilidades y ofertas econmicas para
Son muchos los elementos sociales que hoy parecen propulsar la dinmica
histrica en los modos de relacin y comportamiento. Si ya no encontramos
tan fcilmente las manifestaciones de las histerias de conversin en
cegueras o parlisis o en los grandes ataques histricos, hoy la histeria se
camufla en otros modos de espectculos en los que la intencin del deseo
permanece intacta: la seduccin, el exhibicionismo, la necesidad de la
mirada del otro, de reducirlo a ser tan slo un ojo que confiere la existencia.
Cultura de la seduccin aparatosa en la publicidad, del espectculo pblico,
de la exhibicin perversa. Nunca se haba llegado a tanto en la
manifestacin pblica de los rincones ms recnditos de la intimidad. Se
pregonan en los programas televisivos o en las revistas del corazn. Somos
convertidos as en personajes que entran a formar parte de ese montaje
escnico que la histeria monta para su realizacin.
Se tiende a un desapego emocional en las relaciones con objeto de evitar
todo riesgo de inestabilidad, decepcin o pasin descontrolada que
provoque algn tipo de sufrimiento. Sin compromiso profundo, se esquiva la
posibilidad de sentirse vulnerable. Como se intenta tambin enfriar el
sexo (cool sex) para evitar, de ese modo, el posible tormento de los celos o
del ansioso afn de posesividad. La perversin se hace manifiesta cuando el
sexo pasa a ser pura y exclusivamente mercanca, materia desgajada del
componente subjetivo y personal. En ese caso la alteridad es
completamente anulada para convertir el cuerpo en puro objeto de placer,
donde no rija ley, norma ni lmite alguno.
El aumento de la pornografa infantil, de la trata de blancas, del turismo
sexual, del ciber-sexo al que luego nos referiremos, etc., pone de manifiesto
que cada vez ms el sexo se convierte en artculo disponible para todos, al
margen de cualquier norma o consideracin tica, en las infinitas redes y
posibilidades de las que hoy dispone el mercado.
Es lo que T. Anatrella ha querido poner de manifiesto en una obra (El sexo
olvidado). Anatrella argumenta contra una sexualidad que se ve presionada
por el medio sociocultural a desentenderse de sus dimensiones afectivas
profundas. En esta sociedad, supuestamente liberada, lo perverso y lo
sdico se imponen conduciendo a una paradjica negacin y olvido del sexo
que angustia y conflictualiza. Se han valorizado las conductas impulsivas
que estancan al sujeto en lo narcisista y en la bsqueda edpica del objeto
incestuoso perdido. De ese modo se obstruye la apertura al otro en su
libertad y su diferencia.
Lo que, en realidad, se ha liberado piensa Anatrella es la sexualidad
infantil, viniendo a convertirse en modelo la sexualidad adolescente. El sexo
se ha separado de la sexualidad, olvidndose el hecho de que ni el sexo que
niega el amor ni el amor que niega el sexo pueden hacer vivir a un ser
humano. La liberacin sexual ha dado a entender que ya no haba sujeto de
pulsiones, sino simplemente, pulsiones a satisfacer y se ha ido imponiendo
como modelo una sexualidad sin autntica relacin con el otro.
En definitiva, se levantan barreras contra las emociones y las intensidades
afectivas que son flores o frutos de la fuerza del deseo. De ese modo se
acrecienta la dificultad para sentir la empata en la relacin con el otro, para
llegar a reconocer lo que los otros sienten, para captar sus caractersticas
propias y sentirse conmocionado con lo que en ese otro puede tener lugar.
Todo ello, adems, como en la histeria, con una gran dificultad para
experimentar sentimientos de culpa, porque la misma fragilidad del Yo se
resiste a ello.
Y si en la histeria encontramos una dificultad de fondo para asumir la
diferencia de sexos, tambin en nuestra cultura se percibe con claridad la
aoranza por lo bisexual, por lo indiferenciado, por la eliminacin de las
formas y perfiles que marquen la diferencia. All donde todava no hay
diferenciacin sexual, se fantasea el estado de fusin primitiva a la que la
histeria aspira eliminando la alteridad con la que solo cabe un vnculo desde
la aceptacin de la distancia y la diferencia.
Paralelamente, hay que tener en consideracin que tambin se persigue
una intensidad emocional en determinadas relaciones privilegiadas como las
de la pareja. Pero desde la dificultad para el reconocimiento de la alteridad,
desde el enclaustramiento en el propio mundo de necesidades a satisfacer,
se producen con demasiada frecuencia un tipo de relacin en la que se
impone un vnculo de carcter fusional, simbitico, debido a la urgencia que
se experimenta en satisfacer la propia necesidad, sea de apego, de
valoracin, o de cualquier otro tipo. El resultado es que desde esa unin
simbitica falta la distancia necesaria para la captacin de la alteridad. No
es posible la comunicacin con el otro, el proyecto con el otro. La
frustracin entonces sobreviene y con ella, fcilmente, la violencia.
La cosificacin del vnculo.
El deseo tiende hoy, pues, a perderse en un laberinto de extravo, al que,
por otra parte, la sociedad de consumo parece ofrecerle innumerables vas
de distraccin. Por ellas, desplazado hacia un mundo fetichista de objetos, el
deseo se dispersa en un ansia de posesin, de acaparamiento y
acumulacin en el que pretende satisfacer lo que el mundo de relaciones
interpersonales no encuentra. Se abre as una corriente de voracidad
regresiva, en la que el mundo y los otros son concebidos como una especie
de pecho nutricio, obligado a proporcionar alimento y satisfaccin
permanente.
El deseo enloquece as en una dinmica de insatisfaccin constante. Desde
la negativa a reconocer el lmite, siempre hay un algo ms que la sociedad
parece querer mostrarnos para que nuestra necesidad se multiplique al
ritmo de sus intereses de produccin y consumo. Nunca el automvil que
tenemos ser el mejor, nunca nuestro ordenador tendr las prestaciones
que nos haran ms eficientes, nunca la casa que habitamos tendr las
comodidades que nos proporcionen una suficiente calidad de vida, nunca la
ropa que vestimos estar a la altura del status social que pretendemos
mostrar de un modo un tanto exhibicionista ante los otros.
Recogiendo de nuevo ideas de Pascal Bruckner, el supermercado se ha
venido a convertir en nuestra representacin del jardn de las delicias.
Ni el Bosco lo hubiera imaginado con tal profusin de elementos y fantasa.
Torrentes de luz, kilmetros de anaqueles, colorido infinito: es la victoria de
su
determinacin
en
las
relaciones
Todo este estado de cosas posee, por lo dems, un efecto de primer orden
en la formacin de los vnculos interpersonales. Desde la impregnacin de la
mentalidad del consumo, del usar y tirar, se derivan unos modos tambin
de pensarse y de establecerse la relacin personal. Es lo que de modo
atinado nos ha hecho pensar la escuela de Frankfurt en sus consideraciones
sobre la razn instrumental. De alguna manera, el modo que tenemos de
relacionarnos con las cosas determina los modos en los que establecemos la
relacin con los otros.
Como Adorno y Horkheimer nos han hecho ver, la misma civilizacin que, en
la modernidad, favoreci la emergencia del individuo, es la que
posteriormente parece empeada de su degradacin y decadencia. La
mquina ha prescindido del piloto; camina ciegamente por el espacio a toda
velocidad. La razn se ha vuelto irracional y tonta, reducida y seriamente
mutilada, no duda en enfatizar Max Horkheimer. Es el ingeniero el smbolo
de esta poca y la actividad industrial ha quedado divinizada. Todo lo cual
conduce a un proceso imparable de instrumentalizacin: Los avances en el
mbito de los medios tcnicos se ven acompaados de un proceso de
deshumanizacin. El progreso amenaza con destruir el objetivo que estaba
llamado a realizar: la idea del hombre. Nuestra mentalidad va creciendo as
en una dimensin de dominio y utilizacin que comienza en el afn de
dominar la naturaleza, pero que, desde ah, lo contamina todo, alcanzando
tambin el empeo en dominar, instrumentalizar al propio ser humano,
sometindolo a una progresiva cosificacin en su misma adaptacin a una
sociedad cosificada. El individuo, reducido a la condicin de masa, queda
neutralizado, manipulado.
El progreso, (escribe Adorno en una pgina admirable titulada Aislamiento
por comunicacin) separa literalmente a los hombres. Los tabiques y
subdivisiones en oficinas y bancos permitan al empleado charlar con el
colega y hacerle partcipe de modestos secretos; las paredes de vidrio de
las modernas oficinas, las salas enormes en las que innumerables
empleados estn juntos y son vigilados fcilmente por el pblico y por los
jefes no consienten ya conversaciones o idilios privados... Los trabajadores
estn aislados en el colectivo. Pero el medio de comunicacin separa a los
hombres tambin fsicamente. El coche ha ocupado el lugar del tren... Los
hombres viajan, rigurosamente aislados los unos de los otros, sobre crculos
de goma...Y cuando en los fines de semana o en los viajes se encuentran en
los hoteles, cuyos mens y cuyas habitaciones son -dentro de un mismo
nivel de precios- perfectamente idnticos, los visitantes descubren que,
conforme ha crecido su aislamiento, han llegado a asemejarse cada vez
ms. La comunicacin procede a igualar a los hombres mediante su
aislamiento.
Una situacin, aparentemente anecdtica, puede ilustrar la cosificacin de
los vnculos que se imponen desde la infancia en nuestra sociedad
consumista. Una nia pequea agarra de la mano al amigo de sus padres,
que les visita por primera vez, y lo conduce con entusiasmo a su habitacin
para mostrarle sus juguetes. En aquel espacio infantil no caben ya ms
muecas. El visitante, pregunta entonces el nombre de esa muequita
particular que ella ha elegido para mostrrsela con ilusin. Desconcertada y
como saliendo de una situacin de apuro, responde que se llama mueca.
Su hermanito entonces, que pretende tambin ganarse al visitante, lo
conduce a su habitacin igualmente invadida de juguetes, en su mayora
se est estableciendo una relacin con un otro o si ese otro es tan solo el
soporte para intentar satisfacer las propias fantasas incumplidas. Con
frecuencia, sabemos que un encuentro real posterior al virtual, deshace y
derrumba en los primeros instantes toda la construccin imaginaria que se
haba elaborado a partir del encuentro en el Chat o mediante el correo
electrnico.
Por otra parte, el carcter descomprometido que posee estos tipos de
contactos personales lo convierten en sumamente frgiles y superficiales. El
sujeto oculto tras su alias o nick (que la mayora de las veces revela
fantasas significativas de su imaginario) no se siente comprometido con
aquello que dice y con los sentimientos que expresa. Al mismo tiempo,
puede mantener o interrumpir el contacto con una facilidad inusitada en
otros tipos de relacin. De modo que se podra afirmar que nunca se dio
tanta posibilidad abierta para elegir con quien comunicarse y nunca ms
facilidad para hacerlo de modo ms descomprometido. Nos encontramos
aqu, sin duda, con un elemento que puede ejemplificar muy bien ese
carcter zapping de nuestra sociedad, en la que todo se consume y muy
poco se metaboliza convenientemente.
Por otra parte, esas caractersticas de anonimato, inmediatez y
atemporalidad que caracterizan a muchos de estos nuevos modos de
contactos crean una especie de neo-realidad que fcilmente vienen a
favorecer una aspiracin primitiva de contacto, que suprimiendo la distancia
y la diferencia y difuminando as la alteridad, cree encontrar un lazo con el
objeto primario en un bucle narcisista peligroso.
Desde ah, es comprensible el fenmeno creciente de adiccin que en
muchos sujetos se est creando en torno a los mismos. Una adiccin y
dependencia que acaba encapsulando a estas personas en unas
vinculaciones esencialmente imaginarias, marginndolos progresivamente
de todo encuentro y relacin interpersonal ajenos a la Red.