Poeta en Nueva York Algunos Poemas
Poeta en Nueva York Algunos Poemas
Poeta en Nueva York Algunos Poemas
Recuerdo que tuve que hacer varias veces uso de mi cuchara para
defenderme de los lobos. Yo no tena culpa ninguna; usted lo sabe.
Dios mo! Estoy llorando.
Los dos lo han querido dije yo. Los dos. Una manzana ser
siempre un amante, pero un amante no podr ser jams una manzana.
Por eso se han muerto, por eso. Con veinte ros y un solo invierno
desgarrado.
Fue muy sencillo. Se amaban por encima de todos los museos.
Mano derecha,
con mano izquierda.
Mano izquierda,
con mano derecha.
Pie derecho
con pie derecho.
Pie izquierdo,
con nube.
Cabello,
con planta de pie.
Planta de pie,
con mejilla izquierda.
Oh mejilla izquierda! Oh, noroeste de barquitos y hormigas de
mercurio! Dame el pauelo, Genoveva; voy a llorar Voy a llorar
hasta que de mis ojos salga una muchedumbre de siemprevivas Se
acostaban.
No haba otro espectculo ms tierno
Me ha odo usted?
Se acostaban!
Muslo izquierdo
con antebrazo izquierdo.
Ojos cerrados,
con uas abiertas.
Cintura, con nuca,
y con playa.
Y las cuatro orejitas eran cuatro ngeles en la choza de la nieve. Se
queran. Se amaban. A pesar de la Ley de la gravedad. La diferencia que
existe entre una espina de rosa y una Star es sencillsima.
Cuando descubrieron esto, se fueron al campo. Se amaban.
Dios mo! Se amaban ante los ojos de los qumicos.
Espalda, con tierra,
tierra, con ans.
Luna, con hombro dormido.
Y las cinturas se entrecruzaban con un rumor de vidrios.
Yo vi temblar sus mejillas cuando los profesores de la Universidad le
traan miel y vinagre en una esponja diminuta. Muchas veces tenan
que espantar a los perros que geman por las yedras blanqusimas del
lecho. Pero ellos se amaban.
Eran un hombre y una mujer,
o sea,
un hombre
y un pedacito de tierra,
un elefante
y un nio,
un nio y un junco.
Eran dos mancebos desmayados
y una pierna de nquel.
Eran los barqueros!
S.
Eran los barqueros del Guadiana que machacan con sus remos todas las
rosas del mundo.
El viejo marino escupi el tabaco de su boca y dio grandes voces para
espantar a las gaviotas. Pero ya era demasiado tarde.
Cuando las mujeres enlutadas llegaron a casa del Gobernador ste
coma tranquilamente almendras verdes y pescado fros en un exquisito
plato de oro. Era preferible no haber hablado con l.
En las islas Azores.
Casi no puedo llorar.
Yo puse dos telegramas, pero desgraciadamente ya era tarde.
Muy tarde.
Slo s deciros que dos nios que pasaban por la orilla del bosque,
vieron una perdiz que echaba un hilito de sangre por el pico.
sta es la causa, querido capitn, de mi extraa melancola.
VII. VUELTA A LA CIUDAD
Crucifixin