Adair Gilbert - Soñadores
Adair Gilbert - Soñadores
Adair Gilbert - Soñadores
Soad^r^
Soadores
Gilbert Adair
Soadores
Traduccin de Jos Luis Lpez Muoz
Ttulo original: The Dreamers
2003, Gilbert Adair
De la traduccin: Jos Luis Lpez Muoz
De esta edicin:
2004, Santillana Ediciones Generales, S. L.
Torrelaguna, 60. 28043 Madrid
Telfono 91 744 90 60
Telefax 91 744 92 24
www.alfaguara.com
ISBN: 84-204-0123-4
Depsito legal: M. 28.786-2004
Impreso en Espaa - Printed in Spain
Diseo:
Proyecto de Enric Satu
Cubierta:
Corbis / Cover
En la plaza de Saint-Germain-des-Prs
actuaba un tragasables delante del caf de Flo
re. Al otro lado de la plaza, esperando la vez para
entrar en escena, un gitano joven, vestido con
un mugriento traje de Arlequn, muy alto so
bre unos zancos, se apoyaba contra la verja de
la iglesia. Cuando pasaron junto a l, cruz los
zancos tan despreocupadamente como si cruza
ra las piernas.
Demasiado desmoralizado para volver
a protestar, Matthew sigui a sus amigos prime
ro por la Ru Bonaparte y luego por la Ru des
Beaux-Arts. A su derecha, mientras se acercaban
al Quai Voltaire, quedaba la bailarina de Degas
con su tutu de metal oxidado; a su izquierda, di
rectamente enfrente, una estatua de Voltaire ob
servaba sus progresos con ojos de piedra llenos
de arrugas.
Dos corazones tan ligeros como el cor
cho, uno tan pesado como el plomo, siguieron
por la orilla del Sena y cruzaron el ro por el
puente del Carrusel. Mientras lo recorran, un
bateau-mouche, deslizndose por debajo, las
cubiertas superior e inferior tan alegremente ilu
minadas como las de un transatlntico en mi
niatura, desapareci por un lado y reapareci,
mgicamente intacto, por el otro.
A lo lejos, slo un poco ms all de la
cuidada simetra de los jardines del Louvre, se
alzaba una estatua ecuestre, la de Juana de Arco,
su cota de malla brillante bajo el sol. Matthew
descubri de pronto que se haba puesto a pen
sar en sus restos carbonizados al llegarle a las
ventanas de la nariz el olor acre de un cohete ya
quemado.
De repente, sin previo aviso, Tho e Isa-
belle cambiaron de velocidad y echaron a correr.
Se estaban preparando para el plato fuerte.
Alcanzaron el Louvre ligeramente sin
aliento.
Garance! Garance!
Sabe silbar, no es cierto?
Estoy andando, Calvero, mrame!
La Belleza mat a la Bestia.
Vous avez pous une grue.
Marcello! Marcello!
Hizo falta ms de un hombre para conver
tirme en Shanghai Lily.
Tu n a s rien vu Hiroshima.
Bizarre?Moi, f a i dit bizarre? Comme c est
bizarre.
Ich kann nichts dafr! Ich kann nichts
dafr!
Detengan a los sospechosos de costumbre.
Eh, seor Powell!
Bueno, nadie es perfecto.
Pauvre Gaspard!
O fin it le thtre? O commence la vie?
* Las pelculas citadas son las siguientes: Les Enfants du Paradis, Marcel
Carn, 1945; Tenery no tener, Howard Hawks, 1944; Candilejas, Char
les Chaplin, 1952; King Kong, Merian C. Cooper y Ernest B. Schoed-
sack, 1933; Les dames du Bois de Boulogne, Robert Bresson, 1945; La
dolce vita, Federico Fellini, 1959; El expreso de Shanghai, Josef von Stern
berg, 1932; Hiroshima mon amour, Alain Resnais, 1959; Drle de dra
me, Marcel Carn, 1937; M, el vampiro de Dsseldorf, Fritz Lang, 1931;
Casablanca, Michael Curtiz, 1942; La noche del cazador, Charles Laughton,
1955; Con faldas y a lo loco, Billy Wilder, 1959; La evasin, Jacques
Becker, 1960; Le Carrose D'or, Jean Renoir, 1952. (N. del T.)
Qu pelcula?
King Kong! G odzilla! Elfantasm a de
la calle M orgue! exclamaron Tho e Isabelle.
Matthew neg con su cabeza de mono.
Los brazos colgando, la espalda arqueada, se
acerc dando tumbos hasta el tocadiscos, delan
te del cual, y con la voz de Charles Trenet como
fondo, empez a danzar un obsceno shimmy
dentro del abrigo peludo y de la mscara de car
tn. Acto seguido se quit la cabeza. Se haba
dado colorete, se haba embadurnado las pesta
as con rmel y empolvado el cabello con harina.
Lentamente se desprendi del abrigo, debajo del
cual estaba desnudo. Desnudo, sigui danzando.
Slo entonces Tho cay en la cuenta.
Marlene Dietrich en La venus rubia\
Despus de lo cual, transcurridos tan
slo unos pocos segundos, le lleg a Isabelle el
turno de preguntar qu pelcula?.
Sorprendidos, los dos muchachos la mi
raron y se miraron sin comprender, para aca
bar negando con la cabeza.
Una noche en la pera.
Com o los otros dos siguieron manifes
tando su desconcierto, Isabelle seal el pene
circunciso de Matthew.
Mirad! El puro de Groucho, el som
brero de Chico, el pelo de Harpo!
Se desternillaron de risa.
En otra ocasin Tho encontr un lti
go que estaba escondido debajo de un par de
raquetas de tenis y de una edicin completa de
la condesa de Segur. Despus de envolverse con
una sbana, cerrar la ventana del bao y abrir
al mximo el grifo del agua caliente, hasta que el
ambiente estuvo tan cargado de vapor como
un bao turco, hizo girar el ltigo a la altura del
hombro en torno a su cabeza, como Mastroian-
ni en Ocho y medio de Fellini, mientras Isabe-
lle y Matthew, casi invisibles entre el vapor, en
traban y salan veloces del bao abrasador para
evitar los golpes en tobillos, codos y nalgas.
Con la ligereza de pies de esos tramoyis
tas que recolocan en silencio el escenario de
nuestros sueos, un decorado encajaba en el si
guiente. El bao, casi desbordado, se converta
en el de Cleopatra en la pelcula de DeMille.
Por falta de leche de burra, utilizaron un par
de botellas de la de vaca, cuyo contenido M at
thew verti en la baera, mientras Isabelle abra
las piernas con toda la amplitud de las hojas de
unas tijeras para recibir entre ellas, como en el
anuncio del chocolate Cadbury, los dos chorros
confluentes de lquido opalino.
El cuarto de bao, olvidado como ante
cmara del dormitorio, como refugio momen
tneo de algn fugitivo del juego, serva ya de
palestra alternativa para sus actividades. La ba
era era lo bastante amplia para alojarlos a los
tres, con tal de que Matthew se sentara en el cen
tro y permitiera que Tho e Isabelle, uno a cada
extremo, le rodearan la cintura con sus piernas
igualmente largas, los dedos de los pies de uno
arrugados por el agua extendindose has
ta las axilas de la otra. Y cuando Tho se cal
como pudo un Stetson de color amarillo cana
rio que le haban regalado de pequeo, un som
brero en otro tiempo demasiado grande para su
cabeza y ahora demasiado pequeo, Isabelle y
Matthew gritaron juntos, antes de que tuviera
siquiera tiempo de preguntarles en qu pelcula:
Dean Martin en Como un torrente!
Michel Piccoli en E l desprecio!
Los dos tenan razn.
N o estaban muertos.
A travs del corte en estrella de la ventana
se meti un sol fro y neblinoso. Ruido, luz y
aire transformaron la habitacin: el ruido, en
sordecedor; la luz, cegadora; el aire, embriagador.
Los tres abrieron los ojos. Con movi
mientos de astronautas dentro de una cmara
sellada, se pusieron en pie tambaleantes. A c
mara lenta avanzaron hacia la ventana, que los
atrajo como si estuvieran a punto de ser succio
nados por el espacio exterior, un pie flotando
en el aire mientras el otro aterrizaba con paso
amortiguado. Tho resbal. Isabelle lo adelan
t. Matthew tropez con la lmpara de la me
silla estilo Imperio. La bombilla explot sin ha
cer el menor ruido.
Alcanzaron la ventana. Despus de des
correr las cortinas, Tho la abri y mir hacia
la calle. A lo largo de toda la extensin de la
va pblica, estrecha y serpenteante, fue esto lo
que vio:
A la izquierda, por donde la calle desem
bocaba en la plaza del Odon, entre restos de
piedras, adoquines y ramas de rboles arranca
das, una falange de agentes de la polica nacio
nal, con cascos y escudos, avanzaba lentamente,
con cautela, como una legin romana. Las botas
altas de cuero trituraban los escombros bajo sus
talones. En las manos, cubiertas con guantes
negros, llevaban porras, fusiles antidisturbios y
escudos de metal, entrelazados como en uno de
esos rompecabezas para nios que comprenden
diecisis cuadraditos pero slo quince losetas
movibles. Al agrupar sus fuerzas, cualquier hue
co dejado por uno de ellos era inmediatamente
cubierto por otro, y los escudos de metal vol
van a entrelazarse como antes.
A mitad de la calle, un automvil volca
do, panza arriba, pareca tan confiado como un
beb a la espera de que le cambien los paales.
Rejillas de hierro, con forma de gofres, tal cual
piezas de mecano, haban sido arrancadas de la
calzada y apiladas encima del vehculo.
A la derecha, derramndose sobre las ace
ras, flua un ro, un maremoto de humanidad
joven, cogidos del brazo, puos en alto, guiados
por una Pasionaria adolescente, una Juana de
Arco con chaqueta gruesa de lana y una enor
me bandera roja que revoloteaba y bailaba me
cida por la brisa.
Aquellos jvenes gritaban mientras cami
naban, interpretaban, sin ningn rubor, su pa
pel para la galera, que es lo mismo que decir para
las familias que haban salido a balcones y venta-
nas y que, despus de un momento de sorpresa,
de vacilacin, empezaron tambin a cantar, de
manera que pareci como si la calle misma hu
biera por fin encontrado su voz. Y lo que esta
ban cantando era el himno ms hermoso, el ms
conmovedor, el ms popular de la tierra.
Agrupmonos todos,
en la lucha final.
E l gnero humano
es la Internacional.
PROHIBIDO PROHIBIR
LIBERAD LA EXPRESIN
LA IMAGINACIN AL PODER
Se oy un disparo.
Todava con la bandera en alto, M at
thew se convirti en su propia estatua.
A ms distancia de la barricada, un po
lica mir con incredulidad su metralleta. Se la
apart del cuerpo lo ms que pudo y slo en
tonces pareci darse cuenta de que estaba car
gada. Se arranc la mscara antigs. A pesar de
la mscara tena lgrimas en los ojos.
No era mi intencin! exclam .
No quera hacerlo!
Matthew le dio la espalda y cay hacia
delante como un trapo.
Despus de librarse de sus captores, a
quienes la detonacin pareca haber hechiza
do, Tho e Isabelle corrieron a donde Matthew
estaba tumbado, se arrodillaron cada uno a un
lado y le sostuvieron la cabeza.
Su amigo abri la boca. La lengua le col
g flccida sobre el labio inferior. Estaba salpi
cada de espuma.
En sus facciones contradas pudieron leer
la terrible verdad de que no slo se muere solo,
sino que, adems, se muere vivo.
Matthew intent hablar.
Pero, incluso en la muerte, recordara
tarde, demasiado tarde, lo que se propona
decir.
* * *