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LA MUERTE DE LA
CIENCIA POLTICA
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CSAR CANSINO
LA MUERTE DE LA
CIENCIA POLTICA
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Cansino, Csar
La muerte de la ciencia poltica. - 1a ed. - Buenos Ai-
res : Sudamericana, 2008.
416 p. ; 23x16 cm. - (Ensayo)
ISBN 978-950-07-3004-4
IMPRESO EN LA ARGENTINA
www.rhm.com.ar
ISBN 978-950-07-3004-4
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Introduccin
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buenas razones para hacer eco de esta tendencia. As, por ejem-
plo, la metateora slo es posible en aquellas parcelas de cono-
cimiento, como en las ciencias sociales, en las cuales no se ha
afirmado un enfoque o paradigma predominante. Slo ah
donde hay una permanente confrontacin entre escuelas de
pensamiento y una pluralidad de posibilidades explicativas,
cabe reivindicar un estudio particular de los distintos aspectos
presentes en la produccin terica. Nada ms cierto para el
caso de la teora poltica, recipiente inagotable de siglos de re-
flexin, proveniente tanto de la filosofa poltica como de la
ciencia poltica.
No debe confundirse, sin embargo, entre teora y metateo-
ra de la poltica. La primera es el resultado natural de la inves-
tigacin filosfica o cientfica de un tema concreto conducido
con las reglas propias del ejercicio formal-argumentativo o em-
prico-demostrativo, respectivamente. La segunda, por su par-
te, es una reflexin que se plantea el doble propsito de profun-
dizar en los distintos aspectos de la produccin terica
existente y de constituirse a su vez en un punto de arranque
para nuevas propuestas. En ese sentido, la metapoltica no su-
ple a la teora poltica, la estudia y complementa. Su inters es
solamente reconocer el potencial explicativo de las teoras, su
coherencia interna en s mismas y/o en referencia a otras teor-
as afines.
Con este fin, el quehacer metaterico se sirve de mltiples
disciplinas, como la historia, la hermenutica, la epistemologa,
la filosofa, la sociologa, entre otras muchas. En consecuencia,
la metapoltica constituye una reflexin multidisciplinaria o
mejor transdisciplinaria, en el sentido de estar abierta a mlti-
ples enfoques sean o no cientfica o filosficamente correctos
de la teora poltica, desde la genealoga conceptual o la ar-
queologa de los saberes hasta el reconocimiento sociolgico de
las comunidades intelectuales donde las teoras polticas se ge-
neran y producen.
En sntesis, la metapoltica tiene como objetivo reflexionar
sobre las teoras polticas existentes como punto de partida de
nuevos saberes tericos. No busca suplir el desarrollo de la in-
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PRIMERA PARTE
LOS LMITES DE LA
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Israel, Japn,
(3) Australia, India Resto de Europa Occidental
Amrica Latina (Mxico, Brasil,
Argentina, Chile, Uruguay)
Institucionalizacin +
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Notas
1
Cfr. Ryan (1990); Tester (1990) y Nelson (1990).
2
En otra sede me he ocupado de los cambios que es posible advertir en
Amrica Latina como producto de dichas transformaciones mundiales. Va-
se Cansino y Alarcn Olgun (1994a).
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3
Para mayores elementos sobre esta distincin vase Sartori (1979b).
4
Bobbio (1983, p. 1025).
5
De acuerdo con Graciano (1991, p. 8), la ciencia poltica es un campo
de estudio que ha encontrado una ms o menos completa institucionaliza-
cin en la divisin del trabajo acadmico, segn recorridos temporales y di-
versos de un pas a otro. Las dimensiones que para este autor definen la evo-
lucin de la ciencia poltica son el desarrollo terico y la institucionalizacin
acadmica.
6
Para el caso de Estados Unidos vase Easton (1985); Finifter (1983);
Almond (1990a). Para el caso de Canad vase Trent (1987). Para el caso de
Europa Occidental vase Rose (1990); McKay (1990). Para mayor informa-
cin por pases vase Morlino (1991); Page (1990); Leca (1991); Kastendiek
(1987); Valls (1991); Anckar (1987). Por lo que respecta a Amrica Latina v-
ase Guiaz y Gutirrez (1991); Cansino, Maggi y Zamitiz (1986); Lamou-
nier (1982). Por lo que se refiere a Europa del Este vase Tarkowski (1991).
Para el caso de frica vase Jinadu (1991).
7
Pateman (1991).
8
Sartori (2004). En un texto muy sugerente, Mayer (1989) adverta al-
gunas de las implicaciones negativas de haber abandonado los estudios
comparados en favor de los estudios de aspectos cada vez ms especficos.
De igual modo, son sugerentes sus observaciones sobre cmo es posible y
por qu es deseable superar las contradicciones y lmites caractersticos de
este sector de investigacin dentro de la ciencia poltica. Sobre este punto v-
ase tambin Sartori (1984b) y Lane y Ersson (1990).
9
Kuhn (1962). Vase tambin Farfn (1988).
10
Cfr. Mayer (1989, pp. 291-292). Vase tambin Inglehart (1983);
Bluhm (1982).
11
Easton (1985, pp. 140-145).
12
Vase Leftwich (1990b, p. 82).
13
Almond (1990b, pp. 34-35).
14
Sobre el problema de las mediaciones entre ciencia y poder vase Pye
(1990); Gunnell y Easton (1991, pp. 337-338).
15
Gunnell y Easton (1991, p. 335).
16
Easton (1985).
17
Entre los principales politlogos que en su momento advirtieron los
lmites de la ciencia poltica emprica pueden sealarse Almond (1990a);
Lindblom (1979) y Easton (1985). Un recuento de los principales cuestiona-
mientos al programa original de la ciencia poltica emprica puede encon-
trarse en Zolo (1989, pp. 46-68). Una crtica igualmente interesante puede en-
contrarse en Cerny (1990). Segn este autor, el estudio sistemtico de la
poltica sufre de una profunda ambigedad y esquizofrenia: la conceptuali-
zacin terica de cmo trabajan las instituciones polticas y de su impacto
est muy subdesarrollado. De acuerdo con ello, nos encontramos en una po-
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bre situacin para entender las estructuras y evaluar los recientes cambios
estructurales en poltica, economa y sociedad que sern relevantes en el si-
glo XXI.
18
Me refiero al libro de Ricci (1985). De acuerdo con esta interpretacin
la ciencia poltica en Estados Unidos parece incapaz de producir un efectivo
conocimiento poltico debido precisamente a su empeo por alcanzar un
conocimiento cierto y absolutamente preciso cientfico de la vida po-
ltica. Este hecho desva simultneamente al politlogo de los temas crucia-
les de la sociedad en la que vive, como la crisis de las sociedades democrti-
cas, pues estos temas no pueden ser afrontados seriamente por quien hace
de la neutralidad poltica su propio hbito profesional.
19
Vase, por ejemplo, Zolo (1989, pp. 61-68).
20
Bobbio (1990).
21
Almond (1990a, pp. 13-31). Vase tambin Eckstein (1989); Gibbons
(1990); Gunnell (1983).
22
Con esta idea surgieron trabajos tan importantes como los de Riker y
Ordeshook (1973); Buchanan (1978); Ferejohn, Cain y Fiorina (1987). Dos
anlisis muy ilustrativos del conjunto de presupuestos de este sector de la
ciencia poltica pueden encontrarse en Moe (1979) y Almond (1990c).
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Notas
23
Schumpeter (1942, cap. 1).
24
Cfr. Urbani (1984, pp. 385-386).
25
En el complejo de la obra de Schumpeter, el tema de la democracia no
fue primordial. Ciertamente, aparece en diversos trabajos suyos pero casi
siempre de manera marginal. Vase al respecto Heertje (1981); Swedberg
(1991).
26
Buchanan (1990, pp. 26-38); Tullock (1979, esp. la introduccin);
Downs (1957, esp. cap. I); Gonzlez (1988).
27
Con este nombre se refieren a la propuesta de Schumpeter principal-
mente sus detractores: Macpherson (1968 y 1977); Pateman (1970 y 1985); Ar-
blaster (1991, pp. 85-86); Bachrach (1967).
28
Ferrera (1984); Sartori (1957); DAlimonte (1977).
29
Held (1987, pp. 143-185).
30
Urbani (1984).
31
Gonzlez (1988, pp. 312-313).
32
Cfr. Gonzlez (1988, p. 313); Urbani (1984, pp. 388 y 393).
33
Sobre las crticas a la teora elitista de la democracia, puede verse
Ruiz (1985, pp. 87-105).
34
De estos autores vase sobre todo: Dahl (1956 y 1971); Sartori (1987);
Almond (1970); Lipset (1960); Verba (1968).
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Aparte de los libros ya citados de estos autores, deben destacarse los
siguientes ttulos: Buchanan y Tullock (1962); Buchanan (1978); Riker (1962);
Riker y Ordeshook (1973); Olson (1980).
36
Adems de estas corrientes, hay quien establece una influencia de
Schumpeter sobre los estudios conductistas de la participacin como los de
Berelson y Campbell, entre otros. Sin embargo, las coincidencias iniciales se
pierden en el tipo de objetivos perseguidos por estos estudios. Cfr. Ferrera
(1984, pp. 418-419).
37
Cfr. Held (1987, pp. 164-167).
38
Sobre estos temas vase Cavalli (1992).
39
Vase Gonzlez (1988, pp. 315-320).
40
Sobre este tema vase Buchanan (1990, pp. 26-37).
41
Vase Gonzlez (1988, pp. 313-314).
42
Cfr. Urbani (1984, pp. 400-401).
43
Vase Dahl (1986; 1989, pp. 119-131).
44
Mayores elementos pueden encontrarse en Gonzlez (1988, pp. 329-
334); Held (1987, pp. 186-220); Ferrera (1984, pp. 419-420). Cabe sealar que
existen autores que han establecido ciertas incompatibilidades de fondo en-
tre el modelo schumpeteriano de democracia y el modelo competitivo. Va-
se Santoro (1991); Miller (1983); Duncan y Lukes (1970).
45
Cfr. Held (1987, pp. 143-185).
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Notas
46
Para efectos de este captulo se consideraron sobre todo los siguien-
tes trabajos: Luhmann (1984, 1991, 1992 y 1995) y Luhmann y De Georgi
(1993).
47
De Foerster puede consultarse (1991) y de Glasersfeld (1987 y 1995).
48
De Maturana puede consultarse (1995 y 1996) y Maturana y Varela
(1986).
49
Glasersfeld (1995, p. 30).
50
Citado por Ceruti (1998, p. 38).
51
Idem.
52
Idem.
53
Maturana (1987, p. 63).
54
Kant (1984, p. 128).
55
Ibid., pp. 129-130.
56
Vase Varela (1979, 1989a y 1989b) y Varela, Thompson y Rosca
(1989).
57
Prigogine (1994). Vase adems: Prigogine (1991 y 1996); Prigogine y
Stengers (1986, 1988, 1990).
58
Cfr. Izuzquiza (1990).
59
Habermas (1989 y 1990).
60
Vase el cap. 2 de este volumen: El anlisis econmico de la polti-
ca.
61
Vase, por ejemplo, Maestre (1994).
62
Vase, por ejemplo, los autores y artculos contenidos en: Bohman
(1996 y 1999).
86
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63
Como se sabe, Foucault conceba al poder como lo que reprime y es
esencialmente una relacin de fuerza. Como relacin de fuerza, debe anali-
zarse bajo la figura de enfrentamiento, combate, choque o guerra. Vase
Foucault (2000 y 2001).
64
Vase Maestre (1994, cap. 4).
65
Idem.
66
Luhmann (1996b, pp. 3-5).
67
Weber (1967, pp. 54-67).
68
Nadie desarroll mejor este tema que la filsofa judo-alemana Han-
nah Arendt (1958).
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A manera de conclusin
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Notas
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Vase el captulo 5 de este volumen: Rquiem por la ciencia pol-
tica.
Una versin preliminar de este pargrafo (El debate reciente sobre
70
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sazn con Israel Covarrubias, tuvo una salida previa en: Cansino y Covarru-
bias (2007).
71
Al respecto, hay una nota interesante que vale la pena recuperar para
el lector. Ya Bobbio (1955) adverta la necesidad de profundizar en el conoci-
miento real de los regmenes polticos y particularmente de la democracia,
dado que insista, slo a partir del conocimiento y la informacin reca-
bada por medio de distintas tcnicas que en ese entonces estaban surgiendo
(in primis, la estadstica y los estudios de opinin y encuestas) es posible sa-
ber: a) la perdurabilidad o no perdurabilidad de un rgimen poltico en el
horizonte temporal; b) la posibilidad de orientar o no distintas propuestas
que los propios estudiosos pudieran tener para la solucin adecuada de los
problemas institucionales y de arraigo social frente al rgimen democrti-
co; c) el compromiso cvico necesario aunque el propio Bobbio era escpti-
co en este punto para resguardar institucional y socialmente al rgimen
democrtico.
72
Siguiendo el hilo de la argumentacin, se puede decir que en la ac-
tualidad a la democracia (en su variante institucional) se le pide (o exige) la
solucin de los principales problemas de convivencia entre los grupos y los
segmentos sociales, as como respuestas satisfactorias a los potenciales con-
flictos que cualquier comunidad poltica tiene en su horizonte. De aqu, si-
guiendo la lgica reactiva (en contra o a favor) del rgimen democrtico, el
populismo en Amrica Latina, por ejemplo, se puede interpretar como una
respuesta que nace en el seno del rgimen democrtico pero en ocasiones
con la clara intencin de atacarlo abiertamente (es el caso de Hugo Chvez
en Venezuela). Sobre estos dilemas, vase Cansino y Covarrubias (2006, pp.
19-42, 69-106).
73
Al respecto, es oportuno sealar la reestructuracin de las fronteras
territoriales en Europa (cuyo punto mximo ser la edificacin del muro de
Berln), ya que importara una serie de consecuencias a la ordenacin jurdi-
ca y econmica de los Estados involucrados y, con mayor mpetu en el naci-
miento de la Guerra Fra. Contemporneamente, el contexto de la segunda
posguerra se encontrar tambin con la emergencia de distintos procesos de
des-colonizacin que originar el nacimiento de nuevas naciones (sobre todo
en frica y Asia). Asimismo, es importante no olvidar las formas radicaliza-
das que el cambio poltico adoptaba en aquel entonces en distintos pases del
subcontinente latinoamericano.
74
Inclusive, Norberto Bobbio (1984) insistir sobre el particular, a pesar
de ser ubicado tradicionalmente en las concepciones genticas de la demo-
cracia.
75
Esta generacin ser encabezada por Joseph Schumpeter (1942) y su
concepcin realista-elitaria sobre la democracia, para quien el voto es im-
portante pero ms importante es el mercado electoral. Quiz este autor es el
ms relevante de toda la generacin, sobre todo por su insistencia sobre los
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varrubias (2005, pp. 30 y ss.), Vilas (1993, pp. 9 y ss.). Una sntesis reciente de
este dilema est en Aziz Nassif y Alonso (2005, pp. 13-32).
82
Ya Rokkan (1975) sugera esto al decir que los votos cuentan pero los
recursos econmicos son los que deciden.
83
Vase entre otros: Elster (1989, pp. 248-297), Lindblom (1992, pp. 208
y ss.), Wolfe (1997, pp. 200-238).
84
Vase Cansino (1997b).
85
Vase Maestre (2000).
86
Vase Molina (2001).
87
Idem.
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Captulo 5
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Un poco de historia
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A manera de conclusin
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Notas
88
Vase Sartori, Riggs y Teune (1975) y Sartori (1984b).
89
Vase Bobbio (1988b).
90
Vase Bobbio (1972).
91
Bobbio (1988b).
92
Cuestin que pudiera desprenderse de la crtica que Danilo Zolo re-
aliza a Sartori en Zolo (1988). Mayores elementos sobre la posicin de Sarto-
ri pueden encontrarse en Sartori (1984b y 1987).
93
Para una revisin de los principales autores y propuestas sobre este
tema, vase el nmero especial de Metapoltica dedicado ntegramente al
mismo (vol. 8, nm. 39, enero-febrero 2004).
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SEGUNDA PARTE
LA CIENCIA POLTICA
MS ALL DE SUS LMITES
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Captulo 6
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Notas
94
Una versin preliminar de algunas partes de este captulo, realizada
a la sazn con Sergio Ortiz Leroux, tuvo una salida previa en: Cansino y Or-
tiz Leroux (1997).
95
De suerte que no me detendr en el concepto de sociedad civil des-
arrollado por los autores clsicos. Dentro de la lnea de los autores clsicos,
el concepto de sociedad civil fue abordado inicialmente por los pensadores
ilustrados escoceses. La principal caracterstica del pensamiento escocs era
su tendencia secularizadora, entendiendo por sta, no antirreligiosidad y
atesmo, sino ms bien inters por lo autnticamente humano. Cfr. Ferguson
(1974). El concepto de sociedad civil tambin es utilizado en la tradicin fi-
losfica poltica del iusnaturalismo donde la sociedad civil suele ser equipa-
rada con la sociedad poltica o con el Estado. Igualmente, la idea de sociedad
civil se desarrolla en la tradicin hegeliano-marxista donde la sociedad civil
es asociada al sistema de necesidades y sus formas de organizacin (Hegel),
a la sociedad burguesa (Marx) y al momento de la hegemona cultural en la
superestructura (Gramsci).
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96
Un estudio detallado sobre la crisis del Estado benefactor y sus con-
secuencias se encuentra en Offe (1991). En esta obra el autor analiza distin-
tos temas relacionados con la crisis contempornea del Estado del bienestar,
desde el fracaso de la socialdemocracia, el ascenso de la nueva derecha, el
corporativismo, la poltica social, los partidos polticos y los sindicatos has-
ta los nuevos movimientos sociales.
97
Por esfera pblica nuestro autor entiende un espacio pblico en el
que los agentes debaten entre s y con el Estado sobre asuntos de inters pu-
blico. Sin embargo, su concepto de esfera pblica es muy restringido ya que
comprende una sola de sus dimensiones: lo pblico visible en oposicin a lo
privado secreto. Lo pblico comprende adems de lo pblico visible lo p-
blico comn, aquel espacio pblico que pone en el centro el bien comn. Y
precisamente el neoliberalismo peca, entre otras cosas, por no colocar en el
centro el bien comn. Para profundizar en la discusin sobre la esfera pbli-
ca consultar: Arendt (1958, cap. 5 La esfera pblica y la privada).
98
Cabe precisar que cuando Gellner se refiere al pluralismo poltico no
est haciendo alusin a los partidos polticos sino a aquel organismo que de-
tenta el monopolio legtimo de la fuerza, el cual no puede quedar sujeto a
varios poderes.
99
En una lnea similar de argumentacin se coloca el trabajo de Walzer
(1992).
100
El autor ms importante en esta lnea sociolgica es sin duda Niklas
Luhmann. Un buen ensayo sobre el concepto de sociedad civil en este autor
puede encontrarse en: Torres Nafarrete (1996).
101
Vase Seligman (1993).
102
Vase en particular Maestre (1994).
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Captulo 7
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La estatizacin de la poltica
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La desestatizacin de la poltica
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vadores. Mientras que los primeros creen que slo creando las
condiciones de la igualdad de oportunidades pueden funcio-
nar con eficacia los derechos civiles y polticos, los segundos
creen que a menor Estado mayor sociedad y viceversa. Obvia-
mente, se trata de posiciones irrelevantes en el plano de los he-
chos y ms en el contexto de Amrica Latina. La primera posi-
cin, porque sigue pensando ingenuamente que el Estado
puede generar prosperidad y sociedades ms equilibradas. La
segunda, porque la realidad ha demostrado que la sociedad no
es ms o menos libre en el neoliberalismo.
En segundo lugar, estos debates en lugar de resolver la
cuestin democrtica quedan atrapados en el propio discurso
totalitario que tericamente buscan combatir. Este es precisa-
mente el sustrato de las concepciones supuestamente realistas
de la democracia que la reducen a un mero mtodo para elegir
lderes polticos y organizar gobiernos. Una concepcin de este
tipo alude a una realidad muy prxima a la que Arendt (1951)
criticaba hace tiempo como una forma velada de totalitarismo,
es decir, la partidocracia, donde los ciudadanos son reduci-
dos a meros espectadores de la poltica, que permanece usur-
pada por polticos profesionales. No muy distintas resultan las
concepciones neoconservadoras tan influyentes en la actuali-
dad. Segn estas visiones, el mbito de libertad individual por
excelencia es el mercado, y toca al Estado preservarlo frente a
cualquier amenaza no importando los medios. En un caso ex-
tremo, si la democracia produce nuevos actores sociales y ge-
nera un incremento incontrolable de demandas imposibles de
ser satisfechas por el Estado, es mejor suprimir las libertades
polticas que poner en riesgo el libre mercado en un contexto
de ingobernabilidad.
Finalmente, todas estas interpretaciones se equivocan en
un aspecto crucial. Pretenden encontrar las claves de la poltica
siendo que en la actualidad ya no hay claves sino que se inven-
tan permanentemente desde la sociedad civil. En efecto, la cul-
tura de la coherencia ha muerto frente a la pluralidad de for-
mas de vida, de opiniones y de intereses. Como sostiene
Maestre (2000), las sociedades modernas no pueden recurrir a
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Notas
103
Vase Maestre (2000, cap. 4).
104
La definicin, con ajustes, proviene de: Hall e Ikenberry (1991).
105
Vase el captulo 2 del presente volumen: El anlisis econmico de
la poltica.
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106
Vase el captulo 3 del presente volumen: El anlisis sistmico de la
poltica.
107
Ms elementos sobre la dimensin simblica de la democracia pue-
den encontrarse en Maestre (2000).
108
Idem.
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Captulo 8
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Capital social
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Democracia deliberativa
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Democracia sustentable
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Democracia radical
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El vrtigo de la democracia
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Notas
109
La pauta fue abierta por Cohen y Arato (1992), a los que le siguieron:
Gellner (1996), Hall (1995), Keane (1992), Seligman (1993), entre otros auto-
res.
110
Vase, por ejemplo, Cansino y Sermeo (1997) y Cansino (2000b y
2005b).
111
Sobre estas perspectivas dominantes de la democracia, remito a mis
siguientes trabajos: Cansino (2000a y 2005b).
112
Los fenmenos de la globalizacin en los mbitos econmico y so-
cial, la constitucin de nuevos Estados en Europa del Este y la transicin a la
democracia en los pases latinoamericanos, llevaron a muchos a repensar el
papel del ciudadano y la importancia de su participacin en la construccin
de instituciones democrticas. La necesidad de explicar y dar respuesta a es-
tos cambios desde las perspectivas de la teora y la ciencia poltica, el dere-
cho, la sociologa, la antropologa y las relaciones internacionales, ha lleva-
do a debatir y proponer significados distintos para categoras como
ciudadana, legitimidad, soberana, identidad, Estado y democracia. As, por
ejemplo, en los ensayos reunidos en Archibugi, Held y Kohler (1999) se exa-
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Desarrollos recientes
Suele pensarse que la historia de las ideas polticas man-
tiene una controversia con la ciencia poltica, por cuanto la pri-
mera es terica y la segunda emprica. Sin embargo, hasta que
la ciencia poltica emprica no se afirm en Estados Unidos a
partir de los aos cincuenta del siglo pasado, la mayora de los
historiadores de las ideas pensaban que examinar a los clsicos
poda enriquecer a la ciencia poltica, es decir, proveer a sta de
conceptos y categoras tiles para su desarrollo.125
La controversia fue fijada en gran medida por el politlo-
go David Easton en su famoso diagnstico sobre el empobre-
cimiento de la teora poltica (Easton, 1951). En l, el politlo-
go norteamericano sostiene que la historia de la teora poltica
se ha reducido a una forma de anlisis histrico que vive para-
sitariamente de las ideas del pasado, renunciando a su rol tra-
dicional de crear constructivamente un marco de referencia va-
lorativo. Asimismo contina Easton, la historia de las
ideas polticas ha renunciado a la tarea de construir una teora
sistmica sobre el comportamiento poltico y el funcionamien-
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A manera de conclusin
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Notas
122
En el contexto de este captulo, salvo cuando se indique lo contrario,
usar el trmino ideas polticas como sinnimo de doctrinas polticas o
teoras polticas. Obviamente, eso no significa que ignore las muchas con-
notaciones posibles de todos estos trminos. Simplemente, pretendo ganar
en claridad.
123
Vase la presentacin al nmero dedicado a Volver a los clsicos
de la revista Metapoltica, Mxico, vol. 4, enero-marzo 2000.
240
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124
Esta primera definicin no niega validez a las ideas polticas no oc-
cidentales. De hecho, tambin civilizaciones milenarias de Oriente, como Ja-
pn, China, India, etctera, desarrollaron tradiciones cognoscitivas de aspec-
tos prominentes e innegablemente importantes de la poltica. Sin embargo,
la referencia a la teora poltica occidental es casi siempre inevitable puesto
que cualquiera que reflexione seriamente, y a cualquier nivel, sobre el que-
hacer poltico en el mundo en que vivimos, no puede ignorar en ningn mo-
mento el aparato legal, coercitivo y administrativo del Estado moderno, las
ambigedades ideolgicas y prcticas del moderno partido poltico, o las re-
calcitrantes dinmicas del sistema de comercio internacional. Realidades to-
das analizadas con rigor y profundidad por primera vez en Occidente. Sobre
este tema vase Dunn (1992, pp. 16-21; 1975).
125
Mayores elementos sobre esta controversia pueden encontrase en
Gunnell (1979, pp. 3-31), Germino (1967, pp. 2-17) y Berlin (1962).
126
Algunos cientficos de la poltica de la poca estuvieron ms procli-
ves que Easton a ver un lado positivo a la historia de las ideas polticas para
la ciencia poltica, considerando que la primera puede proporcionar impor-
tantes hiptesis para explicar el comportamiento poltico. Vase, por ejem-
plo, Hacker (1954), Glaser (1955), Eckstein (1956) y Weldon (1953).
127
Para mayores elementos sobre este tema vase Gunnell (1975, cap. 7;
1987) y Cansino (1995).
128
Obviamente, el establecimiento de los autores que merecan integrar
ese canon de la historia de las ideas polticas ha sido un tema de gran contro-
versia. Siguiendo a Dunn (1992, pp. 26-27), en ese canon no pueden faltar los
siguientes pensadores: Platn y Aristteles, de la Grecia antigua; Cicern y
Seneca, de la Roma imperial; San Agustn y Toms de Aquino, de la Edad
Media; Marsilio de Padua y Maquiavelo, del Renacimiento italiano; Bodin,
de la poca de las guerras de religin; los grandes tericos del derecho natu-
ral de los siglos XVII y XVIII, Grozio, Hobbes, Spinoza, Locke y Rousseau;
los tericos del constitucionalismo clsico, Montesquieu, Madison y Sieyes;
el pensamiento escocs sobre las sociedades de mercado, Hume y Adam
Smith; la recepcin de estos anlisis en la Gran Bretaa imperial del Siglo
XIX, Bentham, Ricardo, John Stuart Mill; el estril desafo de la crisis revolu-
cionaria, Burke, Constant, Hegel; y los orgenes del socialismo cientfico,
Marx. Este elenco de autores, sin embargo, no siempre ha sido compartido
por todos los historiadores de las ideas polticas. Un ejemplo curioso es el li-
bro colectivo coordinado por Hall (1986), en el cual se propone restituir im-
portancia a pensadores largamente marginados de este canon, tales como
Thomas Carlyle, Arthur de Gobineau, Jacob Burckhardt, Mmile Masqueray,
Peter Kropotkin, Charles Pguy, George Sorel y Guglielmo Ferrero, entre
otros.
129
Entre los partidarios de conferir un estatus cientfico a la historia
pueden verse los trabajos de Bloch (1949), Carr (1961), Febre (1953), Le Goff
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cin a algunas obras de Schmitt. Galli seala que para 1937 Schmitt era un
hombre polticamente derrotado. Su compromiso inicial con el nazismo, en
el que observaba un camino serio hacia el Estado total fuerte, hacia una
unidad poltica soberana que superara la ineficacia parlamentaria y la
neutralizacin de la tcnica, un movimiento capaz de gobernar la transfor-
macin del Estado, legitimado por las ideas-fuerza consensualmente asumi-
das de orden y paz, pas a ser en buena medida desencanto. El nazismo no
actu tal gobierno. El mito del Leviatn fue ledo en sentido totalitario, ms
que total, y si bien se evit la guerra civil, lo hizo a un costo muy alto: la in-
tervencin en todo aspecto de la existencia individual. Esta cuestin adver-
tida y criticada por Schmitt en 1937 lo llev a una situacin precaria dentro
de Alemania, motivo por el cual retorna a un tipo de actividad cientfica me-
nos expuesta y militante. El acercamiento a Hobbes que aqu he comentado
corresponde precisamente a esta poca menos comprometida polticamente
y ms cientfica. Respecto a Hobbes, en suma, Schmitt se orienta a retornar
al principio y a profundizar la reflexin sobre el destino del Estado moder-
no en un contexto de objetiva desilusin. El segundo argumento lo encontra-
mos en la investigacin de George Schwab, El desafo de la excepcin (1986),
sin lugar a dudas una de las interpretaciones ms completas de la obra de
Schmitt, en la que se resalta la vocacin cientfica de ste por cuanto se ocu-
pa del problema de la excepcin. Cito en extenso a Schwab para aclarar esta
posicin: La crucialidad de la excepcin, la situacin de emergencia, no la
regla o el estado de normalidad, constituye el punto de partida del anlisis
schmittiano del Estado moderno, de la soberana y de la legitimidad. Cues-
tiones polticas de nuestro tiempo. Al privilegiar el momento de la excepcin
en lugar del curso normal, Schmitt se coloca en una ptica intelectual que lo
acerca al debate en ese entonces entre los estudiosos de las ciencias natura-
les, sobre todo con respecto a las posiciones metodolgicas ms recientes, las
cuales, como es posible observar, penetran en las situaciones de crisis y ca-
tstrofe, ms que en las de normalidad. El intento profundo y constructivo
del anlisis cientfico no slo de las ciencias naturales, sino en general es
precisamente ese: acertar, verificar, explicar, poder prever los desarrollos fu-
turos, especficas uniformidades tendenciales, hacerlas transparentes. Por
ello, Schmitt es un cientfico.
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Captulo 10
Poltica y metapoltica
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tar las ideas, dado que como costumbre bien entendida, toda
teora, disciplina o individuo que se encierra en s mismo, inde-
fectiblemente acelera el camino de su muerte.
Notas
144
El tema del resurgimiento de la teora poltica ha sido tratado bsica-
mente por Miller (1990), Pasquino (1985) y Connolly (1990).
145
Al respecto vanse los trabajos de March y Olsen (1989) o de Weir y
Skocpol (1993).
146
Vase al respecto Almond (1990a).
147
Para incursionar en el pensamiento de este importante autor vase
Luhmann (1991).
148
Dos autores que dan cuenta de manera sugerente de estas transfor-
maciones son Benjamin (1980) y Cerny (1990).
149
En lo personal, he presentado ya mis reservas y mis crticas a esta
teora en el captulo 3 del presente volumen: El anlisis sistmico de la po-
ltica.
150
Vase, por ejemplo, Izuzquiza (1990).
151 Vase, por ejemplo, Apel (1990).
152
Vase, por ejemplo, Barry (1973).
153
Este inciso retoma partes de un ensayo precedente: Zabludovsky y
Cansino (1994).
154
Al respecto vase Fiske y Shweder (1986), Alexander y Colomy
(1990), Giddens y Turner (1987) y Ritzer (1988).
155
Vase, por ejemplo, Ritzer (1988), Antonio y Kellner (1992), Fiske y
Shweder (1986).
156
Vase Ritzer (1988), Wallace (1992), Weinstein y Weinstein (1992).
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Conclusiones
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Cruce de caminos
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Eplogo
El estudio de lo poltico
en y desde Amrica Latina
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Figura 2
Dimensin ideolgica
Izquierda Derecha
Dimensin Duros ID DD
metodolgica Suaves IS DS
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La derecha dura
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La derecha suave
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La izquierda dura
Los culturalistas
Muy cercanos en sus intenciones a los autores posmoder-
nos, se encuentran los culturalistas. En efecto, para ambos son
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Los socilogos
En este rubro ubico a un conjunto de socilogos muy cer-
canos a dos socilogos provenientes de Europa que han puesto
particular atencin al estudio de los movimientos sociales y a
la democracia participativa: Alain Touraine y Jrgen Haber-
mas, respectivamente, a los que se han adscrito como discpu-
los muchos estudiosos de la regin.
En el caso de Touraine, esta influencia se ha debido en
buena medida al propio inters que el socilogo francs ha te-
nido por Amrica Latina al grado de convertirse en uno de sus
temas centrales de reflexin. La sociologa de Touraine se pre-
tende rigurosa en el plano epistemolgico pero muchas de sus
conclusiones nos permiten ubicarlo como un pensador radical
en el terreno ideolgico. En buena medida, esto se debe a que la
teora de Touraine hunde sus races en el pensamiento marxis-
ta aunque tambin se deslinda de esta corriente para criticarla,
rectificarla o corregirla en el momento de pensar realidades to-
talmente distintas a las que Marx visualiz en su tiempo. Cu-
riosamente, la mayora de los discpulos de Touraine en Amri-
ca Latina tuvieron un itinerario semejante. De marxistas a
veces ortodoxos pasaron a adoptar una posicin ms eclctica
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La izquierda suave
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Los posmodernos
Para una academia tan proclive a adoptar esquemas eu-
ropeos para explicar el presente latinoamericano, las teoras
posmodernas no podan faltar en el elenco de concepciones
que han encontrado tierra frtil en la regin en los ltimos
aos. El problema de este acercamiento a los presupuestos
posmodernos avanzados originalmente por autores como
Baudrillard (1995), Lyotard (1987), Vattimo (1985) y Lipovesky
(1987 y 1994), entre otros, es que muchas veces se ha realizado
de manera dogmtica. Esto quiz no sorprenda, pues la inteli-
gencia en nuestros pases ha tendido desde siempre a mirar la
produccin terica europea y anglosajona de manera acrtica,
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Los desarrollistas
Nuestro recuento de visiones sobre Amrica Latina estara
incompleto sin una referencia, aunque sea somera, de los mu-
chos autores que, desde distintas perspectivas y diversas in-
quietudes, basan sus reflexiones de la regin en la nocin de
desarrollo. Como ya vimos, estos autores no pueden clasificar-
se perfectamente en uno u otro extremo de las dimensiones in-
dividualizadas aqu, porque cada uno se mueve en tradiciones
especficas. Tenemos, por ejemplo, a aquellos muy influencia-
dos por las teoras desarrollistas dominantes en los aos sesen-
ta y que la CEPAL se encarg de difundir en la regin, tales
como Jaguaribe (1985), Flisbish (1985 y 1991), Wefort (1984) y
Kaplan (1984 y 1996). Otro grupo estara ms cercano a la vi-
sin de Hirschman (1958, 1971 y 1981), quien encabezara una
crtica a los modelos de desarrollo tal y como haban sido adop-
tados en nuestros pases. Aqu destaca sobre todo la obra de Pi-
pitone (1994a, 1994b, 1997).
De los primeros hay poco que decir. Todos ellos siguen fin-
cando buena parte de sus expectativas para la regin en el dise-
o y la correccin de polticas desarrollistas cada vez ms efi-
caces. Consideran que la democracia poltica slo podr
afirmarse en la medida en que los Estados diseen polticas
econmicas y sociales que contribuyan a aminorar las muchas
desigualdades que cruzan a nuestros pases. Slo un mejor di-
seo de las estrategias econmicas, en sintona adems con las
diseadas en los pases vecinos, permite vislumbrar un futuro
ms optimista para nuestra regin.
Dirijo a este tipo de diagnsticos las mismas crticas que
ya refer tanto para los enfoques marxistas y liberales, pues no
encuentro nada relevante que justifique su existencia. Una ex-
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ndice
Introduccin................................................................................. 7
La historia interna de la ciencia poltica.................................. 9
Estructura del libro .................................................................. 17
PRIMERA PARTE
LOS LMITES DE LA CIENCIA POLTICA
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SEGUNDA PARTE
LA CIENCIA POLTICA MS ALL DE SUS LMITES
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Conclusiones................................................................................ 263
El estado del arte....................................................................... 264
Desbordarse para avanzar ........................................................ 267
Cruce de caminos ..................................................................... 272
Bibliografa................................................................................... 317
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